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Planteo
Preguntar qué son los entes reguladores a esta altura puede parecer
innecesario o redundante. De todas las criaturas jurídicas aparecidas o
renovadas con la reforma del Estado iniciada en 1989, éstos han sido —sin
disputa— los que más interés práctico y teórico han despertado en estos
últimos diez años. Los artículos de doctrina que se ocupan de ellos ya se
cuentan por cientos, y los tribunales no paran de resolver casos vinculados con
la actividad que desarrollan. No es para menos, ciertamente, si tenemos en
cuenta que los servicios públicos nacionales más importantes —agua potable,
comunicaciones, energía eléctrica, gas, y transporte aéreo y terrestre— están
regulados cada uno de ellos por un ente específico. Ello les ha otorgado un rol
protagónico en los estudios de derecho administrativo, a la par que ha
generado el desarrollo de una nueva rama dentro de aquél usualmente
denominada derecho de la regulación, muy ligada a la economía. No obstante
los muchos trabajos existentes sobre los entes reguladores, creo sin embargo
que todavía existe lugar para formular algunas reflexiones de interés. De hecho
los norteamericanos, que llevan más de cien años analizándolos, no se han
dado todavía por satisfechos y se plantean diariamente nuevas problemáticas
alrededor de las controvertidas independent regulatory commissions, estando
en discusión todavía si su creación es o no constitucional, y si son
verdaderamente independientes.
Como puede verse son muchos los puntos de abordaje que esta inagotable
temática ofrece. Y para esta ocasión he escogido dos de ellos: 1) a qué
estamos aludiendo realmente cuando hablamos de entes reguladores, y 2)
cuáles son los postulados de la coherencia interna de su régimen jurídico. En
cuanto al primero, debemos admitir que no existe una noción precisa de lo que
es un ente regulador, ya que ciertamente no nacieron con la reforma del Estado
de 1989. En todo caso se han desarrollado con mayor intensidad a partir de
ella. Pero nadie puede dudar de que la vieja Junta Nacional de Carnes ya
desaparecida, o el propio Banco Central entran también en la categoría de
entes reguladores. De modo tal que es necesario, quizás, formular algunas
precisiones en torno a esta cuestión. En relación con lo segundo, si bien es
común oír hablar de los entes reguladores en forma general, como si se tratara
de una categoría única dotada de reglas jurídicas uniformes, es un hecho
evidente que en la Argentina —en el orden federal— la creación de los entes
reguladores no ha respondido a una metodología planificada ni a un modelo
específico, sin perjuicio de que en líneas generales se ha intentado seguir el
modelo norteamericano en lugar del inglés, que en cambio fue usado en
materia de tarifas. Por el contrario, estos entes han ido apareciendo con cierta
espontaneidad, como fruto de la necesidad de reglar la actividad de los
prestadores de los servicios dados en concesión o licencia, lo que permite
conformar un mapa de entes reguladores bastante heterogéneos que
responden a diferentes conformaciones. Incluso tampoco puede decirse que la
categoría ente regulador sea propia o exclusiva de aquellos que regulan la
prestación de un servicio público. Hay —como dije— entes que aparecieron
mucho antes de la reforma del Estado y siguen existiendo, y no todos ellos
están dedicados al control de un concesionario de servicios públicos. Resulta
entonces muy difícil sostener que hay un régimen jurídico unificado y
omnicomprensivo de todos los entes reguladores existentes. En realidad creo
que es más exacto sostener que cada ente posee su propio sistema, lo que
conduce a la existencia de diversos regímenes jurídicos separados y
diferenciables, que en todo caso comparten características comunes. Por ello,
cuando hablamos de los entes reguladores en conjunto como una categoría
jurídica particular, debemos tener en claro que no aludimos a un sistema o
régimen homogéneo que permite trasladar automáticamente las reglas
aplicables en cualquiera de ellos a los restantes. El desafío existente, desde el
campo del derecho, no es por ende crear —o pretender que existe— una
categoría general de entes reguladores, sino en todo caso asegurar ciertas
condiciones mínimas para que operen individualmente en un marco de
coherencia jurídica interna.
II
1. Antecedentes históricos
Aun cuando no tengo como objetivo en este trabajo analizar las independent
regulatory commissions de los estados Unidos, no puedo dejar de señalar que
—tal como es fácil de suponer en función de la rápida descripción del párrafo
precedente— las mismas conforman un sistema administrativo complejo y no
siempre ordenado, donde los conflictos de jurisdicción entre ellas son
frecuentes en razón de la superposición de funciones.
Al igual que en los Estados Unidos, la Argentina a partir de 1930 vio florecer
una gran cantidad de entes reguladores de actividades económicas, como fruto
de la recepción de las doctrinas del intervencionismo estatal en la economía y
en respuesta a la crisis económica con que fue inaugurada esa década.
Aparecieron así la Junta Nacional de Carnes (JNC), de la cual dependían
varias corporaciones y cuya creación dio lugar a un famoso caso judicial en el
que se cuestionó sin éxito la constitucionalidad de la agremiación obligatoria de
los ganaderos; la Junta Reguladora de Granos (luego Junta Nacional de
Granos, JNG), que funcionaba como órgano de aplicación de la Ley de Granos
destinada a defender el precio de los granos afectados por la situación
internacional. Para la producción vitivinícola fue creado el Instituto Nacional de
Vitivinicultura (INV), para la yerba mate apareció en 1934 la Comisión
Reguladora de la Yerba Mate, en el ámbito forestal fue creado el Instituto
Forestal Nacional (IFONA). No menos famoso fue por aquella época el Instituto
Argentino para la Promoción del Intercambio (IAPI). Creado en 1946 por
decreto-ley 15.350/46 y extinguido por decreto-ley 2395/55, era una entidad
autárquica con facultades para intervenir en diversos sectores de la economía
en particular en las exportaciones e importaciones.
Ahora bien, para responder con cierta precisión a la pregunta acerca de qué
son los entes reguladores, me parece importante responder dos interrogantes
previos: (a) qué hacen los entes y (b) quién los crea, ya que en posesión de
esos datos las respuestas pueden fluir con mayor facilidad. Repasaré primero
las facultades asignadas a los entes y luego me dedicaré a cuál es el órgano
encargado de su creación.
2.1.En general
Aun cuando con ello adelanto algunas de las consideraciones que formularé
más abajo, cuando me ocupe de la naturaleza de los entes reguladores, debo
decir que éstos pueden ser considerados como un estado dentro del Estado.
Esta característica se hace presente cuando consideramos que aquellos
reúnen las tres competencias básicas de todo Estado: legislar, administrar y
emitir pronunciamientos de carácter jurisdiccional. Una rápida lectura de las
normas atributivas de competencia en cada caso nos permite comprobar esta
verdad.
Todas ellas poseen una estructura muy similar. Comienzan con una
enunciación general de las funciones del ente y finalizan con lo que podríamos
denominar una atribución residual o de competencias implícitas. Así por
ejemplo, el ENARGAS tiene como cometido general ’(h)acer cumplir la ley
24.076, su reglamentación y disposiciones complementarias, en el ámbito de
su competencia, controlando la prestación de los servicios, a los fines de
asegurar el cumplimiento de las obligaciones fijadas en los términos de la
habilitación’, disposición que se repite casi textualmente en el ENRE. El
OCRABA debe ’cumplir y hacer cumplir el marco regulatorio y los contratos de
concesión de la red de accesos a la Ciudad de Buenos Aires y sus normas
complementarias realizando un eficaz control y verificación de las concesiones
y de los servicios que se presten a los usuarios’ y el ETOSS ’tiene como
finalidad ejercer el poder de policía y de regulación y control en materia de
prestación del servicio público de provisión de agua potable y desagües
cloacales en el área regulada, incluyendo la contaminación hídrica en lo que se
refiere al control y fiscalización del Concesionario como agente contaminante,
de conformidad con lo establecido en este marco regulatorio. En tal sentido
tendrá a su cargo asegurar la calidad de los servicios, la protección de los
intereses de la comunidad, el control, fiscalización y verificación del
cumplimiento de las normas vigentes, y del contrato de concesión’,
disposiciones estas que se repiten con gran similitud en los marcos regulatorios
de las comunicaciones y de los servicios de aeropuertos.
2. 3. Competencia administrativa
(b) Obligaciones: (i) dar asesoramiento; (iii) dar publicidad de sus actos; (iii)
informar al ministerio del cual dependen y (iv) deber de confidencialidad.
2.3.1. Facultades
2.3.1.2. Tarifas
(b) Controlar que las tarifas sean aplicadas de conformidad con las
correspondientes habilitaciones y con las disposiciones de la ley.
Son múltiples las tareas que en este terreno puede realizar un ente regulador.
Así por ejemplo, el Enargas ha dejado sin efecto los modelos de contrato
elaborados por una distribuidora con sus clientes para ser tenidos como
Grandes Usuarios, por considerar que eran abusivos e inequitativos, resolución
luego confirmada judicialmente.
Los entes pueden establecer, a pedido de los concesionarios, los bienes que
deban ser afectados a expropiación o servidumbre, o bien autorizar las
servidumbres de paso y otorgar otras autorizaciones.
Por último, es facultad corriente de los entes fijar y percibir las tasas, derechos
y aranceles, los que pasan a integrar su patrimonio. Así, por ejemplo, en
materia de telecomunicaciones, electricidad, agua, gas y actividades nucleares.
En los casos del gas, la electricidad y las actividades nucleares, la falta de
pago de la tasa habilita al ente a expedir un certificado de deuda que obra
como título ejecutivo. La facultad de percibir tasas no obstante no habilita a los
entes a modificar la base imponible para el cálculo de las mismas, lo que
resulta contrario al principio de legalidad.
2.3.2. Obligaciones
Tengo para mí, sin embargo, que la función jurisdiccional del ente puede ser
más amplia aún. No tengo dudas, por ejemplo, de que las facultades
disciplinarias que todos los entes poseen constituyen un típico caso de ello. No
hay aquí una controversia específica entre diferentes sujetos pero sí hay una
decisión —la de aplicar o no aplicar una sanción y en el primer supuesto el
grado o monto de la misma— que es típicamente jurisdiccional. De hecho, la
propia redacción de algunas normas nos indica la existencia de un proceso y la
exigencia de respetar el debido proceso. Tanto el ENRE como el ENARGAS,
pueden aplicar las sanciones previstas en los respectivos marcos regulatorios,
en sus reglamentaciones y en los términos de las habilitaciones o contratos de
concesión, respetando en todos los casos los principios del debido proceso.
Igual disposición rige para la ARN. Por otro lado la exisencia de una relación
estrecha entre la aplicación de una sanción (pecuniaria en el caso) y el ejercicio
de facultades disciplinarias ha sido judicialmente reconocida. Así, se ha dicho
que ’... en virtud de lo dispuesto por el art. 66 del marco regulatorio de la
industria del gas, toda controversia que se suscite entre los sujetos de la ley o
con terceros interesados debe ser sometida en forma previa y obligatoria a la
jurisdicción del ENARGAS, confiriéndosele entonces de modo expreso la
facultad de dirimir los conflictos llevados ante él. Esta atribución puede ser
razonablemente ejercida en concordancia con aquella otorgada en el art. 59,
inc. g) referida a la aplicación de sanciones, por lo que la imposición de una
multa en la resolución de un caso entre un particular usuario del servicio
público y la empresa distribuidora no importa un exceso en los límites de la
competencia del Ente’.
De todos modos, y como conclusión muy general, debo decir que en ninguno
de estos tres puntos los entes reguladores en la Argentina han producido un
avance diferente o significativo, sin perjuicio de pautas jurisprudenciales que se
van delineando. Así por ejemplo, se ha sostenido en YPF c. ENARGAS que la
atribución jurisdiccional asignada al ENARGAS por el art. 66 de la ley 24.076
se ciñe a las controversias suscitadas a propósito de las materias propias del
servicio público.
Mi opinión sobre este punto difiere con los criterios examinados salvo con el
de MAIRAL, que ciertamente fue vertido en un contexto diferente al actual, y
por ende hoy no puede ser evaluado con absoluta certeza. Este autor como
dije, no formuló en su momento objeciones jurídicas sino prácticas a la
jurisdicción primaria, y quizás ellas estén actualmente superadas con los
nuevos entes reguladores, al menos con los creados por ley. Las opiniones de
GUASTAVINO, TAWIL y AGUILAR VALDEZ por el contrario, creo que han
expuesto criterios extremos. GUASTAVINO ha llevado la doctrina fuera de los
límites en que se ha desarrollado en los Estados Unidos, en tanto que TAWIL y
AGUILAR VALDEZ la han restringido demasiado.
En síntesis, creo que nos encontramos una vez más frente a una disquisición
que es más terminológica que de fondo. Puede comprobarse que tanto en los
Estados Unidos como aquí se da una situación de hecho similar. Allí se dice
que ella configura uno de los supuestos de la jurisdicción primaria. Si bien el
derecho administrativo en la Argentina no ha desarrollado el concepto de
jurisdicción primaria, creo que no tiene impedimentos para hacerlo, al menos
en lo que hace al objeto específico de los entes reguladores y su competencia
para decidir controversias entre los sujetos de los servicios regulados.
Podemos decir, entonces, que nuestros entes reguladores ejercen jurisdicción
primaria dentro de estos límites. De hecho algunos pronunciamientos hacen
alusión a ella.
Esta discusión se planteó con la creación del ORSNA. Todos recordamos que
la privatización de los aeropuertos fue conflictiva y, al igual que la de Aerolíneas
Argentinas, dio lugar a acciones judiciales promovidas por legisladores de la
oposición. Si bien no es del caso recordar con detalle las alternativas de los
procesos que se iniciaron con el propósito de detener esta privatización, creo
necesario recordar que ésta puso en marcha dos decretos del Poder Ejecutivo
que fueron suspendidos en sede judicial mediante el dictado de medidas
cautelares. No obstante ello el Presidente decidió seguir adelante con la
privatización y, acudiendo a las facultades de necesidad y urgencia que posee
bajo el art. 99.3 de la Constitución Nacional, dictó un nuevo decreto que ratificó
los anteriores y permitió la continuación del proceso privatizador. Este último
decreto también fue impugnado judicialmente y suspendido en sus efectos por
una nueva medida cautelar. En esta última resolución —que es la que me
interesa destacar aquí— la jueza interviniente hizo hincapié en la
inconstitucionalidad de los decretos de privatización ya que los marcos
regulatorios —y por ende la creación de entes reguladores— debe hacerse por
ley.
3.3. Mi opinión
Como reflexión inicial señalo que, en esta materia, escrutar la voluntad del
constituyente es poco menos que imposible —tal como señalaran
MARIENHOFF y CASSAGNE— de modo que la interpretación originalista
como dirían los norteamericanos, no es de mucha ayuda. En 1853 no existía la
descentralización como técnica de organización administrativa, y en 1994 no se
introdujeron reformas específicas sobre este punto. Si bien es cierto que uno
de los fines de la reforma fue la morigeración de la autoridad presidencial, no lo
es menos que el constituyente estableció normas específicas al efecto cuando
lo creyó necesario. De ello se sigue que en las materias no reformadas
parecería que no consideró necesario introducir cambios. Es así que la
competencia para la creación de los entes reguladores debe buscarse en el art.
75 o en el art. 99, que a estos efectos están tan magros de contenidos
expresos como lo estaban hace ciento cincuenta años, salvo la clásica
competencia del Congreso para crear el Banco Central (art. 75.6) y las
universidades nacionales (art. 75.18). Fuera de estos casos, la creación de
entes reguladores (o autárquicos en general) no fue atribuida expresamente a
órgano de gobierno alguno.
Tampoco me parece que el art. 42 deba ser tomado como una prueba
irrefutable de la existencia de un principio constitucional que imponga crear los
entes reguladores por ley. Esta norma se refiere a la legislación sin calificarla
de ninguna manera. No dice ’ley’, ni ’legislación del Congreso’, ni ha empleado
expresión alguna que permita inferir que tal legislación deba ser una ley formal.
El vocablo legislación no es sinónimo de ley del Congreso, sino que es un
término que hace referencia más al orden normativo en general, dentro del cual
se incluyen las leyes formales y también las leyes en sentido material donde se
encuentran los reglamentos del Poder Ejecutivo y toda disposición normativa
general. De hecho, cuando la Constitución ha querido que sea el Congreso
quien legisle lo ha dejado expresamente establecido. Asimismo es
comprobable que el argumento basado en la palabra legislación puede
volverse en contra de quien lo sostiene, aun cuando existe alguna norma que
ayuda a esta postura. En síntesis, el argumento basado en el art. 42 ofrece
muchas debilidades, o al menos fundadas dudas.
Con lo dicho hasta aquí estoy en mejores condiciones para abordar la noción
de ente regulador. Lo haré tratando de demostrar que aquélla no es tan precisa
ni tan definida como aparece a primera vista. Así, lo primero que debe anotarse
sobre los entes reguladores es que poseen una caracterización multifacética
que merece ser analizada tanto desde un punto de vista estático-jurídico como
dinámico-operativo.
Podría considerarse que con los tres elementos mencionados —a los cuales
podrían agregarse otros— tenemos una descripción bastante exacta de lo que
es un ente regulador. Sin embargo a mi juicio no alcanzan para describir su
polifacético perfil. Tengo para mí que la compleja trama de competencias que
les son atribuidas, sumada a su especial posición en la regulación de una
actividad industrial, hacen de los entes reguladores algo más que una simple
entidad autárquica que se comporta como un árbitro o como un tribunal.
Recordemos —como dijimos más arriba— que los entes reúnen las tres
funciones básicas de un estado. Así, dentro del ámbito de la actividad o servicio
regulado ejercen la función administrativa, la legislativa y la jurisdiccional. Y
además lo hacen dentro de un ámbito físico sumamente extendido que en
algunos casos abarca a todo el territorio nacional. De allí entonces que los
entes reguladores se comportan realmente como un pequeño estado dentro del
Estado.
Por ello, para la creación de los entes reguladores podían tomarse dos
caminos: (a) elegir un modelo planificado y crear todos los entes existentes a
partir de un molde específico o (b) cubrir las necesidades a partir de hechos
concretos y según la impronta que el legislador considerara conveniente en
cada momento. Se empleó esta segunda alternativa que como dije más arriba
es históricamente explicable, y no puede ser objeto de reproche en modo
alguno. Ello nos obliga, sin embargo, a tomar conciencia de esta diversidad
pues no podemos desconocerla y unificar bajo una misma categoría todos los
entes sin parar mientes en sus diferencias. La obligación que se impone a partir
de esta diversidad entonces es tratar de que cada ente posea un sistema
individualmente coherente. De ello me ocuparé en el Capítulo III.
(b) dentro de esta concepción amplia hay algunos entes que son arquetípicos
pues reúnen todas las características naturales de un ente regulador, esto es:
(i) creación por ley; (ii) autarquía; (iii) plenitud de funciones administrativas,
reglamentarias y jurisdiccionales, (iv) idoneidad técnica y (v) capacidad de
actuar como tribunal administrativo, otorgada por la revisión judicial de sus
actos por recurso directo ante una cámara de apelaciones.
(d) No puede decirse, entonces, que la categoría ente regulador sea propia o
exclusiva de aquellos que regulan la prestación de un servicio público. Hay
entes que aparecieron antes de la reforma del Estado y siguen existiendo, y no
todos ellos están dedicados al control de un concesionario de servicios
públicos.
Tal como señala GARCÍA DE ENTERRIA, esta doctrina sostiene que ante la
administración hay personas (administrados) sometidas a ella de una manera
general, es decir no calificada por una situación determinada (administrado
simple), y otras que están insertas en la organización administrativa, lo que
crea con esta última una relación especial de poder, también llamada
supremacía o sujeción especial. El maestro español sin embargo, es
particularmente crítico de la doctrina, y señala que en su país tanto el Tribunal
Supremo, como el Tribunal Constitucional, hicieron una errónea aplicación de
ella, calificando como relaciones de especial sujeción supuestos que nada
tienen que ver con la disciplina interna de una organización, hasta que el
Tribunal Constitucional en sentencia del 29.3.90, corrigió esta tendencia.
Señala este pronunciamiento, que la distinción entre relaciones de sujeción
general y relaciones de sujeción especial es de por sí imprecisa, y dice también
que la existencia de una relación especial no justifica el abandono del principio
de legalidad ni debe ocasionar la violación de los derechos del administrado.
1. Planteo
A lo largo del presente capítulo intentaré demostrar que esta tarea debe
abordarse con cierto cuidado ya que no siempre lo que es aplicable a algunos
de ellos puede serlo a otros, sin mengua de la coherencia en el régimen del
ente. En mi opinión, esta coherencia debe estar dada por la coordinación de:
(a) la naturaleza de su norma de creación; (b) los alcances de sus facultades;
(c) el control administrativo o de tutela sobre el ente y (d) los límites de la
revisión judicial. Existe, a mi juicio, una gran interconexión entre estos cuatro
aspectos de la vida del ente que obran como causa y efecto. De tal modo, a tal
norma de creación obedecen irremediablemente ciertas consecuencias sobre
sus funciones, éstas influyen a su vez en el control por vía jerárquica y
finalmente todo ello desemboca en los alcances de la revisión judicial que se
pretenda.
Esta afirmación me obliga a reflexionar sobre los alcances y límites del art. 76
de la Constitución. Según esta norma y en lo que aquí específicamente
interesa: ’Se prohíbe la delegación legislativa en el Poder Ejecutivo, salvo en
materias determinadas de administración ..., con plazo fijado para su ejercicio y
dentro de las bases de la delegación que el Congreso establezca’. ¿Hasta
dónde, entonces, luego de la reforma constitucional de 1994, la creación de
entes reguladores por ley del Congreso y la delegación en ellos de facultades
legislativas está permitida?
Es indudable que para dilucidar este punto hay que hacer un esfuerzo por
interpretar esa confusa mención a las materias determinadas de
administración. Y ha sido el Congreso, en ocasión del dictado de la ley exigida
por la Disposición Transitoria Octava, referida a la ratificación de la legislación
delegada preexistente, quien ha formulado esta interpretación. En agosto de
1999 fue sancionada la ley 25.148 [EDLA, 1999, Bol. 33-11], que además de
ratificar toda la legislación delegada preexistente, tal como me permití sugerir
en su momento, ha formulado una interpretación de lo que debe entenderse
por facultades determinadas de administración.
Para ello la ley tomó en cuenta la distinción trazada por MARIENHOFF entre
la administración general que posee el Presidente y la administración especial
que posee el Congreso. Según este criterio, si bien el Presidente tiene la
administración general del país, ello no le confiere la ’administración total’,
razón por la cual alguna porción de la administración total del país le
corresponde al Congreso quien ejercería así algunas ’administraciones
especiales’, tales por ejemplo, la de crear las entidades autárquicas (bancos y
universidades nacionales, entre otras), conforme lo establecido en los incs. 6° y
18 del art. 75 (antes, art. 67, incs. 5º y 16). De tal suerte, el art. 1° de la ley
entiende que son facultades determinadas de administración, y por ende
delegables por el Congreso, las enumeradas en el art. 2º de la ley, entre las
cuales se cuenta la legislación en materia de servicios públicos, lo que abarca
ciertamente la creación de entes reguladores de los mismos.
3. Facultades que pueden ejercer por delegación legislativa los entes creados
por el Congreso
3.1. Tasas
Ya señalé más arriba, al enumerar las facultades de los entes, que es facultad
corrientemente atribuida la de fijar y percibir las tasas, derechos y aranceles.
En materia de telecomunicaciones, por ejemplo, el decreto 1185/90 a fin de
dotar a la entonces CNT hoy CNC de recursos económicos suficientes y
garantizar su funcionamiento e independencia, el art. 10 del decreto 1185/90
creó el Fondo Nacional de Telecomunicaciones conformado principalmente por
una tasa de control equivalente al 0,5% de los ingresos totales devengados por
la prestación de los servicios de todos los operadores de telecomunicaciones y
por los derechos y tasas por uso del espectro radioeléctrico.
No podemos olvidar sin embargo que en nuestro país ha quedado superada la
tesis que sostenía que la tasa no era una institución fiscal, sino una creación
administrativa para resarcirse de gastos en determinados servicios prestados
para el usuario por el Estado. A partir del fallo Compañía Swift de La Plata, la
Corte Suprema se ha pronunciado indubitablemente a favor de conferir
naturaleza tributaria a las tasas, reafirmando entonces que tal instituto es una
especie del género ’tributos’, y que debe ser juzgada según los requisitos
comunes de éstos, entre los que se destacan en el citado fallo, su creación
legal, su finalidad de interés público y su no confiscatoriedad. Asimismo, la
doctrina impositiva tiene establecido de manera unánime el carácter tributario
de la tasa, particularmente en punto a la exigencia del principio de legalidad,
por cuanto la tasa es una prestación que el Estado exige, en ejercicio de su
poder de imperio derivado del principio de la soberanía estatal.
En este sentido, tengamos presente que los decretos 360/95 y 67/96, que son
la fuente normativa de las tasas que cobra la Inspección General de Justicia,
fueron declarados inconstitucionales por la Justicia Nacional en lo Contencioso
Administrativo Federal, justamente por su evidente agravio al principio de
legalidad. El decreto 360/95 fue fulminado en el fallo Jaimar, y su sucesor corrió
la misma suerte en Cidecom Internacional, S.A. y Clarewood, S.A., donde se
sostuvo: ’La tasa es un tributo porque es una obligación dineraria creada por el
Estado en ejercicio del poder de imperio y en virtud de la ley, exigida de modo
coactivo para la satisfacción de necesidades públicas. Su hecho imponible es
la prestación efectiva o potencial de un servicio por parte del Estado. Su
prestación es una suma de dinero y el sujeto pasivo de la obligación —el
contribuyente—, es quien recibe el servicio. La Constitución Nacional atribuye
al Congreso de la Nación la potestad para crear tributos. La tasa es un tributo y
consecuentemente, debe ser un acto de dicho órgano el que la establezca’.
También la doctrina se manifestó en forma unánime para repudiar dichos
decretos.
Una segunda fuente de limitaciones para los entes creados por decreto es la
de crear sanciones disciplinarias. Esta actividad también está encomendada al
Congreso por virtud del principio de legalidad, tal como lo sostuvo hace más de
cuarenta años la Corte Suprema al resolver el caso Raúl Oscar Mouviel, en el
cual incluso se pusieron fuertes límites a la delegación dada la restricción de
los derechos personales que esta actividad supone. Este criterio ha sido
admitido con amplitud por la doctrina argentina mayoritaria, la cual también se
ha pronunciado a favor de la aplicación de los principios del derecho penal (en
particular el de legalidad) al poder disciplinario administrativo. Así lo han
sostenido por ejemplo, MARIENHOFF, CASSAGNE, DIEZ y FIORINI. Esta es,
a su vez, la tendencia actual en el derecho comparado. Un nutrido grupo de
tratadistas españoles sostienen la necesidad de aplicar al derecho disciplinario
administrativo los principios que emanan del derecho penal. Están enrolados
en esta tendencia PARADA VÁZQUEZ, GARCÍA DE ENTERRIA, MARTÍN
RETORTILLO, CEREZO MIR y BAJO FERNÁNDEZ. Asimismo, tanto en Reino
Unido como en Francia la actividad disciplinaria de la Administración está muy
acotada, y en Italia o Alemania, donde es amplia, existen leyes que la reglan
expresamente y le ponen límites precisos.
4. Otras restricciones
Además de las que derivan del principio de legalidad, los entes creados por
decreto poseen otras dos restricciones que considero importantes: (a) la
imposibilidad de intervenir al concesionario en forma cautelar y (b) las que se
imponen a sus facultades jurisdiccionales.
Creo, en consecuencia, que la intervención sólo puede ser decidida por los
entes creados por ley cuando esta facultad está expresamente otorgada por
aquélla y bajo las condiciones allí indicadas. A mi juicio, existe un paralelismo
en este caso con la intervención que puede decretar la IGJ. Los entes creados
por decreto en cambio deben solicitar judicialmente la intervención cautelar del
concesionario.
En este punto también deben ser anotadas algunas diferencias entre los entes
creados por ley y los que nacen por voluntad del Poder Ejecutivo. No caben
dudas de que, en su capacidad jurisdiccional, los entes se comportan como
tribunales administrativos, con jurisdicción obligatoria. Al mismo tiempo
debemos tener en cuenta también que el órgano constitucionalmente investido
de la facultad de crear tribunales es el Congreso y no el Poder Ejecutivo. De
ello se sigue que el Congreso es el único poder con facultades para establecer
una jurisdicción obligatoria, sea en sede administrativa o judicial. El Poder
Ejecutivo también puede establecerla, pero no podría imponerla
obligatoriamente, sino sólo en forma voluntaria.
5. El control administrativo
También existen algunas diferencias de régimen en cuanto al recurso de
alzada que puede interponerse contra las decisiones de los entes reguladores
en función de la naturaleza de su norma de creación.
En mi opinión es preciso distinguir entre los entes creados por decreto y los
creados por ley. Los primeros están sujetos a una revisión plena por parte del
recurso de alzada sin que el Poder Ejecutivo pueda limitar este derecho de los
administrados, sean estos los concesionarios o licenciatarios, los usuarios u
otros terceros. No interesa si se recurre contra actos de naturaleza
jurisdiccional o de otra índole. La eliminación del recurso de alzada responde al
propósito de dotar al ente de independencia de la administración central,
independencia de la que carecen los que están creados por decreto. Al mismo
tiempo, esta eliminación supone —al menos en algunos casos de decisiones
jurisdiccionales— la sustitución de los tribunales judiciales de primera instancia
por el ente, cuya decisión luego será recurrida judicialmente por vía directa
ante una Cámara de Apelaciones, y esto constituye un procedimiento que sólo
el Congreso puede diseñar. Por el contrario, cuando el ente ha sido creado por
ley, como regla general, el Congreso puede —si quiere— eliminar la revisión
por vía de alzada, como medio de dotar al ente de una mayor independencia
del poder político. Pero de todos modos no será inconstitucional la ley que
habilite el recurso. Discrepo así con las opiniones que entienden —como regla
general— que el recurso de alzada no procede ante decisiones de tipo
jurisdiccional o técnicas, máxime cuando en el caso de estas últimas la
Procuración del Tesoro no distingue si se trata de entes creados por ley o por
decreto, y propicia que se lo disponga como reglamentación de la Ley de
Procedimientos Administrativos, cuando hay leyes que establecen el recurso de
alzada.
Por aplicación elemental de estos principios, solamente los entes creados por
ley pueden ver limitada de alguna forma en particular la revisión judicial de sus
decisiones. Por el contrario los que hayan sido creados por decreto deberán
ajustarse a las reglas o principios generales, sin poder imponer excepciones
que sólo corresponden al Congreso. En tal sentido, el Poder Ejecutivo no
podría establecer que las decisiones de un ente creado por él, sean
directamente apelables ante una Cámara de Apelaciones, en la medida en que
la eliminación de una instancia judicial legalmente prevista tornaría
inconstitucional al decreto que la disponga. Tampoco podría imponer una
instancia judicial meramente revisora de lo decidido en sede administrativa. Ello
en todo caso es una opción del Congreso.
IV
Conclusiones
ENTE
ACTIVIDAD REGULADA
NORMA CREADORA
RECURSOS Y CONTROL
NORMAS APLICABLES
ARN
Actividad Nuclear
Ley 28.004
Presidencia de la Nación
Ciudad de Bs As.
Se aplica la LPA.
Telecomunicaciones correo,
y radiodifusión.
Decreto 660/96
Organismo descentralizado
Se aplica la LPA.
CNRT
Decreto 660/96
Organismo descentralizado.
Sec. de Transporte, MEOSP.
ECO
TAM
Transporte terrestre
metropolitano
Ley 25.031
ENAR
GAS
Transporte y
Distribución
de Gas
Ley 24.076 y
Decreto 1738/92
MEOSP.
ENRE
Transporte y distribución
De energía eléctrica.
Ley 24.065 y
Decreto 1398/92
MEOSP.
ETOSS
Y desagües cloacales.
Ley 23.696,
y Decreto 999/92.
OCRA
BA
Concesiones de la red de accesos a la
Decreto 1994/93
Se aplica la LPA.
ORSNA
Servicios aéreos
Decretos 375/97
y 16/98.
Organismo autárquico.