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El “Romancero gitano” es un libro publicado por Federico García Lorca en 1928; en el cual

reunió una cierta cantidad de poemas que previamente había, en su mayor parte, publicado en
forma individual.

Puede hacerse una comparación entre los romances del “Romancero gitano”, y aquellos del
período medieval; de lo cual pueden extraerse algunos elementos comunes y otros
diferenciales.

Los romances medievales son obras de las que no solamente se desconoce el autor, sino que
probablemente no tengan un autor único; ya que su forma actualmente conocida proviene de
una recopilación que en un momento determinado registró por escrito lo que era transmitido
en forma oral, por lo que debió tener variantes introducidas por los diversos intermediarios.
Los romances gitanos que García Lorca fuera publicando poco a poco en diversas revistas
literarias o periódicos, y luego reuniera en su libro “Romancero gitano”, fueron
originariamente concebidos como una obra literaria; y obviamente tienen un autor
perfectamente individualizado.

El autor recurrió a una forma literaria conocida, para crear un tipo de obras de arte que tienen
predominantemente un carácter lírico, en cuanto expresan sentimientos y buscan promover su
desarrollo al tomar contacto con ellas; lo cual es un factor común con buena parte de los
romances “viejos”. Pero éstos tuvieron un origen claramente épico, dirigido a la
rememoración de las luchas guerreras vinculadas especialmente a la Reconquista del territorio
ibérico ocupado por los musulmanes.

Es cierto, por otra parte, que los romances gitanos de Lorca tienen un componente de relato
evocativo de hechos, con diverso grado de realismo (algunos son altamente idealizaciones);
pero no se trata del tipo de hechos heroicos que justificaría plenamente que se los calificara
como obras épicas.

Los romances gitanos tienen también en común con los medievales, algunos aspectos
formales. Ambos están escritos en verso, y emplean la misma métrica octosílaba. Pero
mientras los romances antiguos están estructurados en una tirada (lo cual tampoco puede
considerarse que sea una característica propia, ya que no es posible determinar nada al
respecto, en su origen), los romances gitanos están separados en forma estrófica; aunque no
responden tampoco a las formas más rígidas de otros modelos de obras poéticas, como el
soneto. La rima es asonante, y se aplica en los versos impares.

Federico García Lorca no era gitano. Desarrolló, en cambio, una obra literaria
deliberadamente fundada en el empleo de una serie de elementos líricos claramente asociados
a la cultura del pueblo gitano que habitaba en la región de Andalucía, en la Península Ibérica,
y en la cual permanentemente se alude a personas de raza gitana; como un instrumento de su
arte literario.

Sabido es que los gitanos constituyen una etnia altamente caracterizada por rasgos propios;
acerca de cuyo origen existen varias teorías pero muy poco conocimiento certero: se les
asignan orígenes en el Egipto antiguo, en el sur de África o en el oeste de Asia. Existen desde
tiempos inmemoriales, pueblos gitanos en varios lugares de Europa (además de en Andalucía
los hay en los Balcanes y en otras zonas); y luego también se trasladaron a América, sobre
todo en el Brasil.
Generalmente se asocia a la idiosincracia del pueblo gitano caracteres como un extraordinario
gusto por la música y el baile, fuertes rasgos pasionales, marcada sensualidad y erotismo en
sus mujeres jóvenes, y un fuerte componente de superstición. También es cierto que, siendo
un pueblo que posiblemente sea el último - al menos en las sociedades occidentales - en
persistir en un estilo de vida nómade, aunque los gitanos suelen tener en ciertos casos una
buena capacidad económica, se ocupan solamente en actividades compatibles con su
nomadismo. A veces se les adjudican condiciones morales negativas, como la inclinación al
engaño y al aprovechamiento de la ingenuidad; en actividades tales como la “adivinación del
futuro” o la “lectura del destino en las manos”, que suelen ofrecer las mujeres gitanas ya
maduras, a los transeúntes de las ciudades.

No es el gitano un pueblo que tenga asociada a su cultura una particular religión; pero sí un
sentido trágico, en función de expresiones violentamente pasionales del amor, los celos, el
odio, la envidia o el orgullo; que, al menos en gran parte de la producción artística que toma
el pueblo gitano como centro de su desenvolvimiento, suelen culminar en situaciones de
tragedia y muertes violentas, que a menudo suscitan un especial impacto emotivo porque
afectan a mujeres hermosas, hombres jóvenes, y niños.

Los romances gitanos de Lorca trasuntan todos esos elementos; en los cuales puede
considerarse tanto que existe un medio de obtener un resultado pintoresco y en cierto modo
folklórico, o que en realidad proviene de un profundo sentimiento de integración del artista
con los rasgos culturales del pueblo gitano-andaluz. No faltan, asimismo, quienes tienden a
universalizar los elementos que conforman los contenidos esenciales del “romancero gitano”
como expresión de un lirismo referido a toda la humanidad, por encima de los caracteres
culturales del pueblo gitano en particular.

Ubicación de la obra

La obra de García Lorca tiene un indiscutiblemente alto valor literario. Sin embargo, existe
una notoria tendencia a exagerar altamente ese valor; especialmente en función del contexto
histórico en que, sobre todo, ocurrió su temprana a la vez que trágica muerte.

Reconocidamente, el contexto político y las circunstancias concretas de la muerte de Lorca, se


inscriben en el proceso de alta controversia ideológica que configuró la Guerra Civil
Española; lo que ha propiciado a su respecto la misma actitud de exagerada exaltación de sus
reales valores, que suele ocurrir en el ambiente del arte en base a este tipo de motivaciones
ideológicas. Es notorio que Lorca murió ultimado por una patrulla de las fuerzas del
Alzamiento franquista, sin que fuera parte de un grupo activamente beligerante; lo cual
condujo a que su muerte fuera inmediatamente tomada como una referencia por parte del
bando opuesto y las corrientes que lo apoyaban. Aún en la actualidad, el tono exageradamente
elegíaco de algunos análisis de su obra, así lo evidencian.

Es indudable que en la obra literaria de García Lorca subyacen elementos que convocaban el
cuestionamiento de algunos elementos fuertemente arraigados en la cultura de la sociedad de
su época. La sola circunstancia de exaltar la cultura de una minoría étnica, por lo general no
asociada con los valores de contracción al trabajo y a la integración social, ya conformaba un
factor en ese sentido.
Por otra parte, en algunas de sus obras se hacen alusiones eróticas, que seguramente habrían
de suscitar la desaprobación de algunas fuerzas sociales, en una España en que la cultura
predominante era altamente tributaria de los valores sustentados por un catolicismo radical. A
ello cabe agregar su notoria y ostentada condición de homosexual.

Comentario del romance de la casada infiel

La casada infiel
Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.

Pasadas las zarzamoras,


los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena
yo me la llevé del río.
En el aire se batían
las espadas de los lirios.

Me porté como quien soy.


Como un gitano legítimo.
La regalé un costurero
grande de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.

El texto de este Romance forma parte del “Romancero gitano” incluido, en el Nº19 de la
“Biblioteca de Oro de la Literatura” publicada semanalmente por el diario “El País” de
Montevideo en el transcurso del año 2000. También es posible que se encuentre - solamente
para su lectura en pantalla - en la Biblioteca Virtual Cervantes de la Universidad de Alicante,
en www.cervantesvirtual.com

El romance se desenvuelve en dos niveles cronológicos: el actual en que el personaje hace el


relato del hecho de que fuera protagonista, y el retrospectivo en que ocurre el hecho relatado.
Se suscita de inmediato un paralelismo con aquellas expresiones de otros géneros - como la
poesía gauchesca - en que está implícita la existencia de un auditorio que escucha el relato de
lo sucedido al cantor (o al relator), lo que es por cierto también un elemento característico de
los romances clásicos.
El momento actual está delimitado por los primeros cinco versos, que conforman dos
períodos. Los primeros tres versos centran el tema básico del poema, consistente en que el
gitano tuvo una relación íntima con la que creía era “mozuela” (doncella, virgen) pero “tenía
marido”. Los dos últimos sitúan el momento temporal e implícitamente el lugar y anticipan la
actitud provocativa de la muchacha; “casi por compromiso”.

La “noche de Santiago” alude a una noche de festividad religiosa (San Tiago), en que se
presupone que sea conocido del auditorio es costumbre en los pueblos reunirse los pobladores
y forasteros en la plaza o lugar similar, en un ambiente festivo de “romería”, de por sí
propicio a este tipo de provocaciones y encuentros eróticos.

El relato se desencadena en forma directa y acelerada mediante expresiones que implican el


alejamiento de la pareja del centro de la fiesta y su llegada a una zona sin duda cercana, pero
no urbana sino rural que ya había sido anticipada como la orilla de un río: “Se apagaron los
faroles” es una expresión figurada en el sentido de que no se apagaron realmente sino que
ellos quedaron fuera del alcance de su luz, al alejarse. “...y se encendieron los grillos”
describe, también en forma metafórica, la llegada a una zona de campo, aislada de la gente,
tranquila y silenciosa, en que lo que se oye es el canto de los grillos.

El recorrido que la pareja realiza desde la fiesta de Santiago hasta el río, está pautado
implícitamente con sucesivos detenimientos, en los cuales comienzan los episodios de
erotismo. Todavía no salidos totalmente de las calles “en las últimas esquinas”, la instintiva
excitación que va dominando a cada uno de ellos es expresada mediante las imágenes de los
pechos de la mujer que al ser estrechados se muestran blancos “como ramos de jacinto” y de
las caricias a su cuerpo trasuntadas en el ruido del almidón de la enagua, sonando como seda
“rasgada por diez cuchillos”, los dedos del hombre.

El uso de expresiones que invierten el orden gramatical natural, anteponiendo el adjetivo al


sustantivo (últimas esquinas) destaca el alejamiento de la zona de ambiente social hacia un
ambiente de soledad propicio a la intimidad. Abundan las metáforas que en sentido figurado
aluden a la ofrecida desnudez de la mujer al equiparar la blancura de su cuerpo con el de las
flores de jacinto, y la agresividad masculina del hombre al comparar sus dedos con cuchillos.
La profunda oscuridad de una noche sin luna, se expresa al describir la aparente mayor altura
de unos árboles que no están iluminados por ella: “sin luz de luna en sus copas”. La lejanía y
soledad del lugar, también es descripta en forma figurada, al aludir a “un horizonte de perros”
que “ladra muy lejos del río”.

En un segundo momento, como en un cambio de plano cinematográfico, la segunda tirada de


versos abandona lo que hasta el momento parecía una imagen observada a cierta distancia,
donde se percibían elementos del ambiente alejado, para quedar centrada en un ámbito
cercano e intimista. Establece una especie de barrera con el resto del ambiente, constituida por
las zarzamoras, los juncos y los espinos que existen al borde de la zona en que el río forma
una playa con el limo que conforma su fondo.

La descripción pasa a una alternación de imágenes de cada uno de los personajes, como
también ocurre en el relato de cine o televisión en las escenas de diálogos; al tiempo que cada
uno de los versos muestra a uno y otro desprendiéndose de sus ropas. La aceleración del
impulso pasional se manifiesta en la elipsis del verbo activo (quitar), que no es incluido en los
dos siguientes versos. “El cinturón con revólver” que se menciona, traza una imagen del
hombre, como potencialmente violento, que el narrador y protagonista emplea como un medio
de exhibir su carácter de valiente y varonil.

La narración toma seguidamente un ritmo más lento, al detenerse en la descripción de la


fineza del cutis de la mujer, abarcando cuatro versos; y luego alude a la consumación de su
relación íntima por referencia a sus muslos.

El desenlace temático del romance, muestra al gitano en una expresión de arrogancia de


“gitano legítimo”, describiendo la actitud de la mujer al aludir en forma sugerente a “las cosas
que ella me dijo” en el acto de pasión, que omite relatar, por hombría y caballerosidad; y su
desvalorización por no ser doncella: “sucia de besos y arena”.

A pesar de lo escandaloso que en su época, sin duda, pudo resultar este romance por su
insólitamente detallada descripción de un encuentro pasional ocasional y puramente erótico,
lo que en definitiva se desprende de él parece ser, por el contrario, la banalidad de la pasión
meramente instintiva.

El gitano reitera en el final lo anticipado en los primeros tres versos, en cuanto a que había
creído que la mujer era doncella, pero resultó no serlo. Pero en los cuatro versos finales,
introduce un nuevo concepto: el de que no solamente él lo creyó sino que ella se lo dijo,
mintiéndole; y que esa falta de lealtad, unida a la infidelidad hacia su marido, era un
impedimento absoluto para que él se enamorara.

El sentimiento del amor, queda así claramente distinguido de la mera pasión de una relación
circunstancial; sentimiento que no puede existir respecto de aquella que no solamente resultó
ser mentirosa, sino además infiel. La mujer, la belleza de cuya blancura indicativa de pureza y
doncellez fuera ensalzada al principio, queda finalmente transformada en “sucia de besos y
arena”; una mujer que no es merecedora de ser amada, y a la que se recompensa regalándole
un costurero.

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