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TRATADO 41 San Agustín

Comentario a Jn 8,31-36, predicado en Hipona al comienzo del otoño de 414

Traductor: José Anoz Gutiérrez

La verdad nos hace libres

1. Lo que de la lectura anterior sigue y del santo evangelio nos ha sido leído
públicamente, diferí decirlo entonces, porque había ya dicho muchas cosas, y de la
libertad a que nos llama la gracia del Salvador había de disertarse no de paso
ni negligentemente; he decidido hablaros hoy de ella con ayuda del Señor. El hecho es
que a quienes hablaba el Señor Jesucristo eran judíos; en gran parte enemigos, sin duda;
pero en cierta parte también amigos, hechos ya y venideros porque, como ya dije, veía
allí a algunos que iban a creer después de su pasión. Al pensar en éstos había
dicho: Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces conoceréis que yo soy1.
Había también allí quienes, al decir él esto, creyeron al instante; a esos mismos dijo lo
que hoy hemos oído: Decía, pues, Jesús a esos judíos que le habían creído: Si
permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente discípulos míos. Permaneciendo,
lo seréis, pues por ser ahora creyentes, permaneciendo seréis videntes. Por eso sigue: Y
conoceréis la verdad2. La verdad es inconmutable. La verdad es pan; restaura las mentes
y no falla; cambia a quien nutre, ella misma no se cambia en quien ella nutre. La
Verdad en persona es la Palabra de Dios, Dios en Dios, Hijo Unigénito. Esta Verdad se ha
vestido de carne por nosotros, para nacer de María virgen y que se cumpliese la
profecía: La verdad brotó de la tierra3. Esta Verdad, pues, cuando hablaba a los judíos se
ocultaba en la carne; se ocultaba empero no para rehusarse, sino para diferirse; diferirse
para padecer en la carne; ahora bien, padecer en la carne, para que fuese redimida la
carne de pecado.

Así pues, nuestro Señor Jesucristo, mientras se mantenía visible según la debilidad de la
carne y oculto según la majestad de la divinidad, dijo a esos que, cuando declaraba
esto, le habían creído: Si permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente
discípulos míos —quien, en efecto, haya perseverado hasta el final, éste será salvo4— y
conoceréis la verdad que de momento se os oculta y os habla, y la verdad os librará5.
Esta expresión, os librará, la ha puesto el Señor, tomándola de «libertad», pues «libra»
no significa propiamente ninguna otra cosa, sino «hace libre». Como «salva» no significa
ninguna otra cosa que «hace salvo», como «sana» no significa ninguna otra cosa que
«hace sano», «enriquece» no significa ninguna otra cosa que «hace opulento», esto es,
rico; así «libra» no significa ninguna otra cosa que «hace libre». Esto está más claro en
el verbo griego. Efectivamente, según costumbre latina, casi siempre decimos que un
hombre es librado, lo cual se refiere no a la libertad, sino sólo a la salud; como de alguien
se dice que es librado de una enfermedad; se dice usualmente, no empero propiamente.
En cambio, el Señor, para decir: «Y la verdad os librará», ha puesto este verbo, de forma
que nadie dude que, según la lengua griega, él ha hablado de la libertad.

¿Eran libres los descendientes de Abrahán?

2. Por eso, también los judíos lo entendieron así y le respondieron —no los que ya habían
creído, sino quienes de entre la turba aún no eran creyentes—; le respondieron: Somos
linaje de Abrahán y jamás hemos sido esclavos de nadie; ¿cómo dices tú «Seréis libres»6?
Ahora bien, el Señor no había dicho «seréis libres», sino: La verdad os librará. Ellos
empero porque, como he dicho, en griego está claro, en este verbo no entendieron sino
la libertad, y se enorgullecieron de ser linaje de Abrahán y dijeron: Somos linaje de
Abrahán y jamás hemos sido esclavos de nadie; ¿cómo dices tú «Seréis libres»? ¡Oh piel
inflada! Eso es no grandeza, sino hinchazón. Y respecto a esto mismo, jamás hemos sido
esclavos de nadie, ¿cómo habéis dicho la verdad según la libertad de este tiempo? José
¿no fue vendido7? Los profetas santos ¿no fueron llevados cautivos8? Además, ¿no es
ese pueblo mismo el que en Egipto hacía ladrillos, y era esclavo de reyes crueles, no, al
menos, en trabajos de oro y plata, sino en trabajos de barro9? Si jamás habéis
sido esclavos de nadie, ¿qué significa, oh ingratos, el hecho de que Dios os menciona
asiduamente haberos librado de la casa de esclavitud10? ¿O quizá vuestros padres
fueron esclavos y, en cambio, vosotros que habláis, jamás habéis sido esclavos de
nadie? ¿Cómo, pues, pagabais ya tributos a los romanos, razón por la que incluso ante
la Verdad en persona pusisteis, por así decirlo, una trampa de engaño, de forma que
dijisteis: «¿Es lícito pagar tributo al César?», para que, si hubiese dicho «es lícito», lo
acusarais cual si hubiese deseado malamente contra la libertad del linaje de Abrahán;
si, en cambio, decía «no es lícito», lo acusarais injustamente ante los reyes de la tierra,
porque prohibía que se pagasen los tributos a los reyes? Merecidamente os venció el
dinero mostrado y os forzó a vosotros mismos a responder a vuestra trampa. En efecto,
cuando vosotros mismos habías respondido que el dinero tenía la imagen del César11,
allí se os dijo: «Devolved al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios», porque,
como el César busca en el dinero su imagen, así Dios busca en el hombre la suya. Esto,
pues, respondió a los judíos. Por cierto, hermanos, me impresiona la vana soberbia de
hombres que aun respecto a su libertad misma, que entendían carnalmente, mintieron
al decir: Jamás hemos sido esclavos de nadie.

Sentido de «amén»

3. Mejor y más atentamente escuchemos esto, qué ha respondido por su parte el Señor,
no sea que incluso nosotros mismos seamos hallados esclavos, pues Jesús les respondió:
Amén, amén os digo que todo el que hace el pecado es esclavo del pecado 12. Es esclavo
¡ojalá de un hombre y no del pecado! ¿Quién no temblará bajo el poder de estas
palabras? El Señor, Dios nuestro, nos procure, esto es, a mí y a vosotros, que, según esa
sentencia, hable yo de esta libertad que apetecer y de aquella esclavitud que
evitar. Amén, amén os digo, dice la Verdad; ¿y de qué naturaleza es el dicho del Señor,
Dios nuestro: Amén, amén os digo? Mucho encarece él lo que así proclama; en cierto
modo, si es lícito decir esto, «Amén, amén os digo» es juramento suyo. En
efecto, amén se traduce «verdad» y, sin embargo, no se ha traducido, aunque hubiera
podido decirse: Os digo la verdad. Ni el traductor griego ni el latino osaron hacerlo; de
hecho, esta palabra que es amén es no griega ni latina, sino hebrea. Así quedó, no se ha
traducido, para que guardase su honor mediante el velo del secreto; no para que éste
fuese rehusado, sino para que, desvelado, no se devaluara. Sin embargo, no una, sino
dos veces ha dicho el Señor: Amén, amén os digo. Por la repetición misma conoced ya
cuánto ha sido esto encarecido.

Esclavos del pecado

4. ¿Qué ha sido, pues, encarecido? «Verdad, verdad os digo», dice la Verdad, la cual
evidentemente, aunque no dijera «verdad digo», no podría mentir en absoluto; sin
embargo, encarece, inculca; en cierto modo despierta a quienes duermen, los hace
atentos, no quiere ser despreciada, pues dice ¿qué? En verdad, en verdad os digo, todo
el que hace el pecado es esclavo del pecado. ¡Oh deplorable esclavitud! Cuando los
hombres soportan amos malos, se presentan generalmente a ser comprados, pues
buscan no tener amo, sino al menos cambiar de amo. El esclavo del pecado ¿qué hará?
¿a quién interpelará? ¿ante quién interpelará? ¿ante quién se presentará a ser
comprado? Además, el esclavo de un hombre, abrumado a veces por las órdenes
severas del amo, descansa huyendo; el esclavo del pecado ¿a dónde huirá? Se arrastra
consigo adondequiera que huya. La mala conciencia no huye de sí misma, no hay adonde
vaya, se sigue a sí misma; mejor dicho, no se retira de sí, pues dentro está el pecado que
comete. Cometió el pecado para cazar algún placer corporal; el placer pasa, el pecado
queda; ha pasado del todo lo que deleitaba, ha permanecido lo que punzará. ¡Mala
esclavitud! Los hombres se refugian a veces en la Iglesia, y los soportamos generalmente
como a indisciplinados, pues quieren carecer de amos quienes no quieren carecer de
pecados. Por otra parte, también los sometidos a yugo ilícito e ilegal se refugian a veces
en la Iglesia porque, aunque libres en origen, se los mantiene en esclavitud y se interpela
al obispo y, si no se preocupa de esforzarse en que no se oprima a la libertad de origen,
se le tiene por inmisericorde.

Refugiémonos todos en Cristo; contra el pecado interpelemos al Dios liberador;


presentémonos a ser comprados para ser redimidos por su sangre, pues el Señor
dice: Gratis fuisteis vendidos y sin plata seréis redimidos13. Sin dinero, pero vuestro,
porque el mío os ha rescatado. Esto dice el Señor, pues él en persona ha dado como
precio no plata, sino su sangre, porque nosotros habíamos permanecido esclavos y
menesterosos.

¿Quién nos libera de la esclavitud del pecado?

5. Libra, pues, de esta esclavitud el Señor, nadie más; quien nunca la tuvo, ese mismo
libera de ella, pues es el único que en esta carne vino sin pecado. De hecho, los
pequeñines a los que veis llevados en brazos de sus madres todavía no andan, mas están
ya engrillados, pues de Adán han adquirido lo que Cristo suelte. Cuando son bautizados,
también a ellos pertenece esa gracia que promete el Señor, porque del pecado puede
librar el único que vino sin pecado y se hizo sacrificio por el pecado. En efecto, cuando
se leía el Apóstol, habéis oído: Desempeñamos, afirma, una embajada en lugar de Cristo,
afirma, como si Dios exhortase mediante nosotros; en lugar de Cristo suplicamos —esto
es, como si Cristo os suplicase— ¿qué? Que os reconciliéis con Dios. Si el Apóstol exhorta
y suplica que nos reconciliemos con Dios, éramos enemigos de Dios, pues nadie se
reconcilia sino desde las enemistades. Ahora bien, enemigos nos han hecho no la
naturaleza, sino los pecados. Enemigos suyos por lo mismo que esclavos del pecado.
Dios no tiene enemigos libres; es necesario que sean esclavos, y esclavos permanecerán
si no los libra aquel cuyos enemigos quisieron ser pecando. Suplicamos, pues, afirma, en
lugar de Cristo que os reconciliéis con Dios14.

Ahora bien, ¿cómo nos reconciliamos, si no se deshace lo que separa entre nosotros y
él mismo? Asevera, en efecto, mediante un profeta: No embotó el oído para no
escuchar; sino que vuestros pecados separan entre vosotros y Dios15. Porque, pues, no
nos reconciliamos, sino retirado lo que está en medio y puesto lo que esté en medio —
hay, en efecto, un medianil separador, pero, al contrario, hay un mediador reconciliador:
el medianil separador es el pecado, el mediador reconciliador es el Señor Jesucristo, pues
hay un único Dios y un único mediador de Dios y hombres, Cristo Jesús hombre16—; para
que, pues, sea quitada la tapia separadora que es el pecado, vino ese Mediador y,
sacerdote él mismo, se hizo sacrificio. Y, porque al ofrecerse a sí mismo como holocausto
en la cruz de su pasión, se hizo sacrificio por el pecado, el Apóstol, tras haber dicho: «Os
suplicamos en nombre de Cristo que os reconciliéis con Dios», cual si dijéramos: «¿Cómo
podremos reconciliarnos?», sigue y dice: A éste, afirma, esto es, a Cristo mismo, que no
había conocido pecado, pecado lo hizo por nosotros, para que en él
mismo seamos nosotros justicia de Dios17. A este mismo, afirma, a Cristo Dios, que no
conocía pecado. Efectivamente, vino en la carne, esto es, en semejanza de carne de
pecado18, no empero en carne de pecado, pues no tuvo absolutamente pecado alguno;
y, precisamente porque él no tenía ningún pecado, se hizo auténtico sacrificio por el
pecado.

Cristo, hecho pecado

6. Pero quizá he dicho según mi sentir que pecado significa sacrificio por el pecado.
Quienes han leído, reconozcan; quienes no han leído, no sean perezosos; insisto, para
ser veraces en juzgar no sean perezosos en leer. El hecho es que, cuando Dios
preceptuaba acerca de los sacrificios que ofrecer por el pecado —sacrificios en los que
había no expiación de pecados, sino sombra del futuro—, a esos mismos sacrificios, a
esas mismas hostias, a esas mismas víctimas, a esos mismos animales que se llevaban a
inmolar por los pecados, en cuya sangre se figuraba aquella sangre, la Ley los nomina
pecados, hasta tal punto que en ciertos lugares está escrito así: los sacerdotes que iban
a inmolar debían poner sus manos sobre la cabeza del pecado, esto es, sobre la cabeza
de la víctima que inmolar por el pecado. Tal pecado, pues, esto es, sacrificio por el
pecado, se hizo nuestro Señor Jesucristo, que no había conocido pecado.

Cristo, el libre entre los muertos

7. Con razón libra de esta esclavitud del pecado el que dice en Salmos: He venido a ser
como hombre sin ayuda, libre entre los muertos19. Libre, en efecto, él solo, porque no
tenía pecado, pues él mismo dice en el evangelio: «He ahí que viene el jefe de este
mundo», para aludir al diablo que iba a venir en los judíos perseguidores; he ahí, afirma,
que viene, mas en mí nada hallará. No como halló cualquier clase de pecado en esos a
los que, incluso justos, mató: En mí nada hallará. Y, como si se le dijera: «Si nada hallará
en ti, ¿por qué te matará?», añadió y aseveró: Pero, para que todos sepan que hago la
voluntad de mi Padre, levantaos, vámonos de aquí20. Afirma: «No pago la muerte por
necesidad de mi pecado, sino que en el hecho de morir hago la voluntad de mi Padre; y
ahí hago más que padecer, porque, si yo no quisiera, tampoco habría padecido». Puedes
oírle decir en otro lugar: Tengo potestad de deponer mi alma y tengo potestad de
tomarla de nuevo21. ¡He ahí el verdaderamente Libre entre los muertos!

Usar y abusar de la libertad

8. Porque, pues, todo el que hace el pecado es esclavo del pecado, escuchad qué
esperanza de libertad hay para nosotros. Afirma: Ahora bien, el esclavo no permanece
en la casa para siempre22. La Iglesia es la casa, el esclavo es el pecador. Entran a la Iglesia
muchos pecadores. No ha dicho, pues, «el esclavo no está en la casa», sino no
permanece en la casa para siempre. Si, pues, allí no hay esclavo alguno, ¿quién estará
allí? Efectivamente, cuando el rey justo se siente en el trono, como dice la
Escritura, ¿quién se gloriará de tener casto el corazón, o quién se gloriará de estar limpio
de pecado23? Mucho nos ha atemorizado, oh hermanos míos, diciendo: El esclavo no
permanece en la casa para siempre. Ahora bien, añade y dice: El hijo, en cambio,
permanece para siempre. ¿Estará, pues, solo Cristo en su casa? ¿Ningún pueblo se le
adherirá? ¿De quién será cabeza si no hay cuerpo? ¿O quizá el Hijo es esto entero,
cabeza y cuerpo? Por cierto, no sin causa ha aterrorizado y dado esperanza: ha
aterrorizado, para que no amásemos el pecado; ha dado esperanza, para que no
desconfiáramos de la liquidación del pecado. Todo el que hace el pecado, afirma, es
esclavo del pecado. Ahora bien, el esclavo no permanece en la casa para siempre. ¿Qué
esperanza, pues, hay para nosotros que no estamos sin pecado? Escucha tu
esperanza: El hijo permanece para siempre. Si, pues, el Hijo os liberare, entonces seréis
verdaderamente libres24. Ésta es nuestra esperanza, hermanos: que el Libre nos libre y
librándonos nos haga esclavos; en efecto, éramos esclavos de la codicia, una vez
liberados somos hechos esclavos de la caridad. También el Apóstol lo dice: Vosotros, en
cambio, hermanos, fuisteis llamados a la libertad; sólo que no pongáis la libertad como
oportunidad de la carne, sino servíos recíprocamente mediante la caridad25. No diga,
pues, el cristiano: «Soy libre, he sido llamado a la libertad; esclavo era, pero he sido
rescatado y el rescate mismo me ha hecho libre; haré lo que quiero; si soy libre, nadie
me impida mi voluntad». Pero, si con esa voluntad haces el pecado, eres esclavo del
pecado. No abuses, pues, de la libertad para pecar libremente, sino úsala para no pecar,
pues tu voluntad será libre si fuere piadosa. Serás libre, si fueres esclavo; libre del
pecado, esclavo de la justicia, según dice el Apóstol: Cuando erais esclavos del pecado,
erais libres respecto a la justicia; ahora, en cambio, librados del pecado, hechos, en
cambio, esclavos para Dios, tenéis vuestro fruto en orden a la santificación; en cuanto a
la meta, vida eterna26. Intentémoslo, llevémoslo a cabo.

La libertad primera o actual

9. La primera libertad es carecer de crímenes. Atended, hermanos míos, cuál es de


momento esa libertad y cuál va a ser; atended, no sea que pueda yo llevaros a su
significado. Cualquiera muy justo a quien examines en esta vida, aunque sea ya digno
del nombre de justo, no está empero sin pecado; a este san Juan mismo, de quien es
también este evangelio, escúchale decir en una carta suya: Si dijéremos, afirma, que no
tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros27.
Pudo decir esto el Libre entre los muertos, nadie más; pudo decirse del único que no
había conocido pecado; de nadie más pudo decirse, pues según semejanza experimentó
todo sin pecado28. Nadie más pudo decir: «He ahí que vendrá el jefe del mundo y en mí
nada hallará»29. Totalmente sin pecado no está ningún otro que examinares, aun justo,
ni cual era Job, de quien el Señor daba tal testimonio, que el diablo tuvo envidia y pidió
tentarlo —tras tentarlo sería vencido— para que aquél fuese probado30. Ahora bien, fue
probado no porque a Dios se ocultaba que aquél merecía ser coronado, sino
precisamente para que a todos los hombres se diese él a conocer como imitable. Aun
Job mismo, ¿qué dice? ¿Quién, en efecto, está limpio? Ni el niño cuya vida sobre la tierra
es de un día31. Pero a muchos se llama simple y llanamente justos sin reproche, lo cual
se entiende sin crimen, pues en los asuntos humanos no hay ningún reproche justo
respecto a estos que no tienen crimen. Ahora bien, crimen es un pecado grave,
dignísimo de acusación y condena. Dios, pues, no condena ciertos pecados y justifica y
alaba otros: no alaba ninguno, odia todos. Como el médico odia la enfermedad del
enfermo y, cuidándolo, consigue esto, que la enfermedad sea expulsada y el enfermo se
alivie, así Dios por su gracia consigue en nosotros esto: que el pecado sea destruido, el
hombre sea liberado. Pero preguntarás: «¿Cuándo se destruye? Si mengua, ¿por qué no
se destruye?». Pues bien, mengua en la vida de quienes avanzan lo que se destruye en
la vida de los perfectos.

En parte libres, en parte esclavos

10. La libertad primera es, pues, carecer de crímenes. Por eso, cuando el apóstol Pablo
eligió a quienes iban a ser ordenados presbíteros o diáconos y a cualquiera que va a ser
ordenado para la prepositura de la Iglesia, no asevera «si alguien está sin pecado», ya
que, si dijera esto, todo hombre sería reprobado, ninguno sería ordenado; sino que
asevera «Si hay alguno sin crimen»32, como es el homicidio, el adulterio, alguna
inmundicia de fornicación, el hurto, el fraude, el sacrilegio y lo demás de esta laya.
Cuando uno haya comenzado a no tenerlos —ahora bien, todo hombre cristiano debe
no tenerlos—, comienza a erguir la cabeza hacia la libertad; pero ésta es libertad
incoada, no perfecta. ¿Por qué, pregunta alguien, no es libertad perfecta? Porque veo
en mis miembros otra ley, que se opone a la ley de mi mente, pues no hago lo que quiero,
asevera, sino que lo que odio, eso hago33. La carne, asevera, ansía contra el espíritu y el
espíritu contra la carne, para que eso que queréis no lo hagáis34. En parte, libertad; en
parte, esclavitud: aún no es entera, aún no es pura, aún no es plena la libertad porque
aún no es la eternidad. Efectivamente, tenemos, en parte, debilidad; en parte, hemos
recibido la libertad. Cualquier cosa que como pecado viene de nosotros, ha quedado
borrada antes en el bautismo. ¿Acaso por haber sido borrada la entera iniquidad, no ha
quedado ninguna debilidad? Si no hubiera quedado, viviríamos aquí sin pecado. Ahora
bien, ¿quién osará decir esto, sino el soberbio, sino el indigno de la misericordia del
Liberador, sino quien quiere engañarse a sí mismo y en el cual no está la verdad35?
Porque, pues, ha quedado algo de debilidad, oso decir: en virtud de la parte con que
servimos a Dios, somos libres; en virtud de la parte con que servimos a la ley del pecado,
somos aún esclavos. Por ende, el Apóstol dice lo que había yo empezado a decir: Según
el hombre interior me complazco en la ley de Dios36. He ahí por qué somos libres, he ahí
por qué nos complacemos en la ley de Dios: la libertad deleita, en efecto.
Verdaderamente, mientras por temor haces lo que es justo, no te deleita Dios. Mientras
actúas aún como esclavo, no te deleita; deléitete y serás libre. No temas el castigo, sino
ama la justicia. ¿Aún no puedes amar la justicia? Teme al menos la pena, para llegar a
amar la justicia.

La libertad de Cristo liberador

11. Aquél, pues, sentía que él era ya libre en la parte superior; por ende decía: Según el
hombre interior me complazco en la ley de Dios. Me deleita la Ley, me deleita lo que
manda la Ley, me deleita la justicia misma. Veo empero en mis miembros otra ley —ésta
es la debilidad que quedó—, que se opone a la ley de mi mente y me cautiva en la ley del
pecado, la cual está en mis miembros37. En virtud de esta parte donde la justicia no está
cumplida, experimenta la cautividad porque, donde se complace en la ley de Dios, es no
cautivo, sino amigo de la Ley y libre precisamente por ser amigo. ¿Qué, pues, haremos
en virtud de lo que queda? ¿Qué, sino mirar hacia el que dijo: Si el Hijo os liberare,
entonces seréis verdaderamente libres38? Por eso, también el mismo que hablaba miró
hacia aquél: ¡Hombre infeliz yo! ¿Quién me librará, pregunta, del cuerpo de esta muerte?
La gracia de Dios mediante Jesucristo, Señor nuestro. Si, pues, el Hijo os
liberare, entonces seréis verdaderamente libres. Finalmente concluyó así: Por eso, yo
mismo sirvo con la mente a la ley de Dios, pero con la carne a la ley del pecado 39. Yo
mismo, afirma, pues no somos dos contrarios entre nosotros, procedentes de diversos
principios, sino que yo mismo sirvo con la mente a la ley de Dios, pero con la carne a la
ley del pecado, mientras la enfermedad lucha contra la salud.

La lucha contra el pecado


12. Pero, si con la carne sirves a la ley del pecado, haz lo que asevera el Apóstol
mismo: No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal para obedecer sus deseos, ni
presentéis al pecado vuestros miembros como armas de iniquidad40. No asevera «no
haya», sino no reine. Mientras es necesario que en tus miembros haya pecado, al menos
quítesele el reino, no se haga lo que manda. ¿Surge la ira? No des la lengua a la ira para
maldecir, no des la mano o el pie a la ira para herir. No surgiría esa ira irracional si en los
miembros no existiera el pecado; pero quita tú de ahí el reino, no tenga armas con que
luche contra ti; cuando comenzare a no hallar armas aprenderá también a no surgir. No
presentéis al pecado vuestros miembros como armas de iniquidad; en caso contrario,
enteros seréis cautivos y no habrá cómo decir: Con la mente sirvo a la ley de Dios41. Si,
en efecto, la mente agarra las armas, los miembros no se mueven al servicio del
enloquecido pecado. Defienda la ciudadela el emperador interior, porque para ser
ayudado está allí a las órdenes del Emperador Mayor; frene la ira, reprima la
concupiscencia. Sin embargo, dentro sigue habiendo algo que sea frenado, dentro sigue
habiendo algo que sea reprimido, dentro sigue habiendo algo que sea impedido.

Por otra parte, al servir con la mente a la ley de Dios, aquel justo ¿qué quería sino que
no hubiese en absoluto algo que fuese frenado? Todo el que tiende a la perfección debe
también intentar esto: que en él, al progresar cotidianamente, se disminuya aun la
concupiscencia misma a la que no se dan los miembros para
obedecerle. Querer, afirma, está cerca de mí; en cambio, hacer completamente el bien,
no42. ¿Acaso ha dicho «no está cerca de mí hacer el bien»? Si hubiera dicho esto, no
habría ninguna esperanza. No asevera «no está cerca de mí hacer», sino no está cerca
de mí hacerlo completamente. ¿Cuál es, en efecto, la perfección del bien, sino la
consunción y final del mal? Ahora bien, ¿cuál es la consunción del mal, sino lo que la Ley
dice: No codiciarás43?. No codiciar en absoluto es la perfección del bien porque es la
consunción del mal. Aquél decía esto: No está cerca de mí hacer completamente el
bien, porque no podía hacer no codiciar; hacía sólo refrenar la concupiscencia, no
consentir con la concupiscencia y no ofrecer a la concupiscencia los miembros para
escolta. Hacer, pues, completamente el bien, afirma, no está cerca de mí; no puedo
cumplir lo que está dicho: No codiciarás. ¿Qué es, pues, preciso? Que cumplas esto: No
vayas tras tus concupiscencias. Entre tanto, mientras en tu carne están dentro las ilícitas
concupiscencias, ocúpate de esto: No vayas tras tus concupiscencias44. Permanece en la
esclavitud de Dios, en la libertad de Cristo; con la mente sirve a la ley de tu Dios. No te
des a tus concupiscencias. Siguiéndolas les añades fuerzas; dándoles fuerzas, ¿cómo
vencerás, cuando con tus fuerzas nutres contra ti a enemigos?

13. Por tanto, esta libertad, plena y perfecta en ese Señor Jesús que dijo: «Si el Hijo os
liberare, entonces seréis verdaderamente libres», ¿cuándo será libertad plena y
perfecta? Cuando las enemistades sean nulas, cuando sea destruida la muerte, última
enemiga. Es preciso, en efecto, que esto corruptible se vista de incorrupción, y que esto
mortal se vista de inmortalidad; ahora bien, cuando esto mortal se haya vestido la
inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: La muerte fue absorbida
en la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu contienda45? ¿Qué significa «¿Dónde está,
muerte, tu contienda? La carne deseaba contra el espíritu, y el espíritu contra la carne46,
pero cuando estaba lozana la carne de pecado. ¿Dónde está, muerte, tu contienda? En
lo sucesivo viviremos, en lo sucesivo no moriremos, en el que por nosotros murió y
resucitó para que, quienes viven, afirma, en lo sucesivo vivan no para sí, sino para ese
que por ellos mismos murió y resucitó47.

Maltrechos, roguemos al Médico, seamos llevados a la posada para ser curados. Quien,
en efecto, ha prometido la salud es el que se compadeció del dejado medio vivo en el
camino por los bandoleros; derramó aceite y vino, curó las heridas, lo levantó hasta el
jumento, lo condujo a la posada, lo encomendó al posadero. ¿A qué posadero? Quizá al
que dijo: Desempeñamos una embajada en lugar de Cristo48. También dio dos monedas,
para gastarlas en curar al herido49; quizá esos mismos son los dos preceptos en que se
basan la Ley entera y los Profetas50. También, pues, hermanos, la Iglesia, en que el
maltrecho es sanado durante este tiempo, es posada de caminante; pero esa Iglesia
misma tiene arriba la heredad del propietario.

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