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PONENCIA PREPARADA PARA EL IV ENCUENTRO INTERNACIONAL DE TEORÍA Y

PRÁCTICA POLÍTICA EN AMÉRICA LATINA “NUEVAS DESIGUALDADES”.


ORGANIZADO POR LA FACULTAD DE HUMANIDADES, UNIVERSIDAD NACIONAL DE
MAR DEL PLATA, 9,10 Y 11 DE MARZO DE 2016.

“Desde las barriadas populares:

luchas por los sentidos de la ciudad”

Autoras:

Bertolaccini, Luciana

Herrera, María José

Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales. Universidad Nacional de


Rosario.

Mesa a la que se presenta: 8. Estatalidad, seguridad y violencia.


Resumen:

En los últimos años, la Ciudad de Rosario se vio atravesada por una transformación
territorial de la mano del boom sojero/inmobiliario que fue acompañado paralelamente, y
de forma interconectada, por el desarrollo y diversificación de un eje económico delictivo,
protagonizado por actividades del narcotráfico. En su imbricación, las actividades ligadas a
la economía del narcotráfico junto con los procesos de la economía formal, han ido dando
lugar a lógicas de desterritorialización y reterritorialización, configurando nuevos lazos de
poder, reestructurando los órdenes socioespaciales, rompiendo y recreando subjetividades.

En esta presentación nos propondremos dar luz sobre los procesos territoriales que
conlleva el accionar de las fuerzas represivas, que fue propuesto por el Estado como
operativo de “pacificación”. Para esto nos interrogamos si el accionar represivo profundiza
la fragmentación socio territorial y, en este sentido, cómo es que estas prácticas
desplegadas en zonas específicas de la ciudad, consideradas peligrosas, se imprimen sobre
los cuerpos de los sujetos sociales. Así mismo nos preguntamos cómo se plasma la lucha
entre los aparatos de captura de estos cuerpos y las resistencias a las mismas, y qué
devenires tienen estas nuevas prácticas en el resto de la ciudad.

Palabras claves:

Seguridad, Rosario, Disciplina, Control, Reterritorialización, Jóvenes.


Introducción

Los cambios ocurridos en las últimas décadas en nuestro país, transformaron completamente
la Ciudad de Rosario. El boom de la soja dentro del mercado internacional de commodities tuvo un
gran y acelerado impacto en la ciudad, que consolidó tanto el desarrollo de un cordón portuario
como la estructura urbana a partir de la reinversión del excedente sojero en el sector inmobiliario.
Esto produjo cambios en el paisaje de la urbe, desplazando los barrios más carenciados que
bordeaban el río hacia las periferias, por lujosos complejos habitacionales. Es decir, un crecimiento
urbano muy desequilibrado con su contraparte en la utilización política del gobierno municipal de la
construcción de una imagen urbana publicitaria para el mundo.

En relación a esto y de forma paralela e interconectada al crecimiento de la economía formal,


se fue desarrollando y diversificando un eje económico delictivo. El foco fue puesto sobre una
actividad principalmente, el narcotráfico, que vio oportunidades de arraigo en la ciudad, gracias a
factores económicos -una población excluida de la ciudad pasible de ser absorbida por la
narcocriminalidad-; políticos -por una larga cadena de complicidades, partiendo de una policía
corrompida y prácticamente autónoma-; y geográficos -por la tupida red de rutas y puertos que
conectan Rosario hacia adentro y hacia afuera-.

A partir de 2013 comienza un proceso de agendamiento político y visibilización pública de


las problemáticas ligadas a la economía narcocriminal, hecho posible gracias a la movilización
social de los ciudadanos en repudio a muertes paradigmáticas ocurridas en barrios populares de la
ciudad. Consecuentemente se presentó un cambio en el tratamiento de la cuestión, desde el abordaje
de las violencias territoriales como “ajustes de cuentas” o como respuestas a relaciones conflictivas
internas, privadas y particulares, hacia el reconocimiento de un fenómeno delictivo global que
atraviesa todo el territorio urbano y el cuerpo social. Frente a esto la respuesta del gobierno nacional
y local, en primera instancia, fue aumentar el número y la presencia de fuerzas represivas en
Rosario.

Particularmente, el hecho que desencadena nuestra indagación es el desenvolvimiento de


acciones de gobierno que enfatizan una cara del Estado, que podemos señalar como represiva,
observable en el desembarco de Gendarmería en la ciudad en abril de 2014, por sobre políticas
dirigidas a resolver integralmente cuestiones de fondo o estructurales. En este sentido, nos
propusimos como interrogantes pensar la preexistencia de fenómenos sociales que habiliten el
vuelco represivo de las políticas y si es que puede pensarse en términos de legitimación; asimismo
nos preguntamos cómo se desenvuelven las prácticas represivas de las fuerzas de seguridad por
sobre los territorios y las poblaciones objetivo para analizar de qué manera podrían establecerse
mecanismos de control y producción de los cuerpos en la territorialización de la violencia. Luego,
proponemos de visualizar cuáles son las tensiones y disputas que se dan entre los actores en
cuestión y finalmente observar si hay una conexión más o menos clara entre lo que sucede en el
barrio y las dinámicas en el resto de la ciudad, es decir si las formas de violencia de las fuerzas y el
reclamo por seguridad pueden pensarse como factores que se retroalimentan.

Percepciones, miedos e inseguridades solapadas

Previo al acercamiento analítico sobre los modos de accionar de las agencias de control del
Estado por sobre los barrios de la ciudad y los cuerpos que allí habitan sería necesario pensar qué
fenómeno antecede esas prácticas y si es que podemos hablar en algún sentido de legitimación de
las mismas. Desde nuestra visión aquello que marcaría la agenda social, mediática y posteriormente
la agenda estatal para la toma de políticas públicas de control son las demandas sociales
determinadas por la inseguridad, aunque también nos atrevemos a pensar en un componente más
bien subjetivo que construye el binomio seguridad/inseguridad como sensación, es decir, como la
percepción siempre colectiva de percibirse más o menos protegidos. Pero, ¿qué significa estar
protegido?

De acuerdo a lo teorizado por Robert Castel, podríamos distinguir dos grandes tipos de
protecciones:

“Las protecciones civiles garantizan las libertades fundamentales y la


seguridad de los bienes y de las personas en el marco de un Estado de derecho.
Las protecciones sociales “cubren” contra los principales riesgos capaces de
entrañar una degradación de la situación de los individuos -como la
enfermedad, accidentes, vejez empobrecida- dado que las contingencias de la
vida pueden culminar, en última instancia, en la decadencia social.” (Castel,
2013: 11)

Atendemos a una coyuntura en donde la seguridad social se encuentra extendida en una red
de instituciones sanitarias y sociales que se ocupan de la salud, la educación, problemas derivados
de la edad, y demás en una retórica de derechos que abarca a la gran mayoría de la sociedad. Sin
embargo, a pesar de rodearnos de protecciones, las preocupaciones sobre la seguridad permanecen
omnipresentes, de modo que en nuestra ciudad la cuestión de la inseguridad se establece como
preocupación de primer orden.

La forma en que Castel resuelve esta paradoja es pensando en que la inseguridad moderna no
sería la ausencia de protecciones sino más bien su reverso, su sombra llevada a un universo social
que se ha organizado alrededor de una búsqueda sin fin de protecciones y de seguridad. De hecho la
sensación de inseguridad no va de la mano con las amenazas reales sino más bien se establece por
relaciones históricamente determinadas con los mecanismos de protección. Para este autor entonces,
“la sensación de inseguridad” no surge de datos objetivos sino que es un efecto del desfasaje entre
expectativas socialmente construidas sobre las protecciones y la capacidad efectiva de una sociedad
para implementarlas.

De cierta manera las demandas por mayor protección al Estado derivan de la lógica liberal de
seguridad, en donde la adhesión al pacto social se sostiene sobre la necesidad de proteger la
propiedad privada – integridad física y los bienes producto del trabajo individual - que en última
instancia son concebidos como la base de la seguridad frente a las contingencias de la vida. De esta
tradición el Estado es pensado como Estado de Derecho, guardián del orden público y garante de
los derechos y bienes de los individuos a través de intervenciones de las agencias de control: las
fuerzas de seguridad policiales, e incluso militares.

Es así que las demandas securitarias imperantes conllevan el pedido de “más Estado”, pero
vale preguntarnos por las contradicciones que podría implicar la demanda de más autoridad y si
ésta puede ejercerse en un marco verdaderamente democrático. La cuestión es hasta qué punto se
está dispuesto a aceptar el desplazamiento hacia una restricción de las libertades públicas de los
grupos sociales sobre los cuales se dirige la fuerza represiva del Estado.

A riesgo de caer en una simplificación de la cuestión, asumiendo a la propiedad privada


como el reaseguro contra los riesgos de la vida que pudieran atentar contra el status social de los
individuos, Castel se pregunta qué sucede con aquellas poblaciones cada vez más numerosas que no
cuentan con las seguridades que permite la propiedad. Al observar las demandas sociales vemos que
las mismas se localizan sobre los suburbios, periferias o barrios populares y sus poblaciones, como
potenciales focos de amenaza. Esto sucede porque en estos territorios, los “barrios sensibles”, se
acumularían los principales factores causantes de inseguridad: fuertes tasas de desempleo, empleos
precarizados, hábitat degradado, presencia de jóvenes inactivos que parecen exhibir inutilidad
social, visibilidad de prácticas delictivas ligadas al narcotráfico, momentos de tensión y conflictos
con las fuerzas del orden, etc. Por estos motivos es que en estos territorios la inseguridad social y la
inseguridad civil se superponen y retroalimentan, donde se suma la estigmatización que los
escenifica como núcleo amenazante con la colaboración de los poderes políticos y mediáticos
formadores de una opinión pública que señala el retorno de las clases peligrosas, es decir, la
cristalización en grupos particulares, situados en los márgenes, de todas las amenazas que entraña
en sí una sociedad.

Desde nuestra perspectiva, hacer de un grupo de jóvenes la problemática central de la


cuestión social entraña prácticas simplistas que invisibilizan las complejidades detrás de los
territorios en disputa, pero a su vez detrás del sentimiento de inseguridad y las demandas sociales.
Nuclear el problema de la inseguridad en la delincuencia (o la probabilidad de la misma) propone la
movilización de recursos públicos tras la represión y el castigo a los culpables sin hacerse cargo de
cuestiones más difíciles como el desempleo, la desigualdad, precarización, etc. en favor de mayor
rentabilidad política en el corto plazo.

De esta manera es que sostenemos que por parte del Estado avistamos un desplazamiento
desde el Estado social hacia un Estado de la seguridad que preconiza y pone en marcha el retorno a
la ley y al orden, como si el poder público se movilizara esencialmente alrededor del ejercicio de la
autoridad. Autoridad revestida de Estado Gendarme que no hace más que socavar las
contradicciones sociales y urbanas en tanto piensa la seguridad civil y la social como esferas
desvinculadas cuando de hecho son dos caras de una misma realidad imposible de subsanar
fragmentariamente sin conflictos.

Asimismo, si avanzamos en el reconocimiento de los múltiples procesos sociales que se dan


en torno a la seguridad encontramos que la violencia aparece como un factor determinante de las
relaciones entre los distintos territorios de la ciudad y sobre todo se cierne sobre aquellas zonas que
son consideradas peligrosas. Es por esto que en este trabajo nos centramos sobre el reconocimiento
de las microviolencias que ejercen las agencias de control del Estado por sobre los territorios
estigmatizados y sus habitantes, principalmente sobre los jóvenes, sobre la base de legitimación del
discurso securitario.

Kessler y Dimarco (2013) han sabido interpretar las prácticas que se ejercen por las fuerzas
de seguridad sobre los jóvenes en fuerte vinculación con el fenómeno de estigmatización que se
ejerce sobre ellos para comprender las formas que toma la violencia, su persistencia, generalidad y
gran tolerancia que adquiere para la opinión pública. Su trabajo sobre la ciudad de Buenos Aires
nos es útil en tanto sirve de espejo de algunos fenómenos que ocurren actualmente en Rosario y
vuelve tangible las formas que puede tomar el desplazamiento hacia un Estado gendarme en
respuesta a la demanda de más autoridad. En este sentido es que la estigmatización territorial
refuerza el accionar represivo con la legitimidad de una sociedad atemorizada que ubica en estos
barrios sus miedos y sospechas.

Sin embargo, si bien la preocupación ciudadana sobre la seguridad posibilita el abordaje


sobre los territorios y sujetos considerados como “sospechosos”, a través del ejercicio de
microviolencias cotidianas, estas interacciones no se dan sin conflictos sino que hay una lucha
siempre presente en las lógicas de desterritorialización y reterritorialización en el intento por lograr
la gobernabilidad de los barrios y los cuerpos, disputas sobre las cuales estará puesta nuestra mirada
a lo largo del presente trabajo.

De la disciplina y control en los barrios

En Defender la Sociedad, Michel Foucault (2001) define a la coerción disciplinaria como


una tecnología de poder que, centrada en el cuerpo individual, busca manipularlo como foco de
fuerzas con el objeto de que se hagan útiles y dóciles al sistema de dominación imperante. Es por
esto una tecnología de adiestramiento, una toma de poder sobre el cuerpo en tanto tal que a través
de un conjunto orgánico institucional característico de la sociedad moderna, establecerá alrededor
de los cuerpos un campo de visibilidad a partir de lo cual se asegurará su distribución espacial
(separación, alineamiento, subdivisión, vigilancia). Sin embargo, el poder disciplinario no debe
identificarse con una institución (dado que las disciplinas tienden a sobrepasar el nivel
institucional), sino que debe entenderse como una modalidad de ejercer el poder que implica toda
una serie de instrumentos, procedimientos y técnicas. En este sentido, por medio de lo que el autor
llama la serie cuerpo-organismo-disciplina-instituciones, el cuerpo individual aparece como un
territorio objetivo, posible de ser (y que debe ser) vigilado, adiestrado, utilizado y hasta castigado.

De la misma manera, Cortés (2010) nos dice que una sociedad que se basa en la
jerarquización, ordenación y clasificación de los seres humanos, necesita una tecnología política
capaz de moldear conductas que permita la construcción de sujetos dóciles y obedientes. El control
social que se busca imprimir a través de la vigilancia y el ordenamiento inicia un proceso en donde
las individualidades serán exaltadas para permitir separarlas y encauzarlas espacialmente de manera
que sea más fácil su control.
En este punto nos parece interesante señalar los aportes de Gilles Deleuze, recuperados por el
autor anterior, cuando nos dice que las sociedades disciplinarias han comenzado a atravesar un
periodo de transformación hacia las sociedades de control. Este cambio es explicado como un
solapamiento más que como una sustitución, entendiendo que los cambios sociales se producen
lentamente y bajo una lógica de superposición y acumulación. La sociedad de control se imbrica
con una sociedad disciplinaria cuyos efectos aparecen ahora exacerbados y de la misma forma en
que las disciplinas son creadoras de su propio discurso, las tecnologías de control producen el suyo,
basado en la seguridad y la prevención, en suma, en garantizar esa misma vida que tiene como
objeto controlar.

Se trata aquí de la crisis de las instituciones precedentes, por lo que las sociedades de control
vienen a sustituir a las antiguas disciplinas que se enmarcaban en sistemas cerrados, por un control
al aire libre. En otras palabras, a la vez que las instituciones de confinamiento entran en crisis,
paradójicamente, sus lógicas se generalizan desparramándose por todo el tejido social y asumiendo
modalidades más fluidas y tentaculares. Ya Foucault (2001) decía que la nueva técnica de poder no
suprimía a la técnica disciplinaria sino que actuaba en otro nivel incorporándola, integrándola,
modificándola parcialmente y sobre todo utilizándola para instalarse de algún modo en ella. En
definitiva, hablamos de una serie de micro violencias que nos permiten entender que mientras los
dispositivos disciplinarios moldean y reconfiguran los cuerpos de acuerdo al orden imperante, los
dispositivos de control, por el contrario, no intentan transformar los sujetos y sus procesos vitales,
sino que se conforman con regularlos, controlarlos, administrarlos y limitarlos en el espacio.

A partir de lo anteriormente desarrollado proponemos dirigir la mirada hacia el despliegue de


las fuerzas de seguridad en la ciudad de Rosario para intentar leer esta cruzada por la militarización
de las barriadas populares, poniendo el acento en el carácter violento de la misma y
fundamentalmente en la dimensión productiva, disciplinante y moralizante. Mediante las relaciones
de poder que allí se ponen en juego se logra territorializar determinados comportamientos y
representaciones, a la vez que se genera una específica apropiación y ordenamiento del espacio,
culminando con la producción de subjetividades. Aclaramos en este punto que el intento que a
continuación hacemos en disgregar prácticas disciplinantes de prácticas de control, se corresponde
netamente con la tarea analítica propuesta, dado que la distinción resulta un tanto arbitraria al
aplicarla a los hechos. Allí, ambas tecnologías se interconectan dando lugar a complejos
dispositivos de control.
Asimismo se hace necesario señalar que la aparición del operativo gendarme sacó de foco la
intervención policial por lo que la mayoría de los testimonios recientes que denuncian abusos de
autoridad por parte de las fuerzas del orden, se refieren más a los primeros y son en su mayoría
éstos los que hemos considerado para contribuir a nuestro análisis y dar cuenta del accionar de los
gendarmes como una máquina educativa moralizante. Bajo la idea más generalizada del verdugueo,
una serie diversa de vejaciones se produce y reproduce en barrios de la ciudad, donde la
justificación y objetivo de tal accionar no es otro que el de adoctrinar un sector de la población.

Haciendo referencia a las prácticas disciplinantes podemos mencionar todas aquellas que
tienen como objetivo moldear e inducir un determinado comportamiento en los cuerpos que son
blanco de las mismas. El tipo de consumo, los modos de vestir, de comunicar y de verse en el
espacio y la heteronormatividad son criterios a partir de los cuales las fuerzas de seguridad intentan
docilizar y disponer de los cuerpos de los jóvenes. La máquina moralizante y disciplinante no se
detiene ni se cierra en las prácticas represivas directas sobre el cuerpo que se quiere disponer, sino
que se justifica también con la idea de un castigo pedagógico. En este sentido una punición pública
sobre cualquier cuerpo-objeto tiene como objetivo generar un aprendizaje y modificación de
comportamientos de aquellos que lo presencian.

A continuación citamos algunos testimonios que pertenecen tanto a los propios sujetos que
sufren las vejaciones como a personas allegadas a ellos (familiares, amigos, compañeros de
militancia):

 “Mi hijo es adicto a la marihuana, estaba fumándose su porro en Seguí y Rouillón con otro
muchacho, el cual no consume. Ahí mismo bajaron haciendo abuso de autoridad, le empezaron a
pegar en la boca diciéndole que no se hacía (…) Y como regalo le dieron una paliza bárbara”1

 “Hay denuncias de chicos que dicen que los paran, les encuentran un porro y les apoyan la
cara contra el pavimento y les ponen una bota encima. (...) Hay un caso de un chico de apellido
Cantero al que lo detuvieron cinco veces en una semana. Pasan cosas así…a un albañil le
encontraron un porro y los gendarmes “se lo hicieron tragar”2.

Por otro lado, como micro violencias de control en los barrios percibimos a aquellas prácticas
que se fundan casi exclusivamente en limitar la disposición de los cuerpos ociosos en el barrio, es

1 Extraído de Diario La Capital: http://www.lacapital.com.ar/la-ciudad/Denuncio-que-gendarmes-golpean-


a-su-hijo-por-fumar-porro-20140430-0072.html
2 Extraído de Diario El Ciudadano: http://www.elciudadanoweb.com/el-accionar-de-gendarmeria-ya-es-
analizado-en-el-concejo/
decir, evitar que los cuerpos circulen en el espacio abierto, circunscribiéndolos a espacios cerrados.
El control de los cuerpos configura, a la vez que se vale del discurso ligado a la seguridad y a la
prevención, para desplegarse a través de una tecnología reguladora de la vida. La detención
reiterada de los pibes en el barrio, los cacheos unidos a las humillaciones, entre otras prácticas, no
buscan que el conflicto sea eliminado o solucionado sino que sea desplazado de los espacios
abiertos para ser encerrado puertas adentro. En este punto, aclaramos que no sólo se trata del
enfrentamiento directo entre los jóvenes y las fuerzas de seguridad sino que la presencia de las
mismas es advertida a través de las imágenes y sonidos de control que se dan por medio de la
circulación constante de patrulleros y helicópteros con sus luces estridentes y sirenas que anuncian
el despliegue de una campo de visibilidad sobre los cuerpos cuyo movimiento busca ser detenido.

Volvemos a citar testimonios para dar cuenta de cuáles son concretamente las prácticas que
llevan adelante los gendarmes y que podrían identificarse con lo explicado anteriormente:

 “Desde nuestro trabajo habíamos logrado que los pibes transiten libremente por el barrio,
que se junten en una esquina y hablen entre ellos ,que propongan ideas, que hagan cosas juntos
y considero que este escenario repliega todo estas conquistas conseguidas a lo largo de los
años”3.

 “Acá nos juntamos todos, pero a veces no están los pibes, y nos vamos a jugar a la pelota al
poli (el club que está en la misma manzana). Cuando nos ven allí a un par, nos paran, nos
revisan, si nos encuentran faso, nos pegan también”4.

Podemos ver a partir del recorrido hecho hasta aquí, que con las prácticas mencionadas se
busca imprimir un sentido a los cuerpos creando asimismo un patrón como modelo de sujeto a
criminalizar, del cual deben prevenirse los ciudadanos. Se trata de una construcción que permite
determinar qué cuerpos deben ser disciplinados y controlados.

Zaffaroni (2009) nos explica este fenómeno a partir de la categoría “clase peligrosa”, la cual
se conforma a por una selección de patrones socioeconómicos, culturales y corporales que
establecen la mayor o menor pertenencia a la sociedad urbana formal. En este sentido hay ciertos
cuerpos y vidas que se presentan como superfluos en la población, que no son objeto de seguridad,

3 Extraído del sitio web del Colectivo de Comunicación La Brújula


http://brujulacomunicacion.com/index.php/noticias/notas/item/763-empleado-municipal-denuncia-
abusos-de-gendarmeria
4 Extraído de Diario Página/ 12: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/18-43938-2014-
05-11.html
lo que viene a justificar la permisividad ante la criminalización de aquellos sujetos que no se
corresponden con “el buen vecino blanco, decente y profesional, no son héroes y sus vidas no tienen
fines políticos, son vidas sin trascendencia”(Colectivo de Juguetes Perdidos, 2010).

Se trata, sin embargo, de la construcción social de un determinado grupo de jóvenes como


sujetos peligrosos o sospechosos que requiere acciones por parte de las fuerzas de seguridad. A su
vez, esta construcción social conlleva un elemento de invisibilidad de los mecanismos que por
detrás están constantemente operando y produciendo sujetos o imágenes-sujetos. De esta manera
vemos como “naturalmente” un cierto grupo de sujetos aparece ante la mirada social escrutante
como el lugar de todos sus males, miedos y sospechas. Hablamos de imágenes-sujetos porque no se
trata de un control o una vigilancia sobre cualquier cuerpo, como bien mencionamos, tampoco se
trata de cuerpos que se encuentren en el acto en alguna situación delictiva, ni siquiera sospechosa,
sino que se trata de un sujeto-imagen identificado por su edad, su manera de vestir, su forma de
llevar el pelo entre otros rasgos fenotípicos.

Ahora bien, la criminalización excede los cuerpos para asentarse sobre el territorio geográfico
que éstos habitan, dando lugar a lo que Gabriel Kessler llama estigmatización territorial definida
como “proceso por el cual un determinado espacio queda reducido a ciertos atributos negativos, que
aparecen magnificados, estereotipados, produciendo como resultado una devaluación o
desacreditación social del mismo” (2013:225). En un proceso de retroalimentación ese estigma se
extiende hacia todos aquellos que conforman dicho territorio profundizando situaciones de
vulnerabilidad y de violencia ya existentes. Los jóvenes, que como vimos, son los principales
expuestos a esta discriminación, acarrean consigo el estigma hacia los distintos ámbitos por donde
se mueven, teniendo consecuencias en lo referente a su educación, relaciones sociales, trabajo, entre
otros. Finalmente no es que las prácticas represivas gendarmes tengan lugar sólo en estos territorios
estigmatizados sino que es allí en donde el accionar violento cobra las características anteriormente
descritas.

La estigmatización territorial y la determinación de estas zonas como territorios peligrosos


nos permite incluso hablar de una diferencia de intensidad y de modalidad de las prácticas
gendarmes hacia dentro y hacia fuera de estas zonas. El Colectivo de Juguetes perdidos (2013)
plantea que estos barrios son pensados como guetos hacia afuera y como cuarteles hacia su interior.
Hay un reforzamiento de las fronteras de las distintas zonas donde el capital tiene la capacidad de
reproducirse, los controles policiales actuando de manera “preventiva” impiden la circulación de
aquellos sujetos incivilizados cuya presencia, sin constituir un delito, crea las condiciones para que
el delito tenga lugar. Así, el accionar gendarme, a través de sus prácticas de disciplina y control va
estableciendo quiénes, en qué momento y por qué lugares pueden circular.

Hasta aquí describimos de qué manera la violencia física y explícita que ejerce la
gendarmería sobre los jóvenes en las barriadas populares, concebidas como territorios peligrosos,
posee una dimensión productiva que se basa en los efectos disciplinantes y moralizantes que tiene
sobre los cuerpos en los que opera.

La violencia es pensada en estos casos como “un dispositivo de modelaje, aprendizaje y


disciplinamiento de los sujetos, y en tal sentido no es válido argumentar que es ajena a los procesos
de socialización” (Reguillo en Rodríguez Alzueta, 2014). Esta es la violencia que Reguillo
denomina como “violencia disciplinante”, atribuyéndole a la misma un carácter reconfigurador y
con capacidad para transformar. Este tipo de violencia, a través de sus códigos y claves, permiten
instalar un lenguaje desde el cual alimentar “un distanciamiento moral frente a la víctima y el
victimario que no son 'uno de nosotros', se trata de herejes, enfermos, transgresores, cuya
naturaleza diferente autoriza a reducir su humanidad y a regodearse en la sordidez de los detalles,
operación que hasta próximo aviso, aligera nuestras culpas y mitiga nuestros miedos” (Reguillo,
2005:16).

Hablamos de un accionar biopolítico a partir del cual se produce una toma poder sobre el
hombre como ser viviente produciéndose una suerte de estatalización de lo biológico. Así, a través
de la instalación de mecanismos de seguridad, se buscará infundir un estado de equilibrio global,
una seguridad del conjunto de la población en relación a “sus peligros internos”. Esto no se logra
sino, a través del doble juego de las disciplinas y de las tecnologías de regulación o control que le
permiten al poder político expandirse por toda la superficie que se extiende del cuerpo a la
población.

La sociedad de control solapada sobre la sociedad de disciplinamiento se muestra en todo su


esplendor en las barriadas populares de la ciudad de Rosario y este accionar biopolítico a través de
las fuerzas de seguridad produce con toda su lógica de reordenamiento y reconfiguración del
espacio una profundización de la fragmentación social y espacial presentes en todo el territorio de la
ciudad. No queremos decir con esto que la fragmentación surja a partir de aquí sino que dicha
profundización implica seguir reproduciendo y ahondando aún más en procesos de deterioro de
condiciones de vida.
Tensiones y conflictos en la disputa sobre los cuerpos

El accionar castrense desplegado en las barriadas populares reconocidas como territorios


peligrosos, posee como contracara el desarrollo de una disciplina violenta y ejemplarizante que se
fija en los cuerpos. Estas prácticas gendarmes, no sólo suponen, como bien dijimos anteriormente,
la producción previa de una clase peligrosa que las legitime, sino la constitución de una clase
peligrosa compuesta por cuerpos disponibles.

Ahora bien, el proceso de desterritorialización y reterritorialización concomitante que lleva


consigo la construcción de nuevas subjetividades, comprende un movimiento entre la disciplina
gendarme y las prácticas cotidianas de los pibes que dista de ser lineal o unidireccional. Por ello la
producción de sujetos implica una heterogeneidad de efectos sobre los mismos que oscila entre
resistencias, aceptación, rebeldía y docilidad. En las siguientes líneas nos ocuparemos de dar cuenta
de la disputa que se cierne sobre los cuerpos a partir del accionar represivo gendarme, como un
movimiento que supone una multiplicidad de desenlaces. Entendemos que para ello debemos
primero poner en discusión la imagen de los pibes como jóvenes disponibles.

Cuando hablamos de pibes disponibles nos referimos a lo que el Colectivo de Juguetes


Perdidos (2014) también describe como pibes silvestres. Identifica a la generación hija del nuevo
milenio que ha crecido por fuera de los moldes tradicionales, que se han hecho a sí mismos y que al
volverse visibles se convirtieron en lo molesto y lo peligroso. Se trata de jóvenes que, como la
vegetación silvestre que crece de manera irrefrenable y desprolija, buscan escabullirse en los modos
de ser tradicionales del barrio y romper con su tranquilidad. Son los pibes que la sociedad ha
decretado como los prescindibles, como aquellos que no importan y cuyas muertes son entendidas
al grito de la resignificada justificación setentista del “algo habrán hecho”. La sociedad explica:
“seguro que en algo andaba”.

Reducidos a la fórmula ni-ni (ni estudian ni trabajan) están disponibles, entonces, hay que
reinsertarlos, reeducarlos, encauzarlos y contenerlos. Esta tarea puede ser llevada adelante por una
multiplicidad de organizaciones que se entrelazan en una lucha por apropiarse de esas vidas. Los
pibes son objeto de múltiples instancias de reclutamiento que fluctúan (e incluso se superponen)
entre militancias barriales, emprendimientos delictivos-policiales, bandas narco, programas
sociales, represión gendarme o corporaciones globales, porque donde el “Estado y grandes
porciones de la sociedad ven ociosidad (“pibes que no estudian ni trabajan”), el mercado ve
vitalidad o vidas a emplear” (Colectivo Juguetes Perdidos, 2014).
La pregunta latente es qué se hace con estas vidas disponibles. Las políticas de
endurecimiento del Estado, por medio de las mencionadas técnicas de las fuerzas de seguridad que
comprenden el control, vigilancia e inspección alrededor de los cuerpos, pretenden ser soluciones
rápidas y efectistas, interviniendo con una frágil respuesta ante un problema que se va volviendo
estructural. Lejos de una producción unívoca, dócil, disciplinada y sumisa de los cuerpos, en los
pibes se encarna una lucha y resultan ser diferentes las reacciones - más o menos mentadas, según
los casos- ante las prácticas de represión que los jóvenes ponen en juego en el enfrentamiento.
Estos cuerpos que se presentan bajo la forma de disponibilidad, como no políticos, como realidades
ociosas y peligrosas, son en realidad, portadores de una politicidad que desborda y rompe con los
modelos institucionales, traspasan la frontera de lo moral y que mucho antes de los estigmas
adquiridos, encarnan múltiples roles que invitan a considerarlos más allá de esa lógica de
disponibilidad

Por un lado, los componentes disciplinarios del verdugueo gendarme generan situaciones de
aceptación y naturalización de imágenes construidas y atribuidas a estos jóvenes intratables que se
atreven a desafiar el orden. Una primera reacción que encontramos es la incorporación y auto
reconocimiento como clase peligrosa que deriva en una docilización y resignamiento. Son esos
jóvenes los que reproducen la toma de poder sobre sus cuerpos individuales al aceptar que el
desafío a la autoridad puede costarles la vida: Zarparse con un gendarme es regalarse (Colectivo
Juguetes Perdidos, 2013). Específicamente se trata aquí, de evitar el contacto directo de las fuerzas,
es decir, salir de la esquina o del lugar de encuentro si ven un patrullero aproximarse, acatar las
órdenes actuando en consecuencia de lo que el gendarme mande, incluso aceptar la culpabilidad de
un hecho supuesto con el fin de salvar la integridad física del resto de la familia, entre otros.

Esta construcción de la imagen propia a partir de una representación externa, puede dar lugar
a aceptar esas figuraciones negativas como forma de auto afirmar su identidad en el territorio, en el
barrio (Kessler, 2013). Sin embargo, la interpelación a través de moldes de obediencia y
subordinación, puede no ser aceptada sino impugnada a modo de defensa, o provocada, como forma
de romper con la humillación y normalización que quiere imprimirse con el control social.

Las reacciones a las se hace referencia, no están relacionadas específicamente con una
respuesta política o mentada, sino con una respuesta inmanente de quienes necesitan escapar a las
coacciones que les son interpuestas en su fluir. En este sentido, entre las prácticas que se pueden
detectar, podemos señalar a modo de ejemplo el hecho de reírse o responder en tono desafiante ante
una orden impartida, utilizar palabras provenientes de una jerga propia, hacer uso de un lenguaje
corporal confrontativo. Incluso, hablamos aquí de casos más extremos en donde los pibes que se
niegan a caer bajo el control gendarme, ponen en marcha un enfrentamiento armado.

Son las estrategias que este sector encuentra y se apropia para confrontar el accionar de las
fuerzas del orden sobre la base de la improductividad que significa el valerse de una retórica de los
derechos. Es decir, ante una confrontación que recurra a los derechos y garantías ciudadanas, se
sobrepone un deber ser de la Gendarmería, una disciplina marcial, que niega dicha posibilidad.

En este punto resulta interesante analizar la ambigüedad y complejidad que supone la


presencia de gendarmería en los barrios. Aún con el despliegue de su accionar de control y
vigilancia podemos hablar de que se ha generado cierto consenso de en cuanto a su permanencia en
estos lugares, hay un explícito pedido por parte de quienes viven dentro de los barrios de la
presencia y permanencia de las fuerzas de seguridad, visible en algunos testimonios que declaran
que “era hora”, “me parece perfecto”, “me da tranquilidad”,

La complejidad reside en que este pedido no sólo es hecho por familiares de víctimas del
reclutamiento de las bandas narcos u otras economías delictivas o de jóvenes alcanzados por balas
de enfrentamientos armados ajenos, sino por las mismas personas objeto de las prácticas represivas.
“El desembarco gendarme deja una imagen de tranquilidad en el barrio que no se reduce a lo que
sucede efectivamente en su accionar en la calle (que estén patrullando o verdugueando a los pibes,
por ejemplo); hay un nivel de efectividad – no necesariamente buscada- que modula los estados de
ánimo barriales previos” (Colectivos Juguetes Perdidos, 2014: 54).

Es que control y la vigilancia gendarme no se establece unidireccionalmente sino que estas


prácticas productivas dan lugar a la aparición de diversas respuestas que dan cuenta de la
complejidad que supone el movimiento entre la disciplina gendarme y las prácticas cotidianas de los
pibes y pibas.

En definitiva, se pone en juego la apropiación del territorio. La disputa por el territorio


implica una lucha en la que se ven inmersos múltiples actores y prácticas que rivalizan a la vez que
se superponen: organizaciones propias del barrio, movimientos militantes, planes sociales del
gobierno, instituciones estatales (Policía, Gendarmería, centros de salud, comedores), bandas
narcos, clientelismo, etc. A través de una serie de prácticas simbólicas y materiales, vemos como el
control sobre el territorio implica por una parte, imprimirle un determinado sentido que resignifique
los modos de ser, de relacionarse y el sentido de pertenencia al mismo, pero a su vez, deviene en
una lucha por apropiarse de los cuerpos de los jóvenes “disponibles”. Es decir, no sólo es el
territorio lo que está en disputa sino los jóvenes que viven en esos mismos barrios.

Del devenir gendarme de la población al devenir linchador del gendarme.

Avanzando en el análisis de la complejidad a la que nos enfrenta el fenómeno en cuestión,


buscaremos explorar los alcances a nivel macro social que se establece en la relación entre la
estigmatización territorial y la represión sobre los jóvenes de los barrios populares por parte de las
llamadas fuerzas de seguridad. Al hablar de alcances no pensamos en una relación de causalidad,
sino que se parte de una noción de territorio y territorialidades en interconexión e implicancia
necesaria. Se hace necesario comprender el territorio como un espacio compuesto por un fluir de
relaciones de poder en constante cambio, fricción e interpenetración, y analizarlo contemplando las
múltiples conexiones que se dan hacia adentro y hacia afuera del mismo.

En este sentido replicamos lo que señalamos al comienzo, y es que las prácticas que se viven
en los barrios no se dan de manera aislada sino que encuentran factores de anclaje en procesos que
ocurren en el resto de la ciudad y en distintos sectores de la sociedad. Se trata de una construcción
mutua entre los territorios que si bien fragmentados mantienen flujos de comunicación innegables.
Por esto en este último apartado trataremos de dar cuenta de que la violencia vivida en los barrios
mantiene una íntima interrelación con prácticas y discursos que exceden estos territorios. Así como
señalamos que el pedido de seguridad habilita represiones, introducimos la hipótesis aún inicial de
que las microviolencias barriales se instalan en la sociedad toda como un modo de relacionamiento
frecuente y legitimado.

Como mencionamos antes, atendemos a un proceso de amplificación de la presunción


generalizada de peligrosidad o “empeligrosamiento”, es decir, evaluar a ciertos conjuntos sociales
como amenazas para el bien público, la vida o la propiedad privada, que avala acciones preventivas
sobre la sospecha del delito posible (Kessler & Dimarco, 2013). En este sentido entendemos que la
criminalización como práctica y discurso hace sociedad, es decir que actúa de manera performativa
sobre los grupos sociales que discrimina de manera negativa. Señalamos entonces que el discurso
hegemónico propone conductas e individuos y grupos como “los otros”, en un movimiento
permanente, un borde divisorio entre un nosotros y ellos. Se trata de una lucha por definir la
sociedad ya que el espacio social ha perdido sus formas habituales encontrándose fragmentado y
desconfigurado (Tonkonoff, 2012).
Tonkonoff establece una división de lo criminal, por un lado la instrumental que podríamos
llamar a las prácticas concretas de punición de instituciones policiales y judiciales, y la mitológica.
La expresión mitológica o mítica de lo criminal se refiere a la actividad simbólica y lucha política
que se pone en juego con el ejercicio de la violencia. Desde este punto de vista se podría tratar de
explicar el auge punitivista y penalizante a nivel social como una puesta en escena de símbolos y
relatos destinados a dar sentido a una mirada de mundo, a “lo que se desea como sociedad”. Hay un
decir “nosotros no somos chorros” del cual nace un discurso legitimador de las prácticas represivas
que expulsan a los colectivos trasgresores del orden fuera de la ciudad.

En este marco aparece la necesidad de ritualizar el ejercicio de la violencia, de


espectacularizar los mecanismos de seguridad ya sea desde la justicia institucional formal o
“justicia callejera”. Porque, finalmente la publicidad de la violencia hace un llamamiento al rechazo
expresivo de la sociedad global. Aún sin ejercicios de violencia física, la estigmatización mediática
de los territorios genera un linchamiento simbólico, microfascismos vecinales que pasan más por el
ejercicio la humillación y denigración diarias que por enfrentamientos físicos extremos. Con esto
queremos pensar en las prácticas cotidianas que demarcan una esfera de pertenencia a la sociedad
deseada. Señalamos así que a nivel social está instalada una subjetividad del miedo y la sospecha,
que propone lógicas de desalojo de los indeseables de la ciudad formal, de las posibilidades de
consumo, servicios y libertades que esta garantiza para algunos. Se trata claramente de una
dinámica productora de ciudad que centralmente jerarquiza, estigmatiza y condena.

El punto más claro donde la subjetividad represiva o gendarme de los ciudadanos sale a la luz
es en los casos de linchamiento que se dieron en el los primeros meses de 2014 en núcleos urbanos
de gran tamaño como las ciudades de Córdoba, Buenos Aires y Rosario. El discurso excluyente
pasa a los hechos en donde cualquier vecino puede hacer uso del uniforme de represor y descargar
la furia sobre un sospechoso. Porque ya no se trata de condenar el delito sino al joven como
criminal, como sujeto que amenaza con romper las formas de vida pregonadas por el consumo.

En este sentido, damos cuenta de un doble movimiento de violencia autolegitimante donde el


devenir de las acciones imposibilita encontrarle un origen y una finalidad tanto a la represión
institucional como a la impartida por el accionar en conjunto de los vecinos. Existe una discusión
actual alrededor de estas problemáticas sociales que vienen a cuestionarse cuál es el fenómeno que
le da origen al espiral de violencia, es decir, si es el gendarme quien se nutre del discurso
criminalizante preexistente en la sociedad a partir del cual justifica su accionar (como respuesta a
una demanda de seguridad, orden y control de los sujetos peligrosos por parte de la sociedad), o si
hay una extensión hacia la población de las prácticas represivas de la fuerza del orden a partir de las
cuales se reproduce las formas de solucionar los conflictos por vía de las armas o la violencia física.
En pocas palabras, el debate se asienta sobre la lógica del devenir gendarme de la población
(Hudson, 2014) o el devenir linchador del gendarme (Tonkonoff, 2014), discusión que estamos
muy lejos de poder resolver actualmente pero que dejamos abierta como pregunta a futuro porque
tal vez detectar dónde empieza la cadena nos brinde la posibilidad de determinar por dónde es que
se puede cortar.

Probablemente la complejidad en la búsqueda de soluciones o al menos alternativas que


permitan visibilizar los niveles de violencia a los que se expone a los jóvenes y sus territorios en las
dinámicas de estigmatización social y prácticas represivas de las fuerzas del orden recae en la
dispersión de la violencia en relaciones de poder rizomáticas extendidas por todo el cuerpo social,
con lo cual no podríamos señalar quién tiene a sus sola disposición el poder de marcar el orden de la
calle. Percibimos un acople de los poderes barriales, vecinales, policiales, religiosos, económicos
que intentan reterritorializar la información que circula en los barrios en términos de
seguridad/inseguridad. Lo que nos lleva al espiral de violencia que se cierne sobre los territorios
más vulnerables y los colectivos sociales más desatendidos. Es que finalmente la policía o
gendarmería en los barrios no solucionan los conflictos territoriales ni tienen la última palabra en
términos de control social, sino que los contienen ahí mismo, evitando que no salgan de los bordes
permitidos, del espacio que se les deja (mal) habitar.

Reflexiones finales

A lo largo de estas páginas reflexionamos en torno a los efectos directos que están teniendo
sobre los territorios y los cuerpos que habitan en los márgenes de la ciudad, la presencia de las
fuerzas represivas del Estado. La respuesta del Estado ante el aumento de la violencia ligada a las
economías delictivas no puede comprenderse sino estrechamente vinculado con una frecuente y
creciente percepción de inseguridad y de amenaza latente, que se extiende sobre el cuerpo social.
En este sentido se da un proceso que se retroalimenta entre el acrecentamiento de las demandas por
mayor seguridad y la estigmatización de determinados grupos sociales y sus territorios, que son
tomados como locus de posibles amenazas. Se desarrolla entonces el uso discursivo y práctico de
las clases peligrosas que no es más que la profundización de la fractura social y espacial que cae
con todo su peso sobre los territorios más precarizados de la ciudad.
A partir de lo dicho, hemos podido observar que los intentos por garantizar la deseada
seguridad pública a través del accionar represivo de las fuerzas del orden en los barrios populares
tiene como consecuencia la persecución y la criminalización de estos territorios y de sus habitantes.
De esta manera, se habilita el despliegue de dispositivos de control y disciplinamiento que buscan
moldear los cuerpos, controlar el espacio y configurar sus identidades en una dinámica siempre
conflictiva de desterritorialización y reterritorialización. Es en este sentido que decimos que el
despliegue del accionar gendarme supone una dimensión productiva como parte de un mecanismo
que intenta combatir las potencialidades de creatividad política y movilización de los barrios para
aumentar sus capacidades de gobernabilidad. Mediante los discursos homogeneizantes,
estigmatizantes y criminalizadores de la conflictiva realidad de los barrios se ocultan las otras
problemáticas estructurales: el aislamiento social, la segregación urbana, el bajo capital social, la
pobreza, la escasa infraestructura, el analfabetismo, etc.

A más de un año del operativo gendarme, se ha hecho el intento de implementar otras


políticas ligadas a pensar la seguridad en términos sociales, es decir, acciones que tienen como
objetivo atender a las problemáticas de fondo que causantes del desencadenamiento del aumento de
la violencia territorial. Sin embargo, creemos que la espectacularización de las medidas represivas
responde a un interés político de mostrar un Estado activo hacia el resto de la sociedad para lograr,
en suma, la legitimación de las prácticas que permita mantener consenso sobre las medidas de
gobierno. Como consecuencia, esto conlleva la permanencia del discurso criminalizante en tanto
que no podemos dar cuenta de un trabajo, por parte del Estado, en miras a una mayor integración
de los territorios y a un tratamiento equitativo entre los habitantes de los distintos barrios de la
ciudad. Entendemos que esto presenta un área de trabajo a profundizar para pensar en soluciones de
fondo que hagan a la creación de lazos de confianza y de sociabilidad, permitiendo así contrarrestar
las microviolencias cotidianas presentes en la Ciudad de Rosario.
Bibliografía:

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Castel, R. (2013). La inseguridad social ¿Qué es estar protegido? BS.AS: Manantial.

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Kessler, G., & Dimarco, S. (abril-junio de 2013). Jóvenes, policía y estigmatiación


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Korol, Claudia. (2014). Tiempos Violentos. Barbarie y decadencia civilizatoria.


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Tonkonoff, S. (2012). La Cuestión Criminal. Ensayo de (re)definición. Nómadas.

Citas web:

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http://www.lacapital.com.ar/la-ciudad/Denuncio-que-gendarmes-golpean-a-su-hijo-por-
fumar-porro-20140430-0072.html [Consulta 10 de junio 2015]

Tessa, Sonia, “La esquina de los chicos sin futuro”, Página 12,
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/18-43938-2014-05-13.html
[Consulta 10 de junio 2015]

Cooperativa La Brújula, “Rosario: empleado municipal denuncia abusos de


Gendarmería”,Indymedia, http://argentina.indymedia.org/news/2014/05/860410.php
[Consulta 10 de junio 2015]

Rosario: el devenir gendarme de la población. Entrevista a Pablo Hudson del Club de


Investigaciones Urbanas.
http://ciudadclinamen.blogspot.com.ar/search?q=juan+pablo+hudson [Consulta 10 de junio
2015]

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