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EL NARRADOR A G O T A D O Y LOS HORIZONTES DE

EXPECTATIVAS DEL PERSILES

Aldo Ruffinatto
Universidad de Turin

Respondiendo a Auristela que, en el primer capítulo del


cuarto libro del Persiles, manifiesta sus dudas sobre el porvenir,
Periandro afirma:

- Mira, señora [...]: como no es posible que ninguno fabrique su


fortuna, puesto que dicen que cada uno es el artífice della, desde el
principio hasta el cabo, así yo no puedo responderte agora lo que
haremos después que la buena suerte nos ajunte. Rómpase agora el
inconveniente de nuestra división, que, después de juntos, campos
hay en la tierra que nos sustenten y chozas que nos recojan, y hatos
que nos encubran: que a gozarse dos almas que son una, como tú has
dicho, no hay contentos con que igualarse, ni dorados techos que
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mejor nos alberguen.

Que en este lugar de la novela Periandro sea un narrador que


ha agotado sus fuerzas lo demuestran sus mismas palabras en la
primera frase de su respuesta a Auristela, pues la incongruencia
aparente debida a la negación de la sentencia: «faber est suae
quisque fortunae» encuentra una justificación lógica y cumplida
en la dimensión metalingüística. Dicho de otro modo, cuando el
héroe afirma que ninguno puede fabricar su fortuna "desde el
principio hasta el cabo", no hace otra cosa que repetir el mismo
concepto expresado por Ginés de Pasamonte en la primera parte
del Quijote, al contestar a una pregunta del héroe manchego sobre
el libro autobiográfico que Ginés afirma haber escrito: «¿Y está

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acabado [el libro]? -preguntó don Quijote. ¿Cómo puede estar
acabado -respondió él-, si aún no está acabada mi vida?»".
En efecto, no es otro el sentido de las palabras de Periandro
cuando afirma: «...así yo no puedo responderte ahora lo que hare­
mos después que la buena suerte nos ajunte»; donde es fácil com­
probar que el personaje narrador, el mismo que en el curso del
segundo libro había dejado constancia de sus cualidades expo­
sitivas al relatar con sutil pericia los acontecimientos de su vida
pasada, instado aquí para que cuente el desarrollo de su vida
futura, está en la obligación de confesar su impotencia, pues a él
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no le corresponde el papel de narrador "omnisciente".
Un papel que, por lo demás, empieza a plantear problemas
incluso al narrador-autor quien, tras haber acabado de prisa y
corriendo el cuarto libro de su novela, no sabe ofrecer a sus hé­
roes, finalmente casados, otra alternativa que no sea la de una
larga vida en común con la confortante compañía de nietos y
biznietos, al estilo bíblico o del cuento popular. Nada más que un
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cliché, como ha sido oportunamente observado , pero un cliché
cuya función específica parece ser la de poner el acento en lo
provisional de la conclusión.
Al igual que Manuel de Sosa Coitiño, cuya muerte simbólica
subraya la conclusión de su historia en la parte final del capítulo
décimo del libro primero, también el narrador-autor concluye su
ciclo existencial después de haber puesto fin a los trabajos de
Persiles y Sigismunda. Y así como la historia de Manuel de Sosa
deja abiertas muchas brechas en vista de su perfeccionamiento,
como lo demuestra el narratario Auristela con un comentario ex
profeso:

- Con este sueño -dijo a esta sazón Auristela- se ha escusado este


caballero de contarnos qué le sucedió en la pasada noche, los trances
por donde vino a tan desastrado término, y a la prisión de los bár­
baros, que, sin duda, debían de ser casos tan desesperados como pere­
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grinos ;

de igual manera, cabe suponer que la misma historia relatada por


el narrador-autor manifieste una especie de "no-acabado" exacta­
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mente allí donde se lee la palabra "fin" .

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Esta conjetura se convierte en algo más concreto tan pronto
como desde el final de la novela nos trasladamos hacia el prólogo
para tomar una vez más en consideración la conocida frase de
sabor profético que así reza:

Tiempo vendrá, quizá, donde, anudando este roto hilo, diga lo


que aquí me falta, y lo que se convenía. ¡Adiós, gracias; adiós donai­
res; adiós, regocijados amigos. Que yo me voy muriendo, y deseando
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veros presto contentos en la otra vida .

Que este "roto hilo", susceptible de anudarse, se identifique


simultáneamente con el hilo de la vida y el hilo de la narración no
cabe duda alguna. Pero, mientras que el milagro de la vida de­
pende -como dicen- únicamente de Dios, el milagro de la
narración puede realizarse también a través de la cooperación
previsible del narratario-lector (virtual y empírico al mismo
tiempo) consintiendo así que la ficción continúe más allá de la
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muerte
Pero, a diferencia de lo que había ocurrido con la primera
parte del Quijote cuyos "cabos sueltos" o, por mejor decir, cuyas
potencialidades diegéticas habían sido disfrutadas por un tal
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Alonso Fernández de Avellaneda en una continuación apócrifa ,
el Persiles no sufrió ningún intento de apropiación indebida ni en
la forma de una continuación ni tampoco en la de una ampliación
de las partes claramente deficitarias. De hecho, ni siquiera el
cuarto libro, con todos sus defectos, con todas sus señales de
incertidumbre trasmitidos claramente por la edición principe,
consiguió gozar de una revisión o de una refundición: posible­
mente porque la muerte de Miguel de Cervantes había apagado
todas las reacciones de sus varios enemigos, o también porque
después de la mala figura que había hecho Avellaneda, nadie se
atrevía ya a meterse en una hazaña tan peligrosa.
Efectivamente, la compleja estructura del Persiles, lor cami­
nos retorcidos a través de los cuales se desarrollan perdiéndose y
reencontrándose las distintas acciones, no se prestaban a la acti­
vidad de posibles continuadores o reftindidores como se prestaba,
en cambio, el camino rectilíneo del Quijote, o bien, fuera del
mundo cervantino, la impronta serial de los libros de caballerías.
Por otro lado, los lectores del Persiles no desconocían los proble-

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mas que planteaba el desarrollo de una historia, muy a menudo
plagada de flash back, de personajes que andan entre una y otra
historia (desde la principal a las secundarias y viceversa), de la
imposibilidad objetiva para captar el curso normal del tiempo y
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de otras muchas trampas diseminadas a lo largo del camino . Es
decir, una serie de elementos capaces de desconcertar desde el
comienzo cualquier intento de refundición o continuación.
Tampoco puede negarse el hecho de que el Persiles ahondara
sus raíces en una profunda meditación de su autor sobre las
propiedades del objeto que deseaba construir (en este sentido
aparecen sintomáticas sus referencias a Heliodoro) y sobre los
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horizontes de expextativas del público.
Cervantes sabía medir muy bien las dimensiones de las ex­
pectativas y las ansias que sus contemporáneos tenían de con­
trastar la dura realidad de la vida cotidiana con los rincones
fantásticos de la ficción narrativa; tanto es así que en el famoso
capítulo 47 del Quijote, tras haber puesto en la boca del canónigo
la consabida crítica a los libros de caballerías, se apresuraba a
defender los aspectos positivos que podían desprenderse incluso
de estos libros justamente en los lugares donde ellos concedían
espacio a la creación de mundos posibles:

...el canónigo dijo que, con todo cuanto mal había dicho de tales
libros, hallaba en ellos una cosa buena: que era el sujeto que ofrecían
para que un buen entendimiento pudiese mostrarse en ellos, porque
daban largo y espacioso campo por donde sin empacho alguno
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pudiese correr la pluma .

O sea que Cervantes no ignoraba que "describir naufragios,


tormentas, rencuentros y batallas", o bien "pintar ora un lamen­
table y trágico suceso, ahora un alegre y no pensado aconte­
cimiento", y además "una hermosísima dama, honesta, discreta y
recatada" con un "caballero cristiano, valiente y comedido", con­
trastando con un "desaforado bárbaro fanfarrón", todo esto y otras
cosas más hubieran encontrado los favores del público "delei­
tándolo" en mayor medida que las hazañas ridiculas y a veces
repugnantes de un picaro o las empresas asépticas de un pastor.
Naturalmente, haciendo esto "con apacibilidad de estilo y con

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ingeniosa invención" para componer "una tela de varios y hermo­
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sos lazos tejida" .
Además, la experiencia del Quijote le había señalado que a
los lectores no les gustaba tanto la dimensión eversiva y paródica
que el héroe de una novela podía acarrear, como más bien las
aventuras sabrosas y divertidas del mismo héroe en su dimensión
específica de aventuras como lo eran, por ejemplo, las de los
molinos de viento, de los batanes, de los cueros de vino tinto,
etcétera. Hacía falta, pues, suscitar "admiración" pero sin sobre­
pasar los límites de la verosimilitud ni mucho menos los de la
ortodoxia; y así como en el Quijote también los detalles más
desbaratados gozaban de una explicación concreta tanto en el
nivel de la verosimilitud como en el de los valores morales
(merced, sobre todo, a la indiscutible locura del protagonista), de
la misma manera en el Persiles todas las experiencias que sufren
los personajes se hallan sometidas a la intención legítima y
legitimante de trasladarse a la ciudad santa de Roma para pro­
fundizar los conocimientos de la religión católica, apostólica y
romana.
Gracias a estos certificados de garantía afianzados, por lo de­
más, con los modelos clásicos de referencia (Heliodoro y la
novela bizantina) y con otras precauciones, las aventuras podían
circular libremente satisfaciendo de tal manera las expectativas
del público. Lo que explica las razones del éxito grandioso e
inmediato del Persiles en España (seis nuevas ediciones en el
mismo año en que se publicó la princeps) y en otras partes de
Europa (la primera traducción francesa se publicó en 1618, es
decir un solo año después de la primera edición española, y la
inglesa apareció en 1619).
Pero Cervantes o, por mejor decir, la competencia de Cer­
vantes no se agotaba en una lectura conveniente de los horizontes
de expectativas del público. Son otros los factores que encarecen
sus ejercicios narrativos desatándolos del cautiverio del tiempo y
entregándolos al lector moderno con su primitivo vigor. En
efecto, si es verdad que el comienzo de la novela moderna depen­
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de de la aparición del héroe problemático (propiedad que desde
luego no le falta a don Quijote), y si es verdad que lo proble­
mático del héroe está relacionado sobre todo con la ambigüedad y

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la parodia, entonces la mayor virtud de Cervantes, en tanto autor
del Persiles, reside justamente en su capacidad de insertar este
tipo de héroe en un contexto que no le pertenece: el de la novela
de aventuras.
De hecho, tanto a Sigismunda-Auristela, la protagonista fe­
menina del Persiles, como a Persiles-Periandro, el protagonista
masculino, no les falta la ambigüedad, a partir de su propio nom­
bre. Auristela, cuyo papel específico debería ser el de "objeto del
deseo", aparece en realidad como una especie de mujer "angé­
lica", así de hermosa como para resultar desprovista de atractivas
eróticas (tanto es así que los hombres se enamoran mucho más de
su imagen o de su retrato que de su persona física). Y aunque se
la lleve consigo el más noble de los príncipes o el más cruel de
los corsarios ella no pierde nunca (al menos oficialmente) su
estado de virgen (casi) perpetua.
Por el contrario, el papel de "objeto del deseo" lo desarrolla
de una manera mucho más adecuada Periandro, con sus rubios
cabellos que saben desencadenar la pasión de los bárbaros:

Luego le sacudieron los cabellos, que, como infinitos anillos de


puro oro, la cabeza le cubrían; limpiáronle el rostro, que cubierto de
polvo tenía, y descubrió una tan maravillosa hermosura que
suspendió y enterneció los pechos de aquellos que para ser sus
verdugos le llevaban.^

Con sus disfraces femeninos que, en vez de empeorar o


alterar, encarecen su hermosura:

Cuadráronle a Arnaldo las razones de Periandro y, sin reparar en


algunos inconvenientes que se le ofrecían, las puso en obra y, de
muchos y ricos vestidos de que venía proveído por si hallaba Au­
ristela, vistió a Periandro, que quedó, al parecer la más gallarda y
hermosa mujer que hasta entonces los ojos humanos habían visto,
pues, si no era la hermosura de Auristela, ninguna otra podía igua­
lársele. Los del navio quedaron admirados; Taurisa atónita; el prín­
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cipe confuso.'

Periandro sabe seducir a los hombres al igual o tal vez mejor


que las mujeres más entendidas en el arte específico:

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Habíase echado sobre el rostro un delgado y transparente velo
Periandro, por dar de improviso, como rayo, con la luz de sus ojos en
los de aquellos bárbaros, que con grandísima atención le estaban
mirando (1.3, 63);

Periandro llora mucho y a veces de manera tan intensa que el


mismo narrador debe interponerse para justificar esta actitud
típicamente femenina:

Abrazó Periandro a todos los que en el barco venían, casi


preñados los ojos de lágrimas, que no le nacían de corazón
afeminado, sino de la consideración de los rigurosos trances que por
1
él habían pasado '.

Finalmente, Periandro sufre de "mamitis", es decir, de exce­


siva dependencia de la madre como puede verse en algunas frases
de la respuesta a Auristela antes no mencionadas y, especial­
mente, la frase:

No nos faltará medio para que mi madre, la reina, sepa donde


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estamos, ni a ella le faltará industria para socorrernos .

Y al lado del artificio de la ambigüedad se mueve a menudo y


a sabiendas el artificio de la parodia (que, en realidad, resulta ser
activo ya en la misma incierta definición de los héroes). Como
puede vislumbrarse, por ejemplo, en el caso de la actitud total­
mente convencional (y tópica), miles de veces adoptada por los
"capitanes valerosos" en sus consabidas arengas antes o después
de las batallas, de la que Periandro se apodera en los capítulos
centrales del segundo libro y que aparece sometida al juicio
crítico y chismoso de uno de sus marineros en estos términos:

«¡Que me maten si no se nos ofrece aquí hoy otro rey Leopoldio,


con quien nuestro valeroso capitán muestre su general (¡sic!)
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condición!» .

O como podemos ver también en este momento de la narra­


ción en que el héroe, actuando como narrador, tras haber aludido

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a la inagotable secuencia de sus desgracias (trabajos), favorece el
siguiente comentario crítico de Arnaldo:

«No más [...]; no más, Periandro amigo; que puesto que tú no te


canses de contar tus desgracias, a nosotros nos fetiga el oírlas, por ser

Simplemente dos de entre los muchos ejemplos de parodia


(entendida como desacralización y escarnecimiento de los mode­
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los tradicionales ) en la que participan tanto los personajes
implicados en un proceso de comunicación interno al texto (intra-
diegético), como los actantes que están fuera de la diégesis. Es lo
que ocurre, por ejemplo, cuando en le capítulo 20 del segundo
libro el narrador de primer grado se mofa del narrador de segundo
grado, por él mismo creado, tildándole de mentiroso con la ayuda
de una sentencia:

...pero el crédito que todos tenían de Periandro les hizo no pasar


adelante con la duda de no creerle, que, así como es pena del men­
tiroso que, cuando diga verdad, no se le crea, así es gloria del bien
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acreditado el ser creído cuando diga mentira .

En suma, el Persiles admite y requiere por lo menos dos


lecturas: una segmental, que se fija principalmente en el de­
sarrollo de los varios acontecimientos, en la calidad de las aven­
turas y de los trabajos experimentados por los personajes, en las
expectativas engendradas por la tensión narrativa, etcétera; y otra
lectura, sobresegmental, dispuesta para captar los matices paró­
dicos diseminados con abundancia a lo largo del curso narrativo,
y preparada para disfrutar totalmente de los intensos mensajes
que el autor lanza a un público entendido comprometiéndolo con-
ceptualmente en una relación de amenísima complicidad.
Es muy posible que a la primera de estas dos lecturas se
ciñera preferentemente el público de la época cervantina, acaso
atraído y cautivado por los mecanismos de identificación que
podían excitar unos personajes repletos de virtudes heroicas y
cristianas. Sin embargo, no cabe duda de que es más propiamente
la segunda lectura la que puede darle mucha gracia y sal a esta
novela incluso en el día de hoy, pues el forzoso apagamiento de

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los mecanismos de identificación y la consiguiente "deshuma­
nización" de los personajes no le quitan nada, antes bien, favo­
recen el afloramiento del juego en este último maravilloso ajedrez
dibujado por Miguel de Cervantes.

NOTAS

1
Para los fragmentos extraídos del Persiles se utiliza la edición de
Carlos Romero: Miguel de Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigis­
mundo, Edición de Carlos Romero Muñoz, Madrid, Cátedra, 1997
2
Quijote, 1.22 (remito a la edición de Florencio Sevilla: Miguel de
Cervantes Saavedra, Don Quijote de la Mancha, Edición de Florencio
Sevilla Arroyo, Madrid, Castalia, 1998,p. 291).
3
Recuérdese que: «el grado máximo de conocimiento del narrador es
lo que los críticos denominan omnisciencia [...] El narrador es un
demiurgo, un dios que lo sabe todo, penetra en el interior de los perso­
najes y describe lo que sienten, y piensan; el pasado, el presente y el
futuro no tienen misterios para él, adelanta sucesos, comenta y moraliza.
A través del punto de vista omnisciente, el narrador suele emitir juicios
universales y máximas genéricas, para ello se coloca en una posición de
trascendencia con respecto a la historia» (María Victoria Ayuso de Vicen­
te, Consuelo García Gallarín, Sagrario Solano Santos, Diccionario de tér­
minos literarios, Madrid, Akal, 1990, p. 273).
4
Véase, por ejemplo, Carlos Romero, ¡ntroduzione al "Persiles" di
Miguel de Cervantes, Venezia, C.N.R., 1968, p. 190. Vale la pena men­
cionar al respecto la reacción, al mismo tiempo asombrada y airada, de
Ludwig Pfandl quien acentúa el desvío de la pareja Persiles-Sigismunda
con respecto a los modelos consagrados: «De esta manera el ideal lazo de
la pareja no termina como hubiera debido terminar según sus antece­
dentes, esto es, en místico renunciamiento e idealismo sobrenatural, sino
con una boda trivial y numerosa descendencia» (Historia de la literatura
nacional española en la edad de oro, Traducción del alemán por el dr.
Jorge Rubio Balaguer, Barcelona, Sucesores de Juan Gilí, 1933, p. 285).
5
Persiles, 1.10 (ed. cit., p. 104).
6
Me refiero al colofón que reza así: «Fin de los Trabajos de Persiles
y Sigismunda» (ed. cit., p. 731).
Persiles, Pról. (ed. cit., p. 114).
8
Muy interesante al respecto me parece esta propuesta de Stephen
Harrison: «Hay que preguntarse cómo la novela hubiera podido lógica­
mente extenderse: se supone que con visitas a otras ciudades italianas y
con otros encuentros con viajeros que contarían la historia de su vida» (La

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composición de "Los trabajos de Persiles y Sigismundo ", Madrid, Plie­
gos, 1993, p. 35). Por otro lado, Mauricio Molho, al enfrentarse con el
mismo asunto en el prefacio de su traducción francesa del Persiles (Mi­
guel de Cervantes, Les travaux de Persille et Sigismunde. Histoire septen­
trionale, Traduit et présenté par M.M., Paris, Ibériques José Corti, 1994,
p. 10) se pregunta: «Dans l'au-delà de la mort, y a-t-il place pour autre
chose qu'un dire qui comblerait le manque de ce qui n'a pas été dit, et où
se poursuivrait indéfiniment la littérature?». Y no deja de expresar sus
dudas con respecto a la fórmula de despedida que pone fin al prólogo de
la obra, encontrándole una explicación posible en el consabido cauce sar-
cástico cervantino: «Adieu, joyeux amis: je me meurs avec le désir de
vous voir bientôt contents dans l'autre vie. Phrase énigmatique par
laquelle le mourant souhaite une mort prochaine à ses amis, pour qu'en
l'autre vie ils se retrouvent en joie et contents d' y poursuivre de com­
pagnie le même exercice qu'en celle-ci. Humour sombre, à la fois sarcas-
tique et joyeux, où transparaît l'incertitude (angoisse et espoir) du dernier
pas». Este y otros detalles le permiten a Molho insinuar una sugerencia
bastante "herética" en comparación con las lecturas tradicionales del
Persiles, es decir, que la última obra de Cervantes podría leerse como "un
livre singuliérment énigmatique en matière de religion". La tesis de
Molho me parece interesante y en gran medida persuasiva; pero, al mismo
tiempo, no puede descartarse la posibilidad de que al mencionar a los
"regocijados amigos" Cervantes haga referencia no simplemente a los
amigos del mundo real sino también a los del mundo posible en que el
prólogo se halla involucrado. Así las cosas, los amigos se identificarían
con los personajes de la novela y, por consiguiente, el auspicio expresado
por el autor ("...y deseando veros presto contentos en la otra vida") podría
entenderse como alusión a un proyecto de encuentro y reunión armónica
del autor con sus personajes en la semiosis ilürútada y eternamente
"abierta" de la otra vida.
9
Me refiero, como es obvio al Segundo Tomo del Ingenioso Hidalgo
Don Quixote de la Mancha, que contiene su tercera salida: y es la quinta
parte de sus aventuras, compuesto por el Licenciado Alonso Fernández
de Avellaneda, natural de la Villa de Tordesillas, Tarragona, en casa de
Felipe Roberto, 1614 (véase la edición reciente de Luis Gómez: Alonso
Fernández de Avellaneda, Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don
Quixote de la Mancha. Edición de Luis Gómez Canseco, Madrid, Biblio­
teca Nueva, 2000).
10
Para estas cuestiones me permito remitir a dos trabajos mios: Aldo
Ruffinatto, «La ficción más allá de la muerte (Autor, lector y personajes
como "cibernautas" en la realidad virtual del Persiles)», en Teoría e
interpretación del cuento. Estudios editados por P. Fröhlicher y G. Gün-
tert, Bern; Berlin Frankfurt/M.; New York; Paris; Wien: Lang, 1995, pp.

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151-177; y Portata e ampiezza delie storie secondarie nel Persiles, en
Rivista di Filologia e Letterature Ispaniche, II (1999), pp. 249-268.
" Utilizo este término en el sentido que le ofrece Jauss en un trabajo
famoso del año 1975: Hans Robert Jauss, «Des Leserais Instanz einer
neuen Geschichte der Literatur», en Poetica, 7 (1975), pp. 325-344, tradu­
cido al español por Adelino Álvarez con el título de «El lector como ins­
tancia de una nueva historia de la literatura», en José Antonio Mayoral
(ed.), Estética de la recepción, Madrid, Arco/Libros, 1987, pp. 59-85.
12
Quijote, 1.47 (ed. cit., p. 611). Recuérdese que "sujeto" tiene aquí
el valor de "tema, asunto".
13
Ibidem.
14
Hago referencia a la conocida definición de György Lukács (G.
Lukács: Teoria de la novela, Barcelona, Edhasa, 1971 [original alemán,
1920]), pero adaptándola a una perspectiva preferentemente semiótica.
Persiles, l.l (ed. cit.,p. 118).
16
Persiles, 1.2 (ed. cit., p. 134).
17
Persiles, 1.3 (ed. cit., p. 139).
18
Persiles, IV. 1 (ed. cit., p.640).
19
Persiles, 11.14 (ed. cit., p. 373). El complemento irónico de todo
esto es que Cervantes confia a Periandro (en tanto narrador) la tarea de
transmitir este comentario.
20
Persiles, II. 12 (ed. cit., p. 360).
2 1
Es decir, en el sentido que le da Mijail Bajtin en La cultura popular
en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de Francois Rabe­
lais, Traducción de Julio Forcat y César Conroy, Madrid, Alianza Edi­
torial, 1987 (la versión original en ruso, Tvorestvo Fransua Rabie i na-
rodnaja kultura srednevekovja Renessansa, es de 1965).
22
Persiles, 11.20 (ed. cit., p. 412).

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