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obsesión
Es innegable el desfase entre la formación pedagógica que reciben los docentes en
universidades e institutos y las estrategias más bien inductivas y reflexivas que exige el
desarrollo de competencias
Las ideas fijas nos roen el alma con la tenacidad de una enfermedad incurable
Guy de Maupassant
Usted está conduciendo un auto por la avenida Javier Prado a las 7.00 pm de un viernes
cualquiera. Las maniobras imprudentes e intolerantes con las que se va tropezar van a poner
a prueba su paciencia, así como también la confianza en sus habilidades o en el margen de
maniobra que le permita su auto. Deberá, además, demostrar su conocimiento de las reglas
de tránsito, su disposición a respetarlas, aunque a ratos le provoque ignorarlas para avanzar
más rápido. El tráfico de la hora también va a retar su capacidad de concentración, para
poder reaccionar a tiempo cuando otro auto se le acerque demasiado. Asimismo, se va a
poner a prueba su amabilidad, su apertura para ceder el paso cuando haga falta o para no
mencionar la madre del prepotente de turno. No cabe duda también que deberá demostrar
habilidad para conducir en medio de semáforos averiados, cruces congestionados y
repentinos cambios de carril del conductor de al lado. Su sentido ético y su responsabilidad
también serán testeados cuando deba decidir si conduce o no después de los seis chilcanos
que se tomó en el cumpleaños de su prima; o si responde al WhatsApp mientras maneja.
La rareza salta a la vista, porque saber manejar no supone la suma de todas estas
habilidades, sino la capacidad de conjugarlas, todas en simultáneo, cuando se está en las
calles frente al volante. Por eso es que, si a usted no lo pusieran a prueba en las pistas, una
y otra vez, manejando en el tráfico, se sentiría estafado. Es como matricularse en un curso
de cocina para aprender a preparar tallarines verdes con apanado, donde solo se reciben
clases sobre la sal, la pimienta, el ajo, el limón, la harina, la mantequilla, el pan molido, la
leche evaporada, la albahaca, las nueces, el queso parmesano y las ventajas del tallarín
grueso sobre el delgado, pero donde no se enseñan los procedimientos de combinación de
los ingredientes para hacer el pesto, los tallarines ni el bistec apanado.
De ese absurdo logramos escapar el 2016 cuando se aprobó el Currículo Nacional para la
Educación Básica, dejando atrás el Diseño Curricular Nacional (DCN), luego de diez años
de vigencia. Diez años en los cuales se malacostumbró al docente a manejar un currículo
por competencias como si se tratara de un currículo por objetivos, es decir, partiendo cada
competencia en pedacitos (conocimiento, capacidades, procedimientos, valores, actitudes)
que se enseñaban por separado. Diez años en los cuales muchos maestros fueron reforzados
en el error de que, para lograr cualquier competencia, bastaba comerse uno a uno cada trozo
de la torta y en momentos distintos.
Esta afirmación no es gratuita. En junio del 2017, Jessica Tapia y Santiago Cueto
escribieron un informe sobre el largo proceso de reforma curricular comprendido entre el
2012 y el 2016, que el proyecto FORGE apoyo técnicamente, en el que se hace la misma
constatación:
«Desde que se asumió el enfoque por competencias persiste el desafío sobre cómo
transmitir a los docentes un mensaje claro acerca del desarrollo de las competencias y lo
que implica trabajar por competencias en el aula. La propuesta del DCN, al describir las
competencias en términos de capacidades, conocimientos y actitudes, fragmentó y
desdibujó el concepto mismo de competencia: los conocimientos se enunciaron como
«temas», sin especificar su alcance, y las capacidades quedaron convertidas en objetivos
de aprendizaje puntuales. Con este esquema se comunicó que desarrollar una competencia
significaba lograr cada una de las “partes”, de las capacidades, promoviendo el
aprendizaje de saberes fragmentados, sin que necesariamente se comprendiera el
significado o propósito de estos saberes en conjunto».
Pero imaginen ahora que para enseñarle a leer diseñamos un conjunto de sesiones que le
permitan, en un caso, aprender algunos conceptos básicos de teoría lingüística, las
diferencias entre signos fonéticos y gráficos, entre memorización y comprensión, etc.; otras
sesiones para enseñar las actitudes correctas a la hora de leer, así como el valor de la
escritura; otras que enseñen a manejar procedimientos para identificar información en
textos variados; hacer inferencias sobre distintos clases de datos; reflexionar sobre las
formas textuales; reflexionar sobre los contenidos y, luego, sobre sus contextos posibles.
Imaginen ahora que evaluamos a los estudiantes al final de cada sesión y, si han obtenido
un resultado más o menos satisfactorio en cada una de ellas, deducimos que ya son
competentes en lectura. Raro, ¿verdad? Sería como enseñar a manejar un auto sin salir a las
pistas o hacer tallarín verde dando clases solo sobre sus ingredientes.
Según afirman César Guadalupe, Juan León, José Rodríguez y Silvana Vargas, en un
estudio recientemente publicado, «La información disponible muestra que los docentes,
tanto de instituciones educativas estatales como de no estatales, indica que necesitan
recibir capacitación en estrategias y prácticas de enseñanza. Esto implica que sienten que
carecen de las herramientas pedagógicas necesarias para enseñar. Lo anterior puede
obedecer a diferentes factores, entre los que destacaría la inadecuada formación inicial
recibida por los docentes, que no necesariamente los habría habilitado para enseñar ni
para adaptar esa enseñanza a los cambios curriculares que regularmente se presentan en
el país».
Es innegable el desfase que existe entre la formación que reciben los docentes en
universidades e institutos –que oscila entre el academicismo y el activismo, y que disocia
teoría y práctica- respecto de las estrategias más bien inductivas y reflexivas que exige el
desarrollo de competencias. Sin embargo, el problema no se reduce a saber adaptar técnicas
y herramientas a uno u otro cambio curricular en matemática, lectura o ciencias. El desafío
es más grande. Se trata de enseñar a pensar, a resolver problemas haciendo uso flexible y
creativo del conocimiento, a poner en acción saberes diversos para desentrañar la realidad y
para construir realidades alternativas.
¿Deben los alumnos aprender conocimientos? No cabe duda que sí, es la materia prima de
toda competencia. ¿Deben aprender valores y actitudes? Naturalmente, afrontar un desafío
no es solo una cuestión de saber, sino también de actitud y de responsabilidad. No obstante,
aprender a actuar de manera competente en el mundo real nos obliga a dar un paso más:
enfrentar de manera continua situaciones que nos exijan hacer uso combinado de los
conocimientos, habilidades y actitudes aprendidas para resolverla. Hasta ahí no llegamos si
regresamos, neciamente, a la idea de que basta enseñar y evaluar cada cosa por separado.
El Perú asumió el reto de hacer virar su educación hacia esta nueva dirección a fines de los
años 90, junto a numerosos países de distintas regiones del mundo. Lamentablemente,
extraviamos el camino, justo en momentos en que los principales exponentes de la
pedagogía contemporánea tomaban clara distancia de los viejos enfoques parcelados de la
educación formal. Hace apenas dos años recuperamos la ruta a costa de muchos esfuerzos,
para avanzar los primeros centímetros de un recorrido que exhibe todavía varios kilómetros
por delante. Los cambios que se anuncian, sin embargo, nos regresan nuevamente a la ruta
oscura.
El DCN se modificó luego de una década de vigencia. ¿Qué puede llevar a volver a meter
mano a un currículo recién aprobado después de un proceso que tomó, como nunca antes,
varios años de estudios y consultas plurales, y que el propio Consejo Nacional de
Educación avaló? Esta es, a mi juicio, la historia de una obsesión. A veces no importa tanto
la arbitrariedad de los cambios que introducimos a las cosas en educación, cuanto el afán
desesperado por poner nuestra huella digital en ellos. Salvador Elizondo decía que solo lo
irracional puede volverse obsesivo. Dependiendo del contexto y la intención, esta frase
puede aludir a un comportamiento admirable, o a un acto más bien irresponsable y
peligroso. En este caso, no luce maravilloso.
Fuente: https://www.educaccionperu.org/curriculo-escolar-historia-una-obsesion/
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
Guadalupe, César; Juan León, José S. Rodríguez y Silvana Vargas (2017). Estado de la
educación en el Perú: análisis y perspectivas de la educación básica. Lima:
GRADE/FORGE.
Cueto, Santiago; Tapia, Jessica (2017). El apoyo de FORGE al desarrollo del currículo
nacional de la educación básica del Perú. Lima: GRADE/FORGE.