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¿qué lugar ocupan los maestros en este marco? Hay quienes hablan de
una desvalorización del rol del docente y de la pérdida de entidad de la
escuela como institución formadora.
Freire plantea las virtudes de un buen educador, que se van adquiriendo a través de la práctica. Una de ellas
es la humildad entendida como valentia y confianza en si mismo, la importancia del dialogo con el otro y el
dejar de lado la soberbia del sentirse superior.
Una segunda cualidad es la amorosidad no solo hacia el alumno, si no tambien hacia su trabajo, dejando de la
lado las injusticias y desvalorización al pago de su salario.
Respecto a la valentia se refiere a la superación del miedo, y la lucha por sus ideales. La tolerancia para
realizar un trabajo pedagógico y convivir con lo que es diferente a lo que estamos acostumbrados, implica
respeto.
Freire le da gran importancia al diálogo, considerándolo el elemento fundamental para la relación entre el
maestro y el alumno. También considera importante una educación que introduzca a los niños en la vida
social, enseñándole a comprender el mundo y a pensar críticamente. Es por esto que cree que el docente debe
ser humilde, para aceptar al oopinión del otro y darle lugar para expreserse; también debe ser amoroso, para
darle sentido a su trabajo; valiente al educar sus miedos; tolerante, para convivir con lo diferente; decidido y
seguro de lo que hace, conservando un tensión entre la paciencia y a impaciencia; por último dice que debe
tener alegría de vivir en lo que hace, transimitiéndolo a sus alumnos y creando un vínculo fructífero sin
adquirir una posición autoritaria donde sólo él es el dueño del saber.
Nombrar la primera infancia es hablar de nacimiento, de inicio, de lo inicial. Nombrar la primera infancia
significa para el Nivel Inicial, asumir una responsabilidad política y pedagógica que se traduce en un
reconocimiento cotidiano de las nuevas generaciones y del devenir histórico. Ya que educar, enseñar,
garantizar la transmisión no es una tarea clausurada en el presente; por el contrario, la misma se enlaza e
inscribe en una serie histórica. Educar es una apuesta, una apuesta con el tiempo, una apuesta con la historia
para desplazar destinos apocalípticos y humanizar lo que vendrá.
Enseñar y conocer junto con los nilos, obras de arte, cómo debe ser plantadas las semillas, entrevistas a
padres desocupados, escuchar sus relatos de piquetes con sus familias; hablar escuchar leer, desplazarse, reír;
sortear conflictos; crecer, aprender, enseñar representan un reto hacia el porvenir…
Hoy nuestras escuelas son espacios educativos donde un tiempo para otras ciudadanías más plenas y
emancipatorias pueden ser conjugados verificando la igualdad en el acto educativo. Parte de nuestras traeas
consistirá en definir lo común y lo particular de la educación en este siglo, para todos los niños.
La Educación, colegas maestros, desde una perspectiva histórica, requiere alargar la mirada y situar la gestión
del “hoy” en un tiempo más largo, tanto en términos de la infancia, como de las tradiciones pedagógicas que
tienen continuidad o aquéllas superadas y transformadas.
Debemos introducir nuevas cuestiones para la enseñanza que comprendan la aproximación a los lenguajes
audiovisuales, el enfoque de género y la perspectiva de la interculturalidad.
Cada una de estas cuestiones exige la construcción de un dialogo que establezca puentes entre las prácticas
instituidas y las que será necesario instituir, ya que coexisten en nuestras escuelas infinidad de rutinas
cotidianas y modelos estereotipados, que es necesario transformar, junto con muchas otras prácticas basadas
sobre el aprecio y el carácter profesional de la tarea: sistemáticas, pertinentes, rigurosas y altamente
determinantes en la educación de nuestros niños.
La importancia que le asignemos a la tarea de enseñar será relevante para la formación de nuestros niños
como ciudadanos y sujetos de derecho, sin que ello vaya en desmedro de los desarrollos obtenidos hasta
ahora en este nivel educativo, sino ampliando su sentido y enriqueciendo sus propósitos.
Desde diferentes campos del saber han avanzado sustantivamente los estudios sobre la infancia y todo indica,
sin lugar a dudas, que cada vez es mas complejo trabajar con edades tempradas.
Es fundamental una formación continua que incluya distintos campos disciplinares, al mismo tiempo que
ofrezca a los educadores multiples puntos de vista sensibilizados por la cuestión de la infancia frente a los
cambios de época y su expresión en transformaciones culturaes y sociales , como también frente a la
persistente desigualdas que afecta de modo singular las condiciones de vida de los niños. Esto ultimo no
significa proponer miradas piadosas hacia el “otro” ni sostener discursos asistencialistas; por el contrario,
requiere garantizar la relación entre igualdad y educación, pues nuestra intención fundamental es torcer
rumbos con base sobre enseñanzas.
Clase II. El niño en la historia. La construcción de una mirada entre los impulsos
modernizadores, la exclusión y el cuidado. Dra. Myriam Southwell
Philippe Ariés sostuvo que entre los siglos XVII y XVIII se produjo “el descubrimiento de la
infancia”, queriendo significar fundamentalmente el desarrollo de una sensibilidad
moderna que acentuó la necesidad de cuidado y atención de los niños, que puso de
relieve su fragilidad y la necesidad de protección y preservación. Se trataba de un sujeto
inmaduro, incompleto que requiere la acción adulta en el cuidado y orientación. Por lo
tanto, se comienzan a desarrollar tecnologías, dispositivos y saberes para su
conocimiento, cuidado y formación. El niño va siendo considerado como un ser
“carente, necesitado e incompleto”, ya no un “adulto pequeño”. Este proceso se da
en paralelo con el comienzo de una consideración de la escolaridad como
instrucción pública, tomando distancia de la instrucción individualizada y
diferenciada para ciertos sectores sociales de las etapas anteriores.
Ruben Cucuzza (2002) plantea que en el temprano siglo XIX los intentos de
constitución de sociedades políticas modernas, basadas en la lógica de la soberanía
popular y de la existencia de sujetos políticos portadores de deberes y derechos,
implicaron importantes modificaciones en las prácticas de lectura y en la necesidad
de su enseñanza. Paulatinamente, el Estado fue desplegándose como impulsor y
sostén de instrucción y estableció las condiciones y la obligación de educarse.
De acuerdo con Carli (2005), la fundación del sistema educativo promovido para la
infancia en Argentina se inicia en la década del ochenta del siglo XIX y culmina con
las políticas efectuadas en los gobiernos peronistas hasta la mitad del siglo XX.