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Tribuna de comensales (Octubre 2006)

Sardanápalo

“¿La soledad orienta


y sepulta nuestros pasos?
¿Nos encamina altiva,
enigmática?
–preguntó una anciana…–
Faz y monumento cristalino,
sendero: fosa estrecha,
vestido de luces tenues,
conflictos entrañables…”
Y luego falleció.

“¿Qué es la soledad?
–interrogó un cesante…
mientras bebía su cerveza,
mediodía errante–
Si caminamos como niños
y el tropiezo es vergüenza,
muchedumbres atadas,
arrobados los latidos
en desconcertantes vestigios,
¿entonces dónde hay algo?
La ducha prometida…
Algo...”
¿Adónde está el surco mítico,
látigo indomable
que atesora los quebrantos?
“Tranquilidad,
ya podremos verlo…
–dice un senil achaque–
en nuestro día único
hemos de soñarlo…
dentro de un gran desierto,
en un palacio selvático…
¡En el vientre de! delirio!
En los días que son años…”
¡Sueños traicioneros!
Jugando en nuestras cabezas
como mágicas luciérnagas,
harapientas, lisonjeras...

¿Tendremos los minutos


tibios y finales?,
cortinajes creadores,
sudor luminoso,
¿dulce calabozo?
“Callar es el precio
de una realidad dormida
–interviene el recaudador,
aferrado a sus impuestos–
áspera, ajena,
¡tesoro maldito!
La vida se hace sangrienta…
pugnamos por nuestro sino.
Todo sofocante
de bajezas que ciega:
¡Mundo de letrinas
venales que atormentan!”

“A veces,
duele vivir…
–prosigue el recaudador–
cuando el sendero es tedio…
¿Cómo atenuarlo?
¿Cómo abrazar un latido
que debore nuestros miedos,
que suspire amistad
por sus narices de hielo?
¿Dónde enterrar todo aquello,
las banderas y carruajes
amorosos testaferros?
Al fin,
sólo hay vitrinas,
obviedades,
armas infiltradas,
engaño y desidia?
Al final de la jornada
todos sabían que había…
algo podrido…
La incómoda certeza
de los hombres sin pestañas…
Pote de cucarachas
que no necesita tapa…”

¿Profundo asco hacia todo,


hacia el parásito patente,
hacia aquello que abrió
ávido el cascarón,
metiendo la mano alerta
pa’ sujetar el millón?

Hay un ciego atardecer


poblado de tonterías,
es ese oscuro congreso,
cruz de la ciudadanía…
¿Latido de inequidades?
¿Diván de cajas vacías?
En verdad las vitrinas
desde siempre nos conminan
a vejar nuestras riquezas,
son un insulto precoz,
un desafío erguido.

“Ellas no depositan…
–aseguró la anciana
desde su íntimo infierno–
tan solo nuestra impotencia,
cobijándola sin prisa,
arropándola de hastío…
sino que levantan copas
patrocinan alcaldías…
con pergaminos cínicos,
callados, agresivos,
carcajadas errantes
impartiendo desatinos…”

“¡Eso es caer ciegos


en el juego más inútil!
–alegó ebrio el abuelo,
abriendo un Ron Abuelo,
en la batalla vetusta
de controlar los deseos–
Yo me leía el diario
mientras daban las noticias...
En ellas vi a un mercenario
socavando los infiernos
para admirar el metal,
negro hueco de su pecho…
para envejecer lego,
demente, ubérrimo…”

La belleza nos exhorta


a sortear el camino:
a levantar la mirada,
a no ser como bueyes
que sólo miran sus patas…

Es preciso a cada instante


macerar las batallas,
presentarlas como tales,
vestirlas como mitos
de una pasión consagrada.

“¡Humanismo verdadero!
–deliró el abuelo–
justicia y utopías,
inocencia fulgurante
de raíces y versos.”

“Hay horas inextinguibles


–agregó la anciana–
Persistentes…
vigías de nuestros yerros,
alcancías de vergüenza.
En ellas duele vivir
y morir sin ellas aterra…
Horadar nuestras vertientes
de inconsistencia y desdicha
es un trabajo difícil,
una tarea prolija…
–sonríe el sepulturero…–
desafío evadido,
faz de payaso extinta…”

“Bello es constatar
–dijo irónico el cesante,
en burla al senil achaque…–
que, a veces,
si no siempre…
huimos…
para evadir cobardes
la locura que adoctrina.”

“Sí.
–coincidió el achaque–
¿derrotamos al hastío?
Quizás hay algo cierto:
Y es que alejamos el pecho
de las dagas que lo atizan…”
Crueldad sagrada,
descanso errabundo,
domingo de premisas
y ceremonias proscritas:
al vejador la fatiga
de enterrarse cada día.

“¿Y para qué hay ojos


–intervino un vigía…–
bocas, brazos, palabras…?
¿Para caerse de nuevo,
borrachos en lactancia?
¿para mostrar el destierro
que evapora nuestras camas?”

“Dulce y amarga poesía


–brindó el abuelo prendido–
este pretexto que nos libra
de la cara sin vendimias…
¡Lo seguro es aferrarnos
al tropiezo sin caída,
fingir sin mentira,
reirnos de nuestras vidas,
lidiar con los deseos
que nos dieron alegrías,
recordar nuestras luces,
nuestras calles de porfías…
Bello es saber que arrojamos
al orgulloso colapso
el látigo y la risa,
la tormenta de desidias,
pero triste es constatar
que enterramos el pasado
y sus verdades dormidas.

Con todo,
bostezar es partida.
¡Emblemática aporía
esto de cada día!,
el paso de la historia…
callejones, avenidas,
edificios de hambruna,
carreteras de desdicha
ajetreo de diarios,
frenética rutina,
chaplinezca utopía
y mecánicas manías.”

“Canilla maldita,
canilla canalla”
–dijo un poeta algún día–
¿En qué lugar?,
no importa.
¿Para qué?,
ni él lo sabía...
Su infantil utopía,
como la del flaco
y su quieta belleza…
Tan solo era una mofa.
Nada serio… una ironía,
algo así como un hueso,
un débil gemido:
melancolía.

Y al fin,
¿recibiremos al otoño
dolorosamente abierto,
prosternado de intentos,
ávido de pañuelos
y rutas de acero?,
¿lo haremos sospechando
el advenir circunspecto
de una dócil primavera,
pesadilla del austero?

¿Alegría popular?
¿Conciencia marchita?
¿Nobleza necesaria?
¿Destino horripilante
para un mundo que cavila,
que se teje su mantita
de radiación y sequía?

“¿Y si lo inmenso habla


en el invierno tempestuoso?
–sarcasmo letal
del achaque ponzoñoso–
¿Si el amor nos asalta
en la amargura
y sin celo?
…sin hacer
un gran esfuerzo
nos descuartiza,
muy discreto…
¿Y si allí,
en el oscuro letargo
del pesar ciego
–que nunca obtiene sitial–
nos sorprende el hueso sátiro
la amarga sed de la sal?
Nunca tuvimos temor
por ese ropero antiguo…
esqueleto retocado
parsimonioso, indómito,
sepultado mil veces
por cien voces ridículas,
¡gritos, cobardía,
gargantas carroñeras
mendigando mediodías!”

“Qué ha de pasar
–prosiguió algo mohino–
si esta sombra dolorosa
nos pregunta burlona:
¿Dónde está oculto
el único clamor?,
¿en el crudo beneficio?,
o en el bufón estupor?”

Abrazo perdido,
palpitante, rezagado:
sepulcro persistente,
lúcidas lágrimas
de una virgen olvidada.

¡Yo te lo ruego,
misión inadvertida!
Dame el poder de dormir
entre luciérnagas tibias,
allá en el bosque eterno
de misterios y manías,
mientras mi amada
mece mi cariño en su cintura.
En donde pueda escapar
de las humanas locuras.

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