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Universidad Nacional del Comahue. Colantuono, Milena. 131092.

Facultad de Humanidades.

Licenciatura en Letras.

Historia Social del Arte.

Primer parcial domiciliario


consignas 1 y 2.
1. Huérfana en el cementerio (1822), Eugene Delacroix

En tal obra presentada es notable el reflejo del sentimiento de la retratada, la desalineación en


la ropa que se corresponde con la interioridad de la misma y la atmósfera espacial (el cementerio)
que también se encuentra en concordancia con la huérfana de la obra. La Huérfana en el
cementerio, entonces, resulta útil para mostrar los rasgos del movimiento romántico: un intento del
retrato del alma del ser humano que trasciende lo visible, elogio a la subjetividad y sensibilidad
frente al racionalismo iluminista y una fuerte apuesta hacia la individualidad propia que cada
artista manifiesta diversamente en su obra sin intencionalidad de respetar la idea de buen gusto
(propia del movimiento neoclásico).

Es interesante además presentar las categorías de sublime y pintoresco como formas


románticas de percibir al ser humano y la naturaleza. La categoría de sublime es útil para dar
cuenta la finalidad del artista romántico: es aquello que se experimenta sin ser entendido, que
conmueve, aterroriza pero al mismo tiempo posee la valencia de ser bello, problematizando así la
idea asentada de belleza ligada al pintoresquismo. Mientras que lo sublime presenta una
naturaleza hostil, inasible que conmueve y provoca; lo pintoresco presenta una concepción
armoniosa y clara de la naturaleza, estableciendo un orden en la misma.

Tales características presentadas en la obra romántica pictórica también pueden ser


observadas en el romanticismo literario, como por ejemplo en el poema de Charles Baudelaire
Elevación en el que se correlaciona la capacidad del poeta libre con el vuelo de la alondra,
manifestando así las interioridades del artista romántico por oposición a lo calificado como “bajo”:
los lamentos y problemas de la existencia en el mundo terrestre.

Actividad: se presentarán a los alumnos dos obras entre las que tendrá que distinguir si las
mismas dan cuenta de las categorías de sublime y pintoresco propias del romanticismo. El alumno
deberá fundamentar la posible clasificación de las obras bajo tales nociones de forma escrita,
pactando una entrega de la actividad para el encuentro próximo. Obras: Luz y color (1843),
William Turner; El molino de Dedham (1820) John Constable. El propósito de tal actividad es
incorporar los conceptos de sublime y pintoresco, lograr reconocerlos para así poder relacionarlos
con el movimiento estudiado y con demás movimientos artísticos que se verán durante el cursado.

Cronograma (3 horas de clase):

Se realizará la presentación de la obra que dará comienzo a la clase en 20 minutos, luego de los
que mediante una puesta en común entre alumnos y docente se definirán los rasgos del
movimiento romántico (30 minutos) para introducir el bloque teórico de la clase sobre tal
movimiento, incluyendo su relación con el romanticismo literario (40 minutos).La docente
introducirá en tal teoría las categorías de “sublime” y “pintoresco” en relación con Romanticismo
(30 minutos), para luego dar paso a la actividad relacionada con las mismas. En la última hora que
ocupará la clase se presentarán las dos obras utilizadas con posteridad en la actividad, se
explicará la misma y se dará espacio a posibles dudas.

Bibliografía:

ARGAN: Clásico y romántico.

FLORES MARTA, Ficha de cátedra: el romanticismo en las artes del siglo XXI.
2. Aunque probablemente poco importe mi nombre al receptor que deba padecer mi
manifestación verbal y la esté leyendo en este preciso momento del futuro, soy Jean Marignac.
Compartimos en diferentes temporalidades el padecimiento, mi querido lector. Nuestra
concordancia radica, por mi parte, en el viaje que decidí emprender en este caótico mundo del
arte de la primera mitad del XX. Vomito estas palabras debido al malestar estomacal que me
produce ser partícipe obligado de tal contexto: los salones y galerías de arte que estoy
observando en mis kilómetros recorridos deberían cambiar su denominación por la de
psiquiátricos, albergue de infames. Te comparto entonces, mi padecimiento para hacerlo nuestro,
mi querido lector:

Mi contemporaneidad y mi posibilidad de conocer las desgracias del mundo me han


convertido en oído del más cruel de los rumores, se habla en las calles del comienzo de una
epidemia denominada “vanguardia”, de un grupo de malnacidos que pretenden destrozar las
tablas del pasado para usarlo de trampolín hacia un futuro útil de guía para la raza humana toda.
¿Qué puede llegar a tener de avance hacia el frente, de posición delantera un manojo de
movimientos que en cada verborragia pictórica emana un retroceso artístico? ¿Qué tipo de jugada
“futurista” puede observarse en la ruptura de lo consolidado de excelente manera, de nuestros
exquisitos movimientos clásicos del arte? ¿Qué productividad puede encontrarse en la destrucción
del pasado?

El mundo desgajado que tales movimientos pretenden, tal proyecto de salto hacia el futuro,
hacia la libertad del “artista” y su pretendida autonomía no será más que un golpe en la frente
contra una pared salpicada y empachada de elementos que poco tienen que ver con el arte. Tal
realidad futura que la vanguardia plantea, poco se corresponde con la realidad verídica: el mundo
no es la fugacidad del pincel futurista, no es la pátina indecisa de un tal Marinetti, no es la
incoherencia mental deglutida y devuelta a la obra de este tal “expresionismo abstracto”, ni mucho
menos la acción de ensalzar la magnificencia del irracionalismo bajo escritos producidos por
infantes bajo la acción de estupefacientes que ni siquiera pueden autodenominarse bajo un
término existente, aquellos llamados “dadaístas”.

Suplico a algún dios inexistente que mis suposiciones sobre el futuro no se vuelquen en la
realidad, el colmo de esta manada de psicodeficientes sería terminar siendo avalados por el
comercio artístico y apañados por el aparato estatal. Desde mis últimos minutos de agonía que
gasto y desgasto escribiendo estas palabras, suplico que el poder y los grandes movimientos
nacionales no alimenten a las bocas rabiosas, no mantengan vitales a estos cuerpos virales mal
llamados movimientos artísticos, mal llamados artistas. Que sus producciones dementes no sean
canjeadas por un techo en el asilo del arte que no les corresponde. Puedo divisar en mis
pesadillas un gran mural, un mural enorme salpicado irracionalmente, manchando mediante
pinceladas dementes la academia del arte que le dará de comer en la boca. Suplico, mi querido
lector, que esto no acontezca.

Me despido, mi querido compañero y lector con el deseo de una realidad futura distinguible
en el reflejo del arte, con un orden recuperado ya perdido en mi contemporaneidad, tal como los
últimos minutos de mi vida que te presté para escribir esta denuncia. Así también, deseo que la
mente que está deglutiendo este alfabeto desordenado y ordenándolo mediante la lectura no sea
propenso a ocupar otro asiento más en el manicomio vanguardista, imaginado en mi utopía ya
desintegrado.

Te abrazo desde mi último destello de racionalidad, mi querido lector.

Jean Marignac, 1941.


Bibliografía:

Busqueta y Di Prinzio, Fichas, “Escritos de la vanguardia. Selección”.


Crow, Thomas, 2005, “La escuela de Nueva York” en El arte moderno en la cultura de lo cotidiano,
Madrid, AKAL.

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