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Susana Bandieri

(2006) LA PATAGONIA: MITOS Y REALIDADES DE UN ESPACIO HETEROGÉNEO

Presentación del problema

En Argentina el peso de los elementos fundantes de la historiografía decimonónica es todavía muy


importante. Ello ha derivado en la construcción de una historia encerrada en los límites de
dominación territorial del Estado Nacional que por entonces se consideraba como tal, con una
sociedad culturalmente homogeneizada, europeizada e identificada con el proyecto de nación
emergente. Como consecuencia del mismo proceso, varios mitos historiográficos se construyeron
alrededor de la Patagonia. Uno de ellos llevó a sostener que la ocupación blanca posterior a la
conquista de los espacios indígenas había seguido el mismo sentido y orientación de las tropas
militares, mostrando una nueva sociedad rápidamente disciplinada por una penetración estatal
exitosa. Así se mostró una Patagonia absolutamente vaciada de pueblos originarios, cuyas nuevas
corrientes de poblamiento provenían siempre del Atlántico. Consecuentemente, también se pensó en
una ocupación económica producida en ese mismo sentido, donde ganados y capitales formaban
parte exclusiva de la orientación atlántica del modelo agro-exportador dominante. Otra frontera
historiográfica se ha derribado como límite del conocimiento: la instituida entre Argentina y Chile,
en el convencimiento de que resulta imposible cualquier aproximación comprensiva a la historia
patagónica sino se recupera fuertemente la idea de que las áreas fronterizas no funcionaron como
vallas sino como verdaderos espacios sociales de gran dinamismo y alta complejidad, que
sobrevivieron por encima del proceso de consolidación de los respectivos Estados Nacionales a lo
largo del siglo XIX, perdurando en el tiempo hasta avanzado el siguiente.

Hacia una nueva historia regional

En nuestro país la historia regional tiene un espacio ganado a fuerza de costumbre, aunque no
siempre se reconoce su entidad conceptual ni se tiene en claro a qué exactamente corresponde. Un
primer elemento a tener en cuenta es que la noción de historia regional remite a dos áreas de
conocimiento: la historia y la geografía, es decir que contiene en sí misma las dos coordenadas
– tiempo y espacio – que la caracterizan. Ambas disciplinas han pasado sucesivamente por
enfoques teóricos equivalentes desde el positivismo del siglo XIX en adelante, que han variado la
concepción de región desde posiciones tan encontradas como diferentes.En la medida en que el
espacio pasó a ser entendido por la geografía crítica como una “construcción social”, la región dejó
de ser un ámbito acotado, previamente definido por el historiador, para convertirse en una hipótesis
a demostrar. Para entender ese tránsito conceptual de avances y retrocesos, es necesario recordar
que, sobre fines del siglo XX, se asiste a una fuerte crisis disciplinar, parte a su vez de una crisis
más generalizada de las ciencias sociales y humanas, que afectó tanto a la teoría como a la práctica
y a la función social de la historia, produciéndose un fuerte rechazo del paradigma estructuralista, lo
cual derivó en una fragmentación de los temas, los objetos de estudio, las escuelas historiográficas y
los métodos.Sucesivos “retornos al sujeto”llevaron a equiparar a la historia con la narración y a
negar su poder cognitivo y su condición de ciencia. La pretensión de construir una “historia
totalizante” parecía haber llegado a su fin y la separación cada vez más marcada entre historia
económica, social y política, alejó a los historiadores de la visión global del pasado. Esta profunda
crisis de paradigmas y la propia dinámica de la ciencia histórica derivaron en nuevos consensos,
más impuestos por la práctica que discutidos y explicitados, donde la historia tradicional no tenía
cabida, pero tampoco la tenía la fragmentación posmoderna. Quizá el ejemplo más característico de
esta evolución sea la micro-historia. Pero la reducción de la escala de observación como recurso
metodológico no implicó necesariamente una renovación de la relación espacio-tiempo, ni tampoco
hizo hincapié en el estudio de la base material de la sociedad, al menos en la expresión de sus
fundadores europeos. La historia y la geografía se separaron nuevamente sus derroteros en aras de
la especificidad disciplinar, y la historia regional perdió su rumbo, transformándose en “historia de
provincias”.
Los organizadores del 19th International Congress of Historical Sciences (Oslo, 2000)proclamaban
un primer gran tema dedicado a lahistoria global , discutiéndose la definición posible de una historia
pensada a escala del mundo. No se trataba de construir una historia total, sino de pensar en esa
escala para entender la indisoluble unión entre lo global y lo local. El primer número de Annales del
año 2001 se dedicaba al mismo tema. Rescatando los sustentos analíticos de Bloch y el concepto de
región de Braudel, Maurice Aynard y Roger Chartier proponían, frente a la fragmentación y al
individualismo erigidos en métodos contra cualquier forma de “holismo”, la necesidad de tener en
cuenta las escalas de análisis espaciales y temporales infinita mente más largas, para ver los
problemas y comprender las culturas, lo que sólo es posible e ese nivel. Identificar “diferentes
espacios o regiones” que muestren una unidad histórica en sus relaciones y cambios,
independientemente de la soberanía estatal que corresponda. Lo que importa es la elección de un
marco de estudio donde sean visibles las conexiones históricas en relación con la población, las
culturas, las economías y los poderes, donde se vuelvan visibles la circulación de hombres y
productos y el mestizaje de los imaginarios.

Nuevas investigaciones, otra historia


La crisis y la revisión de los paradigmas científicos que impregnaron la construcción historiográfica
de los últimos años derivaron en la necesidad de replantear la construcción de un pasado
excesivamente dotado de mitos. Uno de ellos, el pensar una historia donde los “Estados
Nacionales”, los “mercados nacionales” y las “sociedades nacionales” eran procesos plenamente
constituidos hacia los años 1880 con determinadas características consolidadas.En consecuencia,
una “historia nacional” unifica, construida desde los espacios dominantes, tendía a generalizar sus
conclusiones con una carga explicativa que avanzaba en el mismo sentido en que lo había hecho el
Estado central en su propio proceso de consolidación, es decir, en dirección este-oeste. Los nuevos
aportes tienen también la ventaja de superar las “historias provinciales” que nunca alcanzan a
reflejar cabalmente las problemáticas del conjunto. La cuestión se agrava en el caso patagónico, por
cuanto las provincias surgidas de la anterior división administrativa en Territorios Nacionales no
tienen límites que respondan a criterio alguno de funcionamiento económico y cultural de las
sociedades involucradas. Un aspecto importante de los nuevos aportes historiográficos es entonces
derribar la idea del funcionamiento de las fronteras como límites, tanto las que se crearon por
imposición de divisiones político-administrativas a la hora de formalizar la soberanía territorial de
los Estados, como aquellas más difusas que pretendían diferenciar culturas aparentemente
irreconciliables, como la llamada frontera interna entre la sociedad blanca y la indígena.

La “frontera interna”

Con el objeto de superar tales limitaciones, los nuevos estudios incorporaron una novedad
importante con respecto al tratamiento de la historia indígena, que sólo en las últimas décadas se
convirtió en materia de preocupación para los historiadores. La influencia del pensamiento
positivista del siglo XIX, que hizo del documento escrito la fuente histórica por excelencia, redujo
por mucho tiempo el estudio de los pueblos originarios a arqueólogos y antropólogos. Esa situación
debe atribuirse al peso que la historiografía del siglo XIX tuvo en la construcción de una historia
nacional cuyas características aparecían plenamente desarrolladas por entonces, cuando la idea de
“progreso indefinido” se insertaba fuertemente en la sociedad argentina. Esto hizo que la historia de
los pueblos indígenas fuera sólo un capítulo inicial y superado de ese mismo proceso, lo cual
implicaba aceptar su marginalidad histórica y su rol de “víctimas del progreso”. Asimismo, el
espacio bajo su dominio siguió llamándose “desierto”, lo cual también supone aceptar el sentido
que los ideólogos de 1880 daban al término, asimilándolo al predominio de la “barbarie” o al “vacio
de civilización”. Mucho más se sabe hoy de estos procesos y de su larga duración. El acercarse a la
complejidad de este entramado permite visualizar distintos espacios políticos de acumulación, de
intercambios lingüísticos, culturales, etc., dentro de los propios grupos indígenas y en su relación
con la sociedad hispano-criolla. Sin duda que al momento de la conquista el mundo indígena había
sufrido una serie de transformaciones culturales que se fueron extendiendo con consecuencias muy
significativas sobre las distintas parcialidades.
Ya en el siglo XVIII, y formando parte de esta“sociedad de frontera”, los indígenas del área
pampeano-patagónica manejaban una vasta red de caminos y comercio que abarcaba un ancho
corredor interregional entre la Araucanía y las Pampas, con estricto control de las áreas irrigadas
ubicadas en la travesía, ricas en pastos y capaces de alimentar abundantes cantidades de ganados.
Aunque la situación de conflicto era muy importante y estaba siempre presente, las relaciones
fronterizas siguieron incrementándose a lo largo del mismo siglo, alcanzando niveles significativos
de intercambio económico y social. La fundación del Fuerte del Carmen – o Carmen de Patagones –
en 1779, incrementó estos contactos. Las tolderías se instalaron en las adyacencias del fuerte y los
intercambios de ganado que proveían los indígenas por cereales y otros bienes europeos se hicieron
permanentes e incluso indispensables para asegurar la supervivencia de la población blanca. En la
zona cordillerana, donde la densidad de población y la diversidad de recursos eran mayores, los
circuitos mercantiles eran mucho más complejos y los intercambios más importantes,
particularmente con los españoles de Chile. Sin duda que las poblaciones indígenas asentadas en los
faldeos cordilleranos del área norpatagónica fueron una pieza clave en este complejo mundo de
relaciones construido alrededor de la frontera con el blanco. Estos grupos oficiaban de excelentes
intermediarios entre el ganado proveniente de la región pampeana y el mercado chileno
demandante. Los procesos independentistas de Argentina y Chile y los conflictos derivados que
involucraron a la Araucanía chilena, aumentaron las presiones demográficas sobre el área
pampeana-norpatagónica, que recibió los mayores contingentes migratorios de grupos araucanos
que traspasaron la cordillera buscando protegerse y mantener el control de las rutas y puntos
estratégicos. Entretanto Chile y las poblaciones fronterizas de ambos lados de los Andes seguían
dependiendo de los circuitos comerciales indígenas para su subsistencia. Esto, sumado al gradual
avance de las formas capitalistas en la región pampeana, alteraría la situación, aumentando la
práctica del malón para la provisión de ganados que el mercado trasandino requería y generando
una fuerte competencia con los cada vez más poderosos estancieros bonaerenses, a la vez que se
acentuaban las diferencias entre los propios grupos indígenas. Como parte de estas circunstancias
los intercambios culturales se difundieron en un proceso – habitualmente denominado de
araucanización – que no debe generalizarse a toda la Patagonia, aunque sí a su sector más
septentrional. Avanzado el siglo XIX, al difundirse las formas capitalistas en el área bonaerense, las
tribus norpatagónicas eran una pieza clave en el complejo mundo de relaciones construido alrededor
de la frontera con el blanco. El enriquecimiento también se habría manifestado en una nueva
organización política bajo la forma de cacicatos, dinastías gobernantes y sucesiones preestablecidas,
que habría culminado en una particular concentración del poder, favorecida por las propias fuerzas
nacionales al reconocer a los jefes cierto control territorial y otorgarles la condición de “indios
aliados” o “indios amigos” lo cual les permitía recibir raciones del gobierno. Al avanzar este
proceso, se agudizaron las presiones territoriales de la sociedad hispanocriolla hasta que, en la
segunda mitad del siglo y mediante sendas conquistas militares, se terminó por incorporar el
espacio indígena a la potestad de los respectivos Estados Nacionales, resolviendo el secular
conflicto a favor de los sectores dominantes. A la expropiación de los recursos naturales le siguió la
conformación de un marco político e institucional que asegurase el desenvolvimiento de la nueva
organización social, ahora vinculada a las formas capitalistas de producción. El efecto inmediato
fue el establecimiento de los límites administrativos de los nuevos Territorios Nacionales y la
fijación de la frontera política en la cordillera de los Andes.

La frontera internacional

Si bien hay tendencias y procesos generalizables que permiten cierta historia común, no es posible
construir una imagen homogénea de la Patagonia, por cuanto hay características específicas
importantes y fácilmente identificables en cada uno de los sub-espacios que la integran. Esto impide
pensar la historia patagónica atendiendo a sus límites territoriales sin considerar la importancia de
un área de frontera con existencia propia donde se habría definido, a lo largo de un extenso período,
un espacio social de particulares características que sobrevivió por encima de la fijación de límites y
de la incorporación de los territorios indígenas a la soberanía de los respectivos Estados Nacionales:
Argentina y Chile. En la segunda mitad del siglo XIX, luego de la conquista milita, la Patagonia se
integró al sistema económico nacional a través de la captación del ganado ovino, expulsado de la
llanura pampeana por el auge de los cereales y la valorización de la carne vacuna por la
incorporación del frigorífico. Este proceso afectó especialmente a los territorios con litoral atlántico.
No fue este el caso de las áreas andinas, cuyas condiciones de mediterraneidad y aislamiento
favorecieron su natural desvinculación del mercado nacional y una mayor integración con las
provincias del sur chileno, produciendo una significativa cantidad de vacunos de tipo criollo para
satisfacer la demanda de los mercados del Pacífico. Más al sur, la franja comprendida entre el lago
Nahuel Huapi y las colonias galesas del noroeste chubutense, en el área de Trevelin, lindante con el
tramo chileno que se extiende al sur de Puerto Montt, también participaba de este fenómeno como
extensión de las corrientes de poblamiento, comercio e inversiones procedentes de Chile que se
desplazaron por el lado argentino hacia esos ámbitos como su máxima posibilidad de expansión.
Fuera de los límites ocupados por las importantes estancias de capitales británicos que en conjunto
formaban la Argentine Southern Land Company Ltda (ASLCo.), creada en 1889, se ubicaron en la
zona pobladores sin capital, muchos de ellos indígenas sobrevivientes y otros pertenecientes a
sectores de escasos recursos procedentes de Chile, establecidos como crianceros, que poco a poco
fueron constituyendo la oferta de mano de obra de los ganaderos del lugar, transformándose en
peones, medieros, aparceros y ,excepcionalmente, arrendatarios de tierras. Aquí también se
instalaron las colonias pastoriles indígenas, especie de reservaciones donde determinados grupos de
“indios amigos” obtuvieron después de la conquista pequeñas superficies de tierras, insuficientes
para la práctica adecuada de la ganadería extensiva. Más al sur, en la zona que los historiadores
regionales han llamado la “región autárquica de Magallanes”, se dio una situación similar, aunque
con una lógica de funcionamiento e interrelación distinta. Aquí resulta evidente la expansión de los
capitales y de los flujos de inmigración procedentes de Chile, principalmente de Punta Arenas y de
la isla de Chiloé, hacia el área de Santa Cruz y Tierra del Fuego, conformando una misma región
que hasta la década de 1920 habría funcionado con una dinámica propia y relativamente
desvinculada de los centros políticos de sus respectivos Estados Nacionales. También en el área
santacruceña se dio la modalidad de diversificación de la inversión por parte de importantes
capitales chilenos. Entre ambas zonas del norte y sur patagónico, el área fronteriza del Chubut que
se corresponde con Coyhaique y Puerto Aisén el Chile muestra particularidades que la diferencian
del resto del espacio regional. En este sector, el límite abandona la línea de la cordillera de los
Andes para penetrar en la meseta patagónica. Esta región fue ocupada más formalmente por el
gobierno chileno a principios del siglo XX; luego de la demarcación de límites, otorgando grandes
superficies de tierras a compañías originarias de Punta Arenas que importaron ganado e Argentina
para iniciar sus explotaciones. La lejanía y las dificultades de comunicación con los centros urbanos
de Chile más importantes del sector facilitaron la conexión del lugar con los puertos del Atlántico,
particularmente con Comodoro Rivadavia.

Conclusiones

El principal aporte de las últimas investigaciones es desviar la mirada del proceso histórico regional
hacia las áreas fronterizas, mostrando un mundo de relaciones muy dinámico y complejo que rompe
con la tradicional mirada historiográfica de una Patagonia cuyo único eje dinamizador se
encontraría en las costas atlánticas. Asimismo, a partir de estos trabajos, las “fronteras”dejan de ser
límites fijos, inmóviles y ahistóricos, para convertirse en espacios sociales de gran dinamismo y
larga duración.
[Susana Bandieri, “La Patagonia: mitos y realidades de un espacio social heterogéneo”, en
Jorge Gelman (compilador),
La historia económica argentina en la encrucijada. Balances y perspectivas
, Asociación Argentina de Historia Económica

Prometeo, Buenos Aires, 2006, pp. 389-410.

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