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como traducir
Esto último es lo más difícil de todo. Uno se arriesga a ser más tonto que
el otro cuando pretende expresar convincentemente lo que quiere decir el
texto leído a partir de la propia visión, más amplia y abarcante, y de una
comprensión más sagaz, y no se da cuenta de lo fácil que es mal
interpretar introduciendo supuestos que no están en el texto. La lectura y
la traducción tienen que superar una distancia. Éste es el hecho
hermenéutico fundamental. Como yo mismo he mostrado, cualquier
distancia, y no sólo la distancia temporal, significa mucho para la
comprensión, pérdida y ganancia. A veces puede parecer que no se
presentan dificultades cuando no se trata en absoluto de la superación de
la distancia temporal, sino sólo de la traducción de una lengua a otra en
escritos contemporáneos. En realidad, en este caso el traductor se expone
al mismo peligro que cualquier poeta, que se ve amenazado
constantemente por la recaída en la lengua cotidiana o en la imitación de
modelos poéticos agotados. Esto vale para el traductor en los dos casos,
pero también para el lector. A ambos llegan constantemente ofertas
procedentes del trato humano, de la conversación y de las habladurías,
tanto para la propia voluntad de configuración del traductor como para la
voluntad de comprensión del lector. Pueden servir de inspiración, pero
también pueden desconcertar. Con todo ello, el traductor debe despachar
su trabajo. Leer textos traducidos es, en general, decepcionante. Falta el
hálito de quien habla, que inspira la comprensión. Le falta al lenguaje el
volumen del original. Pero, con todo, precisamente por ello, las
traducciones son a veces, para quien conoce el original, verdaderas
ayudas a la comprensión. Las traducciones de escritores griegos o latinos
al francés o de escritores alemanes al inglés tienen, con frecuencia, una
univocidad asombrosa y clarificadora. Esto puede ser una ganancia, ¿no?
El arte salva todas las distancias, también la distancia temporal. Así que el
traductor de textos poéticos se encuentra en una identificación coetánea,
para él inconsciente, lo cual exige de él una configuración nueva y propia
que, no obstante, debe reproducir el modelo. Completamente distinta es la
situación para el simple lector, cuya formación histórica o humanística (o
las deficiencias de la misma) despiertan en él la conciencia de una
distancia temporal. Como lectores, somos más o menos conscientes de
ello cuando tenemos que habérnoslas con traducciones de la literatura
clásica griega o latina o de la historia de la literatura moderna. En estos
casos, los textos han sido, a través de los siglos, objeto de tales esfuerzos
que arrastran tras de sí un completo elenco de traducciones literarias
desde hace al menos doscientos años. En esta historia, como lectores con
sentido histórico, nos percatamos de cómo se ha sedimentado la literatura
del presente del traductor de entonces en esa configuración de
traducciones. Esa presencia de toda una historia de traducciones, que
muestra diversas traducciones del mismo texto, aligera, en cierto sentido,
la tarea del nuevo traductor y, sin embargo es también una exigencia que
apenas puede ser satisfecha. La traducción antigua tiene su pátina.