Sie sind auf Seite 1von 371

ÉTICA A N I C Ó M A C O

Colección: Clásicos Políticos

Director: Antonio Truyol Serra


ÍN D IC E

IN T R O D U C C IÓ N , d e J u l i á n M a r í a s ................................................ V II
I. A ristó tele s en el m u n d o h e le n ís tic o ................................ V II
II. L a é tic a a r i s to t é li c a ...............................................................X V II
III. In d icacio n e s b ib lio g r á fic a s ................................................. X X I

É T IC A A N IC Ó M A C O , de A r i s t ó t e l e s ........................................................... 1
L ibro. I .......................................................................................... 1
L ibro. II ........................................................................................ 19
L ibro. III ...................................................................................... 32
L ibro. IV ...................................................................................... 52
L ibro. V ........................................................................................ 70
L ibro. V I ...................................................................................... 89
L ibro. V I I ...................................................................................... 102
L ibro. V I I I ................................................................................... 122
L ibro. IX ...................................................................................... 140
L ibro. X ........................................................................................ 156
I N T R O D U C C I O N

A Charles W. Hendel,
maestro de Filosofía en Yale.
que une las virtudes éticas a las dianoéticas.

A r is t ó t e l e s en el m u n d o h e l e n ís t ic o

A ristóteles es uno de esos nombres tremendos cuyo sonido desencadena


aludes históricos. A rrastra consigo ta l número de cosas que apenas se
atreve uno a pronunciarlo. Tan pronto como suena, enormes secciones de la
historia de Occidente se desprenden y se precipitan sobre nosotros. E l resul­
tado, abrumador, suele ser la confusión en que todo se m ezcla, entrecruza y
baraja, donde toda claridad se pierde. N o es fá c il contener ese alud, ni
siquiera encauzarlo y ordenarlo. E l enorm e esfuerzo acumulado desde la
antigüedad, y en fo r m a especia! durante los dos últim os siglos, y sus resul­
tados últim am ente insatisfactorios, son buena prueba de ello.
No se trata sólo, ni siquiera principalmente, de la dificultad intrínseca
de la obra de A ristóteles como sistem a de pensam iento; ésta, con ser muy
grande, no es superior a otras. Lo m ás grave es quizá la propensión con que
A ristóteles tienta a tomarlo de un modo ''intem poral”. Y precisam ente lo
que ocurre es que, al hablar de Aristóteles, no se habla de una sola realidad,
sino de m uchas. Porque lo característico del "aristotelism o” es que apenas
lo hubo en tiempo de Aristóteles, y en cambio lo ha habido, y m uchas veces,
en otras situaciones. E ste es precisam ente el núcleo del problema: se trata,
p o r lo p ro n to , de un fra g m en to de realidad del mundo helenístico, no de
A ristóteles como m agnitud histórica casi intemporal. Habría que intentar
devolver a ese coloso a su situación histórica, como Aladino hizo volver al
genio a su botella.
Todo el mundo sabe que Aristóteles nació el año 384 a. de J. C. y m urió
el 322. Para dar alguna concreción real a esas cifras convendrá recordar
algunas fechas:

427. Nacim iento de Platón.


404. Toma de A tenas por los espartanos y fin de la guerra del
Peloponeso.
399. Ejecución de Sócrates.
388. Prim er viaje de Platón a Siracusa (al regreso, fundación de la
Academia).
384. Nacim iento de A ristóteles en Estagira.
VIII

371. Leuctra (fin de ¡a hegemonía espartana, para la cual se había


preparado Lacedemonia durante siglos: treinta y tres años).
367. Entra A ristóteles en la A cadem ia (hasta la m uerte de Platón,
en 347).
353. Carta V II de Platón.
347. A ristóteles en Assos, con el tirano H ermias, que había llamado
y a antes a dos platónicos, Coriseo y Erasto.
344. Nueva escuela en Mitilene, en la isla de Lesbos (con la colabora­
ción de su gran discípulo Teofrasto).
342. Aristóteles en el castillo de M ieza, cerca de Pella, capital de
Filipo de Macedonia, como preceptor de Alejandro (hasta
el 340).
341. Caída de H erm ias en poder de los persas.
340. Casamiento de Aristóteles con Pitias, la joven herm ana de
Hermias, m uerta hacia 335 (casamiento con H erpilis des­
pués).
338. Queronea: derrota definitiva de la pólis.
336. Alejandro.
334. Fundación p o r A ristóteles del Liceo, en Atenas.
323. M uerte de Alejandro.
322. M uerte de A ristóteles en Calcis (Eubea).
300. Zenón y la Stoa.

E sta simple enumeración de fech a s m uestra que la vida y la obra entera


de Aristóteles acontecen en una fa s e crítica de la vida helénica, a l término
de una etapa de la historia de Grecia que representa uno de sus m ayores
puntos de inflexión; A ristóteles asiste a los com ienzos de una nueva era.
definida por otra estructura social y otro sistem a de creencias y pretensio­
nes. La últim a fe c h a que he anotado m uestra hasta qué punto es así: la
increíblemente rápida suplantación de la prodigiosa filo so fía platónico-
aristotélica por la tosca m entalidad que representa, como ideología, el es­
toicismo, es prueba de esa transición brusca que afecta a lo m ás básico. En
m i B iografía de la Filosofía (O b ras, II) he estudiado con detalle este fe n ó ­
meno histórico, que aquí sólo quiero recordar.
La crisis de la sociedad griega fu e prim ariam ente la crisis de la pólis, y
a l m ism o tiempo la crisis del hombre griego, de ¡os supuestos en que duran­
te siglos se había fu n d a d o la vida helénica. Sería, sin embargo, apresurado
y un tanto im prudente pensar que esto implica una identificación entre Gre­
cia y la pólis. N i siquiera respecto de la Grecia clásica, prehelenística, es
esto cierto, y precisam ente ahí está una de las raíces del problema. No todo
es pólis en la Hélade: ju n to a ella hay lo que los griegos llamaban, con
expresión no casualm ente vaga, el éthnos. M ucho de Grecia estuvo consti­
tuido por éthne, “ naciones" en sentido antiguo, "pueblos"; de otro lado, en
Grecia había ciudades, póleis, donde propiam ente había "p olítica" y ciuda­
IX

danos (polítai). La pólis no es, sin más, la sociedad griega, no es toda


sociedad, sino la cu lm inación de la sociedad, su perfección. No es, por
mucho que se diga, el " E stado”, sino la in terp retació n e statal de la socie­
d ad , el escorzo o perspectiva desde el cual el griego propende a entender
una realidad social que tiene otras m uchas fa ce ta s y dimensiones.
Lo m ism o puede decirse de la expresión 7.don politik ó n con que A ristó­
teles define al hombre, y que sólo con autom atism o verbal o con violencia
conceptual se traduce por “anima! p o lítico”. Aristóteles dice (P o lítica, I. 2.
1253 a 2-3) que el hom bre es p o r n atu raleza (physei) un anim al social, o si
se quiere civil, en e l sentido de que está n atu ralm en te d estin ad o a vivir en
ciudad, que esto es su télos o finalidad, y si no lo hace así es porque está en
camino y no ha llegado aún a ese estado que le pertenece naturalm ente
(aunque sea histórico); o bien porque es m enos que un hom bre (una bestia)
o m ás (un dios); é th e río n é theós.
Por esto, la crisis de la ciudad, que no es una m era crisis "política" (las
ciudades griegas las habían pasado a centenares), sino una crisis de la co n ­
vivencia, de la sociedad, es intrínsecam ente una crisis del hombre. E ste no
sabe a qué atenerse, no sabe qué hacer, porque no sabe qué es bueno y qué
es malo, qué es ju sto y qué es injusto, y sobre todo a d ó n d e va, cuál puede
ser el blanco de su vida. En Platón, el estado de disociación produce "vérti­
go"; no es que las cosas vayan m al o se cometan abusos, sino algo mucho
m ás grave: que no hay usos, y por eso la situación es " incurable” (aniá-
tos). Como no hay creencias vigentes, hay que sustituirlas. ¿Con qué? N atu­
ralmente, con un sistem a de ideas. Esto es ¡a filo so fía para Platón: su "no
poder hacer política" es su “tener que hacer filo so fía ”. A sí he interpretado
hace mucho tiempo (véase el libro antes citado) la génesis de su pensam ien­
to filosófico. E l " averiguar” es un verum facere; Platón tiene que descubrir
(alétheia) lo que las cosas son. para saber a qué atenerse y poder hacer una
vida que y a no dicta y ordena un repertorio de usos vigentes. S e trata de
conseguir el bíon eu d aím o n a kal a leth in ó n , la “vida fe liz y verdadera": la
au tenticidad — la verdad.de la vida— es para Platón la condición de la
felicidad.
E l punto de vista del lector moderno lleva constantem ente a tom ar “en
serio” lo que en el autor antiguo — por ejemplo, griego— le parece "im por­
tante", y a pasar p o r alto lo que es irrelevante desde su propia perspectiva
actual. Así. el filólogo o el filósofo, en posesión de buen acopio de libros de
Platón, conservados hasta hoy por una serie de " azares" dignos de m edita­
ción siempre renovada, no está m uy dispuesto a adm itir que n o esté en ellos
su filosofía, y consecuentemente los tom a por tal. A pesar de que Platón
dice con la m ayor form a lid a d que no se pueden escribir tra ta d o s sobre las
cosas verdaderamente importantes, y de esto pende el sentido m ism o de su
teoría. Lo más im portante del pensam iento del hombre serio y responsable
perm anece oculto en k h ó rai téi kallístei, en el lugar mejor o m ás noble. Por
eso Platón no está en sus obras, aunque se m anifieste y anuncie en ellas. Y
X

un estudio del pensam iento platónico tendría que ser fo rm a lm ente una pere-
g rínatio ad fontes, un intento de conjurar a Platón e invocarlo con sus
propias palabras, valiéndose de ellas, literalm ente “tom ándolo por la
palabra”.
Desde este punto de vista hay que intentar aclarar la significación de la
dialéctica y su función dentro del platonismo. E l verdadero m otor del diálo­
go platónico — quiero decir su nervio filosófico — es la o pinión fallida, que
al form ularse descubre su inanidad o insuficiencia y por ello m ism o se reve­
la como insostenible. A l intentar “quedarse” en ella, se ve que no se puede
estar allí. Por eso hay que seguir adelante: el diálogo va a través (diá) de
decires (lógoi) u opiniones (dóxai), en últim a instancia desde los ¿ndoxa,
las creencias en que se está; mejor dicho — y éste es el precipitado de la
filosofía platónica— en que se estaba y no se puede seguir estando. H ay
que ir a la epistém e, que es precisam ente un saber estable, y la d ián o ia es,
como dice Platón en el S ofista (263 e). el callado diálogo interior del alma
consigo m ism a (he m én en tó s tés psykhés p ró s h au tén diálogos áneu pho-
nés gignóm enos).
La realidad había sido interpretada por Parménides como consistencia
— el verdadero significado del término ó n en su poema, como he tratado de
m ostrar en B iografía de la F ilosofía (O b ras, II, p. 434-442) — , lo cual
eliminaba en rigor la naturaleza o physis — por eso A ristóteles tiene que
em pezar su Física por una discusión con Parménides, pues, si éste tuviera
razón, no se podría hablar de naturaleza ni, por consiguiente, de físic a — .
La audacia platónica estribó en aceptar la tesis paradójica de que las cosas
propiam ente no tienen consistencia, y quedan descalificadas en la medida
en que. por fa lta de iden tid ad , no perm iten el lógos. E l ser de la cosa no
está en la cosa, pero —fr e n te a la afirm ación sofística de la general incon­
sistencia de lo real— lo hay fuera: es el eídos o la idéa. E l diálogo, la
dialéctica, se convierte así, m ás allá de su significación como artificio lógi­
co, en un camino hacia la realidad. La teoría de ¡as ideas — que se podría
llam ar teoría de las consistencias, desde este punto de vista— es el resulta­
do de esta audacia intelectual que lleva a la constitución de la prim era
th eo ría en sentido estricto. Pero, a diferencia de Parménides, Platón no se
puede quedar en la consistencia: su función es precisam ente el camino de
vuelta, el apartarse de las cosas para volver a ellas y dominarlas. L as ideas
son de las cosas, éstas “participan” (m éthexis) de ellas. Por esto la dialéc­
tica platónica nunca es un mero “juego de ideas”, no porque no sea juego
— en un sentido esencial lo es— , sino porque no se trata sólo de ideas, sino
de tom ar a través de ellas el camino de las cosas reales.
D e ahí el papel decisivo, pero en últim o término modesto, de la defini­
ción (horism ós): asegura la presencia del objeto, y por tanto la h o m o lo g ía,
la certeza de que se está hablando de lo mismo; pero no va m ás allá: ni da
la realidad m ism a, ni siquiera su “cóm o” (hoion). P or esta razón, el m ito
no es, como a veces se supone, “lo mejor a fa lta de una definición lógica”.
XI

sino al revés, superior a ella. Hace mucho tiem po que he subrayado el orden
en que aparecen la teoría y el mito, tanto en el F ed ro (m ito del alm a) como
en la R epública (m ito de la caverna). En am bos casos, a la “definición
conceptual” o incluso al esquema teórico de la realidad sigue el mito, cuya
función, por tanto, no es suplir Ia fa lta del concepto. M ythos y lógos tie­
nen, entre sus significaciones, una común: 'cuento'. M ito y logos son dos
m odos de contar algo acerca de la realidad. Claro que tam poco el m ito
agota la realidad, ni en rigor la alcanza. E l carácter eró tico del conoci­
m iento (y especialm ente de la paideía) está en estrecha conexión con esto.
La realidad no se puede ‘dar' ni propiam ente m ostrar — por eso no se pue­
den escribir tra ta d o s sobre las cosas decisivam ente im portantes— ; sólo se
puede señalar hacia la realidad para que los demás, impulsados por el
amor, lleguen a ella p o r si mismos. “Quien quiera enseñarnos una verdad,
que no nos la diga” — decía platónicam ente el Ortega joven de las M edita­
ciones del Q uijote— .

La filo so fía de A ristóteles no se puede comprender m ás que desde el


platonismo. Pero entiéndase bien: desde no quiere decir d en tro . Es un caso
em inente — quizá el gran caso ejemplar, en bien y en m al— de lo que llamo
la “filiación intelectual”, cuya fó rm u la adecuada es para m í ésta: “inexpli­
cable sin él, irreductible a él”. L os conceptos aristotélicos, salvo acaso un
par de ellos — enérgeia, entelékheia, pocos m ás—, proceden de Platón. N o
se puede encontrar apenas una página de Aristóteles que no “venga" de
Platón (pero hay que agregar: ni que “se quede” en él). E n la medida en
que se olvida esto no se entiende a A ristóteles y se lo falsifica. Pero en
Aristóteles suelen tener muchas expresiones un sentido term inológico que
en Platón rara vez tenían. Esto hace que m uchos sólo las tomen en serio en
los textos aristotélicos: m ás bien debería invitar a buscar su sentido origina­
rio, la intuición fresca que bajo ellas late, en los escritos de Platón y, de ser
posible, en los diálogos vivos de la A cadem ia donde A ristóteles descubrió ¡a
filosofía y se nutrió de ella — en fo r m a de platonismo— durante veinte
años. Y. por otra parte, Aristóteles s í escribe tratados: lo que llam a prag-
m ateía o akróasis; parece haber perdido (y m ás que él los que después han
vuelto los ojos a sus escritos) esa desconfianza de que puedan escribirse
tratados sobre las cosas realmente im portantes. Aunque quizá fu e r a aconse­
jable conservar, al menos en un rincón de la mente, ¡a sospecha de si acaso
Aristóteles no olvidó enteram ente la lección de su maestro. Esto nos m an­
tendría alerta para poder revisar en todo m om ento el sentido to ta l del aris-
totelismo.
La empresa capital de Aristóteles — así, al menos, parece a su interpre­
tación dom inante— es la fundam entación de la disciplina filosófica que
llamam os M etafísica; pero n o m enos — si se vuelve la mirada a su queha­
cer efectivo y al de su escuela— la constitución de una Enciclopedia de los
saberes: catálogos y colecciones de plantas y animales, biblioteca, recopila­
XII

ción de constituciones, etc. La vocación “científica" de A ristóteles es un


elem ento esencial de su mentalidad.
En otro lugar (Id ea de la M etafísica) he insistido en la diferente signifi­
cación que tienen dos grupos de “definiciones" que de la m etafísica da
Aristóteles: unas son "denom inaciones”, es decir, "nom bres”: peri tés alet-
heías th eo ría ("contem plación de lo que verdaderamente es"), zetoum éne
epistém e ("ciencia buscada"), p ró te p h ilo so p h ía ("filosofía prim era"),
sop hía (“sabiduría”); las otras son definiciones en el sentido de “determ i­
naciones" o, mejor, " tesis internas” de la m etafísica, que enuncian lo que
ella descubre acerca de sí misma: epistém e peri to ú o ntos héi ó n ( “ciencia
del ente en cuanto tal"), epistém e peri tés ousías ( ‘‘ciencia de la sustan­
cia"), epistém e theolo g ik é ("ciencia teológica” o “de Dios", en el doble
sentido de que versa acerca de Dios y es la que Dios poseería).
La unidad de la m etafísica, dada esa diversidad de nociones, el que cada
una de esas ciencias sea a la vez las otras, que Ia ciencia del ente en cuanto
ente se identifique con la ciencia de la sustancia, etcétera, ése es el gran
problem a de la m etafísica aristotélica. Y, claro está, el de la relación de
ellas con cada una de las disciplinas que com ponen el corpus aristotélico.
Lo cual es particularm ente delicado cuando se hace entrar en el detalle de
la comprensión de cad a problem a — por ejemplo, ético, psicológico,
físico — el esquema interpretativo que se considera como el núcleo esencial
de la ontología de Aristóteles.
E ntre la identidad y la realidad. Platón, buen griego, opta p o r la identi­
dad, a riesgo de no poder volver a la caverna. Aristóteles, en cambio, va a
decir que las ideas están en las cosas mismas. La idéa o eidos (visión,
aspecto, configuración), va a ser resueltam ente m o ip h é , fo rm a . Y esta fo r ­
m a lo es de una "m a teria " (hyle, una " m adera" m etaforizada y generaliza­
da en “m ateria” como aquello de que — ex h o ü — están hechas las cosas).
La ousía va a ser el concepto clave de la m etafísica aristotélica; pero su
traducción — y por tanto su interpretación— ha resultado m ás que proble­
mática. O usia es "haber” o “hacienda”. Im agínese por un m om ento que su
traducción a las lenguas románicas — y a través de ellas a las germ ánicas—
se hubiese deslizado en esta dirección: el destino de la filo so fía occidental
sería sensiblem ente distinto. Piénsese lo que hubiera sido la acentuación del
"haber" (en lugar del “ser") o la interpretación filosófica de la "hacienda"
(facienda, "las cosas que hay que hacer", “lo que hay que hacer", o sim ­
plem ente “quehacer"). Nada de esto ocurrió; en lugar de ello, con la noción
de ousía se cruzan — acaso indebidamente, en todo caso secundariam ente—
las de hypóstasis_y h y pokeim enon (lo que “está” — de pie— o yace “deba­
jo " , lo que "sub-está" o "subyace”: su b sta n tia , subjectum ). Ya estam os en
la idea de sustancia, interpretación no poco violenta de ousia, sobre todo en
la m edida en que hace olvidar las dim ensiones m ás radicales de esa noción.
Claro está que A ristóteles dio pie para ello. Los esquemas de su explica­
ción ontológica ( m ateria-form a, potencia-acto, m ovim iento como "la actúa-
XIII

lidad de lo posible en tanto que posible") siguen lo que podríam os llamar la


línea del m enor esfuerzo. Aunque A ristóteles — y en esto he insistido m u­
chas veces— repite incansablem ente que sólo las cosas " naturales" (physei)
son propiam ente sustancias, cada vez que quiere aplicar sus esquemas con­
ceptuales recurre a cosas "artificiales" (ap ó tékhnes), la estatua o la cama,
y por tanto no sustancias. Cuando tiene que acercarse a lo plenam ente real
— los seres vivos, en especial el hombre— , tiene que acum ular distinciones,
a veces penosam ente improvisadas, o dilatar el sentido de sus conceptos,
con riesgo de m odificar esencialmente su significación: cuando tiene que
distinguir entre potencias "congénitas” y " adquiridas" (M et., IX, 5), y de­
cir que éstas necesitan un “deseo" (órexis) o una “elección” (proaíresis)
para su actualización, que no se sigue sin m ás de la potencia y las meras
condiciones para su ejercicio. Las potencias racionales, por añadidura, no
producen un solo efecto, sino los contrarios, y para actualizarlas hay que
elegir. Los m ovim ientos, por su parte, son propiam ente kínesis com o “alte­
ración" (alloíosis), “paso a lo otro”, y entonces tienen un “térm ino” (pé-
ras), o bien son enérgeia como “m ovim iento hacia s í m ism o" que sólo tiene
“fi n " (télos) sin terminación ( c f M et., IX. 6; D e A n., II, 5). De esta crisis
interna de la idea de sustancia, que es la crisis de la m etafísica de A ristóte­
les, hablé largam ente en la introducción a su Política, y a ella m e remito.
Acaso donde m enos se ha tenido esto en cuenta — y donde era m ás
urgente hacerlo— es en la interpretación de la ética aristotélica. Aunque la
distinción term inológica entre zoé y bíos no es rigurosa en sus escritos,
cuando se trata de apuntar en una dirección interpretativa resulta inequívo­
ca. “Difieren mucho las vidas de los hom bres", dice A ristóteles (E th. E ud.,
I. 4). La vida h ay que elegirla: la teoría aparecerá como la culminación del
bíos, como el m ejor de los bíoi posibles. Se trata de un cierto modo de vida
(bíos en el sentido de diagogé) que se elige en vista de un bien. La fa m o sa
imagen de los arqueros que buscan un blanco, en la prim era página de la
Etica a N icóm aco, es suficientem ente expresiva. S e trata — dirá al fin a l—
de “llevar a la perfección posible la filo so fía de las cosas hum anas" (E th.
Nic., X, 9). Desde este nivel de exigencia in tern a — no se trata de salir del
aristotelismo, sino de tomarlo en serio y pedirle cuentas— resulta insufi­
ciente la m etafísica de Aristóteles, porque lo es Ia idea de sustancia: cuanto
m ás real es ésta, m enos sirve su concepto. Por eso es tan problem ática la
aplicación de esta noción, y sobre todo del esquema hilemórfico, a la ética.
Toda interpretación que se fi e de una m era cronología y suponga que si no
se aplica tal esquem a es porque no se ha llegado a él, porque no se ha hecho
todavía, en lugar de enfrentarse con las dificultades intrínsecas, pasa por
alto lo esencial del problema, y se expone a no comprender la significación
total de la ética de Aristóteles, y. por consiguiente, la configuración viviente
y real de su filo so fía entera, y con ello sus posibilidades.

No sólo el platonism o, tam bién el aristotelism o desciende súbitam ente


XIV

en el siglo iv. La A cadem ia se hace “escéptica" (sobre el sentido positivo


de esto véase el genial capítulo de Ortega en La vida de prin cip io en
L eibniz y la evolución de la teoría deductiva); el Liceo, “científico” (lo
que tampoco carece de sentido). S e cultiva en él la historia fisic o ­
m atem ática (Teofrasto, Eudemo, Menón, Dicearco), la botánica, la zoolo­
gía, la biología, la caracterología (Teofrasto). En Estratón, el prim er m otor
queda en la physis. La “filo so fía prim era” queda suplantada p o r las “se­
gundas". La especulación queda casi olvidada. M ientras tanto, el estoicis­
m o (Zenón, Cleantes, Crisipo) y otras filo so fía s helenísticas afines ocupan
el prim er plano (cfi B iografía de la F ilosofía, III. O bras, 11, p. 513 ss.).
La especulación dentro del aristotelism o no renace hasta el siglo / a. de
J. C., con el undécimo escolarca del Liceo después de Aristóteles, Andróni-
co de Rodas, el cual, a pesar de ello, no sabe en definitiva qué hacer con los
14 libros de la Filosofía prim era y fo r ja la palabra — que no es una
palabra— M etafísica. Con Alejandro de Afrodisias (200 d. de J. C.) surge
la prim era escolástica aristotélica — si no contam os a Aristóteles mismo— .
A partir de ahora se van a reproducir de tiem po en tiempo, prim ero con los
árabes, luego con los cristianos medievales, después con los diferentes neo-
ism os. E l prefijo neo- es general, el índice del escolasticismo (sin ex­
cluir el neorrealismo).
En este m om ento habría que plantear uno de los problemas m ás graves
de la historia intelectual de Occidente: la terrible “buena prensa” de A ris­
tóteles. que ha consistido — como siempre— en recoger ¡o m enos bueno
suyo y potenciarlo. Para nombrar sólo un punto esencial — quizá, si se
aprietan las cosas, el p unto esencial o por lo m enos germ ina!—: la “ciencia
buscada" se convierte en la “ciencia encontrada". E l supremo aristotélico,
Santo Tomás, distingue la ciencia d em o strativ a, que d eterm in a la verdad,
de la ciencia dialéctica, ordenada a la inquisición inventiva: “ E tiam in
speculativis alia ratio n alis scientia est dialéctica, quae o rd in a tu r ad inqui-
sitionem inventivam , et alia scientia d e m o n strativ a, quae est veritatis de­
term in ativ a” (S. T heol., 77-/7*', q. 51, art. 2). E l aristotelism o se convierte
pronto en un rep erto rio de soluciones, y A ristóteles adquiere una m ayúscu­
la: P hilosophus. Esto, ciertamente, lo había en Aristóteles — ¡a “buena
prensa" tiene siem pre fundam ento in re— ; pero, por supuesto, no sólo eso.
L a fecundidad de A ristóteles sería su rehistorización. Por eso lo he he­
cho volver a tom ar raíces en su P olítica, allí donde, en lugar de hacer una
politeía más, se esfuerza por llegar a una sociología que dé razón de la
situación del mundo helenístico que comienza. La sociedad es siem pre lo
decisivo, no la política ni el Estado: porque cuando parece que es la política
quien decide, lo que pasa es que la sociedad está enferma, y es una vez más
el sustrato social — en este caso su enferm edad— quien hace posible, en
lugar del "poder", la ilim itada “prepotencia” política, que term ina en la
inseguridad. Por eso A ristóteles quiere asegurar, como culminación de su
XV

política, la aspháleia, la seguridad, condición de la posibilidad de la fe lic i­


dad o eu daim onía, cifra a su vez de la ética.
Y al historizar a Aristóteles habría que problematizarío: volver a tom ar
la cuestión allí donde la tenía planteada, donde su genial pensam iento era
fecundo: en la idea de sustancia. No para usarla como una almohada donde
reclinar la cabeza, sino para ver si en ella cabe lo que es plenam ente real: el
ser viviente: el hom bre que, como un arquero, busca blanco para su vida:
Dios. Y, al intentar m eter en la idea de sustancia estas realidades, ésta
tendría que abrirse y descubrir sus posibilidades efectivas: ju sta m en te lo
que tendría fu tu ro en Aristóteles; o, lo que es lo mismo, lo que en él sería
vida.
II

L a é t ic a a r is t o t é l ic a

La ética y la política están estrecham ente unidas en la obra de A ristóte­


les, hasta el punto de que la E tica a N icóm aco termina con el programa
que aproxim adam ente se realiza en la Política. En la Introducción a ésta,
publicada en esta m ism a colección, he estudiado con algún detalle los pro­
blem as capitales que afectan a am bas disciplinas juntam ente. Creo inútil
repetir, y remito a esa Introducción, a si como a la de A. Tovar a La C ons­
titución de A tenas, donde se encontrarán también los datos biográficos
necesarios sobre A ristóteles y su escuela. Para ciertas cuestiones generales
relacionadas con la filo so fía griega, y en particular con el aristotelismo,
puede verse m i H isto ria de la Filosofía y tam bién B iografía de la F iloso­
fía, / - / / / (O bras, I y II).
Sorprende hasta qué punto las interpretaciones de las obras éticas de
A ristóteles suelen desatender su conexión con la P olítica, a pesar de la
extraordinaria explicitud con que está subrayada en los textos: la E tica a
N icóm aco em pieza y acaba con referencias a la política, del modo más
fo r m a l y concluyente. Este conexión, p o r lo general, es enunciada — no
siempre, por lo dem ás— , pero después se la deja caer y no sirve para la
comprensión de la E tica. Creo, por el contrario, que sólo una aproximación
de am bas puede ser fecunda, y que una consideración de la E tica que dejara
en segundo plano otros aspectos e intentase una interpretación analógica (o,
mejor, homológica) de ella, teniendo presente lo que A ristóteles hace real­
m ente en la P olítica, llevaría a una imagen fresca y sum am ente fecunda de
este ilustre libro. Quede sim plem ente señalado. A quí no puedo llevar a cabo
dicha interpretación, que acaso intente alguna vez; lo que en en este m o­
m ento m e propongo es sim plem ente recordar del modo m ás conciso posible
algunas cosas que conviene tener presentes para leer la E tica a N icóm aco.

Esta es, como es bien sabido, una de las tres obras éticas incluidas
tradicionalm ente en el corpus aristotélico; las otras dos son ¡a E tica a
E udem o y la llam ada G ra n E tica (E th ica E udem ia y M agna M oralia,
respectivamente). D iversas cuestiones se han suscitado acerca de la autenti­
cidad de estos escritos; la de todos ha sido puesta en duda en algún m om en­
to. R ecientem ente ha sostenido algún que otro investigador ¡a autenticidad
XVIII

de la G ran Etica y la inautenticidad de las otras dos (que serían cuadernos


de alumnos, probablem ente de Teofrasto). La creencia dominante, com par­
tida por Ios m ás autorizados y am pliam ente documentada, es la contraria:
Ia Etica a E udem o y la Etica a N icóm aco se consideran am b as auténticas
y com puestas en ese orden: ¡a G ra n E tica, según los cálculos m ás adm iti­
dos, procede de la segunda m ita d del siglo I I a. de J. C. y es, por tanto,
unos doscientos años posterior a Aristóteles.
Los estudios cronológicos sobre Aristóteles y el establecimiento de una
imagen evolutiva de su pensam iento recibieron, como es sabido, su m ayor
impulso de Werner Jaeger, que en ¡923 publicó su fam o so libro A ristóteles,
G rundlegung einer G eschichte seiner E ntw icklung (reeditado, con correc­
ciones y adiciones, en inglés en 1934. y en español en 1946). Ya anterior­
m ente. en 1912. habla dado un paso im portante en ese sentido con sus Stu-
dien zur E ntstehungsgeschichte der M etaphysik des A ristóteles. Sobre las
huellas de Jaeger, los intentos de "historizar” a Aristóteles se han m ultipli­
cado en los últim os decenios, si bien se ha tratado más de la historia del
texto de sus escritos que de la historia efectiva de las doctrinas, quiero
decir, de la inserción de éstas en la historia real. Todavía D irlm eier insiste
en la Zeitlosigkeit con que se presentan los escritos aristotélicos; intempo-
ralidad indiscutible si se piensa en la parquedad de referencias a un esce­
nario histórico, pero que no es tanta si se atiende a lo que pudiéramos
llam ar la “fisonom ía intelectual" de su pensam iento y, sobre todo, a la
exploración de sus supuestos, de lo que “p o r sabido se calla". “Zwischen
der A kadem ie Platons und der Aussenw elt — escribe Dirlmeier— ist ein
fe in e s Netz, das filtern d e N etz der Kunst. Zwischen dem Peripatos und der
Aussenwelt ist eine Mauer, auch wenn über sie die Tiere und die Pflanzen
hereinkomm en. Der trunkene R u f eines A lkibiades dringt nicht mehr
durch" ( “Entre la Academ ia de Platón y el mundo exterior hay una fin a
red, la red del arte como un filtro. Entre el Peripato y el mundo exterior
hay un muro, aunque por encim a de él entren los animales y las plantas. La
voz ebria de un Alcibíades no penetra y a ". A ristóteles’ N ikom achische
E thik, p. 249-250). Una m uestra de hasta dónde se podría llegar si se aco­
m etiese m etódicam ente la historización in te rn a de Aristóteles la da el libro
póstum o de Ortega, La idea de principio en L eibniz y la evolución de la
teoría deductiva.
Después de Jaeger. y precisam ente para el tem a que aquí m ás nos inte­
resa, hay que tener en cuenta el libro de F. Nuyens: O ntw ikkelingsm om en-
ten in de zielkunde van A ristóteles, 1939, traducido al francés, L ’évolu-
tion de la psychologie d ’A ristote, en 1948. Añádase tam bién el estudio de
Paul Gohlke: D ie E n tsteh u n g d er aristotelischen E thik, Politik, R hetorik,
1944. Una labor considerable ha sido realizada en las notas extensísim as de
Franz D irlmeier a su mencionda traducción (1956) y en ¡a Introducción a la
de los PP. R ené A ntoine Gauthier, O. P., y Jean Yves Jolif, O. P. (1958);
un volumen de com entario está anunciado.
XIX

Según la cronología m ás aceptada, la E tica a E udem o es considerable­


m ente anterior a la E tica a N icóm aco, y representaría una prim era fa s e del
pensam iento ético de Aristóteles. C om puesta probablem ente en el período
de Assos — una de las etapas m ás fecundas de Aristóteles— , precedería en
m ás de diez años a la E tica a N icóm aco, correspondiente a los primeros
años de docencia de Aristóteles en Atenas, como je fe del Liceo, cuando
acababa de rebasar Ios cincuenta.
Ahora bien, es sabido que los libros IV, V y VI de la E tica a E udem o
son casi idénticos a los libros V, V I y V il de la Etica a N icóm aco. Durante
mucho tiempo, cuando se dudaba mucho de la autenticidad de la primera, la
cuestión más grave era la de si esos libros eran auténticos o no; a l adm itirse
que am bas éticas lo son en su conjunto, este problem a se desvanece, pero
queda en pie el de a cuál de los dos cursos pertenecen esos tres libros
comunes. La hipótesis que hoy parece m ás firm e, de acuerdo con los traba­
jo s de Festugiére, Mansión y otros, es que los tres libros en cuestión perte­
necieron originariamente a la Etica a E udem o, pero que después fueron
reelaborados por A ristóteles para incorporarlos a su segunda ética, y que
ésta es la versión que conservan los manuscritos. Se trataría, pues, de una
parte de la Etica a E udem o, en la redacción posterior destinada a su inclu­
sión en la E tica a N icóm aco.
L a Etica a N icóm aco no es propiam ente un "libro’' en el sentido estric­
to del término. E s una p rag m ateía, un conjunto de lógoi de tem a común,
redactados por A ristóteles como cuadernos para los cursos, de los cuales,
sin duda, se hacían copias en el Liceo, para uso de los discípulos, que no
significaban una verdadera edición con destino a un público m ás amplio.
Esto explica m uchos caracteres del texto: su concisión, destinada a comple­
tarse con explicaciones orales; su frecu en te descuido expresivo, salvo pasa­
je s redactados cuidadosamente y hasta con esmero literario; sus repeticio­
nes; cierta incoherencia de los nexos entre diferentes partes, que en algunos
casos llegan a contradicciones m ás o m enos fácilm en te salvables. Algunas
soluciones de continuidad en el texto se explican por tratarse de n otas, que
no se escribían al pie de página, sino a continuación, y que es aventurado
identificar y restablecer. En otros casos se trata de materiales escritos por
Aristóteles, insertados por su editor en lugares m ás o menos acertados, o al
fin a l de un tratado.
¿Quién es el editor de este libro? E l título E tica a N icóm aco, tradicio­
nalm ente empleado, alude a una “ dedicatoria" de Aristóteles a su hijo; el
título paralelo E tica a E udem o sugiere análoga relación con su discípulo.
H oy se rechaza generalm ente esta idea, aunque se conserven las denomina­
ciones tradicionales — que m uchos sustituyen por E tica E u d em ia y Etica
N icom aquea— . La función de Eudemo y Nicómaco no seria la de destina­
tarios de las éticas, sino la de editores. E n el caso de Nicómaco, aun esto
parece demasiado. Era un niño pequeño cuando m urió Aristóteles, y — se
dice— no es verosím il que se le ocurriera dedicarle un tratado; m ás fu e rza
XX

tiene el argum ento de que no era sino un cuaderno de notas, no destinadas


a la publicación. Nicóm aco m urió en la guerra cuando era aún m uy joven, y
es bastante probable que Teofrasto, que dirigió su educación, cooperase
m uy activam ente en la edición de la E tica, aunque el honor de ello fu ese
atribuido exclusivam ente al hijo de! autor.
La Etica a N icóm aco fu e editada poco antes de! año 300. La Etica a
E udem o (o E udem ia) fu e editada p o r el discípulo de Aristóteles Eudem o de
Rodas, verosím ilm ente algo después; la razón m ás fu e r te en apoyo de esta
suposición es que Eudem o no editó los libros comunes, lo cual hace pensar
que el trabajo estaba y a realizado por Nicóm aco en la otra E tica. Poco
tiempo después ésta había sido relativam ente olvidada. Esto ha hecho pen­
sar que la Etica a N icóm aco fu e se objeto de una edición solam ente restrin­
gida, destinada a circular únicam ente dentro del Liceo; esto es posible, pero
no debe perderse de vista la general declinación del platonism o y el aristo­
telismo desde com ienzos del siglo III, es decir, ju stam ente las fe c h a s de la
edición de la E tica. E l rápido triunfo de la Stoa, en particular desde Crisipo.
eclipsó el esplendor de A ristóteles y hubo de oscurecer naturalm ente su
E tica, que es desconocida en el catálogo de Aristón de Ceos, escolarca del
Liceo un siglo después de su edición (!). No se olvide tampoco el “cientifi­
cism o" del Liceo, que antes he subrayado. La Etica no reaparece hasta la
edición de Andrónico de Rodas, hacia los años 40-20 a. de J. C., a la que se
deben muchas variantes y, sobre todo, su conservación.
III

IN D IC A C IO N E S B IB L IO G R Á F IC A S

1. Ediciones de la “ Etica a N icóm aco” .

Las ediciones modernas m ás im portantes de ¡a Etica a N icóm aco


son las siguientes: I) La de Franz Susem ihl: A ristotelis E thica Nico-
m achea, recognovit Fr. Susem ihl. Teubner, Leipzig 1880. 2." edición 1887.
3.a ed. curavit O tto Apelt, Leipzig 1912 (con mejoras y algunas pérdidas en
el aparato crítico).
2) La de Ingram Bywater: A ristotelis E thica N icom achea, recognovit
brevique adnotatione critica instruxit I. Bywater, Scriptorum Classicorum
Bibliotheca Oxoniensis, O xford 1890 (numerosas reimpresiones; es la edi­
ción que en general hem os seguido).
3) La de Grant: T h e Ethics o f A ristotle, illustrated with essays and
notes by A. Grant. 2 vols., London 1857 (4.a ed. 1884). Edición anterior al
Index A ristotelicus de Bonitz, y naturalm ente a los de la E tica a N icóm a­
co de Susem ihl y Bywater, éste excelente.
4) La de Burnet: T he Ethics o f A ristotle, edited with an introduction
and notes by John Burnet, M. A., M ethuen & Co., London 1900. Es ¡a
m ejor edición comentada, m uy rica en inform ación y, a pesar de su fecha,
insuperada en m uchos aspectos; con excelentes índices.
5) La de Rackham : Aristotle: T h e N icom achean Ethics, with an Eng-
lish translation by H. Rackham , M. A. The Loeb Classical Library, Lon­
don & New York 1926 (varias reimpresiones). Edición escolar m uy correc­
ta, con traducción inglesa, breves notas y algún aparato crítico.
6) La de Voilquin: Aristote: E th iq u e de N icom aque, texte, traduc-
tion, préface et notes par J. Voilquin. Garnier, París 1940. No tiene interés
científico.
7) La de Ramsauer: Aristotelis Ethica Nicomachea, edidit et commen-
tario continuo instruxit G. Ramsauer, Leipzig 1878.

2. C om entarios.

Sobre los com entarios antiguos, árabes y cristianos m edievales y rena­


centistas puede consultarse la introducción d el P. Gauthier a su traducción.
XXII

Respecto a los com entarios modernos, adem ás de tos incluidos en las edicio­
nes mencionadas arriba, merecen citarse:
1) N otes on the N icom achean Ethics o f A ristotle by J. A. Stewart.
2 vols., O xford 1892.
2) A ristotle. T he N icom achean Ethics. A C om m entary by the late
H. H. Joachim. edited by D. A. Rees. O xfo rd 1951.
3) A ristóteles’ N ilom achische E thik übersetzt von Franz Dirlmeier,
Akademie-Verlag, Berlín 1956. Erlauterungen p. 243-606: una considerable
m asa de erudición y comentario del texto y su significado.

3. T raducciones.

Entre las traducciones modernas a otras lengups hay que citar las ale­
manas de A. Stahr, E. Rolfes. A. Lasson y, sobre todo, la de F. D irlmeier
antes mencionada, que no hemos podido utilizar por estar y a im presa la
nuestra cuando nos ha sido accesible. De las francesas, aparte de la de
Voilquin antes nombrada. la de los PP. G authier y Jolif, también menciona­
da m ás arriba, y que tampoco hemos podido consultar por su reciente apa­
rición (el anunciado volumen de comentario no ha aparecido aún). Entre las
inglesas, la citada de R ackham y. sobre todo, la de W. D. Ross en la gran
traducción de Oxford.
E xiste una vieja traducción española de la Etica a N icóm aco, de consi­
derables calidades y que todavía hoy conserva interés: la del hum anista del
siglo X V I Pedro Sim ón Abril, publicada con una introducción de A. Bonilla
San M artín por la R eal Academia de Ciencias M orales y Políticas: La
Etica de A ristóteles, traducida del griego y analizada por Pedro Sim ón
Abril, M adrid 1918.
Las otras traducciones a nuestra lengua tienen escaso valor científico;
puede verse lo que dije de ellas en la edición de la Política, en esta m ism a
colección.
U ltimam ente se ha publicado una edición con el texto de la Loeb Li-
brary, introducción, versión y notas de A ntonio Gómez Robledo, bajo el
título Etica N icom aquea, Universidad Nacional Autónom a de México,
1954, que no hem os podido tener presente al hacer la nuestra.
La presente traducción responde a los m ism os criterios que la de la
Política. Como ella, ha sido realizada en colaboración por M aría Araujo y
por mí. Debo decir que, a causa de una acumulación de quehaceres míos,
que han retrasado considerablemente su publicación, el peso m ayor de la
traducción ha recaído sobre María Araujo, a la que doy las gracias por
haber asumido parte tan considerable del trabajo.

4. E studios.

En la Introducción a la Política (p. L X V II ss.) di algunas indicaciones


XXIII

bibliográficas sobre Aristóteles. Pueden agregarse algunos títulos, la m ayor


parte de ellos referentes principalm ente a la ética aristotélica:
D. J. Alian: T he Philosophy o f A ristotle, O xford 1952.
J. Burnet: Law a n d N ature ¡n G reek Ethics, 1897.
O. Dittrich: D ie Systeme d e r M oral, / (A ltertum bis zum Hellenismus).
Leipzig 1923.
E. Howald: E thik des A ltertum s, München 1926.
J. Ortega y Gasset: Etica de los griegos (en E spíritu de la letra; co­
m entario al libro anterior).
W. D. Ross: The Right an d the G o o d , O xford 1930.
Idem: F o u n d atio n s o f Ethics, O xford 1939.
W. Jaeger: P aideia, 3 vols., 1934-47 (traducción española, Fondo de
Cultura Económica, México).
N. Hartmann: D ie W ertdim ensionen d er N ikom achischen E thik, Ber­
lín 1944.
E. R. Dodds: T he G reeks an d the Irra tio n a l, Berkeley 1951 (traducción
española de M aría Araujo, R evista de Occidente, Madrid).

Se encontrará una am plia bibliografía de ensayos y artículos referentes


a la E tica a N icóm aco en Apelt, p. X1X-XX1X, completada hasta 1958 por
Dirlmeier, p. 258-264.

* * *

No he querido entrar, en esta Introducción, en los problem as interpreta­


tivos de la ética aristotélica, y en especial de la Etica a N icóm aco. M i
manera de ver el tem a difiere bastante de las usuales. Una form ulación
abrupta de ella parecería injustificada, y en esa m ism a m edida resultaría
equivoca o poco inteligible; su justificación, en cambio, requeriría una dis­
cusión minuciosa de otras interpretaciones y el planteam iento de cuestiones
que afectan a la totalidad de la filo so fía de Aristóteles y que van incluso
más allá de ella. Todo esto resultaría desplazado en una edición de la
E tica, incluida en una colección de C lásicos políticos, cuya misión es poner
a l alcance de los estudiosos un texto correcto y una traducción fie l y riguro­
sa, que hagan posible la lectura íntegra y efectiva. Sólo partiendo de ella
puede tener sentido preguntarse por la significación últim a de la obra. Por
ello he preferido com pletar lo que y a dije en la Introducción a la P o lític a ,^
que debe¡tenerse íntegram ente presente, como parle de ésta, con unas pági­
nas iniciales en que he tratado de situar en una perspectiva histórica y
filosófica adecuada esa enorme realidad que se llamó Aristóteles.
Agosto de 1959.

J u l iá n M a r ía s
A P A R A T O C R I T I C O

Sólo ee tienen en cuenta las variantes de los manuscritos o editores moder­


nos qae representan variaciones de sentido o de estilo y, por tanto, pudieran re­
flejarse en la traducción.

SIGLA

H* = cod. Maroianns 214 (siglo xrv).


Kb — cod. Lanrentianns T.TTTT. 11 (siglo x).
Lb = cod. Parisiensis 1864 (siglo xn).
M* = cod. Maroianns 213 (siglo u v ).
Nb — cod. Maroianns append. IV. 63 (siglo xtv).
O" = cod. Ricoardianus 40 (siglo n v ).
r = antiqua tradnctio (siglo tttt, atribuida a Guillermo de Moerbeke, ed. Pa­
rís 1407).
vulg. = códices pleriqne.
Asp. = comentario de Aspaste (siglo n , ed. por Heylbut, 1880).
Ala. — editio princeps .áJdina, 1495-98.
H0IK6ON N1K0MAXEI6ÚN

A.

1094 a TTSaa téxvt ) x a l i r á a a piáQoSos, ópiolcos 6é ir p a ^ ís te Kal


Trpoorfpeais, áyaO oO tivós é<pÍ£o6ai 8 okeT- 8 ió KaÁcog árra p i1!-
vavTO T áyaQ óv, ovj ttócvt’ ¿pÍETca. 8ia<popá 8é m s «paíverai
tgóv te Acov tóí pév y á p Etaiv évÉpyeion, T á Sé i r a p ’ aC rrás
5 Ipya n v á . £>v 8 ’ e ta l tíA ti T iv á -rrap á T á s irp á ^ e is, év t o ú -
t o i s 0eAtíco TrécpuKE tc ó v évEpyEicóv T á ipya. ttoAAgóv 8é
irpá^ECov oúacov K al te x v w v Kal érnaTTiUMV TroAAá yívETai
Kal tóc té A tv la rp iK fjs pév y á p CryÍEia, vavrnT|yiKfís 8é
irA otov, oTpaTTiyiKfís 8¿ víkt), oIkovo^ikí^s 8é ttA o O to s. 6 a a i
10 8 ’ eIctI tc o v to io ú tc o v Cnró p íav T iv á B úvapiv, K a S á m p ú rró
t í j v lin riK ^ v x a ^ ,V0’n-0UK^l K a^ ócrai áA A at tc o v hrm K cov
óp y áv co v eÍctív, a í m | 8é Kal i r á a a ttoA e^ikÍ] irp á ^ is ú rró
Tf|v OTpaTT|yiKTI|v, K aTa t ó v aCrróv 8f] T póirov áA A ai ú<p’
érépas* év ¿ rrrá a a ts 8é T á tc o v ápxiTEKTOViKcSv tíA t) Tráv-
15 tc o v é o r lv alpETCÓTEpa tc o v ú t t ’ aCrrá* to ú tc o v y á p x ^ P ,v
KáKEÍva SicÓKETai. 8ia<pépEi 8 ’ oúSév T á j évEpyEÍag a v rrá s
Elvat T á téA t] tc o v irpá^ECov f| T rap a TaCrras áAAo t i , K a0á-
2 TTEp l i r l tg ó v Afix^Etacov h ricrrn tico v . El 8i“| t i té A o s áaT l tc ó v
irpaKTÓóv 6 8 i’ aCrró [3ouAóii£6a, tS A A o Sé 8 iá t o ü t o , Kal
20 ir á v T a 8 t’ rrep o v alpoúi¿E6a (irpÓEiai y á p o ú tc o y ’ eIs fiitEipov,
c ó a r ’ filvai keWjv Kal lacrralav n ^ v SpE^iv), 8fjAov cbs to O t* á v
e! t| T áyaO óv Kal t ó á p io r o v . áp* o u v Kal irp ó s t ó v (¡Jlov tf|
y v £0015 aCrroü u e y áA ^v ? x £l ^o'm'iv, Kal KaOáTrep t o ^ ó t o i

1094 a 8. xal om. K» M» Aap. || 13. xa-rá add. Kk M» 8i Aid. || 14. 84). Mb T
II 16. ú<p’ aúxá Lb M*1 Asp.
ETICA A NICOMACO

L ibro I

Toda arte y toda investigación, y del mismo modo toda acción y 1004 a
elección, parecen tender a algún bien; por esto se ha dicho con razón
que el bien es aquello a que todas las cosas tienden. Pero parece que
hay alguna diferencia entre los fines, pues unos son actividades, y los
otros, aparte de éstas, ciertas obras; en los casos en que hay algunos
fines aparte de las acciones, son naturalmente preferibles las obras a
las actividades (1). Pero como hay muchas acciones, artes y ciencias,
resultan también muchos los fines: en efecto, el de la medicina es la
salud; el de la construcción naval, el barco; el de la estrategia, la vic­
toria; el de la economía, la riqueza. Y en todas aquellas que dependen
de una sola facultad (como el arte de fabricar frenos y todas las demás
concernientes a los arreos de los caballos se subordinan al arte hípico,
y a su vez éste y toda actividad guerrera se subordinan a la estrategia,
y de la misma manera otras artes a otras diferentes) los fines de las
principales son preferibles a los de las subordinadas, ya que éstos se
persiguen en vista de aquéllos. Y es indiferente que los fines de las
acciones sean las actividades mismas o alguna otra cosa fuera de ellas,
como en las ciencias mencionadas.

Si existe, pues, algún fin de nuestros actos que queramos por él


mismo y los demás por él, y no elegimos todo por otra cosa— pues así
se seguirla hasta el infinito, de suerte que el deseo sería vacío y vano— ,
es evidente que ese fin será lo bueno y lo mejor. Y así, ¿no tendrá su
conocimiento gran influencia sobre nuestra vida, y, como arqueros que

(1) Las aotividadea ouyo fin ion ellas m in ou son superiores, porque son más
«n«Unt.—; pero cuando h»y un» obra oorao fin de la actividad, ésta es querida por
la obra, y, por consiguiente, esta última es superior.
c k o i t ó v ? x OVTeS n S X X o v &u T v y x á v o i n e v t o O S í o v t o s ; el 8 ’
26 o ú t c ú , T r ti p a r é o v -rCrrrcp y e ir e p iA a p e lv o ú t ó t í t t o t 1 é c tt I K a l
t í v o j t c o v ÉTTicmujióóv f | S u v á p e c o v . S ó b ete 6 ’ &v -rifa K u p ic o -
t A t t | S x a l n á X i o r a ápxiTEK TO V iK fjs. t o i o ú t t i 8’ f | tt o X i ti k i'i
<porfv£Toa‘ tív c c s y á p e lv a i x p e¿> v t c o v é i r i o r n i J w v év to T s t t ó -
io m b X e a i, K a l i r o l a s é K á o r o v s iia v B á v e iv K a l |i é x p i t I v o s , o tú r n
B iaTáC Tffer ópóápEV 6 é K a l T á s é v n n o T á T a s t ó ú v 6 w á |i e c o v
C oró t o ú t t ) v o O a a s , o l o v o r p o n T |y iic í) v o I k o v o h i k ^ v ¡bT]Topi-
k i'i v X P00^ ^ 1! ? t o ú t t i s T a l 5 X o n r a í s [T rp a ic n K a T s] t c o v
6 é t t i o t t i |i£óv, § n 6 é V Q p o O rro ú a ris t í S el i r p á r r e i v K a l tí v c o v
< 5 n réx eo 6 ai, t ó t o ú t t i s T é X o s i r e p i é x o i & v tó c t c o v dX X cov,
g x t t e t o u t ’ &v eTt| T áv O p có iT iv o v <5rya6óv. eI y á p K a l t o ú t ó v
é o n v é v l K a l T róX ei, p e lj ó v y e K a l T e X e ió re p o v t ó T fjs iró X e c o s
<pa(vETai K a l X a fielv K a l a c p j e i v á y a r r r |T Ó v p.¿v y á p « a l é v l
10 p ó v cp , K áX X iov 6 é x a l d e ió r e p o v £Óvei K a l ir ó X e a iv . f | p é v
3 oO v p éO o S o s t o ú t c o v ¿ ( p lr r a i, t t o X i t i k ^ t i s o O o a . A é y o i- r o 8 ’
<5rv Ik o v c o s , eI KOTÍt t Í ) v C /ttokei iié v r|v ú X t|v S io a a q ^ O e iri* tó
y á p ¿ K p ip é s o ^ X ó p o ic o s év f ir r a c n t o I j X ó y o is éTn3q T T |T éo v ,
e ó o ir e p o 0 6 ’ év t o I j 6 t | n i o u p y o u p é v o i s . t<3c 6 é K a X á K a l tó c
16 S ÍK cn a, i r e p l & v f) ir o X m K f ) c tk o tte Itc c i, iro X X f|v ? x E1 8ta<f>opáv
K a l ir X á v r iv , c o c tte 5 o k e !v vópico p ó v o v e lv a i , ip ú a e i 6 é jii^.
TOiaÚTTiv S é T iv a ir X á v r iv Éx61 k®* T á y a O á S i á t ó tto X X o Is
cru n (3 a iv e iv p X á ^ a s á i r ’ aC rró& v ^ 8 t i y á p t i v e j dnrcbX ovTO
S i á tt X o O to v , éirep o i S é S i ’ á v 6 p e la v . d y a m i T Ó v o O v ir e p l
20 t o i o ú t c o v K a l ¿ k t o i o ú t c o v X é y o v r a s t t o x u X c o s r a l T Ú ircp t ¿ -
X t|0 é s é v 8 e ÍK v v o 6 a i, K a l ir e p l t ¿ o v eos é r r l t ó ifo X O K a l éK
t o i o ú t c o v X é y o v r a s T o i a O r a K a l a v iiir e p a iv E o O a i. t ó v o ú t ó v
6 f | T p ó r r o v K a l á r r o 6 é x e o 6 a i X PE“ V é k o u t o t ¿ 5 v X Eyopévcov*
T rfrra iS e u M é v o u y á p é o r i v é ir l t o c t o O t o v T á K p ifJé s é in jr|T E !v
26 k o 6 ’ I k o o t o v y é v o j , éq>’ ó a o v fj t o O T r p á y ii c r r o s «pú o is fr m S é -
X e ra r i r a p a i r X f y n o v y á p « palveT ai p a d rm c rn K o O t e m O a v o -
X oyoO vT O S á r r o 5 é x e o 6 a i K a l ÉnyropiK Ó v á rr o B e l^ e is á r o r r e l v .
I k o o t o s S é K pívei K a X ú s & y iv c b a x E t, K a l t o ú t c o v é a r l v ó c y a -
1093 a 6 ó s K p m 'is - « 0 6 * S k o o t o v p é v & p a 6 T T E iraiS eupiévos, áTrXfiSs

b 4XmrbT« om, K‘ npaimxatt MolwJt Bywtter || 0. yáp om. K* r


|| 16. noXX4)v Aip .1 -rooaiinf» Lb T.
1006 a 12. npooi|uáa0<i> pr. Kk || 17. ¿rfw&N M* I \
2

tienen nn blanco, no alcanzaremos mejor el nuestro? Si es asi, hemos


de intentar comprender de un modo general cuál es 7 a cuál de las
ciencias o facultades pertenece. Parecería que ha de ser el de la más
principal 7 eminentemente directiva. Tal es manifiestamente la polí­
tica. E n efecto, ella es la que establece qué ciencias son necesarias en
las ciudades 7 cuáles ha de aprender cada uno, 7 hasta qué punto.
Yernos además que las facultades más estimadas le están subordina­ 10M b
das, como la estrategia, la economía, la retórica. T puesto que la po­
lítica se sirve de las demás ciencias prácticas 7 legisla además qué se
debe hacer 7 de qué cosas ha7 que apartarse, el fin de ella compren­
derá los de las demás ciencias, de modo que constituirá el bien del
hombre; pues aunque el bien del individuo 7 el de la ciudad sean el
mismo, es evidente que será mucho más grande 7 más perfecto .alcan­
zar 7 preservar el de la ciudad; porque, ciertamente, 7a es apetecible
procurarlo para uno solo, pero es más hermoso 7 divino para un pue-S
blo 7 para ciudades.
Este es, pues, el objeto de nuestra investigación, que es una cierta
disciplina política.

Nos contentaremos con dilucidar esto en la medida en que lo per­


mite su materia; porque no se ha de buscar el rigor por igual en todos
los razonamientos, como tampoco en todos los trabajos manuales; la
nobleza 7 la justicia que la política considera presentan tantas dife­
rencias 7 desviaciones, que parecen ser sólo por convención 7 no por
naturaleza. Una incertidumbre semejante tienen también los bienes,
por haber sobrevenido males a muchos a consecuencia de ellos; pues
algunos han perecido a causa de su riqueza, 7 otros por su valor. Por
consiguiente, hablando de cosas de esta índole 7 con tales puntos de
partida, hemos de damos por contentos con mostrar la verdad de un
modo tosco 7 esquemático; hablando sólo de lo que ocurre por lo ge­
neral 7 partiendo de tales datos, basta con llegar a conclusiones seme­
jantes. Del mismo modo se ha de aceptar cuanto aquí digamos: por­
que es propio del hombre instruido buscar la exactitud en. cada, género
de conocimientos en la medida en que la admite la naturaleza del
asunto; evidentemente, tan absurdo sería aprobar a un matemático
que empleara la persuasión como reclamar demostraciones a un re­
tórico.
Por otra parte, cada uno juzga bien aquello que conoce, 7 de eso
es buen juez; de cada cosa particular el instruido en ella, 7 de una 1095 a
3

8’ ó irepl ircrv TTEirai8eu|jévos. 8ió tt¡s TroAmKfjs oúk 6otiv


oIkeTos áKpocrríis ó véos* árretpos y á p tcov Korrót tó v piov
irpáfecov, ol Aóyoi 8’ ék toútcov Kal irepl to ú tco v §ti 8é
6 to ís iráQecnv <5ckoXou6titikós <*>v túrrateos áKoúoerai Kal deveo-
(peAus, érreiS^i t ó téAos IotIv oú yvdSais tScAAá irpa§is. 8ia-
<p¿pEi 8* oúSév véos tÍ|v f|AiKÍav f| t ó f¡0os vsapós* oú y á p
irap á tó v xp^vav f| üAAeivf/is, áAAá 8iá t ó Kcrrá iráQos jt^v
Kal SicÓKetv iK aara. to ís y á p to io ú to is ávóvTyros f| yv&ais
10 yivrTon, KaSácrrep to ís <StKpaTéaiv to Is 8é kotóc Aóyov t ¿ s
ópé^Eis iroioupévois Kal irp á n o v a i iroAucoq>eAés &v 6ÍT| t ó
irepl toútcov elSévai. Kal irepl név dKpoaToO, Kal ircoj <5nro-
Beicréov, Kal t í irponOétieOa, irappoiiiiáodco to u to .
4 Aéycopev 8 ’ dcvaAapóvTes, érreiSf) i r a c a yveoons Kal ir p o -
16 a íp e o is á y a Q o ü ti v ó s ópéyeTúa, t í é o r lv o ú Aéyopev -rf|v
ito A itik ^ v ¿9 Íeo6 a i Kal t í t ó irávTCOv áK pÓ Tarov tc o v irponc-
t w v ócyaQav. ¿ v ó ia a ri név o úv a x e S ó v ín r ó t w v irAelcrrcov
ójaoAoyelTai* r í) v y á p eú 8 a i|io v ía v Kal o l iroAAol Kal o l Xa "
píevTes Aéyovcxiv, t ó 8 ’ eú jfjv Kal t ó eú i r p á r r a v tc iú tó v
20 CnroA aM pávouai tc o eO Baipovelv ire p l 8 é Tfjs eúSai no v ias, t í
é o riv , áp<pia|3T|ToOCTi Kal o ú x ó poicos o l iroA Aol t o i s ao<pots
á i r o 8 i 8 ó a a tv . o ! pév y á p tc o v évapycov t i Kal «pavepcov, o lo v
f)8 ovf|v f| ttA o O to v f| Tipi^v, &AA01 8 ’ ócAAo —iroAAáKts 8 é
Kal ó a ü r ó s ir e p o v v o a i^ a a s pév y á p ú y le ia v , irevópevos 8 é
25 tt A o u t o v auveiSÓTes 8 ’ í a u r o í s fiy v o ia v t o ú s u é y a t i Kal
ín ré p aCrroOs A éyovT as O a v p á jo v o iv . Svioi 8 ’ ¿ó o v to i r a p á
T á iroA A á t o O t o á y a 6 á óAAo t i ko&’ a i r r ó elva», ó Kal t o ú t o i s
i r a a iv a í n ó v i o n to O elvai A yaQ á. ó n rá o a s |i¿v oOv l ^ e r á -
je iv T á s 8 ó f a s uaT oaórepov Tacos é o rlv , Ikovóv 8 é T á s liáA ia T a
30 é im ro A a jo ú o ’a s ^ 5 o K o ú a a s i x eiv TIV& A óyov. |if) AavOavé-
tc o 8 ’ f)p a s óm 8 ia 9 É pouaiv o l á i r ó tc o v áp x c o v A óyoi Kal ol
éirl T á s á p x á s . eú y á p Kal ó Ü A árcov f)irópei t o O t o Kal ¿31*1-
te i, iró re p o v á i r ó tc o v áp x c o v é ttI T á s á p x ^ S éo tiv , f) ó 8 ós,
1096 6 cócnrep év tc o o raB lco dnró tc o v áOAoQrrcov érrl t ó iré p a s ^
á v á ira A iv . á p icréo v (Jiév y á p á r r ó tc o v yvcoplpcov, T a O ra 8 é
8 i t t g í s ‘ T á pév y á p fjiilv T á 8 ’ áirA cos. Tacos ov5v f||ilv y e

6 4. ffitaiv Wb Asp. || 0. tv toútoi.? pr. Kb || 7. í%oi tfi t¡ f^oi Mb || 26.


etvai om. Lb T || 27. TtioTtúoxrtv Lk Asp. ilvat ¿yaOoúc Kb Mb.
3

manera absoluta el instruido en todo. Por esta razón, el joven no es


discípulo apropiado para la política, ya que no tiene experiencia de
las acciones de la vida, y la política se apoya en ellas y sobre ellas
versa; además, por dejarse llevar de sus sentimientos, aprenderá en
vano y sin provecho, puesto que el fin de la política no es el conocí-,
miento, sino la acción; y es indiferente que sea joven en edad o de ca­
rácter, pues el defecto no está en el tiempo, sino en vivir y procurar
todas las cosas de acuerdo con la pasión. Para tales personas, el cono­
cimiento resulta inútil, como para los intemperantes; en cambio, para
Iob que encauzan sus deseos y acciones según la razón, el saber acerca
de estas cosas será muy provechoso.
Y baste esto como introducción sobre el discípulo, el modo de re­
cibir nuestras enseñanzas y lo que nos proponemos.

Volviendo a nuestro tema, puesto que todo conocimiento y toda


elección tienden a algún bien, digamos cuál es aquel a que la .política
aspira y cuál es el supremo entre todos los bienes que pueden realizar­
se. Casi todo el mundo está de acuerdo en cuanto a su nombre, pues
tanto la multitud como los refinados dicen que es la felicidad (2), y
admiten que vivir bien y obrar bien es lo mismo que ser feliz. Pero
acerca de qué es la felicidad, dudan y no lo explican del mismo modo
el vulgo y los sabios. Pues unos creen que es alguna de las cosas visi­
bles y manifiestas, como el placer o la riqueza o los honores; otros,
otra cosa; a menudo, incluso una misma persona opina cosas distin­
tas: si está enfermo, la Balud; si es pobre, la riqueza; los que tienen
conciencia de su ignorancia admiran a los que dicen algo grande y ,
que está por encima de su alcance. Pero algunos creen que, aparte de
toda esta multitud de bienes, hay algún otro que es bueno por sí mis­
mo y que es la causa de que todos aquéllos sean bienes.
Pero quizá es inútil exponer en detalle todas las opiniones, y basta
con examinar las predominantes o que parecen tener alguna razón.
Tengamos presente que los razonamientos que parten de los prin­
cipios difieren de los que conducen a los principios. E n efecto, tam­
bién Platón se preguntaba y buscaba con razón si se ha de proceder
partiendo de los principios o hacia los principios; como en el estadio, 109S 6
de los que presiden los juegos hacia la meta o al revés. Sin duda, se
ha de empezar por las cosas más fáciles de conocer; pero éstas lo son
en dos sentidos: unas, para nosotros; las otras, en absoluto. Debemos,

(2) Eki «ato oontexto ap&reoe la palabra tudaimtmla en bu sentido m is general,


j tutamen te aquel en qne oonvienen todos. £1 tema de la Etica será en buena parte
esclarecer la verdadera significación de esa palabra.
4

ápieréov ánró tóóv f|plv yvcopípKov. 8ió SeI t o I j EOeoiv fix®01


s KaXcós t ó v -irepl k aXcov xal Sikoícov xal óAcos tcov noAmkdiv
¿kovctópevov Íkccvgós. ápx^l y á p t ó 6t i , Kal e( to O to (porfvoi-
TO ápKOÚVTÍOS, OÚSév TTpOCrSE^CTEl TOÜ SlÓTl* Ó Sé TOtOUTOS
^X6* Aá^oi &v á p x á s ^KjtSícos. d> 8é injSéTEpov ínrápxei
to ú tc o v , áKouaáTco tcóv ‘ HaióSou*

10 o íjto s pév TravápiOTos 6$ qcútós irávra voi'io'j),


éo6Aós 5’ au KáKEtvos 6s eC/ eIttóvtí TrlO^Toa.
65 6é ke hi*|t’ aCrrós voéij ur|T* áAAou áKOÚcov
év Oupcp páAAriTcn, 5 6’ airr’ áxpfyos <iv^p.

5 ‘ HjieTs 8 é Aéycopev 60ev Trape^éPíipev. t ó yáp áyaOóv


15 Kal t íjv EÚSai noviav oúk áAóycos éoiKacriv ék tcov picov Criro-
AaupávEiv ol pév ttoAAoI Kal <popTiKcóraroi tÍ]v f|8ovi^v 81Ó
Kal t ó v piov áyocTTGxri t ó v ¿iroAavonKÓv. Tpsís yáp eIoi
(iáAiora ol irpoúxovTEs, ó t e vüv elprmévos Kal ó tto A itik ó s
Kal TplTos ó 8ea)pr|TiKÓs. ol uév oOv ttoAAoI TravTEAcós á v -
20 5 pa7ro5 có8 £is <paívovTat pooxrmárcúv ptov TrpoaipoúiiEvoi,
Tvyxávouoi 8é Aóyou 8iá t ó ttoAAoOs tcóv év Tais é^ovalais
óiíoiottoOeTv lapBavcrrráAAcp. ól Sé xapíevTes Kal irpajaiKol
Tipi*iv to O yáp ■iroAtTiKoO fMou axeBóv t o u t o tíAoj. <pa(-
vrrai 8’ émiroAaiÓTepov EÍvai to O jtitouhévou' Soke! yáp év
26 toTs npcóai pfiAAov eIvoi év Tcp mnoonévcp, Táyaéóv Sé
oIkeTóv t i Kal SuaatpaípETov eIvoi pairm/ópEda. 8' éol-
Kaai tÍ)v npf)v Sicókeiv Iva morEÚacixnv éairroOs áyafiovs
elvar jTyroüai yoOv Crrró tcov 9povípcov TipaaOcn, Kal irap’
oí? yivcíwKovTai, Kal étt’ ápcrij* 8f\Aov oOv fin xorrá ys
30 toútous f| ápETf) kpéIttoov. Táxa 8é Kal tláAAov <5v T15
téAos toO ttoAitikoO piou toútt|V úrroAápoi. qxrfvETcn 8é
drrsAEorépa Kal aOny SokeI yáp év8éx«j6ai Kal koOeOSeiv
Ixovra t#)v áperf|v f| dirpaicTelv Biápiov, Kal irpój toútois
1090 a KaKoiraOETv Kal 4 tv x e*v péyiora* tóv 8* oCrrco jcóvTa
oOSels &v EOSaipoviaEiEV, el pf) ©écnv 8ia9uAáTTCOv. Kal

1096 a S. txo(j¿voi; Kb || 18. i ’kéyoptv Kk.


4

pues, acaso empezar por las más fáciles de conocer para nosotros. Por
eso es menester que el que se propone aprender acerca de las cosas
buenas 7 justas 7, en suma, de la política, ha7a sido bien conducido
por sus costumbres. Pues el punto de partida es el qué, 7 si está sufi­
cientemente claro, no habrá ninguna necesidad del porqué. Un hom­
bre -tal, o tiene 7a o adquirirá fácilmente los principios Pero el
que no dispone de ninguna de estas cosas, escuche las palabras de
Hesiodo (3):

Es el mejor de todos el que por si solo comprende todas las cosas;


es noble asimismo el que obedece al que aconseja bien;
pero el que n i comprende por si mismo n i lo que escucha a otro
retiene en su mente, es un hombre inútil.

Pero continuemos desde el punto en que nos desviamos. No pare­


cería sin razón entender el bien 7 la felicidad según las diferentes vidas.
La masa 7 los más groseros los identifican con el placer, 7 por eso
aman la vida voluptuosa — pues son treB Iob principales modos de vida:
la que acabamos de decir, la política 7 en tercer lugar la teorética—.
Los hombres vulgares se muestran completamente serviles al preferir
una vida de bestias, pero tienen derecho a hablar porque muchos de
los que están en puestos elevados se asemejan en sus pasiones a Sar-
danápalo ( 4). E n cambio, los hombres refinados 7 activos ponen el
bien en los honores, pues tal viene a ser el fin de la vida política. Pero
parece que es más trivial que lo que buscamos, pues parece que está
más en los que conceden los honores que en el honrado, 7 adivinamos
que el bien es algo propio 7 difícil de arrebatar. Por otra parte, pare­
cen perseguir los honores para persuadirse a sí mismos de que tienen
mérito, pues buscan la estimación de los hombres sensatos 7 de los
que los conocen, 7 fundada en la virtud; eB evidente, por tanto, que
incluso para estos hombres la virtud es superior.
Acaso se podría suponer que ésta sea el fin de la vida política; pero
resulta también insuficiente, pues parece posible que1 el que posee la
virtud esté dormido o inactivo durante toda su vida, 7 además de
esto padezca grandes males 7 los ma7ores infortunios; 7 nadie juzgará 10M a
feliz al que viviera así, a no ser para defender esa tesis. Y basta sobre
esto, pues 7a hemos hablado suficientemente de ello en nuestros es-

(3) Trabajos y dios, 201 as. -


(4) Bey de Asiría, del siglo ix a. de C., famoso por sus vicios y vida de place­
res desordenados; según una leyenda, se arrojó a una hoguera con mis mujeres,
eeolavoa y tesoros, en su palacio de Nlnive, cuando la ciudad fué tomada.
5

irepl (iév to ú tco v ¿A is' íkocvcos y á p Kal év t o í s éyKUKAÍois


eTpTyrai TTEpi oútcov. TpÍTos 6 ’ é o rlv ó OccúpTynKÓs, vnrép oú
6 t? |v ÉTrloKevf/iv év to I s éTropévois TroiTiaóii£6a . 6 8é XP^H0 -
Ticrrfis pícnós t i s éorív, Kal ó ttA o ü to s BfjAov 6t i o ú t ó j t |t o ú -
pevov á y a B ó v x P 1‘lcn^ov Y^P Kal áA A ov X^P»v. Bió naA-
Aov T á TrpÓTepov AExOévTa TéAri t i s á v úrroAápoi- 8i* a irrá
y á p áyonrarcn. ¡paívETai 8’ oú8’ éKEíva' k o Ito i ttoAAoI Aó-
io y o i irpó? a írrá KOTapéfJAriVTai. t o O t o |iév oúv <Í9e1ct0co.
6 T ó Sé kocOóAou P ¿A tio v Tacos émaKév^aaOai K al B io tto -
pfÍCTai ireos A é y r r a i, KaiiFEp TrpoaávT ou s Tfjs to io cú ttis 3 T)tií|-
aeeos yivonévTis B iá t ó «plAous ¿rvBpas ElcrayayEÍv T á eTBt].
Só£eie 5 ’ á v Tacos p é A n o v eívoi K al BeTv éirl acorriptqt y e t í í s
16 áAíiQ eías K al T á o lr a la ávaipElv, áAAcos t e Kal 91A0CTÓ90 US
óvTas* á |i9 otv y á p S v to iv 9 ÍAoiv ó o io v irp o T ip a v r ^ v ¿AVj-
6eiav. o l Bf| KoiiíaavTES tÍ)v 8ó£av t o ú t t | v oú k érrolouv IBéas
év o ís t ó irpÓTEpov K al ú c m p o v SAeyov, Bióirep oúBé tco v
ápid|i¿óv IBéav KaTEaKEÚajov' t ó 6 ’ á y a O ó v A éyeTai Kal év
20 TC{) TÍ éOTl K al év TCO TTQiCp K al év TCO TTpÓS TI, TÓ Bé KO0 ’
crúró Kal f) oúcría TrpÓTEpov t?¡ 9 Ú0ÍI t o u irp ó s t i (ir a p a -
9 1/áSi y á p t o ü t * Soike K al ctvp P eP tik ó ti t o u ó v t o s ) ' c ó o r’
o ú k &v eTt| koiW) t i s érrl t o ú t o i s ÍBéa. 6n 8’ érrel T á y aQ ó v
l a a x w s AéyETai tco ó v n (K al y á p év tc ¡3 t í A éyeT ai, o lo v ó
26 Osós Kal ó vou s, K al év t¿¡j ttoico a ! ápETat, Kal év tco ttoctco
TÓ HéTpiOV, K al év T¿p TTpÓS TI TÓ XP1‘|°,*Piovi Kol év XpÓVCp
K aipós, Kal év tó ttc o B ío it o Kal §Tepa t o io C t o ) , Bfí Aov ¿os oúk
&v eTt) koivóv t i kocOóAou K al év* o ú y á p &v éAéyrT’ év i r á -
a a t s T a is K cn riy o p ía is, áA A ’ év 1117 uóvi]. &ti 8’ érrel tóóv
30 K aT á p ía v IBéotv n ía Kal ém qr i'niT), K al tc o v á y a 0 <£v á-rráv-
tco v fjv &v n ía t i s éTnon'm t)' vu v 8’ e la l ttoA A oI K al tg&v
¿aró |iíav K arT iyo p íav, o lo v KaipoO, év TToAéucp név y á p errp a-
T n yiK Íi év vóácp 8’ laTptKi^, K al to O ]iETptou év Tptxpijj. |iév
larp iK fi év iró v o is 8 é y v p v a o r iK iV dnropi'iaeie 8’ á v t i s t í
36 iroTE Kal P o ú A o v to i Aéyeiv aúroéK aoTO V, eTttep Ev Te a ú r o -
1096 6 avdpcbircg) K al év ávQpcínrcp eTs K al ó a ú r ó s A ó y o s é o r lv & to O
ávOpcÓTTOU. y á p ávO pam os, oúSév B io ía o va iv* el 8’ o ú -
tco s, 0Ú8' fj á y a fló v . á A A á ij^v oúBé tc{!> á íS io v e lv a i paA A ov

6 8. toral Kb M1* || 10. clpr)a8ai Lb A*p.: noicTBai Kb M*1 || 33. ti aúri Lb.
s

critos enciclopédicos (5 ). E l tercer modo de vida es el teorético, que


examinaremos más adelante. En cuanto a la vida de negocios, tiene
cierto éarácter violento, y es evidente que la riqueza no es el bien que
buscamos, pues sólo es útil para otras cosas. Por esta razón se admiti­
rían más bien los fines antes mencionados, pues éstos se quieren por
sí mismos; pero es evidente que tampoco lo son, aunque se hayan
acumulado sobre ellos muchas razones. Dejémoslos, pues.

Quizá sea mejor considerar el aspecto general de la cuestión y


preguntarnos cuál es su sentido, aunque esta investigación nos resul­
te difícil por Ber amigos nuestros los que han introducido las ideas (8).
Parece, con todo, que es mejor y que debemos, para salvar la verdad,
sacrificar incluso lo que nos es propio; sobre todo, siendo filósofos,
pues siéndonos ambas cosas queridas, es justo preferir la verdad.
Los que introdujeron esta doctrina no pusieron ideas en las cosas
en que se decía anterior y posterior (y por eso no establecieron idea
de los números); pero el bien se dice en la sustancia y en la cualidad
y en la relación; ahora bien, lo que es por sí y la sustancia es anterior
por naturaleza a la relación (que parece una ramificación y accidente
del ente), de modo que no podría haber idea común a ambas.
Además, como el bien se dice de tantos modos como el ser (pues
se dice en la categoría de sustancia, como Dios y el entendimiento; y
en la de cualidad las virtudes, y en la de cantidad la justa medida,
y en la de relación lo útil, y en la de tiempo la oportunidad, y en la
de lugar la residencia, etc.), es claro que no habrá ninguna noción
común universal y una; porque no se predicaría en todas las catego­
rías, sino sólo en una. Por otra parte, como de las cosas que son según
una sola idea hay una sola ciencia, también habría una ciencia de todos
los bienes; ahora bien, hay muchas, incluso de los que caen bajo una
sola categoría; así, la ciencia de la oportunidad, en la guerra es la
estrategia, en la enfermedad la» medicina; y la de la justa medida, en
el alimento es la medicina, en los esfuerzos la gimnasia.
Podría preguntarse también qué quieren decir con «cada cosa en
sí misma»; si la definición de «hombre en sí mismo» y de «hombre» es 1096 6
una y la misma, a saber, la del hombre; pues en cuanto hombre, en
nada se distinguirán; y si es así, tampoco en cuanto bien. Ni tampoco
por ser eterno será más bien, si no es más blanco lo que dura muoho
tiempo que lo que dura un solo día.
Los pitagóricos tratan, al parecer, esta cuestión con más verosimi-

(5) Es deoir, generales, ordinarios o soaso «en circulación»; Aristóteles se re­


fiere s sus escritos «exotéricos» o de vulgarización. Sobre estas expresiones, véase
la Introducción de R. A. Gauthier, 0. P., y J. Y. Jnlif, O. P., a sutraducción: L'ÉtiU-
qve á Nieomaque, I, p. 38-30 (Lovaina 1958).
6

AyaQóv ío to i, EÍirep |ir|6 é AeuKÓTEpov t ó TroAuxpóviov toO


5 £<pr)M¿pou. TriOavcÓTepov 8’ éoÍKaaiv ol rTuOayópeioi Aéyeiv
TTEpl aÚTOÜ, T10ÉVTES ÉV TT¡ TCOV áXO0CÓV CTUOTOIXÍ*? TÓ §V* OÍS
8f| Kal Zireúcmnros ÉiraKoAovOfjaai SokeT. áAAá irepl hév
toútcov áAAos Iotco Aóyos* toTs Bé AexOeTctiv áM9io,pi!|Tri-
<TÍS n s CrrrcxpaíveToa Biá t ó |if) irepl iravTÓs áyaQou toú s Aó-
io y o u j elpfío6ai, XéyeaQai Ka0’ §v eISos Tá kccQ’ aÚTÓt Bicokó-
peva Kal áycrrrcbueva, Tá SÉ iroirjTiKá toútcov f| 9 vAaKTiKá
ttcoj f| tcov ÉvavTÍcov kcoAutikóc 6 iá t o u t o AéyEa6a i Kal Tpó-
ttov fiAAov. BfjAov oúv ó ti Bittcos Aéyorr’ &v TáyaOá, Kal
tóc (íév ko0’ avrrá, Qórrepa BÉ 8 iá toO to . x£úpl<T0CVT£S °úv
16 áiró tcóv cÓ9EA(pcov t í koc0’ aírrá (TKE^cbneOa eI AéyETai Karrá
HÍav ISéav. Ka0’ aírrá 8 é irota 0eIti t is á v ; f| Sera Kal no-
voúiaeva SicbKETai, oTov t ó 9 povEív Kal ópav Kal f|8ovaí tives
Kal TiiJial; TaCrra y á p eí Kal 8i’ áAAo t i Sicóko^ev, ópeos
tcóv ko9 ’ aírrá áyaQcióv 0e(r| tis 6v. f| oúS’ áAAo oúSév irAí)v
20 ttí5 ISéas; <Jxjte páToaov io ra i t ó eIBos- eI Sé Kal to O t’
éotI tcóv ko6’ aírrá, tó v TáyaOov Aóyov iv ¿nracnv oútoTs
tó v cxútóv éM9aívea0ai Bei^aei, KaOáirep év x*óvi Kal vfiiiuOíco
tó v tF¡5 Aeukóttitos. Tinfjs SÉ Kal 9p0Vit|0’EC0s Kal f|6gvfis
ÜTEpot Kal Sia9 ÉpovTES ol Aóyoi to ú tti áyaQá. oúk k rn v
26 ápa t ó áyaOóv koivóv t i k o t í jiíav ISéav. áAAá iróós Sí)
AÉyETai; oú y á p Soike toTs yE áiró tú x tis óncovúpots.
áAA’ á p á ye tco ¿ 9 ’ évós elvai ?| irpós Iv Srravra ctuvteAeIv,
fj naAAov k o t’ ávaA o ytav; eos y á p év ct<¿¡>|íoti ó yis, Év
^uxti voOs, Kal dtAAo 6f| Év áAAco. áAA’ Tacos t o u t o hév
30 ¿ 9 ETÉOV t ó vüv* É£aKpi|3oüv y á p úirÉp aúrcov SAA-ps &v eír)
9tAoao<pías olKEiÓTEpov. ópolcos Bé Kal irepl tt|s IBéas* et
y á p Kal IcTiv Iv t i t ó KOivfj KonT|yopoú|iEvov áyadóv f| x 00-
pioróv aÚTÓ t i Ka0’ aÚTÓ, SfjAov cbs oúk &v eír) irpaKróv 0Ú8É
ktt|tóv ávfipcÓTTCp’ vüv Bé toioO tóv t i ju teIto i. T á \ a Bé
36 tco Bó^eiev &v PéAtiov fiTvai yvcopljEtv aÚTÓ irpós Tá Krr|Tá
1097 o Kal irpaKTá tcov áyaOcóv* olov y á p irapáBfiiyna tout ’
§Xovtes paAAov E t a ó ^ a Kal Tá f|nív á y a 6 á , k &v eIBcoiíév,
ÉmTEU^óiie6a oútcóv. irtdavÓTriTa pÉv oúv Tiva ?xEl ^ Aó-

1007 a 9. utóri) t o u t o ¿ygt66v Kb: auT¿ TáyaOáv Lb T: t¿ aúrooY®®^ ^ II


32. 81/ aú-rt Aep.: Sl* airá Kb: ¿XXo T: 8tá to50’ Lb M6.
6

litud al colocar lo uno en la serie de los bienes, y Espeusipo (6) parece


seguirlos. Pero dejemos esto para otra discusión.
A propósito de lo dicho se suscita una duda, porque no se han re­
ferido estas palabras a todos los bienes, sino que se dioen según una
sola especie los que se buscan 7 aman por si mismos, mientras que los
bienes que los producen o los defienden de algún modo o impiden sus
contrarios se dicen por referencia a éstos 7 de otra manera. Es evi­
dente, pues, que los bienes pueden decirse de dos modos: unos por sí
mismos, 7 los otros por éstoB. Separando, pues, de los bienes útiles los
que son bienes por sí mismos, consideremos si éstos se dicen según una
sola idea. Pero ¿qué bienes se han de considerar por sí? ¿Todos aque­
llos que buscamos incluso aislados, como el pensar y el ver y algunos
placeres y honores? Todos éstos, en efecto, aunque los busquemos en
vista de otra cosa, podrían considerarse, sin embargo, como bienes por
sí mismos; ¿o no se ha de considerar como bien en sí nada más que la
idea? E n este caso, la especie sería inútil. Si, por otra parte, aqué­
llos son bienes por sí mismos, forzosamente resplandecerá en todos
ellos la misma noción del bien, como la de la blancura en la nieve y
en la cerusa. Pero las nociones de honor, prudencia 7 placer son otras
y diferentes precisamente en tanto que bienes; por consiguiente, no
es el bien algo común según una sola idea. ¿Cómo se dice entonces?
Porque no se parece a las cosas que son homónimas por azar. ¿Acaso
por proceder de uno solo o por concurrir todos al mismo fin, o más
bien por analogía? Como la vista en el cuerpo, la inteligencia en el
alma, y así sucesivamente. Pero acaso debemos dejar esto por ahora,
porque dar cuenta exacta de esta cuestión sería más propio de otra
disciplina filosófica.
Y lo mismo acerca de la idea, pues si lo que se predica en común
como bien fuera algo uno, o algo separado que existiera por sí mismo,
el hombre no podría realizarlo ni adquirirlo; 7 buscamos algo de esta
naturaleza.
Acaso podría pensar alguien que sería mu7 útil conocerlo para
alcanzar los bienes que se pueden adquirir 7 realizar, porque teniendo 1007 a
este modelo oonoceremos también mejor nuestros bienes, 7 conocién­
dolos los lograremos. Este razonamiento ofrece, sin duda, cierta vero-

(0) Espeusipo, diaoipolo de Platón, primer escolares de 1» Academia después


de la muerte de su fundador (de 348 a 339).
7

yo?, íoiké 8é toís éiriouVpgis SiocepcovEÍv Trectron y á p á y a -


5 9oü nvós ¿«piéiiEvan Kal t ó év8eés émjTiToOoai -rrapaAelTrovcn
TÍ|v yvcóoiv ocútoO. KOÍTOt Poi'i&rma ttiAikoutov to ú s te)(-
vítos dnm rras áyvosív Kal pr^S* érnjnTETv oúk eúAoyov.
¿rrropov Sé Kal t í áxpeAriO^CTETai ú<pávrr|S Téicrcov irpós t#)v
óCttoO Téxvrjv elScos t ó aú ró to ü to áyaéóv, ir ¿os laTpi-
10 Kcírrepos ^ OTparnyiKCúTEpos fkrron ó t^ v ISéav aÚTÍ|v te -
Oeocmévos. (pcrfuETOi pÉv y á p oúSé Tf|v úykiav oútcos émaKO-
tteív ó ionpós, áAAá tí^v ávOpánrou, (iSAAov 5’ tato? tÍ|v
t o 08e* KaO* éicacrrov y á p laTpeÚEi. Kal irepl |iév toútcov
érrl Toaoürov Etpi'jotico.
7 TTáAiv 8’ ÉTTavéA(ícúM£v érrl t ó jriToúpevov á y a 0óv, t í
t t o t ’ av efr). <paívETai pév y á p áAAo év áAAij irpá^Ei Kal
TÉXVi]' áAAo y á p év laTpiKfj Kal OTpaTTiyiKfj Kal Tais Aoi-
n a ís ¿poicos. TÍ oúv ÉKáoTT)s TáyaSóv; f| oú x áp lv Tá
Aoiirá Trpá i TETa i ; toO to 8* év latTpiKrj |iév úyfeia, év OTpa-
20 TT|yiK^ Sé víkt), év olKoSopiKfj 8’ oÍKÍa, év áAAc¡) 8' áAAo, év
■ónráaij 6é irpá^ei Kal TrpoaipéoEi t ó téAos- to ú to v y áp
iveKa Tá Aorná upárT oum irávTES. cíkjt’ el t i tcov irpaK-
tcov áTrávTcav éorl téAos, t o ü t ’ &v etr| t ó irpaicróv áyadóv,
el Sé ttAeíco, to O to. |j£Ta0aívcov 8f| ó Aóyos els to ú tó v
25 á<plKTar toCJto 8' Sn páAAov Siaaacpfjoon ireiparéov. érrel
8é ttAeíco <paívrrai r á TéAi], toútcov 8’ alpoOpedá Tiva 8i’
Érepov, olov ttAoOtov aúAoús Kal 5Acos Tá ópyava, 8flAov
eos oúk éori irávTa TéAeia* t ó 8’ ápiorov TÉAetóv t i «paíve-
to i. oóot’ el pév éomv fv t i póvov TéAeiov, t o ü t ’ &v elij tó
30 jt|toÚ|í£vov, el 6é irAeíco, t ó téAeiótotov toútcov. TeAeióre-
pov 8é Aéyopev t ó ko6’ o ú tó Sicoktóv toO 8i’ írepov xal tó
PTiSérrcm 8i’ áAAo alpeTÓv tcov <Kal) ko6' aCrrá Kal 8i* o ú tó
alpercáv, Kal árrAcos 8f) TéAeiov t ó ko0* aCrró alpeTÓv áel Kal
MíiBérrore Si’ áAAo. toioutov 8 ' í) eúSaipovía |iáAior’ elvai
K&? b SoKel* to ú ttjv y á p alpoúpeOa áel 8i' aCnrf)v Kal oúSérroTE
8i' AAAo, npfjv Sé Kal f|8ovf|v Kal voOv Kal irSaav áperV)v
alpoúpeOa |iév Kal 6i' aCrrá (ptjdevás y á p drro^aívovTOS éAoi-
pe0’ &v Ikootov oútcov), alpoúne6a 8é Kal Tfis EÚ8ai|iovkx$

b 11. noXmx^c 1 / Mk || 15. a(pci6v K* Aapj dfxtov xal atfCT^v Lk T:


alft-rtv xal ffiavv M1 || 23. noOcT Kk.
7

similitud; pero parece diacordar de las ciencias: todas, en efecto, as­


piran a algún bien y, buscando lo que les falta, dejan de lado el cono­
cimiento del bien mismo. T en verdad no es razonable que todos los
técnicos desconozcan una ayuda tan importante y ni siquiera la bus­
quen. Y además no puede comprenderse qué provecho sacará para su
arte el tejedor o el carpintero de conocer el bien en sí, o cómo podrá
ser mejor médico o mejor general el que haya contemplado esta idea.
E s evidente que el médico ni siquiera considera así la salud, sino la
salud del hombre, y más bien probablemente la de este hombre, ya
que cura a cada individuo. Y baste con lo dicho sobre estas cosas.

Volvamos de nuevo al bien que buscamos para preguntamos qué


es. Porque parece que es distinto en cada actividad y en cada arte;
en efecto, es uno en la medicina, otro en la estrategia, y así en los
demás. Pero ¿qué es el bien de cada una? ¿No es aquello en vista de
lo cual se hacen las demás cosas? En la medicina es la salud; en la
estrategia, la victoria; en la arquitectura, la casa; en otros casos otras
cosas, y en toda acción y decisión es el fin, pues todos hacen las de­
más cosas en vista de él. De modo que si hay algún fin de todos los
actos, éste será el bien realizable, y éstos si hay varios. Nuestro razo­
namiento, después de muchos rodeos, vuelve al mismo punto; pero
intentemos aclarar más esto. Puesto que parece que los fines son va­
rios y algunos de éstos los elegimos por otros, como la riqueza, las
flautas y en general los instrumentos, es evidente que no todos son
perfectos, pero lo mejor parece ser algo perfecto; de suerte que si
sólo hay un bien perfecto, ése será el que buscamos, y si hay varios,
el más perfecto de ellos.
Llamamos más perfecto al que se persigue por sí mismo que al que
se busca por otra cosa, y al que nunca se elige por otra cosa, más que
a los que se eligen a la vez por sí mismos y por otro fin, y en general
consideramos perfecto lo que se elige siempre por bí mismo y nunca
por otra cosa.
Tal parece ser eminentemente la felicidad, pues la elegimos siem- 1097 6
pre por ella misma y nunca por otra cosa; mientras que los honores,
el placer, el entendimiento y toda virtud los deseamos ciertamente
por sí mismos (pues aunque nada resultara de ellas, desearíamos todas
estas cosas), pero también los deseamos en vista de la felicidad, pues
8

5 X^PIV> ^iá toútcov CnroAa|i(l<5cvovTES eúBaipovi^oEiv. tíjv 8’


eú8ai|jov(av oúSels alpEÍTon toútcov X^P,v> ÓAcos 8i*
áAAo. (paíVETcn 8É Kal ék ttís aÚTapKÉÍas t ó ccütó cru^^aí-
veiv t ó y áp téAeiov á y a 0óv aúrapKES elvai SokeT. t ó 8'
aÚTapKES ÁéyopEV oúk oútco nóvco, tco jcovn piov uovcottiv,
io áAAá Kal yoveuai Kal tékvois r a l yuvaiKl Kal óAcos toIs
<plAots r a l ttoAitois, érmBfi 9ÚCTE1 ttoAitikóv ó dvOpanros.
toútcov 8É At|TTTéoS ópos TIS’ ¿ttekteíVovti y á p Érrl TOÚS
yovEls Kal toús áiroyóvous r a l tcov 9ÍAcov toú s 9ÍA0US els
éríTEipov irpÓEtaiv. áAAá toO to pÉv eIctoGOis émaKETTTéov
16 t ó 8’ aÚTapKES t í 9e|íev ó povoú(JEVOV alpETÓV TTOIEÍ TÓV piov
r a l mtiSevós év8ecr toioOtov 8é tÍ|V eúSaipovíav oló|ae6a
slvar 2t j 8¿ irávTcov alpETC0Tárr|v pf| owapiSnoujiÉVTiv —
ffuvapi0 pou[iévTiv 8é SfjAov d>s alpeTCOTÉpav |iETá toO ÉAaxi-
o to u tóóv áyaOcov* ÚTrepoxf) y á p áyaQcov yíveTai t ó -rrpo-
20 cmOéiievov, áyaOóóv 8é t ó psljov aípETeírrepov áeí. téAeiov
8i"| t i 9alvFrai r a l aÚTapKES f| eú8ai|Jovía, tcov irpaicrcov
oúaa t í Aos.
’AAA’ Tacos t Í |v jiév eúSaipovíav t ó ápiorov Aéyeiv ópo-
Aoyoúnevóv t i 9 aíverai, tto O eíto i 8 ’ évapyéorspov t í Écmv
é t i AExOfívai. T á x a 8f| yévoiT* &v t o ü t ’, el Ati90eít| t ó ?p-
25 yov t o u ávQpcÓTTOU. cooTrep yáp aúArjTfi ral áyaAiiaroiroicp
ral iravri te x v íti^ , ral óAcos cí>v lariv üpyov t i ral irpa^is,
év tc o 2pycp 8okeI TáyaOóv elvai ral t ó eú, o ú tc o 8ó£eiev &v
ral ávOpcínrco, enrep i o n t i Ipyov o ú to ü . Trórepov oúv t é k -
to v o s név ral ffKUTÉcos &mv 2pya Tivá ral irpá^eis, ávOpcb-
30 irou 8*oú8 év écmv, áAA’ ápyóv iré9 UKev; f| raBárrep Ó9 ®aA-
UoO ral xeipós Kal iro8ós ral óAcos ÉKáorou tc o v nopícov 9 a!-
vETaí t i Spyov, o ú tc o ral ávOpcÓTrou irapá irávTa TaCrra 0eít|
t i s áv ípyov t i ; t í oúv 8 f| t o ü t ’ &v eTrj t t o t í ; t ó piÉv yáp
3fív koivóv elvai 9 aíverai ral tOTs 9 UT0IS» jnTETToa Sé t ó
10080 T8iov. á 90pt0TÉ0v ápa n^v t e 0peTmKf|v ral t í i v aúfr|TiKf|v
jcoi'iv. ÉTronévT) 8é alo^rrnKi1) t i s &v elr), 9 aívercn 8é ral o ú t í j
KOtW| ral IinTCjJ ral |3ot ral ttovtI jcíjcp. AEÍTTETan 8f) irpaK-
tiki*i t i s t o u Aóyov ?xovT°S‘ t o ú t o u 8é t ó |íév. eos Énnrei-

1008 a 12. ávOptíwrou || 10. o Ct o j repetitlo esse videtur Bywater.


8

creemos que seremos felices por medio de ellos. En cambio, nadie bus­
ca la felicidad por estas cosas, ni en general por ninguna otra.
Parece que también ocurre lo mismo con la autarquía, pues el bien
perfecto parece ser suficiente. Pero no entendemos por suficiencia el
vivir para sí sólo una vida solitaria, sino también para los padres 7
los lujos 7 la mujer, 7 en general para los amigos 7 conciudadanos,
puesto que el hombre es por naturaleza una realidad social. No obs­
tante, ha7 que tomar esto déntro de ciertos límites, pues extendién­
dolo a los padres 7 a los descendientes 7 a los amigos de los amigos,
se iría hasta el infinito. Esta cuestión la examinaremos después. Es­
timamos suficiente lo que por sí solo hace deseable la vida 7 no nece­
sita nada; 7 pensamos que tal es la felicidad. Es lo más deseable de
todo, aun sin añadirle nada; pero es evidente que resulta más deseable
si se le añade el más pequeño de los bienes, pues lo agregado resulta
una superabundancia de bienes, 7 entre los bienes, el ma7or es siem­
pre más deseable. Parece, pues, que la felicidad es algo perfecto 7 su­
ficiente, 7a que es el fin de los actos.
Pero tal vez parece cierto 7 reconocido que la felicidad es lo me­
jor, 7, sin embargo, sería deseable mostrar con ma7or claridad qué es.
Acaso se lograría esto si se comprendiera la función del hpmbre. En
efecto, del mismo modo que en el caso de un flautista, de un escultor
7 de todo artífice, 7 en general de los que hacen alguna obra o activi­
dad, parece que lo bueno 7 el bien están en la función, así parecerá
también en el caso del hombre si ha7 alguna función que le sea propia.
¿Habrá algunas obras 7 actividades propias del carpintero 7 del zapa­
tero, pero ninguna del hombre, sino que será éste naturalmente in­
activo? 0 bien, así como parece que ha7 alguna función propia del
ojo 7 de la mano 7 del pie, 7 en general de cada uno de los miembros,
¿se atribuirá al hombre alguna función aparte de éstas? ¿Y cuál será
ésta finalmente? Porque el vivir parece también común a las plantas,
7 se busca lo propio. Ha7 que dejar de lado, por tanto, la vida de 1098 a
nutrición 7 crecimiento. Vendría después la sensitiva, pero parece que
también ésta es común al caballo, al bue7 7 a todos los animales.
Queda, por último, cierta vida activa propia del ente que tiene razón;
7 éste, por una parte, obedece a la razón; por otra parte, la posee 7
piensa. Y como esta actividad se dice de dos maneras, ha7 que to-
9

6 0és Aóyco, t ó 5 ’ cbs ?x ov K° l 8 iavooúpevov. S ittc o s Sé x a l


TOÚTT15 ÁeyoiiévTis t# |v k o t ' Évépyeiav ü e ré o v KupicÓTepov
y á p a ú n i SokeI AéyecrOai. el 6 ’ écrriv ép yov ávO pcínrov y u -
Xfjs Évépyeia K crrá A óyov f\ pif) ó v eu A ó y o u , t ó 8 ’ aÚTÓ <papEV
ép y o v elvai tc o yévei toO Se K a l toO S e o rro v S a ío u , eóoirep k i -
10 Q apioroO K a l orrouSaíou K tO a p io r o ü , K a l árrAcos 5f) t o í í t ’ érrl
7rpOOT10EllÉVTlS TTÍS KOTá T^V ápETT|V ÚTT6pOXfíS TTpÓ5 TÓ ?p-
yov K iO a p io ro O n¿v y á p K iO ap íjE iv , o iro u B a ío u 8 é t ó eu*
eI 8 ’ o ú tco s, ávOpcÓTrou 8 é TÍOepev Épyov jco/iv T iva, t o ú t t i v
8 e ^ u x f j s é v é p y E ia v K a l irp á ^ e is |iETá A óyou, crrro u S a ío u 8 ’
15 ávSpós eu t o u t o K a l KaAcos, EK aorov 8 ’ eí> KaTá tt)V oIkeíov
ápETT)v árroTeXEÍTar eI 8 ’ o ú tco , t ó á v 0 p tó m v o v áy aO ó v
vpuxfís évépyeia ylv eT ai k o t ’ á p e n 'iv , el 8 é ttA eíous a l áp eT aí,
KOTá TÍJV áp(OTT|V K a l TeXeiOTáTTlV. f r i 8 ’ év pico teAeíco.
p í a y á p x £Ái8 cbv é a p o ú Troieí, oúBé mío f) |ié p a - o ú tc o 8 é
20 o ü 8 É p aK ápiov K a l eO Saípova p í a f j p é p a o ú 8 ’ ó A íy o s XP¿V°S-
r T e p iy e y p á 90co pÉv o úv T á y a S ó v T a ú n y Sel y á p Tacos v rrro -
T v n r c ó a a i npcÓTOV, el0’ ú a re p o v á v a y p á v y a i . S ó b e te 8 ’ á v
t t o v t ó s elvat T rp o a y a y e T v Kal S ia p O p c o a a i T á K aA cos ?xoVTa
t t í TTEpiypacprj, K a l ó x p ó v o s t c ó v t o i o ú t c o v e ú p e r f is ^ o w e p -
25 y ó s á y a O ó s e lv ai* 60ev K a l t c ó v te x v c ó v y e y ó v a a i v a l éttiS ó -
cteis* t t o v t ó s y á p 7r p o o 0e lv a i t ó ¿AAeTttov. UEpvfjcrQai 8 k
Kal tc o v TrpoeipTK iévcov X P1! . Kal T f|v áK p í^eiav n fj ópoícos Év
¿ r i r a o i v ÉTnsTyreTv, áAA’ év ¿ k ó o t o i s K a r á TÍ)v ú tt o k e ip é v t iv
úA r|v K a l é rr l to c to ü to v É9 ’ ó a o v oIkeIov t t ¡ ne0ó8co.. K a l y á p
30 TÉKTCOV K a l yECOpéTpT)S 8ia9EpÓVTCOS ÉTTlJTlToOai TÍ]V ÓpOflV
o pÉv y á p é<p* 6 c to v x P Tl°'ÍPrl T rp ó s t ó Épyov, ó 5 é t í é o t i v f|
ttoTóv t i * 0 ¿aT f)S y á p TáAf|0oOs. t ó v ocútóv 8 f | TpÓTrov K al
Év toT s áAAois iroiT iT É ov, óttcos n fj T á T ráp ep y a tc o v épycov
1098 b ttAeíco y ív r|T a i. o ú k á T ra n T )T é o v 8 ’ 0 Ú8 É tÍ)V aÍT Íáv I v á r r a -
ctiv ópoícos, áAA’ I k o v ó v év t i c t i t ó ó t i 8 E ix 0 fjv a i KaAcos, o lo v
K a l T repl T á s á p x á s ’ t ó 8 ’ ó n irpcÓ T O v K a l á p x 1*!- T & v ¿ p -
X<ov 8 ’ a i mév éTraycoyfj 0ecopoOvTai, a ! 8 ’ atcrfht|cret, a ! 8 ’
5 ¿O iap co t i v í , K a l áAAai 8 ’ fiAAcos. iíetiévoi 8 é i r e i p a r é o v
É K ao ras fj ire 9 Ú K a o ,iv , K a l < rrT o u 8 a o ré o v ó ttc o s 8 io p t a 0 c ó a i K a -

b 30. o^vopó^ K b.
9

marla en acto, pues parece que se dice primariamente ésta. Y si la


función propia del hombre es una actividad del alma según la razón o
no desprovista de razón, 7 por otra parte decimos que esta función
es específicamente propia del hombre 7 del hombre bueno, como el
tocar la cítara es propio de un citarista 7 de un buen citarista, 7 así
en todas las cosas, aSadiéndose a la obra la excelencia de la virtud
(pues es propio del citarista tocar la cítara, 7 del buen citarista to­
carla bien), siendo esto así, ^decimos que la función del hombre es una
cierta vida, 7 ésta una actividad del alma y acciones razonables, 7 la
del hombre bueno estas mismas cosas bien 7 primorosamente, 7 cada
una Be realiza bien según la virtud adecuadas 7, si esto es así, el bien
humano es una actividad del alma conforme a la virtud, 7 si las vir­
tudes son varias, conforme a la mejor 7 más perfecta, 7 además en
una vida entera. Porque una golondrina no hace verano, ni un solo
día, 7 así tampoco hace venturoso 7 feliz un solo día o un poco tiempo.
Quede, pues, descrito de esta manera el bien, 7a que acaso se debe
hacer su bosquejo general antes de describirlo detalladamente. Parece,
incluso, que cualquiera podría continuar 7 articular completamente lo
que está bien bosquejado, 7 que el tiempo es en estas cosas buen in­
ventor o colaborador. De ahí han surgido también los progresos de las
artes, pues cualquiera puede añadir lo que falta. Pero es menester
también recordar lo que llevamos dicho, 7 no busear el rigor del mis­
mo modo en todas las cuestiones, sino en cada una según la materia
propuesta 7 en la medida propia de aquella investigación. E n efecto,
el carpintero 7 el geómetra buscan de distinta manera el ángulo recto:
el uno en la medida en que es útil para su obra; el otro busca qué eB
o qué propiedades tiene, pues es contemplador de la verdad. Lo mis­
mo se ha de hacer en las demás cosas para que lo accesorio no exceda
de las obras mismas. Tampoco se ha de exigir la causa por igual en 1098 b
todas las cuestiones: bastará en algunas mostrar claramente el qué,
como cuando se trate de los principios, pues el qué es primero 7 prin­
cipio. Y de los principios, unos se contemplan por inducción, otros por
percepción, otros mediante cierto hábito, 7 otros de diversas maneras.
Por tanto, se ha de procurar ir a su encuentro según la naturaleza (le
cada uno, 7 se ha de poner el ma7or esmero en definirlos bien, pues
tienen gran importancia para lo que sigue. Parece, en efecto, que el
10

Aó5s‘ peyáÁTiv y á p ?xoual £ottÍ|v irpós Tá érrópEva. SokeT


yáp ttAeTov ^ fjiiiCTU toO ttovtós elvai f| ápxi*|, Kal iroAAá
8 oviHpavfj yívEoGai Si* ocurrís t c o v jrjT O U n év co v .
10 ZKenréov 8é Trepl aúrfjs oú |ióvov ék toO crunTrepáapa-
to s xal cí>v ó Aóyos, áAAá Kal ék tcóv Aeyopévcov Trepl
aÚTfjs' tc¡3 pév y á p áAt|éeT irávTa <7W<£6ei Tá úrrápxovTa,
tc^ Sé vj/euSeí toxw Sia<pcovE! TáAT}0és. VEVEpTiiiévcov Bfj tcóv
áyaQcov Tpixti, Kal tcóv pév éicrós Aeyopévoov tcóv 8é irepl
15 v^ux^iv Kal acopa, r á Trepl y u x ^ v Kupicímrra AéyopEV r a l
uáA iora áyaQá, Tás 8é Trpáfeis r a l Tás évEpyeías Tás 'f'VX1-
Kás Trepl vfiux^v tíOepev. cóote raAcos áv ÁéyoiTO r a r á ys
to ú ttiv tÍ|v 6ó£av -rraAaiáv oúaav r a l ópoAoyoupévTiv úttó
tcóv (piXoCTOípoúvTCOv. ópOcos 8é r a l 6t i Trpá^Eis tivés Aéyov-
20 Tai r a l évépyeiai t ó TéAos* oútco y á p tcóv Trepl y v x V ¿ y a -
Ocóv yívErai ra l oú tcóv éktós. auv^Bei 8¿ tco Aóyco r a l tó
eú jfjv ra l t ó eú irpáTTEiv tó v eúBaípova’ crxeSóv y á p eú-
3coía tis 6lpt|Tai r a l EÚrrpa^ia. OalveTai Sé r a l Tá émjTiToú-
peva Tá rrepl tíjv EÚSaipoviav 6nrav0’ úrrápxeiv tco XexOévti.
26 toTs pév y á p ápeTÍ) to!s 8é 9póvr|Ois áAAois Sé aotpla n $
elvai SokeT, toIs Sé Tcrura f| toútcov t i pe©’ f|Sovf¡s f| oúk
¿veu fjSovfís' IrEpoi 8é r a l tÍ|v éktós EÚETripíav au p irap a-
Aappávouaiv. toútcov Sé Tá pév ttoAAoI r a l iraAaiol Aé-
youcnv, Tá 6é óAlyoi r a l üvSo^oi ávSpES- oúBeTépovs 8é
3o toútcov EÚAoyov SiapapTávsiv to ís ¿Aoig, áAA’ §v yé t i f| r a l
Tá irAeí<rra KaTop0oOv. toTs pév oúv Aéyowi tÍ)v ápETÍjv
ápETi^v mva auvco8ós éonv ó Aóyos’ to ú th s y á p écrnv f)
k o t’ aCrrí|v -iu¿py«a. Sia<pépEi 6é Tacos oú pixpóv év kt^ctei
f) xP^CT£i t ó ápiOTOV úrroAappávEiv, r a l év f^Ei f| évEpyfilg.
1099 o -rfjv pév y á p 2£iv É v S é x e ra i p ^ S ív á y a O ó v árroTeAEÍv Ú Tráp-
X o u a a v , o lo v tc o raO eúB ovm f| r a l áAAcos ttc o s é£npyr|K Ó T i,
t í \v 8 ’ évépyE iav o ú x o íó v te* ir p á ^ e i y á p é£ á v á /K T is , r a l
e ú irp á § 6 i. cóoTTEp 8’ 'O A u p ir la a iv o ú x °*’ x áA A ia T o i k a l
6 la x u p Ó T o rro i oreqxxvoO vT ai áA A ’ o t á y c o v ijó |iE v o i ( toútcov
y á p t iv e j v iK o ia iv ), oútco r a l tcóv év t 5 í p(c¡» ra A c o v K áy a d c o v
o l frpáTTOVTES ópO cos Ém 'iPoA oi y t v o v r a i . §on 6é r a l ó p ío s
10

principio es más de la mitad del todo ( 7), y que por él se aclaran mu­
chas de las cosas que se buscan.

Se ha de considerar, por tanto, el principio no sólo desde nuestra


conclusión y nuestras premisas, sino también de lo que se dice sobre
él, pues con lo que es verdad concuerdan todos los datos, pero con lo
falso pronto discrepan. Divididos, pues, los bienes en tres clases, los
llamados exteriores, los del alma y los del cuerpo, decimos que los del
alma son los primarios y más propiamente bienes, y las acciones y
actividades anímicas las referimos al alma. E sta opinión es antigua,
y están de acuerdo con ella los que filosofan, de suerte que probable­
mente tenemos razón al adoptarla. E s también exacta en cuanto se
dice que el fki consiste en ciertas acciones y actividades, y esto ocurre
con los bienes del alma y no con los exteriores^ Concuerda también
con nuestro razonamiento el que el hombre feliz vive bien y obra bien,
pues se dice que viene a ser una buena vida y buena conducta. Es
claro, además, que lo que hemos dicho incluye todos los requisitos de
la felicidad. E n efecto, a unos les parece que es la virtud, a otros la
prudencia, a otros cierta sabiduría, a otros estas mismas cosas o algu­
na de ellas, acompañadas de placer o no desprovistas de placer; otros
incluyen además en ella la prosperidad exterior. De estas opiniones,
unas son sostenidas por muchos y antiguos; otras, por unos pocos
hombres ilustres, y es razonable suponer que ni unos ni otros se han
equivocado en todo por completo, sino que en algún punto o en la
mayor parte de ellos han pensado rectamente.
Nuestro razonamiento está de acuerdo con los que dicen que la
felicidad consiste en la virtud o en una cierta virtud, pues pertenece
a ésta la actividad conforme a ella. Pero probablemente hay no poca
diferencia entre poner el máximo bien en una posesión o un uso, en un
hábito o una actividad. Porque el hábito que se posee puede no produ­
cir ningún bien, como en el que duerme o está de cualquier otro modo 1099 a
inactivo, mientras que con la actividad esto no es posible, ya que ésta
actuará necesariamente y actuará bien. Del mismo modo que en los
juegos olímpicos no son los más hermosos ni los más fuertes los que
alcanzan la corona, sino los que compiten (pues entre éstos algunos
vencen), así también las cosas hermosas y buenas que hay en la vida
sólo las alcanzan los que actúan certeramente; y la vida de éstos es
agradable por sí misma. Porque el deleitarse es algo anímico, y para
cada uno es placentero aquello de lo que se dice aficionado, como el

(7) Sobre esta expresión, que procede de un veno de Heaiodo (Trabajos y


Moa, 40) evolucionado en forma de proverbio, véase la nota en la traducción die
F. Dirlmeier Nikomaehieehe Ethik, Darmstadt 1966, p. 281.
11

aÚTCov Ka9‘ aúróv f)8ús. t ó pév y á p T^BeaQai tcov vyvxiKwv,


ÉKáarco 6’ éorlv f)6ú irpós ó AéyeTai 9 iAotoio0to s, oTov Tir­
io iros pév tco 9iAÍTnrcp, Óéapa Sé tco 9iAo0ecópcp- tó v ccCttóv
6¿ Tpórrov Kal Tá SÍKaia tco 9iAo6iKaíco Kal óAcos Tá k o t’
áperif^v tco 9iAap¿TCO. to ís pév ouv ttoAAoís Tá fjSéa páxe-
Tai Siá t ó pfj 9ÚCT61 toiocOt’ elvai, to ís Sé 9iAoKáAois écrrlv
fjSéa Tá 9Úcrei f)5éa- TOiaírrai 8’ al k o t’ ápen^v irpá^eis,
15 cóote Kal toCttois elalv f|8elai Kal ko0’ aCrrás. oúSév 8f)
TrpoaBeíTcn Tfjs fiBovfjs ó píos oútcov cóoirep Trepiánrrou t i -
vós, áAA’ fx El 'l^lv ^iSovfjv év éauTCp. irpós to Is elpiipévois
y á p oúB’ éorlv áyaOós ó pf) x^pc^v Tais KaAaTs irpá^eoiv
oúte y áp SÍKaiov oúOels ocv eíttoi tó v |if) x°típovTa tco 81­
20 Kaioirpayeív, o ú t’ éAeuOépiov tó v pf| xa ípovT°t Tais éAeuQe-
píois irpá^EOiv ó poicos Sé Kal érrl tcov áAAcov. el 8’ oútco,
KaO’ avrrás &v elev a l k o t’ áperfiv -rrpáfeis f]8elai. áAAá pf|v
Kal á y a 0aí ye Kal KaAaí, Kal liáAiora toútcov ÍKaorov, errrep
KaAcós Kplvei irepl oútcov ó arrouSaTos- Kplvei 8’ eos eliropev.
25 ápiarov ápa Kal KáAAiarov Kal t^Siotov f| eúBaipovía, Kal oú
Bicópiorai T aüra Kcrrá t ó Ár|AiaKÓv éiríypappa’

KáAAiorov t ó S ik o ió t o t o v , Acootov 8’ úyiaíveiv*


•^Sicrrov 6ÉTré9ux’ oú t i s ¿P? t ó t u x e í v .

CTTravra y á p úirápxei t o O to Tais á p íorais évepyeíais' t o ú -


30 T a s Bé, f| píav t o ú t c o v t Í ) v ápíorriv, 9 apév elvai n^v eúBai-
povíav. 9 alvETai 8 ’ ópeos Kal t c o v é k t ó s áyaOcov irpoaSeo-
pévrj, KaQáirep eTiropev á 8úvaTov y á p f| oú ^<jt8 iov T á KaAá
TrpáTTetv áxopi!iyT|Tov 5 v ra . iroAAá pév y á p irpáareTai,
109» b Ka6 árrep Si’ ópyávcov, 8 iá 9 ÍACOV Kal ttAoútou Kal -rroAmKfís
Suvápecos- évícov 8 é TT)Tcópevoi ^vnTalvouoi t ó pcncápiov,
olov eúyeveías eÚTeKvías KáAAous' oú irávu y á p eúSaipovi-
k ó s ó t Í ) v ISéav TravaíaxTis Buoyevfjs f| povcórris Kal ó t e k -
5 vos, é t i 8 ’ Tocos f)Trov, eT t c o TráyKaKoi iraTBes elev f | 9 ÍAoi, f|
á y a 0ol ó v t e s te O v S ítiv . K aO árrep oúv eíiropev, ío ik e irpooSet-
o éai Kal Tfjs ToiaÚTT|S EÚTjpepías- óQev els t o ú t ó TáTTOuotv
Ivioi rí|v e ú t u x í o v t t ) eúSaipoviqr, irepoi 8 é T Í)v ápen^v.
9 "0 6 ev K a l á T ro p e íT a i irÓTepáv éo n pá0T]TÓv f) é0ioróv ^ K al
10 áAAcos i r eos áoK TiTÓ v, ^ K c rrá T iv a O eíav p o lp a v f| K a l Biá t ú -
11

caballo para el aficionado a caballos, el espectáculo para el aficionado


a espectáculos, y del mismo modo también las cosas justas para el
que ama la justicia, y en general las cosas conformes a la virtud para
el que ama la virtud. Los placeres de la mayoría de los Hombres están
en pugna porque no lo son por naturaleza, mientras que para los in­
clinados a las cosas nobles son agradables las cosas que son por natu­
raleza agradables. Tales son las acciones de acuerdo con la virtud, de
suerte que son agradables para ellos y por sí mismas. La vida de éstos,
por consiguiente, no necesita en modo alguno del placer como de una
especie de añadidura, sino que tiene el placer en sí misma. Es más,
ni siquiera es bueno el que no se complace en las buenas acciones, y
nadie llamaría justo al que no se complace en la práctica de la justi­
cia, ni libre al que no se goza en las acciones liberales y dql mismo
modo en todo lo demás. Si esto es así, las acciones de acuerdo con la
virtud serán por sí mismas agradables.
Y también buenas y hermosas, y ambas cosas en sumo grado, si es
que juzga rectamente acerca de estas cosas el hombre bueno; y juzga
como ya hemos dicho. Por tanto, lo mejor, lo más hermoso y lo más
agradable es la felicidad y estas cosas no están separadas como en la
inscripción de Délos:

Lo más hermoso es lo más justo; lo mejor, la buena salud;


lo más agradable, alcanzar lo que se ama (8),
sino que se dan todas en las actividades mejores; y éstas, o una de
ellas, la mejor, decimos que es la felicidad.
Es claro, no obstante, que necesita además de los bienes exterio­
res, como dijimos; pues es imposible o no es fácil hacer el bien cuando
se está desprovisto de recursos. Muchas cosas, en efecto, se hacen,
como por medio de instrumentos, mediante los amigos y la riqueza y 1009 b
el poder político; y la falta de algunas cosas empaña la ventura, y así
la nobleza de linaje, buenos hijos y belleza: no podría ser feliz del
todo aquel cuyo aspecto fuera completamente repulsivo, o mal nacido,
o solo y sin hijos, y quizá menos aún aquel cuyos hijos o amigos fue­
ran absolutamente depravados, o, siendo buenos, hubiesen muerto.
Por consiguiente, como dijimos, la felicidad parece necesitar también
de esta clase de prosperidad, y por eso algunos identifican la buena
suerte con la felicidad; pero otros la virtud.

Por esto se discute también si la felicidad es algo que puede apren­


derse o adquirirse pior costumbre o por algún otro ejercicio, o si sobre-

(8) Insoripoiói?en el templo de Leto en Délos, que Aristóteles pone al comienzo


de la Etica a EutUvto.
12

XT]V irapayívETon. el pév oúv Kal áAAo TÍ i o n 0ecov ScbpTjpa


ávOpcóirois, EÚAoyov xal rí)v eúBaipovíav OeóaBoTov elvai, Kal
páA iara tc o v ávOpcoirivcov óaco P é A tio to v . áAAá t o u t o pév
tacos áAAris &v eír| a n é je o s oIk eió tep o v , <paívrrai 8é k&v eI
15 |af) O e ó tte p u tó s écmv áAAá 81’ ápET^v Kaí Tiva pá0T |aiv f|
áoKT|aiv TrapayívETai, tc ó v Q eiotcítcdv clvar t ó y á p t t ¡ s ápt-
Tfjs SOAov Kal TéAos ápiorov elvai «palvrrai Kal 0eIóv t i Kal
paxápiov. eít) 8’ a v Kal tto A ú k o iv o v B u v o tó v y á p úrráp^ai
Tráai t o í s pf| TTEHT|pco|iévois 'irpós ápeTf)v 8lá TIVOS paOl'iaECüS
20 Kal ÉTripeAEÍas. eI 8’ écttIv o ú tc o (BéAtiov f| t ó 8iá t ú x t |v eú-
Baipoyetv, EÚAoyov §xeiv o v ro s. eíirep Tá K a ra <púatv, á>s
olóv t e KáAAiora ?xeiv* ° ’JTC0 irÉ<puKEv, ¿poicos 8é Kál T á
Kará Téxvr)V Kal Tracrav aÍTÍav, Kal páA iara (tóc) Korrá t ^ v
ápíaTT|v. t ó 81 péytcrrov Kal KáAAiarov érrtTpévpai t ú x i ]
26 Aíav ttA tippeA és &v eíti. aupcpavés 8’ éorl Kal Ik t o u Aóyou
t ó jTiTOÚpevov* eípr|Tai y á p yuxfjs évépyEia k o t ’ ápE rfjv
T roiá t i s . tc o v 8é Aoittcov áyaOcov T á pév ín rá p x e iv áv ay -
Kalov, Tá 8é auvepyá Kal x p ^cip a "n^uKev ópyaviKcos- ópo-
Aoyoúpíva 6é t o ü t ’ &v eít| Kal t o í s év á p x í) ‘ t ó y á p t t ¡ s
30 iroAlTlKTjS TÉAoS ápiCTTOV ÉTÍ0EPEV, OÚTTl 8é TrAetaTTIV ¿TTipÉ-
Aeiav ttoieItoi t o u tto io ú s Tivas Kal áyaOoús t o ü s tto A íto s
TroifjCTai Kal TrpaKTtKOUs tc ó v KaAcóv. eIkótcos ouv oúte pouv
o ú te n n r o v o ú te áAAo tc ó v 3 CÓCOV 0 Ú8 ÉV EÚBaipov Aéyopev*
oúBév y áp aÚTcov olóv t e Koivcovfjaai t o i o ú t t i s évEpyEÍas.
1100a 8 i á t o ú t t | v Sé T f)v a W a v o ú B é T ra is e ú S a íp co v é o t í v ovhrco
y á p ir p a K T iK Ó s t c o v t o io ú t c o v 8 i á n ^ v f iA iK Í a v ol 8 é Aeyó-
PEVOi 8 i á t í j v É A ir íB a p a K a p í j o v T a i . 8 eT y á p , cócnrEp e ít to -
Pev, K a l á p E T fís te A e Io s K a l p ío u te A e ío u . ir o A A a l y á p p e to -
6 P o A a l y í v o v T a i K a l ■rravToTai T Ú x a t K O T á t ó v p to v , K a l é v S é -'
XETai tó v p á A i a r ’ E Ú O riv o ü v ra p e y á A a i s a u p 9 op a T s TTEpnre-
ffEív éttI y á p e o s , K a 6 á rrE p év t o I s T p c o iK o ls Trepl T T p tá p o u p u -
© EÚETar t ó v 8 É T O ia Ú T a is X P íl^ á p e v o v T Ú x a is K a l t e A e u tY i-
a e n r r a á 0 A ícos o ú 8 e ís eúBeIs e ú S a ip o v íj E i.
10 FIÓTEpov oúv 0Ú8’ áAAov oúBéva áv0pcóircov eúBaipovi-
oréov icos &v 3ti, K ará ZóAcova Bé x P ^ v TéAos ó p av ; et Bé
8f) Kal Getéov oútcos, á p á ye Kal §<mv eú8atpcov tó te érreiSáv

1100 a 8. -fipcütKCití Lb r.
12

viene por algún destino divino o incluso por fortuna. Pues si alguna
otra cosa es un don de los dioses a los hombres, es razonable que tam ­
bién lo sea la felicidad, y tanto más cuanto que es la mejor de las cosas
humanas. Pero esto sería acaso más propio de otra investigación. P a­
rece que aun cuando no sea enviada por los dioses sino que sobre­
venga mediante la virtud y cierto aprendizaje o ejercicio, se cuenta
entre las cosas más divinas; en efecto, el premio y el fin de la virtud es
evidentemente algo divino y venturoso. Es además común a muchos,
ya que lo pueden alcanzar mediante cierto aprendizaje y estudio todos
los que no están incapacitados para la virtud. Pero si es mejor ser
feliz así que por la fortuna, es razonable que sea de esta manera, ya
que las cosas naturales son por naturaleza del modo mejor posible, e
igualmente las cosas que proceden de un arte o de cualquier causa y
principalmente de la mejor. Por otra parte, sería un gran error dejar
a la fortuna lo más grande y hermoso. También es evidente por nues­
tra definición lo que buscamos: pues hemos dicho que es una activi­
dad del alma de acuerdo con la virtud. De los demás bienes, unos le
son necesarios, los otros son por naturaleza auxiliares y útiles como
instrumentos.
Además esto también estará de acuerdo con lo que dijimos al prin­
cipio, pues establecimos que el fin de la política es el mejor, y ésta
pone el mayor cuidado en dotar a los ciudadanos de cierto carácter y
hacerlos buenos y capaces de acciones nobles. Tiene sentido, pues, que
no llamemos feliz al buey, ni al caballo ni a ningún otro animal, pues
ninguno de ellos es capaz de participar de tal actividad. Y por la mis- uoo a
ma causa, tampoco el niño es feliz: pues por su edad no puede practi­
car tales cosas, y los así llamados ae consideran venturosos en espe­
ranza. Pues la felicidad requiere, como dijimos, una virtud perfecta y
una vida entera; pues ocurren muchos cambios y azares de todo gé­
nero a lo largo de la vida, y es posible que el más próspero caiga a la
vejez en grandes calamidades, como se cuenta de Príamo en los poe­
mas troyanos, y nadie estima feliz al que ha sufrido tales azares y ha
acabado miserablemente.

10

Entonces, (no hemos de considerar feliz a ningún hombre mientras


viva, y será menester, como dice Solón, «ver el fin»? Y si hemos de
13

árroOávi]; t o u t ó ye iravreAcos S to tto v , áAAcos Te Kal toT s


Aéyoucnv f)plv évépyeiáv Tiva tÍ)v eúSaipovíav; el 8é pf| Aé-
16 yopev t ó v TeOvewTa eúSaípova, |ar)5é ZóAcov t o u t o fJoúXeTai,
áAA’ ó ti TT)ViKoOTa áv ms áa<paAcos paKapíoeiev ávOpcorrov
á>s é k tó s ^ 8r| tc o v kokgóv ó v r a Kal tc ó v Suoruxt) páTCOv, ?xEl
pév Kal t o O t ’ áM ^iCT^TTialv n v a ’ SokeT y áp elvaí t i tc¡j
TeOveóón Kal k o k ó v Kal á y a 0óv, enrep Kal tc 5 jc ó v n p.^1
20 atadavouévcp 6é, olov t i pal Kal ¿Tipian Kal tík v c o v Kal ¿Acos
árroyóvcov eúrrpafíai Te Kal Suoruxlai. áiroplav Sé Kal toO-
T a irapáxer tc o y á p paKapícos pepicoKÓm p¿XPl Y^P^S Kal
TEAeuiViaavTi kotóc Aóyov ÉvSéxeTai TroAAás prraPoAás au p -
Paíveiv irepl t o ú s éKyóvous, Kal t o ú s pév o ú tc o v á y a 0oús
26 elvai Kal Tuxeív (Mou to O k o t ’ á^íav, t o ú s 8’ tE, évavTlas*
SfjAov 8’ ó t i Kal toT s áTrooTi*! pací irpós t o ú s yoveís t t o v t o -
Barrcós ?xeiv aúroús évSéxerai. (Sctottov 8fj ylvoiT* áv, el
aupperapáAAoi Kal ó teOvecos Kal ylvoiTO óré pév eúSaípcov
■rráAiv 8’ S0Aios‘ S to tto v 8é Kal t ó pr^Sév pr|8’ érrí Tiva xpó-
30 vov CTWtKvelaflai Tá tc ó v ÉKyóvcov toTs yoveOaiv. áAA’ éirra-
viTéov érrl t ó -rrpÓTepov árropr|0év T á x a y áp &v 0ecopT|0eír|
Kal t ó vüv É m jriT oúpevov é£ ékeívou. el 8f) t ó téAos ópav
8eT Kal TÓTe paKapíjeiv iKaorov oúx “ S óvra paxápiov áAA’
ó t i irpórepov f)V, ircós oúk á r o r r o v , el ó t ’ femv eú8aípcov, pf]
33 áAr|0eúaeTai k o t’ o ú tou t ó úrrápxov 8iá t ó pf| poúAeadai
11006 to ú s jó ó v to s eúBaipovíjeiv 8iá Tás perapoAás, Kal 8iá t ó pó-
vipóv t i n'iv eú8aipovíav ínreiAr^évai Kal pr|8apcós eúpeTá-
PoAov, Tás 8é TÚxas iroAAáKis ávaKUKAeTcrOoa irepl to ú s aú-
to ú s ; 8fí Aov y á p á>s el ctuvokoAoi/Ooíti pev Tais -rúxais, t ó v
6 aÚTÓv eúSaípova Kal iráAiv áOAiov époOpev iroAAáxis, x a ucn-
AéovTá Tiva t ó v eúSaípova árro<paívovTes Kal aaOpcós ISpu-
pévov. fi t ó pév ta is TÚxais ÉrraKoAouOelv oúSapcós ópOóv;
oú y á p év TaÚTais t ó eú kokcos, áA A á irpoaSelTon toútcov
ó ávOpcóirivos píos, KaOárrep elTropev, KÚpiat 8' elcxlv a l kot*
10 ápen^v évépyeiai ttís eú8aipovias, al 8’ évavTÍai to ü évavTÍou.
papTUpel 8¿ Tejí Aóyco Kal t ó vü v 8iarropTi0év. irepl oúSév
y á p oúrcos úirápxei tcov áv0pcoirívcov Épycov pepaiórT|S <¡35

b 15. Ti|it(dTaTai om. pr. Kb (iovi)uÓTaT|ii Ob || 10. xaúrais Kb ¡| 27.


onouSata] (3*(3atoc K b.
13

sentar esto, ¿es acaso feliz después de su muerte? ¿No es esto comple­
tamente absurdo, sobre todo para nosotros que decimos que la felici­
dad consiste en cierta actividad? Y si no llamamos feliz al hombre
muerto— y tampoco Solón quiere decir eso, Bino que en ese momento
se podría considerar venturoso a un hombre por estar ya exento de
los males y de los infortunios— , también eso sería discutible, pues
parece que para el hombre muerto existe también un mal y un bien— lo
mismo que existen para el que vive, pero no se da cuenta, por ejem­
plo, honores, deshonras, y prosperidad e infortunio de sus hijos y en
general de sus descendientes— . Sin embargo, esto también presenta
una dificultad, pues al que ha vivido venturoso hasta la vejez y ha
muerto de modo análogo, pueden ocurrirle muchos cambios en sus
descendientes, ser algunos de ellos buenos y alcanzar la vida que me­
recen, y otros al contrario; porque es evidente que al alejarse de sus
progenitores les puede ir de todas las maneras posibles. Sería, en ver­
dad, absurdo si con ellos cambiara también el muerto y fuera tan
pronto feliz como desgraciado; pero también es absurdo suponer que
las cosas de los hijos pueden en algún momento dejar de interesar a
los padres.
Pero volvamos a lo que antes preguntábamos; quizá por aquello se
comprenderá también lo que ahora buscamos. Si es menester ver el.
fin y juzgar entonces venturoso a cada uno no porque lo sea en ese
momento, sino porque lo fué antes, ¿cómo no será absurdo que cuando
uno es feliz no se reconozca con verdad la felicidad que posee por no
querer declarar felices a los que viven, a causa de las mudanzas de las 1100 6
cosas y por entender la felicidad como algo estable, que en modo algu­
no cambia fácilmente, mientras las vicisitudes de la fortuna giran in­
cesantemente en tom o de ellos? Porque es evidente que si seguimos
las vicisitudes de la fortuna declararemos al mismo hombre tan pronto
feliz como desgraciado, presentando al hombre feliz como un cama­
león y Bin fundamentos sólidos. Pero en modo alguno se deben seguir
las vicisitudes de la fortuna; porque no estriba en ellas el bien ni el
mal, aunque la vida humana necesita de ellas, como dijimos; las que
determinan la felicidad sdn las- actividades de acuerdo con la virtud,
y las contrarias, lo contrario. Y lo que ahora discutíamos apoya nues­
tro razonamiento. E n ninguna obra buena, en efecto, hay tanta fir­
meza como en las actividades virtuosas, que parecen más firmes in--
cluso que las ciencias; y las más valiosas de ellas son más firmes, por-
14

TTEpl t ¿ s évepyeías Tás k o t’ ápen'iv povipcÓTEpat y á p Kal


tcov émarnijcov auTai 8oko0<jiv elvar toútcov 8’ aúrcov od
15 TinicóraTcn povipcÓTEpai 8iá t ó páAicrra Kal auvexéoraTCX Ka-
Tajfjv év aÚTais to ú s paKapíoi?s* toO to y áp Soikev oítIcd
to u pfj yíveaOat irepl aCrrás Ai^6r|v. úiráp^ei 8f| t ó ^tjtoú-
pevov tco £Ú8aí(iovi, Kal ierren 8iá plou to io u to s’ áel y á p
f| páAicrra Trávrcov irpá^ei Kal 6ecopi‘|aei Tá k o t’ ápen'jv, Kal
20 Tás TÚxas oíctei KáAAicrra Kal Trávri^ irávTCos éppeAcos ó y*
cbs áAriÓóós á y a 0ós Kal TFrpáycovos áveu yóyou. ttoAAcov
8é yivopévcov KOTá túxtiv Kal Sia9EpóvTcov |ieyé0ei Kal pt-
KpÓTT|Ti, Tá pév |iiKpá tcov eÚTUxr) páTcov, óiiolcos 8é Kal tcov
ávTiKeinévcov, SfjAov eos oú ttoieT poTrfjv rrís jcofjs, Tá 8 é pe-
26 yáA a Kal -rroAAá yivópeva pév eú paKapicÓTEpov tó v |3íov
Troii'iaei (Kal y áp aÚTá auveTriKoapelv -n^uicev, Kal f) XPñ^'S
aÚTcov KaAf] Kal cnrouSala yíverai), áváiraAiv 8é cruppaívov-
Ta 0AÍ(3ei Kal AupiaíVETái t ó paKápiov* Aúiras Te y á p ém-
9¿pei Kal épiroSijei iroAAaTs évepyeíais. ópeos 8é Kal év to ú -
30 to is SiaAápirei t ó KaAóv, éirei8áv 9épij tis cúkóAcos iroAAás
Kal peyáAas ám alas» P^l 5i* ávaAyT)aíav, áAAá y ew á8as <2>v
Kal, peyaAóvfiuxos. el 8’ etalv at évépyeiai KÚpiai Tfjs jcofjs,
KaOáirep enropev, oúSels &v yévoiTO tcov paKapicov S6Aios‘
oú8éiroT6 y á p irpá^ei Tá pioiyrá Kal Tá 9aOAa. tó v y á p eos
1101 a áAr)0cós áyaÓóv Kal ?P9pova irác as olópeBa Tás TÚxas eú-
axTipóvcos 9épeiv Kal éK tcov úrrapxóvrcov áel Tá KáAAicrra
•apárren/, KaOárrep Kal OTpcmiyóv áyaOóv tco irapóvn errpa-
Toiré8cp xpfjoton TroAepiKcbraTa Kal ctkutotópov éK tcov 8o-
5 6évtcov ctkutcóv KáAAiorov vttóSti pa TTOielV tó v cxútóv 8é
TpÓTTov Kal to ú s áAAous TexvÍTas árravras. el 8’ oútcos,
fi6Aios pév oúSéTroTe yévoiT* &v ó eúSatpcov, oú pf|V pcncá-
piós ye, áv TTpiapiKais TÚxats irepiTrécij. oú8é 8f) ítoikíAos
ye Kal EÚperápoAos' oúre y áp éK Tfjs eúSaipovías kivti©^-
io arrea |bqcSícos, oú8’ úrró tcov t u x ó v t c o v á ru x T ip á T C O v áAA*
ú t t ó peyáAcov Kal iroAAcov, ?k Te tcov toioútcov oúk &v yé-
voito iráAiv eúSaipcov év óAíyco XP¿vco, áAA’ eíirep, év ttoA-
Aco t i vi Kal TeAejcp, peyáAcov Kal KaAcóv év oútco yevópevos
érrriPoAos. t í oúv KCoÁúei Aéyeiv eúBaípova tóv k o t’ áperíjv

1101 a 18. ¿onv add. Kb.


14

que en ellas viven sobre todo 7 con más continuidad los hombres ven­
turosos. Y ésta parece ser la causa de que no se las olvide. Se dará,
pues, lo que buscamos en el hombre feliz, 7 será feliz toda su vida;
pues siempre, o más que cualquier otra cosa, hará 7 contemplará lo
que es conforme a la virtud, 7 en cuanto a las vicisitudes de la fortuna,
las sobrellevará de la mejor manera, 7 moderadamente en todos Iob
respectos el que. es «verdaderamente bueno» 7 «cuadrilátero intacha­
ble» ( 9).
Pero como machas cosas que ocurren suceden por azares de for­
tuna 7 difieren por su grandeza o pequeñez, es evidente que los pe­
queños beneficios de la fortuna, lo mismo que sus contrarios, no tie­
nen gran influencia en la vida, pero si esos bienes son grandes 7 nu­
merosos harán la vida más venturosa (pues son por naturaleza como
adornos agregados, 7 su uso es bueno 7 honesto); en cambio, si sobre­
vienen males, oprimen 7 corrompen la felicidad, porque traen aflic­
ciones e impiden muchas actividades. Sin embargo, también en éstos
resplandece la nobleza, cuando soporta uno muchos 7 grandes infor­
tunios, no por insensibilidad, sino por ser noble 7 magnánimo. Porque
si las actividades rigen la vida, como dijimos, ningún hombre ventu­
roso podrá llegar a ser desgraciado, 7a que jamás hará lo que es vil
7 aborrecible.. A nuestro juicio, en efecto, el que es verdaderamente
bueno 7 prudente soporta dignamente todas las vicisitudes de la for- U01 •
tuna 7 obra de la mejor manera posible en sus circunstancias, del mis­
mo modo que el buen general saca del ejército de que dispone el mejor
partido posible para la guerra, 7 el buen zapatero hace con el cuero
que se le da el mejor calzado posible, 7 de la misma manera todos los
demás artífices. Y si esto os así, jamás será desgraciado el hombre
feliz, aunque tampoco se le podrá llamar venturoso si cae en los in­
fortunios de Príamo. Pero no será inconstante ni variable, ni se apar­
tará fácilmente de la felicidad, ni siquiera por los infortunios que le
sobrevengan, a no ser grandes 7 muchos; 7 después de tales desgracias
no volverá a ser feliz en poco tiempo, sino, si es que llega a serlo, al
cabo de mucho 7 de haber alcanzado en ese tiempo grandes 7 hermo­
sos bienes.
i Qué nos impide, pues, llamar feliz al que actúa conforme a la vir­
tud perfecta 7 está suficientemente provisto de bienes exteriores, no
en un tiempo cualquiera, sino la vida entera? ¿0 hay que añadir que

(9) Cita de Simónidea, que aparece en Platón: Protdgonu, 339 b.


15

15 teAhíccv évepyoüvTcr Kal t o í s ¿ k tó s áyaOoTs Ikovcos K£xopT)yr)-


pévov pf| t ó v T u x ó v r a XP¿V° V áAAá TáAeiov |3íov; ^
Trpoa6rréov K al picoaópevov o ú tc o Kal TEAevm‘|ffOVTa Korrá
Aóyov; ÉrrEiSf) t ó péAAov áipavés "í| pTv éo tIv , t Í |v eúBaipo-
víav 8é té A o s Kal tíA h io v TiOepev irávTi] irávTcos. el 8’ o ú tc o ,
20 paKapious époüpev tcov ^cóvtcov oís úirápxei Kal úiráp^ei Tá
AexOévra, paKapíous 8’ áv0pcímovs. Kal irepl pév toútcov
11 éttI toctoOtov 8icopícr0co. Tás Sé tcov áiroyóvcov TÚxas Kal
tc 5v ipiAcov árrávTcov t ó pév pti8otioüv aupfJáAAecriíai Aíav
áfiAov 9aívETai Kal Tais 8ó£ais évairrlov* iroAAcov Sé Kal
25 iravTolas éx(^VTCOV 8ia<popás tcóv avppaivóvTcov, Kal tcov
pév paAAov awiKvoupévcov tcóv 8’ ?¡ttov, KaO’ iKaorov pév
Siaipetv paxpóv Kal áTrépavTOV <patverai, KaOóAov 8é AexOév
Kal túttco T áx’ ótv Ikovcos ?xou 81*1, KaOáirep Kal tcov
TTEpl aÚTÓV áTUXTlIiáTCOV Tá pév ?X£l Tl pp^os Kal ^OTTÍJV
30 irpós t ó v piov T á 8’ ¿AatppoTépois Soik c v , oútco Kal T á irepl
t o ú s 9IA0US ópolcos árra vra s, 5 ia<pépei Sé tcóv tto Qcóv í k o -
o t o v irepl j c o v T a s f\ T e A e u n 'ia a v T a s avp | 3aíveiv iroAú paA-
Aov í| T á ira p á v o p a Kal Seivá irpoüirápxeiv év Tais Tpayco-
8íais r) irpárreaflcn, CTuAAoytoréov 8f| x a l T aú rn v Tf)v 81090­
35 p áv, paAAov 8’ tacos t ó 8iarropeTo6ai irepl t o ú s k c k p t ik ó t o s
1101 b el t i vos á y a 6 o ü koivcovovkxiv f| tcóv ávnKeipévcov. 2o ik e y á p
í k t o ú tc o v el K a l 8uKveíTai irpós o ú t o ú s ó t io ü v , e í t ’ áyaO óv
e rn t o ú v o v t ío v , á 9 a u p ó v t i Kal pixpóv f| áirAciós f| ¿ k e ív o is
elvai, el 8é pr|, tocto Ot ó v y e Kal t o io Ot o v cdote pf| iroielv eú-
5 S aipovas t o ú s ó v t o s pr^Bé t o ú s SvTas á9aipela6ai t ó pa-
xápiov. cuppáAAeaO ai pév oúv t i 9alvovTai t o í s k e k p t | k ó -
a iv at eúirpa£(ai tcóv 9ÍAcov, ¿poicos 8é Kal al 8 w rrp a£ lai,
t o i o Ot o 8é Kal TT)AiKaÜTa cócrre pi^Te t o ú s eúBaípovas pf| eú-
8a(povas iroielv pi“|T’ áAAo tcov t o io ú t c o v pt|Sév.
12 Aicopio-pévcov Sé toútcov émaKeycópeGa irepl tt¡s eúBai-
povías irórepa tcov éiraiveTcóv éarlv f| pfiAAov tcóv Ttplcov-
SfjAov y áp ir n tcóv ye Suvápecov oúk Scrnv. 9afvrrai Sfj irocv
t ó éiraiveróv Tcji ttoióv t i elvai Kal irpós t i ir Sis ?X£,V ÉTrai-
veíaflar tó v y á p SÍKatov Kal tó v ávBpelov Kal ¿Acos tó v

b 2. ipXaOf/>v Kk: í{¡a.'¡pM Byurator. || 25. naxaplCo(icv secl. Susemihl


Bywater. || 20. xpclrruv Kk M*.
15

ha de vivir de ese modo y acabar b u vida de m ane» análoga? Puesto


que lo porvenir nos está oculto, concluimos que la felicidad es fin y
completamente perfecta en todos sentidos. Y si esto es así, llamaremos
venturosos entre los vivos a aquellos que poseen y poseerán lo que
hemos dicho, es decir, venturosos en cuanto hombres. Y sobre estas
cosas baste con estas precisiones. '

11

E n cuanto a la buena o mala fortuna de los descendientes y de


todos los amigos, el que nada en absoluto afecte a los muertos parece
demasiado descastado y contrario a las opiniones recibidas. Pero como
son muchas y con todo género de diferencias las cosas que suceden, y
unas nos interesan más y otras menos, sería largo e interminable ex­
plicarlas una por una, y quizá baste tratarlo en general y esquemáti­
camente. Así, pues, como de los infortunios propios unos tienen peso
e importancia para la vida y otros parecen más ligeros, lo mismo ocurre
con los de todos los amigos; pero hay entre las desgracias una gran
diferencia según ocurran en vida o después de muertos; mucho mayor
que la que hay en las tragedias entre los delitos y horrores anteriores
y los que acontecen en escena. Se ha de concluir, pues, que existe esta
diferencia, o acaso más bien que no se sabe, respecto de los muertos,
si participan de algún bien o de los contrarios. Parece, pues, según 1101 b
esto, que si algo llega hasta ellos, sea bien o lo contrario, es tenue y
poca cosa, o en absoluto o para ellos; y si no, es de tal magnitud e
índole que ni puede hacer felices a los que no lo son, ni a los que lo
son quitarles la ventura. Parece, pues, que alcanza de algún modo a
los muertos la prosperidad de sus amigos, e igualmente sus desgra­
cias, pero de tal modo y en tal medida que ni pueden hacer que los
felices no sean felices ni otra cosa semejante.

12

Explicado esto, consideremos si la felicidad es una cosa elogiable


o, más aún, digna de ser ensalzada; pues es claro que no es una mera
facultad. Parece, en efecto, que todo lo elogiable se elogia por ser de
cierta índole y por tener cierta referencia a algo; y así elogiamos al
10

15 <5rya0óv te Kal t^ v ápeTÍiv ¿iraivoO|JEV 8iá Tás irpá^eis Kal Tá


2pya, Kal t ó v lay u p iv Sé Kal t ó v BpopiKÓv Kal t c o v fiXAcov
I r a o T O V tco iroióv Tiva TTEcpuKévoa Kal ?xE,v t™ ? irpós á y a -
8óv t i Kal cnrouBaíov. BfjAov Sé t o u t o Kal ék t c ó v irepl t o ú s
Oe o ú s éiralvcov yeAotoi y áp <paívovrai irpós f||i5 s ¿vatpepó-
20 iicvoij t o Ot o Sé CTup^aívei Biá t ó yívecrOai t o ú s érraívous 8i’
áva<popcts, úairep eíirojiev. el S’ k r r lv ó Siraivos t c o v t o i o ú -
t c o v , BfjAov ó t i t c o v áplorcov o ú k I o t i v É T ra iv o s , áAAá m e íjó v
t i Kal péÁTiov, KaOáirep Kal cpaíverar t o ú s T e y á p 0eoús
|jaKapÍ3opev Kal e ú S a i ^ o v t j o p E V Kal t c o v ávSpcóv t o ú s Qeio-
25 TáTOVs [naKapíjopev]. ónoícos 8é Kal t c ó v áyaOcov* oúSels
y á p t í ^v eúSaiiiovíav éiratveT KaSáirep t ó Síxaiov, áAA’ eos
ÓeiÓTepóv t i Kal péXTiov natcapíjEi. SokeI 8é Kal EúBo^os
KaAcos <7WTiyopfjaai irepl tc ó v ápiarelcov t í j f iB o v f j- t ó y áp
pfj éiraivetoÓai t c ó v <5rya6cov oúoav |JT|vúeiv c óeto ó t i Kpenróv
30 k m t c ó v ¿rraivETCOv, toioOtov 8’ elvat tó v 0eóv Kal TáyaOóv*
irpós TaOTa y áp Kal riA A a áva<pépECT0ai. ó pév y á p thraivos
Tfjs ápeTfjs’ irpaKTiKol y áp t c o v KaAcov áiró to ú tt|S ' Tá
8’ éyKcópia t c ó v ipycov ópoícos Kal t c ó v c tc o po tik co v Kal tc o v
yuxiKcióv. áAAá TaÚTa pév íacós olKeiórepov é£aKpi(3oüv
35 toTs irepl Tá ¿yKcópia TreirovT|pévois* f|pív Sé BfjAov Ík tcó v
1102o elpr|p¿vcov ó n é o t Iv f) eúSaipovía t c ó v Tipícov Kal TeAelcov.
foiKe 8’ o ú t c o s ?xelv Kal 5iá t ó elvai ápxiV t o ú t t i s y áp
Xápiv T á Aoiirá irávTa irávTES irpáTTopev, n ’iv á p x ^ v Sé
Kal t ó aÍTiov t c o v áyaOcov TÍpióv t i Kal 6eTov TÍOepev.
13 ’ E tteI 6 ’ É crrlv f | e ú B a in o v i a i n / x f j s é v é p y e iá t i s kot*
ápET^v teAeíciv, i r e p l á p e r f j s É in o x e i r r é o v ¿rv eTtt T Ó x a y á p
o ú tc o s &v p é A T io v K a l Tfjs e ú B a ip o v l a s © E c o p ^ a a iiiev . SokeI
S é K a l ó k o t ’ AAi'iOetav tto A itik ó s i r e p l t o ú t t |v p á A i ó r a i r e r r o -
vf¡ crO ar p o ú A e T a i y á p t o ú s tto A íto s á y a O o ú s ir o ie lv K a l tcóv
10 vóiacov ú tttik ó o u s . i r a p á B e i y p a S é to ú tc o v ^x0 ^ t o ú s K p r |-
tcóv K a l A a K e S a ip o v íc o v v o p o Q é r a s , K a l eí tiv e s § T epot to io O -
t o i y e y é v T iv T a i. e I Bé T fjs tto A itik íís é o tI v f | a K í y i s aÚ T t),
B fjA ov ó t i y ív o iT * &v f | ji^ tt io is K c rrá Tf]V é£ á p x * ÍS i t p o a í p e -
otv . ir e p l á p e T f js B é émo-KeTTTéov á v O p c o irlv ris B fjA o v 3 r r r
15 K a l y á p T á y a O ó v á v O p a y rn v o v éjtiTOÜpev K a l t ^ v e ú S a ip o v i a v

1102 a 10. Kb:; fpuxty depaireúovra Kb I \


16

justo 7 al valiente y en general al bueno y a la virtud por sus acciones


y sus obras, y al robusto y al ligero y a cada uno de los demás por ser
de cierta condición y servir para algo bueno y decente. Esto es tam­
bién evidente por las alabanzas a los dioses: resulta, en efecto, ridiculo
asimilarlos a nosotros, y esto ocurre porque los elogios implican una
referencia, como dijimos. T si el elogio es de esta índole, es claro que
de las cosas mejores no hay elogio, sino algo mayor y mejor, como es
también notorio: pues a los dioses los ensalzamos como bienaventura­
dos y felices y a los más divinos de los hombres los ensalzamos tam­
bién como bienaventurados. Y lo mismo respecto de los bienes, por­
que nadie elogia la felicidad como elogia lo justo, sino que la ensalza
como algo más divino y mejor.
Y parece que Eudoxo reivindicó con razón la supremacía del pla­
cer; pensó, en efecto, que el no ser elogiado, siendo un bien, significaba
que era mejor que las cosas elogiables, de igual manera que Dios y el
bien, pues las otras cosas están referidas también a éstas.
Porque el elogio corresponde a la virtud, pues los hombres realizan
los hechos nobles por ella; los encomios, a las obras, tanto corporales
como anímicas. Pero explicar esto minuciosamente es acaso más pro­
pio de los que se dedican a los encomios; para nosotros es evidente,
por lo que se ha dicho, que la felicidad es cosa perfecta y digna de ser 1108 a
ensalzada. Parece que es así también por ser principio, ya que todos
hacemos por ella todas las demás cosas, y el principio y la causa_de
los bienes lo consideramos algo precioso y divino.

13

Puesto que la felicidad eB una actividad del alma según la virtud


perfecta, hay que tratar de la virtud, pues acaso así consideraremos
mejor lo referente a la felicidad. Y parece también que el que es de
veras político se ocupa sobre todo de ella, pues quiere hacer a los ciu­
dadanos buenos y obedientes a las leyes (como ejemplo de éstos tene­
mos a los legisladores cretenses y lacedemonios y los demás semejan­
tes que puedan haber existido). Y si esta investigación pertenece a la
política, es evidente que esta indagación estará de acuerdo con nues­
tro proyecto inicial. Acerca de la virtud es evidente que hemos de in­
vestigar la humana, ya que también buscábamos el bien humano y la
felicidad humana. Llamamos virtud humana no a la del cuerpo, sino
17

<5cv0pcoTrívT|v. áperf)v 8é Aéyopev ávOppcoirívriv oú tf|v to u


acoparos áAAá tíjv tt¡s yuxfjs* Kal ~rí\v eúSaipovtav Sé 4/u-
Xfjs ÉvÉpytiav Aéyopev. el Sé t o 06* oútcos ?xEl» SfjAov ó ti
Set tó v ttoAitikóv elSévat ircos Tá irepl yuxfjs, GÓorrep Kal tó v
20 ó<p6aApoú; QepcnrEÚffovTa Kal irav ( tó ) a ú p a , Kal paAAov
ócrco TipicoTépa Kal PeAtícov f) ttoAitikÍ) tt¡s larpiKfjs' tcov
6’ ioTpcov ol xa pteVT6S iroAAá irpaypaTeúovron irepl n^v
to u acó motos yvcoaiv. 0ecopr|Téov Sf) Kal tco iroAiTiKcp
irepl yuxfjs, Oecopíyréov Sé toútcov xápiv, Kal £9’ óaov Iko-
23 veos ?X£1 iTpós Tá 3Tyroúp6va* t ó y á p éirl irAelov é^aKpi^oüv
épycoSéorepov Tacos éorl tcov irpoKeipévcov. AéyeTai Sé irepl
aúrfjs Kal év toTs é^coTepiKoís Aóyois ápKOÚVTWs 2via, Kal
XPTioréov aÚTOís- olov t ó |iév SAoyov aúifjs elvai, t ó Sé
Aóyov lx ov* TauTa Sé irÓTepov SicópiaTai KaOáirep Tá toO
30 acoparos pópia Kal irav t ó pepiOTÓv, f| tco Aóyco Súo écrrlv
áxcópiOTa ire<puKÓTa Ka0áirep év Tfi -rrHpt<pepelqt t ó KupTÓv Kal
t ó koIAov, oúOév Siafépei irpós t ó irapóv. to u áAóyou 8é t ó
pév loiKe Koivco Kal 9uriK<ip, Aéyco Sé t ó aTnov to u Tpé9ea0at
Kal aú^eaOar Tf|v TOiaúrriv y áp Súvapiv if¡ s yvxfls ebra-
1102 6 a i toTs Tpe9opévots 9eír| tis &v Kal év toTs épfipúois, tt^v aú-
tÍ|v Sé TaÚTnv Kal év to ís TeAeíois- eúAoycÓTepov y áp f|
SAAt^v Tivá. TaÚTT|s pév oúv koivVi tis ápeTÍ] Kal oúk áv-
0pcoirtvr| 9aíveTal• SoKel y á p év toTs úttvois évepyeív pá-
5 Aicrra t ó pópiov toO to Kal f] 8úvapis a ú rn , ó 5’ á y a 6ós Kal
kokós f| kioto SiáS^Aoi kcx©’ úttvov (óOev 90aIv oúSév Su^pé-
peiv t ó t^piau to u (3íou to ú s eúSaípovas tcov áQAÍcov au p -
Paívei Sé to ü to elKÓTCos' áp y ía y á p éoriv ó úrrvos Tfjs vpu-
Xfjs í AéyeTai o iro u S a ia Kal «paúATi), irAf)v el pf) Kcrrá piKpóv
10 Kal SiiKVOUVTaí Tives tcov Kiv^aecov, Kal to ú ti] |3eATlcó yíve-
Tai T á 9 a v r á a porra tcov éineiKCÓv f| tcov tuxóvtcov. áAAá
irepl pév toútcov áAis, Kal t ó 6peTTriKÓv écrréov, éireiSf) Tfjs
áv6pcoiriKfjs áperfjs ápoipov iré9UKev. foiKe Sé Kal áAAr) tis
9Úctis Trjs ^uxfjs áAoyos elvai, peréxouaa pévToi ttt] Aóyou.
16 to u y á p éyKpaTOUS Kal áKparous tó v Aóyov Kal Tfjs yuxfjs
t ó Aóyov ¿xov éiraivoupev* ópOcos y áp Kal éirl Tá péATiora
irapaKaAel' 9 a lv e T a i 8’ év aúrols Kal fiAAo t i irap á tó v Aó-

6 3. áv8p<07ux-)) Lb M*.
17

a la del alma; 7 decimos que la felicidad es una actividad del alma. Y


si esto es asi, es evidente que el político debe conocer en cierto modo lo
referente al alma, como el que cura los ojos también todo el cuerpo ( lo),
y tanto más cuanto que la política es más estimable 7 mejor que la
medicina; 7 los médicos distinguidos Be ocupan mucho del conoci­
miento del cuerpo; también el político ha de considerar el alma, pero
la ha de considerar en vista de estas cosas 7 en la medida suficiente
para lo que buscamos, pues examinar esta cuestión con más detalle
es acaso demasiado laborioso para nuestro propósito.
Además en los tratados exotéricos (11) se estudian suficientemente
algunos puntos acerca del alma, 7 hay que servirse de ellos; por ejem­
plo, que una parte de ella es irracional 7 la otra tiene razón (si éstas
se distinguen como las partes del cuerpo 7 todo lo divisible, o son doB
para la razón, pero naturalmente inseparables como en la circunferen­
cia lo convexo 7 lo cóncavo, nada importa para la presente cuestión).
Lo irracional en parte parece común 7 vegetativo, quiero decir la cau­
sa de la nutrición 7 el crecimiento; pues esta facultad del alma puede
admitirse en todos los seres que se nutren, incluso en los embriones, 1102 b
7 ésta misma también en los organismos perfectos, pues es más razo­
nable que admitir alguna otra. Es claro, pues, que su virtud es común
7 no humana; parece, en efecto, que en los sueños actúa principalmente
esta parte 7 esta facultad, 7 el bueno 7 el malo se confunden entera­
mente en el sueño (por eso dicen que en la mitad de la vida en nada
se diferencian los felices de los desgraciados). Es normal que así ocurra,
pues el sueño es una inactividad del alma en cuanto se dice buena o
mala, excepto si de algún modo penetran un poco algunos movimien­
tos 7 resultan así mejores los sueños de los hombres superiores que los
de un cualquiera. Pero sobre estas cosas basta, 7 dejemos también la
parte nutritiva, puesto que es naturalmente ajena a la virtud humana.
Pero parece que ha7 además otro principio irracional en el alma,
que participa, sin embargo, de la razón en cierto modo. Pues tanto eti
el continente como en el incontinente elogiamos la razón 7 la parte
del alma que tiene razón (porque rectamente exhorta también a lo

(10) Véase Platón: Carmides, 166 b.


(11) Sobre el sentido de «exotéricos» en este pasaje, Diels piensa que es «extra­
ños a la escuela aristotélica»; Burnet lo aprueba, y añade que casi siempre equi­
vale —y así en este caso— a «en los escritos de la escuela académica» (The Ethica
of AridotU, London 1000, p. 68).
18

yov TreqjUKÓs, 6 páxETai Kal áv-rmívei t o Aóyco. áTEXveos


y á p KaOáirep T á TrapaAEAupéva t o u acó p o to s pópia eÍs T á
20 6e£iá Trpoaipoupévcov Kivfjaat t o ú v o v t í o v els Tá ápiorspá ira-
pa9éprrai, Kal érrl Tfjs VUX^S o ú tc o s * érrl T á v a v r ía y á p a l
óppal tc o v ákporrcóv. áAV év t o í s acopaai pév ópcópev t ó
Trapaqjepópevov, érrl 8¿ tt¡s 'f’uxfís oúx ópcopev. Tacos 5’ oü-
8év Í ) t t o v Kal év T Íj «fuxíi vopiaréov Elval t i Trapa t ó v Aóyov,
25 évavTioúpevov t o ú t c o Kal á v n |3aIvov. tt c o s 8’ ETEpov, oüSév
8ia9épsi. Aóyou 8é Kal t o ü t o 9aívrrai prréxeiv, warrep e I-
Tropev TTEiOapxel yoüv t c o Aóyco t ó t o ü éyKparoüs —é t i 8'
Tacos e 0 t | KOÚTEpóv éari t ó t o O acíwppovos Kal áv8pElov iráv-
Ta y áp ÓP09C0VET t c o Aóyco. 9aívETai 8f| Kal t ó áAoyov 8 i t -
30 t ó v . t ó pév y áp 9 v jtik ó v oúSapcos koivcoveT Aóyou, t ó 8’
É-m0vpT|TiKÓv K al óAcos ópektikóv p e té x e i TTCOS, fj Kan'lKOÓV
ácm v aÚ Tou Kal Trei0apxiKÓv o ú t c o 8f) Kal to O irarpós Kal
t c ó v 9 ÍAcov 9 a p é v ?xElv Aóyov, Kal oúx coarrep t c ó v p aG íip a-
TIKÓÓV. ÓTI 8é TTEÍ0ETal TTCOS ÚTTÓ AÓyOU TÓ ¿AoyOV, PT|VÚEI
Kal f) vou0érT|ais Kal T ra c a érriT Íp n aís t é Kal irapáK A Tiais.
1103 a eI 8 é xpT] K al t o ü t o 9 á v a i A ó y o v ?X61V» S i t t ó v é a r a i K al t ó
A ó y o v é x o v , t ó p év K upícos K a l év aCrrco, t ó 8 ’ cóarrep t o ü
TTcrrpós ¿ ( k o u o t ik ó v t i . S io p ljE r a i Sé K al f| áp E n ^ Kcrrá t ? |v
S ia 9 o p á v TaÚTT|V A éyopEV y á p aCrrcov T á s p év 8 ia v o r|T tK á s
5 T á s 8 é f)0 iK á s, CT0 9 ÍCXV p é v K a l o ú v e o iv K al 9 p ó v r |a iv B ia v o ti-
T iK á s, éAEU0EpiÓTT|Ta 8 é K al a c o 9 p o a ú v r |v r)9iK ás. AéyovTES
y á p Trepl t o ü f |0 o u s o ú A éyopEV ó n 0 0 9 6 5 t*| o w e t ó s á A A ’
ó t i irp ctos f| acÓ9 p c o v é r r a iv o ü p e v 8 é K al t ó v 0 0 9 ÓV Kcrrá
10 T Í]v e ^ iv t c ó v e£ecov 8 é T á s érraivE T ás á p E T á s A éyopEV .

1103 a 7. xal K" I \


18

mejor), pero también aparece en ellos algo más, ajeno naturalmente a


la razón, que lucha y contiende con la razón. Exactamente como los
miembros paralíticos del cuerpo cuando queremos moverlos hacia la
derecha se van al contrario hacia la izquierda, y así ocurre también
con el alma: pues las tendencias de los incontinentes se mueven en
sentido contrario. Pero en los cuerpos vemos lo que se desvía, en el
alma no lo vemos; pero probablemente no por eso ha de creerse que
en el alma hay algo ajeno á la razón que se le opone y le es adverso
(en qué sentido es distinto, no interesa). Pero parece oue también par­
ticipa de la razón, como dijimos, puesto que obedece a la razón en el
hombre continente, y además es probablemente más dócil en el hom­
bre morigerado y esforzado, pues todo concuerda con la razón.
Resulta, por tanto, que también lo irracional es doble, pues lo ve­
getativo no participa en modo alguno de la razón, pero lo apetitivo y,
en general, desiderativo, participa de algún modo en cuanto le es dó­
cil y obediente (así también respecto del padre y de los amigos deci­
mos tener en cuenta y razón, pero no como las matemáticas) ( 12). Que
lo irracional se deja en cierto modo persuadir por la razón lo indica
también la advertencia y toda reprensión y exhortación. Y si hay que 1103 a
decir que esto también tiene razón, lo que tiene razón será doble, de
un lado primariamente y en sí mismo, de otra parte como el hacer
caso del padre. También la virtud se divide de acuerdo con esta dife­
rencia: pues decimos que unas son dianoéticas y otras éticas, y así la
sabiduría, la inteligencia y la prudencia son dianoéticas, la liberalidad
y la templanza, éticas; pues si hablamos del carácter no decimos que
alguien es sabio o inteligente, sino que es amable o morigerado; y
también elogiamos al sabio por su hábito, y a los hábitos dignos de
elogio los llamamos virtudes.

(12) En sentido matemático significarla «ser racional» como conmensurable.


Sobre los sentidos de lágos, véase mi Introducción a la Filosofía ( Obras, II, V, 44).
B.

AlTTfjS 8f) Tfjs ápgTfjs OÜCTTIS, Tfjs pév 8lOCVOr|TlKfjS Tfjs 8é


15 f)0iKfís, i*i pév 8iavoTiTiKÍf| t ó ttAeíov éK 8i8a<TKaAlas ?XEl Ka^
tÍ)v yévEcxiv Kal tÍ|v aú^criv, SióirEp épim plas Seítoi Kal
’ xpóvou, f| 8’ ftóiKfi é£ £6ou<: TrepiylveTai, óQev koI Toúvopa
íctxtike piKpóv TrapEKKÁIvov diró TOU §0OUS. é£ OU Kal SfjAoV
ó ti oúSepía tcov r)6iKcov ápeTcov 9Ú<tei f)plv éyyívrrai- oúOév
20 y áp tcov 9ÚCTEI óvtcov áAAcos ¿Síjetoi, olov ó AÍ0os 9ÚCTEI
KáTCO 9EpÓp£VOS OÚK &V é0lO0EÍT) ávco 9 ¿pEO0ai, 0Ú8’ &v pu-
piáKlS aÚTÓV é0íjT) TIS ávco ^ITTTCOV, OÚ8É TÓ TtÜp KáTCO, OÚ8’
áAAo . oúBév tcov áAAcos tte9Ukótcov áAAcos &v é0io0eít].
o ü t’ áp a 9Úaei oúte irap á 9ÚOTV éyyívovTcn al ápETaí, áAAá
25 TrapuKÓai pév f|piv Sé£acr0ai aCrrás, TEAetoupévois Sé 8iá toO
JQouS- ?n ó aa pév 9ÚCTE1 f|plv Trapaylvrrai, Tás BuvápEis
toútcov irpÓTEpov Kopi^ópE0a, úcrrepov 8é Tás évepyEÍas árro-
SÍSopsv (¿Trep éirl tcov alo0r|OKOv BfjAov oú y á p éK to ü
iroAAáKis 18eIv f| iroAAáKis áKoüaai Tas alod^oEis éAápopEV,
30 áAA’ ávárraAiv ?xovT£S éxpr|aápE0a, oú XP'H^'ápevoi 2a x ° -
pev)- Tás 8’ ápETás AappávopEV évEpyi‘|<javTES irpÓTEpov,
úoTTEp Kal érrl tcov áAAcov texvcov & y áp 8el paOóvTas
ttoieTv, to O to ttoioüvtes pav0ávopEV, olov oIkoSopoüvtes ol-
KoBópoi yívovTai Kal Ki0apÍ3ovTes Ki0apioral* oútco 8f) Kal
1103 6 Tá pév SlKaia TrpáTTOVTES BÍKaioi yivóp£0a, t á 8é o-cÓ9pova
ccÓ9povES, Tá 8’ ávBpela ávBpeToi. papTUpel 8é Kal t ó yivó-
pevov év Tais ttóAectiv ot y áp vopoOérai to ú s ttoAItos é©í-
jovtes Troioucnv áyaOoús, Kal t ó pév (3oúAr|pa tto v tó s vopo-
6 ©érou t o ü t ’ éorív, óaoi 8é píj eú o ú tó ttoiouoiv ápapTávou-
aiv, Kal Sia9épEi toútco iroA m ia iroA m ias á y a 0f) 90ÚAtis.

1103 a 15. TcXetffTOv M1* I \ || 22. auriv om. K.b M* I \


fe 5. aura Kb I \ || 29. Lb; ■Tjv axé^aoOai Kb: io n axé^aaOai
S T: 3K» eÍ7] ax&baa6ai M**.
L ibro II

Como existen dos clases de virtud, la dianoética y la ética, la diano.


ética debe su origen y su incremento principalmente a la enseñanza,
y por eso requiere experiencia y tiempo; la ética, en cambio, ptocede
de la costumbre, por lo que hasta su nombre se forma mediante una
pequeña modificación de «costumbre» ( 1). De esto resulta también evi­
dente que ninguna de las virtudes éticas se produce en nosotros por
naturaleza, ya que ninguna cosa natural se modifica por costumbre;
por ejemplo, la piedra que por naturaleza se mueve hacia abajo, no
se la podría acostumbrar a moverse hacia arriba, aunque se intentara
acostumbrarla lanzándola hacia arriba diez mil veces; ni al fuego a
moverse hacia abajo, ni ninguna otra cosa de cierta naturaleza podría
acostumbrarse a tener otra distinta. Por tanto, las virtudes no se pro­
ducen ni por naturaleza, ni contra naturaleza, sino por tener aptitud
natural para recibirlas y perfeccionarlas mediante la costumbre.
Además, en todo aquello que es resultado de nuestra naturaleza,
adquirimos primero la capacidad y después producimos la operación
(esto es evidente en el caso de los sentidos: no adquirimos los sentidos
por ver muchas veces u oír muchas veces, sino a la inversa: los usamos
porque los tenemos, no los tenemos por haberlos usado); en cambio,
adquirimos las virtudes mediante el ejercicio previo, como en el caso
de las demás artes: pues lo que hay que hacer después de haber apren­
dido, lo aprendemos haciéndolo; por ejemplo, nos hacemos construc­
tores construyendo casas y citaristas tocando la cítara. Así también
practicando la justicia nos hacemos justos, practicando la templanza, i 103 k
templados, y practicando la fortaleza, fuertes. Prueba de ello es lo que
ocurre en las ciudades: los legisladores hacen buenos a los ciudadanos
haciéndoles adquirir costumbres, y ésa es la voluntad de todo legis­
lador, todos los que no lo hacen bien yerran, y en esto se distingue un
régimen de otro, el bueno del malo. Además, las mismas causas y me-

(1) El nombre ética (t)81xt|) ae deriva de 7¡6o; (car&oter), que Aristóteles


supone modificación de Wo? (hábito, costumbre).
20

§ti lx tcov cxútcov Kal Siá tcov aCrrcóv Kal yíVFrai ira d a áprrí*
Kal q>dE(prrai, ¿poicos 8é Kal téxvtv Ik y áp to u KiOapíjeiv
Kal ol á y a 0ol Kal xaxol yívovTai KiOapiaral. ‘ áváAoyov 81
10 Kal otxoSópoi Kal ol Aoiirol tt<5cvtes‘ Ik pév y áp to u eu olxo-
Sopeív áyaOol oÍKoSópot éaovTai, Ik 81 to u xaxcos kokoI. el
y á p pf| oútcos eIxev, oúSév av ISei toO 8i8á£ovTOs, áAAá
irávTES áv lyívovTo áyaOol fj kctkoí. oütg} 8f) Kal árrl tcóv
ápETcóv ?x£1' TrpárTOVTES y áp Tá Iv to ís auvaAAáypaoi to ís
16 Trpós to ú s áv0pcÓTrous yivópE0a oí pév Síxaiot o! 81 óSikoi,
irpáTTovTES 81 Tá Iv to ís Beivoís Kal é0i;jópEvoi cpopelaSai
6app£ív oí pév ávSpEÍoi oí 81 SeiAoí. ¿|ío(cos 81 Kal Tá irepl
Tás ÉmOuplas ?x£l Ka^ ^ p l Tás ópyás* oí plv y áp acó-
9 povES Kal irpaoi yívovTai, oí 8’ áKÓAaoTOi xal ópyíAoi, oí
20 pév Ik to u oútcocjI Iv oútoís ávacrrpé9ECT0ai, oí 81 Ik to u
oútcoctí. Kal évl 8f| Aóycp Ik tcóv ópoícov IvEpyEicóv al í£eis
yívovTai. 8ió Seí T ás IvepyEÍas iro iá s áiro8i8óvar K o rrá
y á p Tás toútcov Sia9opás áKoAou6oüaiv al Ifjeis. °ú Mt-
Kpóv ouv 6ia9 ¿pEi t ó oútcos ^ oútcos eúüús Ik vico IQÍjEaSai,
25 áAAá irápiroAu, paAAo 8é tó ir a .
2 ’ E ite I o ú v f) irapoüaa irpaypaTEÍa oú ©Ecopías ivexá I o t i v
á x n r e p al áAAat (oú yáp Iva e íS c ó p e v t í I o t i v f| áprrf) o k e t i t ó -
pe6a, áAA’ tv* áya&ol yevoúpéOa, I t t e I oú8év ¿tv f¡v Ó9EA0S
aúrfjs), ávayKaíov lirio* évf>aa9ai T á irepl T á s T rp á ^ e is , ttg ó s
30 irpaicrlov aírrás- aúrai yáp eIcti K Ú piai Kal t o u iroiás y£-
vécrOai T á s KaQáirep elpi'iKapev. t ó pév oúv K O T á t ó v
ópQóv Aóyov irpárreiv xoivóv xal ú tto k e íc tO co —^ n O i'ia e r c n 8’
úcrTEpov irepl aÚTOU, xal t í I o t i v ó ¿p9ós Aóyos, xal ircos
? X « irpós T á s áAAas ápeTás. IxeT vo 8é irpo8iopoAoyEÍo6co,
1104o ÓTi iras ó irepl t c ó v irponcrcóv Aóyos T Ú ircp xal o ú k áxpipóós
¿9eíAei AéyEcrQai, c ó o ir e p xal k o t * ápxás eliropev 6 n Kcrrá
t Í ) v úAt]V ol Aóyoi á iT a m i T é o i - T á 8’ év t o í s ir p á ^ E O i Kal
Tá aup9épovTa oúSév lon^xós ?X£l> ¿knrep oú8é -tú úyuivá.
e t o i o ú t o u 8’ 6 v t o s t o u k o Ó ó A o u Aóyou, 2 t i paAAov ó irepl
t c ó v Ka0’ ixaora Aóyos oúx ?x£l Táxpipis’ o ú t e yáp úiró
t I x v t i v oú0 ’ úiró irapayyEAiav oúSEptav iríirrei, 8 e í 8 ’ o ú t o ú s

1104 a 1. KpaxTlav Kb Lb M \ || 10. áXXuv om. Kb. || 24. Ttiuav Kb: náaa;
vulg. || 26. St¡ Bywater: Si 1¡ Kb yáp i¡ vulg.
20

dios producen toda virtud y la destruyen, lo mismo que las artes: pues
tocando la cítara se hacen tanto los buenos como los malos citaristas;
y análogamente los constructores de casas y todos los demás: constru­
yendo bien serán buenos constructores y construyendo mal, malos. Si
no fuera así, no habría ninguna necesidad de maestros, sino que todos
serían de nacimiento buenos o malos. Y lo mismo ocurre con las vir­
tudes: es nuestra actuación en nuestras transacciones con los demás
hombres lo que nos hace a unos justos y a otros injustos, y nuestra
actuación en los peligros y la habituación a tener miedo o ánimo lo
que nos hace a unos valientes y a otros cobardes; y lo mismo ocurre
con I o b apetitos y la ira: unos se vuelven moderados y apacibles y otros
desenfrenados e iracundos, los unos por haberse comportado así en
estas materias, y los otros de otro modo. E n una palabra, los hábitos
se engendran por las operaciones semejantes. De ahí la necesidad de
realizar cierta clase de acciones, puesto que a sus diferencias corres­
ponderán los hábitos. No tiene, por consiguiente, poca importancia el
adquirir desde jóvenes tales o cuales hábitos, sino muchísima, o me­
jor dicho, total.
2

Por tanto, puesto que el presente tratado no es teórico como los


otros (pues no investigamos para saber qué es la virtud, sino para ser
buenos, ya que en otro caso sería totalmente inútil), tenemos que con­
siderar lo relativo a las acciones, cómo hay que realizarlas: son ellas
en efecto las que determinan la calidad de los hábitos, como hemos
dicho. 1
Que hemos de actuar según la recta razón es un principio común
y que damos por supuesto (más tarde se hablará de él y de qué es la
recta razón y qué relación guarda con las demás virtudes). Quede con­
venido de antemano, sin embargo, que todo lo que se diga de las ac­ 1104 a
ciones debe decirse en esquema y no con rigurosa precisión; ya diji­
mos al principio que se ha de tratar en cada caso según la materia, y
en lo relativo a las acciones y a la conveniencia no hay nada estable­
cido, como tampoco en lo que se refiere a la salud. Y si la exposición
general ha de ser de esta naturaleza, con mayor razón carecerá de pre­
cisión la de lo particular, que no cae bajo el dominio de ningún arte
ni precepto, sino que los mismos que actúan tienen que considerar
siempre lo que es oportuno, como ocurre también en el arte de la me-
21

& l to u s irpáTTOVTas Tá irpós tó v Kcnpóv ctkottéTv, gxtttep


Kal érrl th s larpiKfís ?xei Kal Tfjs KvpEpvr)micfís. áAAá Kat-
10 ircp óvtos to io ú to u toO irapóvTOS A ó yo u TTEipaTÉov Poti0eTv.
TTpCÓTOV OUV TOÜTO 0ECúpTlTéoV, ÓTI T(í TOlOÜTa TT¿<pUKEV ÚTr’
évSeías Kal vnrepPoAfjs <p6eípea6ai, (SeT y á p ínrép tcov á<pa-
vcov to!s (pavepots papTUpíois XP^i0^00) cócrrrep érrl Trjs laxúoj
Kal Tfjs úyteías ópcopEV* t ó te y á p ÚTreppáAAovra y vpvá-
16 oía Kal Tá éAAeÍTTOVTa 90EÍpEi tíjv Io’xúv, ópoícos Sé Kal Tá
TroTá Kal Tá a rría ttAéíco Kal éAárrco yivópeva 90EÍpEi t^ v
úyÍEiav, Tá Sé aúppeTpa Kal ttoieT Kal aú^ei Kal ctcó^ei. oú-
tcos ouv Kal érrl oco9pooúvr|s Kal ávSpeías ?x£l Ka^ T “ v ^A-
Acov ápETCÓv. ó te y áp irávTa 9eúycov Kal <popoú|i£Vos Kal
20 pt|6év vrrropévcov SeiAós yívETai, ó te pr|5év óAcos 9opoúpevos
áAAá irpós irávTa paSíjcov 0paoús' ópoícos Sé Kal ó pév
Trácrris f|6ovfjs árroAaúcov Kal pr] Sepias árrexópevos áKÓAa-
o tos, ó Sé iraaav 9EÚycov, cóoirep ol áypoiKd, ávaíaOTyrós
Tis* 90EÍpETai Sfj oco9pooúvT| Kal f| ávépeía úrró tt¡s úrrep-
26 poAfjs Kal Tfjs ¿AAeíyecos, úrró Sé rfjs pectóttitos ocójetoi.
áAA’ oú póvov al yEvéoEis Kal o ú ^ o e is Kal al 90opal ék tcov
aÚTcióv Kal v i t ó tcov oútcov y lv o v T a i, áAAá K al a i évépyeiai
év toTs ccútoís &rovTar Kal y á p éiTl tcov áAAcov tcov 9ove-
pcoTépcov oútcos ?X£l» °^ov Érrt TH5 loxúos" yívETai y á p éK
30 TOÜ TToAAf]V Tp09Í|V Aa|iPáVElV Kal TroAAoÚS TrÓVOUS ÚTTOpé-
veiv, Kal páA iora &v Súvott’ aCrrá ttoieív ó lox^póg. oútco
5’ ?xei K°rt énl tc ó v ápeTcóv ?k te y áp to ü <5nTéxea 0 on tc ó v
f)6ovcóv yivópeOa acÓ9povES, Kal yevópevoi páA iora SuvápE0a
1104 b árréxecrOai aúrcov ó poicos Sé Kal érrl Tfjs ávSpelas- é0ijó-
Mevoi y áp KCJmKppovÉÍv tc ó v 90pepcóv Kal úrropéveiv a ú r á y i-
vópeQa áv6pEToi, K al yevópevoi páAicrra SuvT]aó|i£0a úrropé-
3 veiv T á 9 o p ep á . Ztipeíov Sé Se! ttoieIo^oi tcov I^ecov t í j v
6 éTriyivopévTiv f|Sovfjv f| Aúrrnv to ís 2pyoiS‘ ó pév y á p árre-
XÓMEVOS TCÓV OCOliOTlKCÓV fjSoVCÓV K al aÚTCÓ TOÚTCp X°^PCOV
oÚ 9pcov, ó 8’ áxQópEVog áKÓAaaros, Kal ó pév úrropévcov T á
SEivá Kal xaíp cov f) pf) Auttoúpevós yE ávSpElos, ó Sé Avnroú-
Pevos SeiAós. Trepl f|8ovás y á p K al Aúrras éorlv f| f|0iK^

b 31. Tpi&v seolus. Coraefl Bywater. || 32. {3Xapcpou Kb T: ¿ou(i9 ¿po\>


viilg.
21

dicina y en el del piloto. Pero aun siendo de esta naturaleza nuestro


presente estudio, debemos intentar aportar nuestra contribución.
En primer lugar hemos de observar que está én la índole de tales
cosas el destruirse por defecto y por exceso, como vemos que ocurre
con la robustez y la salud (para aclarar lo oscuro tenemos que servir­
nos, en efecto, de ejemplos claros): el exceso y la falta de ejercicio
destruyen la robustez; igualmente la bebida y la comida, si son exce­
sivas o insuficientes, arruinan la salud, mientras cfue usadas con me­
dida la producen, la aumentan y la conservan. Lo mismo ocurre tam­
bién con la templanza, la fortaleza y las demás virtudes. E l que de
todo huye y tiene miedo y no resiste nada, se vuelve cobarde, el que
no teme absolutamente a nada y a todo se lanza, temerario; igual­
mente el que disfruta de todos los placeres y de ninguno se abstiene
se hace licencioso, y el que los rehuye todos como los rústicos, una
persona insensible. Así, pues, la templanza y la fortaleza se destruyen
por el exceso y por el defecto, y el término medio las conserva. •
Pero no sólo su origen, su incremento y su destrucción les vienen
de las mismas cosas y por las mismas, sino que de lo mismo depende­
rán también sus operaciones. Así ocurre, en efecto, con las otras cosas
más claras, como la robustez: se produce por tomar mucho alimento
y resistir muchas fatigas, y él que mejor puede hacer esto es el robusto-
A sí ocurre con las virtudes: apartándonos de los placeres nos hacemos
morigerados, y una vez que lo somos podemos mejor apartarnos de
ellos; y lo mismo respecto a la valentía: acostumbrándonos a despre- 1104 b
ciar los peligros y a resistirlos nos hacemos valientes, y una vez que
lo somos seremos más capaces de afrontar los peligros.

H ay que considerar como un indicio de los hábitos el placer o do­


lor consiguiente a las acciones: el que se aparta de los placeres corpo­
rales y se complace en eso mismo es morigerado, el que siente contra­
riedad, licencioso; el que afronta los peligrob y se complace o por lo
menos no se contrista, es valiente, el que se contrista, cobarde. La
virtud moral, en efecto, tiene que ver con los placeres y dolores, por-
22

10 á p e n V S i á p é v y á p -rf]v f ) 8 o v f|v Tá «paOAa T rp á T T o p e v , 6 i á


8 é t í ^ v A ú ttt)v t c o v kocAcov < 5nrexópe0 a. 8 ió Sel fjxfiori m a s
e ú 6 ú s ék vécov, eos 6 TTAdrcov cp^CTÍv, có ctté xaípEiv t e K a l A u -
T T6ía6ai o í s 8eT‘ f | y á p ó p 0 f | ir a i 8 E l a a ú n ) é o r í v . I t i 8 ' eI
a l á p E T a l E Íai T repl i r p á ^ e i s K a l T ráO íi, i r a i r r l 8 é ttA O ei K a l
16 i r á a i j i r p á ^ e i e t t e t o i f |8 o v f i K a l A ú t t t |, K a l 8 i á t o ü t ’ ¿xv eít^ f)
á p E T Íi Trepl f ) 8 o v á s K a l AÚTras. pr|vúou< T i 8 é K a l a l K o A á a E is
y iv ó p E v a i 8 i á t o ú t c o v . la rp E T a i y á p t i v é s eIcjtv, a i Sé t a -
Tpeiai 8 i á t c o v évavTÍcov ■jrEtpÚKaai yíveaQai. § t i , cbs K a l
i r p c ó r |v EÍiropEV, i r a a a v j/u x fís é ^ is, Ú9* o tco v iré<puKE y lv E a f la i
20 x E Íp w v K al P e A tíc o v , i r p ó s T a Ü T a K a l Trepl t o O t o -rf]v 9 Ú a iv
?X E r 8 i ’ f ] 5 o v á s 8 é K a l A ú r r a s <paOAoi y ív o v T a i , TCp B icókeiv
Teorías K a l 9E Ú y eiv , f | &s pf) Sel f | 6 t e o ú 8eT t\ á>s o ú 8 e í f|
ócax^S áAAcos ú t t ó t o O A ó y o u S io p ljE T c n Tá t o i o O t o . 5 ió
K a l ó p í^ o v T a i T á s á p E T á s árraOeias T i v á s K a l f)pep(as‘ o ú k
26 e ú f>é, ó t i árrAcos A é y o u c n v , áAA’ o ú x eos 8el K a l cbs o ú Beí
K a l ó t e , K a l ócra áAA a T rpooT ÍÜ E T ai. úirÓ K E iT ai fipa f) á p E T f|
E lv a i f] T o iaÚ T ri T repl f ) 6 o v á s K a l A ú r r a s t c o v P e A tío t c o v
TrpaKTiKT|, f) 8é K aK Ía t o ú v o v t í o v . y é v o iT O 8 ’ á v f j p ív K a l
éK TOÚTCOV 90V£pÓV ETl TTEpl TCOV CXÚTCOV. TpiCOV y á p OVTCOV
30 t c o v eIs Tás alpéaeis Kaí Tptcov t c o v eIs Tás 9uyás, KaAoO
ovp9épovTOS f]Séos, k o ! [Tpicov] t c o v évavTlcov, alaxpoú pAa-
Pepoü Aumipoü, irepl Taóírra pév irá v ra ó áyaOós KarropOco-
t i k ó s éonv ó Sé KaKÓs ápapTrynKÓs, páA iora 6é Trepl t Í ) v
f|Sovr|V Koivr| t e y á p avhT) t o í s j c ó o is , Kal rráai t o í s ú t t ó
1106 o "rf]V alpecnv -rrapaKoAouOeí- Kal y á p t ó KaAóv Kal t ó au p -
9épov f)8ú 9 a ív E T a i. 2 t i 8’ éK v t ) t t í o v traorv f|pív owTéQparr-
Tai- Sió xa Aerróv árTOTpívf>acr6ai t o u t o t ó rráQos éyKexpco-
apévov t c o pico. KavovtjopEV 8é Kal Tás irpá^Eis, oí pév
6 pSAAov oí 5’ f)TTOv, f)5ovf) Kal Aúrri^. 8iá t o O t ’ oúv áv ay -
Kaíov EÍvai TTEpl Tai/ra Tf]v iracrav TrpccypaTelav oú y áp
piKpÓV EÍS Tás TTpá^EtS EÚ f| KaKCOS Xa ^PelV Ka^ AuTTEÍaQai.
I t i Sé xaAerrcÓTEpov f)6ovfí páxeo6ai f| Qupco, KaOárrep 9 tictIv
‘ H p ¿ tk A e ito s, irepl 8é t ó xotAeTTcÓTEpov áel Kal Téxvri yíveTa
10 Kal ápenV Kal y á p t ó eú péATiov év t o ú t c ¡ í. ( S o t e Kal 6iá
t o O t o TTEpl f|Sovás Kal Aúrras Traca f| TrpaypaTEÍa Kal t t í

1105 a 32. Siá t#0t# Kb.


22

que por causa del placer hacemos lo malo y por causa del dolor nos
apartamos del bien. De ahí la necesidad de haber sido educado de
cierto modo ya desde jóvenes, como dice Platón, para poder compla­
cerse y dolerse como es debido; en esto consiste, en efecto, la buena
educación.
Pero además, si las virtudes tienen que ver con acciones y pasio­
nes, y toda pasión y toda acción van seguidas de placer o de dolor,
esto es una causa más de que la virtud esté referida a los placeres y
dolores. Y lo indican también los castigos que se hacen por medio de
ellos: son, en efecto, a modo de medicinas y es de la índole de las me­
dicinas actuar por medio de los contrarios. Además, como ya dijimos
antes, todo hábito del alma tiene una naturaleza que se orienta y
adapta a aquello que naturalmente lo hace peor o mejor; y los hombres
se hacen malos a causa de los placeres y los dolores, por perseguirlos
y rehuirlos, ya los que no se debe, ya cuando no se debe, ya como no
se debe, ya de cualquier otra manera que la razón pueda discernir en
este punto. Por eso se definen también las'virtudes como una especie
de impasibilidad y serenidad; pero no exactamente, porque se habla
de un modo absoluto, sin añadir «como es debido», «como no es debi­
do», «cuando», y todas las demás determinaciones. Queda, pues, esta­
blecido que esta clase de virtud está referida al placer y al dolor y
hace lo mejor; y el vicio lo contrario.
Lo que sigue puede también aclararnos estas cosas. E n efecto,
como son tres los objetos de preferencia y tres los de aversión— lo her­
moso, lo conveniente y lo agradable, y sus contrarios, lo feo, lo per­
judicial y lo penoso— , respecto de todo esto el bueno acierta y el
malo yerra, pero sobre todo respecto del placer; pues éste es común
también a los animales y acompaña a todo lo preferible, pues también
lo hermoso y lo conveniente parecen agradables. Además todos nos­ 1106 a
otros lo hemos mamado desde niños, y por eso es difícil borrar esta
afección que ha impregnado nuestra vida. Además regulamos nuestras
acciones, unos más y otros menos, por el placer y el dolor. Por eso es
necesario dedicarles todo nuestro estudio: no es, en efecto, de poca
importancia para las acciones el complacerse y contristarse bien o
mal. Pero además es más difícil luchar con el placer que con la ira,
como dice Heráclito ( 2), y lo más difícil es siempre objeto del arte y

(2) Diels, fr. 86.


23

áperfí Kal Tfj ttoA itik^' ó pév y á p eO to ú to is xP&l4evos


áyaSós ferrai, ó Sé kokós. ó ti pév oúv lo rlv f| ápcTÍj irepl
f|5ovás Kal Aúnas, Kal ó ti l§ <¡>v ylverai, úttó toútcov koI
15 aú^erai koI <p06lp£Tai pf| coaaúrcos yivopévcov, Kal ó n éf <&v
éyévero, irepl t o u t o koI IvepyeT, elpi^o6co.
4 ’ATrop^aEie 8’ &v tis ttcos Alyopev ó ti 8eT Tá pév SÍKoaa
TrpáTTOVTas SiKalous ylveaOai, Tá Sé acíxppova acÍHppovas'
el y áp irpáTTOuai Tá ¿Iraia Kal oc¡)9pova, Í|8t} elol SÍKatoi
20 Kal CTcÍKppoves, cooirep el Tá y p a p p a n K á Kal Tá pouotK á,
ypapMOTiKol Kal poucriKOÍ. f| oú8’ érrl tcov texvcov oútcos
¿Xei; ÉvSéxeToti y á p ypáppaTiKÓv t i -rroifíaai Kal áiró tú -
XriS Kal áAAou úrroéeplvou. tó tb oúv 2o ra i ypappaTiKÓs,
láv Kal ypappanKÓv t i iroii^a^ Kal ypappaTiKcos- to u to
25 8’ éorl tó Kará ri^v Iv aúrco ypappariKi'iv. én oú8’ ópoióv
Iotiv éirl Te tcóv Texvcov Kal tcóv ápETCov Tá pév y á p írrró
tcóv texvcov yivópeva t ó eú ?xei Év aCrroIs- ápKeí oúv T au rá
ttcos ?xovTa yevéo6ai* Tá 81 Kcrrá Tás ápeTás yivópeva oúk
láv a ú rá ttcos 2X1!!» Bikoícos ^ oco9póvcos u párreT ai, áAAá
30 Kal láv ó TTpárTCOv ttcos íx°°v frp á m ], irpcoTov pév láv
el8cos, étteit' láv irpoaipoúpevos, Kal irpoaipoúpevos 8i* a ú rá ,
t ó 81 tp íto v láv Kal pepaícos Kal ápETaKivViTcos 2xcov irpáT-
1105 6 ttj. TaCrra 81 Trpós plv t ó Tás áAAas Tlxvas ?XElv °ú ouva-
piépElTat, irAfiv aÚTÓ t ó elSIvar irpós 81 t ó t ¿ s ápeTás t ó
plv elSévai oúSév f| piKpóv loxúei, Tá 8’ áAAa oú piKpóv áAAá
t ó irav SúvaTai, árrep Ik toO iroAAáKis irpárreiv Tá SIkoio
5 Kal ocÓ9pova irepiyíverat. Tá plv oúv Trpáypara Bíkoio koI
ací>9pova AéyETai, ótov fj to io u to o ía áv ó SÍKaios f| ó <rcó-
9pcov Trpá^eiev Bíkoios 61 koI oÚ9pcov lo rlv o ú \ ó to u to
Trpárrcov, áAAá Kal [ó] oútco TrpárTCOv á>s ol Síkoioi koI ocó-
9poves TrpáTTOUOlv. eú oúv AlyeTai ó ti Ik to u Tá SIkoio
io TrpárTeiv ó SIkoios yíverai Kal Ik to u Tá CTá>9 pova ó ocÍMppcov
Ik 81 to u pfj irpáTTeiv Taírra oúBels &v oúSé peAAt‘|<teie y l-
veoflai áyaQós- áAA’ ol ttoAAoI TaOra pév oú TrpáTTOUOlv,
IttI 81 tóv Aóyov Kara9eúyovT6s oTovtoi 91A0009EIV koI oú­
tcos íaeoQai cnrouSaloi, ópoióv t i TrotouvTes to ís Kápvouoiv,

b 4. etirep t Bywater. || 8. 6 eeoL Bywater. || 12. ylveaflat Bywater:


YevéoOai codd. || 31. xal Kb: vulg.
23
de la virtud, pues hasta lo bueno es mejor en este caso. De suerte que
también por esta razón toda la atención, tanto de la virtud como de la
política, versa sobre el placer y el dolor, puesto que el que se sirve bien
de ellos será bueno, y el que lo hace mal, malo. Quede, pues, sentado
que la virtud se refiere a placeres y dolores; que lo mismo que la pro
duce es causa de su incremento y de su decaimiento, si no funciona
del mismo modo, y que se ejercita sobre aquello mismo que le dió origen.

Se podría preguntar cómo decimos que los hombres tienen que ha­
cerse justos practicando la justicia y morigerados practicando la tem­
planza, puesto que si practican la justicia y la templanza son ya jus­
tos y morigerados, lo mismo que si practican la gramática y la música
son gramáticos y músicos. ¿O es que ni siquiera ocurre así con las
artes? Es posible, en efecto, hacer algo gramatical o por casualidad o
por indicación de otro; por tanto, uno será gramático si hace algo
gramatical y gramaticalmente, es decir, de acuerdo con la gramática
que él mismo posee. Además, tampoco son semejantes el caso de las
artes y el de las virtudes; en efecto, los productos de las artes tienen
en sí mismos su bien; basta, pues, que reúnan ciertas condiciones; en
cambio, las acciones de acuerdo con las virtudes no están hechas justa
o morigeradamente si ellas mismas son de cierta manera, sino si tam­
bién el que las hace reúne ciertas condiciones al hacerlas: en primer
lugar, si las hace con conocimiento; después, eligiéndolas, y eligién­
dolas por ellas mismas; y en tercer lugar, si las hace en una actitud
firme e inconmovible. Estas condiciones no cuentan para la posesión 1105 b
de las demás artes, excepto el conocimiento mismo; en cambio, para
la de las virtudes el conocimiento tiene poca o ninguna importancia,
mientras que las demás no la tienen pequeSa, sino total, ya que son
precisamente las que resultan de realizar muchas veces actos justos y
morigerados. Por tanto, las acciones se llaman justas y morigeradas
cuando son tales que podría hacerlas el hombre justo o morigerado; y
es justo y morigerado no el que las hace, sino el que las hace como
las hacen los justos y morigerados. Con razón se dice, pues, que reali­
zando acciones justas se hace uno justo, y con acciones morigeradas,
morigerado. Y sin hacerlas ninguno tiene la menor probabilidad de
llegar a ser bueno. Pero los más no practican estas cosas, sino que se
24

15 o! tc o v laTpcov áKoúouai pév érnpEAcos, ircnoüai 8’ oúBév


TCOV irpOOTOCTTO (iÉVCOV. dxJTTEp OÚV OÚB’ IkeTvOI EÚ é^OUCTt TÓ
acopa o útco OepaTteuópEvoi, oú8’ o ú t o i t ^ v vyux^l o ú tco 91-
Áoao9o0vTES.
5 Merá 6é t o O t o t í éoriv f| dtprríi cjketttéov. IttteI oúv tóc
20 év t í ] vj/uxfi yivópeva T p la éorl, iráOri SuvápEis 2^eis, t o ú ­
tco v áv t i e!t| f| ápFn“|. Aéyco 8é irá 0 n pév ém0 upiav ópyf|v
9ÓP0V 0 ápao5 9©óvov xapáv 9iAiav piaos ttóOov jfjAov íAeov,
óAcos oís ÉTTETai f)8ovfj Aúmy SuvápEis 8é kccQ’ &s ir a 0 Ti-
t ik o I to ú tc o v AeyópE0 a, olov ko6’ &s BuvotoI ópyia 0 f¡vcn f|
25 Avnrn&fívat f| éAtfjaar ?§eis 8é KaQ' & s Trpós tóc 7rá0r| Ix °-
PEV eú f| kokcós , olov irpós t ó ópyiaOfjvai, el pév a<po8pcos f|
dveipévcos, kokcós ?X °P ev> Sé péocos, eú* ó poicos Sé Kal
irpós T&AAa. irá&ri pév oúv oúk eIctIv o ú 0 ai ápETal ’

oú0 ’ ai KaKiai, ó t i oú Aeyópe0 a Kcrrá T á Trádí) arrou-


30 SaTot f) <paOAoi, kotóc 8 é tcts á p r r á s Kal t o s kokIos AeyópeOa,
K al ÓTt KOTÓC pév TÓC TTÓC0 T) OÚT* éTTOlvoúp£0a oúte ysyópEOa
(o ú yótp érraivElTai ó 9o(3oúpevos oúBé ó ó p y ijó p tv o s, oú8é
1106 o y é y r r a i ó árrAcos ó p yijópevos áAA’ ó ircos), k o t ¿ 8 é T ás ápE-
T á s K al T á s KaKÍas éTraivoúpeOa f| yeyópE0a. f n óp y i^ó -
pE0 a pév Kal 9o(3oúpE0a á rrp o a ip é T C O s, a i 8* ápETal irp o aip é-
CTEIS Tivés f“| OÚK OVEU ITpOaipéaECOS. TTpÓS 8é TOÚTOIS KOTá
6 pév Tá tt<5c0t| kiveIo0oi AeyópÉGa, Kcrrá Sé Tás áp rrá s Kal Tás
kokíos oú KiV£Ío0ai áAAá SiaKElaOaí ircos. Siá Tauro 8é oúSé
•SuvápEis elaiv oúte y áp áyaOol AeyópeOa tco SúvaaQai
TráoxEiv árrAcos oúte kokoí, o ú t’ érraivoúpE0a oúte <4^yópE-
0a* t n SuvotoI pév éapEV 9ÚCTEI, á y a 0ol 8é f| kockoI oú yi-
10 vópE 0 a 9ÚCTEI' éIttopev Sé Trepl t o ú t o u irpÓTepov. eI oúv
pi'lTE -rráOTi eIctIv a i ápETal pi'jté S w ápE is, A£Í7rETai I^eis a ú r á s
Elva». ó t i pév oúv éorl Tcp yévei f| ápED*!, EÍpr|Tai.
6 AeI Sé pf| póvov oútcos eítteIv, ó t i ?£is, áAAá Kal iro ía tis .
^Tyréov oúv Óti i r a c a ápErr1!, oú á v f¡ ápen^, o ú t ó t e eú ? x ov
15 árroTEAel Kal t ó ip y o v cxútoO eú árroSiScooiv, o lo v f) t o u
Ó90aApoC ápETÍ) t ó v t e Ó 90aA póv a rro u S a lo v tto ie! k o I t ó
ip y o v aÚTOÚ- t t í y á p t o u 690aA poO á p e rfj eú ópcopEV.
ó poicos t o u í t t t t o u ápETÍ) ÍTrrrov t e ottouBoTov tto ie I k o I
áy aO ó v BpapeTv Kal évEyKEÍv t ó v é m | 3áTr|V ko I peIvcxi t o ú s
20 ttoAepío u s . eí Bf) t o Ot ’ érri -rrávTCOv oútcos ?x6l> x a l f) tou
24

refugian en la teoría 7 creen filosofar 7 poder llegar así a ser hombres


cabales; se comportan de un modo parecido a los enfermos que escu­
chan atentamente a los médicos 7 no hacen nada de lo que les, pres­
criben. Y así, lo mismo que éstos no sanarán del cuerpo con tal trata­
miento, tampoco aquéllos sanarán del alma con tal filosofía.

Después de esto tenemos que considerar qué es la virtud. Puesto


que las cosas que pasan en el alma son de tres clases, pasiones, facul­
tades 7 hábitos, la virtud tiene que pertenecer a una de ellas. Entien­
do por pasiones apetencia, ira, miedo, atrevimiento, envidia, alegría,
amor, odio, deseo, celos, compasión, 7 en general los afectos que van
acompañados de placer o dolor. Por facultades aquéllas en virtud de
las cuales se dice que nos afectan esas pasiones, por ejemplo, aquello
por lo que somos capaces de airarnos o entristecernos o compadecer­
nos; 7 por hábitos aquello en virtud de lo cual nos comportamos bien
o mal respecto de las pasiones; por ejemplo, respecto de la ira nos
comportamos mal si nuestra actitud es desmesurada o lacia, 7 bien
si obramos con mesura; 7 lo mismo con las demás.
Por tanto, no son pasiones ni las virtudes ni los vicios, porque no
se nos llama buenos o malos por nuestras pasiones, pero sí pór nues­
tras virtudes 7 vicios; ni se nos elogia o censura pór nuestras pasiones
(pues no se elogia al que tiene miedo ni al que se encoleriza, ni se cen­
sura al que se encoleriza sin más, sino al que lo hace de cierta manera); 1108 •
pero sí se nos elogia 7 censura por nuestras virtudes 7 vicios. Además
sentimos ira o miedo sin nuestra elección, mientras que las virtudes
son en cierto modo elecciones o no se dan sin elección. Además de
esto, respecto de las pasiones se dice que nos mueven, de las virtudes
7 vicios no que nos mueven, sino que nos dan cierta disposición.
Por estas razones, tampoco son facultades; en efecto, ni se nos llama
buenos o malos por poder sentir las pasiones sin más, ni se nos elogia
o censura; además, tenemos esa facultad por naturaleza, pero no so­
mos buenos o malos por naturaleza— de esto 7a hablamos antes— . Por
tanto, si las virtudes no son ni pasiones ni facultades sólo queda que
sean hábitos. Con esto está dicho qué es la virtud genéricamente.

Pero es menester decir no sólo que es un hábito, sino además de


qué clase. H a7 que decir, pues, que toda virtud perfecciona la condi­
ción de aquello de lo cual és virtud 7 hace que ejecute bien su opera­
ción; por ejemplo, la excelencia del ojo hace bueno al ojo 7 su función
(pues vemos bien por la excelencia del ojo); asimismo la excelencia del
25

AvOpcÓTTOu d p r r f ) eír) & v f| é£is <^9 * ^)S á y a O ó s á v G p c o iro s y í -


VETOci K a l áq>* fjs eú t ó éairroO í p y o v árroScíxTEi. ttcos 8é
t o ü t ’ H o r a i, fl8r| pév Etpi^KapEV, ? ti 8é K a l ¿58' ? o r c n <pav£-
p ó v , éáv 6 ecopi^aco|i£V i r o í a tI $ éo riv fj 9 ÚCTIS a ú rT js - év i r a v -
25 t í 8f| ctu vexeí K a l B ia ip r r c o é a r i X a ^ e lv t ó pév ttAeTov t ó 8 ’
é A o tto v t ó 8 ’ ícto v, K a l T a C r r a fj k o t ’ o ú t ó t ó T r p a y p a ^
T rp ó s filia s* t ó 8 ’ íctov péaov t i ú rr c p P o A fjs K a l éáAeI^ecos.
A é y c o 8é to O pév -rrp á y porros péaov t ó Tctov árréx o v ¿ 9 ’ É K a -
TÉpOU TCÓV ÓKpCOV, ÓTTEp ÉCTTIV EV K al TÓ OÚTÓ TTOCTIV, ir p ó j
30 f)p a s 8 é ó pi^TE TrAeovájEi pr|TE éAAeífrer t o O t o 8 * o ú x
o ú 8 é t o ú t ó v ttSctiv. o lo v eí t o SÉKa r r o A A á T á 8 é 8 ú o ó A íy a ,
t í I§ p é a a A a p p á v o u a i x a r á t ó T rpaypa- taco y á p ÚTrepé-
X£i t e K al CrrrEpéxÉTaf t o u t o 8 é p éa o v é o r l Kcrrá t í j v ápiO-
pTjTiKfjv á v a A o y la v . t ó 8 é irp ó s f|p a s o ú x P & t m A t|irré o v
íioe b o ú y á p e í Tc«3 SÉKa p v a í 9 a y E lv tto A ú 8 úo 8 é ó A ly o v , ó áAEÍ-
T irn s pvás irp o o rá ^ e r I o n y á p Tacos Kal t o u t o tto A u
tü d At|^opÉvco ó A íy o v MíAcovi pév y á p ó A íy o v , t c o Sé
á p x o p é v co t c o v y u p v a a íc o v ttoA ú . ópoícos érrl 8 p ó p o u K al
6 iráA ris. o ú t c o 5 f] ir á s érricrr^pcov t í j v ÚTTEpPoAfiv pév K al
t í j v £AAeiv|;iv 9EÚy£i, t ó 6 é pécrov jt|teT Kal t o O 0 ’ alpEÍTai,
PÉctov 8 é o ú t ó t o O T r p á y p a r o s á A A á t ó Trpós f)p a s. eI Bfj
T raa a ém crn'ipri o ú t c o t ó fp y o v eú émTEAeT, Trpós t ó p éao v
PAÉrrouCTa K al eIs t o u t o ó y o u c r a T á I p y a ( 60 ev ElcóOaorv é m -
10 AéyEiv toTs eú f x o u a iv ^pyois ¿ t i o ú t* «JkpeAeTv Icttiv o ú te
irpooG elvai, « s T fjs pév ÚTrep^oAfís K a l Tfjs éAAEÍvf/ECOs 90e i-
POÚOTIS TÓ EÚ, T fjs Sé p£CTÓTT|TOS CTCOJOÚOTIS, o t 8 ’ á y a 0 o l
te x v T to i, eos AéyopEV, Trpós t o u t o P A éttovtes é p y á jo v T a i)*
f| 8 ’ ápETÍ) Trácrns t é x v t is áK p ip E orép a K al ápEÍvcov écttIv
15 CÓCTTTEp K al f| 9ÚCTIS, toO pétJOV &V ÉIT| OTOXOOTlKlV AÉyCO
Sé t Í | v fiOiKi^v a ú r r i y á p é o m m p l irá0T i K al irpá^Ets, év
8 é TOÚTOts ?< m v úrreppoAf) K al éAAEivf/is K al t ó p éao v. o lo v
K al 9 o |3 r)0 íjv ai Kal 0 appfjcrai K al érnOupfjCTcn Kal ó p yia O fjv ai
K al éA Efjaai K al óAcos fioW jvoa x a l AuuT|0 f¡vai f o n K al p a A -
20 A ov K al fjT ro v , K al á p 9 ÓTepa oúk eú* t ó 8’ ó te 8eI K al É9*
o í s K al Trpós o ú s Kal o ú Evéko Kal eos 6 eT, p éao v t e K al á p i-
o t o v , órrep Écrrl T fjs ápeTfjs. ópoícos 8 é K al irep l T á s Trpá-

1106 b 26. i|«ÍY*Tai moIui. Bywater.


25

caballo hace bueno al caballo 7 lo capacita para correr, para llevar al


jinete 7 afrontar a los enemigos. Si esto es así en todos los casos, la
virtud del hombre será también el hábito por el cual el hombre se
hace bueno 7 por el cual ejecuta bien su función propia. Cómo es esto
así en parte lo hemos dicho 7a; pero se aclarará aún más si conside­
ramos cuál es la naturaleza de la virtud. E n todo lo continuo 7 divi.
sible es posible tomar más o menos o una cantidad igual, 7 esto o
desde el punto de vista de la cosa misma o relativamente a nosotros;
7 lo igual es un término medio entre el exceso 7 el defacto. Llamo tér­
mino medio de la cosa al que dista lo miBmo de ambos extremos, 7
éste es uno 7 el mismo para todos; 7 relativamente a nosotros, al que
ni es demasiado ni demasiado poco, 7 éste no es ni uno ni el mismo
para todos. Por ejemplo, si diez es mucho 7 dos es poco, se toma el
seis como término medio en cuanto a la cosa, pues sobrepasa 7 es
sobrepasado en una cantidad igual, 7 en esto consiste el medio según
la proporción aritmética. Pero respecto de nosotros no ha de enten­
derse así, pues si para uno es mucho comer diez libras 7 poco comer 1106 b
dos, el entrenador no prescribirá seis libras, porque probablemente esa
cantidad será también mucho para el que ha de tomarla, o poco: para
Milón ( 3), poco; para el gimnasta principiante, mucho. Y lo mismo si
se trata de la carrera 7 de la lucha. Así pues, todo conocedor rehu7e
el exceso 7 el defecto, 7 busca el término medio 7 lo prefiere; pero el
término medio no de la cosa, sino el relativo a nosotros. Y si todó
saber lleva bien a cabo su obra de esta manera, mirando al término
medio 7 dirigiendo hacia éste sus obras (por eso suele decirse que a
las obras bien hechas no se les puede quitar ni añadir, porque tanto
el exceso como el defecto d esta cen la perfección, mientras que el
término medio la conserva, 7 los buenos artistas, como decimos, tra­
bajan con sus miras puestas en él); 7 si, por otra parte, la virtud es
más exacta 7 mejor que todo arte, como lo es también la naturaleza»
tendrá que tender al término medio. Me refiero a la virtud ética; pues
ésta tiene que ver con pasiones 7 acciones, 7 en ellas se dan el exceso,
el defecto, 7 el término medio. Así en el temor, el atrevimiento, la
apetencia, la ira, la compasión 7 en general en el placer 7 el dolor
caben el más 7 el menos, 7 ninguno de los dos está bien; pero si es
cuando es debido, 7 por aquellas cosas 7 respecto a aquellas personas
7 en vista de aquello 7 de la manera que se debe, entonces ha7 tér­
mino medio 7 excelente, 7 en esto consiste la virtud. Asimismo en las

(3) Milón, el atleta famoso del siglo vi a. de C. Se ha calculado que comía una
raakSn diaria de m&s de 8 kg. de carne, otros tantos de pan y oaai 10 litros de Tino
(of. Dirlmeier, p. 310).
26

£ e is ? o t i v ú rre p (Jo A f| K al ÉAAeivffls K a l t ó p écto v . f) 5 ’ á p r r f i


TTEpl iráOT] K a l i r p á ^ e i s é c ttív , Év 0 I 5 f| p é v ú rr e p p o A fi á p a p -
25 T á v E r a i K a l f) ?AAeiv|/is [^ éyE Tai], t ó 6 é p é a o v ÉTraivelTai K al
K aTopO oO Tai* T a O r a 8 ’ Sp<pco T fjs á p F r f js . p e c tó t ti s t i s A p a
É o r lv f | á p n Y i, o r o x a o r i K i ^ y e o ú a a t o O p é c to u . I t i t ó pév
á p a p T á v E iv 7 ro X X a x ¿ S s § o n v ( t ó y á p k o k ó v t o u á r r e í p o u , eos
o l T T uO ayópeio i e ík o j o v , t ó 5 ’ á y a Ó ó v t o u T reirepaC T pévou),
30 t ó 8 é K aT o p 0 o O v p o v a x & s ( S ió K a l t ó p é v (i<£6 io v t ó S é \ a -
A c ttó v , fi(£8io v p é v t ó á i r o T u x e i v t o u c tk o i to ü , x o A e ttó v 6 é
t ó É T riT u x elv )' K a l 8 i á t o u t ’ o ú v T fjs p é v K aK Ías f) C nrep(3o-
Afj K a l f) ^\A eiv|sis, T fjs 8 ’ á p E T fjs p e c tó t ti s '

écrOAol pév y á p ctttAcos, 'iravToBorrrcós 8é KaKoí.

35 'E c ttív á p a f| á p e r f) é£ts ir p o a ip r n K i'i, év p e c t ó t t |t i oOaa


1107 a t t ¡ ir p ó s f) p a s , c o p ia p é v q A ó y c p K a l cí> & v ó f p ó v i p o s ¿ p í -
CTEIEV. PECTÓTTIS 8É 8ÚO KOKICOV, T fjs p é v KO0’ ÚrTEp^oAl^V TT¡S
SÉ k o t ’ ÉAAEUfuv* K a l 2 ti tc o T á s pév éA A eítteiv T á s 8 ’ ú rre p -
(JáA A eiv t o u 8 é o v t o s §v t e to T s 7rá0£<Ti K a l Év T a i s ir p á ^ E a i,
e tÍ|v 8 ’ ápE T Íiv t ó pécrov K a l eúpÍCTKEiv K a l a lp E lo tia u S tó
K a T á pév i f ) v o ú c tío v K a l t ó v A ó y o v t ó v t ó t í fjv e lv a i A é -
y o v T a p ectó ttis É c rrlv f) á p e iY i, K O T á 5é t ó á p i o r o v K a l t ó
eú áKpÓTT|s. o ú ir a c r a 8 ’ é m S é x E T a i Trpa^iS o ú S é t t o v TráO os
tÍ|v peCTÓTT|Ta- iv ia yáp eúOús có vó p a o rai < juveiAr|ppéva
10 p r r á T fjs <pauAÓTT|TOS, o l o v é m x a ip E K a K Í a ávatCTXU V TÍa q>0ó-
v o s , K a l éttI t c o v irpá^ ecov p o ix E Í a k A o t t íj áv8po<povia* -rráv-
T a y á p t o u t o K a l T á t o i o O t o A é y e r a i t c o a ú r á 9 a u A a e lv a i,
á A A ’ o ú x a l ú m p ^ o A a l a ú r c o v o ú 8 ’ a l éAAeív^eis- o ú k écttív
K c rro p 0 o ü v , á A A ’ AeI á p a p T á v E i v
o ú v o ú B é tto te TTEpl a ú r á
16 OÚ8’ 6CTTI T Ó EÚ f| pf| EU TTEpl T á TO iaU TO ÉV TCO f|V 8eI K a l ÓTE
K al eos poixeúeiv, áAA’ árrAcos t ó ttoieT v ó tio O v t o ú t c o v á p a p -
TávEiv é o t í v . opoiov oúv t ó á£iouv K a l irepl t ó áSiraiv K a l
BeiAalvEiv K al áKoAaoraívEiv eIvco pECTÓTT|Ta Kal úrrepíJoAfiv
Kal lA A eu fiv üorai y á p o ú tc o y e úirEpfloAfjs K al ¿AAeív^cos
2o p e c tó ttis K al úrreppoAfjs vrrreppoAf) K a l ÉAAeiyis éAAeív^ecos.

1107 a 1. ¿pio^iévT] F Asp. Alex. Aphrod.: ¿pio^LévT) codd. ¿ Aap.: <I>c oodd*
|| 12. ^¿yctoli Mb. || 30. xevcúTCpoi I\
26

acciones cabe también exceso 7 defecto y el término-medio. Y la vir­


tud tiene que ver con pasiones 7 acciones, en las cuales el exceso 7 el
defecto 7erran, mientras que el término medio es elogiado 7 acierta;
7 ambas cosas son propias de la virtud. Por tanto, la virtud es un
cierto término medio, puesto que apunta al medio. Además, se puede
errar de muchas maneras (pues el mal pertenece a lo indeterminado,
como imaginaban los pitagóricos, 7 el bien a lo determinado), pero
acertar, sólo de una (7 por eso una cosa es fácil 7 la otra difícil, fácil
errar el blanco 7 difícil acertar); 7 por estas razones también son pro­
pios del vicio el exceso 7 el defecto, 7 de la virtud el término medio:

Sólo hay una manera de ser bueno, muchas de ser malo (4).

Es, por tanto, la virtud un hábito selectivo que consiste en un tér­


mino medio relativo a nosotros, determinado por la razón 7 por aque- 1107 a
lia por la cual decidiría el hombre prudente. E l término medio lo es
entre dos vicios, uno por exceso 7 otro por defecto, 7 también por no
alcanzar en un caso 7 sobrepasar en otro el justo límite en las pasio­
nes 7 acciones, mientras que la virtud encuentra 7 elige el término
medio. Por eso, desde el punto de vista de su entidad y de la defini­
ción que enuncia su esencia, la virtud es un término medio, pero desde
el punto de vista de lo mejor 7 del bien, un extremo.'
Sin embargo, no toda acción ni toda pasión admite el término
medio, pues ha7 algunas CU70 mero nombre implica la maldad, por
ejemplo, la malignidad, la desvergüenza, la envidia; 7 entre las accio­
nes el adulterio, el robo 7 el homicidio. Todas estas cosas 7 las seme­
jantes a ellas se llaman así por ser malas en sí mismas, no sus excesos
ni sus defectos. Por tanto, no es posible nunca acertar con ellas sino
que siempre se 7erra. Y no está el bien o el mal, cuando se trata de
ellas, por ejemplo, en cometer adulterio con la mujer debida 7 cuando
7 como es debido, sino que, en absoluto, el hacer cualquiera de estas
cosas está mal. Igualmente absurdo es creer que en la injusticia, la
cobardía 7 el desenfreno ha7 término medio, exceso 7 defecto; pues
entonces tendrá que haber un término medio del exceso 7 del defecto,
7 un exceso del exceso 7 un defecto del defecto. Por el contrario, lo
mismo que no ha7 exceso ni defecto en la templanza ni en la forta-

(4) Veno de autor desconocido (▼. Diehl: Fragmenta elegiaca adetpota, P , p.138,
número 16).
27

óxnrEp 6é oco9 po<7Úvr|s xal áv8peias oúk 2otiv ÚTrepPoXVi K a l


EXXeivfTs 6iá t ó t ó péaov elvaí ttcos fiKpov, oútcos oú8’ é K ti-
vcov peaórns oú8’ ÚTTEpPoXf) K a l fAAEiiyts, áAA’ cbs &v irpáT-
TT|Ttti ápapT áverar óAcos y á p oú0’ CrrTEpPoAfís Kal éXXel-
26 yecos pecrÓ T ns fonv, oúte P£ctóttitos úrrepPoXfi K a l 2A-
AeivfiS.
7 A e! 8 é t o ú t o p f | p ó v o v k o O ó A o u A é y e a Q a i, á A A á K a l t o T j
K a0 ’ É K ao T a é<pappÓTTEiv. év y á p to T s T repl T á s ir p á ^ E is X ó -
y o i s o l p é v Ka6ó A o u KOivÓTEpol e ta i v , ó t 8 ’ é rr l p é p o u s á X í) -
30 éiv cÓ T ep o r i r e p l y á p T á K a6’ Ü K a o ra a l ir p á ^ e í s , 8 é o v 8 ’ é rrl
t o ú t c o v c tu p 9 Cove!v. X T |irré o v o ú v T a Ú T a éK t t ) S 8 i a y p a 9 f í s .
TTEpl p é v o ú v 9 ¿ p o u s K a l O áppTi á v 6 p £ Ía p e c tó t ti s ' t c o v 8 ’
1107 6 ÚTTEpPaAAótTCov ó p é v T fj á 9 opi<jc á v c ó v u p o s (^ ro A A á 8 ’ é o r i v
á v c o v u p a ) , ó 8 ’ év t c o d a p p E iv ín rE p p á X X c o v G p a a ú s , ó 8‘ év
t c o p é v 9 oPeTo6 o i ú irE p p á X X c o v t c o 8 é d a p p e lv éX A elircov 8e i-
A ¿s- m p l f)8 o v á s 8 é K a l A ú r r a s —o ú T r á a a s , ? ) t t o v 8 é f K a l f
6 iTEpl T á s A ú rra s — p e c tó t ti s p é v á c o 9 p o a ú v t i , ú rrE p p o X f) 8 é ó k o -
X a a la . éX XeíirovTES 8 é m p l T á s f)8o v á s o ú i r á v u y l v o v r a r
SlÓTTEp OÚ8 * ÓVÓpaTOS TeTUX^KaCTlV OÚ8 ’ o l TOlOUTOl, &TTCO-
c to v 8 é ávaÍCT0T|Toi. TTEpl 8 é ¿ ó c tiv x pT lpáT C ov K a l Afjvf>iv p e -
aÓ TTis p é v éXEU0EpiÓTTis, ÚTTEpPoXfi 8 é K a l éXXEivpis á c rc o T la
io K a l ávEXEU0ep{a. év av T Íco s 6 ’ év a ú r a T s ÚTreppáXXovCTi K a l
é X X e h ro u a iv ó p é v y á p S c tc o to s év p é v irp o é o -e i ú r r e p p á X -
Xei év 8é Xrjvj/Ei éXXEÍirei, ó 8’ á v eA eú O ep o s év p é v Xi*|Vf»Et ú r r e p -
páX X E i év 8é irpoécTÉi éXXEÍirEi. vüv p é v o ú v t ú t t c o K a l é rr l
KE9 a X a i o u X éyopE V , á p K o ú p e v o t a ú r c p ToCrrc¡y ú o r E p o v 8é
16 áKpipéCTTEpOV TTEpl CXÚTCOV 8lOpiCT01^CTETai. ir e p l 8é x P ^ a r a
Kal ¿tXXat SiaOéaEis etcrí, pectóttis pév pEyaXoirpéTTEia (ó y áp
peyaXoTTpETTÍis Sia^épEi éXEvOEploir ó pév y á p irepl pEyá-
Xa, 6 8é TTEpl piKpá), ÚTrepPoXf) 8é árretpoKaAla Kal pavav-
cría, ÉAXetyis 8é ptKpoTrpérreia- Su^pépoucn 8’ o ú to i tcSv
20 irepl tÍ)v éXeuOepiÓTTiTa, tt^ Sé Srcnpépouanv, úarepov
ctetoci. irepl 8é Tipfjv K a l ánpíav pectóttis pév peyaXovf/u-
Xla, ÚTTEppoXfi 8é xocw^THS TlS XfiyopévT), íXXeupis 8é pt-
Kpoyuxla* cbs 8’ éXÉyopEv Éx£iv frpós t ?iv peyaXoirpéireiav

b 8. loTto 81 ávataOTjTOi; Kb || 25. t í í add. Ramsauer. || 27. |¿txp¿ Kb Lb


|| 33. la x t ¿tc Byw ater: £anv 6re K b V: ía n v 6te jjAv L b M*.
27

leza, por ser el término medio en cierto modo un extremo, tampoco


hay un término medio ni un exceso o defecto en aquellas cosas, sino
que de cualquier modo que se hagan, ae yerra; pues, en general, ni
existe término medio del exceso y del defecto, ni exceso y defecto del
término medio.
7

Pero esto no sólo hay que decirlo en general, aino aplicarlo a los
casos particulares. E n efecto, cuando ae trata de acciones lo que se
dice en general tiene más amplitud, pero lo que se dice en particular
es más verdadero, porque las acciones se refieren a lo particular y es
menester concordar con esto.
Tomemos, pues, estos ejemplos particulares de nuestro esquema.
Respecto del miedo y la osadía, el valor es el término medio; de los
que se exceden, el que lo hace por carencia de temor no tiene nombre 1107 b
(en muchos casos no hay nombre); el que se excede por osadía es te­
merario, y el que se excede en el miedo y tiene deficiente atrevimien­
to, cobarde. Tratándose de placeres y dolores— no de todos, y en me­
nor grado respecto de los dolores—el término medio es la templanza
y él exceso el desenfreno. Personas que pequen por defeoto respecto
de los placeres, no suele haberlas; por eso a tales gentes ni siquiera
se les ha dado nombre, llamémoslas insensibles. Si se trata de dar y
recibir dinero, el término medio es la generosidad, el exceso y el de­
fecto son la prodigalidad y la tacañería; en éstas el exceso y el defecto
se contraponen: el pródigo se excede en desprenderse del dinero y se
queda corto en adquirirlo; el tacaño se excede en la adquisición y
se queda corto en el desprendimiento. Ahora hablamos esquemática y
sumariamente, y nos conformamos con esto; más adelante definire­
mos con mayor exactitud estos puntos.
Respecto del dinero hay también otras disposiciones: un término
medio, la esplendidez (pues el hombre espléndido difiere del generoso:
el primero maneja grandes sumas, el segundo pequeñas); un exceso,
el derroche sin gusto y la vulgaridad, y un defecto, la mezquindad.
Estas disposiciones son distintas de las que se refieren a la generosi­
dad; en qué se diferencian se dirá más adelante.
Por lo que se refiere a la dignidad y la indignidad, el término me­
dio es la magnanimidad; el exceso eso que ae llama vana hinchazón^
y el defecto la pusilanimidad. Y la misma relación que dijimos guar-
28

Tf|V IAeu0EpiÓTr|Ta( ( tc o ) m p l piKpá BKJHpápouCTav, OÚTCOS


26 fx£l T,S KQÍ ‘H'pós Tf|v peyaAovf>uxíav, irepl Tipf|v o ú o o v pe-
yáAT|v, ccÚTf| TTEpl piKpáv oúoa- io n y á p cbs Seí ópéyeaOoa
Tipfjs Kal paAAov 8eT Kal ? ¡tto v , AéyeTai 8’ ó pév úirep-
páAAcov Tais ópé^eai 9iAónpos, ó 8’ éAAEÍTrcov á9tAÓTipos,
ó Sé píaos áucóvupos. ávcóvupot 8é Kal al Siadéaets, irAf)v
30 f| t o u q>tAoTÍpou 9iAoTtMla. ó0ev érnSiKájoirrai ol dcxpoi t í í s
pÉo~ns x^potS' K al fiUEls Sé éctti pév óre t ó v péaov 91AÓTI-
pov KaAoupev § o ti 8’ ÓTe á9iAÓTipov, Kal é-oti pév ó te éirai-
1108 o voupev t ó v 9iAÓTipov & tti 5 ’ ÓTe t ó v á9iAÓTipov. S iá Tlva
Trepl tc o v Aoittcov AéycopEV kotóc t ó v Ú9Tiyripévov Tpóirov.
Écm Sé Kal Trepl t í j v ópyf|v úrrep^oAíi Kal éAAeuyis Kal pe-
aÓTris, ctxeSóv Sé ávcovúpcov óvtco v aúrcov t ó v péaov irpaov
5 AéyovTes t í j v peo-ÓTT)Ta irpaÓTTjTa KaAécrcopev tc o v 8’
ócKpcov ó pév ÚTTEppócAAcov ópylAos éotco, f| Sé k o k ío ópyi-
. A ó ttis, ó 6’ éAAelircov áápyrjTÓs t i s , f) 8’ ÉAAeuyis áopyr)aía.
elcrl Sé Kal SAAai Tpeís peaÓTt|Tes, ix o u aat pév Tiva ópoió-
TT|Ta irpós áAAriAas, 8ia9épouoai 8’ áAAi‘|Acov irSaai pév
10 y á p etai irEpl Aóycov Kal irpá^ecov Koivcovíav, Su^pépouai Sé
ó t i f| pév éaTi iTEpl TáAriGés t ó év oútoT s, a i 8é irepl t ó f|Sú*
t o ú t o u 8é t ó pév év iraiSiqc t ó S’ év Traen t o í s kot<Í t ó v piov.
^)T|Téov oúv Kal irepl to ú tc o v , iva paAAov KaTÍScopev ó t i év
iraoiv f) peaórris éiraiveTÓv, T á 8’ ÓKpa o ú t ’ érraivETá o ú t ’
16 ópOá áAAá vfieicrá. eIctI pév oúv Kal to ú tc o v Tá ttAeíco ávcó-
vupa, TTEiparéov 8’, cóairep Kal érrl tc o v áAAcov, o ú t o ú s óvo-
paTOiroieTv aa9T)velas Iveko Kal t o u EÚrrapaKoAou6i‘|Tou.
TTEpl pév oúv t ó áAr|0és ó pév péaos d A r^ s t i s Kal f| peoó-
tt|S áAí'iQeia AeyéaOco, f) 8é irpooiroíriCTis f) pév éiTl t ó peljov
20 áAajoveía Kal ó Ixcov aúr^v áAa^cóv, f) 8’ éirl t ó I A o t t o v
elpcovEla Kal EÍpcov (ó Sxcov). irEpl Sé t ó f|8ú t ó pév év irai-
8i§c ó pév péaos EÚTpáiTEAos Kal íj SiáQeais eúrpanEAla, f) 8’
ÚTrepPoAí) pcopoAoxta Kal ó Éycov aÚTf|v (3copoAóxos, ó 8’
éAAeíircov ¿ypoiKÓs t i s Kal f| §£is áypoiKÍa- irepl Sé t ó Aoi-
23 iróv f|8ú t ó év tco pico ó pév cbs Sel f|8ús wv 9ÍA0S Kal /| pe-
a ó n is 9iAía, ó 8’ úrreppáAAcov, el pév oú8evós Íveko, ápeo-Kos,
el 5’ GcwpeAeías ttís o ú to O , kóAo£, ó 8’ éAAetTrcov Kal év iraaiv
ári6í|s ¿úaepís ti s koI SúctkoAos. elal 8é Kal év to ís TralWj-
paai Kal irepl Tá irá 0T| pEaÓTT|TES' *| yócp alScos áperf) pév
28

daba la generosidad respecto de la esplendidez, de la que se distinguía


por referirse a sumas pequeñas, guarda otra disposición de ánimo res­
pecto de la magnanimidad, que se refiere a grandes dignidades, mien­
tras aquélla se refiere a las pequeñas; se puede, en efecto, aspirar a
las dignidades como es debido, más de lo debido o menos, 7 el que se
excede en sus aspiraciones es ambicioso, el que se queda corto, hom­
bre B in ambición, 7 el medio carece de nombre; también carecen de él
sus disposiciones, excepto la del ambicioso, ambición. Por eso los ex­
tremos intentan adjudicarse el terreno intermedio, 7 nosotros mismos
unas veces llamamos al intermedio ambicioso 7 otras veces hombre
sin ambición, 7 unas veces elogiamos al ambicioso 7 otras al hombre 1108 a
sin ambición. Por qué causa hacemos esto, se dirá en lo que sigue;
hablemos ahora de las disposiciones restantes según el estilo que he­
mos adoptado.
Respecto de la ira existe también un exceso, un defecto 7 un tér­
mino medio; siendo éstos prácticamente innominados, llamaremos al
intermedio apacible 7 a la disposición intermedia apacibilidad; de los
extremos, al que peca por exceso digamos iracundo 7 su vicio iracun­
dia, 7 al que peca por defecto incapaz de ira, 7 al defecto incapacidad
de ira.
H ay además otras tres disposiciones intermedias que tienen cierta
semejanza entre sí, pero son diferentes; todas se refieren a la comuni­
cación mediante palabras 7 acciones, pero difieren en que una de ellas
se refiere a la verdad en aquéllas, 7 las otras al agrado, ya en el juego
7a en todas las cosas de la vida. Así, pues, hemos de hablar también
de ellas a fin de comprender mejor que el término medio es laudable
en todas las cosas, pero los extremos no son ni rectos ni laudables,
sino reprensibles. También la ma7oría de estas disposiciones carecen
de nombre, pero hemos de intentar, como en los demás casos, inven­
tarles un nombre nosotros mismos para ma7or claridad y para que se
nos siga fácilmente.
Pues bien, respecto de la verdad, al intermedio llamémosle veraz
y veracidad a la disposición intermedia, y en cuanto a la pretensión,
la exagerada,-fanfarronería y el que la tiene, fanfarrón, y la que se
empequeñece, disimulo, y disimulador el que lo tiene. Respecto al
agrado, b í se trata de la diversión, el término medio es gracioso y la
disposición, gracia; el exceso, bufonería y el que la tiene, bufón, 7 el
deficiente, desabrido, 7 su disposición, desabrimiento. Respecto del
agrado en las restantes cosas de la vida, el que es agradable como es
debido es afable, 7 la disposición intermedia, afabilidad; el excesivo,
si es desinteresado, obsequioso, si por su utilidad, adulador, 7 el defi­
ciente 7 en todo desagradable, quisquilloso y descontentadizo.
También hay disposiciones intermedias en los sentimientos y res-
20

30 o ú k &mv, ÉiraiVEÍTCtt Sé Kal ó atSi'ipcov. Kal y dtp év t o ú t o i s


6 pév Aéyerai p¿ctos, 5 6 ’ úirEpPáAAcov, eos ó K0tTa n 'Xf|g 6
irótVTa alBoúpevos* ó 8’ éAAeíircov ^ pr|Sév ¿Aoos ávalaxuv-
1108 6 t o s , ó Sé péaos alBi'ipcov. vépeais Sé pectóttis qtóóvou Kal
ÉTnxaipEKOKtas, eIctI Sé irepl Aúrrqv Kal f|Sovf|v Tás éirl t o I s
CTupPalvouci t o í s iréAas yivopévas* ó pév yáp vepecrT)TiKÓS
XuirelTai éirl t o í s áva^ícos eú irpáiTOUCTiv, ó Sé 90 ovep¿>s
6 ÚTTEppáXXcúv to O to v éirl Tracri A u tte íto i, ó 8’ ímxaipéKaKOS
to c to O to v éAAeíttei to O AuireiCT0ai cóore Kal xaipeiv. áAAá
irepl pév to ú tc o v Kal áAAoOi Kaipós ferrar irepl 8é SiKaio-
ctúutis, érrel oúx árrAcos AéyeTai, peTá t o O t o BieAópevoi irepl
ÉKcrrépas époúpev ttco s P £ c tó tt|té s elo-iv ¿poicos Sé Kal irepl
10 tc o v ÁoyiKcóv ápercov.
8 Tpicóv 8f| 8ia0éaecov oúctcov, 8úo pév kokicóv, Tfjs pév
ko0’ úrrepPoAf|v Tfjs Sé kot* üAAeiyiv, pías 8’ ápeTfjs Tfjs
Pectótt]tos, Tracal TráCTais ávTÍKeiVTaí ttcos* a l pév y áp
áKpon Kal Tfj pécti^ Kal áAAf|Aais évavTÍai elaiv, fj Sé pécrq
15 to ís áKpais* cocrrrep y áp tó íctov irp¿s pév t ó SAottov peí-
30V irpós 8é t ó peíjov IAottov, oútcos al pÉcrai é^eis irpós
pév Tás éAAelyeis úrrEppáAAouai Trpós 8é Tás úrreppoAás
éAAeíirouCTiv Sv te to ís TráOecn Kal Tais irpá^eorv. ó y áp
áv6peios Trpós pév tó v 8eiAóv Opaovs 9alveTai, irpós 8é tó v
20 QpaCTÚv 8eiA¿s- ¿poicos 8é Kal ¿ crcú9pcov irp¿s pév tó v ával-
ct0t|to v áKÓAaoros, irpós 8é tó v áKÓAaorov ávaÍCT0riTOs, ó
8' éAeuOépios irpós pév tó v áveAeúOepov ¿ctcotos, irpós Sé tó v
ácrcoTov áveAeúQepos. 610 Kal áTrco0oüvTai tó v péctov ol
&Kpoi ÉKáTEpos irpós éKárepov, Kal KaAoOai tó v ávBpeíov ó
25 pév BeiAós Opaovv ó 8é Opaaús 8eiAóv, Kal Irrl tcov áAAcov
áváAoyov. oútco 8’ ávTiKEipévcov áAAi!|Aois toútcov, ttAeí-
o rn évavTiÓTT|s éorl to ís ÓKpois Trpós áAAr|Aa f| Trpós tó
PÉctov TroppcoTépco y áp T a O ra á9ÉoTT|KEV á AAAAcov f) toO
péCTOU, cooTTEp t ó péya toO piKpou Kal t ó piKpóv toO peyá-
30 Xou f| &P9CO TOU ÍCTOU. ÉTl Trpós pév TÓ péCTOV ÉVÍOlS fixpois
ópoiÓTT)S tis 9aíveTai, eos tt¡ SpaCTÚTTyn Trpós TÍ|V <5cv8petav
Kal TT¡ áCTCOTÍqt TTpÓS TÍ|V éAEu6EpiÓTT|Ta' to ís 8é áK pois
irpós áAAí)Aa ttAeíotti ávopot¿TT|s- Tá 8é ttAeícttov áiré-

1108 b 34. áw* *dd. K».


20

pecto a las pasiones. Así, la vergüenza no es una virtud, pero se elo­


g ia también al vergonzoso; 7, en efecto, a uno se considera como el
justo medio en estas cosas, a otro exagerado, como el tímido que de
todo Be avergüenza, a otro, deficiente o que no tiene vergüenza de
nada en absoluto; 7 el término medio es vergonzoso.
L a indignación es término medio entre la envidia 7 la malignidad,
7 todos ellos son sentimientos relativos al dolor o placer que nos pro­ nos 6
duce lo que sucede a nuestros prójimos: el que se indigna Be aflige de
la prosperidad de los que no la merecen, el envidioso, 7endo más allá
que éste, se aflige de la de todos, 7 el maligno se queda tan corto en
afligirse, que hasta se alegra. Pero en otro lugar tendremos opor­
tunidad de tratar de esto. Ahora nos ocuparemos de la justicia, 7
como b u sentido no es simple, estableceremos después sus dos clases
7 diremos de cada una cómo es término medio, 7 lo m ism o haremos
con las virtudes racionales.

Tres son, pues, las disposiciones, dos de ellas vicios— -una por ex­
ceso 7 otra por defecto— y una virtud, la del término medio; 7 todas
se oponen en cierto modo entre sí; pues las extremas son contrarias a
la intermedia 7 entre sí, 7 la intermedia a las extremas; en efecto, lo
mismo que lo igual ea mayor respecto de lo menor 7 menor respecto
de lo ma7or, los hábitos intermedios son excesivos respecto de los defi­
cientes 7 deficientes respecto de los excesivos en las pasiones 7 en las
acciones. Así el valiente parece temerario comparado con el cobardef
7 cobarde comparado con el temerario; e igualmente el morigerado»
desenfrenado en comparación con el insensible e insensible en compa­
ración con el desenfrenado; 7 el generoso, pródigo si se lo compara
con el tacaño 7 tacaño si se lo compara con el pródigo. Por eso los
extremos rechazan al medio, cada uno hacia el otro, 7 al valiente lo
llama temerario el cobarde 7 cobarde el temerario, 7 análogamente en
los demás casos.
Dada esta oposición mutua, la oposición entre los extremos es ma­
yor que respecto del medio, pueB distan más entre sí que del medio,
por ejemplo, más lo grande de lo pequeño y lo pequeño de lo grande
que ambos de lo igual. Además, algunos extremos parecen tener cierta
semejanza con el medio, como la temeridad con la valentía y la pro­
digalidad con la generosidad, pero en cambio existe la máxima de­
30

XOVTa árr’ áAAi^Acov évcnría ópljovTai, coote Kal paAAov


36évavTÍa Tá ttAeTov árréxoirra. Trpós Sé t ó péaov ávrÍKEtTai
U09a paAAov é<p* <i)v pév í) ÉAAEiyis é<p’ <¡>v Sé f) vnrEpPoAi1!, olov
ávSpEÍqc pév oúx Qpaaúnis úrrep^oAfi oúaa, áAA’ f) SeiAíct
2AAeivf»is oúaa, tt¡ 6é acocppoaúv^ oúx ^ ávaia0T]CTÍa ÉvBeia
oúaa, áAA’ i5) áKoAaaía úrrep|3oAf| oúaa. 8iá 5úo 6’ aÍTÍas
6 to ü to aupfJaívEi, píav pév TÍ)v o ú to u toO irp áy porros'
tco y áp éyyÚTEpov elvai Kal ápotÓTEpov t ó ¡hrepov áKpov tc¡>
péaco, oú to ü to áAAá toúvocvtíov ávTiTÍOepev paAAov olov
étteI ápoiÓTepov Elvai SokeI tt¡ ávSpeíqt f| Opaovrns Kal éy-
yÚTEpov, ávopoiÓTepov 8’ f) SeiAía, to ú ttiv paAAov ávTiTÍ0£-
10 pev Tá y áp árréxovTa ttAeíov toO péaou évavncÓTepa 8o-
keI filvai. pía pév oúv aÍTÍa o ú tt|, é§ o ú toü toO TrpáypaTOs*
ÉTépa Sé é£ f| pcov oútcov Trpós & y á p aú ro l paAAov 7TE9Ú-
Kapév ttcos, TOtura paAAov évavrta tco péaco cpaívETai. oTov
aÚTol paAAov Tre9ÚKapev Trpós Tás f|8ovás, Sió eÚKcnxspopcó-
13 TEpoí éapev Trpós áKoAaaíav f | Trpós KoapiÓTqTa. t o ü t ’ oúv
paAAov ÉvavTÍa Aéyopev, irpós & f| érríSoais paAAov yívETar
Kal Siá to u to f) áxoAaaía úrreppoAfi oúaa évavncoTÉpa éotI
tt) a c o 9 p o a ú v i^ .
9 ' O t i pév oúv éorlv f) ápEn1) f| 1*161kÍ) peaó-rns, Kal tt c o s ,
20 Kal ó t i pEaÓTTis Súo KaKicov, t ? í s pév koc6’ ínrEpPoAfjv Tfjs
Sé k o t ’ iAAeuyiv, Kal ó n t o i o ú t t | éarl Siá t ó aroxacrnicf)
t o ü péaou EÍvai t o u év t o I s itá 0Eai Kal év Tais irpá^eaiv, iKa-
,vcos EÍptiTon. 8ió Kal fpyov éorl arrouSatov Elvai. év éKáa-
Tco y á p t ó péaov Aa(3Elv fpyov, olov k ú k A o u t ó péaov o ú
26 t t o v t ó s áAAá t o u e IB ó to s* o ú t c o Sé Kal t ó pév ópyia&f¡vai
t t o v t ó s Kal ^ S io v , Kal t ó Soüvai ápyúpiov Kal 8arravf¡aai
t ó 8’ <I> Kal óaov Kal ó t e Kal oú I v e k o Kal eos, o Ú K é ri t t o v -
t ó s oúSé (b(Jt6iov SiÓTTEp t ó eú Kal tnráviov Kal érraivETÓv
Kal KaAóv. 8tó 8 e I t ó v aToxajópevov t o O péaou irpcÓTOV
30 pév áiroxcopEív t o u paAAov évavTÍov, KaOárrep Kal f) KaAu-
vj/cb Trapaivel
to ú to u pév KomvoO Kal KÚporros éicrós fe p y e
vfja.

1109 a 16. cÚKaTaoop&repol to(icv T: ebea-rdúpopot ia(icv oodd. || 32. reap-rjvct


L* M* r || 34. Seúrcpóv 9aoi edd. (oorr. Wilson).
30

semejanza entre los extremos; y las cosas que distan más una de otra
se definen como contrarios, de modo que son más contrarios los que
más distan.
A l medio Be opone más en unos casos el defecto y en otros el exce- 1109 •
so; por ejemplo, a la valentía no la temeridad, que es el exceso, sino
la cobardía que es el defecto; y a la templanza no la insensibilidad, que
es la deficiencia, sino el desenfreno, que es el exceso. Esto sucede por
dos causas; una proviene de la cosa misma: por estar más próximo y
ser más semejante al medio uno de los doB extremos, por lo cual pre­
ferimos oponer al medio no ése sino su contrario; así, como parece
más semejante a la valentía la temeridad, y más próxima, y más dis­
tinta en cambio la cobardía, es ésta la que preferimos contraponerle;
pues lo más distante del medio parece ser más contrario. Una causa
es, pues,' ésta, procedente de la cosa misma; la otra proviene de nos­
otros mismos, pues aquello a que más nos inclina en cierto modo nues­
tra Índole parece más contrario al medio; así, nuestra naturaleza nos
lleva más bien a los placeres, y por eso somos más propensos al desen­
freno que a la austeridad. <Llamamos, pues, más contrarias a las dis­
posiciones a las que tenemos más propensión, y por esto el desenfreno,
que es exceso, es más contrario a la templanza.

Que la virtud moral es un término medio, y en qué sentido y qué


es término medio entre dos vicios, uno por exceso y otro por defecto,
y que es tal virtud por apuntar al término medio en las pasiones y
en las acciones, son puntos suficientemente tratados. Por todo ello,
es cosa trabajosa ser bueno: en todas las cosas es trabajoso hallar el
medio, por ejemplo, hallar el centro del círculo no está al alcance de
cualquiera, sino del que sabe; así también el irritarse está al alcance
de cualquiera y es cosa fácil, y también dar dinero y gastarlo; pero
darlo a quien debe darse, y en la cuantía y en el momento oportunos,
y por la razón y de la manera debidas, ya no está al alcance de todos
ni es cosa fácil; por eso el bien es raro, laudable y hermoso. Por esto,
aquel que se propone como blanco el término medio debe en primer
lugar apartarse de lo más contrario, como aconseja Calipso:

Be este vapor y de esta espuma mantén alejada la nave (5).

(S) Odisea, X II, 210. Las palabras son de Ulises.


31

Tobv y á p ¿hcpcov tó pév éoriv ápapTCoXórepov tó 8’ f¡Trov*


35 éirel oúv to ü péaou tuxeTv dhcpcos xa ^eir<^vi xorrá tó v 5eú-
Tepov, «paaí, ttXoüv Tá éAáxicrra Atinréov tcov kokcSv toO-
1100 b t o 8’ tierral páXurra to ü to v tó v Tpóirov Sv Aéyopev. (tko-
ireTv 8é 8el irpós & Kal oútoI eÚKcrr&popoí éapev áXXoi y á p
irpós SXXa Tre9ÚKapev toO to 8’ tforai yvcopipov éK Tfjs
íjBovfjs Kal Tfjs Aúttt|s Tfjs yivopévr)s irepl f)pás- els toúvov-
5 tíov 8’ éavrroús á9éXKeiv 8el* ttoXú y áp áiráyovTes toO
ápapTáveiv els t ó péaov f|£opev, óirep ol Tá Sieorpappéva
tcov £úXcov ópSoOvTes ttoioüctiv. év tto v tI 8é páXicrra 9U-
Xaicréov t ó f|8ú Kal tÍ|v fiSovi'iv* oú y áp áSéKaoToi Kpívo-
pev a ú n í|v. óirep oúv ol 8 t| poyépovTes éiraOov irpós tÍ)V
10 ‘EXévíiv, toO to Bel iraQeív Kal f|pas irpós tíjv fjSoWiv, Kal év
iracn tíjv éKeívcov éiriXéyeiv cpcoWjv* oútcú y áp aúrf|v áiro-
irepirópevoi fj-rrov ápapniaópeOa. t o ü t ’ oúv iroioüvTes, ¿>s
év Ke9aXa(co etireív, páX iora 8uvnaópe0a to ü péaou Tuyxá-
veiv. \ a k e n b v 8’ Tacos to ü to , Kal páXicrr* év toTs Ka0’ I x a -
15 o to v oú y á p jb<$c8iov Siopíaai Kal ireos Kal t(cti Kal éirl
iroíois Kal iróaov xpóvov ópyioréov Kal y áp f|pels ¿ré pév
t o ú s éXXelirovTas é-rraivoüpev Kal irpáous 9 a pév, ÓTé 8é t o ú s
XaXeiralvoVTas áv8pcó8eis áiroKaXouvTes. áXX’ ó pév piKpóv
to ü eú irapeK^aívcov oú y éy rrai, o ú t’ éirl t ó paXXov o ú t’
20 éirl t ó fj-rrov, ó 8é irXéov oútos y á p oú Xav0ávei. ó 8é
péxpi tIvos Kal éirl iróaov v^cktós oú |S<$c8iov tco Xóyco ¿90-
p ía a r oú8é y á p fiXXo oúSév tcov ala 0 TiTcov Tá 8é to io u -
Ta év toTs Ka0’ iKacrra, Kal év Tfj ato^ aei f| Kplais. t ó pév
Apa ToaoOro 8t|XoT S ti f| péar| 2£is év iraaiv éiraiven^, áiro-
25 xXlveiv 8é 8eT óré pév éirl -rí|v úireppoXfjv ÓTé 8’ éirl tíjv IX-
Xeivf/iv o ú tco y á p ^qcora to O péaou Kal to ü eú Teu£ópe6a.

6 5. 8‘ iauToúi; om. K b áTcaYayAvrc? L b.


31

Porque de los dos extremos, el uno es más erróneo y el otro menos, y


ya que acertar en el medio es extremadamente difícil, por lo menos,
como suele decirse, en la segunda navegación hay que tomar el mal
menor. Y esto será posible sobre todo del modo que decimos. Debe- 1109 b
mos considerar aquello a que somos más inclinados (porque nuestra
naturaleza nos lleva hacia distintas cosas). Eso se advertirá por el pla>
cer y el dolor que sentimos, y entonces deberemos tirar de nosotros
mismos en sentido contrario, pues apartándonos del error llegaremos
al término medio, como hacen los que quieren enderezar las vigas tor­
cidas. En todo hay que estar en guardia principalmente frente lo agra­
dable y el placer, porque no lo juzgamos con imparcialidad. Así, pues,
hemos de sentir respecto del placer lo que los ancianos del pueblo sin­
tieron respecto de Helena, y repetir en todos los casos sus palabras (6);
alejándonos así de él erraremos menos. En resumen, haciendo esto es
como mejor podremos alcanzar el término medio.
Sin duda es difícil, sobre todo en las cosas concretas, pues no es
fácil definir cómo, con quiénes, por qué motivos y por cuánto tiempo
debe uno irritarse; en efecto, nosotros mismos unas veces alabamos a
los que se quedan cortos y decimos q.ue son apacibles, y otras a los
que se enojan, y los llamamos viriles. E l que se desvía poco del bien
no es censurado, tanto si se excede como si peca por defecto; pero sí
lo es el que se desvía mucho, porque éste no pasa inadvertido. Sin
embargo, hasta qué punto y en qué medida sea censurable no es fácil
de determinar por la razón, porque no lo es ninguna de las coBas que
se perciben. Tales cosas son individuales y el criterio reside en la per­
cepción. Lo que hemos dicho pone, pues, de manifiesto que el hábito
medio es en todas las cosas laudable, pero tenemos que inclinamos
unas veces al exceso y otras al defecto, pues así alcanzaremos más
fácilmente el término medio y el bien.

(6) litada, III, 160 ss.:


«No llevemos mal que los Troyanos
y los Aqueos por mujer ton bella,
' hace diez años, los terribles males
hayan sufrido de la guerra. Muoho
en beldad a las diosas se parece.
Mas por linda que sea, con los Griegos
vuelva ya a su país, y para ruina
de nosotros no quede y nuestros hijos.»
(Trad. Hermoeilla)
r.

30 Tfjs áperfjs 8f) irepl irá6t| Te xal irpá^eis oOo-qs» xal éirl
pév t o í s ékouctíois éiraívcov Kal yóycov yivopévcov, éirl 8é
t o í s áKoucríois auyyucó|iT]s, évloTe Sé Kal éAéov, t ó éxoú-
ctiov K al t ó dtKoúaiov ávayKalov Tacos 8iopíaai toTs irepl ápe-
Tfjs érnCTKoiroOai, xp^^ipov 8é Kal toTs vopoOeroüai irpós Te
36 tócs T ip á s Kal tócs KoÁáaeis. SokbI 8fj áKoúaia elvai T á (Mqt
1110a Si’ ¿ryvoiav yivópeva- píaiov Sé oú f) ápxf) l^codcv, t o i -
aú rn oúcra év f) pr|Sév aupfláAAeTai ó irpáTTCOv ^ 6 iráCTX&ov,
oíov el irvevpa Kopíaqt iroi f) ávOpooiroi KÚpioi óvtbs. óaa
Sé Siá <pó|3ov peijóvcov kokcov irpárreTai f) Siá KaAóv t i ,
6 oíov el TÚpawos irpoo i á i io i ataxpóv t i irpa^ai KÚpios d>v
yovécov Kal tékvcov, Kal irpá^airros pév ctcó jo iv to pf| irpá-
|avTos 6’ árro0W|CTKotev, áp9iapit|Tr)aiv ?xeI irÓTepov áKoú-
a iá éoriv f) éKoúaia. t o io ü t o v Sé t i <rup|3aívei Kal irepl T á s
év toTs xeipcoaiv ÉKpoXás* áirAcos pév y áp oúSeis áiropáX-
10 Aerai ékoov, éirl acoTTipíqt 8’ aCrroO Kal tc o v Aoittcov árravTes
ol voOv ?xovT£5- piicral pév oúv elaiv al TOiaÜTai irpá^eis,
éoÍKaai Sé paAAov ékouctíois' alpeTal y áp elai t ó t e ótb
irpáTTOVTai, t ó 6 é té A o s t í í s irpá^ecos Kará t ó v Kaipóv éoriv.
Kal t ó Ikoúctiov Sf) Kal t ó áKoúaiov, ÓTe irpárrei, Aeicréov.
16 irpáTTei 5é ékcov* Kal y áp f] ápx^l t o ü Kivelv Tá ópyaviKá
pépTi év Tais ToiaCrrais irpá^ecnv év oútgí éo tív cov 8’ év
aÚTCp f) á p x ií, éir’ aÚTCp Kal t ó irpárreiv Kal pr). ÉKOÚaia
Sf] Tá ToiaÜTa, áirAcos 5’ Tacos ¿Koúaia- oOSels y áp áv
éAoiTO koQ’ aírró tc o v to io ú tc o v oúSév. éirl Tais irpá^eai Sé
20 Tais Toiaúrais évíoTe Kal éiraivoOvTai, ó t o v alaxpóv t i f| Au-
TTT)póv úiropévcoaiv ávTl peyáAcov xal KaAcióv av 8’ áv á-
iraAiv, ^É yovrar Tá y áp aTax10^ ’ vnropelvai éirl pr)6evl

1110 a 8. Ti r : om K b Lb M". || 27. 7ta0ívra Lb M" I \


Libro III

Puesto que la virtud tiene por objeto pasiones'7 acciones, 7 las


voluntarias son objeto de alabanzas o reproches, las involuntarias de
indulgencia o a veces compasión, es quizá necesario para los que re­
flexionan sobre la virtud definir lo voluntario 7 lo involuntario, 7 es
útil también para los legisladores, con vistas a las recompensas 7 cas­
tigos. Parece, pues, que son involuntarias las cosas que se hacen por
fuerza o por ignorancia; es forzoso aquello CU70 principio viene de 1110
fuera 7 es de tal índole que en él no tiene parte alguna el agente o el
paciente, por ejemplo, que a uno lo lleve a alguna parte el viento o
bien hombres que lo tienen en su poder. E n cuanto a lo que se hace
por temor a ma7ores males o por una causa noble— por ejemplo, si
un tirano mandara a alguien cometer una acción denigrante, teniendo
en su poder a sus padres o sus hijos 7 éstos se salvaran si lo hacía 7
perecieran si no lo hacía— , es dudoso si debe llamarse involuntario o
voluntario. Algo semejante ocurre también cuando se arroja al mar el
cargamento en las tempestades: en términos absolutos, nadie lo hace
de grado, pero por su propia salvación 7 las de los demás lo hacen to­
dos los que tienen sentido. Tales acciones son, pues, mixtas, pero se
parecen más a las voluntarias, 7a que son preferibles en el momento
en que se ejecutan, 7 el fin de las acciones es relativo al momento. Lo
voluntario, pues, 7 lo involuntario se refieren al momento en que se
hacen; 7 se obra voluntariamente porque el principio del movimiento
de los miembros instrumentales en acciones de esa clase está en el
mismo que las ejecuta, 7 si el principio de ellas está en él, también
está en su mano el hacerlas o no. Son, pues, tales acciones voluntarias,
aunque quizá en un sentido absoluto sean involuntarias: nadie, en
efecto, elegiría ninguna de estas cosas por sí mismo.
Por esta clase de acciones los hombres reciben a veces incluso ala­
banzas, cuando soportan algo denigrante o penoso por causas grandes
7 nobles; o bien, a la inversa, censuras, pues soportar las mayores
vergüenzas sin un motivo noble o por un motivo balad! es propio de
un miserable. E n algunos casos, si bien no se tributan alabanzas, se
tiene indulgencia cnando uno hace lo que no debe sometido a una
presión que rebasa la naturaleza humana 7 que nadie podría soportar.
33

KaÁco f | prrpícf) «paúAou. étt’ évíois 6 ’ érraivos pév oú yívs-


Tat, a v y y v ú p T i 8’ , ó to c v 6iá TOiaCrra u p á ^ t i s & pfi 8el, &
25 TÍ*)V áv0pCOTTÍVT)V 9ÚOIV ÚTTEpTEÍVEl K a l pT )8els &V ÚTTOpEÍVOl.
é v ia 8 ’ íctcos o ú k í o t i v á v a y K a a Q f j v a i, á A A á p a A A o v á r r o O a -
v e té o v u a Q ó v n T á S E iv ó r o T a - K a l y á p t ó v E ú p r r r íS o u ’ A A k -
p a íc o v a y e A o I a q ja ív s T a i T á ávayKáaavTa pT)Tp 0 K T 0 v f j a a i.
I o n Sé x a ^eTT° v é v ío te S ia K p ív a t tto I o v á v T i t t o ío u a lp E T é o v
30 K a l TÍ <5tVTl TÍVOS ÚTTOPEVETÉOV, ÍT1 Sé Xa ^rn'c*JTEPov ÉPPEÍVai
t o I s y v a x r 0 E íc r iv cbs yáp é rrl t ó t t o A ú é o r i T á pév i r p o a B o -
Kcopeva A v / irn p á , & 8 ’ á v a y K á j o v T a i a i a x p á , 66 ev íh r a iv o i K a l
in o b vj/óyoi y í v o v T a i Trepi t o ú s á v a y K a a O é v T a s f| pr|. T á 8 f| T ro la
9 CXTÉ0 V p i a i a ; f) á rrA c S s p év, ¿ t t ó t ’ á v f) a ÍT Í a év t o í s éK-
t ó s íj K a l ó i r p á r r c o v p riS é v a u p p á A A r p - a i ; & 8 é K a 0 ’ a C rrá
p év á K O Ú a iá é a r i , v ü v Sé K a l á v T l tc ó v S e a lp E T á , K a l f) á px ^ l
5 év t c o ir p á T T O V T i, KaO ’ a ú r á pév á x o ú a i á é c m , v u v 8é K a l
á v T l tc ó v S e éKOÚcria. p a A A o v 8 ’ I o ik é v é k o u c tío is ’ al yáp
ir p á ^ e is év t o T s k o 0 ’ ? K a o r a , T a í r r a 8 ’ É K o ú a ia . T ro ta 8 ’ ó v t I
tto íc o v a ip E T é o v , o ú p<jt8iov á r r o B o O v a r -rro A A a l y á p 6 10 9 0 -
p a í EÍaiv év t o í s k o Q ’ ¡ K a o r a . eI 8 é t i s T á f)S é a K a l T á K a A á
10 9 a ír) p í a i a eTvcxi ( á v a y K á ^ E iv y á p f iv r a ) , i r á v T a á v eít)
o ú t c o p ía ia * t o ú t c o v y á p X ^ P IV ’n 'á vT Es i r á v r a T r p ó r r r o u a iv .
K a l o l pév píqt K a l S k o v t e s A v n rn p c ó s , o l 8 é 8 i á t ó f|Bú K a l
KaAóv pe6’ f|6 o v f ¡s - y E A o t o v 8 é t ó a h - iá a f la i T á é ic ró s , á A A á
pf| a í r r ó v EÚdi'ipaTOV ó v r a ú r r ó t c o v t o io ú t c o v , K a l t c ó v pév
15 K a A c ó v é a u T Ó v , t c ó v 8 ’ a la x p c o v T á f|6 éa . 2oike 6 f) t ó p í-
a io v filv a i o ú ?£co0ev f) ápxi*!, PT)8 év o v p p a A A o p é v o v to O
PiaaGévTos.
Tó 8 é 81’ áyvoiav o 0\ éKoúaiov pév áirav éorív, áKOÚ-
aiov 8é t ó érríAurrov Kal év peTapeAEÍqr ó yáp 81’ áyvoiav
20 irpáfas ótioOv, pr)8év n BuaxEpalvcov érrl rrj -rrpáfei, éKcbv
pév oú Trérrpaxev, ó ye pf| (¡Sei, oúS’ aú áxcov, pf) Aurroú-
Pevós y£. toO Bi*) 81’ áyvoiav ó pév év perapeAEÍc? áxcov 80-
keí, ó Sé pY) peTapeAópevos, érrel iTepos, íorco oúx éxcov
érrel yáp Sia9épEi, péATiov óvopa §xeiv IBiov. értpov 8*
25 Éoike Kal tó 81* áyvoiav irpárrEiv toO áyvooChmr 6 yáp
PeOúcov f| ópyijópevos oú BokeI 61’ áyvoiav irpárretv áAAá

b 10. oOrea r. || 25. to u ; dcrvooüvrac pr. Kb.


33

H ay quizá cosas, sin embargo, a las que no puede uno ser forzado,
sino que debe preferir la muerte tras los más atroces sufrimientos: así,
resultan evidentemente ridiculas las causas que obligaron al Alcmeón
de Eurípides a matar a su madre ( 1). E n ocasiones es difícil discernir
qué se ha de preferir a qué, y qué se ha de soportar mejor que otra
cosa; pero es más difícil aún ser consecuente con el propio juicio, por­
que casi siempre lo que esperamos es doloroso y aquello a que se nos
quiere forzar vergonzoso, por lo que se alaba o se censura a los que se
han sometido o no a la violencia.
¿Qué acciones, pues, se han de llamar forzosas? Sin duda, en sen­ 1110 b
tido absoluto aquellas cuya causa está fuera del agente y en las que
éste no tiene parte alguna; las que por sí mismas son involuntarias,
pero en ciertos momentos y para evitar ciertas consecuencias son ele­
gidas y tienen su principio en el agente, si bien son involuntarias por
sí mismas, en ciertos momentos y. para evitar ciertas consecuencias
son voluntarias. Se parecen, sin embargo, más a las voluntarias, por­
que las acciones estriban en lo individual, y esto es en este caso vo­
luntario. Qué cosas deben preferirse a cuáles, no es fácil de establecer,
porque se dan muchas diferencias en las cosas particulares; pero si
alguien dijera que lo que es agradable y hermoso es forzoso, porque
nos compele y es exterior a nosotros, todo sería forzoso para él, ya
que es por ello por lo que todos hacen todas las cosas. Además, los que
actúan a la fuerza y contra su voluntad lo hacen con dolor, y los
que actúan movidos por lo agradable y lo hermoso, con placer; y es
ridículo echar la culpa a lo que está fuera de nosotros y no a nosotros
mismos, que tan fácilmente nos dejamos cazar por ello, y atribuirnos
las acciones hermosas, pero imputar las feas al placer. Parece, pues,
que lo forzoso es aquello cuyo principio viene de fuera sin que contri­
buya nada el forzado.
Todo lo que se hace por ignorancia es [simplemente] no volunta­
rio, y [propiamente] involuntario lo que se hace con dolor y pesar.
E n efecto, el que hace una cosa cualquiera por ignorancia sin sentir
el menor desagrado por su acción, no ha obrado voluntariamente,
puesto que no lo hacía a sabiendas, pero tampoco involuntariamente,
ya que no sentía pesar. Así, pues, de los que obran por ignorancia, el
que siente pesar parece que obra involuntariamente, al que no lo sien­
te, ya que es distinto del anterior, llamémoslo no voluntario; en efecto,
puesto que es diferente es mejor que tenga su nombre propio. Tam­
bién parece cosa distinta obrar por ignorancia que obrar con ignoran­
cia: el embriagado o el encolerizado no parecen obrar por ignorancia,
sino por alguna de las causas mencionadas, no a sabiendas, sino con

(4) Fragmento 08. Alomeón mató a bu madre Enfile para escapar a la mal­
dición de su padre Anfiarao.
34

8iá t i t<5v Elprjpávcov, oúk elSebs 8é áAA’ áyvocov. áyvoEi


pév oúv iras ó pox0r|pós & 8éI irpárreiv Kal <£v áq>EKTéov, Kal
8iá tí^v TotaÚTTjv ápapTÍav <5:8ikoi Kal óAcos kockoI yív o v rar
30 t ó 8’ ¿Koúffiov poúArrai AéyEa0ai oúk eT tis áyvoel Tá au p -
9 épovTa* oú y á p f) év t q irpoaipáoei fiyvoia aÍTÍa to u áKou-
alou áA A á Tfjs pox0Tipías, oú8’ f| koOóAou (if/éyovrai y áp
m i o 8iá ye to ú tt|v ) áAA* f) ko0’ I m a r a , év oís Kal irepl & f) irpa-
^ts* év to ú to is y á p Kal ÜAeos Kal auyyvcbpiy ó y á p to ú ­
tcov t i áyvocov áKOuaícos ir p á r m . Tacos oúv oú x^pov 8to-
plaai a ú rá , TÍva Kal iróoa éotí, t í s t e 8f) Kal t í Kal irepl t í
5 fj év tívi irpárrEi, évIote 8é Kal tívi, olov ópyávco, Kal Iveko
tívos, olov ffcoTriplas, Kal ircós, olov ^ipépa acpóSpa. áriav-
Ta pév oúv TauTa oúSeIs &v áyvoi'iaeie pf| paivópEvos. SfjAov
8’ cbs oúSé tó v irpáTTovTa* ircos y á p éauTÓv y e ; ó 8é
irpárrei áyvoi^aeiev áv tis, olov fAéyovTÉs <paaiv éiareaEív
10 aÚT0Ús,f °úk elSévai ó ti áiróppTyrg fjv, coarrEp AlaxúAos
Tá puoriKá, fj 8eí£ai pouAópevos á9Eivai, cbs ó tó v KarairéA-
ttiv. oIt)0e(t| 8’ fiv ti s Kal tó v ulóv TroAápiov eIvoi COOTTEp f|
MepóiTri, Kal éa(paipcoa6a i t ó AfiAoyxcopévov 8ópu, ^ tó v
Aí0ov KÍoripiv eIvot K a l éirl acornpí<? irloras ánroKTetvai Sor
16 Kal 01§ai PouAópevos, (ScnrEp ol áKpoxeipi3Ópevoi, irorrá^EiEv
fiv. TTEpl irávTa 8f| to O to Tfjs áyvolas oúaris, év oís f| irpa-
^is, ó toútcov t i áyvoi^aas fixcov SokeI irEirpaxévai, Kal pá-
Aicrra év to ís KupicoTárois* KupicúTcrra 8* elvai SokeT év oís
irpa^is Kal oú ivera. toO 8fj Kcrrá tÍ)v to ioúttiv óyvoiav
20 áKOuaíou Aeyopévou 2n 8el tíjv irpa^iv Auirnpáv eIvoi Kal
év perapEAEÍqt.
"O vtos 8’ á K o u a l o u toO pí<jt K a l 8i* fiyvoiav, t ó éKOÚoiov
Só^eiev áv elvai oú f) ápx^l év aúrco elS ó n Tá KaO* ¡hcaora év
o ís irpa^is* Tacos y á p oú KaAcos AéyeTai áKoúaia elvat Tá
26 8iá ¿u p óv ém 0 u|jilav. TrpcSTOv pév y á p oúBév íti t G v
áAAcov 3 cocov ¿Kouaícos irpá^ei, oú8’ ol iraTBEs* eIt o iróre-
pov oúBév ÍKoualcos irpáTTopEV tcóv 8i* éinOupíav Kal 0upóv,
^ T á KaAá pév éKoualcos T á 8 ’ a la x p á áK oualcos; f| y e -

1111 a 0. Xíywuái; Aap. bmiymciv Kb. || 14. rctaa$ Bemayg: nataac oodd.
0Q*ai oodioes Moreüi: 8ci£ai vulg. || 26. tm0u(i(<zv K * Asp.r S i'
h z i6u|ilav vulg.
34

ignorancia. Pues todo malvado desconoce lo que debe hacer y aquello


de que debe apartarse, y por tal falta s o q injustos y en general malos.
E l término «involuntario» pide emplearse no cuando alguien des­
conoce lo conveniente, púes la ignorancia en la elección no es causa
de lo involuntario sino de la maldad; ni tampoco lo es la ignorancia
general (ésta, en efecto, merece censuras), sino la ignorancia concreta
de las circunstancias y el objeto de la acción. De estas cosas dependen, 1111 a
en efecto, tanto la compasión como él perdón, puesto que el que des­
conoce alguna de ellas actúa involuntariamente. No estaría mal, por
tanto, determinar cuáles y cuántas son, quién hace y qué y acerca de
qué o en qué, a veces también con qué, por ejemplo, con qué instru­
mento, y en vista de qué, por ejemplo, de la salvación, y cómo, por
ejemplo, serena o violentamente.
Aiiora bien, todas estas circunstancias, a la vez, no podría ignorar­
las nadie que no estuviera loco, ni tampoco, evidentemente, quién es
el agente: ¿cómo podría, en efecto, ignorarse a sí mismo? E n cambio,
podría ignorar lo que hace, y así hay quien dice que una cosa se le
escapó en la conversación, o que no sabía que era un secreto, como
Esquilo los misterios (2), o que al querer mostrarlo se disparó, como
el de la catapulta. También, podría creerse que el propio hijo es un
enemigo, como Merope (3); o que tenía un botón la lanza que no lo
llevaba, o que una piedra corriente era piedra pómez; o dar una bebida
a alguien para salvarlo y matarlo, o herir a otro cuando quería tocarlo,
como los que luchan a la distancia del brazo. Todas estas cosas pue­
den ser, pues, objeto de ignorancia y constituyen las circunstancias
de la acción; y del que desconoce cualquiera de ellas se piensa que ha
obrado involuntariamente, sobre todo si se trata de las principales, y
se consideran principales las circunstancias de la acción y su fin. Pero
además aquel de quien se dice que ha hecho algo involuntariamente
en virtud de esta clase de ignorancia, tiene que sentir pesar y arre­
pentimiento por su acción.
Siendo involuntario lo que se hace por fuerza y por ignorancia,
podría creerse que lo voluntario es aquello cuyo principio está en uno
mismo y que conoce las circunstancias concretas de la acción. Pues
probablemente no es acertado decir que son involuntarias las cosas
que se hacen por coraje o apetito. E n primer lugar, en efecto, ninguno
de los otros animales haría nada voluntariamente, ni tampoco los ni­
ños; y en segundo lugar, ¿no hacemos voluntariamente ninguna de las
acciones provocadas por el apetito o el coraje o es que realizamos las
buenas voluntariamente y las vergonzosas involuntariamente? ¿No
sería ridículo, siendo una sola la causa? Pero sería igualmente absurdo

(2) Esquilo fué abeuelto por el Areópago de una acusación de revelar los mis­
terios de EienmB. Hay una referencia en Platón: República, 663 c. Cf. las notas
de Burnet, ed. oit., y de Boss a su traducción, (Oxford).
(3) En el Crttfonle» de Eurípides.
35

Aoíov évós ye ckítíou óvtos ; <5to tto v Sé íctcos ¿xoúoia cpá-


30 ven d>v 8e! ópéyEoflar 86! Sé Kal ópyí^eaOai érrí ticte Kal
érriOupElv tivcov, oíov úyiEÍas Kal paQ^CTECos. 8okéí 8é Kal
tóc pév áKoÚCTia Aurrqpá eívai, t o 6é k o t’ émQupíav f|Séa.
f n Sé t í SiacpépEi tco ¿koúctict eTvai tóc Kará AoytCTpóv f| 0u-
póv ápap-rnééiirra; <p£UKT¿t pév y á p ápipco, Sokeí Sé o0 \
m i b f)Trov <4v0pcoTTiKÓt EÍvai Tá áAoya irá 0Ti, coctte Kal al irpá^Eis
to ü áv0pcÓTrou (a l) <5crr¿> 0upoü Kal émOupías. ¿rrcnrov 8 i\
t ó TtOévai áKOÚcna TaOra.
2 Aicopio-pévcov Sé to O t e ékouctíou Kal to O áKouo-íou, -rrepl
6 irpoaipéCTECos irrETai 8iéA0éív o ík e ió t o t o v y áp eIvoi Sokeí
Tfj ápETfi Kal paAAov T á flOr) Kpíveiv tc o v trpá^Ecov. f| irpo-
aípECTis Sí) ékoúctiov pév 9aívETai, oú t o ú t ó v Sé, áAA’ érrl
irAéov t ó éKoúcnov t o u pév y á p Ikou ctíou Kal t o í S e s Kal
TáAAa ^epa koivcoveí, TrpoaipéaEcos 8’ oú, Kal T á 飰d<pvrlS
io ¿Koúcria pév Aéyopev, KOTá TrpoaípeCTiv 8’ oú. ol Sé Aéyov-
t e s aCrrfiv émOupíav fj Oupóv f| |3oúAr|CTiv f| Tiva Só£av oúk
éoÍKao-iv ópQcos AéyEiv. oú y áp ko ivó v f| irpoaípECTis K al tcó v
áAóytov, émOupía 8é Kal 0up¿s- Kal ó áKpar^s émOupcov
pév irpárTEi, irpoaipoúpEVOS 5’ oú- ó éyKporfis 8’ ávárraAiv
15 irpoaipoúpEvo; pév, émOupcov 6’ oú. Kal irpoaipéCTEi pév
émOupía évavrioÜTai, émQupía 6’ émQuptqc oú. Kal f) pév
émOupía fjSéos Kal émAúrrou, f) irpoaípECTis 8’ o ú te AurrripoO
oú0’ í)8éos. dupós 8’ § ti ? ) t t o v fjK io r a y áp T á 8iá Oupóv
KOTá irpoaípeCTiv elvai Sokeí. áAAá pf)v oú8é |3oúAt|ctís ye,
20 KaíiTEp CTÚveyyus <paivópEvov- TrpoaípECTis pév y á p o ú k f c n
tc o v á6uváTcov, Kal el t i s <paír) TrpoaipEÍCT0ai, SoKoir) &v 1*|AÍ-
Oios elvar (3oúAt|ctis 8’ éorl (k o I ) tc o v áSuvárcov, olpv áéa-
vacTÍas. Kal f) pév PoúAt|ctís étm Kal iTEpl Tá pt|8apóós Si*
aÚToO irpaxOévTa &v, oíov vrroKpm'iv Tiva vikócv f\ á 0Ar|'n‘|v
25 irpooipeÍTai Sé T á TOiaura oúSeís, áAA’ óoa oTetoci yevé<j0 ai
&v Si’ oútoO. é t i S’ f| pév PoúAtictis toO té A o u s éotI paA­
Aov, f| Sé TrpoaípEcns tcóv irpój t ó té A o s , oíov úyiaívEiv £ou-
Aópeda, irpoaipoúp£0a Sé Si’ u v úyiavoOpEV, Kal cúSaipovelv
pouAópE0a pév Kal 9apév, irpoaipoúpEOa Sé Aéyeiv oúx áp -
30 pó^Ei* ¿Acos y á p Ioikev f| -rrpoaípEcris irepl Tá ¿9’ f|pív EÍvai.

b 2. al add. Sasemihl iiA — ¿mOu^lai; om. Kb. || 30l i 9 * t ¡ i i ^ K‘.


35

llamar involuntario a lo que se debe desear, 7 debemos irritamos con


ciertas cosas 7 apetecer otras, como la salud 7 la instrucción. Parece
también que lo involuntario es penoso, 7 lo apetecible, agradable.
Pero además, ¿en qué se distinguen, en cuanto involuntarios, los 7erros
calculados de los debidos al coraje? Unos 7 otros deben rehuirse, 7 las
pasiones irracionales no parecen menos humanas, de modo que tam> l i l i 6
bién las acciones que proceden de la ira 7 del apetito son propias del
hombre. Por tanto, es absurdo considerarlas involuntarias.

Una vez que hemos definido lo voluntario y lo involuntario, corres­


ponde tratar de la elección; parece, en efecto, que es lo más propio de
la virtud 7 es mejor criterio de los caracteres que las acciones. L a elec­
ción es manifiestamente algo voluntario, pero no se identifica con lo*
voluntario, que tiene más extensión: de lo voluntario participan tam ­
bién los niños 7 los otros animales, pero no de la elección, 7 a las ac­
ciones súbitas las llamamos voluntarias, pero no elegidas. Los que dicen
que la elección es un apetito o impulso o deseo o una cierta opinión,
no parecen hablar acertadamente; 7a que la elección no es algo común
también a los irracionales, pero sí el apetito 7 el impulso; 7 el hombre
incontinente actúa según sus apetitos, pero no eligiendo; el continente,
por el contrario, actúa eligiendo 7 no por apetito. Además, a la elec­
ción puede oponerse el apetito, pero no al apetito el apetito. Y el ape­
tito es de lo agradable o doloroso, la elección ni de lo penoso ni de lo
agradable.
Menos aún es un impulso, pues lo que se hace impulsivamente en
modo alguno parece hecho por elección.
Tampoco es, ciertamente, un deseo a pesar de su notoria afinidad;
pues no ha7 elección de lo imposible, 7 si alguien dijera elegirlo, pa­
recería un necio, mientras que el deseo puede referirse a lo imposible,
por ejemplo, la inmortalidad. Además, el deseo se refiere también a
lo que de ningún modo podría realizar uno mismo, por ejemplo, que
triunfe un actor determinado o un atleta; pero nadie elige tales cosas,
sino sólo las que cree poder realizar él mismo. Por otra parte, el de­
seo se refiere más bien al fin, la elección a los medios que conducen al
fin, por ejemplo, deseamos tener salud, pero elegimos los medios para
eBtar sanos, 7 deseamos ser felices 7 así lo decimos, pero no suena
bien decir que lo elegimos, porque la elección parece referirse a lo que
depende de nosotros.
Tampoco puede ser una opinión. La opinión, en efecto, parece re-
36

oúSé 61*) Só^a &v eliy f) pév yáp Só£a SokeI irepl irávra
elvai, Kal oúSév f|TTOV irepl Tá áíSia Kal Tá áSúvcrra Tá
¿9* f|pív* Kal Tcp vyeuSel Kal áAtiOel StatpeíTcn, oú tc o kokco
Kal áya 9<3 , í) irpoaípems Sé t o ú t o i s paAAov. óAcos pév oúv
iii2o Só^ij t o ú t ó v tacos oúSé Aéyei oúSeís. áAA’ oúSé t i vi* tco
yáp irpooipeTaGai Táya 0á f| T á K a x á iroiot Tivés éapev, tco
Sé So^ájEiv oú. Kal TrpoaipoúpeOa pév Aa^elv fj 9uyeív [fi]
t i tc o v to io ú tc o v , Sobijopev Sé t ! éonv ^ t í v i aup9épei ^
« ttcos* AapeTv 8’ ^ 9uyeiv oú irávu Soferopev. Kal í) pév
rrpoaípecns éiraiVEÍTai tco eIvoi o ú Seí paAAov fj tc o ópOcós,
fj Sé Só§a TCp eos AAtiBcos. Kal *rrpoaipoúpE0a pév & páAiora
Tapev áyaQá ó v t o , So^ájopEv Sé & oú irávu Tapev* Sokoücti
Sé oúx aÚ Tol irpoaipElo0 aí t e fipicrra Kal So^ájeiv, áAA’
io gvioi So^ájEiv pév ápeivov, Siá k o k ío v 5 ’ alpEíoflai o ú x & 5 eT.
el Sé TTpoyíVETai Só£a Tfjs irpoaipéaECos í| TrapaKoAouéel, oú-
Sév Sia9épEi* oú t o ü t o yáp ctkottoüpev, áAA’ eI t o ú t ó v éori
Sófi] t iv í . t í oúv f| iroíóv t i éorív, érreiSf) tc o v elpr| pévcov
oú0év; éko ú oio v pév Sí) 9aívETai, t ó 5 ’ ékoúctiov oú irav
15 irpoaipETÓv. áAA’ ápá yE t ó TrpopepouAeupévov; f| yáp
irpoaípEais pETá Aóyou Kal Siavoías. úitoot) paívEiv 8’ 8oike
Kal Toúvopa cbs Bv upó éTépcov atpETÓv.
3 BouAeúovTai Sé irÓTepov irepl irávTcov, Kal irav pouAeu-
tó v éonv, irepl évícov oúk k r r i pouAi1!; AeKTéov 6’ Tacos
20 pouAevrróv oúx úrrép oú pouAeúaaiT’ á v tis i*)AÍ0ios ^ paivó-
pevoSi áAA’ úrrép cbv ó voüv §xcov- irepl 8f| tcóv áiSícov oú-
8els PouAeúeTai, olov Trepl t o ü KÓcpou Tfjs SiapéTpou Kal
tt^s irAeupas, ó n áoúpperpoi. áAA’ oú6é irepl tcov év kiWi-
uei, áel Sé K c r r á TaCrrá yivopévcov, eh-’ é§ áváyKt|s eíte Kal
2« 9ÚOC1 f^ Siá n v a al-ríav áAAí)V, olov Tporrcóv K a l ávaroAOv.
oúSé irepl tcóv &AAote áAAcos, olov aúxpcóv K a l 5 p|3pcov.
oú8é irepl t¿ov áiró tú x tis, olov 0Tiaaupou eúpéaecos. áAA’
oúSé irepl tcóv áv0pcoTrívcov árrávTCov, otov ir eos áv ZkúQoi
á p io ra ttoAiteúoivto oúSeIs AonceSaipovlcov pouAeÚErai. oú
30 y á p yévoiT’ áv toútcov oúOév Si’ f)pcov. |JouAeuóp£0a Sé
irepl t¿óv é9* f)plv Kal irpaKTCÓv to O to Sé Kal f o n Aoiirá.
alTÍai y á p SoKoüaiv elvai 9Ú01S K a l áváyiai K a l t ú x t i , f n 6é

1112 a 28. aú)4iCTpoi pr. Kb.


se

ferirse a todo, y no menos a lo eterno y a lo imposible que a lo que está


a nuestro alcance; y se distingue por ser falsa o verdadera, no por ser
buena o mala, mientras que la elección más bien por esto último. En
términos generales, quizá nadie diría que se identifica con la opinión; 1112 a
pero tampoco con alguna en particular: en efecto, por elegir lo que es
bueno o malo tenemos cierto carácter, pero no por opinar. T elegimos
tomar o evitar algo bueno o malo, opinamos en cambio qué es, o a
quién le conviene, o cómo; pero no opinamos de ninguna manera to­
marlo o evitarlo. L a elección, además, merece alabanzas por referirse
al objeto debido, más que por hacerlo rectamente; la opinión, por ser
verdadera. Elegimos también lo que sabemos muy bien que es bueno,
pero opinamos sobre lo que no sabemos del todo, y no son los miamos
los que tienen reputación de elegir y opinar mejor, sino que algunos
la tienen de opinar bastante bien, pero, a causa de un vicio, no elegir
lo que es debido. Que la opipión preceda a la elección o la acompañe
es indiferente: no es eso lo que estamos considerando, sino si la elec­
ción se identifica con alguna clase de opinión.
¿Qué es entonces, o de qué índole, puesto que no es ninguna de las
cosas que hemos mencionado? Evidentemente es algo voluntario, pero
no todo lo voluntario es susceptible de elección. ¿Será acaso lo que
ha sido objeto de una deliberación previa? Pues la elección v a acom­
pañada de razón y reflexión, y hasta su mismo nombre [pro-airesis]
parece indicar que es lo que se elige antes que otras cosas.

¿Se delibera sobre todas las cosas y es todo susceptible de delibe­


ración, o sobre algunas cosas la deliberación no es posible? T debe
llamarse susceptible de deliberación no aquello sobre lo cual podría
deliberar un necio o un loco, sino aquello sobre lo cual deliberaría un
hombre dotado de inteligencia. Pues bien, sobre lo eterno nadie deli­
bera, por ejemplo sobre el cosmos, o sobre la inconmensurabilidad de
la diagonal y el lado. Tampoco sobre lo que está en movimiento, pero
acóntese siempre de la misma manera, o por necesidad, o por natu­
raleza, o por cualquiera otra causa, por ejemplo sobre los solsticios y
salidas de los astros. Ni sobre lo que unas veces sucede de una manera
r otras de otra, por ejemplo Bobre las sequías y las lluvias. Ni sobre
Ío que depende del azar, por ejemplo sobre el hallazgo de un tesoro.
Tampoco sobre todas las cosas humanas: por ejemplo, ningún lace-
demonio delibera sobre cuál sería la mejor forma de gobierno para
los esoitas. Porque ninguna de estas cosas podría ocurrir por nuestra
intervención; pero deliberamos sobre lo que está a nuestro alcance y
es realizable, y eso es lo que quedaba por mencionar. En efecto, se
consideran como causas la naturaleza, la necesidad, el azar, y tam­
bién la inteligencia y todo lo que depende del hombre. Y todos los
37

voüs Kal irav tó 81’ ávOpcóirou. tcov 8’ ávOpcómov EKaaroi


PovAeúovtoi irepl tcov 8i’ aírrcov irpaKTCov. Kal irepl pé*
1112 b Tás ¿«pifiéis Kal aúrápKEis tcov éiuo ii|p¿ov oúk fo ri pouXi^,
olov irepl ypappáTCOv (oú y áp Biordcjonev ircós ypairréov).
áAA’ ó aa yívETai 8i’ f]pcov, pf| cbaaúrcos 8’ áel, irepl toútcov
PouA£uópe6a, olov irepl tcov k o t’ IcrrpiKÍjv Kal xptiPotiki'iv,
6 Kal irepl Kupepvr)TiKf)V paAAov f| yupvaoriKi^v, óctgí fj-rrov
SiriKpipcorai, Kal frn irepl tcov Aonrcov ópoícos, paAAov 8é
Kal irepl Tás T¿xv aS ^ Tás é-mom'ipas- paAAov y á p irepl
TaÚTas Bicrrájonev. t ó pouAeúecrOai Sé év toTs cbs éirl t ó
ttoAú, áSi'iAois Sé ir eos árrop^aerai, Kal év oís áSiópiorov.
io auppoúAous Sé irapaAappávopEv els Tá psyáAa, ámorov/v-
Tes f)plv aÚToís cbs oúx IkovoTs Siayvcovoa. PouAeuópe6a 8’
oú irepl tcov teAcov áA A á irepl tcov irpós Tá tíAt). oúte
y á p Icrrpós PouAeúerai el úyiáaEi, oÚTe jWiTCúp el ireíaei, oúte
ttoAitikós el EÚvopíav iroii^aei, oúBé tcov Aoittg&v oúSels irepl
15 toO tíAous* áA A á Oépevoi t ó téAos t ó ircos Kal 8iá tívcov
ikrrai ckoitovci' Kal 8iá irAeióvcov pév qxnvopévou yívEaOai
S iá tívos fxptrra Kal KáAAiora éiriaKOTroüai, 8i’ évós 8’ ém-
TeAoupévou ttgds S iá to ú to u 2o ra i KáKeívo S iá tIvos, Icos &v
lAOcooiv éirl t ó irpcoTov aínov, S év Tf¡ eúpéoEi laxorróv
20 éoriv. ó y áp PouAéuÓ|íevos Ioike jt)teIv Kal ávaAÚEiv tó v
ElpTjpévov Tpóirov cócnrep 8iáy p ap p a (9aívETai 8’ f) pév ji')-
TT]ais oú ira c a EÍvai poúAeucis, olov al paO^panKaí, f) 8é
PoúAéucis ira c a ^ tti c is ) , Kal t ó ücxotov év t ^ ávaAúcEi
irpcÓTOv Elvoa év Tf¡ yEvécEi. k&v pév áBwáTCp évrúxcociv,
25 á9ÍCTavTai, olov eI xpilMáTcov Beí, to O to Sé pf) oíóv te tto-
piaOfjvar éáv Sé Buvcrróv 9<xívT|Tai, éyxeipoüci irpárreiv.
Buvcrrá 8é & 8 i* fjpcóv yévorr’ <5cv Tá y á p S iá tgov ftAcov
8i* f)pcov ircos éo rlv f| y áp ápxA év f)plv. j-hteTtoi 8’ óré
pév Tá fipyava ÓTé 6’ f| XPe^a «útcSv ¿poicos Bé Kal év toTs
3o Aoiirols óré pév Si’ oú ¿iré Bé ircós S iá tívos. üoike 61*1,
Kadátrep EÍptiTOi, fivOpcoiros eTvai ápx^l tcov irpá^ecov /| Sé
pouAf) irepl tcov aírrep irpajcraiv, al 8 é irpá^eis áAAcov §ve-
Ka. oú y á p &v eít| PouAéutóv t ó TéAos áA A á Tá irpós Tá
TéAiy oúBé 8f| Tá Ka0’ ÍKaora, olov el ápTOS toO to iré-

b 15. r i r i X o t K b Aap.; t í X o ? t i yulg. || 21. e!pi]|xtvov] aú-riiv K b.


37

hombres deliberan sobre lo que ellos mismos puden hacer. Sobre los
conocimientos rigorosos y suficientes no hay deliberación, por ejem­ 1112 b
plo, sobre las letras (porque no vacilamos sobre el modo de escribir­
las); pero Bobre todo lo que se hace por mediación nuestra aunque no
siempre de la misma manera, deliberamos; por ejemplo, sobre las
cuestiones médicas o de negocios, y más sobre la navegación que sobre
la gimnasia, en la medida en que la primera está más lejos de haber
alcanzado la exactitud, y lo mismo sobre todo lo demás, pero más
sobre las artes que sobre las ciencias, porque vacilamos más sobre las
primeras.
lía deliberación se da respecto de las cosas que generalmente su­
ceden de cierta manera, pero cuyo resultado no es claro, y de aquéllas
en que es indeterminado. Y en las cuestiones importantes nos hacemos
aconsejar de otros porque desconfiamos de nosotros mismos y no nos
creemos suficientes para decidir. Pero no deliberamos sobre los fines,
sino sobre los medios que conducen a los fines. En efecto, ni el médico
delibera sobre si curará, ni el orador sobre si persuadirá, ni el político
sobre si legislará bien, ni ninguno de los demás sobre su fin; sino que,
dando por sentado el fin, consideran el modo y los medios de alcan­
zarlo, y cuando aparentemente son varios los que conducen a él, con­
sideran por cuál se alcanzaría más fácilmente y mejor, y si no hay
más que uno para lograrlo, cómo se logrará mediante ése, y éste a su
vez mediante cuál otro, hasta llegar a la causa primera, que es la últi­
ma que Be encuentra. E l que delibera parece, en efecto, que investiga
y analiza de la manera que hemos dicho, como una figura geométrica
— es evidente que no toda investigación es deliberación, por ejemplo,
las matemáticas; pero toda deliberación es investigación— ; y lo últi­
mo en el análisis es lo primero en el orden de la generación. Si tropieza
con algo imposible, lo deja, por ejemplo, si necesita dinero y no puede
procurárselo; pero si parece posible, intenta llevarlo a cabo. E s posi­
ble lo que puede ser realizado por nosotros; lo que puede ser realizado
por medio de nuestros amigos, lo es en cierto modo por nosotros, ya
que el punto de partida está en nosotros.
Nos preguntamos unas veces por los instrumentos, otras por su
utilización; y lo mismo en los demás casos, unas veces por el medio,
otras el cómo, y otras el modo de conseguirlo.
Parece, pues, que, como queda dicho, el hombre es principio de las
acciones, y la deliberación tiene por objeto lo que él mismo puede ha­
cer, y las acciones se hacen en vista de otras cosas. Pues no puede ser
objeto de deliberación el fin, sino los medios conducentes a los fines;
38

1113o tteii ictt <bs Se!- aiofr^aECOS y á p Taina. el Sé áel PouAeúcte-


Ton, el; érireipov fi^ei. pouAevróv 8é Kal irpooipeTÓv t ó o ú tó,
irAf|v áqxopiCTpiévov f|6r) t ó Trpoaiperóv- t ó y áp ék Tfjs pou-
Afjs Kpiéév Trpoaiperóv éonv. itaCrerai y á p Ikootos 3 tit« v
5 ttcos Trpá^ei, ÓTav els aúróv áv ay áy ij tíjv ápx^v, Kal oútoO
eIs t ó fiyoúpevov to u to y á p t ó irpoaipoúpevov. SfjAov
Sé to u to Kal ék tcóv ápxaícov iroArreicóv, &s 'Opr^pos épi-
peÍTO- ol y á p paoiAeís & irpoeíAovTO ávr'iyyeAAov tco 61*1peo.
fivTOS Sé to u irpoaipeToO PovAeutoü ópeKToO tcóv É9’ f|pív,
10 Kal f) irpoalpeais áv etr) (JouAeuriKÍi ópe£is tcov ¿9’ f|p!v
ék to u pouAeúoaoflai y á p Kpívavres ópeyópeOa Korrá t^ v
PoúAeuoiv. f) pév oúv TrpoaípEcns TÚrrco elpi'jodco, Kal irepl
iro!á éori Kal ó ti tcóv Trpós Tá téAt).
4 ‘ H Sé p o ú A riais óti pév t o u té A o u s éo rlv eTpr|Tai, Soke!
16 Sé t o í s pév TáyaO ou elvai, toTs Sé t o u 9<xivopévou áyaOoü.
aup^aívei Sé t o í s pév [ t ó ] P o u A tjtó v rácyadóv A éyou ai pf|
elvai pouArjTÓv 6 P o ú A eto i ó pf) ópOcós alpoúpevos (el y á p
í o t o i P o u A titó v , koI á y a B ó v fjv 8 ’ , el oú tco s é tu x e , Ka-
k ó v ), t o í s 8 ’ a ú t ó qjaivópevov áyaO óv P o u A titó v A éyou ai pf)
20 elvai 9 ÚCT£i P o u A titó v , áAA’ ékócotco t ó S o k o ü v áAAo 8 ’
>áAAcp 9a ív6Tai, Kal el oú tco s é tu x e , TávavTÍa. el 8 é Sf) t o u -
T a pf) ápéaKEi, á p a 9<rréov áirAcos pév Kal k o t ’ áAi^6eiav
P o u A titó v elvai ráyadSóv, ¿Káorcp Sé t ó 9a iv ó p evo v; tco
pév oúv cnrouSaíco t ó kcxt’ áAi*|6 eiav elvai, tco Sé 9aúAco t ó
26 t u x ó v , cóairep Kal éirl tc ó v acopárcov t o í s pév eú SiaKeipé-
vois ú yieivá é o n T á k o t ’ áAi'iOeiav T o ia ü r a ó v t o , t o í s 6 ’ ém -
vó ao is §TEpa, ó poicos Sé Kal -mKpá Kal y A u x é a Kal deppá Kal
Papéa Kal tc ó v fiAAcov iKacrra* ó cnrouBalos y á p iK a o ra
Kpivei ópOcós, Kal év éKá<JTOis TáAr^Oés aCrrcp 9 aíveTai. Ka0’
30 éKáoTnv y á p i£iv TSiá I o n KaAá Kal f)Séa, Kal Sia9 épei
irAeiorov Tacos ó orrouSaios tco TáA^Oés év éK áarois ópav,
cóorrep Kavcov Kal pÉTpov o ú tco v d>v. év t o í s tto A A o ís Sé f)
á i i á n i S iá Tfjv fiBov^v éoike y lv e a 0a r oú y á p o ú a a á y a O ó v
1113 6 9aiverai. alpoO vrai oúv t ó f)8 ú á>s áyaQ óv, t^ v Sé Aúrrnv
cbs kokóv 9 e ú y o u a v .

1113 a 4. Kpittv K*1: npoxpiOiv vnlg.


38

ni tampoco las cosas individuales, como si esto es pan. o está cocido 1113 a
como es debido, pues esto es asunto de la percepción, 7 si se quiere
deliberar siempre se irá hasta el infinito.
E l objeto de la deliberación 7 el de la elección son el mismo, salvo
qne el de la elección está 7a determinado, pues se elige lo que se ha
decidido como resultado de la deliberación. Todos, en efecto, dejamos
de inquirir cómo actuaremos cuando retrotraemos el principio a nos­
otros mismos 7 a la parte directiva de nosotros mismos, pues ésta es
la que elige. Esto resulta claro de los antiguos regímenes políticos pin­
tados por Homero: los re7es anunciaban al pueblo lo que habían ele­
gido. Y como el objeto de la elección es algo que está en nuestro poder
7 es tema de deliberación 7 deseable, la elección será también un de­
seo deliberado de cosas a nuestro alcance; porque cuando decidimos
después de deliberar deseamos de acuerdo con la deliberación. Hemos
descrito, pues, en líneas generales la elección, 7 hemos dicho sobre qué
objetos versa, 7 que éstos son los que conducen a los fines.

Que la voluntad tiene por objeto el fin, 7a lo hemos dicho; pero


unos piensan que aquél es el bien 7 otros que es el bien aparente. Si
se dice que el objeto de la voluntad es el bien, se sigue que no es ob­
jeto de voluntad lo que quiere el que no elige bien (7a que si es objeto
de voluntad será asimismo un bien; pero si así fuera, Bería un mal);
por otra parte, si se dice que es el bien aparente el que es objeto de la
voluntad, se sigue que no ha7 nada deseable por naturaleza, Bino para
cada uno lo que así le parece: una cosa a unos 7 otra a otros, 7 si fuera
así, cosas contrarias. Si estas consecuencias no nos contentan, acaso
deberíamos decir que de un modo absoluto 7 en verdad es objeto de
la voluntad el bien, pero para cada uno lo que le aparece como tal.
Así para el hombre bueno lo que en verdad lo es; para el malo cual­
quier cosa (lo mismo que, tratándose de los cuerpos, para los bien
constituidos es sano lo que verdaderamente lo es, pero para los en­
fermizos otras cosas; 7 lo mismo les ocurre con lo amargo, lo dulce, lo
caliente, lo pesado 7 todo lo demás). E l bueno, efectivamente juzga
bien todas las cosas 7 en todas ellas se le muestra la verdad. Para
cada carácter ha7 bellezas 7 agrados peculiares 7 seguramente en lo
que más se distingue el hombre bueno es en ver la verdad en todas
las cosas, siendo, por decirlo así, el canon 7 la medida de ellas. En
cambio, en la ma7oría el engaño parece originarse por el placer, pues
sin ser un bien lo parece, 7 así eligen lo agradable como un bien 7 1113 6
rehu7en el dolor como un mal.
39

5 'O vtos 6f) PouAtitou pév to ü TéAous, PouAeutuv Sé Kal


•npoanperójv tcóv upós t ó téAos, a l irepl TaOra irpá^Eis kot<Jc
5 irpoaipEaiv &v eTev Kal ékoúctioi. al 8é tcóv ápETCov évép-
ysiat irepl TaCh-a. i<p’ fjplv 6f) Kal f) «¿pen1!, ópoícos 8é Kal
f| KaKla. év oís y á p é<p* f|plv t ó irpáTTEiv, Kal t ó pf) irp d r-
teiv, Kal év oís t ó pi*|, Kal t ó vaí- <2>ot’ e! t ó irpárrEiv Ka-
Aóv óv éq>’ f|pív éorí, Kal t ó pf| irp á i ieiv é9* f)plv ítrrai
io atcrxpóv óv, Kal eí t ó pf) irpárreiv KaAóv óv éq>’ f|pív, Kal tó
irpárreiv ala /p ó v óv ¿9’ fipiv. el 8’ é9* f|plv Ta KaAá irpáT-
teiv Kal Tá alax p á, ópoícos 8é Kal t ó pf) irpáriEiv, to u to
6’ íjv t ó dyaOoís Kal kokoIs elvai, é9* f|pív áp a t ó émEiKéai
Kal 9aúAois Elvai. t ó 8é Aéyeiv cbs oúSels íkojv irovíipós
15 0Ú8’ áKcov paKápios Soike t ó pév v^euSeT t ó 8’ < 4Ar)9eI- pa-
Kápios pév y á p oú8eIs ókcov, f| 8é pox0T|pía ékoúoiov. f|
to Is y£ vOv Elpripévois áp9tapriTr|Téov, Kal tó v <5v0pcoirov oú
9aTéov ápxf)V elvai oúSé yewr|Tf|v tcóv irpá^ecov áxrrrep Kal
TéKvcov. eí 8é TauTa 9aiVETai Kal pf) éxopev ets fiAAas áp-
20 x ás ávayayElv ira p á Tás év f)pív, <5>v Kal al á p x a l év f|ptv,
Kal aCrrá ¿9’ f|plv Kal éKoúaia. to ú to is 8’ 2oike p ap ru -
peTa6oa Kal ÍBÍqt Ú9’ éKáorcov Kal Cnr’ oútcov tcov vopoOetcóv*
KoAájouat y á p Kal TipcopouvTon to ú s SpcóvTas pox0T)pá,
óaot pf) fMqt f| Si’ áyvoiav fjs pf) oútoI aÍTioi, to ú s 8é Tá
26 KaAá irpárTOVTas Tipcomv, cbs to ú s pév irpoTpéyovTES to ú s
8é kcoAúo-ovtes. koítoi ócra pi*|T’ é9* f)plv é<rrl p^O* íkoú-
01a, oú8eIs irpoTpéiTETai irpáTTEiv, d>s oúSév irpó Ipyou óv
t ó irEi(T0fjvai pf) OeppaíveoQai f| ¿AyElv f\ ireivfiv f) áAA’
ÓTioüv tcov toioútcov oúOév y á p f)TTOV TTEiCTÓpeOa aÚTá.
30 Kal y á p éir’ aúrco tco áyvoelv KÓÁájouaiv, éáv a ín o s elvai
SoKrj tt)S áyvoías, olov to ís peQúoucti SnrAa Tá érriTÍpia’
f) y á p ápxf) év oútco- KÚpios y á p to u pf) peQuoO^voi, to ü -
t o 8’ aÍTiov Tfjs áyvoías. Kal to ú s áyvooüvTás t i tgóv év
to Is vópois, & 8eI éírtoTaa6ai Kal pf) x^Asuá éo n , KoAájou-
íiH o aiv, ópoícos Sé Kal év toTs áAAois, óoa 81’ ápéAeiav áyvoElv
Sokoüctiv, cbs éir’ aúrols óv t ó pf| áyvoelv to u y á p éin-
peAr)9^vai KÚpioi. áAA' íacos to io u tó s éonv cóore pf) ém-

1114 a 19. xal leal. Bywater Iv Rassow: bz’ oodd. || 21. oúx l£c<m Lb:
oúxén Kjcan r . || 26. post áaQtvciav add. xal alago; Lt í \
39

Siendo, pues, objeto de la voluntad el fin, de la deliberación y la


elecoión los medios paia el fin, las acciones relativas a éstos serán
conformes con la elección y voluntarias. Y a ellos se refiere también
el ejercicio de las virtudes. Por tanto, está en nuestro poder la virtud,
y asimismo también el vicio. En efecto, siempre que está en nuestro
podei« el hacer, lo está también el no hacer, y siempre que está en
nuestro poder el no, lo está el sí; de modo que si está en nuestro poder
el obrar cuando es bueno, estará también en nuestro poder el no obrar
cuando es malo, y si está en nuestro poder el no obrar cuando es bue­
no, también estará en nuestro poder el obrar cuando es malo. Y si
está en nuestro poder hacer 1o bueno y lo malo, e igualmente el no
hacerlo, y en esto consistía el ser buenos o malos, estará en nuestro
poder el ser virtuosos o viciosos. Decir que nadie es malvado queriendo
ni venturoso sin querer parece a medias fabo y verdadero: en efecto,
nadie es venturoso sin querer, pero la perversidad es algo voluntario.
En otro caso debería discutirse lo que ahora acabamos de decir y afir­
marse que el hombre no es principio ni generador de sus acciones como
de su hijos. Pero si ésto es evidente y no nos es posible referimos a
otros principios que los que están en nosotros mismos, las acciones
cuyos principios están en nosotros dependerán también de nosotros y
serán voluntarias. De esto parecen.dar testimonio tanto cada uno en
particular como los propios legisladores: efectivamente, imponen cas­
tigos y represalias a todos los que han cometido malas acciones sin
haber sido llevados por la fuerza o por una ignorancia de la que ellos
mismos no Bon responsables, y en. cambio honran a los que hacen el
bien, para estimular a éstos e impedir obrar a los otros. Y sin duda
nadie nos estiinula a hacer lo que no depende de nosotros ni es volun­
tario, porque de nada sirve que se nos persuada a no sentir calor, frío,
o hambre, o cualquier cosa semejante: no por eso dejaremos de sufrir­
los. Incluso castigan la misma ignorancia si el delincuente parece res­
ponsable de ella; así a los embriagados se les impone doble castigo;
efectivamente, el origen estaba en ellos mismos: eran muy dueños de
no embriagarse, y la embriaguez fué la causa de su ignorancia. Casti­
gan también a los que desconocen algo de las leyes que deben saberse
y no es difícil; y lo mismo en las demás cosas, siempre que la ignoran- 1114 a
cia parece tener por causa la negligencia, porque estaba en los delin­
cuentes el no adolecer de ignorancia, ya que eran muy dueños de po­
ner atención. Pero acaso alguno es de tal índole que no presta aten-
40

HEAT]0fjvai. áA A á t o u t o io ú t o u s yevéaQ cn oútoI a i m o i 3 ¿o v -


5 t e s áv E i (léveos, K a l t o O áSÍKOUS t\ á K 0 A á 0 T 0 U S e l v a i , o l p é v
K aK oupyoO vT E S , o ! 8 é év t t ó t o i s K a l t o í s t o i o ú t o i s 8 » á y o v -
te s * a l y á p iTEpl I k o o t o é v é p y e ia x t o i o ú t o u s t t o i o ü o i v .
t o u t o 6 é BfjAov é k t c ó v p e A e tc ó v tc o v T rp ó s f |v n v o O v á y c o v ía v
^ ir p a ^ tv * 6 io te A o u c ti y á p évE pyoüvT E S. t ó p é v o ú v á y -
10 voeTv ó ti ík to u évfipyElv Trepl ?Kaora ai I£eis yívovTai, xo-
piBfj áveaaO^TOU. §n 6’ áAoyov tó v áSiKoüvra pf| |3oú-
Aeo6oi áSiKov Eivai tó v áKoAaoralvovTa áKÓAaorov. el 6é
pf| áyvocov tis Trpárret é§ d>v Sorai áSixos, ékcov áSixos &v
eTt|, oú pfjv éáv yE poúATjTat, áSixos <2>v iraÚCTETat Kal Sarai
15 Síkoios. oú8é y á p ó voacov úyii'is* Kal el oútcos 8tuxhv,
éxcov voael, áKparcos (Jioteúcov Kal árreiQiSv toTs larpols.
tó te pév oúv É£f¡v aúrcp pf) vocteIv, -rrpoepévco 5’ oÚKén,
cóoTTEp oú8’ á9 év n AÍ6ov £ t’ oútóv Suvotóv ávaAapelv áAA’
6pcos érr’ oútco t ó paAeiv [xal £tyai]* f| y áp ápx^l év aúrcp.
20 oútco 8é Kal reo áSÍKcp Kal tco áicoAáorcp ápxfjs pév é£f¡v
toioútois pf) yevéo6ai, 8ió éKÓVTes eIctív* yfivopévois 8’ oú-
xén Eon pf| EÍvai. oú póvov 8’ a i Tfjs vf»uxfjs xaxíai éxoú-
atol eIctiv, áAA’ évtois Kal al to u acbpcrros, oís Kal érriTipco-
psv* to ís pév y á p 8iá <púaiv alaxpoTs oúSeIs émnpqt, toTs
25 6é 8i’ áyupvaalav Kal ápéAEiav. ¿poicos 8é Kal Trepl ácrQé-
veiov Kal ■m'ipcoCTiv oúQels y áp ficv óveiSiaeie TU9AC0 9Ú0EI
éKvóaou f| éK TTAtiyfjs, áAAá paAAov éAei^aai* tco 8’ é£ olvo-
9Auyías áAArjs áxoAaalas Tras &v ÉTnnp^aai. tcov 8f|
Trepl t ó acopa kcxkicóv al ¿9’ fjplv émnpcovTai, al 8é pfj ¿9’
30 fjplv oú. el 8’ oútco, Kal érrl tc ó v áAAcov al émnpcbpEvai
tc ó v kokicóv ¿9’ f)pív &v eIev. eI 8é tis Aéyoi ó t i TrávTes
é9Í£VTcn to u <paivopévou áyaOoü, Tfjs 8é 9avraaías oú KÚpioi,
11146 áAA’ óirotós ttoQ’ iKaoTÓs éon, to io u to xal t ó téAos 9alve-
r a i aÚTc¡y eI pév oúv Ixaoros éauTc¡b Tfjs l^ecbs ¿orí ttcos
afnos, Kal Tqs «pairraaías fo rai ttcos o útós alnos* el 8é pi*|,
oú6e)s oútco a ín o s to O kockoitoieTv, áAAá 81’ áyvoiav to u té -
6 Aous T a ü r a irpárrei, 8iá t o ú t c o v o I ó p e v o s aúrcp t ó fipiarov
IctectO o i, f) 8é toO TéAous &p£ais o ú k aú6alpEros, áAAá 9Úvai

6 3. oMelf] (n)í*U M b I \ || 15. to u to A ip.: -caOroc oodd.: ainb


■ oonj Byrmter. • ■•
40

ción. Pero los hombres mismos han sido cansantes de su modo de ser
por la dejadez con que han vivido, 7 lo mismo de ser injustos o licen­
ciosos, los primeros obrando mal, los segundos pasando el tiempo en
beber 7 en cosas semejantes, pues son las respectivas conductas las
que hacen a los hombres de tal o cual índole. Esto es evidente en los
que se entrenan para cualquier certamen o actividad: se ejercitan todo
el tiempo. Desconocer que el practicar unas cosas u otras es lo que pro­
duce los hábitos es, pues, propio de un perfecto insensato. Además es
absurdo que el injusto no quiera ser injusto, o el que vive licenciosa­
mente, licencioso. Si alguien comete a sabiendas acciones a consecuen­
cia de las cuales se hará injusto, será injusto voluntariamente; pero
no por quererlo dejará de ser injusto 7 se volverá justo; como tampoco
el enfermo, sano. Si se diera ese caso, es que estaría enfermo volunta­
riamente, por vivir sin templanza 7 desobedecer a los médicos; enton­
ces sí le sería posible no estar enfermo; una vez que se ha abandonado,
7a no, como tampoco el que ha arrojado una piedra puede 7a recobrar­
la; sin embargo, estaba en su mano lanzarla, porque el principio esta­
ba en él. Así también el injusto 7 el licencioso podían en un principio
no llegar a serlo, 7 por eso lo son voluntariamente; pero una vez que
han llegado a serlo, 7a no está en su mano no serlo.
Y no son sólo los vicios del alma los que son voluntarios, sino en
algunaB personas también los del cuerpo, 7 por eso las censuramos.
Nadie censura, en efecto, a los que son feos por naturaleza, pero sí a
los que lo son por falta de ejercicio 7 abandono. Y lo mismo ocurre
con la debilidad 7 los defectos físicos: nadie reprendería al que es cie­
go de nacimiento, o a consecuencia de una enfermedad o un golpe,
más bien lo compadecería; pero al que lo es por embriaguez o por otro
exceso, todos lo censurarían. Así, pues, de los vicios del cuerpo se
censuran los que dependen de nosotros; los que no dependen de nos­
otros, no. Si esto es así, también en las demás cosas los vicios censura­
dos dependerán de nosotros. Por tanto, si se dice que todos aspiran
a lo que les parece bueno, pero no está en su mano ese parecer, sino
que según la índole de cada uno así le parece el fin, si cada uno es en 1114 6
cierto modo causante de su propio carácter, también será en cierto
modo causante de su parecer; de no ser así, nadie es causante del mal
que él mismo hace, sino que lo hace por ignorancia del fin, pensando
que por esos medios conseguirá lo mejor, pero la aspiración al fin no
es de propia elección, sino que es menester, por decirlo así, nacer con
41

Sel ócnrep óvfiiv §xovTO* í KpivET KaAcos Kal t ó k o t ’ áAi'iQetav


áyaOóv alp^aerai, Kal foriv eúq>ufis ¿p t o ü t o k o A co s Tréq>u-
kev* t ó y áp péyiorov Kal KáAAicrrov, Kal ó -rrap’ érépov pf)
10 olóv T6 AafJeív pr|6é padeTv, áAA’ olov &pv t o i o O t o v §£ei, Kal
t ó eú Kal t ó KaAus t o O t o irapuKévai f) teAhIo Kal áAr|(hvf|
&v eTt| e0q>uta. el 8f) to O t’ écrrlv áAr|6f), t I paAAov f | áperfi
Tfjs KaKÍas é rra i éxoúaiov; ápepolv y á p ópoícos, t c o á y a -
Oco Kal t c o KaKco, t ó TéAos 9Ú0EI f| órrcoaS^irorE ipaívETai Kal
16 k eT to i, t¿c 8é Aonrá irpós t o O t o á v a 9 ép o v T E S TrpárToucnv
ÓTTCOctSi^TTOTE. EÍTE 6f| TÓ TÉAoS pf| 9ÚOEI ÉKÓtOTCp 9aívETai
olov8r|iroTE, áAAá ti Kal irap’ aCrróv éariv, eíte tó pév TéAos
9WIKÓV, tco 8é Tá A o m á irpárrEiv ékoi/ctícos tóv arrouBaíov
. f) áp£Tf| íkoúoióv éomv, oúOév fj-rrov Kal fj Kanda ékoúctiov
20 av eit)* ópoícos y á p Kal tco kokco úrrápxEi tó 8 i’ oútóv év
Tais Trpá^ECJi Kal eí pf) év tco TéAEi. el oúv, coairep AéyeTai,
¿Koúaioí elaiv a l áperaí (Kal y á p tgük l£ecov auvaímoí ircos
aÚTOÍ éapev, Kal tco iroioí Ttves elvat tó TéAos TOióvSe Ti6é-
peda), Kal al kokícxi ÉKoúaioi áv elev* ópoícos yáp.
25 Koivfj pév OÚV TTEpl TCOV ápETCOV EÍpT|Tai f]p!v TÓ TE y é -
VOS TÚTTCp, ÓTI pECTÓTHTés eIcJIV Kal ÓTI E^EIS, Ú9’ <2>V TE yíVOV-
T ai, Ó ti t o ú t c o v TrpaiCTiKal ( K a l) ko6* a ú r á s , K al ó t i é9*
f|p lv Kal ék o ú ctio i, Kal o ú t c o s cbs á v ó ópOós A ó y o s ir p o o T á -
o ú x ópoícos Sé a l irpá^EiS éK oúoioí elcn Kal a l §£eis‘
30 t c o v pév y á p ir p á ^ c o v á r r ’ á p x f js p é x p i t o O t é A o u s KÚpioí
Éapev, e IB ó te s tó c k o 0 ’ iK a o r a , t c o v é£ecov Sé Tfjs á p x fjs , Ka9 ’
m e o iK a o T a Sé f| irpócrGeais o ú y v có p ip o s, cóoirep é ttI t ü v áp p co -
ancov áAA’ ó n i<p’ f|p lv fjv o ú t c o s pf| o ú t c o xpi'lcraaBan,
8 i á t o O t o éx o ú aio i.
’AvaAapóvTES Sé Trepl ÉKácrrns eIttcopev tíves elal Kal
5 ire p l Trola Kal ttgjs* á p a 8 ’ ferrcn SfjAov Kal i r ó a a i elalv.
6 Kal irpcoTOV irEpl ávSpEÍas. 'O rí pév oúv pEaÓTTis éorl irepl
<pópous Kal dáppt], flSrj (pavepóv yeyévr|Tar 9ofJoúp£©a 6é
SfjAov ó n Tá 9oftepá, TaOra 8’ é<rrlv cbs árrAcós éItteTv KaKá.
Sió Kal tóv 9Ó|3ov ópí^ovrai irpoaSoKÍav kokou. 9opoúpeda
10 pév oúv irávT a T á Kgncá, olov áSo^íav irevíav vó ao v á9iA íav
O ávarov, áAA’ oú irepl irá v T a SokeI ó ávSpetos e lv a r fv ia

1115 a 7. qmvcp&v Y*Y^vi)Tai Kb: xal np¿Tcpov etpe-rii L6 M* T


41

vista para juzgar rectamente y elegir el bien verdadero, y está bien


dotado aquél a quien la naturaleza ha provisto generosamente de
ello, porque es lo más grande y hermoso y algo que no se puede ad­
quirir ni aprender de otro, sino que tal como se recibió al nacer, asi
se conservará y el estar bien y espléndidamente dotado en este sen­
tido constituiría la índole perfecta y verdaderamente buena.
Si esto es verdad, ¿en qué sentido será más voluntaria la virtud
que el vicio? A ambos por igual, el bueno y el malo, se les muestra y
propone el fin por naturaleza o de cualquier otro modo, y, refiriendo
a él todo lo demás, obran del modo que sea. Tanto, pues, si el fin no
aparece por naturaleza a cada uno de tal o cual manera, sino que en
parte depende de él, como si el fin es natural, pero la virtud volun­
taria porque el hombre bueno hace el resto voluntariamente, no será
menos voluntario el vicio, porque estará igualmente en poder del malo
la parte que él pone en las acciones, si no en el fin. Por tanto, si, como
se ha dicho, las virtudes son voluntarias (en efecto, somos en cierto
modo concausa de nuestros hábitos y por ser como somos nos propo­
nemos un fin determinado), también los vicios serán voluntarios, pues
lo mismo ocurre con ellos.
Sobre las virtudes en general hemos dicho, pues, esquemáticamen­
te, en cuanto a su género que son términos medios y hábitos, que por
sí mismas tienden a practicar las acciones que las producen, que de­
penden de nosotros y son voluntarias, y actúan de acuerdo con las
normas de la recta razón. Pero las acciones no son voluntarias del
mismo modo que los hábitos; de nuestras acciones somos dueños des­
de el principio hasta el fin si conocemos las circunstancias particula­
res; de nuestros hábitos al principio, pero su incremento no es per­ 11)5 a
ceptible, como ocurre con las dolencias. No obstante, como estaba en
nuestra mano comportamos de tal o de cual manera, son por ello vo­
luntarios.
Tomemos ahora las virtudes una a una y digamos qué son, a qué
se refieren y cómo. Al mismo tiempo se pondrá en claro cuántas son.

Y en primer lugar hablemos del valor. Que es un término medio


entre el miedo y la temeridad, ya ha quedado manifiesto. E s evidente
que tememos las cosas temibles y que éstas son, absolutamente ha­
blando, males; por eso también se define el miedo como la espera de
un mal. Tememos, pues, todo lo que es malo, como el descrédito, la
pobreza, la enfermedad, la falta de amigos, la muerte; poro el valiente^
42

y á p Kai 5eI cpopelcrGoa Kal KaAóv, t ó Sé pf) aUjxpóv, olov


áSo^íav ó pév y á p «popoúpevoj éTneiKÍis Kal atSi'ipcov, ó
5é pf) <popoúpevos ávaícrxuvTÓs. Aéyrroa 6’ varó mvcov áv-
16 Speíos Korrét peTa90páv ?xei Y^P Tl ópoiov tco ávSpeíep*
690^05 y áp tis Kal ó ávSpeíos. irevíav 8’ ícxcos oú 6éí 90-
PeíoÓai oúSé vóctov, oú8’ óAcos ócra pf) árró kokíos pr|8é 81’
oútóv. áAA’ 0Ú8’ ó -rrepi T au ra 690^05 ávSpeíos. Aéyo­
pev 8é Kal to u to v ko0’ ópoiÓTnTa1 Évioi y á p év to ís iroAe-
20 piKots kiv8úvois SeíAol óvres éAeuOépiol elai Kal Trpós XP1!*
párcov árropoAf)v eüOapcjcos §xou<T,v* °ú 5é Sí) eí tis ú|3piv
irepi iraíSas Kal yuvalKa (popeíTai t\ 90óvov t i tcov
toioútcov, SeiAós éo riv oúS’ et Qappe! péAAcov paoriyoü-
a0ai, áv5peíos. Trepl irola oúv tcov 9of3epcov ó ávSpeíos; í|
26 irepl Tá p éy io ra; oú6els y á p úiropeveTiKcímpos tcov 8ei-
vcov. 9opepcÓTaTov 8’ ó Oávcrros- irépas yáp , Kal oúSév
§ti tco TE0veam SoKei o ú t ’ áyafióv o ú te kokóv elvai. Sóbete
5’ áv oúSé irepl ©ávcrrov tó v év irav rl ó ávSpeíos elvai, olov
év QaAáTT^ f| vóctois. év tíc tiv oúv ; f| év to ís KaAAÍarois;
30 t o i o u t o i Sé o l év iroAépco- év peylorco y áp Kal KaAAÍorco
KivSúvco. ópóAoyoi Sé to ú to is elal Kal al Tipal al év Tais
iróAecn Kal irap á to ís povápxois- Kupícos 8f) Aéyoir’ áv áv-
Spelos ó irepl tó v KaAóv Oávcrrov á8ef|S. Kal ó aa 6ávarov
éiri9épei úrróyuia ó v to ’ ToiaCrra Sé páAiora Tá Kcrrá iró-
36 Aepov. o ú pfjv áAAá Kal év 6 aA árr^ Kal év vóctois áSefjs ó
1U6 6 ávSpeíos, o ú x o ú tco Sé ebs o l 0a A á m o r o ! pév y á p árre-
yvcoKaci tÍ)v CTcorriptav Kal tó v B á v a r o v tó v toioütov Su-
CTXepatvoucnv, o! Sé eúéAmSés eIcti ira p á tÍ|v épireiplav. á p a
8é Kal ávBpíjovTat év o ís éorlv áAKÍ) f| KaAóv t ó áiro9aveív
6 év Tais ToiaÚTais Sé 9dopaís oúSéTepov úrrápxei.
7 Tó 8é 9opepóv oú iracrt pév t ó o ú t ó , Aéyopev 8é t i Kal
ÚTrép áv0pcoirov. t o ü t o pév oúv iravrl 9 o{3epóv tco ye voüv
ÍX o v t i * Tá Sé k o t ’ ávOpcoTrov 8ia9¿pei peyéÓet Kal tco páA-
Aov Kal fj-rrov ópoícos 5 é Kal Tá OappaAéa. ó 5 é ávSpeíos
10 ávéiarAriKTOS eos áv0pcoiros. 90pitjCT6Tat pév oúv Kal rá
ToiaÜTa, cbs Bel Sé Kal cbs ó Aóyos úiropeveí t o u KaAoü Ive-

6 30. voüv Bywater: oiüv oodd. || 31. o5tt>c I1: o6tgk oOtuc oSto?
t í M*.
42

no parece serlo frente a todas estas cosas: pues algunas han de temer­
se 7 es noble temerlas, 7 no hacerlo es vergonzoso, por ejemplo, el
descrédito: el que lo teme es honrado 7 decente; el que no lo teme,
desvergonzado. Algunos lo llaman [valiente] o audaz de un modo
traslaticio; en efecto, tiene algo semejante al valiente, puesto que el
valiente es también alguien que no teme. Acaso no se debe temer la
pobreza, ni la enfermedad, ni en general los males que no provienen
de un vicio ni por culpa de uno mismo. Pero tampoco es valiente el
que no tiene miedo de estas cosas (le damos ese nombre por analogía):
en efecto, algunos que son cobardes en los peligros de la guerra, son
generosos 7 tienen buen ánimo frente a la pérdida de su fortuna. Tam­
poco es uno cobarde por temer los malos tratos para sus hijos o su
mujer, o la envidia, o algo semejante; ni valiente si está confiado cuan­
do van a azotarlo.
¿Respecto a qué cosas temibles es valiente el valiente? ¿Respecto
de las más temibles? Nadie, en efecto, soportará mejor que él lo terri­
ble. Ahora bien, lo más temible es la muerte: es una terminación, 7
más allá de ella nada parece ser ni bueno ni malo para el muerto. Pero
tampoco parece que el valiente lo sea ante la muerte en todos los
casos, por ejemplo, en el mar o en las enfermedades. ¿En qué casos
entonces? ¿Sin duda en los más nobles? Tales son los de la guerra:
ese rieBgo es, en efecto, el ma7or 7 el más noble; 7 son proporcionadas
las honras que tributan las ciudades 7 los monarcas. E n el más alto
sentido se llamaría, pues, valiente al que no tiene miedo de una muerte
gloriosa ni de los riesgos súbitos que la acarrean, 7 tales son, sobre
todo, los de la guerra. También en él mar 7 en las enfermedades es 1115 b
impávido el valiente, pero no de la misma manera que los marinos:
el valiente, en efecto, ha renunciado a su salvación 7 lleva a mal esa
clase de muerte; los marinos, en cambio, están esperanzados gracias
a su experiencia. También se muestra valor cuando se requiere valen­
tía o es glorioso morir; pero en este tipo de desastres no se da ninguna
de estas circunstancias.

Lo temible no es para todos lo mismo, 7-hablamos incluso de cosas


por encima del hombre. Estas son temibles para todo el que esté en
su juicio, 7 ias que son a la medida del hombre difieren en magnitud
7 grado, 7 lo mismo las cosas que hacen confiarse. Ahora bien, el va­
liente es intrépido como hombre: temerá, por tanto, también estas
cosas, pero como es debido 7 según la razón lo admita en vista de lo
que es noble, pues éste es el fin de la virtud. Es posible temer esas
cosas más o menos, 7 también temer las no temibles como si lo fue­
ran, 7 se cometen errores al temer lo que 110 se debe, o como no se
43

kot t o O t o y á p TéAos Tfjs áperfjs. Icm Sé paAAov Kal f)T -


t o v T a O r a (popeT aO ai, a l £ t i tó c pf| 90pEpá cbs t o i o O t o 90-
|3eía6ai. ytvrrai Bé t c o v ápapTicov f| pév ó t i ( ó ) o ú Be!, f|
15 Bé ÓTI OÚX CÓS BeT, TI Bé ÓTI OÚX ÓTE, f) TI TCOV TOIOÚTCOV
¿poicos Bé K a l irepl Ta dappaAéa. ó pév oúv & Bel K a l oú
§VEKa ÚTtopévcov K a l 9o|3oúp£vos, K a l cbs Be! K a l ó t e , ¿poicos
Sé Kal Qappcóv, ávSpElos* k o t ’ á£íav yáp, Kal cbs &v ¿ Aó-
yos, irá a x ei Ka^ irpáiTEi ¿ ávBpEÍos. TéAos Bé irácnis évEp-
20 yEÍas éorl t ¿ k o tó c t Í ] v é£ iv . f Kal t c o ávSpEÍco Sé f) áv-
BpEÍa KaAóv. f t o i o ú t o v Bfj K a l t ó té A o s* ¿píjerai y áp
ü k o o t o v t c o té A e i. KaAoO é v e k o ¿ ái/Bpelos vnropévei K a l
Trpá i i6i T<i K o rrá Tfjv ávBpeíav. t c o v S ’ úrrEp|3aAAóvTcov ¿
pév t t ¡ ¿90^191 ávúvupos (EÍpT)Tcn 8’ f|plv év t o í s irpórepov
25 ¿ t i TroAAá éoriv ávcóvvpa), efr| 8’ áv t i s paivópevos ^ áváA-
ynTOS, el pr|Sév 90P0ÍT0, pr|TE creiapóv p^te kúporra, Ka0á -
iTEp 9octI to ú s KeAtoús* ó Bé t c o GappEÍv úrreppáAAcov irepl
tó c 9o|3epá Qpacrús- SokeT 8é Kal áAajcbv elvai ó Gpaaús Kal
irpocnroiTiTiKÓs ávSpelas- cbs yoúv éKEÍvos irepl tó c 9o|&pá
30 ?xEl» oútos PoúAetoi 9oriveo6oa- év oís oúv Súvcrrai, pipEí-
Tai. Bió Kal Elalv ol iroAAol aúrcóv OpaaúBEiAor év to ú -
to is y áp Opaawópevoi t á 90^Epá oúx úiropévouaiv. ó 8é
t c o 9 0 ^ 0 6 0 1 ÚTrepfJáAAcov BeiAós* Kal y á p & pf| 8eT Kal cbs
oú BeT, Kal irávTa Tá toioO to áKoAou6Elaúrco. éAAelirei Bé
m eo Kal t u 6appeív áAA’ év Tais Aúrrais úireppáAAcov paAAov
Kcnxapavi'is éoriv. BúoeAttis 8i*| tis ó BeiAós’ irávTa y áp
9ofJelTai. ¿ 8’ ávSpetos évavTÍcos' t ó y á p Oappelv eúéAm-
Bos. irepl T a Ú T á pév oúv éorlv ó te BeiAós Kal ó Gpaaús Kal
6 ¿ ávSpEtos, 8ia9¿pcos 8’ ?xouo1 irpós a ú r á - o! pév y áp
úrreppáAAouai K a l éAAEhrouaiv, ó 8é péacos ?x£l Kal ws S e i­
k o l o l pév ©paCTElS TTpOTTETElS, K a l PoV/AÓpEVOl TTpÓ TCOV KIV-
Búvcov év ocútoIs 8* á9ÍcrravTai, ol 8’ ávBpEloi év .toIs ípyois
¿§eIS, irpÓTepov 8’ fiaúxioi.
10 KaQárrep oúv elpTyrai, f| áv8peía pecrórris éorl irepl dap­
paAéa Kal 9opepá, év oís eTpiyrai, K a l ¿m KaAóv adpElTcn Kal
úiTopívei, f| ó ti cdaxpóv t ó piV t ó 8’ árro0vil|OK6tv «peúyov-
Ta irevlav f| ípcoro t i Aurrnpóv oúk ávBpelov, áAAá paA-

1110 a 24. seclusit Bywater.


43

debe, o cuando no se debe, o en circunstancias semejantes; 7 lo mis­


mo con las cosas que hacen confiarse.
Por tanto, el que soporta y teme lo que debe y por el motivo de­
bido, como y cuando debe, 7 confía del mismo modo, es valiente, por­
que el valiente sufre 7 obra según las cosas lo merecen 7 como la razón
lo ordena. E l fin de toda actividad es el que se conforma a su hábito,
7 para el valiente la valentía es algo hermoso. Luego también io será
el fin que persigue; porque todo se define por su fin. Por tanto, es por
esa nobleza por lo que el valiente soporta 7 hace lo que es conforme a
la valentía.
De los que pecan por exceso, el que peca por falta de temor carece
de nombre (7a hemos dicho antes que muchas de estas disposiciones
no lo tienen); pero sería un loco o insensible el que no temiera nada,
ni terremoto, ni las olas, como dicen de los celtas. E l que peca por -
exceso de confianza respecto de las cosas temibles es temerario. Se
considera también al temerario como un jactancioso que aparenta va­
lor; al menos, tal como el valiente se comporta frente a lo temible,
quiere aparecer el temerario, 7 por tanto lo imita en lo que puede.
Por eso la ma7oría de ellos son una mezcla de temerario 7 cobarde,
pues despliegan temeridad en estos casos 7 no soportan las cosas te­
mibles. E l que se excede en el temor es cobarde; teme, en efecto, lo
que no debe 7 como no debe, 7 se dan en él todas las características
semejantes.' Le falta también confianza, pero se manifiesta más cía- 1110 a
ramente por el exceso de que da muestras en los dolores. E l cobarde
es, pues, un descorazonado, pues lo teme todo. E l valiente, al contra­
rio, porque la osadía es propia del hombre de corazón. Con las mismas
cosas tienen que habérselas, por tanto, el cobarde, el temerario 7 el
valiente, pero se comportan de distinto modo frente a ellas. Los unos
pecan por exceso o por defecto, el otro mantiene la actitud intermedia
7 debida. Los temerarios son precipitados 7 prontos antes de los peli­
gros, 7 ceden cuando se encuentran en ellos, mientras que los valien­
tes son fuertes en la acción, pero antes de ella tranquilos.
Como hemos dicho, pues, el valor es un término medio respecto de
las cosas que inspiran confianza o temor, en los circunstancias que
hemos dicho, 7 elige 7 soporta porque es hermoso 7 porque es vergon-
44

Aov SeiAoü- paAaKÍa y á p t ó cpeúyeiv Tá érrÍTrova, Kal oú x


15 ó t i KaAóv CnropévEi, áAAá <peúycov kokóv. “ E o ti pév oúv f)
8 ávSpela toioO tóv t i, AéyovTai 8é Kal irepai K a rá ttévte Tpó-
irous* irpcúTOV pév f) tto A itik iV p á A io ra yá p íoikev. 6o-
KoOai y á p úrropévÉiv toús kivSúvous ol ttoAItoi 6iá Tá éK
tóóv vópcov érnTÍpia Kal Tá óveíSti Kal 6iá Tás Ttpás* Kal
20 6iá to u to áv 6pEtÓTaroi Sokovctiv elvai irap* o ís o l 6siAol
á n p o i Kal ol ávSpEíoi évnpot. to io ú to u s 5é K al 'OpTjpos
ttoieT, olov tó v Aiopr) 8r]v Kal tó v 'Eicropa*

TTouAu6ápas poi ttpcútos éAeyxEhlv ávaOfjoEr

Kal [Aiopr)ST]s]
25 'Etcrcop y á p ttote 91i)ctei évl TpcoEaa* áyopEÚcov
«T u6eí6 tis útt’ épElo.»

cbpoícoTai 6’ aÚTTi p á A io ra Tfi irpÓTEpov EtpTipévij, ó t i 8 i ’


ápETf|v yívETar Si’ alScó y á p Kal 8iá KaAoO ópE^iv (Tipfjs
y á p ) Kal 9 uyf|V óve (5 o u s , a la x p o u ó v t o s . Tá^ai 8’ á v t i s
30 Kal t o ú s úrró tcóv ápxóvTCov ávayK a^opévous els t o ú t ó -
XEÍpous 8’ , óaco oú 8i’ a l8¿o á A A á S iá 9ÓP0V o ú t ó 6pcóai,
n al 9 EÚyovTES oú t ó a ta x p ó v áA A á t ó A un rip óv á v a y K á -
JOUCTl y á p ol KÚpiOl, GJOTTEp Ó 'EKTCOp

óv Sé k ’ éycav áirávEU 0 E páxTis irrcócro-ovTa voi'iaco,


35 oú ol ápKiov éaotÍTai 9 uyéÉiv KÚvas.

Kal ol Trpou ’i á i i ovtes, k&v ávaxcopóóai tú ttto v te s , t ó o ú tó


11106 Spcóai, Kal ol irpó tcóv TÓ9 pcov Kal tcóv toioú tcov irap aT áT -
to vtes" TrávTES y á p á v a y K á jo u a iv . Se! 8’ oú Si’ áváyKTjv
ávSpElov EÍvai, áAA’ ó t i KaAóv. SokeI Sé Kal f) épTTEipla f)
iTEpl iK aoT a ávSpEÍa e lva r ó6ev Kal ó ZcoKpárns ém -
5 o rfip riv elvai tÍ)v ávSpslav. to io ú t o i Sé áAAoi pév év á A -
Aois, év to Is ttoAepikoís 5 ’ ol orporrioÓTai* BokeI y á p elvai

b 7. xaivd K6 M6. || 10. post ¿pimplas add. xal ^uXá^aaOai xal naxá^ai
Kk r . || 24. ávaipépouaiv Lb M1*: ¿ru^ífoixjiv r. || 33. f¡ K ( ci
Moluiit Bywater (auotore Victorio).
44

zoso no hacerlo. Pero el morir por huir de la pobreza o del amor o de


algo doloroso, no es propio del valiente sino más bien del cobarde;
porque es blandura rehuir lo que es penoso, y no sufre la muerte por
ser noble, sino por rehuir un mal.

E l valor es, pues, algo de esta índole; pero se da también este nom­
bre a otras cinco formas. En primer lugar, el valor cívico,- que es el
más parecido. Los ciudadanos parecen soportar los peligros por causa
de los castigos establecidos por las leyes, las censuras 7 los honores,
7 por esta razón parecen ser los más valientes los de aquellas ciudades
en las cuales los cobardes son deshonrados y los valientes honrados.
Tales son los que nos presenta Homero, como Diomedes y Héctor:

Polidamas será el ‘primero en cubrirme de reproches (4)

y Diomedes:

Héctor dirá u n din arengando a los troyanos:


E l hijo de Tvdeo huyó de m i... (5).

E sta modalidad es la que más Be parece a la que hemos explicado an­


teriormente porque se debe a la virtud; es, en efecto, resultado de la
vergüenza y del deseo de gloria (pues lo £s del honor), 7 de rehuir la
infamia por ser denigrante. En el mismo orden se podrían colocar
también aquéllos que son obligados por sus gobernantes; pero son in­
feriores en la medida en que no obran por vergüenza, sino por miedo,
7 no rehu7en lo deshonroso, sino lo penoso. Los obligan, en efecto,
los señores, como Héctor:

Aquel a quien yo sorprenda escabullándose de la batalla


N o podrá estar seguro de escapar a los perros (6).

También hacen lo mismo los que señalan puestos 7 azotan a los que
los abandonan 7 los que alinean delante de trincheras o cosas análo- 1116 t
gas: todos ellos obligan. Pero no se debe ser valiente por necesidad,
sino porque es honroso.
También parece que la experiencia de las cosas particulares es una
cierta fortaleza, 7 por eso opinaba Sócrates que la valentía es ciencia.
E sta cualidad la tienen unos en unas cosas 7 otros en otras, 7 así en

(4) ¡liada, XXII, 100.


(6) Iliada, VIII, 148.
(8) Iliada, II, 301. Las palabras son de Agamenón.
45

troAAá KEvdt t o u TroAépou, & páAiara CTUvecopáxacnv oú to i*


qjoctvovToa 6 f) < 5cv6 peToi, óm o ú k Taaaiv ol áAAoi olá éanv.
e I t o m)ifjotxi K al pf| ttoOeTv páAiora B ú v o v to i ék T fjs épirei-
10 pías, Suvápevoi xP^ícr® oa TO‘S ó ttA o is Kal T o ia C h a ?xoVT£5
ÓTroIa &v eít| K al irpój t ó Troifjaai Kal irpós t ó pf| ttoOeTv
KpccTiora’ cZxmep oúv ávóirAois cbirXiCTpÉvoi p á x o v T a t Kal
<3c6ATiTal IBtcÓTais* Kal yáp év toT s t o i o ú t o i s áyaxnv oúx
ol ávSpEtÓTOTOi uaxiUcÓTorrot eiaiv, áAA’ ol páAiora laxúov-
15 t e s Kal Tá acopara fip io T a ?xoVT£S- ol crrpancÓTcn Sé Set-
Aol ytvovTO i, ó t o v úmpTEÍvi^ ó kívB u vos K al XelircovTat t o í s
TrÁ^Ocai Kal toT s TrapaaKeuaís’ irpcÓTOi yáp «pEÚyoua», T á
8 é TroA m K á p évovT a árro0v^aK£i, ó irsp k ó ttI tc o ‘ Eppaíco
auvápT). t o í s yáp ataxpóv t ó <peúyelv K al ó ©ávcrros
20 Tfjs TOiaÚTris aan-ripías alpeTCÓTEpos- o! 8é Kal é§ ápxfjs
éKlvBÚVEUOV ¿JS KpEÍTTOUS ÓVTES, yVÓVTES 8 é <p£ÚyOUCTl, TÓV
0 á v a r o v paAAov t o u a la x p o u 9 ofJoúpevot' ó 6 ’ ávBpeTos oú
to io u to s . Kal t ó v Oupóv 8 ’ érrl t Í ) V ávSpEÍav < p é p o u a iv
ávSpsiot y á p elvai Sokoucti Kal ol 8 iá dupóv «orrep T á 0 T|pía
25 Érrl to ú s TpcoaavTas 9 epópEva, 6 n Kal ol ávSpEtoi 0 upoei8 eIs’
liT|TiKc»yTaTOv y á p ó 0 u pós irpós to ú s kivBúi/ous, ó 0 ev Kal
'O pripos «oOévos SppaAfi Oupco» Kal «pévos Kal 0 u póv lyEi-
pE» Kal «Spipú 6 ’ á v á fiTVas pévos» « a l «fjEO E vaípa‘ » irá v -
T a y á p t ¿ T o i a u T a I o ik e OT|paíVEiv t Í | v toO 0 upoO fyEporv
30 Kal óppi'jv. ol pév oúv ávSpEloi 8 iá t ó KaAóv irpárrouCTiv,
ó Bé 0 upós auvepyel oútoTs* T á ©Tipia 8 é 8 iá A úttt|v 8 iá
y á p t ó -rrATiyfjvai ^ 8 iá t ó <pop£la0 a i, érrel éáv y e év úAij
[f| év §Aet] oú TrpooépxovTai. oú 'SVj écrriv ávSpEÍa Biá
tó ú tt’ á A yq S ó vo s Kal 0 upou é^eAauvópeva Trpós t ó v kívSu-
36 vov áp pav, oúOév t c ó v B eivcov i r p o o p c o v r a , érrEl oútco y e k & v
ol 6 voi ávSpetoi e íe v tteivóóvtes ' t u t t t ó p e v o i y á p oúk á 9 i-
1117 o o ra v T a i Tfjs vo p fjs- Kal ol p o ix o l 8 é 8 tá tÍ|v ém 0 vpiavT|
ToApTipá -rroAAá Spcócrtv. [oú 81*1 é a riv ávBpela T á 81* áA -
yr)6óvos fj Oupou é^eAauvópEva irpós t ó v KlvSuvov.] 9 UCT1-
K co T á rr) 8* Eo ik e v f| 8iá t ó v 0 u póv eívat, Kal TrpoaAapouaa
fi irpoaipEoiv « al t ó o ú ÉveKa ávBpeía Elvai. Kal ol 6 v 0 pcorrot

1X17 a 2. oú—3. xlvftuvov om. Kb. || 13. xpá-na-roi Kb: xpcl-rrouc ▼nlg- II 14.
$viradctv Asp.: ávTinaOctv oodd. 11 16. xal (tí) qniviftcva Kfcr . || 20.
fy Bywater» f¡ Kfc T: xal V 1 M".
45

las de la guerra los soldados. En efecto, en la guerra parece haber mu­


chos temores vanos, que ellos comprenden, mejor que nadie, 7, en con­
secuencia, aparecen como valientes porque los demás no saben de qué
se trata. Además pueden atacar 7 defenderse mejor que nadie gracias
a su experiencia 7 porque saben servirse de las armas 7 tienen las
más eficaces posibles tanto para atacar como para defenderse, 7 así
luchan como armados contra inermes o como atletas contra aficiona­
dos; en efecto, en tales contiendas no son los más valientes los que me­
jor luchan, sino los más vigorosos 7 que tienen los mejores cuerpos.
Los soldados se vuelven cobardes cuando el peligro es demasiado
grande o son inferiores en número o en equipo; en este caso son los
primeros en huir, mientras que las fuerzas de ciudadanos resisten hasta
la muerte, como sucedió en el templo de Hermes (7), porque para
ellos la huida es vergonzosa 7 es preferible la muerte a semejante sal­
vación. Los soldados profesionales, en cambio, se arriesgan al princi­
pio cre7endo ser más fuertes 7, al darse cuenta de la realidad, hu7en,
porque temen la muerte más que la vergüenza; el valiente no es así.
También algunos inclu7en el brío en la valentía; en efecto, pare­
cen valientes también los que briosamente se lanzan como las fieras
contra los que las han herido, porque también los valientes son brio­
sos (pues el brío es lo más impetuoso frente a los peligros). Por eso
dice Homero (8): «infundió vigor a su brío» 7 «despertó su ardor 7 brío»
y «aspirando punzante ardor por las narices» 7 «le hirvió la sangre».
Todo esto, en efecto, parece significar la excitación e impulso del brío.
Ahora bien, los hombres valientes obran a causa de la nobleza, pero
su brío coopera; las fieras, por el dolor: porque las han herido; o por­
que tienen miedo, 7a que cuando están en la selva no se acercan. No
son, pues, valientes por lanzarse al peligro empujadas por el dolor 7
el coraje sin prever nada terrible, puesto que así también los asnos
serían valientes cuando tienen hambre: en efecto, ni aun golpeándolos
dejan el pasto. Y los adúlteros, movidos por el deseo, realizan muchas 1117 a
audacias. [No son ciertamente valientes los que por dolor o coraje se
lanzan al peligro.] La valentía más natural parece ser la que es movida
por el brío, cuando se le a&aden elección 7 finalidad. Los hombres,

(7) En el templo de Hermes en Coronea, haoia 363. Cf. Bumet, ed. cit.
(8) Citas inexaotas y, como es frecuente en Aristóteles, de memoria. Alguna
no es de Homero, sino que se enouentra en Teóorito. Cf. lUada, XI, 11, XIV, 161,
XVI, 629, V, 470, XV, 232, 694; Odisea, XXIV, 318 m.
46

8Y) ópyijópEvoi pév áAyoücn, npeopoúpevoi 8’ ^ B o v rar ot


8é S iá TOtÜTa paxóp svoi p á x ip o i pév, o ú k ávSpeíoi Sé- o ú
y á p Sióc t ó KaAóv oú8’ cbs ó A óyos, áA A á 8iá ir á 9os# Tra-
paTrAi'iaiov 8’ ? x oUCTl "H- oúSé 8Y| ol eúéAinSes óvtes á v -
10 SpeTor 8iá y á p t ó iroAAáKis Kal ttoAAoús v£viKT]Kévoa 6a p -
poOcnv év t o ís kivSúvois- irap óp oioi 8é, ó ti áp<pco 6a p p a -
Aéor áAA’ ol pév ávSpeíoi 8iá T á irpÓTepov eipTipéva 6a p -
paAéoi, o ! 8é S iá t ó oíeoflai K páncrroi elvai Kal pqdév á v
ttoSeív. to io O to v 8é u o io ú a i Kal ol peQucrKÓpevor eúéAin-
15 8es y á p yívo vT ai. ótcxv 8é oútoTs pf) aup^ fj T á TOiaCrra,
«pEÚyovaiv ávSpEÍou 8’ fjv T á (po^epá á v 9 pcínrcp ó v r a Kal
qjaivópEva vnropévEtv, ó n KaAóv Kal a ía x p ó v t ó pr'). 8ió Kal
ávSpEiorépou 6okeT sívai t ó év t o ís al<pvi8{ois <pó|3ois 090-
Pov Kal á T á p a x o v elvai ^ év to Is irpoBi^Aois- á ir ó luscos
20 y á p paAAov fjv, ó n fjTrov éK TrapaaKEufjs- T á irpo9 avfj pév
y á p k&v éK A o ytap o u Kal A ó yo u t i s irpoéAoiTO, T á 8’ é§aÍ9 -
VT)S K a rá Tfjv I^iv. ávSpEloi Sé 9 aívovTai Kal ol á y v o o ü v -
TES, Kal éIctIv OÚ TTÓppCO TCÓV EÚeAiTÍScOV, X£fp °u í 8’ óaco
á£ícopa oúSév 2x o u a iv > éralvoi Sé. Sió Kal pévouai Tiva
25 xpóvov* ol 8’ f|uaTT|pévoi( éáv yvcó aiv ó n érEpov ú iro-
iTTEÚacoCTi, 9 EÚyouCTiv óirep ol ’ ÁpyEíoi frra6ov irepiTreaóv-
te s t o ís AáKCoaiv eos ZtKUCovíois. o! t e 8fj ávSpsíoi EÍpr|VTai
TTOÍOÍ TIVES, Kal Ol BoKoOvTES ávSpEÍOl.
9 Fíepl 0 áppri Sé Kal 9ÓP0US f) ávSpsla oúaa oúx ópoícos
30 uEpl áp9co éorív, áAAá paAAov irepl Tá 9ofÍEpá- ó yáp év
t o ú t o i s áTápaxos K a l Trepl t o u 6 ’ cbs 8ei ix^v ávSpeíos pfiA-
Aov ó irepl Tá SappaAéa. Tcp Si*) Tá Auirnpá úiropévEiv,
cbs EÍpriTai, ávSpEíoi Aéyovrai. Sió Kal éirlAuirov f| ávSpela,
Kal SiKaicos éiraiVÉÍTai' xa ^eiTc^T6Pov Y°P T& Auirripá vrro-
35 péveiv f| t c ó v f)8écov árréxEodai. oú pfjv áAAá S ó ^ e iev áv
1117 b E Ív ai t ó K O Tá *rf|v ávSpeiav TéAos f|6ú, úiró t c ó v kúkAcj} 6’
á 9 a v ( 3 6 o 6 a i l olov Káv t o í s yupviKoís áycóai yiveTar t o í s
yáp t t ú k t o i s t ó pév TéAos f)8ú, oú IveKa, ó oré9avos K a l a l
npat, t ó 8é TÚirreo6ai áAyeivóv, eTirep aápxivoi, Kal A u t t t i -
6 póv, Kal irás * iróvof Siá Sé t ó iroAAá t o ü t ’ elvai, piKpóv

b 0 . faouevet Muretui: úm>(tévci oodd. 11. XujnfyjCTai K b: XuncÍTaL


M b: XumjCHjocTai A*p. . .
46

ciertamente, sufren cuando están irritados y se complacen cuando se


vengan, pero los que luchan por esas causas son combativos, no vale­
rosos, porque no lo hacen por una causa noble ni según la razón, sino
por apasionamiento; tienen, sin embargo, alguna afinidad con aquéllos.
Tampoco son valientes los que son animosos: pues es por haber
vencido muchas veces y a muchos por lo que confían en medio de los
peligros; pero están muy próximos a los valientes porque unos y otros
son intrépidos; sin embargo, los valientes lo son por las razones que
antes hemos dicho; los otros, por creer que son los más fuertes y que
no les pasará nada. (Algo así ocurre a los que se emborrachan, pues
se vuelven animosos.) Pero cuando las cosas no suceden como ellos
esperaban, huyen y lo propio del valiente era soportar lo que es temi­
ble para un hombre, o lo parece, porque es honroso, y vergonzoso no
soportarlo. Por eso también parece signo de más valiente no tener
temor y mostrarse imperturbable en los peligros repentinos que en los
previsibles, porque en ese caso es más consecuencia del hábito, por
cuanto depende menos de la preparación: las acciones previsibles, en
efecto, pueden decidirse por cálculo y razonamiento, pero las súbitas
se deciden según el carácter.
Parecen también valientes los inconscientes, y no están lejos de los
animosos, pero son inferiores por cuanto no tienen ninguna dignidad
y aquéllos sí. Por eso los animosos resisten durante algún tiempo,
mientras que los que van engañados, si llegan a saber o sospechan que
las circunstancias son otras, huyen. Es lo que sucedió con los argivos
en su encuentro con los espartanos a quienes creían sicionios.
Hemos dicho, pues, cuáles son los valientes y los que son conside­
rados valientes.

E l valor se refiere a la confianza y al temor, pero no a ambos de


la misma manera, sino más bien a las cosas que inspiran temor. Es
valiente el que ante éstas se muestra imperturbable y se porta como
es debido, más bien que el que obra así frente a circunstancias que
inspiran confianza. Se llama valientes, pues, a los hombres por so­
portar las cosas penosas, como hemos dicho. Por eso también la va­
lentía es un trabajo, y con razón se la alaba, pues es más difícil sopor­
tar las cosas penosas que apartarse de las agradables. Podría parecer
que el fin de la valentía es agradable, si bien queda obscurecido por lo 1117 b
que lo rodea; así ocurre también en los certámenes gimnásticos, pues
el fin de la lucha, aquello por lo cual se lucha, es agradable— la coro­
na y los honores— ■ ; pero recibir los golpes es doloroso, puesto que son
de carne, y penoso, y todo el esfuerzo, y como estas cosas son muchas
y aquello por lo que luchan es una pequeñez, no parece encerrar nin­
gún placer. Así, pues, si ocurre algo parecido con el valor, la muerte
47

óv t ó oü IvEKa oú8év f)5u «paívETai ?X6lv* Sf) toioOtóv


éon Kal tó irepl tíjv ávBpeiav, ó pév éávcrros Kal tóc TpaCr-
MOTa Avnrnpa tco ávSpEÍcp koI «Skovti écttcxi, úiropevel Bé
aÚTÓc Óti KaAóv f| ó ti alaxpóv t ó hi*|. Kal óac¡> &v paAAov
10 tíjv áperfjv ÉX'Q Trocaav Kal eúBaipovéarEpos fj, paAAov éirl
tco OavÓTCp Av itVjoh'ia f tco TOIOÚTCOyócp páA iara jfív á£iov,
Kal outos peylarcov á y a 9cov árroorepelTai eIScós, Aurrripóv
8é toO to. áAA’ oúBév fj-rrov ávSpetos, íacos Sé Kal paAAov,
ÓTI t ó év tco TroAÉpcp KaAóv ávT* ékeívcov alpeTrai. oú Sí)
15 év árráaais Tais ápeTaís t ó f|Séa>s évepyelv Cnrápxei, ttA^v
4<p’ óctov to u téAous écpcku itia i. a r p a n cotos 8’ oúSév Tacos
KcoAúei pf) to ú s to io ú to u s Kparíorous elvai, áAAá to ú s ?¡t-
to v pév áv8pe(ous, áAAo 8’ áyaQóv pri8év é x o V T a S' «íTotpoi
y áp oútoi irpós to ú s kivBúvovs, Kal tó v piov irpós ptKpá
20 KépSt| KorraAAónrovtoi. irepl pév oúv ávBpeías éirl toctoü-
to v etpi'iaflco- t í B’ éaTÍv, oú xaAerróv rúircp ye irepiAapelv
ék tcov elpripévcov.
10 Merá Bé to ú ttiv irepl aco9poaúvr)S Aéycopev* BoKoOai
y á p tcov áAóycov pepcov oútoi elvai al ápeTaí. ó ti pév oúv
25 peaÓTT)s éorl irepl f)8ovás f) aco9poaúvri, eTprjTat f|plv* fjr-
tov y á p Kal oúx ópoícos éorl irepl Tás Aúrras* év to ís aú -
toTs 8é Kal fj áKoAaaía 9atveTai. irepl irolas oúv tcov f)8o-
vcov, vuv á9opíacopev. Bii^pi^aOcoaav 8f| al yvxiKal Kal al
acopariKaí, olov 91Aon pía 9iAopá6eia* ÉKÓrrepos y á p to ú -
30. tcov Xa lP£l> oú 9iAt|tikós éoriv, oúBév iráaxovTos toO aco­
paros, áAAá paAAov ttís Biavoías* ol Bé irepl Tás TOiaúras
f)6ovás oúre acÓ9poves oÚTe áKÓAaaroi AéyovTat. ópoícos
8’ 0Ú8’ ol irepl Tás áAAas óaai pf| acoporriKaí eloiv* to ú s
y á p 9iAopú6ous Kal BiriyriTiKoús Kal irepl tcov tvxóvtcov
35 KaTaTpípovTas Tás f|PÉpas áBoAéaxas, ¿KoAáorous 8’ oú
11180 Aéyopev, oú8é toús Auiroupévous éiri xPÍPaOTV ^ 9ÍAois.
irepl Bé Tás acopariKás cír| &v f) aco9poaúvr|, oú irá a a s 8é
oúBé Taúras* ol y á p xa lpovT£S toís Siá Tfjs óvf/ecos, olov
Xpcopaai Kal ax^pacn Kal ypa9r¡, oúre acíxppoves oúte áxó-

1118 a 12. Kb: xal Lb Mb r. || 13.¿m0uti7)(iáT<ov Kb Asp.: tmdu^uSv Lb M*1:


im6u|ii)T£fo r || 16. ■roÚT<jj. T: toútwv Kb L“ M11 ouí’év K* T:
o i í i Tulg. || 22. eúpúv sectas. Susemihl. || 28. ^uXtúV K6 Lb. || 32.
port tic «piXA^rvoí i épú^io; Kb r .
47

y las heridas serán penosas para el valiente 7 contra su voluntad, pero,


las soportará porque es hermoso, 7 es vergonzoso no hacerlo. Y cuanto
más posea la virtud entera 7 más feliz sea, tanto más penosa le será
la muerte, pues para nn hombre así la vida es más preciosa que para
nadie 7 un hombre tal tendrá conciencia de privarse de los ma7ores
bienes, 7 esto es doloroso. Pero no por eso será menos valiente, sino
quizá más, porque preferirá en la guerra lo glorioso antes que aquéllos.
Así, pues, no todas las virtudes pueden practicarse con placer, excep­
to en la medida en que se alcanza el fin. Y es mu7 posible que no sean
esos hombres los mejores soldados, sino los que son menos valientes,
pero no poseen ningún otro bien; éstos, en efecto, están prestos a
arrostrar los peligros 7 dan su vida por poca ganancia.
Sobre el valor, baste con lo dicho. En qué consiste no es difícil
comprenderlo, al menos esquemáticamente, con las cosas dichas.

10

Después de esto hablemos de la templanza, 7a que éstas parecen


ser las virtudes de las partes irracionales. Y a hemos dicho que la
templanza es un término medio respecto de los placeres, pues a los
dolores se refiere en menor grado 7 no del mismo modo; 7 en los mis­
mos se muestra también la intemperancia. Determinemos ahora a qué
placeres se refiere. Distingamos, pues, los del cuerpo 7 los del alma,
como la afición a los honores 7 a aprender: en efecto, cada uno se
complace en aquello a lo cual siente afición sin que su cuerpo sea afec­
tado en nada, sino más bien su mente. A los que persiguen estos pla­
ceres no se los llama ni morigerados ni licenciosos. Igualmente, tam­
poco a los que buscan todos los demás placeres que no son corporales,
pues a los que son aficionados a oír historias o a narrar, o a pasarse
los días comentando cualquier sucedido, los llamamos charlatanes,
pero no licenciosos, como tampoco a los que se afligen por pérdidas de m s a
dinero o amigos.
La templanza tendría por objeto los placeres corporales, pero, tam-
48

6 A ao ro i A éyovTar K ah o i Só^etev &v elvai x a l á>s 8 eí x®t-


peiv Kal t o ú t o i s , Kal KaO’ ú rr E p p o X ^ v Kal iAAeivfnv. ópolcos
8 é Kal év t o í s trepl t í j v áK O i'iv t o ú s y á p úirepPe|i)Ar|pévcús
Xaípoirras péAeaiv f) úiroKpíaei oúQels áK oA áorou s Aéyei,
oú 8 é t o ú s ó s 6 e í a Ú 9 povas. oú 8 é t o ú s irepl t Í ) v óapi^v,
10 irAfiv K c rrá o v h ( 3 e |3 t|k ó s ’ t o ú s y á p xalpoirras pi^Acov f | £ ó -
6 cov f| OupiapáTcov ó a p a is oú Aéyopev áK oA áorou s, áA A á
paAAov t o u s púpcov f| óycov* x a ÍPOUCTl y á p t o ú t o i s ol jJckó-
A aa ro i, ó t i 8 iá t o ú t c o v á v á p v T io i s y ív e ra i o ú t o í s t c o v ém -
0 upr|páTcov. l 8 oi 8 ’ á v t i s Kal t o ú s áAAous, ó t o v ireivcoori,
15 x a i p o v T a s T a i s t c ó v ppoopáTCov óapais* t ó 8 é t o i o ú t o i s
Xaipeiv áKoAáorou" to ú tc » ) y á p É7n0upTI|p a T a T a C n a . o ú k
§ o t i 8 é oúS' év t o í s áAAois j ú o i s K o rrá t o ú t o c s T á s alaOriaeis
fiS o v f] ttA t)^ K a rá aup| 3e|3r|KÓs. oú 6 é y á p T a i s ó a p a is t c o v
A aycow v a l KÚves x a lp °UCTlv áA A á Tfj ppcóo-ei, t^ v 8 ’ aícr&r|-
20 ctiv f) óapf| É7rolr|CT6v oú 8 ’ ó Aécov t í ) 9 covf¡ t o ü (J o ó s áA A á
t t ¡ é8co8r¡’ Ó ti 8 ’ é y yú s é o r i , 8 iá Tfjs 9tovfjs fjcrOeTO, Kal
Xalpeiv 8 f) toútt^ 9aíveT ar ópolcos 8 ’ oú 8 ’ IScov «f) [eúpcov]
ÉAa90V f) fiyp io v a ly a ,» áAA’ ó n fJopáv i£ei. irepl Tás
ToiaÚTas 8 ’ f)8o vá s f | a c o 9 p o a ú v q Kal f | Ó K o A a a ia é o r l v <2>v
25 Kal T á A oiirá j a i a Koivcovel, 60 ev ávSpairoScbSeis Kal 0T|pico-
8 e is 9 a ív o v T a i* a ú r a i 8 ’ e l a l v á 9 Íj Kal yeüais. 9 a í v o v r a i Sé
Kal T tj yeÚCTEi éirl piKpáv f\ o úO év xpfjaOon' T fjs y á p yeú-
aecbs I o t i v f| Kpíais t c ó v x^pcóv, órrep t t o i o u o i v ol t o ú s ol-
vous 8 o k i p á jo v T E s Kal T á óvf*a ápT Ú ovT E S' o ú Trávu 8 é x°cl-
30 p o u ai t o ú t o i s , o ú x ol y e áKÓAaoroi, áA A á t t ¡ árroAaúcrei,
f\ ylvera» i r a c a 8 i’ á 9 f j s Kal év o i t I o i s Kal év t t o t o I s Kal t o í s
á 9 poSt(7 Íois Aeyopévots. 8 ió Kal t)ú£otó t i s áiyo 9 á y o s cov
t ó v 9 á p u y y a oútco penepórepov yep á vo u yevéoflai, ¿>s f|8 ó-
1118 6 pevos T fj ¿ 9 fj. KOivoTárn 8 f) tcóv alcr&i'icrecov KaO’ t^v f) á x o -
Aaala* Kal 8 ó§eiev á v SiKaicos érroveíBioros elvai, ó t i o ú x í
ávOpcoirol éapev úirápxei, áAA’ f¡ 3 coa. t ó 8 f) to io ú to is x<*í-
peiv Kal p á A io ra á y a ir a v 6 ripicó8 es. Kal y á p a l éAeudepico-
e rcrrai tcov Eiá T fjs á 9 fjs f|8ovcóv á 9 iJpT|VTai, oíov a l év t o ís
y u p v a a lo is 8 iá T p l^ ecos Kal T fjs éep p aalas y iv ó p e v a r oú
y á p irepl ira v t ó acop a f| t o u áKoAácrrou á 9i“| ,á A A á irepl

6 17. I<iK irXi)a<K¡i Kb. || 30. OÚ81 áxAXaaxoí Kb T: áx&XaaTo; Sé Lb iP


48
poco todos ellos; pues a los que se deleitan con lo que se ve por los
ojos, como los colores, las formas y el dibujo, no se les llama ni mori­
gerados ni licenciosos, sin embargo podría parecer que puede gozarse
de estas cosas como es debido, o con exceso o defecto.
Análogamente con los placeres del oído. A los que se deleitan ex­
cesivamente con las melodías o la representación escénica nadie los
llama licenciosos, ni morigerados a los que lo hacen como es debido.
N i a los que disfrutan con el olfato, salvo por accidente: a los que se
deleitan con los aromas de frutas o rosas o incienso, no los llamamos
licenciosos, sino más bien a los que se deleitan con perfumes o man­
jares. E n efecto, los licenciosos se deleitan con éstos porque les traen
a la memoria el objeto de sus deseos. También puede verse a los de­
más, cuando tienen hambre, deleitarse con el olor de la comida; pero
el deleitarse con tales cosas es propio del licencioso, porque para él
son objeto de deseo.
Tampoco para los demás animales hay placer en estas sensaciones
excepto por accidente, pues los perros no experimentan placer al oler
las liebres, sino al comerlas, si bien el olor hace que las perciban; tam­
poco el león lo experimenta con el mugido del buey, sino al devorarlo;
pero se da ouenta de que está cerca con el mugido, y por eso parece
experimentar placer con él; y del mismo modo, tampoco por ver «un
ciervo o una cabra montés» ( 9), sino porque tendrá comida.
Sin embargo, la templanza y el desenfreno tienen por objeto los
placeres de que participan también los demás animales, placeres que
por eso parecen serviles y bestiales, y éstoB son los del tacto y los del
gusto. Pero el gusto parece usarse poco o nada, porque lo propio del
gusto es discernir los sabores, lo que hacen los catadores de vinos y
los que sazonan manjares, pero no experimentan placer con ello, al
menos los licenciosos, sino en el goce efectivo, que se produce entera­
mente por medio del tacto, tanto en la comida como en la bebida y
en los placeres sexuales. Por eso un glotón pedía a los dioses que su
gaznate se volviera más largo que el de una grulla, por atribuir al
contacto el placer que experimentaba.
Por tanto, el más común de los sentidos es el que tiene que ver con n i g &
el desenfreno, y con razón se censura éste, porque se da en nosotros
no en cuanto somos hombres, sino en cuanto animales. E l complacer­
se, pues, en estas cosas y amarlas sobre todas las demás es propio de
bestias; y se exceptúan, en efecto, los más nobles de los placeres del
tacto, como los que se producen en los gimnasios mediante las fric­
ciones y el calor; pues el tacto que afecta al licencioso no es de todo el
cuerpo sino de ciertas partes.

(9) IUado, m , 24.


49

11 Tiva pípr^. Tuv 6* émOupicov a! pév Koival Sokoüctiv elvai,


a! 5’ ISioi Kal érrí0ETor olov f| pév tt¡s xpo<p^s 91/atKiV
io iras y á p érnGvpel ó évSefjs ^npas f| úypas Tpoqjfjs, ¿ t é 5 é
áp<po!v, Kal eúvfjs, <pr)alv 'Opripos, ó véos Kal áKpájcov t ó
Sé toiSctSe f| TOiaaSe, oÚKén irás, oúSé t g ó v o ú t ó ó v . Bió
«paíVETat fip É T tp o v E lv a i. oú pf)v áAA’ ?xel 11 Kal 9 u c t i k ó v
§TEpa y á p ÉTÉpois éorlv f|8éa, Kal Ivia rrácnv f|8Ico t c ó v t u -
16 x¿VTCOV- ¿v pÉv oúv Tais 9UO-iKaTs ém0v/piais óAíyoi áp ap -
Távouai Kal §9* í v , érrl t ó ttAeíov t ó y á p éct61eiv T á t u -
XÓvra f) irivEiv 2cos áv Cnrep7rAr)cr&r¡, úrrEpfiáAAEiv éorl t ó
K O T á 9Úcnv t c o irAi^Oer ávarrAi'ipcoais y á p T fjs évBelas f |
9uaiKfi Ém0upía. Sió AéyovTai o ú t o i yaoTplpapyot, <¡>5
20 ira p á t ó Séov rrÁ'npoOvTES a ú n ‘|v. t o i o G t o i Sé yívovTai o!
Aíav ávSparToScóSeis. m p l 8É Tás ISÍas t c ó v f|6ovcóv rroA-
Aol Kal ttoAAoxgós ápapTávouaiv. t c ó v y áp 9iAotoioútcov
AEyopévcov f| t c o x^peiv oís P^l Sé!, f| t c o paAAov f| cbs ol
ttoAAoI, pf) cbs SeT, KOTá rrávTa 6* ol áKÓAaorot úm p^áA -
36 Aouonv* Kal y á p x°rfpov/aiv Évíois oís oú SéI (p»oT|Tá y áp),
Kal eí Tiai Se! x°rfpeiv t c o v t o i o ú t c o v , paAAov f| Seí Kal f| cbs
ol iroAAol xa lpov/otv. f) pév 0O1/ m p l Tás f|8ovás úm ppo-
Af) ó t i áKoÁaala Kal vjyeiaóv, SfjAov m p l 6 é Tás Aúrras
oúx ¿óomp érrl Tfjs ávSpElas t c o úrropéveiv AéyeTai aÓKppcov
30 oúS’ áKÓAaaros t c o pi'i, áAA’ ó pév áKÓAacrros t c o AvmloGai
paAAov fj SeT ó n t c ó v f|8écov oú iv y x áv ei (Kal t í j v Aúrrnv Sé
tto ie I aÚTcjj f) i’iS o v i'i), ó Sé 0x09pcov t c o pf) AumToQai r r j
árrouaiqr Kal t c o árréxÉo6ai t o G f|Séos.
1110 a ‘O pév oúv áKÓAaoTos émOupe! tcóv í|8écov rrávTcov ^
tcóv p á A io ra , Kal áyeT ai úrró Tfjs ém Suplas oóote áirrl tóóv
áAAcov toOQ’ alpE laéar Sió Kal A um ÍTai Kal á ir o r u y x á -
vcov Kal ém 0 u p co v p etó Aútitis y á p f| érn0 upla* áTÓTrco
6 6* íoike t ó 61’ f|Sovf|v A um laO ai. éAAÉlrrovTEs Sé T á m p l
T ás fjSovás Kal fj-rrov Sé! xalpovTES oú rrá v v y ív o v T a r oú
y á p ávOpcornKi^ é a n v f| TOiaúrq á v a io 0 t|CTÍa‘ Kal y á p T á
A o in á 3¿5a SiaKplvEi T á Ppcbpara, Kal to Is pév xaipei to !s 8’
oú* el Sé tco pr|6Év é o n v f|Sú 6ia 9 épei ÍTEpov ÉTÉpou, rróp-

1119 a 20. ¿Cla(] ofalac Kb. || 26. USiov Kb JP r . || 28. éxofotov T: ipcux-riv
K^ L4 M \ || 20. <tM¡ Bekker: aÜrr, ood¿
49

11

De los deseos, anos parecen ser comunes, otros peculiares y ad­


venticios; por ejemplo, el de alimento es natural, porque todo el que
tiene necesidad de él apetece alimento sólido o líquido, y en ocasiones
ambos, y la unión camal, dice Homero (10), el joven que está en la
flor de la edad; pero no todos apetecen tal o cual cosa, ni las mismas.
Por eso parece que estos apetitos son algo nuestro. Sin embargo, tie­
nen también algo de natural, porque para unos son agradables unas
cosas y para otros otras, y algunas son para todos más agradables
que las corrientes.
Ahora bien, en los deseos naturales pocos yerran, y en un solo sen­
tido, el exceso, pues el comer o beber cualquier cosa hasta la repleción
es exceder la medida natural, ya que el deseo natural es la satisfacción
de la necesidad. Por esto los que hacen eso son llamados tragones, por­
que se llenan la panza más de lo que es menester; y se vuelven así los
que son de índole demasiado servil.
Pero respecto de los placeres peculiares son muchos los que yerran,
y de muchas maneras, pues mientras los que se llaman aficionados a
esto o lo otro reciben ese nombre o por encontrar placer en lo que no
se debe, o más que la mayoría, o como no se debe, los licenciosos se
exceden en todo: en efecto, encuentran placer en lo que no se debe,
por ser cosas abominables, y si en algunas de ellas debe uno compla­
cerse, se complacen más de lo debido y más que la mayoría. Es, pues,
evidente que el exceso respecto de los placeres es desenfreno y censu­
rable. En cuanto a los dolores, no es por soportarlos— como en el caso
de la fortaleza— por lo que se llama a alguien morigerado, ni licencioso
por no soportarlos; sino que el licencioso lo es porque se aflige más de
lo debido cuando no alcanza los placeres (y es el placer el que le pro­
duce el dolor), y el morigerado porque no se aflige por la falta y absti­
nencia de lo placentero.
Así, pues, el licencioso apetece todos los placeres o los más pla­ 1110 a
centeros, y su apetito lo lleva a preferirlos a todos los demás. E sta es'
también la razón de que sienta dolor tanto cuando no los consigue
como cuando los desea, porque el apetito v a acompañado de dolor,
aunque parezca absurdo sentir dolor a causa del placer. Personas que
pequen por defecto respecto de los placeres y se complazcan en ellos
menos de lo debido, apenas existen, porque tal insensibilidad no es
humana; incluso los animales distinguen los alimentos y encuentran
placer en unos y en otros no. Si para alguien no hubiera nada bueno,
o fuera completamente lo mismo una cosa que otra, estaría lejos de

(10) I U a d a , X X I V , 129.
50

io peo &v eTt| to u ávOpcoTTOS elvar oú téteu /e 6’ ó to io ü to s


óvóparos 8iá t ó pf| irávu yíveaSai. ó 8é acÓ9pcov péacos
pév Trepl tocC/t* ?xe,‘ r ¿ P flSerai oís páA iora ó ókó-
Aacrros, áAAá paAAov SuaxEpaívEi, oú5’ óAcos oís pf| oú8é
aq>ó5pa toioútc¡> oúBeví, oút* árróvTCov AutteItoi oú8’ ém-
15 0u(íeí, f| prrpícos, oú8é paAAov ^ Sel, oúS* óte pf| Bel, oú8*
¿Acos tcov toioútcúv oúSév* ó o a 8é Trpós úyleiáv éomv
irpós eúe^íav f|8éa óvTa, toútcov ópé^erai perpícos Kal cbs Sel,
Kal tcov SAAcov f|8écov pf| éixrroSícov to ú to is óvtcov fj irap á
t ó KaAóv ^ ÚTrÉp TÍf|v oúaíav. ó y á p oútcos ?xwv paAAov
20 áyanqc Tás TOiaÚTas f|8ovás ttís á^ías* ó Bé ac¿9pcov oú
toioOtos, áAA’ cbs ó ópOós Aóyos.
12 ‘ EKOuatco Sé paAAov Ioikev f) áxoAacría Tfjs SeiAías. fi
pév y á p 8i* í|8ov^v, ^ 8é 8iá Aúttt|v, cbv t ó pév alp eróv, t ó
8é 96UKTÓV Kal f) pév Aúttti i£ícrrr]oi Kal 9dEÍpEi Tf|v to u
26 Ix o v to s 9 Úaiv, f) 8é f|8ovf| oúSév to io O to ttoieI. paAAov Sí)
éKoúaiov. 8ió Kal érrovEiSioTÓTEpov- Kal y á p é6iCT6f¡vai
£gov Trpós aCrrá* iroAA á y á p év Tcp pico T á TOiaüpa, Kal ol
édiapol á x ív 5 uvoi, érrl 8é t u v 9ofjepcov ávárraA iv. 8ó£eie
8* &v o ú x ópoícos éKoúaiov f| BeiAía elvai to ís Ka9 ’ ékootov*
30 aCrrf) pév y á p áAurros, TaÜTa Sé S iá Aútit|v é^ícm ioiv, coote
Kal T á órrAa (Siuteív kqI TfiAAa ácrxTipovelv' 8ió Kal Bokeí
p ía ia elvai. Tcp 8’ áKoAáorcp ávárraA iv T á pév kcx6’ é x a o ra
ÉKoúona (émOupoüvTi y á p Kal ópeyopévco), t ó 8’ óAov ?¡t-
to v oúOeIs y á p érridupeí áKÓAaoTos eIvoi. t ó 8’ ó v o p a Tfjs
36 á x o A a a ía s Kal érrl T á s iraiSiK ás ápap-rías 9 épopev ?x ou ai
1119 6 y á p Tiva ó p o ió n iT a . irÓTEpov 8’ á ir ó irorép ou koA eítoi,
oúdév Trpós Tá vuv 8ia 9 épEi, BfjAov 8’ ó n tó ú orsp ov árró
TOU TTpOTÉpOU. OÚ KOKCÚS 8’ folKE pETEVT|Véx9a r KEKOAá-
ctQoi yáp 8éI tó tcov ataxpwv ópEyópevov Kal iroAA^v aú^T)-
5 env íx ov>toioutov 8 é páAicrra f| ÉmOupla Kal ó irtíls* xorr-
émOupíav yáp 30x71 Kal Tá TraiSla, Kal páAitrra év toútois
toO f|6éos ópE^ts- el oúv pf| farai eúrreidés Kal úttó tó
ápx°v, érrl ttoAú ^§er óbrArio-ros yáp f| tou f|8éos ópe^iS
Kal iravTaxó0£V t£> ávoiYrc¡>, Kal f| Tfjs érriSuptas évépyeia
10 aO^ci tó auyyEvés» k&v peyáAai Kal oxpoSpal áwi, Kal tóv
Aoyiapóv éxKpoúoumv. 81Ó 8eí pETpías elvai aCrrá; Kal óAi-
yas, Kal t $ Aóycp pr^év évavnoC«T0ai —tó Sé toioütov eú-
50

ser un hombre. Tal persona carece de nombre porque difícilmente


existe. £1 morigerado es el término medio entre estos extremos, pues
no se complace en lo que más se complace el desenfrenado sino que
má« bien le disgusta, ni en general en lo que no debe, ni en nada con
exceso, y cuando estas cosas le faltan no se aflige ni las apetece, o
sólo moderadamente, y no máa de lo que debe o cuando no debe, ni
en general ninguna de estas cosas; lo que es agradable y conduce a la
salud o al bienestar, lo deseará moderadamente y como es debido, y
lo mismo las demás cosas agradables que no son obstáculo para ellos,
o no van contra lo noble o exceden de sus recursos, porque el que así
se conduce ama más esos placeres que la dignidad, y el morigerado
no es así, sino que se deja guiar por la recta razón.

12

E l desenfreno parece más voluntario que la cobardía; en efecto, el


primero tiene por causa el placer, la segunda el dolor, y el placer se
elige mientras que el dolor se rehuye. E l dolor además altera y des­
truye la naturaleza del que lo tiene, pero el placer no hace nada de
esto. Es, por tanto, más voluntario y por eso es también más censu­
rable. Es más fácil acostumbrarse a estas cosas, pues se dan muchas
así en la vida y los que se acostumbran a ellas no se exponen a peli­
gros, mientras que con las cosas temerosas ocurre lo contrario. Podría
parecer que la cobardía no es voluntaria de la misma manera que sus
manifestaciones concretas, porque ella de por sí no va acompañada de
dolor mientras que en aquéllas nos saca de quicio el dolor, hasta el
punto de arrojar las armas y cometer otras acciones vergonzosas; y
por eso parecen ser forzosas. En el caso del licencioso, por el contrario,
las acciones concretas son voluntarias, pues las realiza porque las ape­
tece y desea, pero el carácter general lo es menos, ya que nadie desea
ser licencioso.
Aplicamos también el nombre de intemperancia a las faltas de los
niños, y tienen efectivamente cierta semejanza. Cuál ha recibido su
nombre de cuál es cuestión que ahora no nos interesa, pero es eviden­
te que el posterior del anterior. La traslación no parece haberse verifi­
cado sin motivo: hay que templar o frenar, en efecto, todo lo que as­
pira a cosas feas y tiene mucho desarrollo, y tal condición se da prin­
cipalmente, en el apetito y también en el niño; porque los niños viven
según el apetito, y en ellos se da sobre todo el deseo de lo agradable;
por tanto, si no se . encauza y somete a la autoridad, irá muy lejos,
porque el deseo de lo placentero es insaciable e indiferente a su ori­
gen en el que no tiene uso de razón, y la práctica del apetito aumenta
la tendencia congénita, y si son grandes e intensas desalojan el racio­
cinio. Por eso los apetitos deben ser moderados y pocos, y no oponerse
51

TreiOés XéyopEV Kal KEKoXaapávov— úoirep t ó v iraZSa Sel


Kcrrác t ó irpócrror/pa t o u TraiSaycoyoü jfjv, o ú t c o K a l t ó Ém-
15 6 u (it | t i k ó v K a r á t ó v Aóyov. 8ió 8el t o u acÓ9povos t ó frn-
Ov(Jir)TiKÓv auiupcovElv tco Xóycp- ctkottós y á p áijupolv t ó
KaXóv, Kal émOuiiel ó aúxppcov <í>v 8eí Kal eos 8 eI Kal ó t e *
o ú t c o Sé itim e t K a l ó Xóyos. t o ü t ’ o ú v f)|ilv ElpVjofko irepl

oaxppoaúvrjs.
51

en nada a la razón— esto es lo que llamamos estar encauzado 7 re­


frenado— , 7 lo mismo que el niño debe vivir de acuerdo con la direc­
ción del preceptor, así los apetitos de acuerdo con la razón. Por eso
los apetitos del hombre morigerado deben estar en armonía con la
razón, pues el fin de ambos es lo noble, 7 el hombre morigerado ape­
tece lo que debe 7 como 7 cuando debe, 7 así también lo ordena la
razón.
Esto es, pues, lo que teníamos que decir sobre la templanza.
A.

Aéycopev 6’ é£fjs irepl éAeuOepiÓTqTos. Soxel 8Y| elvai f|


irepl xp^Mora peCTÓrns' éiraivelTai y á p ó éAeuOépios oúk év
to Is iroAepiKoís, oú8’ év oís ó ac¿9pajv, oú8’ aú év to ís xpl-
26 aeaiv, áAAá irepl Sóoiv xP^lP^w v Kal Afjvptv, paAAov 8’ év
tt¡ Sóaei. XP1*!pora 8é Aéyopev irávTa Sacov fj á f ía vopl-
a p a ri prrpelTai. ?cm 8é Kal f| á a a rrla Kal f| áveAeudepta
irepl XP1^Marrot úiTEpPoAal Kal éAAelyeis* Kal xí)V pév áve-
AeuOepíav irpoaárrTopev áel to ís paAAov f| 8eí irepl x p ^ p a ra
30 o-rrouBájouoi, TÍ|V 8’ áacoTÍav ém<pépopev évíore aupirAé-
KovTes* to ú s y á p áKpaTeis Kal els áKoAaaíav 8arravT|poús
áccoTous KaAoOpev. 8ió Kal qxxuAórocroi Bokoüow elvar
iroAAás y á p á p a KaKÍas fxouoiv. oú oIkeícos irpooayo-
peúovTai- poúAeTai y áp ¿ácoros elvai ó §v kokóv éxcov* T¿>
1120 a <p6e(peiv -rf|V oúctíov ácrooTos y á p ó Si’ airróv áiroAAúpevos,
SokeI 8’ árrcóAeiá n s aú ro ü elvai Kal Tfjs oúaias 90opá,
cbs Toü jfjv 8iá toútcov óvtos. oútco 8f| tíjv áacoríav IkBb-
X¿pe0a. dbv 8’ éorl xpeía, i o n to ú to is xpf¡CT®a i KC^ eú Kal
5 kokó&s" ó ttAoütos 8’ éorl tcóv XPT1° '^ CÚV‘ ¿Kácrrcp 8’
ápioTa xpfjrai ó ?xcov T#iv irepl to ü to ápen^v Kal irAoú-
tco 8í) xp^^eroti á p io ra ó ?xcúV ra p l Tá xpi’jp a ro ápe-
t t |v oútos 8’ éoTlv ó éAeu6épios. XP^0,1? 8’ elvai SoKel
Xpripárcov Bairávri Kal Bóais* f| 8é Afjyts Kal f| 9uAokíj
io KTfjo’is paAAov. Bió paAAóv éo n to ü éAev6ep(ov t ó SiBóvat
o í s 8el fj Aap^áveiv 66ev 8el Kal pf) Aap(3áveiv 66ev oú Bel.
Tfjs y á p áperf¡s paAAov t ó eú iroielv t ó eú iráo,x6,v* hsI Tá
KaAá irpárreiv paAAov Tá a ta x p á pf) irpórrEiv oúk á8r|-
Aov 8’ ó n Tf¡ pév Sóaei h rerai t ó eú iroieív Kal t ó KaAá irpáT-

1120 a 6. to ü to ] íx a a -ro v U* M* I\ || 16. (jl-Í) om. pr. Kb M k I \ || 21.


om. Kb M" T. •
L ibro IY

Hablemos a continuación de la generosidad. Parece consistir en


el término medio respecto de las riquezas: en efecto, el generoso no
es alabado en las cosas de la guerra, ni en aquellas en que lo es el hom­
bre morigerado, ni tampoco en los juicios, sino por el modo de dar 7
tomar riquezas, sobre todo de dar. Y llamamos riquezas a todo aque­
llo cuyo valor se mide en dinero.
También se refieren a las riquezas la prodigalidad 7 la avaricia,
exceso 7 defecto respectivamente. Atribuimos siempre la avaricia a
los que se afanan por las riquezas más de lo debido, pero la prodiga­
lidad la imputamos a veces, en un Bentido complejo, porque llamamos
pródigos a Iob incontinentes 7 a los que gastan con desenfreno. Y esta
es la razón de que noB parezcan más viles, 7a que tienen a la vez mu­
chos vicios. Por tanto, no se los designa con propiedad porque el pró­
digo es el que tiene un vicio concreto, el de malgastar su hacienda; es 1120 a
pródigo, en efecto, el que se arruina a sí mismo, 7 la destrucción de
la fortuna se considera como la ruina de uno mismo porque se cree
que la vida depende de ella. Tomamos, pues, la prodigalidad en este
sentido.
De las cosas que tienen uso, es posible usarlas bien o mal, 7 la ri­
queza pertenece a las cosas útiles. Ahora bien, usa mejor cada cosa el
que tiene la virtud relativa a ella; usará, pues, mejor la riqueza el
que tiene la virtud relativa al dinero, 7 éste es el hombre generoso.
E l uso del dinero parece consistir en gastarlo 7 darlo; la ganancia 7 la
conservación son más bien adquisición. Por eso es más propio del ge­
neroso dar a quienes se debe dar que ganar de donde debe 7 no ganar
de donde no debe. E n efecto, es más propio de la virtud hacer bien
que ser objeto de ello, 7 más practicar lo que es honroso que abstener­
se de practicar lo que es vergonzoso. E s claro que el hacer bien 7 prac-
53

16 t e í i / , Tf¡ Bé Ai'ivyei t ó eú irá<jx6tv alcrxpoiTpayeTv. K a l


f) x^piS t ¿ ) S i S ó v t i , oú tg í pf| AapfWtvovn, K a l ó Éiraivos Sé
paAAov. Kal jbgov 8é tó pf| Aapelv t o u Boüvar t ó yáp
oIkeT ov f¡T T ov ir p o íe v T a i paAAov f| oú Aap|3ávouoi t ó áAAó-
Tpiov. K a l éAeuOépioi 8é AéyovTai ol S iB ó v te s ' ol 8é pf)
20 AappávoirrES o ú k els ÉAeu0epiÓTT|Ta é r r a tv o ü v T a i, AAA’ oúx
fjxrov els 8iKaioaúvr|v ol 8é AappávovTes oú8’ ÉTratvoüvTai
irávu. «piAouvTai Sé axe8óv páAiora ol éAeu6épioi t c ó v <5nr’
á p £ r f j s ‘ áxpéAtpoi y á p , t o O t o 8’ év t t ¡ B óctei. Al S é k o t ’
á p r r f j v irpáfeis K a A a l K a l t o O KaAoü IveKa. Kal ó éAeu0 é-
25 píos oúv ScboEi t o u KaAoO IvExa K a l ópdcós* oís y¿tp Set Kal
ó a a K a l o t e , x a l TáAAa ó a a § t t e t o i Tfj óp6f¡ S ó ctep K a l to c u -
T a f|Séa>s áAúrrcos- t ó y á p k<*t’ áprrí|V f|8ú ^ áAvnrov,
T ^ K io ra Sé Auirnpóv. ó 6é SiSoús oís U^l 6eT, ^ p fj t o u K a ­
AoO §VEKa áAAá Siá t i v ’ áAAt|v aM av, o ú k éAeuOépios áAA’
30 áAAos t i s ^ t i ^ c t e t o i . oúS’ ó AuTTT)pcós‘ paAAov yáp § A o it’
&v T á xp^lPorra Tfjs KaAfjs irpáfecos, t o u t o 8 ’ o ú k é A e u te -
píou. oúSé AVjvfCTai Sé Ó0 ev p f | Sel* oú yáp Io n t o u pf)
npoóvTos T á x p i ' i p a r a f | t o k x ú t t i Afjvyis. o ú k <5rv e lr | 8 é oúS*
aiTTynK Ó s" oú yáp é o n t o u eú t t o i o O v t o s eúxepéós eúepye-
TEloÓon. 66ev Sé 8el, A i'iy E T ai, oíov <5nró t< S v IS ícov K T T )pá-
11206 t c o v , oúx “ 5 KaAóv áAA’ ú>s á v a y K a T o v , ó ttc o s BiSóvai.
oúS* ápeAi^aei t í i v iSlcov, pouAópevós ye Siá t o ú t c o v Tialv
érrapKelv. oúSé t o I j t u x o u o i S g x te i, Iva éxfl BiBóvai oís 8el
K a l ó t e K a l oú K aA ó v . éAeuOeplou 8’ éorl aipóSpa K a l t ó
6 úrreppáAAeiv év T f¡ Sóaei, « o t e KaTaAeímiv ¿áureo éAáTTCO-
t ó yáp p f | pAéireiv éq>’ éavrróv éAeu6eplou. Kará t ^ v oúcríav
8 ’ f¡ IAeueepiÓTT|s AéyeTar oú yáp év Tcp irAi^fle» t c ó v 8180-
pévcov t ó lAeuQépiov, áAA’ év -r ir ¡ t o u 8 i 8 ó v t o s Ifet, o ú t t | Bé
K O T á T Í|v oúaíav BÍScocriv. oúdév Sf| kcoA úbi éAeuQepicÓTepov
ío e l v a i t ó v T á éAáTTco S i S ó v t o , éáv á r r ’ éAorróvcov SiScp.
éAeuOepicórepoi 8é elvat S o k o ü c tiv o l p f | K T T ia á p e v o i áAAá n a -
paAapóvTES T Í)v oúaíav- ónrapol t e yáp Tfjs évBetas, K a l
irávTHS áyanrcoai paAAov Tá aúrcov fpya, cooirep ol yovels
nal o l T roiT |T al. t t A o u t e í v 8 ’ oú (b<Jt6iov t ó v éAeu0 épiov, p i ^ i t
16 A t i t t t i k ó v ó v r a pf|T E (puAaKTiKÓv, TrpoenKÓv Bé K a l p f) n -
pcóvTa 8 i ’ aÚTá T á xp^para áAA’ IveKa Tfjs Bóctecos. 8 i ó Kal
éy K a A e lT a i T fl TÚX'íl ó t i o l páAiOTa á§ioi ó v r e s ^ K i o r a t t A o u -
53

ticar acciones nobles van con el dar, y el comportarse pasivamente


bien o no hacer cosas feas van con el recibir. La gratitad se tributa al
que da, no al que no toma, y el primero recibe también más alaban­
zas. E s también más fácil no tomar que dar, porque a los hombres les
cuesta más desprenderse de lo suyo que no recibir lo ajeno. T se da
el nombre de generosos a los que dan, pero los que no toman no son
alabados por su generosidad, sino más bien por su justicia, y los que
toman no reciben ninguna alabanza. Los generosos son quizá los más
amados entre los que lo son por su virtud, porque son útiles, y lo son
al dar.
Las acciones conformes a la virtud son nobles y se hacen por su
nobleza; también el generoso dará, pues, por nobleza y rectamente: a
quienes debe, cuanto y cuando debe, y con todas las demás condicio­
nes de la recta manera de dar. Y esto con agrado o bíb pesar; pues lo
que concuerda con la virtud es agradable o no penoso, en modo algu­
no doloroso. E l que da a quienes no debe o no por nobleza sino por
alguna otea causa, no es generoso, sino que se le dará algún otro nom­
bre. Tampoco el que da con dolor, porque preferirá su dinero a la
acoión hermosa, y esto no es propio del generoso. Tampoco tomará el
generoso de donde no debe, pues no es propio del que no rinde culto
al dinero tal manera de adquirirlo. Tampoco puede ser pedigüeño,
porque no es propio del bienhechor dejarse favorecer fácilmente. Pero
lo adquirirá de donde debe, por ejemplo, de sus propias posesiones, 1120 6
no porque sea hermoso, sino porque es necesario, con el fin de poder
dar. Tampoco descuidará sus propiedades, porque quiere ayudar por
medio de ellas a algunos. Ni dará a cualquiera, para poder dar a quie­
nes y cuando debe, y en las ocasiones en que está bien hacerlo. Es muy
propio también del generoso excederse en dar, hasta dejar poco para
sí mismo, pues el no mirar por sí mismo es característico del generoso.
L a generosidad se dice con relación a la fortuna, pues no consiste
en la cantidad de lo que se da, sino en la disposición del que da, y
ésta es relativa a su fortuna. Nada impide, por tanto, que sea más ge­
neroso el que da menos, si da de una fortuna menor. Pero parecen ser
más generosos los que no han adquirido ellos mismos su fortuna, sino
que la han heredado, porque por un lado no tienen experiencia de la
necesidad y, por otro, todos aman más sus propias obras, como los
padres y los poetas. Por otra parte, no es fácil que se enriquezoa el
generoso, que no es inclinado a tomar ni a guardar, sino desprendido,
54

toOoiv. au ppaívei 8’ oúk áAóycos t o ü t o - oú yáp oláv te


Xpi'lliOT’ ÍX6IV ^ ÉTTipeAÓpEVOV ÓTTCOS Extl» <SoTTEp OÚ8* Érrl
20 tc&v áAAcov. oú pf|v Scocrei ye oís oú ¿el oú8* ¿te pf| BeT,
oú8’ 5otx < 5AAa ToiaCrra- oú yáp &v Sn irpárroi Korrá t í\ v
ÉAeuOepiÓTTiTa, Kal els to u to ávaAcoaas oúk &v f x ° l 6*S &
8et ávaAlaxeiv. coarrep yáp eTpr|Tai, éAeu6épiós éomv ó Kcrrá
t íjv oúaíav Sarrocvcov Kal ctg & Bel- ó 8’ CnreppáAAcúV áaco-
26 to s. Sió to ú s T upáw ous oú Aéyopev áacíjTovs’ t ó yáp
irArjOos "riís KT^aecos oú SokeI ¡íx^Siov elvai to ís Sóokti Kal
Tais Bcrirávais úrreppáAAeiv. tt|s éAEU0epiÓTT)Tos 8f) peaó-
th tos oúaris irepl xpHP¿tcov Bóoiv Kal Afj^iv, 6 éAeudépios
Kal Beíaei Kal 6arravi‘|aei els á Se! Kal óaa Se!, ópoícos ¿v pi-
30 KpoTs Kal peyáAois, Kal TOtOra f|8écos' xal At'iyerai 8’ ó0ev
Sel Kal ó a a Set. t t ¡ s áprrfjs yáp irepl áp<pco oúcrns peaÓTq-
to s , iroii^oei ápq>ÓTEpa <¿>s Sel- iireTai yáp Tf¡ émeiKel 8ó-
aei f \ TOiaÚTT) A fjy is , f) Bé pf) t o i o ú t t i é v a v ría é o r ív . a l pév
oúv éirópevai y ív o v r a i ápa év tco aúrco, a l 8’ évcnrríai BfjAov
u n o cbs oú. éáv 8é irapá t ó 8éov Kal t ó KaAcós ?Xo v ovppótívij
oútco ávaAíorceiv, Aum 'iaer a i, peTpícos 8é Kal cbs 8fl* t t í s
áperfjs yáp K al TjBeaBai Kal Ainreía8ai ¿9’ oís 8el K ál ¿bs 8el.
K al eÚKOivcbvtiTOS 8’ écrrlv ó éAeudépios els X P1‘llJl0CT(r Súva-
6 Tai yáp á8iK£lc6ai, pf) Ttpcov ye T á xp^ perra, Kal paAAov
áxQ ópevos el t i 8éov pf] áváAcoaev f| Auiroúpevos el pf) Béov
t i áváAcoaev, Kal t c o ZipcovíBij oúk ápeoxópevos. 'O 8’
d e co ro s Kal év t o ú t o i s SiapapTáver o ú re yáp ^SeTai é9*
oís Sel oú8é ¿bs 8el o ú t e AurrelTar §arai Sé irpoioOoi q>ave-
10 pcúTEpov. eípT|Tai Sf) f|plv ó t i úirepPoAal Kal éAAeí\f«is Elalv
f) áacoTÍa Kal f) áveAsudcpía, K a l év Suaív, év Sóaei K al Ai1!-
vper Kal t í j v 5airávT|v yáp eIs n^v Sóaiv tíG e p e v . pév
oúv áacoTÍa tco SiSóvai Kal pf) Aap(3áveiv úireppáAAei, T¿p Sé
AappávEiv éAAeíirei, f) 6* áveAeuOepía tco SiSóvai pév éAAeí-
13 irei, tco Aappáveiv 8’ úireppáAAei, TrAf|v év piKpots. Tá pév
oúv ttís áccoTÍas oú -rrávu avfvSuájeTai' oú yáp jbcJcSiov pr|-
SapóOev AappávovTa iraai SiSóvar Taxécos yáp érnAeítrei
f) oúaía t o ú s ISicírras S i S ó v t o s , oíirep Kal 6oKo0 cnv fiacoroi
elvar érrel ó ye t o i o u t o s Bó^eiev &v oú piKpco PeAtícov elvai
20 t o O áveAeuOépou. eúlorrós Te yáp éom Kal úrró t t í s fjAiKÍas
Kal úrró Tfjs áiroptas, Kal érrl t ó péaov 8úvcrrai éAOeív. Ex61
54

y no aprecia el dinero por sí mismo sino para darlo. E sta es la razón


de qne se reproche a la fortuna que Iob más dignos son los menos ri­
cos; pero esto no sucede blq razón, pues no es posible que tenga bienes
el que no se preocupa de tenerlos, como tampoco si se trata de otra
cosa. Sin embargo, no dará a quienes no debe, ni cuando no debe, ni
cuando no se cnmplan las otras condiciones, porque ya no obrarla de
acuerdo con la generosidad, y si gastara su dinero así no podría gas­
tarlo como es debido. E n efecto, como se ha dicho, es generoso el que
gasta según su fortuna y para lo que es debido, y el que se excede es
pródigo. Por eso no llamamos pródigos a los tiranos, porque se con­
sidera que no es fácil que la cantidad de sus posesiones sea excedida
por sus dádivas y gastos.
Siendo, por tanto, la generosidad un término medio relativo a dar
y tomar riquezas, el generoso dará y gastará en lo que se debe y cuanto
se debe, tanto en lo pequeño como en lo grande, y ello con agrado; y
tomará de donde debe y cuanto debe, pues siendo la virtud un tér­
mino medio respecto de ambas cosas, hará las dos como es debido,
pues el dar adecuadamente va con el mismo modo de tomar, y si no
es el mismo, es contrario. Por tanto, las condiciones concordantes se
darán a la vez en el mismo hombre, pero las contrarias es evidente
que no. Y si se da el caso de que gaste fuera de lo que se debe y está 1121 ■
bien, le pesará, pero moderadamente y como es debido, porque es pro­
pio de la virtud complacerse y apenarse por lo debido y como es debi­
do. E l hombre generoso es además el más fácil de tratar para cuestio­
nes de dinero, pues se le puede perjudicar, ya que no hace aprecio del
dinero, y más bien lleva a mal no haber hecho algún gasto que debía,
que se duele de haber hecho alguno indebido, y no está de acuerdo
con Simónides ( 1).
E l pródigo yerra en estas mismas cosas, pues ni se complace ni se
duele con lo que debe y como debe: lo veremos más claro a medida
que avancemos. Hemos dicho que la prodigalidad y la avaricia son
exceso y defecto, y en dos cosas, en el dar y en el tomar, porque el
gasto lo incluimos en el dar. Por consiguiente, la prodigalidad se ex­
cede en dar y en no tomar y peca por defecto en tomar; la avaricia
peca por defecto en dar y se excede en tomar, excepto en minucias.
Por tanto, no es en modo alguno fácil que se den juntas las carac­
terísticas de la prodigalidad, porque no es fácil dar a todos si no se
toma de ninguna parte; en efecto, pronto faltará la fortuna a los par­
ticulares dadivosos, que son precisamente los que parecen pródigos.
Podría parecer que un hombre así aventaja no poco al avaricioso;
además lo curan fácilmente la edad y la pobreza, y puede llegar al
término medio. Tiene, en efecto, las condiciones del generoso, puesto
que da y no toma, pero no hace lo uno ni lo otro como es debido ni

(1) Simónides tenia fama de avaro. Cf. Retórica, 1391 a 8.


55

y á p T á to ü ÉAeu0Ep(ou- Kal y á p SÍScoai Kal oú Aappávei,


oúSérepov 8 ’ eos Bel oúS’ eú. el 8 f) t o ü t o £6io 6 e(t] ttcos
áAAcos peTapáAot, eTrj á v éAeu0 épios' Scíxjet y á p o ís 8 el,
25 Kal oú AVjvfCTai ó 0ev oú Se!. 8 iá Kal SokcT oúk elvai cpaüAos
t ó fjQos* oú y á p nox^TipoO oúS’ á y e w o ü s t ó úntppáAAeiv
SiBóvTa Kal pf) Á appávovTa, f)Ai61o u Sé. ó Sé to ü to v tó v
Tpórrov áacoTOS ttoAú BokbT PeAtIcov t o ü áveAeuOápou elvai
8 iá t e T á elpTipéva, Kal ó t i ó pév áxpeAEl ttoAAoús, ó«8 é oú-
30 0 éva, áAA’ oú 8 * o ú tó v . áAA’ o l ttoAAoI tcov áacÓTCOV, K a -
6 áirep elpriTai, Kal A ap p ávo u aiv 60 ev pf) Sel, Kal elal Korrá
t o ü t o áveAEÚ0Epoi. AriuriKol Sé y ívo vT a i S iá t ó poúAeaOai
pév ávaAÍCTKEiv, eúxepóós Sé t o ü t o iroielv pf| 8 úvao 0 ai* T a \ ú
y á p érriAeÍTOi o ú to ú s T á úrrápxovTa. á v a y K á jo v T a i oúv
U2i 6 érépco6 ev iropíjeiv. á p a 8 é Kal S iá t ó pqéév t o ü KaAoü
9povTtjeiv óAiycbpcos Kal irávTo 0EV A a p p á v o u a iv SiSóvai
y á p érn0 upoüffi, t ó Sé ttcos iró 0ev oúSév o ú to ís 8 ia<pépei.
Siórrep oúS’ éAeudépioi a l Bóaeis oú tcov e la lv oú y á p KaÁai,
6 oú 8 é t o ú t o u Ivexa, oú 8 é ¿os Se!- áAA’ évlore oús SeT Tréve-
o 6 a i, t o ú t o v s ttAovctíovs Troioüat, Kal to Is pév peTpíois T á
f^0r| oúSév á v Solev, toTs Sé KÓAq^iv f| t i v ’ áAAr|V f)8 oW)V tto-
pÍ30uai iroAAá. Sió Kal áKÓAaoToi o ú tcóv etalv ol ttoAAoI*
eúxepw s y á p ávaAlaKOVTes Kal els T á s áK oA aalas SaTravripol
io Etai, Kal S iá t ó pf) Trpós t ó KaAóv jíjv irpós T ás f)Sovás á iro -
kAívouoiv. ó pév oúv áacoros árraiSaycóyt|Tos yevópevos
eIs TaÜTa pETapaivEi, Tux¿bv 8 ’ ém peAsías sis t ó péaov Kal
cis t ó 6 éoV á«plKoiT’ á v. f| 6 ’ áveAeu 0Epía ávícrrós t* éarrív
( 8 okeT y á p t ó y fjp a s Kal u a a a á S w a p ia áveAeu 6 épovs
15 ttoieTv), Kal CTvp<puéoTEpov toTs ávOpcíjTiois Tfjs áacoTlas* ol
y á p ttoAAoI <ptAoxpiI|paToi paAAov f| SotikoI. Kal SioteIvei
8 * érrl ttoAú, Kal ttoAueiBés é a n v iroAAol y á p Tpóiroi 6 o-
koüoi Tfjs áveAeuQepías elvai. év B v c l y á p o ú aa , t t ¡ T'éA-
AeIv^ei Tfjs Sóaecos Kal Tfj úrrepPoAf¡ Tfjs M'f'Ecos, o ú -rramv
20 óAóxAripos TrapayívETOi, áAA* évlore X“ pl3*ra»# Kal o! pév
Tfl Ai'iyei ÚTreppáAAouaiv, o! Bé tQ Sóaei éAAeiirouaiv. ol
pév yáp év toTs ToiaÚTais irpoaTiyopiai olov «peiBcoAol y A ía -
a x p o i kípPikes, TrávTES tP¡ Bóaei éAAehrovoi, t¿&v 6 ’ áAAo-

1121 b 80. ápéoxti r : iffcnaiv K b Lk M".


55

bien. Por tanto, si pudiera adquirir este hábito, o cambiar de alguna


manera, sería generoso, pues daría a quienes se debe dar y no tomaría
de donde no se debe. Por eso no se le considera despreciable de ca­
rácter, ya que no es propio del malo ni del innoble excederse en dar
y en no tomar, sino del insensato. E l que es pródigo de esta manera
parece mucho mejor que el avaricioso, por las razones dichas y ade­
más porque es útil a muchos, y el otro a nadie, ni siquiera a sí mismo.
Pero la mayoría de los pródigos, como hemos dicho, toman tam­
bién de donde no deben, y en este sentido son avaros. Se vuelven ávi­
dos, porque quieren gastar y no pueden hacerlo despreocupadamente,
ya que pronto les faltan los recursos; se ven forzados, por consiguiente,
a procurárselos de otra parte, y al mismo tiempo, como no se cuidan 1121 6
nada de lo noble, toman despreocupadamente y de todas partes; en
efecto, lo que quieren es dar, y nada les importa cómo o de dónde.
Por esta razón sus dádivas no son generosas, pues no son nobles ni
hechas por nobleza, ni como es debido; por el contrario, en ocasiones
enriquecen a quienes deberían ser pobres, y no están dispuestos a dar
nada a las personas de carácter digno, pero dan mucho a los adula­
dores o a los que les procuran cualquier otro placer. Por esta razón
la mayoría de ellos son también licenciosos; como gastan despreocupa­
damente son igualmente derrochadores para sus vicios, y como no
orientan sus vidas hacia lo noble, se inclinan a los placeres.
E l pródigo, pues, si se ve desprovisto de dirección, desemboca en
la condición que hemos dicho, pero si encuentra quien se cuide de
él puede llegar al término medio y a lo que es debido. E n cambio,
la avaricia es incurable (parece, en efecto, que la vejez y'to d a incapa­
cidad vuelven a los hombres avaros) y más connatural al hombre que
la prodigalidad, pues la mayoría son más amantes del dinero que da­
divosos. Y tiene mucha extensión y muchas formas, porque parece ha­
ber muchas clases de avaricia. Consiste, en efecto, en dos cosas: en la
deficiencia en el dar y el exceso en el tomar, y no se encuentra com­
pleta en todos sino que en ocasiones se divide, y unos se exceden en
tomar mientras otros se quedan cortos en dar. Los que reciben nom­
bres tales como tacaño, cicatero, mezquino, todos se quedan cortos
en dar, pero no apetecen lo ajeno ni quieren tomarlo, unos por cierta
50

T p lco v o ú k é<pfevToci o ú 8 é P o ú A o v t o i A a p p á v e iv , oT p é v S i á
26 nva ¿m EÍKEiav K a l e ú A á fie ia v t c o v a la x p c o v ( S o k o u o i y á p
S v io i ^ (p a c í y e S i á t o O t o ( p v A á v r e iv , I v a pi*| t t o t ’ á v a y K a -
a d c ó a iv a l a x p ó v t i ir p a ^ a r t o ú t c o v 8é K a l ó K v p i v o i r p í o r r i s
K a l i r a s ó t o i o O t o s1 c ó v ó p a a T a i B ’ á i r ó T fjs vrrrep p o A fjs t o O
pr|6év ccv B o O v a i)* o ! 8 ’ a ú S i á <pó|3o v á ir é x o v T a i t c 5 v á A -
30 A o r p íc o v ¿ s o ú jbt^Siov a C rró v pév t í érépcov A a p jU á v e iv , T á
8 ’ c x ú to ü ¿ T É p o u s pi'i* ápÉCTKei o ú v o ú t o í s t ó pi^te Aap| 3á -
v e iv pVjTe 8 iS ó v a i. o í 8* a ú K c r r á t í j v Afjvf/iv ú ir e p fJ á A A o u c ji
Tcp irá v T o O e v Aap| 3á v e iv K a l i r a v , o l o v o l T á s á v e A e u 6 é p o v s
é p y a a l a s é p y a j ó p e v o i, ir o p v o p o a K o l K a l TrávTES o i t o i o O t o i ,
K a l T O K iO T a l K a T á p w p á K a l éttI u o A A c p . T rá v r e s y á p o ú t o i
1122 o 66 ev o ú 8el A a p p á v o v a i , K a l ó i r ó a o v o ú 8eT. k o iv ó v 8 ’ érr’
a ú r o ls í| a la x p o K é p B e ia (p a ív e ra i- ir á v T e s y á p SveKa K é p -
8 o u s , K a l t o ú t o u p iK p o O , óve(St) Ú T r o p é v o u a iv . to ú s y á p T á
p e y á A a pf) óflev 8 é S e l A a p p á v o v n ra s , |ar|5 ¿ & BeT, o ú A é y o p e v
6 á v e A e u d é p o u s , o l o v t o ú s T u p á w o v s ir ó A e is ir o p Q o u v T a s Kal
le p á a v A c o v T a s , á A A á T ro v rip o ú s p f iA A o v Kal á c e ^ e is Kal á S Í -
kous* ó pévTO t ku^eut^s Kal ó A cú tto 8 ú tt)S K al ó A ijo tíis
T cíiv áveAeuOépcov e la ív . a lc x p O K e p S e ls y á p . KépSovs y á p
¿veK a áp<pÓTEpoi ir p a y p a T E Ú o v T a i K a l óveí8r| Ú T r o p é v o u a iv ,
Kal o l pév k iv B ú v o v s t o ú s p e y ío T o u s fv E K a t o O A ^ p p a r o s , o !
io 8 ’ á i r ó t c o v <p(Acov K E p S a iv o v o iv , o í s B el B iB ó von . ápq>ÓT£poi
8f) 60 ev o ú SeT K e p S a lv e iv ^ o u A ó p e v o i a la x p o K e p B e ls* Kal ir a -
aax Sí) a l t o i o O t o i A i'iy e is á veA eúO epoi. e Ik ó tco s S é T fj éA eu -
O e p ió rr iT i á v e A e vO e p ta é v a ir r lo v A é y e T a i* p e I jó v t e y á p é o r t
k o k ó v i f j s á a c o r ía s , K a l p a A A o v é rrl t o ú t t ) v á p a p T á v o u o - iv
íe f| K c rrá -rf)v A e x fc T a a v á a co n ría v. ir e p l pév o ú v é A e u d e p iá n ) -
to s K al t c o v á v T iK e ip é v c o v k o k ic o v t o c t o O t ’ elpi^aQco.
2 Aó^ai 8’ &v áKÓAouOov elvai Kal irepl peyaAoirpeirelas
BieAdeTv. Sotce! yáp Kal aÚTf| irepl XP^porrá tis áperf) elvat*
oúx <&o^rep 8’ f) éAeu0epiórr|S Biarelvei irepl irácras Tás ¿v
20 xpVjMocoi irpá^eis, áAAá irepl Tás BairavTipás póvov* év t o ú -
t o i s 8’ úircpéxei Tfjs éAeuÓepiÓTTyros peyédei. Ka0áirep yáp
Toúvopa o ú t ó úirocnipatvei, év peyéOet irpéirovoa 5airávr|
é o t I v . t ó Sé péyeOos irpós ti * oú yáp t ó o ú t ó Sairávr|pa

1122 a 28. o &t o « Kk L* I \


56

honradez y circunspección respecto de lo que es indigno (en efecto,


algunos parecen o dicen ahorrar precisamente para no verse forzados
alguna vez a una acción indigna; a éstos pertenece el cominero y to­
dos los de su especie; y se llaman así por su exageración en no dar
nada); y otros Be abstienen de lo ajeno por temor, pensando que no
es fácil que uno tome lo de los otros sin que los otros tomen lo de uno;
deciden, pues, ni tomar ni dar. Recíprocamente, los que Be exceden
en tomar lo hacen tomando de todas partes y todo, así los que se de­
dican a negocios sórdidos como la prostitución y todos los semejantes,
y los usureros que prestan cantidades pequeñas a un interés muy ele­
vado. Todos estos toman de donde no deben y cantidades que no de- 1122 •
ben. E l lucro vil parece serles común, pues todos por afán de lucro,
y aun siendo pequeño, soportan el descrédito. E n efecto, a los que
toman en grandé escala de donde no deben y lo que no deben, no los
llamamos avariciosos, por ejemplo a los tiranos que saquean ciudades
y despojan templos, sino más bien malvados, impíos e injustos. En
cambio, el jugador, el ratero y el bandido pertenecen al número de
los avariciosos, pues son viles logreros; en efecto, unos y otros se de­
dican a esos oficios por afán de lucro y por él soportan el descrédito,
exponiéndose unos a los mayores peligros por el botín, y ganando los
otros a costa de los amigos, a quienes se debe dar. Unos y otros, puesj
al querer sacar ganancia de donde no deben, Bon viles logreros, y todos
estos modos de tomar son sórdidos.
Es natural que la avaricia se considere como lo contrario de la ge­
nerosidad, pues no sólo es un vicio mayor que la prodigalidad, sino
que se peca más por ella que por la llamada prodigalidad. Sobre la
generosidad y los vicios opuestos a ella baste, pues, con lo que hemos
dicho.

Parece que debemos tratar a continuación de la magnificencia,


puesto que también ésta es una virtud relativa a las riquezas; pero,
a diferencia de la generosidad, no se extiende a todas las acciones que
tratan de dinero, sino únicamente a las dispendiosas, y en éstas sobre­
pasa, en magnitud a la generosidad. E q efecto, como lo da a entender
57

T pirjpápxco K al á p x i 0 ecop$. t ó irpÉrrov 8f| Trpós aCrróv, Kal


26 év ¿J) Kal TTEpl Ó. Ó 8 ’ ÉV (JUKpOlS f| ÉV PETpíOlS KOT* á£í(XV
S a n a v ó ó v o ú A é y E r a i neyaA oirperras, o lo v t ó «iroAAáKt 8 ó -
c tk o v á X i^ T i],» á A A ’ ó év p ey á A o is o ú t c o s . ó |íé v y á p p e y a -
XoTrperrfjs ÉAeuüépios, ó 6’ éAeu0 épios oú8év |jaAAov p e y a -
AoTrpem'is- T fjs T O ia ú n is 8’ llecos f| pév lAAeuf/is piK poirpé-
30 T reia KaAelTat, f| 8’ úrrEppoAf) p a v a u a ía Kal áireip o K aA fa Kal
ó o a i T O iau T o n , o ú x ú rrep P áA A ou aai t c o peyÉ 0 ei irep l & 8 e í,
á A A ’ év o ís o ú 8eí K al cbs o ú 6el A a n irp u v ó iie v a r ú a re p o v
8’ úirép aÚTCov époupev. ó 8é peyaAoirpeTrf|s ém o-rfinovi
Eoikev* t ó irpÉirov y á p Súvcrrai éecopfjcTai K al BorTravfjoai
1122 6 p e y á A a éppEAcós. cócnrEp y á p év á p x fj elrroMev, f) ! f i s T a is
évEpyelais ó p íjrrc n , K al cóv é o rlv . a l 8f) t o u peyaAoTT-pe-
iroOs B a rrá va i p e y á A a i K al irp é rro u c a i. T o ia v r a 8f| Kal T á
épya* o ú t c o y á p & n a i p é y a 8 a irá v r|p a Kal irp éiro v t c o
6 pév ip y o v Tfjs Sorrrávris á£iov 8eí elv a i, t i ^ v 8 é 8arrávr|v t o u
é p y o u , fj K al CnreppáAAeiv. Scnravi'iaei 8é T á t o i o u t o ó pe-
y a A o irp e n fis t o u k o A o u fveKa- k o iv ó v y á p t o u t o T a is á p e-
T a ís. K al § n f|Sécos K al TrpoeriKcos' ^1 y á p á K p iP o A o y ía
piKpoTrperrés* K al tt c o s K á A A io ro v K al TrpETrcúB É a r a r o v ,
ío oKévf/aiT’ ócv paA A ov íj t t ó c t o u K al tt c o s é A a x ío r o u . á v a y -
K alov 8f) K al éAeu0 épiov t ó v peyaA oirperrfj elvai. K al y á p ó
éAeu0 épios Sarravi'icTEi & 6el K al cbs 8eT* év t o ú t o i s 8 é t ó
p é y a t o u p eyaA oirpeirou s, o lo v péy£ 0 o s, irepl t o u t o Tfjs
éAeuQepióniTOS o ú o t i s , K al á ir ó Tfjs Taris 8arrávr|S t ó ép y o v
16 iron'iaei peyaA oirp eiréorep o v. o ú y á p f) a ú rf| áp erf) KTi'ipa-
t o s K al ép y o u . K rfjp a pév y á p t ó t t A e í o t o u ¿r£iov Tipicó-
t o t o v , o lo v x p w ó s , ép yo v 8é t ó p É ya K al KaAóv ( t o O y á p
t o i o ú t o u f| Oecopía Oaupacm^, t ó 8 é peyaA oirp eirés 0 a u p a -
o tó v ) * Kal éoriv é p y o u á p rrf|, peyaA oirpérreia, év peyé 0 ei.
20 'E o n 8é t c o v 8 airavr|páT cov o la A éyopev Tá T ip ia , olov T á
irepl Oeoús, áva&i'maTa K al K a ra a K e u a l K al Oucríai, ó poicos 8 é
K al irepl n á v t ó S a ip ó v io v , K al ó a a irp ó s t ó k o iv ó v eúcpiAo-
TÍpTiTá é o n v , o lov el iro u xopt)yeTv otovrai Beív A apirpcos t\
TpiTjpapxelv fj K al éo n S v Tf|v iró A iv. év firra a i 8 ’ « o ir e p
26 elpriTon, « a l irp ó s t ó v irp á T r o ir r a ávacpéperai t ó t í s <*>v koI

b 13. oftdT);] txpbrr¡<i Coraes: Xapotagc Rassow. || 30. xal sednait Bywater.
57

su mismo nombre, es un gasto oportuno en gran escala. L a escala es


relativa, pues no requiere el mismo gasto el que equipa una trirreme
que el que dirige una procesión pública. Oportuno se refiere a la
persona, a las circunstancias 7 al objeto. Pero al que gasta como lo
merece el caso en cosas pequeñas o moderadas no se le llama espléndi­
do, por ejemplo, a aquel de «muchas veces di al vagabundo» (2), sino
al que lo hace así en grande. Porque el espléndido es generoso, pero
el generoso no es por ello espléndido. E l defecto de esta disposición
se llama mezquindad, 7 el exceso ostentación vulgar 7 mal gusto 7
todos los vicios semejantes que no. exageran por desplegar grandeza
en lo que es debido, sino por el esplendor en lo que no es debido 7 como
no es debido. Después hablaremos de ellos.
E l espléndido se parece al entendido: es capaz de considerar lo
oportuna 7 gastar grandes cantidades en consonancia. E n efecto, como
dijimos al principio, un hábito se define por sus propiedades 7 por 1122 6
aquello a que se refiere. Pues bien, los gastos del espléndido son gran­
des 7 adecuados. Luego tales serán también sus obras, 7a que así será
un gasto grande 7 adecuado a la obra. De suerte que la obra debe ser
digna del gasto, 7 el gasto de la obra, o también estar por encima de
ella. Y el espléndido hará gastos así a causa de su nobleza, 7a que esto
es común a todas las virtudes. Además lo hará con gusto 7 desprendi­
miento, pues el cálculo minucioso es mezquino. Y se preocupará más
de cómo resultará la obra más hermosa 7 adecuada, que de cuánto le
va a costar 7 cómo hacerla por lo menos posible. Necesariamente, pues,
el magnífico será también generoso, 7a que el generoso gasta lo que
es debido 7 como eB debido, pero ahí está lo grande del magnífico, su
grandeza por así decirlo: siendo estas mismas cosas objeto de la gene­
rosidad, con un gasto igual producirá un resultado más espléndido.
No es, en efecto, la misma la virtud de lo que se posee 7 la de lo que
se hace. Es más preciosa la posesión que más vale, por ejei&plo el oro,
pero si se trata de una obra, la que es grande 7 hermosa (pues la con­
templación de tal obra produce admiración, 7 lo magnífico es admi­
rable). Y la excelencia de tina obra, su magnificencia, reside en su
grandeza.
Es propia de los gastos que llamamos honrosos, como los relacio­
nados con los dioses— ofrendas, objetos de culto 7 sacrificios— e igual­
mente todos los relativos a las cosas sagradas, 7 los que implican am­
bición social, por ejemplo, cuando ano se cree obligado a equipar un
coro o una trirreme o festejar a la ciudad con esplendidez. Pero en
todas estas cosas, como se ha dicho, tenemos también en cuenta al
agente, preguntándonos quién es 7 de qué recursos se sirve, porque
el fasto debe ser digno de ellos 7 adecuado no sólo a la obra, sino al
que la hace. Por eso un pobre no puede ser magnífico, porque no cuen-

(2) Odisea, XVII, 420-421.


68

tívcov C rrrap x ó v T C ú v á£ia y áp Sel t o ú tc o v eívoa, Kal pf) pó-


vov tco Ipycp áAAá Kal tco t t o io ü v t i irpéTreiv. 5ió irévris pév
o ú k áv eI ti u ey a X o 7 rp E 7 rr|S ‘ oú y á p ío n v á9* c&v iroAAá 5a -
TraWjOíi Trp£TróvTC05‘ ó 8’ ámxeip&v fiAídios" irap á tYjv
30 á§lav y áp Kal t ó Séov, k o t * áprrf|V 8é t ó ópOcos* irpéirEt
8é [Kal] oís T O ia O r a irpoüirápxei Si’ o ú tco v f\ tóóv irpoyó-
vcov fj ¿óv aÚTois pérEariv, Kal t o í s EÚyEvéai Kal t o Ts évSó-
£ois Kal ócra ToiaCrra- irávTa y á p t o u t o péyeOos ?x£l Kai
á£ícopa. páA iora pév oúv t o io ü t o s ó pEyaAoirpeufis, Kal
36 év t o í s t o io ú t o is Sairavr)paaiv f| peyaAoirpéiTEia, cócnrEp eI-
pr)Tai‘ péyicrra y á p Kal ÉVTipÓTaTa* tcov 8é ISícov ó a a ei-
1123 o aárra^ yívErai, olov yápos Kal eT t i t o i o ü t o v , Kal eI irEpl n
f| ira a a iróAis cnrouSájei f| ol év á ^ i c ó p a n , Kal m p l £évcov
8 é úiro8oxas Kal árro aro A ás, Kal 8copeas Kal ávriScopeás'
oú y áp eIs éauróv SairavTipós ó peyaÁoirpEirfis áAA’ eIs T á
6 Koivá, T á Sé Scópa t o í s áva&i'ipaaiv ?xel Tl ópoiov. peya-
AoirpEiroOs Sé Kal o I k o v KOTOCTKeuáaaa6ai irpEiróvTCos t c o
irAoÚTCp (KÓapos y áp t i s Kal o ü t o s ) , Kal iTEpl t o u t o paA­
Aov Sairavccv ó aa iroAuxpóvto t c ó v ípycov (K áA A iora y áp
t o u t o ) , Kal év ÉKáarois t ó irp éiro v oú y áp T aú rá áppójei
10 Oeoís Kal ávQpcóirois, oú8’ év ÍEpco Kal Tá^co. Kal é tte I t c ó v
SairavripáTcov í k o c t t o v péya év t c o yévEi, k o I peyaAoirpeiré-
c t t o t o v (árrAcós) pév t ó év peyáAco péya, évnraOQa 8é t ó év
t o ú t o i s péya, Kal Sia<pépEi t ó év t c o ?pyco péya t o ü év t c o
Bairavi'ipcnr a q j a í p a pév y áp f| koAAÍotti f\ Ai'ikuOos peya-
16 Aoirpéiréiav ?xei 'n’atBiKOÜ Scópou, f) Sé t o ú t o u ripf) piKpóv
Kal ávEAEÚGEpov Siá t o u t ó éori t o u peyaAoirprrroOs, év
<í> áv Troir¡ yévEi, peyaAoirpEircós t t o ie I v ( t ó y á p t o i o u t o v
o ú k E Ú uirépP A riT O v) Kal Sxov K0CT> á^Iav t o ü Scrrrav^ paros.
t o i o ü t o s pév oúv ó pEyaÁoTTpEm'is’ ó 8’ úirEppáAAcov Kal
20 pávauaos tc¡3 irap á t ó 8éov ávoAíaKEiv úrreppáAAei, cócnrEp
EÍpr|Tai. év y á p to T s piKpoIs tó ó v Sarravr] páVcov -rroAAá áva-
A Ictkei Kal AapirpúveTai irap á péAos, olov épaviorás y ap i-
k óús éorióóv, Kal KcopcoSoIs x°piiyw v év TÍ¡j irapóScp irop9Ú-

1123 a 2. rotea ^ tcóXií Lb Mb Asp. || 10. tirei Felicianas (etútvidetur Asp.):


ércl codd. || 12. fotXüc add. Bywater. || 14. ^ xaXXlaTi) add. K6
XjjxuOo;] Xt)xu9o5 ■)) xaXXtaTJ) oodd.
58

ta con recursos para hacer grandes gastos de una manera adecuada.


E l que lo intenta es un insensato, pues va más allá de su condición y
de lo debido, y lo virtuoso es lo recto. Eso cuadra a los que disponen
de antemano de tales recursos, ya por sí mismos, ya por sus ante­
pasados o por sus relaciones, y a los nobles, o a las personas de repu­
tación o en circunstancias semejantes: pues todas ellas implican gran­
deza y dignidad. Especialmente es tal el hombre magnífico, y tales
son los gastos propios de la magnificencia, como hemos dicho: son, en
efecto, los mayores y los más honrosos. T , entre los particulares, los
que se hacen una vez aislada, por ejemplo, en una boda o en una 1123 a
ocasión parecida, o con motivo de algo que interesa a toda la ciudad,
o a los que están en buena posición, o en las recepciones o despedidas
de extranjeros, o cuando se hacen regalos o se envían para correspon­
der a los recibidos; porque el espléndido no derrocha para sí mismo»
sino en cosas de la comunidad, y los regalos tienen cierta semejanza
con las ofrendas votivas. Es también propio del espléndido amueblar
su casa de acuerdo con su riqueza (pues esto también es decoroso), y
gastar preferentemente en las obras más duraderas (porque son las
más hermosas) y en cada caso lo debido, porque no es lo mismo l o ,
adecuado a los dioses y a los hombres, a un templo y a una sepultura.
Cada gasto puede ser grande en su género y, si bien el más espléndido
en absoluto es el gasto grande para un gran objeto, tratándose de un
objeto determinado, la esplendidez del gasto consistirá en ser grande
para ese objeto; tampoco es lo mismo la grandeza de la obra que la
del gasto— porque la pelota o el frasco más bonitos pueden ser esplén­
didos como regalos para un niño, pero su valor es pequeño y mez.
quino— ; por eso lo propio del espléndido es hacer todo lo que hace
con esplendidez— pues esto no es fácil de sobrepasar— , y de tal modo
que el resultado sea digno del gasto.
Tal es, pues, el hombre magnífico. E l que peca por exceso y es
vulgar se excede por gastar más de lo debido, como hemos dicho, pues
por motivos pequeños hace grandes gastos, con un brillo fuera de
tono, por ejemplo convidando a sus amigos de círculo como si fuera
una boda, o, si es corego presentando al coro en escena vestido de
púrpura, como hacen en Megara, y todo esto lo hará no por nobleza,
59

p a v Eloxpépcov, có c n re p ol Meyapol. nal iráv ra T á T O i a O r a


2« Troii'iasi oú toO KaAoO Évexa, áAAá tó v ttAoütov émSeiKvú-
pevos, Kal 5iá to O to oiópevos OaupájeoOoi, K a l oú pév 6eI
iroAAá ávaAcóoai, óAíya Bairavwv, oú 5’ óAíya, iroAAá. ó
Sé piKpoirpeiríis irepl irávTa ¿AAeív^i, Kal Tá péyiora áva-
Acíxras év piKpco t ó KaAóv áiroAeí, Kal ó t i a v iroifí péAAcov
30 «al ctkottcov ircos &v éAáxiorov ávaAcboai, Kal to O t’ óSupó-
pevos, K a l Trávr’ oiópevos peíjco iroietv Set. elal pév oúv
a l ?£eis aÚToa kokíoi, oú pfjv Óvei8r| y ’ ém<pépouCTi Siá tó
piVre pAafJepal tco iréAas eívai pi“|TE Alav áax^MOves.
3 *H Sé pEyaAovfiuxía irepl peyáAa pév Kal í k tou óvópa-
35 tos íoikev elvat, irepl irota 8’ éorl npcoTov Aá|3copev‘ Bia-
H23 b <pépei 8’ oúSév tíjv í^tv f) tóv Kcrrá t Í)v §£iv aKoirelv. Bokeí
8f| peyaAóvfa/xos eívai ó peyáAcov aÚTÓvá^icov á£ios <2>v ó
y á p pf] kot ’ á^íav aú ró ttoióov rjAlOios, t ú v Sé kot ’ áperfiv
oúSels fiAÍOios oúS’ ávórjTOS. peyaAóyuxos pév oúv ó elpr)-
5 pévos. ó y á p piKpcóv á§ios Kal toútcov á§iüv éav-
tóv CTcíxppcov, peyaAó^uxos 8’ oú* év peyéOei y á p f| peya-
Aovf/uxía, cóorrep Kal tó KáAAos év peyáAco acopan, ol pi-
Kpol 8’ áaretoi Kal oúppeTpoi, KaAol 8’ oú. ó 8é peyáAcov
éairróv á^icov ává^ios ¿5>v xoúvos' ó Sé peijóvcov f| áfios
io oú irás xo'Ovos- ó 8’ éAarróvcov f| á£ios piKpóyvxos, éáv
te prrpícov, éáv te Kal piKpahv fi5l°S <2>v éAorróvcov oútóv
á£ioí. Kal páAior* &v Só£eiev ó peyáAcov finios* t I y á p áv
éiTolei, eI pf| toctoútcov fjv ᧠io s; 6om 8f| ó peyaAóyvxos
tco pév peyédei áKpos, tü í Sé cbs 5 eT péoos* to u y á p k o t’
15 á£íav oútóv á^iol- oí 8’ úrrep|3áAAovai Kal éAAelirouaiv.
el Sf] peyáAcov éau-róv á§iot áfios <bv, K a l páA tora tcov pe-
yíorcov, irepl év páAiOT’ & eT t(. f | 8’ á£ía A é/etoi irpós Tá
¿któs áyaQ á' péyiorov 8é to Ot ’ &v ÓeÍT|pev ó to Ts 0eoIs
áirovépopev, K a l oú páAior’ é<píevTai ol év á^icópan, K a l tó
20 éirl toIs koAAÍotois á 0Aov* ‘ toioútov 8’ f| npiV péyiorov
y á p 8f) to u to tcov éKTÓs á y a 9cov irepl Tipás 8f| K a l á n -
pías ó peyaAóyuxós éonv cbs Bel. K a l áveu 8é Aóyou <paí-
vovtoi ol peyaAóyvx01 Tipf|v elvai' n p fjs y á p páAicr-
r a [ol peyáAoi ] á^iouaiv éovtoús, k o t’ á£lav Bé. ó Bé pi­

fa 23. ol (trfáXot mo). Bywater.


59

eino par» exhibir su riqueza y por pensar que se le admira por esto,
gastando poco donde se debe gastar mucho y mucho donde se debe
gastar poco. E l mezquino, por otra parte, se queda corto en todo y
después de hacer los mayores gastos echará a perder el buen efecto
por una pequeñez y en todo lo que hace pensará y considerará cómo
gastar lo menos posible, y aun eso lo lamentará, y creerá siempre ha­
cer más de lo debido.
Estas disposiciones son, pues, vicios; sin embargo, no acarrean
descrédito porque ni perjudican al prójimo ni son excesivamente in­
decorosas.

La magnanimidad parece, incluso por su nombre, tener por objeto


cosas grandes. Veamos en primer lugar qué cosas. E s lo mismo con­
siderar la disposición que considerar el hombre que la posee. Se tiene 1123 k
por magnánimo al que tiene grandes pretensiones y es digno de ellas,
pues el que las tiene, pero no de acuerdo con su mérito, es necio, y
ningún hombre excelente es necio ni insensato. Es, pues, magnánimo
el que hemos dicho. E l que merece cosas pequeñas y pretende ésas,
es modesto, pero no magnánimo: la magnanimidad implica grandeza,
lo mismo que la hermosura se da en un cuerpo gTande; los pequeños
serán primorosos y bien proporcionados, pero hermosos no. E l que se
juzga a sí mismo digno de grandes cosas siendo indigno es vanidoso;
el que se cree digno de cosas mayores de las que en realidad merece
no siempre es vanidoso. E l que se juzga digno de menos de lo que
merece es pusilánime, ya sea mucho o regular lo que merezca, o poco
y crea merecer aún menos; pero sobre todo si merece mucho, porque
¿qué haría si no mereciera tanto? E l magnánimo es, pues, un extremo
desde el punto de vista de la grandeza, pero en cuanto su actitud es la
debida, es un medio, porque sus pretensiones son conformes a sus mé­
ritos; los otros se exceden o se quedan cortos.
Por tanto, si se cree digno de grandes cosas, siéndolo, y sobre todo
de las más excelentes, tendrá por objeto sobre todo una cosa. E l mé­
rito se dice con relación a los bienes exteriores, y podemos considerar
como el mayor aquel que asignamos a los dioses, y al que aspiran más
que a otro alguno los que tienen dignidades, y con el cual se premian
las acciones más gloriosas: tal es el honor; éste es sin duda el mayor
de los bienes exteriores. Luego el objeto respecto del cual el magnáni­
mo tiene la actitud debida son los honores y' la privación de ellos. Y
no hay que insistir en que es claro que los magnánimos tienen que ver
con el honor:' es del honor, sobre todo de lo que se creen dignos, y con
razón. E l pusilánime se queda corto tanto en relación consigo mismo
como con la pretensión, del magnánimo. E l vanidoso se excede por lo
«o

26 Kpóvpuxos éXXEÍTTEt Kal Trpós éavrróv Kal irpós TÓ to u peyá-


Aov|Arx°u á^ícopa. 6 8é x ^ ^ o s ‘n'pós éauTÓv pév ínrep|3áA-
Aei, oú pfjv tóv ye peyaAóvyuxov. ó 8é peyaAóij/uxos, eíirep
tgóv peyloTCov á§ios, ¿rpioros &v eÍT|* peíjovos y á p áel ó
PeAtícov finios, Kal peyíoTcov ó áp io ro j. tó v á>s ¿A ticos
30 fipa peyaXóvf/uxov Sel áyaGóv elvai. Kal Bó^eiev (&v) elvai
p e y a X o y ú x ou ^ ^ ¿KáoTi] áperfí p éya. oúSapcos t ’ &v
á p p ó jo i peyaAovffúxV 9 EÚyeiv Trapao-eÍCTavTi, oú 8 ’ áSiKelv
tív o s y á p évEKa irpá^ei a la x p á ¿b y ’ oúBév p é y a ; KaO* §Ka-
o r a 8 * ÉTTiCTKOTroOvTi irá p ira v yeAoíos «paívoiT* áv ó peyaAó-
36 vyuxos pf) áyaO ój ú v . o ú k e ít | 8 * av oú 8 é Tipfjs finios <paü-
A05 <2>v Tfjs á p rrfjs y á p áQAov f) n pl^, Kal ánrovéperai to ís
1124a áyaQots. 2otKe pév oúv f| peyaA oyuxía olov KÓapos t i s
elvai tcov ápETCÓv petjous y á p a ú r á s ttoieí, Kal oú ylveTai
áveu ékeIvcov. 8 iá t o u to xaAerróv tt¡ áAridel^ pEyaAóvyuxov
elvai- oú y á p olóv Te áveu KaAoKayaSlas. páA io ra pév
6 oúv irepl Tipás Kal á rip íag ó peyaA óyuxós é o rr Kal éirl
pév Tais peyáXais Kal úiró tc ó v arrouBcrlcov peTplcos fiaS^oe-
Tai, cbs tc ó v oIkeícov Tvyxávcov ^ Kal éAonróvcov* á p rrfjs
y á p ttovteAoüs o ú k &v yévorro á£(a npi^, oú pfjv áAA’ árro -
Sé^ETal ye TCp pf) ?Xelv aú ro ú s peíjco áureo áTrovépeiv* Tfjs
10 8 é ira p á tcóv tux ó v tco v Kal éirl piKpoIs irá p ira v óA iyw pi^-
a e r oú y á p to ú tco v á ^ io s ' ópolcos 8 é Kal á n p l a s - oú
y á p i a r a i Bmaícos Trepl oútóv. páA iora pév oúv ¿crrlv,
áxrrrep eípTjTai, ó p e y a A ó y u x o s irepl Tipás, oú pf)v áA A á Kal
irepl ttA oütov Kal Suvaoreíav Kal ira a a v eÚTUxlav Kal ¿ r u ­
le x l« v peTplw s I^ei, óttcos &v ylvT|Tai, Kal o ú t’ eúruxóóv irepi-
X ap fjs lo ra i o ú t’ á r u x c ó v irepíAuiros. oú 8 é y á p irepl t i -
pf)v oútcos ?X£l “ S p é y io r o v 6 v. a l y á p Suvaoreíai Kal ó
ttA outos 8 i á tt'iv Tipi^v éo n v a lp e rá - ol yoúv § x ovT £ S otCrrá
Tipáodai 8 i* aÚTcóv fJoúAovTar d> 8 é Kal i\ n p f) piKpóv
20 é c m , to ú tc jí Kal T&AAa. 8 ió úirepóirTai Sokoüctiv elvai.
Aoke! 8 é Kal T á eÚ T U x^paT a aup(3áAAea6ai irpós peyaA oyu-
Xlav. ol y á p eúyeveís á^ioüvTai n p f js Kal ol SuvaoreúovTes
f| ttA outoüvtes- év úirepoxf) y á p , t ó 8 ’ áyaQ co úirepéxov
tt&v évTipÓTepov. 8 ió Kal r á TO iaura peyaXovfiuxoTépous

1124 a 26. pr. K" M* A»p.: Tiii-ij-rfoc 1 / I \


60

que a él mismo se refiere, pero no sobrepasa al magnánimo. E l mag­


nánimo, si es digno de las mayores cosas, será el mejor de todos, pues
el que es mejor que otros es siempre digno de cosas mayores, y el me­
jor de todos de las más grandes. Por consiguiente, el verdaderamente
magnánimo tiene que ser bueno. Incluso podría parecer que es propia
del magnánimo la grandeza en todas las virtudes, y en modo alguno
le cuadraría huir desenfrenadamente o cometer injusticias: ¿con qué
fin, en efecto, liaría cosas deshonrosas quien no sobrestima nada? Y
si lo consideráramos punto por punto nos resultaría completamente
absurdo un hombre magnánimo que no fuera bueno. Además, tam­
poco sería digno de honor si fuera malo, porque el honor es el premio
de la virtud y se tributa a los buenos. Parece, por tanto, que la mag- 1124 o
nanimidad es un como ornato de las virtudes: pues las realza y no se
da sin ellas. Por eso es difícil ser de verdad magnánimo, porque no
es posible sin cabal nobleza.
E l magnánimo lo es principalmente acerca de los honores y la pri­
vación de ellos, y si se trata de honores grandes procedentes de los
hombres de bien se complacerá moderadamente en ellos, pensando que
ha alcanzado los adecuados o acaso menores, ya que no puede haber
honor digno de la virtud perfecta; sin embargo, los aceptará porque
aquéllos no pueden tributárselos mayores; pero si proceden de hom­
bres cualesquiera y por motivos baladíes, los despreciará por comple­
to, porque no es eso lo que él merece, e igualmente el deshonor, por­
que no será justo tratándose de él. Así, pues, como se ha dicho, el
magnánimo tiene que ver sobre todo con los honores, pero también
se comportará moderadamente respecto de la riqueza, el poder, y toda
buena o mala fortuna, sea ésta como fuere, y no sentirá alegría exce­
siva en la prosperidad ni excesivo pesar en el infortunio. Ni siquiera
respecto del honor se comporta como si fuera para él de la máxima
importancia; el poder y la riqueza, en efecto, se procuran por el ho­
nor; al menos los que los poseen quieren ser honrados por ellos, pero
aquel para quien el honor es algo pequeño estima también pequeñas
todas las demás cosas. Por esto parecen ser altaneros.
Suele creerse que los dones de la fortuna contribuyen también a
la magnanimidad. Así los de noble cuna se juzgan dignos de honor,
y también los poderosos o ricos, pues están en una posición más ele­
vada y todo lo que sobresale por algún bien es objeto de mayor honor.
Por eso también tales bienes hacen a los hombres más magnánimos,
61

26 ttoie!' t i pgóvtoi yótp Coró tívcov k o t’ áA^Oeiav 6’ ó á y a -


0ós póvos TipTyrós' <?> 5’ áp9co Cnrápxei, paAAov á^ioürai
npfjs. ol 8’ fiveu áperfís Tá TOiaÜTa á y a 0á §xoVT£S °út6
SikocIcús éauToüs peyáAcov á^toucnv oúte ópOcos peyaAóyu-
Xoi Aéyovrar áveu y áp ápeTfjs ttocvteAoOs oúk 2cm Tauro.
30 úrrepÓTiTai 6é Kal ú ^p io ral Kal ol Tá TOiaOra §xoVT£S á y a 0á
ylvovTai. áveu y á p áperfjs oú ^ S io v «pépEiv ÉppeAcós Tá
1124 6 EÚTUXi'mocTa' oú Suvápevot Sé 9¿pEiv Kal otópevoi tcov áA-
Acov ÚTTEpéxeiv íkeívcov pév KaTa9povo0a,iv, cxútoI 8’ 5 t i áv
tú x « cti TrpáTTouoiv. pipoüvrai y á p tó v peyaAóvf/uxov oúx
ópoioi óvtes, toO to Sé Spwaiv iv oís Súvavrar Tá pév oúv
6 k o t’ áperf|v oú TrpáTTouo’i, Kara9povo0ai Sé tcov áAAcov.
ó pév y á p peyaAóyuxos SiKaícos Kcrra9povEí (So^ájEi y áp
áAr|0cos), ol 8é ttoAAoI tuxóvtcos. oúk 2o ti Sé piKpoKtvSu-
vos oúSé 9iAokív5uvos 8iá t ó óAíya mpav, peyaAoKÍvSuvos
6é, Kal ótcxv kivSuveúi^, á 9Ei8Y|S to ü píou cbs oúk á£iov óv
ío irávTCOs 3ijv. Kal oíos eú ttoieív, EÚEpyETOÚpevos 5’ alax ú -
VETOl* TÓ pév y á p ÚTTEpáxOVTOS, TÓ 8’ ÚTTEpEXOpÉVOU. Kal
ávTEuepyETiKÓs ttAeióvcov oútco y á p ol •npoao9Ai!|CTEi ó
úrráp^as Kal io ra i eú 7rETrov0cbs. BokoOcti Sé Kal pvqpo-
veúeiv oú áv TTon'iacooiv eú, «3jv 5’ áv Trá0coaiv oú (éAárrcov
16 y á p Ó TTO0cbv EÚ TOU TTOll‘|OaVTOS, fJoÚAerai 5’ ÚTTEpéxElv), Kal
Tá pév f|5écos áKOÚEiv, Tá 8’ á^Scos’ Sió Kal Tfjv 0 ériv oú
AéyEiv Tás EÚEpyEalas tco Atí, oúS’ ol AáKCovES Trpós toús
’A0Tivaíous, áAA’ á TTETróvOecrav eú. peyaAoyúxou Sé Kal tó
PT^Sevós SeíoOoi f| póAts, úrrnpereív Sé irpo0úpcos, Kal Trpós
20 pév to ú s év á^icópom Kal eÚTUxlais péyav eIvoi, Trpós Sé
to ú s péaous péTpiov tgóv pév y á p úrrEpéxeiv Xa ^err^v Ka^
aepvóv, tcóv Sé ¿$Siov, Kal érr’ éKeívois pév aepvúveoGai oúk
áyEwés, év Sé to Is Tcnreivols 9opTiKÓv, (Sarrep els to ú s á a 0e-
. veis laxupíjeaOar «al els Tá Simpa pf) lévai, oú irpco-
26 Teúouffiv áAAor Kal ápyóv elvai Kal peAAt|Tf)v áAA’ f | óirou
Tipí) peyáAr) f| Spyov, Kal óAlycov pév irpaKTiKÓv, peyáAcov
Sé Kal óvopaoTcov. ávayKatov Sé Kal 9avEpopioíj elvai Kal

b 7. |uxpoxtv8uvoc] nuxvoxtvSuvoc Lb M* Asp. || 13. o5 Bywater: oO?


oodd. (¿v Asp.). || 16. ixoúciv Bywater; ¿xoóct oodd. || 20.
noppi]aiaa'rí¡(. — 30. ¿XijOcimxó; Bywater. || 30. clpovcla Sí seol.
Bywater.
61

porque algunos los honran por ellos; pero en verdad sólo el bueno es
digno de honor, si bien se estima como más digno aquel a quien per­
tenecen ambas cosas. Los que sin tener virtud poseen tales bienes, ni
sé juzgan a sí mismos dignos de grandes cosas con justicia, ni reciben
con razón el nombre de magnánimos. También los que poseen tales
bienes se vuelven altaneros e insolentes, porque sin virtud no es fácil
llevar con decoro la buena fortuna, y como no pueden sobrellevarla
7 se creen superiores a los demás, los desprecian y hacen todo lo que 1124 6
se les antoja. E n efecto, imitan al magnánimo sin ser semejantes a
él, pero lo imitan en lo que pueden: lo que es conforme a su virtud no
lo hacen, pero desprecian a los demás. E l magnánimo desprecia con
justicia (ya que su opinión es verdadera), pero el vulgo caprichosa­
mente.
No se expone al peligro por bagatelas ni ama el peligro, porque
estima pocas cosas, pero afronta grandes peligros, y cuando lo hace
no regatea su vida, porque piensa que no es digna de vivirse de cual­
quier manera. Y es tal, que hace beneficios, pero se avergüenza de
recibirlos; porque lo primero es propio de un superior, lo segundo de
un inferior. Y responde a los beneficios con más, porque de esta ma­
nera el que empezó contraerá además una deuda con él y saldrá favo­
recido. También parecen recordar el bien que hacen, pero no el que
reciben (porque el que recibe un bien es inferior al que lo hace, y el
magnánimo quiere ser superior), y oír hablar del primero con agTado
y del último con desagrado. Por eso Tetis no menciona a Zeus los fa­
vores que ella le ha hecho (3), ni los laconios al dirigirse a los atenien­
ses, sino los que han recibido.
Es también propio del magnánimo no necesitar nada o apenas
pero estar muy dispuesto a prestar servicios, y ser altivo con los que
están en posición elevada y con los afortunados, pero mesurado con
los de nivel medio, porque la superioridad sobre los primeros es difíc i
y respetable, pero sobre los últimos es fácil, y el adoptar con aquéllos
un aire grave no indica mala crianza, pero sería grosero hacerlo entre
os humildes, lo mismo que usar la fuerza contra los débiles. Y no ir
en busca de las cosas que se estiman o a donde otros ocupan los pri­
meros puestos; y permanecer inactivo y remiso a no ser allí donde se
ofrezca un honor o empresa grande, y ser hombre de pocos hechos,

(3) C£ ¡liada, I, 304 503.


62

«pavepdxpiAov ( t ó y á p AavQávEiv (pofiouiiévou, Kal ápsAElv Tfjs


¿Ar|éeías paAAov f| t tís 5ó£r|s), Kal Aéyeiv Kal irp á rre iv <pa-
30 vepóó? (irapprio-iaoTfis y á p S iá t ó Kara9povTiTiKÓs elvai, Kal
áAti6£UTiK¿s, ttA^v ó a a pf| Si’ elpcoveíav [eípcoveía Sé] Trpós
to ú s ttoAAoús), Kal Trpós áAAov pf) SúvaoOai j^ v áA A ’ f|
1126 a 9IA0V SouAikóv yáp * Sió Kal Trávres ol KÓAaxes OiynKol
Kal ol totteivoI kóAokes. oúSé OaupaoTiKÓs' oúSév y á p
pÉyo oútco écttIv. oúSé pv^alKaKos- oú y á p peyaAovj/ú-
Xou t ó áiropvripoveúeiv,'áAAcos te Kal Koncá, áA A á paAAov
6 u ap o p a v. oúS’ á v 0 pcoiroAóyos‘ oúte y á p irepl ocútoO ÉpeT
oú te irepl ÉTÉpov oúte y á p iv a ÉiraivfjTai pÉAei aCrrcp oúQ’
óttcús ol fiAAoi vf/éycovTai* oúS’ a ú ÉiraiveTtKÓs éotiv* 6ió-
irep oúSé KaKoAóyos, oúSé tcov éxOpcov, eI pf) Si’ ÚPpiV. Kal
irepl ávayKaícov fj piKpcov t^kioto ¿AcxpupTiKÓs Kal 6et)tikós-
10 oirouSájovTO S y á p oútcos ÉXelv to O to . Kal o ío s kek-
TfjaOai paAAov T á KaAá Kal á r a p ir a t g í v Kapirípcov Kal 0096-
Alpcov* aÚTápKous y á p paAAov. Kal kívt)ois Sé p p aStla
toO peyaAovf/úxov SokeI Elvoa, Kai 9COVÍ) papeta, Kal Aé^is
o rá c ip o s* oú y á p o tte u o tik ó s ó irepl ó A íy a cnrouSájcov,
16 oúSé o ú vto v o s ó pr|SÉv pÉya oiópevos* 5 ’ ó^v^pcovía Kal
i) Taxun*|S S iá to ú tco v. T o io u to s pév oúv ó peyaAóvyuxos*
ó 8’ éAAeIttcov piKpÓ4A/xos, ó 5 ’ úireppáAAcov xo^úvos- oú
kokoI pÉv oúv SokoOoiv EÍvai oúS’ o ú to i (oú y á p kokottoioí
elaiv), f|papTT|pÉvoi Sé. ó pÉv y á p piKpóvj/uxos á^ i°s cov
20 áyaQcov éo u tó v áirocrrepET cbv á^iós é o ti, Kal éoike Kokóv
?X£lv t i ék t o ü pf) á^iovv é o u tó v tco v áyadcov, Kal áyvoElv
8’ áauTÓv cbpéyeTO y á p &v d>v á£ios fjv, áyadcov y e óv-
tcov. oú pf|v f|Al6ioí y e o l to io O to i SokoOoiv eIvoi, áA A á
paAAov ÓKvr|po(. f| TOiaÚTT| 8é 8ó£a SokeI Kal x^lpovs iroielv-
26 íkooto» y á p É9Í6VTCC1 tcov k o t ’ á fta v , á 9 lo ra v T a t Sé Kal tcov
irpá£ecov t¿>v koAgóv Kal tcov ÉiriTTiSeupáTCOv cbs ává^ioi 6v-
t e s , ópoícos Sé Kal tcov éktós áyadcov. ol Sé x°t 0 v ° i i*|Al6ioi
Kal éou toús áyvooOvTes, Kal t o O t ’ Éinq>avcós* oú y á p á§iot
ó v t e s to T s évTÍpois É m x e ip o ü o iv , e í t o É ^ eA É y x o v T a r kocj
30 ÉoOfjTl KOOPOOVTOI K a l 0X1*1POCTl K a l TOlS TOIOÚTOIS, K a l pOÚ-
Aovrai T á e ú t u x ^ perra koI 9avepá elvai o ú tco v , K a l AÉyouai
Siá to ú tc o v TipTidíioópevoi. ávTiTÍOerai Sé
i r e p l o ú t & v ¿bs
tt¡ peyaAovf/v/xl? f\ piKpovfiuxla paAAov ttís xauv^TTlT° 5'
G2

pero grandes 7 de renombre. Tiene que ser también hombre de anti­


patías 7 simpatías manifiestas (porque el ocultarlas es propio del mie­
doso e implica ma7or despreocupación por la verdad que por la opi­
nión) 7 hablar 7 actuar con franqueza (tiene, en efecto, libertad de
palabra porque es desdeñoso, 7 veraz salvo por ironía: es irónico con
el vulgo): no puede vivir orientando su vida hacia otro, a no ser hacia
un amigo; porque esto es de esclavos, 7 por eso todos los aduladores
son serviles 7 los de baja condición son aduladores. Tampoco es pro­
penso a la admiración, porque nada es grande para él. Ni rencoroso,
pues no es propio del magnánimo guardar las cosas en la memoria,
especialmente malas, sino más bien pasarlas por alto. Tampoco es
murmurador, pues no hablará ni de sí misino ni de otro; pues le tiene
sin cuidado que lo alaben o que critiquen a los demás; por otra parte
no es propenso a tributar alabanzas, 7, por lo mismo, no habla tam­
poco mal ni aun de sus enemigos, a no ser para injuriarlos. Tratán­
dose de las cosas necesarias 7 pequeñas es el menos propenso a lamen­
tarse 7 a pedir, pues es propio de un hombre serio tener esta actitud
respecto de esas cosas. Y es hombre que preferirá poseer cosas hermo­
sas e improductivas mejor que productivas 7 útiles, porque las pri­
meras se bastan más a sí mismas. Los movimientos sosegados pare­
ce^ propios del magnánimo, 7 una voz gTave 7 un modo de hablar
reposado; no es, en efecto, apresurado el que se afana por pocas co­
sas, ni vehemente aquel a quien nada parece grande, 7 éstas son las
causas de la voz aguda 7 de la rapidez.
Tal es, pues, el magnánimo. E l que peca por defecto es pusilánime,
7 el que peca por exceso, vanidoso. Ahora bien, tampoco a éstos se
los considera malos, pues no hacen mal a nadie, sino equivocados.
Efectivamente, el pusilánime, siendo digno de cosas buenas, se priva
a sí mismo de lo que merece, 7 parece tener algún vicio por el hecho
de que no se cree a sí mismo digno de esos bienes 7 no se conoce a sí
mismo; pues desearía aquello de que es digno, 7a que es bueno. Estos
no parecen ciertamente necios, sino más bien retraídos(. Pero tal opi­
nión parece además hacerlos peores: todos los hombres, en efecto, as­
piran a lo que es conforme a sus merecimientos, 7 ellos se apartan
incluso de las acciones 7 ocupaciones nobles por creerse indignos de
ellas, e igualmente de los bienes exteriores. Por otra parte, los vani­
dosos son necios 7 no se conocen a sí mismos, 7 esto es manifiesto;
en efecto, sin ser dignos de ello acometen empresas honrosas 7 después
hacen mal papel. Se adornan con ropas, aderezos 7 cosas tales 7 quie­
ren que los éxitos que la suerte les depara sean conocidos de todos, 7
hablan de ellos para ser por ellos honrados. Pero la pusilanimidad es
«3

36 xal y á p ylvETai paAAov Kal XEÍpóv éomv. f] pév oúv peya-


H26 6 A o^uxía irepl npi'iv éori peyáAiiv, áxnrep eípT|Tai.
4 *Eoike Sé K a l irepl tc c ú ttiv elvai áp erV ) t i 5, Ka0 árrep év
t o í s irpcórois ÉAéx&t), f| 8ó£eiev av TraponrATicríeos ?X6,V ‘n'P¿S
t Í ) v p E y a A o v f U x la v cóenrep K a l f | éAEU0 Epiórr|s irpós i t y p e -
yaAoirpérreiav. ¿pepeo y á p aÚ Tai t o u pév peyáAou á<pEcrr5-
5 oí, irepl 6é Tá pÉTpia Kal puepá 5ia n 6éaatv f|pas cbs Sel-
úorrep 6’ év A i ^ i Kal Sóctei XP1!párcov pectóttis éort Kal
úireppoA^ te Kal íAAEivf/is, oútco Kal év Tipfjs ópé^Ei t ó paA­
Aov f| 8eí Kal Í)ttov, Kal t ó 60ev 5eí Kal tos Seí. tó v te y áp
9iAónpov yéyopEV cbs paAAov f| 6eí Kal 66ev oú 6eí Tfjs Tipfis
10 éqnépevov, t ó v t e á9iAóripov cbs 0Ú8’ éirl t o í s KaAoís i r p o a i -
poúpevov TipSoOai. io n 8’ ó t e t ó v 91AÓTIPOV éiraivoOpev
cbs <3cv8pcbBT| K a l 9iAÓKaAov, t ó v 8’ á9iAÓTipov eos péTpiov
K a l CTeÓ9pova, e ó a rr e p K a l év toT s irpeÓTOis eíttopev. 8fjAov
8’ ó t i irXEOvaxcós t o u 91A0T010ÚT0U AEyopévou o ú k érrl t ó
16 o ú t ó 9épopev ¿el t ó 91AÓTIPOV, áAA’ éiraivoüvTES pév énl t ó
paAAov fj ol iroAAoí, yéyovTES 8’ éirl t ó paAAov f| 8eí. áveo-
vúpou 8’ oúaris Tfjs p e c t ó t t |t o s , cbs épi^pris ? o ik é v á p 9 K T ^r|-
teT v T á fiKpa. év oís 8’ ío n v úrrep^oAfi K al IAAeiv^is, Kal
t ó péaov* ó p é y o v T a i 8£ Tfjs Tipfjs K al paAAov 8e! Kal
20 f)TTOV 2 o n 8f) Kod cbs 8éí* érraiveíTcn 8’ oúv f) e£is aÚTq,
pEaónis oúera irepl Tipfjv ávcbvupos. 9a(veTai 8é irpós pév
tí^v 9iAoTipíav á9iAoT»pía, irpós 8é tt) v á9iAoTiplav 91A0TI-
pía, irpós áp9ÓT£pa 8é áp9ÓTEpá ttcos. íoike 8é t o O t ’ eIvoci
Kal TTEpl Tás áXAas ápErás. ávTiKElerQai 8’ évnaCHJ’ ol áxpot
26 9aívovTai 8iá t ó pf| cbvopáa6at t ó v péaov.
5 TTpaÓTTis 8’ éori pectóttis irepl ópyás* ávcovúpou 8’ óv-
to s toO péaou, ctxeSóv 8é Kal tcov dncpcov, érrl t ó péaov xf)v
irpaórnTa 9épopev, irpós Tf|v ÉAAeuyiv árroKXlvouaav, ávcb-
vupov oúoav. f) 8’ úireppoAf| ópyiAórns tis XéyoiT* fiv.
30 t ó p é v y á p ir á O o s é o r l v ó p y i^ , T á 8 ’ é p ir o io ü v T a ir o A A á K a l
S ia 9 é p o v T a . ó p é v o ú v é9* oís 8 eT K a l oís Se! ó p y i j ó p e v o s ,
S t i 6 é K a l <bs 8 eT K a l ó t e Kal ó cro v x p ó v o v , é ir a iv E lT a r ir p á o s
8 f | o ú t o s &v e ír |, E lirep f | i r p a ó r r i s érraivElTOT. P o ú A e to i y á p
6 T rp á o s ¿ T á p a x o s e lv a i K a l p f | ¿ c y e o ^ a i ú i r ó t o O irá d o w s *

1125 b 15. -r6 9iX&Tt|iov Bywater. -civ ftXiTtjiov oodd.


63

más contraria a la magnanimidad que la vanidad, pnes es a la vez


más frecuente 7 peor.
L a magnanimidad, pues, tiene por objeto los grandes honores,
como se ha dicho.
i
Parece que existe además otra virtud relativa a éstos, como diji­ 1126 b
mos en los primeros libros, que podría pensarse está respecto de la
magnanimidad en la misma relación próxima que la generosidad res­
pecto de la esplendidez. Ambas, en efecto, se mantienen alejadas de
lo grande 7 nos dan la disposición debida respecto de las cosas mode­
radas 7 pequeñas; 7 de la misma manera que en el tomar 7 el dar di­
nero ha7 un término medio, un exceso 7 un defecto, también en el
deseo de honores es posible el más 7 el menos de lo debido, 7 se pue­
den desear por los motivos debidos 7 como es debido. Así censuramos
al ambicioso por aspirar al honor más de lo debido 7 por motivos in­
debidos, 7 al que carece de ambición por no querer recibir honores
ni aun por lo que es noble. Pero ha7 ocasiones en que alabamos al
ambicioso juzgándolo viril 7 amante de lo que es noble, 7 al que ca­
rece de ambición como moderado 7 prudente, según dijimos también
en los primeros libros. Es evidente que la expresión «amigo de tal
cosa» tiene muchos sentidos, 7 no damos siempre el mismo al amigo
de honores o ambicioso, sino que lo alabamos en cuanto es en ma7or
grado que la ma7oría 7 lo censuramos en cuanto es más de lo debido;
7 como el término medio carece de nombre, los extremos parecen dis­
putárselo como vacante. Pero donde quiera que ha7 un exceso 7 un
defecto ha7 también un término medio, 7 el honor se desea más o
menos de lo debido, luego también se lo puede desear como es debido:
alabamos, por tanto, esta disposición, que es el término medio respec­
to del honor 7 que carece de nombre. Frente a la ambición, aparece
como tal la falta de ambición; frente a la falta de ambición, la ambi­
ción; frente a ambas, en cierto modo ambas. Lo mismo parece ocurrir
con las demás virtudes; pero los extremos parecen opuestos entre sí
porque el término medio no tiene nombre.

La mansedumbre es un término medio respecto de la ira; como este


término medio carece de nombre 7 los extremos están casi en el mis­
mo caso, aplicamos la voz mansedumbre al término m e d io , aunque se
inclina hacia el defecto, que carece de nombre. E l exceso podría lla­
marse irascibilidad; la pasión es, en efecto, la ira; pero sus causas B on
muchas 7 d iv e r s a s . E l que se encoleriza por las cosas debidas 7 con
quien es debido, 7 ad em áB como, cuando 7 por el tiempo debido, es
alabado. Este sería manso, si la mansedumbre es digna de elogio; por-
64

36 áAA’ á>s á v ó A óyos Tá^ij, oútco Kal érrl to ú to is Kal éttI t o -


1126 o aoÜTOV xpóvov x a ^rrraíveiv' ápapTávEiv Sé Sokeí paAAov
éttI tÍ)v ÍAA ei^iv oú y á p Tipcopr)TiKÓs ó Trpaos, áA A á paA­
Aov auyyvcopoviKÓs. f| 8’ ÉAAewpis, e ít’ á o p yr|a la t í s éamv
eíO’ 6 t i 51*1 tto te, yéyETai. ol y á p pf) ópyi^ópEvoi é<p’ oís
6 Seí f|AÍ0 ioi 5 oKouaiv elvai, Kal ol pf| cbs SeT pT)S’ ó te |íti8’
o ís SeT' SokeI y á p oúk a la 0 ávEO0 a i oúSé AimeícrOai, pf) óp-
yijÓpEVÓS TE OÚK Elvai ápUVTIKÓS, TÓ SÉ TrponriAaKtjópevov
ávéxeo 0 a i Kal to ú s oíkeíous irepiopav ávSparroScoSes. f) 8’
ÚTTEpPoAfi K a rá Trávra pév yívETai (Kal y á p oís oú SeT, Kal
10 ¿9 ’ o ís oú SeT, Kal paAAov f| SeT, Kal O S ttov, Kal ttAeíco XP¿-
vov), oú pf|v ám rvT á y£ tco oútco úrrápxei. oú y á p á v Sú-
v o i t ’ e lv a r t ó y á p Kaxóv koI éauTÓ árróAAucn, k o v óAó-
KAripov fj, á 9 ÓpTiTOV yívETai. o l pév oúv ópylA oi toxécos
pév ó p yíjo vT ai Kal o ís oú 8eT ko! £9 ’ o ís oú SeT Kal paAAov ^
15 Seí, iraúovTai Sé to xéco s' ó Kal p é A n o ro v ?xoucriu- a u p -
PaivEi 6’ oútoTs t o u t o , ó ti oú KOTÉxouai tíjv ópyf|v áAA’
ávTOTroSiSóaoiv fj «pavEpol eIcti S iá t^ v ó£ÚTr|Ta, eIt’ á iro -
iraúovTai. úrrEp^oAfi 5 ’ Elalv ol áK póxoAoi ó£eís Kal Trpós
ira v ópyíA oi Kal érrl tto v tí- ó 0 ev Kal Toúvopa. ol Sé m -
20 xp ol SuaSiáAuTOi, Kal ttoAúv xpóvov ó p y íjo v T a i' K aréxou -
cti y á p t ó v 0 upóv. iraOAa 8é yívETai ó to v ávrarroSiScp' f)
y á p Tipcopía uciúei Tfjs ópyfjs, f)Sovf|v á v r l Tfjs Aútttis Ép-
iro ioü oa. t o ú t o u Sé pf] yivo p évo u t ó pápos 2x oUCTlv‘ S iá
y á p t ó pf) érri9avés eIvoi oúSé ctuptteIÓei o ú to ú s oúSeís, év
2« áureo Sé irév^ai tÍ)v ópyf]v xp ó vou SeT. eIctí 5 ’ ol to io ü to i
éauToís óxAr)pÓToroi Kal to ís p á A io ra 9 ÍA01S. x a ^ETro^S
Sé AéyopEv to ú s É9 ’ oís te pf) Seí x o ^ iraívovTas Kal paAAov
^ Seí Kal ttAeIco xpóvov, Kal pf) BiaAAorrropévous á v s v n p co -
plas KoAáaEcos. r fj TrpaÓTT|Ti Sé paAAov rf)V ÚTTEp|3oAf|v
30 ávTiTÍ0 Epev* Kal y á p paAAov yívE T ar ávOpcomKcÓTEpov
y á p t ó TipcopEÍaOar Kal Trpós t ó avpflioí/v ol xaAerrol x £l-
pous. ó Sé Kal év to ís irpÓTepov EÍpr|Tai, Kal ék tcov Aeyo-
pévcov SfjA ov oú y á p j^ S io v S iopiaat t ó ttcos Kal tícti Kal
érrl irolois Kal iró ao v xpóvov ó p yio ré o v , Kal t ó péxpi tIvos
36 óp 0 c5s ttoieT t i s f| ápapTávEi. ó pév y á p piKpóv trapEKpal-

1120 a 17. áicoSiftiaatv Kb T. || 21. ávrarroSciotv T Asp.


64

que el que es manso quiere estar sereno y no dejarse llevar por la


pasión, sino encolerizarse como la razón lo ordena y por esos moti­ 1126 •
vos y durante ese tiempo. Pero parece más bien pecar por defecto,
porque el manso no es vengativo, sino más bien indulgente. E l defec­
to, y a consista en un* incapacidad de encolerizarse o en otra cosa, es
censurado. Los que no se irritan por lo debido son, en efecto, tenidos
por necios, así como los que lo hacen como y cuando no deben y por
las causas que no deben. Un hombre así parece que no siente ni pa­
dece, y que, al no irritarse, no es tampoco capaz de defenderse, y el
soportar la afrenta o contemplar impasible la de los suyos es cosa
serviL
E l exceso puede producirse en todos esos puntos (con quienes no
se debe, por motivos indebidos, más de lo debido, antes y por más
tiempo de lo debido), pero no se da en todos estos Bentidos a la vez
en la misma persona. No sería posible, porque el mal se destruye in­
cluso a sí mismo, y cuando es completo es insoportable. Así los iras­
cibles se encolerizan pronto, con quienes no deben, por motivos que
no deben y más de lo que deben, pero bu ira termina pronto: es lo
mejor que tienen. Esto les ocurre porque no contienen su ira, sino
que responden manifestándola por su impulsividad, y luego se apla­
can. Los coléricos son en exceso precipitados y se irritan contra todo
y por cualquier motivo, de ahí su nombre. Los amargados son difíciles
de calmar y se irritan por mucho tiempo, porque contienen su coraje.
E ste cesa cuando responden, pues la venganza pone fin a la ira pro­
duciendo un placer que sustituye al dolor, Pero si esto no ocurre lle­
van el peso de su ira, pues como no se manifiesta exteriormente nadie
intenta aplacarlos, y hace falta tiempo para digerir la cólera en uno
mismo. Los de esta índole son las personas más molestas para sí mis­
mos y para los que más las quieren. Y llamamos difíciles a los que se
incomodan por motivos indebidos y más de lo debido o por demasiado
tiempo y no cambian de actitud sin venganza o castigo.
A la mansedumbre oponemos más bien el exceso, pues no sólo es
más frecuente (en efecto, es más humano vengarse) sino que los de
humor difícil son peores para la convivencia.
Lo que dijimoB anteriormente resulta claro también por estas con­
sideraciones. No es fácil, en efecto, determinar cómo, con quiénes, por
qué motivos y por cuánto tiempo debemos irritamos, ni hasta dónde
lo hacemos con razón o pecamos. E l que se desvía poco no es censurado,
65

vcov oú vyéyerai, o ú t ’ frri t ó paAAov o ú t ’ érrl t ó fj-rrov évlo-


ii2« b tey á p t o ú s éAAeÍTTOVTas étt oivo üpev Kal irpáous 9apév, Kal
t o ú s xa A£rraívovTas ávBpcbBEis cbs Suvapévous á p x E iv . ó 5 f|
Tróaov Kal ttcos irapeK^aívcov v^ e u t ó s , o ú (í)<£8iov tco Aóycp
<5nro5oOvai’ év y á p t o ís koO’ iKacrra Káv t t ¡ o í o ^ ctei
5 Kpíais- áAAá t ó ye toooOtov SíjAov, ó ti pév -péaT| ?§ts
hraiven1!, KaO’ f|v oís 5eT ópyijópEOa Kal écp1 oís Seí Kal ¿os
Seí Kal irávra Tá T o i a u T a , al 8 ’ úrrepPoAal Kal ¿AAetvf^is ^ek-
to í, Kal éirl piKpóv pév yivópEvai ripépa, érrl irAéov 8 é paA-
Aov, érrl ttoAú 8 é acpóSpa. 8 fjAov oúv ó ti Tfjs pácrns ^ecos
10 áv0E K T éov. a l p é v o ú v i r e p l T Í)v ó p y f j v I£ e is E tp r)cr0 co aav .
6 ’ Ev 8 é T a i s ópiA lais Kal t c o o u j r j v Kal A ó y c o v Kal irp a y -
p á T c o v K oivcoveív o í p é v fip e o K o i S o k o O ctiv E lv a i, o l T ráV T a
irpós íi S o v q v éiraivoO vT E S Kal oúQ év ¿ c v ti te í v o v te s , á A A ’ o i ó -
p e v o i 8 e ív á A u r r o i t o í s é v T v y x á v o u a i v E lv a r o l 8 ’ é£ é v a v -
16 t í o s t o ú t o is i r p ó s i r á v T a á v T m lv o v T E S K a l t o u A u tte ív o ú 8 ’
ó t io Ov 9 POVTÍJOVTES B ú ctk o A o i K a l S u aép iB E S K a A o ü v T a i. óti
p é v o ú v a l E lp -q p év a i í ^ eis ^ E K r a l eIotv , o ú k á B riA o v , K a l ó t i
T| pé(TT| TOÚTCOV ÉTTOCIVETT), KO0’ fjV áTTOSé^ETOl & 8 eÍ K a l COS
S eí, ó p o íc o s S é K a l S u a x e p a v E Í ’ ó v o p a 8 ’ o ú k á ir o S é S o T a i
20 aÚ Tfj t i , éoike S é p á A i o r a 91AÍ9C. t o io ü t o s y á p é o r i v ó K c rrá
t ^ v pécrT)v i^ iv ° í o v p o u A ó p s d a A éyE iv r ó v éiriEiK fj 9 ÍA o v , t ó
o r é p y E iv T T p o o A a p ó v r a . S i a 9 épEi 8 é T fjs 9 iX la s , ó t i &veu
i r á 0 o u s é o r l K a l t o u o r é p y E iv o í s ó p iA E í’ o ú y á p tco 9 i Aeív
f | é x ^ a í p s iv á iro B é x E T a » ¡ K a o r a cbs 8eí, á A A á tco t o io Ot o s
25 E lv a i. ó p o íc o s y á p i r p ó s á y v c o r a s K a l y v c o p íp o u s K a l a u v f ] -
6 e is K a l áo u v i'jÓ E is o ú t ó tto ii^ c te i, T rA f|v K a l Év é K á o r o i s cbs
á p p ó jE i* o ú y á p ó p o íc o s irp o cr^ K E i o u W |0 c o v K a l óOveícov
9 p o v T ÍjE iv , o ú B ’ a ú A u tte ív . k o B ó A o u p é v E Íp iy ra i ó t i eos BeI
ó p iA i^ o e i, á v a 9 épcov 8 é i r p ó s t ó K aA ó v K a l t ó o u p 9 é p o v o r o -
30 x ^ tcreT al t o u p f | A u tte Iv f | c tu v tiB ú v é iv . ? o ik e p é v y á p Trepl
f)8o v á s K a l A ú r r a s E lv a i r á s év T a i s ó p tA ía i s y i v o p é v a s ' to ú ­
tc o v 5 ’ ó a a s p é v aÚTCp é o r l p fj K aA ó v f | ^ A a ^ É p o v a u v r | 8ú -
v e iv , S u a x e p a v e í , K a l ir p o a ip / io E T a i A u t t e í v kqcv t c o t t o i o u v -
t i 8 ’ á o x r i p o a ú v T iv 9 l p f l , K a l t o ú t t i v pf] p m p á v , f | ^ A á ^ í i v ,
35 5* é v a v T Íc o o is p m p á v A ú rrn v , o ú k á r r o S é ^ E r a i á A A á B u o x e -

b 4. xiv Bywater: xal oodd.


65

ya sea hacia el exceso o hacia el defecto, y en ocasiones alabamos a


los que se quedan cortos y los llamamos benignos, y viriles a los que 1126 b
se irritan juzgándolos capaces de mandar. Cuánto y cómo tiene que
desviarse uno para ser censurable, no es fácil de poner en palabras: la
decisión depende, en efecto, de las circunstancias particulares y de la
sensibilidad. Pero una cosa es clara, que la disposición intermedia es
laudable, de acuerdo con la cual nos irritamos con quienes debemos,
por los motivos debidos, como debemos, etc.; y que los excesos y de­
fectos son reprensibles, poco si se dan en un grado inferior, más si en
uno más alto y mucho si en grado muy elevado. Es claro, por tanto,
que hemos de mantenemos en el término medio.
Quedan, pues, tratadas las disposiciones relativas a la ira.

En el trato, la convivencia y el intercambio de palabras y accio­


nes, unos hombres parecen obsequiosos y lo alaban todo para dar gusto,
no se oponen a nada y creen su deber no causar molestia alguna a aque­
llos con quienes se encuentran; y otros, por el contrario, a todo se
oponen y no se preocupan lo más mínimo de no molestar; se los llaman
descontentadizos y discutidores. Que estas disposiciones son censura­
bles es claro, así como que es laudable la intermedia, de acuerdo con
la cual admitiremos lo debido y como es debido, y desaprobaremos
análogamente. Esta disposición no ha recibido nombre, pero a lo que
más se parece es a la amistad. En efecto, el que tiene esta disposición
intermedia es semejante a aquel a quien damos con gusto el nombre de
buen amigo, si se le añade el cariño. Pero esta disposición se distingue
de la amistad en que no implica pasión ni afecto por los que trata,
pues no es por amar u odiar por lo que lo toma todo como es debido,
sino porque tal es su índole. En efecto, lo hará de la misma manera ya
se trate de desconocidos o de conocidos, de íntimos o de los que no lo
son, salvo que e{L cada caso lo hará como es adecuado, pues no es pro­
pio interesarse de la misma manera poT los íntimos que por los extra­
ños, ni disgustarlos en las mismas condiciones.
E n general, pues, decimos que se comportará con los demás como
eB debido, pero si pretende no molestar o complacer lo hará con vistas a
lo que es noble y conveniente. Pues parece que su objeto son los pla­
ceres y molestias a que da lugar el trato social: siempre que, a su
juicio, no sea noble o sea perjudicial dar gusto, rehusará hacerlo, y
preferirá disgustar; y si asintiendo a la conducta de alguno va a aca­
rrear descrédito o perjuicio, mientras que su oposición va a producir
una pequeña molestia, no pasará por aquélla sino que la rechazará.
«6

pavEí. 8 io«pepóvTcos 6 * ópiXi^cra t o í s év á^icbpaai Kal toTs


ii í7o tu x o O o i, Kal páXXov f¡TTOV yvcoplpois, ópoícos Bé K al H a rá
tócs áXXas 6ia<popást í k A o t o is áirovépcov t ó irpérrov, Kal Ka6 *
o ú t ó pév alpoúpevos t ó ctuvt) 6 úveiv, X utteív 5’ eúXafloúpevos,
t o í s 8’ ¿nropalvouaiv, éáv ueljco, ctuvettópevos, Aéyco 8é
5 tc o KaXco Kal tc o cruptpépovn. K al f|Bovfjs 8’ evexa Tfjs el-
aaOQis pEyáXtjs piKpá Xuiti^ctei. ó pév oúv péaos t o i o u t ó s
éonv, o ú k cóvópaarai 8é* to O 8 é a u v t | 8 úvovTOs ó pév t o u
fjBús elvai cnroxct3ÓpEVOs pf| 8iá t i áXXo ápEOXOs, ó 8’ óircos
áxpéXEiá t is aürcp yívriTai els xP1íIH°CTa K a^ ó aa 8iá xptipá-
10 tco v , KÓXa§* ó 8é iraai BuaxEpaívcov EÍpriTai ó t i SúctkoXos
Kal SúoEpis. ávnKEÍaOai Sé <palvETai T á áKpa lauTOís 8iá t ó
ávcóvupov elvai t ó péaov.
7 TTepl T á aCrrá Sé ctxeSóv écrn K al f| Tfjs áXa^oveías (K al
EipcovEÍas) pectótt|S‘ ávcóvupos 8 é K al aCrrf|. oú x^Ipov Sé
16 Kal Tás TOiaCrras éireX0Elv páXXóv t e y á p &v et6eír|pEV Tá
irepl t ó fjOos, Ka0* ÍKOOTOV BieXOóvteSi Kal peaÓTTiTas EÍvai
T á s áp rrás Tnoreúoaipev á v , éirl irávTcov o ú tc o s §x ov <t w i -
Bóvres* év Sfj tc o aujfjv ol pév irpós f|SoW|v Kal Xúrrnv ópi-
Xoüvtes sípTivTai, irepl Bé tc o v áXT)6euóvTcov t e K al vfreuSo-
20 pévcov eTttcopev ópoícos év Xóyois Kal irpá^ecri Kal tc o irpo-
cnroii'ipaTi. SokeI Bfj ó pév áXa^cov irpocnroirinKÓs tc o v év-
Bó^cov filvai Kal pf) úirapxóvTCOv K al peijóvcov f| ú irá p x e i, ó
8 é EÍpcov áváiraXiv ápvEloéai T á 'ú r r á p x o v T a íXáTrco iroielv,
ó 8é péaos aúOéKaorós t i s &v áX^OEUTitós Kal tc o pico Kal
26 tc o Xóyco, T á ú ir á p x o v T a ópoXoycóv elvai irEpl o ú tó v , Kal
o ú t e peluco o ú te éXáirrco. io n Bé to ú tc o v Ik o o to K a l gvEKa
n v o s iTOiEív Kal pt)Bevós. iK acrros 8 ’ o ló s é o n , T o ia 0 r a Xé-
y£t Kal irpárrei Kal o ú tc o éáv pi^ nv o s íveko irp á rrij.
Ka0’ o ú t ó Bé t ó pév (f*08 os qxiOXov Kal v^ektóv, t ó B’ áXr^dés
30 KaXóv Kal éiraivETÓv. o ú tc o Bé Kal ó pév áXiiOeunrás péeros
<2>v éiraiVETÓs, ol Bé vf/euSópevoi ápcp ó rsp o i pév ^ e k to í, paX-
Xov S ' ó áXa^cbv. irepl ÉKcrrépou B' eÍttcopev, irpÓTEpov .Sé
ire p l t o u áXr)6 E unK ou. oú y á p ire p l t o u év T a is ópoXoyíais
áXTi6 eÚ0 VT0 s Xéyopev, oúS’ ó a a els áSiK Íav fj BiKaiocrúvriv

1127 a 13. xxl -rí); clpewcta; add. Imelmarm.


66

Tratará de distinto modo a los de posición elevada y al vulgo, y a los


más o menos conocidos, y guardará igualmente todas las demás dife­ 1127 a
rencias, dando a cada uno lo que se le debe, perfiriendo en si mismo
el complacer, evitando el molestar y teniendo en cuenta las consecuen­
cias b í son más importantes, quiero decir lo bueno y lo conveniente
Y en vista de un gran placer futuro infligirá una pequeña molestia.
Tal es, pues, el que tiene la disposición intermedia, pero carece
de nombre. De los que procuran complacer, el que con ello sólo aspira
a ser agradable y no lo hace por otra cosa, es obsequioso; el que lo
hace para conseguir alguna utilidad de dinero o de lo que se compra
con dinero, es adulador. E l que todo lo lleva a mal ya hemos dicho
que es descontentadizo y disputador. Los extremos parecen opuestos
el uno al otro porque el termino medio carece de nombre.

Casi en tom o a lo mismo gira el término medio de la arrogancia


y la ironía, y también cu ece de nombre. No estará mal examinar
también estas disposiciones, pues aquí podremos conocer mejor lo que
se refiere al carácter después de recorrer una por una sus modalidades
y convencemos más de que las virtudes son disposiciones intermedias,
después de haber visto que en todoB los casos es así. Hemos hablado
de los que en la convivencia tratan a las personas desde el punto de
vista de agradar o desagradar, hablemos ahora de los que BOn verda­
deros o falsos, tan to en sus palabras como en sus acciones y preten­
siones.
Pues bien, el jactancioso parece atribuirse lo que le da gloria,
y ello sin pertenecerle o en mayor medida de lo que le pertenece; él
irónico, por el contrario, negar lo que le pertenece o quitarle impor­
tancia, y el término medio, ser un hombre sincero tan to en b u vida
como en sus palabras, que reconoce que se dan en él las cualidades que
tiene, y ni más ni menos. Cada una de estas cosas puede hacerse con
algún propósito o sin ninguno. Y todo hombre, actúa y vive de acuerdo
con su carácter, si no actúa con vistas a alguna cosa. Por si misma, la
falsedad es vil y reprensible, y la verdad noble y laudable. Asi tam ­
bién el hombre sincero, que es un término medio, es laudable, y los
falsos son ambos reprensibles, pero más el jactancioso.
Hablemos de ambos, y en primer lugar del sincero. No estamos tra­
tando del hombre que dice la verdad en sus contratos, ni en las cosas
que se refieren a la justicia o la injusticia (pues esto seria propio de
«7

1127 6 au v T E Ív ei ( á A A ^ s y á p á v e ír| t o ü t ’ á p e r f j s ) , áA A ’ év o í s MT|-


6e v ó s t o i o ú t o u 8 i a 9 épovTO S x a l év Aóyc¡> K a l év p i t p á A t |-
0EÚEI T U TÍ)V I£lV TOIOÜTOS eIvO I. SÓ^EIé 8 ’ á v Ó TOIOÜTOS
é m e iK fis e Iv o i. ó y á p 9 iA aA i'|0T)S, K a l év o í s pf) 8 i a 9 ép£i
s áAT\6EÚcúV, áA r)6eÚCTEi K a l év o í s 5 i a 9 épei é t i p a A A o v eos y á p
a ic r x p ó v t ó v y tü S o s tO A a ^ i^ c re r a i, ó y e K a l koO ’ o ú t ó T |ú A a -
P e íto - ó Sé t o i o ü t o s é ir a iv r ró s . é rrl t ó é A o tto v 6 é p a A ­
A ov t o ü á A íiO o ü s á rro K A ív E r é p p £ A ¿ o rE p o v y á p 9 a í v r r a i 8 i á
t ó é r r a x ^ e ís T á s ú m p |3 o A á s e lv a i . ó S é p c íjc o tó ó v ú r r a p -
io x ó v tc ú v T rp o o T ro io ú p e v o s p r)8e v ó s Iv e K a cpaúAcp p é v ío ik e v ( o ú
y á p á v i x a i Pe y e ú S e i) , p á r a l o s S é « p a ív e ra i p a A A o v f\
k o k ó s* el 8’ fvE K á t i v o s , ó p é v S ó ^ q s T ip f} s o ú Aíocv v^/ek-
t ó s , t " S ó á A a jc ó v , f ó 8 é á p y u p í o u , ti óaa e ls á p y ú p i o v ,
á a x r i p o v é a r e p o s ( o ú k év -rirj S u v á p e i 5 ’ é o r l v ó á A a ^ c ó v , á A A ’
15 év ir p o a ip é a E r K a r á t í j v i£ i v y á p K a l t c o to ió c tB e e lv a i
á A a ^ c ó v é o T iv ) ' d x j m p K a l ^ ^ ú o t t i s ó p é v t c o v^eúSei o ú t c o
X a íp c o v , ó Sé 8ó £ q s ó p e y ó p e v o s K ép S o u s. o l pév o ú v S ó £ n s
X á p iv á A a jo v E U Ó p E v o i T á T O ia Ü T a T rp o o r r o io ü v T a i £9 ’ o í s
é r r a iv o s fj E Ú S a ip o v ia p ó s , o l S é K é p S o u s , & v K a l á l r ó A a v a l s
20 é c r i t o í s ir é A a s K a l 8 ia A a 6eTv & m pf) ó v r a , o lo v p á v n v a o -
9 ÓV Ic rrp ó v . S i á t o ü t o o l ttA e íc to o i T r p o a r r o io ü v T a i T á t o i o ü -
T a K a l á A a jo v E Ú o v T a i’ S o n y á p év o ú t o í s T á E lp tip é v a . ol
8 ’ EÍpcovES é r r l t ó § A o t t o v A éy o v T E s x ^ p i é o r E p o i p é v T á f|0T|
9 a ív o v T a r o ú y á p K é p S o u s fvE K a S o k o ü c ti A é y s iv , á A A á
25 9 £ Ú y o v T 6 s t ó ó y K t |p ó v p á A io r a Sé K al o ú to i T á EvSo£a
á r r a p v o ü v T a i , o l o v K a l Z c o K p á rT |s é rro lE i. o l 8 é T á p m p á
K a l 9 a v E p á [irp o o -rro io ú p E V O i] p a u K o i r a v o ü p y o i A é y o v T a i K a l
e ú K a T a 9 povT)TÓTEpo( e I o i v K a l évloTE á A a jo v E Í a 9 a lv e T o a
o l o v f) t c ó v A aK cbvcov éaO i'is- K a l y á p f) ú m p f lo A f i K a l f)
30 A la v íA A e i^ is á A a jo v iK Ó v . o l S é p eT p lco s x P ^ u e v o i t t ¡ elp co -
vfilqt K a l m p l T á p f] A ía v é p u o S c b v K a l 9 <xv£pá E lp c o v e u ó p e v o i
XapÍEVTES 9 a l v o v T a i . á v n K E ic j0 a t 8 ’ ó á A a jc o v fa lv E T c n t c o
áAtiOEunK^* xE^PC0V y^P-
8 O ú o t )s 8 é K a l á v a rr o c ú a s c o s év to d p íc p K a l év t o ú t i j S i a -
y c o y f i s p e t ó T ra iS iS s , S o k e I K a l é v r a ü 8a e lv a i ó p i A i a t i s ¿ P -

b 24. &xXi]|»4v || 26. KpoairaioO(icvot seolus. V&hlen.


67

otra virtud), sino del que ea sincero en sus palabras y en su vida cuando 1137 b
el serlo no supone diferencia alguna y por el mero hecho de tener tal
carácter. Tal hombre parecería ser un hombre cabaL Pues el que ama
la verdad y la dice cuando da lo mismo decirla o no, la dirá aún más
cuando no da lo mismo: entonces se guardará de mentir considerán­
dolo vergonzoso, él que antes se guardaba de la mentira por la men­
tira misma. Tal hombre merece ser alabado; más bien se inclina a decir
menos de lo que es la verdad, lo cual parece de mejor gusto, porque
las exageraciones son odiosas.
E l que se atribuye más de lo que le corresponde, sin proponerse
nada, produce la impresión de un ser despreciable (pues en otro caso
no se complacerla en la falsedad), pero evidentemente es más vani­
doso que malo. Si lo hace con alguna finalidad, el que lo hace por la
gloria o el honor no es excesivamente reprensible; el que lo hace por
dinero o por lo que es un medio para obtener dinero es más vergonzoso
(el ser jactancioso no está en la capacidad, sino en la decisión, pues
se es jactancioso en virtud de un hábito y por tener t a l índole deter­
minada); asi como se es embustero o porque se complace uno en la men­
tira misma o porque aspira a la gloria o a la ganancia. Pues bien, los
que son jactanciosos por amor a la gloria se atribuyen cualidades que
provocan alabanzas o felicitaciones; los que por amor a la ganancia,
se atribuyen las dotes que pueden beneficiar a su prójimos y cuya
inexistencia puede ocultarse, por ejemplo, dicen ser adivinos, sabios
o médicos. Por eso la mayoría de los hombres fingen cosas de esta natu­
raleza y se jactan de ellas: se dan efectivamente en ellas las'condicio­
nes que hemos dicho.
Los irónicos, que dicen menos de lo que es, tienen evidentemente
un carácter más agradable, pues no parecen hablar asi por lucro,
sino por rehuir la ostentación. Estos niegan sobretodo poseer las cua­
lidades que son muy estimadas, como hacia Sócrates. A los que niegan
poseer cualidades pequeñas y manifiestas se les da el nombre de hipó­
critas y son más despreciables; y en ocasiones tal actitud parece jac­
tancia, como la de los laconios con su vestido, pues no sólo es jactan­
cioso el exceso, sino la excesiva deficiencia. E n cambio, los que usan
moderadamente la ironía y la emplean a propósito de cosas que no
saltan demasiado a la vista ni son manifiestas, nos resultan agradables.
E l jactancioso parece, pues, el opuesto al sincero, pues es peor (que el
irónico).
8

E n la vida hay también descanso, y en éste es posible entrete­


nerse con bromas; parece, pues, que también en esta esfera existe una
68

ii38« peAi'is, Kal o la 6 eI Aéyeiv Kal eos, ¿poicos Bé K al áKoÚEtv.


Sioíoei 5é xal t ó év t o i o ú t o i s Aéyeiv f| to io ú tc o v (Sckoúeiv.
8f)AoV 6’ cbs Kal TTEpl TOOt’ ?CTTIV ÚTTEpPoAl'i TÉ Kal jfAAElVf/lS
t o u páoou. oi pév oúv tü í yeAolcp CrrrEppáAAovTes ficopo-
5 A¿xoi SoKoüaiv elvai Kal <popmKQÍ, yAix¿pevoi ttócvtcos t o u
yeAoíou, xal paAAov crroxajópevoi to O yéAcora Troifjom
t o u Aéyeiv EÚox^pova Kal pfj A utteív t ó v c tk c o tttó p e v o v oí
6é pi^T* aú ro l &v e Ittó v te s pr)6év yEAoTov t o í s t e Aéyouoi
SuaxEpaívovTES dypoiKoi Kal axAripol Sokouctiv elvai. ol 5’
io ¿ppeAcós iraíjovTEs eÚTpÓTTEAoi -rrpooayopEÚovTai, olov eu-
TpoTroi* t o u y á p fjQous ai to io O to i S o k o u o i kivi^cteis slvai,
cboTTEp 6é Tá acbporra ¿k tc ó v Kivi'iaecov KpívErai, o ú tc o Kal
Tá ÉTrnroAájovTOs Sé t o u yEAotou, Kal tco v ttA eIotcov
XaipóvTcov t t ¡ TraiSiqc Kal tc o o-KcbTtTEtv paAAov f| 6 eí, Kal ol
15 pcopoAóxoi EÚTpárrEAot TrpocrayopEÚovTai cbs XaP^eVT6S'
5é Siacpépouo-i Kal oú piKpóv, ék tcov £lpr)pévcov SfjAov. tt¡
péaij 8’ é^ ei o IkeTov Kal f) émSE^iÓTTis é o t ív t o u S ' éttiS e-
íjíou Éorl TOiaúra AéyEiv K al áicoÚEiv o ía tco éttieikeT Kal
éAeuOepíco áppÓTTEr ectti y á p Tiva irpérrovn-a tco toíoútcp
20 AéyEiv év iraiSiSs pépEi K al áKoúeiv, Kal f) t o u ÉAeuQeplou
iraiSiá Siacpépei t íís t o O áv8pcnro8có6ous, Kal TT6Trai6eupévou
Kal áTraiBeÚTou. T6oi 5’ áv t is Kal ék tcóv KcopcpSicóv tcóv
iraAaicby Kal tcov Kaivcóv t o Ts pév y áp ?¡v yEAoTov ala -
XpoAoyía, t o Ts 5é paAAov f| Crrróvoia* SiacpépEi 6’ oú pi-
26 Kpóv TaOra Trpós EÚcrxTipoavvTiv. TTÓTEpov oúv tóv eú
O K cóirrovTa ¿pioréov tco Aéysiv pf| árrpE-rrfj ÉAeuOepíco, f| tco
pf] AurreTv t ¿ v áKoúovTa f) K al Tépireiv; f| Kal t ó ye t o io u -
tov áópiorov; áAAo y á p áAAco piotitóv te Kal f|6ú.
T O ia ü ra Bé K al áKOÚarrai' & y á p úrropévei áKOÚcov, T a ú r a
30 Kal TTOtEÍV SoKEl. OÚ 8fj TTOCV17011*1061' TÓ y áp (JKCÓppa Aoi-
6ópr|pá t i éot Iv , ol S¿ vopoOérai ivia Aoi6opeIv kcoAúouoiv
§6ei 6'iacos Kal OKcbirreiv. ó 8fi x a PÍElS Kal ÉAeuOéptos oútcos
í£et, olov vópos &v éauTcii. to io u to s pév oúv ó píaos éotIv,
eTt ’ ém 8 é§ios eTt ’ EÚTpárrEAos Aéyerai. ó Bé pcopoAóxos íJt-
35 tcov écttI to u yEAolou, Kal oúte éavrrou oúte tcóv fiAAcov
árrExópEvos el yéAcoTa noi^aei, Kal TOiaura Aéycov <Sv oúSév

1128 a 26. (*•)) ánpnri) Kb: (ju-í) A 7tpÍ7cei T: A jcpércíi Lk M*.


68

conversación apacible e ingeniosa, en que se dice lo que se debe y 1188 a


como se debe, y se escucha lo mismo. Y habrá igualmente diferencia
según entre quiénes se hable 7 a quiénes se escuche. Y es evidente
que también tratándose de esto ha7 un exceso 7 un defecto del término
medio. Pues bien, los que se exceden en lo que hace reir son considera­
dos como bufones vulgares, procuran hacer reir a toda costa, 7 se propo­
nen más provocar la risa que decir cosas graciosas o no molestar al que
es objeto de sus burlas. Por otra parte, los que ellos mismos no dicen
nada que haga reir 7 llevan a mal que lo hagan otros parecen intrata­
bles 7 ásperos. De los que bromean decorosamente se dice que tienen
el ingenio vivo, queriéndose decir que lo tienen ágil; porque esas sali­
das se consideran como movimientos del carácter, 7 lo mismo que
juzgamos los cuerpos por sus movimientos, lo hacemos tam bién con
el carácter. Como lo ridiculo es lo que más salta a la vista 7 la mayoría
de los hombres se complacen en las bromas 7 burlas más de lo debido,
también suele decirse de los chocarreros vulgares que tienen viveza
de ingenio, 7 se lostiene por graciosos. Pero es evidente por lo que hemos
dicho que entre unos 7 otros ha7 diferencia, 7 no poca.
A la disposición intermedia pertenece también el tacto. Es propio
del que tiene tacto decir 7 oír lo que cuadra a un hombre de bien
7 distinguido; éste puede, en efecto, decir y oír cosas entono de broma,
y las bromas del hombre distinguido difieren de las del hombre de
índole servil, las del educado de las del que no tiene educación. Puede
verse esto en las comedias antiguas y en las nuevas: para los autores
de las primeras lo cómico era el lenguaje soez, para los de éstas más
bien la segunda intención; no hay poca diferencia entre estas cosas
desde el punto de vista del decoro. ¿Debemos, entonces, definir al que
eB adecuadamente gracioso por decir cosas que no son impropias de un
hombre distinguido, o por decir cosas que no molestan o incluso agra­
dan al que las oye? Pero aun esto, ¿no es indefinido, puesto que lo
odioso y lo agradable son distintos para las distintas personas? Y tam ­
bién escuchará la misma clase de cosas, pues se considera capaz de decir
lo que uno se presta a oír; pero no lo dirá todo, porque la burla es una
especie de insulto, y los legisladores prohíben ciertos insultos; quizá
deberían prohibir tam bién ciertas burlas. E l que es gracioso y distin­
guido se oomportará, pues, como si él mismo fuera su propia ley. Tal
es el término medio, ya se lo defina por su tacto o por su viveza de
ingenio.
E l bufón es víctim a de su afición a hacer reir, y no se respetará a
ai mismo ni a los demás con ta l de conseguirlo, aun diciendo cosas que
69

1128 6 ócv eíttoi ó x a pteiS> ? v ia 8 ’ á v á K o ú a c n . ó 8 ’ á y p o i K o s e ls


T á s T O iaÚ T as ó p i A í a s á x p e lo s * o ú Q év y á p a u p p a A A ó p E V O S
• rr á a i 8 u a x E p a ív e i . S oke I S é / | á u á r r a u a i s K a l f) T r a iS i á év
tco p ico EÍvcn á v a y K a l o v . T pEls o ú v a l e lp r ] p é v a i év tco (3Ic¿>
6 peaóiT iT E S , e l a l S é i r a a a t ir e p l A ó y c o v tiv ó ó v K a l irpá^E C ov
K o iv co v íav . S u n p é p o u o i 8 ’ ó t i f | p é v T repl áA i'iO Eiáv í c t t i v , a !
S é T repl t ó f |8 ú . t c o v S é H E pl t Í | v f |8 o v f |v tí p é v év T a i s i r a i -
S iaT s f^S’ év T a i s Kcrrá t ó v á A A o v f iío v ó p iA ía i s .
9 TTEpl 8é alSoOs ais t í v o s á p E T rjs oú irpcxjfiK E i A éyeiv
10 T r á t e y á p paAAov Ioikev e^ei. ó p íjE T a i y o u v 96^05 t i s
áSo^ías, K al árroTEAelTai t c o T repl T á Seivá 9Ó|3cp TrapcrirA^-
aiov* épudpaívovTai y á p ol a l a x w ó p E v o i , ol Sé t ó v 0 á v a -
t o v «popoúpevoi cbxpicocnv. a c o p c r r iK á Sfj «paívETaí ir eos elvai
áp9ÓTEpa, óirep SokeI irá6ous paAAov f| llecos eívai. oú
15 Tráai] 8’ f)AiKÍqt t ó Trá6os áppójEi, á A A á t t ¡ véqc. olópeda
y á p S e ív t o ú s t t ) A i k o ú t o u s alSi^povas Elvai S iá t ó TráOei jcov-
T as iroAA á ápapTáveiv, úrró rf¡s alSoOs Sé KcoAÚEo6ar Kal
hraivoüpev t c o v pév vécov t o ú s alSi'ipov&s, irpecrpúrepov 6 ’
oúSels &v éircnvéoíiÉV ó t i a lo ,x uvTTlAós* oúSév y á p olópeOa
20 S eív a ú ró v irpárrE iv ¿9’ o ís é o rlv alaxú vr). oúSé y á p érriei-
k o u s é o rlv f] alcrxúvri, eÍTrep ylvETai érrl to T s 9 aúA ois ( o ú y á p
TrpaKTéov tóc ToiaO ra- eI 8’ é o rl T á pév k o t ’ áAi'iOeiav a la x p á
tóc Sé Kcrrá Só^av, oúSév S ^ é p e r oúSérEpa y á p irpaicréa,
coar’ o ú k alaxuvT éov)- 9aúA ou Sé Kal t ó elvai t o i o ü t o v
25 olov -rrpáTTEiv t i t c o v ataxpcSv. t ó 8’ o ú t c o s ?xeiv eI
Trpá^ai t i t c o v T010ÚTC0V aiCTXúveoflai, Kal S iá t o u t ’ oÍEodai
éttie ik tí EÍvai, ó ro iT O V ¿ttI to T s é k o u c tío is y á p f) alScos,
éKCÓV S’ Ó ÉTTlElKfjS OÚSÉTTOTE TTpá^El T á 9 aOAa. eTt| 8 ’ &V f)
alScos é£ úiroOÉCTECos émeiKás- el yáp -rrpá^ai, alo,x^volT’ ^cv'
30 o ú k f o n 8é t o O t o Trepl tó cs ápETás. eI 8’ f | á v a ia x u v T Ía
9aOAov Kal t ó pf| atSelcKkn T á a la x p á irpárrE iv, oúSév pSA-
Aov t ó v T á T oiaO ra TrpáTrovTa alCTXúvEO'Oai érriEiKés- o ú k
éo ri 8’ oúS’ f) éyKpáTEia ápen'i, á A A á t i s piicny 8 e ix W |o e -
t o i Sé irepl a ú rfjs év t o I s úoTEpov. vOv Sé irepl 8 ik o i o o ú v t i s
35 eIttcopev.
69

ningún hombre de buen gasto diría, y síganos que ni siquiera escu- 1128 i
charla.
E l intratable es inútil para esta clase de conversaciones, pues no
contribuye a ellas y todo lo lleva a mal; y el descanso y el juego pare­
cen ser una necesidad de la vida.
Tres son, pues, los términos medios de que hemos hablado, que
se dan en la vida, todoB ellos relativos al intercambio de ciertas cla­
ses de palabras y acciones. Se distinguen en que uno se refiere a la
verdad, y los otros dos a lo agradable. De los que se refieren al placer
el uno se da en las bromas y el otro en el tra to general de la vida.

No debe hablarse del pudor como de una virtud; se asemeja, en


efecto, más a un sentimiento que a una disposición. E n todo caso,
se lo define como cierto miedo al desprestigio y su resultado es muy
parecido al que produce el miedo al peligro: asi lo que sienten
vergüenza se ruborizan y los que tem en la muerte palidecen. Es mani­
fiesto, pues, que se tra ta en ambos casos de afecciones corporales,
y esto parece más propio de la pasión que del hábito. La pasión no
va bien con todas las edades, sino sólo con la juventud. Pensamos que
los jóvenes deben ser pudorosos porque como viven de acuerdo con
la pasión yerran con frecuencia, y el pudor los refrena; y alabamos
a los jóvenes pudorosos, pero nadie alabarla a un viejo por ser ver­
gonzoso: no creemos, en efecto, que debe hacer nada por lo que tenga
que avergonzarse. Tampoco es la vergüenza propia del hombre cabal,
puesto que sigue a las malas acciones (tales acciones, en efecto, no
deben cometerse, y lo mismo da que sean vergonzosas en verdad o que
lo sean en la opinión de los hombres: en ninguno de los dos casos deben
cometerse, para no tener que avergonzarse); y es ya propio de un hom­
bre malo ser de ta l Índole que pueda cometer una acción vergonzosa.
Y el ser de ta l Indole que le haga a ano avergonzarse si comete una ac­
ción de esa clase, y creer por ello ser como es debido, es absurdo;
porque el pudor acompaña a las acciones voluntarias, y voluntaria­
mente jamás cometerá el hombre cabal acciones vergonzosas. La ver­
güenza podría Ber buena en forma hipotética: si alguien hiciera ta l
cosa, se avergonzarla; pero esto no ocurre con las virtudes. Y si es mala
la desvergüenza, y el no tener reparo en cometer acciones vergonzosas,
no por eso es bueno avergonzarse por hacerlas. Tampoco la continen­
cia es una virtud, sino una mezcla; más adelante haremos algunas
indicaciones sobre ella. Ahora hablemos de la justicia.
1129 a E.

TTepl 6é BtKcnoCTÚvris Kal áSiKÍas aKEirréov, irepl irolas te


Tuyxávoucnv oúaai irpá^Eis, Kal irola pectóttis écrrlv Y) Si-
5 KaioaCfVTi, Kal t ó SÍKaiov tívcov péaov. f| Sé OKévfus f|plv
Iotco Kcrrát tY)v aúrfiv péOoSov to Is irpoeipr|pévois. ópcopev
Sf) irávTas tÍ|v to io ú tt|v l^iv povAopévovs Aéyeiv SiKoaoov-
vt|v, 69’ f)S irpaioriKol tcov Sikoícov etal Kal ¿ 9 ’ Tis SiKaio-
irpayoOai Kal PoúAovtoi Tá Síicaia* tó v ocútóv Sé Tpóirov
10 Kal irepl áSiKÍas, á9* fjs áSiKoücn Kal PoúAovtoi Tá áStKa.
Sió Kal f] plv irpcoTov cbs év túttco úttokeíctOco toO to. oú8é
y á p tó v aÚTÓv ?xE1 Tpóirov éirl te tcov émorripcov Kal 5u-
vápecov Kal éirl tcóv í£ecov. Súvapis pév y áp Kal Éirum'ipTi
SokeI tcóv évavrlcov f| aCrrf) EÍvai, ?£is 6’ f| évavría tcóv évav-
16 TÍa tcóv évavTÍcov oú, olov áiró Tfjs úyiEÍas oú irpá i terai Tá
évavTla, áAAá Tá úyiEivá póvov AéyopEV y áp úyiEiv&s Pa-
Síjeiv, ótov Pa6Í3^| cbs áv ó úyialvcov. iroAAáKis pév oúv
yvcopíjETai Y| évavTÍa é§is áiró Tfjs évavTÍas, iroAAáKis Sé al
2§EtS áiró tcóv úiroKEipévcov* éáv te y á p f| eúe^ía 9avepá,
20 Kal f) KaxE^la 9av£pá yívETai, Kal éK tcóv eúektikcóv fj eÚE^Ía
Kal éK TaÚTTjS Tá EÚEKTiKá. eI y á p éomv f) eúe£(a irvKvórris
otxpKÓs, áváyKq Kal tY|v Kaxe^íav eTvai pavónyra oapKÓs
Kal TÓ eÚeKTlKÓV TÓ irOir|TlKÓV irUKVÓTTlTOS év oapKl. ¿CKO-
AouOel 5’ cbs érrl t ó ttoAú, éáv Oárepov irAeovaxcós AéyT)Ton,
26 Kal dárepov irAeovaxcós Aéyeaflai, olov El t ó SiKaiov, Kal t ó
áSiKOv. foiKe Sé ttAéovox¿ós Aéyeoflai Y| SiKaiooúvri Kal f|
áSiKla, áAAá Siá t ó crúveyyus elvai tíjv ópcovupíav oút¿óv
AavQávEi Kal oúx woirep éirl tcóv iróppco Si^Arj paAAov, (f)
y á p Sia9opá f) Korrá tY|v ISéav) olov ó ti KaAelTai kAeIs ópco-
30 vúpcos ^ te úiró tó v aúxéva tcóv jcíxov Kal fj Tás 0úpas

1129 a 33. & leoluait Bywater.


L IB R O V

Respecto de la justicia y la injusticia tenemos que considerar a 1129 u


qué clase de acciones se refieren, y qué clase de término medio es la
justicia y de qué extremos es término medio lo justo; y en este estu­
dio seguiremos el mismo método que en los precedentes.
Pues bien, vemos que todos están de acuerdo en llamar justicia a
la disposición en virtud de la cual los hombres practican lo que es justo,
obran justamente y quieren lo justo; y de la misma manera respecto
de la injusticia: la disposición en virtud de la cual obran injustamente
y quieren lo injusto. Por tanto, empecemos también nosotros por sen­
tar esta base a modo de bosquejo. No ocurre lo mismo, en efecto, con
las ciencias y facultades y con las disposiciones o hábitos. La facultad
y la ciencia parecen ser las mismas para los contrarios, pero una dis­
posición contraria no lo es de sus contrarios; por ejemplo, en virtud
de la salud no se hace lo que le es contrario, sino sólo lo saludable, y
asi decimos que el andar es sano cuando se anda como lo hace el que
está sano. '
Muchas veces se conoce una disposición por su contraria, y muchas
veces también se conocen las disposiciones por las cosas en Las cuales
se dan: en efecto, si la disposición buena es manifiesta se hace también
manifiesta la disposición viciosa, y por las cosas que están en buena con­
dición misma, y por ésta las cosas que están en buena condición. Así,
si la buena condición es la firmeza de la carne, forzosamente la condi­
ción viciosa será la flojedad de la carne, y será favorable para la buena
condición lo que produzca firmeza en la carne. Se B Í g u e , por lo general,
que si una de las dos disposiciones o condiciones es ambigua, la otra
también es ambigua; por ejemplo, si lo es lo justo, también lo injusto.
Ahora bien, parece que la justicia y la injusticia tienen varios sen­
tidos, pero por ser éstod próximos, su homonimia pasa inadvertida, no
como cuando los sentidos están alejados, donde es más evidente (por­
que la diferencia de forma es grande); por ejemplo, cuando se llama
¿lave» homónimamente a la «clavicula» del cuello de los animales y a
la que se usa para cerrar las puertas. Tomemos, pues, al hombre injusto
71

k A e ío u c tiv. EÍAr)<p6cú ó áSiKos iroaaxw s AéyeTai. SokeI


Sf) ó t e rrapávopos áSiKos eIvoi Kal ó irAEOvéKTTis Kal fivi-
cxos, gócjte SfjAov 6 t i Kal [ó] SÍKaios (b rai ó t e vópipos Kal
ó icos, t ó pév S ík o io v áp a t ó vópipov Kal t ó ícto v, t ó 6’
i i 2»6 ¿cSikov t ó irapávopov Kal t ó áviaov. ¿tteI Sé irAeovéKTtis ó
6 :6 ik o s , irE p l TÓyaOá Éorai, oú irávTa, áAAá Trep l ó a a e ú t v -
XÍot Kal á n /x la , & éaTl pév árrAcos áel áyaSá, t i v I 6’ o ú k
áeí. oí 5’ ávQpcorroi to O to e ú x o v t o i Kal SicoKouaiv Seí 8’
5 oú, áAA’ EÚXficrSai pév Tá árrAcos áyaQá Kal aCrroís á y a 0á
elvai, aípElaéai Sé T á aúrols áyaOá. ó 8’ áSiKos o ú k ó e I t ó
irAéov alpeíTai, áAAá Kal t ó éAottov érrl t c o v árrAcos k o -
kcov áAA’ 6 t i SokeI Kal t ó pslov k o k ó v áyaQóv ttcos EÍvai,
t o O 5’ áyaQoü éorlv f] TrAeove^ía, Siá t o O t o SokeI rrAeovéK-
io t t í s eIvoi. ?o n 6 ’ ¿ v ic to s ' t o ü t o y á p rrEpiéx61 Kal k o iv ó v .
’EtteI 6’ ó uxxpávopos áSiKos fjv ó Sé vópipos SÍKaios, SfjAov
ó t i rrávTa T á vópipá éorl ttcos SÍKaia- T á t e y á p cbpiopéva
úrró T fjs vopoOETiKfjs vópipá éo n , Kal éKaorov t o ú t c o v Sí-
Kaiov Elvaí «papev. oí Sé vópoi áyopEÚouor rrEpl árrávTCOv,
15 o ro x a jó p E v o i t o ú K o ivfj crup<pép0VT0s rraaiv f| t o T s ápí-
crrois f| t o í s Kupíois [kot’ ápET^v] f) k o t’ áAAov Tivá Tpó-
TTOVT O IO Ü T O V dóoTE Iva pév T p Ó lT O V SÍKaia AéyopEV T á TTOlT|-
TtKá Kal 9 u A a K T iK á EÚSoapovías Kal t c o v popícov aÚTfjs t t ¡
itoAitiktí Koivcovíqt. r r p o o r á T T E i 8’ ó vópos Kal T á t o ü áv-
20 S p E Ío u Épya tto ie ív , olov pf) A e Ítte iv t Í ) v T á ^ i v pt^Sé 9EÚyeiv
pr)8é ^ it t t e ív T á órrAa, Kal T á t o ü acÓ 9 p o v o s , olov pf) poi-
XeÚEiv pr|8’ úppíjeiv, Kal T á t o ü rrpáou, olov pfj t ú t t t e i v
pr|8é KaKTjyopEÍv, ópoícos Sé Kal Kcrrá Tás áAAas áperás Kal
p o x ^ T ip ta s T á pév keAeúcov T á 6 ’ áTrayopEÚcov, ópQcós pév ó
25 keípevos ópOcos, XE*P°V 8 ’ ó árrECTXESiaapévos. aún) pév oúv
f] S ik o to ctú vti ápe-rf) pév éori teAeío, áAA’ oúx árrAws áAAá
rrpós §TEpov. Kal Siá t o ü t o rroAAáKis Kpcrriorri t c o v ápe-
t c o v Elvai SokeI f) SiKaioowr), Kal oú6’ éorrepos oú9’ écoos
o ú tc o Oaupaorós' Kal rrapoipiajópEVoí 9apEV «év 8é SiKaio-
30 ctOvt) ovAAi'iPBtiv rróa’ ápErfj 2vi.» Kal TfiAeía páA iora ápe-

6 11. Pont k o iv ó v add. xal napávo(io;' to ü to y if , i¡ napavojita í)to i i¡


avloárr?, RtoiévcL náaav áSixlav xal xotvív ia-rt náári; ¿8ixla;
v i p r.
71

en todos los sentidos de la palabra. Parece que es injusto el transgre-


sor de la ley, y el codicioso, y el que no es equitativo; luego es evidente
que será justo el que se conforma a la ley y el equitativo. Por consi­
guiente, lo justo es lo legal y lo equitativo, y lo injusto lo ilegal y lo 1129 b
no equitativo. Como el injusto es también codicioso, tendrá que ver,
en este sentido, con los bienes, no con todos, sino con aquellos a que se
refieren el éxito y el fracaso, bienes qne, absolutamente hablando, son
siempre bienes, pero para un individuo determinado no lo son siempre.
Los hombres los piden a los dioses y Iob persiguen, pero no deben ha­
cerlo, sino pedir que los bienes que lo son absolutamente sean también
bienes para ellos, y elegir los que son bienes para ellos. E l injust o no
siempre quiere lo que es más, sino tam bién lo menos cuando se trata
de males absolutos; pero como parece que el mal menor es también,
en cierto modo, un bien, y la codicia tiene por objeto lo bueno, parece
por esta razón codicioso. Y no es equitativo, defecto que abarca las
dos cosas y les es común.
Como el transgresor de la ley era injusto y el que se conformaba a
ella justo, es evidente que todo lo legal es en cierto modo justo, pues lo
establecido por la legislación es legal y de cada una de esas disposicio­
nes decimos que es justa. Las leyes se refieren a todas las cosas, pro­
poniéndose lo que conviene en común a todos, o a los mejores, o a los
que están en el poder, o alguna otra cosa semejante; de modo que, en
un sentido, llamamos justo a lo que es de Índole para producir y pre­
servar la felicidad y sus elementos para la comunidad política. Ordena
también la ley hacer lo que es propio del vaUente, por ejemplo, no aban­
donar la formación, ni huir ni arrojar las armas; y lo que es propio
del hombre morigerado, como no cometer adulterio, ni comportarse
con insolencia; y lo que es propio del hombre de carácter apacible,
como no dar golpes, ni hablar mal de otro; e igualmente lo que es propio
de las demás virtudes y formas de maldad, mandando lo uno y prohi­
biendo lo otro, rectamente cuando la ley está bien establecida y peor
cuando ha sido establecida arbitrariamente. Esta clase de justicia es
la virtud perfecta, no absolutamente hablando, sino con relación a
otro; y por eso muchas veces la justicia parece la más excelente de las
virtudes, y que «ni el atardecer ni la aurora son tan maravillosos como
ella»(l), y decimos con el proverbio que «en la justicia se dan, juntas,
todas las virtudes» (2 ). Es la virtud más perfecta porque es la práctica de

(1) Eurípides Fr. 486 Nauok.


(2) Teognis, 147.
72

ti*!, ó n Tfjs TeAeias ápeTfjs X P ^ S é o n v . TeAeía 8’ Écrrtv,


ó t i ó ?xcov ®úrf|v Kal irpós fircpov Súvaroa t t ¡ áperfj XP61^
Xpfío6ai, áAA’ o ú póvov k o 0 ’ o ú t ó v ttoAAoI y á p tv pév
to T s oIkeíois t t ¡ áperfj SúvavTon xp ^ ad ai, év 6é t o I s Trpós
iisoo ¿TEpov áSuvcrroÜCTiv. Kal S iá t o ü t o eú SokeT §x£,v to ®
B I o v t o j , ó n á p x f) á vS p a Sei£er irpós ircpov y á p Kal év
Koiveovíqt "f|Sri ó ápxcov. S iá Sé t ó o ú t ó t o ü t o Kal áAAó-
Tpiov áyaO óv 8okeT eívai f) S ik o io o ú v t i póvrj t ó ó v ápeTcóv,
6 ó n Trpós éTepóv é o n v áAAco y á p T á crupcpépovTa irpáTTei,
^ á p x o v n fj k oivcovco. xáxicrros pév oúv ó Kal irpós o ú t ó v
Kal irpós t o ú s «píAous xP&M^vos t t ¡ pox$T|píg, á p io r o s 5 ’
o ú x ^ irpós o ú t ó v Tfj áperfj áA A á Trpós trepov* t o ü t o y á p
Ip yo v xaAerróv. a ú n ) pév oúv Y) SixaioaúvT) oú pépos ápe-
10 Tfjs áAA’ óAt) áperf) é o n v , oúS’ f| évavTÍa á S ix ia pépos koc-
KÍas áAA’ óAr| KOKÍa. t í Sé Sia<pépei f| áperf) Kal f) S ik o i o o ú -
vq aÚTTi, SfjAov éx t ó ó v elpqpévcov i o n pév y á p f| a ú n 1),
t ó 5 ’ elvai oú t ó o ú t ó , áAA’ fj pév Trpós frepov, Sixaiooúvri,
f) Sé TOiáSe I fis árrAcós, ápen*|.
2 Zt)TOÜpev Sé y e rf)v év pépei ápeTfjs 8ixaioaúvT)v i o n
y á p t i s , cbs <pcxpév. ópoícos Sé Kal Trepl áSiKÍas Tfjs K a rá
pépos* OT|peIov 8’ ó n f e m v k o t ó pév y á p T ás áAAas
pox^Tipías ó évepycóv áSixel pév, TrAeoveKTel 8’ oúSév, olov
ó í>ívfH2S tY)v á arríS a 8 iá SeiAíav f| xaxcós elircbv S iá xaAerró-
20 TT|Ta íj oú |3oT)0 il|O,a s XP1*!^aCTl Si’ áveAeu©epíav ó t o v Sé
irAeoveKTfj, iroAAáKis k o t ’ oúSepíav t c ó v to io ú tc o v , áA A á pf|v
oúSé K a rá Tráaas, K a rá irovripíav Sé y e n v á (vf/éyopev y á p )
Kal k o t ’ áSiKÍav. i o n v á p ’ áAArj t i s áSiKÍa cbs pépos Tfjs
óAtis» Kal áSiKÓv n év pépei t o ü óA ou á S íxo u t o ü Trapá t ó v
25 vópov. í t i el ó pév t o ü KepSaiveiv ivexa poixeúei Kal Trpoa-
Aappávcov, ó 8é irpoonO els Kal jripioúpevos Si’ érriOvplav,
o ú t o s pév áKÓAaoros Só^eiev á v elvai paAAov ^ TrAeovéicnis.
éxelvos 6 ’ áSixos, áKÓAaoros 5 * oú* SfjAov á p a ó t i S iá t ó
KepSaíveiv. i n irepl pév TáAAa TrávTa áSixi'ipaTa yíveTai fj
30 érrava<popá érrí T iva pox^riptav áel, olov el époíxeuaev, érr’
áx oA aaíav, el éyKOTéAnre t ó v T rap aarárn v, érrl SeiAíav, el
érráTa^ev, étt’ ópyi^v- el 8’ éxépSocvev, érr’ oúSepíav poxOr)-
plav áAA’ érr’ á S ixlav. coare «pavepóv ó n i o n t i s á8iKÍa
ira p á Tfjv ÓAt|V áAAt| év pépei, auvcóvupos, ó n ó óp iap ós év
72

la virtud perfecta, 7 es perfecta porque el que la posee puede usar de


la virtud para con otro, 7 no sólo en si mismo. En efecto, muchos pue­
den hacer uso de la virtud en lo propio 7 no pueden en lo que respecta a
los demás; por esta razón parece verdadero el dicho de Bias según el 1130 a
cual «el poder descubrirá ai hombre» (3 ): en efecto, el gobernante se
encuentra, desde luego, en relación con otros 7 en comunidad. Por lo
mismo, también la justicia es, entre las virtudes, la única que parece
consistir en el bien ajeno, porque se refiere a los otros; hace, en efecto,
lo que conviene a otro, sea éste gobernante o compañero. E l peor de
los hombres es el que usa de maldad incluso consigo mismo 7 con sus
amigos; el mejor, no el que usa de virtud para consigo mismo, sino para
con otro, porque esto es difícil de hacer. Esta clase de justicia no es, por
tanto, una paite de la virtud, sino la virtud entera, 7 la injusticia con­
traria a. ella no es una parte del vicio, sino el vicio total. E n qué se dis­
tingue la virtud de esta clase de justicia resulta claro por lo que hemos
dicho. Es, en efecto, la misma, pero su esencia no es la misma, sino que
en cuanto se refiere a otro es justicia, 7 en cuanto disposición de tal
índole, sin más o absolutamente, es virtud.

2
Pero, en todo caso, lo que estamos investigando es la justicia que es
parte de la virtud, pues ha7 una que lo es, como hemos dicho. Y de la
misma manera nos interesa la injusticia parcial. Señal de que existe
es el hecho de que el que practica las otras clases de vicio es injusto,
pero no codicia nada, por ejemplo, el que tira el escudo por cobardía,
o habla mal porque tiene un carácter difícil, o no socorre con su dinero
por avaricia; 7 cuando uno codicia, muchas veces no actúa a impulsos
de ninguno de estos vicios, ni tampoco de todos ellos, sino a impulsos
de cierta maldad (en efecto, lo censuramos) e injusticia. Existe, pues,
una clase de injusticia que es una parte de la total, 7 un modo de ser
injusto que es una parte del modo total de ser injusto que consiste en
transgredir la le7. Además, si un hombre comete adulterio para ganar
dinero 7 recibe dinero por ello, 7 otro lo hace pagando dinero encima 7
sufriendo un castigo por su concupiscencia, el último será tenido por
licencioso más que por codicioso, 7 el primero por injusto, pero no
por licencioso. Es evidente, por tanto, que por causa del lucro. Ade­
más, todas las otras acciones injustas son referidas siempre a una clase
determinada de vicio; por ejemplo, el adulterio a la licencia, el aban­
dono del compañero a la cobardía, los malos tratos a la ira, mientras
que el lucio no se atribu7e a ninguna clase de vicio sino la injusticia.
De suerte que resulta manifiesto que ha7 una injusticia parcial junto
a la otra total, sinónima su7a porque su definición está dentro del

(3) Una gnime de Blas (o Biante), uno de loa siete sabios. Cf. Sófocles, Anti-
gona, 175 as.
73

1 130 6 tco oútco yéver áp9<o y á p év tco Trpós ?Tepov 2x oum t^ v


Súvapiv, áXX’ f| pév Trepl Ttpfjv xP1¡IPaTa oxorriplav, ^
eí tivi 2x ° lpev évl óvópan rrepiXaPeív TOÜTa iráv ra, Kal Si*
f)6ovf|v tÍ)V árró toO KépSous, f| 6é Trepl árravTa irepl ócra
5 ó cnrouSaios.
'O ti pév oúv elalv at SiKaioovvcn rrXelous, Kal ó t i 2o ti
ti s Kal éTépa irap á tt]v óXtjv ápen^v, SfjXov tís 5é Kal iroía
tis, Xt|Trréov. éicópiorai 8fj t ó áSiKov t ó Te irapávopov Kal
t ó áviaov, t ó 8é SÍKaiov t ó Te vópipov Kal t ó íctov. Kcrrá
10 pév ouv t ó irapávopov f| irpÓTepov elpr|pévr| áSiKÍa éorív.
érrel 6é t ó áviaov Kal t ó irapávopov oú to ú tó v áXX’ frepov
á>S pépos rrpós óXov ( tó pév y áp áviaov árrav irapávopov,
t ó 5é irapávopov oúx áTrav áviaov), Kal t ó áSiKov Kal f|
áSiKÍa oú TaCrrá áXX’ trepa éKeívcov, Tá pév cbs pépt| Tá 5’
15 cbs 6Xa- pépos y á p aúrr) f| áSiKÍa Tifa óXtjs á 6iK;as, ¿poicos
8é Kal f) SiKaioaúvT) Tfjs SiKaioaúvris. cóore Kal rrepl rfis év
pépei 8iKaioaúvr|s Kal rrepl rn s év pépei áSiKÍas XeKTéov, Kal
to u Siraíou Kal áSÍKou ¿xtoútcos. f) pév oúv Kcrrá tíiv
óXtiv áperf|v T6Taypévr] 5iKaioaúvn Kal áBiKÍa, f| pév Tfjs
20 6Xr|s áperfjs oúaa XPfl*71? rrpós áXXov fj 6é Tf¡s KaKÍas, á9el-
<j9co. Kal t ó SÍKaiov 8é Kal t ó áSiKov t ó Kará TaÚTas 9 a-
vepóv eos SiopiaTéov axeSóv y á p Tá rroXXá tcov vopípcov
r á árró Tfjs óXris áperrjs rrpoa ia i lópevá é o n v KaO’ éKá-
o tt|v y áp áperf)v irp o o rárrei jfjv Kal Ka0’ éKáorriv poxOri-
25 píav KcoXúei ó v¿pos. Tá 6é iroiTiTiKá Tfjs óXtjs áperfjs éorl
tcov vopípcov ó aa vevopo0érT|Tai rrepl rraiSeíav tíjv irpós t ó
koivóv. rrepl 5é Tfjs KaO’ ÜKaoTov rraiSeías, KaO’ f|v árrXcos
áW]p áyaOós écrri, rrórepov Tfjs rroXiTiKfjs écrrlv f| éTÍpas,
úcrrepov 8iopicrréov oú y á p íacos to ú tó v ávSpí t ’ áyaQcó
30 elvai Kal ttoXíti^ rravTÍ. Tfjs 8é Korrá pépos 6iKaiocjúvT)s Kal
to u k o t’ aúr^v SiKaíou iv pév écmv eTSos t ó év t o í s 8iavo-
pals n p fjs f\ xpTlpái-cov f) tcov áXXcov ó aa pepiorá to ís koi-
vcovoüai Tfjs rroXiTeías (év to ú to is y á p fori Kal áviaov

1130 b 11. Tcapávo¡xov] nXéov Lb M6: napávo^iov nXéov Kb I \ || 12. t í —


13. Svtoov] t í jitv yáp irXéov áreav fivtoov S1 ¿ívtoqv oú itóiv 7tXéov
Kb Lb: t í |xfcv yáp áviaov fotav reapávojiov t í S¿ 7tapdbvo|¿ov oúx áratv
Aviaov xal t í |iív fáp JtXéov finocv Aviaov t í 8" ftvtaov oú náv nXéov T
(et eadem fere M). || 23. jrpo<JTarcó(jieva K.b T: 7cpaTTÓ(j.tva vulg.
73

mismo género; el sentido de ambas estriba, en efecto, en su referencia 1130 6


al prójimo, pero una tiene por objeto el honor, el dinero o la seguri­
dad, o algo que abarcara todo esto si pudiéramos designarlo con un
solo nombre, siendo su móvil el placer que resulta de la ganancia, y la
otra tiene por objeto todo cuanto interesa al hombre de bien.
Es, pues, evidente, que hay varias clases de justicia, y que hay una
distinta de la virtud total. Tenemos que averiguar cuál es y de qué
índole. Hemos definido lo injusto como lo contrario a la ley y la desigual­
dad, y lo justo como lo legal y equitativo. Pues bien, la injusticia de
que antes hemos hablado es la de lo contrario a la ley, y como lo desigual
y lo contrario a la ley no son lo mismo, sino distintos como lo es la
parte del todo (ya que todo lo desigual es contrario a la ley, pero no
todo lo contrario a la ley es desigualdad), tampoco lo injusto y la
injusticia son lo mismo en ambos sentidos, sino distintos en uno y otro
caso, los últimos como partes y los primeros como todos; esta injus­
ticia es, en efecto, parte de la injusticia total, e igualmente esta
justicia de la justicia. De modo que también hay que hablar de la
justicia parcial y de la injusticia parcial, y de la misma manera de lo
justo y de lo injusto. Dejemos, pues, la justicia y la injusticia que corres­
ponden a la virtud total y que consisten, respectivamente, en el ejer­
cicio de la virtud y del vicio total para con los demás. También es
claro cómo deben definirse lo justo y lo injusto correspondientes: por
lo general, la mayoría de las disposiciones legales están constituidas por
prescripciones de la virtud total, porque la ley manda vivir de acuerdo
con todas las virtudes y prohíbe que se viva en conformidad con todos
los vicios. Y , de las disposiciones legales, sirven para producir la virtud
total todas aquellas establecidas acerca de la educación para la vida en
comunidad. Respecto de la educación individual, que hace al hombre
bueno absolutamente hablando, decidiremos más adelante si es cosa
de la política o pertenece a otra esfera, porque no es lo mismo ser hom­
bre bueno y ser buen ciudadano de un régimen cualquiera.
De la justicia parcial y lo justo de acuerdo con ella, una especie es
la que se practica en las distribuciones de honores, o dinero o cualquier
otra cosa que se reparta entre los que tienen parte en el régimen (pues
en estas distribuciones uno puede tener una parte igual o no igual a la
74

?XElv Kal ícto v §TEpov ÉTÉpou), §v 8é t ó év t o í s auvaAAáypa-


1131o cti 8iop0comKÓv. t o ú t o v Sé liépri 6úo- t c o v y á p cruvaA-
AaypáTCov tóc pév é K o ú o iá éori T á 8’ á K o ú o r a , ÉKOúcria pév
t ó t o i ó S e olov Trpaais cbvY| SavEicrpós éyyúq X P ^ CT15 T r a p a -
KaTa0T|KT| píaOcoCTis (éKoúcna 8é AéyETai, ó t i Y| áp x q tc ó v
5 CTUvaAAaypdrrcov t o ú t c o v é k o ú c tio s ), t c ó v 6 ’ ¿ k o u c tíc o v t ó pév
AaOpaía, olov kAottY) p o iX E Ía cp ap p aK E Ía T rp o a y c o y E Ía SouAa-
TraTÍa 8oAo<povía vyeuSopapTupía, t o 8é píaia, olov alKÍa
Becrpós ©Avaros ápirayfi Tn'ipcoais K O K Tjyopía TrpoTrnAa-
Kiapós.
3 ’ EtteI 8’ ó t ’ óSikos aviaos Kal t ó < 58ikov áviaov, SfjÁov
ó ti Kal péaov t i Écm t o ü ávícrou. t o ü t o 8’ éorl t ó í c t o v
év Ó T ro ía y áp Trpá^ei éctti t ó ttAéov Kal t ó éAottov, ü c tt i Kal
TÓ ÍCTOV. El OÚV TÓ áSlKOV ávicrov, TÓ SÍKaiOV ÍCTOV ÓTTÉp
Kal ó v e u Aóyou SokeI iraaiv. érrel 8é t ó íc to v pécrov, t ó Sí-
15 koiov pécrov t i <5cv e ít) . Io n 8é t ó íc to v év éAaxíorots 8uctIv.
áváyKT) toívuv t ó Bíkoiov péaov te Kal íc to v eIvox Kal T rp ó s
t i Kal tictív, Kal fj pév pécrov, nvcóv (TaÜTa 8’ écrrl ttAeíov
Kal üAottov), fj 8’ íc to v , 8uo!v, fj 8é 8ÍKatov, tictív. áváyKr)
áp a t ó Bíkoiov év éAaxícrrois elvai TéTTapo-iv oís t e y áp
20 SÍKaiov TuyxávEi óv, 8úo éorí, Kal év oís, t ó irp áy p a ra, Súo.
Kal f) aúrf) ía r a i Ictóttis, oís Kal év oís* eos y áp éKETva ?xei»
t ó év oís, oútco KÓKElva ¿ x El' y á p P^l fcra é^ouctiv, áAA"
évTEÜ0EV al páxai Kal t ó éyKAi*| perra, ótov f) pfj ío-a íctoi f|
pf) íctoi ícra Ixcocti Kal vépcovTai. e n éK to ü k o t’ á£íav to ü -
25 t o 8fjAov t ó y á p SÍKaiov év Tais vopáis ópoAoyoüar iráv-
tes koct’ á^íav Tivá 8eív eIvoi, ti^v pévToi á^íav oú TÍ)V aúrf|v
Aéyouai irávTES [CnrápxEiv], áAA’ ol pév 8r)poKpaTiKol éAEU-
0Eplav, ol 8’ óAiyapxiKol ttAoütov, oí 8’ EÚyévEiav, ol 8’ ápi-
CTTOKpariKol ápETi'iv. Éonv áp a t ó SÍKaiov áváAoyóv ti.
30 t ó y áp áváAoyov oú póvov écrrl povaBiKoü ápi0 poü í8iov
áAA’ óAcos ápiÓpoü- f] y áp ávaAoyía Ictóttis éorl Aóycov
Kal év Térrapcriv éAaxíorois. f] pév oúv 8iqpr|pévr| ó ti év
T érrapai, SfíAov. áAAá Kal Y) ctuvex^S' tco y áp évl cbs 8uctI
1131 b xpTÍTal KQl S i s A é y E i, olov cbs Y| to ü a Trpós Tf)v to ü p, oú-
TCOS f) TOÜ p Trpós tY)V TOÜ y . Sis OÚV f| TOÜ P EÍptlTOt*
coot’ éáv f) to ü p T€0fj Sis, TérTopa éorai Tá áváAoya. íctti
Sé Kal t ó SÍKaiov év Térrapaiv éAaxíorois, Kal ó Aóyos ó
74

de otro), y otra especie es la que regala o corrige los modos de trato. 1131 a
E sta última tiene dos partes, pues, unos modos de trato son voluntarios
y otros involuntarios: los de la Índole de la compra, la venta, el prés­
tam o de dinero, la fianza, el usufructo, el depósito, el alquiler (que se
llaman tratos voluntarios porque el principio de ellos es voluntario),
y de los involuntarios, unos modos de tra to son clandestinos como el
robo, el adulterio, el envenenamiento, la prostitución, la seducción de
esclavos, el asesinato, el falso testimonio, y otros son violentos, como
el ultraje, el encarcelamiento, el homicidio, el robo, la mutilación, la
difamación y el insulto.
3

Puesto que el injusto es desigual y lo injusto es desigual, es evi­


dente que existe también un término medio de lo desigual, y éste
es lo igual, porque en toda acción en la que se da lo más y lo menos se
da también, lo igual. Por tanto, si lo injusto es desigual, lo justo es
igual, cosa que, sin necesidad de razonamiento, todos admiten. Y
puesto que lo igual es un término medio, lo justo será también un tér­
mino medio. Lo igual requiere, por lo menos, dos cosas. Necesariamente,
por tanto, lo justo será un término medio e igual, relativamente a algo
y a algunos. E n cuanto término medio, lo será de unos extremos (es
decir, de lo más y lo menos); en cuanto igual requerirá dos términos;
y en cuanto justo, lo será para algunos. Por tanto, lo justo requerirá,
necesariamente, cuatro términos por lo menos: en efecto, aquéllos
para quienes es justo tienen que ser dos, y aquello en que se expresa
lo justo, las cosas, dos también. Y la desigualdad será la misma en las
personas y en las cosas, la misma relación que hay entre estas últimas
habrá también entre las primeras: en efecto, si no son iguales, no ten­
drán partes iguales, de lo contrario vienen las disputas y reclamacio­
nes, cuando o los que son iguales no tienen o reciben partes iguales, o
los que no son iguales tienen y reciben partes iguales. Esto resulta
además evidente por los méritos: todos están de acuerdo, en efecto,
en que lo justo en las distribuciones debe consistir en la conformidad
con determinados méritos, si bien no coinciden todos en cuanto al
mérito mismo, sino que los democráticos lq ponen en la libertad, los
oligárquicos en la riqueza o en la nobleza, y los aristocráticos en la
virtud. Lo justo es, pues, una proporción (y la proporción no es propia
sólo del número consistente en unidades abstractas, sino del número en
general). La proporción es una igualdad de razones y requiere, por los
menos, cuatro términos. Que la discreta requiere cuatro términos es
evidente; pero también la continua, porque se sirve de uno de ellos
como de dos y lo menciona dos veces: por ejemplo, A es a B como B 1131 b
es a C. E l término B se menciona, en efecto, dos veces; de modo que
si B se pone dos veces, son cuatro los términos proporcionales. Tam ­
bién lo justo requiere por lo menos cuatro términos, y la razón es la
75

5 oútós* SiifipTyrai y á p ¿poicos oís te Kal á. io ra t á p a <S>s


ó a ¿pos irpós tó v p, oútcos ó y rrpós tó v 6, Kal évaAAá§
ápa, cbs ó a Trpós tó v y , ó p Trpós tó v 8. <¡><tte Kal t ó ÓAov
irpós t ó ÓAov óirep f) vopfj auvSuájet, k&v oútco ctuvteO^,
SiKaícos aw B uájei. * H áp a to u a ópou tco y Kal f) to u p
io tco 5 aújeu^is t ó év 8iavopi5 Síkoióv éori, Kal péaov
t ó Síkoiov toüt* éorl, ( t ó 8’ áSirov) t ó Trapá t ó á v á ­
Aoyov t ó y á p áváAoyov péaov, t ó Sé Síkoiov áváAoyov.
koAoüot 8é tÍ)v to io ú tt|v ávaAoylav yecopETpiicf)v ol pa0r|-
Potikoí* év y á p tt) yecopeTpiKÍJi auppálvEi Kai t ó ÓAov irpós
15 t ó 5Aov órrep ¿KáTEpov irpós iKáTepov. éari 8’ oú auvex^S
oútt) f] ávaAoyía- oú y á p ylveTai els ápiüpcp ópos, Kal ó.
t ó pév oúv SÍKaiov to ü to , t ó áváA oyov t ó 8’ óSikov tó
Trapá t ó áváAoyov. yíverai áp a t ó pév rrAéov t ó 6 ’ lAcrr-
tov, órrep Kal érrl tcov Spycov auppaíver ó pév y á p áSi-
20 kcov irAéov ?xei» ¿ 8’ áSiKoúpsvos IA ottov to ü áyaOoü. érrl
6é to ü kokoü ávárraA iv év áyaQoü y á p Aóyco yívETai t ó
IA ottov kokóv Trpós t ó p e íj o v k o k ó v i o n y á p t ó IAottov
kokóv paAAov aiperóv to ü peíjovos, t ó 8’ alpeTÓv áyadóv,
Kal t ó paAAov peljov. t ó pév oúv ív elSos to ü Sikoíou
26 t o ü t ’ éorív.
4 T ó 8é Aoiiróv Iv t ó SiopOcoTiKÓv, 8 y ív r r a i év toTs ctuv-
a A A á y p a a i Kal t o í s ékouctIois Kal t o í s á K o u a ío is. t o ü t o 8é
t ó SÍKaiov áAAo eIBos ?X€l ™ irpórEpov. t ó pév y á p 8 ia-
v e p titik ó v SIKaiov t ü j v koivcov áfil Kcrrá Tfjv á v a A o y ía v éoTl
30 tí^v Elpripévnv Kal y áp áiró xpTlpárcov koivcov éáv ylvíi-
Tai f| Siavopi^, lo ra i KOTá tó v Aóyov tó v oútóv óvrrEp i \ o \ i -
oi Trpós áAAt|Aa Tá ElaevexOévTa* Kal t ó &Sikov t ó áv rt-
keípevov tco SiKaíco toútco t ó Trapá t ó áváAoyóv éonv. tó
8’ év to ís auvaAAáypaai Síkoiov éoTl pév Tcov t i , koI tó
1132 o áSiKov áviaov, áAA’ oú Kcrrá tÍ)v ávaAoylav éKe(vr|v áAAá
Kcrrá tÍ|v ápi0 ptynK^v. oúSév y á p 8ia<pépEi, e! érriEiKfjs <paü-
Aov árrEarépriaEv fj «paüAos éiriEiKfj, oúS’ el époIxEvaev érriei-
kíis ^ «paüAos* áAAá rrpós to ü pAápous tÍ|V Siatpopáv pó-
5 vov pAérrEi ó vópos, Kal XP^T®1 “ S fcrois, e! ó pév áStKEl ó 6’
áSiKEÍTai, x a l e! ipAavf*v 5 Sé p é p A a n ra i. c ó o t e t ó áStKov
t o ü t o á v ia o v óv taájE iv TTeiparrai ó SiK aan'is' Kal y á p ó t o v
ñ pév TrAriyQ ó 6é Tnrrá^ij, Kal k t e ív i] ó 8’ árroQávij, Snf|-
75

misma, pues la división se hace de la misma manera para las personas


7 con relación a las cosas. Por tanto, como el término A es al B, así
será el C al D, 7 viceversa, como el A al C, el B al D, de modo que la
razón será la misma también entre todo 7 todo. Este es precisamente el
emparejamiento que realiza la distribución, 7 si la disposición es ésta,
el emparejamiento es justo. Por tanto, la unión del término A con
el C, 7 del B con el D, es lo justo en la distribución, 7 esta justicia es
un término medio, 7 lo injusto lo que es contra lo proporcional, porque
lo proporcional es un término medio 7 lo justo es proporcional. Los
matemáticos llaman geométrica a una proporción de esta clase; en la
proporción geométrica, en efecto, el todo está respecto del todo en la
misma relación que cada parte respecto de cada parte. Pero esta pro­
porción no es continua, porque un solo término de ella no puede repre­
sentar la persona 7 la cosa.
Lo justo es, pues, esto: lo proporcional, 7 lo injusto, lo que va
contra lo proporcional. Un término es ma7or 7 otro menor, como
ocurre también en la práctica: el que comete la injusticia tiene, de lo
bueno, más de lo que le corresponde, 7 el que la padece, menos. Tra­
tándose de lo malo, sucede lo inverso, porque el mal menor se estima
como un bien en comparación con el ma7or, 7a que el mal menor se
prefiere al ma7or, 7 lo preferible es un bien, 7 cuanto más preferi­
ble, ma7or.
Esta es, pues, una forma de la justicia.

La que nos queda por considerar es la correctiva, que tiene lugar


en los modos de trato, tanto voluntarios como involuntarios. Esta
forma de lo justo es distinta de la anterior. En efecto, la justicia distri­
butiva de los bienes comunes es siempre conforme a la proporción que
hemos dicho, pues incluso cuando se trata de la distribución de un
fondo común, se hará conforme a la proporción en que estén, unas
respecto de otras, las contribuciones aportadas; 7 la injusticia que se
opone a esta clase de justicia es la que va contra la proporción. En
cambio, la justicia de los modos de trato es, sí, una igualdad, 7 lo injusto
una desigualdad, pero no según aquella proporción, sino según la pro­ 1132 n
porción aritmética. Lo mismo da, en efecto, que un hombre bueno
ha7a defraudado a uno malo que que uno malo ha7a defraudado a uno
bueno, o que el adulterio ha7a sido cometido por un hombre bueno o
malo: la le7 sólo mira a la especie del daño 7 trata como iguales al que
comete la injusticia 7 al que la sufre, al que perjudica 7 al perjudicado.
De modo que es esta clase de injusticia, que es una desigualdad, la
que el juez procura igualar; 7 así, cuando uno recibe un golpe 7 otro
lo da, o uno mata 7 otro muere, el sufrimiento 7 la acción se reparten
76

pTiTcn t ó iráQos Kal f| irpa^is els á v ia a - áXAá miparai Tfj


10 jripfqc IcrájEiv, dq>aipcov t o u KépSous. AéyeTai yáp cbs ¿irAcos
eítteTv érrl t o í s t o i o ú t o i s , k<5cv eI pi1) n aiv oíkeTov óvopa eít],
t ó KépSos, olov tc o T rorrá^oam , Kal f| jr||iía tc o iraOóvTr
áAA’ órav yE pétpti0t¡ t ó iráSos, koAeTtoi t ó pév ;jr|pía t ó
Sé KépSos- cíktte t o u pév ttA eíovos Kal éX<5nrovos t ó íaov
15 péaov, t ó Sé KépSos Kal f) jr) pía t ó pév irAéov t ó 8 ’ S A o tto v
ÉvavTÍoos, t ó pév t o u < 5cya6oü TrAéov t o u KaKoO S’ IA o tto v
KépSos, t ó 8 ’ évavríov j r i p í a - ¿bv ?¡v p éao v t ó íaov, ó Aé-
yopEV EÍvai S ÍK aio v ó o t e t ó érravopOcoTiKÓv SÍKatov &v eít)
t ó p é ao v 3t| pías Kal KépSous. Sió Kal ó to v ápq>iapr)Tcoaiv
20 é irl t ó v SiKacrrfiv K aTa 9 E Ú y o u a iv t ó 8’ érrl t ó v SiK aaT ^v
lévai tévai é o r lv érrl t ó SÍKaiov ó yáp S iK a o ríjs poúArrai
Elvai oíov S ík o io v ¡fpyuxov Kal jtito ü c ti 8 iK a a rf|v péaov,
Kal K aA ouaiv iv io i pE aiSíous, cbs éáv t o ü p é a o u tú x o o cti, to O
S ik o ío u TEu^ópevoi. p éao v ápa t i t ó SÍKaiov, EÍirEp K al ó
25 8tKaorf|S. ó Sé S iK aorfis érraviaol, Kal cboTrep ypappfjs els
á v ia a TETpt)pévT)S, (?) t ó p eIjo v T pfípa t íís f) piciEÍas úrrepéxei
TOÜt’ átpElAE Kal TCO éAÓCTTOVl Tpi*| pOTl TTpOCTédqKEV. ÓTOV Sé
Síxa Staipefrfj t ó óAov, t ó t e 9oalv ?x£lv o ú to O 6 t o v Aá-
Pcoai t ó Taov. t¿ x S ’ íaov p éao v éarl T f|s p eíjo v o s Kal éÁáT-
30 to v o s KOTá tí^ v á p i€ p t|tik Í |v ávaAoyíav. 8tá t o u t o Kal ó v o -
p ájE T ai SÍKaiov, ó t i S íx a éoTÍv, coorrEp &v eí t i s e ítto i 6 í-
Xaiov, Kal ó 8iKaarf)s S ixaon'is. érráv y á p 8 úo íacov á(pai-
p£0f¡ árrró Oorrépou, Trpós d árE p o v 8é irp o orE S fi, 8 ual t o ú t o i s
ÚTTEpéxEt QdtTEpov eí y á p á 9 ip é 6 T i pév, pfi Trpoa6Té6r) Sé,
H32 6 évl &v póvov ÚTrepElxEV. t o u p é a o u ápa évl, K al t ó p éao v ,
¿ 9 ’ oú á9flpédTi, éví. to ú tc o á p a yvcopioupEV t í t e á96Ae!v
Se! «tiró t o ü TrAéov ?xoVT°S> K a^ irpoa^Elvai tc o I A o tto v
?Xovti* $ pév y á p t ó péaov CrrrEpéxEi, t o u t o irpoa9eIvai
5 8eí tc o I A o tto v ?xovti> $ 5 ’ ÚTrepéxETai, ¿9eAeTv árró t o ü
p e y ía r o u . Taai a l é9* ¿bv a a p p y y ¿AAi^AaiS' á i r ó Tfjs a a
d t9 ^p ^ a6 co t ó oe, K al TrpoaKEÍotico r f ) y y t ó ¿9’ i» y S , ¿bore
ÓAt) f| 8 y y t t í s eo CrrrEpéxEi T<Sb y S K al tc o y j - Tfjs á p a p p
tc o y 8 . [ f a r i Sé t o u t o Kal éül tc ó v áAAcov t e x v w v á v i] -
10 pouvTO y á p á v , eI pf) érroÍEi t ó tto io ü v koI óaov Kal oíov,

1132 6 17. t í add. Rusow.


76

desigualmente, pero el juez procura igualarlos con el castigo quitando


del lado de la ganancia, pues en tales casos se usa en general el término
«ganancia» aunque no es adecuado a algunos, por ejemplo, refirién­
dose al que ha dado un golpe, 7 el de «pérdida» refiriéndose a la víc­
tima; en todo caso, cuando esta clase de daño se mide, decimos que
uno sale ganando 7 otro sale perdiendo. De suerte que lo igual es un
término medio entre lo más 7 lo menos, 7 la ganancia 7 la pérdida
son más 7 menos de manera contraria, porque la ganancia consiste en
más bien 7 menos mal, 7 la pérdida en lo contrario. £1 término medio
de éstos era lo igual, que decimos que es lo justo; de modo que la justi­
cia correctiva será el término medio entre la pérdida 7 la ganancia. Por
eso también siempre que ha7 discusión se recurre al juez, 7 el ir al juez
es ir a la justicia, porque el juez quiere ser una como encamación de la
'usticia; se busca al juez como término medio, 7 en algunas partes se
Í lama a los jueces mediadores en la idea de que si se alcanza de ellos lo
intermedio se alcanzará justicia. Por tanto, la justicia es un término
medio, puesto que lo es el juez. E l juez restablece la igualdad 7 es como si,
de una linea cortada en partes desiguales, quitara a la ma7or el trozo en
que excede a la mitad 7 lo añadiera al segmento menor. Guando el todo
se divide entre dos, se dice que cada uno tiene lo SU70 cuando han reci­
bido partes iguales, 7 lo igual es el término medio entre lo ma7or 7 lo
menor según la proporción aritmética. Esta es también la razón de que
se llame justo (Síxaiov), porque es una división en dos partes iguales
(Siga), como si se dijera 8lx<nov, 7 al juez 8lx « o t ifi. Porque cuando,
siendo dos cosas iguales, se quita una unidad de una de ellas 7 se
añade a la otra, la segunda excede a la primera en dos unidades, ya
que, si se quitara a la una 7 no se añadiera a la otra, ésta sólo excedería
a la primera en una unidad. Por tanto, excede a la mitad en uno, 7 la 1132 6
mitad a la parte de que aquella unidad se quitó, en una unidad. De
esta manera sabremos, por consiguiente, qué es lo que se debe quitar
al que tiene más, 7 qué añadir al que tiene menos: la cantidad en que
el primero excede al término medio es la que debe añadirse al que tiene
medio es por él rebasado. Sean las líneas A A ', B B ' 7 CC' iguales entre
sí; quítese de la linea A A ' el segmento A E 7 añádase a la linea CC' el
segmento CD, de modo que la linea entera DCC' exceda a la línea E A '
en los segmentos CD 7 CF; excederá entonces a la linea B B ' en el seg­
mento CD.

E .A '
- l -

B_ _B'
F _C'
- 1
-

(Lo mismo se aplica a las demás artes; se destruirían a sí mismas, en


efecto, si el agente no hiciera tal cosa, de tal índole determinada 7 en tal
77

Kal t ó rráaxov Irroaxe to ü to Kal toctoütov Kal toio ü to v .]


éAi^AuOe 8é tóc ó vópara toO to, ^ te jnPÍ® xal t ó KépSos, é¿
Tfjs éKouaíou áAAayfís' t ó pév y á p irAéov ?xeiv ^ Tá aú-
to ü KEpSaiveiv AéyeTai, t ó 6’ IA ottov tcov é£ ápxfjs 3T|ptoü-
15 oQai, olov év tc¡j cóveíctQoi Kal itcoAeív Kal év ócrois áAAois
áSeiav SéScoKev ó vópoj* ótocv Sé pi*|TE rrAéov pi^T* IA ottov
áAA’ a ú rá ( r á ) 6i’ oútcov yévr)Tai, Tá oútw v tpaalv ?xElv K°rt
OÚTE jrjptoüodai OÚTE KEpSaiVElV. «OTE KÉpSoUS TlVÓj Kal
311pías péaov tó Síkoióv éori tcov trap á tó éKoúaiov, tó íaov
20 ?xE,v irpÓTEpov Kal üorepov.
5 Aokeí Sé Ticri Kal t ó ávmrHrrovOós eTvoi árrAcos SÍKaiov,
cóottep ol TTvOocyópeioi £90000;- copíjoinro yáp árrAcos tó
Síkoiov t ó ávTiTrerrovQós áAAco. t ó 8’ ávnrrErrovOós oúk
é<pappÓTTEi o ú t’ érrl t ó vepriTiKÓv Síkoiov oút* érrl t ó Siop-
25 0cotikóv —koítoi PoúAovtoí yE to ü to Aéyeiv Kal t ó *PaSa-
pávQuos SÍKaiov-

eT ke rrá6oi Tá t ’ Ipe£e, Síkt) k’ 16eIo yévoiTO

—rroAAaxoü y á p Sia<píovEl- o lo v el á p x ^ v Ix«ov érráTa^Ev


oú 6el ávTnrAriyfjvoi, koI eI á p x o v T a érrára^Ev, oú rrAriyfj-
30 va i póvov Sel á A A á Kal KoAaoéfjvca. §n t ó éKoúaiov Kal t ó
áK oúaiov Sia9épei troAú. áAA’ év pév toTs koivcovíois to ís
áAAaKTiKoIs a u v é x « t ó to ioütov Síkoiov, t ó ávTirrerrovOós
k o t’ á v a A o y ía v koI pf) k o t’ Io ó tíito . Tcji ávTnroielv y á p
á v á A o y o v avp p évei f) ttóAis. f| y á p t ó kok&s 3Tyroüow eI
1133 o Sé pr1), S ou Aeío S okeT elvai [el pf) ávnrron'icjEi]- ^ t ó eú* eI
Sé pi*|, peTáSoais oú yíveTai, t ^ peraSóaei Sé au p p évou aiv.
Sió Kal XapÍTíov lepóv ép-rroScbv ttoioüvtoi, !v’ ávTonróSoais
fj- to ü to y á p ÍSiov x¿tp*T0S' ávOurrnpiETfíaai y á p Sel tc¡3
5 xopicrapévco, Kal iráA iv oútóv áp£ai x a p i3¿pevov. rroiel 6é
rf)v ávTÍSooiv rf)v k o t’ á v a A o y ía v f| Kcrrá SiápeTpov c ú je u -
£iS- oÍKo6ópos É9’ $ a » o xvm rró p o s é9’ (?) p, oIkío É9’ <í>
y , úrró6r|pa 19’ $ 8. BeT oúv A appáveiv tó v oíko6ópov rrapá
to ü aKUTOTÓpou t ó éKEÍvov Ip yov, KOl aÚTÓV éneívcp peto S i-
10 8óvai t ó aÚTOü. éáv oúv TrpwTOv fj t ó K o iá t í j v á v a A o y ía v

1133 a 1. il dfcvnnoi^oct sealasit M aretas. || 15. t add. Berg.


77

medida, y el paciente no experimentara eso mismo, de esa Índole y en


esa medida) (4 ).
Esos nombres de la «ganancia» y la «pérdida» han venido de los cam­
bios voluntarios, pues a tener más de lo que uno poseía se llama ganar,
y s tener menos de lo que Be tenia en un principio, perder, en la com­
pra, en la venta, y en todo aquello en que la ley da libertad de acción;
y cuando no se tiene ni más ni menos, Bino que se queda con lo mismo,
se dice que tiene uno lo suyo y que ni pierde ni gana.
De modo que lo justo es un término medio entre una especie de ga­
nancia y de pérdida en los modos de trato no voluntarios, un tener lo
mismo antes y después.

H ay quienes creen también que la reciprocidad es, sin más, juBta,


como afirmaban los pitagóricos, que, en efecto, definían simplemente
la justicia como reciprocidad. Pero la reciprocidad no se conforma ni
a la justicia distributiva ni a la correctiva— aunque se pretende que
en ella consiste incluso la justicia de Rhadamanthys:

S i el hombre sufriera lo que hizo, habría verdadera justicia;

muchas veces, en efecto, no están de acuerdo. Por ejemplo, si uno que ocu­
pa un puesto de autoridad golpea a otro, no debe ser a bu vez golpeado
por éste, pero si uno golpea a una autoridad, no sólo debe ser golpeado,
sino sufrir además un castigo. Además, hay mucha diferencia aquí
entre lo voluntario y lo involuntario. No obstante, en las asociaciones
que tienen por fin el cambio es esta clase de justicia la que mantiene
unidos a los hombres, es decir, la reciprocidad proporcional y no igual.
Porque devolviendo proporcionalmente lo que* se recibe es como la
ciudad se mantiene unida. En efecto, los hombres procuran, o devolver
mal por mal, y el no poder hacerlo les parece una esclavitud, o bien por 1133 a
bien, y si no, no hay intercambio, y es el intercambio lo que los man­
tiene unidos. Por eso levantan a la vista de todos el santuario de las
Gracias para que haya retribución, porque esto es propio de la grati­
tud: debemos, en efecto, corresponder con nuestros servicios al que
nos ha favorecido, y tomar a nuestra vez la iniciativa para favorecerle.
Lo que produce la retribución proporcionada es el cruce de relacio­
nes. Sea A un arquitecto, B un zapatero, C una casa y D un par de
sandalias. E l arquitecto tiene que recibir del zapatero lo que éste
hace y compartir a su vez con él su propia obra; si, pues, existe

(4) Pareoe interpolación oasi literal de 1133 a 14-10. Buroet U considera «very
valuable*.
78

I ctov, eItoc t ó ávmrETrov0ós yévT|Tai, lo ra i t ó Aeyópevov. el


Sé pi*|, o ú k Ictov, oú8é o-u p p év E r oú0év y á p kcoA úei KpelTrov
elvai t ó 0arépou Ipyov fj t ó OaTÉpou* 8eí o ú v TOcCrra Ictoc-
aflfjvai. ? o t i 8é t o u t o Kal érrl t c ó v áAAcov t e x v c o v á v i j -
15 pouvTO y áp áv, eí pf) (6 ) érrolEi t ó t t o io ü v Kal ó c to v Kal olov,
Kal t ó T ráo-xov §rraCTX£ t o ü t o Kal t o c t o ü t o v Kal t o i o ü t o v .
o ú y áp ék 6úo taTpcóv ylvETai Koivcovía, áAA’ éf iorrpoü Kal
yecopyoü, Kal óAcos ÉTÉpcov Kal o ú k íctcov* áAAá t o ú t o u s
Seí t<TaCT0f¡vai. 5ió irávTa CTup|3Ar|Tá 8éT ttc o s elvai, <5>v é c ttIv
20 áAAayiV É<p’ 6 t ó vópto-p’ éAY|Au0e, Kal yívETal ttc o s p é c to v
irávTa y áp pETpEÍ, cóctte Kal ti^ v úm poxfiv Kal t Í | v üAAenyiv,
tt ó c to ¿ h ra 8f) úrro6ií| p a r’ ícto v oIkí<jc f | Tpo(pfí. 5eI t o í v u v
ÓlTEp otKOSÓpOS Trpós CTKUTOTÓpOV, TOCTCT51 ÚlToBflpOTO TTpOS
oIk ío v f| T p o ^ v . si y á p pf) t o ü t o , o ú k 2o ra t áAAayf) oúSé
25 Koivcovía. t o ü t o 6’, eI pf) ío-a eTt| ttcos, o ú k fc rra i. 8eí ápa
iví t i v i irávTa perpeíaflai, áxnrep ÉAéx6t| TrpÓTEpov. t o ü t o
8’ Écrrl t t ¡ pév áAqQeíqc f) XP£ía > ^ TrávTa ctuvéxei* eI y á p
pr|0év B éo iv to f| pf) ópoícos, fj o ú k éorai áAAayfj o ú x ^1
aúnV olov 8’ úrráAAaypa Tfjs XPE^a 5 vópiapa yéyove
30 KOTá c tu v S ^ k tjv K al 8iá t o ü t o Toúvopa ?Xet VÓpiCTpa, ÓTI
oú 9ÚCTE1 áAAá vópco éort, Kal ¿9’ Y)pív pETa|3aAEív Kal tto ití-
ctoi áxpTioTov. IciTai 5Y) ávTntrrrovOós, órav IctoctOtí, cóctte
ÓTTEp yficopyós irpós c tk u to tó p o v , t ó ípyov t ó t o ü c t k u t o t ó -
1133 6 pou Trpós t ó t o ü yEcopyoü. eIs a ^ p a 8’ ávaAoyías oú 8eí
á/Eiv, ó t o v áAAá^covTai (eI 8é pi^, áp90Tépas é^ei T^S ú tte -
poxás t ó ETEpov ákpov), áAA’ ó t o v fx 050,1 o ú tc ó v . oú-
tc o s Ictoi Kal koivcovoí, ó t i o ú t t i f| Ic tó ttis 8úvcrrai érr’ o ú tc ó v
5 ylvECT0ai. yECopyós a, TP09Y) y , ctkutotópos p, t ó ipyov
aÚ Toü t ó Ictoctpévov 8. eI 8’ o ú tc o pf) f¡v ávm rETrovOévai,
o ú k áv fjv Koivcovía. ó t i 8’ f| XP6^® ^uvéxsi tZxnrEp iv t i óv,
8t)Aoí ó n ótov pf) év XP£i? &<Jiv áAAi'jAoov, f\ áp9ÓTEpoi f|
áTEpos, o ú k áAAáTTovTai, f cóo-rrep óto v oú ?xei ocútós 8ét|-
10 Tal tis, olov olvou, 8i8óvtes c títo u é£aycoyi‘|v. f 8eT ápa
t o ü t o iCTacrOfívai. úrrép Sé ttís peAAoúcttis áAAayns, eI vüv
prjSév B eíto i, ó n Éorai áv 8et)0^, t ó vópiapa olov éyyuT)n‘|S
éct0’ f)plv Seí y á p t o ü t o 9épovn eIvoi Ao^eIv. irácrxÉi pév

6 0. oS (gci] o4xl K».


78

en primer lugar la igualdad proporcionada 7 después se produce la


reciprocidad, tendremos lo que decimos. Si no, no habrá igualdad 7
el acuerdo no será posible; porque nada puede impedir que el trabajo
del uno valga más que el del otro; es, por consiguiente, necesario igua­
larlos. (Ocurre esto también en las demás artes: se destruirán, en efecto,
si lo que hace el agente, cuanto hace 7 como lo hace, no lo experimen­
tara el paciente, lo mismo, en la misma medida 7 de la misma manera).
En efecto, no se asocian dos médicos, sino un médico 7 un agricultor,
7, en general, personas diferentes 7 no iguales. Pero es preciso que se
igualen, 7 por eso todas las cosas que se intercambian deben ser com­
parables de alguna manera. Esto viene a hacerlo la moneda, que es
en cierto modo algo intermedio porque todo lo mide, de suerte que mide
también el exceso 7 el defecto: cuántos pares de sandalias equivalen a
una casa, o a determinados alimentos. La misma relación que existe
entre el arquitecto 7 el zapatero habrá entre tantos pares de sandalias
7 una casa o tales alimentos. De no ser así, no habrá cambio ni asocia­
ción. Y no será así si los bienes no son, de alguna manera, iguales. Es
preciso, por tanto, que todo se mida por una sola cosa, como se dijo
antes. Esta cosa es, en realidad, la demanda, que tfd o lo mantiene
unido (porque si los hombres no necesitaran nada, o no lo necesitaran
por igual, no habría cambio, o éste no sería equitativo); pero la moneda
ha venido a ser, por así decirlo, la representación de la demanda en
virtud de una convención, 7 por eso se llama v¿pio|xa, porque no es por
naturaleza, sino por ley, 7 está en nuestra mano cambiarla o
hacerla inútil. Habrá, por tanto, reciprocidad cuando los bienes se
igualen de suerte que lo que produce el zapatero esté, respecto de lo
que produce el agricultor, en la misma relación que el agricultor res­
pecto del zapatero. Pero no deben reducirse a una especie de propor- 1133 6
ción una vez hecho el cambio (porque en ese caso un extremo tendrá
los dos excesos), sino cuando aún tenga cada uno lo 8U70 . De esta
manera son iguales 7 asociados porque esta igualdad puede realizarse
en su caso. Sea A el agricultor, C el alimento que él produce, B el zapa­
tero 7 D lo que éste produce una vez igualado a C. Si no fuera posible
esta reciprocidad no habría asociación. Que la demanda, como una es­
pecie de unidad, lo mantiene todo unido, lo pone de manifiesto el que
cuando los hombres no tienen necesidad el uno del otro, 7a ninguna de
las partes 7a una de ellas, no cambian como cuando el uno necesita
lo que tiene el otro, por ejemplo, vino, 7 autorizan la exportación ,de
trigo. Tiene que hacerse, por tanto, esta ecuación. En cuanto al cambio
futuro, si en la actualidad no necesitamos nada, la moneda es para
79

oúv x a l t o ü t o t ó o ú tó - oú y á p áel Taov S ú v a ra r ópcos Sé


15 poúAetai péveiv paAAov. Sió Sel Trávra T en p fjo d a r oútco
y á p áel & rrai áAAayi'i, el Sé t o ü t o , Koivcovía. t ó Sf| vó-
p ia p a cócnrep péTpov o ú p p rrp a Troifjaav laá^er oúre y á p
á v pf) oúoT|5 áA A a y fís Koivcovía fjv, o ú t ’ áAAayf) Ictó ttito s
pfj oúoT|s, o ú t ’ laórr)S MÍ) oúcttis auppeTptas. tt¡ pév oúv
20 áAt| 0£Í<jt áSúvcrrov T á to c to ü to v Sia<pépovTa o ú p p rT p a yevé-
o 0 a i, irpós Sé t?)v xpeíav évSéxETai Ikovcos- Sv 8i^ n Seí
elvai, t o ü t o 5 ’ é£ úiro6éaecos‘ 8ió v ó p ia p a KaAeiTar t o ü t o
y á p ir á v T a iroieT oúppeTpa’ peTpelTai y á p ir á v T a v o p ía p a -
ti. oÍKÍa a , pval SéKa p, kAIvt) y . t ó a t o ü p f¡piCTu, el
25 TrévTE pvcóv ᣠía f) o ík ío , f| Icto v f) Sé kAívt) B ík ctto v pépos,
t ó y t o ü p* 8fíAov to I v u v ttóctoi KATvai Taov oÍKÍqt, ó n ’
tté v te . ó t i 5 ’ o ú tco s áAA ayf| ?jv irp lv t ó v ó p ia p a elvat,
S fíA o v 8ia<pépei y á p oúSév f| kAIvoi tt¿vte ávT l olKÍas, f|
óctou a l Trávre KATvai.
30 Tí pév oúv t ó áSiKov Kal t í t ó Síkoióv écmv, eípTiTai
Sicopiopévcov 8é toútcov SfjAov ó ti f) SiKaioTrpayía péaov
éoTl to ü áBiKelv kal áSiKeloéar t ó pév y áp irAéov ?xElv
5’ üAottóv éoTiv. f| Sé StKaioaúvri peo-órns tís éonv, oú
tó v oútóv TpÓTrov Tais áAAais ápeTaís, áAA’ ó ti péaou éo rlv
1134 o f| 5’ áSiKÍa tcov áKpcov. Kal f) pév SiKaioovvr| écrrl Ka0’ f)v
ó SÍKaios AéyeTai irpaKTiKÓs KaTá irpoolpeuiv to ü Sikoíou,
Kal SiavepT]TiKÓs Kal oútco Trpós áAAov Kal érépco irpós tre-
pov oúx oútcos « o re to ü pév alpeToü irAéov ocútco IAottov
5 Sé tco TrAr|críov, to ü pAapepoü 8’ ávárraAiv, áAAá to ü íctou
to ü k o t’ ávaAoyíav, ópoícos 8é K a l áAAco Trpós áAAov. f| 8’
áSiKÍa toúvovtíov to ü áSÍKou. to ü to 8’ éorlv írrrepPoAf)
Kal IAAei^is to ü áxpeAípov pAapepoü Trapá t ó áváAoyov,
Sió úireppoAf) Kal éAAeivjns f| áSiKÍa, ó n úrrepPoAfís Kal éA-
io Aeívf^cbs écrriv, é9’ o ú toü pév úrrepPoAfjs pév to ü árrAcos
¿xpEAÍpou, éAAeí^ecos Sé to ü pAápepoü' érrl Sé tcov áAAcov
t ó pév ÓAov ópoícos, t ó Sé irap á t ó áváAoyov, óiroTépcos
Stvxev. to ü Sé áSiKi*! paros t ó pév IA ottov áSiKEladaí écm,
t ó Sé petjov t ó áSiKelv. irepl pév oúv 6ikoioctúvtis Kal áSi-
15 KÍas, tís ÉKarépas éorlv f) «púcns, elpi'ioGco t o ü t o v t ó v Tpó-

1134 a 35. vé(iov M?.


79

nosotros como el garante de que podremos hacerlo si necesitamos algo,


porque el que lleva el dinero debe poder adquirir. Su duda al dinero le
sucede lo mismo que a las mercancías: no tiene siempre el mismo valor;
con todo, es más estable. Por eso se debe poner un precio a todo, por­
que asi siempre habrá cambio, y con él sociedad. Asi, pues, la moneda,
como nnn. medida, iguala las cosas haciéndolas conmensurables: ni
habría sociedad si no hubiera cambio, ni cambio si no hubiera igual­
dad, ni igualdad si no hubiera conmensurabilidad. Sin duda, en reali­
dad es imposible que cosas que difieran tanto lleguen a ser conmensu­
rables, pero esto puede lograrse de modo suficiente para la demanda.
Tiene que haber, pues, una unidad, 7 establecida en virtud de un
acuerdo (por eso se llama vó|uo|ia), porque esta unidad hace todas las
cosas conmensurables. En efecto, con la moneda todo se mide. Sea A
una casa; B diez minas; C una cama. A es la mitad de B si la casa vale
cinco minas, o su equivalente; la cama C, es la décima parte de B. Es
claro, por tanto, cuántas camas valdrán lo mismo que una casa, a saber,
cinco. Que el cambio se hacia de este modo antes de existir la moneda
es evidente; es lo mismo, en efecto, cinco camas por una casa que el
precio de las cinco camas.
Queda dicho, pues, qué es lo injusto 7 qué lo justo, 7 una vez defi­
nidos éstos es claro que la conducta justa es un término medio entre
cometer la injusticia 7 padecerla: en efecto, lo primero es tener más 7
lo segundo tener menos. Y la justicia es una especie de término medio,
pero no de la misma manera que las demás virtudes, sino porque es
propia del medio, mientras que la injusticia lo es de los extremos. La 1134 a
justicia es la virtud por la cual se dice del justo que practica delibera­
damente lo justo 7 que distribu7e entre él mismo 7 otro, o entre dos,
no de manera que de lo bueno él reciba más 7 el prójimo menos, 7 de
lo malo a la inversa, sino proporcionalmente lo mismo, e igualmente si
distribu7e entre otros dos. Y , tratándose del injusto, la injusticia es
todo lo contrario, esto es, exceso 7 defecto, contra toda proporción,
de lo inútil 7 lo perjudicial. La injusticia es exceso 7 defecto porque
es cuestión de exceso 7 defecto, exceso de lo que es útil sin más tratán­
dose de uno mismo, y defecto de lo que es perjudicial; 7 tratándose de
los demás, en conjunto lo mismo, pero contra la proporción en cual­
quiera de los dos casos. La acción injusta lo es por defecto si se sufre,
por exceso si se comete. '
Respecto de la injusticia 7 la injusticia queda dicho de esta manera
80

ttov, ópolcog Sé Kal irepl SiKaíou Kal áSÍKOU kcxOóAou.


6 ’ Em l 6’ ío n v áSiKOÜvra paireo áSiKov eIvoi, ó iroTa áSi-
parra áSiKcov f^5r| á 6iKÓs éonv éKáarr|V áSiKÍocv, olov kAé-
u t t |s poixój AijotVís ; 'ñ oútco pév OÚSÉV Sioíctei; Kal
20 y dtp ¿xv auyyévotTO yuvaiKl elScos t ó fj, áAA’ oú Siá Trpoai-
péaecos ápx^v áAAá Siá iráBos. áSiKeí pév oúv, <3:6ikos 6’
oúk Iotiv. olov oú kAétttt)S, IkAc^e Sé, oúSé poixós, ípoí-
Xéucté Sé- ópotcog Sé xal érrl tcóv áAAcov. ttcos oúv
?Xet t ó ávTnrETrovOós irpós t ó SÍKaiov, EÍpt|Tai TrpÓTEpov*
25 SeT Sé pf] AavOávEiv ó ti t ó jrjToúpfivóv éori Kal t ó óttAcós SÍ­
Kaiov Kal t ó ttoAitikóv SÍKaiov. to u to 6’ Iotiv érrl koivco-
vgóv píou irpós t ó eIvoi aCrrápKEiav, éAeuOépcov Kal Tacov f|
k o t’ ávaAoyíav f| k o t’ ápiQpóv* cíkjte óaois pi'i éori to u to ,
oúk Io ti to ú to is irpós áAAií Aous t ó ttoAitikóv Síkociov, áAAá
30 t i SÍKaiov Kal ko6’ ópoiónrriTa. Io ti y á p SÍKaiov, oís Kal
vópos irpós oútoús* vópos 8’, év oís á 6iKÍa- fj y á p Bíkti
Kpíais to u SiKaíou Kal to u áSÍKou. év oís 8’ áSiKÍa, Kal t ó
áSiKEiv év to ú to is (év oís 8é t ó áSiKElv, oú ttootiv áSiKÍa),
to u to 8’ écrrl t ó trAéov aúrcp vépEiv tcóv árrAcós áyaOcov,
35 IA ottov 8é tcóv árrAcos kockcov. Sió oúk écópev ápxfiiv áv-
6pcoirov, áAAá tó v Aóyov, ó ti éauTco to u to ttoie! Kal yívE-
1134 b Tai TÚpawos. I o n 8’ ó ápxcov <púAa£ toü,SiKaíou, eí Sé to ü
SiKaíou, Kal to ü Taou. éite! 8’ oú6év aúrcó -rrAéov EÍvai 8o-
ke!, EÍTtEp SÍKaios (oú y áp vépEi -rrAéov to ü árrAcós á y a 6ou
oútco, eí pf) trpós aúróv áváAoyóv éonv- 8ió ÉTépcp ttoveI-
5 Kal Siá to u to áAAÓTpiov Elvaí ipaalv áyaOóv tÍ|V Sikoiooú-
vrjv, KaOárrEp éAéxST) Kal -n-pórepov)- picrGós á p a t i s 8o-
téos, t o u t 8é Tipf) Kal yépas- ótc*5 8é pf| ÍKavá Tá to io ü -
Ta, oútoi y ív o v T a i TÚpawoi. t ó Sé BEcrrroTiKÓv SÍKaiov Kal
t ó TraTpiKÓv oú to ú tó v to ú to is áAA* ópoiov- oú y á p Io n v
10 á 6tKÍa irpós Tá o ú to ü árrAcós, t ó 8 é icrijpa Kal t ó TéKVov,
Icos &v ti t |A í k o v K a l x < ap ia& r¡, á x n r E p pépos oútou, cxútóv
8’ oú8eIs T r p o a ip E ír a i ftAáiiiEiv Sió oúk Io n v áSiKÍa -rrpós
aÚTÓv oúS' áp a áSiKov oú8é SÍKaiov t ó ttoAitikóv* Kará
vópov y áp fjv, koI év oís érrEcpÚKEi eIvoi vópos, oútoi 8’ fjaav
15 oís úrrápxEi laórris t o O ápxfiiv Kal ápxecrQai. 8ió paAAov

B 11. xo»(ita6fl K." T: ni) xtapiaSfl Lb M6.


80

cuál es la naturaleza de cada una, 7 lo mismo respecto de lo justo 7 lo


injusto en general.
6

Puesto que es posible obrar injustamente sin ser por eso injusto,
¿qué clase de acciones injustas tiene que cometer un hombre para ser
por ello injusto respecto de cada clase de injusticia, por ejemplo, para
ser ladrón, adúltero o salteador? ¿O es que no habrá en esto diferencia
alguna? Porque uno puede cohabitar con una mujer sabiendo quién
es, pero no en virtud de una elección, sino por pasión. Sin duda, comete
una acción injusta, pero no es injusto; así como uno puede no ser un
ladrón aunque robó, ni adúltero aunque adulteró, 7 lo mismo en los
demás casos.
Hemos dicho antes qué relación existe entre la reciprocidad 7 la
justicia; pero no debemos olvidar que lo que buscamos no eB sólo la
justicia sin más, sino la justicia política. Esta existe entre personas que
participan de una vida común para hacer posible la autarquía, perso­
nas libres e iguales, 7a proporcional 7a aritméticamente. De modo que
entre los que no están en estas condiciones no puede haber justicia polí­
tica de los unos respecto de los otros, sino sólo justicia en cierto sen­
tido 7 por analogía. H a7 justicia, en efecto, para aquéllos cu7as rela­
ciones están reguladas poT una le7, 7 hay le7 entre quienes se da la
injusticia, porque la justicia del juicio es el discernimiento entre
lo justo 7 lo injusto. Donde ha7 injusticia se cometen acciones injus­
tas (pero no siempre hay injusticia donde se cometen acciones
injustas), 7 éstas consisten en atribuirse a uno mismo más de
aquello que eB bueno absolutamente hablando 7 menos de lo malo
absolutamente hablando. Por eso no permitimos que nos mande un
ser humano, sino la razón, porque el hombre hace eso en su
propio interés, 7 se convierte en tirano. E l gobernante es guardián 1134 i
de la justicia, 7 si de la justicia, también de la igualdad. Se considera
que no tiene más, si efectivamente es justo (porque no se atribuye a sí
mismo más que a los otros de lo que es bueno absolutamente hablando,
a no ser que le corresponda proporcionalmente; por eso se afana para
el otro, 7 esta es la razón de que se diga que la justicia eB un bien para
el prójimo, como dijimos anteB); de aquí que deba dársele una recom­
pensa, 7 ésta es el honor 7 la dignidad; los que no se contentan con esto
se hacen tiranos. La justicia del amo 7 la del pa'dre no es la misma que
la de los gobernantes, aunque es semejante. En efecto, no ha7 injusti-
tia, de un modo absoluto, respecto de lo propio, 7 la propiedad 7 el
hijo, hasta que llega a una edad determinada 7 se hace independiente,
son como partes de uno mismo, 7 nadie se perjudica a sí mismo deli­
beradamente. Por eso no ha7 injusticia para con uno mismo, 7, por
tanto, tampoco ha7 injusticia ni justicia política en esas relaciones:
quedamos, en efecto, en que esa clase de justicia era según ley, y en
81

•Trpós yw aíK á éori Bíkoiov f| Trpós tékvoc k o I k t t | paTa* tou­


to y áp Ioti t ó oIkovopikóv Bíkoiov ÉTEpov Sé Kal toüto
7 to ü ttoAitikoü. Toü Bé ttoAitikoü Bikoíou t ó pév cpuatKÓv
éoTi t ó Bé vopiKÓv, 9uctikóv pév t ó iravTaxoü tÍ|v aÚTf|v
20 ?x°v Búvopiv, K al oú tco Bokeív f) pf|, vopiKÓv Sé 6 éf ápxfjs
pév oúSév Bia(pépei oútcos f| áAAcos, óto cv Bé O g ó v to i, Biacpé-
pei, olov t ó pvas AuTpoüaOai, f| t ó a ly a dúeiv áAAá pf) Súo
TrpópocTa, éti ócra étrl t c o v k o 6 ’ iKacrra vopoOetoüctiv, olov
t ó éúeiv BpaaíSqt, Kal Tá vf^npiopaTCÓBri. SokeI 8’ évíois eT-
25 vai TrávTa to io ü to , 6 ti t ó pév 9 Ú0 EI áKÍvTiT0v Kal ttovtoxoü
tt)v aÚTf)v ?xel Búvapiv, cóo-rrep t ó Trüp Kal Év6á8e k o I év
TTépoois KaÍEi, r á Sé Bíkoio Kivoúpeva ópcoaiv. to ü to 8’ oúk
íc t t i v oútcos ?Xov> áAA’ io riv ó>s' koítoi Trapá yE to Is QeoIs
Tercos oúSapcos, irap’ Yjpív 8’ ííoti pév t i Kal 9 ÚCTE1, k i v t |t ó v
30 pévTOi ttccv, áAA’ ópcos éorl t ó pév 9Ú0EI t ó 8’ oú 9ÚOE1.
ttoiov 5é 9ÚCJÉI tcov évSEXopévcov Kal áAAcos ?X£1V» Ka^ ttoTov
oú áAAá vopiKÓv Kal ctuvOiíkij, sTirep áp9co KivqTá ópoícos,
SfjAov. Kal érrl t c ó v áAAcov ó o ú tó s áppóoEi Biopiapós- 9Ú-
oei y á p f) Bfifiá kpeíttcúv, koítoi évBéxETai irávTas áp9i6E-
35 £íous yEvéafiai. Tá Sé Kará ctu v 6 ^ k t)v Kal t ó CTup9¿pov tcov
1136 o Sikoícov dpoiá Écm to Is pÉTpois* oú y áp iravTaxoü Too Tá
olvripá Kal a m ip á péTpa, áAA’ oú pév covoüvTai, peíjgo, oú
Sé ircoAoüoiv, éAárrco. ¿poicos Sé Kal Tá pf| 9UotKá áAA’
áv0pcÓTnva BÍKaia oú T aúrá ttovtoxoü, étteI 0Ú8’ al iroAi-
6 teToi, áAAá pía póvov tto v to x o ü KOTá 9ÚCTIV f| ápíoTT). t c ó v
Bé SiKaícov Kal vopípcov ÉKacrrov cbs Tá kcxOóAou Trpós Tá
k o 9 ’ §K O crra §xer Tá pév y á p irpaTTÓpEva -rroAAá, éKEÍvcov
8’ é k o o t o v Iv ko6óAou yáp . 8ia9épEi 8é tó á8ÍKT|pa Kal
t ó áBiKov Kal t ó SiKaícopa Kal t ó Bíkoiov* áSiKov pév y á p
10 é c m ttü 9ÚCTE1 f) Tá^er a ú ró 5 é to ü to , ¿to v TrpocxtHJ, á8í-
KT|pá é o r i , irplv Bé Trpax0f¡vai, oúrrco, áAA’ áBiKov. ¿poicos
8 é K a l BiKaícopa* koAeTtoi 8 é paAAov BiKatoirpáyTipa t ó
k o iv ó v , Bmaícopa 8 é t ó érravópdcopa to ü áB iK f) perros. ko6’
í k o o t o v 6 é o ú t c o v , irolá te é I8 t) K a l iróoa K a l T repl iroTo

1135 a 11. poit Atixov ftdd. í-n (t i Kb) Sxav n p a ^ S i) áílxT)|xa c o t Iv Kb Lb.
SI

que tienen ley de un modo natural aquellos que son iguales en el mando
y en la obediencia. Por esta razón la justicia se refiere más a la mujer
que a los hijos o la propiedad; pero se trata en este caso de la justicia
doméstica, que es también distinta de la política.

La justicia política se divide en natural y legal; natural, la que tiene


en todas partes la misma fuerza, independientemente de que lo pa­
rezca o no, y legal la de aquello que en un principio da lo mismo que
sea asi o de otra manera, pero una vez establecido ya no da lo mismo,
por ejemplo, que el rescate cueste una mina, o que se deba sacrificar
una cabra y no dos ovejas, y todas las leyes establecidas para casos
concretos, como ofrecer sacrificios en honor de Brasidas, y las disposi­
ciones de la índole de los decretos. Algunos creen que toda justicia polí­
tica es de esta clase, porque lo que es por naturaleza es inmutable y
tiene en todas partes la misma fuerza, lo mismo que el fuego quema
tanto aquí como en Persia, y constatan que la justicia varía. Esto no es
cierto, pero lo es en un sentido; mejor dicho, para los dioses no lo es
probablemente de ninguna manera; para nosotros, hay una justicia
natural, y, sin embargo, toda justicia es variable; con todo, hay una
justicia natural y otra no natural. Pero es claro cuál de entre las cosas
que pueden ser de otra manera es natural y cuál no es natural sino
legal o convencional, aunque ambas sean igualmente mutables. La
misma distinción sirve para todo lo demás: así la mano derecha es por
naturaleza la más fuerte y, sin embargo, es posible que todos lleguen a
ser ambidiestros. La justicia fundada en la convención y en la uti­
lidad es semejante a las medidas: las medidas del vino y del trigo no son 1135 a
iguales en todas partes, sino mayores donde se compra y menores
donde se vende. De. la misma manera las cosas que no son justas poi
naturaleza sino por convenio humano no son las mismas en todas partes,
puesto que no lo son tampoco los regímenes políticos, si bien sólo uno
es por naturaleza el mejor en todas partes.
Cada una de las cosas justas y legales es como lo universal respecto
de lo particular: en efecto, los actos son muchos, pero cada una de
aquéllas es una, porque es universal. E l acto injusto es distinto de lo
injusto, y el acto justo de lo justo. Lo injusto lo es por naturaleza o en
virtud de una disposición, y eso mismo, cuando se ejecuta, es acto in­
justo, pero antes de ser ejecutado no lo es aún, sino sólo injusto. Y lo
mismo el acto justo, pero se llama más bien acción justa a la común y
acto de justicia a la reparación de la injusticia. Más adelante tendre­
mos que considerarlos en particular y ver cuántas son sus formas y de
qué índole sus objetos.
82

8 Tuyx<iv£i ó v r a , úcrrepov ÉTTKJKenréov. ’O vtcov Sé tc ó v Si-


Kotícov Kal áSÍKcov tc o v ElpT|pévcov, áSiKEl pév Kal SiK onorrpa-
yEí S tctv ¿kcóv t i s aC rrá TrpáTTiy ó t o v 6 ’ Skcov, o ú t ’ áSiKEl
o ú te SiKaiOTrpaye! áAA’ f| Korrá ctupPe( 3t|k ó s ‘ o ís y á p o v p -
pépr|KE SiK aíois eív ai f| áSÍKois, TrpáTTOuaiv. áS ÍK r|p a Sé
20 K al SiKatOTrpáyT) p a c ó p ia ra i tc o ékouctíco Kal áK ouaícp- ó to v
y á p iK oúaiov í¡i, v^éyerai, á p a Sé Kal áSÍKT)pa t ó t ’ é o n v
c ó o t’ l o r a i t i ¿ S ik o v pév áSiKTjpa 6 ’ oúrrco, &v pt) t ó Ik o ú -
ctiov irp o o rj. Aéyco 5 ’ ékoúctiov pév, cócnrep Kal irpÓTEpov
EÍpTjTai, ó á v t i s tc ó v é9 ’ aÜTCp óvtco v eIBcos Kal pf] á y v o co v
25 TrpáTTIÍ pi^TE ÓV pi'lTE dj pi*|TE OÚ (§VEKa), o lo v TÍVa TÚTTTEl
Kal t í v i Kal t í v o s íveko, KáKEivcov iK a a ro v pf) KOTá a u p ^ E -
Pt^kós pT)Sé ptqt (cócmEp eí t i s Xapcov -rf)v x ^ p a ocútoO t ú t t t o i
?TEpov, o ú x ¿kcóv o ú y á p érr’ aÚTC{j)• évSéxETai Sé t ó v
tu tt t ó p e v o v Trcrrépa elv ai, t ó v 5 ’ ó t i pév ávQpco-rros tco v
30 Trapóvrcov t i s yivcóaKEiv, ó n Sé Trcrrf|p áyvoElv* ópoicos Sé
t ó to i o u t o v SiccpíoOco Kal érrl t o ü o ú üveko, Kal TTEpl t í j v
irp a ^ iv óAtiv. t ó Sf] áy v o o ú p E v o v , f| pf] áyvooúpE vov pév pf|
é tt’ á u re o 6 ’ óv, f| ptqc, áK o ú aio v . iroA A á y á p Kal tc ó v <pú-
1136 6 ctei úrrapxóvTCOv eíS ó te s Kal TrpáTTopEV Kal TráaxopEV, <2>v
o ú 6 év o ú 6 ’ ékoúctiov o ú t ’ áK o ú a ió v é o n v , o ío v TÓ yTlp&V f|
árroOvi'io'KEiv. 6 j t i 8 ’ ópoícos énrl tc ó v áSÍKcov Kal vcov Si-
Kaícov Kal t ó Kcrrá ctupPePtikós* Kal y á p á v t t j v TrapaKa-
6 r a 0 r|Kr|v á rro S o lri t i s óxcov Kal S iá <pópov, óv o ú te SÍK aia
irp árT E iv o ú te S iK aioirpayE ív 9 a r é o v áAA’ f) Kcrrá a u p ^ E p ri-
k ó s. ópoícos 8 é Kal t ó v ávayKa^ópEVOv Kod áKovn-a Tf)v t t o -
p a K a r a 6 i^KT|v pfj á iro S iB ó v ra Kcrrá ctup P eP tikós 9aT éo v á S i-
keIv Kal T á áS iK a irp á rrE iv . tc ó v Sé ékouctícov T á pév irpoE -
10 Aópevoi TrpáTTopEV T á 5 ’ o ú irpoEA ópevoi, irpoEXópEvoi pév
ó a a TrpopouA EuaápEvoi, á r r p o a lp E r a Sé óct’ áTrpopoúAEUTa.
Tpicóv Sf| o úacóv p A a ^ w v tc o v év T a is Koivcovíais, T á pév
P e t’ á y v o ía s á p a p iV ip c rrá é o n v , órav pi'jTE óv pr|TE ó pi*|TE
$ p/|TE o ú SvEKa CnréAape ir p á ^ iy y á p o ú páAAeiv f| o ú
16 TOÚTC¡3 f| OÚ TOUTOV ^ OÚ TOÚTOU ÉVEKO CÓT^Or), áAAá CTUVéPq
oúx ^ EKa cJjt'iOti, olov oú x ^va Tpcóai] á A V iva kevt^ctj),
oú y óv, f| o ú x <?*• órav pév oúv TrapaAóycos pxápr| yé-
VTyrai, árúxTIpa- ótov Sé pf) TrapaAóycos, ávEU Bé kok Ios ,
ápáptripa (ápapTávEi pév y á p ótov i] ápx^i év oútco Tfjs
82

Siendo las acciones justas e injustas las que hemos dicho, se comete
una injusticia o se obra con justicia cuando esas acciones se Tealizan
voluntariamente; cuando se hacen involuntariamente, ni se comete
injusticia ni se obra con justicia a no ser por accidente, puesto que
se hace algo que resulta ser justo o injusto. Pero el acto justo y la
acción justa se definen por su carácter voluntario o involuntario:
cuando el acto injusto es voluntario es objeto de censura y a la vez
se convierte en injusticia; de suerte que, si no ae le añade lo
voluntario, será algo injusto, pero no llegará a ser una acción injusta.
Llamo voluntario, como se ha dicho antes, a todo lo que uno hace
estando en su poder hacerlo o no, y sabiendo, no ignorando, a quién,
con qué y para qué lo hace; por ejemplo, a quién está golpeando,
con qué y para qué, y todo esto no por accidente ni forzado
(como si golpea a otro cogiéndole otro la mano y contra su volun­
tad, porque entonces no depende de él). Puede ocurrir que el golpeado
sea su padre y que él sepa que es un hombre o que es uno de los pre­
sentes, pero no sepa que es su padre, y la misma distinción puede hacerse
respecto del fin y para toda la acción. Pues bien, lo que se ignora, o no
se ignora pero no depende de uno o se hace por la fuerza, es involunta­
rio. Muchas cosas naturales las hacemos y las sufrimos, en efecto, a sa- 1135 b
biendas sin que ninguna de ellas sea voluntaria ni involuntaria, como
el envejecer o el morir. Y lo mismo tratándose de las acciones injustas
que de las justas, es posible que lo sean por accidente; en efecto, uno
puede restituir un depósito involuntariamente y por miedo, y entonces
no debe decirse de él que hace una cosa justa o que obra justamente,
a no ser por accidente. De los actos voluntarios, unos los realizamos eli­
giéndolos previamente y otros sin elegirlos; eligiéndolos, cuando son ob­
jeto de una deliberación previa; sin elegirlos, cuando no han sido
objeto de esa deliberación. Pues bien, siendo de tres clases los daños
que se infieren en las relaciones humanas, los que se cometen con igno­
rancia son equivocaciones, cuando no se hacen al que se pensó, ni con
lo que se pensó, ni para lo que se pensó, porque o se creyó que no se
hería, o que se hería con aquello, o con aquel fin, sino que sobrevino
un resultado en que no se había pensado; por ejemplo, no se había
hecho con intención de herir, sino de pinchar; o no se había hecho con
intención de herir a aquél, o de herirle con aquello. Pues bien, cuando el
daño se produce de un modo imprevisible) es un infortunio; cuando
no se produce de un modo imprevisible, pero sí sin malicia, es una
equivocación (pues uno se equivoca cuando la culpa se origina en él y
83

20 aM as, écTU xel 8’ ó to c v ÉfcoQev)* ó to c v 8é s!8á>s pév pf) irpo-


PouAeúaas 8é, á8ÍKTipa, olov ó a a t e 8iá Oupóv Kal áAAa
Trá0Ti, ócra ávcr/Kaía f| 9uaiKÓt cup^aívei to ís dcvOpcórroiS*
T o c ú r a y áp pAáirTOVTES Kal ápapTávovrES áSiKouai |iév, Kal
áSiKi'jpaTÓt é c tt iv , oú pévTOi irco áSiKoi 8iá T a Ú T a oú8¿ t t o -
25 vT|po{* oú y á p 8iá pox0íipí°cv ^1 pAápiy ó t o v 8’ ék irpoai-
péaECos, SSikos K a l lio x ^p ó s. 8ió KaAws T á ék OupoO oúk
ék irpovolas KpíveTar oú y áp ápxEi ó Qupco t t o ig o v , áAA’ ó
ópylaas. &ti 8é oúBé Trepl toO yevéaOai tí pf) ápcpiapiiTET-
Tai, áAAá irepl t o ü SiKalou* étH 9aivopévi] y á p á8tKÍqc f|
30 ópyi'i éaTiv. oú y á p cocnrEp év toTs cxuvaAAáypaai irepl toO
yevéaOai á^iapTiToOciv, d»v áváyKq t ó v írrepov elvai m°X“
©Tipóv, &v pf) 8iá Ai*|6tiv o ú t ó Bpcoaiv áAA’ ópoAoyoüvTes
irepl toO irpáypaTos, irepl 8É t o ü iroTÉpcos SÍKaiov áp9iaP íi-
Toüaiv (ó 8’ ÉiripouAEÚaas o ú k áyvoEí), <2>ote o pÉv oíeTai
U 3 0 a áSiKeícrQai, 6 8 ’ o ú . Éáv 8 ’ ék irpoaipécrecos pAávj;^, áStKei*
Kal KOTá to O t’ f|8 r| r á á8iK r| p e rra ó áSiKcov <58ikos, ó r a v
irap á t ó áváAoyov fj tí irap á t ó íctov. ópoícos 8 é Kal 81-
Kaios, ótov irpoeAópevos 8iKaioirpayr¡* BiKcnoupayei 8é, &v
s póvov ékcov irp á m ^ . t c o v 8 ’ áKOuaícov T á pév é c tti a u y -
yvcopoviKá T á 8 ’ o ú auyyvcopoviKá. ó a a pév y á p pf| póvov
áyvooOvTes áAAá Kal 8 i’ á y v o ia v á p a p T á v o u a t, a u y y v c o p o -
viK á, ó a a 8É pf) 8 i’ á y v o ia v , áAA’ áyvooOvTes pÉv 8 iá irá 0os
8É pt|te 9WIKÓV pi'it’ ávQ pdbm vov, o ú auyyvcopoviKá.
9 ’A iropi'iaeie 8 ’ á v t i s , el Ikovgos SicbpioTai ire p l t o ü áB i-
Kela 6 a i Kal áSiKetv, irpcoTov pÉv el écrnv cóairep EúpiiríB ris
eípr) ke, AÉycov áTÓircos

pryrépa kcxtéktov t Í|v épi'iv, Ppaxús Aóyos.


ékcov ékoúctov,f| ( o ú x ) ÉKoOaav o ú x ékcov ;

16 irÓTepov y áp cbs áAt|6cos ík rn v é k ó v to áBtKeíaOai, f| o ú áAA


á K o ú aio v & irav, GÓTTTEp Kal t ó áSiKEiv irav éK oúaiov; Kal
á p a irav o ú tc o s f) ékeIvcos, [áxnrep Kal t ó áBiKEÍv irav ékoú-
o to v ,] fí t ó pÉv ÉKoúaiov t ó 8 ’ ¿ckoúctiov; ópoícos Sé Kal

1130 a 14. <oúv> éxouaav Jackson: OéXouoav cod. || 17. &9?tcp — txoóoiov
Beoíusit Bywater. [| 23. ÉrreiT» Bywater: ¿rtcl codd
83

es victima de un infortunio cuando Be origina fuera). Cuando Be obra a


sabiendas pero no de un modo deliberado, se comete una acción injusta,
por ejemplo, a impulsos de la ira o de las demás pasiones que son ine­
vitables o naturales en el hombre. Cuando los hombres cometen esta
clase de daños 7 de equivocaciones, obran injustamente 7 aquéllos son
injusticias, pero los autores no son por ello injustos ni malos, porque
el daño no tiene por causa la maldad; pero si los hacen proponiéndo­
selos, son injustos 7 malos. Se juzga con razón que las acciones que pro­
ceden de la ira no son intencionadas, porque la iniciativa no la tiene
el que obra movido por la ira, sino el que le irritó. Además, lo que se dis­
cute en este caso no es si el hecho ocurrió o no, sino su justicia, 7a que la
ira se produce con motivo de lo que parece una injusticia. En efecto,
no se discute el hecho, como en los contratos, donde necesariamente
uno de los dos procede con malicia, a no ser que obren por olvido; sino
que, de acuerdo sobre el hecho, discuten sobre si fué justo (mientras
que el que ha pro7ectado un daño tiene conciencia de esto), de suerte
que el uno se cree victima de una injusticia 7 el otro no la reconoce. 1130 a
Si el daño se produce con deliberación previa, se obra injustamente,
7 el que obra injustamente cometiendo estas injusticias es 7a injusto
siempre que viole la proporción o la igualdad. Igualmente un hombre
será justo siempre que obre justamente en virtud de una elección, 7 obra
justamente si sólo obra voluntariamente.
De las acciones involuntarias, unas son perdonables 7 otras no. To­
dos los errores que se cometen no sólo con ignorancia sino por igno­
rancia Bon perdonables; cuando la ignorancia no es la causa sino que
es debida a bu vez a una pasión que no es ni natural ni humana, no son
perdonables.

Si hemos definido suficientemente el sufrir la injusticia 7 el come­


terla, podría preguntarse uno en primer lugar si es exacto lo que Eurí­
pides ha expresado al decir paradójicamente:

He matado a m i madre, en una 'palabra.


iVoluntariamente y queriéndolo ella, o contra su voluntad y sin
querer1 (5),

¿Es que verdaderamente es posible ser víctima de una injusticia


voluntariamente, o, por el contrario, esto es siempre involuntario así
como el cometerla es siempre voluntario? Y también ¿es siempre de
una índole o de la otra, como el cometer la injusticia es siempre volun­
tario, o es unas veces voluntario 7 otras involuntario? Y lo mismo res-

(6) Alcmedn, fr. 68.


84

érrl t o ü S iK a io ü o O a r t ó y á p BiKaioirpayEív ttcxv é k o ú c tio v -


20 c o o t' EÚAoyov ávriKelcrQai ó poicos koc6’ éKÓTEpov, t ó t ’ á6i-
k e!o 6oci K a l 8 iK aio ü c r6a i f| é k o ú c tio v f| áKoúaiov elvai. á ro -
t t o v 5* áv S ó ^ e ie Kal é t t í t o ü SiKaioüaQai, el t t o v é k o ú c ti o v
é v io i y á p 5iKaioüvTai oúx é k ó v te s . é ti-e ito Kal t ó 8e Siarro-
pl'lCTElEV áv TIS, TTÓTEpOV Ó TÓ ÓSlKOV TTETTOVOgúS áBlKElTOl TTOS»
25 f) cócnrEp Kal é t t I t o ü irpárTEiv, Kal e t t í t o ü TráaxEiv é c t t í v
Kará ctupPePtikós y á p é v B é x e to i é t t ’ ápqxrrÉpcov pEraAappá-
v e iv t c o v SiKaícov ópoícos SÉ SfjAov ó t i Kal é tt ! t c o v áSÍ-
KCOV OÚ y áp TOÚTÓV TÓ TÓSlKO TTpáTTElV TCO áSlKEÍV OÚSÉ
t ó áSiKa ir á c ix E iv t c o áSiKEÍaSar ópoícos Sé Kal Érrl t o ü Si-
30 KaioirpayElv Kal S iK a io ü c rO a r áSúvcrrov y áp áSiKElaOai pf)
áSiKoüvTos f | 8iKaioüa6ai pf) SiKaioirpayoüvros. eí 8’ é c ttív
árrAcos t ó áSiKEÍv t ó (3AáTTTEiv ÉKÓVTa Tivá, t ó 8’ é k ó v t o
e I B ó t o Kal óv koI có Kal á>s, ó 8’ áKparfis é k o jv ftAán ie i aú-
t ó s o ú t ó v , ékcov t ’ áv áSiKoÍTO k o v é v S é x o i t o aÚTÓs o ú t ó v
36 áSlKElV. ÉCTTl SÉ Kal TOÜTO EV TCOV álTOpOUpÉVCOV, El ÉvSÉXE-
1136 b Tai o ú t ó v o ú t ó v áSiKEÍv. I t i ékcov áv t i s S i ’ áKpacríav úir’
á A A o u pAárrTOiTO é k ó v t o s , c ó c tt’ eít) áv é k ó v t ’ áSiKEluQat.
f| o ú k ópQós ó Siopiapós, áAAá ttp o c tO e té o v tco ^Aá-mEiv e I-
8 ó t o koI óv Kal ¿5 Kal t ó irap á T f)v ék eív o u P o ú Atictiv ;
6 pAáTTTETai pÉv oúv tis ékcov Kal TáSiKa Tráaxei. áSiKEÍTai 8’
oúSeís ékcov oúSeís y áp poúAerai, 0Ú8’ ó áKpan’is, áAAá
irap á TÍ]v poúAíiaiv TrpárTEr oúte y áp PoúAetoi oúSeIs ó
pf| oÍETai Elvai cnrou8aIov, o te áKpaTÍ)S oúx á oÍETai Seív
TrpáTTEiv irpáTTEi. ó 8É Tá o ú t o ü SiSoús, cócnrEp 'Opripós
10 <pT|CTi 8oüvai t ó v FAoükov t c o Aiopf|8Ei «xpúaEa xc^keí0^»
ÉKarópfJoi’ ÉweafJoícov,» oúk á8iKETrar étt’ oútco y á p Écm
t ó SiSóvai, t ó 8’ á6iKEia6ai o ú k é t t ’ áureo, áAAá t ó v áSiKoüv-
Ta 8eI úrrápxEiv. irEpl pÉv oúv t o ü áBiKEtcrdai, ó ti oúx ékoú­
c tio v , SfjAov.
15 " E n 8 ’ <I>v TrpoEiAópEOá 8ú’ la riv eítteT v, irÓTEpáv t t o t ’
84

pecto del ser tratado justamente; porque el obrar justamente es siem­


pre voluntario, de modo que es razonable que aquí también existiera
la misma oposición y que tanto el recibir un trato injusto como el
recibir ur, trato justo fuera o voluntario o involuntario. Pero parecería
absurdo, aun en el caso de ser tratado justamente, que siempre fuera
voluntario, porque algunos son tratados justamente sin quererlo ellos.
En segundo lugar también podría uno preguntarse si todo el que
sufre algo injusto es tratado injustamente, o sucede con el sufrir la
injusticia lo mismo que con el cometerla. Por accidente, en efecto,
puede, en ambos casos, haber una parte de justicia, y lo mismo, eviden­
temente, de injusticia, porque no es lo mismo hacer cosas injustas que
tratar injustamente, ni sufrir cosas injustas que ser tratado injusta­
mente; y lo mismo ocurre también con hacer lo que es justo y tratar
justamente, porque es imposible ser tratado injustamente si otro no
trata injustamente, o ser tratado con justicia si otro no trata con jus­
ticia. Pues bien, si el tratar injustamente no consiste sino en hacer
daño voluntariamente a alguien, sabiendo, además, a quién, con qué
y cómo se hace el daño, y el incontinente se hace daño voluntariamente
a si mismo, podría recibir un trato injusto voluntariamente si es
capaz de tratarse a si mismo injustamente. (Y ésta es también una de
las cuestiones que se plantean: si es posible que uno se trate injusta­ 1136 b
mente a sí mismo.) Además uno puede por incontinencia dejarse hacer
daño por otro voluntariamente, de modo que sería posible ser objeto
de un trato injusto voluntariamente. ¿O es que tenemos que rectificar
nuestra definición y añadir a «hacer daño sabiendo a quién, con qué y
cómo», «contra la voluntad de aquél a quien se le hace»? Sin duda uno
puede recibir un daño y sufrir injusticias voluntariamente, pero nadie
es objeto de un trato injusto voluntariamente, porque ninguno lo
quiere, ni aun el incontinente, sino que obra contra su voluntad. Nadie
quiere, en efecto, lo que no cree bueno, y el incontinente hace lo que no
cree que debe hacerse. E l 'que da lo que es suyo, como Homero dice
que Glauco dió a Diom'edes «armas de oro por las de bronce, y valoradas
en cien bueyes por las que en nueve se apreciaban» (6), no recibe un
trato injusto; porque el dar está en su mano y el recibir un trato injus­
to no, sino que tiene que haber quien lo trate injustamente. Es claro,
pues, que el ser tratado injustamente no es voluntario.
De las cuestiones que nos propusimos, dos quedan por tratar: si
quien obra injustamente es el que asignó a otro más de lo que le corres­
ponde o es el que tiene más de lo que merece, y si es posible tratarse
injustamente a si mismo. Si es posible lo que hemos mencionado en
primer término y es el distribuidor quien obra injustamente y no el que
tiene más de lo que le corresponde, si uno asigna a otro, a sabiendas y
voluntariamente más que a sí mismo, se trata injustamente a si mismo,
y esto es lo que parecen hacer los modestós, porque el hombre bueno

(6) Iliada, VI, 236.


$5

áSiKei ó veípas Trapa t^ v á£íav t ó irAéov t“| ó §x cov» Ka l


2o t i v aÚTÓv o ú tó v áSiKEÍv. el y á p évSéxerai t ó irpÓTepov
Aex^év Kal ó Siavépcov áSixel áAA’ o ú x 6 Ix ^ v irAéov, el
t i s irAéov aÚToO éTépco vépei elScbs Kal éxcov, o ú to s a ú ró s
20 o ú tó v áSiKei’ óirep SokoOoiv ol pÉTpioi iro ielv ó y á p
éirieiKfis éAaTTCOTiKÓs écttiv. tí oúSé t o ü t o á irA o ü v ; tr é -
pou y á p áyaO oü, el ÜTUxev, irAeoveKTeT, olov 6 ó£r|s f| toO
áTrAcos KaAou. I ti AúeTai Korrá t ó v Siopiapóv toO áSiK eív
oúSév y á p ira p á ti^v oútoO iráo-xei PoúAtictiv, (Serré oúk á S i-
25 KeíTai S iá y e to O to , áAA’ eíirep, pAárrreTai póvov. <pavepóv
8 é ó t i Kal ó Siavépcov áSiKei, ¿A A S o ú x ^ irAéov Ixcov áeí-
oú y á p $ t ó áSiKov ú irápxei áSiKei, áAA’ <X>t ó éKÓVTa to O to
iTOielv t o ü t o 8 ’ ó 6 ev f| ápXTl tt|s irpá^ecos, ^ écrnv év tco
SiavépovTi áAA’ oúk év tco A ap p ávo vri. I ti éirel iroAAax¿os
30 t ó iroielv AéyeTai, Kal lo r iv cbs T á f i y v x a KTelvei Kal f) x elp
Kal ó olKérns éiriTá^avTOS, oúk áSiKe! pév, iroieT 8 é Tá áSiKa.
I t i el pév áyvocov iKpivev, oúk áSiKe! KOTá t ó vopiKÓv 81-
Kaiov oú 8 ’ áSiKos f) Kplais écrrív, I o n 8 ’ cbs áSiKos' iTepov
y á p t ó vopiKÓv 8 ÍKaiov Kal t ó irpcoTov el 8 é yivcóaKcov
1137 a ÍKptvev áSÍKCos, irAeoveKTe! Kal o ü tó s í| x á p r r o s tí Tipcopías.
cócnrep oúv Kav eí t i s pepíaaiTO t o ü á 8 iKf| perros, Kal ó 8 iá
t o O t o Kpívas áSÍKcos irAéov Ix e r Kal y á p éir’ ékeívco tó v
á y p ó v Kpívas oúk á y p ó v áAA’ áp yú p io v IAa|3ev. O l 8 ’ á v -
6 Opcoiroi écp’ éauTois oíovrrat elvai t ó áSiK eív 8 ió Kal t ó 8 í-
Kaiov elvai (íxJtBiov. t ó 6 ’ oúk I c ttiv auyyevéffQ ai pév y á p
t t ¡ t o ü yeÍTovos Kal ircrrá^ai t ó v ttAtictíov Kal Soüvai t t ¡
Xeipl t ó áp yú p io v fx^cSiov Kal eir’ a ú ro Is.'á A A á t ó có5 l Ix o v -
T a s T a ü r a irotelv oúre ^ S t o v o ú t ’ éir’ oú toIs. ópoícos 8 é
io K a l t ó yvcovai T á SÍKaia Kal T á áSiK a oúBév otovTai ao<póv
elvai, ó t i irepl cZ>v o l vópoi A éyou aiv oú x a Aeiróv auviévai
(áA A ’ oú t o ü t ’ é o r l T á SÍKaia áAA’ fí Kcrrá CTUp(3epriKÓs)‘
á A A á ttcos irpaTTÓpeva Kal ir eos vepópeva SÍKaia, t o ü t o 8 f|
irAéov Ip yov ^ T á ú yteivá elSévai* érrel KáKel péAi Kal olvov
16 Kal éAAé|3opov Kal koüctiv x a l Topf|v elSávai (bc^Siov, áA A á
ircos SeT velpai irpós ú yíeiav Kal t ív i Kal ttóte, t o c t o ü t o v Ip-
y o v óaov Icrrpóv eívai. Si’ a ú r ó Sé t o ü t o Kal t o ü Sikoíou

1197 a 20. áviároi; xal xaxou; Lb M* I \


85

«s propenso a ceder. Quizá esto tampoco sea tan simple, porque


puede suceder que tenga entonces una parte mayor de otro bien, por
ejemplo, de buen nombre o simplemente de hermosura moral. La cues­
tión se resuelve además con la definición del trato injusto: ese hom­
bre no sufre nada contra su voluntad, de modo que, en esto al
menos, no es victima de un trato injusto; en todo caso sólo es perjudi­
cado. Es manifiesto también que el distribuidor obTa injustamente,
pero no siempre el que tiene más de lo que le corresponde, pues no es
el que se halla en pqpesión de lo que es injusto quien comete la injusti­
cia, sino aquél en quien se da el hacer tal cosa voluntariamente, es decir,
aquél de quien procede el principio de la acción, que está en el que dis­
tribuye y no en el que recibe. Además, como la palabra «hacer» se em­
plea en muchos sentidos, y en un sentido puede decirse que mata un
objetivo inanimado, o la mano, o el esclavo a quien se le ordena, el
que tiene más de lo que le corresponde no obra injustamente, pero hace
una cosa injusta.
Además, si el distribuidor juzga con ignorancia, no obra injusta­
mente según la justicia legal, ni su juicio es injusto, pero es injusto en
cierto sentido, porque la justicia legal es distinta de la primaria; pero
si juzgó injustamente con conocimiento es que él mismo pretende tener 1137 a
más de lo que le corresponde de gratitud o de venganza. Lo mismo,
pues, que si uno se asignara una parte de un beneficio injusto, el que
distribuye injustamente por aquellos motivos tiene más de lo que le
corresponde; tampoco el otro al repartir tierras, recibe tierras, sino
dinero.
Los hombres piensan que el obrar injustamente está en su poder,
y que, por tanto, también la justicia es fácil. Pero esto no es asi; efec­
tivamente, cohabitar con la mujer del vecino, herir al prójimo y sobor­
nar, es fácil y está en su poder; pero el hacer estas cosas porque se eB
de cierta manera, ni es fácil ni está en su poder. Igualmente creen que
para conocer lo que es justo y lo que es injusto no se requiere sabiduría
porque aquello de que las leyes hablan no es difícil de comprender
(aunque eso no es lo justo sino por accidente); pero cuesta más trabajo
ein duda saber cómo hay que obrar y cómo hay que distribuir para
hacerlo con justicia, que saber qué cosas son buenas para la salud. Tam­
bién aqui es fácil saber que lo son la miel, el vino, el eléboro, cauterizar
y cortar, pero cómo se ha de aplicar esto, para que sea saludable, y a
quién y cuándo, es tan difícil como ser médico. Por la misma razón
66

o ío v to c i e lv a i o ú 8 év f j - r r o v t ó á S i r a í v , ó t i o ú x í í t t o v ó S i m i o s
á A A á K al paA A ov S ú v a r r ’ á v ík o o t o v ir p a ^ a i t o ú t c o v K al
20 y á p a v jy y e v é c rtk n y u v a i K l K a l T r c r r á ^ a i K al ó á v S p e ío s t í j v
á c r r r íS a á<peívai K a l o r p a c p e ls é9 * ó m m p a o O v T p é x e iv . áA A á
t ó S eiA o ív eiv K a l á S iK e ív o ú t ó t o ü t o tt o ié í v é o r l , u A f)v K a r á
a u n p 0 p T ]K Ó s, á A A á t ó cbS l ?xovTa T a O r a ir o ie ív , Ó K n rep K a l
t ó laT peÚ E iv K a l t ó ú y i á j e t v o ú t ó T É p veiv f) pf) T É p v eiv ?|
25 9 apMOKEÚ6tV pf) 9 0 p p 0 KEÚElV éOTÍV, á A A á TÓ CÓSÍ. 6CTTI S é
T á S iK a ia év t o ú t o i s o í s p é r E o r i t c o v á T rA a js á y a Q c ó v , ?xoUCTl
6 ’ ú rre p P o A i’iv év t o ú t o i s K a l IA A e u j/iv to T s p é v y á p o ú k
I o t i v Ú TreppoA í) a ú r c ó v , o l o v íctcos t o í s O eoís, t o í s 8 ’ o ú S é v
p ó p io v d x p é A ip o v , t o í s á v iá T e o s k o k o í s , á A A á i r á v T a p A á i r -
30 t e i , t o í s 8 é p é x p i t o u ’ 8 i á t o ü t ’ á v O p co T n v ó v é c rriv .
10 TTcpl S é érn eiK E Ía s K a l t o ü éirtE iK o ü s, tt c o s 2 x el ^1 l ^ v
érriE ÍK eia T rp ó s 8 iK a io a ú v r )v t ó 8 ’ éiriE iK és T rp ó s t ó S ÍK a io v ,
¿X Ó p ev ó v é o r i v e Itte ív . o ú r e y á p cbs t o ú t ó v á rr A c ó s o ú 0 ’ cbs
§T sp o v t c o y é v e i 9 a í v F r a i o K o ir o u p é v o i s . K a l ÓTé p é v t ó
35 érriEtK és é r r a iv o ü p e v K a l á v S p a t ó v t o i o ü t o v , c o o te K a l é rr l
1137 a T á á A A a é r r a iv o ü v T e s p £ T a 9 é p o p e v á v n rl t o ü á y a O o ü , t ó é rrie i-
K É o re p o v ó t i p é A T io v B íiA o ü v re s - ÓTé S é t c o A ó y co á K o A o u -
0 o ü a i (p a ív e T a i á T o i r o v el t ó é in e iK é s T r o p á t ó S ík o i ó v t i ó v
érraiVETÓv é o r t v y á p t ó S ÍK a io v o ú a i r o u S a í o v , f) t ó
5 Ém EiK és o ú S ÍK a io v , éI áA A o - f | el á p 9 co c r r r o u S a la , t o ú t ó v
écm v. f) p é v o ú v á r r o p í a c tx e S ó v a u p ^ a í v e i 8 i á t o ü t o T repl
t ó érriE iK és, i x £i 8 ’ á r r a v T a T p ó ir o v T i v á ¿pG cos k o í o ú S é v
ú t t e v o v t í o v é a u T o í s ' t ó t é y á p érriE iK és 8 ik o í o u t i v ó s ó v p é A -
t i ó v é c tti B ík o io v , K a l o ú x cbs á A A o t i y é v o s ó v ¡3 é A tió v é a r i
10 t o ü S iK a to u . t o ú t ó v á p a S ÍK a io v K a l érriEiK és, K a l á p 9 o ív
a i r o u B a í o i v ó v t o i v k p e í t t o v t ó érrietK é s. t t o i e í 8 é t? ) v á r r o -
p í a v ó t i t ó érriE iK és S ÍK a io v p é v é c rr iv , o ú t ó K c rrá v ó p o v S é,
áA A ’ é rra v ó p O c o p a v o p í p o u S i k o í o u . o í t i o v 6 ’ ó t i ó p é v v ó -
p o s kocOóAou i r á s , irE p l évícov 8 ’ o ú x o l ó v t e ópQ cos e Itte ív
15 kocQóAou. év o í s o ú v á v á y K T | p é v e Itte ív K aQ ó A o u , pf) o l ó v
Te 8 é ópQ cos, t ó cbs é r r l t ó irA é o v A a p |3 á v E i ó v ó p o s , o ú k
áyvodov t ó áp apT avópevov. K a l é o r i v o ú S é v f j- r r o v ó p O ó s-
t ó y á p á p á p T T |p a o ú k év t c o v ó p c o o ú S ’ év t ü v o p o O é n j á A A ’
év tí¡ ¡ 9 ÚCTEI t o ü T r p á y p a T Ó s é o n v * eú Q ú s y á p T O i a ú r n f | t c o v
20 -rTpaKT&v úA ri é o r l v . ó t o v o ú v A é y i] p é v ó v ó p o s k o Q ó A o u ,
piensan también que no es menos propio del justo el obrar injustamente
j a que el justo no está menos capacitado, sino más, para hacer cual­
quiera de esas cosas: cohabitar con una mujer o herir al prójimo; y
el valiente para soltar el escudo, dar media vuelta y correr en cualquier
dirección. Pero el ser cobarde o injusto no consiste en hacer esas cosas,
a no ser por accidente, sino en hacerlas porque se es de cierta manera,
lo mismo que el practicar la medicina y curar no consiste en cortar o
no cortar, aplicar un remedio o no aplicarlo, sino en hacer estas cosas
de cierta manera.
Lo justo se da entre aquellos que participan de las cosas buenas en
sí mismas y que pueden tener exceso o defecto de ellas; porque hay
quienes no pueden tener exceso de ellas, como quizá los dioses, y otros
a quienes no les es beneficiosa parte alguna de ellos, los malos sin reme­
dio, a quienes todo les hace daño, y otros a quienes benefician en cierta
medida. Por eso la justicia es una cosa humana.

10

Hemos de hablar ahora de la equidad y lo equitativo (feneixí?),


en qué relación está la equidad respecto de la justicia y lo equitativo
respecto de lo justo. En efecto, cuando se los considera, no aparecen
ni como idénticos sin más, ni como pertenecientes a géneros distintos,
y unas veces alabamos lo equitativo y al hombre que lo es de modo que
hasta cuando alabamos las otras virtudes trasladamos a ellas esta cali- 1137
ficación en lugar de «bueno», dando a imeixíarepov el sentido de
«mejor», y otras veces, al razonar sobre ello, nos parece absurdo que lo
equitativo, siendo algo distinto de lo justo, sea laudable; porque, o lo
justo no es bueno, o lo equitativo no es justo, si es otra cosa; y si ambas
cosas son buenas, son lo mismo.
Estas son, aproximadamente, las consideraciones que suscitan el
problema de lo equitativo. Todas tienen razón en cierto modo y nin­
guna está en contradicción con las demás. Porque lo equitativo, si bien
es mejor que una especie de justicia, es justo, y no es mejor que lo
justo como si se tratara de otro género. Lo mismo es, por tanto, justo
y equitativo, y siendo ambos buenos, es mejor lo equitativo. Lo que
ocasiona la dificultad es que lo equitativo es justo, pero no en el sen­
tido de la ley, sino como una rectificación de la justicia legal. La causa
de ello es que toda ley es universal, y hay cosas que no se pueden tratar
rectamente de un modo universal. En aquellos casos, pues, en que es
preciso hablar de un modo universal, pero no es posible hacerlo recta­
mente, la ley toma en consideración lo más corriente, sin desconocer su
yerro. Y no por eBO es menos recta, porque el yerro no está en la ley,
ni en el legislador, sino en la naturaleía de la cosa, puesto que tal es
desde luego la índole de las cosas prácticas. Por tanto, cuando la ley se
87

a u M P fj 8 ’ érrl t o ú t o u r r a p á t ó k o Qó Ao u , tóté ópOcos £ x £l> í


T ra p a Á eliT E i ó vopoOÉTTis Kal fjp a p T E V á rrA c ó s E tm ó v , é r r a v o p -
0o O v tó lAXeKpOév, ó K av ó v o p o O é r r is a ú r ó s á v eIttev ík eí
rra p c ó v , Kal eI (¡8 ei, é v o p o 0 ÉTT]CT£v. 6 ió S íkotov (iév é o n , K al
25 péÁTióv t iv o s S iK aíou , o ú t o ü á r r A c ó s Sé á A A á t o u 6 i á t ó
á r rA c ó s á p a p - n 1! p o r o s . Kal ecrriv a ú r ^ r| «púais f| t o u érrie i-
koOs, é rra v ó p O co p a v ó p o u , fj éAAeíttei S i á t ó koQóAou. t o ü -
t o y á p o ít io v koI t o u pf] t t ó v t o KOTá v ó p o v e lv a i, ó t i -rrepl
évícov á S ú v a T o v 9 éa 6 a i v ó p o v , cóctte ^ ( p ío n a T o s Sel. to ü
30 y á p á o p l o r o u á ó p i o r o s Kal ó kovcóv é o tiv , coorrep K a l T fjs
A e o -p ía s o t K o B o p ía s ó poAÍ|36 iv o s k o v c ó v r rp ó s y á p t ó a x f j -
P O TOÜ AÍ0 OU (JETOKlVEÍTai K a l OÚ pÉVEl Ó KOKCOV, K a l TO Vf/f)-
<picrpa r r p ó s T á rrp á y iiO T a . t í pév o ú v é o r l tó_ é m e iK é s, Kal
ó t i S ík o io v K a l t iv ó s (JéAtiov S iK a ío u , S fjA o v . «pavEpóv 6 ’ éK
36 t o ú t o u K a l ó ÉrriEiKÍjs t í s é o t i v ó y á p tc ó v to io ú tc o v r r p o a i-
1138 o p etik ó s K a l rrp a K T iK Ó s , K a l ó pf| á K p ip o S Í K a io s é rrl t ó x£>P°v
á A A ’ éAaTTCOTiKÓ s, K a írre p § x cov T ¿ v v ó iío v PotiOóv, érrieiKi'lS
é o r i, K a l f) I^is o ú tt| émEÍKEia, S ik o io o ú vti t i s oúcto K ai o ú x
éré p a t is < =5l S-
11 TTÓTEpov 6 ’ évSéxETai éauTÓv á S i m v f| oú, «pavepóv éK
tc ó v Etprmévcov. T á pév y á p é o n tc o v Sikoícov T á K a r á rra -
a a v ápErfjv úrró t o ü v ó iío u T E T aypéva, o lo v o ú keAeúei á rro -
K T iw ú v a i éauTÓv ó v ó p o s, á Sé |if] keAeúei, árroyopEÚEi. éti
ó t o v r ra p á t ó v v ó iío v p A á rrr^ pf| ávTif 5AáTTTcov ékcóv, á S i-
10 keI, ékcóv Sé ó eIScós Kal óv koI & • ó Sé S i’ ó p y fjv éauTÓv
CTípárrcov ékcov t o ü t o Spq: r ra p á t ó v ópOóv A ó y o v , ó o ú k kqt
ó v ó p o s - áSiKEl á p a . á A A á T Ív a ; r^ tÍ)v rróAiv, o ú t ó v 6 ’
o ú ; ékcóv y á p t r á a x 61» áSiKEÍTai 8 ’ oúSeIs ékcóv. 8 ió K al r|
rróAis jrip io í, k o í t i s á n p í a rrpóoE ori tco é o u tó v 8iO90Elpav-
15 t i cbs tÍ)v rróAiv áSiK O üvri. éri koQ’ ó áSiKOS p ó vo v ó á S i-
kcóv Kal pf| óAcos (paüAos, o ú k tkrriv á S iK fja a i é o u tó v ( t o ü t o
y á p &AAo ékeívou" §cjti y á p ttcos ó áSiKOS o ú tco rrovripós
cóarrep ó SeiAós,. o ú x <*>S óAtjv é x ^ v ti'iv rrovripíov, c o a r ’ oúSé
KOTá t o ú t t | v áSiKEl)* á p a y á p á v tco o ú tco eTt} á9T|pfío6ai
20 koI TrpooKElo^at t ó o ú tó * t o ü t o 8é á S ú va T o v, á A A ’ d el év

1138 a 10. vófiov M0 I \ || 14. ¿ióvov 6 Lambinufl: 6 y.6vov oodd.


«7

expresa umversalmente y surge a propósito de esa cuestión algo que


queda fuera de la formulación universal, entonces está bien, allí donde
no alcanza el legislador 7 yerra al simplificar, corregir la omisión,
aquello que el legislador mismo habría dicho si hubiera estado allí
7 habría hecho constar en la le7 si hubiera sabido. Por eso lo equitativo
en justo, 7 mejor que una clase de justicia; no que la justicia absoluta,
pero si que el error producido por su carácter absoluto. E sta es tam ­
bién la causa de que no todo se regule por la le7, porque sobre algunas
cosas es imposible establecer una ley, de modo que hay necesidad de
un decreto. En efecto, tratándose de lo indefinido, la regla es también
indefinida, como la regla de plomo de los arquitectos lesbios, que se
adapta a la forma de la piedra y no es rígida, y como los decretos que
se adaptan a los casos.
Queda aclarado, pues, qué es lo equitativo, y qué es justo, y mejor
que cierta clase de justicia. Con ello queda también de manifiesto quién
es el hombre equitativo: aquél que elige y practica esta clase de justi­
cia y no exige una justicia minuciosa en el mal sentido, sino que sabe 1138 a
ceder aun cuando tiene la ley de su parte, es equitativo, y esta dis­
posición de carácter es la equidad, que es una clase de justicia y no
una disposición de otra índole.

11

Si es posible ser injusto consigo mismo o no, resulta claro con lo


dicho. En efecto, una clase de acciones justas son las que se conforman
a cualquier virtud y están prescritas por la ley; por ejemplo, la ley no
autoriza a suicidarse, y lo que no autoriza, lo prohíbe. Por otro lado,
siempre que uno hace daño a otro contra la ley, voluntariamente y
sin que el c^ro se lo haya hecho a él, obra injustamente; y lo hace volun­
tariamente si sabe a quién y con qué; y el que, en un acceso de ira, se
degüella voluntariamente, lo hace en contra de la recta razón, cosa que
la ley no permite, luego obra injustamente. Pero ¿contra quién? ¿No
es verdad que contra la ciudad, y no contra si'mismo? Sufre, en efecto,
voluntariamente, pero nadie es objeto de un trato injusto voluntaria­
mente. Por eso también la ciudad lo castiga, y se impone cierta pérdida
de derechos civiles al que intenta destruirse a sí mismo, por conside­
rarse que .comete una injusticia contra la ciudad.
Además, en el sentido en qué el que obra injustamente es sólo in­
justo y no enteramente malo, no es posible ser injusto consigo mismo
(este sentido es distinto del otro: el injusto es en cierto modo malo
como el cobarde, no en el sentido de que tiene la maldad total, de modo
que tampoco al obrar injustamente lo hace con esa maldad total);
en efecto, sería entonces posible que uno mismo estuviera desposeído
de una cosa y la tuviera al mismo tiempo, y esto es imposible, porque
lo justo y lo injusto requieren necesariamente más de una persona.
Además la injusticia tiene que ser voluntaria, y ser libremente elegida,
88

ttAeíoctiv áváyKTi elvai t ó SÍKaiov Kal t ó áSiKOV. I n 51


éKoúaióv te Kal ék Trpoaipécrecos Kal irpÓTepov* ó y á p S ió n
IrroGe Kal t ó o ú tó ávTnroicov oú SokeI áSiKEÍv o ú tó s 8’ a ú -
tó v , T a ú rá á p a Kal TráaxEi Kal ttoieí. I t i eTt| a v Ik ó v to
26 á8iK£Ía6oa. irpós Sé to ú to is , ávEU tcov K a rá pépos á8iKT|-
liárcov oúSeIs áSiKEÍ, poixeúei 8’ oúSels t Í ] v é a u TO Ü oúSé t o i-
Xcopv»X£í tó v é a u T O Ü to Ix o v oúSé kAétttei T á a Ú T O Ü . óAcoS
Sé ÁÚEToa t ó o ú tó v áSiKEív Kal KaTá t ó v Siopiapóv t ó v Trepl
toO éKouaícos áSiKEÍadai. cpavEpóv 8é Kal ó ti ápupco pév <paü-
30 Aa, Kal t ó áSiKeícrOai Kal t ó óSikeIv ( t ó pév y á p IA o tto v -tó
8 é irAéov Ixeiv é o rl t o u p é a o u Kal cócrrrEp úyiEivóv pév év
laTpiKfj, eúektikóv Sé év yupvaoriK f))* áAA’ ópcos X£^Pov T°
áBiKEív* t ó pév y á p áSiKElv peTá KaKÍas Kal vf^KTÓv, K a l
KaKÍas fj Tfjs teAeíos Kal árrAcos ^ é y y ú s (oú y á p árrav t ó
36 éKoúaiov pE T á áSiKÍas), t ó 8 ’ áSiKEladai áveu KaKÍas Kal á S i-
KÍas. ko6’ o ú tó pév oúv t ó áSiKEÍadai fj-rrov <pauAov, K ará
1X38 6 ctupPePtikós 8’ oú8év kcoAúei peíjov Elvai kokóv. áA A ’ oú-
8 év péAei t t ¡ T éxvq , áA A á ttAeupItiv AéyEi PEÍ300 vó a o v irp o-
OTTTOÍCTpaTOS’ KOÍTOl yévOlT* ¿iv TTOTE SáTEpOV KaTá CTUpPe-
pT|KÓS, EÍ TTpOOTTTaÍCTOVTa 8 lá TÓ TTECTEÍV CTUp^aÍT) ÚTTÓ TCOV
6 ttoAepícov Ar|(p0 fjvai f| árroOavEÍv. K a rá prra<popáv Sé Kal
ópoiÓTtyra I o tiv oúk oútco irpós o ú tó v Síkoiov á A A á tcov
aÚ TOÜ tictív, oú ttccv 8é SÍKaiov á A A á t ó S eottotikóv t“| t ó
oIkovopiKÓv. év to ú to is y á p to Is A óyois BiéarnKE t ó Aó­
y o v Ix o v pépos Tfjs vf'UX'ns Trpós t ó á A o y o v els & Sf) fJAé-
io -rrouai Kal SokeI eIvoi áéiK Ía Trpós o ú tó v , ó ti év t o ú to is I o n
iráCTXElv Tl ira p á T ás éauTCov ópé^eis' cócnrEp oúv fip x o v n
Kal á p x ° lJlévcp eIvoi irpós <5 AAr|Aa Síkoióv t i Kal to ú to is .
TTEpl pév oúv SiKaioaúvT|s Kal t c o v áAAcov, t c o v T|K10cov ápE-
t c o v , SicopíoO co t ó v Tpórrov t o ü t o v .
88

y tener la iniciativa, porque del que paga con la misma moneda lo que
le hicieron no Be piensa que obra injustamente; pero si se trata de uno
mismo, Be sufre y se hace lo mismo a la vez. Además, seria posible en­
tonces ser tratado con injusticia voluntariamente. Aparte de todo esto,
nadie obra injustamente sin cometer injusticias particulares, y nadie
adultera con su propia mujer, ni viola su propia casa, ni roba lo que le
pertenece.
En general, la cuestión de la injusticia contra uno mismo se resuelve
con la distinción que establecimos a propósito de ser tratado con injus­
ticia voluntariamente.
Es manifiesto también que las dos cosas son malas, sufrir la injus­
ticia y cometerla (en efecto, lo uno consiste en tener menos y lo otro
en tener más de lo intermedio, que es aquí como lo sano en la medi­
cina y la buena forma en la gimnasia); con todo, es peor cometerla, por­
que el cometer la injusticia implica vicio y es reprensible, y un vicio
que es o el completo y absoluto, o poco menos (ya que no toda acción
injusta voluntaria implica injusticia de carácter); mientras que el ser
injustamente trattfdo no envuelve vicio ni injusticia. E n bí mismo,
por consiguiente, el sufrir la injusticia es menos malo, pero, accidental­
mente, nada impide que sea el mayor mal. Esto, sin embargo, no inte­ 1138 b
resa a la teoria, que considera la pleuritis como una enfermedad más
grave que un tropezón, aunque podria darse el caso de que éste resul­
tara más grave por accidente, si por tropezar uno cayera, y por caer
fuera cogido por el enemigo o muriera.
Metafóricamente, y por semejanza, puede hablarse, no de una jus­
ticia de uno para consigo mismo, sino de una justicia entre ciertas par­
tes de uno, no cualquier justicia, sino la del amo o la doméstica, pues
en esa relación está la parte racional del alma respecto de la irracional;
y es precisamente cuando se mira a esas partes cuando parece que es
posible la injusticia consigo mismo, porque esas partes pueden sufrir
algo contra sus propios deseos, y, por tanto, parece que también ellas
tienen entre sí una justicia como la que existe entre gobernante y go­
bernado.
Queden, pues, definidas de esta manera la justicia y las demás vir­
tudes morales.
z.

'Eirel Sé TuyxávopEv irpÓTepov elpTiKÓTes ó ti 8 eí t ó pé-


ctov aipeloOai, pf| rf|v úirep|3oAf|v pt|Sé Tf|v ?AAeivyiv, t ó Sé
20 pécrov éarlv d>s ó Aóyos ó ópOós Aéyei, t o u to SiéAcopev. év
irá o a is y á p T a i s etpíipévais I^eai, K a 6 á rr£ p K a l éttI tóóv áA-
Acov, Son t i s okottós Trpós óv árropAÉmov ó tó v Aóyov ?XCÚV
éTTlT6lV£l K a l ávÍT|CTlV, K aí TIS SoTlV ÓpOS TÓÓV peCTOTI^TCOV, &S
prra^ ú <pap£v elvai Tfjs CnrepPoAfjs Kal Tfjs ¿AAeíyecos, oüaas
25 Korrá tó v óp 0 óv Aóyov. S a n Sé t ó pév eiireív oútcos áAr|0 és
pév, oúOév Sé aa<pés* Kal y á p év Tais áAAais émpeAeíais,
Trepl S eas éorlv éiricnYipTi, t o ü t ’ áA^Oés pév etireív, ó n oúte
•jtAeíco oúte éAáTrco 8 eí ttoveIv oúSé (bqrQupeív, dAAá Tá péaa
Kal ú>s ó ópOós Aóyos* t o ü to 6 é póvov Sxcov áv t i s oúBév
30 áv eIBeít) irAéov, olov irola Sel *TrpoCT9 épeo0 a i irpós t ó acopa,
eí n s eítteiev Óti ó a a f| laTpiKf) keAeúei Kal cbs ó to ú tt)v Sxcov.
810 8el Kal irepl Tás n j s vfux^ís é^eis pi*i póvov áAr|0 cós elvai
t o u t ’ elprjpévov, áAAá Kal Sicopiapévov t í s éonv ó ópdós Aó­
y o s Kal t o ú to u t í s ¿pos-
T á s 8f| Tfjs ápeTás 8ieAópevot T á s pév eívat t o ü
1139a fj0 ous £ 9 0 pev T á s Sé Tfjs Siavoías. irepl pév oúv t ó ó v r)0 i-
k ó ó v 8 ieAr|Aú0apev, irepl Sé t ó ó v Aomcov, irepl y u x f í s irpóó-
t o v eliróvTes, Aéycopev o ú t c o s . irpÓTepov pév oúv éAéx6r| 8ú ’
elvai pépri Tfjs y u x fjs , t ó Te Aóyov Sxov Kal t ó áAoyov* vüv
5 Sé irepl t o ü Aóyov Sxovtos T¿ v o ú t ó v Tpóirov StatpeTéov.
Kal ÚTroKelaOco Súo Tá Aóyov SxovTa, év pév cb Oecopoüpev
T á T o i a ü r a t c ó v ó v t c o v óctcov a l á p x a l pf] é v S é x ° V T a i áAAcos
Sxeiv, iv 8é cí> T á évSexópeva* irpós y á p T á t c o yévei ÜTepa
Kal t ó ó v Tfjs v^uxñs popícov ÉTepov t c o yévei t ó irpós lKá*re-
10 pov ire9 UK¿s, eíirep Ka0 ’ ópoiórr|Tá n v a Kal olKeión^Ta f|
yvóóciis úirápxei o ú t o í s . AeyéaOco Sé t o ú t c o v t ó pév éiri-
o t t ) poviK Ó v t ó 8é AoytoHKÓv* t ó y á p pouAeúeoGai Kal Ao-
\ L ibro V I

Puesto que hemos dicho que se debe elegir el término medio 7 no el


exceso ni el defecto, y que el término medio es lo que dice la recta
razón, analicemos esto. E n todas las disposiciones morales de que hemos
hablado, así como en las demás, hay un blanco mirando al cual pone
en tensión o afloja su actividad el que posee la regla justa, y hay un
cierto limite de los términos medios que decimos se encuentran entre
el exceso y el defecto y son conforme a la recta razón. Esta afirmación
es, sin duda, verdadera, {tero no es clara, ya que también, tratándose
de otras ocupaciones de las que hay ciencia, puede decirse con verdad
que no se debe intensificar ni aflojar el esfuerzo más ni menos de lo
debido, sino un término medio, y como lo prescribe la regla justa. Pero
si sólo se tuviera esto, no se sabría más por ello; por ejemplo, no sabría­
mos qué clase de remedios debemos aplicar a nuestro cuerpo si alguien
nos dijera que los que aconseja la medicina y como lo dice el que lá
posee. Por eso también, cuando se trata de las disposiciones del alma,
no basta con que sea verdad lo que hemos dicho, sino que hay que defi­
nir además cuál es la recta razón o regla y cuál sü limite.
A l analizar las virtudes del alma dijimos que unas eran propias del 1130 a
carácter y otras del intelecto. Las morales, las hemos estudiado; de las
demáB vamos a tratar ahora, después de hablar del alma. Dijimos
antes que el alma tiene dos partes: la racional y la irracional; ahora
hemos de dividir de la misma manera la racional. Demos por sentado
que son dos las partes racionales: una, aquella con la cual contempla­
mos la clase de entes cuyos principios no pueden ser de otra manera,
y otra con que contemplamos los que tienen esa posibilidad; porque
correspondiéndose con objetos de distinto género, las partes del alma
que naturalmente se corresponden con cada uno son también de dis­
tinto género, ya que es por cierta semejanza y parentesco con ellos
por lo que los pueden conocer. Llamemos a la primera, la científica,
90

yí^EoOai to ú tó v , oúSeIs Sé fJouÁeÚETai irepl tcov pf| évSsxo-


pévcov áAAcos ix 6iv- «Sote t ó AoyioriKÓv éonv iv t i pépos
15 to u Aóyov ?xovT°S- ATiirréov áp ’ ÍKcrrépou toútcov tís f)
PeAtíotti l£is* otÚTT| y áp ápErf) éKorrépou, f] 8’ ápETÍ] irpój
2 t ó ipyov t ó oIkeIov. Tpla 8^ égnv év tt¡ y u x íj Ta KÚpia
irpá^ecos Kal áATiOetas, cda^nais voüs opeáis, toútcov 8’ f|
aío0T|CTis oúSEpias ápx^l irpá^Ecos* SfjAov 8é tco Tá 0T|pía
20 aTcr&naiv pév éxeiv irpá^Ecos 8é pf| koivcovéTv. Io ti 81 óirEp
év Siavoíg KorráqKxais Kal árró<pacns, t o u t ’ év ópé^Ei Sicosis
Kal 9uyiV áxrr’ érrEiSfi f| T|6tKf| áperí] l£is irpoaipETiKi'i, f)
8é irpoaípECTis ópfi^S PouAeutikií, 5eT 6iá to u to pév tó v te
Aóyov áAr|6fj eIvoi Kai rfiv ópe^iv óp6r)v, EÍtrep f) irpoaípEais
26 orrouSaía, Kal Tá aCrrá tó v pév 9ávai tÍ)v 6é Sicokeiv. aú n )
pév oúv f| Siávoia Kal f| áAi“|0Eia irpaKTiKiV Tfjs Sé 6Ecopiyn-
Kfjs Siavoias Kai pf] TrpaKTiKfjs pr)8é TroiriTiKfjs t ó eú Kal Ka-
kóós TáAt)8és écrri Kal yeüSos (to u to y á p éori iravTÓs Sia-
voTpiKoO Ipyov)* to ü Sé irpaKTiKoO Kal SiavoTynKou áAi^-
30 0Eia ópoAóycos íx oucra tÜ ópé^Ei tt) óp6fj. irpá^ECOs pév oúv
ápx^l irpoaípE<Tis —ó0ev f| kívt|ctis áAA’ oúx oú ivEKa— irpoai-
péa-Ecos Sé óps^is Kal Aóyos ó iveKá tivos* Sió o ú t’ áveu
vou Kai Siavoias o ú t’ óveu f)6iKfjs écrriv e^ecos f] TrpoalpEois*
EÚirpa^ía y áp Kal t ó évavrlov év irpá^ei ávEU Siavoias Kai
36 f)6ous oúk Ion v . Siávoia 5’ aún^ oú6év kiveí, áAA’ f| IvEKá
11391 to u Kai TrpaKTiKiV cxútti y á p Kai Tf¡s iroiTiTiKfís ápxer ive-
ko y á p to u ttoieI irás ó ttoicov, Kal oú TéAos árrAcós (áAAá
irpós t i Kai tivós) t ó ttoititóv, áAAá t ó irpaKTÓv* f) y áp
EÚrrpa^ía TéAos, 8’ ópe^is to ú to u . Sió f| ¿pektikós vous
6 TTpoaipECTIS ?| ÓpE^lS SlOVOTITlKI*!, Kal f| TOiaÚTTl ápx^l áv0pco-
ttos< oúk icrri Sé TrpoaipETÓv oúSév yEyovós, oíov oúSeís
irpoaipEÍTai * lAiov irETrop6TiKévai* oúSé y á p PouAeúetoi TTEpl
to u yeyovóros áAAá irspl to u éaopévou Kal évSfixopévou, t ó
Sé yEyovós oúk évSéxETai pf) yevéo6ai* Sió ópdcos ’AyáQcov

10 p ó v o ú y á p aÚ T O Ü K a l 0e ó s o r e p ío K E T a i ,
á y é v rjT a ttoie I v á o o ’ á v T T E rrp ay p é v a .

1139 b 13. dXnflcici Lb r . II 27. ixíyo^ev M* T.


90

y a la segunda, la calcnlativa, 7a que deliberar 7 calcular son lo mismo,


7 nadie delibera sobre lo que no puede ser de otra manera. De suerte
que la calculativa es una parte de la racional. Hemos de averiguar, por
tanto, cuál es la mejor disposición de cada una de eBtas partes, pues
esa será la virtud de cada una, 7 la virtud será relativa a la obra propia
de cada una.

Tres cosas son en el alma las que rigen la acción y la verdad: la sen­
sación, el entendimiento 7 el deseo. De ellas la sensación no es principio
de acción alguna, 7 esto resulta claro por el hecho de que los animales
tienen sensación, pero no participan de acción. Lo que en el pensamiento
son la afirmación 7 la negación, son en el deseo la persecución 7 la
huida; de modo que, puesto que la virtud moral es una disposición
relativa a la elección 7 la elección es un deseo deliberado, el razona­
miento tiene que ser verdadero 7 el deseo recto para que la elección sea
buena, 7 tiene que ser lo mismo lo que la razón diga 7 lo que el deseo
persiga. Esta clase de entendimiento 7 de verdad es práctica. Del enten­
dimiento teorético 7 no práctico ni creador, el bien 7 el mal son, res­
pectivamente, la verdad 7 la falsedad (pues en esto consiste la opera­
ción de todo lo intelectual), mientras que el bien de la parte intelectual
pero práctica es la verdad que está de acuerdo con el deseo recto.
E l principio de la acción— aquello de donde parte el movimiento,
no el fin que persigue— es la elección, 7 el de la elección el deseo 7 la
elección orientada a un fin. Por eso ni sin entendimiento 7 reflexión,
ni sin disposición moral ha7 elección. La reflexión de por si no pone
nada en movimiento, sino la reflexión orientada a un fin 7 práctica;
ésta, en efecto, gobierna incluso al entendimiento creador, porque todo 1139 b
el que hace una cosa, la hace con vistas a algo, 7 la cosa hecha no es
fin absolutamente hablando (si bien es un fin relativo 7 de algo), sino
la acción misma, porque es el hacer bien las cosas lo que es fin, 7 eso es
el objeto del deseo. Por eso la elección es o inteligencia deseosa o deseo
inteligente, 7 esta clase de principio es el hombre. Nada que ha7a ocu­
rrido 7a es objeto de elección, por ejemplo, nadie elige que Tro7a haya
sido saqueada; porque tampoco se delibera sobre lo pasado, sino sobre
lo futuro 7 posible, 7 lo pasado no puede no haber ocurrido; por eso
dice bien Agatón:

«De esto sólo se ve privado hasta Dios:


de poder hacer que no se haya producido lo que ya está hecho» (1).

*
(1) Fragmento 6. Ea ana gnóme que apareoe en muohas formas en diversos
autores (of. Bumet, ed. oit.).
ápupoTépcov 8f| tcov vot)tikoív popícov AXi'iOeia tó Spyov.
koc6’ &s oúv páAtcrra i^eis áAriOeúoei éKárepov, cxCrroa áperal
áp9oTv.
3 ’Apfápevoi oúv ávcoOev irepl aúrcov iráAiv Aéycopev.
éorco 8f) oís áAr|6eúei f| ^a/x^I t u Kara9ávai f| árrexpávai,
ttévte tó v ápiOpóv to O to 8’ éorl t¿xvt) éinoTi^pn 9póvr)-
oiS ocxpía voOs- úrroAi^ei y á p Kal 8ó{jq év8Ixetoi Biavyeú-
BecrOai. é m a n ‘|pT| pév oúv t í Iotiv, évTEÚOev 9avepóv, el 8e
20 áKpipoAoyeícrOai Kal pf) áKoAouóelv Tais ópoiónioiv. iráv-
Tes y á p CnroAappávopev, o émcrrápeüa, pr|8’ évBéxeaflcn áA­
Acos ?XElv’ T<^ 5’ év8exópeva áAAcos, órav ?£co T°v fewpelv
yéviyrai, AavOávei el io n v f| pq. é£ áváyKtis áp a éorl tó
éTncnT|TÓv. áSiSiov ápa" Tá y á p áváyKris ó v to árrAcos
25 irá v ra á(5ia, Tá 8* áí8ia áyévrjTa Kal á96apTa. 2t i BiBok-
tíi áiraaxx ÉmcnT|pr| SoKel elvai, Kal t ó émorriTÓv paOryróv.
¿K irpoyivcookopévcov 8é ira c a 8i8aaKaAía, cócrrrep Kal év
to ís ávaAuTiKols Aéyopev* f| pév y á p Si’ éiraycoyns, ^ 5é
CTuAAoytopco. f) pév 8í) éiraycoyfj ápxi1! éori koI to u ko-
3o OóAou, ó 8é ovAAoyiapós éK tcov koOóAou. elolv áp a áp-
Xal éf dbv ó ovAAoyiapós, c&v oúk ?cm ouAAoyiopós’ éira-
ycoyí) ápa. f| pév áp a éirurn‘|pT| éorlv ilfis áiroBeiKTiKi1!,
Kal óoa áAAa irpocrStopijópeda év toís ávaAuTiKols' ótov y áp
ircos mcrreúi] Kal yvcópipoi áureo dxnv al ápxaí, éTríororrai*
35 el y á p pf] paAAov to ü aupTrepáCTpaTOs, Kcrrá auppepr|KÓs
?§ei t í \v éTncm'ipriv. irepl pév oúv éiriori'ipTis SicoploOco tó v
Tpóirov toútov .
4 ToO 8’ évBexopévou áAAcos ?X£,V £OT1 Tl ttoit)tóv koI
11400 irpaKTÓv ihrepov 8’ éorl iroír|ais Kal irpa^is (irioreúopev Bé
irepl aúrcov Kal toís é^coTeprnoIs Aóyois)- cóote Kal f) peTá
Aóyov i£is irpaKTiK^ irepóv éori Tfjs peTá Aóyou iroiTynKfís
5 llecos. Bió oúBé ireptéxeTai ú t t ’ áAAi‘|Acov oúre yáp
f) irpa^is TTOÍrjons oÚTe /| tt o I t |c t i s irpa^ís éoriv. éirel
B’ /| olKoBopiKf) Téx^n t í s ¿o rí * a l óirep éSis t i s peTá
A ó y o v t t o i t i t i k i 'i , Kal oúSepía o ú t e Téxvri éo rlv t ^ t i s o ú peTá
A ó y o v irotT|TiKf| E£is éortv, oúre t o i o ú t t i ^ oú Téxvri, to ú -
91

L a operación de las dos partes intelectiv&&_es, por consiguiente, la


verdad; por tanto, las disposiciones que más favorezcan en una 7 en
otra la realización de la verdad, ésas serán las virtudes de ambas.

Empecemos, pues, por el principio 7 volvamos a hablar de ellas.


Demos por sentado que aquéllas por las cuales el alma realiza la verdad
mediante la afirmación o la negación son en número de cinco, a saber:
el arte, la ciencia, la prudencia, la sabiduría 7 el intelecto; con la supo­
sición, en efecto, 7 con la opinión, puede engañarse. Qué es la ciencia,
resulta claro de estaB consideraciones— si hemos de proceder con exac­
titud 7 no dejarnos guiar por semejanzas— : todos pensamos que aquello
de que tenemos ciencia no puede ser de otra manera; de lo que puede
ser de otra manera, cuando tiene lugar fuera del alcance de nuestra
observación, no sabemos si es o no. Por consiguiente, lo que es objeto
de ciencia es necesario. Luego es eterno, 7a que todo lo que es absolu­
tamente necesario es eterno, 7 lo eterno, ingénito e imperecedero. Ade­
más, toda ciencia parece ser susceptible de ser enseñada, 7 todo lo que
es objeto de ella, de ser aprendido. Y toda enseñanza parte d élo 7a co­
nocido, como decimos también en los Analíticos (2), unas veces por in­
ducción 7 otras por silogismo. La inducción es principio incluso de lo uni­
versal, mientras que el silogismo parte de lo universal. H a7, por consi­
guiente, principios de los que parte el silogismo que no se alcanzan
mediante el silogismo; luego se obtienen por inducción. Por tanto la
ciencia es nn» disposición demostrativa, con todas las demás determi­
naciones que añadimos a ésta en los Analíticos; en efecto, cuando uno
tiene de alguna manera seguridad sobre algo 7 le son conocidos sus
principios, sabe científicamente; porque si no los conoce mejor que la
conclusión, tendrá ciencia sólo por accidente. Quede, pues, definida
la ciencia de esta manera (3).

Entre las cosas que pueden ser de otra manera están lo que es 1140 a
objeto de producción 7 lo que es objeto de acción o actuación, 7 una
cosa es la producción 7 otra la acción (podemos remitirnos a propósito
de ellas incluso a los tratados esotéricos); de modo que tatnbién la
disposición racional apropiada para la acción es cosa distinta de la dis-
iosición racional para la producción. Por tanto, tampoco se inch^en
Ía una a la otra; en efecto, ni la acción es producción, ni la producción
es acción. Ahora bien, puesto que la construcción es una técnica 7 es

(2) Analíticos Posteriores, 71 a 1.


(3) Cf. ibid. 71 b 28 b b .
92

10 TÓV ¿XV 6ÍT| TÉXVTl k o I ?£tS |i£T(Í AÓyOU áAT|6oÚS TTOltlTlKI^.


Son 8é Téxvq iracra irepl yéveaiv Kal t ó Texvájeiv Kal 6eco-
pelv ÓTrcoí ¿rv yévriTal t i t c o v évSexopévcov Kal elvai Kal pfj
elvai, Kal d>v f| ápx^l fv t c o t t o i o ü v t i áAAá pf) Iv t c o t t o i o u -
pévco* oÚTe y á p t c o v áváyKf|s S v tc o v t*| ytvopévcov f] t¿ x vti
15 iarív, o u t 6 t c ó v Kará 9ÚCTIV Iv aÚToIs y áp ?x0U0,1 TaCrra
tÍ)v ápxi“|v. érrel 8é Troteáis Kal irpa^is ?Tepov, áváyKTj tíiv
t¿ x vtiv Troiriaecos áAA’ oú irpá^ecos elvai. Kal Tpóirov Tivá
nepl Tá aCrrá éariv f| TÚxt| Kal f) téxvt), KaOárrep Kal ’A yá-
Ocov 9T]al «téxvt) tú xtiv Ébrep^e Kal tú x ti t é x ^ v . » f) pév
20 oúv T É x v t|, cóarrep eípT)Tai, i£ts t i s petá Aóyou áAriQous
t t o i t i t i k t 'i éariv, f| 8’ árexvía t o ú v o v t í o v peTá Aóyou yeu-
8 q u s iroiT iT iK Íi i^is, "irepl t ó Év8exó|ievov áAAcos ?xeiv-
5 TTepl 8é 9poviI|ae'cos o ú t c o s áv AáfJotpev, 9ecopit|cravTes t í -
vas Aéyopev t o ú s 9povlpous. 8oKeI 8 f | 9povlpou elvai t ó
25 SúvacrQai KaAcos póuAeúcraaQat irepl T á o ú t c o áyaQá Kal
<TUH9ÉpovTa, oú K ará pépos, olov irola irpós úyleiav, irpós
¡axúv, áAAá irola Trpós t ó eú jfjv óAcos. crq peíov 8 ’ 5 t i Kal
t o ú s irepí t i 9poví|ious Aéyopev, ó tc x v Trpós t é A o s t i oirou-
8aTov eú AoyícrcovTai, ¿óv p^ écm téxvti. coore Kal óAcos áv
30 eít) 9póvipos ó pouAeunKÓs. pouAeúeTai 8 ’ oúQels irepl t c o v
áBuváTcov áAAcos ?xElv>°Ú5É t c ó v pf| IvBexopévcov o ú t c o
■rrpa^ai. cócrr5 eíirep éirion!|pT| pév peT* árroSel^ecos, cí>v 8’
a l áp x a l évBéxovrai áAAcos ?XElv> t o ú t c o v pf| écmv árró-
Sei^is (irávTa y á p év8éx£Tai Kal áAAcos ^X£lv)> Ka* ° ^ K ^OTl
1140 6 pouAeúcraaQai irepl t c o v é£ áváyKris ó v tc o v , o ú k áv eTr) f)
9pÓVT)CTlS ÉTTlOTl'l PT1 OÚSÉ T^VI), ÉTn OTl^pT| pév ÓTI év8ÉX6Tai
t ó irpaKTÓv áAAcos <=X6lv» TÉxvr| 8 ’ ó t i áAAo t ó yévos irp á-
§ecos Kal Troii’iaecos. AeíireTai áp a aúrf)v elvai I£iv áAT]6fj
5 peTá Aóyou irpaKTiKf)v irepl Tá ávQpcóircp áyaQá Kal Kcncá.
t t ) s pév y á p iron'iaecos érepov t ó téAos, T fjs 8é Trpáfecos oúk
áv eíry ? o t i y á p aÚTÍ) f| eCrrrpafía TéAos. 8iá t o u t o TTepi-
KAéa Kal t o ú s t o i o ú t o u s 9pov(pous olópe6a elvai, ó t i Tá aú -
t o ! s áyaQá Kal Tá to T s ávQpcóirois 8úvavrai decopelv* elvax
10 6é t o i o ú t o u s f|yoúpe6a t o ú s o I k o v o p i k o ú s Kal t o ú s iroA m -
koús. 2v6ev Kal tíiv aco9poaúvriv toútco irpoaayopeúopev

1140 6 16. 8úo 6 p 0 B y w a te r : Búo 6p0ók; tax( pr. Kk: Suolv ¿pOai; tosí; vulg.
92

precisamente una disposición racional para la producción, 7 no h a j


técnica alguna que no sea una disposición racional para la producción
ni disposición alguna de esta clase que no sea una técnica, serán lo
mismo la técnica 7 la disposición productiva acompañada de la razón
verdadera. Toda técnica versa sobre el llegar a ser, 7 sobre el idear 7
considerar cómo puede producirse o llegar a ser algo de lo que es sus­
ceptible tanto de ser como de no Ber 7 cuyo principio está en el que lo
produce 7 no en lo producido. En efecto, la técnica no tiene que ver
ni con las cosas que son o Be producen necesariamente, ni con las que
son o se producen de una manera natural, porque estas cosas tienen su
principio en sí mismas. Como producción 7 acción son cosas distintas,
la técnica o arte tiene que referirse a la producción, no a la acción.
Y en cierto modo el azar 7 el arte tienen el mismo objeto, como dice
Agatón: «el arte ama el azar, 7 el azar al arte» (4). El arte o técnica es,
pues, como queda dicho, una disposición productiva acompañada de
razón verdadera, 7 la falta de arte, por el contrario, una disposición
productiva acompañada de razón falsa, relativas a lo que puede ser
de otra manera.
5

En cuanto a la prudencia, podemos comprender su naturaleza con­


siderando a qué hombres llamamos prudentes. Pues bien, parece propio
del hombre prudente el poder discurrir bien sobre lo que es bueno 7
conveniente para él mismo, no en un sentido parcial, por ejemplo, para
la salud, para la fuerza, sino para vivir bien en general. Señal de ello
es que incluso en un sentido determinado los llamamos prudentes
cuando razonan bien con vistas a algún fin bueno de los que no son
objeto de ningún arte. De modo que también, en términos generales,
es prudente el hombre reflexivo. Pero nadie reflexiona o delibera sobre
lo que no puede ser de otra manera, ni sobre lo que no puede hacer.
De suerte que, si toda ciencia va acompañada de demostración, 7 no
ha7 demostración de las cosas cuyos principios pueden ser de otra ma­
nera (porque todas ellas pueden también ser de otra manera), 7 asi­
mismo tampoco es posible deliberar sobre lo que es necesariamente, 1140 6
la prudencia no podrá ser ciencia ni arte o técnica; ciencia, porque la
acción o actuación puede ser de otra manera; arte, porque la acción 7 la
producción son de distinto género. Tiene que ser, por tanto, una disposi­
ción racional verdadera 7 práctica respecto de lo que es bueno y malo
para el hombre. Porque el fin de la producción es distinto de ella, pero el
de la acción (npS^i<;) no puede serlo: la buena actuación misma es un fin.
Por eso pensamos que Pericles 7 los que son como él son prudentes
porque pueden ver lo que es bueno para ellos 7 para los hombres, 7 pen­
samos que ésta es una cualidad propia dé los administradores 7 de los

(4) Fragmento 0.
93

tco óvópan, cbs ctcójouctov tíjv 9póvt|oiv.. acp3Ei 8é t Í]v


toioútt]v úiróATiyiv. oú y á p áirao av úiróATUfw 8ia<p6eípEi
oúSé SiaorpéqjEi tó f|8ú Kal Aurrripóv, olov ó n tó Tplycovov
15 8úo ópdás §xei ° ^ K ^XE1> AAAá Tás irepl t ó irpaicróv. al
pév y á p á p x a l tcóv irpaicróóv t ó oú Iveko Tá irpajcrá’ tco Sé
5iE90appévco 8i’ f|8ovf|v t\ Aúttt|v eúGús oú 9aíveTai ápxi1!,
oúSé 8e!v to ú to Ivekev oúSé 8iá toOQ’ alpEladai TrávTa Kal
irpárTEiv Io ti y á p f| KaKÍa «pCap-nKi^ ápxfjs- & o t’ áváyxri
20 tt|v 9póvr)oiv é^iv EÍvai pETá Aóyou áAriOfi Trepl Tá ávOpcó-
•mva á y a 6á TrpaKTtK^v. áAAá pf|V T¿xvr|s pév Io tiv ápETt1),
9Povií|oecos 8* oúk Iotiv- Kal év pév t¿xvij ó ékcov ápapTá-
VCOV alpETCÓTEpOS, TTEpl Sé 9 pÓVT|OlV fj-TTOV, CÓOTTEp Kal TTEpl
Tás ápETás* 8fjAov oúv ó ti ápETT| tis ¿otI Kal oú tIxvt).
26 8uoTv 5’ óvtoiv pepolv Tf¡s vf^X'HS T“ v Aóyov éxóvtcov, 6a -
TÉpou áv eTt) ápETi*!, to u So^aoriKoO' te y áp 8ó£a Trepl t ó
IvSexópevov áAAcos ?Xeiv Kal i*) 9póvT|ois. áAAá pf)v oúS’
i£iS Petó Aóyou póvov cttipeTov 8 ’ ó ti Ar|$T| pév Tfjs Toiaú-
TT|S iffiCOS Io n , 9 pOvf)(TECOS 8’ OÚK Ionv.
6 ’ E rrel 8’ f| éirior^pTi irepl tcov koOóAou éorlv úrróArivyis
K a l tcov áváyKt|s óvtcov, eIoI 8’ áp x a l tcóv árroSEUcrcóv
K a l iráoTis éttiot^ptis (pfirá Aóyou y á p f| émoTfipTi), Tfjs
ápxfjs to u éirt0TT)T0u o ú t’ áv émon'ipri eTt) oúte té x vH oúte
9 P¿vr|ois‘ t ó pév y á p émoniTÓv áiroSEtKTÓv, a i 8é T uyxá-
1141o vouoiv oúoai TTEpl Tá évSfixópEva áAAcos ?X£lv- °^Bé 8 f) oo-
9Ía toútcov éotív tou y á p 0090O irepl évícov ?xeiv áiróSEi-
§ív Iotiv. eí 8f| oís áAriQeúopev Kal pr)SéiroTE SiavyeuBópeüa
irepl Tá pi*! évSEXópEva f) Kal évSEXópeva áAAcos Ix £IV>Émo-
5 ti'ipt) Kal 9póvt|oís éon Kal 009(0 Kal voüs, toútcov Sé tcov
Tpioóv pijSév évBéxETai eívcn (Aéyco Sé Tpía 9póvr)oiv ém o r^ -
pTjv oo9lav), Aeíttetoi vouv eIvoi t ¿óv ápx¿óv.
7 Tf)v 6é 009ICXV Iv te Tais Téxvais toTs áKpifÜEoráTois Tás
Téxvas áiroSÍSopEv, oTov Oei8(ov AiOoupyóv ooq>óv Kal TTo-
10 AúkAeitov ávSpiavToiroióv, évTauOa pév oúv oúOév áAAo ot]-
palvovTES t^ v CT09ÍCIV f) óti ápeTÍ) téxvtis éotív eTvoi 8é n -
vas 0090ÚS olópeOa óAcos oú Kcrrá pépos oúS’ áAAo ti 00-
90ÚS, cócrrrep 'Opripós 91101V év Tcp M apytri]

1141 a 26. tá Bywater: t6 oodd.


93

políticos; de ahí también que demos a la continencia el nombre de


0<1XPP0<J1I<T], porque salvaguarda la prudencia (<¡>? <j<¡>Couoav -r^v <páv7]mv),
Y lo que salvaguarda es la clase de juicio a que nos hemos referido;
porque el placer 7 el dolor no d e s t i le n ni perturban toda clase de
juicio, por ejemplo, el de si los ángulos del triángulo valen o no dos
rectos, sino los prácticos, que se refieren a la actuación. En efecto, los
principios de la acción son los fines por los cuales se obra; pero el hom­
bre corrompido por el placer o el dolor pierde la percepción clara del
principio, y 7a no ve la necesidad de elegirlo todo 7 hacerlo todo con
vistas a tal fin o por tal causa; el vicio destruye el principio. De modo
que, necesariamente, la prudencia es una disposición racional verda­
dera 7 práctica respecto de lo que es bueno para el hombre.
Además, mientras existe una excelencia del arte, no la hav de la
prudencia, 7 en el arte el que yerra voluntariamente es preferible, pero
tratándose de la prudencia no, como tampoco tratándose de las virtu­
des. Es claro, por tanto, que la prudencia es una virtud y no un arte.
Y siendo dos las partes racionales del alma, será la virtud de una de
ellas, de la que forma opiniones, pues tanto la opinión como la pruden­
cia tienen por objeto lo que puede ser de otra manera. Pero es exclu­
sivamente una disposición racional, y señal de ello es que una dispo­
sición asi puede olvidarse, y la prudencia, no.

Puesto que la ciencia es un juicio sobre lo universal y lo que es nece­


sariamente, y hay unos principios de lo demostrable y de toda ciencia
(porque la ciencia es racional), el principio de lo científico no puede
ser objeto de ciencia, ni de técnica o arte, ni de prudencia; porque lo
científico es demostrable, y la técnica y la prudencia versa sobre lo
que puede ser de otra manera. Tampoco son objeto de sabiduría, pues 1141 a
es propio del sabio usar de la demostración a propósito de algunas
cosas. Si, por tanto, las formas de conocimiento mediante las cuales
alcanzamos la verdad y nunca nos engañamos sobre lo que no puede,
o puede ser de otra manera, son la ciencia, la prudencia, la sabiduría
y el intelecto, y tres de ellas (es decir, la ciencia, la prudencia y lá sabi­
duría) no pueden tener por objeto los principios, forzosamente serán
objeto del intelecto.
7

La sabiduría la atribuimos en las artes a los más consumados en


ellas, por ejemplo, a Fidias como escultor y a Policleto como creador
de estatuas, no indicando con ello sino que la sabiduría es la excelencia
de un arte. Pensamos de algunos hombres que son sabios en general,
7 no en un sentido parcial o determinado, como dice Homero en el
Margües:
94

t ó v 8’ o ú t ’ &p CTKonrTfjpa Oeol 0éaav o ú t’ áporrípa


15 o ú t ’ áAAcos t i aoq>óv.

¿lxtte SfjAov ó ti áRpipeoráni &v tcov émoTT)nwv eír| f) ao-


9Ía. 8eI áp a tó v CT0 9 ÓV |if| póvov Tá Ik tcov ápxcov c!5é-
vai, áAAá Kal Trepl Tás áp x ás áAT|6eúeiv. <bot’ e!r| &v í|
0-09(0 voOs Kal éiricm<|iir|> óairep KEq>aAf)v ?xo u aa é in o n 1|iiTi
20 tcov npicoráTCOv. áTOTTOv y á p eí ti s ttjv ttoAitiki'iv f) t?)v
9póvT)aiv arrou8onoTáTT|v oíetoi elvai, el uf) t ó ápioTov tcov
év tco KÓCT|ico ávQpcoTrós écrnv. el Sf> úyieivóv pév Kal á y a -
0óv iTepov áv0pcúTTOis Kal Ix^úai, t ó 6é Aeukóv Kal eú00
to ú tó v áeí, Kal t ó CT0 9 ÓV to ú tó irávTes &v eliroiev, 9póvi piov
25 5 é §Tepov* Tá y á p irepl cxútó ¡ÍKaora t ó eú OecopoOv 9T)<rlv
elvai 9póvi|iov, Kal toútco éiriTpéyei aÚTá. 6ió Kal tcov 6r|-
pfcov évia 9póviná «paonv elvai, ó o a irepl tó v oútcov píov
éX°VTa 9aivrrai Súvauiv TrpovoiynKiV- 9avepóv 6é Kal ó ti
oúk áv eír) f) crcxpía Kal f| iroAmKfi f| aímV et y á p Tf|v irepl
30 Tá rópéAipa Tá aú ro ls époüai acxplav, iroAAal iaovToa ao-
9 Íar o ú y á p pía irepl t ó áirávrcov áyaOóv tcov jcócov, áAA’
ÉTépa irepl Ü K a a ro v , el pf) K a l larpiKf| |iía irepl irávrcov tcov
óvtcov. el 8 ’ ó n péAnorov ávOpcorros tcov áAAcov jcócov,
oú8év Sia9éper Kal yáp ávQpcórrou áAAa iroAú Qeiórepa Tf)v
1141 b 9 ÚCTIV, olov 9 a v e p á ) T a T á ye é£ cov ó KÓapos auvécnrnK E V . éK
8f | tcov elp-puévcov SfjAov ó n f | a o 9 Í a é o r l Kal é r n c r n 'm r i Kal
voüs tcov t i picoTáTcov tt¡ 9 Ú a e i. Sió ’Ava^ayópav Kal 0 a -
Afjv Kal to ú s to io ú to u s CJ0 9 0 ÚS pév 9 p o v l p o u s 5’ o ú 9 a a i v
6 elvai, ótov TScoaiv áyvoouvTas Tá crup9épovra éavrrols, Kal
rrepiirá pév Kal Q aupaará Kal x°fAeirá Kal Saipávia elSévai
OÚTOÚS 9 a a i v , á x p T i o r a 8 ’, ó n o ú T á áv6pcómva áyaOá ^ r j-
Toúaiv. ‘H Sé 9póvT]ais irepl Tá ávQpcóiriva Kal irepl <¡>v
i o n pouAeúaaodar toO y áp 9pov(pou páA iora to O t’ Ipyov
10 elval tpaioev, t ó eú pouAeúeodai, |3ovAeúeTai 8’ oúSels irepl
tcov áSuváTcov áAAcos Ix £iv> °Ú8* óctcov |if) TéAos t i io n ,
Kal t o ü t o irpaKTÓv á y a d ó v . ó 6 ’ árrAcos eúpouAos ó to u
áp lo ro u áv9pcóircp tcov irpatcrcóv o to x o o tik ó s Kcrrá tó v Ao-
yiaiióv. 0Ú8' é o r l v f) 9póvT|ais tcov koOóAou póvov, áAAá

b 20. xotya xal seolua. Trendelenburg. || 28. ío)[«tov] fxaarov Kb.


94

N i cavador le hicieron los dioses ni labrador


ni sabio en ninguna otra cosa. (5)

De modo que es evidente que la sabiduría es el más perfecto de los


modos de conocimiento. E l sabio, por consiguiente, no sólo debe cono­
cer lo que deriva de los principios, sino poseer además la verdad sobre
los principios. De suerte que la sabiduría será intelecto y ciencia, por
así decirlo, la ciencia capital de los objetos más estimados. Sería absurdo
considerar la política, o la prudencia, como la más excelente si el hom­
bre no es lo mejor del mundo'. Y si lo sano y lo bueno son distintos para
los hombres y para los peces, pero lo blanco y lo recto son siempre lo
mismo, todoB admitirán que lo sabio es siempre lo mismo, pero lo
prudente varía; efectivamente, se llama prudente el que puede exami­
nar bien todo lo que se refiere a sí mismo y eso es lo que se confiará
a la prudencia. Por eso también se dice que son prudentes algunos ani­
males, aquellos que parecen tener cierta facultad de previsión para su
propia vida. Es evidente también que no pueden la sabiduría y la polí­
tica ser lo mismo, pues si se llama sabiduría al conocimiento de lo que
es útil para uno mismo, habrá muchas sabidurías, porque no habrá una
sola acerca de lo que es bueno para todos los animales, sino una dife­
rente para cada uno, lo mismo que no hay una sola medicina para
todos. Y lo mismo da para el caso que el hombre sea el más excelente
de todoB los animales, porque también hay otras cosas de naturaleza
mucho más divina que la del hombre, como es evidentísimo por las 1X41 6
que constituyen el mundo. De lo dicho resulta claro que la sabiduría
es ciencia e intelecto de lo que es más excelente por naturaleza. Por
eso de Anaxágoras, de Tales y de los hombres como ellos, dice la gente
que son sabios, no prudentes, porque ve que desconocen su propia con­
veniencia, y dice de ellos que saben cosas extraordinarias, admirables,
difíciles y divinas, pero inútiles, porque no buscan los bienes humanos.
La prudencia, en cambio, tiene por objeto lo humano y aquello sobre
lo que se puede deliberar; en efecto, afirmamos que la operación del
prudente consiste sobre todo en deliberar bien, y nadie delibera sobre
lo que jio puede ser de otra manera, ni sobre lo que no tiene un fin, y
éste consistente en un bien práctico. E l que delibera bien absoluta­
mente hablando es el que se propone como blanco de sus cálculos la
consecución del mayor bien práctico para el hombre. Tampoco versa
la prudencia exclusivamente sobre lo universal, sino que tiene que cono-

(S) Poema atribuido a Homero en la antigüedad, atribnaión aceptada por


Aristóteles (of. Poética, 1448 b 28 bs.).
95

18 8e! Kal Tá ko 6 ’ iK aara yvcopÍ3Eiv TrpaKTiKf) yáp, f| Bé irpS-


£is irepl Tá koG’ iK a o r a . Bió K al Ivioi o ú k eIBótes ¿TÉpcov
eISótcov TrpaicTiKcÓTtpoi, Kal év toT s áAAois ol Sprnipor el
y á p eISeít] ó ti Tá KoOcpa eúiieii l a Kpéa Kal úyieivá, irola 8é
KoO<pa áyvool, oú ttoii^ctei úyíeiav, áAA’ ó elScbs ¿ t i Tá ópví-
20 0Eia [Ko0 <pa K al] úyuivá ttoii'ictei paAAov. Sé <ppóvT]ais
TrpaKTiKi^' cóctte SeI ápepcú §XElv> t o ú t t |v paAAov. eTt| 6 ’
8 áv t i s Kal évTaü 6 a ápxtTEKroviKií|. 'E cm Sé Kal f) tto A iti-
kÍ) Kal f) 9póvT|CTis f| aCrrf] pév I^is, t ó pévTOi EÍvai oú t o ú t ó v
aÚ T aís. Tfjs Sé nEpl iróAiv f| pév cbs ápxiTEKTOViKfj 9póvT]-
25 ais vopoO etiki^, Sé cbs Tá ko 9 ’ S k o ctto t ó koivóv ?xEl ^vo-
pa, tto A itik iV a ú rn Sé 7rpaKTiKf| Kal |3ouA eutikiV t ó y áp
vfa|9iapa irpaKTÓv cbs t ó ü ctx o to v . Sió ttoAiteúectOoi t o ú -
t o v s póvov Aéyouaiv póvoi y á p TrpárrovCTiv o ú to i cócrrrep
ol xE>poTéxvai. SokeI Sé Kal 9póvi]ais páAiaT1 EÍvai Trepl
30 o ú t ó v Kal §va* Kal ?xE1 ocúrr| t ó koivóv óvopa, 9póvT]cns'
ékeívcov Sé f| pév o lK ovopia f| Bé vopoO eaía f| Bé tto A itik t^ ,
Kal t o ú t t j s f| pév pouAeuTiKf) f| Bé BiKaoriK^. EISos pév
oúv t i áv eít) yvcócrecos t ó aCrrcp ElBévar áAA’ ?x£l Bu^popáv
1142 a ttoAAt'iv- Kal SokeI ó Tá Trepl oútov eiScbs Kal BicrrpífJcov
9póvipos elvai, ol Bé ttoAit ik o I TroAuTTpáypovES’ Sió Eúpi-
ttjS tis

ttcos S‘ áv 9povoÍTiv, <2> Trapf¡v árrpaypóvcos


5 év toícti ttoAAoís r|pi0pr|pévov aTpaToO
íc to v p e Ta C TX EÍv;
toús y áp iTEpiCTCTOús K aí t i TrpáCTCTOVTas irAéov...

UjtoOcti y á p t ó ocútoIs á y a O ó v , K a l oíovtoi to u to BeTv irp á r-


TEIV. ÉK TOÚTT|S OÚV TT¡S BÓ^S éAl“|Au0E TÓ TOÚTOUS 9 pOVl-
io pous elvar koítoi íctcos oúk Sctti t ó aú ro u eú ávEU oIkovo-
plas oúS’ ávEU ttoAiteíos. Sti Bé Tá o ú toü ttcos SeI BioikeTv,
áBíjAov K a l CTKETrréov. crripEíov 5’ éorl to u Elpqpévou K a l
Sióti y sco p E T p iK o l p é v v é o i K a l p a O r i p a n K o l y í v o v T a i K a l cto-
9 0 I T á T o ia C rra , 9 p ó v i p o s 8’ oú SokeI yívECT0cn. aí-nov 8'

1142 a 4. í)pi(W * vov Kb T: Lb Mb. || 28. K -role tia(h)tuiTixoTc


■eoltu. Bywater.
95

car también lo particular, porque es práctica 7 la acción tiene que ver


con lo particular. Por esta razón también algunos, sin saber, son más
prácticos que otros que saben, sobre todo los que tienen experiencia;
asi si uno sabe que las carnes ligeras son digestivas 7 sanas, pero no
sabe cuáles son ligeras, no producirá la salud, sino más bien el que sepa
que las carnes de ave son ligeras 7 sanas. La prudencia es práctica,
de modo que se deben poseer ambas, o preferentemente la prudencia.
Pero también por lo que a ella se refiere debería haber una funda-
mentación.

La política 7 la prudencia coinciden en cuanto a la disposición, pero,


sin embargo, bu ausencia no es la misma. Cuando la prudencia se aplica
a la ciudad, la que es, por así decirlo, fundamental es la prudencia legis­
lativa, 7 la que por así decirlo tiene por objeto lo particular, lleva el
nombre común, política. Esta es práctica 7 deliberativa; en efecto, el
decreto es lo práctico en extremo; por es o.sólo de los que se ocupan en
ésta se dice que hacen política, pues ellos son los únicos que actúan a
la manera de los obreros manuales. '
Pero la prudencia parece referirse sobre todo a uno mismo 7 al indi­
viduo, 7 ésta es la forma que lleva el nombre común, prudencia; las
demás se llaman economía, legislación 7 política, 7a deliberativa, 7a
judicial. Habría, por tanto, una forma de conocimiento consistente en
saber lo que a-uno le interesa (aunque es m uy diferente), 7 parece que
el que sabe lo que le concierne 7 actúa en consecuencia es prudente, 1142 a
mientras que a los políticos se los considera entrometidos. Por eso dice
Eurípides:

¿Cómo iba yo a ser prudente, yo-que sin dificultad habría podido,


contando como uno de tantos en el ejército,
tener una parte como la de los demás?
Porque los que sobresalen y actúan más que los otros... (6)

Buscan, pues, los prudentes su propio bien, 7 se piensa que es eso lo


que debe hacerse. De esta opinión ha venido el que se considere pru­
dentes a ésos precisamente. Sin embargo, quizá no es posible el bien
de uno mismo sin administración doméstica 7 sin régimen político.
Además no eB claro cómo debe uno gobernar lo BU70, 7 hay 'que con­
siderarlo. Señal de lo dicho es que los jóvenes pueden ser geómetras
7 matemáticos, 7 sabios en cosas de esa naturaleza, 7 , en cambio, no

(6) Véaae la reconstrucción de esta oita en Burnet, ed. cit.


96

15 ó t i K a l t c o v k o 0 ’ ¡Kctorá Éonv f) 9póvnais, & yíveron yvcopi-


pa é£ Éprreipías, véos 8 ’ iprreipos o ú k I o t i v TrAfjSos y dtp
Xpóvou ttoieI t Í ) v Éprreipíav érrel Kal t o ü t ’ áv t i s oxévyano,
6iá t í 8f) pa0ri p a rirá s pév rraís yévoiT* áv, 00965 6’ f| 9 U -
c tik ó s oú. ^ ó t i tó c pÉv 5i’ á<paip¿CT6cós é o t i v , t c o v 5 ’ al áp-
20 xa l Éprreipías* Kal Tá pév oú Tnoreúouoiv ol véoi áXÁá
/Séyouoiv, t c o v S é t I t í é o t i v o ú k áS^Aov ; Iti f) ápapTÍa
rrepl t ó k o S ó A o u év t c o pouAeúoaaQai f) rrepl t ó k<x0’ iKaorov*
T1) y á p ó t i rrávrra Tá piapúoradpa úSaTa 9aOAa, f| ó t i t o 8 1
PapúoTaSpov. ó t i 8’ f] 9póvtiois o ú k ÉTnorVipri, 9avepóv*
25 t o ü y á p ÉCTxárou é o t í v , coorrep* eípr^Tar t ó y á p irpaicróv
to io O to v . áirrÍKeiTai pév 8f| t c o veo* ó pÉv y áp vous t c o v
ópeov, abv o ú k I o t i Aóyos, Tj 6 é t o ü écrxáTou, oú o ú k I o t i v
érncm'niT} áA A ’ aío6r)ois, oúx f) t c o v IBtcov, áAA’ oícjt alo6a-
vópeOa ó t i t ó [Év to T s n a é r i p a r i K o í s ] Ioxotov Tpíycovov*
30 o r if o eT a i y áp k ó k e !. á A A ’ aúrr) paAAov a í o ^ a i s 9póvt|-
015, ÉKeívTis 8’ áAAo eíBos.
9 Tó 3T)Tetv 8é Kal t ó pouAeúeo6ai 6ta9éper t ó y á p pou-
Aeúeo6at j t i t e í v t i é o t í v . 8eí 8é AapeTv K a l rr e p l eúp«ouAlas
t í Éon, rrÓ T ep o v émon'ipiri t i s 8ó£a f| eúoroxía f) áAAo n
yévos. Émcmí|p-p pév Sf] o ú k I o n v oú y áp jrjT O Ü o i rrepl
11426 cov ío a o iv , f) 8’ eúpouAía pouAi') n s , ó 8é pouAeuópevos j t j -
t e í K a l A oyíjeT ai. áA A á pfjv 0 Ü8 ’ e ú o ro x ía ' áveu Te y á p
A ó you K a l T a x ú t i f| e ú o ro x ía , povA eúovrai 8é rroAúv XP^-
vov, K a l 9 a o l rrpárTeiv pév Beiv T a x ú T á pouAeuOévra, p ou-
5 AeúeoOai S é ppaBécos. I t i r) á y x ív o ia ¡Tepov K a l f | eúpouAta*
I o n 5 ’ e ú o ro x ta t i s á y x ív o ia . oúSé 6f| 8ó£a f) eúpouAía
oúSeiJiía. áAA’ Érrel ó pév k o k g o s P ou Aeuónevos á|iapTávei,
ó 8’ eú ópOws pouAeúeTai, BfjAov ó n ópQórns t i s ^1 eúpouAía
é o t í v , o ú t ’ Émorrmris 8é o ú t e 8 ó £t|S‘ ÉTnorfipris pév y á p
10 o ú k Ionv óp0 ÓTT|s (0Ú8É yáp á p a p T Í a ) , 6ó£r)s 8’ 6p0ÓTT|s
áAi'idEia* á p a 81 K a l copiaron f|8ri rrav oú 8ó§a é o t í v . áAAá
pf|v 0Ú8’ áveu Aóyou f) eúpouAía. Biavoías ápa AeírreTai*
aúrri yáp oúrreo 9áais* K a l yáp f| 8ó§a oú j ^ t t i o i s áAAá
90015 t i s fí8r|, ó 8é pouAeuópevos, Éáv t e eú Éáv t e K a l K a -
15 kcós PouAeúriTai, jtiteT t i Kal A oyíjeT ai. áAA’ óp dórqs Tis

6 26. nci> Kb: itu í vulg. || 34. eúouveuía H. Stephauus: áouvtala oodd.
96

parece que puedan ser prudentes. La causa de ello es que la prudencia


tiene por objeto también lo particular, con lo que uno llega a familia­
rizarse por la experiencia, y el joven no tiene experiencia, porque es
la cantidad de tiempo lo que produce la experiencia. Uno podría pre­
guntarse también por qué un niño puede indudablemente ser matemá­
tico y no sabio, ni físico. ¿No será porque los objetos matemáticos son el
resultado de una abstracción mientras que los principios de Iob otros
proceden de lá experiencia, y de cosas así los jóvenes hablan sin
convicción, mientras que lea es patente el ser de los primeros?
Además en la deliberación se puede errar respecto de lo universal
o respecto de lo particular: en que todas laB aguas gordas son malas,
o en que esta agua es gorda.
Que la prudencia no es ciencia, es evidente. En efecto, se refiere a
lo más particular, como se ha dicho, porque lo práctico es de esa natu­
raleza. Se opone, por tanto, al intelecto, ya que el intelecto tiene por
objeto los principios o límites de los cuales no hay razonamiento,
y la prudencia se refiere al otro extremo, a lo más particular, de lo
cual no hay ciencia, sino percepción sensible, no la de las propiedades,
sino una semejante a aquélla por la cual vemos que este objeto particu­
lar es un triángulo; en efecto, también aquí hay un límite. Pero la
última mencionada es más bien percepción que prudencia; ésta es de
otra especie.

E l indagar y el deliberar Bon diferentes, si bien la deliberación es


una especie de .indagación. Es preciso averiguar también qué es la
buena deliberación: si ciencia, opinión, buen tiñó, o algún otro género.
Ciencia, sin duda, no es, porque no se indaga lo que se sabe, y la buena
deliberación es una especie de deliberación, y el que delibera, indaga y 1142 6
calcula. Tampoco es buen tino, porque el buen tino es algo que no
necesita razonar, y rápido, mientras que la deliberación requiere mucho
tiempo, y se dice que debe ponerse en práctica rápidamente lo que se
ha resuelto tras la deliberación, pero deliberar lentamente. También
es otra cosa la precisión que la buena deliberación: la precisión es una
especie de buen tino. Tampoco consiste la buena deliberación en nin­
guna clase de opinión. Pero puesto que el que delibera mal yerra y el
que delibera bien lo hace rectamente, es claro que la buena delibera­
ción consiste en una especie de rectitud, que no es propia ni de la cien­
cia ni de la opinión. Efectivamente, a la ciencia no le pertenece la rec­
titu d , como tampoco el yerro, y la rectitud de la opinión es la verdad,
y además todo aquello de que hay opinión está ya, ipso iacto. deter-
97

écttiv f| eOpovXia pouAfjs* 8ió f) povAf] jTiTriTéa TrpóóTov t í


Kal irepl tí. éirel 6’ f) áp0ÓTT)s rrÁEOvaxcos, SfjAov S ti o ú
iráaa- ó y áp áKparfis Kal ó «paOAos 6 irpoTÍOrrai flSelvf ék
to ü Aoyicrpoü teú£etoi, coote ópOóós lo ra i PePouAevpévos,
20 kokóv 8é péya eIAt^cós. SokeI 8’ áyaSóv t i t ó eú pEpou-
AeüctOot f] y áp to io ú tti ópQórqs pouAfis EúpovAía, f| á y a -
6oü teuktikt|. áAA’ ¿orí Kal to ú to u v^euSeI duAAoyiCTpco
Tuxeiv, Kal 6 pÉv SeI iroifjaai tuxeIv, Si’ oú 8’ oú, áAAá vyeu-
Sfj tó v péaov ópov Elvar cóctt’ oú5’ oútti irco eúpouAla, Ka0’
25 qv oú 8eI pév Tuyxávei, oú fiétroi Si’ oú é8ei. I ti ectti tto -
Aúv xpóvov PouAeuópevov tuxeIv, tó v Sé r a y y . oúkoüv oúS’
ékeívt| ttco EúpouAía, áAA’ óp0ÓTT)s í| Karrá tó ci^éAipov, Kal
oú Bel Kal a>s Kal ote. 2t i éctti Kal árrAcos eú PePovAeOctOoi
Kal irpós t i téAos. f) pév 8í| árrAcós f| rrpós t ó téAos t ó
30 árrAcos KaTopOoücTa, tI s 8é f) rrpós t i téAos. eI 8f) tcóv 9po-
vípcov tó eú pEpouAEÜaQai, f) cúpouAía eít) áv ópOórris ^1 K<rrá
t ó CTUH9Épov rrpós t ó téAos, o ú f| 9póvTiais áA^Bfis ÚTróAr|-
vpís ÉOTIV.
10 'E c tt i 8 é Kal f| ctúvectis Kal f) eÚCTUvECTÍa, ko 0 ’ á s Aéyoiiev
1143 o ctu v eto ú s Kal e ú c tu v é to u s, o ú 0 ’ 6 A<os t ó o ú t ó É rncm 'iPfl f|
S á ^ ij (rrávT es y á p á v f)<jav c tu v e to í) o ú te t i s p ía tc ó v K a rá
p ép o s Érncrrn ijicúv, o lo v f) IcrrpiKi1) ire p l úyiEivcov, f) yEcopE-
T p ía ire p l peyéOrv o ú te y á p rrepl tc o v áEl óvtcov Kal áKivi^-
5 tco v f) ctúvectís écttív o ú te ire p l tc o v yiyvopévcov ÓTOUOÜV,
áA A á ire p l c¡>v árropr|crEiev á v t i s Kal P ovA eúctotto. Sió irep l
T á aÚ T á pÉv t t ¡ 9 p o v ií|CTEi écttív, o ú k I o n SÉ TÓ aÚTÓ CTÚVECTIS
Kal 9 póvTiCTis. pév y á p 9 póvriCTis ÉrriTaKTiKi1! é c ttív tí
y á p SeI irpáTTEiv f | pi^, t ó té A o s aÚTfjs é c ttív f) 8 É ctúvectis
10 KpiTiKf] póvov. TaÜTÓ y á p CTÚVECTIS Kal EÚCTUVECTÍa Kal CTU-
VETOl Kal EÚCTÚVETOl. §CTTl S’ OÚTE TÓ ?X£lV T^1V 9 pÓVT)CTlV
o ú te t ó AappávEiv f) ctúvectis' áAA’ wcnrep t ó pavOávEiv AÉ-

1143 a 1. e&9uv¿rou; H. Stephanue: áauvérou? oodd.


97

minado. Por otra parte, tampoco es posible la buena deliberación sin


razonamiento. Luego tiene que consistir en la rectitud del discurso;
ésta, en efecto, no es todavía afirmación, y mientras que la opinión
no es indagación, sino ya una especie de'afirmación, el que delibera,
tanto si delibera bien como si lo hace mal, indaga y calcula.
Pero la buena deliberación es una especie de rectitud de la delibe­
ración, por tanto, hay que averiguar primero qué es y sobre qué versa
la deliberación. Dado que la rectitud tiene muchos sentidos, es claro
que no se trata de cualquiera, porque el incontinente y el malo alcan­
zarán con el razonamiento lo que Be proponen, si son hábiles, de modo
que su deliberación habrá sido recta en ese sentido, pero lo que han
logrado con ella, un gran mal, y se considera que es un bien el haber
deliberado bien, puesto que es a esta clase de rectitud en la delibera­
ción a la que se da el nombre de buena deliberación, a la que alcanza
o logra un bien. Pero también es posible alcanzarlo mediante un razo­
namiento falso, y alcanzar lo que se debe hacer, pero no por los
medios debidos, sino por un término medio falso; de modo que no
será buena deliberación ésta en virtud de la cual se alcanza ciertamente
lo que se debe, pero no por el camino debido. Es posible, además, que
uno lo alcance deliberando durante mucho tiempo y otro rápidamente;
por consiguiente, tampoco la primera será una buena deliberación,
sino que la rectitud consiste en una conformidad con lo conveniente,
tanto por lo que se refiere al objeto de la deliberación, como al modo y
al tiempo. También se puede hablar de buena deliberación en sentido
absoluto y respecto de un fin determinado; buena deliberación abso­
lutamente hablando es la que se endereza al fin, sin más; y una buena
deliberación determinada es la que se endereza a un fin determinado.
Por tanto, si el deliberar bien es propio de los prudentes, la buena deli­
beración consistirá en una rectitud conforme a lo conveniente para el
fin aprehendido por la' verdadera prudencia.

10

E l entendimiento, y el buen entendimiento, en virtud de los cuales


decimos que los hombres son inteligentes o están dotados de buena 1143 a
inteligencia, no son en absoluto lo mismo que la ciencia o la opinión
(en este caso, todos serían inteligentes), ni son tampoco una de las cien­
cias particulares, como la medicina sobre lo concerniente a la salud o
la geometría sobre las magnitudes, porque el entendimiento no se
aplica a lo que es siempre e inmóvil, ni lo que de un modo u o t r o
llega a ser, sino a lo que puede presentar dificultades y ser objeto de
deliberación. /Por tanto, se aplica a lo mismo que la prudencia, pero
no son lo mismo entendimiento y prudencia. En efecto, la prudencia,
es normativa: qué se debe hacer o no, tal es el fin que se propone;
mientras que el entendimiento es sólo discriminativo, pues son lo mismo
98

yeron cruviévai, ótocv xpfjTOi tP) ém on^pi], oútcos év tco xpf¡-


a6 ai tt¡ 8ó£i] érrl t ó Kpívetv Trepl toútcov irepl cov f) 9póvri-
15 a is é o n v , áAAou AéyovTOS, Kal Kplveiv KaAcos- t ó y á p eú
tco koAgós t ó o ú tó. Kal évreüOev éAi'iAuQe Toúvopa f| aúvé-
a is, Ka0 ’ f|v Eúaúveroi, éK ttís év tco pavOáveiv* Aéyopev y á p
t ó pavOáveiv auviévai TroAAáKis.
11 ‘H 8é KaAouiiévT) yvcópt), ko0’ f|v auyyvcópovas Kal ixeiv
20 9apév yvcópTiv, f) toO éirieiKOÚs éorl Kplcns ópOi*!. arjpelov
6é- t ó v y áp ÉmeiKf) páA iorá cpapev elvai cruyyvcopoviKÓv,
K a l émeiKés t ó ?X6lv ^ p l É''1® c ru y y v c ó p T iv . f) Sé a u y y v c ó -
p.Ti yvcópr) éorl KptTiKÍ) t o ü émeiKOÜs ó p th V ópO fj 8’ f] to u
áAT)6o0s. '
25 E la l8é iraaai at 2£eis eúAóycos els t o ú t ó Telvouaar Aé­
yopev y áp yvcópr|v Kal aúveaiv Kal 9póvt|Oiv Kal voüv érrl
t o ú s aúroús érr^épovTes yvcopriv ixeiv Kal vouv fl8r| Kal
9poví|ious Kal CTUveroús. iraaai y á p al Suvápeis o ú t o i tc o v
éaxárcov elal Kal t c o v kocO’ I k o o t o v * Kal év pév t c o KpiTiKÓs
30 elvai irepl &v ó 9póvipos, auverós Kal eúyvcópcov f| auyyvcó-
pcov Tá y áp éineiKfj K O iv á tc o v á y a O c o v á rrá v T C O v éorlv év
t c o Trpós áAAov, I o n Sé tc o v k o Q ’ i K a o r a K a l t c o v éoxá-
tc o v árravTa Tá irpaicrá- Kal y á p t ó v 9póvipov BeT yivcó-
o k e iv aCrrá, Kal f) aúveais Kal f| yvcópr| irepl Tá irponcrá, t o ü -
35 t o 5 ’ & JxqT a. Kal ó voüs t c o v éaxárcov éir’ áp9ÓTepa- k o I
y á p t c o v irpcÓTCOv ó p co v Kal t c o v éax á tc o v v o ü s éorl Kal oú
H43 b Aóyos, Kal ó pév Korrá Tás áiroSelfeis t c o v áKivViTcov ópcov
k o I irpcÓTCOv, ó 8’ év Tais irpaKTiKaís t o ü éaxáTOU Kal év8e-
XOpévou Kal-rns éTépos irpoTáoecos' áp x o l y áp t o ü o ú ive-
ko aÚTar éK t c o v ko6’ iKaora y á p Tá koQóAou* t o ú t c o v o ú v
5 ?X£lv Seí aía&naiv, oúrr| 8’ éorl v o ü s . 8ió Kal 9uaiKá SokeI
eívai Taüra, koI 9Úoei 00965 pév oú8els, yvcópt)v 5 ’ ?X£lv kocI
aúveaiv koI voüv. oripelov 8’ ó ti Kal Tais f|AiKÍcns olópeSa
áKoAouOelv, koI ^8e f| fjAiKia voüv ?x£l koI yvcópriv, cbs Tfjs
9Úoecos alTÍas oúaris. [Sió koI ápx^l K al TéAos voüs- ék
10 t o ú tc o v y áp a l áiroSelfeis Kal irepl t o ú t c o v . ] (Sote Sel irpoo-

b 9. Í 16 — 11. t o ú t o í v alieno loco poeita videntur Bywater. || 14. 6p6ñ ?


Lb: ápxáí Kb M» T. || 19. Occopti L‘ T. || 28. 6trío v Lb T.
98

entendimiento 7 buen entendimiento, inteligentes 7 dotados de buena


inteligencia. E l entendimiento no consiste en tener prudencia ni en
alcanzarla, sino que, lo mismo que el aprender se llama entender tra­
tándose de la ciencia, ásí el entendimeiento es lo que se ejercita en la
opinión para juzgar acerca de las'cosas que son objeto de prudencia
cuando habla otro, 7 para juzgar rectamente, pues «bien» es lo mismo
que «rectamente». Y de ahí viene el nombre de «entendimiento» en
virtud del cual se habla de hombres «dotados de buena inteligencia»,
del entendimiento o inteligencia que se ejercita en el aprender; en
efecto, al aprender lo llamamos muchas veces entender.

11

La llamada comprensión, en virtud de la cual decimos de alguien


que es comprensivo 7 que tiene comprensión, es el discernimiento recto
de lo equitativo. Señal de ello es que llamamos comprensivo sobre
todo al equitativo, 7 equitativo a tener comprensión sobre algunas
cosas, 7 juicio comprensivo al que discierne rectamente lo equitativo,
7 rectamente quiere decir de acuerdo con la verdad.
Todas eBtas disposiciones convergen lógicamente a lo mismo. En
efecto, al hablar de comprensión, entendimiento, prudencia e inteli­
gencia (voú<;)> atribuimos a las mismas personas el tener comprensión
o inteligencia, así como el ser prudentes o tener entendimiento; porque
todas estas facultades tienen por objeto lo extremo e individual, 7 es
en saber discernir sobre lo que es objeto de prudencia en lo que con­
siste el ser inteligente, buen entendedor o comprensivo, porque la
equidad es común a todos los hombres buenos en sus relaciones con los
demás. Ahora bien, todas las cosas prácticas son del número de las in­
dividuales 7 extremas, 7 asi no sólo tiene que conocerlas el hombre
prudente, sino que el entendimiento 7 la comprensión versan tam ­
bién sobre las cosas prácticas, que son extremos. La intuición tiene
también por objeto lo extremo en las dos direcciones, porque tanto de
los limites primeros como de los últimos ha7 intuición 7 no razona- 1143 6
miento; la intuición que se ejercita en las demostraciones tiene por
objeto los limites inmóviles 7 primeros; 7 la de las cosas prácticas,
lo extremo, lo contingente 7 la segunda premisa. Estos son, en efecto,
los principios del fin, 7a que es partiendo de lo individual como se
llega a lo universal; de estas cosas, pues, ha7 que tener percepción sen­
sible, 7 ésta es la intuición.
Esta es la razón también de que parezca que estas disposiciones son
naturales, 7 que, si bien nadie es sabio por naturaleza, sí se tiene por
naturaleza comprensión, entendimiento e intuición. Señal de ello es
que creemos que también son consecuencia de la edad, 7 que tal edad
tiene, intuición 7 comprensión, como si la naturaleza fuera la causa de
ellas. (Por eso la intuición es principio 7 fin, porque las demostraciones
99

É yeiv TCOV íliT reípC O V 'K al irpECT^V/TépCOV 9POVÍ|JCOV TOÍS


ávorrroSeÍK T O is 9 á o e o i K a l 8ó £ a i s o ú x ? ) t t o v t c ó v árro S E Í^E C o v
8 i á y á p t ó §xeiv é p ir e ip l a s ó p p a ó p c o c n v ó p O có s. t í
p é v o ú v é o r l v 1*1 9 p ó v T )c n s K a l f) a o 9 Í a , K a l ir e p l t í éK O T épa
15 T u y x á v E i o ú o a , K a l ó t i áAAou T fjs y u x fjs popíou á p e rf| éKa-
T É p a , E Íp riT a i.
12 AiaTTopr|CTeiE 8’ áv t i s irepl o ú t c o v t í x p ^ o p o í eloiv. f|
pév y á p ao9Ía oúSév 0ecopT)aEi &v ?arai EÚSaípcov ávOpco-
iros (o ú S e utas y á p éori yevéaEcos), T| 8é 9póvT|o,is t o u t o pév
20 §xfi, áAAá t í v o s í v e k o 8eí aÚTfjs; eíiTEp f) pév 9póvT]oís é o t i v
r| TTEpl Tá SÍKaia Kal KaAá Kal á y a 6 á ávOpcóircp, Taina 8’
éorlv Se t o ü áyaOoü éorlv ávSpós irpárrEiv, oú8év 8é irpaK-
TlKCÓTEpOl TCO EÍSÉVCTl aCrrá éopEV, EÍTTEp E^ÉIS al ápETaí é Io iv ,
cóo-rrEp oúSé Tá úyiEivá oúSé Tá eúeicnKá, óoa pfj t c o tt o ie í v
25 áAAá t c o árró rrjs idéeos elvai AéyeTar oúOév y áp upaKTiKcó-
TEpoi t c o Ixeiv t ^ v icrrpiKi’iv Kal yupvaoTtKi“|v éopEV. el 8é
pfj t o ú t c o v xápiv 9póvipov ^ T é o v áAAá t o ü yívecrOai, to T s
o ü o i oirou8aíois oúOév á v EÍr) xpriaipos* e t i 8’ oú8é to T s pf|
é x o u c tiv oúSév y á p Sioíoei o ú t o ú s ?XElv ^ áAAois ?xou<Tl
30 tteíO eo O o i, Ik o v c o s t ’ fx ° l Av f|plv G&arrep Kal irepl t ^ v uyÍEiav*
P o u A ó p e v o i y áp úyiaívEiv ópeos oú pavOávopev lorrpiKi< |v.
irpós 8é t o ú t o i s áTOiTOv áv Elvai Bó^eiev, eI xeípcov Tfjs oo-
9Ías oúoa KupicoTépa aúrfjs écrrar t) y áp iroioüoa ápxet
Kal émTáTTEi irepl iKaoTov. irepl 8f| t o ú t c o v Aeicréov vüv
35 pév y á p r|Trópr|Tai irepl o ú t c o v póvov. irpwTOV pév oúv Aé-
1144 o ycopEv ó t i KaO’ aÚTás ávayKalov alpeTás aÚTás elvai, áp rrás
y ’ oúoas éKcrrépav éKcrrépou t o ü popíou, K a l el pfj tto io O c ti
pr|5év pr^SETépa o ú t c o v . ihreiTa Kal iroioüo't pév, oúx cbs f)
laTpiKf) 8é úyíeiav, áAA’ á>s úyíeia, o ú t c o s 0-09(0 EÚSai-
6 povíav pépos y á p oúoa Tfjs óAris ápETfjs t c o ?x£cr® ai "^oiéí
Kal f t c o ÉvepyeTv EÚSaipova. f 2 t i t ó épyov áiroTeAelTai Kará
Tf)v 9póvr|oiv Kal TÍ)v fjOiKfjv ápETi^v f) pév y á p áperf) t ó v
ckoitóv tto ieT óp6óv, f| 8é 9póvr|ois Tá irpós T0ÜT0y. t o ü 8é
TETápTOU popíou Tfjs °&K éOTIV ápETÍ| TOlOÚrq, TOÜ
10 OpEimKoü- oúBév y á p érr’ o ú tco irpárreiv f| pf) irpárrEiv.
irepl 8é tó v pri6év elvai TrpaKTiKeoTépous 8iá t^ v 9póvr}CTlv

1144 a 26* avroG Bywater: cútüv oodd.


99

parten de estas cosas y ellas son su objeto). De modo que no se debe


hacer menos caso de los dichos y opiniones de los experimentados,
ancianos y prudentes, que de las demostraciones, pues la experiencia
les ha dado vista, y por eso ven rectamente.
- Queda dicho, pues, qué es la prudencia y la sabiduría, y cuál es el
objeto de cada una de ellas, y que cada una es la virtud de una parte
distinta del alma.

12

Podría uno preguntarse a propósito de ellas cuál es su utilidad,


puesto que la sabiduría no considera nada de lo que puede hacer feliz
al hombre, y la prudencia, si bien tiene esto, ¿para qué es necesaria? Si
la prudencia tiene por objeto lo que es justo, honroso y bueno para el
hombre, y esto es lo que es propio del hombre bueno hacer, el conocer
estas cosas no nos hará más capaces de practicarlas si las virtudes
son efectivamente disposiciones, lo mismo que tampoco nos sirve de
nada conocer 16 sano y lo saludable en el sentido, no de lo que produce
la salud, sino de lo que es consecuencia de una disposición sana; en
efecto, no somos en modo alguno más capaces de practicarlo por el hecho
de poseer la ciencia médica y la gimnástica. Si por otra parte no debe
decirse que el hombre prudente lo es para eso, sino para llegar a ser
bueno, la prudencia no servirá de nada a los que ya son buenos, pero
tampoco a los que no la tienen. Porque lo mismo dará que la tengan ellos
o que obedezcan a los que la tienen, y seria suficiente para nosotros
que nos comportáramos como cuando se trata de la salud: aunque
queremos estar sanos, no por eso aprendemos la medicina. Además de
esto, podría parecer absurdo que, siendo inferior a la sabiduría, tuviera
primacía sobre ella, porque lo que hace, manda y ordena sobre lo
hecho. „
De estas cuestiones, pues, hemos de hablar. Ahora no hemos hecho
sino proponerlas.
En primer lugar, digamos que estas disposiciones son necesaria- 1144 a
mente elegibles por si mismas por ser cada una de ellas la virtud de
una parte del alma, aun en el caso de que no produzcan nada ninguna
de ellas. En segundo lugar, de hecho producen algo, no como la medi­
cina produce la salud, sino como la produce la salud misma: de igual
modo' produce la sabiduría felicidad; en efecto, como es una parte de
la virtud total, hace feliz al hombre con su posesión y su ejercicio.
Además, el hombre lleva a cabo su obra mediante la prudencia y
la virtud moral, porque la virtud hace recto el fin propuesto y la pru­
dencia los medios que a él conducen. La cuarta parte del alma, la nu­
tritiva, no tiene virtud de esta clase, puea no hay nada que esté en su
poder hacer o no hacer. *
En cuanto a que la prudencia en nada nos capacitará más para la
100

TÓÓV KOAÓÓV Kal SlKCXlCOV, plKpÓV ÓVCoOeV ápKTÉOV, XapóVTOS


ápxf|V toúttiv. cóarrep y áp Kal Tá SÍKaia Aéyopev rrpáT-
TovTás n v a s oúttco SiKaíous elvat, olov toús Tá úrró tcóv vó-
16 pcov TETaypéva rroioüvTas fj áKovTas f| 81’ áyvoiav 81’
§Tepóv t i Kal pf) 81’ aÚ Tá (koitoi TrpárTouat ye á Bel Kal
óou XP^I tó v cmouSaTov), oútcos, cbs íoikev, io n t ó ttcos
iXOVTa TrpáTTÉiv iK aora coar’ elvai áyaOóv, Aéyco 8’ olov
8iá Trpoaípeaiv Kal oútcóv éveKa tcóv ir p a rro pévcov. tÍ)v
20 pév oúv Trpoaípeaiv óp6f)v rroie! f) ápen^, t ó 8’ 6 a a ÉKelvt)S
iveKa rré9UKe irpárreaBai oúk íctti T fjs áperfjs áAA’ ¿Tépas
Buvápecos. Aeicréov 8’ émon^CTaai a ^ é o re p o v irepl oútcóv.
icm Bf| 8úvapis f)v koAoücti 8eivórT)Ta- oútt) 8’ éorl to io ú tt)
cóctte Tá irpós tó v úrroTeOévra ctkottóv auvTelvovTa Súva o dai
26 Taüra irpárreiv Kal Tuyxáveiv aCrroO. áv pév oúv ó ctko-
irós fj KaAós, éiraiverVi éonv, éáv 8é 9<xOAos, rravoupyla* Btó
Kal to ú s 9povípous Beivoús Kal rravoúpyous 9apév elvai.
?o n 8’ f) 9póvr|CTis oúx ^ Búvapis, áAA’ oúk áveu Tfjs Buvá-
pecos Taúrns- ^ B’ ffis tco ó p p a n toútco yíveTai Tfjs y u -
30 xfjs oúk áveu ápeTfjs, &S eIpT)Tal Te Kal Ion BfjAov* ol y áp
ovAAoyicrpol tcóv TrpaKTCÓv ápxf|v §xoVT^5 elmv, érreiBf)
ToióvBe t ó TéAos Kal t ó ápiorov, óriBÍjiroTe 6v (Sarco y áp
Aóyou x&piv t ó tuxóv)* to u to 8’ el pf) tco áyaQco, oú 90!-
veTai* 8iacrrpé9et y á p f) pox&npía Kal 8iavf/eú8ea0ai iroiel
36 irepl Tás irpaKTiKás ápxás. cóare 9<xvepóv ó ti áBúvcrrov
13 9póvipov elvai pf) óvTa áya6óv. ZKenréov 8f) iráAiv Kal
1144 6 irepl ápeTfjs- Kal y á p f) áprrf). irapairAnalcos IxEl <^5 f) 9pó-
VT^ais rrpós Tf)v 8eivÓTr)Ta —oú to ú tó pév, Spoiov Bé —oútco
Kal f) 9 uaiKf) áperf) rrpós *rf)v Kupíav. rraai y áp BoKel ík o -
6 erra t c ó v fjOcóv úirápxeiv 9Úcrei ircos* Kal y áp 8 ÍKaioi Kal
aco9poviKol Kal ávBpeíoi Kal TáAAa ixopev eú0ús ék yeverfjs*
áAA’ ópcos 3T)Toúpev iTEpóv t i t ó Kuplcos áyaOóv Kal T á
ToiaCh-a áAAov Tpóirov úirápxeiv. Kal y áp Traía i Kal 0T|-
plois a l 9uaiKai úrrápxouaiv I£eis, áAA’ áveu voü ^Aa^epal
10 9alvovTai oúaai. irAf|V t o c t o ü t o v ioiKev ópaaQai, 6 n cóoirep
cjcbpan laxupqi áveu óyecos Kivoupévco auppaívei a9áA-

6 10. 9uoi)d)] K b.
100

práctica de lo honroso y de lo justo, tenemos que empezar un poco


más arriba y comenzar por aqui: lo mismo que de algunos que hacen lo
que es justo decimos que no por eso son justos, por ejemplo, de los
que hacen lo que la ley ordena involuntariamente, o por ignorancia, o
por alguna otra causa, y no por eso mismo (aunque hacen lo que se debe
hacer y lo que haria el hombre bueno), así también es posible, al pare­
cer, hacer todas las cosas en virtud de una disposición tal que se sea
bueno, quiero decir, por ejemplo, por elección y por causa de lo que se
hace. Pues bien, la virtud hace recta la elección, pero el hacer todo lo
que hay que hacer para llevarla a cabo, ya no es propio de la virtud,
sino de otra facultad. Debemos reflexionar sobre esto y hablar de ello
con más claridad. H ay una aptitud llamada destreza, y ésta es de tal
índole que hace posible realizar los actos enderezados al blanco pro­
puesto y alcanzarlo; si el blanco es bueno, la aptitud es laudable; si
es malo, es mera habilidad; por eso también de los prudentes decimos
que son diestros, y habilidosos. La prudencia no es esa aptitud, pero
no existe sin esa aptitud. Y la recta conformación de este ojo del alma
no se produce sin virtud, como hemos dicho y es evidente, ya que
los razonamientos de orden práctico tienen un principio, por ejemplo,
«puesto que el fin es éste», o «puesto que lo mejor es esto», sea cual fuere
(supongamos uno cualquiera, para los efectos del argumento), y este
fin no aparece claro sino al bueno, porque la maldad nos pervierte y
hace que nos engañemos en cuanto a los principios de la acción. De
modo que evidentemente es imposible ser prudente no siendo bueno.

13

Por tanto, tenemos que volver a considerar también la virtud; en 1144 b


efecto, también en la virtud existe una relación parecida a la que se
da entre la prudencia y la destreza (que no Bon idénticas, Bino seme­
jantes), entre la natural y la virtud por excelencia. Todos piensan que
cada uno tiene su carácter en cierto modo por naturaleza, y, efectiva­
mente, somos justos, moderados, valientes y todo lo demás desde que
nacemos; pero no obstante buscamos algo distinto de esto como bon­
dad suprema, y poseer esas disposiciones de otra manera. También
los niños y los animales tienen esas disposiciones naturales, pero sin la
razón son evidentemente dañinas. Esto, sin embargo, parece verse
claro: que lo mismo que un cuerpo fuerte moviéndose a ciegas puede
101

Aeo6ai íaxupcos 5iá t ó pí) ix eiv o ú t c o K a l évraüOa'


éáv 8é Aápi^ voüv, év t c o TrpdrrrEiv Sunpéper f| 8 ’ i£is ópoía
oúaa t ó t ’ tforai KUpícos ápETf|. wcrre KaQárrep éTrl t o ü So­
is ^ a o T iT o O 8úo éorlv eT6t), Seivórns Kal 9póvr|ais, o ú t c o Kal
érrl t o u t |0 i k o ü 8úo éaTÍ, t ó pév ápeTT) 9U o iK f) t ó 8’ f) k u -
pía, Kal t o ú t c o v f) Kupia oú yíveTai áveu 9povt|aecos. Sióirep
Tivés 9aqt Trácas Tas ápeTás 9povt|CJEis elvai, Kal XcoKpánis
TT¡ pév ÓpOcSs é jlÍT E l TT¡ 8’ r)pápTOCVEV OTI pév y á p 9pOV1I|-
20 c te ij ¿ ó e to elvai -mieras Tas áperás, fipápTavev, ó t i 8’ o ú k
(Sveu 9povricrEcos, KaAcós iAEyev. c tt)p e ío v 8é* Kal y á p vúv
irávTES, órav ópíjcovrai t í j v ápen^v, TrpocmOéaai, t i\v ifiv
ehróvTEs Kal Trpós á éori, t^ v Kará t ó v ópOóv Aóyov óp0ós
8’ ó Kará t^ v 9póvTiaiv. éoÍKaai pavTEÚEodaí ttc o s árrav-
25 TES ÓTI T) TOiaÚTTl E^IS ápETT| éOTlV, f) KOná TT}V 9pÓVT|CTlV.
8 e I 8é piKpóv pETafUfjvai. écrri y á p oú póvov f| Kcrrá t ó v
óp6óv Aóyov, áAA’ f| peTá t o ü ópéoü Aóyou l^is ápení é o n v
ópOós 8é Aóyos TTEpl tc o v t o i o ú t c o v 9póvr|<7Ís éonv. Zco-
Kpárns pév oúv Aóyous Tás áperás c o e to elvoti (é m o n í|pas
30 y á p Elvai iráaas), f]peís 8é petó c Aóyou. 8f¡Aov oúv éK tc o v
elp^pávcov ó t i oúx ° ^ v t® áyaOóv elvai Kupicos áveu 9povií|-
aecos, oú8é 9póvipov áveu ttís r|0iKÍjs áperfís. áAAá Kal ó
Aóyos t o ú t t ) A ú o i t ’ áv, c¡j SiaAexQeÍT] t i s áv ó t i xw pljovrai
áAAiíAcov al ápETal* oú y á p ó o ú t ó s eÚ9 UÉototos irpós ónrá-
36 aas; cócrre t^v pév -P|6r| n^v 8’ o ú tt c o ElAr|q>d>s iorai* t o ü t o
y á p Kcrrá pév Tás 9u<TiKás ápeTás évSéxETai, ko6’ &s 8e
1146 o árrAcos AéyETai áyaOós, o ú k évSéxeTar á p a y á p t t ¡ 9povií|-
ctei piqc ÚTrapxoÚCTi^ Traaai úrráp^ouaiv. BfjAov 8é, kóv eI pf)
TrpaKTiKÍ) fjv, Ó t i 28ei áv aírrfís 8iá t ó t o ü popíou ápen^v
Elvai, Kal ó n o ú k éorai f) Trpoaipeais óp0f| óveu 9poW|aecos
6 0Ú8’ ávE U áperfís* f| pév y áp t ó réAos fí 8é Tá irpós t ó ré -
Aos tt o ie ! irpáTTEiv. áAAá pf|v oú8é Kupía y ’ écrrl ttís cto-
9 la s oú8é t o u ( íe A tío v o s popíou, cócrrrEp oú8é t í í s úyiEÍas
IcrrpiKiV oú y á p XPfiTOtl ®ÚTti, áAA’ ópg ó ttc o s yévriTar
éKEÍVT]S oúv §VEKa éTTlTáTTei, áAA* OÚK éKEÍVIJ. 6 t i ópoiov Káv
10 e! t i s tíjv TroAinKÍ)v 9aíri ápxeiv t c o v 6ecov, ó ti érnTáTTEi
irepl irávTa Tá év Tijj ttóAei.

1145 a 20. toO «dd. Bywater. || 24. (h)p«ú4ía Lb I \ || 20. ot add. Bywater.
101

dar un violento resbalón por no tener vista, asi puede ocurrir tam ­
bién en este caso; pero' una vez que el hombre alcanza la razón, su ac­
tuación es distinta, y, siendo.semejante su disposición, será, sin em­
bargo, entonces la virtud por excelencia. De modo que así como en la
parte del alma que razona a base de opiniones hay dos formas, la des­
treza y la prudencia, en la parte moral hay otras dos: la virtud natu­
ral y la virtud por excelencia, y de éstas la virtud por excelencia no
ne da sin prudencia. Por eso afirman algunos que todas las virtudes son
especies de la prudencia, y Sócrates, en parte, discurría bien y en parte
se equivocaba: al pensar que todas las virtudes son formas de la pru­
dencia se equivocaba, pero tenía razón al decir que no se dan sin la
prudencia. Señal de ello es que aun ahora todos, al definir la virtud,
después de indicar la disposición que le es propia y su objeto, añaden
«3egún la recta razón», y es recta la que se conforma a la prudencia.
Parece, por tanto, que todos adivinan de algún modo que es esta clase
de disposición la que es virtud, a saber, la que es conforme a la pru­
dencia. Pero hemos de ir un poco más lejos: la que es virtud no es mera­
mente la disposición conforme a la recta razón, sino la que va acompa­
ñada de la recta razón, y la recta razón, tratándose de estas cosas es la
prudencia. Sócrates pensaba, efectivamente, que las virtudes eran
razones (pues todas consistían para él en conocimiento); nosotros pen­
samos que van acompañadas de razón.
Resulta claro, por tanto, de lo que hemos dicho, que no es posible
ser bueno en sentido estricto sin prudencia, ni prudente sin la virtud
moral. De esta manera se desharía también el argumento dialéctico
según el cual las virtudes se dan independientemente unas de otras,
porque una misma persona no está bien dotada por la naturaleza para
todas, de suerte que una la habrá adquirido ya, y otra todavía no. Esto,
en efecto, es posible tratándose de las virtudes naturales, pero no res­
pecto de aquéllas por las que un hombre es llamado bueno en sen­ 1145 a
tido absoluto, porque con sólo poseer la prudencia las tendrá todas.
Y es claro que, aunque no fuera práctica, sería necesaria, porque es la
virtud de esta parte del alma, y porque la elección no puede ser recta
sin prudencia ni sin virtud, ya que la una determina el fin y la otra hace
realizar las acciones que conducen al fin. /
Pero no tiene supremacía sobre la sabiduría ni sobre la parte mejor,
como tampoco la tiene la medicina sobre la salud; en efecto, no se
sirve de ella, sino que ve el modo de producirla. D a‘órdenes, por tanto,
por causa de aquélla, pero no a aquélla. Seria también lo mismo que
decir que la política manda en los dioses porque da órdenes sobre todo
o de la citfdad.
H.

15 Mera 8é TaÜTa Aektéov, ¿tAA-r^v 7roir|crapévous ápxiív, ó ti


tcóv irepl t á fj0T| 9euktcov Tpfa éorlv eTSrj, kokío dncpaola
0T)piÓTT)s. tóc 6’ évocvTÍa to Is pév 8ual SfjAa* t ó pév y áp
ápen“]v t ó 8’ éyKpáTEiav KaAoüpEV irpós 8é tÍ)v 0TipiÓTT|Ta
páAior’ &v áp p ó rro i Aéyeiv rf)v úirép f)pas ápen'iv, fjpcoiKi^v
20 tivcc Kal 0EÍav, dxrjrep "Opripos irepl (to u ) 'Eicropos ireiroÍTi-
ke Aéyovra tó v FTpíapov ó ti o^óSpa fjv áyaOós, «oúSé écókei
<5cv8p¿s yE 0vt|toü iráis IppEvai áAAá 0eoIo.» cóctt’ eI, Ka-
OáiTEp 9aaív, é£ áv Q p có irco v yívovTai 0eoI 6i’ ápETfjs úrrep(3o-
Ai*|v, Toiocúrri tis &v eTti 8fjAov ó ti f| rf] 0T)picóS£i ávriTlÜE-
25 pévr) i£is* Kal yájD coorrep oúSé 0T)píou éorl k o k í o oú8’ ápg-
n'i, oútcos oú8é 6eou, áAA’ f| pév Tiptampov ápETfjs, t“| 8’
§TEpóv t i yévos K O K las. é ire l Sé oirávióv Kal t ó 0eTov ¿xvSpa
eIvoi, KaOárrep ol AáKcoves elcóOaoi irpoaayopeúeiv, (o í) ótov
áy ao 0 cóat a 9 Ó5pa to u , aelos ávi'ip 9aotv, oútco Kal ó 0T|-
30 picbSris év to ís áv0pcóirois orrávios’ páAtOTa 8’ év toTs |3ap-
pápois éorlv, ylvETai 8’ 6vta Kal 8iá vóoous Kal irnpcíxTEis’
Kal to ú s Siá k o k I o v 8é t c ó v áv0pcómov úireppáAAovras oú­
tcos éiri8uCT9T|poüpev. áAAá irepl pév Tf]S BioOéctecos Tfjs
TOiaÚTTlS ÚOTEpOV TT0lT|Té0V T ivá PVéIcXV, ITEpl Sé KOKlas EÍpT]-
35 Tai TrpÓTEpov irepl Sé áKpaoías Kal paAaKÍas Kal Tpu9fjs
Aektéov, Kal irepl éyKpcmias Kal KaprEplas- oúte y á p d>s
1145 6 TTEpl TCÓV OÚTGÓV I^ECOV TÍj¡ ápETfl K al TÍ] pOX0T|pl<? éKOTépOV
aúrcov úrróATiTtréov, oú0* cbs &TEpov yévos. Bel 8’, úarrep
érrl t ó ó v áAAcov, Ti0évras T á 9aivópEva Kal irpó&Tbv Siorrro-
pi'iaavTas oútco Seikvúvoi páA iora pév Trávra Tá IvSo^a irepl
5 to u t o Tá Trá0ri, eI Sé pi^, TáirA Elora Kal KupiGbTcmr éáv
y á p Aúr|Ta( te Tá Buoxepfj Kal KaTaAetirr|Tai Tá 6v8o^a, 8e-
SEiypévov áv eTt| Ikovcos.
L IB R O V II

Después de esto, y partiendo de un nuevo comienzo, hemos de


decir que hay tres clases de condiciones morales que se deben rehuir: el
vicio, la incontinencia y la brutalidad. Los contrarios de dos de ellas
eon evidentes: al uno, lo llamamos virtud y, al otro, continencia; a la
brutalidad lo que mejor vendría oponerle es la virtud sobrehumana,
una clase de virtud heroica y divina, como Homero nos presenta a
Friamo diciendo de Héctor que era extraordinariamente bueno «y no
parecía hijo de un hombre mortal, sino de un dios». (1) De modo que
si, como dicen, los hombres llegan a ser dioses mediante una sobreabun­
dancia de virtud, es claro que una disposición de esta naturaleza se
opondría a la .brutal; en efecto, lo mismo que ni el vicio ni la virtud
son propros del animal, tampoco lo son de un dios, sino que es propio
de éste algo más valioso que la virtud, y de aquél otro género distinto
de vicio.
Lo mismo que es raro que un hombre sea divino— como acostum­
bran decir los laconios', que cuando admiran grandemente a alguien lo
llaman hombre divino— , así también es raro entre los hombres el
brutal; se da sobre todo entre los bárbaros y en algunos casos aparece
también como consecuencia de enfermedades y mutilaciones. Tam­
bién damos este nombre denigrante a los que por su maldad exceden
los límites de lo humano. De esta condición, sin embargo, haremos
alguna mención más adelante, y del vicio ya hemos hablado antes;
en cambio, tenemos que hablar de la incontinencia, de la blandura y la
molicie, asi como de la continencia y resistencia, pues ni hemos de
suponer que se trata en una y otra de las mismas disposiciones que la 1146 k
virtud y la maldad, ni que son de género distinto. Como en los demás
casos, deberemos establecer los hechos observados y resolver primera­
mente las dificultades que ofrezcan, para probar después, si es posible,
tedas las opiniones generalmente admitidas sobre estas afecciones, y
si no, la mayoría de ellas y las principales, pues si se resuelven las difi­
cultades y quedan en pie las opiniones generalmente admitidas, la
demostración será suficiente.

(1) lliada, XXIV, 268.


103

AoKEÍ 8 t) f | TE ÉyKpÓtTEia Kai KOCpTEpíOC TCOV airouSaícov


Kal [ tc o v ] ÉrraivETCov elvai, f) 6 ’ áxpacría t e Kal paAaKÍa t c o v
10 cpaúAcov Kal v ^ e k tc o v , Kal ó o c ú tó s éyKparris Kal éppEVETiKÓs
t c o Aoyiapco, Kal áK parfis Kal é k o t o t i k ó s t o O AoyiapoO .
Kal ó pév áKpaTfis EÍScbs ó t i cpocOAa TrpÓTTEi S iá iráQos, ó 8 ’
éyKpcrrf|s eiScos ó t i <paüAai a l ¿TriOupíai o ú k ótKoAoudel S iá
t ó v Aóyov. Kal t ó v acócppova pév éyKparfí Kal KapTepiKÓv,
16 t ó v 8 é t o i o u t o v o í p ev TrávTa acótppova o í 8 ’ oú, Kal t ó v
áKÓAaaTov cStKpaTfj Kal t ó v áK parfj áKÓAaarov auyKEXupé-
vcos, o í 8 ’ ÉTÉpbus Elvaí q x x aiv . t ó v 8 é 9 póvipov ó ré pév oú
cpaaiv év8 éx£CT0a i EÍvai áKpcrrfí, ó t é 8 ’ évíous (ppovípous óv-
Tag Kal S e iv o ú s áKpaTEls elvai. é t i á K p a T e is ÁéyovTai Kal
20 QupoO Kal t i h t ) S Kal Kép8 o vs. T á pév oúv AEyópava t o O t ’
éarív.
2 ’ A T ro p riC T E iE 8 ’ á v t i s t t c o s úiroAanfSávcov ópQcos ¿ K p a -
TEÚrral t i s . ém o T áiiev o v név o úv o ú 9 a a í t i v e s o ló v t e EÍvar
8 e iv ó v y á p érncrrri ^ s évoúaris, cbs ¿o e t o ZcoK párris, á A A o
25 TI KpOTEÍV K al TTEpiéAKElV aÚTÍjV «CTTTEp áv8páTTo8oV. ZcO-
K párr|s pév y á p óAcos épiáxETO T rp ó s.tó v A ó y o v cbs o ú k o ú -
o t|s áK paaías* oúOéva y á p úiroAa|j| 3ávovTCf irpáTTEiv ir a p á
t ó P é A tio to v , á A A á 8 i’ á y v o ia v . o ú t o s pév o úv ó A ó y o s
á p 9 iapr)T£Í t o í s 9 aivojJiávois évap yco s, K al 8 éov jrjTEÍv irEpl
30 t ó ttócQos, eI 8 i ’ á y v o ia v , t í s ó T p ó iro s yívETai T f j s á y v o ía s .

ó t i y á p o ú k oÍETat yE ó áKpocTEi/óuevos irp lv év t c o ttccOei y e -


v é a 6 a i, 9avEpóv. eta l 8 é tiv e s o í T á név a u y x c o p o ü a i r á 8 ’
o ú 1 t ó nÉv y á p É m o n ^ iiT is HT]dév elva i k p e ítto v ó n o A o y o ü -
c t iv , t ó 8 é |iri0 éva irp á rrE iv ir a p á t ó Só^av (3 éA tio v o ú x Ó|í o -

36 Aoyoücnv, Kal 8 i á t o ü t o t ó v áKpcrrf) cpaalv o ú k éiriaTripirjv


?X o v ra KpdtTEicrOai ú iró t c o v f| 8 ovcov á A A á Só^av. á A A á ufiv
eíye 8 ó£a Kal |ít) é-mon^iiT], pir|8 ’ la x ^ p á ú iró A riyiS 1*1 á v n -
1146o TEÍvouca á A A ’ f)pEnaía, KaSáirep év t o í s S io r á jo u c n , a u y -
yvcó(jir| t c o |if) névEiv év aÚ Taís irp ó s éiri 9 u |jías lax^ p ás*. t t ¡
8 é n o x ^ p í g o ú av/yyvcópiri, oúSé t c o v áAAcov oúSevI tc o v
vfiEKTñv. 9 povT|aEcos á p a á v riT E iv o ú o ris; aÚTr| y á p l a x u -
6 pÓTcrrov. á A A ’ á T O iro v i a r a i y á p ó o ú t ó s á n a 9 p ó vip o s
K al á K p a r f i s , 9 T)aEiE 8 ’ o ú 8 ’ á v e í s 9 povlpiou e I v o i t ó irp á T -

1140 a 22. t)jeu8¿tievoc seclus. Coraes.


103

Pues bien, suele admitirse que la continencia y la resistencia son


buenas y laudables, y la incontinencia y blandura malas y censurables,
y que una misma persona es a la vez continente y consecuente con su
razón, o, por el contrario, es incontinente y no se atiene a su razón.
Y que el incontinente sabe que obra mal movido por la pasión, y el
continente, sabiendo que las pasiones son malas, no las sigue y se deja
guiar por la razón. Asimismo, que el hombre moderado es continente
y resistente; pero del continente, unos piensan que siempre es mode­
rado y otros que no, y del incontinente unos dicen que es a la vez desen­
frenado, y otros que incontinente y desenfrenado son cosas distintas.
En cuanto al hombre prudente, unas veces se dice que es imposible
que sea incontinente, y otras que hay quienes, siendo prudentes y
hábiles, son incontinentes. Además, se llama a los hombres inconti­
nentes respecto de la ira, el honor y la ganancia. Esto es, pues, lo que
suele decirse.

Se podria preguntar cómo es posible que un hombre que juzgue rec­


tamente se porte con incontinencia. Algunos dicen que esto es imposi­
ble si se tiene conocimiento: seria absurdo, pensaba Sócrates (2), que
existiendo el conocimiento, alguna otra cosa lo dominara y arrastrara
de acá para allá como a un esclavo. Sócrates (3), en efecto, se oponía
absolutamente a esta idea, sosteniendo que no hay incontinencia, por­
que nadie obra contra lo mejor a sabiendas, sino por ignorancia. Ahora
bien, esta manera de razonar está en desacuerdo con lo que vemos cla­
ramente, y es preciso investigar acerca de esta afección, bí se debida
a la ignorancia, de qué clase de ignorancia se trata. Porque es evidente
que el que se conduce con incontinencia, antes de ser dominado por la
pasión, no cree que debe hacerlo. H ay quienes en parte están de acuerdo
con esa tesis y en parte no: conceden que nada tiene más fuerza que el
conocimiento; pero no conceden que ninguno obre contra lo que le
parece mejor, y por esta razón dicen que el incontinente, cuando es
dominado por el placer, no tiene conocimiento, sino sólo opinión. Pero
si es opinión y no conocimiento, y no es fuerte la convicción que se
opone a la pasión, sino floja, como en los que dudan, tendríamos indul­ 1146 a
gencia con el que no se atiene a ella enfrentado con deseos violentos, y
para la maldad no tenemos indulgencia, ni para ninguna otra cosa
censurable. ¿Es entonces la prudencia la que se opone sin éxito a la
pasión? La prudencia, en efecto, tiene mucha fuerza. Pero eso seria
absurdo, porque la misma, persona sería entonces prudente e inconti­
nente, y nadie se atrevería a decir que es propio del hombre prudente

(2) Cf. Platón: Protdgorat, 362 b.


(3) Cf. Jenofonte: Memorable*, III, 9, 4.
104

t e i v ÉKÓVTa T á 9auA órara. irpós Sé t o ú t ó i s SÉSeiKrai irpó-


-repov ó t i TrponcTiKÓs ye ó 9póvipos ( t c ó v y áp éaxárcov n $ )
xal T á s fiAAas ix cov ApeTás. e n eí pév év t c o érriQupías
io Ixeiv laxupás J<al «paOAas ó ÉyKpcrrris, oúk lo ra i ó acócppcov
é y K p a T f is oúS’ ó éyKpcrrfis ac¿9pcov o ú t e y áp t ó áryav crcb-
<ppovos o ú t e t ó 9aú?¿as 2xelv- áAAá pfjv 8eT ye* eI pév y áp
XpTioral al érnOupíai, 90CÚAT1 f) KcoAúouaa ?£is pf) AkoAou-
0 e ív , <£06’ f) ÉyKpáTEia oú T r a a a cnrouSaía- eI 5’ áaOevEls Kal
15 jiíj 9aOAai, oú6év aepivóv, oúS’ eI cpaüAai Kal ácr0EVEís, oúSév
péya. Iti eI T rá a i^ 8 ó ^ é p p e v e t ik k ó v ttoie! f) ÉyKpáTEia,
<paúAr), olov eI Kal ttí ^euSei* Kal eI -rráoris Só£ns f) áKpaaía
éKOTOTtKÓv, icrrai t i s arrovSaía áKpaala, olov ó ¿090-
KAéous NeotttóAemos év t c o O iA o k tt'iti^ * érraiv e t o s y á p o ú k
20 éppévcov oís lrrEÍa0T| ú t t ó to u ’OSuctctécús Siá TÓ AU7TEÍCT0ai
yEuSópEVos- eti ó CT0910HKÓS Aóyos [4;eu8ópevos] árropía-
Siá y áp t ó irapáSo^a’poúA£CT0ai éAéyxEiv, iva SeivoI dxriv
ótov émTÚxcoCTiv, ó yEvópEvos auAAoyiapós Arropía yívETar
SéSErai y áp r) Siávoia, ótov pévEiv pf| poúArjTai Siá t ó pf)
25 ápéoKEiv t ó CTUpTTEpavOév, irpoiévai Sé pf| Súvt|Tai Siá t ó Au-
aai jií) ?xElv tó v Aóyov. auppaívEi 61^ ?k tivos Aóyou f|
á9poaúvTi uet’ áKpaaías ApEnV TAvavTÍa y áp irpárrEi c5v
úrroAauPávEi Siá Tf]v áKpaalav, úrroAan^ávEi Sé TáyaOá
Kaxá eIvoi Kal oú SeIv rrpáTTEiv, cóctte TáyaOá Kal oú Tá
30 KaKá irpá^Ei. 2n ó t c 5 iTETrEíoOai TrpáTrcov Kal Sicúkcov Tá
fjSéa Kal TrpoaipoúpiEvos PeAtícov ctv Só^eiev to u pf| Siá Ao-
yiapóv áAAá 61’ áKpaaíav* EÚiaTÓTEpos y áp Siá t ó petottei-
aOfivai áv. ó 5’ áKpaTÍis ivoxos t t ¡ irapoipíqc év f) 9apév
«ótov t ó úScop TTVÍyi^, t í Seí ÉTriTrívEiv;» eI pév y á p éiré-
1146 b t t e i o t o & irpárTEi, pETcnrEiaflEls a v érrctúaoTO* vüv Sé (á A A a )
TrETTEiapévos oúSév fjTrov [áA A a] irp á rre i. írri eí Trepl rráv-
Ta áKpao-ía éorl Kal éyKpáTEia, tís ó áTrAcos áK pan'is; oú-
6eIs y áp á rrá c a s ?XEl TAs áKpaaías, 9 apév 8’ Elvaí Tivas
5 árrAcós.
Al pév oú árropíai TOiaÜTaí tives crupfkxívouaiv, toútcov
Sé Tá pév óveAeív Se! Tá Sé KaTaAnreTy f| yáp Aúcns tt¡s

6 16. £>; Bywater: nüi; oodd. || 34. toü fj(0VTa xal Oeupoüvra fleolus.
Bywater.
104

realizar voluntariamente las acciones más viles. Pero, además, 7a hemos


demostrado antes que el hombre prudente está capacitado para la acción
(porque la prudencia se aplica a lo concreto) 7 posee, además, las otras
virtudes.
Además, si el ser continente implica tener pasiones fuertes 7 bajas,
el hombre moderado no será continente, ni el continente moderado,
porque no es propio del hombre moderado tenerlas excesivas, ni viles.
Pero el continente tiene que tener pasiones de esa clase; porque si las
pasiones fueran buenas, Bería mala la disposición que impidiera se­
guirlas, de modo que la continencia no siempre seria buena; 7 si fueran
débiles 7 no bajas, no habria nada magnifico en resistirlos, ni nada
grande si fueran bajas, pero débiles.
. Además, si la continencia hace al hombre atenerse a todas sus opi­
niones, puede ser mala, por ejemplo, si le hace atenerse incluso a la
opinión falsa; 7 bí la incontinencia hace que no se atenga a ninguna opi­
nión, habrá una incontinencia buena, como la del Neoptólemo de Só­
focles en el Filoctetes, que merece alabanzas por no atenerse a los con­
sejos de UliseB porque le desagradaba mentir.
Además, el razonamiento sofístico ofrece una dificultad; en efecto,
por querer refutar las paradojas que implica la tesis del adversario 7
ser tenidoB por hábiles cuando se consigue, el razonamiznto resultante
se convierte en un callejón sin salida; en efecto, el pensamiento queda
maniatado cuando no quiere acceder porque no le agrada la conclusión
7 no puede avanzar porque es incapaz de deshacer el argumento. Así
resulta de cierto razonamiento que la insensatez acompañada de incon­
tinencia es una virtud; en efecto, el hombre hace lo contrario de lo que
juzga bueno debido a su incontinencia; pero juzga que lo bueno es
malo 7 no se debe hacer, de suerte que hará lo bueno 7 no lo malo.
Además, el que actúa por convicción v persigue el placer delibera­
damente podría parecer mejor que el que lo hace no por razonamiento,
sino por incontinencia; en efecto, seria más fácil de corregir porque po­
dría persuadírsele en el otro sentido. Pero al incontinente parece apli­
cársele el refrán en que decimos «cuando el agua nos atraganta, ¿con qué
nos desatragantaremos?*. Porque si hiciera por convicción lo que hace, 1140 6
al ser convencido de lo contrario, dejaría de hacerlo; pero el hecho es
que, convencido de otra cosa, no deja por eso de haoer lo que hace.
Además, si la incontinencia 7 la continencia se aplican a todo,
¿quién es incontinente absolutamente hablando? Porque nadie tiene
todas las formas de incontinencia, pero de algunos decimos sin más que
son incontinentes.
Tales son, pues, las dificultades que se presentan; de ellas tenemos
que refutar unas 7 dejar en pie otras, porque la solución de una difi­
cultad es el hallazgo de la verdad.
105

3 Arropías eúpeaís éoriv. TTpaÍTOV pév oúv aKenTéov irórEpov


e I S ó t e s fj oú, x a l t t c o s elBóres’ e I t o Trepl iro ía t ó v áK parfj
10 Kal t ó v éyKpcnf¡ Orréov, Xéyco Bé irÓTepov irepl ira o a v f|8o-
vf)v Kal Aúrrriv f| irepí Tivas á<pcopi<jpévas, Kal t ó v éyKpcrrf¡
Kal TÓV KapTEpiKÓV, TTÓTEpOV Ó OÚTÓS IrepÓS éOTIV' ÓpOÍCOS
8é K a l iTEpl t c o v áXXcov ó a a o v y y e v fj Tfjs Oecopías é o r l t o ú -
ttis- & j t i 8’ ápx^l Tfjs CTKéyecos, rrÓTEpov ó éyKparf|s Kal ó
15 áK pan'is eIcti t c o irepl á f) t c o ais ?XOVT£S t ^ 6ia<pop<ítv, Xéyco
Sé rrÓTEpov t c o trepl t o 8 1 elvai póvov áKparí|s Ó ¿KpaT^S. í|
ou áX Xá t c o cbs, oú áXX’ é§ átpitpoív é t t e i t ’ el irepl ir á v r ’
éo rlv áK p aaía Kal éyK páreia f) oú. oúre y á p irepl arrean-’
éo rlv ó áirXcós áK parris, áXXá irepl éarep ó áKÓAaoros, oÚTe
20 t c o irpós T a Ü T a áirXóós ?X£lv ( t o ú t ó v y á p á v fjv t t ¡ áKoXá-
críqc), áXXá t c o cbSl ?XElv- ó pév y á p fiiyeTai rrpoatpoúpevos,
vopíjcov áel Selv t ó irapóv i’iS ú B ic ó k e iv ó 6 ’ o ú k oíeTai pév,
SicÓKei 6 é . TTepl pév oúv t o ü B ó ^ a v áXr)6f¡ áXXá p f | é r n a r r | -
pT)v elvai ira p ’ f |v áKpareúovTat, oúSév S t a 9 épei irpós t ó v Xó-
25 yov- éviot y á p t c o v S o ^ ó v t c o v oú S iorá^ ou aiv, áXX’ oíov-
Tai áKpipcos etSévai. el oúv S iá t ó fipépa m cm ú eiv ol 8o-
^ ájovres paXXov t c o v éirtorapévcov ira p á t Í ) v ú tt ó X ti^ /iv rrpá-
5 o u c tiv , oú 0 év Stoíaei é in o iif|pr| Bó§t|S‘ Iviot y á p iriorEÚou-
a iv oúSév f)TTOv o ís S o ^ ájo u aiv f\ &repoi o ís é ir ío r a v r a r
30 BtiXoT 8’ ‘ HpáKXeiTos. áXX’ éirel B ix « S Xéyopev t ó éirí-
o r a o 6 a i (Kal y á p ó ?xcov oú xpcopevos Sé t t ¡ érrian'ipi]
Kal ó x p & M e v o s X éyerai éiTÍOTaffOai), Sioíaei t ó ?xovT a ^
p fl OecopoúvTa Sé Kal t ó 0ecopoüvTa & pf| BeT irpórrreiv [ t o u
f x o v r a Kal ©ecopoüvTa]- t o ü t o y á p BokcT Beivóv, áXX’ o ú k
35 el pf) Oecopcov. ?ti éirel 8úo Tpóiroi t c o v rrpOTáaecov, ? x ov"
1147 a Ta pév áp90Tépas oúBév KcoXúei irp á rre iv ira p á Tf|v érrian*!-
priv, x P ^ ^ o v pévroi Trj k o O ó X o u áX X á pf| t ?¡ K ará liépos*
irp aicrá y á p Tá ko6’ iK a o ra . Sta9épei Sé Kal tó k o Q ó X o u -
tó pév y á p é9’ éauTOÜ tó B’ éirl t o ü irpáypaTÓs éonv- olov
5 fin tto v tI ávOpúirco aup9épei Tá fnpá, Kal ó ti c x ú tó s ávOpco-
iros, fin £npóv tó TOióvBe-áXX’ el TÓSe Toióv8e, f| o ú k
8X6» oúk évepyel* Kcrrá te Sí) t o ú t o u s Bioíaei t o ú s Tpóirous
ápi'ixotvov óaov, cóore SokeTv oútco pév etSévai pt|Bév Ato -

1147 b 35. vix&v Kb: vcVtxrjx&t vulg.


105

E n primer lugar, pues, hemos de considerar si los incontinentes


obran con conocimiento o no, 7 en qué sentido obran con conocimiento;
después, a qué hemos de juzgar que se refieren la incontinencia 7 la
continencia, es decir, si hemos de juzgar que Be refieren a todos los pla­
ceres 7 dolores, o a algunos determinados, 7 si el continente 7 el sufrido
son uno mismo o distintos, así como las demás cuestiomes emparen­
tadas con esta investigación. Y hemos de empezar nuestra considera­
ción preguntándonos si el continente 7 el incontinente lo son por aquello
a que se refieren o por el modo de conducirse frente a ello, es decir, si
es únicamente por referirse a tales cosas por lo que el incontinente es
incontinente, o no es por eso, sino por el modo, o tampoco sólo por esto,
sino por ambas cosas. Después hemos de preguntamos si'la incontinen­
cia 7 la continencia se refieren a todo o no. Porque ni aun el inconti­
nente absolutamente hablando lo es respecto de todo, sino respecto de
aquello precisamente que hace que el desenfrenado lo sea; ni lo es tam­
poco por referirse sin más a eso (7a que entonces la incontinencia se
confundiría con el desenfreno), sino por referirse a ello de cierta ma­
nera. Porque el uno obra deliberadamente, cre7endo que siempre se
debe perseguir el placer presente; el otro, no lo cree, pero lo persigue.
En cuanto a que es una opinión verdadera 7 no un conocimiento lo
que contrarían al conducirse incontinentemente, no hace diferencia
alguna para nuestro argumento; en efecto, algunos de los que bóIo
tienen opiniones, no por eso dudan, sino que creen saber rigurosamente.
Por tanto, si es por darles poco crédito por lo que los que tienen opinio­
nes obran más contra su modo de pensar que los que tienen un conoci­
miento, el conocimiento no se distinguirá en nada de la opinión, por­
que algunos dan tanta fe a lo que opinan como otros a lo que saben; así
lo pone de manifiesto Heráclito. Pero, puesto que empleamos la pala­
bra «saber» en dos sentidos (en efecto, tanto del que tiene el conocimiento
pero no lo usa, como del que lo usa, se dice que saben), habrá nna dife­
rencia entre hacer lo que no se debe pose7endo el conocimiento, pero
sin tenerlo en cuenta, 7 teniéndolo en cuenta; esto último parece ex­
traño, pero no el obrar mal sin tener en cuenta el conocimiento.
Además, puesto que luiy dos clases de. premisas, nada impide que 1147 „
uno obre contra su conocimiento teniéndolas las dos, pero sirviéndose
sólo de la universal, 7 no de la particular, porque lo que se refiere a la
acción es lo particular. También ha7 dos clases de término universal:
uno, se refiere al sujeto; otro, al objeto; por ejemplo, «a todo hombre le
convienen los alimentos secos», «70 S07 un hombre», o bien «tal alimento
es seco»; pero que este alimento es seco, o no se sabe, o no se pone en
ejercicio ese conocimiento. Todas estas maneras harán una diferencia
106

irov, áAAcos Sé Qaupaoróv. Iti t ó ?XElv t V éirtan'ipTiv áA-


10 Aov TpÓTrov tcóv vüv f!>T]0évTcov CnrápxEi to ís ávQpcóiroiS' Iv
tco y á p ?xElv ^ M^l XPfl0^01 Sé 8ia9épouCTcrv ópcópev tíjv
ifiv, coore Kal ?x£lv 7r£°S Kal pf) ?XEIV» ° l° v T¿v KaOeúSovra
Kal paivópevov xal olvcopévov. AAAá pfjv oútco StcrríSev-
Tai ot ye év toTs iráGeorv óvres’ Qupol y á p Kal émQupíai
15 á<ppo8iCTÍcov Kal évia t¿ov toioútcov émSi'iAcos Kal t ó acó na
peOioraaiv, évlois 8é Kal pavías iroioucriv. BfjAov oúv ó ti
¿poicos ?xeiv Asktéov to ú s áKpcrreTs to ú to is. t ó Bé Aéyeiv
to ú s Aóyous to ú s áiró tíís éin cnYipTis oúBév orípeíov Kal
y á p ol év toTs TráSeai to ú to is óirres áiroSeí^eis Kal §ttt| Aé-
20 yovaiv ’EpireBoKAéovs, Kal ol irpcÓTOV paQóvTes auveípoucn
pév to ú s Aóyovs, la a a i 8’ oúttco- Bel y á p cruuupufjvai, to ü to
8é xpóvou BeíTar cócrre KaOárrep to ú s úrroKpivopévous, oú­
tcos ÚTroATiTTTéov Aéyeiv Kal to ú s áKpcrreuopévous- é n Kal
<£Be 9uaiKcós áv ti s éinpAévf/eie Tfjv al-ríav. ^ pév y á p Ka-
25 0óAov Só£a, f| 8’ ÉTépa irepl tcóv ko0’ ÍKacrrá éanv, £>v al-
ct0t)ctis f^Sí| Ki/pía* ótov Bé pía yévriTat é£ oútcóv, ává/Kíi
t ó avpirepavQév fv6a pév 9ávai -rfiv vfn/x^v, év 8é to ís norn-
tikcTs irpáiTeiv eú0ús* olov, el tto v tó s yAvKéos yeúeaQai Bel,
tovttI Bé yAuKÚ cbs év t i tóóv ko6’ Ikootov, áváyKTi tó v Bu-
30 vápevov Kal pf) KcoAuópevov á p a to ü to Kal Trpárietv. ótov
oúv f) pév koQóAou évf¡ kcoAúouoo yeúeoflai, f| Bé, ó n irav
yAuxú f|Bú, to u t I Bé yÁüKÚ (oútti Bé évepyel), TÚxfl 8’ éiri-
0upía évoüaa, pév oúv Aéyei 9eúyeiv to ü to , f| 8’ éiridupla
á y e r Kivelv y á p Ikootov Súvarai tcóv poplcov cócrre ovp-
1M7 6 paívei úttó Aóyov ttcos Kal 8ó£r)S áKp<rreúeo0ai, oúk évavTÍas
8é Ka0’ aún'iv, áAAá Kará auppePnKÓs —f| y á p érnQupa-
évavT Ía, áAA’ o ú x ^ 8ó^a —tc£ ¿pOcjS Aóycp* cócrre Kal 8lá
to ü to T á ©Tipia oúk áKparfj, ó ti o ú k §xei koOóAou úrróAq^iv
5 áAAá tóóv ko0* ?Kaora 9avTaaiav Kal pvf|pT|v. ttóós 8é Aúei
Tai f| áyvoia Kal -rráAiv yíveTai émor^pcov ó áK panfo ó
oútós Aóyos Kal irepl olvcopévov Kal KadeúSovTos Kal o ú k
TBios t o ú t o u to ü iráOous, óv 8e! irap á tcóv 9voioAóycov
áKoúeiv. éinel 8’ f) TeAeuraía irpÓTaais 8ó fa Te alaOryroü Kal
10 Kupía tóóv irpá^ecov, to ú tt|v f| o ú k §xEl rcp irá 0ei ¿>v,
o ú tc o s § x « ¿ S oúk fjv t ó ?xElv éirl<rrao0ai áAAá Aéyetv
cócrrrep ó o lv c o p é v o s r á ’EpireBoKAéous. Kal Siá t ó pf) Ka-
106

incalculable, de suerte que no parecerá ningún absurdo obrar inconti­


nentemente con un modo de conocimiento, y parecerá extraño que
pueda hacerse con otro.
Además, los hombres pueden tener conocimiento de un modo dis­
tinto de los ahora mencionados; en efecto, en el tenerlo y no servirse
de 61 vemos que la disposición puede ser diferente, hasta el punto de
que es posible tenerlo en cierto modo y no tenerlo, como le ocurre al que
duerme, al loco y al embriagado. Y es precisamente ésta la condición
en que se encuentran los que están dominados por las pasiones; en
efecto, los accesos de ira, los deseos sexuales y algunas pasiones seme­
jantes producen manifiestamente trastornos hasta en el cuerpo, y en
algunos incluso accesos de locura. Es evidente, por tanto, que debemos
decir que los incontinentes se encuentran en un caso semejante. El
hecho de que se expresen en términos de conocimiento, no indica nada,
ya que incluso los que están dominados por esas pasiones repiten argu­
mentos y versos de Empédocles, y los que empiezan a aprender unaoien-
cia ensartan frases de ella, pero no la saben todavía, pues hay que asi­
milarla y esto requiere tiempo; de modo que hemos de suponer que
los incontinentes hablan en ese caso como los actores 'en el teatro.
También podría considerarse la causa, desde el punto de vista de las
leyes de la naturaleza, de esta manera: una opinión es universal, la
otra se refiere a lo particular, que cae ya bajo el dominio de la percep­
ción sensible; cuando de las dos resulta una sola, el alma necesariamente
afirma por un lado la conclusión, y por otro actúa inmediatamente en
el orden práctico; por ejemplo, si todo lo dulce debe gustarse, y esto es
dulce como una de las cosas concretas, necesariamente el que pueda y
no encuentre obstáculo para ello, lo gustará al punto. Por tanto, cuando
se da la opinión universal que nos prohíbe gustar, y por otra parte la de
que todo lo dulce es agradable y esto es dulce (ésta es la que hace actuar),
y a la vez se da el deseo de gustarlo, la primera nos dice que lo rehuya­
mos, pero el deseo nos mueve a ello, porque puede mover todas las par­
tes; de suerte que ocurre que somos incontinentes movidos en cierto 1147 b
modo por la razón y la opinión, opinión que no se opone a la recta razón
por sí misma, a no ser por accidente— pues es el deseo, no la opinión,
el que es contrario a la recta razón— . Por eso también los animales no
son incontinentes, porque no tienen ideas universales, sino sólo repre­
sentación y memoria de lo individual.
E l modo de que se desvanezca la ignoranoia y recobre su conoci­
miento el incontinente es el mismo que en el caso del embriagado y del
que duerme, y no es propio exclusivamente de esta afección; es a los
fisiólogos a quienes debemos preguntarlo.
Por otra parte, como la última premisa es a la vez una opinión sobre
lo perceptible por los sentidos y la que rige las acciones, o no la tiene
el que está dominado por la pasión, o la tiene en el sentido en que tener
no significa saber sino decir, como dice el embriagado los versos de
107

0 óAou pt)8’ ¿iriorr|MoviKÓv ópoícos e Iv o i SokeTv Tcji koQóAov


tó vEo'xcrrov ópov koI Ioikev ó éji^thi ZcoKpórrns oup^atveiv
15 oú y á p tt}s Kupícog éttioti'iptis eIvcxi Sokoúotis TrapoúoTis y í-
vrrai t ó irá0os, oúS’ o ú tt| TrepiéAKErai 8 i á t ó irá0os, áAAá
Tfjs aloOriTiKfís. Trepl pév oúv t o u eISótcc Kal p^, Kal ttcos
filSóra év8éx£rai áKparEÚEoOai, T o a a ü r a E lpi'iadco.
4 FIÓTEpov 8 ’ é o r í t i s áirA G is á K p a rfis f| irávTES Kcrrá pé-
20 pos, Kal eí Son, ire p l iroTá I o t i , X ektéov fepe^ls- ó t i pév oúv
irepl f|8ovás Kal Aúrras eíctIv oí t ’ éyKpareis Kal KapTEpiKol
Kal oi ¿KparEls Kal paAaKoí, «pavEpóv. érrel 8’ éorl Tá pév
ávayKala tcov ttoioúvtcov fiSovi'iv, Tá 8’ aípETá pév KaO’ a írrá
ÉXOVTa 8’ úirepPoAií|v, ávayKaía pév Tá acopcrriKá (Aéyco 8é
25 Tá ToiaOra, r á te irepl t^ v Tpo<pf]v Kal tt|v tcóv á9poSio(cov
XpEÍav, Kal Tá ToiaOra tcóv owpcmKcóv iTEpl & -rí\v áKoAa-
oíav í6epev Kal TTjv o*co<ppooúvr|v), Tá 8’ ávayKaía pév oúxí,
alpeTá 8é Ka0’ a írrá (Aéyco 8’ olov víkt|v Tipfjv ttAoütov Kal
Tá TOtaura tcóv áyaOcov Kal f|8écov)- to ú s l¿év oúv trpós
30 T aüra irap á tó v ópéóv Aóyov ÚTreppáAAovras tó v Tas tó v év
aÚTois áuAcos pév oú Aéyopev áKpaTEls, irpoori6évTES 8é t ó
XpT|páTCov áKpareís Kal KépSous Kal Tipfjs Kal dupoü, árrAcós
8S oú, eos írépous Kal koc6’ ópoiórTyra AEyopévous, obotrep
1148a ávOpcoiTos ó T á ’OAúpiria vikcóv éKEÍvco y á p ó koivós Aóyos
toO ISiou piKpóv SiéqtEpev, áAA’ ópcos iTEpos ?¡v. ot}peIov Sé*
f) pév y á p áKpaaia vyéyETai oúx *^5 ápapTia póvov áAAá Kal
eos KOKÍa tis árrAcós oúoa f| KOTá t i pépos, toútcov 5 ’ o ú -
5 S e ís . t c ó v 8é irepl T á s ocopariKás áTroAaúoEis, irepl & s Aé­
yopev t ó v aáxppova Kal áKÓAaoTov, ó pfj t c o irpooipEío^ai
t c o v f]8écov S icó k c o v T á s úirep|3oAás —Kal t c ó v Aurrripcov <pEÚ-
ycov, t t e ív tis Kal Sívjnis Kal áAéas Kal v|/úx°us Kal irávTCOv
t c ó v irepl á9Í|v Kal yeuaiv —áAAá irap á t ^ v irpoaípEoiv Kal
10 t í ^ v Siávoiav, áKpcrrfis AéyETai, oú Kcrrá irpóo^Eoiv, ó t i irepl
T á 8 E , KaOáirep ópyfjs, áAA’ árrAcós póvov. <jt|peT ov Sé' Kai
y á p paAaKol AéyovTai irepl Taúras, irepl ékeívcov 8 ’ o ú 8 e -
píav. Kal 8iá t o u t ’ e Is t o ú t ó t ó v áKpccrf¡ Kal t ó v áKÓAa-
o t o v TÍ0£pev Kal éyK paTT Í Kal ocÓ9pova, áAA’ o ú k éKEÍvcov oú-

1148 a 23. t£W add. Rassow.


107

Empédocles. Y como el término concreto no es universal ni se considera


relacionado con el conocimiento como el universal, parece ocurrir lo
que Sócrates pretendía; en efecto, no se produce la afección de la in­
continencia en presencia de lo que consideramos conocimiento en sen­
tido estricto, ni es este conocimiento el que es arrastrado de acá para
allá por la pasión, sino él sensible.
Baste, pues, con lo dicho sobre la cuestión de si el incontinente lo es
a sabiendas o no, 7 en qué sentido lo íes a sabiendas.

HemoB de decir a continuación si alguien puede ser incontinente de


un modo absoluto o todos lo son en un sentido parcial, 7 si lo primero
es posible, a qué se refiere esa incontinencia. Que- es con los placeres 7
los dolores con lo que tienen que ver tanto los continentes 7 firmes como
los incontinentes 7 blandos, es evidente. Ahora bien, de las cosas que
producen placer, unas, son necesarias 7, otras, apetecibles por sí mismas
pero susceptibles de exceso; son necesarias las corporales (7 llamo así
a las relacionadas con el alimento 7 con las relaciones sexuales, 7 aque­
llas de las corporales con las que relacionamos el desenfrenó 7 la tem­
planza); las otras no son necesarias, pero sí apetecibles por sí mismas
(por ejemplo, la victoria, el honor, la riqueza 7 los bienes 7 placeres de
esa índole). Pues bien, a los que respecto de estas últimas cosas van
más allá de la recta razón que ha7 en ellos, no los llamamos incontinen­
tes sin más, sino que añadimos «en cuanto al dinero», o la ganancia, o los
honoreB, o la ira; 7 no los llamamos incontinentes de un modo absoluto
porque juzgamos que son distintos de ellos, 7 que sólo reciben ese
nombre en virtud de una semejanza; como en el caso de Anthropos, el
que obtuvo la victoria en los Juegos Olímpicos (4): la definición común
de «hombre» difería poco de la su7a propia, pero, con todo, era otra.
Señal de ello es que la incontinencia se censura no sólo como una falta, 1148 a
sino como un vicio, 7a absoluto, 7a parcial, mientras que no se censura
a ninguno de aquéllos.
De los que son incontinentes respecto de los placeres corporales por
ios cuales llamamos a los hombres morigerados o desenfrenados, al que
persigue el exceso del placer 7 rehuye el del dolor, como el del hambre,
la sed, el calor, el frío, 7 todos los que afectan al tacto o al gusto, no
en virtud de una elección, sino en contra de ésta 7 de su razón, se le
llama incontinente, sin añadir «respecto dé tal o cual cosa», por ejem­
plo, respecto de la ira, sino simplemente asi. Señal de ello es que tam­
bién respecto de estas mismas cosas se les da el nombre de blandos,

(4) Anthropos (hombre) era el nombre de un venoedor en loe Juegos Olimpioos


en 46Q.a- .de C., según atestigua un papiro comunicado en 1699 a la Clatsieal R t-
view (of. Buraet, ed. cit.). '
108

15 Séva, SiA t ó m p l tAs oútAs ttcos f|SovAs koI Aúnas EÍvar


o! 8’ etffl pév m p l to ú tA , ¿XA’ oúx obaaÚTCos eIctív, AAA* o!
pév TrpoaipoOvToa oí 8’ oú irpocapoOvTcn. 8ió paAAov Akó-
Aaorov Av enroipsv ó o tis pí) émOvpcóv f|pépa Sicókei tAs
úireppoAAs Kal «peúyei pETpías Aúnas. ^ to u to v 6<ítis 8iA t ó
20 éméupETv afóSpa* t í yAp Av íkeIvos ttoii'icteiev, el Trpoayé-
voito ém6upía veaviKÍ) xal m p l tAs tcov Avayxalcov évSeías
Aúttt) ta \u p A ; ém l Sé tcóv émOupicov Kal tcov f|Sovcóv a i
pév eIcti, (tcov) tco yévEi KaAcov Kal cnrouSaícov (tcov yAp
f|8écov évia «púasi alpETA), tA 8’ évavría toútcov, tA Sé pe-
26 tcc£ú, KaQAmp SieíAopev -rrpÓTEpov, olov XP1^perra Kal Kép-
Sos Kal víkt) Kal Tipi^ Typós árravTa Sé tA Toiaírra Kal tA
pera£ú oú tco ttActxeiv Kal érriOupsív Kal 9iAe!v vyéyovTai,
AAAA tco ttcos Kal úmpPAAAeiv (Sió óaoi pév irapA tó v Aó­
yov t*| KpaToOvTaj f| S ic ó k o u c ti tcov 9ÚCTEI -n KaAcov Kal Aya-
30 Ócióv, olov ol m p l Tipfjv paAAov f| SeT ottouSAjovtes ^ m p l
TéKva Kal yovEis- Kal yAp TaCrra t c ó v AyaQcóv, Kal éirai-
voOvTat ol m p l TaCrra ottouSAjovtes' AAA’ ópcos i o n tis
úmp^oAf) Kal év to ú to is, eT tis cócrrrep f) Niópq pAxoito Kal
irpós to ú s 6eoús, ^ t&amp XArupos ó 9iAottAtcop ¿mKaAoú-
1148 6 pevos m p l tóv ircrrépa- Aiav yAp éSókei pcopaívEiv)* pox&r|-
pía pév oúv oúSEpía m p l t o u t ’ écrrl 81A t ó elpt|pévov, ó ti
9Ú0E1 tcov alpETCov iKaoróv écm Si’ oútó, 9aOÁai Sé Kal
9euktoI aúrcov eIctIv a l úmpfJoAaí. ópoícos 6’ oúS’ AKpaaía-
5 f| yAp AKpaaía oú póvov 9EUKTÓV AAAA Kal tcov i^ektcov
éorlv* Si’ ópotÓTryra Sé toO irAOous irpoaETrmOévTES t^ v
áKpaaíav m p l fxaorov Aáyouaiv, olov kokóv Icrrpóv K a l K a -
kóv ÚTroKpirriv, óv ArrAcos oúk Av eíttoiev kokóv. coamp
oúv oúS’ évrauda, SiA t ó pf] K aK Íav eIvoi ¿ k A o tti v aúrcov
10 AAAA Tcp AvAAoyov ópoíav, oútco SfjAov ó ti kAke! úrroATiir-
Téov póvrjv AKpaaíav Kal éyKpArEiav EÍvai ^ n s écrrl m p l
to ú tA t t ¡ aco9poaúvi^ K a l AKoAaaíqt, m p l Sé 0upoG k o 6 ’
ó p o t ó r q r a AéyopEV Sió n a l -irpocrnOÉvrés A K paT fi Qupoú
cóamp npfjs K a l KépSous 9apév.

b 13. K*: 0u(x6v vulg. || 22. ávSpüv Kb M*. |1 30. ‘yut-tva^oiiivoic Kb


M*: 40it¡o(i.évoic r . || 33. 5aoi Bywater: toü; codd.
108

pero no cuando se trata de ninguna de aquéllas. Por esta razón, porque


se refieren en cierto modo a los mismos placeres y dolores, ponemos
juntos al incontinente y al desenfrenado, y al continente y al morige­
rado, pero no a ninguno de aquéllos. Pero, si bien se refieren a las mis­
mas cosas, no se comportan lo mismo respecto de ellas, porque los unos
obran deliberadamente y los otros no. Por eso llamaríamos desenfre­
nado al que sin deseo, o con un deseo débil, persigue los excesos o
rehuye molestias moderadas, más bien que al que hace lo mismo lle­
vado de un deseo vehemente; ¿qué haría, en efecto, el primero si sin­
tiera, además, un apetito violento, o un dolor agudo por careceT de lo
necesario?
Ahora bien, de los apetitos y placeres unos lo son, por su propia
Índole, de cosas nobles y buenas (puesto que algunas cosas agradables
son naturalmente apetecibles), otros de cosas contrarias a éstas, y
otros de cosas intermedias, según la división que establecimos antes,
por ejemplo, el dinero, la ganancia, la victoria y los honoreB. Tratán­
dose, pues, de todas las primeras y de las intermedias, los hombres no
son censurados por experimentarlos, por apetecer o amar tales cosas,
sino por hacerlo de cierta manera y en exceso (por eso lo son todos
aquellos que, contra la razón, son dominados por esos deseos o persi­
guen cosas que naturalmente son nobles y buenas, como loa que se
afanan más de lo debido por los honores, o por sus hijos, o sus padrea;
en efecto, estas cosas son buenas, y los que se afanan por ellas son elo­
giados, pero no obstante, también en ellas es posible el exceso si se
llega, como Niobe, a luchar hasta con los dioses, o a lo que llegó Sá­
tiro, (5) el llamado «el buen hijo», respecto de su padre, conduciéndose 1148 b
de un modo necio en extremo). No hay, ciertamente, depravación
alguna en esas cosas por la razón que hemos dicho, porque todo eso
es por sí mismo naturalmente apetecible, pero sus excesos son malos
y deben rehuirse. Igualmente, tampoco hay en ellas incontinencia,
puesto que la incontinencia no sólo debe rehuirse sino que es, además,
condenable; pero en virtud de cierta semejanza en la afección se aplica
a ellas el término «incontinencia» añadiendo en cada caso el objeto a
que se refiere, lo mismo que Be llama mal médico o mal actor a una per­
sona a quien no se llamaría mala sin más. Pues bien, asi como, tratán­
dose de cada una de esas afecciones, no las llamamos incontinencia
porque sean un vicio, sino en virtud de cierta semejanza analógica,
es evidente también que debemos juzgar que la incontinencia y la con­
tinencia se refieren exclusivamente a lo mismo que la templanza y
el desenfreno, y que tratándose, por ejemplo, de la ira, empleamos
esos términos analógicamente, y por eso añadimos incontinente res­
pecto de la ira, los honores o la ganancia.

(5) Burnet engiere que Sátyroa ho Phüopdtor suena como un titulo real, 7
supone que se trata de un rey del Bóaforo que deificó a su padre muerto.
10»

5 ’Eirel 5 ’ éorlv §via pév f|Séa 9Ú0E1, «al to ú tc o v tóc pév


ónrXóós tóc Sé kotóc yévri Kal 3 CPC0V K al ávOpcímcov, tóc 8’ o ú k
é o tiv , áAAá tóc pév 8iót irnpcíxrets tóc Sé 8i* £6t> ylveroa, T á
Sé Siá poyOripás 9Úoeis, 2ori Kal ire p l to ú tc o v ÍK aoT a ira-
parrXTioías ISeív 2£eis' Aéyco 8é T á ? é^picbSeis, olov t Í |v áv-
20 ©pcoirov í^v Aéyoum Tás Kuoúaas ávaoxi^ouoav Tá iraiSia
Kcrreo^ÍEiv, f| oíois xaípeiy 9aolv évlous tc o v árrnypícopévcov
irepl t ó v . TTóvtov, t o ú s pév copols t o ú s 8é ávOpcímcov Kpéa-
aiv, t o ú s 8é Tá iraiSla Boveíjeiv áAAi!|Aois eIs eúcoxlav, t ó
irepl OáAapiv Aeyópevov. aÚTai pév OripicoBets, a! Sé 6iá
26 vóoous yívovTai (koI 8iá pavíav Ivíois, cócnrep ó t ^ v pr)TÉpa
Kafhepeúoas k o I 9aycíjv, Kal ó t o u o u v S o ú A o u t ó fjirap) a!
Sé vooTipaTcóSeis f| §0ous, olov T p ix & v tíA o e is Kal óvú-
Xcov Tpcó^ets, § ti 8’ ávOpáKCov Kal yfjs, irpós Sé t o ú t o i s f|
tc o v á(ppoSioícov to T s áppeaiv toT s pév yáp 9Ú0EI t o í s 8’ é£
20 §6ous ouppaívouoiv, oíov t o í s úppijopévois é k iraíBcov.
óaois pév oúv 9 Ú0 1 S aÍTÍa, t o ú t o u s pév oúSels áv eíiretev
áKpareis, cóo-rrep oú5é Tás yuvalKas, ó t i o ú k óirúouaiv áAA’
ÓTrúovTar axraÚTCos 8é Kal óooi v o o tip c c tc ó S c o s ixouoi 81’
§6 05 . t ó pév oúv §X£tv éKaora t o ú t c o v 2£co t c o v ¿pcov éorl
1149o Tfjs KOCKÍas, KaSónrep Kal f) OriptÓTTis* t ó v 8’ ?xoVTa KpaTetv
f) KpaTeloOai oúx ^1 áirAfj áKpaata áAA’ f) koc9’ ópoiórriTa,
Ka0ónrep Kal t ó v irepl t o ú s Oupoús 2xovTa t o u t o v t ó v Tpó-
t t o v t o ü iráOous, áKpaTÍj 8’ oú AeKTéov. ira c a y á p úrrEp-
6 páAAoucra Kal á9póaúvri Kal SetAía Kal áKoAaala Kal x®Ae-
irÓTTis a! pév OíipicóSeis ai Sé vocrr| parcbSeis eIctiv ó pév yáp
9ÚCTEI t o i o u t o s oíos SeBiévoi irávTa, k&v vj;09i‘|0,i^ pus, 0 r |-
picóSrj SeiAlav BeiAós, ó Sé t ^v yaAfjv éSeSíei 8iá vóaov Kal
tc ó v (fypóvcov ol pév éK 9Ú0KOS áAóyiOTOi Kal póvov t t ¡
10 alafrr'iaei jc ó v te s 6 t|picó5 eis, ÓKJirep ívia yévn tc o v iróppco
fJapfJápcov, ol 8é Siá vóaous, olov Tás érnAT]HTiKás, ^ pa­
vías vooriparcóSeis. to ú tc o v 8’ &m pév ?x Elv TlvA ¿v Iote pév
póvov, pf) KpaTEíaOai Sé, Aéyco 8é olov el OáAapis koteTxev
éir^Gupcov irai8íou q>ayeTv f| irpos á9po8i<rícov firoirov f|8o
16 v i'iv í o r i Sé Kal KpaTEÍcrQai, pf) póvov ?xeiv* «áa-rrep oúv
Kal p o x 6 t)p ía s f| pév k o t ’ ávOpcoirov áirAóós AéyeTai poxQ ri-

1149 a 17.. f¡ Bywaten t¡ oodd.


109

Puesto que hay algunas cosas que son agradables por naturaleza, y
de éstas unas lo son absolutamente y otras para determinadas clases
de animales y de hombres, y, por otra parte, hay otras que no son natu­
ralmente agradables, pero llegan a serlo, i i t u m veces a consecuencia
de trastornos, otras, por hábito y, otras, por depravación de la natura­
leza, podemos observar también, en cada uno de estos casos, disposicio­
nes semejantes. Considero, por ejemplo, brutales, disposiciones como
la de la mujer de quien dicen que abre a las preñadas y B e come a los
niños, o aquellas en que dicen que se complacen algunos pueblos sal­
vajes del Ponto, que comen carne cruda, o carne humana, o se entregan
los niños los unos a los otros para b u s banquetes, o lo que se cuenta de
Falaris. Estas son, sin duda, disposiciones brutales. Otras se producen
a consecuencia de enfermedades (y en algunos casos de la locura, como
la del que sacrificó y se comió a su madre, y la del esclavo que se comió
el hígado de su compañero); otras son morbosas, o resultan de hábitos
contraídos, como la de arrancarse los cabellos, o morderse las uñas,
o comer carbón y tierra, o las relaciones sexuales entre varones; éstas,
en unos casos, son naturales y, en otros, resultan de hábitos, por ejem­
plo, en aquéllos que desde niños han sido victimas de la lujuria. Cuando
la causa es natural nadie llamaría incontinentes a los que tienen tales
disposiciones, como tampoco se aplica ese calificativo a las mujeres
puesto que su papel en el coito no es activo, sino pasivo; y lo mismo
consideraríamos a los que tienen una disposición morbosa por hábito.
Efectivamente, el tener estas disposiciones está fuera de los límites del 1U0 •
vicio, lo mismo que la brutalidad, y el hecho de que el que las tiene las
domine o sea dominado por ellas no constituye continencia o inconti­
nencia estricta, sino por analogía, lo mismo que del afectado por la ira
diremos que tiene esta clase especial de incontinencia, pero no lo lla­
maremos incontinente sin más.
Todas las formas excesivas de insensatez, cobardía, desenfreno y
mal carácter son o brutales o morbosas: aquél cuya naturaleza le lleva
a tener miedo de todo, incluso del ruido que hace un ratón, es cobarde
con una cobardía animal; el que tenía miedo de la. comadreja era víc­
tima de una enfermedad. También entre los que carecen de juicio, los
que son irracionales por naturaleza y viven sólo con los sentidos son
brutales, como algunas razas de los bárbaros más remotos; los que lo
son a consecuencia de enfermedades, como la epilepsia, o de la locura,
son casos morbosos. E l que tiene'estas afecciones puede unas veces
tenerlas solamente, sin ser dominado por ellas, como Falaris, que podía
contener su deseo de devorar un niño o de placer venéreo antinatural,
y otras ser dominado por ellas, y no sólo tenerlas.
Asi, pues, de la misma manera que la maldad que está al nivel del
hombre se llama maldad sin más, y en otro caso se le añade una deter-
110

pía, fj 8é Kará irpócrdeaiv, ó t i dripicóS^s f| vooT)paTcó8T}s,


árrAcos 8’ oú, t ó v o ú t ó v Tpóirov SfjAov ó n Kal áxpacrla
éorlv f| pév OripicóSíis fj 8é voCTT)paTCÓSr|S, áirAóós 8é f| Korrá
20 tíjv áv0pcoirívT|v áKoAaolav póvr\. .
"O t i p é v ó ü v á K p a a i a K a l é / x p á r e i á é o n p ó v o v i r e p l
á i r e p á K o A a a í a K a l ccocppoovvT ), K a l ó n i r e p l T á á A A a é o r l v
áA A o e T8o s á x p a a í a s , A e y ó p e v o v K o rrá p e r a i p o p á v K a l o ú x
6 á rr A c o s , B fjA ov. *On S é K a l f j - r r o v a l c r x p á á K p a a í a f) t o u
25 O u p o u f | f) tó ó v é m 6 u p ió ó v , 6ecopr|CTCopEV. ío ik e y á p ó 0 u -
p ó s á K o ú e iv p é v t i t o u A ó y o u , irap aK O Ú E iv S é , K a 6 á ir e p o l
T a x e í s t c ó v S ia x ó v c o v , o ! T rp lv á K o ü a a i i r a v t ó A e y ó p e v o v é x -
0 é o u c n v , e I t o á p a p T á v o v a i T fjs i r p o o r á ^ e c o s , K a l o l k ú v e s ,
i r p l v c tk ¿4^20001 el <píAos, á v p ó v o v «f'ocpi'iafl, ú A a K T O Ü a iv
30 o ú t c o s ó Ó u p ó s 8 i á 0 E p p ó r q r a K a l T a x u r f j r a T fjs 9Úctecos
á K o ú a a s pév, o ú k é i r í r a y p a 8 ’ á K o ú a a s , ó p p g ir p ó s tt^ v t i -
p c o p ía v . ó p é v y á p A ó y o s ^ A « p a v T a a la ó n ú (3 p is fj ó A iy c o -
p l a éSi'iAcoaEV, ó 8 ’ « a i r e p a u A A o y i a á p E v o s ó t i 8eT t c o t o i o ú -
t c o tto A e p e Iv x a X e ira lv E i 8 i\ eú O ú s' f | m 0 u p í a , é á v p ó v o v e í t t i j
35 ó n r |8 ú ó A ó y o s f | f) a ío 0 T ia is , ó p p q c i r p ó s TÍ|V á i r ó A a u o i v .
1149 6 cócrS’ ó pév 6upós áxoAovOel tco Aóyco ircos, f) 8* ém dupla
oú. alcrxlcov oúv* ó pév y á p to ü 0upoü áKparqs to ü Aóyou
ircos f) i iS tai, ó Sé Tfjs émOuplas Kal oú to ü Aóyou. i n
Tais «puaiKals paAAov CTuyyvcópTi ókoAouOeIv ópé^Ecnv, éirel
5 Kal éiriOupíais Tais TOiaCrrais paAAov óoai Koival iracn, Kal
í<p’ óaov Koivaí’ ó 8é Oupós 9U0'iKCÓTEpov Kal f| xa ^en'^TrIS
tcov éiriQupicóv tcóv Tfjs úireppoAfjs «al tcóv pf] ávayKalcov,
tooirep ó áiroAoyoúpEVOS ó n tó v ircrrépa tú ttto i «Kal yáp
oútos» 2q>r|- «tóv éauToü KáKelvos tó v ávco0£v,» Kal t ó irai-
10 8lov SEí^as «Kal oútos épé» §97), «ótov ávfjp yévf|Tar cruy-
yevés y áp f)plv» Kal ó IAkópevos úrró to ü ulou iraúeo0ai
¿KéAEUÉ irpós Tais Oúpais- Kal y áp aúrós éAKÚuai tó v iraTé-
pa péxpis IvTaüOa. i n áSiKÚTEpoi ol émpouAÓTEpoi. ó
pév oúv 6upco8r)s oúk éirípouAos, oúS’ ó Qupós, áAAá <pav£-
15 pós* f| 6’ éiTiSupla, KadáirEp t^ v ’A9poSÍTT|v 9 a a ív «80A0-
ttAókou y áp KUirpoyEvoüs-» Kal'tóv keotóv Ip áv ra'O p rip o s-
«iráp9aais, t ’ IkAév^e vóov irÚKa irep 9povéovTOS.» coot’
EÍirep áSiKCorépa Kal alaxtcov i5) áKpaala aú rn Tfjs irepl ,tóv
0upóv éon, Kal áirAóós áKpaala Kal kokIo itcos. i n oúSeIs
110
mili ación, como brutal o patológica, pero no se le aplica sin más el
nombre de maldad, es también evidente que hay una incontinencia
brutal o patológica, pero en sentido estricto sólo es incontinencia la in­
continencia humana.
Es claro, por tanto, que la incontinencia y la continencia se refieren
exclusivamente a lo mismo que el desenfreno y la templanza, y que
cuando tienen otro objeto se trata de Otra forma de incontinencia que
recibe ese nombre metafóricamente y no en sentido estricto.

6
Que la incontinencia de la ira es menos vergonzosa que la de los
apetitos es lo que hemos de considerar ahora. En efecto, parece que la
ira oye en parte a la razón, pero la escucha mal, como los servidores
demasiado apresurados, que antes de haber oído todo lo que se les está
diciendo, salen corriendo, y después no cumplen bien la orden, y como
los perros, que en cuanto oyen la puerta ladran, antes de ver si es un
amigo. Asi la ira, debido al acaloramiento y a la precipitación del natu­
ral, oye, sí, a la razón, pero no se entera de lo que ésta le ordena, y se
lanza a la venganza. L a razón, efectivamente, o la imaginación, le
indican que se le hace un ultraje o un desprecio, y ella, como conclu­
yendo que hay que oponerse a tal cosa, inmediatamente se irrita. El
apetito, en cambio, con sólo que la razón o los sentidos le digan de
algo que es agradable, se lanza a disfrutarlo. De modo que la ira sigue 1140 b
en cierto modo a la razón, y el apetito no. Luego éste último es más
vergonzoso, porque el que no contiene la ira es en cierto modo vencido
por la Tazón, mientras que el otro lo es por el apetito y no por la razón.
Además, somos más indulgentes con los impulsos naturales, como
también con las pasiones que son comunes a todos, y en la medida en
que lo son, y la ira y el mal genio son más naturales que las pasiones
del exceso y de lo no necesario; así se defendía uno de pegar a su padre,
diciendo: «También él pegó al suyo, y el suyo al anterior» y, señalando
a su hijo, «y éste, cuando sea hombre, me pegará a mi: lo llevamos en
la sangre». Y otro, al ser arrastrado por su hijo, le pidió que lo arras­
trara BÓlo hasta la puerta, porque hasta alU había arrastrado él a
su padre.
Además, son más injustos los más solapados, y el colérico no es
solapado, ni la ira, sino que obra abiertamente. En cambio, el apetito
es como Afrodita, a quien llaman «la engañosa hija de Chipre», y como
su ceñidor bordado, del que dice Homero que envuelve das palabras
seduotoras que hacen perder el juicio aun al más prudente» (6). De modo
que si es más injusta y más vergonzosa esta clase de incontinencia

(0) £1 primer fragmento e« desconocido, semejante a uno de Safo; la oita de


Homero es de Iliada, XIV, 214. .
111

20 ú^p^ei Aurroúpevos, ó 8’ ópyfj rroicov Tras rroieí Aurroúpevos,


ó 6* úppíjcúv pe6’ f|8ovfjs. el oúv oís ópyíjeaQon páA iora
SIkoiov, tccOtoc á6tKcórepa, xal f) á x p a a ía f) 61* ém0ú p lav
oú y á p éonv év 0upSí ú(3pis. cbs uév toIvuv alaxícov f| irepl
ém éupías áxpaaía Tfjs irepl tó v 0uyóv, Kal ó n 2o n v éyxpá-
25 TEia nal f| áKpaaía irepl ém0upías Kal fjSovás acopanKás,
SfjAov aÚTcov 8é toútcov Tás 6ia<popás ATirrréov. cóarrep
y á p eípr|Tai k o t’ ápxás, a ! pév ávGpcbmvaí elai Kal <puaiKal
Kal Tai yévei Kal tco psyéOei, a i Sé 6r|picúSeis, a! 8é 6iá irn-
pcóaeis Kal voaf| perra. toútcov Sé irepl Tás rrpcoTas aco9po-
3° oúvr| Kal áxoAaaía póvov écrrlv Sió Kal Tá 611pía oúre acó-
«ppova o ú t’ ákóA aora Aéyopev áAA’ f| Kará pETatpopáv Kal
eí n v i óAcos áAAo irpós áAAó Siafépei yévos tcov 3cocov
ú^pei Kal aivapcopíg: Kal tc|í irap9áyov eIvoi- oú y á p ¿xEl>
rrpoatpeaiv oúSé Aoyiapóv, áAA’ é^éorrjKe Tfjs 9Úaecos, cóorrep
1160a ol paivópevoi tcov ávGpcóircov. IA ottov 8é flíipiórns KaKÍas,
9o(iepcÓTEpov 8é- oú y á p Sié90apTai t ó péAnov, cócnrep év
Tcp ávOpcóircp, áAA’ oúk ixei. ópotov oúv cóorrep áyu x o v
auppáAAeiv irpós ?pvf»uxov, rrórepov xáxiov áaiveorépa y á p
fi f) 9auA ónis áel f) to u pfj ?xovT°S ápx^v, ó 8é voús ápxiV
iraparrAi'iaiov oúv t ó auppáAAeiv áStKlav irpós áv0pcoTrov
áSiKov. fo n y á p eos ÉKárepov Káxiov pupiorrAáoia y áp
áv Kemá iroifiaetev ávOpcoiros kcxkós 0T|plou. .
7 TTepl Sé T ás Si’ á 9 ^ s K al yeúaecos f|8ovás K al Aúrras Kal
10 ém Oupías Kal 9 v y á s , irepl á s fj Te áK o A aaía K al f| aa>9po-
oúvr) 8icopía0T| irpórepov, f o n pév oútcos ?x6,v c^aT£ ^ t t S -
o6ai Kal d>v o l rroAAol K pehrous, f o n Sé KpcrreTv Kal <£>v ol
iroAAol ^ tto u s ' to ú tco v 8’ 6 pév irepl f|6ovás áKpaTfjs 5 5 ’
éyKpcrr/js, ó Sé irepl Aúrras paAaKÓs & 8é xap-repixós. pera-
16 §ú 8* tcov rrAeíorcov i£is, k&v el ^érrouai paAAov rrpós Tás
Xelpous. érrel 8* Sviai tcov f|8ovc 5v á va y K a la í elaiv a ! 8’ oú,
x a l péxpi n v ó s , a l 8* úrrepPoAal oú, oúS’ a l éAAelvj/eis, ¿poicos
Sé K a l irepl ém Oupías §xei K al Aúrras, ó pév Tás úrrepPoAás
Sicókcov tcov f)8écov Ka0 ’ OirepPoAást ^ S iá irpoocípeaiv,
20 6i* aCrrás K al pr|8év 81’ érepov árropoflvov, á x ó A a o ro s - á v á y -

1160 a flw -efe oufipáXXctv K b T: to ü to au(ifiáXX*iv 6ojtcp ct euppáXXoi Lk


M* A*p.
111

que la relativa a la ira, es también incontinencia sin más y, en cierto


modo, un vicio.
Además, nadie ultraja a otro a disgusto, y todo el que obra con ira
obra a disgasto, mientras que el que ultraja lo hace gozándose en ello.
Por tanto, si es más injusto lo que provoca la ira más justa, lo será
también la incontinencia del apetito, porque en la ira no hay ultraje.
Es claro, por tanto, que es más vergonzosa la incontinencia relativa
al apetito que la de la ira, y que la incontinencia y la continencia se
refieren a los apetitos y placeres corporales; pero hay que establecer
las diferencias entre éstoB, porque, como hemos dicho al principio,
unos son humanos y naturales tanto por su naturaleza como por su
intensidad, y otros son brutales o debidos a mutilaciones o enferme­
dades. Es a los primeros de éstos a los que se refieren exclusivamente
la templanza y el desenfreno, por eso no llamamos a los animales mori­
gerados ni licenciosos, a no ser metafóricamente y si en conjunto una
especie de animales difiere de otra en violencia, destructividad o vora­
cidad, porque no tienen facultad de elegir ni de razonar, sino que son
extravíós de la naturaleza, como los hombres locos. La condición de la 1160 a
animalidad no es tan mala como la del vicio, aunque es más terrible,
pues no se trata de una corrupción de la parte mejor, como en el hom­
bre, sino de que no la tienen. Es, por tanto, lo mismo que comparar
algo inanimado con un ser animado para ver cuál es peor: siempre es
menos dañina la maldad del que no tiene en sí un principio de acción,
y la mente es un principio. Es, pues, algo semejante a la comparación
entre la injusticia y el hombre injusto. En cierto sentido, cada uno es
peor que el otro: un hombre malo puede hacer mil veces más mal que
un animal.

Respecto de los placeres y dolores, apetitos y aversiones del tacto


y del gusto, con relación a los cuales hemos definido antes la licencia
y la templanza, es posible una disposición tal que seamos dominados
incluso por aquellos que la mayoría de los hombres dominan, y es posi­
ble también dominar incluso aquellos por los que la mayoría de los
hombres son vencidos. Si se trata de los placeres, tendremos en el
primer caso al incontinente, y en el segundo al continente; si de los
dolores, al blando y al resistente. En medio se encuentra la disposición
propia de la mayoría de los hombres, aun cuando se inclinan más bien
a las peores.
Puesto que algunos placeres son necesarios y otros no, y hasta
cierto punto, pero los excesos no, ni tampoco las deficiencias, y esto
vale también para los apetitos y dolores, el que persigue los excesos
en las cosas agradables, o las persigue en exceso, o deliberadamente,
por si mismas y no por ninguna otra cosa que pueda resultar de ellas,
es licencioso; forzosamente un hombre así no es de arrepentimiento
112

k t| yáp to O to v pf) elvai peTap£Ar|TiKÓv, c ó o t’ ávlaros* 6


yáp ápeTapéATyros ávlaros. ó 6’ ÍAAehrcov 6 ávnKelpevos,
ó 8é péaos a<¿9pcov. ópoícos Sé Kal 6 9eúycov Tás acopan-
Kás Aúrras Si’ ^ t t o v áAAá 8iá T rpoaípeaiv. tc o v 8é pf|
25 Trpoaipoupévcov 6 pév áyrrai 8iá t Í |v fiBovi'iv, 5 8é 8iá t ó
<peúyEiv t í j v A ú ttt|v Tfjv áiró Tfjs émdupías, cócrre SicKpépov-
aiv áAAi^Acov. t t o v t I 8’ áv 8ó£eie x^pwv elvai, eí t i s pf]
émQupcúv f| ripépa irpárroi t i alaxpóv, f| el a9Ó8pa émQu-
póóv, Kal el pfj ópyijópevos t ú t t t o i el ópyijópevos’ t I yáp
30 áv érrolei év rráéei cóv; 8ió ó áKÓAaoros x e1Pwv to u áKpa-
t o u s . tó ó v 8f) AexQévTCov t ó pév paAaxías elSos paAAov, ó
8’ áKÓAaoros. ávTÍKeiTai Sé tc o |iév áKparel ó éyKpan'is, reo
8é paAanco ó KapTepiKÓs* t ó |iév yáp Kaprepelv éorlv év reo
ávréxeiv, f| 8’ éyxpáreia év rep Kparelv, frepov 8é t ó ávTé-
35 xeiv Kal Kporreív, (óarrep Kal t ó pf| f)TraaOai t o ü vikSv- 8 ió
Kal alpeTÓrrepov éyKpáVeta Kaprepías éorlv. ó 8’ éAAelmov
liso b rrpós & ol noAAol Kal ávT tT elvouai Kal SúvavTan, o ú t o s H®-
Aaxós Kal TPU9ÓÓV Kal yáp f| T pu9Í) paAcncla t í s éo n v ós
éAKei t ó Ipánov, Iva pf) rroWiai^ tíiv árró toO aípeiv A útttiv
Kal pipoúpeyos t ó v Kápvovra o ú k oíerai áGAios eívai, á6Aíco
5 ópoios &v. ópoícos 8' §xEl KC(l ^ p l éyKpáreiav Kal áxpa-
aíav. oú yáp el t i s laxupóóv Kal úrrepPaAAouaóóv f)8ovóóv
flTTorrai fj Aurrcóv, 0avpaoTÓv, áAAá auyyvcopoviKÓv el áv-
TiTeívcov, cóarrep ó ©eoSéicrou O iA o k ti'ittis úrró toO ix eo3S
TrerrAriypévos fj ó KapKlvou év rfl ’AAóttij Kepicúcov, Kal
10 cóarrep o l Karéxeiv Treipcópevoi t ó v yéAcoTa áépóov éKKayxá-
30WIV, olov auvérreae Sevc^ávTcp- áAA’ eí t i s Trpós &S ol
ttoAAoI 8úvavrai áirréxeiv, to ú tc o v f)~n á i cn Kal pfj Súvarai
ávTmíveiv, pfj 8 i á 9Úaiv toO yévous fj 8 iá vóaov, olov év
to Is ZkuOóóv paaiAeóaiv f) paAaKÍa 8 i á t ó yévos, Kal ó s t ó
15 0fjAv irpós t ó áppev 8iéorT]Kev. SoKel 8é Kal ó Trat8icí>8Tis
áKÓAaoros elvai, Son Sé paAaKÓs. f) yáp TraiSiá áveais
éonv, eírrep ávAirauois’ t c o v 8 é Trpós t o ú t t i v úrreppaAAóv-
rcov 6 Trai8icó8r|s éortV. áxpaaías 8é t ó pév irpo-rréreia t ó
8 * áo6éveia. oí pév yáp ^ouAeuaápevoi o ú k éppévouoiv oís
20 épouA6Úaa\rro 8iá t ó iráéos, oí 8é 8tá t ó pf| pouAeúoaoOai

b 22. KpOYapYxXiafiévTCC L b M *: ol 7tpOY«f>YaXwi8évT*i; A sp.


112
fácil, de modo que es incurable, porque el incapaz de arrepentimiento
és incurable. A éste se opone el que peca por defecto, y entre ambos
está el morigerado. Igualmente, hay también quien rehuye los dolores
corporales no porque de deje vencer por ellos, sino deliberadamente.
De los que no obran deliberadamente, uno se deja llevar por el placer
y otro por el deseo de rehuir el dolor que resulta del apetito, de modo
que difieren entre si. Ahora bien, todos opinarían que el que hace algo
vergonzoso sin ser movido por el apetito, o siéndolo débilmente, es
peor que el que lo hace a impulsos de un apetito vehemente, y el que
golpea a alguien sin estar encolerizado peor que el que lo hace encole­
rizado: ¿qué haría, en efecto, dominado por la pasión? Por tanto, el
licencioso es peor que el incontinente. De las disposiciones menciona­
das, pues, una es más bien una especie de blandura, la otra es la del
icencioso. Se opone al incontinente el continente, y al blando el hombre
paciente o de resistencia; la paciencia, en efecto, consiste en resistir,
y la continencia en dominar, y el resistir y el dominar ,son cosas dis­
tintas, lo mismo que el no ser vencido y el vencer. Por eso también
es preferible la continencia a la resistencia. Aquel a quien faltan fuer­ 1160 b
zas para resistir lo que la mayoría de los hombres resisten y pueden re­
sistir, es blando y afeminado, pues el afeminamiento es una especie
de blandura; un hombre de esta índole lleva el manto arrastrando por
no tomarse la molestia de levantarlo, imita a un enfermo sin creerse
por ello un desgraciado, aunque aquél a quien se asemeja es un des­
graciado.
Lo mismo ocurre con la continencia y la incontinencia. No es de
extrañar si uno es vencido por placeres o dolores fuertes o excesivos;
por el contrario, merece indulgencia si procura resistir, como el Filoc-
íetes de Teodectes (7) mordido por la víbora, o el Cercyon de Carcino en
la Alope (8), o los que intentan contener la risa y estallan a carcajadas,
como le ocurrió a Jenofanto (9). Pero si nos parece extraño que alguien
no sea capaz de resistir lo que resisten la mayoría de los hombres, y se
deje vencer por ello, no siendo porque de nacimiento tenga tal natura­
leza o por causa de enfermedad, como, por ejemplo, es hereditaria la
blandura de los reyes escitas, o es constitutiva la del sexo femenino
respecto del masculino.
A l amigo de divertirse se le considera también licencioso, pero es
sólo blando. La diversión es, en efecto, una distensión, puesto que es
un descanso, y el amigo de divertirse se excede en ella.
La incontinencia es o apresuramiento o debilidad; unos, en efecto,
reflexionan, pero, llevados por la pasión, no se atienen después a sus
resoluciones, y otros, por no reflexionar, son arrastrados por la pasión;

(7) Teodeotes de Faselis, rotor y trágioo, discípulo de Aristóteles.


(8) Carcino, tr&gioo que vivió en la corte de Dionisio II.
(B) Un múaioo de Alejandro, según Séqeca: De ira, 11,2.
113

f i y o v T a i úiró t o O -rráSous- é v io i y á p , cócnrep TrpoyapyaAÍ-


c tc tv te s oú yapyaAl^ovTai, o ú t c o K a l T rp o a ia S ó p E v o i K a i irpo'i-
S ó v t e s K a l irpoeyeípavTES éauroús K a l t ó v A oyiapáv o ú x
f)TTC0V T ai ú r r ó t o ü 7rá6 ous, o ú t ’ á v f ) 8 ú i¡) o ú t ’ á v Avttti-
26 póv. p áA iora 8 ’ ol ó£eIs K a l pEAayxoAiKol tÍ)v T r p o w r f )
á K p a a í a v E ta lv áK paT E ís* o ! p é v y á p S i á t Í ) v T a x u T f j T a o !
8 é 8 i á t Í ] v o-< po8póiT iT a o ú k á v a p é v o v a i t ó v Aóyov, 8 i á t ó
á K o A o u 6 t |t i k o l Elvai t t ¡ <pavTaaí<jt.
8 'E o n 8’ ó pév áKÓAaoros, cócrrrEp éAéx^r), oú pETapEATi-
30 tikós* íppévEi y á p t t ¡ irpoaipácEr ó 8’ áKpcrrfis pETapEAt)-'
TIKÓ5 iras. 8ió o ú x worrEp f)Tropit|o,apEV, o ú t c o Kal ?xel*
áAA’ ó pév á v ía ro s ó 8’ Iotós* éoike y á p f| pév pox^Tipía
t c ó v vooT)párcov o lo v úBÉpco Kal 901 ctei, f] 8’ áK p aata to ís
éiriATiTmKoTs' f| pév y á p awEX^lS ^ 8’ oú ctuvex^S irovt|pía.
36 Kal óAcos 8’ ¡TEpov t ó yévos áK p aaías Kal KOKÍas" f) pév y á p
KaKÍa Aav6áv£i, f| 8’ áK p aata oú AavQávEi. o ú t c ó v 8é t o ú -
1161 a TCOV PeAtÍOUS ol ÉKOTOTIKOI f| ol TÓV AÓyOV ?XOVT65 M^V. P^
éppÉVOVTES 8é* Cnr’ éAáTTOVOS y á p Tráéous f)TTCOVTai, Kai
OÚK áTrpoPoÚAEUTOl CÓOTTEp ÓTEpOl* ÓpOlOS y á p Ó áKpaTT|S
é o n t o ís T a x ú peduaKopévois Kal úir’ ó A íy o v oívou Kal
6 éAáTTOVOS cbs o l ttoAAo í . óti pév oúv KaKla f| áK p aata
oúk i o n , 9avEpóv (áA A á irr¡ tacos)’ t ó pév y á p tra p á irp oaí-
pECiv t ó 8é Kcrrá t Í]v Trpoalpeaív* oú pf|v áAA’ ópoióv yE
KOTá T ás irpá^EiS» wottep t ó A t)po 8 ókou eIs M i Atictíovs «M i -
At'iaioi á^úvEToi pév oúk Elaív, Spcóoiv 8’ olárrEp á§úvETOi,»
10 Kal o l áKpaTEís á8iKoi pév oúk eIctív, áSiKi^aouai 8é. ítteI
8’ ó pév toio Oto s o ío s pfj 8 iá t ó ttetteIct^oi 8icókeiv T ás ko 6’
úrreppoAf)v Kal ira p á tóv ópOóv A ó yo v acopariK ás f|8ovás, ó
8é TrérrEiorai 6 iá t ó toio Oto s Elvai oío s 8 ic¡jkeiv aÚTás, ¿keí-
vos pév oúv eúpÉTárrEiOTOs, oútos 8é oú- f) y á p ápETÍ) Kal
16 pox©T|pta T^v á p x íiv pév 90EÍpEi 8é aój^Ei, év 8é Tais
irpá^Eai t ó oú Sveko ápx^# tóoircp év to Is pa0TipornKoIs at
úrroOéaeis* oúte Sí) ¿ke! ó A óyos 8i8aoKaAiKÓs t c ó v ápx¿óv
oúte évraOGa, áA A ’ áperf| ^ 9uaiKf) f| éOioTÍ) t o O óp6o8o§eív
irepl t Í|v ápxi'iv. acÓ9pcov pév oúv ó toio Oto s , áKÓ Aaoros
20 8* ó ÉvavTÍos. Son 8é n s 8tá iráOos éKcrranKÓs ira p á tóv

1161 a 10. AStx^eouai Kb: átixoBoi vulg.


113
pues, lo mismo que los que de antemano se hacen el ánimo a ello no
sienten las cosquillas, así también algunos, presintiendo y previendo
la pasión, se yerguen de antemano frente a ella, ellos y b u razón, y la
pasión no los vence, sea ésta agradable o penosa. Son sobre todo los des­
pabilados y los coléricos los que son incontinentes con incontinencia
de apresuramiento, pues los unos por su rapidez y los otros por su
vehemencia, no se atienen a la razón por ser propensos a dejarse llevar
de la imaginación.

E l licencioso, como hemos dicho, no es persona que se arrepiente;


en efecto, se atiene a su elección; en cambio, todo incontinente es pro­
penso al arrepentimiento. Por eso la situación no es la que expusimos
al plantear el problema, sino que el uno es incurable, y el otro tiene
curación; porque la maldad se parece a enfermedades como la hidro­
pesía y la tisis, y la incontinencia a la epilepsia; la primera es un mal
continuo, la otra, no. También la incontinencia y el vicio son de gé­
neros completamente distintos; en efecto, el vicio es inconsciente y
la incontinencia no. De los incontinentes mismos, son mejores los que 1151 a
están fuera de sí que los que son dueños de su razón pero no se atienen
a ella, porque estos últimos son vencidos por una pasión menos fuerte
y no obran impremeditadamente como los otros; en efecto, el inconti­
nente se parece a los que se embriagan pronto y con poco vino, o con
menos que la mayoría. Es, pues, claro que la incontinencia no es un
vicio (aunque en cierto modo quizá lo es), porque la incontinencia
obra contra la propia elección, y el vicio de acuerdo con ella; sin em­
bargo, no deja de ser semejante a éste al menos a las acciones, y, lo
mismo que Demodoco objetaba a los milesios «los milesios no son
insensatos pero se conducen como insensatos», tampoco los inconti­
nentes son injustos, pero harán injusticias.
Como el incontinente es de tal índole que no persigue por convic-
oión los placeres corporales excesivos y contrarios a la recta razón, y
el licencioso, en cambio, lo hace por convicción, porque su propia ín­
dole le hace perseguirlos, el primero es m uy susceptible de arrepentirse,
y el segundo, no; porque la virtud y el vicio preservan y destruyen,
respectivamente, el principio, y en las acciones el fin es el principio, así
como en matemáticas las hipótesis; ni allí es la razón la que enseña los
principios ni aquí; es la virtud, ya natural, ya producida por el hábito
la que hace pensar bien sobre el principio. Un hombre así, pues, es mo­
rigerado, y su contrario, licencioso. Pero hay quien, por causa de una
pasión, está fuera de sí y obra contra la recta razón; a éste lo domina la
pasión, en cuanto al no obrar según la recta razón, pero no lo domina
hasta el punto de que su propia índole le haga estar persuadido de que
114

ópOóv Aóyov, 6v coctte pév pf| u p á rttiv Konrá t ó v óp0óv Aó­


yov KpocTEí t ó -rráOos, cóote 5’ elvai t o i o ü t o v olov ttctteíoQcci
Sicókeiv ávé8í]v 6e!v T á s t o i o ú t o s f|8ovás oú KparEí- o ú t ó s
éonv ó áK paT fis, PeAtIcov (cbv) t o u áKoAáaTou, oú8é <pau-
25 Aos árrAcos- CTcjjjETcn y á p t ó péAncrrov, f) ápx^. áAAos 6’
évavTÍos, ó éppEVETiKÓs r a l oúk éKoranKÓs Siá ye t ó iráSoj.
<pavEpóv 6f) ék toútcov Óti f| pév cnrouSaía i£is, tí Sé qxxúATi.
9 ÜÓTEpov o ú v éyK parriS é o n v ó ó tto ic o o ü v Aóyco Kal ÓTroia-
o ú v TrpoaipéoEi éppévcov -f| ó t t ¡ ópOfj, K al ¿Kpcrn^s Sé ó
30 ÓTroiaoOv pfj éppévcov Trpoaipéaei Kal ó tto ic o o ü v Aóyco f | ó
tc o pf) ^ e u S e ! Aóycp Kal t t ¡ TrpoaipéaEi t t ¡ óp0fj, co arrE p t i t t o -
pr)0T) irpÓTEpov; f) KaTá pév aupp£(i}r|KÓs óiroiqtoOv, ko0’
o ú t ó Sé t c o áATiStl Aóyco Kal t t ¡ ópQfj Trpoaipéaei ó pév ép-
pévei ó 8’ o ú k éppévEi; el y á p t i s t o S I Siá t o S I alpelTon f\
1161 b S icó k ei, KaO’ o ú t ó pév t o ü t o S icokei Kal alpElTai, K c rrá aup p E -
Pr)KÓs Sé t ó irpÓTepov. áTrAcos 8é Aéyopev t ó Ka0’ o ú t ó .
( S o t e écm pév d>s óttoicjcoO v 8ó§fl ó pév éppévEi ó 5’ é^ícrra-
Tai, árrAcos 8é [ó] t t ¡ áAq0EÍ. elal 8é t i v e s oí éppevenKol
6 tt¡ Só^ij elaív, oús koAoüctiv laxupoyvcopovas, ol SúaTreioToi
Kal OÚK EÚpETáTTEtOTOr o! Ópoiov pév TI ?XOUCTl T<?‘ ÉyKpa-
teí, cóaTTEp ó áacoTos tco éAEU0eplco Kal ó 0paaús t u Oappa-
Aéco, elal 8’ §TEpoi Kcrrá TroAAá. ó pév y á p 8iá Trá0os Kal
émOuplav oú pEra|3áAAei [ó éyKpan'is]» ém l eúm ioros, ótov
10 TÚxri, io ra i ó éyKparr'is' ot Sé oúx Aóyou, ém l éiri0u-
pías ye Aap|3ávouai, Kal áy o v rai ttoAAoI úttó tcov f]8ovcov.
Elal Sé laxupoyvco poves ol l§ioyvcopoves Kal ol ápaOets Kal
ol áypoiKoi, ol pév ISioyvcópoves 8i* f|8ovf)v Kal Aúrrnv xa ^-
pouai y áp vikcovtes éáv pf| peTcrireí0covTai, Kal AuiroüvTai
16 éáv áKupa Tá oútcóv ?j e&amp ^/r^lapoTa- coctte paAAov
tco áKpaTEl éoÍKaaiv f| tco éyKpaTEÍ. eIctI Sé tives o! to ís
Só^aaiv oúk éppévouaiv oú 5i* ¿xpaalav, olov év Tcp OiAok-
ti^ tij Tcp SoipoKAéous ó NeotttóAepos' koítoi 8i’ f)8ovf|v oúk
évépEivEv, áAAá koAi^v t ó y áp áAT)0EÚeiv oútco koAóv fjv,
20 éiTEiodTi 8’ úttó to u ’OSuaaécos <feú8ea0ai. oú y á p irás ó 8i*

b 4. 6 om. Tumebu». || 0. ¿ eeolua. So&liger. || 24. •toioOto?


Molna. Bywater.
114

tales placeres deben perseguirse sin freno; éste es el incontinente, que


es mejor qne el licencioso y no es malo absolutamente hablando, puesto
que en él se salva lo mejor, el principio. Su contrario es un hombre dife­
rente: el que se atiene a la recta razón y no se pone fuera de si, al menos
por cansa de la pasión. De esto resulta claro que una de estas disposi­
ciones es buena y la otra, mala.

¿Es continente el que se atiene a cualquier razón y a cualquier deci­


sión, o el que se atiene a la que es recta, y, por el contrario, es inconti­
nente el que no se atiene a ninguna’razón, o el que no se atiene a la ra­
zón que no es falsa, ni a la decisión recta? De esta manera planteamos
la cuestión anteriormente. ¿0 bien por accidente puede tratarse de
cualquier razón y decisión, pero propiamente es a la razón verdadera y
a la decisión recta a la que el uno se atiene y el otro no? En efecto, si
no elige o persigue esto por causa de aquello, persigue y elige propia- 1151 b
mente lo segundo, y por accidente lo primero; pero hablando absoluta­
mente nos referimos a lo que se elige y persigue por si mismo. De modo
que, en un sentido, el uno se atiene y el otro se separa de cualquier
opinión, pero absolutamente hablando, de la verdadera.
H ay algunos que se atienen a su opinión a quienes llamamos obsti­
nados, que son difíciles de convencer y no se les persuade fácilmente
a cambiar de modo de pensar; éstos tienen cierta semejanza con el hom­
bre continente, lo mismo que el pródigo con el generoso, y el temerario
con el valiente, pero se diferencian de él en muchas cosas. E l uno, en
efecto, no cede por pasión y apetito, ya que en ocasiones el continente
será propicio a la persuasión; en cambio, los otros es a la razón a la
que no atienden, puesto que son susceptibles de apetitos y muchos de
ellos son arrastrados por los placeres. Son obstinados los testarudos, los
ignorantes y los incivilizados; los testarudos, movidos por el placer y
el dolor Be gozan, en efecto, en bu victoria cuando no se logra persua­
dirlos, y llevan a mal que sus ideas no se impongan, como si se tratara
de decretos, de modo que se parecen más al incontinente que al con­
tinente.
H ay algunos que no se atienen a sus decisiones, pero no por incon­
tinencia, como Neoptólemo en el Füoctetea de Sófocles: es verdad que
115

r|8ovi^v t i irpárrcov o ü t ’ áKÓAaoros o ú t e «paOAos o ú t ’ áxpa-


1-1*15» ¿XX’ ó 81’ ataxpáv.
’EtteI 8* éctti tis Kal toioOtos oíos ?¡ttov f| 6eT toTs oxo-
IíotikoIs xa ^PElui Kal oúk Éppévcov t c o Aóyco, ó [toioütos]
25 to ú to u Kal to u áKpaToOs pécros ó éyKpaTris' ó pév y á p áKpa-
ríis oúk ÉppévEi t c o Aóyco 8iá t ó pSAAóv ti, oútos Sé 8iá t ó
í¡ttó v ti* ó 8’ éyKparíis éppévEi Kal oúSé 8i’ érepóv peto-
(WcAAei. 8eI 8é, e ítte p f) ÉyKpáTEia o-rrouSalov, á p 90Tépas
Tás évavTÍas é£eis «paúAas EÍvai, cócnrEp Kal qjalvovTar áAAá
30 Siá t ó Tf|v ÉTÉpav év óAtyois Kal óAiyáKis Elvai 9avEpáv,
cóaiTEp f) aco9poaúvTi t t ¡ áKoAaolg SokeI Évavrlov Elvai pó­
vov, oútco Kal f) ÉyKpárEia Tfi áKpaaíqt. étteI Sé kocO’ ópotó-
TT)Ta iroAAá AéyETai, Kal f) éyKpáTEia f) toO orá>9povos ko6’
ópoiÓTT|Ta t)koAoú0tikev ó te y á p éyKporrfis oíos pt|Sév irapá
1152 a TÓV Aóyov Siá Tás CTCOpaTlKás f|Sovás TTOlEÍV Kal ó ac¿9pcov,
áAA’ ó pév éxcov ó 8’ oúk §xcov <paúAas éiriGupías, Kal ó pév
to io ü to s oíos pf) fj8£CT0ai irap á tó v Aóyov, ó 6’ oíos fjSEadai
6 áAAá pf) áyEa6ai. ópoioi Sé Kal ó áKpaTf)s Kal áKÓAacrros,
ETEpoi pév óvtes, áp9ÓTEpoi Sé Tá acopariKá f|Séa Bicókouctiv,
10 áAA’ ó pév Kal otópevos SeIv, ó 8’ oúk oIópevos. OÚS’ á p a
9póvipov Kal áKparij évSéxETai EÍvai tó v o ú tó v á p a y áp
9póvipos Kal oirouBaíos t ó fjdos 8é8eiktoi <*>v. I t i oú t c o
io ESévai póvov 9póvipos áAAá Kal t c o irpaKTiKÓs- ó 8’ áKpcrrfis.
oú irpaKTiKÓs —tó v Sé Seivóv oú8év kcoAúei áKparfi Elvar
Sió Kal SokoOctiv évloTE 9póvipoi pév Elval tives áKpcmTs Sé,
5lá TÓ TT)V SElVÓTTjTa S^ÉpElV TT)S 9 pOvf)C7ECOS TOV ElpT)pé-
vov Tpóirov év toTs irpcÓTOis Aóyois, Kal KOTá pév tó v Aóyov
15 éyyús eIvoi, 8ia9¿pEiv Sé KOTá Tf|v irpoalpEaiv— oúSé Sf) cbs
ó eIScos Kal 0£copcov, áAA’ eos ó KaOeúScov f| olveopévos. koI
ékcov pév (Tpóirov y áp tiv o slScbs Kal ó ttoieT Kal oú íveko),
Trovripós S’ oú- f) y á p irpoaípEois émeiKi'is' cócrO’ f)piiróvTi-
pos. Kal oúk áSiKos" oú y á p irpoaípECTis éirieiK^S' cóctO’
20 fipiiróvripos. Kal oúk áSiKos' oú y á p érrífJouAos' o pév y áp
aÚTcov oúk éppevETiKÓs oís áv pouAEÚcniTai, ó Sé pfiAayxo-
Aikós oúSé (HouAeutikós ÓAcos. koI íoike 8f) ó áKporrf)s n ,ó-
Aei vpt)9l3ETai pév áiravTa Tá Séovn-a Kal vópous íx 61 «nrou-
Balous, xpñTQi Sé oú8év, cóoirEp ’ Ava^avBpíSris «krKcoyev
115

por causa del placer no se atuvo a lo que había decidido, pero por
causa de un placer noble, porque él consideraba noble decir la verdad
y Ulises lo había persuadido a mentir. No todo el que hace algo por
causa del placer es licencioso, despreciable o incontinente; sino el que
lo hace por un placer vergonzoso.
Puesto que hay también quien es de tal índole que goza menos de
lo debido con los placeres corporales y se aparta así de la regla, el hom­
bre continente ocupará el lugar intermedio entre éste y el incontinente.
E l incontinente se aparta de la regla por exceso; éste, por defecto; el con­
tinente se atiene a ella y no se desvía en un sentido ni en otro. Y , puesto
que la continencia es buena, necesariamente tienen que ser malas las
dos disposiciones contrarias, como en efecto lo son a todas luces; pero
como una de ellas aparece en pocos y pocas veces, lo mismo que al
desenfreno parece oponerse exclusivamente la templanza, también
parece que la continencia se opone sólo a la incontinencia.
Como hablamos muchas veces por analogía, también sigue la analo­
gía la continencia del hombre morigerado; en efecto, tanto el conti­
nente como el morigerado son de tal índole que no hacen nada con­
trario a la razón por causa de los placeres corporales; pero el primero 1152 a
tiene y el segundo no tiene apetitos malos, y el uno es tal que no puede
sentir placer contrario a la razón, mientras que el otro puede sentirlo,
pero no dejarse arrastrar por él. También se parecen el incontinente y
desenfrenado, siendo distintos: ambos persiguen los placeres corporales,
pero el uno cree que debe hacerlo, y el otro que no debe.

10

Tampoco es posible que una misma persona sea a la vez prudente


e incontinente, puesto que hemos demostrado que el prudente es a la
vez un hombre de carácter bueno. Además, se es prudente no sólo por
saber sino por ser capaz de actuar, y el incontinente no es capaz de
actuar. En cambio, nada impide que el hombre hábil sea inconti­
nente, y por eso en ocasiones algunos parecen prudentes e inconti­
nentes, porque la habilidad difiere de la prudencia de la manera
que hemos dicho cuando por primera vez hablamos de ellas, y si
bien están próximas en cuanto a su modo de razonar, difieren en
cuanto a la elección. Tampoco es el incontinente como el que sabe
y ve, sino como el que está dormido o embriagado. Y obra voluntaria­
mente (pues en cierto modo sabe lo que hace, y por qué lo hace); pero
no es malo, puesto que su elección es justa, de modb que sólo es malo
a medias. No es injusto, pues no obra con premeditación; en efecto,
el uno no es capaz de atenerse a sus resoluciones, y el excitable no deli­
bera en absoluto. Asi el incontinente se parece a una ciudad que de­
creta todo lo que se debe decretar y que tiene buenas leyes, pero no
116

25 f| iróAis époOAe6’, fj vópcov oúSév péAsr

ó 8é TTOvrjpós TO*S vópois, irovnpoTs 8é XP00"


pévi]. I o t i 8’ ÓKpaaía Kal éyKpdrreia Trspl t ó úrreppáAXov
Tfjs t¿ov ttoAAgov e^ecos' ó pév y á p Ippévei paAAov 6 5‘
fjirov Tfjs tcov ttAeIotcov Suvápecos. EÚlOCTOTÉpa 8é TCOV
30 áKpaoicóv, fjv oí peAayxoAiKol áKpaTeúovTai, tc ó v PouAéuo-
pévcov pév pf) I p pevóvtcov Sé, Kai ol 8i‘ éüicrpoü áKpaTEís
tcov (puoiKcov* ^gov y á p 26os prraKivfjcrat 9Úctecos’ 8iá y áp
to u to Kal t ó £0os xoAettóv, 5t i t t ¡ cpúaEi üoikev, coorrep Kal
Eútivos AéyEi

36 9T|pl iroAvxpóviov peAéttiv 2pevai, <píAe, Kal 81*1


ávOpcÓTroiai teAeutcoctov 9ÚCTIV Elvai.
t o ú t t |v

tí pév oúv écttIv ÉyKpáreta Kal t í áKpaaía Kal t í KapTEpía


Kal t i paAaKla, Kai ttgús ?xoucnv E£ElS otúrai irpós áAAi*|-
Aas, EÍprjTai.
11 TTepl 8 é í) 8 ovfjs Kal A útttis Oecopfjcxai t o u t Í |v iroA m icíiv
1162 b 9iA oct090Ü vt0S' o v jto s y á p t o u té A o u s ápxiT étcrcov, ir p ó s ó
P A étto v tes é k o o to v t ó pév KaKÓv t ó 6 ’ áy aQ ó v ócttAcos A éyo-
pev. é ti 8 é Kal tc o v ávayK aícov é’m aKÉyacrQai ire p l ocútcov
6 Tfiv t e y á p áp£TÍ]v K al Tfiv KaKÍav rf)v f)0 iKÍ)v Trepl A úrras
Kal f) 8 o v á s ?9 epev, Kal ti'jv EÚ8 a ip o v ía v o l ttA eícttoi pe6 ’ f]6 o -
vfjs Elvaí 9 a a i v 8 ió Kal t ó v p aK áp io v cóvopáK aaiv á i r ó t o u
X aípeiv. t o í s pév o ú v SokeT oúS E pía f | 8 ovf) elv ai áy aO ó v ,
o ú te Ka0 ’ aÚTÓ o ú te Kcrrá ctup^eP tirós* o ú y á p Elvai t o ú t ó
10 t ó á y a O ó v Kal f | 6 ov i^v t o í s 8 ’ Iv ia i pév elvai, a l 8 é iroAAal
9 aO A ai. é ti 8 é to ú tc o v TptTOV, eí Kal Tnraorn áy a Q ó v , ópcos
pfj év8 éx£o 0 a i EÍvai t ó á p io r o v fj 8 ovi^v. óAcos pév o ú v o ú k
á y a O ó v , ó t i i r a a a fj 8 ovfi yévE ais écrriv els 9Ú aiv a lo fln n ^ , o ú ­
SEpía 8 é yévE ais a u y y e v f is t o í s téA eo tv , o lo v oúSE pía o ík o -
16 S óptjctis olKÍqt. &ti ó CT(¿9 pcov 9 EÚyEi T á s f | 8 o v á s . ? ti ó
9 p ó v ip o s t ó áAuTrov Sicókei, o ú t ó f)8 ú . 2t i é p ir ó 8 iov tc o

1162 b 31. dnXüc add. A*p.


116

hace ningún uso de ellas, como dijo sarcásticamente Anaxandrides ( 10):


Decretó la ciudad, que no hace n in g ú n caso de las leyes.

E l malo es semejante, en cambio, a una ciudad que hace uso de sus


leyes, pero de leyes malas.
La incontinencia y la continencia se refieren a lo que excede la
disposición de la mayoría, puesto que el continente se atiene a sus
resoluciones más, y el incontinente menos de lo que está al alcance
de la mayoría.
De las distintas formas de incontinencia tiene más fácil curación
la de los excitables que la de los que resuelven pero no se atienen a b u s
resoluciones, y la de los que son incontinentes por hábito que la de los
que lo son por naturaleza, porque el hábito es más fácil de cambiar que
la naturaleza; en efecto, el hábito mismo es difícil de cambiar porque
se parece a la naturaleza, como dice Eveno (11):
A firm o , am igo, que el hábito no es sin o larga práctica,
y que ésta acaba e n los hombres por ser naturaleza.

Queda, pues, dicho qué eB la continencia y qué la incontinencia;


qué la resistencia y qué la blandura, y cómo se relacionan entre sí
estas disposiciones.

11

E l estudio del placer y del dolor corresponde al filósofo político. El 1152 b


es, en efecto, el arquitecto del fin, mirando al cual decimos de cada
cosa que es buena o mala en sentido absoluto. Pero también es ésta
una de las cuestiones que nosotros tenemos que considerar, puesto que
hemos establecido que la virtud y el vicio moral se refieren a los dolores
y placeres, y la mayoría de los hombres afirman que la felicidad im­
plica el placer y por eso designan al hombre feliz (paxápioi;) con un
nombre derivado del verbo gozar (galpciv).
Ahora bien, unos opinan que ningún placer es un bien, ni por sí
mismo ni por accidente, porque el bien y el placer no son lo mismo.
Otros, que algunos placeres lo son, pero que la mayoría son malos. H ay
todavía una tercera opinión según la cual aun cuando todos los place­
res sean ún bien, no es posible, sin embargo, que el bien supremo con­
sista en placer. Los placeres no son en absoluto un bien porque todo
placer es un proceso perceptible hacia un estado natural, y ningún
proceso es de la misma naturaleza que los fines, como la edificación
no es de la misma naturaleza que el edificio. Además, el hombre mori­

llo) Poeta cómico, contemporáneo de Aristóteles, mayor que éste; lo rita


en Retórica, 111.
(11) Eveno de Paros, sofista y poeta elegiaco, fr. 6 D8, p. 94.
117

(ppoveív a i f|8ovaí, Kal óaco paAAov xa ^Pel» paAAov, olov t t ¡


tc ó v áfpoSiaicov* oúSéva y á p áv SúvaoOai vofjaaí t i év aúrfj.
é t i Téxvri oúSEpla f|8ovfis- KaÍToi irav áyaBóv T é x v r js Ipyov.
20 I t i rraiSía Kal 6r|pia S icókei Tás f|8ovás. tou Sé pf) Tráaas
crrrouSaias, ó n Elal Kal alcixpal Kal óvEiS^ópEvai, Kal ó t i
pAa^Epal* voacúSr) y á p fvia tó ó v f|8écov. ó t i 8’ oú Tápiorov
f]8ovri, ó n oú téAos áAAá yévEors. Tá pév oúv Aeyópfiva
ctxeBóv t o u t ’ éorlv.
12 "Oti 8’ oú aup^aívei 8iá T aü ra pfj elvai áyaQóv pri8é tó
ápiorov, éK tcóv8e SfjAov. TrpcÓTOV pév, érrel t ó áyaOóv Si-
Xcós ( tó pév y á p árrAcós t ó Sé n v l), Kal al <púoEis Kal al
é^eis áKoAou6i“|o-ouaiv, cóctte Kal al kiviereis Kal al yEvéaEis,
Kal a l <paOAai SoKoOcrai EÍvai a i pév árrAcós cpaOAai n v l 5’
30 oú áAA’ alpETal t<«38e, Éviai 6’ oú8é tcúSe áAAá rroTé Kal óAl-
yov xpóvov alpETaí, (árrAcós) 8’ oú' a i 8’ oú8’ f|8oval, áAAá
cpalvovrai, óoai pETá Aúrrris Kal loTpEÍas ívekev, olov al tcóv
KapvóvTcov. I n érrel to ü áyaOoü t ó pév évépyEia t ó 8’ i£is,
Kcrrá auppEprjKÓs al KaOioraoai eIs "rf)V 9uaiKf)v i£iv f)8Eíaí
36 EÍaiv Io n 5’ f| évépyEia év toTs érri0uplats Tfjs úrroAolrrou
I^ecos Kal «púoEoos, érrel Kal óveu Aúrrns Kal érri6upías elcrlv
1163 o fiSoval, olov al to ü Gecopeív [évépyEiai], Tfjs 9Úoécos oúk év-
5eoüs oüot|s* otipeIov 8’ ó ti oú tco aúrcp f]6el xaípouoiv áva-
rrATipoupévT|s te Tfjs 9ÚOECOS Kal Ka6EOTT)KUÍas, áAAá kocOe-
orriKulas pév to Is árrAcós f|Séaiv, ávarrAripoupévTis 8é Kal
e to ís évavTÍois- Kal y á p ó^éai Kal mKpoIs xa íp°uo,*vi <*>v oú­
Sév oúte 9ÚOEI f|8ú oú6’ árrAcós f|8ú. cóar’ oúS’ TjSovaí-
cbs y á p Tá f|Séa rrpós áAAt|Aa 8 iéorr|KÉV, oútco Kal al f]So-
val al árró toútcov. I ti oúk áváyKt) iTEpóv t i Elvai péAnov
Tfjs fjSovfjs, cócnrep nvés 9001 t ó T é A o s Tfjs yEvéoEtos* oú
10 y á p yevéoEis eIoIv oúSé pETá yEvéoEcos rrSoat, áAA’ évépyEiai
Kal TéAos* oúSé yivopévcov auppalvouoiv áAAá xp^névcov*
Kal TéAos oú rraacóv ÜTEpóv ti , áAAá tcóv eIs t^ v TEAécooiv

1163 a 7. 81¿arnxcv oonj. Bonitz: au v é aT » ]X £ v oodd. || 15. naiv Raasow (et


fort. Ásp.): -n; codd.
117

gerado rehuye los placeres. Además, el prudente persigue el estar libre


de dolor, no del placer. Además, los placeres son un obstáculo para el
pensamiento, y tanto mayor cuanto mayor es el goce, como cuando se
trata del placer sexual; en efecto, nadie podría pensar nada durante
él. Además, no hay arte ninguno del placer, y todo bien es obra de un
arte. Además, los niños y los animales persiguen los placeres. Que
no todos los placeres son buenos, lo demuestra el que los hay ver­
gonzosos y que son objeto de censura, y que los hay nocivos; en efecto,
algunas cosas agradables son malsanas. Y que el bien supremo no es
el placer, lo demuestra el que el placer no es fin, sino devenir. Esto
es aproximadamente lo que se dice.

12

Que de esto no se sigue que el placer no sea un bien ni lo mejor,


resulta claro de estas consideraciones. En primer lugar, puesto que el
bien tiene dos sentidos (el de bien absoluto y el de bien para alguien),
también los tendrán las naturalezas y las disposiciones, y, por tanto,
también los movimientos y los procesos. De los que se tienen por malos
unos serán malos absolutamente hablando, pero podrán no ser malos
para alguno, sino elegibles; y otros no serán elegibles para ninguno,
pero sí en determinadas ocasiones y durante cierto tiempo, pero no
absolutamente. Otros ni siquiera son-placeres, sino que lo parecen; así
todos los que van acompañados de dolor y tienen por fin la curación,
como los de los enfermos.
Además, como el bien es en parte actividad y en parte disposición,
son por accidente agradables las actividades que nos restituyen a nues­
tra disposición natural, y la actividad de los apetitos que procuran esos
placeres es una actividad del resto indemne de nuestra disposición y
naturaleza, puesto que también hay placeres sin dolor y sin deseo, como
los de la contemplación, cuando la naturaleza no necesita de nada. 1153 a
Y señal de ello es que los hombres no encuentran agradables las mismas
cosas cuando su naturaleza se está restableciendo y cuando está resta­
blecida, sino que, restablecida, se complacen en lo que es agradable
absolutamente hablando, y cuando se está restableciendo, incluso en lo
contrario, porque encuentran placer hasta en lo picante y amargo, que
nunca es agradable por naturaleza ni en sentido absoluto; de modo que
tampoco esos placeres lo son, absolutamente hablando, porque las
mismas diferencias que hay entre las cosas agradables, existen también
entre los placeres que resultan de ellas.
Además, tampoco tiene que haber forzosamente alguna otra cosa
mejor que el placer, como algunos dicen que es mejor el fin que el pro­
ceso; porque los placeres no son ni implican procesos, sino actividades
y fin, ni se originan cuando estamos haciéndonos o llegando a ser algo,
sino cuando estamos ejercitando alguna facultad, y el fin no es en
118

áyopévcov rfís «púctecoj. 5ió Kal oú koAcos ?x£l a la 0r|TÍ|V


yévEorv «pávai elvai -rfiv f|6ovf|v, áAAá paAAov Aetcréov évép-
16 yeiav tíís Kcrrá (púoiv I^ecos, áv rl Sé to u alo0r|TÍiv ávEprró-
Siorov. SokeI Sé yévEals tictiv elvai, ó ti xuplcos áyaO óv tt)v
y á p évépyEiav yévemv oíovTai elvai, éori 6’ ÉTepov. t ó 8*
elvai cpaúXas ó ti voctcóSt) évia f)5éa, t ó o ú tó Kal ó ti úyieivá
évia «paúAa Trpós XP^ p aria |ióv. to ú tt] oúv «pauAa á|i<pco,
20 áAA' oú «paüAa k o tó ye to ü to , érrel Kal t ó Oecopeív iroré
pA árm i irpós úyÍEiav. épiroSíjei Sé oúte 9povr|aei oúQ’ i§ei
oúSepi? f) á 9 ’ éKáo-rns fiSovi1!, áAA’ al áAAÓTpiai, érrel a l
árró to ü OecopEív Kal pavQáveiv paAAov rroii^aouai decopelv
Kal pavOáveiv. Tó Sé Téxvíis pf) eívai Ipyov f)5ovf|v pr|5e-
26 plav eúAóycos oup^ép^Hev oúSé y á p áAAfjs évepyeías oúSe-
pi&S Téxvri éortv, áAAá Tfjs Suvápecos’ KaiToi Kal f| pupevyi-
Kf) Téxvr) Kal óvjA)irotTiTiKf| SokeI f|6ovf¡s elvat. t ó Sé tó v
o-<¿9pova 9EÚy£iv Kal tó v 9póvipov Siúkeiv tó v áAinrov (Mov,
Kal t ó Tá iraiSía Kal Tá ©Tipia Siúkeiv, tco aÚTCp Aúrroa rráv-
30 Ta. érrel y áp EÍpTiTca ttcos á y a 0a l árrAcos Kal ttcos oúk á y a -
6a l rrSoai al f)5oval, Tás TOiaúras Kal Tá ©Tipia Kal Tá irai­
Sía Sicókei, K a l Tfjv toútcov áAuirícxv ó 9póvipos, Tás Pet*
émQupías Kal Aúttt}s, Kal Tás oxopcrnKás (toioOtoi y áp aú -
to i) Kal Tás toútcov úrrepPoAás, ko9’ ás ó áKÓAaoros áKÓ-
36 Aaoros- Sió ó ac¿9pcov 9eúyei to ú to s , érrel elalv f)8oval koI
aÚ9povos.
13 ’AAAá pfjv ó t i Kal f| Aúrrn k o k ó v , ópoAoyeíTat, Kal 96UK-
11636 t ó v f| pév y á p árrAcos k o kóv, Sé tc o tit) ép-rroSioriKi1!. tc o
Sé 9EUKTCO t ó évavTÍov f¡ 9euKTÓv t i Kal k okóv, á y a 9óv.
áváyicr| oúv t ^ v f)Sovf|v áyaéóv t i elvai. cbs y á p I tte ú c titt-
6 rros iAuev, o ú aup[3aívEiv f| Aúais, wcnrEp t ó peíjo v tc o éAáT-
t o v i Kal tc o íctco évavTÍov oú y á p áv 9aír) ÓTrep k o kóv t i
EÍvai tÍ)V ^Soi/i^v. TápioTÓv t ’ oúSév kcoAúei íjSovfiv Tiva
eIvoi, el éviai 9aüAai f|6ovaí, cocnrep Kal émcmt|pT|v mvá
évícov 9CXÚACOV oúctcov. Tacos Sé k o I ávayKaíov, eírrep éKá-
io o-rns é§E<¿s elaiv évépyEiai ávEprróSioroi, eT9 ’ f) rraacóv évép-
yeiá éonv eúSajpovía e íte f) t i v ó s aúrcov, áv 7) áveprróSi-
oros, alpETCOTárriv eTvoi* t o ü t o 5 ’ éorlv f|5oviV coare eír|
áv t i s f|8ovfi t ó ápiOTOV, tc o v rroAAcov fjSovcov 9aúAcov oú-
crcóv, el S tu x ev , árrAcos. Kal Siá t o ü t o irávTES t ó v EÚSalpo-
118

todos algo distinto de ellos, sino sólo en los que conducen al perfeccio­
namiento de la naturaleza. Por eso no es exacto afirmar que el placer
es un proceso perceptible, sino que debe decirse más bien que es una
actividad de la disposición natural, y, en lugar de perceptible, sin tra­
bas. Algunos piensan que es un proceso porque es eminentemente un
bien; piensan, en efecto, que la actividad es un proceso, pero es otra
cosa.
En cuanto a afirmar que los placeres son malos porque algunas cosas
agradables son malsanas, es lo mismo que decir que las cosas sanas son
malas porque algunas lo son para hacer dinero. En ese sentido, son ma­
los unos y otras, pero no son malos por eso, ya que hasta la contempla­
ción eB en ocasiones perjudicial para la salud.
Tampoco es un obstáculo ni para el pensamiento ni para disposi­
ción alguna, el placer que deriva de ella, sino los que le son ajenos, ya
que los placeres que resultan de pensar y aprender nos harán pensar
y aprender más.
En cuanto a que ningún placer es obra de un arte, es muy razonable
que así ocurra; tampoco hay arte, en efecto, de ninguna otra actividad,
sino de la facultad correspondiente, aun cuando el arte de los perfumes
y el de la cocina parecen ser artes de un placer.
En cuanto a las objeciones de que el morigerado rehuye los placeres
y el hombre prudente persigue una vida sin dolor, y de que los niños y
los animales persiguen los placeres, se deshacen todas con el mismo
argumento. En efecto, puesto que ya hemos dicho en qué sentido son
buenos absolutamente y en qué sentido no son buenos todos los place­
res, los niños y los animales persiguen estos últimos, y el hombre pru­
dente el estar libre de dolor respecto de los mismos, a saber, respecto
de los placeres que van acompañados de apetito y de dolor, y los cor­
porales (pues son éstos los que tienen esa naturaleza), y los excesos de
esos placeres, por los que el licencioso es licencioso. Por eso el morige­
rado rehuye esos placeres, pues también hay placeres propios del mori­
gerado.
13

Que el dolor es un mal, todos lo reconocen, y que debemos rehuirlo, 1163 i


porque o es un mal absoluto, o lo es por ser, en algún sentido, un obs­
táculo. Y lo que se opone a lo que debe rehuirse en cuanto debe rehuirse
y es malo, es un bien. Necesariamente, por tanto, el placer será un bien.
En efecto, la solución que daba Espeusipo no es solución: decía que el
bien se opone al placer y al dolor como lo mayor a lo menor y a lo igual;
pues no podría afirmar que el placer es esencialmente lo que un mal.
Que el bien supremo sea un placer, nada lo impide, aun cuando algu­
nos placeres sean malos, como también puede ser un conocimiento,
aunque algunos son malos. Quizá es incluso necesario que, si cada dis­
posición tiene bus actividades propias libres de trabas, tanto si la feli-
110

16 va f|8úv oíovTai píov EÍvai, Kai IpttAIkoucti -rf)v f)6ovf¡v el?


Tf]v EÚSaipovíav, EÚAóycos' oúSEpía y á p IvépyEia tIAeios ép-
TroSijOMévT), f) 8’ eúSaipovía t c ó v teA eíc o v - 8 ió TrpoaSeíTai ó
EÚSaípcov t c ó v év acó p a n áyaOcov Kai tc ó v é k t ó s Kal Tfjs t ú -
Xtis, óttcos pf) ép-iroSíjTiTai Taírra. oí 8é t ó v Tpoy^óiiEVov
20 Kai tóv Sucrruxíais psyáAais TrepiTríirrovTa EÚSaipova <pá-
aKovTES elvai, láv f¡ áyaOós, ti Ikóvtes t“| ¿kovtes oú8év Aé-
youaiv. 8iá 8é t ó TrpoaSetaOai tt}S tú x tis 8oke! n a l tocú-
tó v eIvoi i5! EÚTVXía tt¡ eúBaipovíg, oúk oúoa, Itteí Kai acúr^
CrrreppáAAouaa I|íttó6iós Iotiv, Kai Tacos oúkIti eútuxíov Ka-
25 AeIv SÍKaiov* Trpós y áp tí)v EÚSaipovíav ó ópos aÚTfjs. Kai
t ó 8icókeiv 8’ am u rra Kai 6r)pta Kai ávQpcóirovs t^ v f|8ovf)v
ctt) peTóv t i to u elvaí ttcos t ó ápiorov aún'jv*

(pr)(jT| 8’ o ú tis irápirav árróAAuTai, flv Tiva Aaoí


iroAAoí...

30 áAA* Itteí oúx A aúrf) oúte 9ÚCTIS oú6’ l£is f| áp ío rq o ú t’


&TTiv oúte Bokeí, oú8’ f)8ovf)v Sicókouoi t^ v aúr?iv irávTES,
flSov^v pévroi irávTES. Tacos 8é Kai StcÓKOuaiv oúx oíov­
Tai oú8* f|v áv <paíev, áAAá tíjv a ú n 'iv irávTa y á p 9Úaei
?XEi t i 6eTov. áAA’ £1X1*19001 t?iv to u óvóporros KAripovopíav
25 al acó p a n Kai f|8oval Siá t ó irAEioráKis te irapapáAAEiv eís
aCrrás Kai irávTas petIxeiv oútcov 5iá t ó póvas oúv yvco-
1164 o pípous eIvoi TaÚTas póvas oíovtoi Elvat. 9av£póv 81 Kai ó n ,
EÍ píi fi8ovf| áyadóv Kal f) IvépyEta, oúk 2a r a i jfjv fjSIcos tó v
EÚBaípova’ tívos y á p Sveko Séoi &v aÚTf¡s, eíttep pfj áyaQóv,
áAAá Kal Aunripcós IvSéxeTai jf jv ; oúte kctkóv y á p o ú t’
6 á y a 0óv f\ Aúmi, eTttep pr^S’ Í]8ovtV w ote 8iá t í &v 9£Úyoi;
oú8é 8f) í)6tcov ó píos ó to u arrouSatou, eí pfj Kal al évép-
y£iai aÚToO.
14 rÍEpl Sé 8f| tcóv acopaTiKcov f]Sovcóv érnaKEnrlov toTs
Aéyowiv óti fviaí yE f|8oval alpETal a9Ó5pa, olov al koAo í ,
10 áAA’ oú x a l ocopanK al Kal Trepl &s ó áKÓÁaoros. Siá t í
oúv al évavTÍai AOrrai poxOT)paí; kokco y á p áyaSóv évav-
tíov . ^ oútcos áyaQ ol a l ávayK aíai, óti Kal tó pf| kokóv
áyadóv é o n v ; péxpi tou á y a O a í; tcóv pév y á p I^ecov
119

cidad consiste en la actividad de todas ellas como si consiste en la de


alguna de ellas, a condición de estar libre de trabas, eso sea lo más
digno de ser elegido, y en eso consiste el placer. De modo que lo mejor
de todo seria entonces un placer, aun cuando la mayoría de los place­
res fueran malos, posiblemente, en un sentido absoluto. Y por esta
razón todos creen que la vida feliz es agradable, y meten el placeT en
la trama de la felicidad, con razón, pues ninguna actividad perfecta
admite trabas, y la felicidad es algo perfecto. Por eso el hombre feliz
necesita de los bienes corporales y de los externos o de fortuna para
no tener trabas de esa clase. Los que afirman que el que está en la tor­
tura, o el que ha caído en grandes infortunios, es feliz si es bueno,
voluntaria o involuntariamente dicen una vaciedad. Por otro lado, como
la felicidad necesita de la fortuna, les parece a algunos que la buena for­
tuna es lo mismo que la felicidad, no siéndolo, puesto que también
ella, si es excesiva, es un obstáculo, y quizá ya no merece el nombre de
buena fortuna; en efecto, su limite es relativo a la felicidad.
Y el hecho de que todos los animales y hombres persiguen el placer
es una señal de que, en cierto modo, el placer es el bien supremo:

No es fama del todo perdida la que muchos pueblos... ( 12).

Pero como no hay naturaleza alguna ni disposición que sea ni parezca


la mejor para todos ellos, tampoco persiguen, todos el mismo placer,
si bien todos persiguen el placer. También es posible que no persigan
el que creen, ni el que ellos dirían, sino el mismo, porque todas las cosas
tienen por naturaleza algo divino. Los placeres corporales se han apro-
liado el nombre porque son aquellos a que con más frecuencia tienden
1os hombres y porque todos participan de ellos; asi, como son los únicos
con los cuales están familiarizados, piensan que son los únicos que
existen.
Es evidente también que si no son un bien el placer y la actividad, 1154 a
no será posible que viva agradablemente el hombre feliz; pues ¿para
qué habla de tener necesidad del placer si no es un bien, y puede
vivir lo mismo con dolor? En efecto, el dolor no será ni un mal ni un
bien, si no lo es el placer, y, en consecuencia, ¿por qué había de rehuirlo?
Tampoco, por tanto, será más agradable la vida del hombre bueno, no
siéndolo sus actividades.

14
Respecto de los placeres corporales, los que dicen que algunos pla­
ceres son, sin duda, apetecibles en gran manera, como los placeres
nobles, pero que no lo Bon los corporales, en que se interesa el licencioso,
tendrán que considerar por qué, entonces, son malos los dolores con-

(12) Heóodo: Trabajo» y dias, 703.


120

K al KiWjoscov óctcov pí) ia r i t o u peA-ríovos CrrrcpPoA^, oúSé


15 t t í s f|8 ovfjs* óctcov 6 ’ 2o n , Kal Tfjs f|Sovfjs. é o n v Sé tc o v
crcopanKcóv áyaOcov úrrepPoAi'i, K al ó <paOAos t c o S icó k eiv Tf|V
vnreppoAi^v é o n v , áAA’ oú Tás á v a y K a ía s- TrávTes y á p x°rf-
pouCTÍ ttc o s Kal ó y o is K al oívois K al áq>po8 icr[ois, áAA* o ú x
cbs Se!. I v o v t íc o s 5 ’ érrl Tfjs Aúttt|S" oú y á p t Í ) v úrrepPoAf|V
20 <peúyei, áAA’ óAcos' oú y á p I o n t t ¡ úmp^oArj Aúnri é v a v d a
áAA’ f | t c o S ic ó k o v t i t t ) v úrrep^oA^v.
’ Eirel S’ oú póvov Sel TáArj6 és elirelv áA A á Kal t ó aÍTiov
t o ü yeúSous' t o ü t o y á p auppáAAeTai Trpós t Í) v i r lo r iv
6 t o v y á p eúAoyov cpavfj t ó S iá t I qxxlveTai áA^OÉs o ú k ó v
26 áATiQés, ir io r e ú e iv Tro ie l t c o áArjOei p aA A ov cócrre AeKTéov
S iá t I q> a ívo vTa i a l c rc o p a riK a l f|Soval a lp e rc Ó Te p a i. -rrpeo-
t o v pév oúv Sf| 5 t i áKKpoúei t í j v A úttt|v Kal S iá T ás ú rre p -
PoAás Trjs Aúrras, cbs oúcrns Icrrpelas, t ^ v f|8 ovf)v S ic ó k o u c ti
t Í) v ÚTTepPáAAoucrav Kal óAcos t ^ v CTCopariKi'iv. oxpoSpal Sé
30 yívovT ai a l la T p e ía i, Sió Kal SicÓKOvrai, S iá t ó ira p á t ó évav-
t I o v (palveoOai. Kal oú arrouSaiov Sf) SoKet f) f|8 ovt| S iá 8 úo
t o O t o , cÓCTTrep e íp r|Ta i, ó t i a ! pév «paúAns <pú<yecós elai irp á-

§eis (í) ék yevexfjs, cócnrep Sriplou, f| 8 i* 26os, olo v a l t c ó v


«paúAcov á v 6 pcbrrcov)f a t 8 ’ laTpeTai [ ó t i ] évSeoüs, Kal ?XElv
1154 6 p éA n ov ^ yív ea 6 a r a ! 8 é ciupPalvouCTi TeAeoupévcov- Kcrrá
CTupPepT]KÓs oúv arrouSocTai. 2n S i c o k o v t o i S iá t ó crcpoSpal
elvai úrró t c ó v áAA ais pf| 8 uvapévcov x a ^Peiv* o ú t o I y o ü v
o ú t o Ts S ly a s n v á s irapaCTKeuájouCTiv. ó tc x v pév oúv á( 3Aa-

5 pels, ávemTÍpriTov, ó t o v 8 é pAapepás, «paüAov. oÚTe y á p


§Xouorv érepa ¿9’ o ís x a ^P°UCTlv» Te p-qSéTepov ttoAAoTs
Aurrripóv S iá t í j v 9ÚOTV. áel y á p novel t ó j&iov, cócnrep Kal
ol 9UCTtoAóyoi papTupoücn, t ó ópav, t ó áKoúeiv 9 áCTKOvres
eívai Aurrripóv áAA* f)8t| auvi^Oeis écrpév, cbs (potcilv. ópoícos
lo 8’ év pév tt¡ veÓTTjn 8 iá t íiv o ü £t |c tiv cócnrep ol olvcopévoi
SiáKeivTai, Kal f|Sú í) veórT|S. ol 8é peAayxoAiKol tÍ|v 9Ú-
c tiv SéovTai áel laTpelas' Kal y á p t ó acop a Saxvópevov 81a-
teAeT 8 iá t íjv Kpacnv, Kal áel év ópé£ei 0908 pqi: elcrlv éfeAaú-
vei 8é f|8ovf| Aúrrnv ^ t ’ évavTla Kal f) t u x o ü c t o , éáv f¡ I c t x u -
16 pá* K al S iá TaÜ Ta áKÓAacjroi Kal 9CXÜA01 y lv o v r a i. a l 6 *

1164 b 7. ^uaioXéf01 Asp.: fvxnxol K?: ^uaixol X ifoi


120

trarios, ya que lo contrario de lo malo es bueno. ¿O son buenos los pla­


ceres necesarios en el sentido de que también lo que no es malo es
bueno? ¿O son buenos hasta cierto punto? Porque en las disposiciones
y movimientos en que no puede darse un exceso de bondad, no se da
tampoco el exceso de placer, y en las que puede darse el primero, se da
también el de placer. Ahora bien, en los bienes corporales puede darse
el exceso, y el hombre m alo en este sentido lo es porque persigue el
exceso, y no lo necesario, ya que todos los hombres disfrutan, en cierto
modo, con los manjares delicados, los vinos y los placeres sexuales,
pero no todoB como es debido. Lo contrario le ocurre con el dolor: no
rehuye el exceso, sino el dolor en absoluto, pues no existe un dolor con­
trario al exceso sino para aquél que persigue el exceso.
Puesto que no sólo debemos la verdad, sino también la causa del
error— en efecto, esto ayuda a producir la convicción porque el ver
racionalmente por qué parece verdad lo que no lo es, nos hace dar más
crédito a la verdad— , tendremos qué decir por qué razón los placeres
corporales se nos muestran como más apetecibles. Pues bien, en primer
lugar, porque expulsan el dolor, y, debido al exceso de dolor, los hom­
bres persiguen el placer excesivo, y, en general, los placeres corporales,
como un remedio a aquél. Los remedios suelen ser violentos, y por eso
son perseguidos, porque resaltan frente a su contrario. T el placer
no parece bueno por estas dos razones, como hemos dicho: porque algu­
nos placeres son actividades de una naturaleza mala (ya congénita,
como la del brutal, ya resultado de un hábito, como la de los hombres
viciosos); y otros, son remedios de una necesidad o carencia, y tener
es mejor que subsanar; éstos se dan en los que están en vías de perfec­ 1164 ft
cionamiento, y, por tanto, son buenos por accidente. Además los per­
siguen por su violencia los que no pueden disfrutar de otros y por eso se
procuran ellos mismos esta especie de sed. Cuando no son nocivos, no
hay nada censurable en ello; cuando son nocivos, es malo. No tienen,
en efecto, otras cosas de qué disfrutar, y a muchos su misma natura­
leza les hace penosa la neutralidad; en efecto, el ser vivo está en conti­
nuo trajín; como lo atestiguan los fisiólogos, el ver, el oir, son dolorosos,
sólo que ya estamos acostumbrados a ello, nos dicen. Igualmente, en
la juventud el crecimiento produce una condición semejante a la de los
embriagados, y la juventud es agradable. Los de naturaleza excitable,
por otra parte, requieren constantemente remedio, porque su cuerpo,
debido a su temperamento peculiar, está en continua tortura y es siem­
pre presa de deseos violentos; pues bien, el placer expulsa al dolor, ya
sea el placer contrario o cualquiera, con tal que sea intenso, y por eso
estos hombres se vuelven desenfrenados y viciosos.
121

á v e u Aurrcov o ú k 2xouo1v vnrepfJoAi'iv aúrai 8é tcov 9Ú<m


f)5 lcov K al pf| Kcrrá ctupPePtikós. Aéyco 61 kcctA o u p p E p ti-
kós f | 5 é a tóc IccTpEÚovTa- <5r i yócp aup|Jaívei iarpEÚEaOai tou
vnropÉvovTOS uyioug TrpárTOVTÓs t i , 5 ió( touto f)8ú Sokeí
20 slvar <pú<T£i 8’ f|8éa, & ttoieí irp a ^ iv Tfjs toiSctB e 9ÚCTEC05.
oúk á d 8’ oúOév f)8ú tó ocútó S ióc t ó pf| ónrAí^v f|pcóv sTvcn
t Í|v 9ÚcTtv, áAA’ évEívaí t i K al &repov, ko8ó 9€apT o(, coctté
&V Tt OáTEpOV irpÓCTTIJ, TOÜTO TT) ÉTÉp<Jt 9ÚCTÉI TTOCpá 9ÚCTIV,
ÓTOV 8’ laá^ lj, OÚTE AuirripÓV Sokeí OÚ©’ f|5 Ú TÓ irpaTTÓpEVOV
26 érrel eí t o u f| 9Ú01S órrrAfí eít|, óe! f| aún*) irpa^ts f)SíoTTi
éo rai. 8ió ó Qeós óceI plav Kal ónrAfjv X^pe* f|8ovi‘|V' oú
yócp póvov kivi*|ctecí>s éoriv évépyEia áA A á Kal áKiVTjaías, Kal
f)8ovf) paAAov év f|pEpí<y é o rlv f| év kivi'ioei. pETapoAf) 8é
TTÓCVTCOV yAUKÚ, KOTÓC TÓV. TTOtTjTI^V, 8lOC TTOV^píaV Tivá*
30 cboirep y á p á v 0 pCOTTO5 EÚpETápoAoS Ó TTOVTlpÓS, Kal T) 9ÚOTS
f| SEopévri pE rapoA fís’ oú y á p órrrAfí °Ú 8’ émeiKi'is.
TTEpl pév oúv éy9paT E Ías Kal áK p aaías Kal Trepl f|Bovfjs
Kal Aútttis eípTyrai, Kal t í I k o o to v Kal ttcos T á pév á y a 9 á
o ú tc o v é o r l T á 8é KaKá* Aoiiróv 8é Kal TTEpl 9 iAías époüpEV.
121

Los placeres que no implican dolor no tienen exceso, 7 éstos son los
producidos por lo que es agradable por naturaleza 7 no'por accidente.
Llamo agradable por accidente a lo que cura o remedia: en efecto, es
porque cierta acción de la parte que permanece sana tiene por resul­
tado la curación, por lo que este proceso parece agradable; 7 llamo
agradable por naturaleza a lo que produce una acción propia de cada
naturaleza determinada.
No ha7 nada que nos sea siempre agradable, porque nuestra natu­
raleza no es simple, sino que ha7 también algo dé otra índole en nosotros
por cuanto somos perecederos, de modo que si uno de nuéstros elemen­
tos actúa en un sentido, esto contraria a nuestra otra naturaleza, 7
cuando ha7 equilibrio entre ambas, su actuación no nos parece ni dolo-
rosa ni agradable. Bi la naturaleza de alguno fuera simple, la actividad
más agradable para él seria siempre la misma. Por eso Dios se goza
siempre en un solo placer, 7 simple, pues no sólo ha7 una actividad del
movimiento, sino de la inmovilidad 7 el placer se da más bien en 1$
quietud que en el movimiento. E l cambio de todas las cosas nos es dulce,
como dice el poeta ( 13), debido a una especie de vicio, pues asi como el
hombre más. cambiable es el vicioso, también lo es la naturaleza que
tiene necesidad del cambio; no es, en efecto, simple ni cabal.
Hemos tratado, pues, de la continencia 7 la incontinencia, el placer
7 el dolor, 7 qué es cada una de estas cosas, 7 cómo unas son buenas 7
otras, malas. Nos queda hablar también de la amistad.

(13) Eurípides: Orettea, 234.


1155a 0.

Metóc 8 é TOtChra ire p l «piXías firo iT ’ á v 8 ieA06í v 2< tti y á p


ápETi*! t i s 'ñ P e r’ áp n fjs, Sri 8 ’ ávcryKaiÓTOTOV els t ó v piov.
6 áveu y áp <piAcov oúSels íAoit' áv j-qv, 2x wv Aotirá á y a 0á
irávTa* Kal y áp ttAoutoucti Kal áp y ás Kal 8uvaareías kek-
nipévois 8ok€í «píAcov páAior* elvai XP£^a ‘ Y&P ¿tyeAos ttís
TOiaúrns eúerr)pías ácpaipeOeíoris eúepyealas, ^ yíyvETai pá-
Aiora Kal éiraiveTCúTáTT| Trpós <p(Aous; f| ircós áv TTipTj6elT|
lo Kal CTCp^oiT* áveu «plAcov; óctco y á p ttAeícov, toctoútco ém a-
«paAeoTépa. év irevíqt te Kal Tais Aonraís 8uoruxíais póvqv
oTovtoi Karacpuyfiv elvai to ú s «píAous- Kal véois 8é irpós tó
ávapáp-niTOv Kal irpeapurépois irpós Oepaireíav Kal t ó éA-
Aeíirov Tfjs irpá^ecos 5i’ áo6éveiav poriOeías, to ís év áxpfj
15 irpós f á s KaAás irpáfeis’ «oúv Te 6ú’ épxopévco-» Kal yáp
vofjcrcn Kal irpa^ai 8uvarcbTepoi. cpúaei t ’ évvrrrápxeiv 2oik6
irpós t ó yeyewripévov tco yewi'iaavTt Kal irpós t ó yewfjoav
tc¡3 yewriOévTi, oú póvov év áv6pcóirois áAAá Kal év Spviai
Kal to ís irAeícrrois tcov jcjxov, Kal to ís ópoeOvéo'i irpós áA-
20 A^Aa, Kal páA iora to ís ávépcoirois, 66ev to ú s 9iAav9pcóirous
éiraivoüpev. I8‘ói 8’ áv tis Kal év Tais irAávais cbs oíkeíov
dirás ávOpcoTros ávQpcóirco Kal 9ÍA0V. íoike 8é Kal Tás Tró-
Aets cruvéxetv f| 91Ata, Kal ol vopoOÉTat paAAov irepl aú-rf|V
oirou8á3eiv f| t^ v SiKaioCTÚvqv f| y á p ¿póvoia ópoióv t i tt¡
25 9iAíg Ioikev elvai, to ú ttis 8é páAior’ é9ÍevTai Kal tíjv o r á -
oiv éx^pav oúcrav páAicrra é^eAaúvouaiv- Kal 9ÍAC0V pév 5v-
tcov oúSév 8eí Sikcxioowtis, SÍKaioi 8* óvtes irpoaBéovTai 91-
Alas, Kal tcov SiKaíeov t ó páA iora 91A1KÓV elvai SokeI. oú
póvov 6’ ávayxcflóv éoriv áAAá Kal KaAóv- to ú s y á p 91A0-
30 9ÍA0US éiraivoüpev, te iroAu9iAía SokeI tcov KaAcov év t i
elvai1 Kal éti to ú s oútoús oíovrrat ávSpas áya6oús elvai Kal
9ÍA0US.
L I B K O V III

Después de esto podríamos continuar tratando de la amistad: es, en 1156 a


efecto, una virtud, o va acompañada de virtud, y, además, es lo más
necesario para la vida. Sin amigos nadie querría vivir, aun cuando
poseyera todos los demás bienes; hasta los ricos y los que tienen cargos
y poder parecen tener necesidad sobre todo de amigos; porque ¿de qué
sirve esa clase de prosperidad si se la priva de la facultad de hacer bien,
que se ejerce preferentemente y del modo más laudable respecto de los
amigos? ¿O cómo podría tal prosperidad guardarse y preservarse sin
amigos? Porque cuanto mayor es, tanto más. peligra. En la pobreza y
en los demás infortunios se considera a los amigos como el único refu­
gio. Los jóvenes los necesitan para evitar el error; los viejos para bu
asistencia y como una ayuda que supla las menguas que la debilidad
pone a su actividad; los que están en la flor de la vida, para las acciones
nobles: «dos marchando juntos» (1), así, en efecto, están más capacitados
para pensar y actuar. Parece darse de un modo natural en el padre para
con el hijo, y el hijo para con el padre, no bóIo entre los hombres, sino
entre las aves, y en la mayoría de los animales, y entre los miembros
de una misma raza, sobre todo entre Iob hombres; por eso alabamos a
los que aman a sus semejantes. Puede verse en los viajes cuán familiar
y amigo es todo hombre para el hombre. Parece además que la amistad
mantiene unidas a las ciudades, y que los legisladores consagran más
esfuerzos a ella que a la justicia: en efecto, la concordia parece ser algo
semejante a la amistad, y es a ella a lo que más aspiran, mientras que
lo que con más empeño procuran expulsar es la discordia, que es ene­
mistad. Y cuando los hombres son amigos, ninguna necesidad hay de
justicia, mientras que aun siendo justos necesitan además de la amis­
tad, y parece que son los justos los que son más capaces de amistad.
Pero la amistad no es sólo algo necesario, sino algo hermoso. E fec­
tivamente, alabamos a los que aman a sus amigos, y el tener muchos
amigos se considera como una de las cosas mejores, y hasta identifica­
mos en nuestra opinión hombres buenos y amigos.

(1) Iliada, X.224. El uso era ya proverbial.


123

A ia(i«pi°'P TlTEÍTai Sé irepl aOrfís o ú k óAíya. oí pév y áp


ó p o ió r r iT á n v a nOéacnv aúr?|v Kal t o ú s ópoíous 9ÍAous,
36 6 0 ev t ó v ópoióv <pacnv cbs tó v ópoiov, Kal koAoióv ttot I ko-
Aoióv, Kal t í t o io Ot o * oí 8’ évavTÍas icepapels irávTas
use b t o ú s t o io ú t o u s áAAi^Aois 9aalv elvai. Kal irepl ocútcov t o ú ­
tcov ávcorepov ÉmjriToOCTi Kal 9UoiKcórepovt EúpiiríSris pév
9áaKcov épav pév ópfipou yalav fíipavOelcrav, épav 8é aepvóv
oúpavóv irAripoúpevov óp^pou ireoelv és yalav, Kal ‘ Hpá-
5 KAeiTos t ó ávTÍ^ouv aup9épov Kal ék tcov 8ia9epóvTcov koA-
Alorr|v áppovíav Kal irávTa kcxt’ Iptv yíveo0a r é£ évavTÍas
8é t o ú t o is áAAoi t e Kal 1EpTre6oKAf¡s‘ t ó y á p ópoiov t o u
ópoíou ¿9Íeo0ai. T á pév oúv f v e i K á tcov árropripáTcov á9eí-
a0co (oú y á p o IkeTo T fjs irapoúoi)s oxévf/ecos)’ óoa 8’ é<7TÍv
io ávOpcoTriKá Kal ávf|KEi els T á flOrj Kal T á irá6r|, t o Ot ’ éiriCTKe-
ycópe6a, olov irórepov év iraai ylveTai 9iA(a f| oúx ° ^ v te
pox&ripoús ó v t o s 9ÍA0US elvai, Kal irórepov Iv eI8os Tfjs 91-
Alas I o t Iv f| irAelco. ol pév y á p Iv olópevoi, ó n é-m B éx eT a i
t ó paAAov Kal [ t ó ] ?ít t o v , o ú x iKavcp ireinareÚKaai or)peleo-
15 8éx& T ai y á p t ó paAAov Kal [ t ó ] fjrrov Kal T á iTepa tc o
eí8ei. eípT|Tai 8 ’ úirép o ú t ó ó v IpirpocrQev.
2 T á x a 8’ áv yévoiTo irepl o ú tS v 9avepóv yvcopio0évTOS
to u 91ÁTIT0O. SokeI y á p oú irav 9iAeTo6at áAAá t ó 9iXiyróv,
to u to 8’ elvai á y a 0óv f)8ú xP1‘l<TlP°v‘ 8ó§eie 8’ áv XP^“
20 aipov elvai 81’ oú ylveTai á y a 9óv t i f| Y|8ovi^, cócrre 9iÁT]Tá
áv eTt| TáyaOóv -re Kal t ó f|8ú cbs TéAr|. irÓTepov oúv r á y a -
0óv 91A0UCTIV ^ t ó oútoTs áyaOóv ; 6ia9Cove! y áp évloTe to u -
Ta. ópoícos 8é Kal irepl t ó f|8ú. Soice! 8é t ó oútgí áyaQóv
9iAeIv iKacrros, Kal elvoa áirAws pév TáyaOóv 9íATyróv, éKá-
25 oTcp 8é t ó ÍKácrrcp- 91A6I 8’ Ikootos oú t ó óv áureo áyaOóv
áAAá t ó 9CXIVÓPEV0V. 8ioícrei 8’ oú8év* ícrrai y á p t ó <piAn~
tó v 9aivópevov. TpiSv 8’ óvtcov 81’ á 9tAo0oiv, érrl pév tt¡
tcóv á y ú x ^ v 9iA^crei oú AéyeTai 91Ata- oú y á p éonv á v n -
9ÍAt)ct»s, oú8é poúAr|cns éKeívcp áyaQoO (yeAoíov y á p Tacos
30 T 6p oTvej) f3oúAeo6ai Táya0á, áAA’ eTirep, a 03360601 {JoúAetoi
aCrróv, Tva aCrrós Ix 1])' Tcp Sé flAco 9 a a l 8eTv poúAeo6ai Tá-

1166 b 20. ixc(vc|> Bywater; {xdvoiv oodd.


123

P oi otro lado, bo discute no poco sobre ella. Unos la consideran


como una especie de semejanza, y que los que Bon semejantes se hacen
amigos, y por eso se dice «tal para cual», «cada oveja con su pareja», etcé­
tera. Otros, por el contrario, afirman que todos los que se parecen Be
conducen entre si como «alfarero con alfarero». Y , a propósito de estos 1165 6
mismos, se hacen investigaciones más elevadas y científicas, y asi dice
Eurípides (2) que la tierra reseca ama la lluvia, y que el majestuoso
cielo henchido de lluvia ama caer en la tierra; y Heráclito (3) que lo
opuesto eB lo que conviene, y que la armonía más hermosa es la pro­
ducida por tonoB d iferen tes, y que to d o nace de la discordia; y, al
contrario que éstos, Empédocles (4), entre otros, dice que lo semejante
aspira a lo semejante. Pero dejemos los problemas físicoB (que no son
propios del presente estudio), y consideremos, en cambio, los humanos,
relacionados con el carácter y con los sentimientos; por ejemplo, si la
amistad se da en todos o no es posible que los malos sean amigos, y si la
amistad tiene una sola forma o v a r ia s . Los que piensan que tiene una
sola porque admite el más y el menos, se fían de una indicación insufi­
ciente, pues también cosas de distinta especie son susceptibles del
más y el menos. Pero sobre esto ya hemos hablado antes.

Quizá se aclararía la cuestión de laB clases de amistad una vez


conocido el objeto de ella. Parece, en efecto, que no todo puede ser
objeto de predilección, sino sólo lo que es amable, y que esto es o
bueno o agradable o útil. Podría pensarse también que es útil aquello
mediante lo cual se produce un bien o un placer, de modo que lo
amable sería entonces lo bueno y lo agradable como fines. Ahora bien,
¿aman los hombres lo bueno, o lo que es bueno para ellos? Porque a
veces estas dos cosas están en desacuerdo. Y lo mismo respecto de lo
agradable. Parece que cada uno ama lo que es bueno para él, y que si
bien, absolutamente hablando, el bien es amable, para cada uno lo es
el bien de cada uno, y cada uno ama, no lo que es bueno para él, sino
lo que se lo parece. Pero esto da lo mismo: lo amable será lo que parece
amable. Siendo tres las causas por las que los hombres aman, no emplea­
mos el nombre de amistad cuando se trata de la afición a cosas inani­
madas, porque entonceB no hay reciprocidad, ni se desea el bien del
objeto (sería ridiculo, en efecto, desear el bien del vino; todo lo más, bo
desea que se conserve, para tenerlo); en cambio, decimos que debe
desearse el bien del amigo por el amigo mismo. De los que asi desean
el bien de otro, decimos que son benévolos si de la parte del otro no se

(2) Fr. 898 N&uok.


(3) Diela, fr. 8 y 80.
(4) Diels, fr. 02.
124

y a 0á ¿keívou IvEKa. to ú s 8é pouAopévovs oútco TáyaOá eú-


vous Aéyouo'iv, áv pf) tocútó Kal Trap’ ékeívou ylvriToa* eú-
voiav y á p Iv ávTiTmrov6ócTi «piAíav eívai. f| ttpoctQetéov pf)
35 AavQávovo-av; iroAAol y áp elcnv eúvoi oís oúx écopáKaaiv,
uso a CrrroAappávoum 8é éiriEiKEÍs Elvai f| xpTialpovs* to ü to 8 é t ó
ovjtó Káv éraivcov tis iráBoi Trpós to ü to v . eúvoi pév oúv oú-
to i «palvovTai áAAfjAoiS' 9IA0US 8é ttcos áv tis eíttoi AccvQá-
vovTas eos 2xoucnv íauTOís; 8eT á p a eúvoeív áAAi'jAois Kal
5 (3oúAect0cci Táya0á pf) Aav0ávovras 81’ iv t i tcov eipTipévcov.
3 Aia<pép£i 8é TaÜTa áAAi“|Acov eí8er Kal al 9iAf|o-£is áp a
Kal al 91AÍCH. Tpía 8fi Tá Tfjs 91AÍCCS eT8r|, toápiQpa toTs 91-
AtitoTs* koc6’ íkootov y áp écrnv á m ^ í A ^ s oú AavOávou-
aa, ol Sé 91A0ÜVTES áAAi^Aous (3oúAovtch rá y a S á áAAil|Aois
10 tocútt) f) 9iAoüaiv. ol pév oúv 8iá t ó xpi'iaipov 91A0ÜVTÉS
áAAi*|Aous oú Ka0’ aÚTOÚs 9iAoü<riv, áAA’ f) yívrraí t i oútoTs
Trap’ áAAi'iAcov áyaOóv. .¿poicos 81 Kal ol 81’ fiBovi'iv oú
y á p tco TT010ÚS Tivas elvai áyarrcoai to ú s EÚrparréAous, áAA’
ó ti fiBels aÚTOls. oí te 8f) 8iá t ó xP^aipov 91A0ÜVTES 8iá
15 t ó aÚTOÍs áyaQóv orépyoucn, Kal ot 81’ r)5ovf}v 8iá t ó oútoIs
f)8ú, Kal oúx í ^ 9iAoúpevós éonv, áAA’ fj xpifcipos ^ flBús.
Kcrrá auppEpTjKÓs t é 8f) a l 91AÍCXI aÚTaí eIctiv oú y á p f¡ éorlv
¿orrep éorlv ó 91A0ÚPÉV0S, toúti¡| 9iAeítcxi, áAA’ í¡ Tropljou-
atv oí pév áyaQóv t i o í 8’ fjBovi'iv. EÚSiáAvroi 8f) a l to io ü -
20 Tal eIcti, pf) SiapevóvTcov aúrcov ópolcov* éáv y á p pr|KÉTi
f)8EÍs f| XP^I^P01 ¿xji> ’rraúovTcn 91A0ÜVTES. ró 8é XP1‘lCTl-
pov oú SiapévEi, áAA’ áAAoTE áAAo ylvETai. árroAuOévros
oúv 81’ ó 9IA01 fjaav, StaAÚETai Kal f| 9iAía, eos oúcttis Tfjs
9iAias Trpós éKElva. páA iora 8’ év to ís irpeopÚTais f) to io ú -
25 t t | 8okeí 9iAla yívEaOat (oú y áp t ó f|6ú ol tt|A ikoütoi Sicó-
kouoiv áAAá t ó cÓ9ÉAipov), Kal tcov év áKpfj Kal vécov ¿aoi
t ó aup9ípov 6ic&kouotv. oú irávu 8’ ol toioOtoi oú8é a u -
3¿oai pet’ áAAi*|Aa>v évloTE y á p oú8’ elalv f|8eís‘ oú8é 8f|
TrpoaSéovrai Tfjs toicxúttis ¿piAlas, éáv pfi cí^éAipoi cLoiv
30 éúl toctoütov y áp eIctiv f|8éís é9* óctov éAirlBas ixouo-iv á y a -
6oü. eIs to ú to s 8é Kal t Í ] v ^ ev ik ^ v TiOéaaiv. f| 8é t c o v
vécov 9iAla 8t’ f|8ovf|v EÍvai Sokeí* kcrrá TráQos y á p oútoi
3 ¿octi, Kal páA iora 8iúkouoi t ó f)8ú aírroís Kal t ó irap ó v
Tfjs f)AiKlas 6é pETamTrToúoTis Kal Tá f)8éa ylveTai iTEpa.
124

produce el mismo sentimiento, pues cuando la benevolencia es reciproca


decimos que es amistad. ¿O debemos añadir: «y cuando no pasa inad­
vertida»? Porque muchos tienen buena voluntad respecto de personas
a las que no han visto, pero de quienes creen que son buenas o útiles, y
el mismo sentimiento puede tener alguna de esas personas por ellos; 1160 a
por tanto, éstos tienen evidentemente buena voluntad los unos res­
pecto de los otros, pero ¿cómo podría llamárselos amigos cuando des­
conocen la disposición de los otros para con ellos? Es preciso, por tanto,
que haya benevolencia recíproca, y que cada uno desee el bien del otro
sin que esto les sea desconocido, y por una de las razones mencionadas.

Ahora bien, estas razones son específicamente diferentes, luego tam ­


bién lo serán los afectos y las amistades. Son, por tanto, tres las espe­
cies de amistad, en número igual al de las cosas dignas de afecto. En
cada una se da la reciprocidad no desconocida, y los que están anima­
dos de mutuos sentimientos de amistad quieren el bien los unos de los
otros en la forma correspondiente al modo como se quieren. Así los
que se quieren por interés no se quieren por sí mismos, sino en la medida
en que se,benefician algo los unos de los otros. Igualmente los que se
quieren por el placer: las personas frívolas no tienen afecto a otros por­
que sean de una índole determinada, sino porque les resultan agrada­
bles. Por tanto, en los que se quieren por interés, el cariño obedece al
propio bien de ellos, y en los que se quieren por el placer, a su propio
gusto, y no por el modo de ser del amigo, sino porque les es útil o agra­
dable. Estas amistades lo son, por tanto, por accidente, puesto que no
se quiere al amigo por ser quien es, sino porque procura en un caso uti­
lidad y en otro placer. Tales amistades son, por eso, fáciles de disol­
ver si los amigos no permanecen los mismos; cuando ya no son útiles
o agradables el uno para el otro, dejan de quererse. Tampoco lo útil
permanece idéntico, sino que unas veceB es una cosa y otras, otra;
luego desaparecida la causa por la que eran amigos, se disuelve tam ­
bién la amistad que sólo tenía aquel fin. Esta clase de amistad parece
darse sobre todo en los viejos (porque a esa edad ya no se busca lo
agradable, sino lo útil), y en los hombres maduros y jóvenes que bus­
can su conveniencia. Tales amigos no suelen convivir mucho, pues en
ocasiones ni siquiera se son mutuamente agradables; tampoco necesi­
tan de ese trato si no se son útiles; pues sólo son gratos el uno al otro en
la medida en que tienen esperanzas de beneficio. En esta clase de amis­
tad suele incluirse la hospitalidad entre extranjeros. E n cambio, la
amistad de los jóvenes parece tener por causa el placer; éstos viven,
en efecto, de acuerdo con el sentimiento, y persiguen sobre todo lo que
les es agradable y lo presente; pero al avanzar en edad, las cosas que
les resulten agradables son también otras. Por eso los jóvenes se hacen
125

36 8ió tocx¿<»s y í v o v T a i 9ÍA01 x a l T r a ú o v T a r á | i a y á p t c o f)8el


lie* b f) 91AÍOC MÉTcnríiTTEt, Tfjs 8é TOiaCmis f)8ovf¡s Taxela f| méto­
do Ai“|. xal É p co T iK o l 5’ o l véor Kará rráOos y á p koI 6i*
f|8oVÍlV TÓ TTOAÚ Tfjs épCOTlKfjS' SlÓTTEp 91A0ÜCTI K a l TOXICOS
iraú o v T C X i, rroAAáKis Tfjs aúrf)S ím¿pas li£TorrrlTTTOVTes. au-
5 vt) |i£ p e ú e iv 8é K a l aujfjv o ú t o i poúAovrar y l v E T a i y á p a ú -
t o T s t ó Korrá n^v 91AÍOCV o ú t c o s .
TeAsía 8’ é o t Iv f| tcov áyaOcov 9iAía Kal k o t ’ áprrfjv
ó|ioícov o ú t o i yáp Táya 0á ¿poicos [JoúAovTai áAAi‘|Aois f)
áyaOoí, áyaOol 8’ etal ko0’ o ú t o ú s . ol 8é (3ouAópevoi r á -
10 y a 0á t o I s 9ÍA01S ékeívcov évekcx páAiora 9ÍAor 81’ aúroús
yáp oú tco s ?XOUCTti xal oú Kará ctupPePtikós' Btapévei oúv
f| to ú t c o v 9iA(a icos áv áyaOol 3¡ o iv, f| 8’ áprrf) póvipov.
Kal ionv ¿KáTEpos árrAcós áyaOós Kal tco 9ÍAco* ol yáp áya-
60I Kal árrAcós áyaOol Kal áAAVjAois ÓHpéAipoi. ópoícos 8é
16 K a l -fiBels- Kal yáp árrAcós o l áyaOol f|8e!s Kal áAAi^Aots-
ÉKáoTco yáp KaO’ fi8oW)v eloiv al oIkeT oi trpáfeis Kal al t o i o u -
t o i , t c ó v áyaOcov 8é al aCrral f) ópoiai. f) TOiaúrn 6é 9iÁ(a
póvipos eúAóycos é o t í v auvánrei yáp év o ú t t ) TrávO’ óaa
t o í s 9ÍAois 8eT úrrápxeiv. rraaa yáp 9iAia 81’ áyaOóv Éonv
20 ^ 81’ f|8oW)v, fj árrAcós ^ Tl¥> 91A0OVT1, K a l KaO’ ópoiórriTá
nva* TaÚTij 8é TrávO’ úrrápxet Tá Elpr|péva KaO’ aCrroús-
f TaÚTij yáp ó p o i a f K a l Tá Aoirrá, t ó t e árrAcós áyaOóv K a l
f)8ú árrAcós é o t í v , páAtOTa 8é t o O t o 9 iA t|T á - Kal t ó 9 iAeTv
8 fj Kal f | 9 iA la év t o ú t o i s páAiora Kal ápíorr|. o-rravías 8 ’
25 eIkós Tás TOtaÚTas eívar óAíyot yáp ol t o i o O t o i . £n 8é
irpoaBelTcn xpóvou K a l cruv^Oelas- Kcrrá t ^ v rrapoipíav yáp
o ú k ion v stSfjoai áAAi^Aous rrplv t o ú s Aeyopévous áAas c tu -
vavaAcoaat- 0Ú8’ árroSé^aaOai 8f| irpÓTepov oú8’ eIvoi 9Í-
Aous, irplv áv éKárEpos éKOTépcp <pavijí 9 i A t |t ó s Kal t t i c t t e u -
30 0f¡. ol 8é T o tx é c o s T á 9 >AiKá irpós áAAi!|Aous it o i o O v t e s {Jo ú -
Aovrai pév 9ÍA01 elvai, o ú k E ta l 8é, et p f | Kal 9 i A t ) t o í , Kal
t o O t * Taaaiv poúAriais pév yáp r a \ e J a 9iAías yívErai, 91-
Aía 8 ’ o ú .

1166 6 3. toIc ép<úixKot( M”. || 22. rotúrn fdp Spoioi Kb r Aap.: ■caúri) 8é
¡Itota altera leotio ap. Aap.: -rauta yáp dfioioi oodipea Viotoril
125

amigos y dejan de serlo con facilidad, ya que la amistad cambia con


el placer y esta clase de placer cambia fácilmente. También son los 11M b
jóvenes amorosos, pues la mayor parte del amor signe la pasión y per­
signe el placer; por eso tan pronto quieren como dejan de querer, cam­
biando muchas veces en un mismo día. Pero éstos si quieren pasar el
tiempo juntos y convivir, porque es asi como alcanzan el objeto de
su amistad.
Pero la amistad perfecta es la de los hombres buenos e iguales en
virtud; poique éstos quieren el bien el uno del otro en cuanto son bue­
nos, y son buenos en sí mismos; y los que quieren el bien de sus amigos
por causa de éstos, son los mejores amigos, puesto que es por su propia
Indole por lo que tienen esos sentimientos y no por accidente; de modo
que su amistad permanece mientras son buenos, y la virtud es una cosa
permanente. Cada uno de ellos es bueno absolutamente hablando y
bueno para su amigo, pues los buenos no sólo son buenos en sentido
absoluto, sino también útiles el uno para el otro; y asimismo agrada­
bles, pues los buenos son a la vez agradables absolutamente y agrada­
bles los unos paTa los otros; porque para todo hombre son agradables
las actividades propias y las semejantes a ellas, y los buenos tienen las
mismas actividades o parecidas. Es razonable que una amistad así
sea permanente: reúne, en efecto, en si todas las condiciones que deben
tener Iob amigos: toda amistad es por causa de algún bien o placer, ya
absoluto ya para el que ama; y se apoya en alguna semejanza; pues
bien, en ésta se dan todas las condiciones dichas por la índole misma de
Iob amigos, pues, además de la semejanza en las otras cosas, lo que es
absolutamente bueno es también absolutamente agradable, y eso es
lo amable en el más alto grado; por tanto, el afecto y la amistad alcan­
zan en ellos el más alto grado y excelencia.
Es natural, sin embargo, que tales amistades sean raras, porque los
hombres asi son pocos. Además, requieren tiempo y trato, porque, como
dice el refrán, no es posible conocerse unos a otros antes dp haber con­
sumido juntos la sal proverbial, ni tampoco aceptarse mutuamente
como amigos ni serlo hasta que cada uno se ha mostrado al otro como
digno de afecto y confianza. Los que se apresuran a cambiar entre sí
pruebas de amistad quieren, sin duda ser amigos, pero no lo son, a no
ser que además sean dignos de afecto y tengan conciencia de ello; por­
que el deseo de amistad surge rápidamente, pero la amistad no.
126

4 Aún) pév ouv Kal Korrá t ó v xp óvov Kai Kcrrá T á Aonrá


35 reAela éorl, Kal Korrá Trávra T a írrá y iv rr a t Kal ó p o ia ÉKa-
T Ípco Trap* ¿KaTápou, órrep 5 eT t o í s «píAois úirápxeiv. f| 8é
1167 o 5 iá t ó f|Sú ó polco pa t o ú t t i s ? x 6 r Ka^ Y^P ol áyaOol f|8eís
áAAi'iAoig. ópoícos 8é Kal f| 8iáTÓ xpifainov K a ly á p -ro io ü -
t o i áAAi'iAois ol áyaOoí. páAiora Sé Kal év t o ú t o i s a l <pi-
Aíai pévouoiv, ó t o v t ó o ú t ó yívr|Tai irap’ áAAiI|Acov, olov
5 fiSovi^, Kal pf] póvov oútcos áAAá Kal á ir ó toO oútoü, olov
toIs EÚTparréAois, Kal pf) ¿ s épaorrj x a l épcopévcp. oú y á p
érrl to!s oútoTs ^Sovtoi oútoi, áAA’ ó pév ópcov éKEÍvov, ó
8é 0Eparr£uópEvos úrró toü épaoroü* Ar)yoúor)s 8é Tfjs copas
évíote Kal f| «piAía Aityei (tco pév y á p oúk 2otiv f|S£ía f]
io óvf/is, reo 8’ oú yíveTai f) Oeparreía)* rroAAol 6’ aú Stapévou-
orv, éáv éK rfjs auvr)0eías Tá f|0T) orépfcomv, ópor)0£is óvTes.
ol 8é pf) t ó f)5ú ávnKaTaAAaTTÓpevoi áAAá t ó XP^aipov év
to ís épcoTiKois Kal elalv fj-rrov «píAoi Kal 8iapévouoiv. ol Sé
Siá t ó xp^o’ipov óvtes 9ÍA01 á p a tco oup9épovn SiaAúov-
15 T ar oú y áp áAA^Acov fjoav 9ÍA01 áAAá to ü AucjtteAoüs.
Si’ /|SoW|v pév oúv Kal Siá t ó xp ifa^o v Kal 9aúAous év8é-
XeTai 9ÍA0US áAAií)Aois elvai Kal émeiKels 9aúAois Kal pi)-
SéTepov órroicooüv, 81’ oútoús 8é SfjAov ó ti póvous to ú s á y a -
0oús* ol y áp kokoI oú x<*ípouaiv éauroTs, el pi1! ti s cí>9éÁeia
20 yívonro. Kal póvt) Sé f) tcov áyaOcov 9iAla á8iápAT)TÓs
é o n v oú y á p ^ 8 io v oúSevl m oreüoai rrepl to ü év rroAAco
Xpóvco Ú9’ aú ro ü SeSoKipaopévou- Kal t ó moreúeiv év to ú ­
tois, Kal t ó prjSérroT’ áv áSiKfjcon, Kal ó aa áAAa év tt¡ dos
áAi)0cós 9iAíg á^ioÜTai. év 8é Tais ÉTÉpais oúSév kcoAúei Tá
25 ToiaÜTa ylveoOai. érrel y áp ol ávOpcorroi Aéyoucri 9ÍA0US
Kal to ú s Siá t ó xpi'lo'iMov, cóorrep al rróAeis (Sokoücti y á p al
auppaxíai Tais rróAeai ylvecrOai fvexa to ü CTup9ép0VT0s), Kal
to ú s 81’ f)8ovf)v áAAi'iAous CTépyovTas, úorrep ol rralBes,
Tocos Aéyeiv pév Seí Kal f)pas 9IA0US to ú s toioútous, 6Í8t| 8é
30 Tfjs 9iAlas irAelco, xal irpcoTcos pév xal xupicos tÍ)v tóov á y a -
0wv fj áyaOol, Tás 8é Áoirrás Ka0’ ópoiániTa- fj y á p á y a ­
Oóv t i Kal ópoióv ti , to ú tt) 9ÍAor Kal y áp t ó f|Sú áyaOóv

1157 a 24. éraiptCat; Kb.


126

Esta amistad es, pues, en cuanto al tiempo 7 en cuanto a todo lo


demás, perfecta; todo está igualado en ella, 7 los dos amigos reciben
beneficios semejantes el uno del otro, como debe suceder entre amigos.
La que tiene por causa el placer tiene semejanza con ésta, porque tam- 1157 a
bién son útiles el uno para el otro. T lo mismo la que tiene por causa
la utilidad, porque también son útiles el uno para el otro los buenos.
Incluso en esos casos las amistades son más duraderas cuando los
amigos reciben lo mismo el uno del otro, por ejemplo, placer, 7 no sólo
esto, sino cuando el placer de ambos proviene de lo mismo, como ocurre
entre personas de carácter divertido, pero no en el caso del amante 7 del
amado; éstos, en efecto, no se complacen en lo mismo, sino el primero en
ver al otro, 7 el segundo en las atenciones del amante, 7 al acabarse la
juventud se acaba también a veces la amistad (porque al uno 7a no le
resulta agradable ver al otro, 7 el otro 7a no recibe atenciones); pero
muchos siguen siendo amigos cuando a consecuencia del trato se han
encariñado con los caracteres el uno del otro por tenerlos semejantes.
Aquéllos en CU70 amor no se intercambia placer sino interés son menos
amigos 7 por menos tiempo. Y los que son amigos por interés dejan de
serlo cuando desaparece la conveniencia, porque no eran amigos el uno
de otro, sino de su propio provecho. ,
Por el placer 7 por el interés, pues, pueden ser amigos entre si hom­
bres malos, 7 buenos 7 malos, 7 quien no sea ni lo uno ni lo otro puede
ser amigo de cualquier clase de hombre; pero por si mismos evidente­
mente sólo pueden serlo los buenos, pues los malos no se complacen
en si mismos si no existe la posibilidad de algún provecho.
Solamente la amistad entre hombres buenos está fuera del alcance
de'la calumnia, porque no es fácil creer lo que nadie diga sobre un amigo
a quien uno mismo ha puesto a prueba durante mucho tiempo. Además
en los buenos se da la confianza mutua, 7 la imposibilidad de agraviarse
jamás, 7 todas las demás cosas que se consideran requisitos de la ver­
dadera amistad. En cambio, en las otras amistades nada impide que
surjan estos males.
Como la gente llama amigos también a los que lo son por interés,
como las ciudades (se considera, en efecto, que las alianzas entre ciu­
dades se hacen por conveniencia), 7 a aquellos CU70 cariño obedece al
placer, como los niños, quizá debemos llamarlos amigos también noso­
tros, 7 decir entonces que ha7 varias especies de amistad, 7 que de
de una manera primaria 7 principal lo es la de los buenos en cuanto
buenos, 7 las demás lo son por semejanza, puesto que en la medida- en
que Be da en ellos algo bueno 7 alguna semejanza son amigos; en efecto,
es ún bien para los que aman el placer. Pero estas dos especies de amis­
tad no suelen darse juntas, ni suelen las mismas personas ser amigas
127

to ís <piAti8éctiv. oú irá v u 5 ’ carral auváirTOuoiv, oúBé y í -


vovtoi ol oútoI 9ÍA01 S iá t ó xP 1‘l0'l U0V Kal S iá t ó f|8ú- o 0
36 y á p Trávu a u v S u á je r a i T á KaTá ovpPePtikós.
H67J Els to O to Sé Tá efSri ttís <piAías VEVEpripévris ol pév <paO-
A01 &TOVTOI 9ÍA01 61’ f|SoW|v f) t ó xP^a^oVi to ú tij ¿poiót
óvtes, ol 8’ áyaQol Si’ aúroús 9ÍAor fj y á p áyadol. oútoi
pév oúv árrAcos 9ÍA01, éKEívoi Sé K ará ctup(3e(3t]KÓs Kal Tejí
5 cópoicoa6ai toútois- 'ÍOorrep 5’ érrl tcov áprrcov oí pév Ka0’
é£iv oí 8é k o t’ évépyEiav áyaOol AéyovTat, oútco Kal érrl Tfís
9iAlas' ol pév y á p oujcóvtes xcrípouaiv áAAi^Aois Kal Tropl-
joucti TáyaOá, ol Sé kctOeúSovtes f) KEXcopiopévoi to ís tó tto is
oúk évEpyoÚCTi pév, oútco 8’ ix ouaiv cóor’ évEpyEív 9 iAikcos‘
10 ol y á p TÓiroi oú SiaAúoum tÍ|v 9iAlav árrAcos, áAAá rf)v
évépyEiav. éáv Sé xpóvios ^ áTrouaía ylvryrai, Kal Tfjs 91-
Alas Sokeí Ai'i&tiv ttoiéív 66ev EÍpriTai «iroAAás Sf) 9iAías
árrpoCTTiyopla SiéAuctev.» oú 9aívovTai 8’ oú9’ ol irpeopO-
Tai 0Ú6’ ol 0TPU9V0I 91A1K0I EÍvar Ppaxú y áp év oútoís t ó
15 Tfjs f)8ovfjs, oú8e1s Sé Súvarai cruvripEpeúeiv Tco Avnrnpcp oú8é
tco pfi f)SeT- páA iora y áp f) 9Úcrts 9alvrrai t ó AuTrnpóv 9EÚ-
yEiv, ¿9(80601 8é toO f)Séos. ol 8 ’ árroSEXÓpEVOi áAAi'iAous,
pf| 0U3CÓVTES Sé, eúvois éoÍKaoi paAAov f| 9IA01S. oúSév y áp
oútcos IcttI 9ÍACOV cbs tó CTujfjv (ó^eAeíos pév y á p ol év-
20 Seeís ópéyovTai, ouvqpEpEÚEiv Sé Kal ol pcncápior povcÓTais
y á p elvai to ú to is f|Kiora upoai^KEi)- ouvSiáyEiv Sé pet’ áA-
Ai'iAcov oúk io n pf) -fjSeís Svras pqSé xoípovTas to ís oútoís,
órrep ñ éTaiptKf| Sokeí ?xeiv-
M aAiora pév oúv éorl 9tA(a f) tm v áyaOcov, KaBárop
25 iroAAáKis EÍpr)Toi* 8okeí y á p 9iAt|tóv pév Kal alpETÓv tó
árrAcos áyaéóv f)5ú, ÉKáorco Sé t ó oútco to io u to v ó 6’
áyaOós tco áyaOco 81’ áp9CO toO to. Ioike 8’ f| pév 9ÍAr)cns
irádei, f| 8é 9iAía §£ei* f\ y á p ^ÍArjois oúx ^ tto v Trpós Tá
ávyvxá éonv, ávn9iAouo,i Sé p rrá TrpoaipéoECús, f) Sé irpoal-
30 pEois á9* I^ecos* Kal TáyaOá PoúAovtoi to ís 9iXoupévois
ékeívcov íveko, oú Kará Trá0os áAAá ko6’ §§iv. Kal 91A0ÜV-
tes tó v 9(Aov t ó oútoís áyaOóv 91A0OCTIV ó y áp áyaOós 9I-
Aos yivópEvos áyaOóv ylvETai ct> 9ÍA0S. éKáirepos oúv q>iAsT
te t ó aÚTcp áyaQóv, Kal t ó Taov ávraTroSÍScoCTi Tfj PouAi^oei
36 Kal r¿p f|6el’ Aéyerai y áp 91AÓTTIS loónos, páA iora Sé tt¡
127

a la vez por utilidad y por gusto, porque no suele combinarse lo acci­


dental.
. Dividida la amistad en estas especies, los malos serán amigos por
causa del placer o por conveniencia, y los buenos serán amigos por ellos
miamos, puesto que lo serán en cuanto buenos. Estos, pues, son amigos
absolutamente hablando, y aquéllos sólo por accidente y por pare­
cerse a éstos.
5

Lo mismo que tratándose de las virtudes llamamos a unos hombres 1157 i


buenos por su disposición y a otros por su actuación, así también
cuando se trata de la amistad: los que conviven se complacen los unos
en los otros y se procuran beneficios, mientras que los que están dur­
miendo o separados espacialmente no están ejercitando su amistad,
pero tiene la disposición adecuada para ejercitarla, porque el espacio'
no impide la amistad sin más, sino su ejercicio. Pero si la ausencia se
prolonga también la amistad parece caer en olvido, y por eso se dice
que «la falta de trato deshace muchas amistades». Es claro que ni los
viejos ni las personas de carácter agrio se prestan a la amistad, porque
es poco el placer que puede encontrarse en ellos, y nadie puede pasar
mucho tiempo con una persona molesta o no agradable, pues es evi­
dente que la naturaleza rehuye en gran manera lo molesto y aspira
a lo agradable. Los que se aceptan recíprocamente como amigos pero
no conviven, parecen tener buena disposición el uno respecto del otro
más bien que amistad, pues nada hay tan propio de los amigos como la
convivencia (la ayuda, en efecto, la desean los necesitados de algo;
pasar el tiempo juntos, hasta los que son felices, pues a éstos no les
conviene en modo alguno el ser solitarios); pero no es posible eBtar unos
con otros si no se son mutuamente agradables ni encuentran gusto en
las mismas cosas, condición que parece darse en la camaradería.
Así, pues, es sobre todo amistad la de los buenos, como ya hemos
dicho muchas veces; porque se considera digno de afecto y elegible
lo que es absolutamente bueno o agradable, y para cada uno lo bueno
y agradable para él, y el bueno es digno de afecto y elegible para el
bueno por los dos conceptos. Ahora bien, el cariño tiene la apariencia
de un sentimiento, y la amistad la dé una disposición de caráoter, pues
el cariño no se da menos respecto de cosas inanimadas, pero la amistad
recíproca implica elección, y la elección deriva de una disposición; y
los amigos desean cada uno el bien del otro por el otro mismo, no en
virtud de una afección, sino de una disposición de carácter. Y al amar
al amigo aman su propio bien, pues el bueno, al hacerse amigo de al­
guien, se convierte en un bien para aquél de quien es amigo. Cada uno
ama, por tanto, su propio bien, y a la vez paga cón la misma moneda
en querer y placer; se dice, en efecto, que la amistad es igualdad, y
esto se da sobre todo én la de los buenos.
128

6 tcov áyaOcov toO0’ ínrápXEi. 'Ev 8é to ís orpu9vols Kal


1158 o TrpeapunKols fj-rrov yívrrai f) q>iAía, óaco SucncoAcÓTEpot elcri
Kal í^ttov to ís ó pi Alais Xa^P°UCTlv' to u to y áp SokeI pá-
Aiot’ elvai 9iAiKá Kal TroirjTiKá 9iAías. Stó véoi piv yívov-
5 toi. 9ÍA01 Taxú, Trp&jpOrai 6’ oú‘ oír y á p yívovTai 9ÍA01 oís
áv pf) x°típc,XTlv' ópoícos 8’ oú8’ ol cn-pucpvoí. áAA’ ol
toioOtoi euvoi pév eIctiv áAAi*|Aois‘ PoúAovtoi y á p TáyaOá
xal árravTcoaiv els Tás XP6^a 5* 9ÍA01 8’ oír trávu elol S iá t ó
pf) ctuvt) pEpeúeiv priSé xalpeiv áAAi^Aois, á 8f| páA iar’ eTvai
10 SokeT 9iAiKá. ttoAAoís 8’ elvai 9ÍA0V Kará t^ v TeAeíav 91-
Alav oúk évSéxerai, GÓo-rrep oúS’ épav ttoAAcov á p a (§oike y áp
ÚTTEpPoArj, t ó to io ú to 8é Trpós §va Tré9UK£ yíveaOai)- iroA-
Aoús 8’ á p a t u aírrcp ápéoKeiv 09ÓSpa oú ^ 8 io v , locos 8’
0Ú8’ áyaOoús eívai. Sel 8é Kal épireipíav Aa^elv Kal év «ru­
lo vr|0£Íqt yevéa0ai, ó TrayxáAerrov. Siá t ó x P Í<7llJlov Sé Kal
t ó f)8ú ttoAAoIs ápécTKEiv évBéxETar ttoAAoI y áp ol toioO­
to i, Kal év óAíycp XP^vcp al úrnipeaíai. toútcov 8é paAAov
Ioike 9iAí<j( f) 8iá t ó f)8ú, ótov TaÚTá árr’ ápcpolv yívTyrai Kal
Xaípcooiv áAAi'iAois f| to ís aírrois, olai tcov vécov elalv al 91­
20 Alar paAAov y á p év TaÚTais t ó éAeuGépiov. f| 8é Siá t ó
Xpi'iaipov áyopalcov. Kal ol paxápioi 8é xp^crípcov pév oú­
Sév SéovTai, f|8écov Sé* crujnv pév y á p (3ÍoúAovTal ticti, t ó
8é Aunr)póv óAíyov pév xpóvov 9Époucnv, ouvexoós 8’ oúSeIs
áv ÍTiropEÍvat, oúS1 aú ró t ó áyaOóv, et Aunripóv aírrcp eTiy
25 Sió to ú s 9IA0US f|8els ^rjToOaiv. 8el 6’ Tocos Kal áyaOoús
to io ú to u s óvTas, Kal 2t i aírrois- oútco y á p ínráp^et aírrois
ó aa Sel to is 9ÍA01S. o l 5’ év Tais é^ouaíais Sii^pripévois q>al-
v o v t o i xpfj0^00 to ís 9 1X015* áAAoi y áp aírrois eíal XP^ICTl"
poi K a l §TEpoi Í)5eIs, Á P 9 C0 8’ ol aírrol oú Trávu* oúte y áp
30 f|8eTs per’ áperfjs jtitoOoiv oúte xpriolpous els Tá KaAá, áAAá
t o ú s pév eín-parréAous t o u f|Séos é9iépevoi, t o ú s 8é Beivoús
irpá^ai t ó érriTax^év, t o u t o 8’ oú Trávu yíverai év t c o aírrab.
f|8ús Sé Kal XP^HOS á p a eTpriTai ó t i ó o-rrouSalos- áAA’
írtT E péxovT i oú ylveTai ó toioOtos 9 lAos, éáv pf| K a l t t ¡ áperri
35 ínTEpéxTiTai- el 8é pt'i, oúk loájei áváAoyov ínrepEXÓpEvos.
oú rrávu 8’ ElcóO aoi t o i o O t o i yíveofton.

1158 a 18. 91XI9 Asp.: ipiXta oodd.


128

6
Entre los de carácter agrio y entre loa viejos la amiatad ea menor 1168 a
en la medida en que aon más difíciles y encuentran menos placer en el-
trato mutuo, pues esto parece ser lo más propicio a la amistad y lo
que más la produce. Por eso los jóvenes se hacen pronto amigos y los
viejos no, porque no se hacen amigos de aquelloa en cuyo trato no en­
cuentran gusto alguno, y, por lo mismo, tampoco loa de carácter agrio.
Esta clase de personas tienen buenos sentimientos los unos respecto
de los otros; en efecto, deaean el bien loa unoa de loa otros, y se asisten
reciprocamente en sus necesidades; sin embargo, no son del todo ami­
gos porque no conviven ni encuentran placer en la mutua compañía,
que son loa rasgos más propios de la amistad.
No es posible ser amigo de muchos con amistad perfecta, como
tampoco estar enamorado de muchos a la vez (este sentimiento parece,
en efecto, un exceso, y en tales condiciones es natural que tenga por
objeto a una sola persona): que muchos agraden a la vez extraordina­
riamente a uno, no es fácil, y quizá tampoco que sean buenos todos
para él. Pero además es preciso adquirir experiencia y llegar a una
intimidad, lo cual es m uy difícil. En cambio, por conveniencia o por
placer, sí ea posible que muchos agraden a la vez, porque son muchos
los que reúnen las condiciones necesarias, y tales favores no requieren
mucho tiempo.
De estas formaB la que más se parece a la amistad es la que busca el
placer, cuando los dos amigos contribuyen con lo mismo y encuentran
placer el uno en el otro o en las mismas cosas. De esta oíase son las
amistades de los jóvenes, pues en ellas se da más la liberalidad. La que
busca el interés es propia de comerciantes, y los hombres felices no
tienen necesidad de nada útil, pero sí de cosas agradables; quieren, sin
duda, tener trato con algunos, pero lo que les es molesto lo aguantan
poco tiempo; continuamente, ninguno podría soportarlo, aun cuando
fuera el bien mismo, si le fuera molesto. Por esta razón buscan los
amigos que les son agradables; quizá deberían buscarlos que a la vez
fueran buenos para ellos, pues así reunirían todas las condiciones que
deben tener los amigos.
Los poderosos parecen tener amigos de diferentes clases: unos les
son útiles y otros -agradables, pero, por lo general, no coinciden unoa y
otros, porque no los buscan ni agradables con virtud, ni útiles para lo
que es honroso; sino a unos, frívolos, aspirando al placer, y a otros,
hábiles en hacer lo que se les manda, y estas dos condiciones no sue­
len darse en la misma persona. Agradable y útil a la vez hemos dicho
que lo es el hombre, pero éate no ae hace amigo de quien esté por en­
cima de él, a no ser que le aventaje también en virtud; ai no, con la
superioridad del otro, no puede haber entre ambos igualdad proporcio­
nal. Y no suele haber hombres así.
129

1168 b E lffl 8 ’ o ú v a l E lp t||ié v a i q n X ía i Év laÓ T ryn* T á y á p a C r r á


y í v e r a i á r r ’ á p 9 0 ív K a l fJo ú Á o v T a i áA A i^A o is, f | é r e p o v áv 6 *
é r É p o u K a r a A A á T T O v r a i, o lo v f ) 8 o v f|v ávT * á ^ e A e la s * ó t i S é
K a l ? ) t t ó v eíctiv a Ú T a i «piAíai K a l p é v o u c tiv , E ÍpT|Tai. Sokoú-
6 a i Sé [Kal] Si’ ó p o ió n y ra Kal ávopoiÓTTyra to ú to O eIvoí té
K a l oúk Elvai <ptAíai* k o 0 ’ ópotórr|Ta y á p Tfjs k o t ’ áper^v
«palvovrai 91 Alai (f| pÉv y á p t ó f)Sú §xei ^ Sé t ó xpi^aipov,
t o u t o 8’ ÚTrápxEi KáKEÍvij), tco Sé tÍ|v pév áSiápAi^TOv K al
póvipov EÍvai, T aírras SÉ toxécos pétottíttteiv áAAois te S ia-
10 (pépEiv ttoAAoIs , o ú 9 a ív o v T a i «piAíai, 81’ á v o i i o i ó r n T a é k e í-
7 vri5. *ETEpov 8’ l a r l cpiAías e IS o s t ó ko0’ úrrcpoxi'iv, olov
ira rp l irpós ulóv Kal óAcos irpECTpUTÉpcp irpós vEcÓTEpov, áv-
8pl t e Trpós yuvaíKa Kal tto v tI áp x o v n Trpós ápxópevov.
StafÉpouoi 8* a Ú T a i Kal áAAr|Acov oú y á p f) o ú t t j yoveOai
16 irpós TÉKva Kal ápxouor irpós ápxopÉvous, áAA’ oúSé TraTpl
■rrpós ulóv K a l ulcp Trpós irarépa, 0Ú8’ ávSpl irpós yuvaíKa
K a l yuvam l irpós ávSpa. ÉTÉpa y á p éKácrrou t o ú t c o v ápE-
t ^ i K a l t ó §pyov, iT E p a Sé K a l 61’ á 91A0ÜCTIV ÉTEpai oúv K a l
al 9 iA i1|o ,e is K a l al 9iAíat. TaCrrá pÉv 8 f) o ú t e y íV E T ai ÉKa-
20 TÉpco irap á OaTÉpou o ú t e Seí j t ^ t e í v ó t o v Sé yovEÜCTi pÉv
TÉKva árrovép'fl á 8eT t o í s yEwi^aaoT, yovEís S é [uléaiv] á
Seí t o í s t é k v o i s , póvipos A t c ó v t o i o ú t c o v Kal é tt ie i k íj s écrrai
9iAía. áváAoyov 5’ év iráaais Tais KaO’ úrr£poxf|v oúaais
9tAlais K a l *rf|v 9 ÍA tictiv Seí yívEaOcn, olov t ó v ápeívco paA-
25 Aov 9 iAEía9cn f| 9 1AEIV, K a l t ó v ci^EAipcÓTEpov, K a l t c o v áA-
Acov iK a o T o v ópoícos* órav y áp k o t ’ á£lav f| 91A t|c tis yívn-
t o i , t ó t e yívETaí ircos I c t ó tt is , ó Sí) TÍjs 9iAías elvai SokeI.
O úx ópoícos Sé t ó tcov §v te to ís SiKaíois K al év tt¡ 9iAíg
9aívETai §xeiv* I o n y áp Év pÉv to ís 8iKaíois Ictov irpcÓTCOs
30 t ó k o t’ á^íav, t ó SÉ Kcrrá ttoctóv SEUTÉpcos, év Sé t ^ «piAf^c
t ó pÉv Kará ttoctóv irpcórcos, t ó Sé k o t’ á^íav Seurépcos-
SfjAov 6’, áv ttoAú 8 iáo rr|p a yévrjTai ápErfjs KOKÍas f^ eú-
TTopías f| t i vos áAAou* oú y á p Sti 9ÍA01 eIctIv áAA’ oúS’
á^ioÜCTiv. éP9avÉCTTOTOV Sé to ü t ’ Érrl tcov 6ecov* ttAeícttov
36 y á p 0ÜT01 ttScti to ís áyaQoís CrrrEpéxouCTiv. SfjAov Sé Kal
1169» érrl t& v paciAécov oúSé y áp to ú to is á^ioücriv Elvai 9ÍA01
ol ttoAú KorraSEéoTEpoi, oúSé to ís áplarois fj «ropooTárois ol
PTiSevós á^ioi. áKpi^fjS pÉv oúv év to ís toioútois oúk fcmv
129

Las clases de amistad que hemos mencionado estriban, pues, en la 1158


igualdad; en efecto, los amigos obtienen lo mismo el uno del otro 7
quieren lo mismo el uno para el otro, o se cambian una cosa por otra,
por ejemplo, placer por utilidad; pero también hemos dicho que estas
amistades lo son menos 7 duran menos. En virtud de la semejanza 7
de la desemejanza que tienen con la amistad propiamente dicha, pare­
cen 7 no parecen amistades: por el parecido que tienen con la amistad
fundada en la yirtud, parecen amistades (puesto que la una tiene el
placer, 7 la otra la utilidad, 7 estas dos cosas se dan también en aquélla);
pero en cuanto aquélla está fuera del alcance de la calumnia 7 es per­
manente, 7 éstas cambian pronto 7 difieren en otros muchos respectos
de aquélla, no parecen amistades por la desemejanza que tienen con ella.

H ay otra forma de amistad fundada en la superioridad, como la


del padre hacia el hijo, 7 en general la del ma7or hacia el más joven;
7 la del hombre hacia la mujer, 7 la de todo gobernante hacia el go­
bernado. También éstas difieren entre sí, pues no es la misma la de los
padres hacia los hijos 7 la de los gobernantes hacia los gobernados;
ni tampoco la del padre hacia el hijo 7 la del hijo hacia el padre, ni
la del marido hacia la mujer 7 la de la mujer hacia el marido. Es dis­
tinta, en efecto, la virtud 7 la operación de cada uno de éstos, 7 dis­
tintas también las causas por las que cada uno ama; por tanto, son tam ­
bién distintos los afectos 7 las amistades. Asi, ni obtienen lo mismo el
uno del otro, ni deben pretenderlo; pero Biempre que los hijos paguen a
los padres el tributo que Be debe a quienes nos han engendrado, 7 los
padres el que se debe a los hijos, será buena 7 duradera la amistad entre
ellos. En todas las amistades fondadas en la superioridad el afecto
debe ser también proporcional, de modo que el que es mejor reciba
más afecto que profesa, 7 lo mismo el más útil, 7 asi cada uno de los '
demás; porque cuando el afecto es proporcionado al mérito se produce
en cierto modo nn» igualdad, 7 esto parece ser propio de la amistad.
Es claro, sin embargo, que la igualdad.no se comporta de la misma
manera en la justicia 7 en la amistad; en la justicia, es igualdad pri­
mariamente la proporcionada al mérito, 7 secundariamente la cuanti­
tativa; mientras que en la amistad lo es primariamente la cuantitativa,
7 secundariamente la proporcionada al mérito. Esto resulta claro
cuando se produce entre los amigos una gran diferencia en virtud, vicio,
prosperidad o cualquier otra cosa; entonces dejan de ser amigos, 7 ni
siquiera aspiran a serlo. Es evidente sobre todo tratándose de los dioses,
pues éstos nos aventajan en el grado más alto en todos los bienes. Pero
también es claro tratándose de los reyes: tampoco creen poder ser 1159 a
amigos SU70B los que son muy inferiores a ellos, ni tampoco de los hom­
bres mejores o más sabios los que no valen nada. Sin embargo, en estas
130

ópiapós, icos tívos ol cplAor ttoAAcov y áp á9aipoupévcov ít i


5 pévEt, ttoAú 8é x°úPlcr®évTos, olov toO Oeoü, oCncéTi. óOev kcxí
áiTopeíTai, tt o t’ oú poúAovrai ol 9ÍA01 to ís 9IÁ01S Tá
péyiora tcov áyaOcov, olov ©eoús slvar oú y á p í t i 9ÍA01
iaovTai aÚToIs, oúSé Sf) áyaO á- ol y á p 9ÍA01 áyaOá. el
8f| koAóós EÍpriTai ó ti ó 9ÍA0S tco 9 (Acó poúAETai TáyaOá
10 éKEÍvou ivEKa, pévEiv áv Séoi olós tt o t’ IotIv íkeIvos1 áv-
Opcóircp 8fj óvti PouAi'ictetoi Tá péyicrra áyaOá. Tacos 8’ oú
irávTa* aÚTCp y á p páAiaO’ fKaaros PoúArrai TáyaOá. Oí
8 ttoAAo! Sé Sokoücti 8iá 9iAoTipíav |3oúAEc6ai 9iAeI«j0ai páA-
Aov ^ 9iAeTv- Sió 9iAokóAokes oí ttoAAoí- ÚTTEpExópEVos y áp
15 9 ÍAos ó KÓAa£, tí irpoorroiErrai to io u to s Kai paAAov 91AEÍV
tí 9 iAEia0a r tó 8é 9iAEla0ai éyyús EÍvai 8okeT toO TipaaOai,
oú 8f| oí ttoAAoI Í9ÍEVTai. oú 81’ o ú tó 8’ éoÍKaaiv aípeícrOai
tÍ)v Tipi^v, áAAá KOTá oupPe|3tikós- x a ^POUCTl V^P ol pév
ttoAAoí úttó tcov év Tais é^ouaíais Tipcópevoi 8tá tíjv éAirt-
20 8 a (oloirrai y á p TEÚfeaOai irap’ oútcov, áv to u SácovTar eos
8fj oTipeíco Tfjs eúrraOsías xa ípouai tt¡ TipíJ)* oí 8’ úttó tcov
émEiKcov Kal eíBótcov ópeyópEvoi Tipfjs pE[3aicoaai tíjv oí-
keíov 8ó£av é9ÍEVTai irEpl oútcov- xa lp°um 6^, ó ti eíctIv á y a ­
Ool TnoTEÚovTES Tfj tcov Aeyóvrcov KpícJEi. tco 9iAEÍo0ai 8é
26 KaO’ aú ró xaípoucnv 8tó Só^eiev áv KpElTrov eÍvot to u t i -
paaOai, Kal f) 9iAía KaO’ aÚTf)v aípErí] eTvoi. Sokeí 8’ év tco
9iAeív paAAov f| év tco 9iAeío0ai eTvoi. crnpeíov 8’ a l pT)Té-
pes tco 91AEÍV x aíp o u aar iviai y á p SiSóaai Tá éauTCov Tpé-
9Ea0oa, Kal 91A0OOT pév EÍSuIat, ávn9iAEÍa0ai 8’ oú 3TIT0O-
30 aiv, éáv áp9ÓTEpa pf) évSéxTjTai, áAA’ ÍKavóv aÚTals íoikev
e I v o i éáv ópcoaiv e ú irpáTTOVTas, Kal aCrral 91A0UCTIV oútoús
Káv éKEÍVOl pT]Sév ¿bv pT|Tpl TTpOOTí|KEl álTOvépCOCTl 8lá TÍ)V
áyvoiav. paAAov Sé Tfjs 9»Aías oúcrr|s év tco 91AEIV, Kal
tcov 9iAo9ÍAcov érraivoupévcov, 9ÍACOV ápETÍ) t ó 91AEÍV io i-
35 kev, cóctt’ év o ís to u to ytvETai k o t’ á^íav, oútoi póvipoi 9ÍAoi
1160 6 Kal f| toútcov 9iAía. oútco 8’ áv Kal o l áviaot páAiOT* eIev
9ÍA01* laájOlVTO y á p áv. f| 8’ íaó rris Kal ópoiótt|s 91AÓ-
ttis» Kal páA iora pév f) tcov k o t’ ápETfjv ópoiórns* póvipoi
y á p óvtes KaO’ oútoús Kal Trpós áAAi'iAous pévouai, Kal oúte

1150 b 11. (om;] 4)Mc*; K b.


130

cosos no hay unMjnite exacto hasta el cual sea posible la amistad; pue­
den desaparecer muchas cosas y continuar aquélla; pero cuando la
distancia es m uy grande, como la de la divinidad, la amistad ya no es
posible. De aqui también que se pregunte si acaso los amigos no desean
a sus amigos los mayores bienes, por ejemplo, que sean dioses, puesto
que entonces ya no serán amigos suyos, ni siquiera, por tanto, un bien
para ellos, puesto que los amigos son un bien. Si, pues, se dioe con
razón que el amigo quiere el bien de su amigo por causa de éste, éste
deberá permanecer tal cual es; su amigo entonces querrá los mayores
bienes para él a condición de que siga siendo hombre. Y quizá no
todos los bienes, porque cada uno quiere el bien sobre todo para sí
mismo.

8
La mayoría de los hombres parecen preferir, por ambición, ser que­
ridos a querer, por eso a la mayoría les gusta la adulación; en efecto,
el adulador es una especie de amigo inferior, o se finge tal y finge
querer más de lo que es querido, y ser querido parece semejante a ser
honrado, a lo que aspiran la mayoría de los hombres. Pero no parecen
querer el honor por sí mismo, sino por accidente, porque la mayoría
se complacen en ser honrados de los poderosos por las esperanzas que
abrigan (pues piensan que obtendrán de aquéllos lo que necesiten, y
asi se complacen en el honor como una señal del favor que esperan);
y los que desean ser honrados por los hombres buenos y sabios aspiran
a confirmar la opinión que ellos mismos tienen de sí, pues se complacen
en ser buenos confiando en el juicio de los que se lo dicen. En cambio,
los hombres encuentran placer en ser queridos por el cariño mismo,
por lo que podría pensarse que el cariño es superior al honor, y que la
amistad es elegible por sí misma. Pero ésta parece consistir más bien
en querer que en ser querido. Señal de ello es que las madres se compla­
cen en querer, pues algunas dan a sus propios hijos para que reciban
crianza y educación y con tal de saber de ellos los siguen queriendo,
sin pretender que su cariño sea correspondido, si no pueden tener las
dos cosas; parece que les basta con verlos prosperar, y ellas los quieren
aun cuando los hijos, por no conocerlas, no les paguen nada del tributo
que Be debe a una madre. Puesto que la amistad consiste más bien en
querer y alabamos a los que quieren a sus amigos, querer parece ser la
virtud de los amigos de suerte que aquellos en quienes se da esto como
es debido, eeios son amigos seguros y lo es su amistad. 1169 b
De esta manera más que de ninguna otra aun los desiguales pueden
ser amigos, pues pueden igualarse. Y la igualdad y la semejanza son
amistad, sobre todo la de los que son semejantes en virtud, pues, como
ía i

5 Séovtoi cpaúAcov oú0’ CnrriperoOoi ToiauTa, áAA’ eos eIttsív


Kal SiokcoAúouctiv tcov áyaSSiv y á p pi^r’ aúroús ápapT á-
VÉIV pi'jTE TOÍS 9IA0IS frmTpélTElV. ol 8é pox©T|pol tó pév pé-
paiov o ú k §xouolv* °ú6é y áp oútoís Siapévoumv óvtes* érr’
óAíyov Sé xP¿vov yívovTai 9IA01, xa ípOVT6S Tfj áAAi*|Acov
10 p o x 0Tipí<?. ol xp^aipoi 8é xal f|8eís érrl ttAeíov Siapévou-
o iv Icos y áp áv TTopíjcooiv f|8ovás ¿«peAEÍas áAAi^Aois.
é£ évovtícov 8é páA iora pév Sokeí f| 8iá t ó xpifaipov yívEoOai
9iAía, olov ttévtis ttAouctígí, ápa6f)S eISóti* oú y á p T u y x ¿-
vei n s évSefis <2>V', t o ú t o u ¿9UPEVOS ávTiScopEÍTai áAAo. év-
15 TaOOa 8’ áv n s íAkoi Kal é p a a rfiv K al épcópEvov, K al KaAóv
K al alaxpóv. Sió 9alvovTai Kal ol épaoral yEAoíoi évIote,
á^ioüvTEs 9iAeío6oi cós 91A0OCTIV ópoícos 8f| 91ATITOÚS óvtos
Tacos á^icoTÉov, pr|8év Sé toioOtov ?xovTaS YeAoíov. Tocos
Bé oúB’ é9ÍErai t ó évavríov t o u évavTÍou ko 6’ cxútó, áAAá
20 Korrá oupPePtikós, S’ ópE^is t o u péaou éorlv* t o u t o y á p
áyaOóv, olov t o £npco oúx ^ypco yEvéo6ai áAA’ érrl t ó pé­
aov éAOeív, Kal tc o 0eppco K al to ís áAAois ópoícos. t o u t o
pév o ú v á 9 Elo9co* K al y á p éonv áAAoTpicÓTepa.
9 "Eoike Bé, KaOárTEp év á p x fí eípT|Tai, m p l TaÚTá Kal év
25 toTs aúroTs eIvoi té 9tAfa Kal t ó Síkoiov. év á rrá a i] y á p
koivcov((jc Sokeí t i SIkoiov éIvoi, Kal 9iAla Sé* irpoaayopEÚou-
01 y o ü v cbs 9IA0US to ú s oúpttAous Kal to ú s o -u o rp a n cotos,
ópoícos Bé Kal to ú s év toTs áAAais Koivcovlais. ko6’ óa o v Bé
Kotvcovouatv, éirl toctoütóv é a n 9iAla* koI y á p t ó SIkoiov.
30 koI Trapoipla «Kotvá Tá 9ÍAcov,» ópOcós* ¿v Koivcovlqt y á p
1*1 9iA(a. f o n 8’ áSEA9 oIs pév Kal ÉTaípois irá v T a KOivá,
to ís 8’ áAAois á9Copiapéva, Kal to ís pév irAelco to ís 8’ éAáT-
tco* Kal y á p tcov 91A1CÚV a! pév paAAov aT 8’ -fjTTov. 81a-
9ép£i Bé koI Tá SÍKata* oú y á p TaÚTá yoveOoi irpós tékvo
íieoo Kal á8EA9oTs irpós áAAi‘|Aous, 0Ú8’ éralpois Kal ttoAItois,
ópoícos 8é Kal éirl tcov áAAcov 91A1COV. Értpa Bf) Kal Tá
A Siko Trpós éK áorous toútcov, Kal a ú fn a iv Aoppávei tco paA­
Aov trpós 9IA0US eIvoci, olo v x P ^ P a r a áTrooT6pf¡aon ÉTaípov
5 BeivÓTEpov ^ ttoAIttiv, Kal pf) fioTiOfíaai áSeAfijb ^ ó&veícp,

1160 a 3. tA Mxaia Lk T. || 7. nífuxcv] (patvcxai Kk. || 10. (viai — 20.


ouvoootsi; (o rt lnfra po«t 23. ptov ponenda oónj. Bywater.
131

son constantes, siguen siendo los mismos, tanto respecto de si como


cada uno respecto del otro, 7 ni hacen peticiones torpes ni se prestan
servicios de esa clase, sino que, por asi decirlo, hasta Be los impiden
el uno al otro, pues es propio de los buenos no apartarse ellos del bien
ni permitir que se aparten sus amigos. E n cambio, los malos no tienen
firmeza, 7a que ni siquiera permanecen semejantes a si mismos; por
un poco de tiempo sí se hacen amigos, complaciéndose en la maldad el
uno del otro. La amistad de los que son útiles o gratos el uno para el
otro dura más: mientras se suministran mutuamente placer o provecho.
E s entre contrarios, sobre todo, donde suele darse la amistad por moti­
vos de interés, por ejemplo, entre pobre 7 rico, ignorante 7 sabio, por­
que uno aspira a aquello de que está falto 7 ofrece en compensación
otra cosa. Aquí podría incluirse también el caso del amante 7 el amado,
el hermoso 7 el feo. Por eso resultan ridiculos a veces los amantes
cuando pretenden ser amados como aman; quizá deba esta pretensión
considerarse justa si son igualmente amables, pero si no tienen nada
de eso es ridicula. Es posible, sin embargo, que lo contrario no desee
a su contrario por sí mismo, sino por accidente, 7 el deseo lo sea en
realidad del término medio, puesto que es éste el que es bueno; por
ejemplo, que lo seco no aspire a convertirse en mojado, sino a alcanzar
al término medio, e igualmente lo cálido 7 las demás cosas. Dejemos,
sin embargo, estas cuestiones, que, además, son algo ajenas a nuestro
propósito.

Parece, como hemos dicho al principio, q u e la amistad 7 la justicia


se refieren a las mismas cosas 7 se dan en las mismas personas. En efecto,
en toda comunidad parece haber alguna clase de justicia 7 también de
amistad. Asi se llaman entre sí amigos los compa&eros de navegación
o de campaña, 7 lo mismo los miembros de otras comunidades. En la
medida en q u e participan de una comunidad ha7 amistad entre ellos
7 también justicia. Y el proverbio «lo de los amigos es común», tiene
razón, pueB la amistad existe en comunidad. Los hermanos 7 los com­
pañeros lo tienen todo en común; los demás, algunas cosas determina­
das, 7 unos más 7 otros menos, p o r q u e también las amistades lo son
unas más 7 otras menos. También ha7 diferencias en la justicia: lo
justo no es lo mismo en los padres respecto de los hijos 7 entre los her- 1160 a
manos, ni entre compañeros que entre ciudadanos, 7 lo mismo en las
demás clases de amistad. También son, por tanto, distintas en cada
caso las clases de injusticia, 7 la injusticia aumenta cuanto más ami-
132

Kal TTOTáfai Trcrrépa fj óvnvoOv áAAov. aO^Eodai 8é iré<pu-


kev á p a t t ) tpiAíqt Kal t ó Síkoiov, cbs év to ís oútoís ó v ra Kal
étt* íffov 611‘iKovTa. ai Sé KOtvcovíai toctoi poplois loÍKaai
Tfjs TroAiTiKfjs' crupiropEÚovTai y á p éirí tivi a u ^ é p o v ri,
10 Kal TTOpijÓ|iEVOÍ TI TCOV eIs TÓV |3loV Kal f] TTOAlTlKfl Sé KOl-
vcovía t o O (7vn9époirros X^piv SokeI Kal é£ ápxfjs ctuveAOeív
Kal SiapévEiv to ú to u y áp Kal ol vopoQérai oroxá^ovrai,
Kal SÍKaióv 9aaiv eIvoi t ó Koivfj auj^épov a i pév oúv áA-
Aai Koivcovíai Kará p¿pr| to u au^épdvTOS l9ÍEVTai, olov
15 ttAcottípes pév toO Kcrrá tó v ttAoüv Trpós Ipyaaíav xpT)pá-
TCOV f | TI TOIOUTOV, CTUOrpaTlCOTOl S é TOÜ K OTá TÓV TTÓAePOV,
e í t e xpT l p á r c o v e í t e v ík t is ^ ttó A e c o s ó p fiy ó p e v o i, ó p o íc o s 8 é
K al 9 u A é ra i K al S e p á r e n . [S v ia i 8 é t c ó v k o iv c o v iw v 81* í)8o -
v fjv S o k o ü c ti y ív E a O a i, O io ctco tco v K a l é p a v ic r r c o v a C rra i y á p
20 f l u a í a s §VEKa K a l a u v o u a í a s . ] T r a a a i 8’ a u T a i ú r r ó t Í | v t t o -
A itik Í ) v é o ÍK a a iv e l v a r o ú y á p t o u ira p ó v T O S C T U ^ é p o v r o s
fj t t o A i t i k í i Í 9 ÍE T at, á A A ’ e ís á i r a v T a t ó v p ío v * * O u a í a s t e
tt o i o O v t e s K a l i r e p l T c s ú r a s a u v ó S o u s , T i |i á s ( t e ) á r r o v é p o v -
t e s t o I s Q eols, K a l o ú to T s á v c n r a ú a e i s i r o p tj o v T e s peQ’ f | 8o v fjs .
25 a i y á p á p x a í a i Q u a ía i K a l a ú v o S o i 9 a l v o v T a i y í v e a 6a i p e r á
T á s t c ó v K a p irc ó v a u y K o p i S á s o l o v & m x p x a (* p á A i o r a y á p
I v t o ú t o i s é a x ó A a ^ o v t o í s K a ip o ís . i r a a a i S í) < p a tv o v T ai a l
K o iv co v iai p ó p i a T f]s iro A iT iK fjs e l v a r á K o A o u Ó fio o u o -t S é a l
T o ia u T a i 9 iA ía i r a í s t o i o ú t o i s K o iv c o v ia is.
10 TToAmlas 5’ éorlv eT8ti Tpla, laai 8é Kal TrapeKpáaeis,
olov 9dopal toútcov. elcrl 5’ al pév iroAiTeíai ^aaiAfila te Kal
ápiCTTOKparía, TpÍTT| Sé áiró TiprjpáTcov, f|v TipoKparriKfiv
Aéyeiv oIkeíov 9alveTai, ttoAiteíov 8’ aúrfiv elcó6amv ol
ttAeíotoi koAeív. toútcov 8é |3éAtíott) pév f| paoriAeía, x£l_
p(oTT) 5’ f| TipoKpcrría. irapéKpaais 8é paaiAEÍas pév Tu­
neo 6 pawis* áp9co y á p povapxlai, S ^ é p o u a i Sé ttAeícttov ó
pév y á p TÚpawos t ó oútco aup9¿pov ctkottéí, ó 8é PoctiAeús
t ó t c ó v ápxopévcov. oú y áp éori paaiAeús ó pf) aÚTápKT|S
Kal t t c k t i to ís áyaGoís úrrepéxcov ó Sé toioOtos oúSevós
b irpooSeTrar Tá <¿>9éAipa oúv oútco pév oúk áv oroTroír|, to ís
8’ ápxopévois* ó y á p pf) to io ü to s kAtipcotós áv tis eít) |3a -
oiAeús. f| Sé Tupaw ls l§ évavrías TaÚTiy t ó y á p íaur¿p
áyaQóv Sicokéi. Kal 9avEpcórepov érrl Taúrris ó ti xé»PÍottv
132
gos son aquellos con quienes se comete; así es más grave quitarle dinero
a un compañero que a un conciudadano, y no socorrer a un hermano
que no socorrer a un extraño, y pegar a un padre que pegar a cualquier
otro. Por otra parte, es natural que la justicia crezca juntamente con
la amistad, puesto que las dos se dan en los mismos y tienen la misma
extensión.
Ahora bien, todas las comunidades parecen partes de la comunidad
política, pues los hombres se asocian siempre con vistas a algo que les
conviene y para procurarse algo de lo que se requiere para la vida, y
la comunidad política parece haberse constituido en un principio, y
perdurar, por causa de la conveniencia; tal es también el blanco de
los legisladores, que dicen que es justo lo que conviene a la comunidad.
Todas las demás comunidades persiguen lo que conviene en un sentido
parcial; por ejemplo, la tripulación de un barco, lo que conviene a la
navegación para hacer dinero u otro fin semejante; los compañeros de
campaña, lo que conviene para la guerra, aspirando al enriquecimiento,
la victoria o la conquista de una ciudad, y lo mismo los miembros de
una tribu o de un demos. Algunas asociaciones parecen realizarse por
causa del placer, como ciertas agrupaciones religiosas o sociales que
tienen por fin los sacrificios y la convivencia. Pero todas ellas parecen
subordinadas a la comuró&ad política, porque ésta no se propone como
fin la conveniencia presente, sino lo que conviene para toda la vida, ha­
ciendo sacrificios y organizando reuniones con motivo de ellos, tribu­
tando honores a los dioses y procurándose a la vez momentos de des­
canso acompañado de placer. En efecto, los sacrificios y reuniones
antiguos parecen haber tenido lugar después de la recolección de los
frutos, a modo de ofrenda de primicias, porque era en esa época cuando
los hombres disponían de más ocio. Todas las comunidades parecen ser,
pues, partes de la comunidad política, y las distintas clases de amistad
se corresponderán con las distintas clases de comunidad.

10

H ay tres especies de regímenes políticos, y otras tantas desviacio­


nes que son como corrupciones de aquéllos. Los regímenes son la rea­
leza, la aristocracia, y un tercero fundado en la propiedad, que parece
propio designar timocracia, pero suele llamarse república. Lias desvia­
ciones son: la de la realeza, la tiranía; ambas, en efecto, son monarquías, 1160 6
pero hay entre ellas muchísima diferencia: el tirano mira a bu propio
interés, el ley, al de los gobernados. Porque no hay rey que no se baste
a sí mismo y no sobrepase a los demás en todos los bienes, y un hombre
asi no necesita de nada; por tanto, no puede proponerse su propio pro­
vecho, sino el de los gobernados; un rey que no fuera asi lo seria sólo
de nombre. L a tiranía es lo contrario de la realeza porque el tirano per­
sigue su propio bien. Es bastante claro en el caso de la tiranía que es el
133

k A k io t o v Sé t ó évocvTÍov tco peA-rlorcp. nrra(5alvei S1 ék |kr-


10 atAeías els TupawlSa- <pauAórT|s yáp écrn povapxlas TU-
paw ís, ó 8é Mox^Tipós (3acnAeús TÚpawos ylveTai. é§ ápi-
oroKpocTÍas 8é els óAiyapxíav Kcnclqc tcóv ápxóvTcov, o! vé-
liovm Tá Tfjs iróAecos irapá tíjv á§lav, Kal irávTa Tá irAel-
a r a tcov áyaOcov éoutoís, Kal Tás á p \á s áel to ís oútoís,
15 Trepl TrAelorou iroioúuevoi t ó TrAoureiv óAíyoi Sí) ápx^uai
Kal poxOrjpol ávTl tcóv émetKeoTárcov. éK Sé npoKpaTÍas
els StipoKparíav aúvopoi y á p elaiv aÚTar ttAi'iOous y áp
PoúAerai Kal f) TipoKpcrrla elvai, Kal íctoi irávTes ol év tco
t i pispan. ^Kicrra Sé |í°X®t1P^v éonv f| Sr|poKpaTÍa* érrl
20 piKpóv yáp TrapeK^alvei t ó Tfjs iroA m las eTSos. peTa|3áA-
Aovai pév oúv páAicrO’ oútcos a l noAmTai* éAáxioTOv yáp
oútco Kal ^ ta T a peTapaívouaiv. ópóicbpara 6’ oútcóv Kal
oíov -irapaSelynara Aáftoi tis áv Kal év to ís oIkIois. f| pév
y á p iraTpós irpós vleís Koivcovía paaiAeías ?x£l o'XflP01' T“ v
25 TéKvcov yáp tco irciTpl (íéAer évTeüOev Sé Kal ‘ÓpTipos tó v
Ala irorrépa Trpoaayopeúer iraTpiKf) y áp ápx^l PoúAetoi f|
paaiAela elvai. év líépaats 6' f| toO irarpós TVpawnaV
XpóóvTcn y áp cbs SoúAois toTs vléaiv. TupawiKf) Sé Kal f)
SeorrÓTOu irpós SoúAous* t ó y á p toO Ssctttótou aupipépov
30 év aúrfl Trpáirt tai. o ú tt| pév oúv ópOf) «palveTai, f| riepai-
Kf) 8’ fipapTTipévrv tcov StaqjepóvTcov y á p al ápx<*í Stá^o-
poi. <¡n>6pós Sé Kal yuvaitós ápicrroKpocTiKf) 9alvETcn- k o t’
á£íav y á p ó ávf|p ápx®*» Kal -rrepl to O to á Sel tó v ávSpa-
ó a a Sé yuvaiKl áppójei, éxetvi] áiroSÍScoaiv. árrávTcov Sé
35 Kupieúcov ó ávf)p els óAiyapxlav iíeOíottioiv irap á TÍ|v á£íav
Ufli o y á p aÚTÓ iroie!, Kal oúx ápelvcov. évfcrre 8é ápxouaiv al
yuvaíKES érrÍKAtipoi oúcrai* oú Sfj ylvovrai k o t' áprrf|v ai
ápxorf, áAAá 8iá ttAoOtov Kal 8<rvapiv, KaOárrep év to ís óAt-
yapxlons- TipoKpaTiKíjj 5’ íoiKev tcóv á8eA<p£óv- íaoi yáp,
6 irAf|v éq>’ óaov to ís Í|AikIois SiaAAáTrouaiv Sióirep áv iroAú
toTs f|AiKÍais 8ia9épcoaiv, oÚKéri áSeA9iKf| ylveTai f| 9iAla.
8r|poKpaTÍa 8é páA iora pév év r a ls áSearrórois tcóv oIk^-
oecov (évTaOOa y á p irávTes é§ Taou), Kal év a is áo0evf|s ó áp -
Xcov Kal ÉKáorco é^ovala.
11 Ka6* éKáorTjv 8é t¿óv iroAmicóv 9iAla 9alveTai, é^’ óaov
Kal t ó SÍKaiov, fJaaiAel pév -rrpós to ú s paaiAevopévovs év
133

peor régimen, y es lo peor lo contrario de lo mejor. Se pasa de la rea­


leza a la tiranía porque la tiranía es una perversión de la monarquía, 7
el rey malo se convierte en tirano. De la aristocracia se pasa a la oli-
arqula por el vicio de los gobernantes, que distribu7en los bienes de
E 1 ciudad en contra de los merecimientos, atribu7éndoselos todos, o
en su ma7oria, a ellos mismos, 7 las magistraturas siempre a los mismos,
estimando sobre todo el enriquecerse; de modo que son unos pocos los
que gobiernan, 7 malos, en lugar de los más dignos. De la timocracia se
pasa a la democracia, pues ambas son fronterizas; en efecto, también
la timocracia quiere ser un gobierno de la multitud, 7 todos los propie­
tarios son iguales. La democracia es la menos mala de las desviaciones,
porque se desvía poco de la forma de la república. Estos son, por tanto,
los cambios más corrientes en los regímenes, pues estas son las transi­
ciones más pequeñas 7 más fáciles.
Podríamos encontrar símiles, 7, por así decirlo, modelos de los regí­
menes políticos en las casas. Así la comunidad del padre con relación
a sus hijos tiene forma de realeza, puesto que el padre se cuida de los
hijos; de aquí también que Homero llame padre a Zeus, 7, en efecto, la
realeza quiere ser un gobierno paternal. Entre los persas el gobierno
del padre es tiránico 7 los padres tratan a sus hijos como a esclavos. Es
también tiránico el gobierno del amo respecto de sus esclavos, pues en
él se hace lo que conviene al amo. Pero ésta es evidentemente una forma
de gobierno recta 7 la persa errónea, porque los modos dé gobernar seres
distintos deben ser distintos. E l gobierno del marido sobre la mujer es
manifiestamente aristocrático, puesto que el marido manda conforme
a su dignidad 7 en aquello en que debe mandar; todo lo que cuadra a
la mujer, se lo cede a ella. Cuando el marido se enseñorea de todo, su
gobierno se convierte en una oligarquía, porque lo ejerce contra los me­
recimientos 7 no en tanto en cuanto él es superior. Algunas veces go­ 1161 a
biernan la casa las mujeres, cuando son herederas; esta autoridad no
está fondada, por tanto, en la excelencia de ellas, sino en la riqueza 7 el
poder, como en las oligarqoías. A la timocracia se parece el gobierno de
los hermanos, 7a qoe éstos son iguales, excepto en la medida en que se
diferencian por la edad; por eso, si las diferencias de edad son muy
grandes, 7a no ha7 entre ellos amistad fraternal. La democracia se
encuentra principalmente en las casas donde no hay amo (pues en ellas
todos son igoales), 7 en aquellas en que el que manda es débil y cada
uno puede hacer lo que quiere.

11

La amistad parece acomodarse a cada uno de los regímenes polí­


ticos en la misma medida que la justicia. La del rey para con bus súb-
134

irrrEpoxfj eúepyECTÍas- eú y á p Trote! to ú s paaiAeuopévous, eí-


irep áyaOós ú v émpeAeíTai aúrcov, ív’ eú TrpárTcocnv, óxtttep
vopeús irpopáTcov 60ev Kal 'Opripos tó v ’Ayapépvova u oi-
15 péva Aacov éTttev. to io ú tti Bé Kal rj TrorrpiKi'i, ¿icnpépei 8é
tco peyéOei tcov EÚepynT| páTCov o ítios y áp toO elvai, 6o-
koOvtos peyíorou, Kal Tpoq>ijs Kal irai8eías. Kal to ís irpo-
yóvois 8é TaCrra irpoavépETar 9ÚCTEI Te ápxiKÓv irocríip utcov
K a l irpóyovoi éKyóvcov Kal páaiAeús fiaoiAeuopévcov. év
20 úrrepox^ Sé al 91Alai aÚTai, 8ió K al n p c o ira i o l yoveís. Kal
t ó Síkoiov év to ú to is oú to ú tó áAAá t ó kot* ᧠íav oútco
y á p Kal f| 9iAía. K al ávSpós Sé irpós yuvaíKa f| aúrf) 9iAía
K al év ápKrroKpaTlqr k o t’ ápeT^v yáp, Kal tco ápeívovi
irAéov áyaQóv, Kal t ó áppó^ov ÉKáorcp- oútco 6é Kal t ó 81­
25 Kaiov. f) Sé tcov á6eA9cóv TÍ¡j éTatpiK^ Soikev Ictoi y áp Kal
f|AiKi¿órai, ol to io ü to i 6’ ópoiraOeís Kal ¿poi^Oeis cbs ¿ttI t ó
ttoAú. Ioike 8 é tccútij Kal f) Kcrrá tÍ|v TipoKpcrnKií|v íctoi
y áp o l ttoAítoi PoúAovtoi Kal émeiKeís elvar év pépei Sí) t ó
ápxeiv, K al é£ í a o v oútco 8f) K al f| 9iAia. év 8 é to is Tra-
30 peKpáaeaiv, ¿xnrep Kal t ó Síkoiov érrl piKpóv éonv, oútco
Kal f) 9iAía, Kal t^kioto év tíj xeiplori]' ¿v TupawíSt y áp
oúSév ^ piKpóv 9iA(as. év oís y á p pr|5év koivóv é a n t ú
áp x o v n K al ápxopévcp, oúSé 9»Aía- oúSé y áp Síkoiov olov
texvíti] Trpós ópyovov Kal y u x íj upós a ú p a koI SeorrÓT^
35 Trpós SoOAov ¿npeAeÍTai pév y á p irávTa to u to úttó tcov
uei 6 xP^M^vcov, 9iAla 6’ oúk i o n irpós Tá ávyuxa oúSé Síkoiov.
áAA’ oúSé Trpós Iirrrov pouv, oúSé irpós SoOAov SouAos.
oúSév y á p koivóv é o n v ó y á p SoOAos é p y u x o v S p y a v o v ,
t ó 8’ Spyavov áy u x o s SoOAos. pév oúv SoOAos, oúk &jti
5 9iAía Trpós oútóv, fj 8’ ávdpcoiros’ 8ok6Í y áp elvaí t i Síkoiov
tto v tI ávdpcóircú Trpós Trávra tó v Buvápevov Koivcovfjoni vó-
pou Kal auvOi'iK'qs- Kal 9iAía 61*1, ko0’ óaov ávOpcorros. érrl
piKpóv Sf) Kal év to ís Tupawíaiv at 9iAícn Kal t ó Síkoiov. év
Sé to ís BripoKpaTÍais érrl irAelov iroAAá y á p Tá Koivá Íaois
10 oúaiv.
12 ’ Ev Koivcovíqt pév oúv T iáaa 9 iA ía éoTÍv, KaOárrep eípTvrai.
á9opí(JEie 6 ’ á v t is t ^ v te ovyyeviK Í)v K al t ^v éraipiKi'iv. a l

1101 b 8. tptXla Aretinni: piXtsc oodd. || 10. nXtlov Kb Mp.: rXcIoiov ralg.
134
ditos estriba en la superioridad del beneficio; en efecto, hace bien a sus
súbditos, si es bueno y se cuida de ellos, a fin de que prosperen, como el
pastor a sus ovejas; por eso Homero llama a Agamenón pastor de pue­
blos.. De esta Índole es también la amistad del padre, ai bien difiere por
la magnitud de los beneficios, puesto que el padre es responsable de la
existencia de sus hijos, que se considera como el ma7or bien, de su
crianza 7 de su educación. Estos beneficios se atribuyen también a los
antepasados, 7 por naturaleza gobierna el padre a los hijos, Iob antepa­
sados a los descendientes, 7 el re7 a los súbditos. Es en la superioridad
en lo que. estriban estas amistades, 7 por eso también son honrados
los progenitores. L a justicia, por tanto, tratándose de todos los men­
cionados, no consiste en la igualdad, sino en lo correspondiente a los
méritos respectivos. Y así también la amistad. La amistad del marido
respecto de su mujer es la misma que la de la aristocracia, porque se
funda en la excelencia, v al mejor le corresponde más bien, 7 a cada uno
el adecuado; 7 así también la justicia. La amistad de los hermanos se
parece a la que existe entre compañeros, porque son iguales 7 de edad
semejante, 7 los que están en estas condiciones suelen tener los mismos
sentimientos 7 caracteres. También se parece a ésta la amistad propia
de una timocracia, pues en ella los ciudadanos pretenden ser iguales 7
equitativos, 7- así gobiernan por tumo 7 por igual; la amistad, por
tanto, es también semejante.
En las desviaciones, lo mismo que apenas ha7 justicia, apenas hay
amistad, 7 menos que en ninguna en la peor, pues en la tiranía no ha7
ninguna, o hay poca amistad. En efecto, en los regímenes en que go­
bernante 7 gobernado no tienen nada en común, tampoco ha7 amistad,
porque no ha7 justicia; así entre el artífice 7 su instrumento, el alma
v el cuerpo, el amo y el esclavo. En cada caso los segundos reciben un
beneficio de los que se sirven de ellos, pero no hay amistad respecto 1101 6
de lo inanimado, ni tampoco justicia. No es posible tenerla tampoco
con un caballo o con un buey, o con un esclavo en cuanto esclavo, por­
que no se tiene nada en común con ellos. E l esclavo es, en efecto, un
instrumento animado, y el instrumento un esclavo inanimado. En
cuanto esclavo, pues, no es posible la amistad hacia él, si bien lo es en
cuanto hombre, porque parece existir una especie de justicia entre
todo hombre y todo el que puede participar con él de una ley o conve­
nio, y, por tanto, también una especie de amistad, en cuanto el segundo
es hombre. Por eso también se dan en pequeña medida en las tiranías
las amistades y la justicia, y en medida mayor en las democracias, donde
los ciudadanos, siendo iguales, tienen muchas cosas en común.

12

La comunidad es, pues, la base de toda amistad, como hemos dicho.


Podría hacerse grupo aparte con la que existe entre parientes y compa-
135

Bé tto Arnica i Kal 9uAenKal K al aupirAoíKai, Kal óom toio O-


Tai, KoivcoviKalj éoÍKaai paAAov* olov y á p KaO* ópoAoylav
16 Tivdc 9aívovTai elvai. els toútos Bé Tá^eiev áv tis Kal tÍ|v
^eviKi'iv. K al f| auyyeviKfj 8é «paiveTai *iroAuei8f|s elvai, f|p-
TfjaOai Bé irSoa ék Tifo TnxTpiKfjs' ol yoveís pév y á p crrép-
youoi tóc TÉKva cbs éauToóv t i óvra, r á Sé TéKva toús yoveís
á>S Arr’ ÉKelvcov t i 6vto. paAAov 8’ íaaaiv ol yoveís t í
20 oútcov Tá yewriOévTá 6 n ék toútcov, Kal paAAov ctuvco-
Keicorai tó á9* oú tco yewriOévTi t* | tó yevópevov t <5 ttoiV|-
cravTi* tó y á p é§ oútoü olKelov tco á9* oú, olov óBoús 0pí§
ónoOv Tqb éKeívcp 8’ oúBév tó á 9 ’ oú, f| fj-nov. Kal
tco •¡rAi’iOei Sé tou xpóvou* ol pév y á p eú6ús yevó peva orépyou-

25 criv, Tá Sé irpoeA9óvTOS xpóvou toús yoveís, ovveaiv f| a la 0T)-


ctiv AapóvTa. éKtoútcov 8é SfjAov Kal 8i’ á 91A0UCT1 paAAov al
PTjTépes. yoveís pév oúv tékvo 91A0OCJIV cbs éauTOÚs (Tá y áp
é£ ocútcov olov frepoi oútoI tco Kex<aploOai), Téicva 5é y o ­
veís eos áTr’ éraivcov *rre9UKÓTa, áSeAq>ol 8’ áAAi^Aous tco éK
30 tóóv oútóóv ire9UKévai* f| y á p -Trpós éKeíva T airrárns áAAi'i-
Aois toútó -rroieí* 59ev <pacrl toútóv a lp a Kal ^íjav Kal Tá
TOiaOra. elal 8f| toútó ttcos koI év Siqpripévois. péya 8é
irpós 9«Alav Kal tó 0ÚVTP090V Kal tó koO’ f)AiKÍav* fjAi£
y á p íjAiko, koI ol o w ií|0eis éTaípor Sió koI f| áSeA9iKfi tt¡
1102 a éraipiKÍj) ópoiouTai. áveyiol 8é Kal ol Aonrol auyyeveís éK
toútcov (JuvcpKeícovTai* tco y áp árró tóóv oútóóv elvai. y í-
vovtoi 8’ oí pév olKeiÓTepoi oí 8’ áAAoTpicÓTepoi tco crúvey-
y u s f\ Tróppco tóv ápxTiyóv elvai. Sari 5’ f] pév -rrpós y o -
5 veis 9iAía tékvois, koI ávSpcbirois irpós Oeoús, <bs irpós á y a ­
Oóv Kal Crrrepéxov eú y á p irerroi^Kacji Tá péyioTa* toü y áp
elvai Kal Tpa9fjvai a ln o i, Kal yevopévois to u -iraiSeuOfívar
2X6* 6é Kal tó f|8ú Kal tó xpi'io'ipov f| to io ú tti 9iAía paAAov
tcóv óOveícov, Saco Kal Koivó-repos ó píos aúroís éorlv. ícrn
10 8é Kal év Tr¡ áSeA9iKf¡ árrep Kal év tt) éraipiKQ koI paAAov
év to ís émeiKécn, Kal óAcos év to ís ópolois, óac¡> olKeiárepoi
Kal éK yeverf)s úirápxouai crrépyovTes áAAi'iAous, Kal 6acp
ÓpOT|0éOTEpOl Ol ¿K TÓÓV OÚTÓÓV K ol OÚVTpCXpOl Kal TTOlBeU-
1315
ñeros; pero las amistades entre ciudadanos, miembros de una misma
tribu, compañeros de navegación* 7 todas las semejantes, se parecen
más a las que resultan de una comunidad o asociación: parecen, en
efecto, existir como en virtud de un acuerdo. Entre éstas podrfa colo­
carse también la amistad entre hospedador 7 huésped.
La que existe entre parientes parece también revestir muchas for­
mas, pero todas ellas dependientes de la de los padres. Los progeni­
tores aman a sus hijos como algo de ellos mismos, 7 los hijos a sus pro­
genitores como seres procedentes de ellos. Pero los progenitores cono­
cen a quienes han nacido de ellos mejor que sus criaturas saben que
proceden de ellos, 7 el vinculo entre quien ha dado el ser y su criatura
es más estrecho que el que existe entre lo producido 7 quien lo hizo;
porque lo que nace de uno es propiedad de aquél de quien nace, por
ejemplo, el pelo o los dientes de quien Iob tiene, mientras que a lo'na­
cido no le pertenece en modo alguno, o le pertenece en menos grado,
aquél de quien ha nacido. Contribu7e también la cantidad de tiempo,
7a qué los padres quieren a sus hijos desde que nacen, 7 éstos a los
padres sólo después de cierto tiempo, cuando han adquirido conciencia,
o percepción. De esto resulta claro también por qué quieren más las
madres. Los padres, pues, quieren a sus hijos como a sí mismos (7a que
los que han nacido de ellos vienen a ser como otros ellos mismos, al tener
existencia separada); los hijos a sus progenitores, como nacidos de ellos;
7 los hermanos se quieren los unos a los otros por haber nacido de los
mismos padres, pues la identidad de su relación respecto de éstos pro­
duce entre ellos el mismo resultado; de ahi que se hable de «la misma
sangre», «el mismo tronco», etc. Son, por tanto, en cierto modo, lo mismo,
aun cuando en individuos separados. Contribu7e también grandemente
a la amistad entre los hermanos la crianza en común 7 la semejanza de
la edad; en efecto, los de la misma edad se entienden 7 los que viven
juntos son camaradas; por eso la amistad entre hermanos se asemeja
a la que existe entre compañeros. E l vinculo entre primos 7 demás pa­ 1102 a
rientes deriva del que existe entre los hermanos, pues lo establece el
hecho de tener los mismos progenitores, 7 están más o menos unidos
según su proximidad o lejanía respecto del fundador de la familia.
La amistad de los hijos hacia los padres 7 de los hombres hacia los
dioses es como una inclinación hacia lo que es bueno 7 superior, puesto
que han recibido de. ellos los ma7ores beneficios; les deben, en efecto,
la existencia, la crianza, 7 la educación una vez nacidos. E n tal amistad
entran el placer 7 la utilidad más que en la amistad entre extraños,
en la medida en que hacen la vida más en común. En la amistad entre
hermanos se dan los mismos caracteres que en la amistad entre com­
pañeros, sobre todo si son buenos, 7 en la amistad entre semejantes, en
la medida en que se pertenecen más los unos a los otros, 7 se quieren
desde su nacimiento, 7 en la medida en que tienen caracteres más seme­
jantes los que han nacido de los mismos padres, se han criado juntos, 7
136

0évTES ópoícos1 K a l f| koctoc t ó v xpóvov SoKipaoía TrAeíorr|


15 K a l pepaiOT<5rrn. áváAoyov 5¿ Kal év t o i s AoittoIs t c ó v cruy-
yevcov tó c «piXiKá. ávSpl 8é xal yuvaiKl «piAía SokeT Kará
cpúaiv OrrápxEtv, ávOpcoTros y á p tt) 9Ú0EI CTUvSuaariKÓv
paAAov t i t t o A i t i k ó v , óctco irp Ó T e p o v Kal ávayKaiÓTEpov olxía
TTÓXeCOS, K al TEKVOTTOlía KOlVÓTEpOV TOÍS JCÓOIS- TOIJ P¿V OÚV
20 áAAois érrl t o c t o ü t o v f) Koivcovía é o t í v , ol 5’ ávOpco-rroi oú
póvov Tfjs TEKVoiroiías x^piv CTUVOIKOUCTIV, áAAá Kal TCúV els
t ó v fJíov eúOús y á p 8i/|pr)Toa Tá Ipya, Kal écrnv §Tepa áv-
8pós Kal yuvaiKÓs- éTrapKoüorv oúv áAAi‘|Aois, eis t ó k o iv ó v
ti O é v t e s Tá íSia. Siá t o O t o Sé Kal t ó xp^^ipov elvai SokeT
25 K al t ó f)8ú év t o ú t t j Tfj 9iAíqi. eIt] 8’ áv K al 8i’ áprn^v, eI
éttieikeT s eIev* f o n y á p Í K a r i p o u ¿peni, K al x°dpoiev áv t c o
TOIOÚTCO. aúvSEapos 8É Tá t é k v o Sokeí elvar Sió O c c tto v ot
ótekvoi SiaAúovTar Tá y á p TÉKva koivóv áyaOóv ápcpoiv,
CTUVÉXEl Sé t ó koivóv. t ó Sé ircós fiicoTéov ávBpl irpós y u ­
so vanea Kal óAcos 9ÍA0 Trpós 9ÍA0V, oúSév §Tepov 9alveTai 3T)-
TEÍaOai f) tt c o s SÍKaiov oú y áp t o ú t ó v 9aívETai t c o 9ÍAC0
Trpós tóv 9ÍA0V Kal tó v óOvelov Kal tó v ércñpov Kal tó v au p -
901TT)TT|V.
13 TpiTTGÓv 5’ oúctóóv 91A1ÓÓV, KocOárrep év ápxfi eípr|Tai, Kal
35 KaO’ ÉKáoTT|v tcóv pév év Ictótíiti 9ÍAcov óvtcov tcóv Sé KaO’
úrrepoxi!|v (xal y á p ópoícos áyaOol 9IA01 yívovrai Kal ápeí-
11026 vcov xeípovi, ópoícos 8é Kal f|8eTs Kal Siá t ó xpifaipov, la á-
jovtés Tais cÓ9eAeíais Kal Sia9épovTes), to ú s íaous pév k o t’
laÓTT)Ta Se! tco 91A6TV Kal to Is Aonroís laájEiv, to ú s 8’ áví-
ctous t ó áváAoyov Tais úrrepQxals árro8i8óvai. ytvsrai 8é
5 Tá éyKAi1)porra Kal a l pépif/eis év Tfj Kcrrá tó xP'HO'ipov 9iAíqc
f| póvg f) páAicrra, eúAóycos. ol pév y á p Si’ áperi^v 9ÍA01
óvtes eú 8páv áAAi^Aous irpoOupouvTai (to ü to y á p áperfjs
Kal 9iAías), Trpós to ü to 8’ ápiAAcopévcov oúk Iotiv éyKAií-
paTa oúSé p á x a r tó v y áp 9iAoüvra Kal eú iroioüvTa oúSels
10 SuaxepaívEi, áAA’ áv ^ xa pí£lS> ápúvETai eú Spcióv. ó 8*
úrreppáAAcov, Tuyxávcov oú é9ÍETai, oúk áv éyKaAoír) tco
9ÍAco- iKaoTos y á p to ü áyaOoü ópéyeTai. oú irávu 8’ oúS’
év toIs 81’ f)8ov^v á p a y á p áp9oIv yíverax oú ópéyovTat, el

1102 b 23. 9iX(a; Kb Asp.: ¿ipcXita; vulg.


136

han sido educados de la misma manera. La prueba del tiempo tiene


en este caso la máxima aplicación y seguridad.
E s igualmente proporcionada la amistad entre los demás parientes.
L a amistad entre marido y mujer parece fundada en la naturaleza,
pues el hombre, por naturaleza, tiende antes a vivir en parejas que en
comunidades políticas, en la medida en que es anterior, y más necesa­
ria la casa que la ciudad, y en que la procreación es más común a los
animales. Ahora bien, los demás animales se asocian sólo en la medida
en que ésta lo requiere; el hombre y la mujer cohabitan, no sólo por
causa dé la procreación, sino también para los demás fines de la vida;
en efecto, desde un principio están divididas sus funciones, y son dife­
rentes las del hombre y las de la mujer, de modo que se complementan
el uno al otro poniendo a contribución cada uno lo que le es propio. Por
eso también parecen darse en esta amistad a la vez lo útil y lo agrada­
ble. Y también puede tener por causa la virtud o excelencia, si ambos
son buenos, porque cada uno tiene su virtud propia, y pueden hallar
placer en esto. Por otra parte, los hijos parecen ser un lazo éntre ellos,
y por eso se separan más fácilmente los que no los tienen: los hijoB son,
en efecto, un bien común a ambos, y lo que es común mantiene la
unión.
En cuanto a la cuestión de cómo debe vivir el hombre con la mujer,
y en general el amigo con su amigo, no parece que en ella deba investi­
garse otra cosa sino cuál es la actitud justa, porque evidentemente no
es la misma para con el amigo, el extraño, el camarada y él compañero
de estudios.

13

Tres son las clases de amistades, como hemos dicho al principio,


y en cada una de ellas los amigos lo son en virtud de una igualdad o en
virtud de una superioridad (en efecto, los que son igualmente buenos-
se hacen amigos, y también el superior del inferior; y del mismo modo 1102 b
los que son amigos porque se resultan mutuamente agradables y los
que lo son por el interés pueden obtener el uno del otro ventajas igua­
les o diferentes). Los que son iguales, de acuerdo con esa igualdad,
deben procuraría tanto en el cariño como en todo lo demás, y los que
son desiguales, tributarse un cariño proporcionado a su superioridad o
inferioridad respectivas. Las reclamaciones y reproches se producen
exclusiva o principalmente, como es natural, en la amistad por interés,
porque los que son amigos por causa de su virtud' están deseosos de
favorecerse mutuamente (esto es, en efecto, lo propio de la virtud y de
la amistad), y, aunque en esto rivalizan, no hay entre ellos reclamaciones
ni disputas, porque nadie se molesta con el que lo quiere y favorece,
sino que, si es de carácter agradable, se venga haciendo aún más bien.
Y el que aventaja al amigo en el beneficio prestado no se lo echará en
137

tco ouvSiáyeiv x ^ p o u cn v yeAolos 6’ av <paívoiTO Kal ó


16 éyxaAcov tco pf| TÉpiTOvn, é£óv pfj ffuvTipepeúeiv. f| Sé Biá
t ó xpi^cipov ÉyKATipaTtKi^- éir’ cóipeAeíg y áp xpúpevoi áA-
Ai^Aois áel to u irAeíovos Béovtoi, Kal IAottov ?xelv oíovtoi
to ü irp0aY|K0VT0s, Kal pép90vrai ó ti oúx Sctgw ¿épvTai to -
ctoútcov Tuyx<5cvouciiv á£ioi óvtes* o í 8’ eú iroioüvres oú 8ú-
20 vavTai érrapraTv tooxxuto óctcov ol iráaxovTes Béovrai. Soi-
Ke Bé, KaOárrcp t ó Síkoióv éari S ittóv, t ó pév áypa<pov t ó
8é kotóc vópov, Kal t í } s Kcrrá t ó xpifaipov q>iAias ^ pév r)0i-
ki*j f| 8é vopiKf] elvai. yíverai oúv Ta éykAi1)porra páAicrO’
ótov pf) Kará Tf|V aÚTÍ)v CTUvaAAá^coCTi Kal SiaAúcovrai.
26 íctti 8’ f) vopiKf) pév f) éTrl ^t)ToT5, f) pév irápirav áy o p aía
éK x £ipós ets X^P0 * ^ Sé éAeuOEpicoTápa ets xP<^vov» Ka®’ ópo-
Aoyíav 8é t í á v rl tívos. StíAov 8’ év t o ú t ij t ó 6<peíAripa
koúk áp<plAoyov, «piAwóv 8é t Í)v áva|3oAf|v éx£l‘ Btórrep
évíois oúk etcl toútcov SÍKat, áAA’ oíovtoi 8eTv orépyeiv to ú s
30 K ará iríomv auvaAAá^avTas. f) 8’ tiOikÍ) oúk ¿ttI £t|toís,
áAA’ cbs <píAcp BcopeiTai ótiB ^ttotc áAAo- KopíjeCTOai Bé
á^iol t ó Taov fj irAéov, obs oú SeScoKcbs áAAá XP^cras- oúx
¿poicos 8é auvaAAá^as Kal SiaAuópevos éyKaAéaei. to u to
8é aup^aívEi 8iá t ó PoúAeo6oi pév irávTas f| to ú s irAeíOTOUS
36 Tá KaAá, TrpoaipeÍCT0ai 8é Tá cüxpéAipa- KaAóv Bé t ó eú iroieTv
1163o pfj Iva á v n irá 0i], á>9éAipov Bé t ó eúepyeTelaflai. Suvapévco
Bf) ávTairoBoTéov Tf|v á^íav ¿üv SiraOev [Kal ÉKÓvn] (áKovra
y á p 9ÍA0V oú iroir|Téov cbs Bf) BiapapTÓvra év tt¡ ápxfj Kal
eú iraQóvra Ú9’ oú oúk 28et —oú y á p úttó 9ÍA0U, oúBé 81’
5 o ú tó to u to BpcovTOS— KaOáirep oúv éirl ^TjTOÍs ?ÚEpyETT|-
Sévra BioAuTéov)* Kal f ¿poAoyi'io’a i 8’ f &v Buvápevos áiro-
Bcíxxeiv áSuvaTOÜvra 8’ 0Ú8’ ¿ BiBoús f^ÍGoaev áv. cbor’
el Buvaróv, áiroBoTéov. év ápxfí 8’ éiriQ’KeirTéov Ú9’ oú
eúepyerelTai Kal éirl tívi, óircos érrl to ú to is úrropévij f| pi^.
10 áp9iapi{|TTio-iv 8’ Ix £l irÓTepa Bel tt¡ to ü ttoOóvtos á^eAelqt
prrpelv Kal irpós to ú th v iroteíoflai TÍ)V ávTairóBoo'iv, ?| TÍ3
to u Bpáaavrros eÚEpyeaíqt. ol pév y áp -rtaQóvTes ToiauTá
9001 Aa|3eív irap á tcov eúepyErcov & piKpá f¡v éxeívois Kal

1163 a 7. SiSo&c Kb: ío i* valg. Suvarév Kb: Suva-cAí vulg. || 20. fangúpc-ro L.
Dindorf: iftilptio pr. K*: ájnjiipaxo Lb M**.
137

cara puesto que alcanza aquello a que aspira, ya que los dos procuran
el bien. Tampoco suelen darse las quejas en las amistades que buscan
el placer, puesto que ambos obtienen lo que desean, si se complacen en
el mutuo trato, 7 resultaría ridiculo quien reclamara contra el que no
le agrada pudiendo no pasar el tiempo con él.
En cambio, la amistad por interés se presta a las reclamaciones,
porque como se tratan con vistas a su propia utilidad, exigen cada
vez más 7 creen recibir menos de lo que les corresponde, 7 alegan que
no obtienen lo que necesitan 7 merecen, 7 los que favorecen no dan
abasto para satisfacer los requerimientos de los favorecidos.
Parece que, lo mismo que la justicia es de dos clases, una escrita 7
otra legal, también la amistad por interés puede ser moral 7 legal. Pues
bien, las reclamaciones se producen sobre todo cuando la relación no se
establece 7 disuelve en virtud de la misma clase de amistad interesada.
La legal es la que se funda en estipulaciones, 7a sean completamente
de mercado, que exige el intercambio inmediato, de mano a mano, 7a
sea de tipo más liberal, en que se da tiempo, pero se conviene siempre
en recibir algo a cambio de algo. En esta clase de amistad la deuda es
manifiesta 7 no equivoca, pero tiene de amistoso el aplazamiento.
Por eso en algunas ciudades no hay procesos para estas cuestiones 7
se piensa que los que han hecho convenios fundados en el crédito deben
atenerse a las consecuencias. L a amistad interesada de tipo moral, en
cambio, no se apo7a en estipulaciones, sino que obsequia, o hace cual­
quier otra cosa, como a un amigo, pero considera justo recibir a su vez
digo del mismo valor, o mayor, como si no hubiera dado, sino prestado,
7 si las condiciones en que hizo el convenio 7 aquéllas en que lo disuelve
no son las mismas, reclamará. Esto ocurre porque todos, o la ma7or
parte de los hombres, quieren lo que es hermoso, pero prefieren el pro­
vecho; 7 es hermoso hacer bien sin pensar en la compensación, pero 1163 a
provechoso ser favorecido.
Si es posible, pues, se debe devolver lo equivalente de lo que se
recibió (porque no se debe hacer a nadie amigo contra su voluntad; por
tanto, como quien se ha equivocado en un principio admitiendo im
favor de quien no debía— pues no se trataba de un amigo ni .lo hacía
por la acción misma— , deberá uno pagar esa deuda como si hubiera
recibido un beneficio sobre la base de una estipulación). Incluso debería
estar de acuerdo en devolver el beneficio si podía; no pudiendo, ni
aun el que se los confirió lo exigiría. De modo que, si es posible, debe
devolverse el beneficio. Pero debe considerarse al principio quién es el
que nos lo hace 7 con qué fin para aceptarlo o rehusarlo, según las
condiciones.
Es cuestión dudosa si debe medirse el favor por su utilidad para
quien lo recibe 7 la compensación debe ser adecuada a aquélla, o si
debe medirse por lo que tenía de buena acción por parte del que lo hizo.
Porque los que reciben esta clase de beneficio suelen decir que sus
138

é£fjv ira p ’ ÉTépcov AapETv, KorraapiKptjovTes- o! 8 ’ áváTraAiv


16 TÓt p é y io r a tcov iro p ’ a ú ro ís, Kal & T ra p ’ áAAcov o ú k fjv, Kal
év Ktv8úvots fj ToiaÚTais X P ^ S - &p’ oúv 6 iá pév t ó XP1*!-
onpov Tfjs «piXías oücttis f| t o ü iraOóvTos ccKpéAEia péTpov
é o r ív ; o ú to s y á p ó Beópevos, Kal érrapKEl oútco cbs Kopioú-
Pevos t Í)V Icrr|v- toooútti oúv yeyévriTai f) ém Koupía óaov
20 o ú to s có<péXr|Tat, Kal árroBoTÉov 6 f| oútco óaov érrnúpETo, f|
Kal n A é o v KáAAiov y á p . év Sé Tais k o t ’ ápen^v ¿ y k At'i p a­
r a pév oúk iarnv, péTpco 5 ’ éoikev f) t o O BpáaavTOS irpoaípe-
a is ' Tfjs áperfjs y á p Kal t o ü fjOous éí/ Tfj Trpoaipéaei t ó
KÚpiov.
14 A i a 9 É p o v T ai 8 é K a l év T a i s k o 6 ’ Ú T re p o x ^ v 9 iA ía i s - á § i o í
y á p É K áT epos ir A é o v ? x e iv > ó t o v 8 é t o ü t o y l v r |T a i , S ia A ú e -
T a i f) 9 iA ía . o l e r a i y á p ó t e peÁ TÍcov irp o o i^ K e iv ocútco rrA é o v
? x e iv t c o y á p á y a 0 c p v ép ecrO ai i r A é o v ó p o íc o s 8 é K a l ó
áw peAipcÓTepos- á x p e í o v y á p ó v T a o ú 9 0 0 1 S eív í a o v ? x e lv *
30 A e iT O u p y ía v t e y á p y ív E a O a i K a l o ú 9 1AÍ0CV, e! pf) k o t ’ á ^ í a v
t c ó v fp y c o v é c r r a i T á éK T fjs 9 iA ía s . o ío v T a i y á p , K a O á rrep
év x P ^ |M < ítw v Koivcovlqc uA eT ov A a p p á v o u a i v o l c ru p jü a A A ó p e -
v o i ttA e ío v , o ú t c o 8eIv K a l év t t ¡ 9 iAí<jt. ó 8’ évB efjs K a l ó
XEÍpcov á v á i r a A i v 9 ÍA0 U y á p á y a O o ü filv a i t ó éTrapKElv t o í s
35 évB eécriv t í y á p , « p a c ív , Ó9 EÁ0 S a r r o u B a í c o fj B u v á o r i ^ 9 ÍA ov
e lv a i , p r|S é v y E p é A A o v T a á r r o A a ú e iv ; I o ik e 8 ’ o ú v éK áT E pos,
1163 6 ó p 6 cós á ^ i o ü v , K a l 8e!v é x a T é p c p -rrAáov v ép E iv éK T fjs 9 iA ía$ .
o ú t o ü o ú t o ü 8 é, á A A á t c o p é v Ú T T E p éx o v n T ip f j s t c o 8 ’ é v -
Beeí KÉpBous* T fjs p é v y á p á p e T f js K a l T fjs e Ú E p y E a la s f) T ip f)
y é p a s , T fjs 8 ’ é v S e ía s é rriK O u p ía t ó K ÉpBos. o ú t c o 8 ’ ?XElv
5 t o ü t o K a l év T a i s iro A iT E Ía is 9 a í v e T a r o ú y á p T ip c r r a t ó p tj -
8 év á y a O ó v t c o k o iv c o iro p íjc o v * t ó k o iv ó v y á p S ÍS o T a i t c o
t ó k o iv ó v e ú e p y e T O ü v T i, f | T ip f) 8 é k o iv ó v . oú y á p io riv á p a
X pr) p a r l jE d O a i á r r ó t c o v k o iv c o v K a l T ip a a O a i. év -r ra a i y á p
t ó e A o t t o v o ú B e Is ú r r o p é v e r tc¡3 8 f] m p l X P1! p e r r a éA oTTO V -
10 péveo T ip f)v á r r o v é p o u a i K a l t c o ScopoSÓ Kco x p ^ p e r r a - t ó k o t ’
á £ í a v y á p h ra v ic ro T K a l a c ó j e t T fiv 9 tA ía v , K a d á rre p s I p riT a i.
o ú t c o 8f | K a l t o í s á v í a o i s ó p iA í)T é o v , K a l t c o e Is X P ^ o tT a
áw peA oupévco fj e Is á p e r f |v T ip fjv á v T o n ro B o T é o v , á ir o S iB ó v T a

b 24. ¿xpcXcla^ Kb.


138

bienhechores no les han dado sino lo que para éstos era de poca impor-
rancia 7 ellos podían haber recibido de otros, empequeñeciendo asi
los benefioios recibidos. Los otros, por su parte, pretenden haber dado
lo mejor que tenían, 7 algo que los demás no podrían haber dado, 7 en
medio de peligros o de otras circunstancias de urgencia semejante. Pero
¿no es cierto que si la amistad tiene por fin la utilidad, debe medirse el
favor por el provecho del que lo recibe? E l es, en efecto, el que lo pide,
y el otro le ayuda en la idea de que tendrá la debida compensación;
la aTuda es, por tanto, tan grande como el provecho del que la recibe
7 éste debe restituir lo que obtuvo, o incluso más, porque esto es más
noble. En las amistades fundadas en virtud, aun cuando no ha7 recla­
maciones, es una especie de medida, del beneficio la intenoión, porque
lo principal de la virtud y del carácter está en la intención.

14

Surgen también diferencias en las amistades fundadas en la supe­


rioridad, porque cada uno cree merecer más, pero cuando esto ocurre
la amistad se disuelve. E l mejor piensa, en efecto, que le corresponde
recibir más, puesto que al bueno debe asignársele una ma7or parte;
lo mismo piensa el más útil, puesto que se dice que el inútil no debe
recibir lo mismo, 7 que se trata de un servicio público 7 no de amistad
si lo que se obtiene de la amistad no corresponde al mérito de las obras.
Piensan que en la amistad debe ocurrir lo mismo que en una sociedad
económica, donde reciben más los que ponen más a contribución. El
necesitado e inferior piensa, a su vez, que es propio del buen amigo
ayudar a quienes lo necesitan; ¿de qué sirve— dicen— ser amigo de
un hombre bueno o poderoso si no se ha de sacar ventaja alguna?
Parece, por consiguiente, que uno 7 otro tienen razón, 7 que los dos 1103 6
tienen que recibir más de la amistad, pero no de lo mismo, sino el
superior, más honor, 7 el necesitado, provecho; porque el premio de la
virtud 7 del beneficio es el honor, 7 el alivio de la necesidad es el pro­
vecho material, -
Así parece ser también en las ciudades. No se honra, en efecto, al
que no proporciona ningún bien a la comunidad, ya que lo que es de la
comunidad se da al que favorece a la comunidad, y el honor pertenece
a la comunidad. No puede uno obtener beneficios económicos del tesoro
común y a la vez honor, porque nadie consiente en tener menos de
todo, y asi al que pierde dinero se le tributa honor, y al que quiere dádi­
vas, dinero; porque el guardar la proporción con el mérito iguala, y
preserva la ámistad, como se ha dicho.
139

t¿ évSexópeva. tó Suvoctóv y á p f] 9iXía ¿tti^titeT, oú tó


15 kot’ ᣠíav oú5É y á p Sonv Év iraai, KocOárrep Év to ís irpós
to ú s 0coús t i país Kal to ú s yovEís* oúSeIs y á p TÍ|y á§íav tt o t’
áv árroSoii], els Búvapiv 5¿ ó 0EpcnTEÚcov ¿ineiKÍis elvai SokeT.
6tó Káv Só^eiev oúk É^filvai uico TTOTÉpa áTT£ÍTTaCT0a it irarp l
8’ vlóv ¿(peíXovTa y á p árroSoréov, oúSév Sé iroi^oas á§iov
20 tcov úrrnpypÉvcov SéSpaKgv, ó o t ’ áel ócpsíXEi. oís 8’ ¿xpeí-
Xerat, é^oucla á<p£lvai- Kal tco TraTpl 8i^. á p a 8’ Tacos oú-
Beís tt o t’ áv áTrocn-fjvai Soke! pf| úireppáXXovTOS pox0T}plqr
Xoopls y á p Tps 9 uaiKfjs 9 iXías Tf)v ÉrriKoupíav ávdpcoiriKÓv
pf| SicoÓEtaOai. tco Sé 9évktóv oú oirouSaoróv t ó Érrap-
25 keTv, poxOripcp óvn* eú iráaxEiv y á p ol iroXXol poúXovrai,
t ó 8é ttoieív 9EÚyouaiv cbs áXuamXés. m p l pév oúv to ú -
tcov éttI toctoütov EÍpf)CT6C0.
139

La misma conducta debe observarse en el trato entre desiguales, 7


el que es favorecido con dinero o con virtud debe corresponder tribu­
tando honor, pagando con el que puede, porque la amistad procura
lo posible, no lo que corresponde al mérito; esto último, en efecto, ni
siquiera es posible en todos los casos, como cuando se trata del honor
debido a los dioses 7 a los padres; nadie podria tributarles el que mere­
cen, pero al que los honra hasta donde puede se le considera como hom­
bre bueno. Por esto también puede pensarse que no es licito a un hijo
repudiar a su padre, pero sí a un padre repudiar a su hijo. E l hijo está
en deuda 7 debe pagar, pero nada puede hacer que corresponda a lo
que por él ha hecho su padre, de modo que siempre le es deudor. Los
acreedores, empero, pueden perdonar la deuda, 7 el padre también. Al
mismo tiempo, parece probable que ningún padre se separarla de su
hijo de no ser éste extraordinariamente malvado, pues, aparte de la
amistad natural entre ellos, es humano no rechazar la asistencia del
hijo. Pero éste puede rehuir asistirle, o no cuidarse de ello, si es malo;
porque la ma7or parte de los hombres quieren que se les trate bien,
pero rehuyen hacer bien, considerándolo improductivo. Sobre estas
cuestiones, baste con lo que hemos dicho.
’Ev Tráoais 8é Tais ávopoioeiSéai <piXíais t ó áváXoyov
ícrá^Ei Kal acójet n^v 9iXíav, Kcc0árrep eípTiTai, olov Kal év t t ¡
TroXmKT) tco ctk u to tó (jico A v tI tcov úrroBTjpáTcov ápoipíi y í-
vétoi kcct’ <5c£íav, Kal tco ú<pávn] Kal toTs Xonrols. évTaOda
íiMa pév oúv Trcrrópiorai koivóv péTpov t ó vópicrpa, Kal Trpós
to u to 8f) irá v ra ¿vafépETai Kal to ú to j perpetrar év 8é t ^
épcoTiKtj évíOTe pév ó épaorfis éyKaXel ó ti úrrep9iXcov oúk dv-
TtfiAEÍTai, oúSév §xCÚV 9iXt|tóv, el oútcos fruxev, -rroXXáKis
5 8’ ó épcópevos ó t i TTpÓTepov érrcryyeXXópevos irávTa vOv oú-
8év é-nrreXeí. aupfjaívei 8é Tá Totaí/Ta, érreiBáv ó pév 8i*
f|8ovf)v tóv épcópevov 9tXfj, ó 8é 8iá t ó x P 1‘l° 'l Po v tó v épa-
cm'iv, TaOra 8é pf) &P90TV úrrápx^- Siá TcrOra y áp tíís 91-
Xías oúot)S BiáXuais ylveTai, érreiSáv pf| yivr(Tai c&v fvexa
10 é9ÍXouv* oú y á p aúroús ücrrepyov áXXá Tá úrrápxovTa, oú
póvipa óvTa- 8ió ToiaOrai Kal al 9iXiai. f) 8é tó ó v f|0cov
ko9’ aÚTÍ)v oúaa pévei, KaQárrep eípr)Tai. Sia9épovTai 8’ ótocv
ÉTepa yívriTai oútoís Kal pf] c&v ópéyovTar ópoiov y á p tco
pr)8év ylvea0ai, óto v o ú é9Íerai pf| T u y x á v i] , olov Kal tco
is KiOapcoSco ó éiiayyeXXópEvos, Kal óac*3 ápetvov <$kteiev, t o -
aoÚTCp TrXelco- els ico 8' drrratTOÜVTt T á s úrroaxécreis Av0*
i*|8ovfís f)8ovf]v árroSeScoKÉvai §9^. el pév oúv émírrepos t o ü -
t o éfSoúXeTO, Ikocvcos &v elxev el 8’ ó pév TÉpvpiv ó 6é Kép-
605, Kal ó pév ?xel S 8é pVj, oúk ficv eTri Tá Kcrrá tÍ)v koivco-
20 vlav KaXcos' <2>v y á p 8eópevos Tuyxávei, to ú to is Kal irpo-
aéxei, kAkeIvov ye x^piv to O to Scóaei. t^ v á^lav 8é TroTé-
pou Táfai éoTÍ, to u irpoTepévou f| to u upoXapóvTOS; ó y á p
irpo'iépevos §oik’ étriTpéTreiv étceívco. óirep 90a! Kal ripcoTa-
yópocv TTOielv* ÓTe y á p 8i5á£eiEV áSi^TTOTS, Tip^aai tó v pa-

1104 a 10. aÚToú? ed. Bekker.


L IB R O IX

En todas las amistades entre hombres diferentes la proporción es­


tablece la igualdad 7 preserva la amistad, como Hemos dicho; por ejem­
plo, en la amistad civil el zapatero obtiene la compensación debida
por sus calzados, 7 lo mismo el tejedor 7 los demás. Aquí se ha conse­
guido como medida común el dinero, al cual todo se refiere 7 con el cual 1164 a
todo se mide. En la amistad amorosa el amante protesta a veces de que,
amando él en exceso, no es correspondido (cuando acaso no tiene nada
amable), 7 el amado se queja con frecuencia de que el amante, que an­
tes se lo prometía todo, ahora nada cumple. Esto ocurre cuando el uno
quiere al amado por causa del placer, 7 el otro al amante por interés,
7 ninguno de los dos obtiene lo que quiere. Por estas razones, pues, se
produce la disolución de la amistad existente, toda vez que los amigos
no obtienen aquello por lo cual se querían, porque no se querían el uno
al otro, sino lo que poseían, 7 esto no era permanente; de ahí que no lo
fuera tampoco su amistad. En cambio, la amistad fundada en el carác­
ter, que se busca por sí misma, es permanente, como hemos dicho; pero
surgen diferencias entre los amigos cuando obtienen de ella otra cosa
de la que desean; es, en efecto, lo mismo que no obtener nada no alcan­
zar aquello a que se aspira, como se cuenta del citarista a quien uno pro­
metió que recibiría tanto más cuanto más cantara, 7 cuando, después
de haber cantado hasta el amanecer, reclamó lo prometido, el otro le
dijo que le habla pagado placer con placer. Si los dos hubieran queri­
do esto, la cosa habría sido satisfactoria; pero si el uno quiere placer 7
el otro dinero, 7 el uno obtiene lo que quiere 7 el otro no, las condicio­
nes de la asociación no se cumplen; porque se aspira a lo que no se tie­
ne, 7 es por conseguirlo pot lo que uno se presta a dar.
{A quién corresponde fijar el valor del beneficio, al que lo otorga o
al que lo recibe? Parece que el que lo otorga debe dejar esto al otro. Es
precisamente ló que, según dicen, hacía Protágoras: cuando enseñaba
141

26 0 óvTct ÉKÉÁeuev óaou Sokeí á£ia érríoTacrOai, Kal éXáp^avE


to c to ü to v . Év toT s t o i o ú t o i s 6 ’ évíois ápéaKEi t ó «pia6¿s 5 *
ávSpl.» ol Sé irpoXaupávovTES t ó ápyúpiov, eItoc pi)Sév
tto io ü v te s cov iq>aoccv Siá r a s vrrepPoXás tco v éirayyEXiGÓv,
eIkótcos év éyKXfipaat yívovTon- oú y á p éTrmXoúaiv á cbpo-
30 Xóyr)aav. t o v t o S’ ía'cos ttoieTv ol cromara! ávayKá^ovrai
Siá t ó nTjSéva áv Soüvai ápyúpiov c&v éiríaTavTOi. o ú to i
pév oúv £>v IXapov t ó v piaBóv, pf) tto io ú v te s eIkótcos év
éyxXfipaaív Elaiv. év oís Sé pf) yívETai SiopoXoyla Tfjs
úrroupyías, ol pév Si’ ocútoús irpoi'épEVoi EÍpr)Tai ó t i ávéyKÁri-
ii«4 b t o i (ToiaÚTT| y á p f) Korr’ ápETf)v 9iXía), t í j v á p o i^ v t e tto it)-
Téov Kcrrá Tf)v irpoaípEaiv (ocútt) y á p t o ú 9ÍA0U Kal rf)S ápe-
Tfjs)* OÚTCO 5 * SolKE Kal TOÍS 9 lX 0 a 0 9 la S KOlVCOVl'lOaCTlV oú
y á p irpós XP^HO®’ perpelTai, n p f i t ’ laóppoiros oúk
6 á v yévoiTO, áXX’ Tacos Ikovóv, KaOámp Kal irpós 9eoús Kal
irpós yovEls, t ó évSexópevov. pf) to io ú t tis 5 ’ oúotis tt¡s Só-
ctecos áXX’ éirí t iv i, p á X io ra pév Tacos Se! t íjv ávrcnró6oaiv
yíveaO ai SoKoOcrotv áp9oIv k o t ’ ᣠíav eIvoi, eI Sé to O to pf)
a u p p atvo i, oú póvov á vayK álo v Só^eiev á v tó v irpoéxovTa
10 TáTTEiv, áX Xá Kal S Ik o io v ó a o v y á p o ú to s cÓ9eXt‘i9t) fj áv6 ’
ó a o u Tf)v f)Sovf)v eTXet’ á v , tcktoO tov ávnX apcov ££ei rf|v
ira p á to ú t o u á fía v . Kal y á p év toTs cóvíois oútco 9aíVETai
yivópevov, éviaxoO t ’ glal vópoi tcó v éKoua cov aup| 3oXaícov
S íx as pf) elvai, cbs Séov, cb éirlaTEUOE, SiaXuQfjvai irpós to ú -
16 TOV KadálTEp éKOlVcbvT)aeV. Cj> y á p éirETpá90T), TOUTOV oTe-
to i SiKaiÓTEpov Elvai Tá§at toO éiriTpévjiavTOS. Tá iroXXá
y á p oú to ú Taou Tipcoaiv ol Ix OVT£S Kal ol (JouXópEVOi Xa-
pElv Tá y áp otKEía Kal á SiSóaoiv éKáorois q>aivETai iroX-
XoO á§ia- áXX’ ópcos f) ápoi(3f| ylvETai irpós tckjoútov óaov
20 áv Tárrcoaiv ol XappávovTES- SeT 6’ Tacos oú ToaoiiTou t i -
páv óaou §x0VTl <palveTcn á§iov, áXX’ óaou irplv £x£lv Érlna -
2 ’Airoplav 6’ ?xei Kal Tá TOiaura, olov irórEpov 6éT irá v ra
t<£ ira rp l áirovépEiv Kal tteíOeoGoi, f| KápvovTa pév laTp¿¡3
■mcmÚEiv, OTparnyóv Sé x 6,P°to v t1t ^ov T^v iroXepiKáv
26 ¿poicos 8é 9IX9 paXXov f| airouSalcp úirripETnTéov, Kal eÚEp-
y é n j ávTcnroSoTéov x^piv paXXov éralpcp irpoÉréov, éáv

b 26. Rpocrfov toxiov vulg. || 27. o K6: ififoTv vulg.


441

Tina cosa cualquiera, pedia a su discípulo que calculara él mismo el va­


lor de lo que había aprendido 7 aceptaba aquella cantidad. Pero en ta ­
les transaciones ha7 quien prefiere que el mapstro tenga su «precio fija ­
do» (1). Los que cobran el dinero de antemano, 7 después no hacen nada
de lo que dijeron por lo excesivo de sus promesas, incurren naturalmen­
te en reclamaciones, puesto que no cumplen lo que habían convenido.
Los sofistas se ven quizá forzados a hacerlo porque nadie daría dinero
por lo que saben. EstoB, pues, al no hacer aquello CU70 pago recibie­
ron, son naturalmente objeto de reclamaciones.
Cuando no existe un convenio de servicio, los que lo conceden por
causa de los favorecidos mismos hemos dicho ya que no están sujetos
a reclamaciones (pues ésta es la índole de la amistad fundada en la vir­
tud), 7 la compensación debe hacerse libremente 7 medirse por la in­
tención (porque es la intención lo que caracteriza al amigo 7 a la vir- 1164 i
tud). Asi parece que debe obrarse también con los que nos comunica­
ron la filosofía; su valor, en efecto, no se mide con dinero, 7 no
puede haber honor adecuado para ellos, pero quizá baste, como cuando
se tTata de los dioses 7 de los padres, tributarles el que nos es posible.
Cuando el don no es de esta clase, sino que se confiere con algún fin,
quizá es lo más indicado que la restitución se haga de tal manera que
parezca adecuada a ambas partes, 7 si esto no puede ser, no sólo pue­
de considerarse necesario, sino también justo que el primero en reci­
birlo fije su valor, pues si el otro recibe a su vez un provecho igual al
que obtuvo, o el precio que éste habría pagado por el placer que reci­
bió, habrá recibido de éste el pago debido. Asi vemos que se hace cuan­
do se trata de objetos en venta, 7 en algunas partes las le7es estimulan
que no hava procesos sobre contratos voluntarios en la idea de que, si
se dió crédito a una persona, la cuestión debe resolverse con ella en la
misma disposición en que se hizo el trato. Se considera, en efecto, que
es más justo que fije el valoT de un favor el que lo recibió que el que lo
hizo. Porque generalmente no estiman las cosos de la misma manera
los que las tienen 7 los que quieren adquirirlas: a todos les parecen de
mucho valor las cosas que les pertenecen 7 que dan; pero el cambio se
hace por la cantidad fijada por los que las adquieren, e igualmente no
debe apreciarse una cosa por el valor que le damos cuando la tenemos,
sino por el que le dábamos antes de tenerla.

2
Las siguientes cuestiones ofrecen también dificultad: lo mismo que
preguntamos si se debe asignar todo al padre 7 obedecérsele en todo,
o, por el contrario, cuando está enfermo debe fiarse más bien del médi­
co, 7 cuando se trata de nombrar un general debemos preferentemente
elegir al que sea capaz de hacer la guerra, nos preguntamos también de

(1) Hedodo: Trabajo» y Hat, 368.


142

áp<pco pf| évBéxTyrai. áp ’ oúv trónrra t ó TotaOra áKpifJcos


pév SiopÍCTat oú ^ S i o v ; iroAAás y&P Kal -rravToías ?xel 5ia-
«popas Kal peyé6ei Kal piKpÓTt|Ti Kal tco KaAco Kal ávcryKaícp.
30 ¿ t i 8’ oú TrávTa tco oútco <5tTro8oTéov, oúk á8T]Áov Kal Tás
pév eúepyealas ávTcnroSoTéov cbs érrl t ó ttoAu paAAov f| x « -
pioréov éTalpois, cáo-rrEp Kal SávEiov cE> (¡xpefAei «JnroBoTéov
paAAov f| éTalpco 8oTéov. Tacos 8’ oúSé t o ü t ’ áef, oTov tco
AuTpcoOévTi Trapá A^cjtóóv irórepa tó v Auaápevov ávnA u-
36 TpcoTéov, k&v ÓCTTiaoOv 7j, f| pf) éaAcoKÓTi énraiToüvTi 8é
lies o árroSoTéov, f\ tó v Trorrépa AúTpcoTéov; Bó£eie yócp áv Kal
éauTou paAAov tó v -rrarépa. ÓTrep oúv eípTiTai, KaOóAou pév
t ó ó<pelATipa áiroBoTéov, éáv 8’ ÚTTEpTEÍvfl f) Sóois Tcp KaAcS
TCp ávayKaícp, Trpós t o u t ’ árroKÁiTéov. évíoTE y á p oúB’
5 étTTlv Iaov t ó Tf|v TrpoÜTTapxí)v ápEÍvf/aaOai, érreiSáv 6 pév
cnrouBatov eIScos eú Troncal], t o 8é f) ávTcnróSoCTis yívr|Tai
óv oÍErai pox0T)póv Elvai. oúSé y áp Tcp Savelaavn évíoTE
ávTiBavEioréov* ó pév y áp olópevos KopiElaOai é8áveiaev
émEiKEl óvti, ó 8’ oúk ¿AttIjei KopielaOat mxpá irovqpoú.
10 eíte t o í v u v t ¡5 áATjOEÍqc oútcos ?XEl>°úk Tctov t ó á^ícopa* eTt’
?XE* ulv IJ^l o ú t c o s oTovTai Sé, oúk áv Só^aiEv áTOira iroieTv.
ÓTTEp OÚV TroAAáKIS ETpT)Tal, ol TTEpl Tá TráOíl Kal Tás TTpá^ElS
Aóyoi ¿poicos ?xoucTl T¿> ¿bpiapévov toTs TTEpl á eIctiv. ó ti
pév oúv o ú Tcarrá iráaiv árroBoTéov, oúBé tc ¡j iraTpl irávTa,
16 KaOárrEp oúBé Tcp Ail Oúerai, oúk áSTiXov- érn! 8’ iTEpa y o -
veucti Kal áSsAcpoTs Kal éraípois Kal EÚEpyérais, éKáorois Tá
olKEla Kal Tá áppÓTTOVTa á rro v E p T iT é o v . oútco 8é Kal tto ie I v
< p a lv o v T a r eIs y áp o u s pév y á p KaAoOcxi to ú s ovyyEveTs- to ú ­
to is y áp koivóv t ó yévos Kal a l irepl to u to 8fj irpá^Eis’ Kal
20 eIs Tá kt'jBti 6é páAior’ oTovtoi 8eIv to ú s cuyyevEls árravrccv
8iá to ú tó . 8ó£eie 8’ áv Tpcxpfjs pév yovEÜai 8éIv páAior*
érrapKETv, eos ótpEÍAovTas, Kal toTs alTlois to u EÍvai KáAAiov
óv f| éauTOÍs fils t o u t ’ éTrapKETv Kal Tipfjv 8é yovEÚai KaOá-
irep ©sois, oú Tráaav Bé1 oú8é y á p n^v aCnrf|v ira rp l Kal pt|-
26 Tpí, oú8’ aú TÍ)V to u CT090Ü f| ti^v to u arpcn-nyoO, áAAá Tf)V
TTOTpiKI^V, Ópoícos 8é Kál pTJTpiKI^V. Kal 7raVTl 8é TCp TrpECT-
puTÉpco Tipf|V KaO* f|AiKÍav, úrravacrráaEi Kal KaraKAlcrEi Kal

1106 a 34. aÚYHpiai; Ruclle: xptmc oodd.


142

un modo semejante si debemos ayudar al amigo más bien que al hom­


bre bueno, y devolver un favor a un bienhechor más bien que hacérse­
lo a un compañero, cuando las dos cosas no son posibles. ¿No es cierto
que no es fácil delimitar exactamente esta clase de cuestiones? Presen­
tan, en efecto, múltiples diferencias y de todo género, según que los fa­
vores de que se trate sean grandes o pequeños, honrosos o necesarios.
Que no debemos dejarlo todo a la discreción de una misma persona, es
claro; y también, en general, que debemos devolver los beneficios reci­
bidos antes que complacer a los amigos, y que debemos restituir un
préstamo a un acreedor antes que hacer un don a un compañero. Pero
quizá ni aun esto debe hacerse siempre; por ejemplo, si uno ha sido res­
catado de los bandoleros, ¿deberá rescatar a su vez a quien lo rescató
a él, sea quien fuere (o, caso de que éste no haya sido capturado, devol­
verle el precio del rescate, si se lo pide), o rescatar a su propio padre? 1165 a
Parecería, en efecto, que debe rescatar más bien a su padre. Como he­
mos dicho, pues, en general, debe pagarse una deuda antes que hacer
un don; pero si el don es superior a aquélla por más noble o más nece­
sario, debemos inclinamos a éste. H ay ocasiones, en efecto, en que ni
siquiera es equitativo corresponder a lo recibido, cuando el que favo­
reció lo hizo a un hombre bueno a sabiendas de que lo era, y la resti­
tución ha de hacerse a uno a quien se tiene por malo. H ay también
ocasiones en que no se debe corresponder a un préstamo con otro, pues
uno lo hizo a un hombre serio, con la seguridad de que lo recobraría,
y el otro no espera recobrarlo de un malvado. Si en realidad es éste el
caso, la reclamación del que pretende ser correspondido no es justa;
si no lo es pero están en esa idea, tal conducta no parecerá absurda.
Como hemos dicho muchas veces, los razonamientos teóricos sobre
sentimientos y acciones son, en cuanto a precisión, lo mismo que sus
objetos.
Es claro, pues, que no hemos de asignar a todos las mismas cosas,
ni al padre todas las funciones, como tampoco se hacen todos los sa­
crificios a Zeus; y puesto que tienen papeles diferentes los padres, her­
manos, compañeros y bienhechores, debemos conceder a cada uno lo
que le es propio y adecuado. Esto es, evidentemente, lo que suele ha­
cerse; asi a las bodas se invita a los parientes porque lo que tienen de
común es la familia, y, por tanto, las acciones que se relacionan con
ella; también a los duelos se considera que deben acudir sobre todo los
parientes por la misma razón. Con el sustento parece que debemos ayu­
dar sobre todo a nuestros padres, puesto que a ellos se lo debemos, y
es más noble atender en esto a los que nos han dado el ser que atender
a nuestro propio sustento. También debemos honrarles, como a los dio­
ses, pero no tributarles todos los honores, pues ni debemos tributar el
mismo al padre y a la madre, ni les debemos el honor que se tributa a
un sabio o a un general, sino el que corresponde a un padre o una a
madre. A todos los ancianos debemos honrarlos según su edad, levan-
143

toTs t o i o ú t o i s * T rp ó s Érodpous 6 ’ aú Kal á 5eX<poús irappti-


aíav Kal árrávTCOv KoivórnTa. Kal CTuyyevédi BÉ Kal 9uXé-
30 T a i s K a l t t o X í t o i s Kal t o ! s Xonroís ¿nracriv áel TreipctTÉov t ó
oIkeIov árrovÉpeiv, Kal auyKpíveiv r á ÉKáorois CnrápxovTa
k o t ’ o lK e ió r r iT a Kal ápeTÍ)v ^ XP^°'IV- T“ v WÉv oúv ópoye-
vcov £><£ccov aúyKpiais, t c o v Sé 5ia<pepóvTCOV Épyco8eorÉpa.
oú |if)v Biá ye t o ü t o árrooiaréov, áXXJ cbs &v É v 6 á x T )T a i,
o ú t c o Biopioréov.
3 'Exei 8’ <5nropíav Kal irepl t o ü 8iaXúeo0ai Tás 9iXías f'f
lies t pfj Trpós t o ú s BiapévovTas. f| Trpós U^v t o ú s 8tá t ó XP1*!"
ai mov t ó f|8ú 9IX0US óvras, ó to c v |íT )k é ti t o ü t ’ íx £ú<t,v>
oúBlv « S to tto v 8iaXúec0a i; ékeívcov y á p fjaav 9lXor c&v
ónroXnróvTCOv eúXoyov t ó pf) 9iXeiv. ÉyKaXéaeie 8’ fiv t i s , el
5 8iá t ó xP^o'^ov ^ tó f]8ú áyarrcóv irpoaerroielTO 8iá t ó
fjdos. ó y áp év ápxtí eíiropev, irXeiaTat Sia9opal yívovroa
t ó Ts 91X015, ó t o v pf) ¿poicos olcovrai Kal cíxti 9(Xoi. ótov
pÉv oúv 8iayeucr0f¡ t i s Kal CnroXápij 91X610801 Biá t ó ?¡0o s ,
|jir)5¿v t o io ü t o v ¿Keívou TrpárrovTos, é o u t ó v alTicor’ áv*
10 Ó t o v S 1 ú t t ó Tf¡s ÉKeívou irpocnroir|CTecos á rra rT |0 T ), S ík o i o v
ÉyKaXeív t c o ¿nraTi^aovn, K a l páXXov f| t o í s t ó vópiapa
Kip8T)Xeúouaiv, óacp irepl Tipicírrepov f| KaKoupyía. Éáv 8’
áiroBéxTyrai obs á y a 0óv, yévr|Tai 8é |iox0r)pós Kal 8oKfj, áp*
é ti 9 iX tité o v ; f| oú 8 u v o t ó v , enrep pf) irav 9 1XTITÓV áXXá
15 T¿ya0óv; o ú t c 8 é 9 iX r|TÓ v { t ó ) irovripóv o ú t e Bel* 91X0-
ir ó v T |p o v y á p oú xp^l elvai, 0Ú8’ ¿poioüoOai (paúXcp* eípryrai
8 ’ ó t i t ó ópoiov t c o ópoícp 9ÍX0V. 5 p’ oúv EÚ0ÚS 8 i o X u t é o v ;
f| oú iraaiv, áXXá t o I s áviárois k o tó c t^ v pox0ripíov ; Érra-
vóp0coaiv 8 ’ ?x°UCTl HáXXov fioT}0T|Téov els t ó f¡0os H t t ’iv
20 oúalav, óctco péXTiov K a l Tfjs 9iXias olKeiÓTepov. Sóbete 8’
&v ó BiaXuópevos oú8Év droirov iroieTv* oú y áp t c o t o i o ú t c o
9IX0S íjv* áXXoico0ÉVTa oúv áBuvcrrcóv ávaacooxxi ^ í o t o t o i .
el 8’ ó pÉv Siapévoi ó 8’ ÉmeiKÉaTepos yívoiTO Kal t t o X ú
8iaXXáTTOi t t ¡ áperrí, áp a x p T ) o r é o v 9 Í X 9 ; f| o ú k É v B éx e-
26 T a i; év peyáXi] 8É Biaorácret páX iora SfjXov yíveTai, olov
Év to T s iraiBiKals 9iXíais* el y áp ó pév 8iopÉvoi tíjv Biávoiav
irOls ó 8 ’ ávf|p eiT| oíos KpáTiaros, tt c o s &v elev 9ÍX01 pVjT*

b 16. 91X7)tiv <ti> St&hr: cptXij-réov codd.


143

tándonos para salir a su encuentro, cediéndoles el asiento, y con otros


actos semejantes de cortesía. A nuestros compañeros y hermanos les
debemos confianza y comunicación de todas nuestras cosas. T a nues­
tro» parientes, a los miembros de nuestra tribu, a nuestros conciuda­
danos 7 a todos los demás hemos de procurar darles lo que Ies corres­
ponde, 7 discernir lo que pertenece a cada cual según su parentesco
con nosotros,su virtud, o su utilidad. Cuando se trata de personas de la
minina clase que nosotros es más fácil discernirlo; si son distintas, más
trabajoso. Pero no por eso debemos renunciar, sino en la medida de
lo posible, determinarlo.
3

También se discute si deben deshacerse o no las amistades cuando


loa amigos no siguen siendo como eran. ¿No es claro que, cuando los 1165 b
amigos lo son por el interés o por el placer, no hay nada absurdo en que
se separen cuando ya no reúnen aquella condición? Eran en efecto ami­
gos del interés y del placer, y, al faltarles eso, es lógico que no lo quie­
ran. Uno podría protestar si el amigo, queriéndole por el interés o por
el placer, fingía quererlo por su carácter porque, como dijimos al prin­
cipio, la mayor parte de las diferencias entre amigos se producen cuan­
do no son amigos de la manera que creen serlo. Así cuando uno mis­
mo se engaña y da por sentado que su amigo lo quiere por su carácter,
sin que éste haga nada que justifique esa idea, deberá culparse a sí mis­
mo; pero cuando es victima de la hipocresía de otro, es justo acusar al
otro, y más que a los falsificadores de moneda, por cuanto su delito afec­
ta a algo más valioso.
Por otra parte, si se acepta a alguien en la idea de que es bueno y
luego se vüelve malo y lo parece, ¿deberá uno seguir queriéndolo? ¿0
no es esto posible, porque no se quiere todo, sino sólo lo bueno? Lo ma­
lo, ni es amable, ni debe serlo. En efecto, no debemos amar lo que es ma­
lo, ni asemejamos a un ser despreciable, y se dice que lo semejante ama
a su semejante. ¿Debe entonces romperse inmediatamente esa amis­
tad? ¿0 no deberá hacerse esto en todos los casos, sino sólo cuando la
maldad del amigo sea incurable? Porque si admite corrección se debe
más bien acudir en ayuda de su carácter o de su hacienda, por cuanto
esto último es mejor y más propio de la amistad. Podría pensarse que
el que en estas condiciones rompe la amistad no hace nada absur­
do, puesto que él no era amigó de una persona así, y, por tanto, al cam­
biar su amigo y no poder salvarlo, se separa de él.
Si uno de los dos amigos permanece tal como era, y el otro se hace
mejor y llega a aventajarle mucho en virtud, ¿deberá éste seguir
tratando al primero como amigo? ¿O no es posible? Es evidente que se
produce entre ellos una gran separación, como suele ocurrir en las amis­
tades de la infancia; porque si el uno sigue teniendo mentalidad de
niño y el otio alcanza toda la madurez de un hombre, ¿cómo podrán ser
144

ápeoKÓpevoi t o í s o ú t o í s pi^TE xa lpOVTES xal A u tto ú p e v o i ;


oúSé yáp irepl áAAfiAoug t o ü 0 ’ ÚTráp^Ei o ú t o í s , áveu Sé t o ú -
30 t c o v o ú k f¡v 9ÍA0US elvar aunPioüv yáp oúx ° ^ v te- EÍpn-
Tai Sé irepl t o ú t c o v . áp’ oúv oúOév áAAoiÓTEpov irpóg aúróv
éicréov ti el pfj éyeyóvet 9ÍA0S pr|8érroTE; f| Bel pvelav ?x6lv
Tfjs yEvopévris ow qSEÍas, Kal KaOárrep 91X015 paAAov ^
ó Q v eío is olópeOa 6elv x^píjeaGai, o ú t c o Kal t o í s yevopévois
36 árrovE|jiriTéov t i Siá rf)v irpoyevo|iévr|v 91AÍCXV, órav pf) Si’
úirepPoXf)v nox0T)pías SiáAucris yávr)Tai.
4 T á 9iXiKá Sé Tá Trpós to ú s iréAas, Kal oís al 9iAíai ópí-
neea jovrai, Ioikev éK tcóv Trpós éauróv éAt|AuOévai. TiOéacn y áp
9ÍA0V tó v pouAópevov Kal trpáTTOVTa Táyadá f| Tá 9aivó-
peva éKeívou ?v£Ka, f| tó v pouAópevov elvai Kal jfjv tó v 9ÍA0V
6 oútoú x^piv’ óirep al (itiTÉpes Trpós Tá TéKva TrerróvOaoi, Kal
tcóv 9ÍA00V ol irpoCTKEKpouKÓTes. o! Sé tóv auvSiáyovTa Kal
Tcarrá oripoúpevov, fj tóv auvaAyoüvTa Kal auyxaípovTa tco
9ÍAcp" páA iora Sé Kal toüto irepl Tás MTjTépas aup^aívei.
toútcov Sé tivi Kal xf)v 9iAíav ópíjovTai. irpós éavróv Sé
10 toútcov Ikootov tco éiriEiKel úirápxei (to ís Sé Aonroís,
to io ü to i ÚTToXaupávouCTiv elvar Ioike Sé, KaOáirep eípT^Tcn,
laÉTpov éKáorcov f) áprrfi Kal ó cnrouSaíos elvai)- oútos y áp
ópoyvcopoveí éavrrcp, Kal tcóv oútcóv ópéyeTai Korrá iracrav
tt)v ^ u x f|v Kal poúXrrai 8f| éauTco TáyaOá koI Tá 901vó-
16 psva Kal irpárrei (to ú y áp áyaOoü TáyaOóv Siarroveív) Kal
éav/Toü IveKa :to ú y á p Siovotitikoü x^ptv, óirep iKaoros elvai
SoKel)' Kal jfjv Sé poúXrrai éauTÓv Kal acójeoOai, Kal pá-
Aicrra to ü to co 9poveí. áyaOóv y á p tco orrouSaícp t ó elvai,
iKaoros 5’ éauTco PoúAstoi TáyaOá, yevópevos 6’ áAAos al-
20 peíTai oúSeís irá v r’ §XEIV [ékgívo t ó yevópevov] (Ixei y áp
Kal vüv ó Oeós TáyaOóv) áAA’ <2>v 6 t i tto t’ éorív- Sóbete 8’
áv t ó vooüv Ikootos elvai f| páAiora. auvSiáyeiv te ó
to io ü to s éauTco poúAETai* f|6écos y á p aCrró ttoiéí* tcóv te
y á p Treirpaypévcov éirm pireís al uvfjpai, Kal tcóv peAAóvtcov
26 éAirlBes áyaOaí, a l TOiaÜTai 8’ f)Se!ai. Kal Oecopr) páTcov S’
EÚTropel tt) Siavoiqc. aw aA yeí te Kal auvi^SETai páAiaO’
¿áureo- TrávTOTE y á p éo n t ó cxútó Aurrripóv te Kal f|8ú, Kal

1106 a 21. éxclvo •fcvty.evov seclus. Vennehren.


144

amigos si no tienen los miamos gustos, y no les agradan y disgustan las


misma» cosas? Esto, en efecto, no les ocurrirá por lo que se refiere a
ellos mismos, y sin esto dijimos que no era posible ser amigos, porque
no es posible la convivencia. Pero de esto 7a hemos hablado. ¿Deberá
entonces comportarse con él como si nunca hubieran sido amigos? Sin
duda debe acordarse del. trato que hubo entre ellos, y lo mismo que
pensamos que se debe favorecer a los amigos antes que a los extraños,
aaí también hay que conceder algo a los que lo fueron, por causa de la
amistad pasada, cuando la ruptura no se ha producido por un exceso
de maldad.

Las relaciones amistosas con nuestro prójimo y las notas por las 1106 n
que se definen las distintas clases de amistad parecen derivadas de los
sentimientos que tenemos respecto de nosotros mismos. Se define, en
efecto, al amigo como el que quiere y hace el bien, o lo que a él se lo pa­
rece, por causa del otro, o como el que quiere que su amigo exista y viva
por amor del amigo mismo. Tal sienten las madres respecto de sus hijos
y los amigos que han tenido diferencias. Otros lo definen como el que
vive con otro y tiene las mismas preferencias que éste; o como el
que se duele y se goza con su amigo; también esto se da sobre todo en
las madres. Y de una u otra de estas maneras se Buele definir la
amistad.
Ahora bien, todas estas condiciones las cumple el hombre bueno (y
los demás en la medida en que se tienen por tales, pues parece, como
hemos dicho, que la virtud y el hombre de bien son la medida de todas
estas cosas). Este, en efecto, está de acuerdo consigo mismo y desea las
miamaj» cosas con toda su alma; y quiere ciertamente el bien para si,
y lo que se le muestra como tal, y lo pone en práctica (pues es propio del
bueno ejercitar el bien), y lo hace por causa de si mismo (puesto que lo
hace por causa de su mente, que es aquello en que parece estribar el ser
de cada uno); y quiere vivir y preservarse él mismo, y sobre todo aque­
lla parte suya por la cual piensa. Porqué la existencia es un bien para
el hombre cabal, v todo hombre quiere para sí el bien, y a condición de
volverse otro ñame querría tenerlo todo (también Dios posee ahora el
bien), sino siendo lo que es, y parece que el ser de cada uno consiste en
el pensar, o principalmente. Un hombre así quiere también pasar el
tiempo consigo mismo, porque esto le proporcionea placer: el recuerdo
de sus acciones pasadas le es agradable, y las esperanzas que tiene del
futuro, buenas, y, por tanto, gratas. Su mente le proporciona en abun­
dancia objetos de contemplación. Se duele y se goza en el más alto gra­
do consigo mismo, pues siempre le son penosas o gratas las mismas co­
sas, no unas veces unas y otras otras, ya que, por asi decirlo, no pue­
de arrepentirse de nada.
145

i*l5ú, Kal oúk óXXot’ áXXo- áMETaiiéXtyros y á p cbs eItteTv.


tco 8f) irpós aírróv éicaora toútcov úrrápxeiv tco émeiKEl,
30 irp¿>s Sé tóv 9ÍX0V ?xElv wottep irpós aírróv (ikrn y á p ó <pi-
Xos áXXos aÚTÓs), Kal f| 9iXía toútcov elvaí t i SokeT, Kal
9ÍX01 oís toü6 ’ úrrápxEi. irpós aírróv Sé irÓTEpov Io n v f|
oúk 2ctti 9iXía, á9£Ío0co érrl to u irapóvTos- Só^eie 8’ áv to ú tij
35 EÍvai 9iXía, fj io r l 8úo f| ttXeíco, Ik tcov elpr||iévcov, Kal á ri
ii«0 b f| ÚTTEp(3oXf| Tfjs 9iXías tt¡ irpós oútóv ó|ioiourai. 9odvETca
81 Tá elpriiiéva Kal to ís ttoXXoTs úrrápxEiv, koíttep oúai <paú-
Xois* áp’ oúv fj t ’ ápétTKOuaiv éauTots Kal úrroXaupávouaiv
IttieikeTs filvai, t o ú t ^ prréxouaiv oútcov ; Itteí tcov yE ko-
5 uii8ri cpaúXcov Kal ávoaioupycov oúSevI t o 06’ úrrápxei, áXX’
oúSé 9aívETai. ctxe8óv 81 0Ú8I toTs 900X015- 8ia9épovTat
y á p ÉauroTs, Kal é-répcov plv liriOuiioucriv áXXa 81 |3oúXov-
Toa, olov ol áKpaTEís- alpouvTai y áp á\rrl tcov Bokoúvtcov
IoutoTs áyaQcov Elvai Tá f|6!a pXapEpá óvTa- o! 6’ aú 8iá
10 SeiXíov Kal ápyíav á9Í0T0VTai to ü irpárrEiv á oíovtoi éau-
toTs p iX n o ra Elvai. oís 81 iroXXá Kal SEivá TrérrpaKTai Kal
Siá tÍ^v iiox^Tipíav maoüVTai, Kal 9EÚyouai t ó jfjv Kal ávat-
pouaiv lauTOÚs. jtitoúctí te ol uox^Tipol iie6’ cbv auvriiie-
pEÚaouCTiv, éaUTOÚs 819EÚyouaiv ávaninv^cncovTai y áp iroX-
15 Xcov Kal SucrxEpcúv, Kal TOiaOO' ÜTEpa IXttíjoucti, ko0’ la u -
TOÚS ÓVTES, IAE0’ ÉTépcov 8’ ÓVTES émXaV0ávOVTai. OÚSév TE
9iXr)TÓv éxoVTE5 oú8év 91X1KÓV iráaxouCTi irpós Ioutoús.
oúSé 8f) auyxaípouaiv oúSé auvaXyoüaiv ol toioOtoi éau-
to'íS* crraCTiájei y á p oútcov 1*) 'fuxi'i, Kal t ó (jlév Siá (iox^n-
20 píav áXysT áT rexó|Jievóv tivcov, t ó 5 ’ T^Srrai, Kal t ó pév Ssüpo
t ó 8’ ÉKEiae íXkei coorrep SiacnrcovTa. eI Sé nf| olóv te á p a
XuTTEÍa6ai Kal i^SEaOai, áXXá UErá (iiKpóv yE XutteTtoi 5t i
T^oOri, Kal oúk áv I(3oúXeto f)8éa to u to yEvéoOai aÚT¿p- |íe-
TapeXEÍas y áp ol 900X01 yéuouaiv. oú 8f| 9atvETai ó 900X05
25 oú8é irpós éauTÓv 91X1KCOS SiokeToOoi 8iá tó pT]5év ?x6lv 9 1-
Xr|TÓv. e I 8 f ] t ó oútcos ?Xeiv Xíav éorlv áOXiov, 9euktIov
Tf)v poxOriplacv 6iaTETanéva>s Kal TTEiporréov érriEiKfí Elvar
oútco y á p Kal Trpós éavróv 91X1KCOS áv Ix©1 xal ÉTépcp 9ÍX0S
yévoiTO.
5 'H 8’ EÚvoia 91X1KCP pév íoikev, oú ufjv l a r i ye 9iXta*
yívETai y á p eúvoia K a l irpós áyvcÓTas K a l XavOávoucra, 9iXla
145

Por darse en el hombre de bien todas estas condiciones respecto de


eí mismo, y tener para con su amigo las mismas disposiciones que para
consigo mismo (puesto que el amigo es otro yo), también la amistad
parece consistir en algo de esto, y ser amigos aquellos en quienes se dan
esas condiciones. Si hay o no hay amistad para con uno mismo es
cues tión que dejaremos por el momento. Puede pensarse que la hay
en la medida en que en uno hay dos o más, por lo que hemos dicho,
y porque el grado más alto de amistad se compara con la que uno 1166 b
tiene para consigo mismo.
Las condiciones mencionadas se dan también, evidentemente, en
la mayor, parte de los hombres, aun cuando éstos son malos. ¿Hemos de
decir que participan de ellas en la medida en que están satisfechos de
sí mismos y se suponen buenos? Porque, al menos, nadie que sea com­
pletamente perverso o impío las tiene, ni siquiera en apariencia. Casi
no se dan tampoco en los hombres sin carácter, porque éstos están en
disensión consigo miam os y apetecen unas cosas y quieren otras, como
los incontinentes, que eligen, en lugar de lo que consideran bueno, lo
agradable, a pesar de que es dañino; otros, por cobardía e indolencia,
se abstienen de hacer lo que creen mejor para ellos, y los que han come­
tido muchas acciones horribles y son, por su maldad, objeto de odio, in­
cluso rehuyen la vida y se destruyen a sí mismos. Los malos buscan
además otros con quienes pasar sus días y se huyen a sí mismos, porque
se acuerdan de muchas cosas desagradables y esperan otras parecidas
estando solos, y estando con otros no piensan en ellas. Como no tienen
nada amable, no abrigan ningún sentimiento amistoso hacia sí mis­
mos, y, en consecuencia, las personas de esta índole ni se complacen ni
se conduelen consigo mismas; su alma, en efecto, está dividida por la
discordia, y una parte de ella, por causa de su maldad, sufre si se la
aparta de ciertas cosas, mientras que otra parte se goza, y una parte
la arrastra en una dirección y otra en otra, como desgarrándola. Y si
no es posible sentir a la vez dolor y placer, transcurrido un poco de tiem­
po, siente dolor por haber sentido placer, y querría que aquello no le
hubiera sido agradable, porque los malos están llenos de arrepenti­
miento.
Parece, pues, que el malo no tiene disposiciones amistosas ni siquie­
ra respecto de sí mismo porque no tiene nada amable. Por consiguien­
te, si el hallarse en esas condiciones es una enorme desgracia, debemos
tender con todas nuestras fuerzas a evitar la maldad y hemos de pro­
curar ser buenos, porque de esta manera no sólo podremos tener dis­
posiciones amistosas respecto de nosotros mismos, sino que podremos
llegar a ser amigos de otros.

La benevolencia se parece al sentimiento amistoso, pero no es cier­


tamente amistad; en efecto, la benevolencia se da incluso hacia per-
146 ------

8' oú. Kal TTpó-repov 6é t o ü t ’ EÍpTyrat. áAA’ oúSé <píAricrls


éonv. oú y á p Eyet SuJrraow oú8’ ópe^iv, Tf¡ 9iAi‘|ctei Sé
to u t* áKoAouéeT* Kal f| pév 9ÍAt|ctis perá auv^Ósfas, f| 8’
36 eúvoia K al ék irpocnratou, olov K al trepl to ú s áycoviarás
1167 o auppalver eúvoi y á p oútoís yívovTai Kotl o-uvQéAouaiv, crup-
irpáfaiEV 8’ &v oúBév* ón íp y á p etiropev, irpooiraícos eúvoi
yívovT ai Kal éimroAaícos orépyouaiv. Soike 8f) ápx^l 9iAías
elvai, cóoTTEp to u épav i\ 8iá Tfjs Svyecos f|8oviV pf| y áp
5 irpor|ff6Els n¡j IBéqt oúSéís épqt, ó 8é xa íp<*>v TCO eTBei OÚSÉV
paAAov épqr, áAA’ óto v Kal ájróvTa iro6f¡ Kal T f j s irapouaías
éin8upr¡- o ú t c o Bf) Kal 9ÍA0US oúx ° ^ v T ’ e^von ^ eúvous
yevopévous, ol 8* eúvoi oúSév paAAov 91A0ÜCTIV (3oúAovtoi
y á p póvov TáyaQá oís elcrlv eúvoi, aupirpá^aiev 8’ &v oúBév,
10 0Ú8’ óxAtiOeíev ÚTrÉp aÚTcov. Bió pETa9Épcov q>aíri tis
oútíjv ápyfiv Elvai 9iAtav, xpovijopévrjv Bé Kal sis awi^Oeiav
á9iKvoupévT^v yívEoÓai 91AÍOCV, oú rí)v 8iá t ó x p ^ ip o v oú8é
tV]v 8iá t ó f|8ú# 0Ú8É y áp eúvoia éttI to ú to is ylvETai. ó
pÉv y áp eÚEpy£TT|0Els ávO’ cbv TréirovGev áirovÉpei tÍ)v eú-
16 voiav, Tá SÍKaia Spcov ó 8é fiouAópevós n v ’ eúvoiav, Tá SÍ­
Kaia Spcov ó 8é ^ouAópevós n v ’ EÚTrpayeTv, ÉAiríSa fx 0^
eúiroplas 81’ ékeIvou, oúk Ioik’ éúvous ékeívco elvai, áAAá páA-
Aov ÉauTco, KaOárrep oúSé 9 ÍAos, eI fcpaireÚEi oútóv Siá n v a
Xpf|aiv. óAcos 8* eúvota 81’ ápETfjv Kal ÉiriElKEtáv Tiva ylvE-
20 Tai, ótov tco 9<xvr¡ KaAós ti s ^ ávSpetos fj t i toioütov, Ka-
Oáirep Kal éttI tcov áycovicrrcov eíiropev.
6 O iAikóv Sé Kal f| ópóvoia 9aíveTai. Sióirep oúk éonv
ópoSo^ía- touto pév y á p Kal áyvooumv áAAi*|Aous úiráp-
£eiev á v oúSé toús irepl ótououv ópoyvcopovoüvTas ópovoelv
26 9aaív, olov t o ú s Trepl t c o v oúpavícov (oú y áp 91A1KÓV t ó Trepl
t o ú t c o v ópovoelv), áAAá Tás ttóAeis ópovoelv ipaaív, órav
irepl t c o v aup9EpóvTcov ópoyvcopovcoai Kal T aú rá irpoai-
pcávrai Kal irpárrcoai Tá Koivfj Só^avra. irepl Tá irpaicrá
8fj ópovooúcnv, Kal t o ú t c o v irepl Tá év peyéOei Kal é v S e x ó p e -
30 va áp90iv úirápxEiv f | iraaiv, olov a i ttóAeis, ó t o v traen 80*13
Tás áp x ás alpeTás Elvai, auppaxelv AaicfiSaipovíois, f) áp-
XEIV niTTOKÓV ÓTÉ Kal OÚtÓS ^8 éAéV. ÓTOV 6’ ÉKáTEpOS Éau-
t ó v P o ú A t it o i, áxrirep ol év Tais Ooivío-aais, o ra a iá jo u a iv
146
robu que no conocemos y pasa inadvertida, y la amistad no. T a he­
mos dicho esto antes. Tampoco es afecto, porque no tiene la tensión ni
el deseo que acompañan al afecto. Además, el afecto se produce coa el
trato, y la benevolencia puede surgir de repente, como ocurre en los
certámenes: el público siente benevolencia hacia los competidores y 1197 o
quiere k> mismo que ellos, pero no se unirían a ellos para ninguna em­
presa, porque, como hemos dicho, su benevolencia es repentina y su
cariño superficial. Parece, sin embargo, que la benevolencia es el prin­
cipio de la amistad, así como el placer visual lo es del amor, porque na­
die ama si antes no ha gozado con la forma visible del ser amado, pero
el que se complace con la forma que ve no ama más por ello, sino sólo
cuando desea al ausente y anhela su presencia. De la misma manera,
pues, tampoco es posible ser amigos sin haber sentido benevolencia,
pero los que la sienten no por eso quieren más, porque únicamente de­
sean el bien de aquellos para quienés tienen benevolencia, pero no ha­
rían nada con ellos ni se tomarían ninguna molestia por ellos. Por eso,
de una manera traslaticia, podría decirse que la benevolencia es amis­
tad inactiva que, en el transcurso del tiempo y llegada al trato, se con­
vierte en amistad, pero no en amistad por interés o por placer, puesto
que tampoco la benevolencia obedece a estas causas. E l que ha sido fa­
vorecido otorga su benevolencia a cambio de lo que recibió, y al ha­
cerlo obra justamente; pero el que quiere hacer bien a alguien pensando
ser después prosperado gracias a aquél, no parece que tiene benevolen­
cia hacia él, sino más bien hacia sí mismo, asi como tampoco es su ami­
go ai le sirve con vistas a alguna utilidad. En general, la benevolencia
surge por alguna virtud y bondad, cuando una persona nos parece no­
ble, o viril, o algo semejante, como dijimos a propósito de los compe­
tidores de los certámenes.

La unanimidad o concordia parece también un sentimiento amisto­


so, y por eso no es mera igualdad de opinión. Esta, en efecto, puede dar­
se incluso entre quienes se desconocen los unos a Io b otros. Tampoco
se dice de los que piensan lo mismo sobre cualquier cosa que son uná­
nimes, por ejemplo, de los que piensan lo mismo sobre los fenómenos
celestes (porque no implica amistad el pensar lo mismo sobre estas
cosas); en cambio, se dice de una ciudad que hay en ella concordia
cuando los ciudadanos piensan de la misma manera sobre lo que les
conviene, eligen las mismas cosas, y hacen juntos lo que en común
han acordado. Por tanto, la concordia se refiere a lo práctico y, den­
tro de esto, a lo que es importante y pueden tenerlo ambas partes o
todos; y así la hay en las ciudades cuando todos opinan que las ma­
gistraturas deben ser electivas, o que se debe- hacer una alianza gue­
rrera con los lacedemqnios, o que Pitaco debe gobernar, cuando él
147

oú y á p éonv ó p o v o E ív t ó o ú t ó éKárepov éwoelv ó S i'it to te ,


35 áAAá t ó év t c o o ú t c o , olov ó t o v Kal ó 6f¡ pos k o I ol ém eiK E ls
1167 6TOÚS áplorous áp/ElV OÚTCO y á p TTOOl yíVETOl OÚ éq>teVTOl.
iroAmKf) 6f] 9iAía 9aíverai f| ópóvoia, KaOáirep Kal Aéyerar
■trepl Tá <TUM9 é p o i r r a y á p éo n Kal Tá els t ó v {Mov ^ k o v t o .
éo n 8’ f) TOiaúni ópóvoia év t o í s é m e i K é m v o ú t o i y á p Kal
5 éavrrots ópovooüoi koI áAAi'jAois, éirl t c o v o ú t c ó v ó v t e s tbs
eItteTv ( t c ó v t o i o ú t c o v y á p pévei Tá pouAi'ipara Kal oú pe-
TappEí cócnrep eúpnros), P o ú A o v t o í t e Tá Steaia Kal Tá oup-
9épovTa, t o ú t c o v 8é Kal k o iv t) é9Íevrai. t o ú s 8é 9aúAovs
o ú x ° ^ v T£ ópovoelv irAfiv éirl p iK p ó v , K a O á rre p K a l 9IA0US
10 EÍvai, ttA e o v e ^ ío s é9iepévous év t o í s ¿npeAípois, év 5é t o I s t t ó -
v o is koI t o í s AetTOupylais é A A e í tto v t o s ' écarrco 8* I k o o t o s
pouAópevos T O Ü T a t ó v iréAas é^rrájei Kal kcoAúei* pf) y áp
t t | poúvTtov t ó k o iv ó v áiróAAuTai. aup^aívei oúv o ú t o I s
oraoiá^Eiv, áAAi^Aous pév é i r a v a y K á j o v T a s , o ú t o ú s 8é pi*)
15 fiouAopévous T á S í k o i o tto ie I v .
7 Ol 8’ EÚEpyérat to ú s eúepyerT|0évTas Sokoúcti paAAov 91-
AeIv fj ol eú ttoOóvtes to ú s SpáaavTas, koI cbs irap á Aóyov
yivópevov émjTiTelTai. toIs pév oúv irAetorois 9alveTai ó ti
o! pév Ó9EÍA0UCT1 to ís 8é Ó9elAeTar Kadáirep oúv éirl tcov
20 8avelcov ol pév Ó9eíAovTes PoúAovtoí píj elvat oís Ó9EÍAouctiv,
ol Sé BaveíoavTES Kal érnpeAoúvTcn Tfjs tcóv Ó9eiA6vtcúv oco-
Tnpías, oútco Kal to ú s eúepyen'ioavTas |3oúAea0ai elvai toús
iraQóvTas <£>s Kopioupévous Tás X^piTas, T°iS 8’ oúk elvai
émpEAés t ó ávTairoBoúvai. 'Eiríxappos liév oúv Táx’ áv
26 9oIti TaÚTa Aéyeiv oútoús éK irovnpoO 6ecopévous, Ioiké 8’
ávOpcoiriKcp" ápvi'ipoves y á p ol iroAAol, Kal paAAov eú
iráoxeiv f| iroieív É9ÍEVTat. 8ó£eie 8’ áv 9uaiKCÓTepov elvai
t ó atnov, Kal oú8’ ópoiov t ó irepl to ú s 8avelcravTas* oú y áp
éo n 9ÍAtiois irepl éiceívous. áAAá t o ü ocó^eadcn poúA^ais Tfjs
30 Kopi8fjs évEKa* ol 8’ eú ireirotr|KÓTES 91A0C/CT1 Kal áyaircóoi
to ú s ireirovfiÓTas Káv pri8év dboi xp^o-ipoi pt|8’ els úoTepov
yévoivT* áv. óirep koI éirl t c o v t e x v i t c o v CTupf}épr|KEV iras

1167 6 4. IJxovra H*! clx4ra K k T: M ¡ x <mw L k. || 20. tí¡ Bywater; t<¡> oodd.:
x a l t í (nt Tidetnr) I \ .
147

también lo quiere (2). Pero cuando cada uno quiere ser él-el que mande,
como los protagonistas de Las Fenicias (3), surge la discordia; porque
la unanimidad no consiste en pensar todos lo mismo, sea esto lo que
fuere, sino lo mismo y para el mismo, como cuando tanto el pueblo
como las clases selectas piensan que deben gobernar los mejores; por- 1107 b
que entonces todos pueden lograr lo que desean. Asi, pues, la concordia
parece ser la amistad civil, como .en efecto se la define, puesto que su
objeto es lo que conviene y se relaciona con la vida.
Esta clase de unanimidad se da en los buenos, pues éstos están de
acuerdo consigo mismos y entre si, y teniendo, por asi decirlo, un mismo
deseo (porque siempre quieren las mismas coBas y su voluntad no está
sujeta a corrientes contrarias como un estrecho), quieren a la vez lo
justo y lo conveniente, y a esto aspiran en común. En cambio, en los ma­
los no es posible la unanimidad excepto en pequeña medida, lo mismo
que la amistad, porque todos aspiran a una parte mayor de la que les
corresponde de ventajas, y se quedan atrás en los trabajos y servicios
públicos. Y como cada uno de ellos procura esto para si, critica y pone
trabas al vecino, y si no se atiende a la comunidad, ésta se destruye.
La consecuencia es, por tanto, la discordia entre ellos al coaccionarse
los unos a los otros y no querer hacer espontáneamente lo que es justo.

Los bienhechores parecen querer más a aquéllos a quienes favore­


cen que los favorecidos a quienes les han hecho bien, y este hecho se dis­
cute como paradójico. La mayor parte piensan que la razón es que unos
deben y a otros se les debe, y asi, de la misma manera que cuando se
trata de préstamos los deudores quieren que dejen de existir sus acree­
dores, mientras que los que han hecho el préstamo incluso se interesan
por la salvación de sus deudores, también los que han favorecido a otros
quieren que vivan los que han recibido sus favores porque piensan re­
cibir su recompensa, y éstos, en cambio, no tienen interés alguno en co­
rresponder. Epicarmo (4) diría que los que así se expresan miran las cosas
por el lado malo, pero esa conducta parece humana, porque la mayor
parte de los hombres son olvidadizos y desean más recibir favores que
hacerlos. Puede pensarse, sin embargo, que la causa está arraigada en
la naturaleza de las cosas, y que el caso de los que prestan dinero no es
ni siquiera semejante; porque en éstos no hay afectos, sino que sólo quie­
ren la salvación de los otros por causa del pago, mientras que los bien­
hechores quieren y aman a sus favorecidos, aun cuando éstos no les sean
útiles en nada, ni exista la posibilidad de que lo sean en el futuro. Lo

(2) Pitaco filé elegido tirano (Poltíiea, 1286 a 36) y dimitió en oontra de los
deseos de los riudadanos.
(3) Eteooles y Polinioes en Eurípides (v. S88-037).
(4) Epicarmo, fr. 146 Kaibel.
148

yáp t ó o I ke To v ipyov áyonrqt paXXov f) áycrnTiOelri Av írrró

toO ipyou épyúxou yEvopévou’ páXiora 8’ Tacos t o ü t o irepl


lies» t o ú s ttoiíitócs orvppafver ÚTTHpayaTrcoai yáp o ú t o i Tá olrela
iroii'ipaTa, orépyovres oborrep TÉKva. t o io ú t c o 6^1 foiice Kal
t ó t c o v eÚEpyeTcov t ó yáp eú ttetto v Qó s Ipyov éorlv aúrcóv
t o ü t o 8f) áycnrcocn paAAov f\ t ó ipyov t ó v Tron'icravTa.
5 t o ú t o u 8’ aínov ón t ó elvai ttoktiv a lp E T Ó v Kal «ptAtp-óv,

éapév 8’ évepyeíqc ( tc o jfjv yáp Kal i r p á r r E i v ) , évepyEÍcjt 8é ó


TTOii'iaas t ó Ipyov Ioti ttcos- orépyei 8f) t ó ípyov, Sióm Kal
t ó elvai. t o ü t o 6é 9 U c tik ó v - ó yáp éort Suvápei, t o ü t o
ÉvepyElg t ó ipyov p t jv ú e i . ápa 8é Kal tco pév E Ú s p y é T ^ Ka-
10 Aóv t ó Ktrrá t Í)v irpa^iv, cóctté x^ípeiv év £> t o ü t o » t <S 8é
tto Qó v t i oúSév KaAóv év tco 8páaavn, áAA* eírrep, aupfépov*
t o ü t o 8* fj-rrov f|8ú Kal 9iXt|tóv. f]8eTa 8 ’ éorl t o ü pév -rra-
PÓ v t o s f) é v é p y E ia , t o ü 8 é péAAovTos f) éXirís, t o ü 8 é y E y e v r i -
pévou f] pWipti- t^Siotov 8 é t ó Kará Tf)v é v é p y e t a v , Kal 91­
16 At^tóv ópoícos. tc o pév oúv TreTTOiT)KÓTi pévEi t ó ipyov ( t ó
KaAóv yáp iroAuxpóviov), tco 8 é ttocOó v t i t ó xp^oipov ira-
polxerat. ^ t e p v ^ p T ) t c o v pév KaXcov fjSEÍa, t c o v 8 é X P 1^ -
pcov oú irávu f| f j T r o v - ^ irpoaSoKÍa 8* áváiraXiv íx 6lv ^°,_
kev. Kal f) pév 91AT1CIS irot^aei í q i k e v , t ó 9iXeT?6ai 8 é tc ¡3
20 iráCTXEiv* toTs úrrepéxouai 8 é i r e p l t ^ v irpa^iv i r r e T a t t ó 91-
Aeív Kal Tá 9iAtKá. 6 t i 8 é Tá émiróvcos yEvópeva irávres
paAAov crrépyouCTiv, olov Kal Tá XP^perra o l iaT|aápevoi t c ó v
irapaAapóvTCOv 8 o k e I 8 é t ó pév eú -rráo'XElv áirovov eTvcn, t ó
8 ’ eú iroielv épy coSes. 8 » á t o Ot o 8 é Kal al pT|Tép£s 91A0TÉK-
2B vÓTEpai- érmroveorépa yáp f| yéwr|ais, Kal paXXov Taaoiv
óri o ú t c o v . 8 ó £ e ie 8 ’ áv to ü to Kal toTs EÚEpyéTais oIkeTov
elvai.
8 ’AttopeItoi 8é Kal irórepov 8eI 91AEIV é a v rró v p á A iO T a f|
áX X o v Ttvá. érnTipcoci yáp toTs é a v rro ú s p á X io r ’ á y arreo-
30 01, Kal cbs iv atexpep 9iXoútous árroKaXoüat, SokeT te ó pév
9aüXos lauTOÜ x^piv Trávra irpárrEiv, Kal ócrco áv pox&n-
p Ó T sp o s fi, roCToÚTCp p aA A o v —éyKaXoüai 8f| oútco o lo v óti
o ú B év á9* é a v rro ü irpárrei— ó 8* ém eiK fis S iá t ó KaXóv, Kal
óacp á v PeXtícov fj, p áX X o v S iá t ó KaXóv, Kal 9IX0U fv E x a,
3« t ó 6’ oútoü TrapÍTioriv. toTs X ó y o is 8é to ú to is T á Ipya 81a-
1168 b 9C0VEI, oúk á X ó y c o s . 9 a a l y á p S elv 9tXeTv p á X ic r r a tó v p á -
148

mismo ocurre con loa artífices: todo* aman su propia obra más que an
obra loe amarla a ellos si llegara a ser animada. Quizá ocurre en el más
alto grado con los poetas, que aman extraordinariamente sus propias 1108 a
composiciones y las quieren como a hijos. Tal parece ser, pues, el caso
de los bienhechores: el favorecido es como obra de ellos, y lo aman más
que la obra al qae la hizo. La causa de ello es que el ser es pata todos
objeto de predilección y de amor, y somos por nuestra actividad (es de­
cir, por vivir y actuar), y la obra es, en cierto modo, su creador en acto,
y asi el creador ama su obra porque ama el ser. Esto está fundado en la
naturaleza de las cosas, porque lo que es en potencia lo manifiesta, en
acto, la obra.
A l mismo tiempo, para el bienhechor es hermoso el resultado de su
acción, de modo que se complace en la persona en quien se da, mientras
que para el favorecido no hay nada hermoso en el que lo favoreció,
sino, en todo caso, útil; y lo útil es menos grato y amable. Es grata, del
presente, la actividad; del futuro, la esperanza; del pasado, la memoria;
y lo más grato de todo, el resultado de la actividad, e igualmente ama­
ble. Ahora bien, la obra del que ha actuado permanece (porque lo no­
ble es duradero), mientras que la utilidad que recibe el favorecido pasa.
T el reouerdo de lo noble es grato; el de lo útil no suele serlo, o menos,
aunque con la anticipación parece ocurrir lo contrario.
Además, el querer es semejante a una actividad, ser querido a
una pasividíad, y es en los más activos en quienes se dan la amistad y
los sentimientos amistosos.
Además todos tienen más cariño a lo que se obtiene con trabajo,
como estiman más el dinero los que lo han ganado que los que no han
tenido que esperar a ganarlo para tenerlo; y el recibir favores no es pe­
noso, pero cuesta trabajo hacer bien. Por estas mismas razones tam ­
bién quieren más las madres a los hijos; darles el ser les es más traba­
joso, y saben mejor que los hijos son suyos. Esto puede considerarse
aplicable también a los bienhechores.

Se discute también la cuestión de si debe uno quererse a si mismo


más que a cualquier otro. En efecto, se censura a los que se aman a si
mismos más que a nadie, y se les da el nombre de egoístas como si ello
fuera algo vergonzoso, y parece que el hombre de baja condición lo hace
todo por amor a si mismo, y tanto es más cuanto peor — y asi se le di­
rigen reproches como el de que no hace nada ajeno a su propio inte­
rés— , mientras que el bueno obra por el honor, cuanto mejor es, más
obra por el honor, o por causa de su amigo, y deja a un lado lo que le
concierne. '
Con estas palabras no armonizan, sin embargo, los hechos, y no sin
tazón. Se affrma, en efecto, que se debe querer más que a nadie al me- 1168 &
149

Aiotíx q>(Aov, 9ÍA0S 8 é pAAicrro 6 pouAópevos có ^oúAerea


ráya6óc ¿xelvou Ivexa, xal el pr)Sels eícreToa- raO ra 8’ úiráp-
Xei páAioT* aCrrcp Trpós oútóv, xal t í Aonrá 8f| irávO’ oTs ó
5 9ÍA0S ópljeTar eípTiTai y áp ó ti árr’ cxútoü Trávra Tá q>iAixá
xal Trpós to ú s áAAous Sii^xei. xal al rrapoipíai 8é iracrai
ópoyvcopovoüaiv, olov t ó «pía vf/uxi*!» Kal «xoivá Tá «píAcov»
xal «laárns <piAÓTT|s» Kal «yóvu kvi^ptis Eyyiov*» frávTa y áp
TaOra irpós oútóv páAtoT’ áv ú rrápxor páA iora y á p 9IA0S
10 aÚTcp- xal 9iAt|téov 8f) páAia6’ fcarróv. áiropelTai Sí) elkó-
tío s TroTÉpois XP6^ irreaOai) áp<poIv éxóvTOiv t ó Tnoróv.
Tacos oúv to ú s to io ú to u s 8eí tóóv Aóycov SiaipeTv Kal Siopf-
jetv I9’ óaov ¿xárepoi xal Trf¡ áAt|0eúouaiv. el Bfj AáfJoipev
t ó 9ÍAoutov iróós ÉxáTepoi Aéyoucnv, x á x ’ áv yévoiTO 8f¡-
15 Aov. ol pév oúv els óveiSos áyovTes o ú tó 9iAoútous KaAoO-
ai to ú s éauTOls árrovépovTas t ó irAelov év xpi'l Kal t i -
paTs Kal í)8ova!s Tais acopanicaís* toútcov y á p ol iroAAol
ópéyovTai, Kal éarrouBáKaai irepl aCrrá cbs á p io ra óvto, 8ió
xal irepipáxilTá éonv. ol 8f) irepl to u to irAeovéxTai xa pt-
20 jovTai Tais éimGupíais Kal óAcos toTs iráOeai Kal tc¡> áAóyco
Tfjs yuxfis- T010ÚT01 8’ etalv ol iroAol- 81Ó Kal f) irpooriyo-
pla yeyévrjTai áiró to u ttoAAou 9aúAou óvtos- Bixalcos 8f|
to Is oútco 9iAaÚTOis óveiBljerai. ó n Sé to ú s Tá Toiaud’ aú -
toTs árrovépovras elcibSaoi Aéyeiv ol iroAAol 9iAoútous, o ú k
26 á8r)Aov* el y á p t i s áel crrrouBájoi Tá Bíxaia irpárreiv oútós
páA iora irávTCov f| Tá acíxppova f| óiroiaoúv áAAa tóóv Kará
Tás ápeTás, Kal óAcos áel t ó xaAóv éoutco ir e p iiro io lT O , o ú -
Bels épe! to u to v 9ÍAoutov oúSé yé^ei. Bótete 6’ áv ó toiou-
to s paAAov elvai 9ÍAauros- árrovépei yoúv éaim o Tá KáA-
30 Aiora Kal páAiar* áyaQá, xal xa pÍ36Tai éoturoú Tcp xupico-
Tárco, xal irá v ra to ú tc jJ ireíOeTar cóarrep 6 ¿ Kal ttóAis t ó
KupicÓTaTov páA iar’ elvai Boxel xal irav áAAo aúarT|pa,
oútco Kal áv6pcoiros* Kal 9ÍAovtos 8f| páAiaTa ó to u to á y a -
iróóv xol to ú tc< } xap»3<ipevos. xal éyxpan^s’ 6 é xal áxpofrfjs
36 Aéyeroi Tcp Kpcrreív tó v voO v ?| pi^, eos to ú to u ¿xácrrou 6v-
110 9 a tos* xal TTETTpayévai Bokoüoiv aú ro l tfal éKouolcos Tá peTá
Aóyou páAioTa. ó n pév oúv to u 0’ ékootós éonv páAi-
o to , oúk áBtiAov, koI ó n ó érrieixf|s páA iora ToCh1’ áyarrg.
8 i ó 9lAauros páA iar' $rv eTr|, xa0’ írep o v elBos to ü ó v e iB i^ o -
149

jor amigo, 7 que mejor amigo es el que quiere el bien de aquel a quien
quiere por causa de éste, aunque nadie llegue a saberlo. E sta condición
se da sobre todo en la actividad respecto de uno mismo, asi como todas
las demás por las que se define al amigo; hemos dicho, en efecto, quer
todos los BentimientoB amistosos proceden de uno mismo 7 alcanzan
después a los demás. E l mismo sentir expresan todos Iob proverbios,
que hablan, por ejemplo, de «una sola alma», o dicen que «las cosas de
los amigos son comunes», o «amistad es igualdad», o «más cercana es la
camisa que el jubón» (5). Todo esto puede aplicarse mejor que a nadie a
uno mfemo, porque cada uno es el mejor amigo de sí mismo, 7, por lo
tanto, debemos querernos sobre todo a nosotros mismos. Es natural
que se pregunte cuál de las dos opiniones debe seguirse porque ambas
admiten crédito.
Quizá deberíamos establecer una separación entre tales argumentos
7 determinar en qué medida 7 en qué sentido dicen verdad unos u otros.
Si llegamos a comprender cómo entienden unos 7 otros el amor a sí
mismo quizá se aclare la cuestión. Los unos, en tono de censura, llaman
amantes de si mismos a los que se asignan una parte ma7or de la que
les corresponde en riquezas, honores 7 placeres corporales; éstas son,
en efecto, las cosa? que la ma7or parte de los hombres desean 7 por las
que se afanan considerándolas las mejores, 7 por eso también son ob­
jeto de competencia. Los codiciosos de estas cosas procuran satisfacer
sus deseos, 7, en general sus pasiones 7 la parte irracional de su alma,
y asi son la ma7or parte de los hombres; de ahí también que el epíteto
mencionado ha7a adquirido mal sentido, porque, en su ma7or parte,
el amor a si mismo es malo. Es justo, pues, que se censure a los que son
amantes de sí mismos en este sentido. Que es a quienes quieren apro­
piarse aquellas cosas a quienes la mayor parte de los hombres suelen
llamar egoístas o amantes de sí mismos, es evidente; pues si alguien se
afanara siempre por practicar la justicia más que todos los otros, o la
templanza, o cualquiera otra de las virtudes, o, en general, por seguir
siempre el camino del honor, nadie lo llamaría egoísta ni lo censuraría.
Y , sin embargo, podría pensarse que un hombre asi es más amante de
si mismo que el otro: se apropia, en efecto, los bienes más nobles y más
altos y satisface a la parte más principal de si mismo, obedeciéndola en
todo, y de la misma manera que una ciudad y todo otro organismo sis­
temático parece consistir sobre todo en su elemento principal, asi tam ­
bién el hombre, 7 es más que ninguno amante de si mismo el que ama
esa parte su7a 7 la satisface. Además llamamos a un hombre conti­
nente o incontinente según que bu inteligencia prevalece o no en su
conducta, porque consideramos que cada uno es su mente, 7 nos pa­
recen acciones personales 7 voluntarias aquellas en que más interviene 1109 a
la razón. Es claro, pues, que en ésta consiste, o principalmente, el ser

(6) Teóarito, X V I, 18.


150

5 pévou, ical Siafépcov toooütóv óaov t ó x a rá Aóyov ¿fjv to ü


x a rá iráOos, Kal ópéyeaOoa to ü xaAoü ^ to ü Soxoüvtos
aup9¿p£iv. to ú s pév oúv irepl Tás KaAás irpá§eis Sia9epóv-
TC05 cnrouSájovTas irávres áiroSéxovrai Kal éiraivoüoiv
irávTcov Sé ápiAAcopévcov irpós t ó KaAóv xal SiarEivopévcov
10 Tá KáAAiaTa’irpárreiv Koivíjj t ’ &v irávT* eTt| Tá Séovra Kal
ISíqt éxáorco Tá péyiora tcov áyaQcóv, eTirep f) áperf) toioü-
tó v éonv. cócte tó v pév áyaOóv 6e! 9 ÍAauTOV elvai (Kal y áp
aÚTÓs óW)OTTOti Tá KaAá irpárrcov Kal to ú s áAAous á>9eAi<|-
cthi), tó v Sé poxOripóv oú Sel* ^Aávpei y á p Kal éairróv Kal
15 to ú s iréAas, 9aúAois TráOeoiv éirópevos. t&j pox0T\pcp pév
oúv Sia9coveI & Sel irpárreiv Kal & irp á rre r ó 8* IrneiKVis, &
Se!, T a ü ra Kal irp á rre r iras y á p voüs alpetTai t ó {JéAncrrov
éaurco, ó 6’ émeiKf)s ireiOapxei tco vqi. áAri0és Sé irepl to ü
OTTOuSaíou Kal t ó tcov 9ÍAcov ivexa iroAAá irp án e iv Kal Tfjs
20 iraTplSos, k&v Séij úirEpairoOv^oKEiv irpoi^aeTai y á p Kal
Xpi'ipara Kal Tipás Kal óAcos Tá irepipáxr|Ta á y a 0á, irEpi-
iroioúpevos éaurco t ó KaAóv óAíyov y á p xpóvov fiaOfjvai
a9ÓSpa paAAov IAoit’ av f| iroAúv f|pépa, Kal piaxrai xaAcos
éviauróv ^ iróAA’ írr| tux¿vtcos, Kal píav irpafiv KaAf]v Kal
25 peyáAr)V f| iroAAás Kal piKpás. to ís 8’ úirEpaiToOv^oxouo'i
t o ü t ’ Tacos ffvp|3alvEr alpoüvrai Sfj péya KaAóv écarrols.
Kal xp^Uíxto irpooIvT’ &v é9 * irAeíova Ai“iyovTai ol 9 ÍAor
yíverai y áp tco pév 9IA9 x p ^ u ara, carreo Sé t ó KaAóv tó
6f) PET30V áyaOóv éaurco árrovépei. xal irepl n p á s Sé Kal
30 áp x ás ó oútós Tpórros- irá v ra y á p tco 9ÍAC0 T aü ra irpoi^-
a e ra r KaAóv y á p oútco to ü to Kal érraiveTÓv. elxórcos Sfj
8okéI airouSaíos elvai, á v rl irávTcov alpoúpevos t ó KaAóv.
évSéxETai Sé xal irpá^eis tco 9ÍAC0 irpofeadai, Kal elvat xáA-
Aiov to ü oútóv irpafai t ó aín o v tco 9Í Acp yevéo0ai. év iraai
35 8fj toTs éiraiverols ó cnrouSaTos ( p a tv r r a i éaur¿¡3 to ü xaAoü
1189 6 irAéov vépcov. oútco pév o ú v 9ÍAoutov elvai SeT, KaSárrep
eTpriTai- cbs 6' o l iroAAoí, o ú x p ^ -
9 *A p 9 iapTiTElTai Sé Kal irepl tó v eúSalpova, el Secarral
9ÍAcov fj piV oúOév y á p 9a a i SeTv 9IAC0V toTs p a ic a p ío is Kal
5 aÚTápKEaiv v r rá p x E iv y á p oútoTs TáyaOá- aúrápxeis o ú v
ó v T a s oúSevós irpoaSeloéai, tó v Sé 9 ÍAov, ÍTEpov o ú tó v ó v r a ,
iropljEiv & 5i' a ú r o ü áSuvaTEl- ÓOev «ótov ó Saípcov eú 5i5$ ,
150

de cada uno, y que el hombre bueno la ama sobre todo. Por eso Béiá
también amante de si mismo en el más alto grado, de otra forma que el
que es objeto dé censura, y será tan distinto de éste como lo es el
vivir de acuerdo con la razón del vivir de acuerdo con las pasiones,
el aspirar a lo que es noble y a lo qué parece útil. Por consiguiente, a
loa que se afanan más que loá demás por realizar acciones hermosas to­
dos loe aceptan y alaban, y si todos rivalizaran en nobleza y tendie­
ran con todas sus fuerzas a realizar las acciones más nobles, todas las
cosas de la comunidad marcharían como es debido, y cada individuo
en particular poseería los mayores bienes, puesto que la virtud es el
mayor de todos. . .
De modo que el hombre bueno debe ser amante de si mismo (por­
que de esta manera se beneficiará a sí mismo obrando noblemente y a
la vez será útil a los demás), pero el malo no debe serlo, porque con ello
se perjudicará a sí mismo tanto como al prójimo siguiendo sus malas
pasiones. Tratándose del malo, hay desacuerdo entre lo que debe ha­
cer y lo que hace, mientras que el bueno, lo que debe hacer, eso hace;
porque la inteligencia elige siempre lo mejor para uno mismo y el bue­
no obedece a la inteligencia. Es también verdad que el hombre bueno
hace muchas cosas por causa de sus amigos y de su patria, hasta morir
por ellos si es preciso. Estará dispuesto a abandonar riquezas y hono­
res y en general todos los bienes por los que los hombres luchan, con tal
de lograr para si lo que es noble; preferirá gozar intensamente un poco
de tiempo a mucho tiempo de goce indiferente, y vivir noblemente un
afio a vivir muchos de cualquier manera, y una sola acción hermosa y
grande a muchas insignificantes. Este es igualmente el caso de los que
dan su vida por otros: eligen, sin duda, un gran honor para bí mismos.
También se desprenderán de su dinero para que tengan más sus amigos;
porque el amigo tendrá asi dinero, y él tendrá gloria; por tanto, él es­
coge para si el bien mayor. Y lo mismo hará con los honores y cargos:
de todo ello se desprenderá en provecho de su amigo, porque hacerlo es
hermoso y laudable. Es natural, pues, que se le considere bueno, ya que
elige lo que es noble prefiriéndolo a todo. Es posible incluso que renun­
cie á realizar acciones dejándolas a su amigo, y que sea más hermoso
que realizarlas él ser causa de que las realice su amigo. De todo lo que
es laudable, pues, vemos al hombre bueno apropiarse una parte mayor,
y en este sentido debe, como hemos dicho, ser amante de bí mismo, y no 1169 6
como el común de los hombres.

Se discute si el hombre feliz necesitará amigos o no, Suele decirse,


en efecto, que los que son dichosos y se bastan a si mismos para nada
tienen necesidad de amigos puesto que disponen de todos los bienes, y,
bastándose a sí mismos, nada requieren, mientras que el amigo, que es
151

t í 5el 9IAC0V;» Ioike 8’ dTÓTrco t ó TrávT’ drrovénovras Tá­


yaOá tco eúSaipovi 9ÍA0US pf) árroSiSóvai, 8 SpkeT tcóv étcrós
10 áyaOcóv péyiorov elvai. eí te 9ÍA0U paAAóv éo n t ó eu
iroielv fj Tráaxetv, Kai fo n to u áyaOou Kal Tfjs áperfjs t ó
eÜEpyeTEÍv, xáAAiov 5’ eu ttoieív 9ÍA0US ÓOveícov, tcov eu m i­
cro pévcov Sr^oerai ó onouSaíos. 8ió Kal émjrjTeTTat ttóte-
pov év eCrruxtoas paAAov 8eí 9ÍAcov f| év áTuxíais, ¿bs xal to u
15 áruxouvTOS Beopévou tcóv eúepyerTiaóvTcov Kal tcóv eútu-
XOÚVTCOV oOs EÚ TTOI^CTOUCTIV. áTOTTOV 8’ Tocos Kal TÓ liovcb-
tt|v ttoieív tó v n aK áp iov oú6e!s y á p IAoit’ áv KaO’ oútóv
Tá irávT’ ?x£lv áyaO á- ttoAitikóv y á p ó ávOpcoiros Kal ou-
jfjv TTE9UKÓS. Kal tco eúSalpovi 8fj touO’ úrrápxEr T á y áp
20 tt) 9ÚaEi áyaOá ?xei> 8f)Aov 8’ cbs UErá 9ÍAC0V Kal érruiKcóv
KpeÍTTov iiet’ óOveícov Kal tcóv tuxóvtcov auvTipepeúeiv.
8eI áp a tco EÚSaípovi 9(Acov. t í oúv Aéyouaiv ol irpcoToi,
Kal Trfj áATiOEÚoucriv; f| ó ti ol ttoAAoí 9ÍA0US oíovrai toús
XpTiaipous EÍvai; tcóv toioútcov pév oúv oúSév Secarral ó
25 pcncápios, éiTEiBf) TáyaOá úrrápxEi áureo • oú8é 8f| tcóv 8iá
tó f)8ú, ^ érrl |iiKpóv (f)8ús yáp ó píos ¿>v oúSév SeItoi érrEi-
aáiCTOU f|Sovfjs)' oú Seópevos Bé tcov toioútcov 9ÍACOV oú
Soke! SeTcrOai 9ÍÁCOV. tó 8’ oúk éotiv Tocos áAriOés. év ápxfi
y á p EÍpriTai óti f] eúSaipovía évépyeiá tis éorlv, 1*1 8’ évép-
30 y sia 8fjAov ó ti ylvErai Kal oúx úrrápxEi cóoirep KTf¡pá n .
el Sé tó eúSai|iovElv éorlv év reo jqv Kal évepyEív, toü 8’ á y a -
Ooú f) évépyeia cnrou8aía Kal f|SEía KaO’ aún'iv, KaOárrEp év
ápxfj ETpr|Tai, éo n 8é Kal tó o Ikeíov tcóv f|Sécov, Oecopeív 8é
paAAov to ú s iréAas BuvápeOa f| éauToús Kal Tás éKEÍvcov irpá-
36 §£ts f| Tás o Ikeíos, a l tcóv cnrouBaícov 8é upá^eis 9IXC0V óv-
U70o tcov f|8eíat roís áyaOoís (áp9C0 yáp ix ° U0,1 Tfi 9Úoei
f|8éa)* ó paxápios 8í| 9IXC0V toioútcov BE^oerai, eTirep Oeco-
peTv TrpoaipEíTai irpá^eis éiriEiKE! Kal o IkeIos , toioO toi 8’ al
to u áyaOou 9IA0U óvtos. oTovTal te 8e!v f|8écos jfjv tó v
5 EÚSaipova. povcoTT] yév oúv x 0^ 6"^^ ó píos- oú y á p (?>(£-
Siov KaO’ aúróv ivEpyEív ctuvexcós, peO’ é-répeov Sé Kal Trpós

1170 a 26. t r r o u í v o i c L b M11 T. || 3 1 . & a n 4 v ala6avcí>|xc6' Bywater: ¿> o t c


aloBovolticO' Sv T: &<m alaQav¿fic6> Sv X h: al<j6avo(¿ic0a 8* Sv Lk
M*. || 3 2 . xSv vofificv Bywater: xal vooü|icv T í\ xal vooificv. vnlg.
151

otro yo, nos procura lo que por nosotros mismos no podemos tener. De
ahí el dicho «cuando Dios da bienes, ¿qué necesidad hay de amigos?» (6).
Pero parece absurdo atribuir al hombre feliz todos los bienes y no daríe
amigos, que parecen constituir el mayor de los bienes exteriores. Y si
es más propio del amigo hacer bien que recibirlo, y es propio del hombre
bueno y de la virtud favorecer, y más noble hacer bien a los amigos
que a los extraños, el hombre bueno tendrá necesidad de amigos a quie­
nes favorecer. Por eso se investiga también si los amigos se necesitan
más en la prosperidad que en el infortunio, puesto que el desgraciado
necesita bienhechores y los afortunados personas a quienes hacer bien.
Es probablemente absurdo hacer al hombre dichoso solitario, porque
nadie querría poseer todas las cosas a condición de estar solo; el hombre
es, en efecto, un animal social, y naturalmente formado para la convi*
vencía. Este condición se da también en el hombre feliz que tiene todo
aquello que es un bien por naturaleza, y es claTO que pasar los días con
amigos y hombres buenos es mejor que pasarlos con extraños y con
hombres de cualquier índole. Por tanto, el hombre feliz necesite amigos.
¿Qué quieren decir entonces, y en cierto modo con verdad, los pri­
meros a quienes aludimos? ¡No será que la mayoría de los hombres
entienden por amigos aquellos que les son útiles? De éstos, efectiva-
vamente, no tendrá necesidad ninguna el hombre dichoso, puesto que
dispone de todos los biejnes; ni tampoco, por la misma razón, los nece­
sitará por causa del placer, o en pequeña medida (porque siendo su vida
agradable para nada necesita de un placer adventicio); y como no nece­
sita de esta clase de amigos, se piensa que no necesite amigos.
Pero esto seguramente no es verdad. Efectivamente, hemos dicho
al principio que la felicidad es una actividad, y la actividad evidente­
mente es algo que se produce, y no algo de que se dispone desde luego
como unp cosa que se posee, Y si el ser feliz está en vivir y actuar, y la
actividad del hombre bueno es por sí misma buena y agradable (como
hemos dicho al principio), y la condición de ser algo nuestro pertenece
a lo agradable; si nos es más fácil contemplar a nuestros prójimos que
contemplamos a nosotros mismos, y sus acciones que las propias, y las
acciones de los hombres buenos cuando éstos son amigos suyos, son
gratas a los buenos (puesto que tienen las dos condiciones de lo que 1170 a
es agradable por naturaleza), el hombre dichoso necesitará de tales ami­
gos, ya que quiere contemplar acciones buenas y que le pertenezcan,
y tales son las acciones del hombre bueno amigo suyo.
Se piensa además que el hombre feliz tiene que tener una vida agra­
dable. Pues bien, la vida de un solitario es difícil, porque no puede estar

(0) Eurípides: O wU s, 606.


152

AAAous fótov- Serrón oúv f| évépyeia cruvExeorépa, f|6ela o u o a


Ka0 ’ ccÚTVjv, 6 Se! irepl t ó i pcncápiov elvon* 6 y á p p-jrouSoflos,
t o í s k o t ’ áperf|v irpá^eai X ^ P 61» T<” 5 S’ ¿aró kondas B uaxe-
io paívei, Kocdáirep ó pouaiKÓs t o ís kocAoís ^léAeoiv f^SeToa, érrl
Sé t o ís «paúAois AuireTTon. y ív o iio 5 ’ a v Kal ácncnals n s
t t í s ápErfjs é k t o ü au yfjv to T s áyocOois, KaOáirep Kal © éoyvís
<pT|aiv. 9 uaiK ¿> T E p o v 8’ éTnaKoirouai I é o ik e v ó orrouBalos
<píAos t c o cmrouBcdco t t ¡ <púorEi alpeTÓs elvon. t ó yótp Tf¡ 9Ú-
15 creí á y a é ó v eípTyron ó n t c o airouSaicp á y a S ó v Kal f|8ú é a n
Ka0’ o ú t ó . t ó Sé jfjv ó p íjo v ra i t o I s 30x315 Buvápei oda 6i^-
ctecos, ávO púirois 5 ' ataO^orecos voi'jaecos’ í) Sé Búvapis gis
Tf|v évépyeiav áváyeran , t ó Sé KÚpiov év r q évepyeíqr foiKe
Sf| t ó jfjv elvai Kupícos t ó ato$áveo6ai ^ voeív. t ó 6é
20 t c o v kci6 ’ o ú t ó áyaQcov Kal fjSécov copia pévov y á p , t ó 8'
copiapévov Tfjs TáyaO oü 9Úaea>s* t ó 8é t t ¡ 9 Úoei á y a 9 óv Kal
tm émeiKel* Sióirep foiKe irá a iv f)6ú e lv a r o ú BeT Sé Aap|3á -
v e iv poxOripáv K al BieqvOapMévriv, oúB’ év Aúrrais- á ó p ia -
t o s y á p f| T o ia ú n i, KaOáixiEp tóc úrráp xovT a a ú r f j. - év t o I s
26 éx o p év o is Bé irepl Tfjs Aúirris i o r a i 9 avepcÓTEpov. el B’ ccútó
t ó 37ÍV á y a 6 ó v Kal f|Sú (Io ik e Sé K al éK t o u irávT as ópéye-
cr6a i aÚTOÜ, K al p á A io ra t o ú s émeiKeTs Kal p a K a p ío u s’ t o ú ­
t o i s y á p ó píos alpETCOTCCTOS, Kal f| t o ú t c o v pocKapicoráTT|
3021*1) , ó 6 ’ ópcov ó t i ópqi atoG ávrrai K al ó áKoúcov ó n áKOÚei
30 Kal ó paSí^cov ó n ^ a B lje i, Kal éirl t u v fiAAcov ópoícos é a n
t i t ó a lo 6av ó p ev o v ó t i évepyoüpev, «Sore á v atcjOavcópEO’ ó n
crfo6avópe6a, k & v vocópev, ó n vooüpev, t ó 8’ ó n ataO avópeQ a
f| vooüpev, Ó ti éapév ( t ó y á p elvon fjv orfa9 áveo 6 a i ^ voeív),
11706 t ó 8 ’ alo6áveo6ai ó n 313, t c o v fjSécov koO’ o ú t ó ( 9 Úaei y á p
AyaOóv 3001*1, t ó 8 ’ á y a 9 óv ú irá p x o v év éocuTco aloOáveotion
f|Bú), odpeTÓv Sé t ó jfjv Kal p á A io r a toTs áyaQoTs, ó n t ó
elvai áyaQ óv é o n v a ú ro ls Kal f) 8ú (auvancrOavópEvoi y á p t o ü
6 koc0 ’ o ú t ó áyaO oü ^ S o v t o i ) , ¿bs 8 é Trpós é a v ró v ?x ei ¿ o iro u -
Sortos, Kal irpós t ó v 9 ÍA0V (írep o s y á p a ú r ó s ó 9 Í.A0 S éo rlv )'
KaOáiTEp oúv t ó o ú t ó v elvai alpeTÓv é o n v éKáorco, o ú t c o K a l
t ó t ó v 9 ÍA0V, A irapaTrA-ncrícos. t ó B’ elvai fjv alpeTÓv Stá
t ó a l a 0áveo 6a i ocútoü áyaO oü ó v t o s , f| Bé T O iaÚ T n cdaOTiais

6 24. xSv Bywater: xal oodd. || 26. to ü to seolm. Bywater,


152

en continua actividad por sí mismo, pero en compañía de otros 7 en re­


lación con otros, esto resulta más fácil. Asi su actividad será más con­
tinua 7 grata por si misma, como tiene que serio tratándose del hom­
bre dichoso, porque el bueno, en tanto que bueno, se complace en las
acciones virtuosas 7 siente desagrado por las que proceden del vicio,
lo mismo que un músico se deleita en las bellas melodías 7 las malas le
molestan. Además, la convivencia con los hombres buenos puede pro­
ducir una especie de entrenamiento en la virtud, como lo dice tam ­
bién Teognis (7).
Considerando más la naturaleza de las cosas, parece que el buen
amigo es deseable por naturaleza para el bueno, puesto que hemos di­
cho que lo que es bueno por naturaleza es, para el hombre de bien,
bueno 7 agradable por si mismo. Ahora bien, la vida de los animales
se define por su capacidad de sensación; la de los hombres por su ca­
pacidad de sensación 7 de pensamiento; la capacidad conduce a la ac­
tividad, 7 la actividad es lo principal; parece, por tanto, que la vida
consiste principalmente en sentir 7 pensar. Y la vida es de las cosas
buenas 7 agradables por sí mismas, porque es algo definido, 7 lo defi­
nido es de la naturaleza de lo bueno; 7 es buena por naturaleza 7 buena
para el hombre bueno: por eso parece agradable a todos; pero no de­
bemos aplicar esto a una vida mala 7 corrompida, ni transida de dolo­
res, porque una vida así es indefinida,, como lo que puede traer consigo.
En lo que después diremos acerca del dolor se aclarará esto.Y si la vida
de por sí es buena 7 agradable (7 así lo parece por el hecho de que todos
la desean, 7 en grado sumo los buenos 7 dichosos, porque el modo de
vida que ellos eligen es el más deseable 7 su existencia es la más dicho­
sa); si el que ve se da cuenta de que ve, 7 el que 070 de que 07c, 7 el que
anda de que anda, 7 en todas las otras actividades hay igualmente algo
que percibe que estamos actuando 7 se da cuenta, cuando sentimos,
de que estamos sintiendo, 7 cuando pensamos, de que estamos pensan­
do, 7 percibir que sentimos o pensamos es percibir que somos (puesto
que ser era percibir 7 pensar), 7 si el darse uno cuenta de que vive 1170 b
es agradable por sí mismo (porque la vida es buena por naturaleza, 7
el darse cuenta de que uno tiene en si un bien es agradable), 7 si la vida
es deseable 7 sobre todo para los buenos, porque el ser es para ellos
bueno 7 agradable (7a que se gozan en la conciencia que tienen de lo
que es bueno por si mismo), 7 si el hombre bueno tiene para con el ami­
go la misma disposición que para consigo mismo (porque el amigo es
otro 70), lo mismo que el propio ser es apetecible para cada uno, así lo
será también el del amigo, o poco más o menos. El ser era apetecible

(7) Teognú, v. 76.


153

io f|8eTa ko6' éaun^v. auvaioOávecrOai ápa 8eT xal t o O 9ÍA0U


ón ionv, t o u t o 8é y I v o i t ’ áv év t c o aujfjv xal xoivcovelv Aó-
ycov xal Siavotaj- o ú t c o yáp áv 6ó£eie t ó avrjfjs érrl t c ó v
ávQpcbTrcov AéyeoOai, xal oúx «xnrep érrl tc ó v (JoaxT) páTcov
t ó Iv t c o aúrcp vépeoOai. el 6f] t c o paxapícp t ó elvai alpeTÓv
15 éon xaQ’ o ú t ó , áyaOóv ríj 9Úaei óv xal f|8ú, TrapcnrAi^aiov
81 xal t ó t o ü 9ÍÁ0U I o t í v , xáv ó 9IA0S tc ó v alpercov elr|.
ó 8’ étrrlv aúrcp alpeTÓv, t o ü t o 8e! úrrápxetv aÚTCp, fj t o ú -
t i j IvBefjs EOTai. Se^ctei ápa t c o eú8ai p o v i^ c to v ti 9 ÍACOV
oirouBaícov.
10 TAp’ oúv cbs irAeíorous 9ÍA0US uoiriTéov, fj xaQárrep érrl
Tfjs £evías IppeAcós elpfjaQai Soxel «pr|TE iroAú^eivos pi'it’
S^eivos,» xal éirl n js 9iAlas áppóaei pi^T* Ó9iAov elvai pi^r’
aú ttoAÚ9iAov xa©’ úrrep^oA^v; to ís pév 8f) irpós XP^Í01V
xáv irávu Só^eiev áppójeiv t ó Aex©év iroAAoís y á p áv6u-
25 irriperelv Éiríirovov, xal oúx Ikctvós ó píos o ú tó [to ü to ]
irpárreiv. ol irAeíous 8f| tcov Trpós tó v otxelov píov íxavcov
irepíepyoi xal IpiróBioi irpós t ó xaAcos jfjv oúOév oúv 8el
oútcóv. xal ol irpós f|8ovf)v 81 ápxoüaiv óAíyoi, xaOáTrep
Iv ttí T P ° 9 ÍÍ t ó TjSuapa. to ú s 81 arrouSaíous irórepov irAeí-
30 o to u s xcrr’ ápiOpóv, f) icm t i péTpov xal 9tAixoü ttAt|6ous,
cócnrep iróAecos; oúre y á p Ix 8éxa áv0pamcov yévoiT* áv
ttóAis, o ú t’ Ix Béxa pupiáScov I n iróAis Iotív. t ó 81 iro-
ctóv oúx io n v Tacos Iv ti , áAAá u av t ó peto^ú tívcov cbpiapé-
11710 vcov. xal 9(Acov 61*1 I o n irAfjOos cbpiapévov, Kal Tacos ol
TrAeíoroi peO’ ¿óv áv Súvoitó n s ovjfjv (to ü to y á p I8óxei
9iAixcbTcrrov elvca)- ó n 8’ oúx olóv Te ttoAAoís aujfjv xal
¿íavlpeiv éauTÓv, oúx á8r|Aov. I n 81 xáxeívous 8e! áAArj-
5 Aois 9ÍA0US elvai, el péAAouai irávTes per’ áAAií|Acov auvn-
pepeúeiv to ü to 8’ IpyóóBes Iv ttoAAoIs úirápxeiv. xa ^ E7T^)V
81 yíveTai xal t ó auyxaípeiv xal t ó auvaAyeiv olxeicos iroA-
Aols- elxós y á p ctupttíttteiv á p a tco pév auv^SeaQai tc¡3 Sé
auváxOEoOai. Tacos oúv eú ixei pf| jtiteív cbs iroAu9iAcbTa-
10 to v elvai, áAAá toctoútous óctoi els t ó aujfjv Ixavol- oú8é
y á p év8éxecT0ai 8ó£eiev áv iroAAoTs elvai 9IA0V a9ÓSpa. Sió-
irep oú8’ épav irAeióvcov úrrep^oAf) y á p n s eTvai fJoúAeTai

1171 a 19. aú-roú; Bywater aútoú; oodd.


153

por la conciéncia que uno tiene de su propio bien, 7 tal conciencia era
agradable por bí misma; luego es preciso tener conciencia también de
que el amigo es, 7 esto puede producirse en la convivencia 7 en el in­
tercambio de palabras 7 pensamientos, porque asi podría definirse la
convivenoia humana, 7 no, como la del ganado, por el hecho de pacer
en el mismo lugar.
Por tanto, b í para el hombre dichoso el ser es deseable por sí mismo,
porque es por naturaleza bueno 7 agradable, 7 algo mu7 próximo efl
también para él el ser del amigo, el amigo será también una de las cosas
deseables. Y el hombre dichoso tiene que poseer lo que le es deseable,
o sentirá la falta de ello. Luego el hombre feliz tiene necesidad de ami­
gos buenos.
10

¿Debemos hacernos el ma7or número posible de amigos o, lo mis­


mo que parece decirse apropiadamente en el caso de la hospitalidad
«ni muchos huéspedes ni ninguno» (8), también tratándose de la amistad
lo adecuado no será carecer de amigos absolutamente, ni tampoco te­
nerlos en exceso? Podría pareoer que ese dicho cuadra perfectamente
a los que se proponen su propia utilidad, porque corresponder a los ser­
vicios de muchos es trabajoso, 7 la vida no da abasto para ello. Por
tanto, en número ma7or del suficiente para la propia vida, resultan
molestos 7 embarazosos para vivir bien, luego no ha7 necesidad de
tantos. También para nuestro placer bastan unos pocos, como un poco
de condimento en la comida. Pero en cuanto a los buenos, ¿es mejor
tenerlos en el ma7or número posible, o debe guardarse cierta medida
en el número de amigos, como en el de ciudadanos de una ciudad?
Porque ni diez hombres pueden constituir una ciudad, ni con cien mil
ha7 7a ciudad. La medida, sin embargo, no es probablemente un nú­
mero determinado, sino cualquiera dentro de ciertos límites. También,
por tanto, el número de amigos eB limitado, siendo probablemente el 1171 a
mayor número de ellos con quienes uno puede convivir (7a que esto nos
parecía lo más característico de la amistad); 7 que no es posible con­
vivir con muchos 7 repartirse entre muchos, es claro. Además, también
ellos tienen que ser amigos los unos de los otros, si todos han de pasar
tiempo juntos, 7 es difícil conseguir esto si son muchos. También re­
sulta difícil congratularse 7 condolerse íntimamente con muchos, pues
es probable que coincida el tener que alegrarse con uno 7 entristecer­
se con otro. Quizá, pues, esté bien no ser dado al ma7or número posi­
ble de amigos, sino tener tantos ouantos son suficientes para la con­
vivencia. Tan)poco, en efecto, parece posible ser mu/ amigo de muchos,
7 por eso tampoco lo es amar a varias personas. El amor tiende a ser
un grado extremo de amistad, 7 éste sólo es posible respecto de una.

(8) Heaiodo: Trabajo» y dio», 660.


154

«piAias, t o u t o 8é irpós 2v<r Kal t ó crtpóSpqc 8f| Trpós óAlyous.


o ú tco 5’ I x e i v ío ik e Kal é ttI t c ó v TrpaypáTCov oú yívovTai
y á p <p(Aoi iroAAol Kcrrá Tf|v ÍTaipiKf|V 9iAíav, al 8’ úpvoúpe-
16 von év 8ual X é y o v T a i. ol 81 tt o A Ú 9 iA o i Kal iraaiv o Ik eíco s
é v T u y x á v o v T E S oúSevl S o k o ü c tiv elvai 9ÍA01, irA^v iroAm -
k c ó s , oús Kal KaXouaiv ápéaKous. t t o A i t i k c o s pév oúv i o n
ttoAAoís elvai 9ÍA0V Kal pi*i ápeaKOv óvto, áAA’ cbs áAr|0cos
ém eiK TÍ’ 81’ áprrfiv 61 Kal S i’ c x ú to ú s o ú k fcrri upós iroAAoús,
20 áyanr)TÓv 81 Kal óÁlyous eúpEÍv t o i o ú t o u s .
TTÓTepov 5’ Iv eÚTUxlais paAAov 9ÍAC0V Seí fi Iv 8uorU-
11 x^a ,S5 án9oIv y á p Im^TiToüvTar oí te y áp áTUXoüvTES
Séovrai IrriKoupías, oí t ’ e ú t u x o ü v t e s <7up|31cov Kal oús &
T Ton'iaouCTiv poúAovTai y áp eú 8p&v. ávayKaiÓTepov pév
25 Sf) Iv t o í s áTUxlais, 8ió t c o v xP'HO'Ihgw IvraOOa 8eí, KáAAiov
8’ Iv Tais eÚTUxlais, 8ió Kal t o ú s IrneiKeis j t i t o ü c t i v t o ú -
t o u s y áp alpETcoTEpov eúepyereiv. Kal p e T á t o ú t c o v Stáyeiv.
2o t i y áp Kal f) Ttapouaía aúrf) t c o v 9IACOV f|8eia Kal Iv Tais
eÚTUxlais Kal Iv Tais Bucrruxíais. K0U9Íj0VTai y á p ol Au-
30 iroúpevoi a u v a A y a ú v T c o v t c ó v 9ÍACOV. 81Ó Káv árrop^aeilv
t i s irÓTEpov cócnTEp pápous peTaAappávowiv, f) t o u t o plv
oú, f) irapouaía' 5’ o ú t c ó v f]8eia púaa Kal f) Swoia t o u c tu -
vaAyeiv lAárTCO *rf|v Aúnr|v troiei. el pév oúv 8iá t o u t o f)
8i’ áAAo t i K 0 U 9 Íj0 V T a t, á9eíadco' aup^aíveiv 8’ oúv 9alve-
36 Tai t ó Aex©lv. íoike 8’ f| irapouaía piktt) t i s o ú t c o v elvai.
ocútó plv yáp t ó ópav to ú s 9»Aous f|8ú, áAAcos Te Kal áTU-
U7i b x°üvti, Kal yíveral t i s liriKoupía Trpós t ó pf) Aurrela6a» (tra-
papu0TiTiKÓv y á p ó 9IA0S Kal Tr¡ ¿vyei k o I tc»j Aóyco, láv fj
IrnSé^ios- oI8e y á p t ó ?¡0os Kal I9’ oís f^SeTai Kal AurreiTai)-
t ó 81 Auiroúpevov alofláveaSai Irrl to ís o ú t o ü á ru x la is Au-
6 TTT|póv' iras y á p 9eúyei Aútitis o í t i o s elvai to ís 9IA 0 1S. 8ió-
irep ol pév ávSpcoSeis Tfjv 9ÚCTIV eúAafloüvTai ctuAAutteív to ú s
9ÍÁ0US aúrois, Káv pf] úrrEpTEÍVT) t t ) áAurríqc, t í j v Ik e I v o is
yivopévT]v Aútttiv oúx úrropévei, óAcos Te auv6piI|Vous oú
irpoolerai 8iá t ó p t|8 ’ o ú t ó s elvai 6privT|TiKÓ s‘ yúvaia 81
10 tcal ol TOIOUTOI áv6pes to ís ow Tévóvai xa tpOUCTl» koI 9 1 -
Aoucnv cbs 9 IA 0 U S Kal auvaAyoüvras. pipeioOai 8’ év árra-
a i 8eí Bi^Aov ó t i tó v PcAtIco. f) 8 ’ Iv Tais eÚTUXÍais t c ó v
9ÍAcov TTapouala t^ v te 8iaycoyf)V f)8eiav ix El k®! TÍ|V 2v-
154

persona; por tanto, una gran amistad sólo es posible con unos pocos.
Asi parece ocurrir de hecho: no se hacen amigos muchos con amistad
de camaradería, 7 las amistades célebres de que se habla, son siempre
entre dos. Los que tienen muchos amigos 7 a todos los tratan familiar­
mente, dan la impresión de no ser amigos de nadie, a no ser por civili­
dad, 7 se los suele llamar obsequiosos. Por civilidad o cortesía es, sin
duda, posible ser amigo de muchos aun no siendo obsequioso, sino por
verdadera bondad de carácter; pero por la excelencia de los amigos 7
por amor de los amigos mismos, no es posible serlo de muchos; gracias
si se encuentran unos pocos que lo merezcan.

11

¿Necesitamos más a los amigos en la prosperidad, o en el infortu­


nio? En ambas situaciones se los busca, pues los que pasan por un in­
fortunio necesitan asistencia, 7 los prósperos quienes convivan con ellos
7 a quienes favorecer, porque quieren hacer bien. La amistad es, por
consiguiente más necesaria en el infortunio, 7 por eso entonces se ne­
cesitan amigos útiles, pero es más noble en la prosperidad 7 por eso se
buscan también amigos buenos, porque es preferible favorecer a éstos
V tratar con ellos. La presencia misma de los amigos es grata tanto en
la buena como en la mala fortuna. Los que pasan por una aflicción, en
efecto, se sienten aliviados cuando sus amigos se conduelen con ellos.
A este respecto, podría uno preguntarse si es como si los amigos en­
tonces tomaran parte de nuestra carga, o n o e e esto, sino que su pre­
sencia, que nos es grata, 7 la conciencia de que se duelen con nosotros,
haoen menor la pena. Sean éstas o alguna otra las causas del alivio, de­
jémoslas; el hecho es que manifiestamente ocurre lo que hemos dicho.
Esta presencia de los amigos parece, sin embargo, ser en cierto
modo mixta. E l hecho de ver a los amigos es grato, especialmente para 1171 b
el que pasa por una desgracia, 7 viene a ser una especie de aTuda con­
tra el dolor (porque el amigo puede consolar con sólo verlo 7 con la pa­
labra, si tiene tacto; conoce, en efecto, el carácter de su amigo 7 sabe
lo que le agrada 7 lo que le disgusta); pero, por otra parte, es doloro­
so ver al amigo afligirse con motivo de las desgracias propias, porque
todo hombre rehu7e ser causa de dolor para sus amigos. Por eso los hom­
bres de naturaleza fuerte procuran evitar, que sus amigos tomen par­
te en sus penas, 7 todo el que no es excesivamente insensible al dolor
no soporta el que en aquéllos se produce, 7 en general no admite com­
pañeros de duelo, porque él mismo no.se complace en él; en cambio,
las mujeres 7 los hombres semejantes a ellas se gozan en tener quienes
se lamenten con ellos, 7 los quieren como amigos 7 partícipes de su do­
lor. Pero es evidente que en todo hemos de imitar al mejor.
155

15 voiav 6t i ijS o v T o a érrl to T s c c ú to ü áyáOoTs. 8ió Só£eiev áv


SeTv els név Tás eÚTU/ías KaAeTv to ú s <ptAous Trpo0úpcos (eúep-
y en tó v y áp elvoa KaAóv), els Sé Tás á ru x la s ÓKvoOvTa* pe-
raBiBóvai y áp cbs ^ K i a r a 8eT tcóv kockcóv, ó0ev t ó «áAis éycb
8u o tu x ¿ ó v .» páA iora Sé TrapaK Á T iT éov ó tq c v péAAcoaiv ÓAÍ-
20 y a óxÁT)0évTes peyáA’ oútóv úxpeAi'iaeiv. léven 8* ávárraAiv
Tacos ávárraAiv Tacos. áppójei irpós pév toús áTUXoOvTas
áKAriTOv Kal irpoOúpcos (9ÍA0U y á p eú Troielv, Kal páA iora
t o ú s év xptl? Kal [ t ó ] pf| á^icbaocvTas* áp90ív y á p KáAAtov
Kal tjSiov), els 8é T á s eÚ TU X Ías c r u v e p y o ü v T a pév irpoOúpcos
26 (Kal y áp els t o u t o X P£ÍQ 9ÍAcov), irpós eúrráOeiav 8é ax o -
Aaícos- oú y áp koAóv t ó irpo0upeío0ai á^EAelaOai. Bó^av
8’ á ra la s év t c o 8ico0eTa0ai Tacos e ú A a fJT iT é o v évioTe y á p
auppaívei. f) irapouala 81*1 tóóv 9ÍAC0V év ÓTraaiv alpeTf)
9aíverai.
12 TAp’ oúv, cócnrep toTs épóóai t ó ópav áyaTrr)TÓTorróv éori
koI paAAov alpoúvTai Toúrny tÍ]v aTa0r|aiv f| Tás Aonrás
cbs Kcrrá TaÚTTiv páA iora to ú IpcoTos óvros koI yivopévou,
oútco Kal toTs 9ÍA01S alpeTCÓTOTÓv écm t ó a u jfjv ; koivco-
vla y áp f] 9iA(a, r a l cbs irpós éauróv ?x£l* oútco Kal Trpós
36 tó v 9ÍA0V irepl oútóv B’ f| a l a b a i s Óti &ttiv alperY|, koI
irepl róv 9ÍAov 81V f| 8’ évépyeio yíveTai oúrfis év tco ctu-
1172o jfjv, cóor’ elKÓTtos to ú to u é9Íevrat. Kal ó ttot* éorlv éKa-
orois t ó elvai f| oú x^Plv alpoúvTai t ó jfjv, év toútco peTá
tóóv 9ÍAC0V PoúAovtoi 8iáyeiv Sióirep o! pév aupirívouáiv,
o! 8é auyKupeúoucriv, áAAoi Bé aúyyupvájovTon Kal au y x u -
6 vriyoüaiv f| aup9tAoac>9oüaiv, Ikootoi év toútco auvt)pe-
peúovTes ó t i irep páAior’ áyairóóai tóóv év tc¡3 píc¡y oujfjv
y á p pouAópevoi peTá tóóv 9ÍAC0V, to ú t o iroioOat Kal to ú ­
tcov koivcovouctiv oís oTovtoi au^fjv. yíveTai oúv f| pév tcóv
90CÚAC0V 9iAía poxOripá (koivcovoCkji y á p 9aúAcov ápépaioi
10 ÓVT6S, Kal poxOTipol Sé' ytvovTai ópoioúpevoi áAAi^Aois), f|
Sé tóóv érrieiKCÓv éineiici'is» auvau^avopévri to ís ópiAlais" 80-
xoOai Sé koI PeAtIous ylveo0ai évepyouvTes Kal Siop0oOvTes
áAAi‘|Aous> áiropáTTOVTai y á p irap’ áAAi“|Acov oís ápéoKov-
Tai, ó0ev «éa0A¿v pév y áp á ir’ éoOAá.» irepl -pév oúv 91­
15 Alas érrl toctoutov elpi^oÓco* éirópevov 6’ áv cTtj SieAOeTv irepl
fjBovfis-
155

La presencia de lós amigos en la bnena fortuna incluye a la vez el


pasar el tiempo agradablemente 7 el tener conciencia de que nuestros
amigos se gozan con nuestro bien. Por eso parece que deberíamos in­
vitarlos gustosamente a nuestras alegrías (porque es noble hacer bien
a otros), 7 rehuir en lo posible invitarlos a participar en nuestros infor­
tunios, porque los males se deben compartir lo menos posible; de ahí
aquello de «basta que 70 sea desgraciado». Debemos llamarlos a nues­
tro lado sobre todo cuando, a costa de una pequeña molestia por su
parte, han de sernos de gran aTuda. Recíprocamente, está bien acudir
junto a los que pasan por adversidad sin que nos llamen, 7 de buena
voluntad (porque es propio del amigo hacer bien, 7 sobre todo a los
que lo necesitan 7 no lo han pedido, lo cual es para ambos más noble 7
grato); 7, en las alegrías, colaborar gustosos (pues también en ellas se
necesita a los amigos); pero ser lentos en aceptar favores, porque no es
noble estar ansioso de ser favorecido. Sin embargo, hemos de guardar­
nos igualmente de adquirir reputación de displicentes por rechazarlos,
pues algunas veces ocurre.

12

¿No se sigue de todo esto que, asi como para los amantes la vista
es el sentido más precioso 7 prefieren este sentido a los demás, porque
ea el que más contribu7e a que el amor exista 7 nazca, para los amigos
lo preferible a todo es la convivencia? La amistad es, en efecto, una
oomunidad, 7 la disposición que uno tiene para consigo mismo, la tienen
también para el amigo. Tratándose de uno mismo, la sensación de la
propia existencia es amable, 7, por tanto, también cuando se trata de
la del amigo. Ahora bien, esta sensación se actualiza en la convivencia,
de modo que es natural que los amigos aspiren a ella. Y , sea lo que 1172 a
fuere aquello en que cada uno hace consistir el ser, o aquello por lo
oual quieren vivir, en eso quieren pasar el tiempo oon sus amigos; 7
asi, unos beben juntos, otros juegan juntos, otros se entregan juntos
a los ejercicios gimnásticos, o a la caza, o a la filosofía, 7 todos ellos
pasanios días juntos en aquello que más aman en ,1a vida; porque, que­
riendo convivir con sus amigos, hacen las cosas que, a su juicio, produ­
cen la convivencia, 7 de ellas participan en común. Así la amistad entre
hombres de condición baja es mala (puesto que, careciendo de firmeza,
se asocian para cosas bajas, 7 se vuelven malvados al haceree semejan­
tes los unos a los otros); en cambio, la que existe entre hombres buenos
es buena, 7 aumenta con el trato, 7 parece incluso que se hacen mejo­
res, ejercitándose 7 corrigiéndose mutuamente; toman, en efecto, los
unos de los otros, modelo de aquello que les agrada, por lo que se dice
«de nobles acciones». A propósito de la amistad, baste con lo dicho.
Tratemos a continuación del placer.
K.

M e t í Sé to O to Trepl fiSovfjs Tacos tn rra i SieAOeIv.páAi-


20 erra y áp Sokeí ouvcpKEiGÓotiai tco yévei f|poóv, Sió iraiSeúouai
to u s véovs oloKÍjovTes f]8ovf¡ Kal Aúrriy 6okeí Sé Kal Trpós
TÍ)v to u ^9ous áperf)v péyiorov elvai t ó x°dpeiv oís 5eí Kal
pioeív & Sel. Siareivei y áp TaC rra Siá ttovtós to u fMou, fio-
irfiv ?xoVTa K° l Súvapiv irpós ápeTfiv t e Kal tó v EÚSalpova
26 píov Ta pév y á p f)8éa TrpoaipouvTai, Tá Sé Aumipá q>eú-
youCTiv Cnrép Sé tcov toioútcov fjKior’ áv Sóbete irapeTéov
elvai, áAAcos Te Kal ttoAA^v éxóvrcov áp<piap^rnaiv. o! pév
y á p TáyaSóv f|Sovf)v Aéyouaiv, o! 5’ é§ évavT Ías KopiSf)
«paOAov, oí pév Tacos irerreiapévoi oútco Kal ?xelv» Sé oló-
30 pevoi péATiov elvai irpós tó v piov f|paSv árrocpaíveiv Tf|v f|So-
vf|v tcov qxxúAcov, Kal eI pf| éo rlv ^érreiv y áp to u s ttoAAous
irpós aúrf)v Kal SouAeúeiv to ís f|Sovaís, Sió Seív eIs toúvov-
tI o v fiyeiv éA0EÍv y á p áv oútcos érrl t ó péoov. pi'i tto te
Sé oú KaAcos to u to AéyETai. ol y á p iTEpl t<Sv év t o í s frá-
Oecti Kal Tais irpá^ECTi Aóyoi fjiró v elai irio ro l tcov Epycov
ótov oúv SiacpcovcÓCTi t o í s «orrá t ^ v alo0r|oiv, K araq>povoú-
U72 b pevoi K al TáAíiOés irpooxxvaipouoiv 6 y áp yéycov tÍ)v f(5o-
W|v, ó<p0EÍs tt o t’ é9 iépEvos, árroKAlveiv Sokeí irpós aÚTfjv cbs
ToiaCrrnv oúoav áTraoav t ó SiopljEiv y á p o ú k io ri tcov
ttoAASv. éoÍKaoiv oúv ol áAri0eTs tcov Aóycov oú póvov
8 irpós t ó El6évai xp^oipcbrcrroi elvai, áAAá Kal Trpós tó v piov*
auvcoSol y á p óvtes t o í s ípyois TnoreúovTai, 6ió irporpérrov-
T a i t o ú s ouviévTas ^ v k o t ' cxútoús. tcov pév oúv toioútcov
áAiS' Tá 5* ElpTipéva irEpl Tfjs f|Sovrís éiréAOcopev.
L IB R O X

Ahora nos toca, quizá, hablar del placer, que parece estar asocia­
do de la manera más intima a nuestra naturaleza; por eso los educa­
dores se sirven del placer 7 del dolor como de un timón para dirigir a
la infancia. Parece también que es de la máxima importancia para la
virtiíd moral hallar gusto en aquello en que debe hallarse y odiar lo
que se debe odiar; porque esto dura toda la vida, y tiene importancia
y fuerza para la virtud 7 también para la felicidad, 7a que todos los
hombres persiguen lo agradable 7 rehuyen lo molesto. Tales cosas no
podrían en modo alguno pasarse por alto, sobre todo prestándose, como
se prestan, a muchas discusiones. Efectivamente, los unos dicen que el
bien consiste en el placer, 7 los otros, por el contrario, consideran el
placer completamente vil, unos convencidos quizá de que lo es, 7 otros
porque creen más conveniente para nuestra vida declarar un mal el
placer aun cuando no lo sea, por juzgar que el placer atrae a si 7 es­
claviza a la ma7or parte de los hombres 7 que es preciso por eso guiar­
los en sentido contrario para llegar así a un término medio. Pero qui­
zá se dice esto sin razón, porque, tratándose de sentimientos 7 de ac­
ciones, las palabras no inspiran tanta confianza como los hechos, 7 en
consecuencia, cuando laB primeras discrepan de lo que se percibe por
los sentidos, son despreciadas como falsas 7 desacreditan a la vez la
verdad. En efecto, el que, vituperando el placer, lo procura a veces» 1172 b
produce en quien lo ve la impresión de dejarse llevar por él porque
juzga que es siempre apetecible, porque el vulgo no sabe distinguir.
Parece, pues, que los argumentos verdaderos son de gran utilidad no
sólo para el conocimiento, sino también para la vida, porque, como
están en armonía con los hechos, se les da crédito, 7 así mueven a quie­
nes los comprenden a vivir de acuerdo con ellos. Baste de tales cues­
tiones. Expongamos ahora las opiniones que Be han expresado del
placer.
157

2 Eú8o£os pév oúv t i 'j v f)8ovf]v TáyaOóv <2>et’ elvoa 8iá t ó


10 iráv©’ ópáv éqNÉUEva aÚTfís, K a l ÉAAoya K a l áAoya, év nSoi
8’ elvai t ó alprróv t ó éTTiEiKés» K a l t ó páA iora K páriorov
tó Sf) irávT’ étt! t o ú t ó «pÉpecOai p tiv ú e iv cbs Trácn t o u t o ápi-
orov óv (iKaarov y á p t ó o ú t c o áyaOóv EÚpíaKEiv, cóarrep K a l
Tpocpi^v), t ó 8é rracriv á y a Q ó v , K a l oú r r á v T 5 ^ í e t o i , T á y a -
15 Oóv eT voi. érriCTTeúovTO 8* ol Aóyoi 8iá t ^ v t o u f|0ous ápe-
t í j v paAAov f| Si’ o ú t o ú s * 8 i0 9 e p ó v T C ¿ s y á p éSÓKEi ccbcppcov
elvar oú 8fj cbs 9IA0S tP¡s f)6ovfjs ¿S ó k ei t o u t o Aéysiv, áAA’
o ú t c o s ixeiv k o t ’ áAf|0eiav. oúx ? ¡ t t o v 8’ ¿ j e t ’ eívai 9ave-
póv I k t o u évavTlou* t ^ v y á p A ú tttiv Ka0’ o ú t ó t t S c t i 9EUK-
20 t ó v eT voi, ópoícos Sí] to ú v c x v tI o v alpeTÓv* páA iora 8’ slvai
alpETÓV O p f| 81’ ETEpOV PT|S’ éTépOU X ^ P lV OlpOÚp£0O* TOIOÜ-
t o 8’ ópoAoyoupévcos filvai tí*)v f|8oW|v oúSéva y á p érrépco-
TOV TÍVOS EVEKO ^S eT O I, COS KO0’ QtÚTÍ]V OÚOOV crfpETl'lV Tf)V
f | 8o v i^ v . T r p o o n 0E p é v n v te ó t c o o ü v t c o v áyaOcov alpETCÓTE-
25 pov tt o ie í v , olov t c o SiKOiOTrpayElv Kal aco9povsTv, aú^ecrOai
8 é t ó áyaOóv a ú r c o . I o ik e 8f) o ú t ó s ye ó Aóyos t c o v á y a ­
Ocov aúríjv áTT09aív£iv, Kal oúSév paAAov érépou* irov y áp
peO’ érépou áyaOou alpETcimpov f| povoúpavov. t o i o ú t c o
81*1 Aóyco k o I FlAárcov ávaipel ó t i o ú k é o t i v f|8ovf) TáyaOóv*
30 a lp e T c b T e p o v y á p e l v a i t ó v f|8úv fiíov p e T á 9 povi‘|0,ecos ^ X00-
pís, eI 8 é tó p i k t ó v k p e I t t o v , o ú k eIvoi Tf|v ^ S o v i^ v TáyaOóv*
oúSevós y á p TrpooreOévTos aúrcp T á y a O ó v a lp E T c ím p o v y í v e -
oOai. 8fíAov 8’ cbs 0Ú8* áAAo oú8év TáyaOóv áv eTt|, ó peTá
t i vos t c o v KaO’ c x ú tó áyaOcov alpeTCímpov yíveTOi. t í o ú v
35 éorl t o i o u t o v , oú Kal f|p£ls k o iv c o v o u p e v ; t o i o ü t o v y áp
ém^TiTElTOtt. ol 8’ éviorápevoi cbs o ú k áyaOóv oú irávT’
é 9 Í r r a i , pf) oúOév Aéyouoiv. á y á p ttSoi SokeT, t o u t ’ e Iv o I
H 73a 9apev* ó 8’ ávaipcov TaÚTriv tíjv irícrriv o ú Trávu iriorÓTEpa
épeT. el pév y á p Tá ávór|T a ópéyeTai cxút&v, fjv á v t i Aeyó-
pevov, el 8é Kal Tá 9póvipa, t t c o s Aéyoiev áv t i ; tocos 8 é
Kal év toTs 9CXÚA01S éori t i 9U01KÓV áyaOóv kpeTttov f| koO*
a aCrrá, ó é9ÍE T ai to u oIkeíou áyaOoü. oúk 6 o ik e 8 é oúSé Trepl
to u évavTÍou KaAcos AéyeoOai. oú y á p 9aoiv, el f) Aúrn} ko-

1173 a 10. tüv add. Bywater. || 20. npáTTetv add. Vahlen,


157

Eudoxo ( 1) pensaba que el placer es el bien supremo porque veia que


todos los seres aspiran a él, tanto los racionales cómo los irracionales,
7 en todos es objeto de preferencia lo que es bueno 7 lo que es lo más
excelente; por consiguiente, el que todos fueran atraídos a él signifi­
caba que para todos el placer era el ma7or bien (porque todo ser en­
cuentra su propio bien lo mismo que encuentra su alimento), 7 el bien
de todos 7 al que todos aspiran es el bien sin más. Sus argumentos ins­
piraron confianza más por la excelencia de su carácter que por ellos mis­
mos; se le tenía, en efecto, por hombre de-extraordinaria continencia, 7
se consideraba, por consiguiente, que no era por ser amigo del placer por
lo que hablaba en aquellos términos, sino porque lo que decía era ver­
dad. Pensaba que la cosa no es menos evidente desde el punto de vista
contrario: el dolor es en sí mismo objeto de aversión para todos, 7 por
lo tanto, su contrario debe ser igualmente preferible. Por otra parte,
es preferible en el más alto grado lo que no se prefiere por causa de otra
coBa, ni por amor de otra cosa, 7 todos reconocen que el placer es de
esta naturaleza: nadie se pregunta, en efecto, con qué fin goza, dando
a entender con ello que el placer es elegible por sí mismo. Además, si
se añade el placer a cualquiera de los bienes, por ejemplo, a la conduc­
ta justa o continente, lo hace más apetecible, 7 el bien sólo puede ser
acrecentado por el bien.
Este argumento parece mostrar que el placer es uno de los bienes,
7 no más que otro cualquiera, pues todo bien es más digno de ser ele­
gido unido a otro bien que por sí solo. Y así es con un argumento de
esta naturaleza con el que prueba Platón que el bien no es el placer (2);
en efecto, la vida agradable es más apetecible con sabiduría que sin ella,
7 si la mezcla es mejor, el placer no es el bien, porque el bien no puede
hacerse más apetecible por añadírsele nada. Es evidente que tampoco
puede ser el bien ninguna otra cosa que se haga más apetecible al aña­
dírsele algo que sea bueno en sí mismo. ¿Qué hay, pues, de tal índole
que satisfaga esta condición, 7 de lo cual nosotros también participa­
mos? Es algo de esta naturaleza lo que buscamos.
Los que objetan que ño es un bien aquello a lo cual todos tienden,
temo que no dicen nada razonable. Decimos, en efecto, que lo que todo
el mundo cree es realmente así, 7 el que intente destruir esta seguri­ 1173 a
dad no encontrará en modo alguno otra más digna de crédito. Si fueran
sólo los seres sin inteligencia los que aspiran a ello, podría tener algún
sentido lo que dicen, pero si lo desean también los seres inteligentes
¿cómo puede tenerlo? Y quizá incluso en los seres inferiores ha7 un bien

(1) Eudoxo de Cnido, matemático y astrónomo, que habla pertenecido a la


Aoademia. .
(2) FiUbo, 60 d.
158

kóv éon, tÍ)v f)Bovf)v áyaOóv elvar ávTiKEloflai y á p Kal Ka-


kóv xaKco xal &P9 C0 tc o pTiBerépco —Aéyovrres T a ü r a oú Ka-
kcos, oú pfjv érrí ye tc o v etpripévcov áAriOeúovres. ápcpoív
10 y á p ó v to iv ( tc o v ) kokcov Kal cpeuKTÓt 26et áp<pco e lv ai, tc o v
ptlSrrépcov 8é prjBéTEpov f| ópoícos* w v Bé <paívovTai *rf|v
pév «psúyovTES eos k o k ó v , t Í |v 8’ atpoúpevoi cbs á y a 0óv* o ú tc o
3 Bf| Kal ávTÍKEiTOi. Oú pf)v oúS’ eI pf| tc o v TroiorfiTCOv éorlv
f| Í | 8o v t|( 8iá t o ü t ’ oúBé tc o v áyaQcov oú8é y á p al Tfjs ápe-
15 tíís évépyeiai iroiÓTT|Tés elaiv, o ú 8 ’ f| eúSaipovía. Aéyoucri
8é t ó pév áyaOóv cbpíoOai, ti^ v 8* f|Bovf|v á ó p to r o v Elvai, ó t i
BéxETai t ó paAAov Kal [ t ó ] fjirov. eI pév oúv éK t o ü t^Sé-
o6ai t o ü t o Kplvouai, Kal irepl t í j v 8iKaiooúvr|v Kal T á s áAAas
ápeTás, Ka0’ &s évapyws tpacrl paAAov Kal fjirov t o ú s tto io ú s
20 ú irá p x E iv Kal ( i r p á r r E iv ) Kcrrá T á s ápETás, écrrai TaÚTá* 8Í-
Kaioi y á p eIoi paAAov K ai ávBpeíoi, i o n 8é Kal BiKaioirpayEív
Kal aaxppovElv paAAov Kal fjirov. el Sé t o í s fjBovais, pi*|
t t o t ’ o ú Aéyovot t ó aínov, áv cbmv a! pév ápiyEts a >8é piK-
ra t. Kal t í kcoAúei, KaQáirep úyÍEia cbpiapévri overa B éxE rai
25 t ó paAAov Kal [ t ó ] fjirov, o ú tc o Kal t ^ v fiSovt'iv; oú y á p
f| aú rf| cruppETpía év ttSctív éoriv, oúS’ év Tejí aúrco pía t i s
¿ e í, áAA’ áviEpévri Siapévsi Icos t i v ó s , k o I Sia9épei tc o paA­
Aov Kal f¡Trov. t o i o ü t o v 5f] Kal t ó trepl tÍ)v f)Bovf)v évBé-
Xetoi EÍvai. TéAeióv t e TáyaQóv tiO é v tes, Tás 8é wv^oeis
30 Kal Tás yEvécTEis áreAels, tt^ v f|8oW|v k ív t|o iv Kal yévEoiv
árrcxpalveiv Treipcovrai. oú xaAcos 8’ éoÍKaoi AéyEiv oú8’ eI-
vai kívtjctiv. iráoi^ y á p oIkeIov eIvoi SokeI Táxos Kal fipa-
8 u n I|s, Kal eI pf) ko9* aún^v, olov t t ¡ t o ü KÓcrpou, irpós áAAo*
t § 8’ f|5ovf¡ to ú tc o v oú8éTepov úirápxei. f)a0fjvai pév y á p
1173 4 f o n Taxécos coorrep ópyioflíívai, ^8eo6ai 8* oú, oúBé Trpós
§Tepov, jjaBl^eiv 8é Kal aú^eoéai Kal irá v ra Tá t o io O to . pe-
TapáAAeiv pév oúv els tÍ)v f|Bovíjv Taxécos Kal fipaBécos ío n v ,
évepyelv 8é k o t ’ aún^v o ú k fern Taxécoj, Aéyco 8’ f|8eo6ai.
6 yéveaís t e ttco s &v e ít|; SokeI y á p o ú k ék t o ü t u x ó v t o s t ó
tu x ó v ylveoQai, áAA’ é£ oú yívETai, eIs t o ü t o SiaAúeofon*
icol oú yéveois f) f)8ovi^, t o ú t o v fj A ú t t t ) <p0opá. k o I Aéyóu-

6 25. Jiyoi -ti? Byw»ten XéyoiT\ oodd.


158

natural más fuerte que ellos mismos que tiende al bien propio de ellos.
. Tampoco parece acertado el argumento sobre el contrario del pla­
cer. Dicen, en efecto, que si el dolor es un mal no se sigue de ello que el
placer sea un bien, pues también se puede oponer un mal a otro mal,
y ambos pueden oponerse al estado neutral — y esto es bastante exac­
to— pero no tiene razón en el caso de que hablamos. Efectivamente,
si los dos fueran malos, deberían los dos ser objeto de aversión, y si no
fueran ni males ni bienes, no lo sería ninguno, o lo serían por igual; y
es evidente que al uno se le rehuye como a un mal y al otro se le elige
como un bien; de este modo, pues, son opuestos el uno al otro.

Tampoco de que el placer no sea una cualidad Be sigue que no sea


un bien; en efecto, tampoco son cualidades las actividades de la virtud,
ni la felicidad.
Dicen, por otra parte, que el bien es determinado y el placer indeter­
minado, porque admite el más y el menos. Ahora bien, si juzgan así
partiendo del placer que sentimos, lo mismo ocurrirá con la justicia
y con las demás virtudes, de las cuales manifiestamente se dice que
las personas de determinado carácter están más o menos dotadas de
ellas u obran más o menos de acuerdo con las virtudes: hay hombres
más o menos justos y fuertes, y es posible practicar más o menos la jus­
ticia y la continencia. Si juzgan por los diferentes placeres, es posible
que no digan la verdadera causa, si los unos son puros y los otros mez­
clados. Además, ¿qué impide que ocurra con el placer lo que con la
salud que, siendo determinada, admite, sin embargo, el más y el me­
nos? En efecto, no se da la misma proporción en todas las cosas, ni
una sola proporción siempre en la misma cosa, sino que, aun relaján­
dose, permanece hasta cierto punto, y difiere por el más y el menos.
Algo semejante puede ocurrir con el placer.
Por otra parte, suponiendo que el bien es perfeoto y los movimien­
tos y el devenir son imperfectos, intentan poner de manifiesto que el
placer es un movimiento y un devenir. Pero no parecen tener razón ni
aun en decir que es un movimiento. A todo movimiento, en efecto, pa­
recen pertenecerle la velocidad y la lentitud, si no por sí mismo, como
al del cosmos, con relación a otra cosa; y al placer no le pertenecen
ni la una ni la otra. Uno puede, en efecto, sentirse rápidamente afecta­
do por el placer como por la ira, pero no es posible estar gozando rá­ 1173 b
pidamente, ni siquiera con relación a otro; en cambio, sí se puede an­
dar de prisa, o crecer, o cualquier cosa semejante. Por consiguiente, es
posible entrar en un estado de placer rápidamente, o lentamente, pero
no es posible ejercer rápida ni lentamente la actividad misma del pla­
cer, es decir, gozar. '
¿Y cómo podría ser un devenir? Se considera, en efecto, que una
159

ai Bé t Í|v pév Xúttt|v évSeiav toO Kcrrá 9Úaiv elvai, Tfjv 8’


íjBovfiv ávcnrXi'ipcoaiv. toOto Sé acoporriKá éori Tá iráOr|.
10 eI Bt'i éon toO kotóc 9Úatv ávairXi'ipcoais í) év <£ fj
ávarrXi'ipcoais, t o u t ’ áv Kai fjSoiTO- t ó acopa ápa* oú 6o-
keí 5é* oúB’ éonv áp a f) ávairXi'ipcoais f|5oW|; áXXá yivopé-
vt)5 pév ávarrXTipcóaEcos fjSorr’ áv tis , Kal f TEpvópevos f
XuttóIto. f) Só£a 6’ aúrrj BokeI yEyevfjaOai éK tcov Trepl tÍ|v
15 TpcKp^v Xuircóv koI f)6ovcov évSeeís y áp yEvopévovs Kal
TrpoXurrnQévTas T^SficrOai -ríj ávairXTipcíxrei. to ü to 6’ oú irepl
irá a a s avppaivEi Tás f|Bovás* áXvmoi y áp elaiv a! Te paOr)-
panK al xal tcóv KOTá Tás aiaOr'iaeis a l Siá ttís óa9pi^aecosr
Kal áxpoápaTa Sé Kal ópápaTa iroXXá Kal pvfjpai Kal IXirí-
20 Ses* tívos oúv aÚTai yevéaeis SaovTai; oúBevós y á p gvSeta
yeyévTiTOt, oú yévoiT* áv ávairXi'jpcoais. irpós Sé to ú s irpo-
9épovTas Tás éiToveiBíoTous tcóv fiSovcóv Xéyoi ti s áv ó ti
oúk §oti TaüO’ f)5éa (oú y áp el to ís kokcós SiaKeipévois f)Séa
éorlv, olriTéov a ú r á Kai f|Séa elvai irXf)v to ú to is, KaQáirep
25 oúSé TáToIs Kápvouaiv úyieivá f| yXuKéa f| iriKpá, oúS* a ú
Xeuxá Tá 9aivópeva to ís ¿98aXpicóaiv)* f| oútco Xéyoi t i s
áv, ó ti ai pév f]6oval alprral elaiv, oú pí)v áiró ye toútcov,
cócnrep Kal t ó irXouTeív, irpoSóvn 5’ oú, Kal t ó úyiaíveiv, oú
pf]v ónoüv 9ayóvn* tco eTBei 5i09épouaiv ai íjSovaí* éte-
30 pai y áp ai áiró tcóv koXcov tcov áiró tcóv alaxpcóv, Kal oúk
Iotiv fioOijvai Tfjv to ú Sikoíou p#| ó v ra SÍKaiov oúSé TÍ|V toO
pouaiKou pf| ó v to pouaiKÓv, ¿poicos Bé Kal érrl tcóv áXXcov.
ép9avl3eiv Bé Sokeí Kal ó 9ÍX0S fTepos cóv to ú kóXokos oúk
oúaav áyaOóv’n 1]v f|Sovf|v f| Sia9Ópous eíSer ó pév y á p irpós
TáyaOóv óptXeív Sokeí, ó Sé irpós fiSovi'iv, Kal tco pév óveiSÍ-
1174o 3erai, tóv 5’ éiraivouaiv cbs irpós &repo ópiXoúvTa. oúBeis
t ’ áv IXoito jf)v iraiBíou Siávoiav ix oúV 5iá (3lou, f|6ópevos
É9* oís T á iraiSía cbs olóv t e páXiora, oúBé xa ípeiv iroicóv t i
tcóv ataxíOTCOv, pr|6éiroTe péXXcov Xuirr|Ofjvai. irepl iroX-
6 Xá Te arrouS^v irornaaípeO’ áv Kal el pr)Sepiav éiri9époi f)Bo-
vi“|v, olov ópocv, pvT|poveúeiv, elSévai, Tás ápeTás ?XElv- ?'
é£ áváyKTjs éirovTai to ú to is fiSovaí, oúSév Bia9épei* éXoipe-
Oa y á p áv TaCrra Kal eí pfj yívoiT* á ir’ aúrcóv ^Bovi^. ó t i

1174 a 17. 6Xov] t í Xciov Kb M4.


159

coba cualquiera no nace o deviene de otra cualquiera, sino que se di­


suelve en aquello de donde deviene, y el dolor es la destrucción de aque­
llo de lo cual el placer es la génesis.
Dicen también que el dolor es la privación de ló que es conforme a
la naturaleza, y el placer la satisfacción. Pero estas afecciones son cor­
porales. Por consiguiente, si el placer es un sentirse satisfecho de lo que
es conforme a la naturaleza, aquello en que se da la satisfacción será
también lo que experimente placer; luego será el cuerpo; no es esto,
sin embargo, lo que se cree; por tanto, tampoco la satisfacción es placer,
si bien uno puede sentir placer al producirse la satisfacción, como
sentir dolor al ser operado. Esta opinión parece haber nacido de los
dolores y placeres de la nutrición, pues cuando la necesidad de alimento
se hace sentir y produce dolor, después se experimenta placer al satis­
facerla. Pero esto no ocurre con todos los placeres: el placer que lleva
consigo el aprender, y de los placeres sensibles, los del olfato, y muchos-
sonidos y vistas, y recuerdos, y esperanzas, no van precedidos de do­
lor. ¿De qué, entonces, serán generaciones estos placeres? No ha habido
en efecto, necesidad de ninguna cosa de la cual ellos puedan ser la
satisfacción.
Contra los que alegan los placeres reprochables podría decirse que
esos no son placeres (en efecto, si algunas cosas resultan agradables a
los que tienen una disposición viciosa no se ha de pensar por eso que
son agradablés, excepto a ellos, como tampoco pensamos que Bon sanas,
o dulces, o amargas, las cosas que se lo parecen a los enfermos ni que
son blancas las que se lo parecen a quienes tienen una enfermedad de
los ojos). O bien podría decírseles que los placeres son deseables, pero
no se consiguen por esos medios; lo mismo que es deseable el enrique­
cerse, pero no a costa de una traición, y el disfrutar de salud, pero no
a cambio de comer cualquier cosa. O también que hay diferentes espe­
cies de placeres, unos que derivan de fuentes nobles y otros de vergon­
zoso origen, y que no es posible gozar del placer del justo si no se es
justo, ni del músico no siendo músico, y lo mismo tratándose de los
demás.
E l hecho de que el amigo sea distinto del adulador parece también
poner de manifiesto que el placer no es un bien, o que hay placeres
de diferente especie; pues se considera que el uno nos trata con vistas
al bien, y el otro con vistas al placer, y al uno se le censura mientras
que al otro se le alaba en la idea de que busca nuestro trato con otras 1174 a
miras. Y nadie elegiría vivir toda la vida con la inteligencia de un niño
aunque fuera disfrutando en el más alto grado con todo aquello de que
disfrutan los niños, ni complacerse en hacer algo vergonzoso aun cuan­
do nunca hubiera de sentir por ello dolor alguno. Y hay muchas coBas
por las que nos afanaríamos aun cuando no nos trajeran placer alguno,
por ejemplo, ver, recordar, saber, poseer las virtudes. E l que necesa­
riamente sigan placeres a estas cosas, nada importa, pues las elegiria-
160

pév oúv o ú te T áy aO ó v f) f|8ovf] o ú te ir a c a alpen1!, SfjAov


10 Ioikev slvai, Kal ó t i elcrí tiv e s aípE T al k o 0 ’ ctírrás S ^ é p o v o c a
tc o eíSei f| á 9 * ¿bv. r á pév oúv Aeyópeva rap l t í í s ¿i8ovf¡s
Kal Aúrrns Ikovcos elp^aOco.
4 TI 6 ’ écrrlv f| iroíóv t i, KotTa9avéorepov yévoiT’ áv árr’
ápxfjs ávaAapoücnv. SokeT y á p pév Spaais ko 9’ óvtivoOv
15 xpóvov teAeIo E lv ar oú y á p éotiv év8ef)S oúSevós ó els úote-
pov yivópEvov teAeicóctei aÚTfis t ó e18os‘ toioútc¡> 6 ’ Soike
Kal f] fjSoW). óAov y á p t i éarí, koI k o t’ oúSéva xpóvov Aá-
Poi t is áv f)5ovf)v fjs érrl ttAeíco xpóvov yivopévris teAeicoWi-
CTETai TÓ eléos. SlÓTTEp OÚ8 é KÍVtlols éOTIV. év XP¿V<+» y á p
20 irSo a kívt|ctis Kal téAous tivós, olov f| oIkoSopiki1), Kal te-
Aeía ó to v ttoitiot] oú ^ (rra i. f| év áiravri Sfj tco X P ^ V
fi Toírrcp. év Sé toTs pépEai Kal tc|d XP* ^ 5 ’n’á a a i áTeAETs,
Kai ETEpai tco eíSei Tfjs óAris Kal áAAr)Acov. f) y á p tcóv Aí-
0 cov ctúvOectis éTépa Tfjs toO kíovos (iapScóaEcos, Kal aúrai
26 ttís to ü vaoü Troir|crecos- Kal f| pév to ü vaoü teAeIo (oúSevós
y á p évSefis irpós t ó npoK elpevov), f) Sé t¡ís Kpt|TrTSos Kal
to ü TpiyAúq>ou óteA^s' pépous y á p éKcrrépa. tco eíSei oúv
Sa9Épou<7i, Kal oúk éotiv év ótcooüv xp¿v¥ XapElv kívt|ctiv
teAeIov tco eíSei, áAA’ E Ím p, év tco áTravTi. ópoícos Sé Kal
30 érrl paSÍCTECos Kal tcóv Aoittcov. el y á p éoriv f) 9 o p á k ívti-
ctis iródev tfoT, Kal to ú tt)s 81090pal k o t’ eíSri, irrfjCTis p á 8 i-
cjis áAcris Kal T á ToiaCha. oú póvov 6 ’ oútcos, áAAá Kal év
otúrfj t t ) paSícrer t ó y á p ttóQev ttoT o ú t ó aú ró év tco crra-
Sícp Kal év tco pépEi, Kal év éTépcp pépsi Kal év éTépco, oúSé
t ó SiE^iévai TÍ)V ypappfjv tt|vSe KÓtKEÍÍ>r|V oú póvov y á p
11746 ypappT]v SioTropEÚETai, áAAá koI év tóttco oúaav, év érépcp
8 ’ oútt| éKEÍVTjs. 81’ áxpiPeías pév oúv Trepl kivi'ictecos év áA-
Aois eípTyrai, éoike 8 ’ oúk év áiravTi xpóvco teAeío eIvoi, áAA’
a l iroAAol óteAeTs Kal Sia9 épouáai tc¡¡> eíSei, EÍTrep t ó ttóOev
6 ttoT eISottoióv. Tf)s f)Sovfis 8 ’ év ótcooüv xpóvco TéAeiov t ó
eISos. SfjAov oúv cbs ¿repetí t ’ áv eTev áAAí'iAcov, Kal tcov
¿Acov t i Kal teAeícov f| f|Sov^.. Sóbete 8 ’ áv to ü to Kal ék
to ü pf) év8 éxEo6 at kiveToOoi pf) év XP¿vco, ^Sea^ai 8 é‘ t ó y á p
év tco vüv óAov t i. éK toútcov Sé SfjAov Kal ÓTI OÚ KaÁcós

b 18. bdarry Mb Alez. AphrodL: íxao-rov Tnlg.


160

moa aunque de ellas no se originara placer. Parece claro, por consi­


guiente, que ni el plaoer es el bien, ni todo placer es apetecible, 7 que
algunos son apetecibles por si mismos, difiriendo de los otros especí­
ficamente, o por sus fuentes. T a propósito del placer 7 del dolor, bas­
te con lo dicho.

Qué es el placer 7 de qué naturaleza son cuestiones que estarán


más claras si volvemos a tomarlas desde el principio. L a visión parece
ser, en cualquier momento, perfecta: no carece, en efecto, de nada que,
produciéndose después, perfeccione su forma. En esto se le pareoe el
placer, que es también un todo completo, 7 en ningún momento podría
tomarse un placer tal que, prolongándose en el tiempo, se perfecciona­
se en cuanto a su forma. Por eso el placer no es movimiento, 7a que todo
movimiento transcurre en el tiempo 7 tiende a un fin, por ejemplo, la
edificación, 7 es perfecto cuando ha alcanzado el fin a que tendía, es
decir, en la totalidad del tiempo o en ese momento determinado. En
sus partos, 7 en el tiempo que éstas duran, todos son imperfectos, 7
distintos en forma del movimiento total, 7 unos movimientos parciales
de los otros. Así la colocación de las piedras es distinta de la estila­
ción de la columna, 7 ambas cosas lo son de la construcción del templo,
7 la construcción del templo es completa (pues no le falta nada para el
fin propqesto), pero la colocación de los cimientos o la de los trigli­
fos es incompleta, porque una 7 otra son parciales. Por eso son espeoí»
ficamente diferentes, 7 no es posible, en un tiempo cualquiera, encon­
trar un movimiento perfecto en cuanto a la forma, a no ser en la totali­
dad del tiempo. Lo mismo si se trata de la marcha 7 de los demás mo­
vimientos. Pues si la traslación es un movimiento de un lugar a otro,
ha7 también diferentes formas de traslación: el vuelo, la marcha, el
salto, etc,. Y no sólo de ella, sino de la misma marcha, porque el de
dónde 7 el a dónde no son los mismos en el estadio entero que en úna
parte de él, ni en una parte que en otra, ni es lo mismo pasar esta raya
que aquélla, pues no se atraviesa meramente una ra7a, sino una ra7a 1174 6
que está en un lugar, 7 ésta en distinto lugar que aquélla. Del movi­
miento hemos hablado con todo rigor en otro lugar (3), 7 parece que no
ha7 movimiento completo en un tiempo cualquiera, sino que los movi­
mientos, muchos en número, son incompletos 7 diferentes en forma
puesto que el de dónde 7 el a dónde es lo que da a cada uno su forma»
es evidente, por tanto, que el placer 7 el movimiento tienen que ser.
cosas distintas la una de la otra, 7 que el placer es del número de las
cosas enteras 7 completas. Lo mismo podría deducirse también del

(3) En la Física.
161

lo A é y o u o i k ív t io iv fj y év eaiv elv a i T f|v f)8oW |v. o ú y á p n á v -


tc o v t o O t o A é y e ra i, áA A á t<Sv pEpioróóv Kal pf) ó A c o v oú6¿
y á p ó p áaE íós É o n yévEcris oúSé a n y p f ) S oúSé p o v á S o s, oú8é
to ú tc o v oú0Év k ív t)o is o ú 8 é yÉVEais* o ú8é 5f] f|8 o v fjs' ó A o v
y á p t i . Alo6i*|o-£cos Sé ir á o T is irp ó s t ó aÍCT0T)TÓv ÉVEpyoúor|s,
16 teA eíco; 8é T fjs eú SiaKEipévns Trpós t ó K áA A iorov t c ó v ú rró
-rf|v aícrOriaiv ( t o io u t o v y á p p á A io r ’ eIvoi SokeI f| TEAEÍa
ÉvépyEia- aCnrf)v Sé AéyEiv évEpyElv, íj év cjh é o rl, pt|0év 8 ia -
<pEpérco), Ka0* éKácnT|v Sí] |3eA t,.ott| écttIv f) évépyEia t o u
á p i o r a SiaKEipévou irp ó s t ó K p á n o r o v tc o v útt* a ú n 'iv . a ú n )
20 8 ’ á v te A e io tó tt) eTti Kal f)8íoT q. Kcrrá ir a a a v y á p aTaOr)-
a ív É o n v fiSovi1!, ópoícos 5é Kai S iá v o ia v Kai 0Ecopíav, f |8 ío n )
8 ’ f) TeAsiOTárri, TEAEioTán) 8 ’ f) to O eú i x ovT°5 irp ó s t ó
OTTOu8atÓTOTOv tc o v ú t t ’ a ú n 'iv - teA eioI Sé Tfiv évépyeiav f|
flSoWl. OÚ TÓV aÚTÓV Sé TpÓTTOV fj t e f)8ovf) teA eioI K al t ó
26 a la d r |T Ó v t e K a l tj a T a O ria is, c n ro u S a la ó v to , áxnrE p oúS ’ f|
úy ÍE ia Kal ó iorrpós ópoícos criTÍa é o r l t o ú úyiaívE iv. ko 6 ’
éKá<nT|v 8’ aío6T jaiv ó t i ylvETai f)8oW|, SfjAov (<papév y á p
ó p á p c r r a Kal á K o ú a p c rra filván f|8éa)* SfjAov 8 é Kal ó n p á -
A io to , érrEiSáv f | t e aíoO rjcns 5 k p o tíc ttt) K a l irp ó s t o i o u t o v
30 ÉVEpyfj- to io ú tc o v 8’ óvtcov t o O t e a la 0 T )T o ü Kal t o u atada-
v o p é v o u , áEl é o r a i r)Sovf) C n rá p x o v T Ó s yE t o O t e ttoii'jo’o v to s
K a l t o u TTEiCTopévou. teAeioT Sé TÍ)V ÉVÉpyElOV f| f)Sovf) OÚX
cbs A é^is É v u rrá p x o u a a , áAA’ cbs ÉTriyivópEvóv t i té A o s, olov
toT s á K p a ío is f| copa.- icos á v o úv t ó t e v o t^ tó v fj alaOr^TÓv
1176 o f¡ olov SeT Kal t ó Kplvov fj 0Ecopoúv, l o r a i év t t ] ÉVEpyEÍqt f)
.flSovVj- ópoícov y á p óvtcov K a l Trpós áAAr)Aa t ó v o ú tó v Tpó-
TTOV éxÓVTCOV TOÜ TE TTO0T]T1KOÜ K a l TOÜ TTOlT]TlKOÜ TCXÚTÓ
TrécpuKE yívE<T0ai. ttcos oúv oúSeIs auvEX¿ós ^Setoi ; f| Káp-
6 vei ; irávTa y á p Tá ávOpcoireia áSuvaTEi ctuvexcos évepyEív.
oú yívETai oúv oú8’ f|SoviV IrrETai y á p tt¡ évepyeíg. 2via
Sé TépiTEi Kaivá ó v t o , úcmpov Sé oúx ópoicos Siá t o ú t ó 1 t ó
pév y áp irpcórov T r a p a K é K A iy r a i f) Siávoia K a l SiarETapévcos
iTEpl a ú rá é v E p y E l, á x n r E p K O T á t ^ v ó y i v o l ÉppAérrovTES,
io p e ré iT E iT a 8’ oú T o i a ú n ) f) évépyEia áAAá TrapTjpEATipévry 8ió
K a l f| f|8ovf| ápaupoÜTai. ópéyEoOat 8é Tfjs f|Sovfjs oIti0eíti
t i s áv árrairras, ó n Kal t o ü jfjv árravTES éipÍEVTar f| 8é
jcof) évépyEtá n s é c r r í, K a l ÉKaoros iTEpl t o u t o Kal t o ú t o i s
161

hecho de que no es posible moverse sino en el tiempo, pero si es posi­


ble gozar, porque lo que tiene lugar en el momento presente es un todo.
De estas consideraciones resulta claro también que no tienen razón
los qué dicen que el placer es un movimiento o una generación, pues
éstos no pueden atribuirse a todas las cosas, sino sólo a las divisibles
7 que no son un todo; en efecto, ni ha7 generación de la visión, ni del
punto ni de la unidad ni de ninguna, de estas cosas ha7 movimiento
ni génesis; luego tampoco los ha7 del placer, porque es un todo.
Puesto que todo sentido actúa con relación a su objeto, y lo hace
perfectamente el que está bien dispuesto hacia lo más excelente que
por él puede ser percibido (en esto principalmente parece consistir, en
efecto, la actividad perfecta, 7 lo mismo da decir que es ella la que ac­
túa o el órgano en que se da), en cada sentido será la mejor la activi­
dad del órgano que esté mejor dispuesto respecto de lo más excelente
que cae bajo su radio de acción, 7 esta actividad será a la vez la más
perfecta 7 la más agradable. Pues si bien toda actividad va acompaña­
da de placer, e igualmente todo pensamiento 7 contemplación, es más
agradable la más perfecta, 7 es la más perfecta la del órgano bien dis­
puesto respecto de lo mejor que cae bajo su radio de acción, 7 el pla­
cer perfecciona la actividad. Pero no la perfecciona el placer de la
misma manera que la unión de sentido 7 objeto sensible, amboB buenos,
como tampoco la salud 7 el médico son del mismo modo causa del estar
sano. (Que con toda sensación se produce placer, es evidente — de vis­
tas 7 sonidos decimos, en efecto, que son agradables— , 7 es evidente
también que el más alto grado de placer se produce cuando el sentido
es más excelente 7 actúa respecto de un objeto semejante; siendo tales
el que siente 7 lo que se siente, habrá siempre placer, puesto que se darán
el elemento activo 7 el pasivo.) E l placer perfecciona la actividad, no
como la disposición que le es inherente, sino como cierta consumación
a que ella misma conduce, como la juventud a la flor de la vida. Por
consiguiente, siempre que lo que se piensa o lo que se percibe por los
sentidos sea como debe, 7 lo sea igualmente la facultad que juzga o con­
templa, se dará en la actividad el placer; porque siendo el agente 7 el 1176 a
paciente semejantes, 7 estando dispuestos el uno hacia el otro de la
misma manera, se produce naturalmente el mismo efecto.
¿Cómo, entonces, nadie está gozando continuamente? ¿Es que nos
cansamos? Efectivamente, todas las facultades humanas son incapa­
ces de estar en continua actividad. Por consiguiente, tampoco enton­
ces se produce placer, 7a que el placer sigue a la actividad. Por la misma
razón algunas cosas nos deleitan cuando son nuevas, 7 después no tan­
to, porque al principio la mente se halla excitada 7 ejerce una activi­
dad intensa en relación con ellas, como los que fijan la vista en algo,
7 después la actividad 7a no es la misma, sino descuidada, 7 por eso
el placer B e desvanece.
Podría pensarse que todos aspiran al placer porque todos desean
i6 a

évepyel & Kal páAior’ áyarrqt, olov ó pév poucnKÓs tí¡ áKoq
is Trepl tó c péXT), ó 5é 9iAopa9f|s T fi Siavolqc Trepl tó c decopi^pa-
Ta, o ú t c o 6é Kal t c o v X o ittc S v ?Ka0T0S‘ f| 6* f)6ovf| teXeioí
tó c s évepyEÍas, Kal t ó jfjv 6i*|, oú ópéyovnrcn. eúXóycos oühi
Kal t t í s f)6ovfjs éipíevTai* teXeioí y á p éKÓcoTcp t ó jfjv, alpe-
t ó v óv. n Ó T E p o v Sé Stóc xfjv f)Sovf)v t ó jfjv alpoúpE0a ^ Stóc
20 t ó jfjv t í j v í|5ovi^v, á(peía6co év t g í irapóvri. CTuvejeOxOcn
pév y áp T ocuTa q x slv eT ai Kal xcopiapóv oú 8éxeo0a r áveu t e
y á p évepyslas oú yíveTai í|5ovi^, i r a a á v t e évépyEiav teXeioí f|
5 fiSovi'i. *O0év SoicoOai Kal Tcp eTSei Sú^pépEiv. Tá y á p {hi­
pa TCp éíSei Ú9’ éTépcov oIópe6oc téXeioüo0oci ( o ú t c o y á p 90CÍ-
26 v e t o i Kal Tá 91/cnKa Kal Tá ú t t ó Téxvris, olov 3¿oa Kal Sév-
Spa K al ypa9f) K a l áyáX pa K a l ohcia K al c tk e ü o s ) ' ¿poicos
Sé Kal Tás évEpyEÍas Tás SuwpEpoúcras Tcp eTSei ú t t ó Sia9Epóv-
tc o v eíSei teX eioO ctG oi. Sia9Épouai 8’ a l Tqs Siavoías tc o v
Korrá T á s aloO^creis Kal a Ú T a l áXXiI|Xcov k o t ’ elSos- Kal a l
30 TEXEioOcrai Sfj f| 6 o v a í. 90cveít) 6 ’ áv t o ü t o Kal éK t o ü ctu-
VCpKElCÓO&Il TCOV f)SoVCúV éKáOTTlV TQ évEpygl^ f|V teXeioT.
owaú^Ei y á p tíjv évépyEiav t\ oiiceía f|8oviV paXXov y áp
iK acrra Kpívouai K al é^oK pipoüaiv o l pe0’ f)8ovf¡s évEpyoüv-
t e s , olov yECoperpiKol y lv o v r a i o l x<*lpovres tc o yecoprrpeTv,
3« Kal k o t o v o o ü o t v É K aora paXXov, ¿poicos Sé Kal o l 91XÓPOU-
a o i Kal 9iXoiKo5ópoi Kal t c o v áXXcov iKaoToi hriSiSóaaiv eIs
t ó oIkeIov épyov xalpovTES aÚTcp* auvaú^ouai Sé a l f]Sovai,
1176 b T á Sé auvaú^ovTa olrela* t o I s éTépois Sé tc o eíSei Kal T á
o l m a §T gpa tc ¡) eíSei. S n Sé paXXov t o ü t ’ &v «pocvEÍT) éK t o ü
Tás <Scq>> ÉTépcov f)Sovás épiroSlous Tais évEpyEÍais e Iv o i. ol
y á p 9ÍXauXoi áSuvaTOÜcri toTs Xóyois Trpocr¿xeiv> éócv K a ra -
5 Koúcicoatv oúXoüvtos, paXXov x®ÍPOVTES ocúXtitikíü Tfjs n a -
poúoT)S évEpyEÍas* t\ Kará tíjv aúXr)TiKÍ)v oúv ^8ovf| tÍ)v
Trepl tó v Xóyov évépyEiav 90EÍpei. ¿poicos Sé t o ü t o Kal érrl
t c o v áXXcov aup^aívEi, ¿ t o v á p a Trepl Súo évEpyfj- í| y áp
flSlcov t^ v érépav éKKpoúei, k&v ttoXú Sia9épi] Kcrrá tí'iv f)So-
10 vf|v, paXXov, cóctte ptiS’ évEpyéTv K ará Tf)v éTÉpav. Sió x°d-
povTES ¿TCpoüv cnpóSpa oú irávu Spcopgv §TEpov, Kal áXX a
Troioüpsv áXXois f)pépa ápECTKÓpEvoi, olov Kal év toTs 0Eá-
Tpois ol Tpcryn poctIjovtes, ¿ tc x v 90CÜX01 ol ócycovijópevoi c&at,
tó te páXior’ ocútó Spcóaiv. érrel 5’ fj pév olKEÍa fjSovf) é£a-
14B
vivir; pues la vida es una actividad, y cada uno se ejercita en y con
aquello que más ama: el músico oyendo melodías, el estudioso ocupan­
do su mente con los objetos de su consideración, y asi todos los demás,
y como el placer perfecciona las actividades, perfecciona también la
vidá, que todos desean. Es razonable, por tanto, que aspiren también
al placer, puesto que perfecciona la vida de cada uno, que le es apete­
cible. Dejemos por ahora la cuestión de b í apetecemos la vida por causa
del placer o el placer por causa de la vida. Ambas cosas, en verdad, pa­
recen encontrarse unidas y no admitir separación, va que sin actividad
no hay placer, y el placer perfecciona toda actividad.

Por la misma razón parecen los placeres diferir también específi­


camente, ya que creemos que las cosas distintas específicamente son
perfeccionadas por cosas distintas (evidentemente, en efecto, es asi tra­
tándose tanto de las cosas na'turales como de las que son producto del
arte, de los animales y los árboles como de la pintura y la estatua, la
casa y el mobiliario). Del mismo modo, las actividades específicamente
diferentes serán perfeccionadas por cosas específicamente diferentes.
L a actividad de la reflexión difiere de las actividades de los sentidos,
y éstas difieren entre si específicamente; luego también los placeres que
las perfeccionan.
Lo mismo podría deducirse del hecho de que cada placer -está inti­
mamente unido a la actividad que perfecciona. En efecto, cada activi­
dad es intensificada por. el placer que le es propio, y asi juzgan mejor
y hablan con más exactitud de cada cosa los que se ejercitan en ella con
placer; por ejemplo, llegan a ser geómetras y comprenden mejor la geo­
metría los que se deleitan en ella, y asimismo los aficionados a las artes,
a la arquitectura, etc., se entregan a la obra que les es propia encon­
trando placer en ella. Por consiguiente, los placeres intensifican las ac­
tividades, y lo que las intensifica les es propio; y a cosas distintas espe­
cíficamente les son propias cosas distintas específicamente. 1175
Esto resultará todavía más claro del hecho de que el placer pro­
ducido por uha actividad es un obstáoulo para otra. Asi los aficiona^
dos a la flauta son incapaces de prestar atención a una conversación si
están oyendo a un flautista, porque encuentran mayor deleite en su
arte que en la conversación presente; luego el plaoer de la flauta des­
truye la actividad de la conversación. Lo mismo acontece en los demás
casos, siempre que nos ejercitamos a la vez en dos cosas: la más agra­
dable expulsa a la otra, y tanto más cuanto tthU la aventaja en placer,
hasta el punto que no podemoB oouparnos activamente de la otra. Por
eso cuando nos deleitamos profundamente en algo' no hacemos en ab­
soluto otra cosa, y hacemos una cosa cuando no nos agrada mucho otra;
sai los- que comen golosinas en los teatros lo hacen sobra todo cuando
168

15 *pi|3oT t í s évepyEÍas Kal xpov/iarrlpas Kal PeAtíovs ttoieT, al


5’ áAAórpiai Aupaívovrai, BfjAov cbs ttoAú BieotSotv. ct^e-
Bóv y áp al áAAárptai f|Soval ttoioüctiv óirep al olxElai Aurrai*
<p6sípouai y á p Tás évEpyEÍas a l olxElai Aürrai, olov eT tco tó
ypáipEiv áT)Sés Kal éttíAuttov ^ t ó AoyíjEaOar ó pév y á p oú
20 ypá9£i, ó S’ oú AoyijeTai, Aurrnpás oúcttis Tfjs évEpyEÍas:
ovpfkrfvEi 6f| Trepl Tfjs évepyEÍas toúvovtIov áiró tcóv oIkeícov
f|8ovcóv te K al Avnrcóv oIkeToi 8’ elalv al érrl tt¡ ÉVEpyEÍqt
Ka0’ aÚTÍjv yivópevai. a l 8’ áAAÓTpiai f)8oval eIpT)Tai ó ti
irapairAi'io-ióv t i tt¡ Aúmj ttoioüctiv «pQeípouai y áp , irAfjv
26 oúx ¿poicos. SiaipEpouccSv Sé tcóv évepyeicov érriEiKEÍ? Kal
(pauAóiriTi, Kal tcóv pév alpETcóv oúacóv tcóv Sé 9euktcóv
tcóv 5’ oúBeTÉpcov, ¿poicos ?xOU(Tl Kal al ^Bovaí* xa0’ éxá-
ornv y á p évépyeiav oíkeío f|8ovf) Iotív. f| pév oúv tt¡ ctttou-
Baícjt oíkeío érneiKi'is, Bé -rrj <paúAi] poxOripá* Kal y á p al
30 émÓupíai tcov pév koAcóv érraivETaí, tcóv B’ alaxpcóv v^Eicral.
olKEiórepai Sé Tais évEpyEÍais al év aúrocls f)8oval tcóv ópé-
$egjv a i pév y á p Bicopiapévai eIctI Kal toIs xpóvois Kal tt¡
9Ú0EI, a l Bé aúveyyvs to ís évepyEÍais, Kal áSiópiOTOi oútcos
cóot’ ?xeiv á p 9 iCTpt^TTi(Tiv eI to ú tó v éonv f) évépyEia Tfj f|Bo-
36 vfj. oú pf|v Éoixé ys f) f|8ovf| Stávoia eIvoi oúS* oíct0t|ctís
(áTOTTOv yáp), áAAá Siá t ó pf) x<apÍ36a 0oa 9alvÉTaí ncn raú-
tóv. úorrep oúv al évépyEiai tropai, Kal al f|8ovaí. 8109!-
m ea pEi Bé f| óvf/is á 9 fjs Ka6apeiÓTT)Ti, xal áxof) Kal Óa9 pr)ais yeú-
<jecús* ópoícos Bf) Suxpépouoi Kal al f|8oval, Kal toútcov al
Trepl TÍjv Siávoiav, xal éxárEpai áAAi'jAcov. SokeI 6’ eIvoi
éxáorcp jcjxp koI f|Bovf) oIkeío, áxrrrep koI 2pyov f) y áp
5 KOTá tV|v évépyEiav. xal ¿9’ ÉKáorcp Sé 6scopoüvn t o ü t ' áv
9avElr)- ÉTépa y á p Tttttou f)BoW) xal xuvós koI ávdpcóirou,
xa6áirep *HpáxAeiTÓs 9T|<riv óvouj CTÚppar* áv éAéo6ai paA­
Aov x p v o ó v fjSiov y áp yjpvaob TP09Í1 óvot$. a l pév oúv
t¿óv ÉTépcov Tcp eTSei Sia9épovo,iv eTSei, Tás SÉ T¿ÓV aÚTCÓV
10 áSia9Ópous EÚAoyov elvai. SiaAAáTrouoi 6' oú apixpóv érrí
ye tcóv áv0pcómov Tá y á p aCrrá to ú s uév TÉpirei toú$ Sé
Avrrel. Kal T0I5 pév Aurrripá xal pioTjTá éo n to Is Sé f)8éa xal
9iAí)Tá. «al t n \ yAvxécov Sé to ü to oup^aivEi- oú y á p Tá

1176 a 1. xsAafi&njTi oodd. || 18 AyaWí D j water. 6 oodd.


163

loa autores que se disputan el premio son malos. Y puesto que el pla­
cer que les es propio afina las actividades y las hace más duraderas
y mejores, mientras que los placeres de otras las deterioran, es eviden­
te que ésos placeres están muy distantes los unos de los otros. Efecti­
vamente, los placeres ajenos a una actividad hacen aproximadamente
el mismo efecto que los dolores propios de ella, y éstos la destruyen;
por ejemplo, si a uno le es desagradable y penoso escribir, o calcular,
no escribe, o no calcula, porque le es penosa esa actividad. Luego los
placeres y dolores que les son propios producen efectos contrarios en
las actividades, y son placeres propios de una actividad los que esa ac­
tividad, de por si, trae consigo. En cuanto a los placeres que son ajenos
a una actividad, h e m o B dicho que produoen un efecto m uy semejante
al del dolor, ya que destruyen, si bien no de la misma manera.
Difiriendo las actividades por su bondad o maldad, y siendo unas
dignas de ser buscadas, otras de ser rehuidas, y otras indiferentes, ocu­
rre lo mismo con los placeres, ya que cada actividad tiene su placer
propio. Asi, el propio de la actividad honesta seT á bueno y el de la mala
perverso, asi como el deseo de lo hermoso es laudable y el de lo feo cen­
surable. Sin embargo, los placeres están mucho más unidos a las acti­
vidades que los deseos, ya que éstos están separados de ellas tanto por
el tiempo como por b u naturaleza, mientras que Iob placeres les son
m uy próximos, y hasta tal punto inseparables de ellas que se discute
si la actividad es lo mismo que el placer. No obstante, el placer no se
parece al pensamiento ni a la sensación (es absurdo); pero, como no
pueden separarse, a algunos les parecen lo mismo. Por consiguiente,
asi como las actividades son distintas, lo Bon también los placeres. La
vista difiere del tacto por su pureza, y el oido y el olfato del gusto; del 1170 a

mismo modo difieren los placeres que les son propios, y de todos éstos
los del pensamiento, y dentro de cada grupo, un placer de otro.
Parece también que cada animal tiene un placer que le es propio,
asi como tiene una función, a saber, el que corresponde a su actividad.
Esto resultará también claro si los consideramos por especies: uno es
en efecto, el placer del caballo, otro el del perro, otro el del hombre.
Como dice Heráclito ( 4), los asnos prefieren la paja al oro, porque el pasto
es más agradable que el oro para los asnos. Asi los placeres de anima­
les específicamente distintos difieren específicamente, mientras que,
como es lógico, loa de los mismos animales no son diferentes. En los
hombrea variar} no poco, pues las mismas oosas agradan a unos j mo­
lestan a otros, siendo para unos molestas y odiosas y para otros gratas
y amables. Esto ocurre también con las cosas dulces, que no parecen
lo mismo al que tiene fiebre y al que está sano, asi oomo lo caliente tam-

(4) D M s,fr. 0.
1-64

a ú r á SokeT t u Trupérrovn Kal tc o úyiatvovn, oúSé Qeppóv


15 elvcn tc o áoQevcí Kal tc o eúektikco. ópoícos Sé t o ü t o k ó I é<j>’
trép tú v ffuppaívei. SokeT 6’ év ármen to T s t o i o ú t o i s eIvoi t ó
qxnvópEvov tc o cnrouSaícp. eí Sé t o u t o koAcós A é /e to i, ko-
éáTrep Soke!, Kal io n v éKáorou péTpov f| áprrfj Kal á y a 9ós,
t o i o u t o s , Kal f|Soval elev &v a l to ú t& j <paivópevai Kal f|6éa
20 oís o ú t o s X^P81* Sé to ú tc o Suaxspfí el Tcp <porfverai f)Séa,
oúSév 0a u p a o ró v iroAAal y á p 90opal Kal Aüpai ávSpcÓTrcov
y ív o v T a r fjSéa 8’ o ú k fonv, áAAá t o ú t o i s Kal o ú tc o Siokei-
pévois. Tás pÉv oúv ápoAoyoupévcos atcrxpás SfjAov <bs oú
9aTéov f|6ovás eTvai, irAf)v t o í s Sieq>8appévois’ t¿ ó v 6* émei-
26 kcov elvai Sokouacóv iroíav f| TÍva <paTéov t o u ávOpcbirou
elvai; ék tc o v évepyeicóv SfjAov; t o ú t o i s y á p firovTai al
fjSovaí. 6Tt’ o ú v pía é o tI v eTte ttAéíous a l toO teAeíou koI
paicopíou ávSpós» a l t o ú t o s teAeioOooi f)6oval Kuplcos Aé-
yotvT* áv ávflpcórrou f|Soval elvai, a l Sé Aomocl SeuTÉpcos Kal
30 itoAAootcós, ¿ócrrrEp a l évépyeiai.
6 Elptipévcov SÉ tcov Trepl Tás ápETás te koI «piAías Kal f|So-
vás, Aoittóv irepl EÚSatpovías TÚrrcp SieAdelv, érreiSfi téAos
oútíjv TÍOepev tóóv ávdpcoirtvcov. ávaAapoCei 6f) Tá irpoEi-
pripéva CTUirropcÓTEpos áv eTt] ó Aóyos. efrropev Sfj ó n oúk
36 fo n v i^is* Kal y á p tgí> koOeúSovti Siá piou úrrápxoi áv, <pu-
t£ 5v 3«ovn píov, Kal tco SucttuxoOvti Tá péyiora. et Sf|
1176 6 t o u t o pf| ápéoKEi, áAAá paAAov eIs évépyeiáv n v a ©etéov,
KaQáTTEp év to Is irpórepov eTpT]Tai, t¿ov 6’ Évepyeicóv a ! pév
eltnv ávayKoflai Kal Si’ trepa alpeTal a l SÉ KaO’ aú rá s, SfjAov
fin rf|v eúSaipovíav tcóv koO’ a ú rá s alpeTOv rtv á 0Eréov Kal
6 oú tóóv Si’ áAAo* oúSevós y á p ÉvSefjs f] eúSaipovía áAA’ aú -
Tápicns- Ka6’ aÚTás 6’ elalv alpeTal áq>* c&v pr)Sév ém3T|T€!-
r a i irap á -rf|v Évépyeiav. toioO toi 6’ elvai SoKoucnv a l k o t’
áperfjv irpá^eis* T á y á p icaAá Kal cnrouSaTa irpárrEiv t¿óv
Si’ a ú r á alpeT¿óv. Kal tcóv TraiSicov SÉ al f|8e!ar oú yáp
10 Si* trepa a ú rá s alpoOvTar pAárrrovTai yáp árr’ o ú t¿5v p5A-
Aov f\ ctxpeAoOvTat, ápeAouvTEs tcóv acopáVcov Kalrfjs k t^ -
oícos- KaTaíflEÚyouCTi 6* érrl Tás to io ú to s 6iaycoyás tóSv eú-
Saipovijopévcov ol ttoAAoí, Sió ira p á to ís Tupáw ois eúSoki-
pouciv ol év to ís TOiaCrrais Siaycoycís eÚTpáireAor ¿>v yáp
15 ÉipÍEVTon, év toútois TTapéxoucTi aipas oútoús f|5els, SéovTon
iti

poco parece lo mismo al enfermo que al que está bien. Lo minino ocu­
rre con las demás cosas. Pero se considera que, tratándose de cosas de
esta naturaleza, la impresión verdadera es la del hombre bueno; y si esto
es cierto, como parece, y la virtud y el hombre bueno en tanto que bue­
no son medida de cada cosa, serán placeres los que se lo parezcan a él,
y agradable aquello en que él se deleite. Si las cosas que para éste son
molestas parecen agradables a alguno, ello no es de extrañar, pues en
los hombres hay muchas corrupciones y vicios, y aquellas cosas Bon
sólo agradables para éstos y para los que están en sus condiciones. Por
consiguiente, de los placeres que, a juicio de todos, son vergonzosos no
se ha de decir que son placeres, excepto para los hombres corrompidos.
Pero de los considerados como buenos, ¿cuál, o de qué Índole hemos de
decir que es el propio del hombre? ¿No resulta esto evidente de sus ac­
tividades? A éstas, en efecto, siguen los placeres. Por consiguiente, ya
sea una, o ya sean muchas las actividades del hombre perfecto y feliz,
se dirá que los placeres que las perfeccionan son eminentemente pla­
ceres propios del hombre, y los demás, secundariamente y de lejos, asi
como las actividades a que corresponden.

6
Después de haber tratado de lo relativo a las virtudes, a las dife­
rentes clases de amistad y a los placeres, nos queda hablar sumaria­
mente de la felicidad, ya que la declaramos fin de todo lo humano. Nues­
tra discusión podrá ser más concisa si resumimos lo que antes hemos di­
cho. Dijimos, pues, que la felicidad no es un hábito o disposición por­
que, de serlo, podría darse también en quien pasara la vida durmien­
do, viviendo la vida de las plantas, y en el que sufriera las mayores
desgracias. T si esto no nos convence, sino que pensamos que más bien 1170 b
se la debe considerar como una actividad, como hemos dicho anterior­
mente, y si de las actividades unas son necesarias y se escogen por
causa de otras, y otras son deseables por si mismas, es evidente que la
felicidad se ha de contar entre las deseables por si mismas y no por
oausa de otra cosa, porque la felicidad no necesita de nada, sino que se
basta a si misma. Ahora bien, se eligen por si mismas aquellas activi­
dades en que no se busca nada fuera de la misma actividad. Tales pare­
cen ser las acciones virtuosas, pues el hacer lo que es honesto y bueno
pertenece al número de las cosas deseables por si mismas. Asimismo, los
juegos agradables, ya que no se buscan por causa de ninguna otra cosa;
al contrario, los hombres Teciben de ellos más daño que provecho, des­
cuidando su Balud y sus bienes. No obstante, la mayor parte de los que
son considerados felices recurren a tales pasatiempos; por eso en las cor­
tes de los tiranos son m uy estimados los que son hábiles en pasatiem­
pos de esa naturaleza, porque dan gusto a los tiranos en aquello que
más les interesa, y por eso éstos tienen necesidad de ellos. Esos juegos
parteen relacionados con la felioidad porque los que ocupan posició-
l« ñ

Sé t o i o ú t c ú v . S o k e I pév o ú v EÚScnpovixá TaCrra elvai Siá t ó


t o u s év SúvaoTEÍais év t o ú t o i s ánoo-xoAájeiv, oúSév 8’ locos
cttipeT ov ol t o i o u t o í elcnv oú yáp év t c ¡3 S uvacrreúeiv f) ápe-
TÍ) oúS’ ó voüs, ¿9’ cóv al cnrouSalcn évépyeiar oúS’ el áyeu-
20 crro i o ú t o i ó v tc s T)Sovfís elAixpivoüs Kal éAeuOepíou érrl t ís
CTCopantós Korra9£Úyouoiv, Siá t o u t o Taúras o I t i t é o v alpe-
T corépas elvar Kal yáp ol iraiSes Tá Trap’ o ú to I s npópeva
xpánora o ío v to i elvai. eúAoyov Si1!, «Sorrep iraial xál áv-
Spáoiv ÉTEpa 9 alv eT ai T Íp ia, o ú tc o xal 9CXÚÁ01S K a l émeixé-
25 <nv. xaOánep oúv iroAAáKis efpTyrai, xal t í pía xal f|6éa éoTl
Tá t c o orrouSalcp T o i a O r a óvra- éxáorcp 5’ f| xará t í j v ol-
k e ío v f£iv a lp r r c o T á rn évépyeia, xal tc o o tto u S o cíco Sf) f) xará
TÍ|v ápm'iv. oúx év iraiSig: Apa tf| eúSaipovia* xal yáp órro-
irov t ó TéAos eívai iraiSiáv, xal irpaypaTeúeo6ai xal xaxo-
30 iraQeTv t ó v píov ótrravT a t o u iraíjeiv xáplv- arraira yáp
d)S el-rrelv éTépou évexa alpoúpeda irAfjv ttís eúSaipovías* Té­
Aos yáp o ú tt) . cnrouSájeiv Sé xal irovelv -rraiSias X^P,V
i*)Aí6iov 9aív6Tai xal Akxv irai6 ixóv. iraíjeiv 8 ’ óttcos cnrou-
Sá^i], k o t* ’Aváxapaiv, ópOcos ?xeiv Soxel* ávarraúoei yáp
36 loixcv iraiSiá, áSuvaTouvTES Sé ctuvex¿os ttoveIv ávcnTaú-
ii 77o cteojs SéovTat. oú Sf| TéAos ávárrccuais* yiveTai yáp Evexa
Tfjs évepyeías. Soxel 8 ’ ó eúSaípcov píos k o t ’ áperíjv elvar
o ú t o s Sé peTá cJTrouSfis, áAA’ oúx Iv iraiSiqL PeAtíco t e Aé-
yopeu Tá cnrouSaía tc o v yeAoícov xal prrá TraiSias, Kal toü
5 PeAtíovos áel xal popíou Kal ávdpcorrou cm ouS aiO T épav t^v
Évépyeiav* f\ Sé toü peATÍovos xpeírrcov xal EÚSaipovixcoTÍ-
pa f^St). árroAaúoeté t ’ áv tc o v <jcopotik¿5v f|Sovc5v ó t u -
X¿bv xal áv 8 párro8 ov oúx ^ t t o v t o ü ápiorou* EÚSaipovias
5 ’ oúSels áv6 parró8 cp prraSÍScooiv, el pf| xal píou. oú yáp
10 £v tcxTs Toiaúrais Sicrycoyaís eúSaipovia, áAA’ év T a is k o t ’
á p rr/|V évepyEÍais, xaOárrEp xal irpónrepov elprp-cn. '
7 El 8’ écrrlv /| EúSaipovia k o t’ ápen^v évépyeia, eúAoyov
xcrrá t/)V xpanríoTnv* o ú t t ) 5' &v sft| toü ápiorou. eTte 8f|
voüs to ü to eIte fiAAo ti, 6 Sí) xará 9ÚCTIV SokeI ápxe,v «sí
ir, yjyrtofai Mal Iwoiav Ex*™ xaAd&v xal Oeícov, cIte ©etov
áv nal aúró th í t¿ 5v év f|p!v tó Séiótotov, ,t\ to ú to v évép-
yn a x a T á *W|V oIkeíov áper^v eTr| &v f| TtAeía eúSaipovia.
o n S* éorl dtcúpirnic/|, 6TpTyrai. ópoAoyoúpevov Si to C t* áv
165

nea de poder pasan sus ocios en ellos; sin embargo, es posible que aqué­
llos no prueben nada; en efecto, no radican en el poder ni la virtud ni
el entendimiento, de los cuales proceden las buenas actividades, 7 si
los tiranos, por no haber gustado nunca un placer puro 7 libre, se en­
tregan a los del cuerpo, no se ha de pensar por ello que éstos son pre­
feribles: también los niños creen que lo que ellos estiman es lo mejor.
E s lógico, pues, que, así como para los niños 7 los hombres no son las
mismas las cosas valiosas, tampoco lo sean para los malos 7 para los
buenos. De modo qne, como hemos dicho muchas veces, es valioso 7
agradable lo qne lo es para el bueno, 7a que, Biendo para cada uno pre­
ferible entre todas la actividad que es conforme a la disposición propia
de cada uno, para el hombré bueno lo será la actividad conforme a la
virtud. L a felicidad, por tanto, no está en la diversión; seria en verdad
absurdo que el fin del hombre fuera la diversión 7 que se ajetreara 7
padeciera toda la vida por divertirse. Pues todas las cosas, por asi de­
cirlo, las elegimos por cansa de otras, excepto la felicidad, que es ella
misma el fin. Afanarse 7 trabajar por causa de la diversión parece necio
7 pueril en extremo; en cambio, divertirse para trabajar después, como
dice Anacarsis ( 5 ), está bien; porque la diversión es una especie de des-
oanso, 7 como los hombres no pueden trabajar continuamente, tienen
necesidad de descanso. E l descanso, por tanto, no es un fin, puesto 1177 a
que lo tomamos por causa de la actividad.
La vida feliz es la que es conforme a la virtud, vida de esfuerzo se­
rio, 7 no de juego. Y declaramos mejores las cosas serias que las que
mueven a risa 7 están relacionadas con el juego, 7 más seria la activi­
dad de la parte mejor del hombre 7 del mejor hombre, 7 la del mejor es
siempre la más excelente 7 la más feliz. Finalmente, cualquiera, el es­
clavo tanto como el mejor de los hombres, puede disfrutar de los place­
res del cuerpo; pero de la felicidad nadie hace participe al esclavo, a no
ser que le atribuTa también vida humana propiamente dicha. Porque la
felicidad no está en tales ocupaciones, sino en las actividades conforme
á la virtud, como se ha dicho antes.

Si la felicidad es una actividad conforme a la virtud, es razonable


qne sea conforme a la virtud más excelente, 7 ésta será la virtud de lo
mejor que hay en el hombre. Sea, pues, el entendimiento o sea alguna
otr 4 cosa lo qne por naturaleza parece mandar 7 dirigir 7 poseer inte-
leooión de las cosas bellas 7 divinas, siendo divino ello mismo o lo máa
divino qne hay en nosotros, su actividad de acuerdo oon la virtud que le

(B) A nacvtia, el fkinoao nríndpe eaoita qne según la leyenda viajó por Qreaia
j del qne ae oontaban tantos aiohoe. Sn fama duió nasta el siglo xv ui (rvonérdaae
el Voyagt d»t j*me Anaelm nii de J . J . Barth&smy, 1788).
108

8 ó £ e iev eívai Kal to I s irpÓTEjpov x al t c o áXt|0El. k p o t ( o i t) te


so yócp aÚTn éorlv f| évépyeia (Kal y á p ó voOs t c ó v év ^pTv, Kal
t c ó v yvcoorcóv, irepl & ó voüs)* f n 6 é auvexeorány 6eco-
pcív [ t e ] y á p SuvápeOa aw exóós paXXov f| irp á rre iv dmoüv.
otópedá t e 5e !v f|8ovf|v ira p a pe plxOai Tf¡ eúSonpovíqc, f|8io-TT)
Sé TCÓV KOT* ápE T ÍlV évCpyElóóv f| K O T á TÍ|V (TCMpíOV ÓpoXo-
26 youpévcos éorlv* S okeT y o u v f) <piXoao<pía OaupaoTás f)8ovás
?Xeiv Ka&apeiÓTTyn Kal tco pefiaícp, eú X o y o v Sé toTs eIS ócti
tóóv jryroúvTcov fiSíco t Í)v Bicrycoyfiv elvai. te X ey o p é v r|
aCrrápKEia irepl t#iv 0ecopTynKf|v p á X io r* &v eft|' tóóv pév
y á p irpás t ó jf jv ávoryKaícov Kal ao<pós Kal S ík o io s Kal ol
30 Xonrol SéovTai, toTs Sé to ioútois Ikovcos Kexopriyripévcov ó
pév Síkoios SelTai irpós oOs BiKaioirpayi^aei Kal pe0’ ¿óv,
ópoícos Sé Kal ó acotppcov Kal ó ávS peT os Kal tcóv fiXXcov ?Ka-
o to s, ó Sé acxpós Kal ko0’ aCrróv ¿óv S O v a ra i OecopeTv, Kal ócrco
&v acxpcÓTepos fj, p a X X o v p é X n o v 8’ Torcos owepyoOs 2x°JV»
H77 b áXX’ ópcos aÚTapKéoTa ros. Sófai t* áv ccútÍ) póvtj Si* aü -
T Í|v áyarrScrQar oúSév y áp árr’ a ú t f j s ylvETon irap á t ó 0eco-
píjom, á r r ó Sé tcóv irponaiKÓóv ttXeTov f\ Í X c n r o v irepi-
iroioúpeQa irap á tíjv irpa§iv. SokeT te f| E Ú S aip o v ia év rfj
6 axoX^j elvccr áaxoXoúpE0a y á p Iva axoXájcopev, Kal ttoXe-
poOpEV Tv" Elpi^VT]V áyeopEV. TÓÓV pév O&V TTpOCKTlKCÓV ápE-
tcóv év t o Ts ttoXit ik o Ts f| év t o Ts ttoXe p ik o Ts évépyeia, al
Sé irepl TaÜTa irpá^eis Sokovoiv áax°X °i EÍvat, al pév ttoXe -
piical Kal ttocvteX cós (oúSels y á p alpeTrai tó it o Xepe Tv tou
io ttoXepe Tv fvEKa, oúSé irapaoKev^ei iróXepov 8ó£on y á p &v
iravTeXcós piai9Óvos ti s elvoa, el to ú s <píXous iroXeplous
ttoioTto, Iva páxai Kal 9ÓV01 y lv o iv r o ) - ferri Sé Kal f) tou
iroXmKoO áax°Xos, Kal irotp’ aÚTÓ tó iroXiTEÚeo0m Trepi-
TrotoupévT) SuvotCTEÍas Kal Tipás f) ti^v ye eúSatpovlocv ocútcS
16 Kal toTs ttoXItois, érépocv oüctccv Tfjs iroXmKfls, flv Kal jri-
ToOpev SfjXov eos ÉTépav oúaav. el 8fj tó&v pév Korrá Tá$
ápeTás Trpá^Ecov ccl iroXmKal Kal iroXeptKal KáXXei Kal pe-
yé0Ei irpoéxoucnv, otCrrai 8’ áaxoXoi Kal TéXous tiv ó s écplev-
Ton Kal oú 61' aCrrás alperai elaiv, f| Sé to u vou évépyeia orrou-
*0 6$ te Sia<pépeiv S okeT 0ecopTiTiKf| oúoa, nal irap’ aú r^ v oú8e-

1177 b 3. npamucOwK*: irpaxr&v rulg. || 22. ¿vOpámvov L* r.


168

68 propia será la felicidad perfecta. Que es ana actividad contemplati­


va, y a lo hemos dioho.
Esto parece estar de acuerdo con lo que antes dijimos y con la ver­
dad. En efecto, esta actividad es la más excelente (pues también lo es
el entendimiento entre todo lo que hay en nosotros, y entre las cosas
cognoscibles, las que son objeto del entendimiento); además, es la más
oontinua, pues podemos contemplar continuamente más que hacer cual­
quier otra cosa. T pensamos que el placer debe hallarse mezclado en la
felicidad; y la actividad que se refiere a la sabiduría es, de común acuer­
do, la más agradable de las actividades conforme a la virtud; se consi­
dera, al menos, que la filosofía encierra placeres admirables por su'pu­
reza y por su firmeza, y es lógico que la existencia de los que saben sea
más agradable que la de los que buscan. Además la suficiencia o autar­
quía de que hablamos se dará sobre todo en la actividad oontemplati-
tiva; en efecto, el sabio y el justo necesitan, como los demás, de las
cosas necesarias para la vida; pero, una vez provistos suficientemente
de ellas, el justo necesita personas respecto de las cuales y con las cua­
les practicar la justicia, y lo mismo el hombre moderado, el valiente
y todos los demás; mientras que el sabio, aun estando solo, puede prao-
ticar la contemplación, y cuanto más sabio sea más; quizá lo hace
mejor si tiene quienes se entreguen con él a la misma actividad; pero,
con todo, es el que más se basta a si mismo. Parecería que bóIo esta ac- 117 7 6
tividad B e ama por si misma, pues nada se saca de ella aparte de la con­
templación, mientras que de las actividades práctioas obtenemos siem­
pre algo, más o menos, aparte de la acción misma. Se piensa también
que la felicidad requiere ocio, pues trabajamos para tener ooio, y hace*
mos la guerra para tener paz. Pues bien, la actividad de las virtudes
prácticas se ejercita en la política o en la guerra, y las acciones relacio­
nadas con éstas se consideran desprovistas de ocio; las guerreras, por
completo (pues nadie elige el guerrear por el guerrear mismo, ni procu­
ra la guerra: parecería, en efecto, un asesino consumado el que hiciera
de sus amigos enemigos para que hubiera batallas y matanzas); pero
también carece de ocio la actividad del político, y produce, aparte de
ella misma, poderes y honores, o la felicidad para el que la ejeroe y para
b u s conciudadanos, que es distinta de la actividad política, y que evi­

dentemente buscamos como distinta de ella. Si, pues, esntre las acciones
virtuosas son las primeras en gloria y grandeza las políticas y guerre­
ras, y éstas carecen de ocio y aspiran a algún fin y no se eligen por si
mismas, mientras que la actividad de la mente, que es contempla­
tiva, parece superior en seriedad, y no aspira a ningún fin distinto
dé sl misma, y tener su placer propio (que aumenta la actividad), y la
167

vós &p(£CT0ai téAovs, nal ?x£lv T|>lv f|5ovf)v oIkeíov (aún} Sé


OTJvaú^ei tÍ)v évépyeiav), Kal t ó aúrapKES 5f| Kal oxoA aon-
tcóv Kal árpUTov cbs áv0pcbTrco, Kal ó aa áAAa tco pampícp
árrovépETai, t í K ará to ú tt|v tí)v évépyeiav «palveTcn óvra* f|
se teAeIo Sí) EÚScnpovía aÚTn áv eír) áv0pcÓTrou, Aapoüoa pfjxos
piou téAeiov oúSév y dtp áreAés éo n tcóv Tfjs eúSaipovías.
6 Sé TOIOÜTOS áv £ÍT| píos KpEÍTTCOV KOT’ ávOpCOTTOV* OÚ
y á p 7¡ ávOpcoTTÓs é o n v o ú tc o p ic ó o rra i, áAA’ ?¡ OeTóv t i év
a ú rc p ú i r á p x E i ’ ó a o v Sé 5ia<pépEi t o ü t o t o ü c t u v 0 é t o u , t o ­
so c to ü to v K a l f) év ép y eia Tfjs K O T á tÍ ) v áAATiv á p e n ^ v . el Síj
0eíov ó v o ü s T r p ó s t ó v áv0pcoirov, K a l ó Kcrrá t o ü t o v p ío s
Q e ío s irp ó s t ó v ávQpcó-mvov pío v . o ú XP^I Sé Kcrrá t o ú s i r a -
p a i v o ü v r a s ávOpcÓTtiva cppovElv ávOpcoirov 6v r a oúSé O vT iT á
t ó v 0 v t|tó v , áAA’ é9 * ó a o v IvSéxeT at á S a v a ríjE iv K a l -irávTa
36 iro ielv Trpós t ó jf jv Korrá K p á n c rro v t c ó v év o ú tc o - el y á p
ii78o K a l T cp SyKco (iiKpóv é o n , S u v á p si K a l n p i ó r r y n tto A ú paA -
Aov irávTCov ü r r e p é x E i. Sóbete 5 ’ á v K a l elv ai ÉK aoros t o ü ­
t o , elirep t ó KÚpiov K a l ápEtvov. á r o ir o v oúv ylvoiT* á v ,
eI pf) t ó v cxútoü p ío v a lp o ír o áA A á t i v o s áA A ou. t ó Aex^év
6 t e irpÓTepov ápiaóaEi K a l v ü v * t ó y á p o Ik e T o v é K á o r c p t t ¡
(púaei K p á n o r o v K a l t^ S io tó v é o n v ÉKáorcp- K a l tc o ávOpcó-
ttco 6f| ó Kcrrá t ó v v o ü v p í o s , elirep t o ü t o p á A i o r a áv0pco-
tto s - o ú to s á p a Kal E Ú S a ip o v é o ra ro s.
8 Aevrrépcos 5’ ó Kcrrá t^ v áAAtjv ápeTÍiv al y á p Kcrrá
SÍKaia y áp Kal ávSpela Kal
10 t o ú t t i v évépyEiai ávOpco-mKaí.
Tá áAAa Tá Kcrrá Tás ápeTás rrpós áAAtjAous irpáiropev év
ouvaAAáypaoi Kal xpEÍais Kal -rrpá^eot -rrairrolais év t e toTs
iráOeoi SiarripoüvTES t ó irpérrov ÉKáorcp* t o O t o 5 ’ elvai q>aí-
VETat irávTa ávOpcoiTiKá. Ivia SÉ Kal ouppaíveiv árró t o ü
16 acoparos SokeI, Kal iroAAá owcpKeióóo0ai t o í s iráBeoiv t o ü
fi0ovs ápeTfi. ouvé^euKTai SÉ Kal í| 9póvr|ois tí) to ü f\0ous
ápETfj, Kal aÚTTi t ^ 9poviI|oei, eíttep al pév Tfjs 9povi‘joecos
á p x al KOTá Tás í|0«Kás eloiv ápeTás, t ó 5’ ópéóv tc o v t)0i-
kcóv KOTá tíiv 9póvTjCTiv. ouvr|pTr|pévai. S’ a ú ra i Kal TOÍS
JO Trá0ECl TTEpl TÓ OÚV0ETOV áv eIeV* al SÉ TOÜ OV/V0ÉTOU ápE T al
ávOpcomKorf- Kal 6 píos Sf| ó KOTá TaCrras xal í) eúSaipovía.

1178 a 23. clp^jaSu Aretinus: etpijTai oodd.


167

autarquía, el ocio y la ausencia de fatiga que pueden d añ e en el hom­


bre y todas las demás cosas que se atribuyen al hombre dichoso parecen
ser evidentemente las de esta actividad, ella será la perfecta felicidad
del hombre, si ocupa el espacio entero de su vida, porque en la felicidad
no hay nada incompleto.
Tal vida, sin embargo, sería demasiado excelente para el hombre.
En cuanto hombre, en efecto, no vivirá de esta manera, sino en cuanto
hay en él algo divino, y en la medida en que ese algo es superior al com­
puesto humano, en esa medida lo es también su actividad a la de la,
otras virtudes. Si, por tanto, la mente es divina respecto del hombres
también la vida según ella es divina respecto de la vida humana. Pero
no hemos de tener, como algunos nos aconsejan, pensamientos huma,
nos puesto que somos hombres, ni mortales puesto que somos mortales-
sino en la medida de lo posible inmortalizarnos y hacer todo lo que
está a nuestro alcance por vivir de acuerdo con lo más excelente que
hay en nosotros; en efecto, aun cuando es pequeño en volumen, excede 1178 a
con mucho a todo lo demás en potencia y dignidad. Parecería también
que cada uno es ese elemento suyo precisamente, si cada uno es lo prin­
cipal y lo mejor que hay en él; por consiguiente, sería absurdo no elegir
la vida de uno mismo sino la de otro. Lo que dijimos anteriormente vie­
ne a propósito también ahora: lo que es propio de cada uno por natura­
leza es también lo más excelente y lo más agradable para cada uno;
para el hombre lo será, por tanto, la vida conforme a la mente, ya que
eso es primariamente el hombre. Esta vida será también, por consi­
guiente, la más feliz.
8

Después de ella, lo será la vida conforme a las demás virtudes, ya


que las actividades que a éstas corresponden son humanas, puesto que
la justicia, la fortaleza y las demás virtudes las practicamos los unos
respecto de los otros en contratos, servioios y acciones de todas clases,
y también en nuestros sentimientos, observando con cuidado lo que a
cada uno conviene, y es evidente que todas estas cosas son humanas.
Incluso parece que algunas de ellas proceden del cuerpo, y que en mu­
chos casos la virtud moral está intimamente unida a los sentimientos.
También está ligada la prudencia a la virtud moral, y ésta a la pru­
dencia, puesto que los principios de la prudenoia están de acuerdo oon
las virtudes morales, y la recta moral con la prudencia. Estando uniií»»
108

f| 5 ¿ t o u vou KEXcúpicriiévT)* t o c t o ü t o v yáp irepl áÚTfjs elpi*|-


aOco* 8 iaKpi|3woai yáp ueijov Toü T rp o K E ip é v o u é a r í v . Só­
bele 6 ’ &v K a l t t í s é k t ó j x o p T iy l a s é r r l p iK p ó v ^ éir* íAottov
26 SelaOai Tfjs f)0 iKfjS' t c o v pév yáp ávayKaícov ápq>o!v xpeícc
Kal é§ Ic to u lorco, el Kal paAAov SiarroveT irepl t ó CT&pa ó
iroAmKÓs, K a l óaa roiaC/ra* piKpóv yáp <5v t i 6 ia<pépor
i r p ó s Sé T á s évepyeías iroAu Sioíaei. t c o p é v yáp éAEuÓepícp
Se^aei xpfl párcov Trpós t ó irpárreiv T á éAeudépia, Kal t ¿¡5
30 SiKodcp 8f| els Tás ávTarroSóaeis (al yáp |JouAtoéis fiS^Ao»,-
irpoairotoOvrai 8 é Kal ol pf| Síkoioi (JoúAeaQai 6 iKaiorrpa-
yelv), t c o áv 5peícp Sé Suvápecos, eluep éirmAel t i t g ó v K a T á
t í j v ápeiViv, Kal t c o acixppovi é^oucrías* ir eos yáp SfjAos Sarai
fj oOtos tc o v fiAAcov t i s ; á p 9 ia p T i T e l T a l r e i r ó r e p o v k u -
picórepov Tfjs áperfjs f| Trpoaípeais f| al irpáfeis, ¿>S év áp 9 otv
U78 ft oOariS' tó 8f| téAeiov SfjAov cbs év ápq>oIv áv elTy Trpós Sé
Tás irpáfeis iroAAcóv SelTai, Kal óaco &v peíjous (Sai Kal
xaAAÍous, irAetóvcov. t c o 6 é Oecopouvn oúBevós t c o v t o i o ú ­
tcov Trpós ye rf)v évépyeiav xpeía, áAA’ cbs elirelv K a l ép-rróSiá
6 éon irpós ye Tf|v Oecopíav* fj 8 ’ ávSpcoirós éon Kal irAelooi
OV313, alpelTai Tá KaTá rf|v ápeTÍjv irpáneiv* SET^asrai oúv
t c o v toioútcov Trpós tó ávOpcoTreúeotiai. f| 8é TeAeía eúSai-
povta ó t i OecoprinKi*! n s éorlv évépyeicf, Kal évreuQev &v 9a-
veÍTv t o ú s 0eoús yáp páAiora irrreiAi^pev pocKaplous Kal
10 EÚSaípovas elvar irpá^eis 8é irolas dnrovelpai xpe&v o ú t o í s ;
irórepa Tás SiKaías; fj yeAoloi 9avoüvTai auvaAAáTTOvTes
Kal TrapaKaraWiKas árro8i8óvTes Kal óaa roiauTa; áAAá
T á s ávSpeíoús * * úiropévovTas T á (po^epá K a l k iv B u v e ú o v -
T a s ó t i KaAóv; f| T á s éAeuOepíous; t í v i Sé B c ó a o u c n v ; firo-
i« irov 8’ el K a l éorai o ú t o í s v ó p i a p a f | t i t o i o u t o v . a l 8 é CTúb-
9poves t í &v elev; f| 9opnKÓ$ ó éiraivos, ón o ú k ?xouai
9aúAas émOupías; Bie^ioüai 8 é irávTa 9aívoiT* &v Tá irepl
T á s irpá^eis piKpá K a l ává£ia 6ecov. áAAá pf)v jfjv ye iráv-
T es ÚTrEiAiíi9aaiv o ú t o ú s K a l évepyeTv ápa* oú yáp Sfj Ka8eú-
20 8eiv cócnrep t ó v ’ Ev8upícova. t c o 8f) jcovn t o u irpárreiv
á9aipoupévou, I t i 6 é paAAov t o u ir o ie lv , t í Aeí-rrerai irAf)v
decopía; cocrre f| toO 0s o u évépyeia, paKapiÓTt|Ti 8ia9¿pou-
aa, ©ecopTiTiKf) é v eliy K a l tó ó v áv6pcorrívcov Sfj f| t o ú t i ]
áuyyeveorárn eúBaipoviKcoráTn. otipeIov Sé Kal tó pfj pe-
168

a tos sentimientos o pasiones los virtudes morales lo serán del compues­


to , y las virtudes del compuesto son humanas; por consiguiente, tam­
bién lo serán la vida 7 la felicidad conforme a ellas. En cambio, la virtud
o excelencia de la mente está separada. Hemos de contentarnos a pro­
pósito de esto con lo dicho, 7a que el tratar esta cuestión detallada­
mente rebasa nuestro propósito. Parecería, sin embargo, que necesita
poco de los recursos exteriores, o menos que la virtud moral. Conceda­
mos que ambas requieren, e incluso por igual, las cosas necesarias, aun
cuando el político se afana más por el cuerpo 7 por las cosas de la mis­
m a naturaleza (en definitiva, poco puede importar esa diferencia); pero
en cuanto a las actividades de una 7 otra, hay entre ambas una gran
diferencia. E l liberal, en efecto, necesita riquezas para ejercer su libe­
ralidad, 7 el justo para poder retribuir (porque la voluntad es invisible,
7 también los que no son justos fingen querer obrar justamente), 7 e l
valiente necesite fuerza para llevar a cabo alguna acción que esté de
acuerdo con su virtud, 7 el hombre moderado oportunidad de manifes­
tarla; ¿cómo, bí no, se verá que lo es, o que no es uno de tantos? Se dis­
cute también qué es lo principal en la virtud, si el acto de la elección o
las acciones, dando por sentado que la virtud oonsiste en ambas, 7 es
sin duda evidente que su perfección las abarca a ambas, 7 para las ac- 1178 i
ciones B e requieren muchas cosas, 7 cuanto más grandes 7 más hermo­
sas sean, más. Pero el hombre contemplativo no tiene necesidad de
nada de eso por lo que se refiere a su actividad; sino que esas cosas son,
por asi deoirlo, incluso estorbos'para la contemplación, si bien en cuan­
to hombre, 7 en cuanto convive con otros, elige poner la virtud en prác­
tica, 7 por consiguiente tendrá necesidad de aquellos auxilios exterio­
res para vivir una vida humana.
Que la felicidad perfecta es una actividad contemplativa puede re­
sultar claro tambi.én de esta consideración: creemos que los dioses po­
seen la máxima bienaventuranza 7 felicidad;’ ¿qué acciones será pre­
ciso atribuirles? ¿Actos de justicia, acaso? ¿No parecería ridículo
ver a los dioses hacer contratos, restituir depósitos, 7 hacer todas las
demás cosas de este género? ¿Actos de valor, resistiendo peligros 7
afrtmtando riesgos porque el hacerlo es noble? ¿Acciones generosas?
¿ Y a quién darán? Sería absurdo que también ellos tuvieran dinero o
cosa semejante. Sus aóciones templadas ¿en qué consistirían? ¿No serla
el atribuírselas una alabanza grosera, puesto que los dioses no tienen
deseos bajos? Aunque las recorriéramos todas, siempre nos parecerían
pequeñas e indignas de dioses las circunstancias de las acciones. Sin
embargo, todos creemos que los dioses viven, 7, por tanto, que ejercen
alguna actividad; no ciertamente que duermen, como Endimión. Pues
bien, si a un ser vivo se le quita la acción, 7 aún más la producción,
¿qué le queda sino la contemplación? De modo que la' actividad divina,
que a todas aventaja en beatitud, será contemplativa. Señal de ello es
también el hecho de que los demás animales no participan de la felioi-
169

26 té /eiv tóc Xomá 3¿pa eúSoipovías, Tfjs ToiaCmis ÉvepyEÍaj


éo rep T iiiév a teXeícos. t o í s pév y á p 0eo!s árras ó píos paxá-
pios, to T s 8’ ávOpcbirois, ¿9’ 5crov ópoícopá t i T fjs TOiaúrns
ÉVEpyEÍas CrrrápxEi' t c o v 6’ áXXcov jcócov oúSév EÚSaipoveí,
ÉiTEiSf) oúSapfj koivcove! decoplas. ¿9’ 1óaov Sf| Sicmívei f|
30 Qecopía, Kal fj eúSaipovía, Kal oís paXXov ú u áp x íi t ó . 0eco-
pElv, Kal eúSatpoveív, oú k o tó c avppEpTiKÓ s áXXá Kcrrá ti^ v
0Ecoplav* aÚ T n y á p ko0’ aúrfjv Tipia, g ó o t ’ eTr) áv f| eú5a i-
povia Oecopla tis.
AeiVei Sé Kal Tfjs é k t ó s EÚTjpepías ávüpcÓTrco ó v rr oú y áp
36 aúrápKT|S f| 9ÚCTIS irpós t ó 0ecopeív, áXXá SeT Kal t ó acopa
úyiaívEiv Kal Tpo9Í|v Kal t^ v Xonrfiv Oeparreíav CnrápxElv*
inflo oú pf)v o I t i t é o v y E ttoXXcúv Kal pcyáXcov SeiíaeaOai t ó v e ú -
Saipovi'iaovra, eI pf) évSéxerai áveu t c o v é k t ó s áyaOcov pa-
Kápiov elvai* oú y á p Iv T fj úrr£p[3oXfj t ó aúrapKES oúS’ f|
TrpS^is, Suvorróv Sé Kal pfj ápxovTa yfjs Kal 0aXá i'i ns irp á r-
6 t e i v T á KaXá* x al y á p á i r ó prrpícov Súvan-’ áv t i s irpá iitiv
K ará T f|v áperfiv ( t o ü t o 5’ ¡k m v ISeív Ivapycos* ol y á p ISico-
Tai t c o v Suvaorcóv oúx ^ t t o v S o k o ü o i T á ImeiKfj irpárreiv,
áXXá Kal paXXov)* Ik o v ó v SI ToaaüO’ úirápxeiv* lo ra i y áp
ó píos eúSaípcov t o ü Kará t Í ) v á p E T ^ v évepyoüvTos. Kal Só­
lo Xcov Sé t o ú s eúSaípovas Tacos áirE9alveTo KaXcos, e Ittc o v pe-
Tpícos TOÍS ÉKTÓS KEXOpiiyTlpÉVOUS, TTETrpOCyÓTOtS 8é Tá KjáX-
Xio0’, cbs ¿pETO, Kal pepicoKÓTas aco9póvcos* IvSéxcrai y áp
pÉTpia k e k t t | pÉvous TrpáTTeiv á Sel. ÉoiKe Sé Kal ’Ava^ayó-
pas o ú t t X o ú o i o v oúSé S i/ v á o r T |v vnroXapeTv t ó v eúSaípova,
16 EllTCbv ÓTI OÚK á v O aupáoE lE V EÍ TIS áTOTTOS 90CVEÍT| TOÍS 'TTOX-
Xoís* o ú t o i y áp Kpívouai t o í s I k t ó s , t o ú t c o v alaOavópevoi
póvov. a u p 9 c o v E ív Sf) t o í s Xóyots loÍKaaiv al tó ó v acnpcóv
Só^ai. t t í o t i v pév oúv Kal T á t o io c O t o ?x£l Tivá, t ó 5’ áXri-
Oés Iv t o í s u p a K T iK o ís I k t c ó v Épycov Kal t o ü píov Kplverai*
ao Iv t o ú t o i s y á p t ó KÚpiov. o k o t t e í v Sf] T á ir p o E ip rip É v a xp^l
É rrl T á Ipya Kal t ó v píov 9 É p o v T a s , Kal aw q tS ó v T C O v pév
t o í s ipyois áiroSeKTÉov, S io 9 C o v o ú v t c o v Sé Xóyous úiroXTyir-
té o v . ó Sé Kcrrá voüv Ivepyóóv Kal t o ü t o v Oeparreúcov Kal
Siaxelpevos á p io ra Kal 0e o 9 iX É a ra T O S é o ik e v . eI y á p t i s É m -

1179 a 3. rcp5£i; Kb: xplati; 068* -f] npi£i; Lb T: xplon 0Ú81 al itpá£a; M".
•m

dad por estar completamente privados de tal clase de actividad. Así


la vida de, los dioses es toda feliz; la de lo^ hombres, lo es en la medida
en que tienen cierta semejanza de la actividad divina; 7 de los demás
seres vivos ninguno tiene la felioidad porque no participan en modo
alguno de la contemplación. Por consiguiente, hasta dónde se extien­
de la contemplación se extiende también la felicidad, 7 los que tienen
la faoultad. de contemplar más son también los más felices, no por acci­
dente, sino en razón de la contemplación, pues ésta de por sí es precio­
sa. De modo que la felicidad consistirá en una contemplación.
Sin embargo, el hombre contemplativo, por ser hombre, tendrá ne­
cesidad del bienestar externo, ya que nuestro naturaleza no se basta a
si misma para la contemplación, sino que necesita de la salud del Cuer­
po, del alimento y de los demás cuidados. Pero no se ha de pensar, cier? 117# a
tameute, que, no pudiendo alcanzar la beatitud sin los bienes exterio­
res, el que quiera ser feliz los necesitará en gran número y calidad,
pUes la autarquía 7 la acción no requieren superabimdancia de ellos, 7
sin dominar el mar 7 la tierra se puede ejercitar una actividad noble;
en efecto, uno puede, con recursos moderados, practicar la virtud (esto
puede verse claramente considerando que los simples particulares lle­
van a cabo acciones honrosas tanto como los poderosos, e incluso,
más); bastará, pues, disponer de bienes exteriores en esa medida, 7a que
será feliz la vida del que actúe de acuerdo con la virtud. Solón (6) también
describía, probablemente con acierto, al hombre feliz al decir que, a su
juicio, lo era el hombre moderadamente provisto de bienes .exteriores
que hubiera practicado las acciones más hermosas 7 hubiera vivido coQ
templanza; porque se puede, con bienes moderados, practicar lo qué
se debe. Asimismo parece que Anaxágoras ( 7) no creía que el hombre fe1
liz hubiera de ser rico 7 poderoso cuando decía que no sé extrañaría d$
que pareciera un extravagante al vulgo, 7a que éste juzga por las cosas
exteriores, que son las únicas que percibe. Por consiguiente, las opinio­
nes de los sabios parecen estar de acuerdo oon nuestros argumentos, 7
tales juicios merecen en verdad cierto crédito, aunque la verdad, tratán­
dose de cuestiones prácticas, se juzga por los hechos 7 por la vida, que
son en ellas lo principal. Es preciso, por tanto, considerar lo que lleva­
mos dicl}o refiriéndolo a los hechos 7 a. la vida, 7 aceptarlo si está en
anhonía con los hechos, pero considerarlo oomo mera teoría si discrepa
de elloD.
Además, el que pone en ejercicio su inteligencia 7 la cultiva .parece
a la vez el mejor constituido 7 el más amado de los dioses. En efecto,' si
los dioses, como se cree, tienen algún cuidado de las cosas humanas;

(6) Heródoto, I, 30.


(7) Díala, 69 A 30.
170

25 péAfia tc o v ávdpcoirívcov úrró 0eg»v yfvsrai, cóoirep SokeI, Kal


eítj áv eOAoyov x°rip£iv TE o ú t o ú s tc o ápícrrco xal ovyyeve-
orárco ( t o ü t o 6 ’ ccv eít| ó vous) Kal to u s áyarrcoVTas pá-
Aiara t o O to Kal Tipcovras ávTEurroiElv cbs tc o v 9 ¡Acov oútoís
émpEAoupévous K al ópQcos te Kal koAcos TrpáTTOVTas. 6 n
30 Sé Trávrra t o u t o t c o ao<pco páAicrO’ úrrápxei, o ú k á6r|Aov.
0eo«piAéoTaTos ápa. t ó v o ú t ó v 8 ’ eIkós koI EÚSaipovéora-
to v cócrre kocv o ú tc o s eTt| ó 009 ÓS páAioT’ EÚSaipcov.
9 TAp’ OÚV EÍ TTEpí TE TOÚTCOV KOl TCOV ápETCOV, I t I Sé Kal
9iAías Kal f|Sovfjs, Ikovcós EÍpTiTai to ís tú jto is, TéAos ?X6,w
oítitéov tíjv TrpoaípECJtv; fj KaOárrep AéyETai, oúk f o n v év
11796 toTs TrpaKToIs téAos t ó 0 ECOpf¡<rai iK ao ra Kal yvcovai, áAAá
paAAov t ó TrpótTTEiv aCrrá* oúSé Sfj irepl ápETfjs Ikovóv t ó
ElSévat, áAA’ ?xeiv Kal xpn 0^011 TreipaTéov, f| eI ttcos áAAcos
á y a 0 ol yovópE0 a ; eI pév oúv fjaav ol Aóyoi aúrápKEis Trpós
s t ó Troifjo-ai érriEiKETs, iroAAoús áv pio0 oús Kál peyáAous 81-
icaícos l9Epov Kcrrá t ó v ©éoyviv, K al §Sei áv t o ú t o u s 7ropíaa-
crGar vüv 8é 90Ív o v to i irpoTpévf«CT0ai pév K al irapoppf¡CTai
tc o v vécov t o ú s éAeuQEpíous Io x ú eiv , f)0ós t ' EÚyevés K al cbs
áAr)0 cos 9 iAókoAov iroifjoai áv k otok có x im ov éK Tfjs áprrfjs.
10 to ú s 8é ttoAAoús áSuvcrrelv irpós KaAoKayaQlav irpoTpéya-
crOar oú y áp TTE9ÚKaaiv aiSoT Trei0apxeIv áAAá 9¿pco, oúS’
árréxeaQai tc o v 9aúAcov 8iá t ó alaxpóv áAAá 8iá Tás Tipco-
pías- irá 0Ei y á p jc o v te s Tás oIkeíos f]8ovás Sicókoucti k o I 81’
cov o ú t o i faovrai, 9eúyouai 8é Tás ávnKEipévas Aúrras, t o u
is Sé KaAoO Kal cbs áAr)0cos fiSéos 0Ú8* Iwokxv ix ouCTlv> áyEU-
OTOl ÓVTES. TOÚS 6f) TOIOÚTOUS TÍS &V AÓyOS (i£TappU0|ií-
o o i; oú y áp olóv te f| oú £«£Siov Tá éK rraAaioü to Is f|0ecn
KarEiAr)ppéva Aóyco pETacrrfjcTar áyarrriTÓv 5’ Tocos éoTlv eI
irávTCOv úrrapxóvTCOv 8i* &v érriEiKETs Sokoüpev y(vEO0ai, jie-
20 TaAápoipEv Tfjs ápETÍís. yívecrOai 8’ á y a 0oús oTovrat oí pév
9ÚCTEI oí 8’ é0Ei 01 8é 8i8axfj. t ó pév oúv Tfjs 9Ú<jécos SfjAov
cbs oúk é9* fjpív úrrápxei, áAAá Siá Tivas ©EÍas oItíos toTs cbs
áAriOcos EÚTUxéoiv úrrápxei* ó Sé Aóyos Kal f| SiSaxA |i^|
tto t’ oúk év ¿nracjiv laxÚEi, áAAá Sel irpoSi6ipyáa0ai toIs
26 §0Eai Tf)V t o ü á K p o a r o ü vj^ux^v rrp ó s t ó koAcos x a íp 6iv Kal

& 17. (Ocal r . II 25. tfita i V>.


170

será también razonable que se complazcan en lo mejor y más afín a ellos


(y esto tiene que ser la inteligencia), y que correspondan con sus bene­
ficios a aquellos que más la aman y la honran, por ocuparse de lo que
los dioses aprecian y obrar recta y hermosamente. Y que todo esto se
da sobre todo en el sabio, es manifiesto. Por consiguiente, será el
más amado de los dioses. Y siéndolo, será verosímilmente también el
más feliz: De modo que también por esta razón será el sabio el más
feliz de todos.
9

Si de estas cosas, y de las virtudes, y de la amistad y del placer, hemos


hablado ya suficientemente en términos generales, ¿hemos de creer que
el tema que nos habíamos propuesto ha llegado a su fin, o, como suele
decirse, cuando se trata de cosas prácticas el fin no es haberlas consi- 1179 b
derado todas y conocerlas, sino más bien hacerlas? Estonces tampoco,
tratándose de la virtud, baBta con conocerla, sino que se ha de procurar
tenerla y practicarla, o conseguir cualquier otro medio de llegar a ser
buenos. Ciertamente, si los razonamientos bastaran para hacer buenos
a los hombres, reportarían justamente muchas grandes remuneraciones,
como dice Teognis (8) y sería preciso procurárselos; pero de hecho, si bien
parece que tienen fuerza suficiente para exhortar y estimular a los jó­
venes generosos y para infundir el entusiasmo por la virtud en un carác­
ter noble y verdaderamente amante de la bondad, resultan incapaces
de excitar a la bondad y a la nobleza al vulgo, que de un modo natural
no obedece por pudor, sino por miedo, ni se aparta de lo que es vil por
vergüenza, sino por temor al castigo. Como la mayor parte de los hom­
bres viven a merced de sus pasiones, persiguen los placeres que les son
propios y los medios que a ellos conducen y huyen de los dolores contra­
rios; y de lo que es hermoso y verdaderamente agradable ni siquiera
tienen noción, no habiéndolo probado nunca. A tales hombres, (qué ra­
zonamiento podrá reformarlos? No es posible, o no es fácil, desarraigar
por la razón lo que de antiguo está arraigado en,el carácter, y probable­
mente debemos damos por afortunados si, reunidas todas las condicio­
nes que parecen necesarias para que lleguemos a ser buenos, consegui­
mos participar de la virtud.
E l llegar a ser buenos piensan algunos'que es obra de la naturaleza,
otros que del hábito, otros que de la instrucción. En cuanto a la natu­
raleza, es evidente que no está en nuestra mano, sino que por alguna
causa divina sólo la poseen los verdaderamente afortunados; el razona­
miento y la instrucción quizá no tienen fuerza en todos los casos, sino
que requieren que el alma del discípulo haya sido trabajada de ante­
mano por los hábitos, como tierra destinada a alimentar la semilla, para
deleitarse y aborreoer debidamente, pues el que vive según sus pasiones

(8) Teognis, v. 432-434.


171

pidrefv, coorrEp yfjv tÍ)v Opévyouaav t ó cnréppa. oú yócp &v


dKoúaEtE Xóyou drroTpéirovTos oúS’ aú ctuveíti ó koctóc ttócOos
3 « v tó v 8 ’ oútcos ?xoVTa ’H'^S olóv te pETorTrelaai; SXcos
t* oú 8 oke! Xóyco útteíkeiv t ó ttócOos áXXá (Mqc. 8 eí 8 f| t ó
30 f\0os Trpoürrápxeiv ttcos oIkeíov tt>s áprriís, aTépyov t ó Ka­
Xóv Kai SuvxEpalvov t ó octaxpóv. ¿k véou 8 ’ áycoyns óp0f¡s
tuxeTv Trpós ¿pETf)v x^Xettóv pf| úttó toio ú to is Tpwpévrá vó-
pots- t ó yáp CT«9 póvcos Kal KapTEpiKcos 3fjv oúx fi^ú to ís
ttoXXoIs, ¿XXcos te Kal véois. 8 ió vópois 8ei Trráx 0ai t?iv
36 Tptxpfjv Kal tóc trriTTiBEÚpaTa* oúk forai yócp Xintnpóc ay-
1180o v^0 ti yevópeva. oúx Ikovóv 8 ’ tacos véous ¿vras tpo<pfjs Kal
érnpÉXElas tuxeTv ópOfls» áXX* ÉrrEi6 f) Kal ávSpcodévTas 8 eT
¿irn riSeúeiv aúróc Kal éOIjectOoi, Kal irepl t o u t o 8eo(pe0’ &v
vópcov, Kal ¿Xcos Sf) irepl irócinra tó v píov* ol y á p iroXXol
5 áváyKi] paXXov fj Xóycp ireiOopxouat Kal jt) píccis ^ tco KaXco.
Siórrep oíovrat t i ves to ú s vopo0ETOÜvras 8 eTv pév irapaKaXElv
Érrl Tf|V áp£Tf|v Kal irporpérreoGai to ü koXoO X^piv, cbs érra-
KOJCTopévcov tcóv ¿mEiKcós toTs tOsai irpotiypévcov, ¿nrei0 oü-
or Sé Kal á9UEor¿pois oúai KoXáaEis te koI npcoplas ¿ttiti-
.10 Oévcn, toús 6 ’ áviórrous óXcos é^opljeiv tó v pév y á p émEiKfj
irpós t ó koXóv jc ó v to t<2> Xóycp ireidqpx^o-Eiv, tó v Sé 90CU-
Xov fiSovfís ópEyópEvov Xúrrq koXócjktÓoi cóarrep úrrojúyiov.
6 ió icaí 9001 SÉTv TOiaÚTas ylvEoGai Tás Xúnas at páXKjr’
évavnoOvTai toís áycnrcopévais f)8óvcfls. e! 8’ oúv, Ka0áirep
16 ripriToa, tó v éaópEVov áyaOóv Tpa 9 fjvai xaXcos SeI Kal é0to0 fj-
vat, e!0’ oútcos év ímTr|6 EÚpaaiv ÉmEiKéoi 3 f¡v Kal pi'it’ Skov-
toc pi*i9* ékóvTa irpánEiv Tá 9 0 0 X0 , tocOto Sé ylvoiT* &v
Pioupévois Korrét Tivá vopv Kal Tá§tvóp 0i‘|v, i^ o v c r a v laxúv
f| pév oúv TronrpiKfj irpócra^is oúk fx E1 T¿>laxupóv oúSé,[6f|]
20 tó ávayiartov, oúSé 6f) óXcos A évós ávSpós, pfj paaiXécos 6v-
to s tivos TOtcÚTdü' ó Sé vÓpps ávocyKaoTiKÍiv ?xEI 8úva-
piv, Xóyos $>v & k ó nvos 9poW|CTEC0S Kal vóü. Kal t «Sv pév
ávOpcórrcov éxOorfpouCTi to ú s évorvTiQupévous toTs óppaTs, K&v
óp0 ¿os ccvtó Sp&aiv* ó Sé vópos oúk fo n v érraxO^lS TÓrrrcov
26 tó- émeiKés. év póvr) Sé Tf¡ ÁcncEScnpovlcov ttóXéi <f|) per’

1180 a 30. n al 8pSv « út4 S ttaoO u infra poat 32. mi(i^áXXco6ai ponend* oanj.
Bywater.
171

no prestará oidoe a la razóñ qne intente disuadirle, ni aun la compren­


derá, y ¿cómo persuadir a que cambie al que tiene esta disposición? En
general, la pasión no parece ceder ante el razonamiento, sino ante la
fuerza. Es preciso, por tanto, que el carácter sea de antemano apropia­
do de algnna manera para la virtud, y ame lo noble y rehuya lo ver­
gonzoso.
Pero es difícil encontrar desde joven la «dirección recta para la vir­
tud si no se ha educado uno bajo tales leyes, porque la vida templada
y firme no es agradable al vulgo, y menos a los jóvenes. Por esta ra­
zón es preciso que la educación y las costumbres estén reguladas por
leyes, y así no serán penosas, habiéndose hecho habituales. Y no basta
seguramente haber tenido la educación y vigilancia adecuadas en la 1180 *
juventud, sino que es preciso en la madurez practicar lo qne antes se
aprendió, y acostumbrarse a ello, y también para eso necesitamos leyes
y, en general, para toda la vida, porque la mayor parte de los hombres
obedecen más bien a la necesidad que a la razón, y a los castigos que
a la bondad. Pero eso piensan algunos que los legisladores deben invi­
tar y exhortar a la práctioa de la virtud por amor del bien en la segu­
ridad de que atenderán sus exhortaciones los que están adelantados en
la formación de buenos hábitos; imponer castigos y correcciones a los
desobedientes y sin disposición natural para el bien; y desterrar a los
incurablemente miserables; pues el bueno y el que tiende en su vida
a lo que es noble obedecerá a la razón, y el hombre vil que sólo aspira
al placer debe ser castigado con el dolor, como un animal de yugo. Por
eso dicen también que los dolores que se les inflijan han de ser tales
que se opongan lo más posible a los placeres que ellos aman.
Pues bien, si, como se ha dicho, el que ha de ser hombre bueno debe
ser bien educado y acostumbrado, y después vivir de este modo, en­
tregado a buenas ocupaciones, y no hacer ni contra su voluntad ni vo­
luntariamente lo que es malo, todo esto no será posible más qne para
los que vivan oonforme a cierta inteligencia y orden recto que dispon­
ga dé fuerza; ahora bien, las órdenes del padre no. tienen fuerza ni obli­
gatoriedad, ni en general las de ningún hombre aislado, a menos que
sea rey o algo semejante; en cambio la ley tiene fuerza obligatoria,
y es la. expresión de cierta prudencia e inteligencia. Además, los hom­
bres suelen odiar a aquellos otros hombres que se oponen a sus impul­
sos, aun ouando lo hagan rectamente, mientras que la ley no se atrae
resentimientos al haoer el bien.
172

óAíycov ó v o |ío 0é t t )5 émpáAEiav BokbI TTeTroifjaOai Tptxpfjí te


Kal érnTT|6e u p á T c o v év 8é T a is i r Afiloráis tc o v ttóAecov é§T)-
péATiToa mpl tc ó v to io ú tc o v , xal jrj ÍKaaros ¿05 poúAerai,
kukA cottikcos Oepicrreúcov iraiScov f|8’ áAóxou. xpáncTOV
30 pév oúv t ó yíveaOai k oivóv émpéAeiav xal 6 p0f|v [xal Bpav
qcútó Búvaaéai]- xoivfi 8’ é^apEXoupévcov ÉKáorcp Só^eiev
áv irpoai'ixeiv to T s atpETépoig té k v o is xal 9ÍA01S els áperf|v
avppáAAeo6at, * * f\ irpoatpeío6al ye. paAAov 8’ áv toútó
8úvaa6at Sófeiev Ix tc o v elpripévcov vopo0enKÓs yevópevos.
36 al pév yáp xotval émpéAeiai BfjAov ó n 8iá vópcov yívovTai,
émenceís 8’ al 8iá tc ó v arrovSalcov yeypappévcov 8’ f\ áypá-
1180 b q>cov, oú8év áv 5ó£eie 8ia<pépeiv, oúSé 81’ ¿bv els A iroAAol irai-
¿ev&r'iaovTai, cóairep 0Ú8’ érrl povatxfjs ^ yvpvaortKfjs xal
tc o v áAAcov émniSevpáTcov. cócnrep yáp év T a is iróAeaiv
éviaxúei T á vópipa xal T á f)0T], o ú tc o xal év olxíais ol mx-
6 TpiKol Aóyoi xal Tá &Hi, xal fn paAAov 8iá tÍ|v crvyyéveiav
x a l Tás eúepyeaías* irpoOrrápxoucn yáp OTépyovTes Kal eú-
irei9els tt) cpÚCTEt. Sn 8é xal Siatpépouatv od xa6’ Ixacrrov
iraiBeTcn tc ó v k o iv w v , cócnrep étt’ larpixíls’ xaQóAou pév yáp
t£S u vpéi tovn CTup9Épei f)OVXÍa Kal áaiTÍa, n vl 8’ Icrcos oú,
10 5 te nvxnxós tacos oú iraai rf]v aúnfiv páx^v irepiTKhiaiv.
é£axpifJoüa0ai 8f) Sófeiev áv paAAov tó xa0’ Sxaorov I8las
Tfjs érripeAelas yivopévris* paAAov yáp to ú * irpc^ópov
Ti/yxávei Ixaoros. áAA’ éinpeAT|0elT| pév (áv) áptOTa xa 0’
ív xaMcrrpós Kal yvpvaa-rf|S Kal irás áAAos ó xaQóAou elScós,
18 t í iraaiv t o I s T0i0ia8l ( t o ú xoivou yáp al éTTiorfjpai Aé-
yovraí Te xal elalv)- :oú pf|v áAA’ évós nvos oú8év Tacos xco-
Aúei xaAcos émpeATiSfjvai xal áveTnant|pova fivTa, TeOsapé-
vov 6’ áxpipciós Tá aupfJaívovTa £9* ÉKáorcp 81* épireiplav,
KaOárrep xal larpol fvioi SoxoOaiv ÉairnSv ápioroi elvon,
20 ÉTépCj» oú8év áv Bwápevoi h r a p x é a a i . oú6év 8’ fj-rrov tacos
T¿p y e ^ouAopévcp Texvixcp yevéoOai xal 0ecopr|nKC{S éirl t ó
xadóAou paSiaTéov elvai Bófeiev áv, xáxeTvo yvcopiaréov <¡js
évBéxETar elpriTOi yáp ó n irepl to ü 0 * al frmoTfJpai. TÓcxa
8é x a l t ¿¡5 ftovAopévep Si* émpeAeías ^eA-rlous TroieTv, efre
ss iroAAoús eTt' ÓAÍyous, vopo0enK& TrctpaTéov yevéoOoo, el 5 iá

b 4. (Oí) M*. || 6. i¡07¡ L‘ T. || 13. lw *dd. Bekker.


172

Sólo en la ciudad de Esparta, o en pocas más, parece haberse oui-


dado el legislador de la educación 7 de las ocupaciones de los ciudada­
nos; en la ma7or parte de las ciudades no se ha tenido cuidado alguno
de estas cosas 7 vive cada uno como quiere, legislando sobre sus hijos
7 su mujer, como los Ciolopes. Lo mejor es, sin duda, que la ciudad se
Ocupe de estas cosas pública 7 rectamente; pero si públicamente se
descuidan, parece que debe corresponder a cada uno encaminar a sus
hijos 7 a sus amigos a la virtud, 7 el poder haoerlo, o al menos propo­
nérselo.
De lo que hemos dicho parece deducirse que podrá haoerlo mejor
$i es legislador. Es evidente, en efecto, que los cuidados que requiere
una comunidad se llevan a efecto por medio de leyes, 7 bien por medio
de buenas le7es; que sean escritas o no escritas parece ser indiferente, 1180 b
asi como que estén destinadas a educar a una sola persona o a muchas,
como lo es tratándose de la música 7 de la gimnasia 7 de las demás dis­
ciplinas. Porque de la misma manera que en las ciudades tienen fuerza
las leTes 7 las costumbres, asi la tienen en la casa las palabras 7 las
costumbres del padre, 7 aún más, a causa del parentesco 7 de los
beneficios, porque los hijos aman desde luego a sus padres 7 les son
dóciles por naturaleza. Tiene, además, otra ventaja la educaoión par­
ticular respecto de la pública, como el tratamiento médico: en general,
al que tiene fiebre le conviene el reposo 7 la dieta, pero es posible que
a alguno no le oonvenga, 7 el maestro de boxeo no propone a todos sus
disoipulos el mismo género de lucha. Parece, por tanto, que se afina
más en lo partioular, al concretarse la atenoión en un individuo, 7 cada
uno encuentra asi mejor lo que le conviene.
Pero podrá ocuparse mejor de cada caso individual el médico, el
gimnasta, etc., que sepan en general qué es lo que conviene a todos, o
a los que reúnen tales condiciones (pues se dice que las ciencias son de
lo oomún, 7 lo son efectivamente); sin embargo, nada impide, proba­
blemente, aun siendo un ignorante, ouidar bien a un individuo ai se ha
examinado atentamente, por experienoia, lo que le ocurre en cada caso,
asi como algunos parecen ser médicos inmejorables de si mismos sin
ser capaces, por ello, de ayudar en nada a otros. No obstante, el que
quiera ser técnico 7 contemplativo ha de ir a lo general 7 conocerlo en
la medida de lo posible, pues, como se ha dicho, es lo general el obje­
to de las oiencias.
Es probahle, pues, que también el que quiera, mediante su cuidado,
173

vópcov áyaOol yevotpE©’ áv. óvnva yáp oúv Kal tó v irpo-


OévTa SiaBiIvai koAcos oúk fo n t o ü tuxóvtos. áAA’ ehrep n -
vós, t o ü elSÓTog, cócnrep érr’ IcrrpiKfjs Kal tgSv AonrfiSv <3&v
fonv émpéAsiá n s Kal 9póvT|cns. áp* oúv jirrá t o ü t o ém-
30 aKrnréov ttóOev ttcos vopoOrriKÓs yévorr' áv n s ; f\ Ka0á-
irep Érrl tcov áAAcov, irapá tcov ttoAitikcov ; pópiov yáp
éSÓKEi Tfjs TroAmKfjs elvai. fj oúx Spoiov (paivETai érrl Tfjs
iroAmKfís Kal t u v Aoittcov émCTTqpcov te Kal Suvápscov; év
pév yáp Tais áAAais ol o ú to I qxxívovTai Tás t e Swápeis ira-
3# pa 5 i5 óvTES Kal évepyoüvrES árr o ú tw v , olov Icrrpol ypaqjcls"
T á Sé TroAinKá érrayyéAAovTai pév SiSácnceiv ol ao9iora(^
H 81 a irpárrei 8’ oútcov oúSeís, áAA’ ol iroArreuópevoi, o! 6ó£aiev
& v SuvápEi n v l t o ü t o irpárrEiv Kal é|iTTEip{(¡( paAAov ^ Sia-
voíqr oúte yáp ypá<povr6s oúte AéyovrES irepl tgóv to io ú ­
tcov cpalvovTai (KaÍToi xáAAiov fjv Tacos Aóyous Sikovikoús
8 té Kal Sr|iiTiyopiKoús), oúS’ aú ttoAitikoús 'ttettoit]kótes toús
a<pÉTépovs uÍeIs f) t i vas áAAous t u v 9ÍA00V. ÉÚAoyov 8* fjv,
elirep éSuvavTO* oúte yáp toís iróAeaiv ápeivov oúSév Konré-
Anrov áv, oú6’ oútoTs úiráp§oa irpoéAoivT’ áv paAAov Tfjs
TOiaÚTTis SuvápECos, oúSé 8f| toTs 9iATárois. oú pfjv pmpóv
10 ye Coikev f) épireipía auppáAAetfQar oúBé yáp éyivovT* áv
Siá Tfjs ‘iroAmKfjs avfvr)6elas iroAinKol1 61Ó toTs é9iEpévois
irepl iroAmKfjs EtSévai irpocSElv Eoikev épireipías. t ¿ 5v Sé
CT0910TCÓV ol éirayyEAAópEvoi Aíav 9aívovTai Tróppco eIvoi to ü
6i6á^at. óAcos yáp oúSé iroTóv t i éoTlv fj irepl irolá Toaaiv
18 o ú yá p áv t#jv ocúrfjv tQ ^TyropiKfj oú8é X^P05 éTl0EÓav, oúS’
áv «íjovto (i<jc8iov eIvoi t ó vopoOt i fjcra i auvcxyayóvn to ú s
EÚ8oKipoüvTas t c 5v vópcov éKAé^aadat yáp eTvoi to ú s áp l-
otous, cóorrep oúSé Tf)v éKAoyf)v oúcav auvéo-ecos Kal t ó
Kplvai ópO&s ixéyiOTOv, cócnrep év toTs Kcrrá pouaiKV|v. ol
yáp épireipoi irepl SxaoTa xpívovaiv ópOcSs Tá íp y a , Kal Si*
¿ v f| ttcos éirmAElTai CTUviaaiv, Kal Trola ttoíois aw^tSa*
toTs 6* árreípois áyanT|TÓv t ó pf| 6iaAav6ávsiv eI eú f| kok¿ 5s
ireirolr|Tai t ó ipyov, dxrrrep érrl ypafiKfjs- ol 8é vópoi Tfjs
1181 b iToAmKfjs íp y o is éoíkcwiv t t S s oúv ¿k toútcov vouoOetikós

1181 a 23. toIc mXmxoi; Lk M* I\


b 18, ávOpámva Lk. || 22. tfkoi M*.
173

hacer mejores aofaos, sean mUohos o pocos, ha de procurar hacerse le­


gislador, si es que nos hacemos buenos mediante las leyes; porque no es
propio del qué se ofrezca dar una buena disposición a cualquiera o al
que sé le ponga por delante, sino, que, si esto es propio de alguien, lo
será del que sabe, como en la medicina y en las demás artes que impli­
can cierto cuidado y prudencia.
{Hemos de considerar ahora, por consiguiente, dónde y cómo puede
uno hacerse legislador, o, como en los otros casAs, tendrá que recurrir
a los políticos? E n efecto, la legislación se considera como una parte
de la política. Pero, ¿no es distinto el oaso de la política del de las demás
ciencias y facultades? En las otras, son los mismos los que transmiten
la factiltad y los que la ejercitan, como los médicos y los pintores, mien­
tras que la política profesan enseñarla los sofistas, pero ninguno de
ellos la ejerce, sino los hombres de Estado, los cuales a su vez parecen 1181 a
hacerlo en virtud de cierta facultad natural y experiencia, más que por
la reflexión; no vemos, en efeoto, que escriban ni hablen de tales cues­
tiones (aunque sería, sin duda, mejor que componer discursos judicia­
les o políticos), ni que hayan hecho políticos a sus hijos, o a algunos de
sus amigos. Sin embargo, seria razonable hacerlo, si pudieran, pues ni
podrían dejar nada mejor a b u s ciudades, ni preferirían para sí mismos,
ni por tanto para sus seres queridos, la posesión de otra facultad más
bien que ésta. Con todo, la experiencia parece contribuir a ella no poco;
de no ser asi, los hombres no llegarían a ser políticos por la costumbre
de la política, y por esta razón los que aspiran a saber de política pare­
cen necesitar, además, experiencia.
Los sofistas que la profesan están, evidentemente, muy lejos de en­
señarla. En general, en efecto, no saben ni de qué índole es, ni sobre qué
clase de cuestiones versa; si lo supieran no dirían que es lo mismo que
la retórica, ni que es inferior a ella, ni creerían que es fácil legislar reu­
niendo las leyes mejor reputadas, puesto que se pueden escoger las me­
jores; como si la selección no requiriera inteligencia, y el juzgar bien no
fuera lo más difícil, como en lo que se refiere a la música. Pues mientras
los que tienen experiencia en una esfera de cosas juzgan rectamente de
las obras correspondientes y entienden por qué medios y cómo se lle­
van a cabo, y qué elementos armonizan con qué otros, los inexpertos
tienen que darse por contentos con que no se les escape si la obra está
bien o mal hecha, como en el caso de la pintura. Y las leyes vienen a
ser las obras de la política, i Cómo, por consiguiente, podría uno hacer- 1181 6
174

yévotT* áv tis , í| toú $ áplorous Kptvai; oú yáp «padvovrai


oú8’ lorrpiKol ék tóóv a u y y p a ppárcov yíveaOai. koítoi hei-
póóvTaí ye Aéyeiv oú póvov Tá 6eporrreúpara, áAAá Kal <¡>s
5 laQeíev áv Kal eos Seí Oepaireúeiv éKáorous, SteAópevot Tás
S^eis* T a ú r a Sé to ís pév épTreípois dxpéAipa elvai SokhT, to ís
5’ ávernonI|poCTiv áxpeía. Tacos oúv Kal tcóv vópcov Kal tcóv
iroAtTeicóv al o w a y c o y a l to ís pév Suvapévois 0£CDpfjaai Kal
Kplvai t í KaAcós fj Toúvaviríov Kal Trola iroíois áppórm eú-
10 xp^ot’ &v eTr|* toís 6* áveu llecos Tá TOiaúra 8ie£io0ai tó
pév Kpíveiv icaAcós oúk áv úirápxoi, el pf) ápa aúrópaTov,
eúauvrrcirrEpoi 8’ els Taúra T á x ’ áv yévoivro. TrapaAnróv-
tcov oúv tcóv irpoTÉpcov ávepeúvryrov tó irepl ttís vopode-
aías, aúroús ¿maKévjxxo&n pSAAov ^éAtiov Tacos, «al óAcos
16 8f| irepl iroAiTEÍas, óircos els Búvapiv f| irepl Tá ávdpcínreia
«piAoacxpla TeAeicoOfj. irpcórov pév oúv el t i Kará pépos eTpT|-
Tca KaAcós úir¿ tcov irpoyeveoTépcov ireipaQcópev ¿tteASeIv,
ehxx éx tóóv auvTiypévcov ttoAiteicov 0Ecopf)oxn T á irola acó-
je i Kal «pOeípet Tás iróAeis kal Tá irola éKáoras tóóv ttoAi-
20 teicóv, Kal Siá TÍvas alTÍas a! pév KaAcós a l Sé toú vovtíov
TroAiTEÚoirrai. decopi)6évTcav yáp toútcov T á x ’ ^ PaAAov
auvíSoipev Kal iroía iroAiTEÍa áplcrrri, Kal iróós ¿xáoTT] to x -
Qeíaa, xal tío i vópois Kal 83eai xP^Mévt). AÉycopev oúv
áp^ápevoi.
174

se legislador sin más que estudiarlas, o aprendería con ello a juzgar


eobre las mejores? Es evidente, en efecto, que tampoco los médicos se
hacen con los trabajos de medicina. E s verdad que h ay quienes inten­
tan decir no sólo los tratamientos, sino cómo podrían curarse los enfer­
mos, y qué cuidados deben darse a cada uno, distinguiendo las diferentes
constituciones; pero todo epto parece ser útil para los experimentados
e inútil para los ignorantes. De la misma manera, pues, las colecciones
de leyes y de constituciones políticas podrán ser útilísimas para los
que pueden contemplar y juzgar qué es lo que está bien o lo contrario,
y qué disposiciones vienen bien a cada caso; pero los que, sin ningún
hábito, recorran tales documentos, no podrán juzgar acertadamente (a
no ser que tengan especial don natural para ello), si bien quizá pueden
adquirir de ese modo mayor comprensión de tales cuestiones.
Pues bien, como nuestros antecesores han dejado sin investigar lo re­
ferente a la legislación, quizá será mejor que lo consideremos nosotros,
y, por tanto, estudiemos en general lo relativo a la constitución política
a fin de completar, en la medida de lo posible, la filosofía de las cosas
humanas. En primer lugar, pues, intentemos pasar revista a lo que par­
cialmente haya podido quedar bien tratado por nuestros predecesores;
después, en vista de las constituciones políticas que hemos reunido, in­
tentemos ver qué cosas salvan y qué cosas pierden a las ciudades, y
cuáles a cada uno de los regímenes, y por qué causas unas ciudades son
bien gobernadas y otras lo contrario. Examinadas estas cosas, quizá
podamos ver mejor al mismo tiempo cuál es la mejor forma de gobier­
no, y cómo ha de ser ordenada cada una y de qué leyes y costumbres se
ha de servir para ser la mejor en su género. Comencemos, pues, a ha­
blar de esto.

Das könnte Ihnen auch gefallen