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LOS MÉTODOS DE DIOS PARA UNA VIDA SANTA

Donald Grey Barnhouse: “Al que nos ama y nos ha liberado de

nuestros pecados con su sangre”.

CONTENIDO

Prefacio....................................................................................... 3

Prólogo ....................................................................................... 7

Aseguramiento .......................................................................... 10

Conocimiento ............................................................................ 55

Limpieza ................................................................................... 97

Camino ................................................................................... 141

El Poder Del Estudio De La Biblia ............................................ 187

El Poder Del Amor De Cristo ................................................... 224

El Poder De La Bendita Esperanza .......................................... 251

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El Poder Del Espíritu............................................................... 280

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PREFACIO

En Keswick, en Inglaterra, situado en el encantador Derwentwater

en el Distrito de los Lagos, famoso por el poeta romántico William

Wordsworth, por el gran maestro de la prosa inglesa John Ruskin

y tantos otros, la tercera semana de julio de cada año, durante tres

cuartos de siglo, he visto la reunión de varias miles de personas de

Dios para una semana de conferencias bíblicas sobre la profundi-

zación de la vida espiritual. El autor visitó por primera vez Keswick

justo después de la Primera Guerra Mundial, y habló por primera

vez desde su plataforma en 1935. En 1936 fue invitado a hablar

todas las tardes en la gran carpa y trajo una serie de estudios que

se publicaron en Inglaterra, pero nunca en América, bajo el título

los “Métodos de Dios para una vida santa”. Estos tenían una circu-

lación considerable en las Islas Británicas, pero sólo alrededor de

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5000 fueron importados y vendidos en América, ya que la llegada

de la Segunda Guerra Mundial hizo que la importación fuera impo-

sible. Dos años después, en 1938, se le pidió al autor que diera las

lecturas de la Biblia en Keswick. Una Lectura de la Biblia en Kes-

wick es algo muy especial, y sigue ciertas líneas establecidas casi

tanto como un compositor de música sinfónica, que se compone de

tres movimientos según una fórmula clásica. Yo no sabía esto en

ese momento, y cuando entregué los mensajes uno de los periódicos

religiosos británicos dijo: “Cualesquiera que fueran estos mensajes,

no eran simplemente lecturas de la Biblia, ya que fueron bendeci-

dos por los oyentes”. Ahora en este volumen presente estas dos se-

ries de estudios devocionales se imprimen juntos. La primera mitad

ha aparecido en forma impresa en varias ediciones y ha vendido

decenas de miles de copias bajo el título “La vida por el Hijo”. Como

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ambos pequeños volúmenes están agotados, la reimpresión de los

dos en una sola edición estadounidense puede tener algún valor.

No será necesario leer más de una página al azar para descubrir

que estos estudios son muy simples. Estaban destinados a propor-

cionar a un joven cristiano una cartilla de verdad para el creci-

miento cristiano. Creo que no es exagerado afirmar que varias miles

de personas me han escrito o hablado en los años transcurridos,

para contarme sobre las bendiciones en sus vidas a través de estos

estudios. En cada ocasión en que volví a Keswick, varias personas

me han dicho que los estudios de este libro, fue el medio para lle-

varlos a “todas las cosas nuevas” en su vida con Cristo. Con la es-

peranza de que estos estudios puedan tener una parte continua en

la construcción de vidas cristianas, este volumen se publica una

vez más. Me gustaría recordar al lector que cualquier bendición

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recibida, pone al lector con una deuda para orar por el autor, que

cada vez siente una necesidad más profunda de descansar única-

mente en Dios.

Donald Grey Barnhouse

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PRÓLOGO

Éstos son mensajes prácticos. Te será imposible leerlos sin ver que

surgen de muchas experiencias de vida, y aprender a tener toda la

Vida por el Hijo. Gálatas 2:20 nos dice: “Con Cristo estoy junta-

mente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que

ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me

amó y se entregó a sí mismo por mí”. Esta vida, dice Pablo, se vive

en la carne. Pero, alabado sea Dios, no es necesario vivir según la

carne. El autor debe decir que todavía es un aprendiz en esta es-

cuela de vida por el Hijo. Él ha visto a su propio hijo de nueve años

enseñando cuidadosamente las cartas a su hermana de tres años.

Debido a que el niño de nueve años enseña lo que sabe, eso no

significa que él mismo no tenga nada más que aprender. Entonces,

hermanos, no cuento que haya sido arrebatado, pero a mis

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hermanos más jóvenes en la fe les puedo enseñar algunas de las

lecciones que las he aprendido a lo largo del camino. Se debe decir

una palabra especial sobre estos estudios. Han sido cuidadosa-

mente pensados, durante un período de años, y finalmente fueron

entregados como Lecturas de la Biblia en la gran carpa inglesa en

Keswick, Inglaterra. Allí, miles los escucharon y salieron en el in-

forme impreso a todas partes del mundo. El cuarto de estos estu-

dios, que se titula “Caminando”, fue impreso con un prólogo que

debería repetirse aquí. La esencia de esto se relaciona con el hecho

de que, como se había planeado los mensajes en anticipación de la

Convención, se había usado un cuarto mensaje diferente, lo había

abandonado por otro y todavía no tenía libertad. Finalmente, sa-

liendo de la pequeña carpa en medio de la recepción misionera, el

miércoles por la tarde, fui a mi habitación con la certeza de que

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debía preparar un mensaje totalmente nuevo para la enseñanza de

mañana. Con una reticencia natural que era casi repugnancia, pre-

paré el mensaje muy personal que sigue, y que me vino con una

fuerza impulsora. Fue recibido de tal manera que supe que había

sido bendecido para muchos corazones. Sin duda, el Señor tenía un

propósito especial. Desde entonces, han pasado varios meses y se

ha corrido la voz desde varias partes del mundo, contando las ben-

diciones que se han recibido debido a la simplicidad de estos men-

sajes, entonces, no como ensayos pretenciosos, sino como mensajes

cálidos para el corazón, para que juntos crezcamos en la gracia y

en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.

Donald Grey Barnhouse

Greensboro, Carolina del Norte.

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CAPÍTULO 1

ASEGURAMIENTO: BASE PRÁCTICA DE LA SANTIDAD EXPERI-

MENTAL

Hace algún tiempo fui invitado a hablar con un grupo de personas

de la sociedad, en una reunión que se celebró en las salas de uno

de los grandes hoteles metropolitanos. El presidente se levantó al

comienzo de la reunión y anunció que se había recibido un tele-

grama, dirigido a cierto hombre, y que podría obtenerlo al llegar al

frente de la sala. El joven se adelantó y recibió su mensaje, con el

acompañamiento de un poco de risa cortés y algunos aplausos gen-

tiles. Unos momentos más tarde, fui presentado como el orador de

la noche. Le dije a esa audiencia que tenía un mensaje para cada

uno de ellos, dirigido directamente a cada individuo, como el tele-

grama que había sido para ese joven. Lo mismo es cierto de los

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mensajes que se darán aquí. Si la Palabra de Dios contuviera su

nombre, siempre tendría miedo de que el mensaje se dirigiera a otra

persona del mismo nombre. Hay unas catorce páginas con el nom-

bre de John Smiths en el directorio telefónico de Nueva York, e in-

cluso si el nombre perteneciera a un grupo raro, siempre existiría

la posibilidad de una identidad errónea, si el mensaje del Evangelio

tuviera su nombre en él. Pero Dios nos ha dado Su Palabra en tér-

minos tales que cada uno de nosotros que la oye o la lee, puede

saber que Dios está hablando directamente a su propia necesidad,

y quiero que esto esté en tu consciencia al seguir la Palabra que

Dios me ha dado para ti. La función del verdadero ministro de Je-

sucristo es predicar el mensaje que le es dado por el Señor. El es-

céptico puede preguntarse si Dios alguna vez ha hablado por labios

humanos, pero aquellos que han sido salvados por el Señor, han

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recibido el oído de las ovejas para conocer la voz de Su Maestro; y

siempre reconocerán sus tonos, a través de los diferentes labios que

puedan hablarles, y no seguirán a otro. Cuando recibimos el lla-

mado de Dios para ministrar Su Palabra, sólo somos responsables

ante Él por nuestra fidelidad al predicar lo que Él nos da para pre-

dicar. Ésta fue la palabra que le vino a Jonás, “Levántate y ve a

Nínive, aquella gran ciudad, y proclama en ella el mensaje que yo

te diré” (Jonás 3:2), y no puede haber fruto aparte de la obediencia

a este Mandamiento Divino. El Señor debe proporcionar el mensaje;

nosotros debemos simplemente entregarlo. Si un joven solicita un

trabajo para entregar telegramas, no se le permitiría seleccionar los

mensajes que él entregaría. No podría pedir esos mensajes que

anunciaban bodas, nacimientos y avances en el mercado bursátil,

ni rechazar los que hablaban de pérdida, enfermedad y muerte. Su

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función sería tomar cada mensaje que llegó y entregarlo lo más rá-

pido posible a la persona a la que se dirigió dicho mensaje. Así debe

ver el ministro del Evangelio de Cristo su obra. Hay momentos en

que el mensaje debe ser un mensaje de condenación, porque en

algunos casos es “a éstos ciertamente olor de muerte para muerte,

y a aquéllos olor de vida para vida. Y para estas cosas, ¿quién es

suficiente?” (2 Corintios 2:16). Estoy agradecido, sin embargo, de

que estos mensajes, en su mayor parte, serán palabras de alegría,

ya que son palabras de consuelo, seguridad, curación, liberación y

poder. Puede haber momentos de dolor para algunos lectores, al

igual que el corte afilado del bisturí sostenido por el cirujano, para

proceder a la limpieza y a la curación, pero el final es “justicia, paz

y gozo en el Espíritu Santo”. Sé que este pequeño libro irá a todos

los campos de misiones extranjeras y será leído en todas partes del

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mundo, por personas en todos los estados concebibles para su

avance espiritual. Debes darte cuenta de que se requiere tanto lle-

narse del Espíritu de Dios para recibir un mensaje como para ha-

cerlo, prepararlo y darlo. Por lo tanto, se detendrá un momento y le

preguntará al Señor cómo está usted que está a punto de recibir

este mensaje. ¿Cuál es tu estado mental y tu corazón? ¿Te rindes a

él? Quizás el punto decisivo de toda su experiencia espiritual se

alcanzaría en este preciso momento, si se detuviera y dijera: “Habla,

Señor; porque tu siervo oye”. “Habla, Señor, en la quietud, mientras

te espero, calmado mi corazón para escuchar, con expectativa”. La

base práctica de la santidad experimental, es la seguridad de que

el trabajo de la salvación se ha realizado en nuestros corazones, y

que se ha hecho para siempre. Ningún cristiano puede entrar en lo

más profundo de la vida cristiana, ni puede llegar a ser útil para

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Dios, hasta que llegue a un lugar seguro en cuanto a su propia

relación con Dios. Mientras un hombre tenga dudas sobre su propia

salvación personal, nunca podrá comunicar una fe viva y vital a los

demás. Sin embargo, hay innumerables cristianos que no tienen

ninguna seguridad acerca de su salvación. Todos aquellos dentro

de la Iglesia Católica de Roma, por ejemplo, que han visto a través

de las nubes del error, el corazón de la verdadera fe en Cristo, están,

sin embargo, en una esclavitud de temor en cuanto a la finalidad

de la salvación que esperan. No tienen otros motivos de liberación,

sin embargo, todavía les preocupa mucho que no mueran en un

estado de ánimo que no está dentro de la fe, y así se pierden. Dentro

de la Iglesia Protestante, por extraño que parezca, a pesar de los

siglos de vida con una Biblia abierta, hay multitudes que están en

la misma esclavitud. No pueden decir nada más allá del hecho de

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que “esperan” que se salvarán; están “intentando” ser salvados;

ellos están “haciendo su mejor esfuerzo” para ser salvados. Pero

ninguno de éstos tiene el conocimiento firme y seguro de la certeza

actual de su salvación, que es el derecho otorgado por Dios para

cada alma que ha sido salvada por medio de Jesucristo. Hay deno-

minaciones enteras que niegan la finalidad de la salvación, ense-

ñando que es posible perder la salvación después de haber sido po-

seída, enseñando que uno puede nacer de nuevo y luego no nacer,

enseñando que es posible ser parte del cuerpo de Cristo, y luego ser

separado de él. Ellos basan su enseñanza en la especulación hu-

mana, o en una pequeña porción de la Escritura, generalmente des-

viada de su contexto. Aquellos que enseñan que no tenemos dere-

cho a la certeza están perfectamente descritos en la Epístola a los

Hebreos, “Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto

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tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son

los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a

ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido. Y

todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de

justicia, porque es niño” (Hebreos 5:12-13). Por lo tanto, Dios nos

enseña muy definitivamente que hay una diferencia entre la crianza

espiritual y la posición fuerte de alguien que ha crecido hasta la

madurez espiritual. La diferencia entre un bebé y un adulto, es que

el adulto ha pasado por la adolescencia y ha tenido su cuerpo tan

desarrollado que ahora puede reproducirse para la próxima gene-

ración. El niño no puede hacer esto. Por lo tanto, Dios se queja

legítimamente de que muchos creyentes siguen siendo niños

cuando deberían ser ya maestros, capaces de llevar a otros a un

conocimiento de Cristo. Los siguientes versículos de este pasaje

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muestran que las verdades elementales deben ser conocidas y fun-

damentadas con un sólido fundamento, y que cuando la base es

segura, en adelante debe darse por sentada y nuestro tiempo dado

para la construcción de esta superestructura. “Por tanto, dejando

ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la per-

fección; no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de

obras muertas, de la fe en Dios” (Hebreos 6:1). Sin embargo, debe-

mos detenernos un momento para hacer que el plan de salvación

sea muy simple y seguro. Una simple ilustración será suficiente

para esto. Hace algún tiempo, un grupo de jóvenes de una iglesia

en otra parte de nuestra ciudad, me preguntó si podían tener una

conferencia conmigo sobre el tema de la salvación. Aproximada-

mente treinta de ellos vinieron a nuestro servicio vespertino un día

domingo, y luego vinieron a nuestra casa para hablar sobre este

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asunto de una manera íntima. Una mujer joven habló por el grupo

y les preguntó cómo podían saber si su salvación era segura.

“¿Exactamente qué es lo que Dios requiere de nosotros para ser

salvos?” Fue la forma en que lo expresó. Respondí a todo el grupo,

respondiéndole personalmente. Tomé en mi mano una pluma esti-

lográfica y, mostrándola, le dije: “Aquí hay una pluma estilográfica

que es diferente de cualquier otra pluma del mundo. Esta diferencia

radica en el siguiente hecho. En el cañón del bolígrafo verás que mi

firma está grabada. Cuando compré el bolígrafo, lo colocaron en

una máquina y me dieron un lápiz de metal con el que debía firmar

mi nombre en una placa de metal, del mismo modo que lo firmaría

en un cheque u otro documento. Cuando lo hice, los impulsos eléc-

tricos comunicaron esa firma a una herramienta de grabado y mi

firma quedó grabada en el cañón del bolígrafo. “Entonces le

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pregunté si tenía un bolígrafo como ese, que estuviera marcado con

mi firma. Por supuesto, ella respondió que no. Y aquí permítanme

referirme a otro incidente relacionado con la firma en mi pluma.

Hace dos o tres años, mientras estaba en Israel, pasé una noche en

el albergue alemán de unas diaconisas luteranas en lo alto del

Monte Carmelo. Un árabe trepó por la tubería del desagüe, entró

por la ventana y robó mi billetera y mi pluma estilográfica. Tiró la

billetera y guardó los dólares y las libras esterlinas que había en

ella. Cuando la policía lo atrapó, él dijo que era su dinero, que se lo

había ganado, pero pasó por alto la firma que era casi invisible en

el bolígrafo. Recuperé mi dinero y lo enviaron a la penitenciaría du-

rante dos años. Los tribunales británicos reconocieron que no había

otro bolígrafo como éste. Entonces le dije a la joven: Ahora, supon-

gamos que tengo el derecho de preguntar, y el poder para hacer

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cumplir, que nunca más deberías abandonar esta casa a menos que

hayas colocado en mi mano derecha una pluma estilográfica que

haya sido grabada, no con una imitación o una falsificación, sino

con mi firma real. ¿Cuál sería el resultado? Ella respondió que se

vería obligada a permanecer en esta casa hasta el final de sus días.

Luego, con mi mano izquierda, le ofrecí el bolígrafo, y le dije: Pero

supongamos que debería sacarte este bolígrafo con la mano iz-

quierda y ofrecértelo como un regalo, mientras aún sostenía mi

mano derecha para recibirla ¿Qué exijo? Ella entendió de inme-

diato, y respondió: Todo lo que tendría que hacer sería recibir el

bolígrafo de su mano izquierda y colocarlo en su mano derecha.

¿Sería entonces libre de irme?, le pregunté. Dado que esa era la

única condición que usted propuso, sería perfectamente libre de

irme, respondió ella. Le pedí que sacara el bolígrafo de mi mano

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izquierda y que lo colocara en mi mano derecha para que ella pu-

diera ver lo simple que era, y luego hice la aplicación espiritual que

no era sólo para ella, sino para cada uno que lee estas palabras de

Dios el Padre, el Justo y el Santo, que nos exige lo que no poseemos.

La mano derecha de Su santidad se extiende hacia nosotros, y Él

exige que le demos una santidad igual a la suya. Su propia natura-

leza requiere que pida la perfección a todos los que entrarían en su

presencia, allí para vivir y permanecer en comunión con él para

siempre. Recuerdo que uno de mis profesores dijo que la justicia de

Dios era la justicia que Su santidad requiere, que Él mismo re-

quiere. Pero cuando examino mis logros a la luz de sus demandas,

veo que no tengo nada que pueda ofrecerle nunca, y sé que debo

ser condenado a menos que haga algo al respecto. Y luego la mano

izquierda de su amor me muestra la cruz. Allí aprendo que Él tomó

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mi pecado y me proporcionó Su propia justicia. Nada más puede

satisfacer a Dios. Nada puede reemplazar esta rectitud. Entonces,

por la fe yo, como un pecador pobre y perdido, voy a la Cruz de

Cristo para recibir la justicia de mi Salvador. Luego voy a Dios y

pongo esa justicia en la mano de Su demanda, y todos Sus requisi-

tos se cumplen, una vez y para siempre. Soy recibido inmediata-

mente, y allí está plantada la vida de Cristo, la vida eterna. Por lo

tanto, tengo vida eterna, ahora, como una posesión permanente y

presente. Sólo el hombre que posee, y sabe que posee esta gran

riqueza, puede vivir en gran medida y ayudar a otros. Un hombre

que posee, pero no está seguro de que su cuenta es buena, y, por

lo tanto, no recurre a ella, es, para todos los propósitos prácticos,

un mendigo. Lo mismo sucede con esta cuestión de la presente po-

sesión de la vida eterna. Sé que soy salvo. Estoy tan seguro de que

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voy a estar en el Cielo como estoy seguro de que mi Señor Jesucristo

ya está en el Cielo. La primera vez que escuché a alguien hacer una

declaración como esa, me dejó sin aliento por un momento. Enton-

ces me di cuenta de que no era una presunción engreída, sino la fe

más simple. El hombre que habló así creyó en la Palabra de Dios y

supo que su salvación dependía “de nada menos que la sangre y la

justicia de Jesús”. Por lo tanto, se atrevió a creer que lo que Dios

dijo al respecto es la verdad. La única presunción que se puede en-

contrar en el asunto de la seguridad, es de la persona que cree que

es posible perder su salvación, y que aún continúa creyendo que es

salvo. Está en la posición engreída de creer que ha cumplido las

condiciones que él cree que están involucradas en su salvación con-

dicional. Si la salvación fuera condicional, ¿quién viviría en otro es-

tado que no fuera el miedo mortal? Pero “el perfecto amor expulsa

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el miedo”, y no es nuestro amor perfecto, sino su amor perfecto en

nosotros lo que hace que no tengamos miedo, cuando simplemente

descansamos en el trabajo final del Calvario. La Palabra de Dios es

la garantía de nuestra salvación y el fundamento de nuestra segu-

ridad. No hay nada evasivo en el mensaje, es directo y seguro. Ésta

es una de las razones por las cuales muchas personas han encon-

trado consuelo en la Palabra de Dios. Es un terreno sólido de cer-

teza. Una antigua escocesa estaba en lo cierto cuando dijo: “A me-

nudo tiemblo sobre la Roca, ¡pero la Roca nunca tiembla debajo de

mí!” Cristo “habló como Uno que tiene autoridad y no como los es-

cribas”, y aquellos que lo siguen, llenos de Su Espíritu, hablan con

seguridad. Lucas comienza a escribir “de aquellas cosas que sin

duda se cree entre nosotros” (Lucas 1:1). Juan escribe con una cer-

teza que es una de las marcas de su autoría. El Evangelio que lleva

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su nombre como la más larga de sus epístolas, lleva en sus decla-

raciones definidas acerca del propósito de la Escritura, y el nombre

del grupo al que se dirigen. Volvemos al Evangelio y leemos: “Pero

éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo

de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan

20:31). Dios no está interesado principalmente en las opiniones in-

telectuales de los hombres, pero sí quiere que crean con esa creen-

cia que produce la vida, esa implantación sobrenatural de la vida

divina, que es la obra de Dios en el corazón de aquel que cree las

declaraciones simples que Dios ha hecho concerniente a la muerte

de Su Hijo. Este Evangelio está dirigido a usted, no importa quién

sea, ya que es el Evangelio el que tiene un atractivo universal, ya

que cumple, como lo hace, con la necesidad de toda la raza hu-

mana. Para cada rebelde viene la oferta de una solución

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extrajudicial. Para cada pecador viene la promesa de una vida so-

brenatural. Puedes convertirte en un participante de la naturaleza

Divina. Puedes tener la justicia de Cristo puesta a tu cuenta y la

vida de Cristo plantada dentro de ti. Cuando llegamos a la Epístola

de Juan encontramos que es mucho más restringida en su alcance

o circulación, y está dirigida a unos pocos. Uno de los principios

importantes en el estudio de la Biblia es, darse cuenta de que no

toda la Biblia fue escrita para cada uno. Esta Epístola de Juan se

limita a un grupo particular de personas. ¡Qué tragedia ha existido

en nuestras iglesias porque el mensaje bíblico completo se presenta

con frecuencia como perteneciente a todos! Los jóvenes que no han

nacido de nuevo, escuchan mensajes que fueron diseñados para

formar a los creyentes en la verdad avanzada de Cristo, y como re-

sultado han intentado vivir una vida cristiana sin tener la vida de

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Cristo para permitirles vivir esa vida cristiana. Alguien puede en-

tregarte lienzos, pinceles y oleos, poniéndote frente a un Rembrandt

o a un Velázquez, y te dice que lo tomes como ejemplo y que pro-

duzcas una obra maestra como esas. Tendrás razón al responder:

“No necesito un ejemplo, necesito un talento que no poseo”. Alguien

puede darle papel y pluma con Shakespeare para su ejemplo, y pe-

dirle un drama inmortal como el suyo. Tendría razón al responder:

“No necesito un ejemplo; conozco el trabajo de Shakespeare de me-

moria. Lo que necesito es el talento, que no lo tengo”. Así que todos

los sermones sobre la vida cristiana son inútiles para el que no ha

nacido de nuevo. El Evangelio, con su oferta de salvación, con su

asentamiento en gracia de las demandas de Dios contra los rebel-

des, es para todos. Pero las partes de las Escrituras, como los ser-

mones sobre la vida cristiana, son sólo para aquellos que han

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creído. Al final de su Epístola, Juan dice: “Estas cosas os he escrito

a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis

que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de

Dios” (1 Juan 5:13). Entonces todo en esa Epístola es sólo para los

creyentes. No intente tomar las verdades que vamos a estudiar a

menos que sepa que su nombre está en esa dirección. Cuán dife-

rentes son los dos grupos mencionados en el Evangelio y en la Epís-

tola cubiertos por la sola palabra “usted”. El uno es tan amplio

como el universo, el otro es tan angosto como la Cruz. Un candidato

a la Presidencia de los Estados Unidos puede hablar por un micró-

fono en una emisora nacional las palabras “Te quiero” y el “tú” in-

cluirá a todos los votantes de la nación. Pero cuando le dice a su

esposa: “Quiero que te quedes cerca de mí el Día de la Inaugura-

ción”, las mismas tres palabras se han reducido de millones a una

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sola persona. Éste es precisamente el efecto de las dos cláusulas en

el Evangelio de Juan y en la Epístola de Juan. “Estas cosas les he

escrito”, y “estas cosas te he escrito”. Una es tan universal como la

fiebre de la raza humana, y la otra tan entrañable como un novio

que habla con su novia. Sin duda, si eres una persona de honor:

No abrirías las cartas de alguien sin permiso. Le han educado para

creer que es muy deshonroso manipular una carta dirigida para

otra persona. Entiendes, entonces, este hecho. ¿Has creído? Si no,

el resto de este libro no es para ti. Si es así, estas cosas pueden ser

recibidas por usted. Por última vez dejaremos en claro lo que se

requiere del alma que viene a Dios a través de Cristo. Hay quienes

hablan de condiciones. Hay una, y solo una, condición. Debe dejar

de confiar en usted mismo o en cualquier cosa que provenga de

usted mismo, y debe descansar sólo en Él. La palabra “descansar”

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debe tomarse en su sentido más estricto. Esto conduce natural-

mente a una historia que ilustrará la naturaleza de una creencia

mejor que cualquier otra cosa que yo sepa. Cuando John G. Paton

aterrizó en las islas Vanuatu, conocidas como el archipiélago de las

Nuevas Hébridas para comenzar su trabajo de misionero, se en-

frentó a una tarea enorme. El lenguaje nunca se había reducido a

la escritura. Tenía que escuchar el habla de los nativos y escribir

en su cuaderno los sonidos que les escuchó hablar. Poco a poco

desarrolló un gran vocabulario, y finalmente pensó que podría co-

menzar su trabajo de traducción de una parte del Nuevo Testa-

mento. No pasó mucho tiempo antes de que descubriera que no

tenía las palabras para “creencia”, “confianza”, “fe”. Uno no puede

llegar muy lejos en el Nuevo Testamento sin una palabra que nos

transmita la idea o pensamiento de “confiar”. Sin embargo, por más

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que lo intentaba, no podía obtener ninguna expresión de este pen-

samiento para los nativos. Pero un día se fue de cacería con uno de

los isleños. El día era caluroso, el camino era largo. Se disparó a un

ciervo grande y la cacería bajó por la larga montaña hacia su casa.

Los dos hombres lucharon con su carga, y finalmente llegaron a

casa. Arrojaron al venado sobre la hierba y se dejaron caer, agota-

dos en dos camastros en el porche que daba al mar. El isleño dijo:

“¡Dios mío, qué bueno es extenderte aquí!” Era una expresión que

Paton nunca había escuchado antes, y se apresuró a grabarla en

su cuaderno. Cuando se completó su traducción, esta fue la palabra

que usó para “creencia” y “confianza”. “Tanto amó Dios al mundo,

que dio a su Hijo unigénito, para que cualquiera que se extienda

sobre el Salvador, no se pierda, sino que tenga vida eterna”. “Ex-

tiende tu vida sobre el Señor Jesucristo, y serás salvo tú y tu casa”.

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Esto, entonces, es fe. Es alejarse de todo lo que está en sí mismo, y

la confianza absoluta en todo lo que Cristo ha hecho por nosotros.

Si ésta ha sido tu experiencia, entonces puedes reclamar la pro-

mesa que acompaña al descanso en Cristo. Es algo que te perte-

nece, entonces, como un derecho. Tienes derecho a decir: “soy

salvo”. He nacido de nuevo. Ahora poseo la vida eterna. Tienes ese

derecho, porque Dios te ha dado la autoridad para hablar así. El

idioma griego es muy fuerte en este punto. Nuestra palabra inglesa

“poder” se traduce con varias palabras diferentes del original. Existe

la palabra “dunamis” en el griego, de la que obtenemos las palabras

castellanas “dínamo” y “dinamita”, una palabra que significa poder

explosivo. Esto es usado por Pablo en el gran versículo: “Porque no

me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salva-

ción a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al

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griego” (Romanos 1:16). Hay otra palabra, “kratos”, de la cual obte-

nemos las palabras “demócrata”, “plutócrata”, “aristócrata”, y las

otras palabras que denotan “gobierno”. Hay una tercera palabra

griega, “exousia”, que significa “autoridad”. Es la palabra usada en

Juan: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nom-

bre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). Es

esta Autoridad Divina la que hace posible que el cristiano sea va-

liente en sus afirmaciones de la vida eterna. Desafortunadamente,

el lenguaje positivo no está en el vocabulario de muchos cristianos.

Su experiencia con Cristo es vaga. Han confiado en Él de la mejor

manera que saben cómo hacerlo, y han cerrado los ojos para dar

un salto en la oscuridad, con la esperanza de que todo salga bien.

Alguien ha ido tan lejos como para decir que la fe es apostar en

Dios. Todo esto es una tontería a la luz de la Palabra de Dios. La fe

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es todo lo contrario de una apuesta. La fe es la confianza en la Roca

que no se puede mover. “Pero el fundamento de Dios está firme,

teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese

de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo” (2 Timoteo

2:19). Voy a citar erróneamente, a propósito, la gran promesa que

cierra la Epístola de Juan. Usted puede medir su punto de avance

espiritual ya sea que lo haga o no, sobre su oreja. Tengo un amigo

que es músico profesional, a quien no le gusta cierto himno, por lo

que expresé mi sorpresa. Me dijo que había una secuencia musical

que no era correcta según las leyes de la armonía. Admitió que era

un punto muy fino y un error que ocurría con frecuencia en la mú-

sica, y dijo que pocos podían discernirlo. Pero el error que voy a

cometer al citar erróneamente a Juan no es algo pequeño, que sólo

un teólogo avanzado pueda distinguir. Todo creyente debería

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detectarlo de inmediato. Sin embargo, he conocido cristianos que

han sido miembros de la iglesia durante años y que no han encon-

trado nada malo en la siguiente oración. “Estas cosas les he escrito

a ustedes que creen en el Nombre del Hijo de Dios; para que esperes

que tengas la vida eterna”. ¿Cómo te parece eso? ¿Parece normal,

lo suficientemente piadoso? ¿El “yo” en lugar del “tú” más moderno

lo hace parecer más ortodoxo? Porque hay algunas personas para

las que el todo en el estilo inglés de la versión King James está bas-

tante bien. Sin embargo, a la luz de lo que hemos visto que es el

Evangelio, una cita tan errónea sería una calumnia para la gracia

de Dios. Dios no puede hacer todo lo que Él ha hecho por nosotros

en Cristo y luego decirnos, simplemente, que podemos esperar que

algún día en el futuro tengamos la vida eterna. Tal expresión cam-

biaría el pivote de la fe al esfuerzo del corazón humano, en lugar de

36
colocarlo donde Dios lo ha colocado, sobre la obra consumada de

Cristo. Esto es, por supuesto, lo que el Diablo quiere que hagan las

personas, y podemos decir, con toda certeza, que cualquier ense-

ñanza que niegue la finalidad y la plenitud de la salvación a aquellos

que han descansado en Cristo y cesaron de sus propias obras, es

un error que proviene de Satanás, incluso si el error se da bajo la

apariencia de advertencias a los creyentes para que tengan cuidado,

no sea que estén presumiendo sobre la gracia de Dios. Sin embargo,

hay maestros que luchan contra la Palabra de Dios y enseñan a las

almas que nunca pueden estar absolutamente seguros de la salva-

ción, a menos que sigan produciendo las condiciones de fe que le

permitan a Dios seguir salvando. Había un grupo de personas en la

Iglesia de Galacia que creían y enseñaban así. Para ellos, el Espíritu

Santo escribió en Gálatas 3:1-3: “!Oh gálatas insensatos! ¿quién os

37
fascinó (o hechizó en el original) para no obedecer a la verdad, a

vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente

entre vosotros como crucificado? Esto solo quiero saber de vosotros:

¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?

¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais

a acabar por la carne?”. En otras palabras, habiendo tenido tus

primeros pasos en la salvación, la recepción de la vida de Dios a

través de la gracia absoluta, ¿eres tan tonto como para pensar que

Dios te va a obligar a mantenerte salvo por lo que haces? Sin em-

bargo, los enemigos de la gracia claman: “Te perderás si no sigues

cumpliendo las condiciones”. Dios dice a través de Pablo: “Con

Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo

en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de

Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).

38
Sí, nosotros que hemos confiado en Cristo y hemos recibido su pro-

pia vida con su producción interminable de fe dentro de nosotros,

podemos reclamar el fuerte lenguaje del Nuevo Testamento para no-

sotros mismos. ¿Hay algo que pueda superar la seguridad de Pablo?

“Por lo cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque

yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guar-

dar mi depósito para aquel día” (2 Timoteo 1:12). “Ahora, pues, nin-

guna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que

no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Por lo cual

estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principa-

dos, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo

profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor

de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:1, 38-

39). Todo creyente en el Señor Jesucristo tiene el derecho de

39
describir su experiencia con un lenguaje tan fuerte como éste. Nue-

vamente decimos que estamos tan seguros de que estaremos en el

Cielo, ya que estamos seguros de que Cristo estará allí. Esto no es

orgullo o presunción, es una simple confianza. ¿Es presuntuoso

creer en Dios o dudar de Dios? Ciertamente, es el colmo de la arro-

gancia y de un valor audaz que un creyente dude de lo que Dios ha

dicho. La Palabra va aún más lejos y la expresa en términos aún

más fuertes. Dios dice que aquel que niega la realidad de la salva-

ción y la seguridad de la posesión presente de la vida eterna, hace

que Dios sea un mentiroso. Hace algunos años, estaba predicando

en Bruselas a una congregación de habla francesa. Un domingo por

la mañana tomé como tema la doctrina del nuevo nacimiento. En el

transcurso de ese mensaje, dije: “Sé que he nacido de nuevo. Sé que

tengo la vida eterna. A los creyentes se les ha dado el derecho de

40
saber que estarán en el Cielo, así que estoy seguro de que estaré

allí”. A la mañana siguiente, la campana en el pasillo sonó, y pronto

el conserje trajo a mi oficina a un joven con el uniforme del ejército

belga. Llevaba las rayas de un ayudante. Él había estado en la igle-

sia el día anterior, y de inmediato comenzó a hablar de la manera

en que había presentado mi mensaje. “Señor pastor”, dijo, “su se-

guridad me asusta”. Si hubieras dicho, “Espero ser salvo”, “estoy

tratando de ser salvo”, “estoy haciendo lo mejor que puedo para ser

salvo”, “espero estar en el Cielo”, entonces podría entenderlo. Pero

para que usted diga tan dogmáticamente, “Sé que soy salvo”; estoy

seguro de que estaré en el Cielo, “¡Pastor, su seguridad me asusta!”.

Lo miré y le dije: “Ayudante, ¿está casado?” Con cierta sorpresa, él

respondió: “¡Oh, sí, lo estoy!” Inmediatamente, repliqué: “Ayudante,

¡tu seguridad me asusta!” Si hubiera dicho: “Espero estar casado”,

41
“estoy tratando de casarme”, “estoy haciendo lo mejor que puedo

para estar casado”, “espero que después de haber vivido con mi es-

posa durante veinte años, se casará”, entonces debería entenderlo.

Pero para que usted diga, “Estoy casado”, ¡su seguridad me asusta!

Oh, pero, “comenzó a protestar”, “no es lo mismo; no es lo mismo”.

¿Por qué no es lo mismo?, le pregunté. “¿No fuiste al Ayuntamiento

(Alcaldía o Municipalidad) y te casaste?” Aquí debemos interponer

una palabra de explicación sobre el matrimonio en el continente. La

Iglesia no tiene parte. Es una ceremonia completamente cívica. No

existe un matrimonio religioso válido. Sólo el Alcalde de una ciudad

puede realizar la ceremonia de una boda. En las ciudades grandes,

las diferentes salas tienen alcaldes locales para tales ceremonias.

Aquellos que desean casarse pasan por ciertas formas preliminares;

sus nombres se publican en el pasillo del edificio durante un cierto

42
número de días, luego acuden al Ayuntamiento para la ceremonia

final. En los centros grandes, como Bruselas, hay magníficas habi-

taciones matrimoniales, donde príncipes y campesinos deben asis-

tir a la ceremonia de matrimonio, y donde incluso hay un lugar para

que los curiosos puedan pararse y mirar. Llegan las parejas, algu-

nas con zapatos de madera, otras con magníficos trenes, y pasan,

una detrás de la otra. El Alcalde se para con el ancho cinturón tri-

color sobre el hombro, el color de la bandera nacional, toma los

documentos que un asistente le da y habla con los candidatos. Des-

pués de preguntar su identificación, le dice al hombre: “¿Quieres

que esta mujer sea tu esposa?” Luego, a la mujer: “¿Quieres que

este hombre sea tu marido?” Cuando han dado su consentimiento,

él dice: “Es deber del esposo proveer a la esposa en todas las cosas”,

y a la mujer: “Es deber de la esposa acompañar a su marido donde

43
quiera que viva”. Luego se firma un folleto de matrimonio y es el

turno de la próxima pareja. Si los que han estado casados son bue-

nos católicos, entonces van a la Iglesia para una misa nupcial. Si

son protestantes, van a lo que se llama el Templo para la bendición

del matrimonio. Si son judíos van a su sinagoga. Si no son nada,

van al café y beben. Con todo esto en mente, volvamos a nuestro

Ayudante. “Si hubieras dicho, espero estar casado”, podría enten-

der, pero que digas “estoy casado”: “¡tu seguridad me asusta!”. Aquí

objetó que no era lo mismo. Le dije: “Ayudante, ¿cómo sabe que fue

el alcalde quien realizó su ceremonia? ¿Cómo sabes que el alcalde

no estuvo enfermo esa mañana y que el conserje no tomó su lugar?

Me miró desconcertado y luego gritó: ¡Pero estoy seguro de que fue

el alcalde!” “Pero ¿Cómo lo sabes?” Insistí. “Porque, ¿estarías real-

mente casado si el hombre que realizó la ceremonia fuera un

44
sustituto o un impostor? ¿El certificado de matrimonio sería válido

si el nombre fuera una falsificación? ¿Estarías realmente casado?”

Bueno, no “vaciló”, “pero estoy seguro de que fue el alcalde”. “En

otras palabras”, respondí, “tienes fe en un hombre y en un docu-

mento”. La seguridad de que está casado depende de la identidad

del hombre y de la validez del documento. Ahora no tengo ninguna

duda de que tenías al verdadero alcalde, y que realmente estás ca-

sado. Pero quiero que vean que, si bien puede haber dudas con res-

pecto a su matrimonio, no puede haber ninguna duda con respecto

a mi salvación. Mi seguridad depende, no de mí mismo, sino de ese

Hombre, Jesucristo. Esta Biblia es mi certificado de unión eterna

con él. Miro hacia la Cruz y lo veo morir. ¿Es Él un impostor, o es

el Eterno Jehová, hecho carne para morir en mi lugar? Cuando mu-

rió en la cruz, pronunció esas palabras: “Todo está cumplido,

45
consumado es”, con las cuales selló mi salvación para siempre.

Ahora, mientras Él sea Quien diga que es, y mientras este Libro sea

lo que Él dice que es, entonces puedo estar persuadido de que nada

puede separarme de Su amor, y ya que una Epístola fue escrita

para que nosotros podamos saber que tenemos la vida eterna, voy

a continuar diciendo: “Sé que tengo la vida eterna”. Expresarlo de

otra manera arrojaría calumnias sobre la veracidad de Dios. Dios

reconoce la validez de este argumento, y dice: “Si recibimos el tes-

timonio de los hombres”, es decir, si creemos en los certificados de

matrimonio, los horarios, los recibos y los cheques, y en las otras

mil obras de fe que conforman la vida diaria, “el testimonio de Dios

es mayor” (1 Juan versículo 9). Extraño, ¿no es cierto, que Dios

debería tomarse la molestia de decirnos esto? ¡Qué poco entende-

mos la diferencia entre nuestra naturaleza falible y su fidelidad

46
inmutable! Juan continúa diciendo: “Este es el testimonio de Dios

que ha testificado de su Hijo”. El que cree en el Hijo de Dios tiene

al Testigo en sí mismo. Es decir, cuando nacemos de nuevo, el Es-

píritu Santo viene a morar en nuestros corazones. Es Él quien nos

susurra: “Hija Mía o Hijo Mío, tú eres Mía o Mío”. Es Él Quien siem-

pre señala a Cristo, para quitarnos nuestra confianza y ponerla

para siempre en Él. Entonces se alcanza el clímax cuando Dios dice:

“El que no cree a Dios lo ha hecho mentiroso, porque no cree en el

registro o testimonio que Dios dio de Su Hijo”. No puedo insistir

demasiado en que estas palabras no sean dichas a los incrédulos

acerca de su no aceptar a Cristo. Ese fracaso realmente le des-

miente a Dios, pero no es la mentira de la que se habla aquí. Más

allá de toda duda, la única interpretación permitida de este pasaje

en la Epístola de Juan es la siguiente: El creyente que ha admitido

47
su propia pecaminosidad, que ha aceptado el veredicto de Dios en

cuanto a su condición perdida, y que ha recurrido a edificar su vida

sólo sobre Cristo, y quien posteriormente duda de que Dios real-

mente haya implantado la vida eterna dentro de él como su pose-

sión presente, por lo tanto, hace a Dios un mentiroso. Es como el

resumen de esta enseñanza que Dios nos da este texto: “Estas cosas

les he escrito a ustedes que creen en el Nombre del Hijo de Dios”, y

esta vez lo citamos correctamente, “para que sepan que tienen la

vida eterna”. Cuando los Wesley se convirtieron por primera vez,

tenían poco para ayudarlos a crecer en la verdad doctrinal. Tenían

la Palabra y su propia experiencia, y se abrieron paso vacilante a

través de la Palabra de Dios. No había escuelas bíblicas, ni conven-

ciones de Keswick, ni una gran cantidad de literatura cristiana para

ayudarlos. A veces anhelaban algo en sus vidas que en realidad ya

48
tenían, pero no sabían que lo poseían. Hay algunos niños en la

guardería que le preguntan a la enfermera sobre la vida. Al ser pos-

tergados con información falsa, los niños realmente pueden creer

que fueron traídos a este mundo por una cigüeña, y pueden seguir

durante años pensando tal cosa. De la misma manera, hay cristia-

nos criados en un conocimiento incierto de la fe, que pueden no

saber exactamente lo que sucedió cuando nacieron de nuevo. Sin

embargo, el Dios Todopoderoso nos da en la Palabra el gran princi-

pio de que, cuando nacemos de nuevo, Dios nos ha dado la vida

eterna. Poco después de haber “encontrado el descanso de sus al-

mas”, uno de ellos escribió un himno, todavía está en uso, que re-

conoce la función del Espíritu Santo. “Tengo un principio interior,

un miedo piadoso y santo, una sensibilidad del pecado y el dolor

para sentirlo cerca”. De hecho, el principio estaba dentro. Estaba

49
allí desde el principio. Ese principio es una Persona. Ese principio

es la vida eterna de Cristo, la presencia que mora en el Espíritu

Santo. ¡Oh, que los creyentes se den cuenta de que Dios no puede

mentir, y que, por lo tanto, Dios no miente cuando dice que ha dado

la vida eterna a todos los que han confiado en Su Hijo! Él no nos ha

prometido nada excepto la vida eterna. ¿Qué leemos? Él dio a su

Hijo unigénito para que todo aquel que en él cree no perezca, sino

que tenga seis meses de vida. ¡Qué tontería! Y si Él nos prometió

seis meses de vida, ¿cuándo podríamos perderlo? ¿Podría dejar de

ser nuestro en cinco meses? ¡Por supuesto que no! Seis meses de

vida en la promesa de Dios, no podrían perderse antes de los seis

meses. Nunca debemos olvidar que “los dones y el llamado de Dios

son sin arrepentimiento, es decir son irrevocables” (Romanos

11:29). ¿Es la vida de diez años que Él nos ha dado? Entonces no

50
podría perderse antes de los diez años. Entonces, ¿qué tipo de vida

dice que nos ha dado? Él dice que es la vida eterna. Pero, Señor,

¿realmente significa que la vida eterna es eterna? Él es tan paciente

con nosotros como con un niño pequeño, porque lo hace doble-

mente claro y seguro, como el carpintero que da la vuelta al tablero

y cierra la tabla del otro lado. “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las co-

nozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás,

ni nadie las arrebatará de mi mano” (Juan 10:27-28). A pesar de

esto, es necesario que señalemos que un maestro, al menos, ha es-

crito en contra de la seguridad y la confianza del creyente, diciendo

que no podemos reclamar la promesa de la vida eterna como tam-

poco agregar algo a la duración de la vida, la existencia del creyente.

La verdad es, por supuesto, que todos los hombres tienen existencia

eterna. Quien cree en Cristo como Salvador ha cambiado a la vida.

51
Ése es solo el punto. Es una calidad de vida, y no simplemente una

duración. El escritor en contra de la seguridad continúa: “¿Puede

esta calidad de vida terminar en el creyente?” Y responde que él cree

que sí. Él no da ninguna Escritura en lo absoluto por su simple

declaración. Por el contrario, la vida que Dios nos ha dado es la vida

de su Hijo. Todos los que Él ha llamado, Él también los ha justifi-

cado, y todos los que Él ha justificado, Él ya los ha glorificado. Dios

nunca comienza nada que no traiga a su fin. El mundo puede co-

menzar aquello que no puede terminar, pero Dios dice: “El que ha

comenzado una buena obra en usted, la seguirá perfeccionando

hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6). Aquí están las tres gran-

des doctrinas de la obra de Dios dentro de nosotros. El que ha co-

menzado una buena obra en ti, es decir, la justificación, continuará

perfeccionándola, es decir, la santificación hasta el día de

52
Jesucristo, esto es la glorificación. No hay cambio en Dios, y no

habrá cambio en Su obra en nosotros. Esta verdad se enseña de

otra manera en las Epístolas. Dios dice: “Y no contristéis al Espíritu

Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la reden-

ción” (Efesios 4:30). Este es, por supuesto, el claro anuncio de que

el Espíritu Santo, que ha sido el instrumento de nuestro nuevo na-

cimiento, y que ha venido a vivir dentro de nosotros, para hacer de

nuestros cuerpos su templo, también nos ha colocado en Cristo,

sellándonos allí hasta el día en que Él nos dé nuestros cuerpos eter-

nos, y seremos hechos como Él en todas las cosas de la realidad, ya

que ya hemos sido hechos como Él por Su promesa. Es el anuncio

de que Dios nos ha dado un regalo que nunca se puede perder. Si

fuera algo menos que esto, tendríamos que leer: No contristéis al

Espíritu Santo de Dios, mediante el cual estáis sellados hasta el día

53
de vuestro pecado, o hasta el día en que Dios vuelva a cumplir sus

promesas, o hasta el día en que la nueva creación puede ser creada.

Todo es tan evidente que ningún evento así es posible. “Cuando es-

taba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los

que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el

hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese” (Juan 17:12),

y “Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede

arrebatar de la mano de mi Padre” (Juan 10:29).

54
CAPÍTULO 2

CONOCIMIENTO: CAMINO PRÁCTICO HACIA LA SANTIDAD EX-

PERIMENTAL

Ahora que hemos establecido juntos que la seguridad de la salva-

ción es la base práctica de la santidad experimental, podemos pasar

a la superestructura de la vida cristiana. Estoy completamente con-

vencido de que nadie puede conocer la santidad bíblica hasta que

sepa que la salvación es segura, que la salvación nunca puede per-

derse, que es la vida eterna misma, el don del Padre en la regene-

ración, algo que nunca puede ser retirado por Dios, o tocado en lo

más mínimo por el enemigo, Satanás. Cuando así podemos decir:

“Sé que tengo vida eterna, sé que tengo el principio interior sobre el

cual se construirá todo el resto de la vida cristiana”, podemos seguir

adelante con Dios. En este segundo capítulo de nuestro estudio,

55
encontramos que como la seguridad es la base práctica de la santi-

dad experimental, así el conocimiento de nuestra posición en Cristo

es el camino práctico que nos conduce a la santidad experimental.

A principios de año, una de las principales revistas estadouniden-

ses tenía una fotografía muy llamativa para su ilustración de por-

tada. La escena fue en uno de los grandes hospitales. Un médico y

una enfermera se mostraron con sus batas blancas, con guantes de

goma y máscaras de gasa en la parte inferior de la cara. Lo más

llamativo de todo, sin embargo, fue el hecho de que el médico estaba

sosteniendo a un bebé recién nacido por el pie, con el cuerpo sus-

pendido cabeza abajo. El editor de la revista había seleccionado esta

fotografía del bebé recién nacido como un símbolo del año nuevo.

Cualquiera que esté familiarizado con la rutina del hospital podría

explicar fácilmente la pregunta sorprendida del profano acerca, de

56
por qué una cosa tan frágil como un bebé, como un recién nacido

debe sostenerse colgando del pie. En el momento en que un niño

llega a este mundo, debe haber muchos reajustes hechos en su ser

físico para acomodarse a su nuevo entorno. Los pulmones que

nunca respiraron aire deben comenzar su trabajo de por vida. La

sangre que ha sido bombeada por el corazón de la madre ahora debe

circular bajo el poder del corazón del bebé. Éstos son los cambios

más importantes que deben ocurrir en el bebé, aunque hay otros

menores relacionados con la nariz, la garganta, los ojos y los poros

de la piel. Me informan que un médico ha catalogado varios cambios

de puntuación que tienen lugar en la vida del bebé recién nacido,

en los primeros segundos de su vida terrenal. Si el niño no llora, los

doctores no saben si la vida está en el cuerpo. Muchas enfermeras

han abofeteado a un bebé de un minuto de edad para que funcionen

57
los pulmones. Muchos niños han sido golpeados bruscamente por

el pie para inducir ese primer llanto que es la música para los asis-

tentes. Lo mismo ocurre con alguien que ha nacido de nuevo.

Cuando la vida de Dios entra al corazón de un creyente a través del

trabajo regenerativo del Espíritu Santo, hay muchas cosas que tie-

nen lugar. Antes que nada, sin embargo, deseamos escuchar al niño

llorar. Queremos un testimonio de que el aliento de Dios ha llegado

a su ser. Ésta es la razón por la cual las Escrituras exigen que haya

una confesión pública de nuestra fe en Cristo. Algunos pueden pen-

sar que es posible que uno sea un creyente secreto, pero no encuen-

tro ninguna base para tal esperanza en las Escrituras. “A cual-

quiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también

le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos” (Mateo

10:32). “Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres

58
en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Por-

que con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa

para salvación” (Romanos 10:9-10). En los primeros capítulos del

Evangelio de Juan tenemos un sorprendente contraste entre dos

personajes que se nos presentan, como la audiencia de los dos

grandes mensajes dados por el Señor Jesús. Nicodemo en el tercer

capítulo, y la mujer en el pozo en el capítulo 4, tuvieron el privilegio

de escuchar por primera vez verdades maravillosas sobre la obra de

Dios en la salvación de un alma. ¿Nicodemo fue un hombre salvo?

¿Llegó a creer en el Señor Jesucristo como su Salvador personal del

pecado? Todo lo que podemos decir de la evidencia es que así lo

esperamos. Escuchó el gran mensaje del nuevo nacimiento, pero no

se nos da ninguna respuesta definitiva que pueda tomarse como

una prueba positiva de que había recibido el regalo de la vida

59
eterna. Es cierto que vemos a Nicodemo en los últimos momentos

de su vida, pero nuevamente no estamos plenamente satisfechos.

Intervino para defender a los oficiales que estaban siendo reprendi-

dos por los fariseos. En una declaración verdaderamente liberal,

preguntó: “¿Juzga acaso nuestra ley a un hombre si primero no le

oye, y sabe lo que ha hecho?” (Juan 7:51). Hay muchos liberales

inconversos que dirían tanto y más en defensa de las libertades ci-

viles. Esto no es una prueba de la salvación. Y una vez más, cuando

Cristo fue crucificado y su cuerpo estaba siendo preparado para el

entierro, Nicodemo llegó con un magnífico regalo de mirra y áloe de

acuerdo con la manera judía de sepultura y lo presentó para el em-

balsamamiento del cuerpo muerto de nuestro Señor. Todo lo que

podemos hacer es esperar que éste haya sido un gesto de un cora-

zón renovado. No lo podemos saber con certeza. Con el botín del

60
pecado, la conciencia culpable han instalado muchas vidrieras y

construido muchas iglesias, mientras que la incredulidad en todas

las edades ha traído las especias de los cumplidos, para perfumar

el cuerpo de un Cristo cuya persona y obra es negada y cuya resu-

rrección es burlada. Nicodemo puede estar en el Cielo hoy, pero no

tenemos ninguna prueba más allá de nuestra esperanza. ¡Qué dife-

rente fue con la mujer en el pozo! El Salvador revela suave y hábil-

mente a su corazón su condición perdida. Ella se ve a sí misma

como una pecadora, lo ve a Él como el Salvador, el Mesías, y ella

deja su manantial para volver a subir la colina a la puerta de la

ciudad, para que ella pueda llorar: “¡Vengan! Miren a un hombre

que me contó todo cosas que alguna vez hice: ¿no es este el Cristo?”

Y se registra que el Espíritu Santo habló a través de su corazón

renovado, y su primer llanto de bebé fue suficiente para vestir la

61
Palabra viviente de Dios y traer vida de entre los muertos a algunos

de los que la escucharon. Porque se nos dice en la narración que

muchos de los samaritanos de esa ciudad le creyeron por la palabra

de la mujer, que testificó que él me había dicho todo lo que hice

(Juan 4:29, 39: “Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo

cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo? Y muchos de los samari-

tanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer,

que daba testimonio diciendo: Me dijo todo lo que he hecho”). No

tenemos dudas sobre este Hijo de Dios. Ella no nació muerta; ella

llora; ¡ella está viva! Y, como es el caso en un niño recién nacido en

su nacimiento físico, hay muchas cosas que tienen lugar en la vida

del recién nacido en el segundo nacimiento, en el mismo momento

en que Dios comunica la vida divina a través de Su gracia. Hace

algún tiempo, después de haber hablado sobre estos pensamientos

62
en una determinada reunión, un miembro de mi audiencia me in-

formó que alguien había catalogado sesenta y cuatro cosas diferen-

tes, que tienen lugar en la vida del creyente en el momento del

nuevo nacimiento. No he visto nunca esa lista, pero quiero llevarlos

a algunos de los principales resultados de nuestro nuevo naci-

miento, ya que estoy convencido de que el conocimiento de lo que

nuestro Señor ha hecho por nosotros en el nuevo nacimiento, es el

camino práctico hacia la santidad experimental. Vimos en nuestro

primer estudio que tenemos todo el derecho de aceptar como un

hecho la posesión actual de la vida eterna de parte de Dios. Él nos

da una vida a la que llama “vida eterna”. Es la misma vida que vi-

viremos dentro de un millón de años en esa eternidad que no sabrá

nada más que Dios. El hecho de que la vida que ahora hemos reci-

bido, y la que siempre viviremos, sean una y la misma vida puede

63
ilustrarse con la siguiente anécdota. Hace unos años, mi madre fue

a estar con el Señor. Algunos meses después de su muerte, todos

sus hijos se reunieron en la casa familiar en California por primera

vez en varios años. Mis hermanas estaban ocupadas en ese trabajo

que siempre sigue a la muerte de una persona, que ha vivido una

vida rica a través de una generación completa en la misma casa. En

el ático había baúles y cajas de asuntos que mamá había puesto

durante el transcurso de las décadas. Todos éstos tenían que ser

ordenados, algunos para mantenerlos y otros para la destrucción.

Todas nuestras cartas estaban allí, comenzando con nuestros pri-

meros días de escuela, fuera de casa y continuando a través de los

años. Organizados ordenadamente y cuidadosamente organizados,

contaban las historias de nuestras diversas vidas a través de los

diferentes períodos. Entre otras cosas, había un pequeño paquete

64
que ninguna de mis hermanas podía explicar. Contenía una al-

mohada pequeña, de dieciséis a dieciocho pulgadas de largo, cui-

dadosamente envuelta en papel de seda y atada con una pequeña

cinta azul. No sabíamos por qué esto se había mantenido entre las

cosas que eran preciosas para mi madre. Esa noche mi padre pudo

responder a nuestro enigma. “¡Yo recuerdo eso!” lloró con los ojos

encendidos, y la historia siguió. Mis padres estuvieron casados por

casi veinte años antes de que yo, su único hijo, naciera. Todos sa-

bemos que la anticipación es muy emotiva de un hijo después de

que, haya habido una fila de niñas en una familia, y parece que mi

hogar no fue una excepción a la regla. Hubo, por lo tanto, algo de

emoción en ese hogar cuando finalmente aparecí, y esto se vio in-

crementado por el hecho de que yo era el bebé más pequeño de

nuestra familia. Mi padre ha podido llevarme, incluso cuando tenía

65
varias semanas, acostado sobre la almohada que ahora se había

encontrado. Era meramente de la longitud de su antebrazo, y según

me dijeron, descansé bastante cómodamente, con mi cabeza sobre

la palma de su mano y mis pies en la entrepierna de su codo. Sin

embargo, ninguno de ustedes dudará de que la vida física que se

encontraba en ese pequeño bebé es la misma vida física que en mí

hoy luce como hombre. Hay una gran diferencia entre mis cinco o

seis libras en ese primer día y mis más de 210 libras hoy, mientras

que mis menos de veinte pulgadas han aumentado a alrededor de

setenta y cinco de ellas. Sin embargo, es la misma vida. Hoy tengo

un mayor control sobre ella, y tengo conciencia de ella, pero es la

misma vida. Exactamente de la misma manera, es posible para mí

decir que la vida espiritual que se plantó dentro de mí en el mo-

mento de mi nuevo nacimiento, es la misma vida espiritual que

66
viviré en la lejana eternidad. Cuando recibí por primera vez al Señor

Jesucristo, fui contado como un bebé en Él, y me dijeron que

deseara la leche sincera de la Palabra para que yo pudiera crecer (1

Pedro 2:2: “Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual

no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación”). Luego fui

lo suficientemente maduro como para llevar a otras almas a Cristo,

y Él puso su poder sobre mí como uno de sus testigos. Entonces

comencé a aprender que “la senda de los justos es como la luz de la

aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Proverbios

4:18). Y estoy seguro de esto mismo, que aquel que comenzó una

buena obra en mí continuará perfeccionándolo hasta el día de Je-

sucristo (Filipenses 1:6: “Estando persuadido de esto, que el que

comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de

Jesucristo”). En ese momento lo veré y llegaré a ser como él,

67
viéndolo como Él es (1 Juan 3:2: “Amados, ahora somos hijos de

Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabe-

mos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque

le veremos tal como él es”). Y a través de la eternidad aprenderé a

conocerlo mejor, porque ésta es la vida eterna, para que podamos

conocer al único Dios Verdadero, y a Jesucristo que fue enviado por

Él (Juan 17:3: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el

único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”). Esa

vida es la vida que ahora estoy viviendo, pero no soy yo, sino Cristo

viviendo en mí, de modo que esta vida que ahora vivo en la carne es

vida eterna, vivida por la fe del Hijo de Dios (Gálatas 2:20: “Con

Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo

en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de

Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”). Un segundo

68
resultado de mi nuevo nacimiento es que al recibir la vida eterna

me convierto en un hijo de Dios. Alguna vez un niño de ira, ahora

un niño de paz; una vez un niño de la desobediencia, ahora un niño

de la fe y la confianza; una vez un hijo de ira, ahora un hijo del

Padre Celestial. Hay algunos que leen estas palabras y que aún

pueden estar conscientes de la desobediencia continua, y que saben

que algunas de sus formas, pensamientos y acciones aún merecen

la ira de Dios. Veremos, además, cómo podemos ser limpiados de

todos nuestros pecados y cómo podemos ser mantenidos en una

vida de confianza y victoria conscientes. Justo aquí, debemos ver el

alcance de nuestros recursos potenciales, y, sin duda, nuestra po-

sición como hijos de Dios es uno de ellos. Hace algunos años vivía

en uno de los valles alpinos del sur de Francia, predicando a una

de las pequeñas congregaciones reformistas mientras cursaba mis

69
estudios en la Universidad de Grenoble. Cada jueves por la mañana

caminé cuatro millas por el valle hasta un pequeño centro donde

instruí a una veintena de niños en las cosas de Dios. En esa aldea

vivía un sacerdote romano que el jueves bajaba por el valle hasta

una aldea cercana a la que yo vivía. Con frecuencia nuestros cami-

nos se cruzaban y, a veces, nos encontrábamos yendo en la misma

dirección. Un día, mientras íbamos juntos, él me dijo: “¿Por qué los

protestantes se oponen tan fuertemente a nuestra oración a los san-

tos?” Le pedí que explicara qué ventaja se obtendría al orar a los

santos. Él respondió: “Bueno, supongamos, por ejemplo, que quería

una entrevista con el presidente de la República, monsieur Poin-

caré. Podría ir a París y hacer arreglos para una entrevista con cual-

quiera de los miembros de su gabinete”, acudir al Ministro de Agri-

cultura, o al Ministro de las Colonias, o a la Oficina del Interior, la

70
Marina, la Defensa Nacional o cualquier otro ministerio. Me facili-

tarían obtener una entrevista con el presidente. De la misma ma-

nera, puedo obtener la intercesión de la Virgen y de los santos en

nombre de mis deseos mientras rezo”. Pareció bastante triunfante

al completar su ilustración. Luego le dije: “Monsieur le Cure, déjeme

hacerte una pregunta. Supongamos que mi nombre es Poincaré y

que mi padre es el presidente de la República Francesa. Suponga-

mos que vivo en el Palacio del Elíseo con él, me siento en su mesa

tres veces al día, y con frecuencia soy el objeto de sus tiernas invi-

taciones, y conozco el toque de su amorosa mano. ¿Crees por un

momento que, si tengo un problema que presentarle voy a cruzar

París a uno de los ministerios, pasaré por todos los guardias y se-

cretarios que rodean a un miembro del gabinete, y finalmente lle-

garé a su oficina, por ejemplo, al Monsieur le Ministre, ¿sería tan

71
amable de concertar una entrevista para hablar con mi padre? ¿No

piensas que voy a mirarlo a los ojos en uno de los momentos en que

me pone el brazo sobre el hombro en un gesto de afecto y luego le

digo que tengo una petición que hacerle?” El sacerdote se sorpren-

dió. Él me miró y su boca se abrió y se cerró y se abrió de nuevo

como si buscara palabras que no vendrían la pena. Luego saqué mi

pequeño testamento francés de mi bolsillo y recurrí a dos o tres

pasajes de las Escrituras para que lo leyera en voz alta. Para “Mas

a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio

potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). “Justificados,

pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro

Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a

esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la espe-

ranza de la gloria de Dios” (Romanos 5:1-2). “Por tanto, teniendo un

72
gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios,

retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacer-

dote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno

que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.

Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para al-

canzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (He-

breos 4:14-16). Me hizo escribir las referencias para buscarlas en

lo que él llamó una Biblia católica, y con frecuencia después me

detuvo con preguntas, viniendo como aprendiz a descubrir algunas

de las maravillas que son nuestras en Cristo. ¡Acceso! Piénsalo. En

cualquier momento, en cualquier lugar, puedo ir al Padre, sabiendo

que, con Jesucristo como mi único Mediador, seré recibido instan-

táneamente. Soy un hijo del Rey. Me convertí en el momento de mi

nuevo nacimiento en un heredero de Dios y un coheredero con

73
Jesucristo. Tengo una herencia que es incorruptible e inmaculada,

y que no se desvanece, que está reservada en el Cielo para mí. Otro

resultado que es mío en el instante de mi nuevo nacimiento es que

mi cuerpo se convierte en el templo del Espíritu Santo. No importa

si este cuerpo ha sido atormentado por el pecado. La sangre de Je-

sucristo lo limpia de todo pecado, y toda la Deidad, Padre, Hijo y

Espíritu Santo, viene a habitar inmediatamente en mi corazón y en

mi vida para nunca más irse. Nuestro Señor ha dicho: Si un hombre

me ama, guardará Mis palabras; y mi Padre lo amará, y vendremos

a él, y haremos morada con él (Juan 14:23: “Respondió Jesús y le

dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y

vendremos a él, y haremos morada con él”). Sin embargo, no solo el

Padre y el Hijo, sino también el Espíritu Santo de adopción, habitan

en el interior, que llora al Padre dentro de nuestros corazones,

74
guiándonos en nuestra vida de oración e intercediendo por nosotros

con gemidos que no se pueden pronunciar. Recuerdo hace varios

años que se estaba celebrando una gran conferencia bíblica en

Nueva York, en el Carnegie Hall, donde se celebran los conciertos

sinfónicos. En la plataforma se encontraban algunos de los más

destacados maestros de la Biblia en América en ese momento: RA

Torry, J. Wilbur Chapman, Charles F. Alexander y también CI Sco-

field, el editor de las Notas en The Scofield Reference Bible. Pidió a

un ministro de Nueva York que dirigiera la oración. Hizo una de

esas oraciones interminables que comenzaron así: “Oh, Dios grande

y terrible, grande en tu majestad, grande es la distancia que nos

separa de ti; desde esa distancia clamamos por Ti, pobres pecadores

perdidos que somos, ten piedad de nuestras almas”. Más tarde se

informó que en ese momento el Doctor Scofield le susurró muy

75
discretamente a su vecino: “¿Por qué nadie le da a este hombre, un

Nuevo Testamento?”. Oh, no, queridos amigos, no oramos, “¡Oh,

Dios grande y terrible, grande es la distancia que nos separa!” Sé

que cuando llegue a casa después de mi ausencia, un niño correrá

a mi encuentro, y él no va a decir: “¡Oh, orador de la plataforma de

Keswick!” Pero voy a tener que ser muy cuidadoso de no perder el

equilibrio con esta prisa. ¡Y estoy deseando que llegue! Estoy bas-

tante seguro de que uno de los mayores privilegios que tenemos, un

privilegio que es nuestro en el mismo instante del nuevo naci-

miento, es que tenemos acceso al Padre porque hemos recibido el

espíritu de adopción por el cual lloramos y clamamos “Abba Padre”.

Luego, aún más, descubrimos que en el momento en que creemos

en el Señor Jesucristo como nuestro Salvador personal del pecado,

no sólo la Deidad viene a habitar dentro de nosotros, sino que se

76
dice que estamos en Dios. Hay decenas de referencias que hablan

del creyente como estar en Cristo, y nuestro estudio final se cen-

trará en esta pequeña preposición. Estamos en Cristo, desde su

muerte en la cruz hasta su entronización a la diestra del Padre. Hay

una veintena de bendiciones bajo este título que, al igual que el

resto, no se obtendrían mediante la oración, las buenas obras, la

asistencia a la iglesia, el estudio de la Biblia o el esfuerzo de ningún

tipo que tenga su origen en el corazón humano. Cada elemento en

el inventario glorioso se convierte en el derecho de nacimiento del

creyente, en el mismo instante en que cree en su corazón que Dios

resucitó al Señor Jesús de los muertos y confiesa con su boca a este

Jesús resucitado como su Señor. Déjenos ilustrar esto por un caso

narrado en los Hechos de los Apóstoles. En Filipos, Pablo y Silas

fueron encarcelados. En el momento de su servicio de medianoche

77
de oración y alabanza a Dios, de repente fueron liberados por un

terremoto de sus ataduras, mientras se abrían las puertas de la

prisión, lo que hacía posible su escape. El guardián de la prisión, y

éste es el punto importante para mi ilustración, era un hombre vio-

lento. Todo su carácter se resume en el hecho de que en su dilema

trató de suicidarse. Para todos los intentos prácticos ya era un sui-

cidio. Aquí, entonces, había un hombre con una naturaleza viciosa,

viviendo en medio de un mundo pagano, en el corazón del paga-

nismo y toda su corrupción. La probabilidad es grande de que es-

tuviera inmerso en las prácticas de una vida cruel. Pero él fue sal-

vado instantáneamente. Aunque las marcas de la depravación po-

drían haber marcado su rostro y su forma, ese cuerpo se convirtió

inmediatamente en el templo del Dios Viviente. Aunque había sido

un momento antes un hijo de ira, ahora era un hijo de Dios. Era un

78
heredero de Dios, un coheredero con Jesucristo, poseedor de la vida

misma de Dios, la vida eterna, ya que había sido hecho participante

de la naturaleza divina. Todas estas cosas fueron suyas, en el

mismo momento en que vio su necesidad y recibió al Señor Jesu-

cristo como su Salvador. Para resumirlo en una palabra, se había

convertido en un santo, y se había convertido en un santo al ins-

tante. Es notable, cuán diferentes son los procesos mediante los

cuales la Iglesia de Roma crea un santo y aquellos por los cuales

Dios crea un santo. Hace algún tiempo comenzamos a publicar en

nuestra revista una serie de artículos sobre los incidentes en el tra-

bajo personal, en la vida de H.A. Ironside, más tarde en la Iglesia

Moody en Chicago. Una de las historias que hemos publicado habla

de una conversación que tuvo con un grupo de monjas católicas a

quienes conoció en un tren ferroviario transcontinental. Las

79
sorprendió con muchas cosas que dijo, pero lo más sorprendente

fue cuando les dijo que era un santo. Nunca antes habían visto a

un santo real y vivo, pero él abrió la Biblia y se lo demostró. ¡Santo

Harry! Ciertamente. Y si eres un creyente, tú también eres un santo,

no importa cuál sea tu nombre. Habían estado pensando en térmi-

nos de la creación de santos de Roma, y él estaba hablando en tér-

minos de la Palabra de Dios. Porque Roma hace un santo por la

exaltación de un hombre y sus obras, y Dios hace un santo por la

exaltación de Jesucristo. El proceso seguido por Roma está ahora

bien establecido. Cuando es conveniente para ellos canonizar a otro

santo, por razones políticas, como en el caso de Juana de Arco; o

por razones geográficas, como en el caso de algunos de los santos

más nuevos en Canadá y América, el procedimiento es siempre el

mismo. El candidato es primero beatificado, es decir, se lo cuenta

80
como uno de los muertos benditos, es decir, aquellos que ya están

en el Cielo, aunque la Palabra de Dios no hace ninguna provisión

para lo que podría ser mejor pronunciado como “purgatorio”, donde

los pecados del ser son purgados por el sufrimiento propio. Sabe-

mos por las Escrituras que Cristo mismo nos purgó de nuestros

pecados, y que todos los que mueren en Él están ausentes del

cuerpo y presentes con el Señor. Luego, cuando Roma ha beatifi-

cado a su candidato, designa tanto a un defensor como a un avo-

catus diaboli, un abogado del diablo; el segundo para presentar to-

dos los cargos contra el candidato que la historia o la tradición haya

registrado, el primero para abogar por el candidato. ¡Tan suave es

la maquinaria de Roma que el defensor nunca perdió un caso! y

cada candidato llevado a juicio ha pasado a la canonización y a la

santidad final. Entonces se supone que estos hombres que han sido

81
responsables de crear al santo orarán a aquel a quien han elevado.

Pero cuán diferente es el método de Dios para crear un santo. Él no

mira la rectitud del individuo. Él no examina las obras de ese indi-

viduo, excepto para anunciar que están condenadas, ya que provie-

nen de una fuente que está contaminada. Con justicia cantamos:

me vio arruinado en la caída, y me amó a pesar de todo; Él me salvó

de mi estado perdido, Su amorosa bondad, ¡Oh, qué grande! Y sería

verdadero y apropiado agregar: Cuando estaba arruinado, débil y

muerto, Él me levantó para ser un santo; Él miró a Cristo; no a mi

raza, su bondad amorosa fluye de la gracia. ¡Tú eres Jacob; serás

Israel! ¡Tú eres Simón; serás Pedro! ¡Tú eres Saulo; ¡serás Pablo! El

astuto estafador; la erupción del fanfarrón; y el hombre que, to-

cando la justicia de la ley, se vio a sí mismo sin culpa, los tres y

todos sus semejantes pueden ser tocados repentinamente por la

82
gracia de Dios y elevados a la posición de aquellos que son consi-

derados santos en Cristo. La razón de esto, y el método por el cual

se hace, y el propósito de su hacer, se responden todos, en una

palabra: ¡Cristo! Cuando miras a través de un trozo de cristal azul,

ves todas las cosas con un matiz azulado. Cuando miras a través

de un cristal amarillo, ves todo en amarillo. Por lo tanto, atraviesa

todo el prisma de colores. Exactamente de la misma manera, la Pa-

labra de Dios nos muestra que Dios el Padre viene a mirarnos a

través de Jesucristo, y Él nos ve en la santidad pura de nuestro

Señor. Es por eso que somos llamados santos. No debemos olvidar

que la palabra “santo” es un sinónimo exacto de “santo”. Hemos

tomado los nombres de nuestros días del alemán, y nuestros meses

del latín. Confundimos “santo” y “san” de la misma manera. Los

franceses dicen Sainte Bible y Saint Jean, mientras que los

83
alemanes dicen Heilige Schrift y Heiliger Johannus. Hemos tomado

uno de cada idioma y decimos “San Juan”, como los franceses, y

“Santa Biblia” como los alemanes, pero son lo mismo. La verdad

detrás de todo esto es que hemos sido contados como justos, justos

y santos en Cristo, y así somos llamados santos, que es el equiva-

lente de “los justos”, “los justificados”, “los santos”. Y la parte her-

mosa de esto es que Cristo recibe toda la gloria. Al presentar estas

verdades, hay algunos lectores que son conscientes de la tormen-

tosa presencia del pecado dentro de sus corazones. Miran dentro y

se preguntan si es posible que se llamen a sí mismos santos ya que

saben que sus pensamientos y acciones no son santos. Con dema-

siada frecuencia deben clamar a Dios: “pero veo otra ley en mis

miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva

cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de

84
mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:23-

24). Estoy convencido del hecho de que sólo el conocimiento de la

Palabra de Dios y la aplicación de ese conocimiento maravilloso,

pueden traer una vida consistente de victoria para el cristiano indi-

vidual. Nuestro Señor dijo: “Santifícalos en tu verdad, tu palabra es

verdad” (Juan 17:17). Es por eso que hemos pasado el tiempo en

este estudio para ver lo que la Palabra de Dios nos enseña acerca

de la perfección de nuestra posición en Cristo. Cerraremos esta

parte de nuestro estudio con una consideración de la diferencia en-

tre nuestra posición y nuestra condición, y pasaremos los últimos

dos estudios considerando los medios por los cuales podemos vivir

de acuerdo con nuestra posición en Cristo. No debemos permitir

que nuestra conciencia de la naturaleza pecaminosa interna nos

haga dudar de la perfección de nuestra posición en Cristo. La

85
primera epístola a los Corintios nos da un fuerte contraste entre los

dos, muestra que no son incompatibles en la misma vida, y nos

hace ver que es posible que conozcamos y experimentemos día a día

el mantenimiento del poder dominante de la vida de Cristo exaltada

dentro de nuestros seres. Debe recordarse que la iglesia de Corinto

estaba compuesta de hombres y mujeres que habían estado vi-

viendo, por unos meses antes, en un severo paganismo. Corinto,

sabemos por la historia y la arqueología, fue una de las ciudades

portuarias de Grecia, y un centro del culto al vicio que rodeaba los

templos paganos. De repente, el Espíritu de Dios vino entre ellos en

el despertar del poder; hubo muchos que creyeron y que recibieron

el regalo de la vida eterna en Cristo. Su posición se describe en los

primeros versículos de la epístola. Primero, se les llama “La Iglesia

de Dios”. En otras palabras, eran miembros de ese cuerpo de

86
creyentes llamados, elegidos en Cristo antes de la fundación del

mundo, “para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada

a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en

los lugares celestiales” (Efesios 3:10). Luego, se dice que fueron

“santificados en Cristo Jesús”. Esto es realmente dos declaraciones,

porque el hecho de que se declara que están “en Cristo Jesús” in-

cluye mucho más que su santificación. Porque “en” él fueron ben-

decidos con todas las bendiciones espirituales en los lugares celes-

tiales (Efesios 1:3). Esto incluye su santificación. Es decir, Dios ha-

bía colocado a los demás como objetos de Su gracia, a través de los

cuales determinó manifestarse en medio de este mundo rebelde.

Debido a esta santificación posicional, se anuncia que son llamados

“santos”. A los ojos de Dios, fueron considerados como Sus santos,

hechos santos a través de la obra de Cristo. Se afirma además que

87
habían sido objeto de la gracia de Dios, de modo que fueron enri-

quecidos por Él en todo. Es decir que Dios había depositado en su

cuenta todas las riquezas de Su gracia, y que ellos estaban así equi-

pados por Él con suficiente poder y gracia para suplir todas sus

necesidades. En un día en que el Nuevo Testamento aún no se ha-

bía completado, se enriquecieron en todo lo que se decía y en todo

conocimiento. Esto significa que el Espíritu Santo les estaba di-

ciendo toda la verdad del Nuevo Testamento antes de haberlo con-

siderado confinado a su forma permanente. El suministro completo

de la comida del creyente, que es cada palabra que procede de la

boca de Dios, estaba disponible para ellos debido a su posición en

Cristo. Como resultado de esto, se dice que el testimonio de Cristo

fue confirmado en ellos, de modo que no les faltó ningún don, mien-

tras esperaban día a día el regreso del Señor Jesús, por quien

88
habían sido enseñados por el Espíritu para mirarlo. ¿No sería ma-

ravilloso vivir entre esos cristianos? ¿No sería agradable ser el pas-

tor de una iglesia compuesta de tales cristianos? Me atrevo a decir

que vivo entre esos cristianos. Me atrevo a decir que soy pastor de

una iglesia así. Me atrevo a decir que los miles de creyentes que

pueden leer estas palabras son cristianos como los corintios, miem-

bros del cuerpo de Cristo llamados, santificados en Él, llamados

santos, enriquecidos por la gracia de Dios en todo lo que se dice y

en todo conocimiento, con el testimonio de Cristo confirmado en ti,

no sin ningún don que haya provisto por Dios. Algunos de ustedes

pueden pensar que no los conozco. Pero yo sí. Los primeros nueve

versículos de la epístola hablan de la posición de los creyentes en

Cristo. El siguiente versículo, sin embargo, comienza una imagen

que parecería ser de otro grupo, pero que no es más que otra visión

89
de la misma gente. Pablo les dice: Ustedes no están hablando lo

mismo, hay divisiones entre ustedes, sí, contiendas. Pasamos al ter-

cer capítulo y leemos que a éstos que se llaman “hermanos” y que

se dice que están “en Cristo”, también se dice que son “carnales”.

Era imposible alimentarlos con las profundas verdades de la Pala-

bra de Dios porque no podían soportar más que la leche de la Pala-

bra, y no podían tomar la carne. Había entre ellos envidia, luchas y

divisiones, por lo que era difícil saber a partir de su caminar, si eran

salvos o no salvos. El quinto capítulo nos deja sin aliento. Uno de

los santos realmente había estado viviendo en fornicación. El si-

guiente capítulo revela que sus diferencias eran tan agudas que se

peleaban unos con otros ante los tribunales de justicia paganos. El

Espíritu de Dios dijo que ellos eran completamente culpables. Los

siguientes capítulos muestran que aún frecuentaban los templos

90
paganos con toda su adoración y carnalidad. El capítulo 11 nos

muestra que algunos de ellos incluso estaban ebrios cuando llega-

ron a la mesa de la Cena del Señor. Algunos de ustedes se recono-

cen en algunas de estas imágenes. Aquí puede ver lo que usted sabe

que es una imagen real de su práctica real. La mayoría, de hecho,

estarán libres del más grosero de estos pecados, ya que veinte siglos

de cristianismo han dado un límite incluso a la civilización atea en

la que vivimos, y la mayoría de nosotros hemos sido educados desde

la juventud para controlar nuestras pasiones que fueron alentadas

en el mundo francamente pagano. No hace mucho estaba almor-

zando con amigos cerca de Londres, y la conversación se centró en

ciertas fases de nuestro trabajo cristiano en los Estados Unidos.

Era necesario decir que cierto ministro que se había convertido en

uno de los líderes de un pequeño movimiento separatista se había

91
vuelto contencioso y malhumorado, y que había revelado clara-

mente que no era un hombre de palabra. Esta conversación tuvo

lugar con mis queridos amigos ingleses, quienes a veces me recuer-

dan con una sonrisa que soy estadounidense. Uno de los miembros

del grupo levantó la vista con expresión sorprendida, pero con un

brillo en los ojos, y dijo: “¿Son los cristianos así en Estados Unidos?”

Sí, queridos amigos, los cristianos son así desde Corinto a Califor-

nia, ya sea que viajen al este o al oeste, o del primero al siglo vein-

tiuno; y son así desde Éfeso hasta Inglaterra en tiempo y espacio.

Todo el corazón y el propósito del Movimiento Keswick es poner én-

fasis y practicar las verdades de la Palabra de Dios que permiten a

los santos de Dios vivir vidas más santas; en resumen, para llevar

nuestra condición de vida a nuestra posición en Cristo. El asunto

completo se puede presentar gráficamente en la siguiente

92
ilustración. Hace algunos años, en Inglaterra, había una familia no-

ble que tenía un segundo hijo que deshonraba su nombre. Sus es-

cándalos de borrachos habían entristecido a su padre, a su madre

y a su joven esposa. El asunto finalmente llegó a tal punto que la

familia le cortó todos los ingresos, excepto una cantidad trimestral

que se le debía pagar sólo con la condición de que estuviera fuera

de sus dominios. Su banquero en Toronto veía que recibía suficien-

tes remesas cada trimestre, siempre que se tomara su nombre y su

vergüenza lejos de Inglaterra para siempre. Se desplazó de Toronto

a los Estados Unidos e hizo arreglos para que le pagaran sus giros

en Des Moines, Iowa. Era su costumbre gastar toda su asignación

total en el transcurso de unos pocos días y vivir lo mejor que podía

durante el resto del trimestre. Llegó un momento en que perdió toda

su remesa en el juego, incluso antes de su vencimiento, por lo que

93
esperaba un período de varios meses sin ningún tipo de ingreso.

Desesperado, buscó un trabajo, y lo mejor que pudo hacer fue ob-

tener un trabajo de 15 dólares por semana, operando un ascensor

en uno de los grandes edificios. Justo en este momento, según la

historia tal como apareció en los periódicos de Nueva York, su her-

mano mayor murió en un accidente automovilístico, y en pocos días

su padre murió. Su joven esposa salió a Estados Unidos para bus-

carlo. Los periódicos la ayudaron a encontrarlo. Sus fotografías

aparecieron en la prensa. Aquí estaba un hombre cuya posición era

la de un par de Inglaterra, elegible para sentarse en la Cámara de

los Lores, dueño de las fincas y fortunas de su familia, pero su con-

dición era la de un ascensorista de 15 dólares por semana. Era sim-

ple para él aprovechar los fondos que su esposa le había traído. Con

la ayuda de un sastre y el precio de un boleto de barco de vapor,

94
pronto fue restaurado al lugar de su posición. El contraste entre lo

que somos en Cristo y lo que somos en nosotros mismos es aún

mayor, porque la nuestra es la posición más elevada que cualquier

ser humano puede conocer en la Tierra o en el Cielo. Él nos ha dado

una posición por encima de la de los mismos ángeles y los arcánge-

les. Somos llamados hijos de Dios y recibimos el título de una gran

cantidad de regalos que son nuestros en el momento en que tene-

mos la vida que está en Cristo y que contiene todos nuestros otros

dones. Porque “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo

entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas

las cosas?” (Romanos 8:32). Sin embargo, a pesar de esto, nos ve-

mos obligados a cantar: miren cómo nos arrastramos aquí abajo,

cariñosos con estos juguetes insignificantes. Nuestras almas no

pueden ni volar ni llegar para alcanzar las alegrías eternas. En vano

95
sintonizamos nuestras canciones formales, en vano nos esforzamos

por levantarnos; nuestros hosannas languidecen en nuestras len-

guas, y nuestra devoción muere. Querido Señor, y alguna vez vivi-

remos con este pobre índice de muerte; Nuestro amor es tan débil,

tan frío para Ti; Y el tuyo por nosotros qué grandioso. ¡Gracias a

Dios, no es necesario vivir de acuerdo con nuestra condición! Nos

es posible conocer esa condición alterada, darnos cuenta día a día

de que nuestro camino brilla cada vez más hacia el día perfecto, y

experimentar la realidad de las buenas obras que Él ha comenzado

en nosotros, perfeccionando hasta el día en que Él vendrá a com-

pletar esa perfección. Esa vida es nuestra, y esa posición es nuestra

como hijos de Dios, herederos de Dios y coherederos con Jesucristo.

¿Hijos? Sí, pero para resumirlo todo, estamos “EN CRISTO”.

96
CAPÍTULO 3

LIMPIEZA: PUERTA PRÁCTICA PARA LA SANTIDAD EXPERI-

MENTAL

Hace algún tiempo, al final de una reunión, una joven se acercó a

mí y me dijo que estaba muy preocupada por la salvación de su

hermana gemela. Entre otras cosas, ella me dijo que las inconsis-

tencias en su vida eran obstáculos en el camino de su hermana no

salva. Le indiqué que lo que ella llamaba inconsistencias eran en

realidad pecados, y que debían ser confesados y perdonados, aban-

donados y purificados. La purificación del creyente de sus pecados

diarios de omisión y comisión es la puerta de entrada al manteni-

miento de una comunión ininterrumpida con Dios, que nos permi-

tirá tener menos pecados para confesar a Dios y más períodos de

comunión ininterrumpida y victoria en Cristo. Antes que nada,

97
debemos considerar la diferencia entre el pecado y los pecados. Los

pecados individuales son la manifestación de la vieja naturaleza del

pecado. Aparecen como forúnculos porque hay algo de veneno en el

torrente sanguíneo. Conducirlos a un lugar con ungüento de super-

ficie y aparecerán en otro lugar. La naturaleza del veneno es que

debe explotar. No hay nada más que pueda hacer. Cualquiera que

formule cualquier otra estimación de la naturaleza del pecado trae

una acusación seria contra Dios, quien ha dicho que “Engañoso

(torcido) es el corazón más que todas las cosas, y perverso (enfermo

incurable); ¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9). Tomar cualquier

otra opinión sobre el pecado es poner en duda la Palabra solemne

de Dios. Por lo tanto, se puede ver fácilmente que debemos consi-

derar tanto el pecado como los pecados, si queremos conocer la ver-

dadera victoria en Cristo. Y debe ser comentado y admitido por

98
todos que cada ser humano está en el mismo nivel, en lo que se

refiere a la existencia y las potencialidades del pecado. Para com-

prender esta diferencia, primero debemos eliminar de nuestras

mentes el concepto de pecado que posee el mundo. Alrededor de

nosotros encontramos que el mundo no salvo, con sus leyes y códi-

gos de conducta están basados en una filosofía muy alejada del

concepto de pecado al de Dios. La ley humana no hace que un hom-

bre sea un ladrón hasta que realmente haya robado algo. Un policía

podría encontrar a un hombre holgazaneando en un callejón oscuro

cerca de la ventana abierta de una casa, pero no se le podría acusar

de robo a menos que hubiera llegado a través de la ventana y ex-

traído algún artículo que no le pertenecía. En otras palabras, el

mundo dice que un hombre no es un criminal hasta que haya co-

metido un crimen. La declaración de Dios tiene un orden

99
completamente diferente. Deja que el mundo diga que los hombres

no son pecadores hasta que hayan pecado; Dios declara que los

hombres pecan porque son pecadores. El mundo sólo mira la erup-

ción de los forúnculos y no le da importancia al virus del pecado

que está dentro. Siempre que las personas no salvas filosofan sobre

el origen del crimen, lo mejor que pueden hacer es llamarlo una

enfermedad y atribuirlo a algunos desajustes orgánicos en la per-

sonalidad o en el cuerpo. Un eminente psicólogo ha llegado al ex-

tremo de afirmar que todas las acciones del hombre, son el resul-

tado de ciertas perturbaciones glandulares, y que si pudiera tomar

el control total de las glándulas de cualquier niño, podría hacer de

él un hombre criminal o virtuoso según su voluntad. Pero Dios ha

declarado que todos los hombres son pecadores por naturaleza y

por elección, y ha escrito sobre ellos el decreto divino de que están

100
separados de Él a causa de su pecado. Ahora consideremos cómo

trata Dios con cualquier manifestación individual de pecado. Tome-

mos como ejemplo a dos personas que se criaron en el mismo en-

torno. El mejor ejemplo sería hermanos nacidos del mismo padre y

madre, y nacidos al mismo tiempo. Estos gemelos han tenido, diga-

mos, la misma educación y capacitación, y, por supuesto, tienen la

misma herencia. Concebiremos que están igualmente dotados de

inteligencia y salud, por lo que exteriormente son iguales. Pero uno

de ellos ha llegado a verse a sí mismo a los ojos de Dios como un

pecador culpable y perdido, y se ha alejado de toda esperanza de

salvación a través de sí mismo. Él ha venido a poner su fe en Cristo

solamente. Él podría decir fácilmente: Mi esperanza está basada en

nada menos que la sangre y la rectitud de Jesús, no me atrevo a

confiar en mi actitud más dulce, sino que me apoyo totalmente en

101
el Nombre de Jesús. En Cristo, la roca sólida, me paro, Todo lo de-

más es arena movediza. El otro hermano nunca ha recibido al Señor

Jesucristo como su Salvador, y todavía se mantiene a los ojos de

Dios como un pecador perdido. Ahora supondremos, por el bien de

nuestro argumento, que una gran tentación ha llegado al hermano

cristiano, y él ha sucumbido. Puedes hacer que ese acto individual

de pecado sea lo que quieras que sea, ya sea el pecado cometido por

Moisés, por David, por Pedro o por ti mismo. Al mismo tiempo, el

hermano no salvo es culpable de cometer exactamente el mismo

pecado. ¿Cuál es la diferencia a la vista de Dios entre estos dos

actos de pecado, precisamente iguales, cometidos por dos hombres

con antecedentes similares, siendo su única diferencia la presencia

de una fe salvadora en la vida de uno? Nos atrevemos a decir que

hay una gran diferencia entre los dos actos, y que el tratamiento de

102
los dos pecados por parte de Dios es completamente diferente. To-

memos primero el acto de pecado cometido por el hombre no salvo.

Que sea lo que quieras, no ha cambiado su estatus ante Dios en el

más mínimo detalle. Aunque, como David, puede haber compuesto

el pecado para cubrir el pecado, el asesinato para proteger el adul-

terio, sin embargo, este hombre no salvo es lo mismo a la vista de

Dios: Un alma perdida, sin esperanza y sin Cristo. El acto individual

de pecado, si fue un brote aislado, o uno en una serie de crímenes

para toda la vida, no tiene ninguna importancia en la estimación de

Dios del alma perdida, como alguien que está muerto en delitos y

pecados, y bajo la justa condena de la ley quebrantada, mereciendo

la ira de Dios que viene sobre todos los hijos de la desobediencia.

Después de uno de tales actos, o después de diez mil tales actos, la

misericordia de Dios puede llegar al alma perdida, sacarla de las

103
tinieblas a la luz y trasladarlo del poder de Satanás al reino del Hijo

de Dios en amor. Pero hasta el momento en que llega la regenera-

ción, él es un alma perdida. Si muere en sus pecados, la Palabra de

Cristo declara formalmente: “Otra vez les dijo Jesús: Yo me voy, y

me buscaréis, pero en vuestro pecado moriréis; a donde yo voy, vo-

sotros no podéis venir” (Juan 8:21). El hermano que ahora es cre-

yente alguna vez fue como el hermano no salvo. Realmente se puede

decir de él: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en

vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo,

siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la

potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobe-

diencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro

tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la

carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira,

104
lo mismo que los demás” (Efesios 2:1-3). Pero el momento de la re-

generación ha llegado. El pecado es tratado de una vez por todas y

para siempre. La naturaleza venenosa de la corrupción se pone a la

cuenta de Cristo que lleva el golpe de su juicio y que nos libera de

su castigo para siempre. Es por eso que podemos decir que “de todo

aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en

él (en Cristo) es justificado todo aquel que cree” (Hechos 13:39).

Ésta es la limpieza positiva del creyente de todo pecado, y no piense

por un momento que, todo lo que recibimos en el momento de nues-

tro nuevo nacimiento es la remisión de los pecados que se han com-

prometido hasta el momento de la salvación. Hasta el día de la con-

versión es imposible en el caso de un creyente, que sus pecados

sean parcialmente perdonados, porque ningún pecado puede ser

perdonado sin la aceptación de la persona del pecador por medio de

105
Jesucristo. Todo individuo está bajo la maldición del pecado o bajo

el poder justificador de la obra expiatoria de Cristo. Un comenta-

rista ha dicho: “Ahora el objeto de la obra de Cristo era acallar la

ira”. Él sabía que la santidad de Dios requería que la ira se mani-

festara incluso contra el pecado más insignificante, y la ira en toda

su plenitud, porque Dios está completo en todo lo que hace. Cristo

se comprometió a apaciguar esta ira y silenciarla para siempre. Así

que la ira ahora se calma eficazmente en virtud del sacrificio de la

sangre de Cristo que se ha ofrecido. Por lo tanto, si la ira alguna vez

volviera a surgir, requeriría necesariamente otro sacrificio. Pero,

¿dónde podría otro sacrificio ser encontrado? ¿Cristo volverá a mo-

rir? “y no para ofrecerse muchas veces, como entra el sumo sacer-

dote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena. De otra ma-

nera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el

106
principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos,

se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para

quitar de en medio el pecado. Y de la manera que está establecido

para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el

juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los

pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con

el pecado, para salvar a los que le esperan” (Hebreos 9:25-28). Si la

ira estuviera una vez para volver a despertar, entonces, a menos

que pudieras proporcionar otro sacrificio como Cristo, ese sacrificio

ardería para siempre. Así que la ira se aquietó completamente para

el creyente, como persona, en la totalidad de su historia. En pocas

palabras, esto significa que en el momento en que una persona nace

de nuevo, se le ha otorgado el perdón por todos los pecados que

haya cometido o por todos los pecados que alguna vez cometió en

107
el transcurso de su vida. Éste es el verdadero significado de la jus-

tificación. Como dice el viejo refrán: “Justificado significa que nunca

pecó”. Ésta es la amplificación de la ilustración que usamos en un

estudio anterior, al señalar que Dios mira al creyente a través de

Jesucristo y lo ve en toda la luz y santidad de Cristo mismo. ¡Mi

pecado, oh, la dicha de este glorioso pensamiento! Mi pecado, no en

parte, sino en su totalidad, está clavado en Su Cruz y no lo tengo

más; ¡Alabado sea el Señor, alabado sea el Señor, oh mi alma! Pero

debe comprenderse que, aunque Dios mira al incrédulo de una sola

manera, mira al creyente de dos maneras. No debe suponerse que

el pecado cometido por el hermano creyente no debe ser cuestio-

nado, porque Dios lo previó y proporcionó el perdón por todas las

manifestaciones de la raíz de la cual surgió. Dios ciertamente debe

lidiar con ese pecado, y no puede haber comunión ni victoria hasta

108
que haya sido tratado severamente de una manera que no viole la

santidad de Dios. La fidelidad a todo el consejo de Dios me obliga a

agregar un párrafo que preferiría omitir. Hay momentos en que los

cristianos salen de la voluntad de Dios; el pecado entra a su vida y

permanece sin confesarlo y sin perdonarlo. Como una astilla en la

carne, se pudre y puede envenenar toda la vida e incluso llevar el

cuerpo a la muerte. Un pecado no confeso trae a otros pecados en

su tren. La mentira de Abraham siguió a su partida de Palestina,

donde Dios le había dicho que se quedara; A David, que permaneció

en su casa después de la batalla, le siguió un pecado y luego otro

pecado. Es posible que estos pecados crecientes lleven al creyente

a un juicio instantáneo, porque hay un pecado que es para la

muerte, no para la muerte espiritual, sino para la muerte física.

Pablo les dijo a los creyentes de Corinto que entregaran a un

109
hermano a Satanás para la destrucción de la carne, a fin de que el

espíritu pudiera ser salvo en el día del Señor. Una vez más, les dijo

que su omisión de un pecado particular en relación con no discernir

el cuerpo del Señor en el servicio de la Comunión, había traído la

enfermedad y la muerte a su paso. “Por esta causa, muchos son

débiles y enfermizos entre ustedes, y muchos duermen”. He sacado

a la luz en un mensaje sobre “Hombres a quienes Dios pegó”, que

hombres como Nadab y Abiú, Uza, Ananías y Safira, parecen haber

estado en una relación salvada con Dios, pero su ejecución fue un

asunto de juicio porque no estaban siguiendo el camino que Dios

les tendió como santos. O tememos a Dios, hermanos cristianos, y

recordemos que Él es un Dios de santidad que debe exigir la santi-

dad de su pueblo. Dios mira al creyente a través de Jesucristo, vién-

dolo perfecto en el Salvador, pero Dios también mira al creyente tal

110
como se encuentra en su condición, y ha provisto una serie de me-

didas mediante las cuales la condición del creyente puede elevarse

hacia su posición en Cristo. Antes de mirar estas medidas de lim-

pieza en detalle, es necesario que nos detengamos un momento

para deshacernos de dos ideas falsas que Satanás ha intentado pa-

sar como moneda verdadera. Ha habido, en primer lugar, ciertos

cristianos que han enseñado que la vieja naturaleza está completa-

mente erradicada en algún momento, cuando el alma se regenera,

y que, en adelante, el cristiano se encuentra en un estado de com-

pleta perfección. Han construido su doctrina en algunos pasajes de

la Escritura sin tener en cuenta todo el cuerpo de la enseñanza bí-

blica sobre el tema. Su principal punto de reunión es la traducción

de la Versión Autorizada de 1 Juan 3:9: “Todo aquel que es nacido

de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios

111
permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios”. Sa-

bemos, por supuesto, que la Versión Revisada lo presenta correcta-

mente: “Todo aquel que es nacido de Dios, no hace pecado”. Pero

incluso si tomáramos la traducción de la Versión Autorizada, creo

que el pasaje puede interpretarse correctamente con la debida refe-

rencia a todos los otros pasajes, que tratan sobre el tema. Debemos

ponerlo al lado de la estimación de sí mismo de Pablo: “Y yo sé que

en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el

bien está en mí, pero no el hacerlo” (Romanos 7:18). Lo que la Biblia

está enseñando es que cada creyente tiene dos naturalezas distin-

tas a las que podemos llamar Saulo y Pablo. La enseñanza de la

Palabra, entonces, es que Saulo no puede hacer nada que sea

bueno a la vista de Dios, y Pablo no puede hacer nada que sea malo,

ya que ya no es nada de él sino de Cristo que mora en él. Saulo

112
tiene una naturaleza antigua que no puede hacer justicia según los

términos y la definición de Dios, y una nueva naturaleza que no

puede posiblemente cometer pecado, ya que es la vida misma del

Cristo sin pecado. La dificultad con los maestros que sostienen la

doctrina de la perfección sin pecado, es que han visto sólo un lado

de la verdad de la Biblia. Qué tonto, entonces, enseñar que la vieja

naturaleza ha sido erradicada. Hay un maestro que se jactó de ha-

ber usado una palabra más fuerte. Dijo que siguió a Romanos 6,

donde leemos que el cuerpo del pecado fue “destruido”. Me pregunto

si el hombre alguna vez había leído algo de griego, porque la misma

palabra “destruido” se usa en Hebreos 2:14, donde se dice que

Cristo destruyó al Diablo (pero el Diablo todavía está muy activo, y

así es nuestro viejo “Saulo”!). En Romanos 7, Pablo descubrió que

este cuerpo de muerte estaba lejos de ser destruido; todavía estaba

113
trabajando activamente. Pero, afortunadamente, Dios no nos ha de-

jado ninguna duda en este asunto, porque tenemos una declaración

formal de él que cubre toda esta doctrina: “Si decimos que no tene-

mos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está

en nosotros” (1 Juan 1:8). Hay una tragedia práctica en relación

con el engreimiento de esta escuela de pensamiento. Creer que no

tienen una naturaleza antigua, y creer que lo que hacen no es pe-

cado. Por lo tanto, no le confiesan a Dios el perdón, y permanecen

en un estado de falta de perdón y de autoengaño que no tiene un

concepto apropiado de la santidad de Dios, o de la pecaminosidad

excesiva del pecado. Otra escuela ha visto el error involucrado en

este engaño, pero al tratar de escapar ha caído en uno más grave,

enseñando que la vieja naturaleza del pecado permanece dentro del

creyente, pero que ya no opera debido a la presencia de la nueva

114
vida. Vamos a ver en un momento cómo podemos tener la victoria.

Pero debemos tener cuidado de protegernos contra el error de la

inoperación de la vieja naturaleza, sin importar bajo qué nombre se

pueda enseñar este error, ya que tal enseñanza está muy alejada de

la doctrina bíblica de la santidad continua al mirar a Cristo. Para

cualquier hombre decir al final de cualquier día que no ha habido

nada en su vida que pueda desagradar a Dios, es ignorar el carácter

de la vieja naturaleza del pecado que mora en su interior. Y es ig-

norar el carácter de esa naturaleza frente a la declaración definitiva

de Dios que la describe. Así leemos: “Si decimos que no hemos pe-

cado, lo hacemos a Él mentiroso, y Su Palabra no está en nosotros”

(1 Juan 1:10). Me atrevo a decir que si algún hombre, sea el cre-

yente más santo que haya vivido, al final de una velada en su vida,

y mirando hacia atrás ese día, y dice y concluye que había vivido

115
ese día sin pecado de omisión o comisión, él sería culpable, según

este versículo, de hacer a Dios un mentiroso. Pero entre estos dos

errores yace una de las verdades más gloriosas de toda la Escritura.

Dios, sabiendo que había dentro de nosotros una fuente de maldad

que no podía hacer otra cosa que derramar su malvada corriente,

hizo provisión por adelantado para nuestra limpieza diaria, horaria

y momentánea del pecado, para que la vieja vida pueda mantenerse

bajo control. “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo

para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1

Juan 1:9). Ésa es la verdad que hace que nuestra comunión con

Dios sea una posibilidad continua, y que abre la puerta a un ver-

dadero caminar con Dios. He expuesto la verdad tan claramente

que algunas mentes críticas preguntarán inmediatamente si no he

ido demasiado lejos. Creo que simplemente he seguido el lenguaje

116
de Pablo y el Nuevo Testamento, y que tal crítica surgiría sólo

cuando surgió en contra de Pablo cuando, bajo la inspiración del

Espíritu Santo, presentó estas verdades en forma intachable. Por-

que después de habernos dicho que fuimos justificados en Cristo,

y que nada podría afectar nuestra relación con Dios, que ahora era

un asunto resuelto para siempre, escuchó la voz de aquellos que

temían que les estuviera dando licencia a los hombres para el pe-

cado. Siempre ha habido quienes temen que una declaración com-

pleta del amor y la gracia de Dios conduzca a los hombres a apro-

vecharla y a precipitarse a disfrutar de los placeres del pecado por

un tiempo. Pablo inmediatamente repudió tal enseñanza. “¿Qué,

pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia

abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pe-

cado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Romanos 6:1-2). No había lugar

117
para el antinomianismo en la teología de Pablo. El antinomianismo

se refiere a la práctica (no bíblica) de vivir sin la debida considera-

ción de la rectitud de Dios, emplear la gracia de Dios como si fuera

una licencia para pecar y confiar en la gracia para ser limpio del

pecado sin condiciones. En otras palabras, ya que la gracia es infi-

nita y somos salvos por gracia, entonces para el antinomianismo

podemos pecar cuanto queramos y aún ser salvos. Recuerdo haber

hablado con un hombre que expresó su temor de que la enseñanza

abierta de que Dios había ofrecido el perdón por adelantado por

cualquier pecado que pudiera cometer el creyente, llevaría a los

hombres a aprovechar esa gracia de Dios. Le pregunté si había sa-

bido la verdad por mucho tiempo. Él respondió que le había sido

familiar durante muchos años. “¿Y te ha llevado personalmente a

los excesos del pecado?” Le pregunté sin rodeos: “Para ser sincero”,

118
respondió, “me ha hecho llorar ante Dios que alguna vez he tenido

que aprovechar la provisión que ha hecho”. Si lees las Memorias de

Robert Murray M’Cheyne, encontrarás que él pregunta si es posible

que Dios haya proporcionado un camino desde la morada del cerdo

hasta su presencia, para el perdón repetido. Y concluye que Dios

ha hecho tal provisión en Su Palabra. ¿Y acaso Dios mismo no nos

ha dicho que este conocimiento de la provisión completa para el

perdón diario y la purificación del pecado, nos fue revelado para

evitar que pecáramos? “Hijitos míos”, nos dice, “estas cosas os es-

cribo, para que no pequéis. Y si alguno hubiere pecado” (eso signi-

fica claramente, si alguno ha nacido de nuevo, y pecare) “nosotros,

los creyentes, tenemos un defensor con el Padre, Jesucristo el justo:

y Él es la propiciación por nuestros pecados (los creyentes); y no

sólo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1

119
Juan 2:1-2). Sí, podemos estar seguros de ello, debido a la presen-

cia del Espíritu Santo que vive en nuestros corazones, esta prueba

abundante del amor de Dios nos restringirá hacia Él mismo. Un

incidente ocurrió en el curso de mi trabajo hace varios años que

ilustra bellamente esto. Fui invitado a celebrar una semana de

reuniones en una de nuestras universidades. Todos los días, tanto

por la mañana como por la tarde, asistí a los cientos de miembros

del cuerpo estudiantil, y durante el día se hicieron arreglos para

que cualquiera de los estudiantes acudiera a una de las oficinas

para una entrevista personal, en relación con sus problemas espi-

rituales. Después de una de las reuniones, uno de los profesores

vino a preguntarme si podría tener una entrevista personal, la cual

arreglé. Era bastante joven, pero tenía una historia triste que con-

tar. Durante la guerra había sido enviado a Ultramar a Francia, y

120
había caído con malos compañeros. No hizo profesión de ser cris-

tiano en ese momento, y durante varios meses, mientras estuvo es-

tacionado en París, había vivido en un terrible pecado. Pero ahora,

regresado a su hogar y con otras influencias, había llegado a un

conocimiento de Cristo como su Salvador personal, y estaba bus-

cando vivir una vida cristiana. Me dijo que se había enamorado de

una hermosa niña cristiana en esa ciudad universitaria; tenía ra-

zones para creer que ella lo amaba, pero vaciló en hablarle por el

recuerdo de su pecado anterior y por el temor de que su propensión

al pecado lo llevara a herir el corazón y la vida de esa niña. Él la

amó. ¿Qué debe hacer? Él había declarado su problema: esperó a

que yo le respondiera. Oré por un momento, pidiendo que se me

diera la palabra correcta, y después de asegurarme de que conocía

la realidad del nuevo nacimiento y la presencia de Cristo en él, le

121
dije que hablara francamente con la joven. Le dije: “La has estado

amando durante meses y te has abstenido de hablar con ella sobre

eso. ¿Piensas por un momento que no sabe que te preocupas por

ella y que hay algo que te detiene? Las mujeres tienen un camino

de conocer los pensamientos de aquellos que las aman, mucho an-

tes de que se expresen esos pensamientos. Si van a vivir sus vidas

juntos, no debe haber barreras entre ustedes, y su conocimiento de

su debilidad les ayudará en cada circunstancia del camino”. Y luego

comencé a contarle la historia de otras dos personas que habían

pertenecido a mi ministerio mucho antes. La razón por la que

cuento esta historia en medio de la historia del profesor, es para

sacar a relucir la palabra de comentario que se le dio cuando ter-

miné. “Hace un tiempo”, le dije, “tuve la oportunidad de tratar con

un hombre y su esposa en circunstancias muy particulares. El

122
hombre tenía una devoción casi de perro fiel hacia la mujer, que

era, en mi opinión, mucho más fuerte personaje que él. Había vivido

una vida de pecado, y luego, después de su conversión en condicio-

nes que eran casi equivalentes a las obtenidas en una misión de

rescate, conoció y se casó con esta noble mujer cristiana a la que

confió en unas pocas palabras tristes, la naturaleza, aunque no los

detalles de su pasado mezquino. Me dijo que su esposa había to-

mado su cabeza en sus manos y lo había llevado a su hombro, y lo

había besado, diciendo, “Juan, quiero que lo hagas, entiendo algo

muy claramente. Conozco bien mi Biblia y, por lo tanto, sé la suti-

leza del pecado y los mecanismos de Satanás que trabajan en el

corazón humano. Sé que eres un hombre completamente conver-

tido, Juan, pero sé que todavía tienes una vieja naturaleza, y que

todavía no estás tan completamente instruido en los caminos de

123
Dios, como lo hará pronto en mí. El Diablo hará todo lo posible para

arruinar tu vida cristiana, y se encargará de que se pongan en tu

camino las tentaciones de todo tipo. Podría llegar el día, agradézcale

a Dios que nunca lo hará, pero llegará el día en que sucumbirá a la

tentación y caerá en pecado. Inmediatamente el Diablo te dirá que

no sirve de nada volver a intentar, que podrías continuar en el ca-

mino del pecado, y que sobre todo no debes decirme porque me

harás daño. Pero Juan, quiero que sepas que aquí en mis brazos

está tu casa. Cuando me casé contigo, me casé con tu naturaleza

anterior así como con tu nueva naturaleza. Y quiero que sepas que

hay perdón completo y perdón por adelantado por cualquier mal

que pueda llegar a tu vida”. “Cuando le conté esta historia al profe-

sor universitario, él había inclinado la cabeza y se había cubierto la

cara con las manos. Cuando llegué a este punto de la historia,

124
levantó los ojos hacia mí y dijo con reverencia: ¡Dios mío! si algo

pudiera mantener a un hombre en línea recta, eso sería todo”. Pro-

visión completa de antemano para cualquier mal que pueda entrar

en su vida. Eso es exactamente lo que Dios ha provisto en los arre-

glos que ha hecho para nuestra limpieza del pecado. Debemos dar-

nos cuenta de que nada ha salido de nuestro corazón que haya

asombrado a Dios. Sabía antes de que Él alguna vez comenzara a

salvarnos, exactamente cómo éramos. “Porque él conoce nuestra

condición; Se acuerda de que somos polvo” (Salmo 103:14). Fue

“cuando todavía no teníamos fuerzas”, que “a su debido tiempo

Cristo murió por los impíos” (Romanos 5:6). De hecho, Dios viene a

nosotros recomendándonos Su amor sobre la base del hecho de

que, mientras éramos pecadores, Cristo murió por nosotros (Roma-

nos 5:8: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que

125
siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”). A medida que

conozcas mejor al Señor, llegarás a comprenderte mejor, y admiti-

rás sin cuestionar el horror de las potencialidades del pecado que

están dentro de tu corazón. Aquí radica la explicación del extraño

avance del conocimiento del pecado que se exhibe en los versículos

de los escritos de Pablo. Al principio de su vida cristiana, observó

la compañía de los apóstoles, se comparó con ellos y escribió a los

corintios: “Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no

soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de

Dios” (1 Corintios 15:9). Varios años después, escribe a la Iglesia de

Éfeso, diciendo: “A mí, que soy menos que el más pequeño de todos

los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles

el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo” (Efesios 3:8).

¿Qué progreso es esto? Él se coloca como el número trece en

126
comparación con los apóstoles; luego toma la posición del número

cien mil, digamos, en el número de todos los santos. ¿Qué está pa-

sando? Pablo ahora está en prisión en Roma. El Espíritu le está

revelando que sus días están contados. Pronto sabrá que el mo-

mento de su partida está cerca. Sin embargo, al escribirle al joven

Timoteo, él ya no se compara con los apóstoles o santos, sino que

declara con valentía: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos:

que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los

cuales yo soy el primero” (1 Timoteo 1:15). Aquí tenemos una fase

del progreso del peregrino que a menudo no se realiza: menos que

los apóstoles, menos que el más pequeño de todos los santos, el jefe

de los pecadores. Y cómo llegó Pablo a esta comprensión creciente

de la pecaminosidad del pecado en su propia vida: La respuesta es

que se estaba acercando cada vez más al Señor Jesucristo en su

127
condición de vida y, por lo tanto, se estaba dando cuenta, cada vez

más, de cómo a diferencia del Señor, él era. Supongamos que va a

salir de su hogar una tarde oscura en su camino hacia alguna fun-

ción importante. Caminas por la calle y un motor que pasa te sal-

pica de tierra en las calles lluviosas. Su primer momento de indig-

nación pasada, comienza a evaluar el daño. Tal vez no es tan malo,

te consuelas. Luego te acercas a la gran luz de la calle y eres cons-

ciente de que hay mucho más de lo que pensaste al principio. Por

fin llegas al lugar donde la iluminación es brillante y, al verte a ti

mismo, decides inmediatamente que debes regresar a casa y cam-

biar tu ropa. Los rayos de luz directos han revelado una condición

que era intolerable. De modo que a medida que nos acerquemos al

Señor Jesucristo, sabremos más y más que no tenemos nada propio

en lo que podamos confiar, y tal como lo conocemos, adoptaremos

128
fácilmente su veredicto en cuanto al carácter de nuestra naturaleza

malvada. Entonces, y sólo entonces, estamos cada vez más ansio-

sos de aprovecharnos del camino de limpieza que Él ha provisto.

Nunca habrá una disminución de la confesión a medida que enve-

jecemos en la vida cristiana, habrá, más bien, una revelación cre-

ciente de la realidad del Maligno contra cuyos ejércitos luchamos,

y una completa y continua revelación del mal a la vista de Dios, y a

la luz del conflicto que libramos en los lugares celestiales, y para el

cual necesitamos toda la armadura de Dios. Habrá, gracias a Dios,

cada vez menos de lo que el mundo podría llamar pecado, pero al-

gunas de las cosas que hicimos a la ligera como jóvenes cristianos,

ahora serán dejadas de lado a medida que aumentamos en santi-

dad, y nos entristeceremos cuando vengan a molestar a nuestros

corazones en las etapas avanzadas de nuestro caminar cristiano.

129
Se puede ver fácilmente, a la luz de todo esto, que un incrédulo

podría pasar por alto ciertas manifestaciones de la vieja naturaleza

sin siquiera hacer una pausa para cuestionar el bien o el mal del

acto involucrado. El creyente, sin embargo, con la presencia sensi-

ble del Espíritu Santo en su corazón, será consciente de la pecami-

nosidad del pecado y deseará despejar esas nubes nacidas de la

tierra que esconden a nuestro Señor, aunque sea momentánea-

mente, de los ojos de nuestra fe. Es la presencia del Espíritu Santo

que seguirá revelando la presencia del pecado. Una vez que haya-

mos llegado a un momento de plena entrega a su voluntad, el Señor

nos dará sensibilidad del alma si hay algo menos que la alegría

plena que alguna vez hemos conocido. “Devuélveme el gozo de tu

salvación” será nuestro grito si una vez esa realidad hubiera sido

probada y luego perdida. ¿Y cómo el creyente vendrá a la presencia

130
de Dios en la confesión de pecado, para que esa comunión y dicha

se restauren? Debe darse cuenta de que Satanás elevará sus reser-

vas más pesadas para resistir al hijo de Dios en este momento. Si

el enemigo de nuestras almas puede mantenernos con pecados no

confesados y no abandonados en nuestras vidas, ha logrado anular

nuestra vida cristiana y hacer que nuestro testimonio cristiano sea

ineficaz. Si alguna vez luchamos contra los principados y contra los

poderes, si alguna vez tenemos que ver con los gobernantes de las

tinieblas de este mundo, si alguna vez nos enfrentamos a las hues-

tes espirituales de iniquidad en los lugares celestiales, es en el mo-

mento en que intentamos buscar al Señor por perdón y limpieza.

Alguien ha dicho que Satanás tiembla cuando ve al santo más débil

de rodillas. Eso puede ser así, pero temblando o no, saca sus re-

fuerzos. Se puede responder que la Biblia dice: “Resiste al diablo y

131
huirá de ti”. Sé que en la práctica se descubrirá fácilmente que hay

sólo medio versículo y media verdad en esa cita. En la práctica, en-

contrarás que si te resistes al Diablo, él avanzará hacia ti, a menos

que primero estés cumpliendo la otra mitad de ese versículo: “So-

meteos, pues, a Dios”. Entonces puedes “resistir al diablo y huirá

de ti” (Santiago 4:7). Esta sumisión a Dios reconoce a su señorío de

nuevo en su vida. Incluye una confesión de tu pecado, no ocultarlo,

ya que a la naturaleza carnal le gusta no confesar los pecados.

Abraham mintió acerca de Sarah, y luego trató de pasarla diciendo

que después de todo había un grano de verdad en lo que él había

dicho, ya que Sarah era en verdad su media hermana. No debe ha-

ber nada de esto en nuestro trato con Dios. David había pecado

contra Betsabé y contra Urías, su marido, cuya vida había tomado;

él había pecado contra las familias de todos los hombres que fueron

132
asesinados en la batalla porque la derrota había seguido a su pe-

cado; había pecado contra la nación que gobernaba quedándose en

casa en la azotea de la tentación, en los días en que los reyes debían

ir a la batalla. Sin embargo, cuando vio al Señor, ninguna de estas

fases de su pecado pareció entrar en la cuenta. “Contra ti, contra ti

solo he pecado, Y he hecho lo malo delante de tus ojos; Para que

seas reconocido justo en tu palabra, Y tenido por puro en tu juicio”

(Salmo 51:4). Antes de que podamos llegar al punto de confesar

nuestro pecado, tendrá que librarse toda la lucha contra Satanás.

Estamos hablando de santidad práctica, por lo que voy a darte lo

que podría llamarse la fórmula que se ha desarrollado a través de

los años de prueba y error en el método de acercamiento a Dios en

mi propia vida, ya que he aprendido más sobre la Palabra. Como

debemos venir todos los días de nuestras vidas para enfrentar esta

133
batalla con el enemigo y obtener acceso al Padre, es bueno que nos

hagamos algunos movimientos y consideremos que hemos luchado.

Entonces, de hecho, estaríamos luchando como uno que respira la

batalla en el aire. Aunque las palabras pueden variar, y aunque la

forma a veces puede ser con gemidos que no son palabras, el Espí-

ritu Santo ve y conoce el corazón, y puede guiarnos a la verdad de

Dios y llevarnos al lugar de la purificación. Al recordar los grandes

conflictos de mi vida, recuerdo que el acercamiento a Dios fue algo

en los siguientes términos, aunque parecen sin vida en compara-

ción con la realidad de la batalla, al igual que la descripción de un

soldado en su avance desde las trincheras, que nunca puede volver

a capturar la atmósfera de “tierra de nadie”. Oro “por el Señor Je-

sucristo, vengo a Ti, mi Padre y mi Dios, y en el Espíritu Santo.

Rechazo los poderes de la oscuridad que se opondrían a mi camino.

134
Tú sabes, Señor Jesús, todos los ataques del acusador de los her-

manos, porque tú los venciste a todos, y es a través de tu victoria

que estamos capacitados para venir. Tú derramaste tu sangre para

redimirme, y allí en la cruz destruiste principados y potencias, les

hiciste una demostración abierta y completa, triunfando sobre ellos

en la cruz (Colosenses 2:15). Y es solo sobre la base y la base de esa

sangre redentora y triunfante victoria que me atrevo a acercarme a

ti, oh Padre, porque ves que no soy más que un pecador en mí

mismo. Mírame ahora en Cristo. Es a través de su fe que tengo ac-

ceso a esta gracia que me permite estar delante de ti”. Queridos

amigos, es difícil registrar los gritos apasionados, que son como la-

tidos del propio corazón. A veces el alma es tan consciente de la

guerra que está pasando en los lugares celestiales entre las fuerzas

de Satanás y las fuerzas de Dios, uno no puede hacer más que

135
echarse un momento, como un soldado que se lanza hacia el

enemigo, y que se agazapa detrás de un refugio, hasta que pueda

recuper el aliento y el coraje para seguir adelante, ya que, al acer-

carnos a Dios en cualquier realidad de poder, el enemigo peleará

contra nosotros con más fuerza. Pero el Cristo crucificado es nues-

tra esperanza, y pronto descubriremos que nos mantenemos fuer-

tes en Él en la misma presencia del Padre. ¡Qué santidad está aquí!

¿Cómo voy a hablar con Él? ¡Luz eterna! ¡Luz eterna! ¡Cuán pura

debe ser el alma cuando, puesta dentro de Tu mirada de búsqueda,

no se encoge, pero con deleite tranquilo puede vivir y mirarte! Los

espíritus que rodean a Tu trono pueden llevar la dicha ardiente;

pero seguramente es sólo para ellos, ya que nunca, nunca han co-

nocido un mundo caído como éste. ¿Cómo podré yo, cuya esfera

natal es oscura, cuya mente es débil, antes de que aparezca el

136
Inefable, y sobre mi espíritu desnudo soportar ese rayo increado?

Hay una manera en que el hombre puede elevarse a esa morada

sublime: Una ofrenda y un sacrificio, las tiernas energías de un Es-

píritu Santo, un Abogado con Dios. Estos, estos nos preparan para

la vista de la santidad de arriba; los hijos de la ignorancia y la no-

che, pueden habitar en la luz eterna, a través del amor eterno. El

acusador de los hermanos presentaría su acusación contra noso-

tros, por las mismas cosas que venimos a confesar. Pero el juez sabe

cómo tratar a este acusador inhabilitado. “¿Quién pondrá algo a

cargo de los elegidos de Dios? Dios nos ha justificado”; no puede

haber cargos contra el santo de Dios. “¿Quién es el que condenará?

Cristo no sólo murió, sino que resucitó”. Entonces el Padre revela

Su corazón de amor. Intento decirle lo que siento, pero hay cosas

que no me deja decir. Recuerde cómo el hijo pródigo ensayó su

137
discurso en el camino a casa. Él dijo: “Me levantaré e iré a mi padre,

y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno

de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros” (Lucas

15:18-19). Dilo una y otra vez a ti mismo. Dígalo en el tono de voz

de un niño que está memorizando sus lecciones para la escuela.

¿Lo hice bien? ¿Debo decirlo de esa manera? Entonces el hijo llega

a casa. ¿Quién adjuntó este falso nombre de hijo pródigo a esta

parábola? Esta es la parábola del padre perdonador. El padre lo ve

de lejos. Él corre a su encuentro. El hijo comienza su discurso bien

ensayado. “Padre, pequé contra el cielo y ante tus ojos, y ya no soy

digno de ser llamado tu hijo”. Pero el padre detiene su boca con un

beso, y el hijo nunca termina la frase. El padre no dejaría que ese

corazón dijera: “Hazme como uno de tus jornaleros”. Es como si

dijéramos a nuestro Padre Celestial: “Padre, no soy digno de ser un

138
santo, ¡sólo redúceme a un ángel!” Si el Señor alguna vez degradara

a uno de sus hijos redimidos a causa de la manifestación de los

pecados de su vieja naturaleza, estaría quitándole el valor del Señor

Jesucristo. ¡No! La visión de Zacarías, del sumo sacerdote Josué de

su tiempo cuenta la historia. El sacerdote estaba de pie delante de

Dios con ropas sucias, y Satanás estaba allí para resistirlo. “Me

mostró al sumo sacerdote Josué, el cual estaba delante del ángel de

Jehová, y Satanás estaba a su mano derecha para acusarle. Y dijo

Jehová a Satanás: Jehová te reprenda, oh Satanás; Jehová que ha

escogido a Jerusalén te reprenda. ¿No es éste un tizón arrebatado

del incendio? Y Josué estaba vestido de vestiduras viles, y estaba

delante del ángel. Y habló el ángel, y mandó a los que estaban de-

lante de él, diciendo: Quitadle esas vestiduras viles. Y a él le dijo:

Mira que he quitado de ti tu pecado, y te he hecho vestir de ropas

139
de gala” (Zacarías 3:1-4). Entonces lo vistieron de ropas limpias; la

mitra limpia fue traída y colocada sobre su cabeza, y él se paró una

vez más en la comunión y la alegría del Señor. ¡Y nosotros también!

Vayamos a la presencia de Dios de la manera que Él ha determi-

nado, y tendremos el conocimiento de nuestros pecados perdona-

dos, del compañerismo restaurado y del poder provisto. Nuestros

corazones, si a Dios buscamos para conocerlos, lo conoceremos y

nos regocijaremos; Su llegada como la mañana será, como la ma-

ñana cantará su voz.

140
CAPÍTULO 4

CAMINO: MANTENIMIENTO PRÁCTICO DE LA SANTIDAD EXPE-

RIMENTAL

“Pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán

alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no

se fatigarán” (Isaías 40:31). Las verdades que hemos considerado

en nuestros capítulos anteriores se pueden comparar con el volar y

con el correr. Nuestros dones de Cristo, nuestra alta posición en Él,

la gloriosa provisión para nuestra constante limpieza del pecado; la

absoluta seguridad de que estamos en la suya, y sólo por Él y para

siempre; estas son verdades que nos llevan a los lugares celestiales

y nos mantienen allí. Todo eso, sin embargo, no será más que un

conocimiento básico si no llegamos al último paso en nuestros es-

tudios prácticos y vemos cómo podemos vivir momento a momento

141
bajo el poder del Espíritu Santo, de modo que haya estallidos menos

frecuentes de la vieja naturaleza para llevarla al Señor en confesión.

Consideramos, entonces, nuestro caminar diario en Cristo, como el

mantenimiento práctico de la santidad experimental. Propongo

para nuestro estudio que consideremos un día de la vida, con todo

lo que un día aporta a su vida y a la mía. De esta manera podremos

llevar nuestros estudios fuera del dominio de lo teórico y lo teológico

al dominio de lo intensamente práctico y experimental, aunque es-

taremos en la Biblia en todo momento. Nuestro día calendario co-

mienza a la medianoche, el día judío comenzaba al atardecer. Por

lo tanto, se me permite comenzar el recital de nuestro día experi-

mental en alguna parte entre los dos y, por una razón que pronto

se manifestará, elijo el momento en que nos vamos a dormir por la

noche. Alguien puede preguntarse por qué debería comenzar el

142
relato de mi día en ese punto, y la respuesta surge de una verdad

psicológica que muchos de nosotros conocemos por experiencia.

Frecuentemente noté que me despertaba por la mañana pensando

en los mismos pensamientos que había tenido en mente cuando

cerré los ojos mientras dormía la noche anterior. Muchas personas

saben por triste experiencia, que la mente con frecuencia deriva a

los pensamientos que son completamente propios, y sus intereses

y deseos, en esos momentos medio dormidos y medio despiertos

que terminan nuestros días y comienzan nuestras noches. Descu-

brí, por lo tanto, que era de gran importancia capturar este medio

mundo de la mente humana para nuestro Señor Jesucristo. Una

mañana cuando desperté tratando de resolver un problema de aje-

drez que había llenado mi mente, al poner mi cabeza sobre mi al-

mohada, tomé conciencia de esta ley y determiné que, de ahora en

143
adelante, me iría a dormir pensando en Cristo. A medida que pasa-

ron los meses, descubrí que había mucho más que un hábito invo-

lucrado en esto. Aquí había una prueba de la presencia del Señor

Jesucristo en mi corazón y en mi mente, controlando incluso el ele-

mento subconsciente de mi vida. Luego aprendí que no me debo

simplemente dormir pensando en Cristo, sino que debo irme a dor-

mir en comunión con él. Comencé a memorizar versículos de las

Escrituras por la noche y a recitarlos mientras me dormía. Al prin-

cipio estas verdades eran meramente objetivas: “Su nombre se lla-

mará maravilloso”, podría ser mi versiculo en cierta noche. Al prin-

cipio meditaría sobre esto, en términos algo así como aquellos en

los que podría exponerlos a una audiencia. Su nombre está lleno de

maravillas. Su nombre es el nombre de Jesús, el del Salvador. Él

salvará a su pueblo de sus pecados. Luego vino un cambio que vino

144
en mi procedimiento. Esas mismas oraciones fueron alteradas a la

persona, número y tiempo de compañerismo. Tu nombre está lleno

de maravillas. Tu nombre es Jesús. Tú eres mi Salvador. Tú conti-

nuamente me vas a salvar de mis pecados. Pronto se volvió más real

que el interior de mis párpados. No pude verlos, aunque estaban

cerca de mis ojos; en él aprendí a saber en todo, menos en el tacto.

Y cerrar los ojos con Cristo quita todo temor en las noches de in-

somnio. Deje que otros cuenten ovejas saltando sobre una pared;

hablaré directamente con el Pastor. “Por demás es que os levantéis

de madrugada, y vayáis tarde a reposar, Y que comáis pan de dolo-

res; Pues que a su amado dará Dios el sueño” (Salmo 127:2). “Me

acosté y dormí”, dice David, “y desperté, porque el Señor me sos-

tuvo” (Salmo 3:5). Cuando duerma, su bálsamo tendrá alivio. Mi

espíritu silencioso suspira, ¡Que Jesucristo sea alabado! La noche

145
se vuelve como el día, cuando desde el corazón decimos: ¡Alabo a

Jesucristo! Luego, cuando despierto a un nuevo día, me levanto

para escuchar lo que Él me habla, y yo a él. David sabía esto cuando

dijo: “Si los enumero, se multiplican más que la arena; Despierto, y

aún estoy contigo” (Salmo 139:18). Aun así, todavía en Ti, cuando

la mañana púrpura se quiebra, cuando el pájaro se despierta, y las

sombras huyen; más bella que la mañana, más hermosa que la luz

del día, amanece la dulce conciencia, y estoy contigo. Sólo en Ti, en

medio de las sombras místicas, el solemne silencio de la naturaleza

recién nacido; sólo contigo en una adoración sin aliento, en el rocío

calmo y la frescura de la mañana. Aun así, todavía en Ti, en cuanto

a cada mañana recién nacida, aún se da un esplendor fresco y so-

lemne, así esta bendita conciencia, al despertar, respira cada día la

cercanía a Ti y al Cielo. ¡Oh, qué importantes son esos primeros

146
momentos del despertar! Vivirlos con Cristo nos salvará, tal vez,

horas de nuestro día. No tendremos que regresar más tarde para

confesar que hemos vivido en la carne en lugar de la vida de fe en

Cristo. Y el versículo que estábamos aprendiendo mientras nos dor-

míamos, regresa de nuevo a nuestros corazones y mentes, y nuestra

comunión se alimenta con la maravilla de Su Nombre y todo lo que

transmite. Y luego el corazón naturalmente se convierte en ala-

banza. Porque Cristo, reconocido, exaltado y entronizado en la vida,

vivirá la misma vida de alabanza e intercesión dentro de nosotros,

que Él está viviendo en el Cielo. ¿Has visto esa hermosa imagen en

la epístola a los Hebreos, de Cristo dirigiendo la alabanza, la música

si quieres, que se levanta de los corazones de los redimidos? Porque

Él nos ha apartado para Sí mismo, dice que no se avergüenza de

llamarnos hermanos, diciendo: “Anunciaré a mis hermanos tu

147
nombre, En medio de la congregación te alabaré” (Hebreos 2:12). Mi

corazón ama esa imagen del Cristo que canta, y encuentro que,

como la primavera evoca la canción de los pájaros, así la vida de

Cristo, exaltada y poseída, exalta la alabanza de mi ser redimido. El

ministro Robert Murray M’Cheyne ha dado un maravilloso pasaje

en sus memorias, en el que cuenta cómo aprendió a desterrar la

tentación con los elogios. Cuando Satanás se mueve con sus fuer-

zas, el Señor en su interior levanta el grito de alabanza triunfal a

Dios, y las huestes del enemigo deben huir. M’Cheyne descubrió

que el Diablo no podía resistir un salmo de alabanza. Hay, por su-

puesto, una profunda verdad espiritual detrás de esto, porque el

creyente no puede estar viviendo en alabanza a menos que sea en-

tregado al Señorío de Cristo. Un verdadero salmo no puede surgir

de los labios que no se han limpiado por completo. Así que cuando

148
la mañana dora los cielos, Mi corazón, al despertar, llora, ¡Que Je-

sucristo sea alabado! Entonces, debe haber una oración rápida y

cortante para que el Señor se apodere de mi ser, mi mente y mi

lengua, mientras saludo a mis seres queridos. Esto es por su bien,

no por el mío, ya que son bastante fáciles de llevarse bien. ¡Cuántos

de nosotros debemos darnos cuenta de que aquellos que viven en

la casa con nosotros, tienen una bendición especial de Dios para

llevarse bien con nosotros! Hay algunas queridas mujeres y niños

que preferirían ir a un foso de osos, antes que tener que conocer a

algunos de ustedes, antes de tomar su taza de té o café por la ma-

ñana. ¿Su familia suspira con alivio cuando se va a una convención

religiosa o a una conferencia bíblica, sabiendo que tendrán una se-

mana de paz en la casa sin usted? El Señor nunca quiso decir que

cualquier cristiano debería tener que gruñir una disculpa posterior

149
a su esposo o esposa, diciendo: “Tal vez rugí un poco, pero no estaba

completamente despierto, y sabes que no soy responsable hasta

media hora después de que estoy fuera de la cama”. El Señor aca-

bará con todo eso por ti, y cada lado de la cama será el lado derecho

de la cama para que puedas salir, cuando hayas entregado tu mente

y tu lengua a Él, para esos primeros momentos de contacto que

tendrás con los demás. Ahora, he aprendido experimentalmente,

que lo mejor para mí es tener mi día marcado en secciones, y acer-

carme a Dios para una renovación constante de la vida a medida

que avanzo. David dice: “Siete veces al día te alabo A causa de tus

justos juicios” (Salmo 119:164). Puede que sea necesario marcar su

día en secciones más largas o más cortas, pero debe haber una

constante comunión, acercándose a Él en medio de las actividades

de la vida. Cuando estaba en el sur de la India, visité a la señorita

150
Amy Carmichael en Dohnavur. Una de las costumbres de la que

quizás sea la estación misionera más hermosa del mundo entero,

es detenerse a la hora de mayor impacto. En la torre de oración que

se eleva, cubierta de flores, encima de la capilla, hay campanillas

que se pueden escuchar a través del recinto. Toda la actividad ex-

terna de la misión cesa, cuando las campanas comienzan la hora.

Las chicas mayores, con sus hermosos saris, caminando por los

senderos floridos, se detendrán y se inclinarán en meditación. Los

niños en los campos de juego, dejarán sus juegos por un breve mo-

mento. Los hermanos mayores bajarán de sus bicicletas mientras

realizan un recado, y se quedarán un momento en silencio mientras

suenan las campanadas. Es todo como una imagen en movimiento

que gira, por un momento, en una diapositiva de estereopticón, y

luego reanuda su movimiento. Infeliz la vida cristiana que no tiene

151
sus campanadas en algún lugar durante el día, para detener las

actividades terrenales mientras escuchamos el repique celestial,

pensando en el Salvador un momento, hablando directamente con

Él, escuchando su voz en algún versículo que Él recordará a la

mente y luego se adentrará en el trabajo y la actividad del momento.

Dios me ha enseñado a mirar hacia delante como alguien que ca-

mina por un camino, pidiéndole a Dios que lo guarde y lo sostenga

hasta el próximo árbol, el próximo hito, el siguiente recodo en el

camino, momento en el que tomo el aliento que proviene de otra

atmósfera que ésta y salgo hacia el próximo punto. En casa, miro

hacia adelante, en la mañana, a la mesa del desayuno. Allí nos

reunimos primero alrededor de la Palabra de Dios, con nuestros

hijos y los sirvientes, por unos momentos con el Libro. Nos gusta

que nuestra familia adore antes de comer. Recuerdo que Leland

152
Wang, de Hong Kong, le da a su pueblo el eslogan “¡Sin Biblia, sin

desayuno!” Si debe irse sin uno de ellos, omita las papillas, pero no

permita que su alma muera de hambre durante la mañana. Su

cuerpo puede vivir de la fuerza almacenada, pero el maná de ayer

se estropea si tratamos de usarlo de nuevo hoy. Hay muchos cris-

tianos que podrían encontrar el secreto completo de una vida de

derrota, en una Biblia descuidada. Y luego, en algún momento al

final de la oración, quizás incluso en silencio, después de que las

palabras audibles hayan terminado, espero con ansias la siguiente

curva del camino y dedico la conversación de la mesa al Señor y

todo lo que debe pasar hasta que los niños salgan de la puerta a la

escuela. Tanto se puede enseñar a los niños por la conversación

incidental e indirecta del padre y la madre, mientras prestan aten-

ción a su comida. Podemos detectar incidentes de la prensa diaria

153
o la vida de la parroquia, y señalar el fracaso o el éxito de alguien y

ver la base para ello. Decir que John Smith se metió en problemas

porque hizo cierta cosa puede dejar una impresión más duradera

que decir: “Ahora, Donald, no vuelvas a hacer tal cosa”. La discu-

sión de algunos versículos de las Escrituras puede revelar una ver-

dad que el padre y la madre sabrán que necesita, una fuerte apli-

cación en la vida de uno de los niños, y son más rápidos en captar

el punto de aplicación que muchas personas mayores. Luego se ter-

mina el desayuno y están a punto de ir a la escuela. A menudo me

pregunto cuándo canto “como un río glorioso”, si la señorita Haver-

gal, que escribió las palabras, alguna vez escuchó a cuatro niños,

llenos de salud y vigor, mientras se levantaban de la mesa y se pre-

paraban para ir a la escuela. Ella dice: No con una oleada de preo-

cupación, ni un poco de cuidado, ni una ráfaga de prisa, toca el

154
espíritu allí. Me temo que hay momentos en los que tenemos “una

ráfaga de prisa” en nuestra casa. Nos manejamos bien con la preo-

cupación y el cuidado, ya que hace tiempo que aprendimos que si

nos preocupamos no confiamos, y que, si confiamos, no nos esta-

mos preocupando. No puede tomar una taza de agua y una taza de

leche en la misma taza al mismo tiempo. Tampoco puedes tener un

corazón que descansa en Cristo que está lleno de cuidado. Esto cu-

bre todos los eventos en la vida del hogar: enfermedad, problemas,

muerte, dinero, disciplina o lo que sea que pueda ser la emergencia

que pueda surgir. Él es fiel a su promesa y proporciona la fortaleza,

satisface la necesidad, conforta el corazón y nos mantiene mirando

hacia él. Esto se aplica a su vida hogareña y a sus circunstancias,

ya sea que usted sea responsable del hogar o de que vaya a la es-

cuela o al trabajo. El Señor es fiel y capaz, y Él nos guardará

155
continuamente. Éste es el camino de la vida que se vive por la fe del

Hijo de Dios. Y ahora que los niños están fuera de la escuela, me

siento en mi escritorio para echar un rápido vistazo al periódico.

Justo aquí debo comprometerme con el Señor. Debo conocer al Se-

ñor en mi corazón mientras leo el periódico de estos días. Mira esos

titulares negros. ¿Qué ciudad está siendo bombardeada hoy? ¿Qué

dictador está destruyendo más libertades de los queridos hijos de

Dios? ¿Qué nueva persecución está estallando contra los judíos?

¿Qué predicador está haciendo una declaración escandalosa en la

negación de la fe? Y en comunión con mi Señor, lo escucho decir

mientras leo el periódico: “Mira que no te angusties; porque es ne-

cesario que todo esto acontezca” (Mateo 24:6: “Y oiréis de guerras y

rumores de guerras; mirad que no os turbéis, porque es necesario

que todo esto acontezca; pero aún no es el fin”). ¿Esto parece

156
imposible? Es el Señor quien lo ha hablado. Pero, ¿te das cuenta de

que tenemos que tomar medidas de prevención de ataques aéreos?

No olvides que la primera mitad de ese versículo es: “Oiréis de gue-

rras y rumores de guerras”. Es de esto que Él dice: “Mira que no te

turbes”. Y últimamente, mientras leo mi periódico, encuentro que

el Señor que habita en mi corazón me guía en la misma obra que Él

hace en el Cielo; porque allí está intercediendo por su pueblo. Sería

extraño que hiciera lo contrario cuando se le dé el control total de

una vida aquí abajo en la Tierra. “En toda angustia de ellos él fue

angustiado, y el ángel de su faz los salvó; en su amor y en su cle-

mencia los redimió, y los trajo, y los levantó todos los días de la

antigüedad” (Isaías 63:9), y esa aflicción debe estar en nuestros co-

razones cuando vemos este mundo pobre y enfermo de hoy. Nunca

veo las noticias de China que mi corazón y mi mente no recorran

157
esa tierra en oración. ¿Leo de Peiping? Mi corazón dice: Señor, ben-

dice a Wang Ming Tao mientras predica y manténlo a salvo del

enemigo. ¿Es Changsha? Hay Marcus Cheng y Cheng Chi Kuei. ¿O

Nanking? ¿Qué le ha sucedido a Jonathan y Lena Cheng, y Calvin

Chao? ¿O Shanghai? Señor, ¿qué pasa con John Soong y Watch-

man Nee? ¿O Hong Kong? Señor, bendice a Lelang Wang mientras

predica. Y así sucesivamente, en China y en todo el mundo. Puede

que no conozcas a todas estas personas en particular, pero deberías

tener una lista de aquellos por quienes oras. En un cajón de mi

escritorio hay tres libros, llenos con los nombres de misioneros y

líderes cristianos nacionales de todo el mundo. Me encanta revisar

el mapa con estos libros y estos nombres, presentándolos ante el

Señor. Justo aquí, alguien dirá: “¡Oh, pero usted es un ministro y

tiene tiempo para hacer esto! Tenemos nuestro trabajo doméstico o

158
nuestra oficina funcionando, y no podemos pasar el tiempo así en

la oración, ni detenernos para leer la Biblia”. No estoy seguro de

que te crea. Concedido que tengo más tiempo para esto que muchos

de ustedes, estoy convencido de que la mayoría de la gente pasa

mucho más tiempo en cosas innecesarias que en las necesarias, y

que descuidan las cosas importantes. Duermes ocho horas, traba-

jas ocho horas, y en las horas restantes hay muchos momentos que

podrías dedicar al momento de la intercesión y al gozo de alimen-

tarte de la Palabra de Dios, si sólo entregaras tu voluntad al Señor

por este propósito. Es mucho más necesario de lo que crees. Quiero

detenerme aquí para ilustrar esto con una historia. Mis cuatro hijos

son muy aficionados a las historias y acertijos, y con frecuencia me

piden que traiga otros frescos para su entretenimiento. Un día les

dije esto. “Un bebé nació en Nueva York hace unos meses, y pesaba

159
alrededor de 50 libras al nacer. Le daban diez galones de leche por

día, y en pocos meses pesaba alrededor de 100 libras”. Hubo un

momento de silencio, y luego el señor de nueve años de edad, res-

pondió: “¿Por qué, papá, eso no puede ser así? Pesamos menos de

diez libras cuando nacimos, y aquí Donny tiene más de once años

y él no pesa 100 libras”. Después de la discusión y la demostración

de mucha incredulidad, finalmente pidieron la explicación, así que

le contesté que el bebé nació en el zoológico, ¡y que era un bebé

elefante! Entonces les dije: “Supongan que el guardián en el zooló-

gico estaba haciendo una ronda con la comida una mañana, y en-

contraron los diez galones de leche pesada para llevar. Supongamos

que él dijo, Daré estos diez galones de leche a estos pajaritos en este

nido en la casa del pájaro y llevan estos gusanos hasta el elefante”.

¿Qué pasaría? ¿Por qué, por supuesto, los pájaros se ahogarían y

160
el elefante moriría de hambre? Entendemos que cada miembro del

reino animal debe tener su propia nutrición en particular, sin la

cual no puede vivir. Entonces podemos dibujar esta analogía. Tene-

mos una nueva naturaleza que es la vida de Cristo, y tenemos una

naturaleza vieja que es la vida de pecado dentro de nosotros. Saulo

y Pablo habitan juntos en el mismo cuerpo del cristiano. Saulo tiene

un apetito voraz, y toda la organización de la civilización de este

mundo está ligada a la alimentación de esta vieja naturaleza. Mu-

chos de los libros, las revistas, las trivialidades de la conversación,

las fotos en las vallas publicitarias, el cine, creo que puede ser más

tolerable para Sodoma y Gomorra que para el Hollywood actual, en

resumen, toda la vida alrededor de nosotros es comida para la vieja

naturaleza. En este alimento, la vieja naturaleza se vuelve gorda y

floreciente, y la única cura es llevarla a ser crucificada. Sólo hay un

161
alimento para la nueva naturaleza. “No solo de pan vivirá el hombre,

sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4). Oh

cristianos, ¿por qué harán morir de hambre a sus espíritus, hasta

que no tengan fuerzas para resistir al enemigo cuando venga en

contra de ustedes? Él, el Diablo, nunca huirá, excepto ante la Pala-

bra de Dios, y la Palabra de Dios que ha sido recientemente apro-

piada y asimilada y brillada en el poder de la presencia viva del

Señor de la cruz del Calvario. Aquí está el lugar de la victoria. “Ellos

le han vencido por la sangre del Cordero, y por la palabra de su

testimonio” (Apocalipsis 12:11). Y en el transcurso de mi día debe

haber muchas apropiaciones nuevas de la Palabra de Dios para en-

frentar los ataques sutiles y variados del enemigo. Y ahora llegamos

al negocio del día. Una de las secretarias viene con el correo y los

negocios. Aquí hay otro de mis hitos. Una oración rápida debe ser

162
enviada al Cielo. Señor, toda alabanza sea Tuya por la vida de la

última hora, y voy a la siguiente hora confiando totalmente en Ti.

Dejo que cada letra y cada elemento de mi negocio sea considerado

y actuado a la luz de Tu santa presencia y de acuerdo con Tu vo-

luntad. Aquí, una vez más, tengo una analogía con su negocio, ya

sea la dirección de una oficina, la realización de algún empleo, el

estudio, el orden del hogar o cualquiera que sea su ocupación en

particular. Publicamos una revista mensual, tenemos una gran co-

rrespondencia por radio, existen problemas que surgen en relación

con algunas de las familias de una parroquia de la ciudad. Hay más

de mil quinientos dólares por mes para pagar por concepto de las

facturas de la radio. ¡Hay manuscritos para considerar, y mucha

poesía religiosa para rechazar! Sin embargo, cada detalle tiene que

hacerse con la fuerza del Señor, en un momento mirando hacia él.

163
Cristo ha prometido el poder para cada necesidad. Recientemente

encontré un párrafo sobre las variedades de poder que el Espíritu

Santo proporciona a los hombres en la Biblia. ¡Qué rango de servi-

cios para propósitos especiales! Por ejemplo, el Antiguo Testamento

nos habla de José, el pastorcillo, que se hizo adecuado para gober-

nar el reino más poderoso del mundo antiguo y salvar innumerables

vidas en un tiempo de hambre sin precedentes. Bezaleel tiene la

capacidad de “artesanía” para crear el plan divino para el Taber-

náculo en el Desierto. Sansón está dotado de la fuerza física sufi-

ciente para matar a mil filisteos con la mandíbula de un asno. Al

dulce salmista de Israel se le enseñan las alabanzas, tan ricas en

una profunda experiencia espiritual, que han sido herencia del pue-

blo de Dios a través de las edades. Los profetas tienen la osadía de

presentarse ante el pueblo reincidente de Israel y reprender en

164
términos más simples su idolatría y pecado. Al remanente, al regre-

sar a su tierra bajo Zorobabel y Josué, el sumo sacerdote, se le da

ese propósito de corazón que, en medio de la amarga oposición, ve

al nuevo Templo lenta pero seguramente, erigido sobre las ruinas

del antiguo Israel. Creo que está bastante de acuerdo con la ense-

ñanza de la Biblia, al decirles a las mujeres que Dios el Señor puede

proporcionarles el Espíritu Santo del orden familiar, ya sea que su

lugar esté en la cocina o en el salón. El Espíritu Santo proporciona

la habilidad ejecutiva que los hombres necesitan. El Espíritu Santo

proporciona la fidelidad para las tareas más humildes, así como

para las más importantes a aquellos que están empleados. El Espí-

ritu Santo da la habilidad a los médicos y enfermeras. Conozco a

jóvenes cristianos que le han pedido al Señor que les de habilidad

en sus dones para la música y la pintura, y cuyas oraciones han

165
sido respondidas. El Espíritu de Dios proporciona para satisfacer

muchas clases de necesidades en nuestras vidas. En el transcurso

de los años hemos tenido decenas de miles de cartas en relación

con nuestro trabajo en la radio. Muy pocas son cortas, y el Señor

les da a mis secretarios la paciencia para leerlas, y la sabiduría para

evitarlas. He venido al lugar donde nunca tomo una de las cartas

que se me presentan sin una oración rápida a Dios, para recibir la

capacidad de satisfacer la necesidad que allí se expresa. Me he dado

cuenta de que estas cartas son casi partes del propio espíritu hu-

mano. Sé de cartas que se han realizado con todo el corazón, porque

había demasiadas marcas de lágrimas en la escritura. Conozco una

carta que fue escrita y colocada en un cajón durante varios meses,

antes de que se tuviera el coraje para publicarla. Necesitamos que

el Señor responda esas preguntas tiernas que provienen de las

166
mismas profundidades de las almas desgarradas. Entonces, de re-

pente, con el tintineo de una campana de teléfono, llega un ataque

agudo del enemigo. Nunca conocemos la avenida que elegirá. Nunca

sabremos sobre qué puede contener su enfoque, qué llamada tele-

fónica puede ocultar sus dardos. Aquí hay un amigo en el teléfono.

¿Ha visto tal o cual periódico esta semana? ¡No, no tengo! ¿Sé que

he sido atacado duramente por algún fundamentalista y que el ar-

tículo principal del mismo artículo le dice a la gente que estoy atra-

pado en la apostasía y la enseñanza falsa porque no abandono la

denominación en la que me encuentro? ¿He oído que se me ha in-

sinuado que estoy quedándome debido a mi salario y mi falta de

voluntad para abandonar los edificios y las pensiones para salir con

el pequeño rebaño, que ahora dicen que su trabajo es la verdadera

causa de Dios? Había olvidado orar sobre esta conversación

167
telefónica cuando sonó la campana. No le había pedido al Señor que

me diera el Espíritu Santo para contestar el teléfono, cuando se

trata groseramente contra mi trabajo. Y entonces respondo: “¡Estos

hombres son cobardes y están haciendo el trabajo del diablo, el

acusador de los hermanos!” Luego, cuando el receptor está de

nuevo en el auricular, descubro que estoy inquieto. Me dirijo a mis

cartas, pero hay algo mal. Leí un párrafo dos o tres veces y no puedo

entender el significado. Escucha atentamente, ahora. Justo aquí, el

alma cristiana se encuentra en el mayor peligro que se nos enfrenta

en la vida cristiana. Hay dos cursos de acción ante nosotros. Pode-

mos decirnos a nosotros mismos, este trabajo debe hacerse y pode-

mos avanzar en la correspondencia y obtener las cartas respondi-

das con la energía de la carne. Estas son las cartas que nos com-

prometerán a reuniones que no son bendecidas. Estas son las

168
cartas que nos causan dos o tres cartas más adelante, para explicar

lo que queremos decir, y luego para explicar nuestra propia expli-

cación. El otro curso de acción, es decir, del Señor, es ¿qué está

mal? ¿te he ofendido? ¿qué he hecho en mi fortaleza que debería

haber sido sometida al Espíritu Santo? La secretaria que espera,

con el lápiz preparado, puede pensar que la respuesta a la carta

está siendo formulada, pero en realidad, un niño está volviendo a

estar en comunión, con Uno que es verdaderamente santo y que no

permitirá respuestas como ésa por teléfono. Entonces, rápida-

mente, digo, Señor, estaba en esa vieja naturaleza otra vez. ¡Estalló!

¿La crucificarás ahora mismo y me devolverás a la plenitud de Tu

comunión? Y ahora la nube se ha ido, el sol brilla y otra vez hay luz;

existe el claro reconocimiento del hecho de que debería haber ha-

blado de otra manera; existe la oportunidad de examinar todo el

169
curso de mis acciones a la luz de estas acusaciones. Señor, ¿te ven-

dería por edificios, salario y pensión? ¿Este hermano está en lo co-

rrecto? ¿Me he perdido en un giro? ¿Debería haber salido con ruido

y clamor? Y el Espíritu Santo trae a mi corazón el recuerdo de la

paz después de una larga lucha para llegar a una decisión. Me

vuelve a la mente esa página de las Escrituras donde el Señor re-

sucitado habló a la Iglesia en Sardis. Y aunque se vio obligado a

decir que tenían un nombre para vivir y que todavía estaban muer-

tos, le dijo a su mensajero: “Sé vigilante, y afirma las otras cosas

que están para morir; porque no he hallado tus obras perfectas de-

lante de Dios” (Apocalipsis 3:2). Él me asegura que no ha habido

cambio en sus órdenes, y recuerdo cómo lo recibí y lo escuché, y

descanso mi corazón en su Palabra y continúo. Y recuerdo que el

Señor convirtió el cautiverio de Job cuando oró por aquellos amigos

170
que probablemente lo lastimaron más que por las heridas que tenía,

y le pido al Señor que me brinde una oración honesta por este her-

mano que ha escrito el ataque, y que él pueda ser bendecido en la

esfera de su trabajo, en la medida en que exalta al Señor Jesucristo.

Y la alegría fluye en mi corazón una vez más. Hay momentos en los

que necesitamos más energía de la que necesitamos en otros mo-

mentos. Los jóvenes que operan los amplificadores en la gran carpa

en Keswick me han dicho, que en un día justo necesitan muy poco

poder para llevar la voz del que habla a las miles de personas en la

gran carpa, y más allá a aquellos que se sientan en la hierba.

Cuando llueve y la carpa está mojada, se necesita tres veces más

electricidad para transportar la misma potencia de voz. Hay días

húmedos en la vida, en que todo el lienzo parece estar saturado de

problemas, y debemos acercarnos mucho más al Señor para recibir

171
un aumento de Su poder, que debe encenderse para superar todas

estas circunstancias que surgen en la vida. Pero el poder está ahí

con Él, y Él siempre está listo para fluir a fin de satisfacer cualquier

necesidad. Por lo tanto, el día continúa. Puede haber ataques de

dolor, momentos en los que se necesita su compasión para encon-

trar a alguien que ha perdido un trabajo, que ha tenido la muerte

en su círculo íntimo. Puede haber momentos de alegría, altos y an-

chos, cuando un pecador penitente se arrodilla ante mi escritorio

para recibir al Señor Jesucristo como Salvador, como muchos lo

han hecho. Puede haber horas de meditación tranquila cuando el

Espíritu hace brillar las palabras de Su Libro, y da los mensajes

para las ovejas hambrientas que deben mirar hacia arriba y ser ali-

mentadas. Él está en todo esto a medida que pasa el día. Hay mo-

mentos en que el talonario de cheques está a la mano y el escrutinio

172
cuidadoso de cada artículo debe enviarse a su mirada investiga-

dora. Una décima parte es Tuya, sí, diez décimas son Tuyas, oh

Señor, cuando se haya establecido esta relación, y el mismo Espí-

ritu Santo debe venir sobre nosotros para escribir cheques, para la

cuenta del supermercado y para la causa misionera. Velará para

que se mantenga el equilibrio adecuado en ambos sentidos de la

palabra, el equilibrio entre su trabajo y las necesidades de la vida,

lo que debo gastar en mí mismo y el saldo que debe existir para el

primer día del mes, para pagar las cuentas. La tarde continúa. Los

niños llegan a casa de la escuela y es su lugar y privilegio entrar y

sentarse en las rodillas de papá para balbucear todo lo que pueda

llegar a la mente del niño, porque el estudio está en el corazón del

hogar. Hay preguntas que responder o pocas cosas que contar; y

rara vez se les dice que el Padre está ocupado. El Espíritu Santo de

173
las relaciones familiares los protege. Ellos tienen sus derechos y

este es su privilegio, especialmente desde que el Padre debe irse

pronto a una reunión, y allí presentar la Palabra de vida a los que

serán reunidos. Y justo aquí hay una gran necesidad especial de

comunión con el Señor y sumisión al Espíritu Santo. Ha habido

oración regando cada parte de la preparación del mensaje, y ahora

debe haber una unción especial para la entrega del mensaje. ¿Cómo

nos atrevemos a predicar cuando no hemos recibido el poder del

Señor? ¿Cómo nos atrevemos a hablar a un individuo en una con-

versación sin mirar al Señor, y pidiéndole que controle esa conver-

sación? ¿Cómo nos atrevemos a llevar a cabo cualquier trabajo sin

él? ¿No dijo Él mismo: “Sin Mí no puedes hacer”, exactamente

“nada”? Hay momentos en que me he apoyado contra la pared de la

sacristía de alguna iglesia con una profunda sensación de debilidad

174
física, la debilidad que debe ser más parecida a la debilidad de una

madre que está dando a luz. No sé quién fue el primero en aplicar

la palabra “entrega” a un sermón, así como a un niño, pero creo que

el Espíritu Santo de la predicación debe haberle dado esa idea. Pa-

blo sabía esto cuando escribió: “Y estuve entre vosotros con debili-

dad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación

fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con de-

mostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fun-

dada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1

Corintios 2:3-5). ¡Qué alegría! Debemos tener tal relación con

Cristo, esa comunicación constante con Él, que no importa qué di-

ficultad pueda surgir en el curso de la predicación o las reuniones

del día, podemos volvernos a Él y saber que lo hemos encontrado,

y que nuestros problemas han sido completamente tratados.

175
Déjame explicarte con una ilustración que es muy valiosa para mí.

Supongo que toda buena familia tiene un vocabulario privado que

nadie más conoce. Has estado en un grupo de personas cuando

alguien menciona algo con un significado adicional, que no significa

nada para nadie más que tú y otra persona del grupo. Giras la ca-

beza y miras hacia dónde está esa persona, y usted dice en esa

mirada: “¿Lo entendiste?” y obtienes la respuesta: “Sí, lo tengo”.

Nadie más sabe que ha habido un toque que trae una experiencia

completa a su memoria. Tenemos un vocabulario privado como ese

en nuestro hogar. Tenemos incidentes que despiertan ciertas expe-

riencias en la vida. En los primeros años de nuestra vida conyugal,

cuando nuestro hijo mayor tenía casi un año, la señora Barnhouse

y yo vivíamos en el sur de Francia, donde estudiaba en la Universi-

dad de Grenoble. Fuimos a Grecia un otoño durante varios meses,

176
y mientras estuvimos allí, salimos en ciertos viajes de campo en

relación con mi trabajo en arqueología. Un día salimos de Corinto y

bajamos a Micenas, donde yacen las ruinas de la ciudad de Agame-

nón. Bajamos en la pequeña estación y caminamos la milla o dos

hacia el monte que era las ruinas de la ciudad antigua. Allí instalé

a mi esposa y al bebé a la sombra, y procedí con mi trabajo. Des-

pués de un rato, cruzando al otro lado del montículo, encontré un

campo de ciclamen salvaje (planta). Nunca había visto florecer a

esta flor, y reuní un grupo grande y volví sobre el montículo con

ellos a mis espaldas, y finalmente se los presenté a mi esposa. A

menudo hablamos de su belleza, y después de años con frecuencia

tuvimos otros similares que crecían en nuestro hogar. Pasaron los

años, y cada vez que veíamos ciclamen del tono particular, nos mi-

ramos el uno al otro y recordamos esas experiencias de nuestra vida

177
temprana. Una tarde, justo antes de Navidad hace unos años, es-

tábamos caminando por una calle en Filadelfia con un amigo entre

nosotros. El espíritu de la Navidad estaba en el aire, la nieve caía,

era una noche de invierno nítida. Los tres estábamos hablando de

algo muy alejado de Grecia, o de flores. Pasamos junto a la floriste-

ría, y en la ventana había una gran maceta de ciclamen de nuestro

particular tono lavanda pastel. Ambos lo vimos al mismo tiempo, e

inclinándonos hacia adelante, ella dijo: “¡Oh!” y me incliné hacia

delante y dije: “¡Oh!” Continuamos, continuando con nuestra con-

versación interrumpida, pero lo que realmente habíamos hecho en

ese momento fue levantar las sillas junto a la chimenea y decir:

“¿Recuerdas aquellos días, esa caminata, el camino polvoriento, la

fragancia y la dulzura de esas flores, y toda la alegría de aquellos

días?” Eso fue todo lo que dijo una palabra y en un instante. La vida

178
está compuesta de miles de experiencias que el Espíritu de Dios

puede recordarnos en momentos de necesidad. Sabemos tiempos,

por ejemplo, en medio de un sermón cuando puede ser necesario

mirar a Dios, y de un solo vistazo en Su rostro y recordar algún

pensamiento o experiencia que Él nos dio una vez, recordar que

había una vez una batalla en el alma que estableció para siempre

ciertos puntos que el Diablo podría traer a nuestras mentes. Por

ejemplo, das algún punto, y ves que se ha ido a la mente de tus

oyentes y se ha utilizado. La vieja naturaleza del orgullo puede au-

mentar y tratar de atribuirse el mérito de algo que a Dios le agradó

hacer a través de la instrumentalidad humana. Se hace necesario

echarle un rápido vistazo a Dios y recordar: “Señor, no muchos sa-

bios según la carne, no muchos poderosos, no muchos nobles, son

llamados; pero Dios eligió lo necio del mundo para confundir a los

179
sabios. Y escogió Dios lo débil del mundo para confundir a lo fuerte,

y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es,

para deshacer lo que es, son para que ninguna carne se jacte en su

presencia”. Quizás recuerdes alguna larga experiencia en el campo

de batalla en la vida cuando decidiste seguir su camino y predicar

la predicación que Él te ordenó. Puede obtener todo eso de un vis-

tazo, en un momento brillante, mientras su espíritu se dirige hacia

el suyo, y puede continuar con el poder del Espíritu en medio de su

trabajo. Nueva fuerza y vigor han llegado con la predicación. Él

abundantemente suministra, que no puede haber ninguna duda de

que su propia fuerza ha sido vertida en el cuerpo. Y luego, de vuelta

a casa, a esa santidad en la tierra donde hay un compañero que

vive esta misma vida del Espíritu y hace del hogar un refugio de

todas las luchas de lenguas en el extranjero. La noche llega a su

180
fin. El libro se toma una vez más y el día se pone bajo revisión bajo

los ojos de Aquel que no es más que Santo. Qué triste es mirar hacia

atrás y ver las cosas que lo han desagradado. Una noche, cuando

traje mi día antes de Su mirada, Su Espíritu me condenó por un

pecado de omisión. Al mediodía había almorzado con un grupo de

hombres jóvenes. Después de la comida, nos sentamos durante una

hora y hablamos de los principios subyacentes del ministerio del

Evangelio de Jesucristo. Cuando los abandoné tuve la fuerte sen-

sación de que algunos de ellos aún no habían nacido de nuevo, a

pesar de que esperaban una vida de trabajo religioso. No les pedí

que prestaran diligencia para asegurar su vocación y elección. No

les pregunté si habían nacido de nuevo. Esa noche le pedí al Señor

que me perdonara por mi negligencia, que me perdonara por no

suplicarles que abandonaran el ministerio en lugar de estar en un

181
púlpito de la tierra con un mensaje ético, que surge de los elementos

naturalmente buenos de la vieja naturaleza que es, sin embargo,

ajeno a la vida de Dios como lo es en Cristo Jesús. El Señor me

perdonó con ternura por ese y otros pecados del día, y luego gracio-

samente me dio la oportunidad de rogarles que aceptaran a Cristo.

Hubo días, sin embargo, cuando la confesión de oportunidades per-

didas trajo consigo la sensación vergonzosa de que nunca podrían

regresar, y que alguna alma había sido tocada por la vieja natura-

leza sin que el Espíritu de Dios llegara a través de mí a su necesi-

dad. Y justo antes de retirarme a dormir, vuelvo una vez más para

encontrarlo en Su Palabra y alabarlo allí. Leí para mi meditación de

clausura esa descripción del trono de Dios donde se reúnen los re-

dimidos de la tierra. Ahí se nos ve, nuestra posición ya está garan-

tizada por todo lo que es nuestro Salvador, sentado con Él en los

182
lugares celestiales. “Y delante del trono había un mar de vidrio se-

mejante al cristal”. Recuerdo que el mar, en el templo de Salomón,

era la fuente donde se lavaban los sacerdotes del Señor, después de

haber ofrecido el cordero. Sé que es el símbolo de mi limpieza diaria

a través de la Palabra, así como el altar es el símbolo de mi justifi-

cación. Pero aquí, en el pasaje que estoy meditando, el mar es de

vidrio, como cristal. La Palabra ha tomado su forma eterna, no hay

más necesidad de que vaya a Dios para limpiarme. ¡Cómo se llena

el corazón de alabanza, adoración, devoción en el Espíritu y en la

verdad! Llegará un día sin una tarde que trae el momento de la

confesión. Llegará un momento en que compareceré delante de Dios

en toda la santidad de Jesucristo, en mi condición, así como en mi

posición, con mi vieja naturaleza desaparecida para siempre, con la

raíz del pecado destruida para siempre, ya que pasa de mí con la

183
muerte de este cuerpo, o su transformación inmediata en la venida

de mi Señor. Y mientras leo mi Palabra vespertina, miro alrededor

en esa escena Celestial, y veo ese momento de triunfo eterno. Por-

que leí: “Y siempre que aquellos seres vivientes dan gloria y honra

y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por

los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se postran delante

del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos

de los siglos, y echan sus coronas delante del trono, diciendo: Se-

ñor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú

creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas”

(Apocalipsis 4:9-11). Y miro de nuevo antes de que mis ojos se cie-

rren en el sueño, y me veo allí entre ellos, como un día lo seré, y

puedo unirme a su devoción, ya que sé que la maravillosa provisión

para mi limpieza momentánea no se necesita más en ese día.

184
¡Santo, santo, santo! todos los santos te adoran, arrojando sus co-

ronas de oro alrededor del mar vidrioso; Querubines y serafines ca-

yendo ante Ti, ante Quien fue y Quien es, y Quien siempre será. No

conozco ninguna verdad más calculada para expresar nuestra más

profunda devoción que la certeza de que llegará el día en que nunca

tengamos que mirar al pasado y decir: “Señor, hay esto para confe-

sar, y para ser perdonado”. Luego, tranquilamente, para descansar,

pensando en Él, hablándole a Él, con meditaciones que incluso Él

ha llamado como dulces. Y sé que, si me despierto a un día de tor-

menta o de calma, me despertaré con él. Ya sea para conocer los

tranquilos y soleados días de trabajo y bendición, o las batallas con-

tra enfermedades y problemas que acosan a todos los miembros de

esta raza, puedo, sin embargo, apoyar mi cabeza sobre las prome-

sas de Dios, con el cierto conocimiento de que todas las cosas

185
trabajarán juntas para mi bien, y que nada me tocará jamás hasta

que haya pasado por la amorosa voluntad de mi Padre Celestial,

que conoce los pensamientos que piensa hacia mí, pensamientos

de paz, y no del mal, para darme este esperado final (Jeremías

29:11: “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de voso-

tros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el

fin que esperáis”).

186
CAPÍTULO 5

EL PODER DEL ESTUDIO DE LA BIBLIA

“Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17:17). Uno

de los grandes propósitos de la redención que Jesucristo nos pro-

veyó fue que aquí y ahora en esta tierra podríamos tener vida. No

se trataba sólo de que pudiéramos ser salvos para el futuro, y así

llegar algún día a morar en el Cielo, sino que podamos conocer hoy

lo que es vivir a Cristo. Juan lleva su Evangelio a una conclusión,

diciendo: “Estas cosas os he escrito para que creáis que Jesús es el

Cristo, el Hijo de Dios”. Él no se detiene allí, sino que completa el

pensamiento: “Y para que creyendo, tengáis vida por medio de Su

Nombre”. Entonces uno de los principales propósitos de la fe es que

podamos conocer la santidad en nuestras vidas hoy. Al pensar en

algunos de los impulsos divinos a la vida santa, miraremos hacia

187
afuera a la Palabra de Dios; hacia atrás a la cruz; hacia adelante

para el regreso de nuestro Señor; y finalmente, dentro del Espíritu

que mora en nosotros. En todos éstos, encontraremos que estamos

mirando hacia arriba a nuestro Señor Jesucristo sentado sobre el

trono intercediendo por nosotros. En medio de la oración del sumo

sacerdote de nuestro Señor, leemos: “Santifícalos en tu verdad; tu

palabra es verdad”. Nuestro idioma inglés es muy rico en palabras,

rico más allá de otros idiomas europeos, debido a la conquista nor-

manda. Llegaron a Inglaterra conquistadores que vivían en las ciu-

dades, mientras que los anglosajones dominaban el país. Cada uno

tenía su propio idioma, y conforme pasaban las generaciones, se

fusionaron y nos dieron ambas lenguas en nuestro discurso actual.

Sir Walter Scott, en las primeras páginas de Ivanhoe, cuenta cómo

ovejas en el campo se convirtieron en corderos en la ciudad, y cómo

188
los bueyes se convirtieron en carne de vaca, y cómo los cerdos se

convirtieron en carne de cerdo, al pasar fuera de las manos de los

agricultores anglosajones y en manos de los normandos en las ciu-

dades. Estas formas dobles se ejecutan a través de nuestro idioma.

“Fraternal” y “fraterno” realmente no tienen ninguna diferencia de

significado, aunque vinieron de diferentes puntos de la brújula, con

diferentes pueblos que invadieron esta tierra. Pero esta riqueza de

expresión no carece de confusión en los términos espirituales. To-

memos, por ejemplo, la palabra “san” y la palabra “santo”. No hay

diferencia entre ellos radicalmente. San ha llegado a nosotros desde

lo germánico, y “santo” nos ha llegado del latín, y ha traído consigo

formas relacionadas, una de las cuales es “santificar”. Este verbo

suena más dulcemente en nuestros oídos que uno como “consa-

grar”, así que nos hemos ahorrado ese verbo. El significado, sin

189
embargo, se vuelve evidente. Sabemos que el sufijo agregado a una

palabra significa “hacerlo así”, entonces, santificar significa hacer

santo o consagrar. Con esto en mente, miramos nuestro texto y en-

contramos que podemos traducirlo: “Hazlos santos a través de Tu

Palabra: Tu Palabra es verdad”. Todo verdadero hijo de Dios anhela

la profundización de la vida cristiana. Tenemos deseos de Dios para

la santidad. Cuán importante es entonces que recordemos que el

Señor Jesús, a punto de ir a la cruz, miró al Padre y dijo: “Hazlos

santos por tu palabra; tu palabra es verdad”. Es algo asombroso, y

nos damos cuenta cada vez más a medida que conocemos la Pala-

bra de Dios, que casi todo lo que Dios hace en este mundo hoy, lo

hace por el Espíritu Santo a través de la instrumentalidad de Su

Santa Palabra. De esto se sigue que, si esperamos asegurar las ben-

diciones de Dios, debemos recibirlas de la manera que Él ha

190
planeado dárnoslas. Y aunque podamos encontrar santidad en mu-

chas formas en la Biblia, no la encontraremos aparte de la Biblia.

Debemos reconocer, por lo tanto, que hay algunas formas en que la

santidad no puede venir a nosotros. No debemos esperar encontrar

la santidad meramente a través de la predicación, o escuchando

una predicación. Todos nosotros hemos conocido personas que han

asistido a tantas conferencias y convenciones bíblicas que pueden

predecir fácilmente el tercer punto de un orador mientras se en-

cuentra en medio del segundo. Sin embargo, tales personas fre-

cuentemente confiesan que no poseen bendición en sus propias vi-

das. Ellos han escuchado sin escuchar. “La fe es por el oír y el oír

según la Palabra de Dios” (Romanos 10:17). La audición es, por su-

puesto, un término bíblico para la obediencia, que lleva la verdad

al corazón y se somete a su dominio. Un cristiano carnal puede

191
escuchar toda la predicación disponible, pero si no se rinde, no ha-

brá bendición. Otra verdad que debemos comprender es que Dios

puede usar cualquier parte de Su Palabra para traer la fuerza de la

santidad a nuestras vidas. En mi propia experiencia, he descubierto

que Dios ha usado extraños pasajes de la Escritura para traer gran-

des bendiciones. Recuerdo, por ejemplo, un estudio que hice una

vez sobre la doctrina de Satanás. Como encontré en la Palabra, la

revelación de Dios de lo que era el Diablo, lo que había estado ha-

ciendo, lo que quería hacer y lo que nunca iba a poder hacer, el

Señor usó este conocimiento para traerme una de las experiencias

más ricas de mi vida cristiana. Además, no debemos esperar encon-

trar santidad simplemente a través de reuniones de oración. La ora-

ción es vital, y el verdadero cristiano encontrará que el Espíritu

Santo que mora en nosotros atrae el corazón hacia Dios en oración.

192
Temprano en la mañana, especialmente, debemos encontrarnos so-

los con Dios. Sin embargo, no piense que multiplicando las reunio-

nes de oración encontrará el poder santificador de Dios en su propia

vida. He descubierto que la oración con la Biblia abierta es la más

efectiva. Cuando te pones de rodillas y esperas que Dios te hable a

través de ese pasaje en particular en el que estás meditando, en-

contrarás que Él sí habla en verdad. Muchas personas hacen de la

oración algo que Dios nunca quiso que fuera. La oración para ellos

es un monólogo en lugar de un diálogo. George Muller dijo que la

parte más importante de la oración era los quince minutos después

de haber dicho “Amén”. La gente no se da cuenta de cómo corren

hacia la presencia de Dios y cómo se apresuran a salir nuevamente.

Ellos tratan a Dios de una manera que nunca tratarían a nadie de

renombre humano. Si por casualidad se lo llevara a una entrevista

193
con el Rey de Inglaterra, ¿qué haría? ¿Entrarías, y cuando entraste

comenzarías a hablar? “Oh, estoy muy contento de estar aquí, de

hecho es un gran honor. He seguido tu carrera a través de todos los

años de tu juventud, y también te seguí con mis oraciones. He es-

tado muy interesado en todo lo que has hecho” ¿Seguirías hablando

así, diciéndole todo sobre su bondad al recibirte, y luego agradecerle

por el honor sin darle la oportunidad de abrir la boca? Sonríes,

¿pero no es cierto que mucha gente ora así? Vienen al cierre del día

y dicen: “Ahora, déjenme ver, me han enseñado antes de acostarme

por la noche a decir mis oraciones”. Entonces dicen: “Bendíceme y

dame, dame esto y dame eso. Amén”; y luego regresan a lo que es-

taban pensando antes de comenzar la oración. Las personas pue-

den buscar orientación de alguna manera, pero existe un peligro en

la orientación aparte de la Palabra de Dios. Hay un tipo de

194
orientación actual que es una especie de moda en algunas perso-

nas. A partir de algunas de las experiencias que han deseado com-

partir con todos, parece que su guía ha sido con frecuencia una

autosugestión en lugar de la dirección del Espíritu Santo. Si uno

busca que la mente llegue a un estado de quietud en blanco, existe

el peligro de que las voces enemigas hablen falsificaciones a la

mente. La meditación con la Palabra es la protección que Dios nos

ha dado. Por otra parte, no debemos esperar encontrar que la vida

de santidad puede lograrse mediante cualquier tipo de auto-prepa-

ración. No es por lo que algunas personas han llamado “Reuniones

de Expectación”, que el Espíritu Santo va a venir sobre nosotros en

el poder. Cada vez que encuentre a alguien que busque “eso”, siem-

pre habrá peligro espiritual. Es a Él a quien debemos mirar. No

debemos buscar una experiencia, debemos desear a Cristo exaltado

195
en nuestras vidas. En Los Ángeles, un hombre se asoció con un

pequeño culto en el que todos los devotos buscaban una experien-

cia que llamaron “el testimonio del Espíritu Santo”. Este hombre

fue a un cristiano a quien se le enseñó profundamente en la Pala-

bra, y dijo: “¿Tienes el testimonio del Espíritu?” El cristiano respon-

dió: “Tengo lo que la Palabra de Dios llama el testimonio del Espí-

ritu”. “Oh, pero tú no entiendes”, respondió el hombre. “Fui a las

reuniones de expectación, noche tras noche esperé y me quedé, y

no lo recibí. Me fui a casa y me demoré más, y hacia la mañana fue

como si una bola de fuego atravesara el techo en mi pecho, y me

quemó todo el pecado. ¿Alguna vez tuviste una experiencia así?” El

cristiano que fue enseñado en la Palabra, respondió: “No, gracias a

Dios, nunca la he tenido. No sabría si proviene de Dios o del Diablo”.

Cuando un cristiano comienza a buscar experiencias emocionales

196
en lugar de buscar la aplicación silenciosa de la Palabra en el cora-

zón por medio del Espíritu Santo, está en una senda equivocada,

que no puede llevar más que al engaño, y sólo puede retrasar la

realidad de la bendición. Cuántas personas no han comprendido el

significado de esa palabra en Hechos, donde el Señor les dijo a sus

discípulos que esperaban en Jerusalén la promesa del Padre. No

debían demorarse en Jerusalén para hacerse aptos para el Espíritu

Santo, debían esperar el calendario y nada más, ya que el día pro-

fetizado se había anunciado claramente, y sería un día de la gracia

de Dios, depende de nada más que su deseo soberano. Si un hom-

bre recibiera un anuncio de que en el cumpleaños del Rey se con-

vertiría en un par del reino, se apresuraría a ir a Londres y decir:

“Debo ir y comenzar a sentirme como un colega, ¿qué puedo hacer

para hacerme digno? ¿Qué puedo hacer para convertirme en un

197
compañero?” Todo lo que podría hacer sería revelar su ignorancia.

Más bien esperaría en silencio hasta que el calendario trajera el

Cumpleaños del Rey. Entonces su nombre sería publicado en la

Lista de Honores, y él entraría en su nuevo puesto por la gracia del

Rey. Lo mismo ocurre con Pentecostés. “Cuando llegó el día de Pen-

tecostés por completo”, se dio el regalo. No fue el día antes ni el día

después. Fue arreglado en el calendario de Dios. Fue anunciado

como la Fiesta de las Semanas en el capítulo 23 de Levítico. Siete

sábados debían ser contados; eso es cuarenta y nueve días, y el día

siguiente al séptimo sábado fue el quincuagésimo día, Pentecostés,

que significa literalmente el quincuagésimo día. Fue en este quin-

cuagésimo día que el Espíritu Santo vino, justo a tiempo, no por

algún mérito que tuviera esa gente, sino porque fue el arreglo de

Dios, así lo resolvió Su plan eterno en la gracia. Además de esos

198
aspectos, hay ciertas verdades positivas que son mucho más im-

portantes. Si la Palabra nos ha de santificar, será mediante la apro-

piación de ciertas verdades que están en la Palabra de Dios y la

obediencia a ellas. Antes que nada, no creo que haya ninguna po-

sibilidad de una verdadera santificación en ninguna vida hasta que

poseamos el conocimiento de lo que sucedió cuando fuimos salvos.

No estoy diciendo que sea necesario que sepa cuándo fue salvado.

Un día recibí una llamada telefónica preguntándome si llamaría a

un viejo caballero que estaba llegando al final de su vida. Yo fui. Fui

a un hogar simple, y la esposa me dijo: “Te ha estado escuchando

por la radio, y quería mucho que vinieras a hablar con él”. Era un

anciano irlandés, que había venido a Estados Unidos desde Ulster,

y, en el curso de nuestra conversación, descubrí que confiaba en el

Señor. Después de leer la Palabra y orar, hablamos de otras cosas.

199
“¿Cuantos años tiene señor?” Yo pregunté. “No lo sé exactamente”,

respondió. “Había muchos niños en nuestra familia, doce o catorce,

no sé cuántos, y un tío me trajo a Estados Unidos cuando tenía

siete u ocho o diez años, ya sea en 1863 o 1864”. Dije: “Bueno,

puede que no sepas cuándo es tu cumpleaños o cuántos años tie-

nes, pero sabes que estás vivo, ¿verdad?” “¡Oh, sí, sé que estoy vivo!”

Entonces les digo a los cristianos: “No se preocupen si no pueden

decir: Nací de nuevo el 26 de julio o el 13 de febrero”. ¿Sabes que

estás vivo en Cristo? Ese es el primer paso, el paso básico para la

santidad, y nadie puede saberlo en la vida cristiana hasta que haya

entrado en el conocimiento de lo que sucedió cuando fue salvo. Mu-

chos años antes, físicamente antes de que supiéramos que estába-

mos vivos. Ciertamente, ninguno de nosotros a la edad de un año o

algo así comenzó a filosofar y decir: “Soy un ser humano, tengo

200
vida”. Nos desarrollamos en ese conocimiento. Las marcas del paso

de la infancia a la edad adulta son el crecimiento en el conocimiento

de todo lo que ocurrió cuando nacimos, y el conocimiento de los

procesos por los cuales fuimos traídos a este mundo. En lo que res-

pecta al nuevo nacimiento, Dios nos permite tener este conoci-

miento tan pronto como estemos dispuestos a tomarlo. Es por eso

que el Evangelio se predica a los inconversos, pero se le explica al

creyente. ¿Qué pasó cuando nacimos de nuevo? Leemos en San-

tiago: “De su propia voluntad Él nos usa con la Palabra de verdad”.

Aquí encontramos que la Palabra es el medio de la comunicación

de la vida divina para nosotros. Pedro nos dice que hemos nacido

de nuevo, “no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la

Palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1:23).

¿Qué nos dice el Espíritu aquí? Que nuestro nacimiento en Cristo

201
fue obra del Espíritu Santo, que tomó la Palabra de Dios en el seno

del corazón; allí la fe se apoderó de ella, y del contacto de la semilla

incorruptible de la Palabra con nuestra fe, se creó en nosotros una

vida absolutamente nueva. Dios no tomó a Jacob y comenzó a tra-

bajar en él para cortar una tendencia y reformarlo en otra cosa.

Dios condenó a Jacob y plantó a Israel dentro de él. Dios no tomó a

Simón y le dijo: “Tendremos que pulirlo para hacer algo con él”. Dios

dijo: “No hay nada bueno en Simón”, y plantó a Pedro junto a la

vieja naturaleza. Dios no tomó a Saulo de Tarso y dijo: “Hay un

buen pedazo allí que podría usar”. Él dijo: “En la carne no mora el

bien”, y puso a Pablo dentro. Más tarde, Pablo supo lo que había

sucedido, admitió que no había nada bueno en sí mismo y dijo: “No

soy yo, sino Cristo que vive en mí” (Gálatas 2:20). Entonces, la pri-

mera etapa en la santidad es el conocimiento de que cuando fuimos

202
salvos, Dios el Espíritu Santo vino permanentemente a vivir dentro

de una creación absolutamente nueva. Eso nos lleva al segundo

paso, la seguridad de que somos salvos. Nunca deberíamos decir:

“Espero estar, estoy tratando de serlo”. De vez en cuando pregunto

a alguna alma que no tiene muy claro su estado espiritual: “¿Has

nacido de nuevo? ¿Has recibido a Cristo? ¿Estás confiando en el

Señor?” Y recibo la respuesta: “Bueno, espero ser salvo. Hago lo

mejor que puedo. Espero que, si camino por el camino recto y an-

gosto durante veinte años, tal vez lo sea, posiblemente, quizás”. Ese

no es el lenguaje del Nuevo Testamento, y no puede haber ningún

progreso verdadero en la vida cristiana, ningún avance en la santi-

dad hasta que tengamos la seguridad absoluta de que cuando Dios

nos dio la vida, Él nos dio la vida eterna, y que es nuestra posesión

presente. ¿Por qué bajas a la estación para el tren de las diez en

203
lugar de las once? Porque crees en el horario de la compañía ferro-

viaria, que el tren debe comenzar a salir a la hora anunciada. Juan,

en el capítulo 5 de su primera epístola, dice: “Si recibimos el testi-

monio de los hombres, el testimonio de Dios es mayor”. ¿Por qué

crees en el testimonio del hombre en cuanto a los compromisos y

horarios de los trenes, y no crees en la Palabra de Dios que Él te ha

dado la vida eterna, y que esa vida está en Su Hijo? Muchas perso-

nas son tímidas a la hora de creer a Dios, pero él dice que lo hace-

mos a Él un mentiroso, si no creemos en su registro de vida dado

en Cristo. Nunca puede haber santidad en la vida cristiana, nin-

guna realidad que sea firme e inquebrantable, si dudamos de Dios.

Debemos pararnos sobre la Roca, sabiendo que lo que Dios ha he-

cho, lo ha hecho bien y lo ha hecho para siempre. ¡Oh, qué impor-

tante es que podamos tener en nuestro testimonio el lenguaje del

204
Nuevo Testamento! Imagine a Pablo diciendo: “Espero ser salvo, es-

toy haciendo lo mejor que puedo”. Él dijo: “Por lo cual asimismo

padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he

creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito

para aquel día” (2 Timoteo 1:12). “Por lo cual estoy seguro de que

ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni

lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna

otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en

Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:38-39). ¿Qué hay de

Juan? Juan dice: “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis

en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida

eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios” (1 Juan

5:13). Él sabía que lo tenía. No iba por ahí diciendo: “Confío, si no

me aparto, que finalmente seré salvo”. Él sabía que Dios le había

205
dado a su Hijo, y que en el Hijo tenía vida eterna. Pedro dice: “Sa-

biendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la

cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como

oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cor-

dero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1:18-19). Usted

puede decir: “Eso está bien para Pedro, Juan y Pablo, esos gigantes

en la fe, pero ¿qué pasa con algunos de los pequeños?" Bueno, vea-

mos a Judas. Él solo escribió veinticinco versículos, pero éste es

uno de ellos: “Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída,

y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría”

(versículo 24). Estas dos verdades, el conocimiento de lo que suce-

dió cuando fuimos salvos, y la seguridad de que sucedió en nues-

tras propias vidas, son requisitos previos para un mayor creci-

miento en la Palabra de Dios y en la santidad. Cuando uso la

206
palabra “prerrequisito”, lo hago para que lo entendamos. No podrías

estudiar Astronomía si no hubieras completado ciertos estudios

preliminares. La aritmética es un requisito previo para el álgebra;

el álgebra es un requisito previo para la geometría; y la geometría

es un requisito previo para la astronomía. Usted toma estas cosas

en orden, y nadie podrá estudiar las curvas parabólicas y los movi-

mientos de las estrellas a través del espacio, si no conoce la tabla

de multiplicar primero. No es necesario esperar que en su vida cris-

tiana tenga el gozoso desbordamiento que algunas personas cono-

cen, a menos que haya pasado por el curso rudimentario de los

prerrequisitos en la Palabra de Dios. Debe haber el conocimiento de

lo que sucedió cuando fuiste salvo, y la seguridad de que te ha su-

cedido. Entonces puedes pasar a cosas más elevadas. Un tercer

paso hacia la santidad es la revelación de la voluntad de Dios por

207
parte de la Biblia. Al estudiar la Palabra descubrimos algunas de

las cosas que revelan Su voluntad, y aprendemos a hacerlas. Algu-

nas personas piensan que han hecho lo suficiente para el Señor si

mantienen un conocimiento asintiendo con los diez mandamientos.

En cuanto a hacer cualquier cosa por el Señor por amor puro, ellos

no saben nada sobre eso. Pero cuando leemos con atención la Pa-

labra de Dios encontramos ciertas revelaciones de Sus deseos, y

aprendemos cómo podemos ser muy agradables a Su vista. Había

un hombre simple en la parte occidental de los Estados Unidos que

se salvó, y le preguntaron qué diferencia había hecho en su vida. Él

dijo: “Soy un carnicero, y desde que he sido salvado he dejado de

pesar el pulgar. Vendí ese pulgar por el precio de la carne de res

cientos de veces. Luego encontré en la Palabra de Dios que “pesa

falsa y medida falsa, ambas cosas son abominación a Jehová. Aun

208
el muchacho es conocido por sus hechos, si su conducta fuere lim-

pia y recta” (Proverbios 20:10-11). Al leer la Palabra, el hombre des-

cubrió un punto práctico acerca de la voluntad del Padre, y estaba

creciendo en el Espíritu al aplicar esa Palabra a su balanza. Por lo

tanto, estaba empezando a conocer un poco más de santificación.

La gente dice: “¿Cómo puedo saber la voluntad de Dios?” Puedo de-

cir desde mi propia experiencia que el noventa por ciento de conocer

la voluntad de Dios consiste en estar dispuesto a hacerlo incluso

antes de que usted lo sepa. Debemos darnos cuenta de que en nues-

tra vida cristiana Dios desea ser amado por nosotros, queriendo que

busquemos su voluntad, que la conozcamos y la hagamos. Si no

hay amor verdadero, no puede haber ningún deseo de hacer su vo-

luntad. En la Convención de Keswick, un caballero se acercó a mí

en la calle, sacó una fotografía y me dijo: “¿Conoce a estos dos

209
jóvenes?”. Había recibido una fotografía de las mismas personas

unos días antes. Una mujer joven que encontró a Cristo en mi igle-

sia en Filadelfia fue a China como enfermera en la Misión China

Interior. Un joven salvado en Inglaterra fue a la misma misión en

China y conoció a la joven. Ella me escribió una carta, de tres pági-

nas, me habló de Henry, pero olvidó mencionar su apellido. Ella dijo

que su pastor estaría en Keswick, y que iría a verme. Entonces su

pastor vino a mí y me dijo: “Henry me escribió tres páginas sobre

Helen, pero olvidó decirme su apellido”. Ahora sabes cómo es,

cuando los jóvenes son de esa manera, les gusta hacer cosas que

son agradables para el otro. Un joven aprende por casualidad que

a Helen le gustan más las violetas que las rosas, entonces va a una

floristería y le dice: “Quiero algunas violetas”. El dependiente dice:

“Lo siento mucho, señor, no tenemos violetas, ¿no tomará algunas

210
de estas rosas?” El joven dice: “No, gracias”, y camina doce cuadras

hacia otra tienda, y considera que sus doce cuadras están bien

transitadas si puede encontrar algunas violetas. ¿Por qué? Para que

cuando él le da a Helen las violetas, diga: “¡Oh, Henry, sabías que

me gustaban las violetas mejor que las rosas!” Hay una lección es-

piritual en eso. ¿Alguna vez has intentado averiguar lo que Dios

quiere? ¿has intentado “sorprender” a su voluntad? Decir: “Señor,

he buscado diligentemente para saber lo que más te agrada, y en

mi vida he tratado de dar a luz precisamente este fruto, porque Tu

Palabra revela principios que demuestran que eso te agrada a ti”.

Así aprendemos la voluntad de nuestro Señor en asuntos que no se

mencionan específicamente en la Palabra. La Biblia no es un con-

junto de reglas, sino un libro de principios divinos. Cuando cede-

mos a aquellos que hemos aprendido, Él revela Su voluntad aún

211
más. Sin embargo, es muy importante que estemos dispuestos a

hacer su voluntad tan pronto como la conozcamos; incluso antes

de que lo sepamos. Aprendemos mucho de nuestros hijos. Hace

unos meses salí del comedor con la señorita de doce años a mi lado,

y fui a mi estudio. Se estaba discutiendo cierto asunto. “Papá, ¿qué

quieres que haga?” Le di una respuesta definitiva. Ella comenzó a

discutir, y continuó a un buen ritmo. Me senté a escribir como si

no la hubiera escuchado. Ella guardó silencio por un momento, y

luego comenzó de nuevo, diciéndome por qué lo que había expre-

sado como mi voluntad era incorrecto, y por qué debería hacer algo

más. Después de que la niña había dicho esto unas tres veces, su

madre entró a la habitación y preguntó: “¿Por qué no vienes?” y la

niña dijo: “Estoy esperando averiguar qué es lo que papá quiere que

haga”. Le dije: “Espera un momento, querida, lo que sea que estés

212
haciendo, no estás esperando saber lo que quiero que hagas. Te dije

lo que quería que hicieras en el momento en que entré a la habita-

ción ¡Lo que estás esperando es ver si no puedes hacer que cambie

de opinión, y no puedes!” Con frecuencia encuentras a alguien que

sostiene: “Busco fervientemente la voluntad de Dios”, cuando en

realidad buscan justificar su fracaso en hacer lo que saben que Dios

quiere que hagan. Un joven estudiante en un seminario teológico

dijo que estaba buscando fervientemente la voluntad de Dios en

cuanto a si debería casarse o no con una joven que no era salva.

Ahora la Palabra de Dios dice: “No os unáis en yugo desigual con

los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la

injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué con-

cordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo?

¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque

213
vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y

andaré entre ellos, Y seré su Dios, Y ellos serán mi pueblo. Por lo

cual, Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, Y no

toquéis lo inmundo; Y yo os recibiré, Y seré para vosotros por Padre,

Y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2

Corintios 6:14-18). Al igual que la niña, continuó discutiendo con

Dios para descubrir su voluntad, cuando esa voluntad ya se reveló

definitiva e invariablemente en su Palabra. Si vamos a crecer en

santidad, vamos a venir con la voluntad de hacer su voluntad y una

diligencia para estudiar y descubrir cuál es esa voluntad. La Pala-

bra de Dios no sólo nos da este conocimiento de lo que sucede

cuando somos salvos, la seguridad de que somos salvos y la revela-

ción de la voluntad de Dios en cada fase de la vida, sino que nos da

algo mucho más, nos da el conocimiento de todo su plan.

214
Aprendemos la línea de su marcha en la historia, aprendemos lo

suficiente de sus planes presentes y futuros para tranquilizar nues-

tras mentes. Estamos satisfechos cuando conocemos la Palabra de

Dios. No nos preocupan los rumores de rearme y no nos preocupan

las noticias inquietantes que inundan la prensa día a día, porque

hemos estado en la Palabra de Dios. Conocemos su plan. No nos

preocupan las últimas teorías de los intelectuales que atacan la Bi-

blia. Los jóvenes que están preocupados por algunas de las cosas

que se enseñan en nuestras escuelas, descubrirán que todas las

dificultades desaparecen cuando acuden a la Palabra de Dios y

aprenden Su plan. Supongamos que salgo una noche y veo a un

grupo de hombres de pie sobre un montículo bajo un cielo de ve-

rano, mirando hacia las estrellas, y les digo: “¿Qué están haciendo?”

Dicen: “Somos astrónomos, estamos estudiando las estrellas”.

215
“¿Qué, aquí en un montículo?” “Sí, aquí tenemos una amplia visión,

podemos ver todo el horizonte”. Digo: “Ven conmigo a esta pequeña

casa y aplica tus ojos a este pequeño ocular de una pulgada”. Dicen:

“Oh, no, no podríamos tener las restricciones estrechas que nos im-

pondrías. Danos esta amplia y hermosa cima de la montaña”. Sin

embargo, sabemos que podrían aprender más en un momento al

tomar el ocular restrictivo de un telescopio de lo que podrían apren-

der en un centenar de años en su amplia cima de la montaña. Lo

mismo ocurre con la Palabra de Dios. Los hombres se paran hoy y

dicen: “Miren la eminencia a la que nos hemos levantado nosotros

mismos. Miramos hacia atrás en la historia y podemos ver hasta el

protoplasma en el cieno primordial”. Los traemos a la Palabra de

Dios y les mostramos aún más: “En el principio era el Verbo, y el

Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con

216
Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que

ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:1-3). Nosotros, como creyentes,

venimos a un grupo de hombres que mira hacia el futuro. H.G. We-

lls escribe sobre lo que vendrá y cuán temerosa y maravillosamente

lo hace. El mejor de los pensadores del mundo ve el caos por de-

lante; la guerra y el paso de la civilización. Preguntamos: “¿Qué ves

en el futuro?” “Vemos confusión, vemos el final de una era”. Bien,

vemos al Señor Jesucristo a través de nuestro telescopio, y vemos

que los reinos de este mundo se convierten en los reinos de nuestro

Señor y de Su Cristo, y la justicia cubre la tierra como las aguas

cubren el mar, al regreso de nuestro Señor. Luego vamos a los cien-

tíficos y filósofos y les decimos: “¿Qué ves desde la cima de tu pe-

queña montaña?” Sir James Jeans dice: “Vemos que detrás del uni-

verso hay algo”. Y el Señor Eddington reflexiona y dice: “Sí,

217
definitivamente, y es algo matemático”. ¡Qué maravilloso! Pero mi-

rando a través de la Palabra de Dios encontramos a un Padre que

se compadece de Sus hijos, enviando a Su Hijo a Cristo para redimir

y salvar al mundo del pecado. Los psicólogos nos llevan a su pe-

queña cumbre y nos invitan a mirar dentro de nuestro propio ser.

Les decimos: “¿Qué has encontrado?” Un psicólogo de una de nues-

tras universidades escribió un libro titulado “La Bestia Interior”, y

les dice a los jóvenes que tienen atavismos de sus antepasados, que

fueron a los bosques en cuatro patas, y que si no quieren tenerlos,

tener demasiadas dificultades, no deben inhibir esas tensiones an-

cestrales, que cuando la bestia irrumpe en su jaula, lo mejor es

llevarla a pasear, pero discretamente. Así, a nuestros jóvenes se les

enseña a seguir el camino de los impíos. Pero vamos a la Palabra

de Dios y encontramos toda nuestra hermosura en el polvo delante

218
de él. Vemos, no a una bestia del bosque, sino a criaturas rebeldes

que han desobedecido a Dios, y que no están dispuestos a aceptar

lo que él ofrece en Cristo, y aprendemos a ver que en el hombre, es

decir, en la carne, no habita buena cosa. Por lo tanto, estamos pre-

parados para tomar la justicia que se nos ofrece en Cristo. Las Es-

crituras nos revelan el pasado y el futuro con una claridad que es

divina. Ellas nos muestran a Dios, ellas nos muestran a nosotros

mismos. Todo esto le da una gran estabilidad a la vida cristiana.

Esto nos permite caminar rectamente, estar en Jesucristo con ab-

soluta certeza, con nuestras mentes en paz en Él en medio de esta

vida. Hay un quinto punto que podemos mencionar sólo de pasada.

El conocimiento de las Escrituras nos aleja de las falsificaciones

que prevalecen en nuestros días. Me acuerdo de una historia que

apareció recientemente en uno de nuestros semanarios. Un joven

219
llevó a una joven al teatro y luego fueron a un club nocturno. Bai-

laron durante horas en esa atmósfera de humo y cerveza añeja, y

fue en la frescura del amanecer que abandonaron el lugar. “¿Que

es ese olor?” preguntó la joven, cuando salieron. “Eso no es un olor”,

respondió el joven. “¡Eso es aire fresco!” Hay algunas personas hoy

en día, que han pasado tanto tiempo en la atmósfera mohosa de la

forma, la ceremonia, el ritual y la religión, que cuando se predica el

Evangelio, dicen: “¿Qué cosa nueva es esa?” No es nuevo, es sim-

plemente cristianismo. El hombre que ha vivido su vida en el campo

conoce el aire fresco, y el hombre que realmente se enseña en la

Palabra de Dios detectará fácilmente cualquier falsificación. Es una

gran cosa tener la estabilidad en la Palabra de Dios. Estas palabras

son para los jóvenes cristianos que recién están comenzando la vida

cristiana, y son el prospecto de un curso elemental de santificación

220
que los conducirá a las verdades más profundas que debemos

aprender, cuando vayamos a nuestro grado de maestría en santifi-

cación. Pero, aunque no hemos tocado estas verdades más profun-

das, sí existen. Dios nos dice en Hebreos 5 por qué a algunas per-

sonas les resulta bastante difícil asimilar las verdades más profun-

das de la santificación. El escritor de la carta a los Hebreos quería

contarles acerca de Melquisedec. Parece acercarse a esa verdad, y

luego alejarse de ella, y luego ir hacia ella de nuevo, tanto como

decir: “Tengo algo que decirte que encuentro más difícil”. Él habla

acerca de Melquisedec en el versículo 6, nuevamente en el versículo

10. Parece, entonces, como si el problema de la enseñanza fuera

demasiado grande para él. Él dice: “De él tenemos muchas cosas

que decir y difíciles de pronunciar”, porque la audiencia no está

preparada para entenderlo (esa es mi propia traducción), “y difícil

221
de pronunciar, ya que estás sordo”. Todos estamos en esa audien-

cia. Estas verdades del eterno Sumo Sacerdocio de Cristo son las

más importantes, pero Dios el Espíritu Santo dice que a Sus minis-

tros les cuesta predicarlas. ¿Por qué? Porque somos tan aburridos

para oír, y fallamos, por lo tanto, en recibirlas. Si deseamos las ver-

dades más profundas, aprenda del último versículo de este capítulo:

“Pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez,

para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discer-

nimiento del bien y del mal” (Hebreos 5:14). Vivir en la Palabra de

Dios, estudiando día a día, aprendiendo, como David nos enseña en

el primer Salmo, deleitarnos en la Palabra de Dios, y en Su ley me-

ditarla día y noche, es cuando nosotros vamos a tener nuestros

sentidos ejercitados para el discernimiento. La frase “meditar día y

noche” es un hebraísmo. No significa que estés en reclusión,

222
enclaustrado leyendo mañana, tarde y noche, y nunca saliendo al

mundo. Significa que, en medio de la actividad más incesante en la

universidad, en el hogar, en los negocios, donde sea que estemos

en el plan de Dios, debemos vivir nuestras vidas dentro de la esfera

y los límites de este Maravilloso Libro. Eso nos da todo el espacio

que necesitamos para movernos cómodamente, porque nos lleva

desde la eternidad y desde lo más profundo de nuestro pecado hasta

las alturas de Dios. Él dice: “Si vives allí en los límites del Libro y

crecerás en Cristo”. Que nos unamos a Cristo en Su oración del

Sumo Sacerdote: “Hazlos santos por tu verdad; tu palabra es ver-

dad”. Y entonces exclamaremos: “¡Hazme así santo, Señor!”

223
CAPÍTULO 6

EL PODER DEL AMOR DE CRISTO

“Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno

murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que

los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y re-

sucitó por ellos” (2 Corintios 5:14-15). Uno de los principios que

recorre el Nuevo Testamento es que Dios espera que el cristiano viva

una vida cristiana. Los cristianos espirituales lo saben, pero a al-

gunos les resulta extraño, porque muchos tratan de desviarse de

algunos de los simples mandatos que están en las Escrituras. A

través de la Palabra de Dios se establece el principio de que después

de que hayamos sido salvos en el Señor Jesucristo, Dios quiere que

la vida de Cristo sea vivida y desarrollada prácticamente en nuestra

experiencia diaria. Pedro nos dice: “Pues para esto fuisteis

224
llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos

ejemplo, para que sigáis sus pisadas” (1 Pedro 2:21). Ahora sabe-

mos muy bien que el hombre no salvo no puede sacar provecho de

este ejemplo; él está perdido, y todos los ejemplos en el mundo

nunca lo pueden salvar. Sin embargo, cuando un hombre nace de

nuevo, Dios planta dentro de él el poder o el genio para vivir la vida

de Cristo. Hubo algunos artistas que disiparon sus dones y no crea-

ron para el mundo todo lo que estaba dentro de los límites de su

capacidad. Del mismo modo, hay cristianos que disipan el don de

la vida de Cristo y no cumplen con la capacidad que Dios les ha

dado. Eso no altera el hecho de que Dios nos ha dado a cada uno

de nosotros, que somos creyentes, ese genio divino de la vida en

Cristo, y que uno de los principios fundamentales del Nuevo Testa-

mento es que espera que los cristianos vivan a Cristo. Considere el

225
llamado de Dios a la vida santa que se encuentra en nuestro texto,

un texto dirigido a un grupo limitado. Cuando uno se queda con

otras personas en la misma casa, y el cartero trae el correo por la

mañana, uno no toma al azar ningún sobre que ve, lo abre y co-

mienza a leerlo. Uno mira con mucho cuidado para ver qué nombre

está en el sobre antes de abrirlo; se considera extremadamente de

malos modales abrir las cartas de los demás. Ahora, en la Palabra

de Dios hay textos dirigidos a todos en el mundo, y hay textos que

están dirigidos específicamente a ciertas personas. No piense que

todo en la Biblia es para todos en el mundo, porque eso no es ver-

dad. Hay muchas cosas que se dicen sólo a aquellos que han nacido

de nuevo. Si un hombre no salvado trata de vivir según las prome-

sas cristianas, fracasará completamente en sus esfuerzos. Frecuen-

temente en nuestras iglesias, cuando el ministro da su mensaje con

226
el deseo de ayudar al pueblo de Dios, entran personas no salvas;

escuchan una declaración de coraje, fe y esperanza, y se dicen a sí

mismos: “Me gustaría tener un poco más de coraje, un poco más de

fe y un poco más de esperanza”, pero no han nacido de nuevo, y es

tan imposible que caminen en las cosas espirituales, antes de haber

nacido de nuevo como lo está en la esfera terrenal. Nuestro texto

está limitado en su discurso: “Porque el amor de Cristo nos cons-

triñe”. ¿Quiénes son los “nosotros”? Está dirigido a aquellos que

una vez estuvieron muertos pero que ahora están vivos. “Juzgamos

así: Que si uno moría por todos, entonces todos estaban muertos,

y que él murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí

mismos”. Hágase esta pregunta: ¿estoy vivo en Cristo? Si es así,

este mensaje está dirigido a usted. Si no, no puedes vivir para Él.

“Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios;

227
porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que

viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Romanos 8:7-8).

“Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu

de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque

se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14). Todas estas

cosas y más se dicen de aquellos que están muertos en delitos y

pecados. Si queremos ser constreñidos por el amor de Cristo, debe-

mos darnos cuenta de que, al dirigirse a nosotros de esta manera,

se dirige a nosotros como aquellos que alguna vez estuvieron muer-

tos, pero que ahora están vivos. Hace algún tiempo, en China, es-

cuché la historia de un evangelista chino que habló del peso del

pecado. Un interrogador en la multitud dijo: “¿Cuánto es este peso

del pecado? ¿Es 50 libras o 100 libras?” Rápido como un rayo, el

predicador chino respondió: “Si pones un peso sobre el cofre de un

228
cadáver, ya sea de 50 libras o 100 libras, él no sabría la diferencia”.

Entonces el hombre no salvo no conoce el peso del pecado. De vez

en cuando, puede sentir un poco de remordimiento, pero hay una

gran diferencia entre el remordimiento y el arrepentimiento. El re-

mordimiento llora por la inocencia perdida con la cual sale al pe-

cado de nuevo, pero el arrepentimiento llora en la presencia de Dios,

porque ha afligido a Aquel que es justo y quien es santo. Dios nos

dice que estábamos muertos, y que Él nos sacó a la vida. “Y él os

dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y

pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la co-

rriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire,

el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia” (Efesios

2:1-2). Con esto en mente, debemos darnos cuenta de que nuestro

texto está dirigido a aquellos que saben que una vez que estuvieron

229
muertos -eso es fácil de saberlo- y que saben con la misma certeza

que ahora están vivos. ¿Sabes que estás vivo en Cristo? Ése es el

único conocimiento que permitirá el crecimiento verdadero en la

vida cristiana. En segundo lugar, este texto nos enseña, que el pue-

blo resucitado en Cristo, que aquellos que viven en Cristo tienen

una nueva facultad que antes no poseían: la facultad del juicio es-

piritual. “Juzgamos así”. Esta facultad de juicio espiritual en la vida

cristiana es de gran importancia. Viene porque la vida que es nues-

tra es la vida de Cristo. Leemos (en 1 Corintios 1:30): “Mas por él

estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios

sabiduría, justificación, santificación y redención”. Por lo tanto, po-

demos comprender incluso en nuestras propias vidas, aquello que

antes no éramos capaces de comprender. Luego en el segundo ca-

pítulo de la misma epístola leemos: “En cambio el espiritual juzga

230
todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie. Porque ¿quién co-

noció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tene-

mos la mente de Cristo” (1 Corintios 2:15-16). Ésa es la razón por

la que somos capaces de juzgar el pecado, esa es la razón por la que

somos capaces de juzgarnos a nosotros mismos, y saber cómo de-

bemos de vivir. Ahora, ya que sabemos que tenemos esta facultad,

vamos a hablar sobre juzgarnos a nosotros mismos, quiero tomar

sólo un momento para señalar el hecho de que no debemos juzgar

a los demás. Es muy fácil hablar sobre los pecados de otras perso-

nas y juzgarlos. Conozco a algunas personas cuya capacidad para

hacer un juicio de valor hacia los demás está muy desarrollado, y

algunos de nosotros desearíamos que se desarrollara sobre ellos

mismos. Conozco a una mujer en Filadelfia que a veces es severa

con los jóvenes de esta generación. Ella no los comprende en lo

231
absoluto. Una noche entré a la iglesia para un grupo de oración

especial, donde una docena de personas estaba reunida. Cuando

abrí la puerta ella dijo: “Ah, aquí viene, le preguntaremos”, y ella

dijo: “¿Crees que es correcto que las jóvenes cristianas se pongan

en la cara maquillaje?” Bueno, tuve una bisabuela irlandesa, y al-

gunas veces la tensión irlandesa se manifiesta en mí, y respondí

rápidamente, sin reflexionar en lo absoluto, y sin tratar de decidir

el asunto: “Bueno, si en los días de David era la moda ponerse aceite

en la cara para que brillara, y si está de moda poder quitar ese

brillo, ¡no veo que haga una gran diferencia!” Todas estas cosas

realmente dependen del señorío de Cristo en la vida individual. Los

cristianos siempre pueden honrar al Señor luciendo lo mejor posi-

ble, pero cada individuo sabrá sin dudas si lo que se ve en el espejo

está dominado por el Señor o regido por uno mismo. Que nuestro

232
juicio sea para nosotros, y no para los demás, así nos volveremos

más como el Señor Jesucristo. El pecado, como sabéis, no es mera-

mente la comisión de la iniquidad, es algo que es contrario a la vo-

luntad de Dios, y por lo tanto el pecado es otro. Por supuesto, no

estoy hablando de iniquidad, de cosas que ni siquiera son nombra-

das entre los gentiles. La Palabra de Dios nos da una definición

clara de las cosas que son pecado en cualquier vida. ¿Alguna vez te

has detenido a pensar que ir a demasiadas reuniones podría ser un

pecado en algunos casos? En una de mis reuniones en casa tuve a

una jovencita, cuya madre vino a mí y me dijo: “Me gustaría que le

dijeras unas palabras a mi hija. Hemos tenido un informe muy malo

de su escuela sobre su trabajo interesado en “Esfuerzo Cristiano”,

y el lunes por la noche va a una reunión del comité, el martes por

la noche va a un mitin de algún tipo, el miércoles por la noche asiste

233
a un grupo social, y el jueves por la noche va a otra cosa, ha bajado

tanto en sus calificaciones que la maestra dice que puede tener que

abandonar la clase”. Me volví hacia la joven y le dije: “Existe el pe-

ligro de que te embriagues religiosamente, tendrás que dejar de ir a

las reuniones y seguir con el trabajo que es tu deber actual. Debes

superar tus clases en un camino que honrará y glorificará al Señor

y te dará el testimonio de una buena beca ante sus maestros”. Tal

vez nunca pensaste que ir a una reunión podría ser un pecado, pero

en el caso de esta joven dama ir a una reunión era pecado, porque

ella estaba haciendo demasiado, de la manera equivocada. Quizás

hay algunas personas que están pecando de la manera opuesta. La

Palabra de Dios dice en la epístola a los Hebreos: “No abandonen la

reunión de ustedes, como algunos tienen por costumbre” (Hebreos

10:25). Entonces debemos estar listos para juzgarnos a nosotros

234
mismos severamente, y estar dispuestos a movernos de cualquier

manera que nuestro Señor ordene. En tercer lugar, encontramos

que hay una restricción aquí: “El amor de Cristo nos constriñe”.

Somos conducidos. Es esa fuerza restrictiva la que activa esta fa-

cultad de juicio que Dios nos ha dado. El cristiano se ha convertido

en un hijo de Dios, y en esa capacidad ha sido elevado a la nobleza

del Cielo. Así como la aristocracia de los siglos ha creado el lema

“La Nobleza nos obliga”, así es que el solo hecho de llevar el Nombre

de Cristo debería forzarnos hacia Él. Un ser que es un hijo de Dios

debe vivir como un hijo de Dios. Si vamos a ser de la realeza del

Cielo, debemos aprender a vivir majestuosamente; un rey debe vivir

como un rey. Hace algún tiempo, nuestros periódicos en América

contenían referencias a un monarca en el continente que vivía de

una manera que incluso hacía que el mundo ridiculizara su forma

235
de vida; él escandalizó al mundo con sus acciones. Alguien dijo:

“¿Qué se puede esperar? Su bisabuelo fue un porquero que tomó el

trono”. Pero la verdadera razón detrás de todo esto no era el hecho

de que el bisabuelo del hombre fuera un porquero; era el hecho de

que él, como todos los demás, tenía una naturaleza vieja. Ya sea

que le des a tu vieja naturaleza el coraje del campo de juego de

alguna gran escuela pública, o el acento tonal de alguna universi-

dad, no importa; no es una cuestión de pulimento de la vieja natu-

raleza; se trata de dejar que la nueva naturaleza ejerza su soberanía

real. La vieja naturaleza no puede ser criada por ninguna selección

mendeliana. No podemos, darle a las personas los antepasados ade-

cuados, pero sí llevarlos a Cristo. No es una cuestión de raza, sino

de gracia. Es la vida sobrenatural, y una vez que hemos nacido de

nuevo, nuestra nobleza debe ser un factor en nuestras vidas,

236
obligándonos a vivir de acuerdo con lo que somos en Cristo. Luego,

llegamos al corazón y a la parte más importante de este texto. So-

mos guiados a la escena del juicio. “Juzgamos así”. Uno de los lu-

gares más impresionantes del mundo es el Tribunal Superior de

Justicia. Ves al juez con su peluca y sus magníficas túnicas que

toman su asiento en solemne pompa de pasar a los más altos asun-

tos del tribunal, y de hecho es una escena que hace que el respeto,

de cada persona de pensamiento correcto, y que desea la justicia y

el juicio. Aquí tenemos ante nosotros una escena así. “Juzgamos

así”. Debemos sentarnos en el banco. ¿A quién debemos juzgar?

Debemos juzgarnos a nosotros mismos. Eso nos hace darnos

cuenta de que hay dentro de nosotros dos naturalezas: Tenemos

una naturaleza antigua y tenemos una naturaleza nueva. Es este

mismo don de Cristo el que entra en todos los creyentes. Nuestro

237
texto nos enseña que la enemistad entre estas dos naturalezas debe

resolverse en el tribunal. El prisionero debe ser llevado a la corte.

La nueva vida que es Cristo dentro de nosotros debe llevarnos al

Tribunal del juicio de Cristo, por todo lo que está dentro de nosotros

de la vieja naturaleza, para que pueda ser entregada para la cruci-

fixión. Al buscar en la Palabra de Dios, encontramos los términos

de la acusación que presentaremos contra nosotros mismos en esta

escena de juicio. Encontramos que somos pecadores por elección,

y que somos pecadores por decreto divino. A algunas personas no

les gusta la enseñanza de la Palabra de Dios que somos pecadores

por naturaleza. Un hombre me dice: “¿Crees en la doctrina de la

depravación total?” “Sí, la creo”, respondo. Luego dice: “¿Que no

hay nada bueno en el hombre?” Eso no es lo mismo en lo absoluto.

Creo en la depravación total, pero hay una gran cantidad de bien

238
en el hombre. El punto es simplemente éste, que el bien que está

en el hombre no puede ser aceptado en el Cielo. Un hombre puede

ser un millonario en su carácter y que va a comprar una posición

alta en este país y en este mundo, pero cuando se cruza la frontera

para ir al cielo es degradada sus monedas y Dios no puede aceptarlo

en lo absoluto. Esa es la razón por la cual creemos en la deprava-

ción total. No es que no haya ningún bien en el corazón humano

fuera de Cristo; hay una devoción y hay un honor entre las personas

no salvas que con frecuencia los cristianos harían bien en emular

en sus propias vidas. Pero no hay duda de que la nueva naturaleza,

que es la vida de Cristo, es algo completamente diferente. Es Cristo

mismo. Dios dice que fuimos concebidos en pecado y formados en

iniquidad. Algunas personas no les gusta creer eso. Recuerdo que

una mujer vino a mí una vez y me dijo: “¿Crees que mi bebé, que

239
tiene un año, es un pecador?” Le dije: “Quiero contarte una historia

sobre mi propia hija. Tengo una niña que, cuando tenía solo nueve

meses, mintió antes de que pudiera hablar”. Entonces le dije cómo

sucedió. Mi pequeña niña nació en Francia, donde vivíamos mien-

tras estudiaba en una universidad allí. Tuvimos una doncella fran-

cesa, que le enseñó una canción de cuna. Movió los dedos mi bebé

ante las palabras de esa pequeña canción infantil francesa. Fue un

pequeño y lindo truco, y ya sabes cómo son los padres con sus hijos

pequeños, tienen una gran alegría en sus formas de bebé. Muchas

veces nos reímos con ella y la besamos cuando hizo esto. Pero tam-

bién se chupó el dedo pulgar, y muchas veces le había cogido la

manita y la había abofeteado suavemente cuando la encontré ha-

ciendo esto. Un día entré en la habitación y ella tenía un pulgar

mojado y sólo lo estaba moviendo hacia su boca. Ella me vio e

240
inmediatamente comenzó a agitar sus manos. Era como si ella hu-

biera dicho: “Papá, estás completamente equivocado. No iba a chu-

parme el dedo”. ¡Yo estaba actuando como esa pequeña bonita rima

marioneta que me deleita tanto! ¡Lo peor de todo era que la Biblia

me decía que había heredado la naturaleza de su padre! Eva puede

ser culpada en los papeles cómicos, pero en la Biblia dice que “en

Adán todos mueren”, y que “por un hombre entró el pecado”. La

responsabilidad estaba claramente allí, y sabía que ella y yo, y todos

nuestros padres y madres antes que nosotros, éramos pecadores

por naturaleza. El pecado está dentro, y debemos darnos cuenta de

que el nuevo hombre en Cristo Jesús debe sentarse a juzgar sobre

la vieja naturaleza que está dentro. Debemos darnos cuenta de que

las raíces de todo pecado, de toda iniquidad, están dentro de noso-

tros, y que la única manera de tratar con esa vieja naturaleza es

241
condenarla en dicha sentencia, el amor de Cristo nos limita al jui-

cio. Si Cristo tuvo que ir a la cruz y morir era porque estábamos

muertos, somos pecadores por naturaleza, pero esto no es todo,

porque somos pecadores por naturaleza nos volvimos pecadores por

elección. No detuvimos todo nuestro mal cuando llegamos a la edad

de madurez. No fue solo que la raíz estuvo dentro de nosotros en la

infancia. A medida que crecimos y nos desarrollamos en esta vida,

todos llegamos a la etapa en la que definitivamente elegimos aquello

que era pecado. En la primera epístola de Juan, capítulo 1, se nos

dice que si decimos que “no tenemos pecado” nos engañamos a no-

sotros mismos; y si decimos: “Oh, sí, tengo una naturaleza antigua,

pero la he llevado al escenario en el que ya no funciona”, Dios dice

que lo hacemos un mentiroso y que Su Palabra no está en nosotros.

Sólo hay una cosa que podemos hacer, y es aceptar el veredicto de

242
Dios de que somos pecadores por naturaleza, y que somos pecado-

res por elección, y que Dios nos ha declarado, por lo tanto, bajo el

decreto divino de Su ira. Pecamos sólo porque somos pecadores.

Debemos vivir en la sala del tribunal. Ésa es la solución, porque

nos llevará al corazón mismo de la victoria en Cristo Jesús. Debe-

mos tomar nuestra posición como el juez en el banquillo y aceptar

su veredicto. “Juzgamos así”, y momento a momento y día tras día

damos nuestro consentimiento para que nuestra vieja naturaleza y

todo lo que está asociado con ella sea juzgada ante el Señor Jesu-

cristo. Lo entregamos para ser crucificado y, como dice Pablo, mo-

rimos a diario. Pablo tuvo que condenarse a sí mismo, entregarse

diariamente a la crucifixión, una vez más decirle al juez que estaba

sentado con él en el banquillo que su antigua naturaleza debe man-

tenerse en constante muerte en el lugar de la ejecución, para que

243
así pueda vivir en la muerte de Cristo. Y nosotros también debemos

hacerlo. Entonces, debemos considerar el amor que nos constriñe.

“El amor de Cristo nos constriñe”. ¿Cómo vamos a hablar del amor

de Cristo? Debo confesar que aquí estoy en un dilema. Debemos

continuar con el texto y hablar sobre el amor de Cristo, pero la Pa-

labra de Dios nos dice muy claramente que el amor de Cristo so-

brepasa el conocimiento. En la epístola a los Efesios, Pablo dice:

“Para que puedan comprender cuál es la anchura, la longitud, la

profundidad y la altura, y para conocer el amor de Cristo, que so-

brepasa todo conocimiento”. Es algo así como un niño en la escuela,

que, al ir a la pizarra para resolver un problema matemático, escu-

cha a su maestro decir: “Ahora estamos trabajando en la cuestión

de la relación de la circunferencia con el radio de un círculo, y

quiero que encuentres exactamente qué es eso”. Los matemáticos

244
lo llaman π pi, y lo han resuelto con el valor de 3.14159…, y luego,

a falta de algo mejor, han puesto como 3.1416, en lugar de

3.14159285, y así sucesivamente. Recientemente vi en un periódico

una tabla publicada por la Real Sociedad en Londres en la que un

matemático de Inglaterra, había calculado pi en el lugar número

dos mil; era sólo un gran bloque de figuras al otro lado del periódico,

pero aún había más por seguir. Los matemáticos saben que no se

puede cuadrar un círculo; sigue y sigue y sigue, y el problema

nunca termina. Pablo dice a los Efesios: “Quiero que sepas que el

amor de Cristo que sobrepasa todo conocimiento, quiero que sepas

algo que no se puede conocer”. Ése es el problema que Dios nos

plantea definitivamente: Saber algo que no se puede conocer. Sin

embargo, en la medida en que comprendamos el amor de Cristo; en

la medida en que fijamos nuestra mirada en la cruz; en la medida

245
en que vemos lo que significaba para Aquel que era rico convertirse

en pobre por nosotros, para que nosotros, a través de su pobreza,

pudiéramos enriquecernos; en la medida en que entramos en este

gran amor de Cristo; en esa medida, vamos a estar limitados. A

medida que crecemos en el conocimiento de ese amor eterno, juz-

garemos más verdaderamente, actuaremos más definitivamente

con nuestra nueva naturaleza, seremos más incansables con la

carne. Entraremos más en la vida de Cristo como el amor de Cristo

nos constriñe. Y a medida que crecemos en el conocimiento de este

amor que sobrepasa todo conocimiento, así seremos llenos para

toda la plenitud de Dios. En la versión King James, las palabras

son: “Para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Efesios

3:19). En el valle de Mississippi, hay muchos millones de personas

que nunca han visto el océano. De vez en cuando, las personas

246
hacen el viaje al este y vienen a uno de nuestros resorts en la costa

para echar un vistazo al océano. Sus amigos en casa siempre les

dicen: “Echen un buen vistazo al océano, para que puedan descri-

birlo cuando regresen”. Ahora supongamos que un hombre bajó a

la costa de Atlantic City con una botella de cerveza, sumergió la

botella en el océano y la llenó con la plenitud del océano. Suponga-

mos que llevó la botella a Kansas y dijo: “Me pediste que describiera

el océano, pero en lugar de eso te lo he devuelto”. Qué tonto sería.

Cualquiera que conociera el mar diría: “Esto no es el océano, esto

es una pinta de agua salada”. ¿Cómo podrías tener en la botella, las

miles de olas que golpean la arena, que se precipitan contra las

rocas? ¿Cómo podrías ver el cálido mar tropical de indescriptible

azul, con las olas blancas espumeando en la playa mientras las pal-

meras se doblan sobre ellas? ¿Cómo podrías ver esos plácidos días

247
en medio del océano cuando la proa del barco se abre camino a

través de las aguas? ¿Cómo podrías poner todo esto en una botella?

El problema de Pablo debe haber sido similar cuando escribió a los

Efesios: “Estoy orando para que conozcas el amor de Cristo que no

se puede conocer, para que puedas ser lleno de toda la plenitud de

Cristo” – “hasta”, no “con”. Puede llenar su botella con un pequeño

chapuzón en el océano, pero poner todo el océano en la botella es

algo completamente diferente; un milagro sería requerido allí.

Ahora, dice Dios, ése es el milagro de la vida cristiana. Lo que es

incognoscible, aquello que es la fórmula matemática que nunca ter-

mina, puedes encontrarlo en tu propia vida; crecerá dentro de ti, y

a medida que crece y crece, comienzas a darte cuenta de más de las

riquezas de todo lo que está ahí en la fórmula matemática, en la

maravilla de lo desconocido, en el mar y todo lo que está ahí.

248
Entonces te das cuenta de que este amor de Cristo que no se puede

conocer completamente se está haciendo conocido para ti. Poco a

poco lo aprendemos; por lo tanto, cada vez más nos constriñe. Por

último, debemos ver que este amor de Cristo nos constriñe en una

dirección muy definida. Hemos estado viviendo para nosotros mis-

mos. Somos sacados de ese camino y nos ponemos en el camino

que nos conduce a él. Vivir para nosotros mismos describe la vida

del cristiano carnal. Después de describir al hombre no salvo como

“el hombre natural que no recibe las cosas del Espíritu”, el apóstol

describe al cristiano que ha estado viviendo para sí mismo como

lleno de envidia, lucha y división. Luego agrega: “porque aún sois

carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disen-

siones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?” (1 Corintios

3:3). Es decir: “¿No eres carnal y caminas como el hombre no

249
salvo?” Es difícil distinguir la diferencia entre tu vida y la vida de

un hombre que no ha nacido de nuevo. Es por este camino que el

amor de Cristo nos constriñe. Debido a su muerte por nosotros,

debido a la asombrosa revelación de su amor, somos atraídos al

nuevo camino de vivir para él. Nos volvemos cristianos espirituales,

para usar el lenguaje del apóstol una vez más. Hemos juzgado nues-

tra mente carnal y la hemos entregado a la muerte, la mente de

Cristo, que tenemos, nos permite hacerlo de esa manera. Cristo vive

en nosotros; vivimos para Él. Que Dios nos conceda hoy mismo esta

gracia, para que veamos el amor de Cristo y podamos estar limita-

dos a este juicio, y que caminaremos con nuestras vidas dirigidas

siempre hacia él.

250
CAPÍTULO 7

EL PODER DE LA BENDITA ESPERANZA

“Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo,

así como él es puro” (1 Juan 3:3). El mundo tiene un proverbio,

“Mientras hay vida, hay esperanza”. La Biblia enseña que donde

hay esperanza hay vida. Leemos en 1 Juan 3:1-3: “Mirad cuál amor

nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por

esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Amados,

ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que he-

mos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos

semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que

tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es

puro”. Este poder purificador de la bendita esperanza es lo que ocu-

pará nuestra atención. La Iglesia primitiva vivió a la luz del

251
pensamiento del regreso del Señor. Por la noche, cerraron los ojos

en sueños y pensaron: Quizás antes de la mañana, nuestro Señor

estará a la puerta y nos llamará a estar con Él. Por la mañana

cuando despertaron estaban con el pensamiento: “Hoy, tal vez, el

Señor Jesús nos llamará a estar con Él”. Dejaron sus vidas en mar-

tirio, y sin duda muchos de ellos pensaron, mientras se dirigían

hacia la hoguera o hacia la guillotina y hacia los leones: “¿No sería

maravilloso si, antes de que el hacha pudiera caer, o antes de que

los animales fueran liberados, el Señor Jesús debería llamarnos

para estar con Él, y la multitud incrédula debería ver que ya no

estamos aquí?”. Eso les dio vida y poder a la Iglesia. Siempre pen-

saron: En cualquier momento nuestro Señor puede estar aquí, y el

milagro de la primera fase de Su retorno se cumplirá. “Porque el

Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta

252
de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán

primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado,

seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir

al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesa-

lonicenses 4:16-17). Esta esperanza fue en gran medida responsa-

ble del primer amor de esa Iglesia, cuyos miembros estaban tan

dispuestos a morir por el Señor. Los puntos de nuestro mensaje son

muy simples. Primero, Él aparecerá; en segundo lugar, seremos

como él; en tercer lugar, lo veremos; y la conclusión es que cada

persona que cree en estas cosas va a vivir de manera diferente, por-

que estas verdades poseen el corazón. Antes que nada, veamos las

palabras “Él aparecerá”. ¡Oh, cuántos hombres han escrito tonte-

rías acerca de la venida del Señor! Debemos insistir en que no te-

nemos nada en común con nadie que intente de ninguna manera

253
establecer una fecha para la venida del Señor. No sabemos el día,

ni la hora, ni el tiempo, ni la temporada. Una vez, tomé un libro y

leí la profecía, que el escritor dijo que el Señor le reveló, que Cristo

aparecería el año siguiente. En la siguiente edición, después de que

pasó el tiempo, el escritor simplemente añadió un prefacio y dijo:

“Estaba equivocado, pero el Señor me había permitido gentilmente

ver que cometí un error en mis cálculos, pero ahora me permitió

decir más positivamente que será el próximo año”. La Biblia dice

que, si un hombre profetiza y no sucede, sabremos que está profe-

tizando mentiras. No creas a ningún hombre que de alguna manera

se comprometa con algún sistema de fechas en la interpretación

profética: “En la hora que no pensáis, el Hijo del Hombre vendrá”

(Lucas 12:40). Algunos han dicho que la segunda venida de Cristo

es la conversión del pecador, que fue el Día de Pentecostés, que fue

254
la destrucción de Jerusalén y muchas otras cosas similares, pero

no es ninguna de éstas. Cuando Él venga, sucederán muchas cosas

que todavía no han sucedido y que no están sucediendo ahora. Los

muertos en Cristo resucitarán, y los vivos serán transformados y

hechos semejantes al Señor. Su reino será traído del Cielo y esta-

blecido en la tierra. ¡Cómo nos regocijamos al saber que Él apare-

cerá y enderezará todo lo que está terriblemente mal en esta tierra!

La Iglesia en la Edad Media era como el perro de las Fábulas de

Esopo, que al pasar por un puente con un hueso en la boca, vio su

reflejo y, al abrir la boca para apoderarse del hueso en el reflejo,

perdió el hueso que tenía en verdad. La iglesia en la Edad Media,

mirando el poder alrededor de ella, y deseando tener un reino,

abandonó la bendita esperanza y el verdadero llamado celestial, y

comenzó a buscar el poder temporal. Esa cosa horrible, la ambición

255
eclesiástica, entró en sí misma, y la iglesia ha sido la más pobre

desde entonces debido a eso. Pero cuando nos alejamos de eso y

nos damos cuenta de que somos un pueblo celestial con una espe-

ranza celestial, buscando la venida de nuestro Señor Jesús que

aparecerá, entonces todo nuestro trabajo será mejor, porque esta-

remos en línea con esa verdad y revelación, que el Señor mismo nos

ha llamado a hacer. En esta era presente Él está sacando un pueblo

para Su Nombre. Algunos siempre intentan construir un reino que

será un mero reino terrenal, pero eso no es lo que Dios está ha-

ciendo hoy. Él está llamando a la Iglesia, no construyendo un reino.

No habrá reino hasta que Él venga. Hace unos años estaba en las

llanuras occidentales de América, en el estado de Montana. En esas

praderas planas se puede ver una gran distancia, y el camino se

extendía frente a nosotros por unas millas sin una curva. A lo lejos

256
vi una mota, y al acercarnos vi que era un hombre que se inclinaba

y bombeaba aire a un neumático. Él no parecía estar haciendo mu-

cho progreso. Cuando me le acerqué, me detuve y le dije: “Tal vez le

gustaría usar mi bomba”. Él respondió: “Mi bomba está bien, pero

me temo que hay un agujero en mi neumático”. ¡Allí estaba, bom-

beando aire a un neumático que tenía un agujero! Ustedes saben,

queridos amigos, hay tanto trabajo cristiano que es así. Ves a los

hombres trabajando como esclavos, y les preguntas: “¿Qué estás

haciendo?” Y responden: “¡Oh, estamos trayendo el reino!” Están

tratando de traer el reino, pero están condenados al fracaso. Úni-

camente el Rey hará eso. No vas a cristianizar Moscú, Tokio,

Chicago o Londres. No vas a cristianizar las oficinas de extranjería

y las bolsas de valores. Si lees el Sermón del Monte a esas personas,

tendría exactamente el mismo efecto que si llevaras el capítulo

257
undécimo de Isaías a los Jardines Zoológicos e insistieras en que el

león se juntará con el cordero, y que el león debería comer paja

como el buey. Sí, eso sucederá algún día, pero no hasta que Él haya

venido y arreglado todas las cosas. Él aparecerá, y luego todo se

ordenará. Entonces vendrá la justicia y la paz que Él ha prometido

a la tierra. La venida del Señor es una serie de eventos, y su clímax

es el establecimiento de Su reino. Hasta que Él venga, no debemos

esperar verlo. La primera venida del Señor estuvo acompañada por

una serie de eventos, de treinta y tres años de duración, y asimismo

la segunda venida del Señor es también una serie de eventos. La

primera venida del Señor fue anunciada por un ángel a una virgen,

fue la manifestación del Señor en un pesebre en Belén, fue la un-

ción de Cristo por el Espíritu para su obra y ministerio mientras

caminaba haciendo el bien. La primera venida de Cristo fue la

258
muerte de un hombre en la cruz; estaba una tumba abierta y un

ascenso en las nubes; tenía treinta y tres años. Sin embargo, mucha

gente está muy confundida acerca de la profecía porque piensan en

la segunda venida de Cristo simplemente como un momento deste-

llante. Habrá un momento fulgurante justo cuando el relámpago

sale del este y brilla hasta el oeste, pero la venida del Señor es mu-

cho más que eso. Se relata que en una Escuela Bíblica se estaba

examinando a uno de los estudiantes sobre el tema de la profecía,

y el examinador le dijo al joven: “Antes de que el Señor establezca

Su reinado en la tierra, ¿qué debe suceder?” El joven respondió: “El

reinado del Anticristo y la gran tribulación”. “Sí”, dijo el examina-

dor, “eso es correcto”. “¿Y qué debe suceder antes de la gran tribu-

lación?”. “La eliminación de todos los creyentes”, dijo el joven. “Sí,

eso es correcto”. “¿Y qué debe suceder antes del arrebatamiento o

259
rapto de los creyentes?” El joven dijo: “Nada más que el grito”. Esa

es la verdad de Dios, queridos amigos, nada más que el grito. “Por-

que el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con

trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo re-

sucitarán primero” (1 Tesalonicenses 4:16), y luego se inaugurará

esta gran serie de eventos, todos los cuales están vinculados con

las verdades relacionadas de la venida del Señor. Su regreso es la

respuesta a los problemas del mundo. Un día, unos amigos me lle-

varon desde Londres hasta Essex y, al llegar a la pequeña ciudad

de Epping, doblamos una curva en el camino y vimos ante nosotros

una cartelera con carteles prominentes. Mi mirada captó esta frase:

“Si la ONU falla, ¿qué?” y junto a ello había otra frase: “¡He aquí,

vengo rápido!” No pude dejar de pensar que, tal vez por accidente,

o tal vez por la acción deliberada del hombre que colgó estas

260
pancartas, y que conocía la verdad cristiana, esos dos proyectos de

ley se habían colocado muy de cerca. Este mundo sólo tiene inte-

rrogantes cuando se trata de los problemas que enfrentamos. La

respuesta es con Dios, y Él está sobre Su trono, y en Su propio buen

momento Él realizará lo que Él ha ordenado. En segundo lugar,

consideramos la frase: “Seremos como él”. En mi opinión, esa frase

es tal vez la más impresionante de toda la literatura cristiana. Debe

compararse sólo con la frase que puede ser mayor porque hace que

todo lo demás sea posible: “Él nos amó”. En esas dos frases, “Él nos

amó y seremos semejantes a Él”, tenemos dos de las más grandes

maravillas del universo, e indudablemente esos dos pensamientos

ocuparán nuestros corazones mucho después de que la eternidad

haya comenzado para nosotros. Él nos amó y nos hará semejantes

a él. ¿Qué significa que seremos como él? Primero, seremos como

261
Él en Su santidad. Si pudiera tener sólo un atributo de Jesucristo,

gracias a Dios no seremos así limitados, estoy seguro de que prefe-

riría ser como Él en Su santidad. ¡Cómo la necesitamos! Tenemos

una historia maravillosa de la vida de Pedro que se nos dio en el

capítulo 13 del Evangelio de Juan. Recuerden que cuando el Señor

comenzó a lavar los pies de los discípulos, Pedro retrocedió y dijo:

“Señor, nunca me lavarás los pies”, y el Señor dijo: “Si no te lavare,

no tendrás parte conmigo”. Entonces Pedro dijo: “Señor, no sólo mis

pies, sino también mis manos y mi cabeza”. Jesús respondió: “El

que se lava, no tiene necesidad de lavar sus pies, sino de limpiarlo

todo”. El Señor estaba estableciendo el principio de que cuando un

hombre nace de nuevo y es salvado, no puede nacer de nuevo otra

vez, y otra vez, y otra vez; una vez para siempre ha sido justificado,

ha sido visto en la justicia de Cristo. Dios lo ve en toda la perfección

262
de Su Hijo. El que está lavado no necesita ser lavado nuevamente.

El Señor Jesús le decía a Pedro: “Te veo en mi propia justicia”. Pero

debe haber una limpieza diaria. Pedro aprendió eso y lo sabía bien,

y debemos aprender lo mismo. Día tras día debemos regresar a la

presencia del Señor para ser purificados. “Si confesamos nuestros

pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y

limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). Sin embargo, llegará el

día en que ya no tendremos que inclinarnos por la tarde y decir:

“Señor, la vieja naturaleza ha vuelto a brotar. Señor, ves mi necesi-

dad diaria y por ahora necesito ser crucificado contigo”. Seremos

como él. ¿Es de extrañar que en el libro de Apocalipsis los venticu-

taro ancianos arrojan sus coronas de oro cuando ven el mar vi-

drioso y se dan cuenta de que nunca más habrá necesidad de volver

a confesar el pecado? Recuerdas el versículo del himno: Santo,

263
santo, santo, todos los santos te adoran, arrojando sus coronas de

oro alrededor del mar vítreo. ¿Por qué arrojaron sus coronas en ese

lugar en particular? Bien, cuando Salomón construyó su Templo

hizo una fuente que se llamaba mar. Fue el símbolo de la limpieza.

Estaba de pie entre el altar, donde se derramó la sangre, y el taber-

náculo, donde se centraba la adoración de Dios. Los sacerdotes que

habían sido limpiados de su pecado por el derramamiento de la

sangre, fueron limpiados de sus pecados en esa agua en la fuente.

Era un símbolo, así como el lavado de los pies de Pedro era un sím-

bolo, que tú y yo como cristianos debemos día tras día y momento

a momento arrastrarnos de vuelta hacia la cruz. Siempre debemos

recordar que cuando hemos podido pasar todo un día sin pecado

consciente, incluso entonces, en el mejor de los casos, somos sier-

vos inútiles y todavía debemos confesar que en nosotros mismos no

264
mora nada bueno. Pero Dios nos dice que en el templo celestial, el

mar se convertirá en cristal; ya no será necesario que haya agua

para limpiarnos; no habrá más mar; no habrá más pecados para

confesar. Estoy seguro de que cuando lleguemos a ese templo ce-

lestial, se nos recordará el mar transformado en cristal, que nunca

tendremos más pecado que confesar, que se lo ha arrebatado para

siempre, que cada raíz se ha ido. El Señor Jesús cuando habló de

Satanás, dijo: “El príncipe de este mundo viene y no tiene nada en

Mí”. Tú y yo debemos decir: “El príncipe de este mundo viene y en-

cuentra mucho en mí”. Hay en nuestros corazones un aliado de Sa-

tanás, como el caballo de madera de Troya, todo listo para dejar

entrar al enemigo si no estamos alerta. Pero llegará el día en que

esa vieja naturaleza será eliminada, y podremos decir que no queda

nada del pecado dentro de nosotros. Por lo tanto, el pecado nunca

265
puede volver a surgir en el universo. Cuán contentos estaremos de

arrojar las coronas que podamos tener alrededor de ese recordatorio

del fin del pecado, y de corazones santos como el suyo, que clamen:

Señor, tu gloria llena el cielo; La tierra está con su plenitud alma-

cenada; A ti sea la gloria dada, Santo, santo, santo, Señor. Enton-

ces, también vamos a ser como Él en Su amor. ¡Qué fríos somos,

qué desamorados! Él realmente ama las almas. ¿Podemos decir qué

hacemos? Me pregunto si ha visto ese pequeño folleto, varios millo-

nes de los cuales se han impreso, llamado “¡Suponer!” El escritor

pregunta: “Supongamos que alguien le ofrece 1000 dólares por cada

alma que usted trata de llevar a Cristo, ¿sería más diligente de lo

que es hoy? Si fuera más diligente en ganar almas si alguien le diera

1000 dólares por cada alma que trataste de llevar a Cristo, ¿puede

ser que ames los dólares más de lo que amas a las almas?” ¡Cuán

266
rápido tal cosa revela los corazones de los hombres! Pero nuestro

Señor Jesucristo nos amó. Cómo nos ama; y seremos como Él en

ese amor. El yo será quitado, y su amor será nuestro. También se-

remos como Él en su poder. En el segundo salmo tenemos ese gran

pasaje que habla de su regreso. Nuestro Señor dice que romperá las

naciones con una vara de hierro y las hará pedazos como vasijas de

alfarero. Sin embargo, en el segundo capítulo de Apocalipsis dice de

los creyentes: “Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo

le daré autoridad sobre las naciones, y las regirá con vara de hierro,

y serán quebradas como vaso de alfarero; como yo también la he

recibido de mi Padre” (2:26-27). Se nos ofrece la posibilidad de aso-

ciarnos con el Mesías en Su reinado, sentarnos en Su trono y ser

instrumentos de Su gobierno. ¡Qué maravilloso que seremos como

él en su poder! En tercer lugar, no sólo aparecerá, y no sólo seremos

267
semejantes a Él, sino que lo veremos tal como es. Parecería que esta

visión del Señor es la causa de nuestro ser hecho como Él, como si

la visión de Él en toda su gloria eterna, ya no escondida con el velo

de la carne sino eternamente transfigurada, tuviera en ella aquello

que nos transformará, haciéndonos semejantes a Él. En ese día

cuando lo veamos, ¡cuánto habrá para decir! Entonces estaremos

donde estaríamos; Entonces seremos lo que debemos ser; las cosas

que no son ahora, ni podrían ser, entonces serán nuestras. Enton-

ces, podremos decir lo que queremos decirle a Él. Cuando dos per-

sonas se enamoran entre sí, y ambos lo saben, les gusta hablar de

ello. ¿Quién vio al otro primero? Cuando la Sra. Fulana me trajo al

otro lado de la sala para que me presente, ¿qué pensaste? ¡Me gus-

taste desde el principio! ¿Qué pensaste de mí? También discuten

entre sí sobre quién se enamoró del otro primero. Cuando vemos a

268
nuestro Señor, habrá muchas cosas que escuchar y decir, pero si

bien nos encantará hablar sobre cómo vino y cómo nos amó, nunca

habrá ningún argumento acerca de quién fue amado primero. Lee-

mos que amó a los impíos, y que lo amamos porque Él primero nos

amó. Él me vio arruinado en la caída, y me amó a pesar de todo; Él

me salvó de mi estado perdido; su amorosa bondad, ¡oh, qué grande

es! ¡Oh, la alegría de verlo! Diez mil veces más grande que cualquier

alegría terrenal será esa vista de nuestro Señor y Maestro, Jesu-

cristo. Algunos critican a los que hablan de ver al Señor. He escu-

chado a la gente atacar el himno, “¡Oh, esa será la gloria para mí!”

Hay un sentido, por supuesto, en el que tales pensamientos pueden

ser meras emociones sentimentales. Pero hay un poder presente en

tal esperanza. La Biblia nos dice en este texto nuestro: “Todo hom-

bre que tiene esta esperanza, se purifica a sí mismo”. Permítanme

269
exponer ante ustedes dos actitudes, las cuales son sostenidas por

algunos creyentes en estos días de la ausencia de nuestro Señor.

En 1917, cuando Estados Unidos entró en la Gran Guerra, había

una joven pareja en Occidente que había hecho planes para ca-

sarse. Tenían una pequeña casa que habían estado amoblando du-

rante semanas, y todos sus recursos se habían destinado a la pre-

paración de esa casa. Su plan había sido casarse y mudarse a este

nuevo hogar, pero se declaró la guerra y el joven, que era oficial de

reserva, fue llamado inmediatamente a las tropas. Su compañía re-

cibió la orden de ir a la frontera mexicana para entrenar antes de ir

a Francia. La joven le dijo el día antes de irse: “No es exactamente

la fecha de nuestra boda, pero es posible que se lo ordene al extran-

jero de inmediato, es posible que lo maten y, por lo tanto, es posible

que nunca vuelva a verlo”. Mil veces preferiría pasar la vida llevando

270
tu nombre que ir por la vida siempre explicando que el hombre que

amaba había sido asesinado en la guerra. Así que sigamos con ello

y nos casemos ahora mismo”. Así que se casaron discretamente, y

para su luna de miel fue con las tropas y ella fue a la casita. Estaba

muy sola, por supuesto, y puedes imaginarlo. ¡Cómo echaba de me-

nos a su amante marido! Día tras día le escribía, y las cartas se

iban acumulando. Le enviaba regalos, una alfombra navaja, algu-

nos encajes mexicanos y algo de cerámica india. Pasaron los meses,

y llegó una tarde cuando se sintió especialmente sola. Tomó algu-

nas almohadas y las puso en el piso frente a la chimenea, extendió

la alfombra sobre el piso y se sentó sobre ella. Cogió la caja con

todas las cartas de su esposo, en algunas almohadas extendió los

encajes que le había enviado, y colocó la cerámica en una silla frente

a ella. Luego, tomando dos o tres pañuelos para un buen llanto, se

271
sentó a disfrutar con sus cartas y con pensamientos de él. Pero,

cuando ella comenzó a leer las letras y pensar en él, de repente

hubo un paso a la entrada, la puerta se abrió, y él estaba allí. Él

había enviado un telegrama y se había retrasado en la entrega,

como ocurría con tanta frecuencia en aquellos días de guerra.

Cuando ella lo vio y se dio cuenta de que él estaba allí, ella se puso

de pie de un salto; las letras en su regazo estaban esparcidas por

todo el lugar, algunas incluso caían al fuego; ella pisó el encaje y

tiró un pedazo de cerámica de la silla, pero ella estaba en sus bra-

zos, y eso le importaba más que todas las cartas y todos los regalos

que alguna vez podría haberle enviado. Él había regresado. Ella lo

tenía, y al tenerlo, tenía todo. Antes de dibujar la analogía, que ya

has visto, déjame contarte otra historia. Cuando puse mi pie en

suelo inglés, en los días en que todavía había tarjetas de comida y

272
cuando se usaba sacarina, quería conseguir un periódico, porque

había estado en el mar, en un transporte, durante muchos días.

Conocía el nombre de un sólo periódico en Inglaterra, así que fui al

puesto de periódicos y dije: “Quiero una copia del Times”. Luego

subí al vagón del tren para subir a Londres, y cuando miré el perió-

dico, pensé que este era el documento más curioso que había visto

en el mundo. Sólo había anuncios en la página principal, mientras

que en Estados Unidos no tenemos más que noticias en la página

principal. Volteé página tras página, buscando las noticias, y final-

mente, cuando llegué a la cuarta o quinta página, vi algunas noti-

cias, y pensé que esta debía ser la noticia más importante del

mundo ese día. Pero era el informe de un caso de divorcio que se

escuchó en Londres. Empecé a leerlo. Era la historia de un joven

aristócrata que se había casado con una joven y luego se había ido

273
a la guerra. Ella le había escrito que estaba ocupada en el trabajo

de guerra, y le decía lo cansada que estaba de la enfermería en un

determinado hospital. Se disculpó por no haber escrito con frecuen-

cia, diciendo que pasaba horas todos los días con los heridos de

guerra. Unos meses después, su marido se iba de permiso, y un

amigo suyo, que había recibido información sobre el estado de las

cosas, le dijo: “No anunciaría, si fuera usted, que estaba recibiendo

permiso; me resbalaría; más silenciosamente”. El esposo siguió su

consejo, llegó a Londres sin previo aviso y fue al hospital donde se

suponía que la joven era enfermera. ¡Descubrió que ella no estaba

allí para nada! Luego descubrió dónde estaba viviendo, pero al lla-

mar no obtuvo satisfacción, simplemente le dijeron: “Oh, probable-

mente estará en el baile del té en el Ritz esta tarde”. La encontró

allí, en compañía de otro hombre. Pronto descubrió mucho más, y

274
el juez rápidamente le otorgó un decreto de divorcio. No pude evitar

contrastar estas dos historias y dibujar la analogía espiritual. Que-

ridos amigos, nuestro Señor Jesús regresará y Él nos va a encontrar

y va a encontrarme en una de esas dos actitudes. ¿Estarás coque-

teando con el mundo, o estarás ocupado con Sus cartas de amor,

Sus dones, Su obra, pensando en Él? ¡Él viene! “Todo hombre que

tiene esta esperanza en Él se purifica a sí mismo, así como Él es

puro”. ¡Qué juicio será cuando aparezca! Pablo habla de ese mo-

mento, y no podemos sorprendernos de que él diga: “Conociendo el

temor del Señor, persuadimos a los hombres”. Estas palabras fue-

ron escritas a los cristianos; Pablo estaba hablando del tribunal de

Cristo. Sabiendo cuál será esa luz blanca de Su santidad, cuando

la vemos, convenceremos a los hombres cristianos para que vivan

a la luz de Su venida, para recordar que nuestro Señor está a la

275
puerta, para purificarse a sí mismos; porque mientras en ese juicio

no haya posibilidad de condenación eterna para los redimidos que

aparecen allí, sin embargo, habrá algo tan intenso cuando veamos

a nuestro Señor, que Pablo puede hablar de ello con temor. Juan

nos dice que permanezcamos en Él, para que “no seamos avergon-

zados ante Él en Su venida”. ¿Cómo estamos viviendo? ¿Estaremos

avergonzados? Bienaventurado el hombre que cuando el Maestro

venga, lo encontrará velando. El Dr. Torrey solía decir: “Debemos

vivir como si viniera este día, y planear y trabajar como si no viniera

en toda una vida, porque así, mientras trabajamos, no nos avergon-

zaremos delante de él en su venida”. El último punto es muy breve.

Es la conclusión de todo el resto. Él aparecerá; seremos como él; lo

veremos. La creencia en estas cosas nos da la fortaleza para decir:

trataremos de purificarnos a nosotros mismos. “Todo hombre que

276
tiene esta esperanza se purifica a sí mismo”. ¿Cómo podemos puri-

ficarnos a nosotros mismos? Tenemos tanta necesidad de eso. La

respuesta es: No podemos hacerlo nosotros mismos. En la época de

Shakespeare había un poeta inglés llamado, Robert Herrick, que

escribió una hermosa cuarteta pequeña, tomando como pensa-

miento sobre el que había hecho sus líneas, ese incidente en la mi-

tología griega de las labores de Hércules. Hércules fue enviado a

hacer algo imposible, limpiar los asquerosos establos de Augeas o

Augías. Robert Herrick compara su corazón con ese establo, y es-

cribe: Señor, confieso que sólo Tú eres capaz de purificar este esta-

blo de Augeas o Augías. Sé sobre el agua del mar y las tierras, todo

sobre el jabón. Sin embargo, si tu sangre no me lava, no hay espe-

ranza. Lo que ese viejo poeta de Inglaterra encontró es muy cierto,

por supuesto, para el hombre no salvo, para la salvación del pecado,

277
y es cierto para el hombre salvo por sus pecados también. El hom-

bre no puede purificarse a sí mismo. Debe haber ese momento a

momento cediendo al Señor. Si puedes tener la victoria sobre el pe-

cado por un minuto, puedes tener la victoria sobre el pecado por

dos minutos. Continúa cediendo al Señor, diciendo: “Señor, Jesús,

esta vieja naturaleza debe ser crucificada, tu vida debe ser mi pu-

reza”. Si puede hacer esto durante dos minutos, puede hacerlo du-

rante tres minutos, y si puede hacerlo durante tres minutos, puede

continuar durante una hora, y luego un día y luego un año. La vieja

naturaleza todavía estará allí; todavía buscará romper con al menos

uno de los deseos de la carne. La mente carnal es enemistad contra

Dios, pero nuestro Dios ha hecho provisión para la victoria, y el

poder santificador de la Palabra y la fuerza constrictiva de su amor

son factores en ella, y la creencia en el regreso del Señor Jesucristo

278
es uno de las creencias que nos acercarán más a Él. ¿No podemos

decirnos a nosotros mismos: “Aún así, ven pronto, Señor Jesús, y

yo, que tengo esta esperanza, debo purificarme a mí mismo así

como Tú eres puro”?

279
CAPÍTULO 8

EL PODER DEL ESPÍRITU

“Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un

espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria

en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios

3:18). En una de las parábolas de Nuestro Señor, tenemos la ima-

gen de un hombre que se interpone entre Dios y los hombres para

obtener una bendición del Uno y dárselo al otro. Un amigo vino en

medio de la noche, por lo que el hombre tuvo que levantarse y salir

y llamar a la puerta de un vecino y pedir comida para el invitado

que había venido inesperadamente. Me ha impresionado algo que

se encuentra en ese pasaje: El hombre que estaba allí para minis-

trar usó la palabra “amigo” dos veces cuando llamó a la puerta. Él

dijo: “Amigo, un amigo ha venido a mí en necesidad, y no tengo

280
nada que ofrecerle”. Si usted y yo como cristianos debemos ser una

bendición para cualquier otra persona, debe ser porque tenemos

esa doble amistad hacia el mundo y su gran necesidad, y hacia el

Padre. Nuestra amistad con el mundo no debe ser, necesitamos de-

cirlo para aclararlo y evitar confusiones, esa amistad que es enemis-

tad con nuestro Dios; tal amistad es traición. Calentar nuestras

manos en el fuego del mundo es traicionar a Cristo. Pero debemos

tener esa amistad con el mundo que ama a las almas por el amor

de Cristo. Y nuestra amistad con Dios debe ser cercana. No es un

conocimiento casual que iremos a la mitad de la noche, a buscar

comida para nuestros invitados. Sólo a alguien cercano nos iremos

con nuestro grito: “¡Amigo! ... ¡amigo! ... ha venido un amigo y ¡no

tengo nada que ofrecerle!” Alguien viene en medio de la noche y toca

a su puerta y dice: “Llegamos tarde, pero hemos tenido problemas

281
con nuestro automóvil, y aquí estamos, y no hemos cenado”. Sal-

drías a la refrigeradora, y si tenías incluso un poco de comida allí,

podrías hacer para que pareciera más, colocando una pequeña le-

chuga alrededor, ¿servirías eso? ¿No irías en medio de la noche y

tocarías la puerta de tu vecino para pedir prestado al menos algo,

si no tuvieras absolutamente nada que ofrecer? Estas tres cosas

son los principios del lugar humano en el ministerio de la Palabra;

amor por las almas, comunión amistosa con Dios, y ese reconoci-

miento constante, total y absoluto del hecho de que de nosotros

mismos no tenemos nada, y no podemos tener nada. “Un amigo ha

venido y no tengo nada”. Por lo tanto, debemos volvernos a la Pala-

bra de Dios. Cualquier mensaje humano no puede ser absoluta-

mente nada, a menos que el Señor hable, a menos que lo tome, y lo

rompa, y lo use para su gloria. El pasaje que ocupará nuestra

282
atención es uno que habla de contemplar al Señor y de ser cam-

biado hasta que nuestras vidas reflejen Su gloria. Y esta transfor-

mación es obra del Espíritu que mora en nosotros. Dios no está en

un lugar lejano; Dios habita dentro de aquellos que han nacido de

nuevo. “Más cerca está Él que la respiración, más cerca que las

manos y los pies”. No debemos esperar ninguna bendición si debe-

mos apartar la vista de un Dios lejano que está separado de noso-

tros por una gran distancia abismal. Cristo ha venido a morar en

nuestros corazones a través de la fe, y, aunque lo vemos en el trono

del Cielo, sin embargo, Él está con nosotros en la comunión más

íntima aquí en la tierra. Un gran contraste se coloca ante nosotros.

Debemos ver en las verdades relacionadas con nuestro texto, la

ilustración de la gran verdad que se describe doctrinalmente en el

capítulo 8 de Romanos. “Pero todos, con la cara abierta

283
contemplando como en un espejo la gloria del Señor, somos trans-

formados en la misma imagen de gloria en gloria, así como por el

Espíritu del Señor”. Este versículo iluminará la verdad que Pablo

expuso en ese capítulo que se destaca como uno de los más grandes

en la Palabra de Dios: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para

los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la

carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida

en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.

Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la

carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y

a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la

justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos con-

forme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Romanos 8:1-4). El

capítulo en el que se encuentra nuestro texto es, en sí mismo, un

284
gran contraste. Por un lado, tenemos la descripción de la ley des-

crita, con énfasis en la gloria que rodeaba al Sinaí y que llenaba el

ser de Moisés. Por otro lado, tenemos la mayor gloria de la minis-

tración del Espíritu Santo de la vida en Cristo Jesús. ¿Has notado

cuántas veces Pablo habla de la gloria en este capítulo? “La entrega

de la ley fue gloriosa”. El resultado fue que Moisés recibió una gloria

sobre su rostro. Luego se afirma que eso fue sólo una gloria tempo-

ral, y que la entrega del Espíritu sería mucho más gloriosa. Enton-

ces, para algunos que no lo hayan notado, se afirma en términos de

condena y rectitud. La ofrenda del Uno fue asistida con gloria; se

sigue que una justicia es mayor que la condenación, por lo que su

gloria es mayor que la anterior. De hecho, lo que era glorioso difí-

cilmente puede describirse como gloria en comparación con la ma-

yor gloria que sobresale. Pablo vuelve a la fraseología de Romanos.

285
Una y otra vez, ha contrastado el pasado con el presente, usando el

término “mucho más” una y otra vez. Aquí él vuelve a esta idea,

diciendo: “Porque si lo que se quitó fue glorioso, mucho más, lo que

queda es glorioso”. Por lo tanto, once veces, en unos breves versícu-

los, habla de la gloria de la entrega de la ley y de la mayor gloria

que supera la gloria anterior. Finalmente, nuestro texto usa todavía

la palabra gloria tres veces más, nos dice de la gloria del Señor y

promete que seremos transformados en la misma imagen de gloria

en gloria, así como por el Espíritu del Señor. Dios tiene aquí ante

nosotros un enorme contraste entre la entrega real de la ley y nues-

tra posición hacia Dios en la gracia. Del Antiguo Testamento, re-

cuerda el Monte del Sinaí donde le dio la ley a Moisés. Él contrasta

esa ocasión con la visión que ahora es nuestra a través de la vida

viviente del Señor Jesucristo que mora en nosotros. Hay un gran

286
cuerpo de materia concerniente al Antiguo Testamento que no se

encuentra en él, pero que se encuentra en el Nuevo Testamento.

Hace unos años comencé a notar en mi Biblia, existe información

sobre el Antiguo Testamento que se encuentra en el Nuevo Testa-

mento pero que no está en el Antiguo Testamento. Hay muchos

ejemplos en el Nuevo Testamento donde el Espíritu Santo ha dado

una revelación absolutamente nueva, donde la Palabra de Dios ilu-

mina varios pasajes en el Antiguo Testamento que de otra manera

nunca hubiéramos entendido del todo. Uno de los ejemplos más

llamativos es Enoc. No sabríamos que Enoc había sido arrebatado,

que no vio la muerte, si no fuera por el Nuevo Testamento. El Anti-

guo Testamento simplemente nos dice que Enoc caminó con Dios y

que no estaba porque Dios se lo llevó (Génesis 5:24: “Caminó, pues,

Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios”). Si sólo

287
hubiéramos tenido este versiculo, se podría afirmar que la frase es

un eufemismo, una forma cortés y bonita de decir que Enoc murió.

El Nuevo Testamento nos dice que él no murió, sino que fue tras-

puesto; que no gustó de la muerte. Nos da un párrafo más de su

sermón advirtiendo al impío de su tiempo (Judas 14-15). De manera

similar, en el pasaje de 2 Corintios, la narración causa muchas du-

das acerca de un evento del Antiguo Testamento. ¿Por qué no se

dijeron estas cosas entonces, preguntamos? Debemos darnos

cuenta, sin embargo, de que Dios está dando una nueva revelación

de un antiguo acontecimiento histórico para enfatizar las sorpren-

dentes y extraordinarios diferencias para que en aquellos cuyos co-

razones mora el Espíritu Santo comprendan lo que es suyo en Él.

Este cambio, este nuevo conocimiento en el Nuevo Testamento, se

refiere a la manera en que se da la ley. Uno puede protestar: “¿No

288
estaba escrito en el Antiguo Testamento que Moisés les dijo que

ataran un espacio alrededor del Monte Sinaí, que subió, que vio a

Dios, que su rostro resplandeció y que tuvo que ponerse un velo en

su cara?” Eso es cierto, pero en el capítulo doce de Hebreos, por

ejemplo, leemos: “Porque no os habéis acercado al monte que se

podía palpar, y que ardía en fuego, a la oscuridad, a las tinieblas y

a la tempestad, al sonido de la trompeta, y a la voz que hablaba, la

cual los que la oyeron rogaron que no se les hablase más” (versículo

18-19). El Antiguo Testamento no registró que cuando se dio la ley,

millones de israelitas gritaron que ya no deberían escuchar esa voz

de Dios. “porque no podían soportar lo que se ordenaba: Si aun una

bestia tocare el monte, será apedreada, o pasada con dardo; y tan

terrible era lo que se veía, que Moisés dijo: Estoy espantado y tem-

blando” (versículos 20-21). Obviamente, algo sucedió allí. Pero el

289
pasaje continúa con un contraste: “Sino que os habéis acercado al

monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la

compañía de muchos millares de ángeles” (versículo 22). El pasaje

en 2 Corintios así como este en Hebreos ofrecen un fuerte contraste

entre dos escenas. En el libro de Hebreos, dos montañas son pro-

minentes, el Monte Sinaí y el Monte Sion: La ley y el Calvario. En

Corintios, Pablo está más bien preocupado por la gloria. En el Sinaí,

sólo un hombre recibió un mensaje de Dios, pero ahora hay un po-

der y una luz para cada uno de nosotros que está en Cristo Jesús.

Dios está mostrando que sólo por la venida de Cristo, sólo por el

final de la ley, sólo por el comienzo de la gracia, sólo por la venida

del Espíritu interno es posible que cualquier ser humano tenga ver-

dadera rectitud dentro del corazón. La gloria que ahora ha venido,

la gloria que sobresale, es una gloria que da vida. Su efecto es

290
cambiarnos a la imagen del Señor. Deberíamos comentar aquí que

muchas personas dicen, erróneamente, que el hombre está hecho

a la imagen de Dios, pero el pecado vino y Adán murió espiritual-

mente. El hijo que engendró no estaba a la imagen de Dios, sino

como lo declara claramente la Escritura, a su propia imagen caída.

Sólo cuando nacemos de nuevo, la imagen de Dios “se renueva en

conocimiento según la imagen del que lo creó” (Colosenses 3:9-10).

Así es como el hombre puede ser hecho a la imagen de Dios. Otros

versículos enseñan claramente la misma verdad. Es sólo cuando

pasamos de la muerte a la vida en Cristo que estamos seguros a la

imagen de Dios. Nuestro texto revela cómo se puede hacer que esa

imagen domine en nuestras vidas. [Algunos estudiosos bíblicos no

están de acuerdo con el autor, porque afirman que la Biblia enseña

claramente que todos están hechos a la imagen de Dios. Su punto

291
aquí está bien tomado, sin embargo, que esta imagen florece

cuando uno se convierte en una nueva creación en Cristo y conti-

núa desarrollándose a medida que el creyente crece en Cristo].

Otros versículos enseñan claramente la misma verdad. Es sólo

cuando pasamos de la muerte a la vida en Cristo que estamos se-

guros a la imagen de Dios. Nuestro texto revela cómo se puede hacer

que esa imagen domine en nuestras vidas. El primer punto es que

esta gloria es para cada creyente, no para la cara de un hombre.

Moisés sólo tenía la cara brillante al dar la ley, pero todos debemos

conocer la gloria que es nuestra desde Pentecostés. En el día de la

gracia, la salvación y la justicia no son para una clase, para un

grupo, para un señorío jerárquico, para los sacerdotes que mantie-

nen a la gente a una distancia inconmensurable debajo de ellos.

Porque a la vista de la Palabra de Dios no hay diferencia entre el

292
clero y los laicos. El hecho de que pueda pasar todo el tiempo dando

el mensaje, de ninguna manera pone a un clérigo en un lugar

aparte. Somos uno en Cristo Jesús. “Yo soy el principal de los pe-

cadores” (1 Timoteo 1:15), dijo Pablo, “menos que el más pequeño

de todos los santos” (Efesios 3:8). Aquellos que consideran a Pablo

el líder de aquellos que dan el mensaje, ven su propia estimación

de sí mismo al entrar directamente en contacto con la Palabra de

Dios. Como no existe diferencia, todos podemos tener lo que Dios

nos ha dado a través de Cristo. Leemos en el segundo capítulo de

los Hechos de los Apóstoles que la bendición no debía restringirse.

Tus jóvenes y tus ancianos, tus siervos y tus siervas, hombres y

mujeres, viejos y jóvenes, esclavos y libres, hijos y siervos, todos

debían recibir el Espíritu Santo; de hecho, Él había venido, sobre

todos. Esa es la palabra que se habló y se cumplió en Pentecostés.

293
Cuán diferente fue esto, de lo que Moisés escuchó cuando vio la

gloria en la venida de la ley. La gente no sabía nada de eso; la suya

era la única cara que brillaba. Todos los creyentes deberían saber

lo que es tener la gloria de esa luz que brilla del Espíritu Santo que

mora en ellos. El Señor Jesucristo enuncia este mismo principio de

una manera maravillosa en el Evangelio de Mateo. Recuerdas que

cuando Juan el Bautista estaba en prisión se convirtió en presa de

dudas, y envió a sus discípulos a Jesús para interrogarlo. Después

de que terminaron su misión y se fueron, Jesús, siempre cortés, se

volvió hacia la gente para darles la visión correcta de Juan. El Señor

dijo: “De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha le-

vantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en

el reino de los cielos, mayor es que él” (Mateo 11:11). Detente y

piensa lo que eso significa. Jesús está diciendo en efecto: “Puedes

294
considerar a Moisés, David, Salomón, Elías, Eliseo, Daniel, todos

los hombres del Antiguo Testamento, pero ninguno de ellos ha su-

perado a Juan el Bautista”. Esto hace a Juan el Bautista tan grande

como cualquier otro personaje del Antiguo Testamento, porque él,

por supuesto, aunque se encuentra en las primeras páginas de los

Evangelios, es el último de los personajes del Antiguo Testamento.

Entonces Jesús agrega esta palabra aún más asombrosa: "No obs-

tante, el que es menor en el reino de los Cielos es ¿tan grande como

él?” No “¡más grande que él!” Ahora, si algún hombre vino antes que

usted hoy y dijo de sí mismo: “Soy más grande que Moisés, soy más

grande que Elías, soy más grande que Eliseo, soy más grande que

Daniel, soy más grande que todos los héroes del Antiguo Testa-

mento, “tendrías todo el derecho a decir: ¡Qué egoísmo consumado!

¿Qué derecho tiene un hombre para hablar así? Pero si un hombre

295
dijera: “Aspiro al título de los más pequeños en el reino de Dios”,

consideraría que estaba hablando desde su corazón, y no desde la

humildad falsa, que no estaba ofende a la modestia. Sin embargo,

para los que son menores en el reino de Dios, el Señor dice en efecto:

“En esta era, desde Pentecostés, eres más grande que Juan el Bau-

tista”, y por lo tanto mayor que todos los hombres del Antiguo Tes-

tamento. ¡Qué verdad es esta! Escuchamos la historia del otro día

de un miserable borracho que había encontrado al Señor Jesucristo

y había sido transformado. En el momento en que se produjo el

nuevo nacimiento, se podría decir de él que él era más grande que

Moisés, mayor que David, mayor que Salomón, mayor que Juan el

Bautista. ¿Por qué? Simplemente debido a la mayor gloria que es

ahora para todos nosotros. Sabemos, por supuesto, que el pasaje

se refiere principalmente a aquellos que estarán en el reino futuro,

296
pero no es menos posible aplicar esta misma verdad a la edad pre-

sente. Nosotros, como creyentes en el Señor Jesucristo, tenemos

una posición más elevada que los santos de los tiempos del Antiguo

Testamento. Dios ha trabajado de tres maneras desde la fundación

de este mundo. Antes de que Jesucristo viniera, todo lo que hizo

puede resumirse como hecho por Dios, para su pueblo. Mire estas

preposiciones. Durante los años en que Jesucristo estuvo aquí, su

nombre era Emanuel, el cual, interpretado, significa Dios con su

pueblo. Pero desde el día de Pentecostés es algo mucho más grande

que eso; es Dios en su pueblo. Esa es la razón por la cual Jesucristo

pudo decir que el menor en el reino de los Cielos es más grande que

Juan el Bautista. Si bien el Espíritu de Dios vino sobre estos hom-

bres de cierta manera por la inspiración de las Escrituras que es-

cribieron, y por el trabajo que realizaron para Dios, no tenían el

297
Espíritu Santo habitando en ellos, como usted y yo tenemos a Él

morando dentro de nosotros. David ciertamente había sido lleno del

Espíritu por su obra, pero en el Salmo 51 oró algo que, gracias a

Dios, tú y yo no lo podemos orar: “No quites de mí tu Espíritu

Santo”. Porque hemos sido sellados con el Espíritu Santo hasta el

día de la redención, y es por eso que los menores hoy pueden ser

llamados más grandes que Juan el Bautista. Nuestro Dios mora en

nosotros. Nuestros cuerpos son ahora los templos del Espíritu

Santo. No olvidemos eso. Ningún lugar en este mundo tiene el de-

recho, bíblicamente hablando, de ser llamado, en nuestros días, un

tabernáculo o un templo. Una iglesia puede ser consagrada para el

servicio de Dios, pero incluso una abadía, incluso una catedral, in-

cluso la más poderosa estructura eclesiástica, a las tres de la ma-

ñana, cuando está vacía, está tan vacía del Espíritu Santo de Dios

298
como una tienda. Por otro lado, el Espíritu de Dios puede encon-

trarte allí tanto como puede encontrarse con gente donde hay vi-

drieras. ¡Oh, gracias a Dios por su gracia! ¡No es para un círculo

interno! ¡Es para ti! Cada uno de nosotros puede saber que todo lo

que se ha hablado en el Nuevo Pacto se habla por nosotros. En se-

gundo lugar, esta visión del Señor debe ser nuestra a través de la

Palabra de Dios. Pablo dice: “Todos, con la cara abierta mirando

como en un vaso”. Hay muchos símbolos de la Biblia que se en-

cuentran en la Biblia misma. Es la espada del Espíritu (Efesios

6:17). “¿No es mi palabra como fuego, dice Jehová, y como martillo

que quebranta la piedra?” (Jeremías 23:29). Es como un fuego:

“Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Salmo

119:105). Pablo habla de eso como una dieta sobre la cual nos ali-

mentamos; Hebreos 4:12 nos da todavía otra palabra, aunque es

299
“espada” en inglés, en griego es “bisturí”; La Palabra de Dios es rá-

pida y poderosa, más nítida que cualquier bisturí de dos filos (el

bisturí de un cirujano). Santiago la llama la semilla de la vida: “El,

de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que

seamos primicias de sus criaturas” (Santiago 1:18). La palabra en

Corintios es sólo un ejemplo más, porque indudablemente el espejo

es la Palabra de Dios. Ahí es que vemos al Señor Jesucristo. Él no

puede ser visto en ningún otro lugar hoy. No vas a encontrar al

Señor Jesucristo hoy en ninguna visión extática que surja por me-

dio de las emociones humanas. Encontrarás a Jesucristo en la Pa-

labra de Dios, o no vas a encontrarlo. Es importante que nos demos

cuenta de esto. Supongo que cada maestro de la Biblia tiene perso-

nas que vienen a él de vez en cuando y le dicen: “Quiero contarte

acerca de una visión que tuve”. Cada vez que alguien me dice eso,

300
le digo: “Ahora, espere un momento. Hubo un hombre que tuvo una

visión, y era de verdad, una visión dada por Dios. Inmediatamente

dijo que vio cosas que no eran licitas ser pronunciadas y preferiría

que no pronuncies tu visión”. Estoy bastante seguro de que, si al-

guno de nosotros realmente viera a Jesucristo, deberíamos ser

como San Pablo, y decir: “Vi cosas más allá de las palabras, no me

es lícito pronunciarlas”. Hoy no es el día de las visiones; hoy es el

día de la Palabra. Este debe ser nuestro estándar de juicio. Si un

hombre viene a ti y te dice: “Sígueme. Mira, he obrado milagros”, no

por eso debes seguirlo. No debemos olvidar que se dice que el tra-

bajo de Satanás es “con todo poder, señales y prodigios mentirosos”.

Dios nos ha dado su estándar de juicio. “A la ley y al testimonio. Si

no hablan de acuerdo con esta Palabra, no hay luz en ellos”. “Hay

tres que dan testimonio en la tierra, el Espíritu, la Palabra y la

301
sangre, y estos tres están de acuerdo en uno”. Ahora lo que es per-

fecto es venir. Tenemos la Palabra de Dios. Otra parte ha sido eli-

minada y los milagros ya no son la prueba para un hombre de Dios.

Cuando un hombre habla, los que están en la audiencia deben me-

dirlo con la Palabra de Dios, para determinar si está diciendo la

verdad de este Precioso Libro. Fue por esto último que Pablo felicitó

a los bereanos, ya que recibieron la Palabra con toda la disposición

de la mente, pero escudriñaron las Escrituras diariamente para ver

si esas cosas eran ciertas (Hechos 17:11: “Y éstos eran más nobles

que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con

toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si es-

tas cosas eran así”). Los Bereanos no habrían creído algo sólo por-

que Pablo lo enseñó. Ningún hombre que ame al Señor y conozca

Su Libro desea que se diga alguna vez: “Creo esto porque el Dr.

302
Fulano lo enseña”. Oh, no, a la ley y al testimonio sea la gloria.

Creemos debido a la enseñanza de la Palabra de Dios y a la prueba

de la predicación de los hombres por medio de ella. Luego, debemos

notar que es la gloria del Señor Jesucristo lo que debemos contem-

plar en Su Palabra, y el Espíritu Santo usará la vista de esta gloria

para cambiarnos a Su misma imagen. La gloria del Señor Jesucristo

se encuentra en toda su Palabra. En el año en que murió el rey

Uzías, Isaías tuvo su gran visión del Señor, en lo alto y enaltecido.

Recordarán que los serafines clamaron: “En el año que murió el rey

Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus

faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada

uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían

sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo:

Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena

303
de su gloria” (Isaías 6:1-3). Fue entonces cuando Isaías vio su inuti-

lidad, confesó su inmundicia y fue limpiado por el toque del carbón

en sus labios desde el altar. Hay una notable visión secundaria de

esta visión en el capítulo 12 del Evangelio de Juan. Citando de este

mismo capítulo en Isaías, Juan nos dice: “Estas cosas dijo Isaías

cuando vio su gloria y habló de él”. Pero mientras que en la profecía

de Isaías la referencia es claramente para la gloria del Señor Dios

de los ejércitos, en el Evangelio la referencia es claramente para la

gloria del Señor Jesucristo. La inferencia es ineludible. El Señor Je-

sús ocupó el mismo lugar en la mente de Juan que Jehová de los

ejércitos ocupó en la mente de Isaías. Las cosas iguales a la misma

cosa son iguales entre sí. Las manifestaciones externas de esta glo-

ria se dejaron de lado cuando nuestro Señor dejó el trono del Cielo

para venir a la tierra. Fue de esto que “Él se vació” como nos dice

304
Filipenses. Los accesorios de majestad permanecieron en el cielo

cuando vino con humildad, pero pudo orar al final de su vida:

“Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria

que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17:5). Y ahora se

ha ido a sentar a la diestra del Padre, y este “Dios, que mandó que

de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en

nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria

de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Corintios 4:6). Allí es donde se

nos dice que lo contemplemos, y a medida que lo veamos, otros ve-

rán que en verdad hemos cambiado de gloria en gloria y lo contem-

plaremos en nosotros mismos. Vale la pena recordar que nadie verá

en nosotros lo que no podemos ver en nosotros mismos. La ley sim-

ple de la física funciona en este asunto espiritual. El ángulo de re-

fracción es igual al ángulo de incidencia. Pero déjame darte esto en

305
una historia. Mis dos hijos pequeños se arrodillaron un día, y el

más pequeño de los dos estaba examinando ansiosamente mis ras-

gos. De repente, él dijo: “Veo a David en tu ojo”. Esto me sorprendió,

ya que no sabía que podía ver dos imágenes en un ojo. A menudo

había visto mi propio reflejo en otro ojo, pero ahora me doy cuenta

del simple hecho de que el ojo es un espejo. Cualquier cosa que

puedas ver sobre ti mismo se puede reflejar desde tu ojo. Tomé al

niño y lo moví, poco a poco, hasta que no pude verlo más. Tan

pronto como no pude verlo, la niña dijo que no podía verlo. Así es

con nuestra visión del Señor. Guárdelo en el centro de su mirada,

y todos los que lo miran lo verán allí también. Pedro nos dice en

una de sus epístolas que Dios resucitó a Cristo de entre los muertos

y le dio gloria. No debemos confundir esta gloria con aquello por lo

cual Cristo oró en la primera parte de Su última gran oración. La

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gloria que tuvo con el Padre antes de que el mundo se convirtiera

en Suyo, cuando Él completó Su tarea terrenal. Además de esto,

Dios le dio una gloria especial en la resurrección. Es de esto último

que Pedro habla. Y nuestro Señor se ha preocupado de dejarnos un

registro cuidadoso de lo que Él ha hecho con esa gloria especial. “Y

la gloria que me diste, yo les he dado” (Juan 17:22). El que soportó

la cruz por el gozo que se le presentó, pensó en nosotros no sólo en

su muerte, sino en el momento de su triunfo. La gloria que tan es-

plendida se había ganado, la apartó para nosotros. Es bueno para

nosotros recordar que no tenemos que esperar hasta llegar al Cielo

para tener esa gloria. Él desea que la tengamos ahora. Mientras que

el cristiano no tiene ahora su cuerpo glorificado, no es menos cierto

que, al contemplarlo, somos transformados en la misma imagen de

gloria en gloria. No hay lugar para la monotonía en la vida que se le

307
rinde. Aprendamos no sólo a conocer la gloria que será, sino la glo-

ria que es la posibilidad presente de toda vida que se rinde a la obra

del Espíritu que mora en nosotros. Hay otro punto que es de gran

importancia, y que debe destacarse, especialmente en estos días.

¿Qué quiere decir el Espíritu cuando nos dice “somos transforma-

dos en la misma imagen”? Aquí está el verdadero cambio de vida.

De acuerdo con la Palabra de Dios, pertenece sólo a los cristianos,

sólo a aquellos que han nacido de nuevo. No puedes cambiar a un

hombre no salvo. La vieja naturaleza está condenada; Dios no

puede hacer nada con eso; Dios no hará nada con eso. Él nos dice

que el corazón es engañoso sobre todas las cosas, e incurablemente

enfermo. Cuando Dios dice que una cosa es incurable, bien pode-

mos saber que es incurable. Todas nuestras justicias son como tra-

pos de inmundicia a su vista. Dios no trabaja con nada de lo que

308
tenemos, con la idea de cambiarlo. Siempre existe un gran peligro

de que un hombre no salvo tenga alguna experiencia que no sea el

nuevo nacimiento, pero que le haga vivir una vida diferente, para

que diga: “Ya ves lo cambiado que estoy”. Cuando estaba en la In-

dia, viajé por la famosa Great North Road que conduce desde Cal-

cuta hasta las Provincias Unidas y Punjab hasta la Frontera No-

roeste. Fue muy interesante, por supuesto, ver todo lo que se podía

encontrar en los pueblos por los que pasamos, pero el camino en sí

también me interesaba. A un lado, el camino era sólo arena y polvo

para los camellos, ya que sus pies suaves no soportan un camino

difícil. La carretera principal, sin embargo, era la autopista de as-

falto para automóviles. Puedes imaginar que, en la temporada de

lluvias, cuando el camino de los camellos era un atolladero, no sería

tan fácil caminar allí como en la carretera asfaltada. Supongamos

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que un hombre se abre camino por el camino de los camellos, hasta

las rodillas con el barro. Alguien lo llama para que venga al otro

lado del camino. No tendrá dificultades para testificar que ha ha-

bido un gran cambio. Ahora el camino ancho que conduce a la des-

trucción tiene un lado fangoso y un lado pavimentado. Si alguien

camina en su camino hacia la destrucción en el lodo sucio de la

iniquidad, y llega otro y comparte el conocimiento de que hay un

lado más limpio, puede llegar a una forma de vida moral y testificar

a su vez: “Mi vida ha cambiado, tengo una vida diferente”. Sin em-

bargo, todavía estaría en el camino ancho que conduce a la destruc-

ción, y no habría nacido de nuevo. La reforma, cualquier cambio

moral, no es suficiente. Una vida cambiada no es lo que la Biblia

enseña. La Biblia enseña una nueva vida, una vida intercambiada,

no el cambio de lo que ya existía, sino la implantación de un

310
principio absolutamente nuevo. Ése es el nuevo nacimiento que es

de arriba. Cuando hemos recibido esa nueva vida que Dios da, esa

Presencia viva crece y aumenta, cambiando todo en nuestras vidas

para que la nueva naturaleza domine a la vieja naturaleza. Leemos

en la segunda epístola a los corintios: “Si alguno está en Cristo, es

una nueva creación” (2 Corintios 5:17), una creación absoluta-

mente nueva. Pero después de haber nacido de nuevo, viene el cam-

bio. Dios planta la nueva vida interior y luego esa nueva vida tiene

que tomar el control. También se debe señalar que este cambio ten-

drá su efecto en cada fase de nuestra vida. Si hay una total entrega

al trabajo del Espíritu, habrá cambios asombrosos. Tendremos que

aprender que el Señor descenderá por caminos en nuestras vidas

que no hemos usado en lo absoluto. Él nos guiará no sólo en formas

de dulzura y luz, sino en formas de intrepidez y coraje para Sí

311
mismo. Puedo ilustrarlo por este incidente. Hace algún tiempo,

justo antes de salir de los Estados Unidos para realizar un recorrido

por los campos misioneros, hablé una noche en uno de los subur-

bios de Nueva York. Al presentarme, el presidente dijo: “Voy a pe-

dirle al Dr. Barnhouse que se tome un momento para contarnos

sobre su viaje a los campos misioneros extranjeros”. Le expliqué

que una de las razones de mi viaje era contrarrestar una falsa im-

presión que se había hecho poco antes. Una comisión había sido

enviada por un grupo liberal y había informado que todos los mi-

sioneros eran personas inferiores y que no estaban haciendo un

buen trabajo. Algunos de nosotros creíamos que ese informe era

falso y que no tenía más valor que el informe de un grupo de daltó-

nicos que podrían ser enviados a estudiar las pinturas en el Louvre.

¿Cómo podrían estos hombres, que no eran defensores

312
incondicionales de las grandes doctrinas de las Sagradas Escritu-

ras, traer una imagen adecuada de lo que Cristo está haciendo a

través de los misioneros en el campo extranjero? La noche si-

guiente, en la misma iglesia, mientras el presidente me presentaba,

un ujier me entregó una nota. Era anónima. La miré y leí: “Algunos

de los oyentes fueron heridos profundamente anoche cuando ha-

blaste con tanta dureza de los hombres cristianos al decirles que

eran daltónicos en su informe sobre los misioneros. Esperamos que

esta noche muestres más del espíritu del Maestro”. Si la carta hu-

biera llegado a mí en otro momento, no se la habría mencionado,

pero aproveché la ocasión para decir: “Quiero preguntar a los ami-

gos que escribieron la carta y me pidieron que mostrara el espíritu

del Maestro: ¿Qué fase del espíritu del Maestro desean que les

muestre? ¿Desean que diga que estos hombres son hipócritas, una

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generación de víboras, que son como cementerios blanqueados, lim-

pios por fuera y llenos de huesos de hombres muertos por dentro?

¿que son tazas sucias, con el exterior limpio? Eso te sorprende, qui-

zás. ¿Es ese el espíritu del Maestro? Sí, ese es el espíritu del Maes-

tro, tanto como el hecho de que era amoroso y amable, y se fue

siempre por el bien. La Palabra de Dios nos habla de nuestro Señor

Jesucristo en Hebreos 1: “Has amado la justicia, y aborrecido la

maldad, Por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, Con óleo de alegría

más que a tus compañeros” (versículo 9). Por lo tanto, ser como

Jesús debe incluir el odio al pecado, al igual que debe incluir el

amor a la justicia. El Espíritu Santo lo mantendrá atento a no volver

ese odio hacia las personas para la exaltación de su propio orgullo.

Debemos, como dice Pablo, “decir la verdad con amor”. Debemos

tener el espíritu del Señor Jesucristo sobre nosotros, cambiándonos

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a su imagen. A medida que te vuelves más como Él odiarás todo lo

que es malo, todo lo que es engaño, todo lo que es falso. Llegarás a

conocerlo mejor y, a medida que te vuelvas más como Él, encontra-

rás que Él mismo se refleja momento a momento en tu vida. Prefiero

pensar, también, que los que te rodean verán mucho más del “hacer

el bien” de lo que verán en los llamados hipócritas del enemigo. Él

nos enseñará el equilibrio apropiado en todas las cosas. La última

cláusula nos lleva a nuestro punto final. Toda esta gran y continua

transformación de nuestro ser es “por el Espíritu del Señor”. Es Él

quien viene a ser el agente activo y efectivo de todo lo que Dios tiene

la intención de hacer dentro de nosotros. En la medida en que ce-

damos a Él, Él hará la obra gloriosa. No necesitamos esperar que el

cambio pueda tener lugar de otra manera. “Lo que la ley no pudo

hacer fue porque era débil por la carne”, Dios lo hará por “la ley del

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Espíritu de vida en Cristo Jesús”. Sólo eso puede “liberarnos de la

ley del pecado y la muerte”. Con frecuencia nos preguntan cómo es

posible dejar de caminar en la carne después de esto. Dios nos ha

dado una respuesta simple en la epístola a los Gálatas. “Esto digo:

Andad en el Espíritu y no satisfagáis los deseos de la carne” (5:16).

Es la simplicidad en sí misma. No puede elegir ponerse frente al

fuego en un día frío y aún permanecer frío. El hombre que pregunta

cómo puede dejar de caminar después en la carne, tiene un pro-

blema de la misma naturaleza que el hombre que pregunta cómo

podría dejar de tener frío. Hay un incendio; ve y ponte de pie delante

de él, y el fuego hará el trabajo que esté de acuerdo con su natura-

leza. Existe el Espíritu Santo, plantado dentro de nosotros, listo

para hacer su trabajo de calentamiento y transformación. Déjalo

tomar el control. Tan naturalmente como el fuego destierra el frío,

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Él traerá gloria a nuestra vida. A medida que conocemos mejor a

Cristo, lo conocemos de diferentes maneras y por diferentes nom-

bres. Cuando lo conocemos por primera vez, pensamos en Él como

Jesús el Salvador. Más tarde, lo conocemos como Señor y luego, un

poco más adelante, entramos en la intimidad de nuestros propios

pensamientos para pensar en Él como la Rosa de Sarón, el Com-

pleto Encantador, el Amado, el Más Real entre los Diez Mil dioses

inventados por los seres humanos. Con la reticencia natural de

nuestros corazones y nuestras vidas, nos abstenemos de hablar de

Él de la manera más tierna en público. El Dr. Jowett ha dicho que

solo Rutherford y Murray M’Cheyne, pensó, que alguna vez tuvieron

el derecho de llamar al Señor, “Amado”, en público, porque ellos

habían vivido con Él de tal manera que el mismo amor de Cristo fue

estampado sobre ellos y todos sabían que vivían sin otros

317
pensamientos, sin otras pasiones. Al acercarnos a Él, aprendemos

más y más de Sus Nombres y comenzamos a entrar en el Lugar

Santísimo, esa maravillosa cámara interior de comunión con Él,

donde podemos decir lo que Él nos dice: “Mi amado es mío, y yo

suya; El apacienta entre lirios” (Cantares 2:16). El maestro que

mora en los corazones, dice: “Ven, mira al Señor, ven a verlo en la

Palabra. Ven a ver en el espejo la imagen de Aquel que, en la visión

de ella, podrá transformarte de la gloria a la gloria”. Por lo tanto, Él

habla con nosotros en el camino. Cuando Eleazar cortejó a esa ma-

ravillosa chica de Ur de los Caldeos por su maestro ausente, Isaac,

le dijeron que tenía que estar lista para irse inmediatamente para

volver con Isaac (Génesis 24). Sus padres pidieron la gracia por diez

días. ¡Cómo podrían pensar que era un matrimonio tan bueno si los

regalos de la boda no se exhibían para que las otras chicas los

318
vieran! Pero Eleazar dijo: “Debemos irnos”. “Bueno”, dijeron, “le pre-

guntaremos a la doncella”. Ellos le preguntaron. Ella dijo: “Iré”. La

joven y el anciano comenzaron ese viaje por el desierto. ¿De qué

crees que hablaron en el camino? No lo dice en la Palabra. Segura-

mente las jóvenes en esos días eran las mismas como son hoy en

día y lo han sido en todas las edades. Aquí estaba una chica en

camino para casarse con un hombre joven que nunca había visto.

¿No te imaginas a ella persiguiendo a Eleazar con diferentes pre-

guntas persistentes? “Dime otra vez, ¿qué tan alto dijiste que era?

¿De qué color son sus ojos? ¿Cómo es él?” Cuéntame esa historia

sobre su cacería ¿Qué más puedes recordar de él? Lo único que

quería oír a medida que avanzaban en ese viaje por el desierto era

más sobre Isaac. Día tras día, el movimiento lento y ondulante de

los camellos marcaba el ritmo de su constante demanda: “Dime más

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sobre Isaac; dime más de Isaac; Cuéntame más de Isaac. Eleazar

no podía hablar de otra cosa, pero puedes estar seguro de que él

originó la conversación. Ese era su designio, que ella podría llegar

al encuentro con su maestro con un corazón que debería estar lleno

de amor por él porque había crecido, para saber con quién ella iba

a encontrase. Así es con nosotros. Estamos en camino hacia Él. El

Espíritu Santo, nuestro Eleazar, va con nosotros, mora en nuestros

corazones, nos habla de Cristo, y todos nosotros, contemplando

como en un espejo la gloria del Señor, nos transformamos en la

misma imagen de gloria en gloria, incluso por el Espíritu del Señor.

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