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Historia de la violencia

Desde el siglo XIII la violencia disminuye en Europa Occidental de forma continua e


imparable. En el resto del mundo se repite el mismo fenómeno aunque con menor
intensidad. Esta es la atrevida tesis que Robert Muchembled (Liévin, Francia, 1944)
despliega a lo largo de estas páginas en una revisión sociohistórica que abarca desde el
final de la Edad Media hasta la actualidad.
Quizá choque una postura tan contundente y que parece ir en contra de textos y autores
que contemplan el siglo XX como uno de los más sanguinarios de la historia de la
humanidad. La Organización Mundial de la Salud (OMS), en su Informe Mundial sobre la
Violencia y la Salud del año 2002, declaró la violencia uno de los principales problemas de
Salud Pública en todo el globo. Si pensamos sólo en formas actuales de violencia como el
mobbing -violencia en el trabajo-, el bullying -violencia escolar- o la violencia doméstica y
cotidiana, se hace evidente que la posición de Robert Muchembled requiere, para que sea
convincente, sustentarse en una argumentación sólida. Profesor de Historia en la
Universidad Paris XIII, Muchembled se doctoró con una investigación sobre violencia y
sociedad. Posteriormente su obra escrita se ha diversificado dentro del amplio territorio de
la cultura popular.

El lector entra en este estudio a través de las sociedades rurales medievales. La


brutalidad juvenil era algo admitido y se dirigía contra los congéneres próximos y vecinos.
Fueron las instituciones de socialización, como la Iglesia, la escuela o el ejército las que
comenzaron a domar los comportamientos violentos. Hacia 1530, el clima intelectual avanza
en esa dirección gracias, en buena medida, a dos obras cruciales para la época: De la
urbanidad en las maneras de los niños, de Erasmo de Roterdam, y El cortesano, de Castiglione.
Posteriormente, en el Versalles de Luis XIV la violencia entre jóvenes cortesanos es
fuertemente censurada y se reserva para la guerra contra los enemigos exteriores.

Históricamente, la criminalidad ha sido cosa de varones. Los implicados, como vemos


en estas páginas, son sobre todo hombres entre 20 y 30 años. Las mujeres son hoy
responsables de tan sólo un 10% de los delitos. En la actualidad se ha producido un cambio
lleno de interés. Mientras en Europa Occidental y en Estados Unidos la violencia continuaba
descendiendo, en los antiguos países del Este se mantenía. La tasa de homicidios en la
Comunidad Europea, antes de la ampliación, fluctuaba entre el 0,7 y el 1,9 por cien mil
habitantes, mientras que en Rusia dicha tasa, en el año 2000, alcanzó el 28,4.

Al compás del discurrir histórico, el autor analiza el concepto de violencia, término que
aparece en el siglo XIII derivado del latín vis, que significa “fuerza”, y en las distintas teorías
que desde saberes diversos han indagado tan humano como execrable comportamiento.
Pero la aproximación teórica no es el fuerte de Robert Muchembled. En lo que brilla es en
la descripción del papel de las ciudades como elemento pacificador en el recorrido desde el
Renacimiento hasta después de la Revolución francesa.
En un excursus que el lector agradece, Robert Muchembled se desliza por el territorio de un
género en el que el homicidio es el argumento central. En su opinión, la literatura negra,
consumida en masa, tiende a moralizar a la juventud. Se cierra este volumen con un capítulo
dedicado a las bandas que florecen en el extrarradio de las grandes urbes europeas. Aunque
ruidosos, son pocos los jóvenes que rompen el tabú del homicidio. Finaliza así un texto
que, en línea con la sabiduría de Norbert Elias, cree en el proceso civilizador.

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