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Autor: D. Pineiden
El sol ya caía con fuerza sobre el árido salar y los treinta hombres que buscaban con
que hicieron estallar sobre el desierto abrió un boquete del cual pudieron terminar de llenar
las carretillas. Unos se sentaron a tomar un sorbo del agua tibia que traía el aguatero, otros
secaron su sudor con la manga a sus camisas, algunos terminaron de moler los terrones
grandes con sus barretas. Paukar retiró el gorro de su cabeza y lo dejó sobre el montón de
mineral recolectado, a un costado de donde se sentó. Sus manos gruesas por los callos
– Pues, porque no había trabajo para un hombre como yo, además alimentar mujer y
– ¿Y cómo quiere que sea fácil? Si está muy mal pelado el chancho. Trabajamos de
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– ¡Esclavitud, más sería!
– ¡Vos callate! No veís que siempre andan sapos entre nosotros, ¿cierto compadre
– No sé nada yo, pero si se que es mejor seguir trabajando para que no nos pase
nada malo.
– Seguro pos, usted que sabe tanto, el amigo que sabe juntar las letras.
– ¡Salga usted! Si usted también saca la vuelta pues – aunque no le gustaba hablar,
– ¡Feliz! De algo que valga la pena estar por estos lados sacándose la mugre.
No tenía más de diecisiete años el joven Paukar, era el menor del grupo pero no por
eso el menos fuerte. Levantó las cejas para pedir a su compañero la cantimplora que estaba
a un par de metros de él. Las diez carretillas estaban llenas de material, Alguien tendría que
llevarlas a la correa transportadora; en realidad diez de los treinta, dejando cinco carretillas
polvo las manos, tomó los mangos de la carretilla sobre la cual dejó su gorro.
Se levanta el tercio que le correspondía mover la carga mientras se aleja Paukar por la
senda hacia el centro de acopio, amontonaron las herramientas al lado de una roca y
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sonreían por el último chiste que salió de entre todos. No tenían la prisa juvenil, pero si más
firmeza, la calma de una espera casi eterna en la que no sucede nada. Hicieron lo mismo
que Paukar, rompieron un terron para pasar el polvo por sus manos y cogieron cada uno su
carretilla. A paso lento, en una fila irregular de hombres de distinto tamaño, avanzaron por el
camino.
Mientras caminaba veía su gorro, a cada paso que daba podía observar cada detalle
de los colores perdidos ya hace tiempo, lo nuevo era el pardo terroso que lo recubría y los
tonos que aún no habían desaparecido. De los tonos pasó a recordar los colores originales,
aquellos que llevaba cuando el gorro aún no era suyo, sino de su padre; de su padre pasó a
recordar el dolor de haberlo perdido y de sentirse perdido en la pampa. Otro cielo, otra tierra,
otro aire, otros sonidos, otras caras, y la pena de no ser lo que podía haber sido con los
suyos. La vida había sido perversa con Paukar, pero algo le movía a mantenerse en pie.
Tomó al gorro, y lo olió, aún tenía ese algo de su padre y de su madre que lo llevaban
a tiempos más felices e inocentes. Ya eran muchos los años que había dejado a su madre y
luego perdido a su padre. No tenía idea porque su vida había sido así, pero lo único que
quería era cambiar, ser libre, volver a su antiguo hogar. Las barreras eran muchas, sin
embargo, pensó en aprovechar la primera oportunidad que se le diera para cumplir tal
II
El sol casi se levantaba atravesando las montañas más altas de la cordillera, pero solo
habían retazos luminosos y muchas sombras mañaneras cubriendo todo el poniente. Paukar
respiraba el aire frío y húmedo mientras sus ojos se llenaban con el azul profundo del cielo
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limpio y los rojos terrosos de la tierra que lo vio nacer. La montaña a un lado y a otro el
altiplano, las champas de pasto que mimetizaban las manadas de llamas y alpacas era todo
Estaba agitado porque era primera vez que viajaría con su tayta y eso lo ponía feliz,
no había dormido en toda la noche de los nervios pero se sentía con mucha energía luego de
masticar chuño a la salida del caserío del ayllu, recostado junto al llamo que lo acompañaria
durante el viaje. Debían bajar atravesando todas las montañas, llegar al valle y recoger una
carga de qulloa que les serviría para mejorar las cosechas, traerían de vuelta además una
carga de guano. Paukar conocería el mar, lo único que sabía era el vértigo de mirar algo sin
fin. Era su madre la que venía de allá y siempre le contaba las historias de su pueblo, la
El taita Chikan salió al rato con el resto de los animales amarrados entre sí con una
cuerda. Era el año que le tocaba hacer la ruta comercial de la comunidad hacia donde cae el
sol. Recolectaría guano y salitre, tendrían los mejores cultivos en mucho tiempo. La
asamblea del ayllu lo había decidido, era hora de aumentar la cosecha. Haría además
intercambios de lana por charqui durante el viaje. Como estaba el tiempo calculaba que, en
veinte días podría cruzar con Paukar las montañas y llegar al valle. De ahí otros quince días
luego de encontrar el camino. Se sentía orgulloso de su fuerte hijo, le encargó a su mujer que
le tejiera un nuevo Ch'ullu colorido para cubrir su cabecita. Haría feliz a Paukar, su primer
hijo.
– Si, hijo, si. Vamos caminando por el sendero. Tu guiarás a los animales por un rato,
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las provisiones y cárgalas en el llamo.
– Voy, tayta.
Se dirigió Paukar a su casa a buscar el saco con los alimentos para el viaje que
realizaría con su padre, el saco era grande por lo que no podía cargarlo solo, comenzó a
arrastrarlo por el camino. Vio salir a su mama, le hizo una seña para que lo ayudara.
– Claro, siempre que pueda te ayudo mi niño, debes cuidar de tu viejo churi, a veces
– No se preocupe mamak, yo soy hijo de los dos, los quiero tanto como inti a pacha.
– Mi niño grande, serás un gran hombre cuando crezcas – lo mira con un brillo en la
mirada y ríe.
Cargaron el saco en el llamo, las vejigas con agua a cada lado. Se abrazaron la madre
y el hijo, se despidieron y Achik se alejó. No quería verlos irse, entro a la casa a descansar.
En tanto padre e hijo se alejaban lentamente por la senda, el viejo apoyado en su bastón y el
niño dando saltitos cortos entre roca y roca. Todo el valle ya estaba iluminado y los pájaros
Efectivamente el viaje fue de veinte días, bajando por las quebradas, siguiendo los
hojas de coca al pasar por la primera de las quebradas y se fueron masticándolas para
engañar al estómago. Frío no pasaron nada, ya que siempre que se hacía noche
acomodaban la recua de animales en torno a ellos y hacían un pequeño fuego. Lo único que
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tenían que cuidar era que no llegase el puma a atacarlos y llevarse algún animal.
Y, como el miedo a algo es casi también como una invocación a ese algo. No pasaron
muchos días cuando, acurrucados típicamente en torno a las llamas del fuego y las llamas en
torno a ellos, ¡Sas! Y sienten el rugido del puma a unos cien metros, un estremecimiento
– Es un puma Paukar, quédate con los animales ¡que no les pase nada!
Desenvolvió del cinturón su honda, recogió unas cuantas piedras redondas del suelo y
las fue preparando para lanzarlas. No pasaron más de cinco minutos cuando la bestia
apareció con todas sus fauces abiertas, saltando sobre uno de los animales de la recua. La
asombrosa habilidad de Chikan impidió que el puma hiriera a una de las llamas, cayó
Con el animal muerto, se calmaron los ánimos entre todos, como no se come la carne
algún peletero a cambio de alimentos, que les serviría algo más que un pedazo de piel. Esta
precordillera. Llegaron cerca del mediodía ya cansados, los pies doloridos y el cuerpo
de la zona. Entraron y cuatro ojos se levantaron para mirarlos y ver que tan amigos serían los
– Rimaykullayki, amigos.
– Nosotros somos de allá el altiplano, donde sale el sol primero. Vamos a buscar algo
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de salitre y guano para mejorar las plantaciones. La asamblea lo decidió y era mi turno.
Aprovecho también de traer al cabro chico para que aprenda, conozca tierras distintas. Que
se haga grande.
– Bueno, – le dijo el viejo – no espere compadrito que más para la costa le vaya bien,
se están poniendo peligrosas las cosas. Se está llenando de estos chilenos violentos, no se
aún para que, pero mejor no acercarse mientras no pase esta tormenta.
– ¡Quizás para cuando compadrito! – dijo el otro, que terminó siendo el comerciante –
– Claro pues, se la cambio si quiere, ¡Paukar, trae el puma que matamos! Yo creo que
igual vamos a ir por lo nuestro, no creo que nos pase nada malo, la mamapacha nos ha
– Tome amigo, se la cambio por las provisiones para llegar a la costa y volver para
acá.
– Pues, buen precio le va a sacar, deme también su churi y le cambio además cinco
llamas más.
encomendada por todo el ayllu era recoger el material para mejorar las cosechas, la decisión
era terminantemente formal y estricta. Continuar pese a los posibles peligros que se
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El plan era llegar a la costa, recoger el guano que es más liviano y cortar hasta el salar
más próximo a la cordillera para ahorrarse el viaje, debían hacer un desvío al sur de unos
cincuenta kilómetros. Tenían que llegar a Caleta Chica, donde seguramente se encontrarían
con familiares de Achik, comerían pescado y otros animales marinos, cargarían el guano y
descansarían unos días antes de volverse. A la vuelta pasaría por el salar Surire cuyo camino
era directo pero más peligroso del que habían hecho. Se cargaron de provisiones y dieron
III
Si en la anterior etapa lo que tenían que hacer es intentar pasar el frío cordillerano,
sequedad y un paisaje árido. Un paisaje que, al pasar de los días, puede transformarse en un
tormento que siempre es mejor olvidar. Siguiendo siempre la quebrada del río Camarones,
no debían perderse ni demorarse mucho. Desafortunadamente ese año fue muy seco, por lo
que de haber agua, nada. Soportaron estoicamente los cerca de quince días que demoraron
en cruzar el valle, se adentraron en la cordillera costera durante seis días más. Apareció el
mar.
Un viento fresco azotó los rostros morenos del Paukar y su padre, agitó los filamentos
de todo el cuerpo de cada llama y con solo un respiro limpiaron los pulmones resecos por el
viaje. Ambos se volvieron a revisar los animales, los contaron y vieron que todo estaba bien.
Hasta el momento, la Mamapacha los había protegido, lo sabían pero no lo decían para no
romper la magia de haberlo logrado. Fue un largo silencio que dedicaron para contemplar el
vasto espejo marino y agradecer al tayta Inti por guiar con su luz el camino.
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– Es el mar, churi Paukar.
– ¿Quién?
– Entonces, ¿de donde vienen los otros hombres? ¿los de Chile, del Perú, que son tan
distintos a nosotros?
– De más allá, nadie sabe muy bien, pero llegaron con un hambre voraz. Llegan y se
– De hambre sé, tengo hambre, usted me dijo que del mar podemos sacar unos
– Así fue como te dije Paukar, vas a recordar este momento, el sabor de los animales
– Por eso, esas son gaviotas, esos con el pico grande pelícanos, esos chicos y
rechonchos pingüinos.
– Me gustan.
– Esos no se comen.
Desempaquetaron los enseres que llevaban en el saco, sacaron la red que Achik les
había preparado, recordando los viejos tiempos con su familia. Era una mujer de mar, así que
conocía todas las técnicas para obtener el alimento de él y las había enseñado a su marido
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cuando se conocieron. El pequeño Paukar miraba la red y el resto de los instrumentos
asombrado, no sabía como usarlos pero intuía que servirían para atrapar el alimento del día.
Caminaron por toda la costa hasta la punta, atravesando algunos charcos de mar y llegando
al islote más extremo. En el islote se encontraron con unos lobos de mas, así que tuvieron
que ahuyentarlos para poder pescar tranquilos. No esperaron mucho cuando sintieron un
– ¿Cómo se cocinan?
Recogieron la pesca y volvieron al campamento. Ahí hicieron el primer fuego del día y
prepararon los peces, sacándoles las escamas y limpiándoles las entrañas. No podían estar
más contentos, luego de semanas sin alimentos frescos, el sabor y la textura blanda de la
carne les despertó el apetito, que tenían en conserva todo ese tiempo. Comieron todo, lo
acompañaron además con un poco del chuño que les quedaba y tomaron los últimos restos
– Fue en este mismo viaje, con mi tayta, tu abuelo. Tenía cerca de veinte años y ya me
acampamos cerca de ellos por unos días. Achik era la más linda de todas y más encima
dejaba que le conversara, al principio no nos entendíamos mucho, así que con señas me
Así que celebramos la ceremonia y les dejamos algunos animales que traíamos de reserva.
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De ese entonces que ella es de nuestro pueblo y se hizo tu madre.
– Ella también te debe echar de menos, pero está orgullosa de ti. Tiene un gran hijo.
– Si tenemos suerte los encontramos, ellos siempre viajan, para el sur, para el norte.
¡Quién sabe!
completo.
– Mi churi, debe ser porque llevas el espíritu de los Camanchacas también, pero ellos
son sufridos. Más que nosotros. Además nos pondríamos muy tristes si nos dejas solos en el
que el sol se escondía atrás en el mar. Decidieron quedarse ahí acampando y partir un poco
más al sur al día siguiente. Como no podían dormir más, Paukar y su padre conversaron
acerca de todo lo ocurrido durante el viaje. Lo que les había parecido más divertido, lo más
terrorífico, lo más cansador, los recuerdos de los colores y la inmensa vastedad del altiplano,
desierto y mar. Al final, todo tendía a ser lo mismo para los distintos seres que habitaban el
mismo mundo. Al final, todos venían del mismo lugar para ir al mismo lugar.
dormidos y al cobijo de las llamas, que tan útiles les fueron en el viaje. El ruido del mar
chocando con la playa les parecía tremendo, pero como un ronroneo que, después de todo,
resultaba placentero y relajante. Despertaron con el griterío de las aves marinas, con todas
las energías de un nuevo días. Decidieron pescar algo más y partir. Comerían el pescado
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cocinado en el cacharro portátil, en donde podían dejar carbón para mantener los alimentos
en cocción. Esta vez tuvieron más suerte y se triplicó la cantidad de merluzas tomadas de la
red. Devolvieron cinco ya que no sabían como llevarlas sin que les pasara nada. De esa
Siempre con chispas de agua salada humedeciendo la ropa y los rostros de estos dos seres
que guiaban a los animales con los cuales llevarían un preciado cargamento a su pueblo.
– ¡Llegamos!
– No, churi, acá está el tesoro que dejan los pájaros. Acá se juntan por miles cada año
y nacen más pájaros, acá todo lo que sacan ellos del mar lo depositan como sus desechos
en el suelo. Con los años se acumula, se seca y ya se puede recolectar. Las aves nos dan su
regalo para lo que no volamos y nos alimentamos de la tierra. Trae las palas.
– Bueno, tayta.
No pudieron encontrar a los camanchacas familiares de Achik. Los días que estuvieron
llenando de guano los sacos se encontraron con otra banda, que les dieron indicaciones de
donde estaban ellos. Habían partido más al sur y no volverían en un año más. No tenía
sentido seguir buscándolos. Sin embargo, lograron cambiar algunos tejidos por charqui de
pescado, les serviría para el viaje de retorno y algo les quedaría como presente para los del
ayllu. Llenaron todos los sacos que traían, venderían antes de llegar al salar la mitad. De
esta manera les quedarían más reservas. Chikan sabía como negociar en esas tierras.
Descansaron una semana, debían volver antes que comenzara el mayor calor del año, antes
IV
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Con los animales cargados, el viaje se hizo más lento, pero como ya era conocido el
camino, hicieron el viaje sin problemas hasta la entrada del valle central. Nuevamente era el
desierto y cada vez más caluroso. Decidieron cambiar los horarios de viaje, lo harían durante
cuenca.
comerciantes, se lo llevaron casi de inmediato. Algo urgente les llevaba en su viaje, sin
– Allá veremos los pájaros más grandes de la tierra los suri y los que se paran en una
– El caliche, luego hay que separar con calor lo bueno de lo malo. Como el cielo está
A lo lejos, cada cierto tiempo, veían pasar caravanas repletas de hombres. Era algo
inesperado, pero no se preocuparon ya que la distancia les hacía ganar confianza. De todos
modos apresuraron el paso, avanzaron más deprisa demoraron casi un mes en llegar a ver
el salar. Nuevamente, a la vista, era otro mas, más calmo, más blanco, manchado de lagunas
aquí y allá, con vegetación rastrera por los bordes e infinidad de pájaros. Los suris a un lado,
bandadas de parinas por otro. Llamas y alpacas silvestres pastando. Una fauna exhuberante.
Un osasis dentro de tanto desierto. Nuevamente, Paukar quedó pasmado por la belleza
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– Donde esté blanco, ahí hay que picar. Es duro, nos demoraremos más que con el
guano. Por otro lado estate atento, los zorros pueden atacar las provisiones, nos dejarían sin
nada.
desenvolviendo los sacos para ir llenándolos. El olor a guano apestaba aún en los sacos
vacíos, con un poco de aire que los ventilase se aliviaría la pestilencia. Durante los días que
trabajaron, por la mañana llenaban un par de sacos de caliche y por la tarde lo procesaban
artesanalmente. Lograban obtener la mitad del material en salitre. El trabajo se hacía tedioso
y cansador. Las manos de Paukar se ampollaron por completo y ya no miraba con los
A lo lejos, una sombra a caballo observa las labores de ambos. Azuza a la bestia para
que se acerque a los dos indios desgraciados que le estas escarbando su propiedad. Lo
impediría, terminaría de inmediato con tal falta de respeto. Así se trata a la gente del norte,
demuestra miedo. Esta vez es distinto al puma, este animal si ataca mata, debe de tener
cuidado.
– Pues, en mi ayllu tenemos la autorización desde mis abuelos para extraer el caliche
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– ¡A ver! – lo examina detenidamente – ¡Esto ya no vale! Ahora es territorio chileno y,
como tal, los papeles deben ser chilenos. Este salar es mio, tengo el documento, y comienzo
– Muy bien, muy bien, patroncito, como quiera. – con la voz llena de ira contenida–
Paukar lo guardo todo rápidamente, a la mirada del hombre oscuro todo lo hacía con
temblores espasmódicos. El tono de voz de este lo aterrorizó por completo. Sintió la tensión
entre ambos hombres. Una tensión histórica, que venía de ya más de trescientos años
cuando llegaron los hombres blancos y toda su prepotencia. Cuando estuvo listo, el hombre
más tiempo en el lugar. Atardecía cuando nuevamente sienten sonido de caballos al trote.
Son cinco hombres los que se acercan. Suena un disparo, Chikan cae fulminado. Los
hombres se detienen.
– Está muerto – Uno de ellos le toca el cuello para medir las pulsaciones.
– El patrón dijo que quiere al cabro chico. Que le llevamos los animales y el salitre que
Amarraron al niño y lo subieron a una silla del caballo del que daba las órdenes.
Paukar se quedó completamente pasmado por el shock recién recibido. No respondió hasta
tres horas después cuando llegaban al campamento que recién se estaba formando. Los
animales, la mitad de ellos, fueron faenados para alimentar a los hombres, el resto quedó en
reserva. El guano fué desechado, repartido los víveres que llevaban. El viaje completo de un
Durante dos años el niño fue tratado como un esclavo, a punta de huascas aprendió a
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limpiar las habitaciones, botar los desechos de los hombres, cocinar el rancho. Con diez
campamento, don Ignacio Cañas, dueño del salar, pudo hacer jugosos negocios con el
mineral extraído. Pudo hacer brotar todo un pueblo, la casa del patrón, la casa del capataz,
la iglesia que se vio presionado a construir por los curas misioneros. Se hacía prospera la
industria, sin embargo, aparecieron obviamente las consecuencias. Los agitadores, una y
otra vez se levantaban, pidiendo mejores sueldos, mejores tratos, en fin, nada de lo que
Es así como, un caso entre tantos, permitió forjar una de las primeras riquezas del
Chile independiente, triunfante y conquistador. Pasando a llevar todo lo que convenía ignorar,
saqueando las riquezas naturales que abundan en todo el territorio de la angosta faja de
tierra. Así es como fue que un niño indio, que desconocía toda esta crueldad, se vio
enfrentado a esta realidad. Los dos años que pasaron, lo hicieron crecer tal como al pueblo.
Llego un prestamista, una cantina, una chingana. Lo necesario para una vida de pueblo.
Estaban por construir un teatro, pero eso debía de estar a cargo de una visita muy
importante, experta en tales construcciones. Era la hija del patrón, la señorita Cecilia, por lo
Un día cualquiera llegó una carta avisando que la fueran a buscar al puerto de Iquique.
Muy ocupado don Ignacio, ordenó con urgencia una comitiva que la fuera a recibir. Entregó el
dinero para veinte caballos de tiro y diez bueyes al Caregato, hombre de confianza del
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patrón. Envió a Paukar como paje, era el único niño que había en el campamento, así que no
le quedó otra pese a que desconfiaba completamente de los indios. A otro par de hombres
como compañía de seguridad. Así fue como, en cerca de un mes los recibió el puerto, con
todos sus aromas, bienes y males. El buque de la señorita Cecilia aún no llegaba, así que
tuvieron que esperar una par de semanas más, se había retrasado en Lima debido a
complicaciones políticas, a este nivel de las relaciones todo era muy complicado.
buen amigo de don Ignacio, don Carlos Montes. Recorrieron las calles y disfrutaron de sus
pequeños placeres. El cebiche fresco, algunas sopaipillas y otros alimentos callejeros. Los
días que no salieron con Paukar, los aprovecharon en cosas para mayores. Hasta que
de jóvenes y muchachas, todos con la apariencia de ser mucho más que personas normales,
eran los artistas que vendrían a pasar una temporada en la salitrera. Con seguridad la paga
sería bueno, los parisienses no se mueven de esa ciudad a no ser que la bolsa de monedas
El puerto hervía de sonidos, olores y personas que se dirigían a uno y otro lado,
mar, el horizonte estaba cubierto de embarcaciones que esperaban su turno para entrar a
puerto, algunos llevaban un par de días y deberían esperar hasta un día más. Era una ciudad
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exportación de salitre. Había una sección especial de bodegas en donde se acumulaba el
material para la construcción del ferrocarril a Arica-La Paz, demorarían unos cinco años más
en terminarlo, al menos eso decían los informes de los periódicos aparte de poner en relieve
la alta tecnología con que estaban confeccionados los modernos trenes de esta via.
Caregato.
– Muy bien, gracias. No, Humberto, ha sido muy amable. ¿Cómo esta mi padre?
– Pues bien, sacándose la mugre para levantar la calichera. Dijo que usted se
– Así es, querido. Precisamente te esperaba para que que te preocupes de bajar todas
las piezas y con mucho cuidado las ajustas en las carretas. Son piezas muy delicadas, si se
– No se preocupe. Acá con el Huarén vamos a hacer todo lo necesario para que ande
todo bien.
– Si.
la recepción le entregó a Cecilia el tercer cuarto del segundo piso. Tenía vista al mar, pero
eso no era lo que le importaba. Se veía agitada y no era porque hicieron el camino desde el
embarcadero muy rápido, sino porque hasta el momento todo había salido bien.
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será problemático para lo que tenemos que hacer.
– Tendremos que repartir una considerable cantidad de textos, ¿el niño podrá ayudar?
¿Sabes leer?
salitrera, es para traer algo de esperanza a este pueblo chileno. Entonces, ¡Tendré que
enseñarte!
meterse más-
– Entonces, Beto querido. Debes repartir los cinco paquetes con el manifiesto, un
paquete por hombre. Tu te quedaras con el resto de la carga y esperar aquí, recibiendo toda
termine vuelvo. Si todo funciona bien, en ese momento el norte, este norte se moverá.
Luego de haber descansado del viaje un par de días y preparar a todos los bueyes
con la carga en material para la construcción del teatro, partió la caravana interminable hacia
la salitrera. El viaje sería de por lo menos un mes, con descansos durante el día cuando las
llamas solares lamen cada centrímetro de superficie y de noche cuando el frio cuela hasta los
huesos. Por suerte las habilidades de la comitiva de artístas era variada, los músicos y
esas ocasiones para reírse de ellos como núnca lo había hecho, en tanto las lecciones de
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lectura y matemáticas avanzaban sin mayores problemas.
Pero el desierto agota a cualquiera, ya los últimos días casi nadie se soportaba ni
entre sí ni a sí mismos, el peso del silencio natural de ese ambiente provocaba sinnúmero de
meditaciones, pensamientos y nuevas ideas. Muchos silencios, pocos ruidos. Lo único que
incitaba un ansia de avanzar eran los pocos pastos que aparecián a lo lejos, indicando un
altiplano aún lejano pero que pulsaba por aparecer. No pasó mucho tiempo para que, en una
de las mañanas apareció un fulgor del sol a nivel de la tierra, eran las calaminas que
conformaban esa construcción indefinida bajo el cual se cobiajan los trabajadores del salitre
buen descanso, pronto tocaría la construcción del teatro que recrearía la vida de la oficina.
VI
trasero ya casi se había acabado, algunos borrachos jugaban a las cartas a la salida. La
ocasión era especial, todos esperaban por entrar a su turno para ver la obra de teatro. La
primera en la oficina y, por lo que comentaban los que algo sabían, de lo que habían visto u
En tanto las cosas se volvían cada día más agitadas. Poco a poco en las oficinas se
que podían exigir mejores condiciones pero los reclamos e intenciones de mejorar quedaban
en nada, los patrones hacían oidos sordos y se encargaban rápidamente de reemplazar a los
más revoltosos. Los mensajeros que llegaban a la salitrera para informar de los avances de
las tareas encomendadas por la organización fueron poniéndose cada vez más cautelosos,
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pasara lo que pasara debía existir la coordinación entre todas las oficinas en las que había
Cecilia fue preparando a Paukar para actuar en la última presentación, logró hacerlo
leer con fluidez y juntar los números. En el teatro se programó la primera función para el
dueño y funcionarios de la oficina con sus familias, luego vendrían los funcionarios de menor
La escena mostraba el mismo desierto que los atormentaba a todos por igual, con su
calor ardiente, pero desierto de civilización. Narraba la historia de los colonizadores cuando
se embarcarón en la fabulosa empresa de atravesar esa angosta faja de tierra que ahora
sería Chile, eran don Diego de Almagro con sus quinientos hombres atravesándolo.
Buscaban lugares donde abrevar sus animales, hasta ese momento el número del grupo
Huillac Huma y su hija Ñusta con sus seguidores, habían escaparon hace algunas noches.
la pampa del tamarugal y secuenta su dominio de sangre. Cada vez que aparece en el
posteriormente lo sacrifican. Así fue como logró dominio de la zona, de su libertad también, a
sangre y a fuego . La princesa emblemática comenzó a ser llamada la Tirana del Tamarugal,
Almeida, buscando alguna veta de mineral precioso para explotar para hacerse rico y volver
encontrarse, jamás el desierto ha sido tan grande como para que se eviten estos encuentros
fortuitos. Algo sucedió en la princesa tirana que no solo no lo mató sino que se enamoró y se
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convirtió al cristianismo. Fue lo que desató la tragedia.
sacrificio de ambos. Fueron descubiertos juntos rezando frente a una cruz de tamarugales.
No dudaron un instante y cientos de flechas los atravezaron de lado a lado. Ambos murieron
en instantes, dejando su sangre correr y regar al desierto. A los días nacio un ramillete de
flores del desierto donde murieron. Era un milagro para todos, lo divino en la tierra. Entonces
de a poco fue corriendo la voz de la tragedia, del milagro. Al tiempo contruyeron una capilla
Todo termina con una tremenda representación de los bailes, hombres vestidos de
diablos, con vestimentas coloridas, música que llama a danzar y saltos de a uno y otro lado
fin a la explotación.
El público asistente se agita, quizás conmovidos por las palabras y la música que
cerraban la historia trágica de la Virgen de la Tirana, o el mismo alcohol que se les subió a
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todos a la cabeza. Todos agitados salieron, algunos comenzaron a cantar canciones de
protesta, otros incitaron a los asistentes a marchar a la casa del patrón para exigir justicia.
Se fue sumando casi todo el pueblo al movimiento, algunos se quedaban mirando, otros
enardecida.
A cien metros de distancia de las oficina y la casa del patrón aparecieron veinte
Las cosas se estaban desbordando, las noticias que llegaban de otras oficinas mostraban
que algo se podía ganar con eso, los hombres avanzaban paso a paso, lentamente. Se
detuvo el grupo a unos seis pasos del portón, los hombre fieles a don Ignacio prepararon
armas. El ambiente tenso, en veinte segundos Cecilia reaccionó, no era el momento aún de
llegar a los extremos, eso sería después, pasaban esas ideas unas tras otras en su mente.
– ¡Detenganse, todos! ¡Ya basta! No debe morir ningún hombre, sangre inútil sería
para el futuro.
Los hombres con los cuales había planificado la situación que se había salido de
control comenzaron a calmar los ánimos. Los hombres a caballo bajaron las armas. Desde la
casa salió don Ignacio, había sido despertado por la turba y estaba furioso.
– ¡Son estos revoltosos, patrón! A la salida del teatro los trajeron a todos acá.
sacamos menos caliche y yo me enojo – rojo de ira, vio como su misma hija protegía al resto
de los hombres con su cuerpo – ¡Y tú! Cecilia, te vas a Santiago. Te dije que no te metieras
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con sumo cuidado. Todos los que pudieron reconocerse en la protesta fueron enviados a la
explotación más alejada de la calichera. Que sufrieran por su rebeldía, era el acuerdo de los
jefes. Entre estos iba Paukar, el que había aprendido a leer y el que ayudo a Cecilia con la
revuelta del teatro. Con sólo catorce años fue destinado a pasar las peores penurias que un
hombre viviría en el desierto, pero el niño era fuerte, había aprendido a soportarlo todo, había
aprendido a ser libre por un tiempo, por eso dudaría en abandonar la vida.
VII
Apoyó las ásperas manos sobre su rostro, los años habían tejido como roble de piel
aquellas zonas en donde el trabajo lo exigía. Los músculos crecieron, Paukar ya era tan
fuerte como el más experto de los barreteros, pero el polvo y el sol lo tenían agotado. Daría
lo que fuera por volver atrás a los días en que podía tocar la hierba del altiplano con sus
manos aún blandas. El cura le hablaba del destino, que era lo que era y había que aceptarlo,
pero el cura era también el que almorzaba todos los domingos con el patrón, no podía confiar
en él. Sin embargo, podría ayudarlo en conseguir algo mejor, sabía leer y escribir, eso le
padre José, se levantó y caminó los tres kilómetros que lo separaban de la oficina. Serían
interrumpirlo, atravesó lentamente la nave por el pasillo central, veía distintas figuras
Pastores al Niño Jesús. Tocó con suavidad el hombro del hombre que rondaba los cincuenta
años.
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– Padrecito, necesito hablar con usted.
apretó levemente.
– Pues vine para pedirle un favor – dejó escapar unos segundos de silencio.
– ¡Adelante!
– He pensado que ayudaría más ahí que en la pampa, rascándole la piel al desierto.
– Puede ser, Arturo ha tenido que viajar de vuelta a Santiago, su madre se muere. Lo
hablaré con Ignacio, sólo el puede dar una respuesta positiva. ¡Que Dios te apoye hijo mio!
– ¡Gracias!
Con esto, Paukar quedó contento por los días que faltaban para el día domingo. En la
misa de la mañana el cura Carlos le diría como le fue con el nuevo trabajo. Trabajó con más
ganas que nunca, dormía poco por los nervios y hasta retomó las lecturas que su maestra le
había dejado. Por suerte, nadie se enteró que las tenía, escondidos los libros entre unos
retazos de lanas, se habían conservado salvo las hojas resecas en los bordes. El día
domingo se lavó y vistió su mejor tenida, quería recibir la noticia de la mejor forma.
Esa mañana la iglesia estaba llena, se acercaba la cuaresma y todos querían saber
como se organizaría. Tuvo que esperar a que terminará todo, que se alejaran los feligreses
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– ¡Padrecito!
– Solo hago el intento, los halagos aunque bienvenidos son el fruto de la tentación.
– Hablé con tu patrón y me pidió antecedentes. Le dije que eras el niño que
momento de su garganta. La verdad estaba oculta por lo que se decía desde la casa del
– Y, ¿entonces?
– Se acordó de tí, recordó que eras muy callado hasta la llegada de la niña Cecilia. Se
acordó de tu colorido gorro, se rió y dijo que si servías para algo que la oficina necesitase
entonces, adelante.
Saltó Paukar de la emoción, sus deseos se habían cumplido en parte y faltaba nada
manejar la maquina pulsadora. La cantidad de mensajes que llegaban y traducirlos era como
coser y cantar según el mismo le decía a sus amigos. Todos ellos parecían contentos de
verlo feliz. En tanto, Paukar iba preparando el plan final, el que le devolvería lo que se le
quitó. En medida que recibía más confianza del jefe directo, podía intervenir más los
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y mentirosos, generando pequeños conflictos con los encargados de los suministros y el
Durante dos año fue soltando los engranajes. Los jefes desesperaban, el patrón veía
que se le iba la riqueza que con tanta rapidez le llegó, había logrado debilitar en forma
árbol.
Aquel día se encargó de hacer el último informe del mes y llevárselo a don Ignacio, le
explicaría todo lo que había recibido en datos de cargas, ganancias y pérdidas. Ahora tenía
el acceso completo a sus superiores. Ellos hasta llegaban a confiar en el muchacho indio que
Era tarde de viernes y don Ignacio había aprovechado de abrir un par de botellas de
whiskey inglés. Las había disfrutado primero con sus amigos más fieles y luego los despachó
Paukar se acerca con el papel, el patrón le indica el vaso para que se lo llene. Le
explica cómo van ordenados los datos y le llena cada poco tiempo nuevamente el vaso, a las
Se desabrocha un poco la chaqueta que llevaba puesta para tomar una cuchilla que
llevaba oculta en la espalda. No era hora de dudar, todo su plan de ser libre dependía de ese
momento. Sudaba perlas de agua fría, temía que lo descubrieran antes de haber muerto al
odioso viejo. La levanta y con rapidez la clava desde la espalda, atravesando sus órganos,
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una y otra vez por veintitrés veces, hasta dejarlo desangrado, sin movimiento, asegurado que
dejó de vivir.
oscuras pero siente pegajosas sus manos y húmeda su ropa. Escapar es el siguiente paso,
la montaña el paso, el altiplano su destino. Años de pesadilla bajo el sol no habían calmado
Se escabulló por las sombras hasta el establo, todos los hombres estaban bebiendo,
otros jugando y otros con mujeres. Esa hora no era para preocupaciones, ensilló la yegua
que ocupaban para pasear a los niños de los funcionarios y la montó. Salió al galope al
desierto a buscar al mundo que había perdido, el gorro que su madre la había prometido.
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