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"Eso es ser pobre e indio en este país" : repercusiones urbanas e implicaciones Titulo

sociales de la discriminación y la exclusión: lecciones de El Alto, Bolivia


Arbona, Juan Manuel - Autor/a; Autor(es)
Pobreza, exclusión social y discriminación étnico-racial en América Latina y el Caribe En:
Bogotá Lugar
Siglo del Hombre Editorial/Editor
CLACSO
2008 Fecha
Colección CLACSO-CROP Colección
Política neoliberal; Urbanización; Empobrecimiento; Comunidades indígenas; Protesta Temas
social; Exclusión social; Discriminación; Movimientos sociales; El Alto; Bolivia;
Capítulo de Libro Tipo de documento
http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/clacso/clacso-crop/20120611084558/18arbo.pdf URL
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“ESO ES SER POBRE E INDIO EN ESTE PAÍS”.
Repercusiones urbanas e implicaciones sociales
de la discriminación y la exclusión:
lecciones de El Alto, Bolivia

Juan Manuel Arbona1

INTRODUCCIÓN

En los momentos críticos de octubre de 2003, una masa humana se desplegaba


desde El Alto por las laderas de La Paz, encauzadas por vertientes de asfalto, y
se dirigía a la sede de gobierno. Miles de marchistas —hombres, mujeres, viejos
y jóvenes— reclamaban su derecho ciudadano a participar en la toma de deci-
siones acerca del uso de los recursos naturales (hidrocarburos) y demandaban
el derecho a tener derechos, que en esos días eran atropellados por la violen-
cia estatal. En la marcha se observaban q’orawas (ondas para lanzar piedras) y
cartuchos de dinamita; wiphalas (símbolo de los pueblos indígenas) y cascos
de mineros. Estos símbolos expresaban las múltiples fuentes de identidades
y memorias históricas que estaban saliendo a la superficie y conformando es-
pacios políticos contestatarios. Estos hechos también mostraron la compleja
diversidad de historias y memorias que define a la ciudad de El Alto, y lo que
significa ser pobre e indio en Bolivia.

1 Profesor titular del Growth and Structure of Cities Program del Bryn Mawr College (Estados
Unidos) y docente de la Universidad para la Investigación Estratégica en Bolivia (UPIEB) de
La Paz (Bolivia).

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El Alto —epicentro de las jornadas de octubre—2 revela los resultados de un


régimen político que ha generado exclusión social y pobreza. De acuerdo con el
último censo en esta ciudad (Instituto Nacional de Estadísticas (INE), 2001a),
la gran mayoría de la población (647.067) se considera indígena (81,3%)3 y
depende de la economía informal (70,6% de la Población Económicamente
Activa (PEA)). La transformación de El Alto, que en el espacio de una genera-
ción pasó de ser un barrio marginal de La Paz a la tercera ciudad del país, es un
dramático reflejo del impacto de las políticas de reestructuración económica e
institucional definidas el proyecto neoliberal. Estas reformas han tenido como
consecuencia una cultura política que combina elementos del sindicalismo y
formas andinas de organización territorial-política (ayllu), con un trasfondo de
marcada inseguridad económica y frustración social.4 En este sentido, la cul-
tura política de El Alto navega en el delta donde confluyen la lógica neoliberal
de bienestar individual y la lucha por un bienestar colectivo; la tensión entre
la reivindicación coyuntural y las propuestas de alternativas estructurales; la
tensión de la identidad indígena basada en un imaginario histórico idealizado/
hibridizado y la demanda social de vivir las promesas de la modernidad.
A nivel metodológico, este ensayo se nutre de ocho años de trabajo e investi-
gación en El Alto, así como de entrevistas con testigos y actores de las jornadas
de octubre de 2003. Esta información cualitativa es complementada con datos
cuantitativos oficiales que ayudan a enmarcar la situación en esta ciudad.
El propósito de este artículo es analizar cómo y bajo qué condiciones se
concentran los procesos de discriminación y exclusión social de/en El Alto, que
influyeron en la creación de espacios políticos contestatarios durante las jorna-
das de octubre de 2003. Para analizar estas dinámicas, este texto se enfocará
en tres procesos: 1) las tensiones que surgen a raíz de las políticas neoliberales
y cómo éstas se han concentrado en una ciudad empobrecida e indígena; 2) las
rupturas sociales generadas, con énfasis en las jornadas de octubre de 2003,
que resaltan cómo y bajo qué circunstancias se construyeron espacios políticos

2 Estas jornadas llevaron a la renuncia del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, y dejaron
como resultado 63 muertos y 315 heridos (Auza, 2004).
3 Cabe indicar que para esta pregunta el censo sólo tuvo en cuenta a las personas mayores de
15 años, lo que sugiere que el número es aún mayor (Mamani, 2005c).
4 Silvia Rivera define ayllu como “unidad de territorio y parentesco que agrupaba a linajes de
familias emparentadas entre sí, pertenecientes a jerarquías segmentarias y duales de diversa
escala demográfica y complejidad. [...] La compleja organización social andina ha sido com-
parada con un juego de cajas chinas, vinculadas entre sí por relaciones rituales y simbólicas
que permitieron a los niveles superiores un alto grado de legitimidad en su dominación sobre
los niveles inferiores” (Rivera, 1993: 36).

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contestatarios; 3) el papel que jugaron las redes barriales y las formas en que se
articularon identidades de clase e indígenas al organizar la población alteña.
El argumento central de este ensayo es que los factores socioeconómicos vi-
vidos en El Alto han dado como resultado una ciudad excluida y discriminada.
Por su parte, los residentes han (re)articulado espacios políticos contestatarios
a partir de la organización de redes barriales, que constituyen las formas de
organización territorial fundadas en historias y memorias colectivas. Este argu-
mento está enmarcado en la concepción de que existe una relación dialéctica
entre espacios urbanos y procesos sociales. Por un lado, estos procesos de dis-
criminación y exclusión tienen una manifestación concreta en la construcción
y organización de espacios urbanos; y por otro, estos espacios influyen en la
organización de procesos sociales, ya sean contestatarios o de estabilización
(naturalización) de las inequidades plasmadas en espacio (Harvey, 1997). Este
texto está enmarcado por la problemática de lo que ocurre cuando los procesos
hegemónicos (de una infraestructura institucional5 que legitima y naturaliza la
discriminación y exclusión social) son plasmados en un espacio determinado
y cómo estos procesos son retados desde estos espacios.

CIUDAD, CONFLICTO Y ESPACIOS POLÍTICOS

Antes de hacer una presentación de esta ciudad, de cómo se han establecido y


consolidado los espacios de discriminación y exclusión, y de los eventos de crisis
vividos durante las jornadas de octubre, podemos realizar algunas reflexiones
generales sobre lo urbano, la generación de los conflictos y la reacción a éstos,
y cómo durante éstos se vislumbra la creación de espacios políticos contesta-
tarios que responden a historias y memorias localizadas. Castells nos presenta
un punto de partida para el análisis de ciudades. Para él:

[…] las ciudades… son productos históricos, no solo en su materialidad física, sino
también en sus significados culturales, el papel que juegan en la organización de la
sociedad, y las vidas de los residentes. La dimensión básica en la transformación urba-
na es de debate conflictivo entre clases y actores sociales [matizadas por las historias
específicas de residentes] sobre el significado de la ciudad, el significado de espacios

5 Por infraestructura institucional se entiende no sólo el aparato estatal, sino también los partidos
políticos (en poder y oposición) y las entidades de la sociedad civil que representan intereses
económicos y políticos específicos. Es a partir de esta infraestructura institucional que se
ha implementado el proyecto neoliberal y desde donde se intenta legitimar este régimen
político.

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en la organización de estructuras sociales, y el contenido, jerarquía, y destino de las


ciudades en relación a la estructura social. (Castells, 1983: 302)

La lectura de las ciudades como un “producto histórico” donde se debaten


los significados de la ciudad y los accesos/derechos a ésta, es un punto de partida
fundamental para analizar cómo se concretizan los procesos de discriminación
y exclusión en espacios urbanos. Castells plantea cómo los procesos históricos
establecen privilegios y exclusión que son plasmados en espacio, y los conflictos
que surgen a partir de estas inequidades, que conllevan también la rearticulación
de identidades que convergen en espacios urbanos (excluidos)6 y que alimentan
la lucha por el derecho a la ciudad. ¿Cómo se establecen los derechos a la ciu-
dad? ¿Qué formas de institucionalidad legitiman estos derechos? Y más impor-
tante aún: ¿quiénes y cómo luchan por estos derechos? Parte de mi argumento
es que a través de estos procesos históricos y de sus manifestaciones espaciales
se establecen, legitiman y naturalizan espacios de privilegio y exclusión, donde
se forman y consolidan espacios políticos locales, de demanda o protección de
provisión de servicios básicos y/o reconocimiento institucional.
En América Latina, la construcción histórica de espacios urbanos responde
a los sistemas de producción, extracción o comercialización colonial, que reque-
rían la concentración de población en espacios determinados, donde se plasman
y refuerzan las jerarquías sociales,7 lo cual daba cuenta de la organización y
función específica de las ciudades, donde se mantenía una tensa convivencia de
espacios privilegiados y espacios de desamparo, bajo un mismo régimen políti-
co. Paralelamente, la concentración de población implicaba diferentes formas
de vivir y convivir en/con la ciudad, así como diferentes formas de establecer
y reproducir relaciones de poder, plasmadas en el espacio urbano. De manera
similar, las ciudades son el nodo articulador de lo que Héctor Díaz-Polanco
(1991) denomina “etnofagia estatal” y Félix Patzi (2000) —citando a Pierre
Bourdieu (1989)— “violencia simbólica”, refiriéndose al papel de las institucio-
nes de formación “ciudadana” (escuelas, museos, cuarteles, etc.) y los discursos
de nación, a través de los cuales se naturaliza y legitima el poder de las clases
dominantes y los espacios que ocupan. Estos procesos han sido trascendentales
en la organización y construcción de las ciudades latinoamericanas.

6 Esto es muy diferente a que estos territorios sean simples contenedores de identidades. Para
una crítica de esta visión de espacios, véase Harvey (1997).
7 Esto es evidente en las primeras ordenanzas de planificación urbana que recibió Pedrarias
Dávila en el 1513 (Crouch, Garr y Mundigo, 1982). Cabe resaltar que las ciudades de los im-
perios inca y azteca también reflejaban esta dualidad (Von Hagen y Morris, 1998; Soustelle,
1996).

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Los procesos de reestructuración económica e institucional que se han


llevado a cabo desde comienzos de los años ochenta han tenido un impor-
tante impacto en la transformación económica, institucional y social en toda
América Latina (Green, 2003). ¿Cuál ha sido el impacto de estos procesos en
las ciudades? Sobre esto, Mike Davis (2004) se refiere a la globalización de los
asentamientos precarios (slums). De acuerdo con la Oficina de las Naciones
Unidas para Asentamientos Humanos (UNCHS), la actual población mundial
urbana es de unos 3.200 millones (equivalente a la población mundial total en
los años sesenta) y se espera que para 2007, la mitad de la población mundial
viva en ciudades. En América Latina, la población urbana representaba el
75,4% (alrededor de 391 millones de personas) en 2000, y de éste, el 32% (125
millones) vive en zonas marginales, donde las necesidades básicas no son satis-
fechas (UNCHS, 2003: 246). Mientras que las ciudades —que constituyen una
promesa implícita de mejores condiciones de vida y oportunidades, en relación
con las zonas rurales— siguen atrayendo población considerada “desechable”
dentro del contexto laboral, estos “nuevos” residentes de las ciudades siguen
ocupando los espacios marginales/excluidos.
De manera paralela, las ciudades se han convertido en un factor sumamente
importante en la articulación de los procesos de globalización de las finanzas y
los mercados especulativos, bajo el discurso de que es la única alternativa para
enfrentar los retos del desarrollo. Por lo tanto, se podría argumentar que las
ciudades “se han convertido en la interfase institucional, política, y geográfica
sobre y a través de las cuales las políticas contradictorias de la reestructuración
capitalista [dando continuidad a un proceso de colonialidad dentro de un dis-
curso democrático] son debatidas y luchadas” (Brenner, 2000: 374). Es decir,
el proyecto neoliberal requiere espacios urbanos, no sólo como nodos articu-
ladores que (en teoría) le permitirán acceder a los flujos globales de capital y
participar de éstos, sino que también deben funcionar como megáfono de las
promesas de estos procesos (o de las consecuencias de no ser parte de ellos).8
Al interior de estos procesos y promesas se generan espacios marginados, con
una creciente población discriminada y excluida.
Esta afirmación nos lleva a otra pregunta: ¿cómo se ha logrado que estas
políticas —que han generado, expandido y profundizado las desigualdades y
han legitimado procesos de discriminación y exclusión— hayan podido man-
tenerse y reproducirse? Mi respuesta a esta situación tiene dos vertientes: una

8 De la Fuente (1995: 38) discutía que el proyecto neoliberal “es la teoría de la gobernabilidad
a través de la administración de las expectativas… lo importante no es hacer cosas, sino apa-
rentar que se hace. […] Por eso el neoliberalismo es economía, sí, pero también y sobre todo
es publicidad”.

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discursiva-política y otra espacial-urbana. Por un lado, el proyecto neoliberal


ha sido un “proceso manejado políticamente y regulado institucionalmente”
bajo un régimen de consentimiento y coerción (Peck, 2004: 8). Gramsci (1971)
discutía el concepto de hegemonía como un proceso que integraba coerción
y consentimiento, sobre el cual se establece un margen de legitimidad para
reproducir un régimen político a favor de intereses de clase específicos (An-
derson, 1976). En este sentido, los procesos hegemónicos tienen tanto que ver
con flujos económicos como con lo “ético-político en formular relaciones de
dominación y subordinación” (Chin y Mittelman, 1997).
Estos procesos hegemónicos requieren instituciones de la sociedad civil y el
aparato político-partidario del Estado, a lo que me refiero como la infraestruc-
tura institucional. A pesar de un “reconocimiento de fuerzas subordinadas”,
Brenner (2000) sugiere que los procesos de construcción hegemónica nunca
pueden ser completos debido a los desfases entre escalas institucionales, lo
que convierte a este proyecto político en altamente inestable. Es decir, la he-
gemonía del proyecto neoliberal puede tener vigencia a nivel del Estado, pero
a medida que estos procesos se acercan a localidades donde cotidianamente
se viven tensiones —como en los barrios—, éstos comienzan a perder eficacia.
Es en estos espacios localizados donde se cuestiona la legitimidad del régimen
político, y desde donde se están comenzando a pensar y proponer alternativas
a partir de una complejidad histórica local. En otras palabras, los procesos he-
gemónicos no sólo requieren una infraestructura institucional nacional, sino
que ésta también debe responder a diferentes formas y actores de los espacios
políticos locales.9
La otra vertiente de cómo se ha logrado mantener este régimen político por
dos décadas, se refiere a las dimensiones espaciales (urbanas) del manejo y la
implementación de este proyecto. Como lo mencioné anteriormente, en la ac-
tual coyuntura de globalización neoliberal, los espacios urbanos cumplen con
los requisitos institucionales para facilitar los flujos de capital y la reproducción
de un régimen capitalista. Sin embargo, los fracasos de este proyecto resaltan,
particularmente en términos de aumento en los niveles de pobreza y la precarie-
dad laboral, y la concentración de estos daños colaterales. Es decir que, a partir
de estas políticas neoliberales, la discriminación y la exclusión se concentran y
magnifican en espacios específicos de la ciudad. Como lo indican Jamie Peck
y Adam Tickell, esta es una parte fundamental de las estrategias para manejar
este régimen político, o más bien para manejar los fracasos de éste:

9 Charles Hale (2004) nos provee un ejemplo de esto en su discusión sobre el “multiculturalis-
mo neoliberal”, en el cual la participación de los pueblos indígenas es promovida y celebrada
siempre y cuando éstos “no se excedan” ni cuestionen las políticas económicas establecidas.

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Siempre y cuando los daños colaterales de tales rupturas puedan ser localizados o des-
plazados en espacio o escala se pueden organizar condiciones positivas para sostener
este tipo de reinvención regulatoria [de corte neo-liberal]. Una de las fortalezas del
neo-liberalismo ha sido su capacidad de capitalizar sobre estas condiciones. (Peck y
Tickell, 2002: 392)

En este contexto se concentran los daños colaterales, con la intención de


neutralizarlos a través de estrategias clientelistas y el intento de mantener una
apariencia de estabilidad política, elemento necesario para intentar atraer in-
versionistas (y sus promesas) y sostener el actual régimen político (Quisbert,
2003). En otras palabras, es en este contexto que los espacios urbanos de pri-
vilegio son organizados, protegidos y reproducidos.
En fin, es a través de la constitución de estos espacios, donde los procesos
hegemónicos son más inestables, que las promesas neoliberales —canalizadas
por una infraestructura institucional— tienen que enfrentar sus límites dis-
cursivos y fracasos. Es en estos momentos cuando el margen de legitimidad de
la infraestructura institucional encuentra sus límites reales y las tensiones se
convierten en rupturas. Es a partir de estos conflictos, que surgen a raíz de las
tensiones generadas por la pobreza, la marginalidad y la exclusión social, que
los espacios urbanos están siendo transformados. Es en estos márgenes sociales
donde se concentran la mayoría de los efectos negativos y donde se están cons-
truyendo espacios políticos contestatarios. Y es precisamente, a través de estas
identidades en los márgenes sociales, que han sido excluidas y denigradas —y
que conforman un subsuelo político— que este régimen es retado.
Los procesos hegemónicos. en sus manifestaciones discursivas y concentra-
ciones espaciales, generan movimientos contra-hegemónicos, que encuentran
su fortaleza en espacios localizados. Los procesos de discriminación y exclu-
sión —particularmente cuando éstos se concentran en espacios específicos de
la ciudad— promueven y canalizan la formación de lo que Routledge (2003:
344-345) denomina espacios de convergencia, los cuales “generan suficiente
terreno común para generar políticas solidarias”. Más allá de estas solidarida-
des, estos espacios:

[…] funcionan dentro de la penumbra de diferencias, conflictos y negociaciones. Co-


mo espacios negociados en multiplicidad y diferencia, estos pueden ser concebidos
como sistemas dinámicos, construidos a partir de interrelaciones e interacciones a
través de todas las escalas espaciales. (Routledge, 2003: 346)

Por lo tanto, la convergencia de sujetos discriminados, excluidos y con-


centrados en un espacio determinado es la semilla con la cual se conforma

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un subsuelo político, que surge a la superficie en momentos de crisis. Es aquí


donde “se despliegan las prácticas políticas que se ejercen como los derechos
que la gente cree que tiene o debería tener, aunque no los reconozca el Estado,
o como libertades individuales y colectivas que no corresponden a derechos
reconocidos” (Tapia, 2001: 133).
A partir de este marco conceptual, podremos analizar cómo El Alto se ha
convertido no en un espacio (barrio) discriminado y excluido, sino en toda una
ciudad, donde estos procesos se concentran. También podremos examinar cómo
se generó un subsuelo político a partir de las identidades indígenas y mineras
urbanizadas que han sido discriminadas y excluidas, y cómo éstas fueron un
factor importante en la organización de espacios políticos contestatarios durante
las jornadas de octubre de 2003. Pero antes de este análisis, se presentará un
breve panorama general de la ciudad, y cómo ésta fue construida a raíz de la
institucionalización de la discriminación y la exclusión.

EL ALTO: CONVERGENCIA DE PROCESOS E HISTORIAS

El Alto es una ciudad joven que ha vivido un precipitado crecimiento po-


blacional. Sólo hasta 1988 esta ciudad obtuvo su autonomía de La Paz y fue
reconocida institucionalmente como tal. Hasta entonces, los vecindarios que
hoy comprenden El Alto eran barrios marginales de la capital, pero las olas de
emigrantes a mediados de los años ochenta transformaron este barrio marginal
en un centro urbano con sus respectivos problemas (Sandoval y Sostres, 1989).
Así, El Alto se convirtió en el enclave más pobre de la región metropolitana de
La Paz y en un espacio racializado (el otro étnico), en el espacio distante de la
ciudad moderna y más sofisticada de La Paz.
Regionalmente, El Alto funciona como destino y como espacio de transi-
ción. Opera como destino para miles de mujeres y hombres de zonas rurales
que llegan a esta ciudad, guiados por la promesa de una ciudad con mejores
servicios y oportunidades económicas. Sirve como destino para gran parte de
los productos agropecuarios (e industriales) de las zonas rurales, donde son
comercializados y distribuidos a los diferentes mercados de La Paz. Así mismo,
El Alto es un espacio transitorio, donde circulan personas y productos, donde
las identidades son apropiadas, rearticuladas y rechazadas, donde las visiones
del futuro están ancladas en múltiples formas de definición de un pasado basado
en una memoria colectiva, en historias de migraciones y asentamientos. En fin,
hablar sobre El Alto nos incita a enfrentar esta ciudad como parte y producto
de los procesos socioeconómicos y culturales vividos en Bolivia durante las úl-
timas décadas. Además, nos reta a analizar temas de clase e identidad indígena,
no como variables aisladas, sino como procesos que se entrelazan en tiempo y

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espacio. Como lo describió una de sus residentes, El Alto “es una síntesis con-
centrada de la situación del país” (entrevista con EE, julio de 2001).
El Alto es un punto de convergencia de estas contradicciones, promesas, y
contestaciones, donde lo local y lo global se encuentran en la economía informal.
Estas actividades económicas precarias son una de las características impor-
tantes que evidencian las relaciones económicas y sociales, y que condicionan
las actividades políticas en El Alto. Por un lado, estas relaciones sociales se
funden con las costumbres y memorias históricas “traídas” por los emigrantes
que conforman esta ciudad (Albó et al., 1981; Sandoval y Sostres, 1989). Por
otro lado, estas actividades económicas sirven como nexo entre los requisitos
del Estado frente a la economía global del mercado, las instituciones que sal-
vaguardan su estabilidad, y las expectativas de la sociedad civil hacia el Estado
(Arbona, 2001). En este sentido, la precariedad laboral es uno de los principales
ejes que muestran cómo los alteños(as) construyen espacios políticos sobre los
cuales se organiza y construye la ciudad.

[El Alto] es ciudad de contrastes sociales porque cobija a grandes sectores sociales
con pobreza extrema y a su vez a grupos socioeconómicos en proceso de enriqueci-
miento basados, en las actividades del comercio y el transporte, y en redes sociales
y culturales especialmente configuradas para amparar la acumulación de riqueza.
(Rojas y Guaygua, 2002: 11)

Esta breve descripción de El Alto nos lleva a la pregunta: ¿qué es El Alto


para los alteños? La mayoría de las personas entrevistadas (en conversaciones
llevadas a cabo en 1998, 1999, 2001, 2003 y 2005) enfatizaban los aspectos cul-
turales y la situación de pobreza, así como la gran frustración y desconfianza
hacia las entidades políticas/institucionales. Otros discutieron acerca de que
se sienten como ciudadanos de segunda categoría por el solo hecho de vivir en
El Alto. La visión de los alteños reflejó sus sentimientos de discriminación y
orgullo; de pobreza y esperanza; de desilusión y lucha. Pablo Mamani captura
lo que significa esta ciudad para sus residentes.

El Alto es una ciudad compleja desde su constitución, desde sus relaciones sociales y
económicas, en su vida diaria […]. El paisaje de la ciudad se nutre de estas activida-
des para construir y reconstruir permanentemente las memorias colectivas, festivas
y de luchas cotidianas que realizan hombres y mujeres. […] Las calles muestran esta
frenética actividad que la convierte en una de las ciudades con gran movimiento que
produce sentidos y dignidades individuales y colectivas. (Mamani, 2005b: 3)

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Por otro lado, la relación entre los alteños y los paceños se caracteriza por
una gran tensión, reflejada en la discriminación étnica y las diferencias eco-
nómicas. Desde La Paz, se tiene la visión de que El Alto es una ciudad por la
que sólo se pasa, o como un paceño me comentó una vez: “es una ciudad de
indios”. Los alteños son vistos como personas peligrosas, como delincuentes
en una ciudad que funciona a través de la presión, del bloqueo, de la huelga.
Esa percepción de El Alto es constantemente reproducida por los medios de
comunicación, que parecen interesarse en los sucesos de esta ciudad sólo cuan-
do hay bloqueos o crímenes.
En esta ciudad —que por un lado representa un hogar, un refugio y un punto
de partida para quienes desembarcan diariamente en las avenidas 6 de marzo,
Juan Pablo II o en el camino a Viacha, y por otro recibe la mirada de desprecio
y repudio a sus residentes—, palpitan las tensiones de la globalización en la vida
cotidiana. En las próximas secciones se describirá y analizará cómo los procesos
de discriminación laboral y étnica han sido centrales en la construcción de esta
ciudad y cómo se organizó un movimiento contestatario.

EL ALTO: URBANIZACIÓN, POBREZA Y DISCRIMINACIÓN LABORAL

Antes de la revolución del 1952, El Alto era parte de la zona rural adyacente a
La Paz, controlada por los terratenientes paceños. La población de esta ciudad
ha aumentado constantemente desde los años cincuenta (época en la que había
una población de aproximadamente 11.000 habitantes). De acuerdo con el
último censo realizado en 2001, la población de El Alto sobrepasa los 650.000
habitantes. Hoy, El Alto es un centro urbano importante, no sólo por su gran
—y creciente— población, sino también porque alberga la mayor parte de las
industrias manufactureras en el altiplano boliviano (Rossell y Rojas, 2001).
Cuando se comparan las tasas de crecimiento poblacional entre lo que hoy
es El Alto y La Paz, es obvio que El Alto ha atraído la mayoría de los nuevos
emigrantes, y se estima que para 2010 tenga un población mayor a la de La Paz
(Arbona y Kohl, 2004).
Uno de los puntos clave es que El Alto creció y se organizó en relación con la
gran concentración de una fuerza laboral dependiente de la economía informal.
Esto es palpable en el Cuadro 1, cuando comparamos el crecimiento poblacional
en relación con el crecimiento de la población económicamente activa (PEA).
Entre 1992 y 2001 —cuando se obtuvo información censal— la población
total aumentó en un 59,7%, mientras que la PEA lo hizo en un 79,4%. Esto
indica que un mayor número de miembros de la familia tuvo que ingresar a la
fuerza laboral, en proporción con el total de personas que se asentaban en la
ciudad. Se puede asumir que esta mayor participación se debe a que los bajos

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salarios no permiten el mantenimiento del hogar. Pero cuando desglosamos


los cambios en la PEA, se observa sobre quién ha recaído la carga social de
la crisis económica en El Alto. Mientras que la PEA masculina ha aumentado
un 56,6% entre 1992 y 2001, la PEA femenina ha aumentado en un 129,1%
durante el mismo periodo.

Cuadro 1
Fuerza laboral en El Alto (por número de habitantes)
1992 2001
Población total 405.277 647.067
Población Económicamente Activa (PEA) 127.303 228.403
PEA masculina 87.261 136.663
PEA femenina 40.042 91.740
Fuente: El Alto: indicadores sociodemográficos (INE, 2001a).

En un estudio sobre los mercados laborales de El Alto, Rojas y Guaygua


(2002) presentan datos que complementan esta descripción. La preponderancia
de la economía informal es un aspecto que ha definido esta ciudad desde su for-
mación. Entre 1989 y 2000, ésta representaba el 67% y el 70% de las actividades
económicas respectivamente, concentrándose en particular en el comercio y
la manufactura. Fue en estas actividades donde se produjo el incremento de la
PEA y particularmente donde se concentró la PEA femenina.
Esta situación de precariedad laboral ha servido para intentar manipular a
la clase obrera “sometiendo a todos sus miembros a la continua amenaza del
desempleo”, pero simultáneamente ha contribuido a promover una identidad
de clase discriminada (Rojas y Guaygua, 2002: 46). Se estima que un 70% de
la población ocupada trabaja en una situación precaria, y un número que ha
aumentado entre 1989 y 2000 trabaja en condiciones de “precariedad extre-
ma”, lo que implica empleo eventual, largas horas de trabajo e ingresos que
se encuentran por debajo de los niveles nacionales. Este último punto es im-
portante, ya que tiene un fuerte impacto sobre los ingresos, y por tanto en los
niveles de pobreza en El Alto.

La población ocupada que tiene un ingreso menor a un salario mínimo nacional


muestra un comportamiento variable, ya que si bien en el año 1989 comprendió sólo
el 9,3%, en los años 1995 y 2000 ascendió considerablemente al 26,6%, evidenciando
la tendencia a un crecimiento sostenido de la población trabajadora que percibe por
debajo de los salarios oficiales. (Rojas y Guaygua, 2002: 67)

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Sobre la base de estos datos, se podría concluir que El Alto es un espacio


en el que ha convergido una gran cantidad de población en un corto tiempo,
guiada por una tácita promesa de mejores oportunidades laborales y condicio-
nes de vida. Pero esa promesa ha sido subyugada por un proyecto político que
básicamente ha establecido un esquema fundado en la precarización y flexibi-
lización laboral. El resultado ha sido una ciudad que concentra una población
económicamente excluida, lo que conlleva un sinnúmero de tensiones sociales,
y que ha llevado a los gobiernos de Paz-Zamora (1987-1992) y Banzer/Quiroga
(1997-2002) a nombrar a El Alto como “ciudad en emergencia”. Esta tensión
estalló durante las jornadas de octubre de 2003, cuando las tensiones sociales ya
no podían ser desarticuladas o contenidas por la infraestructura institucional.
Un joven alteño reflexionaba sobre las raíces de estos eventos.

La represión nos unió, dejamos nuestras peleas a un lado. Yo vi con mis ojos un chango
muerto en la calle allicito. Estábamos emputados, pero no solo por los muertos, sino
también por nuestra situación [económica y social]. Nadie se acuerda de nosotros…
solo para las elecciones. Eso es ser pobre e indio en este país. (entrevista con OH,
julio de 2004)

Este testimonio resalta no sólo las tensiones sociales, que son parte de la vida
cotidiana de los alteños(as), sino también cómo la represión estatal representa
“la última gota” que colma y desborda las discriminaciones, exclusiones y hu-
millaciones que viven los residentes de esta ciudad. Mientras que esta sección
ha esquematizado las raíces y dimensiones de la pobreza en El Alto, la próxima
completará el anterior testimonio de lo que es “ser pobre e indio…”.

EL ALTO: IDENTIDADES INDÍGENAS Y CONSTRUCCIÓN DE LA CIUDAD

La ciudad de El Alto es un caso particular, no sólo por la dependencia de los


residentes de la economía informal, sino también por la concentración de
población indígena. Pero, como lo indica Quispe (2004), el ser o identificarse
como indígena en El Alto conlleva múltiples negociaciones entre memorias
históricas, expresiones culturales y formas de construcción de espacios políti-
cos de participación en ellos. Estas negociaciones están también entrelazadas
con historias, memorias y expresiones de los emigrantes de zonas mineras, que
llegaron en gran cantidad a partir del cierre de minas estatales en 1985. Las
formas de identificación de clase (minera, sindical, gremial, etc.) e indígena, en
un contexto de precariedad laboral-social son los ejes que han alimentado las
redes barriales que han servido para enfrentar los procesos de discriminación
y exclusión.

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“Eso es ser pobre e indio en este país”

Como fue mencionado anteriormente, estos procesos de discriminación y


exclusión se manifiestan en los discursos de las elites sociales y sus representan-
tes en la infraestructura institucional acerca de El Alto, que podrían resumirse
en “ciudad de indios”. Estos discursos posicionan a la ciudad y sus residentes
como un “otro social”, inferior a la clase blanca/mestiza, que justificaría las si-
tuaciones de precariedad que se viven. “Estos indios lo tienen todo y siempre,
siempre están bloqueando” es otro de los discursos discriminatorios que pre-
tende deslegitimar las demandas de los pueblos indígenas a tener los mismos
derechos sociales que la población blanca/mestiza (citado en Mamani, 2005a:
83). En este sentido, la discriminación contra los resistentes de El Alto mani-
fiesta un legado de la época de la colonia, cuando la población indígena era
vista como subhumana, y por tanto desprovista de la capacidad de disfrutar los
derechos de un ciudadano (derechos a la ciudad). Aunque con la revolución de
1952 los derechos de los pueblos indígenas fueron reconocidos oficialmente,
las profundas raíces de estos procesos discriminatorios se mantienen vigentes
(Quijano, 2005).
Son estos procesos históricos de construcción de ciudad los que han marcado
a El Alto y sus residentes. Esta convergencia de historias y memorias indígenas
y de clase ha sido la plataforma social sobre la cual se han organizado los barrios
y se establecen entidades políticas locales; en fin, ha sido el eje a través del cual
esta ciudad social se está construyendo política y físicamente. Y justamente esta
convergencia de identidades discriminadas y excluidas plasmadas en espacio,
alimentó las jornadas de octubre de 2003.

Antes de octubre de 2003 lo “indio” o indígena era asociado a lo rural, y la clase tra-
bajadora de las ciudades siempre era considerada como sector popular. Inclusive los
propios indígenas creían que dejaban de ser tales cuando abandonaban el campo para
venirse a las ciudades. Los mineros por ejemplo se definían a sí mismos como clase
obrera, pero nunca como indígenas. La dimensión de clase ocultaba su origen indígena,
cuando en realidad una persona era obrera por ser indígena. (Patzi, 2003: 258)

Patzi alude a la tensión histórica en la clase obrera, hegemonizada por los


mineros, que intentaba enmascarar sus raíces indígenas aunque mantenía algu-
nas de sus tradiciones. Cuando las minas fueron cerradas en 1985, y gran parte
de los 32.000 mineros y sus familiares llegaron a El Alto, se encontraron en una
situación en la que ya no contaban con los privilegios (en el sentido relativo)
que ofrecía pertenecer a la clase minera/obrera. El que “una persona [sea]
obrera por ser indígena” revela cómo la discriminación laboral se concentra
en la población indígena. Por otro lado, la reseña de Patzi también revela la
gran complejidad social de esta ciudad, y cómo los procesos de discriminación

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Juan Manuel Arbona

y exclusión tienen una importante dimensión espacial. Por lo tanto, vivir en


El Alto resalta las dimensiones de la identidad indígena, sin renunciar necesa-
riamente a la identidad de clase. En este sentido, el ser pobre e indio converge
como un elemento de identidad que revela la identidad de la ciudad y confor-
ma un imaginario político que les permitió organizar un frente en contra de la
infraestructura institucional y sus políticas. Como lo mencionaba uno de los
portavoces de las jornadas de octubre:

Siendo la mayoría aymara en la ciudad de El Alto, fue fácil tomar contacto y en-
gancharlos en la lucha. Son los padres que están en las comunidades y son los hijos
que están en la ciudad. El discurso que unifica es siempre en torno a Tupaj Katari y
Bartolina Sisa. Nosotros decimos que el coraje es más fuerte que cualquier modelo
neoliberal. Eso hacemos cuando la sangre llama a la sangre. (Roberto de la Cruz,
citado en Pulso, 2003c)

La forma en que De la Cruz resalta la memoria histórica de Tupaj Katari


y Bartolina Sisa —que en el 1781 lideraron el cerco indio a la ciudad de La
Paz— y la conecta con la infraestructura institucional, revela la forma en que
estas historias y memorias sirvieron como una fuente de la que se nutrió, y a
partir de la cual tomó forma un movimiento social. El “Cerco de La Paz” de
1781 se mantiene como un punto de referencia histórico sobre el cual se trazan
paralelos: explotación de recursos por una casta social foránea que utiliza la
discriminación y exclusión, a través de políticas de coerción y consentimiento,
para establecer cierto margen de legitimidad de los privilegios de su posición
de clase (Thomson, 2007). De manera similar, se traza un paralelo histórico
con el periodo en el que a los indios no les era permitido caminar libremente
por el centro de La Paz (hasta el 1952), con las precarias condiciones en las
que se vive en El Alto.

DISCRIMINACIÓN Y EXCLUSIÓN PLASMADAS EN ESPACIO

Los procesos de discriminación y exclusión social son plasmados en espacio,


ya sea por la inaccesibilidad a espacios “públicos” o de acuerdo con los tipos
de espacios a los que se tiene acceso, lo que Eduardo Galeano alguna vez de-
nominó “islas de privilegio en un mar de desamparo y exclusión”. Es en este
contexto histórico —de tensión y conflicto social— que las ciudades toman
forma, que los barrios son construidos, que los espacios políticos son definidos,
construidos, y luchados.

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“Eso es ser pobre e indio en este país”

Cuadro 2
Infraestructura básica en la región metropolitana de La Paz
La Paz El Alto
Viviendas construidas en ladrillo 53% 22%
Viviendas construidas en adobe 46% 77%
Servicio de agua (en vivienda) 65% 35%
Servicio de agua (en patio) 26% 54%
Hogares sin acceso a servicios sanitarios en vivienda 16% 37%
Hogares con electricidad 95% 85%
Todas las necesidades de servicios básicos satisfechas 37% 7%
Fuente: El Alto: indicadores sociodemográficos (INE, 2001a) y Bolivia: características de la vivienda (INE, 2002).

En El Alto, los procesos de discriminación y exclusión —evidenciados en


la precaria situación laboral y la concentración de una población indígena en
un espacio urbano— han sido plasmados en la forma en que se ha constituido
la ciudad. Estos procesos son más claros cuando se compara la infraestructura
básica en la zona metropolitana de La Paz, que incluye La Paz y El Alto. Como
se muestra en el Cuadro 2, la población de La Paz tiene una mejor provisión
que El Alto. Mientras esto puede ser consecuencia del rápido crecimiento de El
Alto, o de que La Paz fue fundada hace 457 años, y por tanto ha tenido mayor
tiempo para desarrollar su infraestructura básica, algunos de los datos reflejan
los niveles de pobreza y exclusión económica. Por ejemplo, el hecho de que la
mayoría de la población de El Alto (77%) construya sus viviendas en adobe
refleja su precaria situación económica. Otro ejemplo es la gran cantidad de
calles alteñas que aún no han sido pavimentadas (94%) (Gobierno Municipal
de El Alto (GMEA), 2002). El hecho de que sólo el 7% de los hogares (unos
11.500, de más de 164.000) cuenten con infraestructura básica es un indicador
de cómo los residentes de esta ciudad han sido olvidados y hasta cierto punto
discriminados por las entidades gubernamentales. Esto ha obligado a los resi-
dentes a tomar la construcción de esta ciudad en sus propias manos, ya sea por
procesos de autoconstrucción de servicios básicos e infraestructura, o por la
movilización de acciones para demandar que las entidades gubernamentales
provean estos servicios. Como dijo un joven alteño: “La gente ha visto que estas
acciones que se toman, ya sean marchas, huelgas, son el mejor instrumento o la
mejor arma para poder enfrentar y lograr sus demandas” (entrevista con EM,
junio de 2001). Como se mencionó anteriormente, los procesos de discrimi-
nación y exclusión han reforzado identidades locales, que a su vez generan la
construcción de espacios de convergencia.

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Juan Manuel Arbona

LAS REDES BARRIALES Y LA RUPTURA DE LA LEGITIMIDAD


INSTITUCIONAL

Existe una correlación directa entre la implementación del proyecto neoliberal


en Bolivia y la conformación de la ciudad de El Alto (Arbona y Kohl, 2004).
Los resultados de estos procesos se manifestaron en la organización de barrios
y la articulación de las historias y memorias de estas poblaciones emigrantes.10
Por ejemplo, en sectores como Villa Ingenio, donde son más fuertes los nexos
con zonas rurales, la expresión del sindicalismo agrario y las formas de orga-
nización territorial indígenas, tomó forma una organización con el ayllu como
referente, pero que no olvida sus matices de clase. En estas organizaciones existía
el control colectivo de espacios y se trabajaba bajo principios de “democracia
comunitaria” (Patzi, 2004).
Por otro lado, en zonas donde la población estaba compuesta en su mayoría
por emigrantes de las regiones mineras, como Santiago II, se privilegiaban for-
mas mineras-sindicales de organización. Esto conlleva “aspectos fundamentales
como las prácticas asambleísticas, la utilización de la ‘democracia sindical’, la
búsqueda de consenso y la cohesión interna” matizadas con un fuerte discurso
de clase obrera e historias de lucha en las minas (Cajías, 2004: 22). Simultánea-
mente, la rotación y el turno de actividades fueron características organizativas
que se vieron reflejadas en la gran mayoría de las zonas que surgen a la superficie
política, que a su vez manifiestan una convergencia de historias y memorias en
la conformación de estas redes barriales (Mamani, 2005c).
Durante las jornadas de octubre de 2003, estas convergencias de contextos
históricos-sociales también se manifestaron en la organización de redes barria-
les que representaban formas autónomas de control territorial. Fue a partir de
estas formas de auto-organización que se conformaron comités de autodefensa,
para enfrentar a las fuerzas militares o alertar sobre su acercamiento; comités
de abastecimiento que aseguraban el acceso a alimentos, para los residentes o
para los grupos de campesinos o mineros que llegaban para unirse a la luchas.
Es a través de estas redes barriales que

[…] se teje una compleja solidaridad colectiva no vista desde la fundación de esta
ciudad. Por esto es una multitud hecha cuerpo que tiene la capacidad de traspasar
fácilmente las fronteras del poder constituido y las fronteras de la tolerancia social
[…]. (Mamani, 2005a: 76)

10 Obviamente, no se está sugiriendo una pureza estática de identidades, más bien un punto de
partida, que a medida que pasa el tiempo, se entrelaza con las dinámicas urbanas propias de
El Alto, aunque los residuos históricos persisten.

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“Eso es ser pobre e indio en este país”

Mas allá de estas redes barriales, e integrando el argumento de Patzi (2003)


sobre la preponderancia de la identidad indígena, Álvaro García-Linera, Mar-
xa Chávez y Patricia Costas (2004) argumentan que no sólo fueron formas or-
ganizativas sino también “estructuras de identidad territorial”, a partir de las
cuales se luchaba contra los procesos que eran vistos por los residentes como
la fuente de su precaria situación de discriminación y exclusión. En este senti-
do, las redes barriales fueron el epicentro de un proceso de concentración de
tensiones históricas. Estos territorios —receptores y rearticuladores de identi-
dades discriminadas y excluidas— se convirtieron en espacios de convergencia
donde toma forma un subsuelo político que explota en la superficie pública en
momentos de crisis (Routledge, 2003; Tapia, 2001).

SURGIMIENTO DEL SUBSUELO POLÍTICO: OCTUBRE DE 2003

Las jornadas de octubre de 2003 revelaron los espacios y momentos en los cuales
las tensiones generadas por los fracasos del régimen político fueron tan inade-
cuadamente manejadas, que comprometieron el margen de legitimidad de la
infraestructura institucional, así como de la cúpula dirigencial de las entidades
políticas locales de El Alto (Arbona, 2005). Cuando las marchas, bloqueos y
enfrentamientos con los organismos del Estado llegaron a su apogeo, la Central
Obrera Regional-El Alto (COR) y la Federación de Juntas Vecinales (FEJUVE)
ya no pudieron manejar las movilizaciones. Mientras la violencia aumentaba y las
tropas militares mataban civiles en las calles, las redes barriales se convirtieron
en centros de liderazgo local. De esta manera, la dirigencia de la cúpula de las
entidades políticas locales se ve reemplazada por la dirigencia localizada, que
respondía a las vivencias e historias de la zona y sus residentes.
Las jornadas de octubre fueron la culminación de varias confrontaciones
entre diferentes entidades políticas locales y elementos de la infraestructura
institucional. Durante la segunda semana de septiembre de 2003, El Alto fue
testigo de las primeras marchas y bloqueos en reacción a una resolución mu-
nicipal, que establecía un sistema de catastro para regular las transacciones
de bienes raíces. Bajo el nombre de Maya y Paya, esta resolución municipal
(090/2003) fue rechazada por la población de El Alto bajo el liderazgo de la
FEJUVE, que argumentaba que el proyecto de ley no era otra cosa que una es-
trategia para “sacarle más plata a los pobres” (Prensa Alteña, 2003a; La Razón,
2003a).11 Las movilizaciones se expresaron en bloqueos de las principales vías

11 Cabe resaltar que existe el antecedente de las jornadas de febrero de 2003, causadas por el
intento de implementar un proyecto de impuestos por ingresos. Al mismo tiempo, los policías
organizaron un motín demandando mayores ingresos. Las jornadas llegaron a su apogeo con

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de El Alto, y después de 48 horas lograron su objetivo: la resolución municipal


fue derogada (El Diario, 2003a). Este triunfo energizó a la FEJUVE y la COR,
lo que incitó a los líderes a pronunciarse sobre otros temas de índole nacional,
aunque se vieron antagonismos y distanciamientos entre líderes y bases, ya que
algunos líderes fueron vistos como cómplices de la infraestructura institucional.
Este fue un momento crucial en la conformación de una primera instancia de
espacios políticos, ya que logró unir fuerzas sociales con base en un horizonte
común. Estos discursos y eventos también pusieron a las fuerzas militares en
estado de alerta (El Diario, 2003b).
Paralelamente a los eventos de septiembre en El Alto, una serie de movili-
zaciones en la provincia Omasuyos del departamento de La Paz operó como
la otra chispa que detonó las masivas movilizaciones de octubre. Una serie de
bloqueos en la localidad de Warisata, en protesta contra el gobierno, que no
había cumplido ciertas promesas, resultaron en una ofensiva militar que dejó
cuatro personas muertas (La Razón, 2003c). Las muertes ocurrieron a raíz de un
operativo militar que intentaba rescatar un a centenar de turistas que se vieron
atrapados por los bloqueos, en el pueblo de Sorata (Pulso, 2003a). Las noticias
de que militares habían matado a civiles en nombre de turistas extranjeros,
alimentaron los discursos que afirmaban que la administración de Sánchez de
Lozada no priorizaba los intereses de los bolivianos. Las muertes revelaron la
falta de habilidad del gobierno para manejar los fracasos de sus políticas por
otras vías, así como la impaciencia de la población frente a las promesas de
mejorar su precaria situación (Gómez, 2004).
“¡No hay razón ni raciocinio para meter metralla a gente que está agarrando
piedra!” (Radio Pachamama). Esto exclamaba un vecino, testigo de las matanzas
y los atropellos por parte de los militares que intentaban contener las moviliza-
ciones y así neutralizar los procesos contestatarios. Frente a las crecientes movi-
lizaciones que se desataron, cuando llegaron a El Alto las noticias de las muertes
en Warisata, la administración de Sánchez de Lozada estableció estrategias para
intentar mantener la estabilidad política. Estas estrategias incluyeron decretos
supremos que penalizaban las movilizaciones (DS 27209), pero finalmente la
fuerza militar fue la única estrategia. A raíz de esta ruptura de la “disolución
del orden estatal” y las muertes, se comenzaron a consolidar espacios políticos
desde donde surgieron instancias locales, como las redes barriales, para retar
la infraestructura institucional. Fue a través de las redes barriales que se orga-

el enfrentamiento violento entre policías y fuerzas militares, y la quema de varias instalaciones


de partidos políticos, del gobierno central y municipal de El Alto. Para un buen resumen de
las continuidades y divergencias de movilizaciones en Bolivia desde el año 2000, véase Cajías
(2004).

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“Eso es ser pobre e indio en este país”

nizaron y coordinaron asambleas comunales y distritales, y se decidieron las


demandas y estrategias de presión (Prensa Alteña, 2003b). La resolución final
de estas plenarias fue la organización de marchas masivas desde El Alto hacia
La Paz. Mientras que al principio de las movilizaciones las demandas fluctuaban
—la abrogación del DS 21060, el rechazo al Acuerdo de Libre Comercio de las
Américas (ALCA), el reclamo de una asamblea constituyente, el repudio a la
nacionalización e industrialización de los hidrocarburos—, hacia el final éstas
se redujeron a una sola consigna: la renuncia del Presidente Gonzalo Sánchez
de Lozada (Prensa Alteña, 2003c). Bajo un ambiente de escalada de la violencia,
grupos que normalmente no participan en este tipo de acción política —clase
media, alcaldes de partidos tradicionales y hasta empresarios privados— se
unieron a las marchas y participaron en huelgas de hambre. Los observadores
estimaban que había entre 300.000 y 500.000 personas en la marcha del 15 de
octubre (La Razón, 2003d; El Diario, 2003c). Para este momento, la ruptura de
la infraestructura institucional se completaba con el distanciamiento de varios
partidos políticos y el vicepresidente (La Razón, 2003c).
El papel de las redes barriales de El Alto fue trascendental en la articulación
de las tensiones locales, magnificadas por lo que es visto por los alteños(as) como
un régimen político que sostiene y reproduce inequidades económicas y sociales.
Por otro lado, las redes barriales resaltaron el gran nivel de organización de los
residentes de El Alto. En los momentos en que las jerarquías de las entidades
políticas locales no respondían a las necesidades y demandas de las diferentes
zonas, las redes barriales lograron articular una fuerza popular que no había
sido vista en Bolivia desde la revolución de 1952. Esto resalta simultáneamen-
te los límites del proyecto neoliberal y la creciente capacidad local para retar
este régimen político y crear espacios políticos alternativos. Desde las redes
barriales se resistieron los procesos de coerción y consentimiento, a través de la
construcción de espacios políticos al margen de la infraestructura institucional
y las jerarquías de las entidades político-sociales. Fue en este tiempo y espacio
en el que se rompió el margen de legitimidad y los fracasos ya no podían ser
desplazados ni neutralizados bajo la existente administración. La única salida
—en la que se podrían mantener espacios sobre los cuales se podría reconstruir
el margen de legitimidad de la infraestructura institucional— fue el cambio de
presidente. Pero como sabemos, los cambios de personajes y discursos de la
infraestructura institucional no necesariamente implican cambios de políticas
o estructuras de poder. En este sentido, las redes barriales lograron el recono-
cimiento público y resaltaron la situación y demandas de los alteños(as), pero
aún no han logrado concretizar propuestas alternativas. Las jornadas de octu-
bre de 2003 fueron un hito histórico que tiene el potencial de transformar las
estructuras sociales de Bolivia. El lema: “¡El Alto de pie, nunca de rodillas!”

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manifiesta la dignidad y el compromiso de los alteños(as) de nunca más ser


ciudadanos de segunda categoría.

CONCLUSIONES

Este ensayo ha presentado dos visiones de El Alto. Por un lado, las grandes
oleadas de población indígena y minera que dependen de la economía informal,
resultado de la implementación del proyecto neoliberal, han sido los principales
factores en la construcción de esta ciudad. Estas condiciones han reforzado
y concentrado la historia de discriminación y exclusión en Bolivia. Por otro
lado, El Alto ha sido un espacio de convergencia de memorias e historias de
emigrantes mineros y campesinos/indígenas, que ha sido una importante fuente
de formación de espacios políticos contestatarios. Estas repercusiones urbanas
e implicaciones sociales son importantes, no sólo para comprender los procesos
sociales en las ciudades, sino también las tensiones (y rupturas) sociales gene-
radas por los procesos de discriminación y exclusión.
Un punto central de este ensayo ha sido argumentar que los procesos hege-
mónicos, que intentan naturalizar y legitimar la discriminación y la exclusión,
tienen (y dependen de) una dimensión espacial. En este ensayo se ha demostra-
do cómo El Alto concentra una población discriminada y excluida económica
y socialmente, lo cual ha tenido un efecto directo sobre la manera en que se
ha construido esta ciudad. Fue justamente este encuentro, en un contexto de
expansión y profundización del proyecto neoliberal, lo que genera la organi-
zación de las redes barriales que retan (y por unos días rompen) el margen de
legitimidad de la infraestructura institucional.
La organización de espacios de convergencia durante los momentos de
crisis de las jornadas de octubre de 2003, manifestada en las redes barriales,
fue clave en la articulación y surgimiento de un subsuelo político, alimentado
por las historias y memorias de los emigrantes indígenas y mineros. Este sur-
gimiento del subsuelo político responde a los procesos de discriminación y
exclusión vividos por los residentes, y concentrados en esta ciudad. La torpe
violencia de la administración de Sánchez de Lozada fue sólo la chispa que
desató las movilizaciones y retó el margen de legitimidad de la infraestructura
institucional. En este sentido, los procesos de discriminación y exclusión tienen
una dimensión espacial, lo que a su vez es un elemento articulador de espacios
políticos contestatarios.
La elección de Evo Morales por una mayoría absoluta e histórica (54% a
nivel nacional y 88% en El Alto) y el abrumador apoyo a su gestión en el referén-
dum de 2008 (67% a nivel nacional y 91% en El Alto), refleja el deseo popular
de construir un proyecto alternativo. En su discurso de posesión, Evo Morales

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“Eso es ser pobre e indio en este país”

capturó algo por lo que creo que los(as) alteños(as) estuvieron dispuestos a
enfrentar a las fuerzas militares: “los bolivianos queremos vivir bien”. Las reac-
ciones de los(as) alteños(as) a las políticas de la nueva administración serán un
importante barómetro de su gestión. Esta lucha pretende transformar las bases
sociales, políticas y económicas del país, y un paso fundamental será enfrentar
las formas en que estos espacios de privilegio y exclusión han sido construidos
y cómo podrían ser organizados conforme a una nueva visión de país. Si Mo-
rales no da claras señales de un cambio social, que reestructure los procesos
hegemónicos y la infraestructura institucional que sustenta la discriminación y
exclusión, se podrían repetir las movilizaciones de octubre de 2003.

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