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El 1 de octubre del año 2014 se sancionó el Código Civil y Comercial para la República
Argentina. Quedó atrás entonces el lustre de la codificación velezana que durante casi
ciento cuarenta y cinco años, con aciertos y desaciertos, rigió buena parte de la vida de los
argentinos.
Así por ejemplo se autoriza al magistrado a que ingrese en el contrato cuando una de las
partes hubiere empleado cláusulas abusivas y que lo integre con nuevos contenidos o que
atienda a la función social que debe tener todo acuerdo de voluntades o que atienda los
casos en que haya mediado abuso de la posición dominante.
Es más aún, pensamos que la nueva legislación pregona que el Estado abandone aquel rol
pasivo y espectador que mostró a partir de la vigencia del modelo jurídico liberal y que sus
funcionarios judiciales busquen que esa intervención para ser eficiente se plantee como
meta la obtención de resultados justos, equitativos, dignos y que favorezcan la paz social y
la mejor distribución de la riqueza.
Si bien es cierto que ese intervencionismo en los contratos no es del todo una novedad, sí
lo son las fuentes que lo motivan y los objetivos perseguidos de allí que en los próximos
años este será uno de los grandes desafíos con que nos enfrentaremos todos los
operadores del Derecho.
El éxito de esta cuestión dependerá, en buena medida, del cambio de mentalidad de toda
la comunidad jurídica. De quienes predicamos en las Cátedras Universitarias; de quienes
transitamos a diario los pasillos de Tribunales y lógicamente también de la apertura de
nuestros jueces.
Como se advierte la tarea no será menor. Se trata nada más ni nada menos de considerar
a la interpretación del Estado de Derecho ya no como una pirámide en la que su cúspide
sea básicamente la ley y su base el caso. Pretendemos ahora que esa valoración tenga
forma de cono invertido a fin de ubicar al caso en justicia y equidad como norte y que su
análisis no esté integrado solamente por la ley sino también por una serie de
consideraciones que mayoritariamente vendrán de otras disciplinas.
Este desafío y también esta búsqueda se potencia si tenemos en cuenta que los negocios
contractuales de nuestros días están alcanzados básicamente por uno de los fenómenos
más significativos de nuestro siglo: están insertos en una economía de mercado
avasallante que nos obliga a considerar ya no solo la ley sino también distintos principios y
reglas devenidos de otros conocimientos.
En nuestro concepto esta orientación resultará esencial para el buen funcionamiento del
moderno derecho de los contratos máxime si tenemos en cuenta que el desequilibrio de
las partes vinculadas en el constituye un hecho normal y ampliamente mayoritario.
Cualquier análisis social que realicemos terminará indicando que el contrato de consumo
o celebrado por adhesión a cláusulas generales es la norma (que es donde se encuentra el
débil jurídico "tomado" por la economía de mercado) y la excepción el contrato paritario.
Estas directrices fueron advertidas por la doctrina que trabajó en el nuevo Código de allí
que tomó la lucha de los débiles jurídicos como uno de los grandes desafíos que debía
afrontar el nuevo Código y auspició que se cristalizara normativamente, con realismo
jurídico, esta cuestión con la idea de que poner un fin importa un nacimiento a lo nuevo.
Como lo advierte el célebre autor de Fausto: "Todo lo que nace debe volver a la nada".
Esta cosmovisión es sin duda el primer acierto en la búsqueda de ese cono invertido que
debe ser el Estado de Derecho pues el nuevo Código colocó al lado de los contratos
paritarios a los celebrados en base a cláusulas generales y a los de consumo, aunque
calificada doctrina haya considerado primariamente que esta incorporación resultaba
impropia para un Código.
Por ello ahora la igualdad y libertad contractual deberán ser calibradas por la medida de la
voluntad del contratante y por el tipo de contrato que las partes celebraron (paritario, de
adhesión a cláusulas generales o de consumo). No entender esta premisa o no admitirla
será equivalente a no buscar la superación de un contrato que de encuentro de
voluntades solo le queda el nombre.
Así las cosas, la estructura normativa del contrato que acabamos de exponer expresa, en
lo que hace a nuestro tema: la forma y prueba, importantes cambios que se advierten
cuando se regulan estas dos cuestiones para los actos jurídicos. De allí que recalaremos en
estas cuestiones para abordar luego específicamente el tema en la materia contractual.
Antes de ingresar al estudio del régimen legal de la forma en el Código Civil y Comercial
Argentino consideramos importante recordar algunos de los aspectos históricos que
nutren esta cuestión. También será oportuno recordar que por la multiplicidad de
enfoques que tiene el tema, los cambiantes planteos teóricos que se han formulado en
torno al mismo y las distintas soluciones prácticas que se han formulado, el tema de la
forma de los actos jurídico siempre ha sido una cuestión multiforme.
En efecto, esta zona quebradiza la encontramos desde el mismo inicio pues la palabra
forma tiene distintas aserciones tal como lo podemos corroborar en las diversas
definiciones que la Real Academia Española ha realizado sobre este vocablo.
Cuán lejos estamos de aquella concepción. Hoy la ecuación se ha invertido y los contratos
se formalizan en base al consentimiento y no por el formulismo ni por ritos sacramentales.
Tan solo existen excepcionalmente ciertos y determinados resabios de esa formalidad
absoluta y rígida del derecho romano.
En consecuencia, resulta claro que la forma del contrato se identificó en los Códigos
decimonónicos con el consentimiento por lo que muchos de los planteamientos que
emergen de esta clara posición han tenido como principal razón el desencuentro
terminológico acerca de lo que se entiende por forma de los contratos.
Desde otra perspectiva podemos señalar que la forma es un principio activo que
determina la materia para que algo posea su entidad sustancial de lo que debe ser. Como
bien ejemplifica Zinny cuando aborda la forma del testamento ilustrando la escena de una
persona en su habitación a punto de redactar el documento, el jurista se pregunta:
"...¿Cuál es la forma del acto testamento ológrafo que se perfecciona con la suscripción?
¿La habitación es la forma? No. ¿La ventana? No. ¿La luna? No. ¿La silla o la mesa?
Tampoco. ¿La birome es la forma del testamento? No. Todas tienen su propia forma y no
se la prestan al testamento. ¿El papel? No, el papel es A 4. ¿El papel escrito? Tampoco. No
queda nada... Sí queda, la acción de escribir es la forma. Y el papel escrito es la prueba
(documento) de que la acción de escribir ocurrió, tuvo su lugar en el tiempo y el espacio".
De nuestra parte consideramos que la forma "es el modo cómo es el negocio, cómo se
presenta ante los demás en la vida de relación: su figura exterior. Contenido es lo que el
negocio es, intrínsecamente considerado, su supuesto de hecho interior, que representa
conjuntamente, fórmula e idea, palabra y significado, términos estos cuya conexión es
tarea de interpretación" (De los Mozos).
En otro orden advertimos con Mosset Iturraspe que la forma cuando es impuesta por la
ley de manera necesaria para producir un determinado efecto jurídico se vuelve
formalidad con lo cual en el derecho moderno se habla ahora de forma libre o vinculada,
de contratos formales y no formales.
De esta manera, cuando el molde sobre el cual la voluntad sustancial se vacía (Llambías)
es determinado por la ley, la forma se convierte en solemnidad cuyos efectos y alcances
estarán supeditados al grado de eficacia que el ordenamiento jurídico le asigne.
Por otra parte, consideramos fundamental para el tratamiento del tema admitir que la
problemática de la forma requiere de respuestas integrales desde el plano sustancial,
constitucional y procesal.
Por esta razón, pondremos de resalto los aspectos que a nuestro juicio constituyen los
más trascendentes para el tema que estamos desarrollando.
En este sentido señalamos que el Código Civil y Comercial Argentino (C.C.C.A.) introdujo
con una adecuada técnica legislativa y de manera precisa la posibilidad de que las partes
de un acto jurídico puedan pactar libremente la forma en que exteriorizarán su voluntad
siempre y cuando la ley no designe una forma determinada a tal fin.
Se advierte con facilidad que el nuevo Código establece el principio de libertad de forma
para exteriorizar la voluntad del sujeto. Además resulta convincente que ese criterio
difiere de las prescripciones que la ley pueda establecer como formalidades para la
instrumentación del acto jurídico. De tal modo no puede incluirse dentro del concepto de
forma a los requisitos formales del instrumento que es una cuestión distinta de la
expresión de voluntad.
El viejo art. 973 del C.C. hablaba de las solemnidades que debían observarse al tiempo de
la formación del acto jurídico tales como la escritura del acto, la presencia de testigos, que
el acto sea hecho por escribano público, o por un oficial público, o con el concurso del juez
del lugar, sin hacer referencia expresa a la voluntad. Ahora aquellos desencuentros entre
forma intrínseca y extrínseca han quedado despejados.
Es interesante señalar que de esta manera pueden existir casos en donde la propia ley
prescribe una determinada forma para la celebración del acto jurídico, sin perjuicio de las
formalidades que el propio instrumento donde se vacía la voluntad pueda requerir como
sucede con las formalidades de la escritura pública.
En este sentido dispone el nuevo art. 285 del C.C.C.A.: "El acto que no se otorga en la
forma exigida por la ley no queda concluido como tal mientras no se haya otorgado el
instrumento previsto, pero vale como acto en el que las partes se han obligado a cumplir
con la expresada formalidad, excepto que ella se exija bajo sanción de nulidad."
En este sentido el art. 287 dispone que: "Los instrumentos particulares pueden estar
firmados o no. Si lo están, se llaman instrumentos privados.
En nuestra opinión esta norma es amplia en exceso pues engloba dentro de la categoría
de instrumento particular no solamente los escritos impresos carentes de firma, que por
lo general son los casos que suelen darse con mayor frecuencia en la práctica, sino
también cualquier registro de la palabra y de información.
Sin embargo, el dispositivo mencionado presenta cierta vaguedad, sobre todo cuando la
norma utiliza de manera demasiado amplia el vocablo "palabra" que a nuestro entender
engloba cualquier registro de la expresión oral o escrita del ser humano distinta de aquella
plasmada en formato papel como por ejemplo los CD, DVD o las modernas formas de
comunicación a través de redes sociales como Facebook, Twitter o Whatsapp.
Es importante destacar que los registros de la palabra a los que se refiere el art. 287 del
C.C.C.A. tienen que reflejar la expresión de la voluntad humana pues, de lo contrario, si
receptan hechos o cosas distintas, este supuesto resultaría encuadrado en la figura de
registro visuales o auditivos de cosas o hechos que son supuestos distintos.
Por su parte, el vocablo "información" desde nuestra mirada posee un significado mucho
más restringido que el vocablo "palabra"supra referenciado pues significa el acto de
entregar o dar noticia de algo plasmado en un formato distinto del papel tal como puede
suceder con los portales o sitios web.
Es importante remarcar que el nuevo régimen legal contradice lo que el antiguo art. 1012
del C.C. establecía respecto de la imposibilidad de utilizar el signo como firma, sin
perjuicio de que la doctrina prácticamente de manera unánime aceptaba en aquel
entonces su utilización apoyada en la nota al art. 3969 donde Vélez Sarsfield consideraba
como elemento determinante de la validez de la firma la habitualidad del trazo ológrafo.
Queda por considerar, finalmente, la función que cumple la firma. Este elemento se
inserta dentro de una temática relacionada con la prueba de la existencia de la
declaración de voluntad e imputación de autoría del documento al firmante. Como puede
advertirse entonces, la firma no es concebida como un requisito de perfeccionamiento del
acto jurídico, tal como sucede en el derecho francés, sino más bien como una formalidad a
los fines probatorios.
Desde esta perspectiva debemos tener en cuenta que el Código Civil y Comercial
Argentino introduce en el art. 319 una novedad interesante de destacar. En efecto la
norma instaura, conforme una perspectiva sustancial, un cúmulo de directivas y principios
de índole procesal encaminadas a lograr una adecuada tarea de valoración, interpretación
y fundamentación por parte del juez acerca de la eficacia probatoria de los instrumentos
particulares no firmados.
En efecto dispone el art. 319 C.C.C.A.: "El valor probatorio de los instrumentos particulares
debe ser apreciado por el juez ponderando, entre otras pautas, la congruencia entre lo
sucedido y narrado, la precisión y calidad técnica del texto, los usos y prácticas del tráfico,
las relaciones precedentes y la confiabilidad de los soportes utilizados y de los
procedimientos técnicos que se apliquen."
En efecto, el análisis del juez deberá tener en cuenta, entre otros elementos, las pautas
cualitativas que el artículo supra referenciado establece, que no hacen más que
corroborar nuestras afirmaciones vertidas anteriormente en lo que se refiere al principio
de integración que consagra el nuevo Código.
De allí entonces que para alcanzarse esta meta se deberán tomar en cuenta, entre otros
aspectos, la congruencia entre lo sucedido y narrado, la precisión y claridad técnica del
texto, los usos y prácticas del tráfico, las relaciones precedentes, la confiabilidad de los
soportes utilizados y de los procedimientos técnicos que se apliquen, etc.
Los contratos que sean de uso instrumentar no pueden ser probados exclusivamente por
testigos."
A partir de este precepto resulta indubitable que como principio general la prueba de los
contratos se rige por las reglas de la sana crítica y se admite por ello cualquier elemento
probatorio.
Sin embargo, también se implementa un régimen probatorio del contrato basado en las
"reglas" probatorias que se desprenden del razonamiento judicial construido sobre la base
de la sana crítica racional.
De este modo, los medios probatorios del contrato producidos en la causa deberán ser
ponderados por el juez atendiendo a lo que la jurisprudencia y doctrina opinen sobre su
idoneidad.
Por otra parte cabe destacar que la norma elimina el antiguo art. 1190 del C.C. que
establecía los diversos medios probatorios del contrato. Lo que se consagra ahora es una
regla de carácter general cuya finalidad es uniformar las bases sobre las que se funda la
prueba del contrato, delegando a las normas procesales las pautas para su producción.
Deberemos ponderar entonces los usos y costumbres del lugar para poder determinar si a
los fines probatorios la omisión de instrumentación escrita del contrato puede ser suplida
por testigos.
Una cuestión distinta sucede con la prueba de los contratos formales estipulada en el art.
1020 C.C.C.A. El tema asume un relieve particular si lo comparamos con el régimen actual
comparado con el anterior, pues ahora en caso de incumplimiento de la forma prescripta
para el contrato, las partes podrán acreditar su existencia por otros medios inclusive por
testigos, extremo este último que no estaba comprendido en el C.C. de Vélez Sarsfield.
En este sentido dispone el art. 1020 C.C.C.A.: "Los contratos en los cuales la formalidad es
requerida a los fines probatorios pueden ser probados por otros medios, inclusive por
testigos, si hay imposibilidad de obtener la prueba de haber sido cumplida la formalidad o
si existiese principio de prueba instrumental, o comienzo de ejecución.
En base a ello el punto de partida debe ser ubicado en derredor de los siguientes criterios:
la imposibilidad de obtener la prueba, el principio de prueba instrumental o el comienzo
de ejecución del contrato.
Se trata de tres presupuestos que habilitan a las partes poder acreditar la existencia del
contrato por otros medios, incluida la testimonial, cuando la prueba del mismo es
imposible de obtener. Este supuesto no debe ser confundido con el del art. 1019 C.C.C.A.
pues aquí el antecedente fáctico necesario para la procedencia de la prueba testimonial
anida en la imposibilidad de obtener la prueba, extremo que deberá ser ponderado caso
por caso pues el antiguo art. 1192 del C.C. que especificaba los supuestos de imposibilidad
fue eliminado del régimen actual.
Fuente:
Vallespinos, C. y Martini, L. (2015) Forma y prueba de los contratos en el nuevo Código Civil y
Comercial de la Nación. Recuperado de: http://goo.gl/L7k1Wh