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 Liliana, madre de un niño de ocho años, quedó embarazada por segunda vez,

pero una fuerte depresión la llevó a querer interrumpir su embarazo. Después


de varios tropiezos, logró que su EPS le practicara el aborto porque una clínica
privada certificó que estaba en riesgo su salud mental. Sin embargo, funcionarios
de esa entidad amenazaron con denunciarla ante el Instituto Colombiano de
Bienestar Familiar (ICBF) para que le quitara la custodia de su hijo.

 Mientras tanto, Johana (de 14 años) y Mariana luchaban contra el drama de una
violación sexual. La primera tuvo que permanecer 13 días hospitalizada mientras
una junta médica del hospital determinaba si aceptaba su solicitud aborto, a
pesar de haber presentado el único requisito que necesitaba: una denuncia
penal. La segunda, que fue agredida sexualmente cuando viajaba en un bus
desde Buenaventura hasta Cali (Valle), tuvo que soportar un aborto en la misma
sala donde una mujer estaba pariendo. Luego, las palabras de una enfermera
que le dejó el feto sobre la mesa de noche: “Ahí verá qué hace con eso”.
 Vásquez vuelve a recordar aquel 13 de julio de 2007, una historia que ha relatado
infinidad de veces a periodistas, jueces, policías, abogados, activistas. Se
encontraba trabajando como limpiadora en el Liceo Canadiense. Estaba
embarazada de nueve meses. A las 14:00 horas no sentía dolor alguno. Sabía
que le tocaría dar a luz en cualquier momento; estaba pendiente. Una hora
después, su jefe la envió al mercado a hacer unos mandados. Iba con varias
compañeras. Fue entonces cuando comenzaron los dolores.“Regresé sobre las
18:00 Me dolía la espalda. No podía enderezarme. Pensé que ya iba a nacer”,
explica. Se sentó en una silla, solicitó un celular y llamó al 911 en varias
ocasiones. Al menos, cinco o seis veces. No llegó nadie. Empezó a llover. “Me
sentía frustrada porque no llegaba nadie”, afirma. Pidió dinero a su jefe para ir al
hospital; este le entregó US$20. Sola, sentada en una grada, con la bolsa
preparada para ir al centro médico, esperaba que llegaran por ella. Y nada. A las
20:00 horas, sintió ganas de orinar, fue al servicio -en el que no había luz-, se
bajó los pantalones y los calzones y sintió que “algo cayó”. Se desmayó.
Tambaleándose, regresó a la grada, dejando un resto de sangre del que ni
siquiera era consciente. Un empleado del lugar, ya fallecido y que se convirtió
en principal testigo en su contra, encontró el feto y llamó a la policía.
— ¿Por qué lo hiciste? —le preguntó uno de los agentes que la rodeaban.
—Has matado a tu bebé. —Le sentenció
—No lo he hecho, —respondió ella.
—Me desmayaba a cada rato. Me subieron al carro y me esposaron, —recuerda.
 Rosa, una joven de 25 años que administraba una droguería en el corregimiento
El Placer, en Putumayo, fue atacada repetidamente, entre el 2005 y el 2006, por
paramilitares que frecuentaban el lugar. Primero le exigían que les entregara
medicamentos, que nunca pagaban, y la obligaban a prestar servicios médicos
a los heridos. Uno de ellos, conocido como alias Barco y que padecía una
enfermedad sexual, no solo obligaba a la mujer a que le diera tratamiento, sino
que abusaba sexualmente de ella. Esa situación se mantuvo durante seis
meses, tiempo en el cual ella también se contagió, por lo que vivía bajo la
amenaza de que las mismas Auc la expulsaran de la zona o la mataran por portar
la enfermedad.

 También en Putumayo, dos hermanas de 22 y 23 años que fueron secuestradas


en mayo del 2001 reconstruyeron su pesadilla en estos términos: “En la noche
teníamos relaciones con civiles que llegaban a tomar, a veces hasta con 12
hombres, y en el día llegaban ellos (los ‘paras’) del monte y nos encerraban. Nos
daban primero almuerzo, no nos daban nada dulce, agua en botellita y una sola
comida, y no nos pagaban nada (...) No sé quiénes serían; entraba uno y salía,
así sucesivamente. Algunas veces la señora nos llevaba el almuerzo, otras
veces era otra y nos daban poca agua”.
 Yo he sido violada desde los 9 años. A esa edad, cuando mis papás se iban a
trabajar, un vecino entraba a la casa, me tocaba las partes íntimas y me decía
que lo tocara. También me obligaba a hacerle sexo oral y me amanzaba
diciéndome que si contaba algo me ahogaba en el río Atrato. Eso lo hizo por
mucho tiempo, hasta que mi familia salió desplazada. Luego, en 2002, cuando
las Farc atacaron Vigía del Fuerte, los guerrilleros me metieron debajo de un
puente, me violaron y me amenazaron de muerte. En esa ocasión quedé
embarazada, pero por una infección urinaria perdí el bebé. Estuve ocultando el
embarazo hasta el quinto mes, porque sentía mucho miedo y vergüenza:
pensaba que no valía nada. Recuerdo que los guerrilleros violaban a las mujeres
jóvenes, las obligaban a irse con ellos, a acostarse con los jefes y acompañarlos
a sus fiestas. A las que se negaron las mataron. Aún recibo amenazas.
 cerca de 200 paramilitares se tomaron un caserío en San José, Putumayo. Tres
menores de edad denunciaron años después que, además de violarlas, les
cortaron el cabello, les pusieron sobrenombres y las obligaron a barrer las calles
durante horas.
 “Mi conductor de Uber me dejó en una calle cercana, y un chico joven se me
acercó y comenzó a llamarme hermosa y preguntarme mi nombre. Comenzó a
seguirme hasta casa, tratando de ponerme un brazo y pedirme un beso.
Preguntó si tenía novio y siguió tirando de mí hacia él para besarlo. Seguí
diciéndole que se detuviera, y luego me agarró y me dio una palmada en el
trasero, y se escapó riendo, mirándome. Debería haberlo informado, pero estaba
tan aliviada de llegar a casa “. – Isabella

 Tenía 10 años cuando mi primo comenzó a abusar sexualmente de mí, fueron


meses eternos y horribles. Tarde dos años para decir lo que mi primo me había
hecho. A la primera persona a la que le conté fue a mi mamá y ella no me creyó
porque era el hijo de su hermano. Han pasado casi 6 años y aún tengo pesadillas
me aterra dormir porque aun lo siento encima de mi aun puedo sentir su aroma
y sentir sus manos... He intentado suicidarme 2 veces. Lucho constantemente
contra mí. Aun pienso que morirme sería la solución para terminar con mi dolor.
No me gusta mi cuerpo me siento sucia avergonzada y lo peor me siento
culpable porque siento que pude haber hecho algo...

 Cuando tenía 13 fui sexualmente abusada en una tienda por su dueño. En la


corte él dijo que estaba bien, ya que yo era gorda y fea y que de todas formas
nadie iba a quererme”.

 Un grupo de indigentes se atravesó en el camino de la jovencita, quien intentó


evadirlos preguntándole a un desconocido que estaba en la vía sobre la
dirección que le había señalado su madre. Pero detrás de la vestimenta que
hacía ver al hombre al menos un tanto más confiable que los habitantes de la
calle, se escondía un verdadero delincuente. "A un señor que estaba bien
vestido, le preguntó si le faltaba mucho para llegar a esa dirección, ese tipo sacó
un cuchillo grande, se lo puso en el cuello y me la arrastró casi una cuadra",
narra la afligida mujer.La adolescente fue retenida en un inquilinato, fue obligada
a consumir siete dosis de una sustancia alucinógena y fue víctima de abuso
sexual en varias oportunidades por parte del mismo hombre, durante toda la
noche. "Me tiró a la cama, me hizo quitar toda la ropa, me dijo que no fuera a
gritar y me amenazó con matarme",
 Lucía, que a los 18 años llegó a Madrid.
A ella le habían prometido que iba a trabajar de camarera y obtener suficiente
dinero para pagar por el viaje y los papeles a los traficantes y quedar con una
‘fortuna’ para regresar a su país. Pero le dijeron que tendría que prostituirse para
pagar la deuda. Luego, cuando supuestamente había cubierto el monto, le
cobraron por conseguirle la visa de permanencia (que era gratuita) y, finalmente,
le aparecieron unas deudas por el hospedaje y la comida. “Pasaron los meses
con nuevas promesas incumplidas, cientos de clientes (“aquí de viene a chupar
y follar”), hasta que un día Lucía no apareció en el salón. Tampoco se había
escapado (“en este negocio lo más importante es lo que está en la puerta”) ni
estaba en su cuarto. Finalmente apareció: lo hizo tirada en un charco de sangre
en el baño. Se había cortado las venas. La llevaron al hospital, donde le salvaron
la vida de milagro. Al regresar días después al club había envejecido veinte
años… y al cabo de unos meses tuvieron que ingresarla en un hospital
psiquiátrico. Había muerto del todo. Nunca volvió a Colombia, nunca supo más
de su madre, nunca volvió a ver a su hijo.
 “Empezaba a las 10 de la mañana y terminaba a medianoche. Algunos hombres
se reían de mí porque yo lloraba. Tenía que cerrar los ojos para no ver lo que
sucedía. Llegó un momento en el que no sentía nada”, añade Karla. Las
violaciones empezaron a ser constantes y, a los 15 años tuvo una hija. Un bebé
que sirvió para que estuviera más atada todavía a aquella situación. Con todo,
ni eso detuvo la maldad de sus captores. “Me golpeaban con una cadena, con
los puños, me pateban, me tiraban del pelo, me escupían en la cara...”, Con todo,
Karla logró huir de aquella pesadilla en 2008, cuando las autoridades la
rescataron a ella y a otras tantas chicas (muchas de tan solo 10 años).A los 15
dio a luz a una niña, hija de su secuestrador, que amenazó con matar al bebé
para afianzar su control sobre ella. La mujer fue rescatada a los 16 años. Ahora
que cumplió 23, decidió revelar lo que sufrió para evitar que vuelva a repetirse
esta historia.
 Colombia es el único estado latinoamericano donde se da la mutilación genital
femenina. Así lo indicó recientemente el Fondo de Población de las Naciones
Unidas (UNFPA) que exigió al gobierno en un comunicado dedicar mayores
esfuerzos para erradicar esta práctica que todavía realizan indígenas de la
comunidad Emberá Chamí, en el departamento de Risaralda. La muerte de una
recién nacida de esta etnia en 2007, a quien se le mutiló el clítoris, visibilizó por
primera vez la vigencia de esta realidad en el territorio.

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