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A PROPÓSITO DE MIGUEL PEÑA Y LA COSIATA, de Antonio

Ecarri Bolívar

Debo comenzar expresando mi apreciación altamente positiva


del hecho de ver resurgir la muy fecunda interacción entre hacer
política y cultivar el sentido político estudiando La Historia, y en
especial la nuestra. En ese ejercicio se formó, dialécticamente, la
genuina conciencia política que sentó las bases de la democracia
venezolana. Lo hizo partiendo de la superación, crítica y creadora,
de preceptos doctrinarios formulados basándose en postulados de
pretendida validez teórica y científica universal. Pero sin incurrir en
la candidez de singularizar lo propio, hasta el punto de volverlo
rémora para la comprensión de los grandes cambios de carácter
mundial, vueltos auspiciosos para que los venezolanos entrásemos
…”en el pleno goce de los derechos políticos e individuales”,
poniendo por obra lo pautado en el Decreto de Garantías, dictado por
el General en Jefe Juan Crisóstomo Falcón, Presidente de la
República, en Caracas, en el 18 de agosto de 1863, año 5º de la
Federación.
Nada de jactancia tienen estas palabras. Son las de un
historiador de oficio. Tampoco abrigan pretensión de originalidad.
Consisten en la valoración de la correlación funcional que corre
desde La Conciencia histórica, fundando La Conciencia nacional; la cual
nutre La Conciencia social y culmina manifestándose en La Conciencia
política; para que las consecuencias del ciclo reviertan en La
Conciencia histórica mediante el ejercicio de la política.
De esta manera se opera la conversión del actor político en
participante de la marcha histórica de su sociedad. Pero cabe tener
presente que, como toda arma de gran poder, ésta puede actuar
para someter a los pueblos o como factor de su liberación. De ambos

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efectos proporciona ejemplos la historiografía venezolana. Basta
evocar las dos últimas décadas para apreciar debidamente la
potencialidad de esta arma. Por ello participo de la posición de
quienes valoran La Conciencia histórica como la llave del destino
conducente tanto a la felicidad como al infortunio de los pueblos.
Por ello la importancia de los cuidados que esa Conciencia solicita.
De allí la responsabilidad de quienes en el ejercicio de la política
manejan, -de hecho y advirtiéndolo o no- La Conciencia histórica:
alentándola o desorientándola, desestimándola o substituyéndola
con formulas de ese todavía saber aproximativo denominado
ciencia política. De allí, por consiguiente la importancia que reviste,
para los dirigentes políticos el estudio, críticamente atento y
metódicamente ajustado, de La Historia
Sentado esto, me excuso de no situar mis palabras bajo la
égida de una cita de algún pensador reverenciado, –especialmente
de uno europeo o norteamericano, por supuesto-. Tampoco acudiré
a uno muy cercano, aunque europeo por su primer apellido, porque
nació en Guatire. Me valdré de asertos y recomendaciones de
diverso origen acerca de cuya eficacia puedo dar fe directa. Y
pondré a un lado la perversión del precepto de la dialéctica
materialista respecto del cambio de la cantidad en calidad, -la cual
ha llevado de nuevo en el presente histórico de la sociedad
venezolana a hacer prevalecer la medición estadística sobre la
historicidad de la conducta social-; lo que fuera desechado por el
aludido conductor del pueblo venezolano cuando, obviando la
ausencia de estadísticas y haciendo valer su bien cultivado sentido
histórico, percibió la legitimidad y la oportunidad del más
promisorio cambio histórico vivido por los venezolanos
republicanos, promoviendo la interacción entre Libertad y
Democracia; pretendiendo responder con ello a la aspiración

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soterrada de una sociedad considerada por los sabios patentados
como orgánicamente inhabilitada para hacer realidad tan luminoso
estado.
Me temo que, por percibir la añagaza encerrada en la rancia
conseja de “La Historia maestra de la vida”, extraída de la supuesta
repetición de la misma, a José Gil Fortoul se le ocurrió afirmar, en el
prólogo a la segunda edición, de 1930, de su fundamental Historia
Constitucional de Venezuela, que “Tampoco la Historia ha de ser tribunal,
ni juez ni parte el historiador.” Dado el compromiso esencial de ella
con la objetividad a la que debe aspirar quien la escriba. Pero, como
tuve ocasión de hacérselo observar personalmente al autor, la
monumental obra de Caracciolo Parra-Pérez, titulada Mariño y La
Independencia de Venezuela, y su gemela Mariño y Las Guerras civiles,
integran un elaboradísimo alegato jurídico dirigido a rescatar la
significación histórica del General Santiago Mariño. -¿empañada por
haber reivindicado El Estado de Oriente y por haberle impedido en
1830 su ingreso a Venezuela al Gran Mariscal de Ayacucho, Primero
de la República de Colombia, Antonio José de Sucre? A lo que me
respondió con una amable cortesía desdeñosa, algo así como que él
se ocupaba del Poder y dejaba a otros el ocuparse de La Despensa.
Mas, debo confesar el pecado original que al inicio perturbó
mi valoración crítica de la obra de Antonio Echarri, que motiva estos
ligeros comentarios. Formado intelectualmente en los fundamentos
del Humanismo marxista, -lo que me llevó a retraerme de la
militancia en el Partido comunista- permanecí y he permanecido, en
cambio, identificado con La concepción materialista de La Historia.
Hasta el punto de que, me complace reiterarlo, me ha costado
mucho penetrar el consejo que en una ocasión me dio el Maestro
Juan David García Bacca, en términos que inicialmente me
parecieron desconcertantes: “Carrera, Carrera, - me dijo-, como veo

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que a Ud. le interesa la historia contemporánea, lea a Plutarco.”
Grande fue mi asombro, pues algo de Plutarco había leído durante
mi trayecto escolar. Pero, restablecido mi equilibrio intelectual, me
sumergí en los volúmenes de la Bibliotheque de la Pléiade
contentivo de Les vies des hommes illustres, de Plutarco, hasta que
capté el sentido del consejo recibido; el cual era, sencillamente:
“Tenga en cuenta La condición humana.” O sea la potencia que ha
vuelto depauperado escenario de las bajas pasiones de un grupo de
alzados la Venezuela llegada a la ejemplaridad de la moderna
democracia.
Mas, ¿cómo hacerlo? Desde entonces vengo esforzándome por
lograrlo, encarando hoy una prueba: me complace tener la
oportunidad de formular algunas sumarias consideraciones sobre la
obra de Antonio. Es decir, la obra de un abogado ¿litigante? cuya
requisitoria ante el Tribunal de La Historia llega al exceso jurídico
de no limitarse a fundar la inocencia del acusado, sino que toca el
exceso de acusar a los culpables del delito atribuido al defendido.
Tal delito lo he descrito, en el caso iniciado públicamente con la
denominada Cosiata, como haber contribuido de manera decisiva a
la demolición de la más grandiosa, necesaria y eficaz obra histórica
de “Los venezolanos que se fueron con Bolívar”; es decir la unión de
pueblos en lucha por La Independencia puerta de La Libertad,
bautizada al nacer en Angostura como República de Colombia; la
misma cuya independencia fue consolidada por su ejército,
comandado por el general colombiano Simón Bolívar, nacido en La
Capitanía General de Venezuela; y padre, fundador y, al promulgar
su Ley Fundamental, el primer ciudadano de La República moderna
liberal; proeza realizada en la llanura de Carabobo, en el 24 de junio
de 1821, cuya significación quedó consagrada en Decreto legislativo
de 20 de julio de 1821, del Congreso general de la República de

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Colombia: “2º Que la por siempre memorable jornada de Carabobo,
restituyendo al seno de la patria, una de sus más preciosas
porciones ha consolidado igualmente la existencia de esta nueva
República.” Y dispuso 7º…”el retrato del general Simón Bolívar con
la siguiente inscripción; Simón Bolívar Libertador de Colombia.”
Alivia mi conciencia de historiador de oficio el haber dicho lo
que acabo de expresar. Como me complace reconocer que el estudio
crítico del alegato jurídico-historiográfico producido por Antonio
Ecarri me ha hecho pensar que, probablemente, de la confrontación
de su defensa de Miguel Peña ante el Tribunal de La Historia, y de
la explicación de la ruptura de la República de Colombia que corre
en mi reciente obra titulada Colombia, 1821-1827: Aprender a edificar
una República moderna liberal, podría surgir una explicación en la
cual, para decirlo casi insidiosamente, se correlacionasen de manera
equilibrada la majestuosidad de los grandes procesos históricos con
la pequeñez de los hombres que, creyendo cabalgarlos, son en
realidad arrastrados por ellos.
Quizás a intentarlo nos invita el autor de la obra que nos
ocupa, al cerrarla con una declaración que la sitúa en una
perspectiva de evolución creadora:

“Tratamos de hacer justicia histórica a nuestros héroes


con sus aciertos y sus errores. Dándole a cada uno de ellos lo
que les corresponde. Esto no significa que en este trabajo
hayamos sido imparciales, porque tenemos nuestra propia
visión de lo acontecido y como dijera Octavio Paz en El
laberinto de Soledad: “No vemos solo con los ojos sino con
nuestras pasiones, intereses, ideas y creencias. Vemos a través
de nuestra propia historia.” (Paz. 2015). No soy historiador y
eso me permite tener una mayor licencia para realizar este

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trabajo en lo que a rigurosidad metodológica se refiere. Sin
embargo, estoy consciente que es una virtud del que estudia la
historia y fija posición ante ella el ser empático, que necesita
trascender su propio tiempo y espacio para comprender el
ambiente sociocultural que definió un acontecimiento. No es
lo mismo juzgar aciertos o errores del pasado con la
mentalidad de este siglo que tratar de hacerlo situándonos en
el momento en que ocurrieron los hechos y en las
circunstanciad que rodeaban esos acontecimientos. El esfuerzo
lo hicimos, no sé si lo logramos.”

Valga el propósito del autor, como advertencia al lector ¿y


como demanda de dar prueba de ecuanimidad, dirigida al crítico?

Germán Carrera Damas


Escuela de Historia
Facultad de Humanidades y Educación
Universidad Central de Venezuela.
Caracas, 22 de julio de 2018.

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