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verdad y el lenguaje.
Rorty no concibe el lenguaje como un medio, es decir como algo que esté entre el yo y la
realidad no humana, así descarta la idea de que haya “significados” como entidades no
lingüísticas que el lenguaje tenga que expresar y de que haya “hechos” como cosas no
lingüísticas que el lenguaje tenga que representar. La propuesta de Rorty se opone a que
exista alguna relación de “adecuación del mundo” o de “expresión de la naturaleza del yo”, es
decir, de que exista alguna naturaleza intrínseca del mundo o del yo a la que el lenguaje deba
corresponder, incluso afirma que no existe algo semejante a lo que comúnmente se conoce
por lenguaje. La misma tradición que sostiene estas ideas es la que sostiene que la verdad es
una cosa que se encuentra más que una cosa que se hace.
Así para Rorty todos los debates en torno a la intención de unir lo público a lo privado,
los intentos metafísicos y teológicos de que creamos que lo más importante para cada uno es
lo que tenemos en común con los demás, son en resumidas cuentas intentos por imponer que
existe algo como una “naturaleza humana” o una naturaleza intrínseca a la realidad. A partir
de esa idea fueron cambiando los discursos y descubriéndose verdades en tanto “más se
aproximaban a la realidad”, pero para él, no es que las descripciones que se fueron haciendo
de la realidad fueran volviéndose más acertadas, más cercanas a esa naturaleza. Simplemente
resulta que ciertas descripciones, como entidades lingüísticas de construcción humana,
resultaron más útiles en determinadas circunstancias y para determinados fines. De este
modo, las disputas entre si vale más preguntarse por la perfección privada o la solidaridad
humana, que abarcan un abanico innumerable de disputas ente lo privado y lo público,
pierden sentido frente a la perspectiva de Rorty, pues no existe algo así como un lenguaje
unitario capaz de englobar la naturaleza de la realidad toda, y así no hay términos que valgan
más que otros, lo que existen son diversos léxicos todos de creación humana que apuntan a
diferentes fines. En realidad si algo hay que disputar al respecto de los términos para Rorty, es
si el uso de ciertas palabras obstaculiza el uso que hacemos de ciertas otras, es a fin de cuentas
una cuestión acerca de si el uso de nuestras herramientas es ineficaz y no de si nuestras
creencias son contradictorias. Aparece la concepción wittgensteniana y nietzscheana de Rorty
sobre el lenguaje, que no es ya un medio ni tiene un propósito específico, sino una
herramienta producto de la contingencia y de pequeñas mutaciones a lo largo de la historia
que fueron encontrando su lugar en el lenguaje por su utilidad para diversos fines humanos.
Ven al lenguaje como a la evolución, compuesta por formas de vida que constantemente
eliminan a las formas antiguas no para cumplir ningún propósito más elevado sino ciegamente.
Uno de los objetivos más importantes de la propuesta rortyana es que seamos capaces de
percibir esta contingencia del lenguaje.
Esta eliminación, este cambio de la forma de hablar por la creación de nuevos léxicos
implica además siempre un cambio en nuestra forma de hacer, de pensar y de pensarnos a
nosotros mismos. Desde la perspectiva de Rorty el lenguaje es algo más amplio que un
conjunto de proposiciones que sirven de medio por un propósito, los léxicos implican modos
de vida diferentes, cuestión que se verá más claramente cuando hablemos de la creación de sí
mismo.
A las preguntas sobre qué es mejor o peor, más bueno o más malo, las ven como
desesperadas. El ironista liberal es el portador de la utopía liberal de que la solidaridad sea
universal, en un mundo donde no hay ningún orden jerárquico preestablecido para responder
a tales preguntas. Es el que asume la contingencia y vive haciéndose a sí mismo bajo el deseo
de que la solidaridad inunde alguna vez la humanidad y de que entonces el sufrimiento pare.
Explicar por qué propone “reemplazar la verdad por la libertad como meta
del pensamiento y el progreso social”.
Para Rorty, la tradición occidental ha tenido por siglos el objetivo de encontrar la
verdad, como si la verdad fuese algo que esta “ahí afuera” esperando ser encontrado. De este
modo, la humanidad se ha condenado por largo tiempo a responder a las exigencias de esa
verdad. Una verdad que exige universalidad, correspondencia con la naturaleza del yo y del
mundo, rigor, exactitud, y que, por sobre todo, es por definición sólo una. De este modo, la
humanidad fue apropiándose de nuevos términos en la medida que fue acercándose cada vez
más a la verdad y descartando los anteriores, así, puede leerse la historia intelectual como la
historia de la búsqueda de la verdad. Pero Rorty propone una lectura diferente, propone que
la historia intelectual, de la cultura, no es una historia de la verdad sino una historia de las
metáforas. Para él, Nietzsche fue el primero en sugerir de forma explícita la exclusión de esa
idea de “conocer la verdad”, pues cuando definió a la verdad como “un ejército móvil de
metáforas” afirmó que se debía abandonar la idea de representar la realidad por medio del
lenguaje como si existiese un contexto único para todas las vidas humanas. Entonces
caeríamos en la cuenta de que “el mundo verdadero” de Platón no era más que una fábula, y
nuestro consuelo al morir no sería trascender la animalidad, sino reconocernos como ese
animal mortal peculiar capaz de crearse a sí mismo al describirse en sus propios términos.