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“Partido de la Suerte”

1 - Los políticos

Sea por timidez, apatía o cualquier otra razón, parece que a la gente corriente no
le atrae la política activa. A algunos les gusta la teoría y la discusión políticas, sí,
pero no su práctica. Esto es así desde la escuela. De niños miramos con una
especie de alivio y compasión a los pocos que se presentan para Delegado de
clase. De mayores miramos igual a los políticos. Las peculiaridades de la
actividad política hacen que este extraño desinterés por la gestión pública tenga
unas consecuencias desproporcionadas para nuestras vidas.

En política, tal y como hacemos con tantas otras profesiones, delegamos en unos
especialistas para desentendernos, pero ocurre lo contrario. Nuestros elegidos se
dedican a crear polémicas artificialesy a excitarnos. Nos enfrentan con la familia,
amistades y vecinos… luego ellos -aunque en los medios teatralizan lo contrario-
son tan amigos. Nos polarizan, nos señalan enemigos porque saben que la gente
no puede sustraerse a la atracción fatal de un buen linchamiento. Para cuando
nos damos cuenta, el especialista al que hemos contratado para una simple
gestión, además de no solucionarla, acapara nuestras preocupaciones, nuestro
tiempo y nuestros impuestos. Se convierten en el centro de la conversación y nos
absorben energías que podríamos estar dedicando a cosas más útiles para todos.
Es frustrante.

Les elegimos cada 4 años y esto les permite defraudar la voluntad de los
ciudadanos. Una y otra vez traicionan lo prometido en sus programas, trafican con
la representatividad conseguida en las urnas para venderla al mejor postor,
incrementan el número de empleados públicos o privilegian a minorías para
asegurarse votos o, casi en el mejor de los casos, no hacen nada.

No quiero con todo esto sumarme a la irresponsable campaña de estigmatización


de la clase política dirigida por los medios de comunicación de masas. Hay
políticos vocacionales completamente entregados, hay políticos que se han

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comportado de manera heroica y merecen nuestra admiración. En el País Vasco
algunos han tenido un comportamiento que da mil vueltas al de la propia
ciudadanía. La misma ciudadanía que optó por la asimilación usando hasta el
más insignificante de los gestos superficiales para mostrar sumisión es la que
ahora se apunta al linchamiento de los políticos. La estigmatización de los
políticos crea un falso frentismo porque no señala a los verdaderos causantes de
la crisis que no son exactamente los políticos. De hecho, la clase política es la
pieza más débil de una gigantesca maquinaria extractiva, y está sirviendo en
estos momentos de crisis global de chivo expiatorio del verdadero poder.
Paradójico, quienes tanto usan las técnicas del linchamiento, están siendo a su
vez linchados.

Los políticos que aparentemente gobiernan el país, en realidad lo hacen en una


medida muy limitada. Detrás de la autoridad superficial del Presidente, los
ministros y demás altos cargos políticos funciona un enorme poder cuyo dominio
está constantemente aumentando. ¿Cuál? ¿Quién ocupa el nivel superior de la
pirámide social? ¿A quién beneficia el sistema?¿Cuál es la clase dirigente, la
clase social más poderosa y privilegiada, en el sentido pleno de estas palabras, la
clase que vive del excedente, que “no hace directamente un trabajo productivo,
sino que dirige, ordena, manda, hace favores y castiga”?¿En qué sistema social
estamos viviendo? ¿De qué clase social es “la gente”?¿Quiénes son los
proletarios en una sociedad de servicios?

2 – El poder
(una superclase oculta)

"Los votantes de izquierda son las clases medias


ilustradas, no los obreros" Alberto Garzón Izquierda
Unida, (El Mundo, entrevista 21 oct.2017)

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Para calificar una sociedad necesitamos saber quién manda y para quién manda,
pero lo cierto es que carecemos de una teoría y de un vocabulario que describan
de forma fidedigna nuestra estructura social. Y así ¿cómo vamos a actualizarla?

El poder ha creado una madeja de palabrería descomunal que hace muy difícil
desenmascararlo. Sin ir más lejos, la lucha de clases tiene tanta publicidad
porque es inocua. Marx está siendo utilizado de forma tramposa. Sus conceptos
de clase están actualmente tan desdibujados que resultan posmodernos. En
Estados Unidos, por primera vez, en el año 1956, los empleados y funcionarios
superaron en número a los trabajadores fabriles que realizaban trabajos
mecánicos en una cadena de producción. Fue la primera señal de que el sistema
de producción estaba cambiando, de que estábamos pasando de una economía
industrial basada en la mano de obra a otra basada en el conocimiento y la
creatividad.

La teoría marxista de las clases sociales, tan apropiada al comienzo de la


industrialización, utiliza hoy conceptos obsoletos para radiografiar la sociedad. El
análisis marxista, aplicado a una moderna sociedad de servicios, sirve para
camuflar la realidad del poder. Las clases sociales en una sociedad de servicios
no dependen de los factores de producción (proletarios-empresarios,
campesinado-terratenientes) sino del reparto del excedente (algo que, por cierto,
Karl Marx consideraba determinante). El enfrentamiento actual es el de siempre -
desde que con la agricultura surgió el excedente y, con la gestión del excedente,
la sociedad- el enfrentamiento entre extractivos y productivos, sólo que no
sabemos identificar a cada uno.

Actualmente, la sociedad española no está separada en proletarios y capitalistas,


ya no es la posición dentro de la cadena de producción la que decide la
pertenencia a una clase. Es la proximidad y el acceso al dinero público, principal
forma de distribución del excedente- lo que caracteriza los nuevos
compartimentos sociales. Marx no profundizó en el papel de la burocracia como
clase, pero está claro que en la actualidad, la administración y sus satélites han
desplazado del poder a la clase que se definía por su posición de superioridad en
la cadena de producción.

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La oligarquía administrativa y sus satélites forman una clase social que nada tiene
que ver con el proletariado ni el capital, una clase social invisible que parasita a
ambos y con la que nadie se mete. Y no son solo los funcionarios o las diversas
formas que tiene la administración de relacionarse con quienes emplea, también
entran en esta categoría los empresarios que tienen contratos garantizados con la
administración o que disfrutan de sus concesiones o los directivos y tecnócratas
de los grandes oligopolios estratégicos que compran su rentabilidad a golpe de
influencia política, o los sindicatos o las ONG subvencionadas o... Y TAMBIÉN
POR SUPUESTO, DOS NACIONALISMOS PERIFÉRICOS, establecidos en dos
regiones extractivas.

Vivimos, en rigor, en un nuevo feudalismo con una elite multiforme, un feudalismo


en régimen de cooperativa obsesionado con la extracción de la plusvalía con los
impuestos y el mantenimiento del statu quo de sus miembros. La lucha de clases
de una sociedad moderna occidental no es entre patrones y obreros, sino entre
administradores y administrados. Esta es la gran diferencia social del siglo XXI.
Hemos terminado reproduciendo la sociedad feudal estamental, con el señor
feudal sustituido por una hidra despersonalizada que se camufla para no ser
desenmascarada.

Esta es la verdadera elite en el poder. La casta administrativa es una clase


extractiva cuyo instrumento es el Estado y los impuestos que meten mano en las
controvertidas plusvalías marxistas (plusvalías que desprecian el empuje y la
creatividad del empresario). Un Estado extractivo explota a toda la ciudadanía de
una manera más abusiva y entrometida que el más explotador de los
empresarios. Y ni siquiera tiene la etiqueta de explotador. De hecho, tiene la
paradójica etiqueta de generoso comunitarista. Es el engañabobos perfecto. El
parasitismo posmoderno se disfraza de comunitarismo social. Siempre han
existido los gorrones, pero en estos tiempos se disfrazan de idealistas. El mayor
engaño es decir que lo público es del pueblo. El sector público es un cortijo
privado, cuando te dicen que es tuyo están insultando tu inteligencia. ¿Sientes
que es tuyo? ¿Lo sientes tuyo cuando padeces la estatalización desenfrenada del
día a día, cuando el Estado se entromete para controlar hasta los aspectos más

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insignificantes de tu vida con su caprichosa ingeniería social o étnica? ¿Cuando te
tienen horas en una cola tras una ventanilla para pedirte un impreso irrelevante?
¿Cuando se inventan todo tipo de organizaciones paralelas donde colocar a sus
afines, cuando te retienen tu sueldo para incrementar el presupuesto de
cualquiera de sus ineficientes departamentos…? A los demás nos exigen otra
cosa, y nos exigimos.

No existe mayor burla al marxismo que la de que unos tipos sin precariedad
laboral, que viven sin la principal incertidumbre (saber de qué va a vivir uno
pasado mañana), contratados de por vida, con un buen sueldo extractivo y unas
condiciones laborales envidiables se autodenominen proletarios, sujetos de la
historia y se nos presenten como la personificación de lo comunitario. Pero si
hasta desarrollan los mismos vicios que los hijos de los millonarios y los rentistas:
Se deprimen, se agarran bajas eternas, se vuelcan en sus aficiones que nada
tienen que ver con su actividad diaria. Otra vez, no todos los que tienen el trabajo
asegurado son así, pero éstas sí son sus patologías... Se puede hablar de clase
social porque todos sus miembros cumplen características comunes. Allí donde
hay dinero público hay gente acomodaticia y depresiva, porque el trabajo es
nuestra única fuente de autoestima. Hemos venido aquí a hacer cosas bonitas. A
crear, a hacerlas bien. Y cuando trabajamos para la administración sabemos que
muy probablemente estaremos creando mierda aduladora e innecesaria, nuestro
inconsciente lo sabe.

No digo que todos lo sean, pero hay mucho extractivo en la administración y sus
órbitas. Presupuestos desmesurados para organismos obsoletos e inoperantes
como las mastodónticas televisiones públicas en las que alternan audiencias
insignificantes con presentadores de sueldos infladísimos, mucho profesor sin
vocación enseñando programas anticuados. No les da la gana reciclarse. Los
sindicatos de profesores y la burocracia educativa bloquean cualquier innovación
que se proponga. Hacen perder el tiempo a los estudiantes, que cuando se
integran en el mercado de trabajo han de hacerlo como becarios para aprender de
verdad lo que no les han enseñado estos gandules, con los enormes costes
colectivos y de competitividad que esto supone. Además, sus métodos
memorísticos, que buscan estandarizar los comportamientos demandandados por
la ya prácticamente inexistente sociedad fabril, matan el talento y destruyen el

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factor más importante en la sociedad de la imaginación: la creatividad. La
educativa es la institución más privilegiada, anquilosada y desincronizada que
tenemos. Eso sí, para mantener sus privilegios estamentales, señalar falsos
culpables y jugar a revolucionarios engañando a lo más dócil de su alumnado se
las pintan solos. Unos virtuosos.

Mucho político comprando toda clase de medios de comunicación con


propaganda institucional. Mucho organismo simbólico que vive de investigar y
publicar insustancialidades, mucho personal robapañales en la sanidad, mucho
médico trabajando también en la privada, mucho funcionario defensor de lo
público que corre a Muface, un seguro médico privado… mucha “corrupción
legal”, aunque no la llamemos así. Y ésta es la batalla y el mayor riesgo para la
competitividad de nuestras empresas.

En fin, que Marx está obsoleto, o lo está su simplificación, al menos. Porque en El


Capital III también subrayó que la característica principal de todo sistema social,
el factor decisivo depende siempre de las relaciones sociales reales, sobre todo
por la forma de apropiación de la plusvalía del trabajo. Según él, la apropiación y
reparto del producto excedente es lo que caracteriza a una sociedad: “La forma
económica específica en que se arranca al productor directo el trabajo sobrante
no retribuido determina la relación de señorío y servidumbre tal como brota
directamente de la producción y repercute, a su vez, de un modo determinante
sobre ella. Y esto sirve luego de base a toda la estructura de la comunidad
económica, derivada a su vez de las relaciones de producción y con ello, al
mismo tiempo, su forma política específica.”

Ya no es el capitalista el que se apropia de la plusvalía, sino la administración con


sus impuestos. Y esto es, según Marx, lo que caracteriza a una sociedad, la forma
económica según la cual hay que definirla, lo que “determina la relación de
señorío y servidumbre”. Actualmente es la administración la que decide
arbitrariamente por medio de favores y privilegios la creación de ciudadanos de
primera, segunda o tercera pero, en rigor, no son clases sociales, son
estamentos.

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Crisis

Después de poco más de 200 años de práctica, parece que la democracia


representativa se ha perfeccionado hasta su nivel más alto de ineficiencia. El
Estado ha parasitado a la nación, entre el Estado (políticos y superclase) y el
ciudadano se ha creado un abismo. Los partidos ya no son intermediarios entre la
ciudadanía y el descomunal aparato burocrático que ha de velar por nuestros
intereses. Existe deslealtad y manipulación; partidos y burocracia se han
convertido en instrumentos de su propio poder, son parte de un aparato que
busca lo mejor para sí mismo al margen de la sociedad a la que se debe y por la
que dice trabajar.

También es verdad que la democracia representativa nos ha traído


magníficamente hasta aquí y hay que estarle muy agradecidos, pero vivimos
tiempos turbulentos y no podemos afrontarlos con un sistema político que hace
aguas. En un momento de descomposición, esta democracia está demostrando
ser una tecnología obsoleta para convertir en decisiones políticas eficaces la
voluntad del electorado.

Existe una crisis de la representación política, la ciudadanía está desmotivada, los


partidos actuales apenas representan a poco más de la mitad del electorado. Los
índices de participación son cada vez menores y, lo que es peor, la implicación de
los ciudadanos con sus países también disminuye. La apatía política es un
síntoma de una enfermedad mayor, una señal de decadencia y desafección hacia
la propia comunidad. Y todo justo cuando unas sociedades individualistas,
apáticas e incapacitadas para la acción colectiva, se enfrentan al colectivismo
tribal más virulento de la historia y, por tanto, cuando más determinación
necesitan.

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Para devolver la implicación a la sociedad civil los hay que proponen utilizar
métodos de democracia directa o plebiscitaria. Pero ésta termina siendo una
especie de juez Lynch donde egocéntricos manipuladores se aprovechan de
nuestros peores instintos. Aunque también la democracia representativa adolece
de los mismos vicios. Los sistemas de manipulación y persuasión de la opinión
pública se han perfeccionado hasta el extremo de que se puede perfectamente
decir que los electores ya no pensamos, sino que nos adherimos emocionalmente
a un grupo de pertenencia. El proceso electoral ha terminado convirtiéndose en lo
más parecido a un linchamiento. La distancia entre la democracia directa y la
representativa se ha reducido. El supuesto proceso racional de la
representativa, gracias a los medios de comunicación que se dedican a la
excitación permanente, a estigmatizar y destruir a los representantes con
descalificaciones personales y obviando sus ideas, ha terminado siendo igual
de emocional y peligroso. La consecuencia es una sociedad polarizada que se
desgasta en rivalidades que no van a ningún sitio. Es humillante para todos, en
el proceso electoral los ciudadanos terminamos aportando lo peor de nosotros
mismos. Al final es un procedimiento algo más elaborado que la adhesión
irracional a una excitación colectiva en vivo, pero poco más.

Vivimos un momento de extraordinarios cambios tecnológicos en todos los


campos, pero todavía no hemos aplicado la tecnología a la democracia. La
democracia actual está basada en las masas, en los partidos de masas, en los
medios de comunicación de masas, mass media… pero las nuevas tecnologías
permiten la desmasificación y van a modificar la estructura de poder de la
sociedad de masas. Los medios de comunicación ya están fragmentados, se han
multiplicado y los escasos antiguos que sobreviven lo hacen gracias a la
publicidad institucional, pero están en las últimas. Todavía la disgregación apenas
ha afectado a la organización política, es cuestión de tiempo. Nos encontramos
ante el final de la democracia representativa tal y como la conocemos. Todo
gracias a la red, los ordenadores personales y la hiperconectividad.

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Existen tecnologías interactivas que refuerzan la iniciativa individual, que nos
permiten actualizar la democracia y construir un sistema político más fiel al ideal
democrático. Las fuerzas constructivas de la sociedad están ahogadas por una
burocracia retrógrada, pasiva, estática e inoperante. Liberar estas fuerzas con una
nueva esperanza. Con la hiperconectividad moderna podemos organizarnos
mejor, prescindir de los intermediarios y dar voz a todo el que lo desee. La red y
los ordenadores nos permiten reproducir a nivel terrícola las posibilidades
democráticas propias de comunidades pequeñas como la mítica Atenas. Un
sistema social que dio pie a la explosión del talento individual más extraordinario
de la historia. Algo tendría.

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Kleroterión

Actualmente, cuando decimos democracia nos referimos a elecciones pero, en


realidad, el sistema democrático ateniense no estaba basado en la representación
y la votación, sino en la elección por sorteo. Los griegos conocían el método de
elecciones de lo que hoy llamamos democracia representativa y lo rechazaron por
oligárquico. Originalmente la palabra “democracia” significaba sorteo y no
elección. La gran institución de la democracia griega no era la urna, sino el
bombo, un artilugio muy parecido llamado kleroterion) Cada ciudadano que quería
optar a ser representante mezclaba una placa con su nombre grabado llamada
pinakion, en este dispositivo de rotación que introducía azar.

Y no sólo los representantes políticos o los jurados en los juicios, también la gran
mayoría de los servidores públicos eran elegidos por un método equivalente a
sacar de un bombo una bola con un nombre. Los atenienses sólo utilizaban el
sistema de elecciones para aquellos puestos que requerían de técnicos expertos
como los cargos militares. Eso sí, limitaban el tiempo de los cargos públicos
elegidos. Los griegos tenían muy pocos funcionarios. La elección de puestos
públicos por sorteo servía de hecho para prevenir la burocracia. Cuando un
ciudadano ya había servido una vez, como regla general, era excluido de acceder
de nuevo al cargo. Así que, después de cierto tiempo, prácticamente todo los

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ciudadanos que lo desearan habían tenido su oportunidad de formar parte de la
administración del Estado.

Todavía hoy, en momentos cruciales, seguimos considerando el azar como un


método válido para elegir a un candidato. Tiramos una moneda al aire, jugamos a
la pajita más corta, y hacemos esto cuando presuponemos una igualdad radical
en el grupo de sorteados y una gravedad especial de la situación. En muchos
países, en momentos de crisis se alista al azar a los ciudadanos para el servicio
militar obligatorio o para el exceso de cupo. Y el jurado en el sistema de justicia
anglosajón funciona así. ¿Por qué un sistema que sirve para administrar justicia
no puede servir para gobernar? ¿Por qué lo que es válido para el sistema judicial
no puede serlo para el ejecutivo y el legislativo?

El argumento más habitual contra la elección por sorteo es que puede elegir a un
incompetente. Es verdad que nadie escogería a un cirujano ni a un piloto de avión
por sorteo, ni a cualquier técnico, los griegos tampoco lo hacían. Pero ¿para
gobernar? Piénsenlo, en España el sistema actual de elecciones y partidos ha
llevado a elegir a José Luis Rodríguez, a Mariano Rajoy y a Pachi López… ¿de
verdad creen que el azar puede hacerlo peor? ¿No creen ustedes que un amo de
casa tiene más sentido común llevando su casa?

¿Se podría actualizar la democracia con el azar y mezclar representación por


elección con el sorteo para corregir los vicios de la democracia representativa y la
elección por votación? Igual las virtudes del azar contribuirían a que surgiera una
sociedad mejor representada, más comprometida, más eficaz en su toma de
decisiones y más eficiente a la hora de garantizar derechos fundamentales.

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Partido del Azar

Por supuesto que ningún partido político va a integrar en su programa la exigencia


de que los parlamentarios sean escogidos por sorteo. Tampoco sería congruente
crear un partido político con este mismo fin. Pero sí podemos hackear el sistema.
Hoy, gracias a la tecnología digital, podemos reproducir los mecanismos que

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posibilitaron la democracia griega. Podemos introducir el azar en la democracia
representativa a través de un partido político. Un partido abierto a todo el mundo,
descentralizado, sin ideología, jerarquía o disciplina de partido, incluso
transnacional. El azar es el código abierto por excelencia. En sus estatutos
fundacionales se describiría únicamente el mecanismo que garantice el azar en la
elección de nuestros representantes. Cualquiera que así lo desease podría
presentarse en sus listas y ser escogido al azar para ser ser concejal de su
pueblo, diputado autonómico o estatal. El Kleroterion, una ruleta digital,
determinará quién de todos será el cabeza de lista y quiénes le seguirán por un
determinado plazo improrrogable.

El Partido del Azar es un troyano, no es un virus sino un anticuerpo, el Partido del


Azar no busca el desmantelamiento del sistema de representación por partidos,
sino complementarlo. La idea es sólo complementar la democracia de partidos
con la posibilidad de que cualquiera pueda ser elegido sin necesidad de
organizarse colectivamente ni pagar el peaje de la pertenencia a un partido.
Tampoco es exactamente un partido, aunque esté inscrito en el sistema de
partidos, es básicamente un instrumento a disposición de todos, un Kleroterion,
una máquina que distribuye azar e igualdad ciudadana y compensa en las
instituciones la representación de los partidos oligárquicos. El Partido de la Suerte
puede traer un proceso colectivo, distribuido, incontrolable, un experimento
vanguardista dispuesto a reinventar la democracia.
Bajaría el nivel de polarización y ayudaría al pragmatismo.

Este partido no tendría por objeto único escoger a unos cuantos representantes
políticos al azar, no sólo quiere regenerar la clase política. Sobre todo su objetivo
sería extender la elección por sorteo a la administración, a la base de esta
superclase, hasta conseguir que el mayor número posible de sus puestos de
trabajo fueran accesibles a todos. Cuanto más cargos a disposición más
compromiso de la comunidad, más seguridad y más creatividad.

Ventajas

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El azar crea un sistema de pertenencia equitativo y sin jerarquía, un nosotros
democrático, un verdadero demos. El azar nos hace socios iguales del Club
Nación con responsabilidad de todos sobre todos. Aceptar la incorporación de
otro ciudadano a un puesto público supone aceptar la igualdad efectiva y radical
de todos los miembros de la comunidad. El sorteo es inherentemente igualitario
porque asegura a todos los ciudadanos la posibilidad de gobernar
independientemente de cualquier tendencia ideológica de moda. La suerte
tampoco discrimina por cuestiones de raza, religión, sexo, etnia… de identidad en
definitiva. En tiempos de multiculturalismo, relativismo, ideologías de género, de
LGTB, de etnias y religiones el azar nos iguala en la humanidad básica que todos
compartimos.

Con el azar la diversidad real de la sociedad estaría mejor representada. Total, ya


gobiernan las encuestas y dejar que el azar haga el trabajo de buscar el común
denominador ciudadano es más eficiente. De hecho, el sistema de elección que
mejor refleja una sociedad es la elección por sorteo. Los sistemas de jurados
tienen implícita esta idea de muestra estadística representativa.

Además, el azar también quitaría el poder a las minorías ideológicas organizadas


que terminan emparentando con grupos de interés económicos que tensan
nuestra cotidianidad diaria con su proselitismo pelma y sus fanáticos. El azar es
más efectivo para que los intereses de las personas corrientes estén mejor
representados, y lo es porque estadísticamente es más representativo de quienes
no tenemos ideologías demasiado fuertes como para matar o negar al otro. La
gente normal sin grandes pretensiones está menos condicionada y tiene más
sentido práctico que cualquier utópico. El azar es realista y convertiría la utopía en
practopía.

El azar garantizaría una representación mayor de la gente sin intereses


organizados y asestaría un golpe demoledor a los grupos de presión que basan la
rentabilidad de su negocio en la compra de favores políticos, que infestan los
pasillos de los Parlamentos y que interfieren en el proceso de toma de decisiones
pervirtiéndolo. Es muy fácil presionar y comprar a un grupo jerarquizado, es muy
difícil hacerlo con uno distribuido. Esos grupos de presión tendrían que tratar con

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personas libres, con mandato representativo y su reputación en juego; no sólo con
unos cuantos elegidos sometidos a la disciplina jerárquica del partido. Los
candidatos elegidos por sorteo quizá no tengan la experiencia de los políticos
profesionales pero, desde luego, tienen la ventaja de su independencia. Un
sistema de sorteo abierto a todos los ciudadanos que deseen presentarse a un
cargo público sanearía el sistema de todos esos intermediarios que buscan la
influencia y el privilegio.

El azar no hace campaña y termina o atenúa la excitación política artificial. Evita


las campañas que tensionan la sociedad, la enfrentan y debilitan. Introduciendo el
azar en el sistema la polarización descendería. No es poca cosa.

Y, desde luego, supondría un incremento del compromiso de la ciudadanía con su


comunidad y la recuperación de la dimensión comunitaria del hombre, pero sin
lógicas dicotómicas. Un comunitarismo humanista democratizado y respetuoso
con todos. El Partido de la Suerte tiene un potencial enorme, existe alrededor de
un 50% de abstención de gente apática y desesperanzada para quienes el regalo
del azar sería un revulsivo para implicarse en la transformación de la sociedad,
para que todos tengamos unas vidas más interesantes. Algo que necesitan
desesperadamente las apáticas sociedades democráticas para afrontar los
problemas del siglo XXI.

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Conclusión

La elección por sorteo era la forma que tenían los griegos de traducir su
concepción de la igualdad radical de todos los ciudadanos como miembros de la
comunidad. Los griegos creían que cuando cada hombre tiene un voto y la
posibilidad de ser elegido la igualdad queda establecida. El principio que guiaba la
democracia griega es que cualquier ciudadano estaba capacitado para ejercer de
gobernante. Rechazaban la idea de que había que dejar el gobierno en manos de
expertos, ellos preferían confiar en el sentido común de la gran mayoría de la
ciudadanía. Si suponemos a los ciudadanos la capacidad para elegir a los

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representantes que les van a gobernar, también les deberíamos suponer su
capacidad para gobernar.

Los griegos creían en la capacidad, el juicio y la habilidad de cada uno de los


ciudadanos. Creían en el poder creativo de la libertad y en la capacidad del
hombre normal para gobernar. Fue la confianza extraordinaria que los atenienses
tenían en la habilidad de cualquiera, el ama de casa, el cocinero, el ingeniero, el
cobrador de autopista, el camarero… cualquiera que fuera la preparación podía
ser escogido por sorteo para trabajar por la comunidad, fue esta confianza la que
generó la más vital, dinámica e inclusiva forma de democracia.

Implicación comunitaria, éste es el secreto de la sociedad ateniense y la base de


su éxito creativo. Con la democracia por sorteo floreció la más interesante de
todas las civilizaciones que el mundo ha conocido. Fue en esa época cuando los
griegos inventaron la dramaturgia… en aquel entorno de igualdad e implicación de
todos en los asuntos de la comunidad la creatividad se disparó.

Fue entonces, cuando cualquier ciudadano podía gobernar y la igualdad


ciudadana se desarrolló al máximo, que una comunidad produjo la más variada
gama de genios que el mundo ha conocido. Fue la democracia basada en el
sorteo la que desató los talentos de sus ciudadanos y propició aquellos logros
descomunales. Aquellos filósofos, dramaturgos, hombres de Estado y grandes
artistas pusieron las bases de lo que hoy llamamos civilización.

Hay que desechar la idea de que hay algo absurdo y primitivo en la organización
por sorteo. Al revés, es un procedimiento escrupulosamente democrático que se
adapta a las modernas tecnologías. Estamos hartos de que con una clase política
absurda lo obvio sea imposible, hartos del crecimiento desmedido de parásitos
funcionariales que se entrometen y burocratizan nuestra vida, hartos de empresas
ineficientes solapadas con la administración. Los políticos y los burócratas y los
satélites del sistema han condicionado todo hasta semejante extremo que no
podemos seguir siendo indiferentes. Con su perfeccionamiento hasta la ineficacia
más absoluta, la gestión política ha demostrado que tal vez sea la única actividad
que no se puede delegar. Hay que implicarse. Hay que convencer a quienes

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tienen el aburrido puesto de trabajo asegurado de que también tendrían unas
vidas más interesantes con la elección por sorteo.

Es hora de que los tímidos, los que vivimos cómodos en la incertidumbre y


bostezamos ante las grandes certezas ideológicas, aceptemos nuestra
responsabilidad ordinaria y recojamos el regalo que los griegos sí supieron
valorar, el regalo olvidado del azar. Para empezar un renacimiento por tanto
tiempo postergado gracias al que una vez fue el sistema social más feliz,
dinámico y creativo que el mundo ha conocido.

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