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El giro relacional, la alianza terapéutica y la investigación en psicoterapia.

¿Extraños compañeros de cama o matrimonio postmoderno?


Publicado en la revista nº033

Autor: Margulies, Lidia

Reseña: The relational turn, the therapeutic alliance and psychotherapy research. Strange
bedfellows or post-modern marriage? El giro relacional, la alianza terapéutica y la investigación e
psicoterapia. ¿Extraños compañeros de cama o matrimonio postmoderno? Jeremy D. Safran, Ph.D.
Contemporary Psychoanalysis, 39 (3) 2003: 449-475.

El autor comienza este artículo enfatizando su deseo de honrar la memoria de Stephen


Mitchell, cuyos escritos lo han influenciado profundamente. Admira la manera en que éste
compatibilizaba las diferentes orientaciones psicoanalíticas y su habilidad para jugar con
estas perspectivas teóricas aparentemente irreconciliables, configurando una realidad
más compleja.

Este escrito de Safran refleja la influencia que tuvo el giro relacional en el desarrollo de
su proceso de investigador en psicoterapia y de teórico clínico que se dirige a
psicoanalistas y a terapeutas de distintas orientaciones.

Como Safran considera que hay una gran división entre el mundo del psicoanálisis y de
las principales corrientes de investigación en psicoterapia, así como en otras tradiciones
terapéuticas, estima necesario que los analistas se involucren activamente en el diálogo
con estas diferentes culturas.

Si bien le parecen excesivos los comentarios acerca de la muerte de la teoría freudiana,


el declive del psicoanálisis en los años recientes lo lleva a pensar que este diálogo es
indispensable ya que la estrechez de miras que caracterizó a la tradición psicoanalítica
no se adecúa a nuestro tiempo (Safran, 2001; Safran & Aron, 2001). Considera que la
creciente demanda de los sistemas de salud mental hace necesario que los analistas
sean participantes activos en los diálogos que diseñan el futuro tanto de la formación
como de la práctica en el campo de la salud mental.

Como investigador, Safran fue entrenado en otras orientaciones terapéuticas antes de


iniciar su formación psicoanalítica formal pero nunca pudo identificarse exclusivamente
con una de estas orientaciones. Sus escritos reflejan su predilección por posicionarse en
las fronteras entre éstas. Considera Safran que fue el profundo sentido de pluralismo del
psicoanálisis relacional y el compromiso con la importancia del diálogo (central en la
tradición relacional que S. Mitchell encarnó) lo que le posibilitó una experiencia inusual e
influyó en el diseño de su programa de investigación sobre la ruptura de la alianza
terapéutica.

Para él, cualquier intento de definir qué es la ruptura de la alianza terapéutica presupone
saber primero cómo conceptualizarla. Al encontrar posiciones controvertidas al respecto,
nos ofrece momentáneamente una definición pragmática. Considera la ruptura de la
alianza como períodos de tensión o quiebre en la comunicación y colaboración entre
paciente y terapeuta. Estos períodos varían en intensidad, y van desde una relativa
tensión de la que uno o ambos participantes pueden estar solo vagamente enterados, a
una mayor tensión que lleve a la ruptura de la colaboración. De no ser encarada esta
situación llevará a una terminación prematura o al fracaso del tratamiento.

La ruptura de la alianza puede variar en forma y duración. Si queda claro para ambos
participantes que hay desacuerdo y tensión, entonces la situación puede resolverse
relativamente sin problemas; de lo contrario puede establecerse una pseudoalianza o
alianza del terapeuta con el falso self del paciente, y todo el tratamiento puede
desarrollarse sin tocar al paciente de manera verdadera (Balint,1968; Winnicott, 1965).

Las investigaciones sobre la ruptura de la alianza comenzaron a finales de la década de


los 80, influenciadas por numerosos factores (Safran, 1989; Crocker, Mc Maian &
Murray, 1990). En ese momento, el concepto de alianza terapéutica se mostró como uno
de los mejores predictores de resultados en distintas modalidades terapéuticas, hecho
que incrementó su interés entre los investigadores en psicoterapia. El que estos
investigadores no llegaran a demostrar que ninguna de las diferentes corrientes
terapéuticas obtuviera mejores resultados que las demás, llevó a un modelo de cambio
basado en los "factores comunes" o en "factores inespecíficos"; concluyéndose que el
cambio terapéutico sobreviene a causa de factores que recorren a toda psicoterapia y
no específicos o distintivos de tratamientos específicos y "el paciente en psicoanálisis
cambia no como efecto del insight que promueve la interpretación sino por efectos no
específicos propios de la relación, común a cualquier relación terapéutica” (Safran,
2003. p. 451).

Para Safran, esta perspectiva de factores específicos e inespecíficos conlleva una falsa
dicotomía. Influenciado por Mitchell (1988) respecto a la consideración del sentido
relacional de una intervención, postula la interdependencia entre la técnica y los factores
relacionales (Safran et al, 1990). El modelo de los factores comunes cierra la posibilidad
de investigar una cuestión relevante para los teóricos clínicos e investigadores: ¿de qué
manera juega durante todo el proceso la compleja matriz interactiva de las variables
(para usar los términos de Greenberg,1995) paciente, terapeuta y técnica promoviendo o
impidiendo el cambio?

Su expectativa de buscar factores específicos del tratamiento, y de acercarse a una


comprensión más fina de la negociación de la ruptura de la alianza, lo llevó a la
observación sistemática e intensiva de ciertos momentos del proceso en que la compleja
matriz de interacción llevaba a dicha ruptura. Además, su interés por investigar la alianza
terapéutica aumentó por la emergencia de un nuevo desarrollo en investigación en
psicoterapia: "los eventos paradigmáticos", una investigación sobre mecanismos de
cambio en psicoterapia promovida por Leslie Greenberg en colaboración con Laura
Rice (Greenberg,1986; Rice & Greenberg, 1984). Esta investigación fue impulsada por
la falla de la investigación tradicional en encontrar diferencias de efectividad entre las
distintas psicoterapias y datos significativos para los clínicos, dado que la unidad de
análisis era demasiado global. La investigación sobre loseventos
paradigmáticos permitió concluir que: más importante que determinar cuál es la terapia
más efectiva, sería estudiar eventos importantes para el cambio, y tratar de encontrar
qué lleva a momentos decisivos o qué está atravesando el proceso que posibilita el
cambio en vez de buscar determinar cuál es la terapia más efectiva.

Esto lleva a Safran a investigar sobre la ruptura de la alianza terapéutica ya que: “ a)


nuestra comprensión acerca de cómo lidiar con la ruptura de la alianza debería, en teoría,
ayudarnos a trabajar con pacientes refractarios al cambio; b) este tipo de investigación
puede proveer una visión sobre la manera en que interactúan la técnica y los factores
relacionales y sobre un mecanismo de cambio importante; y c) la ruptura de la alianza es
relevante para clínicos de todas las orientaciones.” (Safran, 1993. p 452)

Breve historia y crítica del concepto de alianza

El concepto de alianza surgió tempranamente en los escritos freudianos que hablaban


de hacer del paciente un colaborador (Breuer & Freud, 1893-1895), junto con la noción
de transferencia positiva (Freud, 1912). Según Safran, autores tales como Sterba (1934),
Zetzel (1956) y Greenson (1967) contribuyeron al desarrollo del concepto de alianza
remarcando la importancia de proveer condiciones relacionales que permitan instalar
confianza en el paciente. Si bien mantienen diferencias entre ellos, coinciden en
diferenciar entre aspectos relacionales no neuróticos de la psique del paciente (que
posibilitan la alianza), y otros aspectos más transferenciales. Para Sterba, la alianza se
da a través de un proceso en el que el paciente escinde aspectos observadores de su
ego, identificándose con la capacidad observadora del analista. Sostienen en común
que la alianza es necesaria pero no suficiente para producir cambios, que el insight es el
núcleo del cambio y que la interpretación es la intervención privilegiada, sólo ella
permitiría al paciente acceder a su inconciente.

Menciona Safran que factores tales como la popularidad del concepto de alianza durante
los años 50 y 60, así como la búsqueda de ampliar el ámbito del psicoanálisis y de los
pacientes que pudieran beneficiarse de él, empujaron a una mayor flexibilidad técnica
tratando de crear una mayor confianza en el paciente y legitimando modificaciones en la
prescripción de abstinencia y neutralidad.

El concepto de alianza, a pesar de haber tenido un impacto importante en los círculos


psicoanalíticos, especialmente en Norteamérica, ha sido siempre controvertido. Un punto
central de la crítica era que distinguir entre aspectos transferenciales y reales de la
relación analítica conlleva el riesgo de dejar inanalizados o no tenidos en cuenta
importantes rasgos del vínculo o de las motivaciones inconscientes del paciente (por ej.
Brener, 1979). Otro punto de crítica se basaba en la idea de que el concepto de alianza
puede llevar a confundirse con una aparente conformidad del paciente con el progreso
terapéutico. Lacan (1973) arguyó que el énfasis puesto en la colaboración racional entre
paciente y analista era consistente con lo que para él era el énfasis patológico
norteamericano en la adaptación y la conformidad. Desde la perspectiva lacaniana, el
tipo de identificación con el analista que Sterba consideró importante, perpetúa una ya
existente confusión entre el deseo del self y el deseo del otro, contribuyendo a la
alienación del self del paciente.

Desde la teoría clásica psicoanalítica, el concepto de alianza aún continúa teniendo un rol
significativo aunque controvertido y dentro de la línea del pensamiento relacional habría
una pérdida de interés en el concepto debido a que:

"1) no habría necesidad de depender del concepto de alianza ya que el pensamiento relacional
pone el énfasis en el encuentro humano como motor del cambio; 2) dado que el pensamiento
relacional enfatiza la necesidad de la flexibilidad técnica, la innovación y la espontaneidad por parte
del analista, es innecesario legitimar la distancia de éste de los ideales de abstinencia y
neutralidad a través del concepto de alianza; 3) el pensamiento relacional entiende toda
intervención en términos de su sentido relacional, es innecesario el concepto de alianza para
comprender las situaciones de las que se dice: 'la operación fue un éxito pero el paciente murió'; 4)
desde una perspectiva hermenéutica constructivista contemporánea es epistemológicamente naif la
posibilidad de diferenciar lo transferencial de los aspectos basados en la realidad de la relación
terapéutica. Este realismo naif refuerza el poder de la asimetría propia de la relación analítica,
haciendo que el analista se adjudique ser árbitro de la realidad" (Safran, 2003.p.454).

Reconceptualizando la alianza desde una perspectiva relacional

Safran nos proporciona un fragmento clínico para ejemplificar cierto tipo de ruptura de la
alianza. Se trata de Andrea: una mujer de unos cuarenta años, atractiva, profesional,
divorciada. Consultó motivada por su insatisfacción con el desarrollo de su carrera y por
su dificultad en mantener lazos prolongados con los hombres. Sus relaciones sexuales,
por lo general con seres emocionalmente inestables, eran casuales y le dejaban
sensación de vacío. Describió a su padre como un hombre pasivo e inestable
emocionalmente, y a su madre como dominante, centrada en sí misma y narcisista.
Andrea se sentía atraída por hombres grandes, morenos, seductores, dominantes y
emocionalmente expresivos, características que encontraba varoniles. Aunque
generalmente eran inestables y narcisistas, sentía que tenían la capacidad de protegerla.
Su trabajo no la motivaba y tenía dificultades con su jefe, a quien definía como
demandante, despreciativo y poco dispuesto a guiarla como ella esperaba de él.

Ya en la primera entrevista, Andrea exigió al terapeuta que formulase cuál era su


problema, esperando un plan de trabajo que le permitiera saber cómo sería el
tratamiento, cómo conceptualizaba las metas y tareas y cómo llegarían a ellas. En ese
clima demandante, Safran se esforzó en transmitirle que la intensidad de su demanda
podría interferir en el desarrollo de la tarea. El intercambio alrededor de este tema tuvo
sentido para Andrea y le resultó útil para pensar cómo podía afectar sus relaciones. El
trabajo entre ellos transcurrió alternando períodos que parecían serle productivos a la
paciente con otros en que los que demandaba al terapeuta que fuera más directivo y
tomara mayor responsabilidad en determinar el curso de la sesión; en esos momentos,
Safran intentaba entender el sentido de los reclamos pensando qué era lo que se ponía
en acto entre ambos y cuál la contribución de cada uno. Buscaba modificar su postura,
siendo más activo y directivo de lo que solía ser, reconociendo y comunicando a Andrea
que bajo presión y resentido podía ser poco continente. Ambos trataron de negociar
estos períodos críticos y de seguir trabajando productivamente.
Para Safran, el fragmento clínico descrito, pensado desde la perspectiva relacional,
ilustra un continuo enactment transferencial-contratransferencial. En el caso Andrea la
ruptura de la alianza se caracterizó por constantes tensiones y desacuerdos acerca de
las metas y tareas del tratamiento, siendo foco de su investigación la manera en que
paciente y terapeuta trabajan en la consecución de éstas. Al comenzar sus
investigaciones sobre la ruptura de la alianza terapéutica no estaba interesado en las
controversias que desde la literatura psicoanalítica rodeaban al concepto. Comenta que
los investigadores en psicoterapia tardaron en aceptar el valor del concepto y sólo
pensaban la alianza terapéutica como un buen predictor de resultados de tratamiento. Él,
por su parte, buscaba posicionarse más allá del énfasis en la predicción y centrarse en
encontrar la manera en que la ruptura de la alianza puede ser reparada; se preguntaba si
era necesario conservar el concepto de alianza y, de ser así, buscaba reformularlo en
términos significativos desde una perspectiva relacional.

Recuerda el autor que las preocupaciones surgieron al escribir “Negociando la alianza


terapéutica” junto a Chris Muran (Safran & Muran, 2000), cuando trataba de integrar los
resultados de sus programas de investigación con los desarrollos emergentes del
psicoanálisis relacional, buscando un marco sistemático para negociar
el impasse terapéutico (Safran & Muran, 2000). Con este libro tenían la intención de
dirigirse a tres comunidades terapéuticas: la psicoanalítica, la de investigación en
psicoterapia y un grupo mayor de terapeutas adheridos a otras orientaciones no
psicoanalíticas pero potencialmente interesados en los recientes desarrollos del
psicoanálisis. Les significó un desafío conceptualizar de modo de llegar a interesarles.

Revela que cuanto más se acercaba a la perspectiva relacional, más consideraba la


posibilidad de dejar de lado el concepto de alianza, optando finalmente por mantenerlo
pero reformulado (Safran & Muran, 2000). Una de las razones para conservar este
concepto fue que aunque no tuviera un rol significativo en la teoría relacional, sí lo tenía en
las discusiones clínicas en las que surgía la idea implícita de la necesidad de un lazo
colaborativo entre paciente y analista que permitiera orientar el tratamiento
productivamente, tendiéndose a pensar en alianzas más o menos fuertes o frágiles. La
segunda razón para conservarlo fue que aunque ya no tuviera fuerza para la teoría
psicoanalítica, comenzó a resultar interesante para otras orientaciones teóricas además
de facilitar el diálogo entre el psicoanálisis y otros abordajes y entre las comunidades de
analistas e investigadores.

Buscando reconceptualizar el concepto de alianza de manera significativa para el


psicoanálisis relacional, encontró en las ideas de Edward Bordin los fundamentos que lo
hicieron posible. Este psicoanalista orientado hacia la investigación jugó un rol
importante en interesar y orientar a los investigadores en psicoterapia hacia el concepto
de alianza terapéutica. Edward Bordin (1979) teorizó sobre tres dimensiones de la
alianza: por un lado, el grado en que paciente y terapeuta coinciden en las metas del
tratamiento, en el grado en que coinciden en las tareas y en la calidad del vínculo entre
ambos, paciente y terapeuta, considerando aquellos momentos en los que el paciente se
siente confiado y comprendido.
Diferentes terapeutas con diferentes formas de tratamiento persiguen diferentes metas.
Abend (2001), por ejemplo, considera que la meta del tratamiento es proveer libertad de
elección; Greenberg (2001) busca potenciar un mayor autoconocimiento; y contrastando
con estas ideas se encuentra el conductismo empeñado en reducir o eliminar síntomas.

Si bien las tareas de la terapia no son concretas ni conductuales sino de naturaleza más
sutil, el paciente necesita llegar a captarlas para beneficiarse del tratamiento. La
asociación libre es una de estas tareas terapéuticas ya que refleja la naturaleza de la
propia participación en la relación terapéutica.

Las metas, las tareas y el vínculo terapéutico (todos ellos dimensiones de la alianza) se
influencian recíprocamente de manera continua: el acuerdo inicial entre paciente y
terapeuta acerca de las metas y tareas tiende a beneficiar la calidad del vínculo; a la
inversa, si se producen tensiones acerca de éstas, como sucedía frecuentemente entre
Andrea y él, el vínculo adecuado permite negociar un acuerdo.

Según Safran es en este punto donde el pensamiento relacional impactó sobre sus
desarrollos de la perspectiva de Bordin (Safran & Muran, 2000; Safran, Muran, Samstag
& Stevens, 2001, 2002). El concepto de negociación se le fue imponiendo como un
puente cada vez más importante entre las conceptualizaciones de Bordin acerca de la
alianza, su propio programa de investigación sobre ruptura de la alianza y el
pensamiento relacional. Se reconoce en deuda con Mitchell (1993), Pizer (1998) y
Benjamin (1988) quienes, desde sus diferentes perspectivas, enfatizaron el concepto de
negociación.

Las metas y tareas terapéuticas son parte sustancial del proceso de negociación
inevitable en toda tarea terapéutica. Esta negociación en los momentos en que el
proceso transcurre suavemente puede darse de manera levemente consciente; por
ejemplo, el terapeuta puede decidir, casi sin pensar, no hacer una determinada
intervención por tener la sensación de que el paciente no la encontrará útil, o el paciente
puede otorgarle al terapeuta el beneficio de la duda. Es en los momentos más álgidos,
en los que se produce un quiebre o ruptura abierta de la alianza terapéutica, cuando la
negociación pasa a primer plano.

La negociación es central en el proceso, ya que permite que paciente y terapeuta se


beneficien de la colaboración constructiva diseñando metas y tareas específicas.
Considera un continuo desafío a la existencia humana el aprender a negociar las propias
necesidades versus las necesidades de otros (Safran, 1993a). En otros textos (Safran &
Muran, 2000; Safran, 2002ª), Safran consideró este continuo desafío como tensión entre
dos necesidades básicas: la de ser agente y comandar al propio self y la de estar
relacionado (Aron, 1996; Bakan, 1966; Greenberg, 1991). Ambas necesidades básicas
humanas están inevitablemente en conflicto y en relación dialéctica una con otra. La
verdadera autonomía (opuesta a dependencia), sólo puede alcanzarse en un contexto
relacional (p ej, una base segura), mientras que la verdadera relacionalidad (opuesta a
simbiosis) es posible previo logro de cierto grado de autodefinición e independencia.
Para el autor, gran parte de los problemas que llevan los pacientes al tratamiento se
relacionan con las dificultades en negociar constructivamente la tensión entre las
necesidades de agencia versus de relación. En el tratamiento, el paciente se ve
inevitablemente llevado a negociar tanto lo interpersonal como lo intrapsíquico. A nivel
interpersonal a través de una continua negociación tanto consciente como inconsciente
entre las subjetividades de paciente y analista, mientras que a nivel intrapsíquico son las
necesidades del paciente de ser agente y de estar relacionado las que se están
negociando continuamente. Se trata de un proceso de negociación continua que permite
al paciente reconocer si vive el mundo como potencialmente negociable o si se ve en
necesidad de comprometer su sentido de integridad en aras de mantenerse relacionado
(Benjamin,1990; Mitchell,1993; Pizer,1998; Safran, 1993a; Safran & Muran, 2000).

El caso de Andrea ejemplifica claramente cómo las metas y tareas proveen el campo
para este tipo de negociación. En este proceso se da una verdadera confrontación entre
individuos cuyas necesidades y perspectivas entran en conflicto, buscando ambos la
medida en que pueden acomodarse a la perspectiva del otro sin comprometer su
individualidad de manera significativa.

Para Safran esta conceptualización tiene la ventaja de refutar la crítica que equipara
alianza con conformidad, haciendo innecesaria la distinción entre aspectos
transferenciales y reales de la relación, ya que el sentido de las metas y tareas está
determinado tanto por las experiencias relacionales previas como por los aspectos
emergentes de la relación terapéutica. Muestra en su viñeta clínica cómo el estar abierto
a trabajar entre sesiones pareció mostrarle a Andrea su buena disposición para guiarla,
y nutrirla como nunca lo hicieron sus padres. Asume que seguramente algo de la matriz
de su relación con Andrea (incluidos sus sentimientos acerca de ella y de proporcionarle
la clase de guía que ella le demandaba) jugó un papel importante en colorear la
experiencia de ésta sobre sus acciones. Posiblemente, en otra díada terapéutica la
paciente hubiera podido experimentar estas tareas como intento de manipulación o
control.

Considera que desde la perspectiva del terapeuta el sentido de las metas y tareas está
modelado por sus propias experiencias relacionales previas y por la lealtad a los valores
de la comunidad profesional con la que se encuentre identificado (Aron, 1999). Para un
analista clásico, no hacer una interpretación transferencial por considerar que el paciente
no la encontrará provechosa sería vivido como un asalto a su identidad profesional.

Considera que otra ventaja de esta conceptualización es que destaca la


interdependencia entre la técnica y los factores relacionales. Diseñada bajo la influencia
del pensamiento relacional contemporáneo (p. ej, Aron, 1996; Mitchell, 1988), postula
que toda intervención sólo puede ser comprendida dentro del contexto relacional en que
se realice, pudiendo impactar positiva o negativamente sobre el vínculo, o ser más o
menos facilitadora de la tarea según el sentido que tenga tanto para el paciente como
para el terapeuta y de la cualidad del vínculo entre ambos. En contraste con la
conceptualización tradicional de la alianza, esta reformulación afirma, de manera
consistente con el pluralismo teórico propio del pensamiento relacional actual, que se
puede llegar al cambio por distintos medios, no considera que la meta sea sólo el insight
y que la intervención de elección sea la interpretación. Para Safran esta
conceptualización es más dinámica caracterizándose por su énfasis en la mutualidad.

Si bien teóricos como Sterba, Zetzel y Greenson sostienen la importancia de que el


terapeuta facilite la instalación de la alianza terapéutica, finalmente terminan asumiendo
que el paciente debe identificarse con el analista y adaptarse a su conceptualización de
las metas y tareas del tratamiento. En cambio, Safran remarca la importancia del mutuo
acuerdo sobre las metas y tareas del tratamiento y del rol determinante de una
continuada negociación y acomodación mutua.

Resumiendo algunos aspectos de su programa de investigación, el autor comenta que


en la última década implementó, junto a sus colegas de investigación en psicoterapia, un
modelo de investigación llamado análisis de tarea relacionado con los modelos
paradigmáticos(Greenberg,1986; Rice & Greenberg,1984; Safran, Greenberg &
Rice,1988), buscando desarrollar vías de resolución de la ruptura de la alianza (p. ej,
Safran,1993a,b; Safran & Muran,1996; Safran, Muran & Samstag,1994; Safran et al,
2001,2002).

Fijaron como tarea de interés la reparación de la ruptura de la alianza y se dedicaron a


identificar modelos tendentes a facilitar su resolución exitosa. Llegaron a considerar al
proceso terapéutico como una secuencia de estados recurrentes que se da en patrones
identificables. La identificación de estos estados y el subrayar patrones de transición
entre ellos les permitió desarrollar un modelo estimulante para los clínicos. La meta de
esta investigación no fue generar modelos rígidos, sino ayudar a los clínicos en el
reconocimiento de los patrones que facilitarían las intervenciones a lo largo del proceso.

Lo paradigmático del "análisis de tareas" es que se trata de un proceso cíclico continuo


entre la teoría que genera hipótesis a verificar y la observación que ayuda a redefinir la
teoría (Greenberg, 1986; Safran, Greenberg & Rice, 1988). Fueron los desarrollos
teóricos del psicoanálisis relacional actual los que ayudaron a refinar su modelo de
resolución.

Este modelo consta de cinco estados, caracterizados cada uno por un patrón de relación
particular entre paciente y terapeuta: 1) puesta en acto de la ruptura de la alianza; 2)
ruptura e inicio del proceso de desinvolucrarse; 3) exploración de la experiencia del
paciente; 4) exploración de la evitación; y 5) emergencia de los deseos subyacentes.
Aunque lo típico del proceso se desarrolla en progresión del primero al último paso, por
lo general tiende a repetirse un ciclo de ida y vuelta entre ellos. Es un proceso no lineal.

Safran enfatiza que el proceso se resuelve dentro de un contexto de una matriz


transferencial-contratransferencial compleja y furtiva en la que ambos participantes van y
vienen cíclicamente entre un mayor o menor grado en su modo de estar involucrados en
la configuración que produce la ruptura de la alianza.

En el primer estado, paciente y terapeuta se encuentran en una configuración relacional


que lleva a la ruptura, el terapeuta puede ya tener un cierto grado de conciencia de que
se halla ante una ruptura o un impasse, pero aún no se ha puesto a reflexionar sobre su
participación en la configuración actual. Se han identificado dos tipos de
rupturas: ruptura en retirada y ruptura confrontativa. En la primera, el paciente negocia
con la tensión en la relación retirando parcialmente del terapeuta algún aspecto de su
propia experiencia o del proceso terapéutico. En el segundo tipo de ruptura, el paciente
pone en evidencia angustia, resentimiento, o insatisfacción con el terapeuta o con algún
aspecto del proceso. Si bien algunas rupturas tienen ambas características, la diferencia
entre ambas y el modo en que se resuelve la ruptura del proceso es significativa. Safran
comenta que ha encontrado que los pacientes que se caracterizan por una ruptura en
retirada, tienen dificultades en mostrar sus necesidades de ser agentes, mientras que
aquéllos cuya modalidad principal de ruptura es la confrontativa tienen dificultades en
mantenerse relacionados. El trabajo a través de la ruptura de la alianza, buscando la
base para determinar metas y tareas terapéuticas, brinda la oportunidad al paciente de
aprender a negociar sus necesidades de manera constructiva.

En el segundo estado, el trabajo del terapeuta consiste en enfocar explícitamente lo que


fue puesto en acto en el aquí y ahora de la relación terapéutica comenzando a reflexionar
acerca de la naturaleza de su propia participación. Lo que por lo general facilita el
trabajo es una formametacomunicativa que encuentra el terapeuta para posicionarse
fuera del enactment, comentando sobre él incluyendo el reconocimiento de su
participación en éste. Safran agrega que, si bien en este estado comienza el proceso de
desinvolucrarse, éste en realidad continúa a través de todo el proceso de resolución de
la ruptura.

En el tercer estado, es el paciente quien comienza a explorar y expresar sus


sentimientos acerca de la ruptura de la alianza. Aquéllos en los que se presenta una
ruptura en retirada no tardan en manifestar sus sentimientos negativos o deseos de ser
sostenidos, o nutridos, haciéndolo de manera limitada o indirecta. Cuando se presenta
una ruptura confrontativa, los sentimientos son expresados de manera culpabilizante o
demandante. Comenta el autor que muchas de sus sesiones con Andrea le han
proporcionado buenos ejemplos de esta clase de culpabilización y demanda. Agrega
que en Ghent’s (1992) encontró la distinción entre "necesidad” e “indigencia”, lo que
amplió su posibilidad de comprensión. Para un individuo cuyas necesidades de amor y
sostén fueron respondidas a lo largo de su vida con negligencia o maltrato, estas
necesidades se han vuelto peligrosas y sufren algún grado de disociación. En su lugar
aparece a veces una demanda manipulativa, en gran medida expresión de la rabia por
constante deprivación.

En el cuarto estado, ambos exploran el proceso defensivo que impide el reconocimiento


y expresión de las necesidades y deseos fundamentales. Se caracteriza por alternancias
entre la exploración de la evitación y de la experiencia del paciente. La primera facilita
la exploración de la experiencia del paciente cuando está bloqueada. La segunda,
inevitablemente, despierta más ansiedad, más actividad defensiva y la necesidad de
mayor exploración de la evitación.

Encuentra dos clases de procesos defensivos primarios: uno, consiste en la expectativa


y temor a que la respuesta del terapeuta hacia las necesidades fundamentales sea de
abandono, retaliación o derrumbe; el otro, en la internalización negativa de juicios acerca
de las propias necesidades o deseos.

Siguiendo con el desarrollo de sus ideas, postula que en el quinto estado el paciente
reconoce deseos y necesidades de los que se estuvo defendiendo. En los pacientes que
presentan una ruptura en retirada, las manifestaciones de furia hacia el terapeuta por sus
fallas o limitaciones se manifiestan de manera autoafirmativa. En los casos de ruptura
confrontativa, aparecen deseos y necesidades que muestran una mayor vulnerabilidad,
como los deseos de ser guiados y sostenidos. La respuesta del terapeuta a la expresión
de estos deseos debe ser empática y de validación ya que no los considera derivados
instintivos a los que se debería renunciar, sino añoranzas normales del ser humano de
ser sostenido y criado, siendo necesario en algunos casos gratificar esos deseos.

Recuerda cómo le fue útil con Andrea acomodarse dentro de ciertos límites
respondiendo a sus demandas de ser más activo y directivo de lo que solía ser, siendo
éste el punto donde el continuo proceso de negociación discutido anteriormente cobra su
mayor importancia. La intuición del terapeuta sobre lo que considera “correcto" va a
determinar si gratifica o no los deseos del paciente.

Mitchell (1993) resaltaba que la manera en que se registran en la contratransferencia los


deseos del paciente está codeterminada tanto por la cualidad del deseo expresado
como por las características personales, valores e intereses del terapeuta. Elija o no
satisfacer los deseos del paciente, lo primordial es que éste los sienta reconocidos y no
invalidados como inmaduros. El terapeuta puede no conceder prolongar la sesión y, sin
embargo, empatizar con el deseo y el dolor por lo no cumplido. La empatía del terapeuta
hacia los deseos fundamentales y hacia el dolor de que éstos no sean satisfechos
permitirá al paciente empezar a aceptarlos como legítimos, a aceptar las limitaciones del
otro y, al mismo tiempo, a abandonar la búsqueda de metas inalcanzables e idealizadas
(Safran, 1993a, 1999). El tránsito por este cruce dialéctico entre deseo y frustración
permite al paciente forjar su capacidad para la intersubjetividad. El trabajo con Andrea
buscó continuamente que ella pudiera empezar a tener una buena experiencia con él,
que pudiera tolerar sus limitaciones y, al mismo tiempo, no denegar su deseo de más.

Teme que el tipo de modelo brevementemente delineado pueda dar la impresión de ser
mecánico y proclive a dejar fuera el complejo y sutil interjuego afectivo entre paciente y
terapeuta pleno de vida y sentido. Afirma que, por el contrario, la intensidad de los
sentimientos que la ruptura de la alianza pone en juego tanto en el paciente como en el
terapeuta lleva a que la tarea más profunda e importante del tratamiento sea aprovechar
estos sentimientos de desesperación, necesidad, angustia, impotencia, auto-reproche,
en un trabajo constructivo.

El terapeuta puede verse en dificultades en focalizar qué es lo que se está dando en la


interacción si pasa a ser objeto de una intensa agresión y tiene conflictos con sus
propias tendencias agresivas. Estas circunstancias pueden precipitar un colapso de
su espacio interno.El tipo de trabajo interno que el terapeuta debe llevar a cabo para
reabrir su espacio interior de manera que le posibilite trabajar con las rupturas de la
alianza ha pasado a ser un tópico de interés para él (p.ej., Safran & Muran, 2000).
Safran y Chris Muran, desarrollaron un manual en el que proponían el abordaje de un
tratamiento diseñado específicamente con el propósito de llegar a negociar o resolver
rupturas en la alianza terapéutica, (esto en el marco de un proyecto piloto subvencionado
por el National Institute for Mental Health (Safran, 2002 a, b; Safran & Muran, 2000).
Este enfoque es conocido como “Tratamiento Psicoanalítico Relacional Breve (BRT)”.
Para facilitar la investigación, la indicación es conducirlo en tiempo breve y formato
limitado (treinta sesiones). Basado en principios emergentes del psicoanálisis relacional,
con la expectativa de que sea usado por terapeutas de todas las orientaciones, este
abordaje tiene una manera clara y concisa de delinear y articular principios e
intervenciones estratégicas. Es considerado como un tratamiento manualizado por la
manera en que “las directivas están indicadas para especificar lo que los terapeutas
deberían hacer y para determinar en qué momento están haciendo lo que deberían
hacer.”

Considera el autor que los manuales de tratamiento psicoterapéutico pueden resultar


ajenos y chocantes a algunos psicoanalistas, mientras que para las principales
corrientes psicoterapéuticas dedicadas a la investigación es indispensable contar con
estas guías que pauten claramente cómo deben llevarse en la práctica los tratamientos
que son investigados. Ello permite a los investigadores confiar en que todos los
terapeutas que aplican un determinado tratamiento estén haciendo lo mismo. Las
especificaciones, principios claros y técnicas propias de los manuales de tratamiento,
identificando destrezas terapéuticas de modo poco ambiguo, posibilitarían mejoras en la
práctica clínica. Y, si bien continúa habiendo entusiasmo acerca de los manuales de
tratamiento de parte de algunos investigadores, otros muchos lo han perdido, arguyendo
que constriñen artificialmente la práctica clínica y reducen la flexibilidad y creatividad del
terapeuta (e. g., Strupp, 2001). "De todas maneras, el uso de manuales y la evaluación
de la adherencia del terapeuta a éste, aún es un criterio necesario en la persecución de
un resultado riguroso en la investigación en psicoterapia" (Safran, 2003, p.465).

El desarrollo de esta guía precisa de tratamiento posibilitó adiestrar a clínicos de


orientaciones no psicoanalíticas o con poca formación en psicoanálisis, permitiendo a
los investigadores evaluar la efectividad del abordaje en diferentes contextos y difundir
importantes conceptos relacionales a gran número de clínicos.

El propósito de Safran fue encontrar un equilibrio entre especificar principios y


estrategias de intervención de manera clara y, al mismo tiempo, facilitar el desarrollo de
la improvisación y la respuesta sensible y personal del terapeuta (Safran & Muran, 2000),
poniendo énfasis en “delinear los procedimientos de formación, buscando incrementar
la habilidad terapéuticapara reflejar en la acción, o sea, la habilidad para responder
flexiblemente a la situación emergente más que imponiendo teorías sobre ella"
(Schon, 1983). Bosquejaron también procedimientos a incluir en la formación de los
terapeutas que posibilitaran el trabajo con sus propios procesos internos y sus
reacciones contratransferenciales de manera de trabajar constructivamente con ellas.

Confía en que las descripciones del BRT permitan a los lectores imbuirse en el "sabor
relacional" del abordaje, especialmente comparado con otros abordajes psicoanalíticos
de corto plazo. "Los principios llave del BRT son los siguientes: 1) asume una psicología
bipersonal y una epistemología constructivista, 2) el tratamiento está conceptualizado
como un ciclo continuo de enacting, desentrañamiento y comprensión, 3) supone un foco
intensivo en el aquí y ahora de la relación terapéutica y una continua exploración
colaborativa de la contribución de ambos (paciente y terapeuta), 4) reconoce el
significado relacional de la intervención, 5) hace uso intensivo de la confesión
contratransferencial y de la metacomunicación terapéutica, y 6) enfatiza la importancia de
permitir que las formulaciones del proceso emerjan gradualmente mientras el terapeuta
empieza a desarrollar alguna comprensión acerca de la naturaleza de su propia
participación en la matriz interactiva¨. Esto contrasta con otras terapias de corto plazo
que sostienen la necesidad de formulaciones certeras desde el comienzo, ya que
asumen que el terapeuta está lo suficientemente desinvolucrado como para poder
hacerlo" (Safran, 2002a, p.467).

Safran comenta los resultados de un pequeño estudio piloto diseñado para evaluar la
efectividad del BRT como un tratamiento estratégico para lidiar con la ruptura de la
alianza terapéutica. Se monitorizaron pacientes que estuvieron recibiendo algún tipo de
psicoterapia dinámica a corto plazo (con un foco más tradicional de la psicología
centrada en una persona) o una terapia cognitiva, también de corto plazo. A poco de
comenzar identificaron aquellos que habían presentado dificultades en el establecimiento
de la alianza. Ofrecieron a esos pacientes la opción de ser transferidos a un terapeuta de
otra orientación. Si aceptaban, los asignaban al BRT o a una condición control (terapia
cognitiva, si habían comenzado con un tratamiento psicodinámico, o tratamiento
psicodinámico tradicional si comenzaron con un tratamiento cognitivo). Confirmaron sus
hipótesis encontrando que los pacientes que habían sido transferidos al BRT mejoraron
más que aquellos transferidos a cualquiera de los otros dos tratamientos (Safran, Muran,
Samstag & Winston, 2002). Agrega que en un estudio con una muestra mayor
condujeron un estudio psicoterapéutico más convencional que comparaba el BRT con la
terapia psicodinámica tradicional y con la terapia cognitiva a corto plazo, en un grupo de
pacientes con diagnóstico de desorden de personalidad. Descubrieron que,
aparentemente, los tres tratamientos eran efectivos por igual.

Al buscar una medida más exigente para evaluar cambios clínicos significativos,
encontraron que ambos -el BRT y el tratamiento cognitivo- fueron más efectivos que el
tratamiento psicodinámico más tradicional. Otro descubrimiento fue que en el BRT hubo
menos deserciones. Esto sugiere que si bien el BRT no es más efectivo que la terapia
cognitiva para aquéllos que completaron el tratamiento, más pacientes completaron el
BRT que el resto de tratamientos. Un segundo nivel de análisis confirmó que los
pacientes que abandonaron el tratamiento tuvieron peores alianzas que aquéllos que los
completaron. Estos descubrimientos sitúan al BRT como tratamiento de elección para
lidiar con problemas en la alianza terapéutica e ilustran acerca de la manera en que los
desarrollos en psicoanálisis relacional pueden contribuir con la práctica psicoterapéutica.

Safran ofrece una viñeta de su trabajo con Andrea. La mañana en cuestión no se sentía
en forma ni física ni emocionalmente, debido a distintas situaciones personales. Mientras
ella iba entrando a la consulta, se encontró rogando que esa no fuera una sesión
tormentosa como las que solían tener. Andrea comenzó diciendo que tenía ya cita con
otro terapeuta para comenzar una terapia grupal. Safran hace una pormenorizada
descripción de su crispación y tensión frente a este comentario. Se encontró sorprendido
y enojado, esta idea de la terapia grupal ya había sido considerada con anterioridad y
habían desistido, entendiéndola como un parachoques frente a la frustración que ella
decía sentir en su relación con él. Esto permitió explorar la similitud entre lo que estaba
sucediendo en la relación y la tendencia de la paciente a relacionarse románticamente
con más de un hombre al mismo tiempo. Safran había quedado con la impresión de que
la relación seguía funcionando bien entre ellos. Ahora, en su enojo, se hacía una serie de
preguntas: si ella estaba molesta por algo ¿por qué no lo comentó con él? ¿Cómo pudo
pedir una entrevista para un grupo sin siquiera mencionárselo?

Mientras que trataba de calmarse y buscar decir algo útil, se encontró diciendo que se
encontraba sorprendido y que le resultaba inesperado ya que había quedado con la idea
de que estaban de acuerdo. Andrea le reprochó fríamente que no se hubiera dado
cuenta de su frustración, y que rehusara responder a sus necesidades.

“Bueno, sí, -farfulló él- ¿Qué debo hacer yo para llegarle?” “Esto no es realmente justo”
pensó. Pero antes de que pudiera montar una defensa, Andrea habló nuevamente: “De
todas maneras, si comienzo el grupo tendré que dejar nuestro trabajo juntos. No estoy en
condiciones de encarar ambos”.

Relatando los movimientos de su propio mundo interno en estas circunstancias, Safran


comenta que se encontraba paralizado y con intensas y conflictivas emociones
haciéndonos partícipes de su diálogo interior: “¿Cómo puede hacer esto después de
todo lo que hemos estado procesando juntos? Todo el tiempo que toleré sus
acusaciones tratando de responderle de manera abierta y no defensiva. Todas las
maneras en las que me he acomodado a sus necesidades. Ella piensa que soy frío y
poco continente. Me pregunto cómo se sentiría trabajando con un analista clásico”. “Pero,
pudiera ser que ella esté descubriendo algo acerca tuyo” susurró otra voz en su cabeza.
“Ella no es la primer persona que te acusa de ser frío y poco continente". Comenzó a
culpabilizarse pero, rápidamente, comenzó a defenderse de su acusador interno: "Al
diablo con ello” pensó. “He sido bueno con ella. Puede que no perfecto, pero estuve
realmente involucrado, con lo mejor de mi habilidad para ayudarla”. Se encontró jugando
con conceptos psicoanalíticos tratando de retomar una sensación de control
“Identificación proyectiva. Enactment. Puede ser que ella necesite que muestre mis
sentimientos de una manera en que su padre emocionalmente inestable nunca lo ha
hecho -sigue reflexionando-. Puede ser que necesite verme fuera de mí”. En el momento
en que pudo tomar distancia de la experiencia inmediata, comenzó a registrarse como
levemente divertido.

Finalmente, encontraron la manera de atravesar esta ruptura como siempre lo hicieran


previamente. Esta clase de experiencias lo llevaron a focalizar sobre su propio trabajo
interno: la experiencia de sentirse paralizado, su lucha por intentar procesar el cúmulo de
sentimientos que lo invadían: shock, angustia, autorreproche, impotencia y otros. Y
despertaron en él estos interrogantes: ¿de qué manera están capacitados los terapeutas
para trabajar constructivamente sus experiencias internas de modo que sea posible
trabajar a través de la ruptura de la alianza? ¿Cuál es la naturaleza del estado de la
mente que permite al terapeuta conectarse con sentimientos de cólera, impotencia,
autorreproche y desesperación, emergentes durante las dificultades
del impasse terapéutico sin autocuestionarse y sin disociarlos? ¿Cómo adentrarse en
este estado de la mente y empezar a hablar acerca de este relevante proceso interno?

Si bien en los escritos relacionales se ha ido imponiendo la propuesta de acercarse de


modo más personal y subjetivo a las dificultades de los enactments de la transferencia-
contratransferencia, se ha prestado poca atención a explicar e ilustrar el proceso de
trabajo interno que cada analista debe llevar a cabo de manera de pasar de un estado
de la mente que dificulta un trabajo productivo a otro estado en que se reabra la
posibilidad de hacerlo. Seguramente, esta falta de comunicación acerca del trabajo
interno se deba al temor a dejar entrever material privado. Algunos autores, como Ogden
y Jacobs, han provisto modelos interesantes para este tipo de escritos. Ogden (1994)
tiende a reconstruir sus asociaciones flotantes que siguen momento a momento el
material de su paciente. Jabobs (1991) reflexiona de manera más personal, se centra en
memorias personales y en estados del self que en cierta manera resuenan con aspectos
de las dinámicas del paciente. Davies (2002) provee una ojeada intrigante sobre su
propio proceso interno durante un particular y difícil enactment con un paciente. Ellos
proporcionaron un nuevo y rico género narrativo que puede llevar a nuevos desarrollos.

Para Safran, ese estado de la mente se caracteriza por la posibilidad de permitir y


aceptar la propia experiencia, cualquiera ella sea, en vez de luchar contra ella. También
por la posibilidad de contener el proceso de “dejarse ir”, entregándose a la propia
experiencia mientras se reflexiona sobre ella sin enjuiciarse. Propone cultivar ese tipo de
“espacio” interno que permite a los pensamientos y sentimientos emerger como son más
que ejercer un rígido control sobre ellos por temor a que puedan “distraer”. Agrega el
autor que cuando una intervención ayuda a reparar una ruptura de la alianza, es porque el
terapeuta encontró las palabras que reflejan que ha manejado correctamente la manera
de entrar en ese particular estado de la mente. Como Nacht (1962) ya sugirió, el
paciente experimenta la interpretación coloreada por su percepción inconsciente de la
actitud del analista hacia él. Encuentra que metacomunicar acerca de la relación
terapéutica tiene como función primordial ayudar al terapeuta a entrar en ese estado de
la mente en que llega a poner en palabras aquello que no las tiene (Safran & Muran,
2000). Symington (1983) se refiere a este proceso como el acto de libertad del analista.

Esta preocupación por el mundo interno del terapeuta lo lleva a tratar de experimentar
con la formación en meditación (derivada de la tradición budista). Su propósito es ayudar
a los terapeutas a cultivar el tipo de destreza interna necesaria para reabrir el espacio
interno cuando éste ha colapsado (Safran & Muran, 2000). Se trata de una actitud
enteramente compatible con la recomendación de Freud (1912a) de escuchar el material
con atención libremente flotante, aunque Freud poco dijera acerca de cómo encontrar
este tipo de atención. La práctica de la meditación supone una formación rigurosa y
sistemática con el propósito de cultivar esta habilidad.

Una de las investigaciones realizadas sobre el proceso interno del terapeuta, encontró
que los terapeutas que cursaron durante un año el programa de formación en el BRT,
trabajaban más cómodos sus experiencias contratransferenciales y estaban más
capacitados para reflejar en acción que aquellos que comenzaban el programa.
Actualmente existe un estudio que investiga si los terapeutas que están más abiertos,
aceptando su experiencia interna tal como emerge, son o no más exitosos negociando la
ruptura de la alianza terapéutica.

Safran relata que una conversación telefónica con un viejo amigo (un colega que hace
investigación psicodinámicamente orientada y que consideraba la orientación relacional
como basura constructivista postmoderna), lo volvió hacia una pregunta que
frecuentemente se hacía: ¿cómo reconciliaba él el estar comprometido con un punto de
vista relacional constructivista y al mismo tiempo hacer investigación en psicoterapia?
¿Acaso no son incompatibles? ¿No es que este tipo de investigación pone en práctica
un tipo de realismo y objetividad, ilusorio desde la perspectiva de una epistemología
constructivista? (p. ej. Wachtel, 2002; Warren, 2002).

Su respuesta a esta cuestión fue que "lo que verdaderamente implica la epistemología
constructivista no es que la investigación no tiene sentido, sino que es necesario
aproximarse a la investigación con un cierto grado de sofisticación filosófica” (Safran,
2001, 2002). Y que aunque las ciencias sociales conllevan un irreductible carácter
interpretativo de lo social, en todas las ciencias la evidencia es interpretada a través de
los ojos del observador. Más aún, las reglas de evidencia son construcciones sociales
que se modifican a lo largo del tiempo. Estas disquisiciones continuas favorecen ver más
allá de las propias preconcepciones.

El autor finaliza diciendo: "El verdadero asunto, creo, es el de encontrar una posición
media entre los extremos del objetivismo por un lado y el relativismo radical por el otro"
(Berstein, 1983). Es la lucha continua para encontrar una posición media en este tópico
como en otros, lo que yace en el corazón del pensamiento relacional. Creo positivamente
que esto estuvo en el corazón de Stephen Mitchell".

Este artículo muestra claramente los esfuerzos de Safran por aportar a la formación de
terapeutas en psicoterapias de distintas tradiciones, la rigurosidad necesaria y la
flexibilidad que les permita contar con instrumentos para lidiar con impasses y evitar
fracasos terapéuticos.

La influencia del giro relacional, la búsqueda de “factores específicos” que promuevan el


cambio y la preocupación por encontrar la manera en la que las variables paciente-
terapeuta–técnica influyen en el proceso, lo llevan a focalizar sus investigaciones en la
ruptura de la alianza terapéutica en la que encuentra la confluencia entre estas tres
variables.

Conceptualiza la ruptura de la alianza terapéutica como continuo enactment


transferencial-contratransferencial propio de todo proceso terapéutico que pone en
riesgo el destino del tratamiento. Bajo estos supuestos investiga la ruptura de la alianza
buscando qué es lo que posibilita su reparación y la continuidad de la tarea terapéutica.
Su interés en la formación de terapeutas y en el psicoanálisis relacional lo llevó a incluir
dentro de las variables del proceso la presencia emocional del analista.
A mi entender sostiene que la capacidad del terapeuta para acceder al estado de la
mente, que facilita lo que denomina "trabajo interno”, permitiría al analista ponerse en
contacto y aceptar sin juzgar sus respuestas contratransferenciales puestas en juego en
el enactment. La aceptación y consideración de su contratransferencia le permitiría
adentrarse sin temor en pensamientos y sentimientos para luego poder instrumentarlos
como revelación contratransferencial. Estos instrumentos, junto a la plasticidad para
ayudar a transitar favorablemente por vivencias de mutualidad que parecen surgir de la
negociación de metas y tareas, apoya la idea de que el cambio psíquico se produce por
efecto de la relación entre paciente y analista.

Quizá podamos relacionar su mencionado "trabajo interno del analista" con los aportes
de Bollas (1987) quien piensa una predisposición contratransferencial en lugar de una
neutralidad absoluta o de una imparcialidad científica: "me parece crucial que los
clínicos encuentren la manera de poner sus estados psíquicos subjetivos como objeto
de análisis a disposición del paciente y de ellos mismos, aunque todavía desconozcan
el sentido de esos estados"(p.242.)

Si bien el concepto de enactment en nuestros días es controvertido, Safran parece


compartir la postura de los analistas que consideran que el enactment tiene
esencialmente consecuencias terapéuticas positivas (Ivey, 2008). Considero que el
concepto de enactment que postula Safran está íntimamente relacionado con la
propuesta de Chused (1999) para quien el enactment sería un fenómeno imposible de
eludir en el análisis siempre y cuando el analista se encuentre comprometido en él,
considera que de no ser así no estaríamos frente a un verdadero análisis, también
sostiene que es importante para el análisis que paciente y/o analista se pregunten
acerca de lo que cada uno ha hecho.

Al enfatizar la instrumentación de la revelación contratransferencial encontramos alguna


resonancia con lo expuesto por Maroda (2002): “He afirmado que el intento del analista
de contener las respuestas emocionales que naturalmente ocurren , es privar al
paciente de aquello que está desesperadamente buscando, tanto para validar sus
propias respuestas emocionales como para alentar el sentimiento y nombrar los
afectos soterrados” (p.107).

Nos resulta interesante la instrumentación de la autorrevelación como la posibilidad de


inscribir nuevas experiencias en el paciente, como paso necesario en el terapeuta para
empezar a desinvolucrarse del enactment y como mecanismo necesario en la reparación
de la alianza terapéutica.

La conceptualización de Safran de la alianza terapéutica desde la perspectiva relacional


muestra claramente el cambio que implica pasar a pensar en una psicología bipersonal
en la que la neutralidad terapéutica, la contratransferencia como obstáculo, la revelación
contratransferencial, la regla de abstinencia postuladas por el psicoanálisis tradicional
pasan a ser “revisitadas”, para dar paso al involucrarse del terapeuta, a la búsqueda
activa por parte de éste de sus respuestas contratransferenciales como instrumento de
comprensión, respuestas que pasarán a ser instrumentos para promover el cambio a
través de su explicitación cuidadosa.

Posiblemente podríamos relacionar ese particular "estado de la mente” del que nos
habla Safran con la capacidad de autorregulación emocional que permitiría contener y
regular las emociones, capacidad necesaria aunque no suficiente en la formación de
terapeutas. Por lo tanto me resulta llamativo que en este artículo Safran parece
considerar suficiente para la formación de terapeutas lograr, a través del training en
meditación, el estado de la mente que permite reabrir el espacio interno para contener
las vivencias y pensamientos contratransferenciales. Personalmente no creo que pueda
suplantar el análisis personal en la formación de todo psicoterapeuta.

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