Sie sind auf Seite 1von 4

Jonathan Edwards

sobre el libre albedrío,


habilidad natural y
habilidad moral
10 MARZO, 2015 | Sugel Michelén

https://www.coalicionporelevangelio.org/entradas/sugel-michelen/quieres-crecer-espiritualmente-en-este-ano-que-recien-empieza/

COMPARTIR
Jonathan Edwards es ampliamente conocido por su famoso sermón “Pecadores en las Manos de un Dios
Airado”, así como por sus libros “Los Afectos Religiosos” (publicado en 1746) y “La Libertad de la
Voluntad” (1754). Pero él también escribió una obra menos conocida (publicada póstumamente en
1758), y que lleva por título “La Gran Doctrina del Pecado Original Defendida”.

1. La Doctrina del Pecado Original:

La doctrina del pecado original es tan evidente para Edwards que aún si la Biblia guardara silencio con
respecto a ella, está podría ser demostrada por la evidencia de la razón natural. Basta con estudiar la
historia de la humanidad o mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta que el pecado es una realidad
universal. Esto debe movernos a preguntarnos: ¿Por qué peca el hombre?

Algunos pretenden negar la doctrina del pecado original echándole la culpa a la sociedad decadente en la
que vivimos. Según ellos, el hombre nace como una criatura inocente que luego es corrompida por la
influencia de la sociedad. Pero en vez de resolver el problema esto genera otra pregunta: ¿Por qué es
corrupta la sociedad humana? ¿Cómo se corrompió? Como bien señala Sproul: “Si todas las personas
nacen inocentes o en un estado de neutralidad moral, sin predisposición al pecado, ¿por qué no encontrar
al menos un averaje estadístico de 50% de personas que permanecen inocentes? ¿Por qué no podemos
encontrar sociedades en las cuales la influencia prevaleciente sea la virtud en vez del vicio?”[i]

Pero Edwards no se limita a dar razones naturales que evidencian la realidad del pecado original en el
hombre, sino que apoya la doctrina en la enseñanza de las Escrituras. Textos como Rom. 5:12-21, Ef.
2:1-3 claramente enseñan la imputación del pecado de Adán a toda su descendencia. Aparte de eso, la
enseñanza bíblica concerniente a la aplicación de la redención presupone la doctrina del pecado original.
De ahí la necesidad de la obra regeneradora del Espíritu Santo para que el hombre pueda ser salvo. La
regeneración es necesaria porque el hombre ha sido profundamente afectado por la caída y necesita ser
transformado en el asiento mismo de su personalidad.
De manera, que en lo que respecta a la doctrina del pecado original, Edwards sigue los pasos de Lutero y
Calvino. Pero es probablemente en lo tocante a la capacidad volitiva del hombre donde Edwards hizo su
mayor contribución a la discusión antropológica.

2. La Voluntad Humana:

En su obra “La Libertad de la Voluntad” Edwards define la voluntad como “la mente escogiendo”: “La
facultad de la voluntad es esa facultad o poder o principio de la mente por la cual ésta es capaz de
escoger”[ii]. Aún en aquellos casos donde la persona decide no escoger ninguna de las opciones
disponibles, la mente está haciendo una elección. Por otro lado, Edwards también afirma que el factor
determinante de toda elección humana es la motivación más fuerte del momento; en otras palabras, el
hombre siempre actúa de acuerdo a su deseo.

Para comprender lo que Edwards está tratando de señalar es vital reconocer el hecho de que nuestros
deseos a menudo son muy complejos, al punto de que podemos experimentar deseos conflictivos, como
Pablo reconoce en Rom. 7:14ss. Sproul lo explica con el siguiente ejemplo: “Cada cristiano posee algún
deseo en su corazón de ser justo… Sin embargo, hay una guerra librándose en nuestro interior porque
continuamos teniendo malos deseos. Cuando escogemos la maldad sobre el curso de acción justo, en ese
momento deseamos el pecado más que la obediencia a Dios”[iii].

Por otro lado, no sólo experimentamos deseos conflictivos sino también deseos fluctuantes; no siempre
deseamos las mismas cosas con la misma fuerza o intensidad. Después de comer y saciarnos es más fácil
para nosotros tener un deseo más intenso de perder peso que de comer dulces; el problema es que en
unas horas volvemos a tener hambre, y en ese momento el deseo de comer (salado y dulce) puede llegar
a ser más intenso que el de perder peso. Es el deseo dominante del momento lo que determinará nuestra
elección. El hecho de que no siempre estemos conscientes del deseo dominante que nos mueve a tomar
una acción en vez de otra no elimina esa realidad.

Sproul pone el ejemplo del estudiante que al llegar al salón de clases donde hay varias sillas vacantes
decide sentarse en el centro en vez de la periferia. Rara vez nosotros hacemos una lista de “pros” y
“contras” para tomar una decisión en vez de otra, por lo que parecería que la elección fue enteramente
arbitraria, una decisión sin pensar. Pero si lo analizamos con más detenimiento probablemente
descubriremos alguna preferencia o motivación operando sutilmente en nosotros (el deseo de estar cerca
de otros, o en el ángulo visual del profesor).

Edwards está aplicando aquí la ley de la causalidad, la cual declara que todo efecto debe tener una causa
que lo antecede. Aunque David Hume es citado muchas veces como alguien que destruyó la ley de la
causalidad, lo que él hizo en realidad fue demostrar que nosotros no tenemos un conocimiento
omnisciente de las causas que están detrás de cada efecto. Pero esta ley de la causalidad no puede ser
negada sin caer en la irracionalidad (por eso decimos que se trata de un principio formal, es decir, un
principio que es veraz por definición). “Un efecto, por definición, es aquello que tiene una causa
antecedente… De igual manera, una causa por definición es aquello que produce un efecto. Si ningún
efecto fue producido entonces tampoco hay causa”[iv].

El efecto es la elección, mientras que la causa es la motivación más fuerte o dominante del momento,
aquello que nos parece más bueno o agradable a la mente (Edwards no está usando la palabra “bueno”
aquí en un sentido moral, sino como equivalente a placentero). Nada ocurre simplemente porque sí o por
azar (el azar es en realidad un ente inexistente y, por lo tanto, no puede obrar absolutamente nada). Una
cosa es afirmar que nosotros no conocemos las causas de un efecto y otra muy distinta decir que hay
efectos que son sin causa. John Gerstner, reconocido como el más grande experto en la teología de
Jonathan Edwards dice lo siguiente al respecto:
“Edwards concuerda con el puritano inglés John Preston, en cuanto a que la mente viene primero y el
corazón o la voluntad viene luego. ‘Tal es la naturaleza del hombre, que ningún objeto puede llegar al
corazón si no es a través de la puerta del entendimiento…’ En el jardín, el hombre pudo haber rechazado
la tentación de la mente de mover la voluntad a desobedecer a Dios. Después de la caída ya no podía
hacerlo, aunque los Arminianos y Pelagianos piensen de otro modo. La noción que ellos tienen sobre ‘el
libre albedrío’ hace que siempre sea posible para la voluntad rechazar lo que la mente le presente… Para
Edwards, los actos de la voluntad no son libres en el sentido de ser sin causa”[v].

En este punto de la discusión tenemos que introducir otro elemento para comprender cómo se aplica
todo esto al papel que juega la voluntad humana en la salvación: la distinción que hace Edwards entre la
habilidad natural y la habilidad moral, así como entre la necesidad natural y la necesidad moral. Como
bien señala Sproul, al hablar de necesidad natural nos referimos a aquellas cosas que ocurren debido a
fuerzas naturales, mientras que la necesidad moral hace referencia a aquellos efectos que resultan de
causas morales, tales como la fortaleza de la inclinación o motivación[vi]. Por ejemplo, nosotros no
podemos volar como las aves ni respirar bajo el agua como los peces (sin ningún aditamento mecánico,
claro está) porque tenemos una limitación natural que las aves y los peces no tienen.

De igual manera, cuando hablamos de inhabilidad moral nos referimos a una carencia de motivación o
inclinación que son necesarias para tomar una decisión moral. Edwards cita algunos ejemplos para
probar su punto: una mujer honorable es moralmente incapaz de escoger voluntariamente la prostitución,
de la misma manera que un hijo que ama a sus padres es moralmente incapaz de decidir matarlos. Por
causa de esa inhabilidad moral el pecador no posee una voluntad libre, en el sentido de ser capaz de
escoger obedecer, amar y servir a Dios. Para Edwards, la voluntad es libre en el sentido de que siempre
actúa de acuerdo a la motivación o la inclinación más fuerte del momento; pero no es libre en el sentido
de poder escoger en contra de esa inclinación o motivación más fuerte.

Decir que la voluntad es indiferente o neutral es completamente absurdo para Edwards. Si la voluntad
fuese neutral o indiferente de manera que al actuar no siga una motivación o inclinación, ¿cómo
podríamos catalogar sus elecciones como decisiones morales? Si el hombre toma decisiones en una
forma arbitraria, sin ninguna razón o motivo, ¿en qué difieren estas acciones de los movimientos
involuntarios del cuerpo, o de la mera respuesta de las plantas y animales? Por otra parte, si la voluntad
fuese totalmente indiferente, ¿en qué sentido podemos decir que hizo alguna elección o decisión? Eso
implica la posibilidad de un efecto sin causa. La elección – dice Edwards – “no puede ser el fundamento
de sí misma, o el fruto o consecuencia de sí misma”[vii].

Dado que el hombre pecador es moralmente incapaz de escoger las cosas de Dios, se requiere un cambio
en la disposición dominante de su corazón para que pueda mover su voluntad hacia Él. Dejado a sus
propias expensas, el pecador nunca escogerá a Cristo a menos que Dios lo regenere.

[i] R. C. Sproul; Willing to Believe; pg. 148-149.

[ii] Ibíd.; pg. 155.

[iii] Ibíd.; pg. 156.

[iv] Ibíd.; pg. 159.

[v] Cit. por Sproul; op. cit.; pg. 159-160.

[vi] Ibíd.
[vii] Cit. por Sproul; pg. 164.

COMPARTIR

Das könnte Ihnen auch gefallen