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La imposible prisién: debate con Michel Foucault mA EDITORIAL ANAGRAMA Faentt: se prison (select estocisda) © Editions du Seuil Paris, 1980 Traducir Joaquin Jordé Maqueta de la coleccién: Argente y Mumbrié @EDITORIAL ANAGRAMA, 1982 Calle de la Cruz, 44 Barcelona-34 84 - 339 -0766-X Pee ee Leal B, 28249 - 1982 Printed in Spain Graficas Diamante, Zamora, 83, Barcelona-18 JACQUES LEONARD EL HISTORIADOR Y EL FILOSOFO * A propésito de: Vigilar y castigar; nacimiento de la prisién No es Ia primera vez que un filésofo acude a sem- brar ideas en el campo de los historiadores, a suscitar reacciones ¢ investigaciones, y a despertar de su suc io dogmético, 0 escéptica, a hagidgrafos y cronistas. No es la primera vez que este fil6sofo proyecta un nuevo y poderoso resplandor sobre un rincén olvidado de la historia: todos recuerdan, por ejemplo, el estruen- do que significS la publicacién de la Historia de la Jocura en la edad clésica (1961 **). Desde que intervie- ne en nuestras cosas, ya no podemos tratar determin dos temas de la misma manera. ¢Cémo estudiar la his- toria de la medicina sin considerar el Nacimiento de Ia clinica (1963)? Saludar Vigilar y castigar no con- siste en introducir un libro més en nuestras venera- bles bibliografias, sino en acceder a revisarlas a través de Ia problemética de Michel Foucault. * Tanto esta fecha como las de los siguientes libros se re- fieren a la publicacién del texto original. (N. del T.) ‘** El libro de Michel Foucault, La voluntad de saber, res- ponde en cierta medida a les cuestiones que plantea este articulo, escrito en 1976, No son pocos! quienes afirman que es indtil el didlogo entre este filésofo del escarnio nietzscheano y del deseo individual de-no-rechazar-bajo-ningtin-pretex- to, y los laboriosos artesanos del quehacer histérico. ‘A’ un lado, el jabilo politico, 1a alegria de denunciar todo lo que mutila la vida, la subversién intelectual. ‘Al otro, la serenidad dialéctica de la comprensién y de la arecuperacién». Pero cuando un pensador acude, por su cuenta, a instalarse en el terreno del conoci- faiento del pasado no importa demasiado que se tra- te de on «gai savoir» o de un saber triste. {No hay coto de caza, ni imperialismo de mandarines! Ademés, las petspectivas de Foucault no aparecen como unos absolutos perentorios, los ficheros siguen abiertos. Na- die esté obligado a empinarse hasta Ja seriedad estruc- furalista, o a compartir el sarcasmo izquierdista. ¢Y si hubiera una trampa? ¢Y si Foucault, como se pre- gunta un Kicido historiador? reutilizara «las palabras $ los problemas de los historiadores para hacer con Ulos otra cosa»? g¥ si construyera unas hermosas “ficciones», destinadas a servir a otro proyecto, mien- tras ingenuamente los exclusives servidores de Clio pretenden reconstituir la «realidad objetiva» del pa- fado? ;Una vez més, importa poco! Incluso en di- Gho caso, bastaria comparar Ia imaginacién poética del primero y Ia ingenuidad metodolégica de los segun- 1. Gilles Deleuze, «Ecrivain non, un nouveau carto- grapher, Critique, diciembre de 1975, n° 343, pégs. 1207- 1227. 2, Jacques Revel, «Foucault et les historiens», Ma gazine lttéraire, junio de 1975, n° 101, pigs. 10-13. 6 dos: juna cuestién de grados, en suma, de la ficci ’ 7 , de la ficcién! ont dest verdad, hai fala un pelo de tisrorle dors competentes pare examina euidadosamente le canted de interpretaciones que nos ofece el autor libro desborda ampliamente el tema des subtftulo, «Necimiento de la prisién»; abarca varios siglos, y ca. si todos Jos terrenos. Yo, en tanto que historiador del sido ‘xIX «especialista» de la historia de la medicina, puedo abordar este monumento con modestia, y no me siento capacitado para impartir a cada pégina buenas o malas notas, Incapez, pues, de aprecar la ezartad de todo To que defiende Foucult, me li a recordar s que 1os profesionales Sn pen sey eho 9 spe el balance positive de lo que le debemes. Tomo este Siro como un instrument de ttbjo, no camo un panlleto politico, peo cada cul puede hacer de él ota a, més polémica y menos universitaria, cencinte un fisofo imerpela « ls historidores se preguntan —y en ocasiones le preguntan con eset eablidad— si es un sabio sufcentemente udito como para atreverse a hablar de esa manera: iene suficientes fichas?, estén completas?, ¢bien sificadas?, gsus ficheros son tan gruesos como los nuestros? zy su bibliografia? Ya conocemos el des- Beco unvertaio por a historia de Francia visa desde Ia sla de impresos de la Biblioteca Nacional. Pars scr competent, bay ue haber resprado polo gadamente el polvo de los manuseitos, envejecio en los depésitos de los archivos provinciales, haber dis- 7 putado a los ratones Jos tesoros de los graneros de Jos presbiterios. Que no se entienda como mera male- volencia: el historiador de profesién se desdobla entre G siglo xe, en el que se limita a exist, y aquel en el que vive, por delegacién, largas horas meditativas ave acaban por conferirle un conocimiento intimo y como intuitive de él. Pot algunas insinuaciones, por algu- nos sarcasmos mal sofocados, se da cuenta de que Fou- fault no percibe siempre, desde dentro, todas las res: lidades del pasado. El primer reproche serio se refiere a la rapidez fulgurante del anilisis. El Sr. Foucault recorre tres siglos, a rienda suelta, como un caballero bérbaro. Que- see estepa sin la menor precaucién. El historiador, a cambio, no tiene el menor derecho a prescindir de las verificaciones sociolégicas y cronoldgicas. Admite el género sintético del ensayo que puede explotar unos trabajos eruditos anteriores, sin aparato critico justifi- cativo, Admite el género hipotético del artfculo meto- doldgico 0 del panfleto, que adelanta una interpreta: ‘ién brillante, a verificar posteriormente por unas sa bias investigaciones. Pero entre esta prudencia y este riesgo, le cuesta trabajo aceptar que sean devorados eres de la sazén unos campos poco cultivados, Desde Gierto punto de vista, la historia de la justicia y de las prisiones, asi como la de la medicina y de los ‘hospi- tales, es hollada por este impertinente galope que aban- Hons, @ unos laboriosos destajistas Ia tarea del acabs- do, 0 a unos insolentes contradictores la del corta- fuegos. ‘Los historiadores especialistas de los diferentes pe rfodos se sentirén desigualmente satisfechos de Vigiar y castigar. En proporcién y en calidad, moder- nes especilis de siglo vant se tenn lennon jos El periodo revolucionatio aparece cxtraimmente difuminado, cuando cabria esperar algunos. psrafos sobre la tome de a Basta y el etague a las prisons tabiareae en 1789, sobre la experiencia de los jue- cet cesidos, ls matazas de septiembre, lx ube: $ revolucionarios, la «santa guillotina», Ja repug- nancia que soscitan ios espectéculos del Terror que contribuink en buene medida a evar « prefer el e- carcelamiento como solucisn puntiva dice, Este Ins elrmadores que no quctan incalorsete oe 0 ie no querfan inici i- spears eet athe el encierro —técnica més cémoda, menos mo- tallzante que los proyectes reformadores, mis sus le de modulaciones en el tiempo. No cabe duda de que no hay una «sustitucién» (p. 121 *); pero convi ne seguir la cronologia de cerca. Ya en 1791, la Cons. tituyente, que abole tantas usanzas bérbaras. zi Sot Se pe yeep Gee gana de prisones El Cédigo penal de 1810 perfeccio- na el sists, pero resablece unos castgos hula , como la publica exposicién, la picota, el hierro * Todas las citas de Vigilar ig fevistists staan y castigar estén transcritas 1981, (N del T) on lenge cosciane, Silo OKT Pa . La mayoria de los documentos ci 3 Gitados se refi al sigh xvr. EI St. Foucsult se apoya en los trabajos de P. Chaunu, E. Le ie i ee Roy Ladurie, D. Richet, Y. Bercé, por candente, la amputaci6n dele + an. .. Esta cuestién 10 ficientemente aclarada. areee isoriadores del siglo xx son tal ve2 Jos més ssatcfechos; apenas las slkimas setenta pégines © 7 fieren a su perfodo. Tal vez les hubiera gostado que s° a rr—s——— caracterizan Ja TucesiOn de los regimenes; si bien Ja Restauraci6n in- sae aportar a las prisiones algunas reformes matt ee te 1a monarquia de julio la que supine, Bh dan In ley del 28 de abril de 1832, la picott, al hiert0 ve ndente, la amputacién de la mano y Ta ave insu ql eoncepto de , «fun- ionar como», «como si»... Conviene prestar atenci a las palabras clave: «poder», cextategian, lctces, ——_— pero no sabemos quiénes son sus agentes: gpoder de Guién?, gestrategia de quién? Tomemos el ejemplo de la teforma del derecho penal, que «debe ser leida como una estrategia para el reacondicionamiento del poder de castigar> (pig. 85). Se trata de una curiosa estrategia, no tiene «un punto de origen dnicos; «no pcos intereses diferentes vienen a coincidir»; es «una estrategia de conjunto que ha cobijado no pocos com- bates diferentes» (pdg. 85-86). Mas adelante (pig. 93- 94), la nueva estrategia de los reformadores es defi ida con una serie de verbos en infinitive, pero no son ms que las tazones de ser» de Ia reforma pe- nal atenuadas por el adverbio «sin dude», en el sem- tido de «probablementen. Ast que esta famosa estate gia no pasa de ser la reconstitucién por el autor de Jos motivos plausibles que han podido inspirar las dife- rentes variedades de reformadotes. Podiamos elegir otro ejemplo de fluctuacién, en el andlisis del «poder disciplinario» (pg. 175). Nos preguntaremos quién es el duefio o el dispensador de este poder; no son ya los reformadores del siglo xvi que han fracasado. La explicacién se hace mecanicista: es «el aparato entero (disciplinario) el que produce 10. Formularse, constituirse, investirse, srticularse, expresarse, manifestarse, arraigarse, anudarse, organizarse, ccultatse, enmascararse, sustituirse... 15 “poder"» (pég. 182); son «las leyes de la dptica y de la mecénica» las que disciplinan los cuerpos: se trata, pues, de una maguinaria sin mecinico. En més de una ‘ocasién, nos vemos situados en un mundo ‘kafkiano. El vocabulario de la geometria vacta la sociedad de los hombres; sdlo se habla de espacios, de lineas, de mar- cos, de segmentos, de disposiciones... Respecto al Pa- néptico, Foucault parece divisar con claridad Ia posi- ble objecién: el poder «tiene su principio menos en tana persona que en cierta distribucién concertada de los cuerpos, de las superficies, de las huces, de las mi- radas; en un equipo cuyos mecanismos internos pro- ducen 1a relacién en la cual estén insertos los indivi- duos» (pég. 205). «Distribucién concertada», pero gpor quién? —«hay una maquinaria»... «™e del pensamiento y de la accién reviste unos aspectos Nt Periados, encuentra resistencias, y s© COmIge con al vetode experimental. En ciertos aspectos, hay mucha Tetencia entre La Mettrie y Marcelin Berthelot. Pero armen el mismo camino: se comienza por medit los ee Sneridiano (La Condamine; Clairaut y Mave pertuis, en 1735-1737), y se llega a Te antropometria Petreervicio de identidad judicial de Ia prefectora de policia (Alphonse Bertillon, 1879), pasando pot el FF ———r—C“€™ el ca- r——CE eae Convendria concentrar la atencién, en ¢l paso del siglo xv1mt al xrx, sobre los sabios que también se fateresan por el gobierno de Jos hombres; Foucault 24 arroja una mirada pertinente sobre Jos gina 107), pero no sélo estén ellos; ee ae Bien 2 dos «médicos-quimicos», Chaptal y Fourcro aque se preocupan a um fiempo de las leyes a votar ea foateria de instruccién y de medicina, y de las aplics- ciones de sus ciencias a la industria, Reencontramos, por consiguiente, la dialéctica del saber y del poder, tema favorito de erro aor - te problema de las relaciones de eae mos evocar la Edad Media en la que el clero posee sn saber grave y misteriom, patrimeio beedado y transmitido no sin crisis, corpus de dogmas; dades intangibles le hablan al pueblo “ico de To que mis le importa, de acuerdo con el discurso clerical Ia salvacién eterna del alma, De abi el poder del co, suroided paternal o tepresiva, influencia compleja con Is auedeben contemporat lr hombres de guerra os hombres de dinero, los principes, los nobles Toe ricos." A partir del siglo xvm, la cuestién se desplaza progtesivamente: el saber religioso sobre el aaa bre lo irtacional, y sobre el Més Allé, se desvaloriza en favor del saber objetivo universalizable y eficaz 12. Cfr. los trabajos de Henri Gouhier sobs neste Auguste Comte et la Formation du aoa losat94t; fos recientes de Marc Régaldo sobre fa Déca- de philosopbique, sevsiin ve demuestra Ja diversidad de los nacional que gravitan en torno a los idedlogos. a Dies eatioter poder del clero puede alimentar un pber; las investigcions de la Inguisicién ofrecen un buen ejemplo, Ct. el prologo de Montaillou, village occi- 1294 d 1324 de E. Le Roy Ladurie. 25 sobre Jos cuerpos, inertes © vivos, pero mensurables numerables. E] nuevo saber, largo tiempo balbucien- qe, avanza precedido de una humareda ideolégica de proyectos y de pretensiones. Promete Ia dicha en la tierra, «idea nueva en Europa», y hasta «la felicidad generale, siempre que se desmoronen los obtéculos, es decir el par Feudalismo/Supersticién, los falsos_sa- bores y los falsos poderes del Antiguo Régimen. Eso explica Ia floracién de los sabios-politicos, la colusién de la ciencia y de Ja revolucién ‘Tomemos el ejemplo del poder médico, que tanto interesa en la actualidad, A partir del siglo xvi, la profesi6n médica intenta naturalmente sacar partido Ee la nueva tendencia, optimista y prometeica. La cien- Ga médica, durante estas décadas cruciales, sélo es, sin embargo, un compartimento bastante retrasado del Auevo saber, Ni la menor comparacién con los progre- tos de las mateméticas y de la astronomia; pierde el fliento rivalizando con Ia fisica y la quimica, y no puede hacer otra cosa que aprovechar sus leyes y sus Fecetas, no para cutar, sino para intentar prevenir las cnfermedades y los accidentes. En efecto, debe mos- trarse a Ia altura de la situacién: Jo importante, es ef cuerpo; es la cantidad de hombres, de nifios, de traba jadores (como explican los fisiSeratas); es también Ta Calidad de los productores y de las reproductoras (pen- cemoe en la higiene maternal ¢ infantil, en los cursos de partos para las alumnas de comadronas). Imposi- ble escapar: el higienismo social, la medicalizacién det campo, la organizacién de la asistencia epidemiol6gica, gn el siglo xvitt, y después, en el XDX, son unas tareas politicas. Forman parte del «bien pablico», de la mis 26 ma manera, por ejemplo, que la agronomfa. Durante el medio siglo anterior ala revolucién pasteuriana, el cuerpo médico alardea un poco, anuncia, para un fu- turo, unas proezas que todavia es incapaz de realizar, y «ocupa el terreno», con la ayuda de periodistas, de profeseresy de otros cntres del propio, haciendo campafia en favor de los puntos fuertes de la medicina de la época.“ Cuando las autoridades estén de acuer- dbo, la poblaciGn esta més o menos controlada, hospita- lndos Jos enfermos indigentes, internados los aliena- fg, puestos en cuarentena los contagiosos. La autori- dad de los médicos se amplta, su prestigio se edifica antes de que su eficacia se confirme.® Nos ponemos en su poder antes de que su saber haya quedado demos- trado. A cambio, esta soberania de los médicos, en Jas cumbres del suftimiento y en los tiempos muy epi- Aémicos, les permite matematizar sus observaciones. La historia de las estadisticas médicas no es sencilla; mejoran sobre todo cuando Ia Academia de medicina divulgs ampliamente los principios y las directrices del Dr. Louis, «padre del método numérico», en los aiios treinta y cuarenta. Algunos instrumentos irén concre- tando esta fuerza activa del médico cuya bata se ador- nna poco a poco, a fo largo del siglo xxx, con aparatos 14, Vacunas antivarislicas, desinfecciones cl sulfisto de quinina, rue, digital ss coruades . Demostracién de’ esta anterioridad en Leotard, ts Madecin de tuest ov KI atl, ee de dbetorao de Estado, leds en enero de 1976, ante a uk edad de PasioSorbonne, repoduccién Lie IT, div sign Honoré Champion, 1978, pigs. 1514-1523. 27 de medicién y de investigacién. Ya no se contenta con tomar el pulso, mide la temperatura, luego la ten- sién... El cuerpo médico obtiene no sin esfuerzo nue- vas construcciones y unos acondicionamientos «moder- nos», hospitales, asilos, anfiteatros de diseccién, sec- ciones de anatomfa normal y patoldgica, laboratorios de fisiologfa, de bacteriologia, de histologia... Los grandes descubrimientos de Claude Bernard, de Louis Pasteur, de sus rivales y de sus discfpulos, justificando @ posteriori estos gastos y esta politica, no harén més que reforzar el poder médico. Foucault no se engafia con ello: es el mejor ejemplo de dialéctica del poder y del saber. Ahora hay que centrar nuestra atencién en el as- ecto politico, Ia palabra y Ia cosa que se denomina «poder». El autor de Vigilar y castigar se insctibe en la Iinea de los pensadores politicos individualistas que critican firmemente este concepto. No seria dificil en- contrarle precursores en los anarquistas de! siglo xix," 16. René Chiteau, en su Introduction a la politique, 1947, cita (pag. 405) una asombrosa retahila de Proudhon contra el poder: «Ser gobernado, es set vigilado, espiado, ditigido, legislado, reglamentado, encerrado, adoctrinado, predicado, controlado, estimado, apreciado, censurado, mandado por unos seres que no poseen ni el tftulo, ni la ciencia, ni Ia virtud... Ser gobernado, es ser, a cada ope- tacién, a cada transaccién, a cada movimiento, anotado, registrado, empadronado, tarifado, sellado, medido, aco. tado, cotizado, patentado, licenciado, autorizado, amones- tado, impedido, reformado, enderezado, corregido. Es, ba- jo pretexto de Ja utilidad publica, y en nombre del inte- rés general, ser puesto a contribucidn, ejercido, despojado, 28 a jue se entregan a la denuncia intransigente de casi to- dos los poderes! estatal, militar, policiaco, judicial, letical, médico, escolar, paternal, patronal, colonial...” Quizés sea més interesante evocar las polémicas teéri- cas que, a comienzos del siglo xx, enfrentaban, en tor- no a este concepto, a mautrasianos y radicales. Char- Jes Maurras describe, para congratularse de ellos 0 de- searlos més eficaces, los mecanismos de orden y de autoridad que Foucault recrimina. El nacionalista abso- Ito elogia las , «otganizacién» o simplemente «influencia», es decir, que hay que considerar la pluralidad de estas instan- cias, sus eventuales contradicciones, sus desordenados rechinamientos. No existe un Orden establecido, sino unos micto-poderes que tienen su coyuntura propia. As{, pues, Foucault se aleja de la tentacin estructura- lista y rechaza tanto la hipétesis de la «maquinacién» como la de la emaquinaria», en un texto anterior a Vigilar y castigar: «las fuerzas que estén en juego en Ia historia no obedecen a un destino, ni a una mecé- nica, sino al azar de Ia lucha. No se manifiestan como las formas sucesivas de una intencién primordial; no adoptan tampoco el aspecto de un resultado. Aparecen siempre en Ia incertidumbre singular del acontecimien- to.» ™ Esta declaracién, que no siempre ha sido clara- mente ilustrada por el autor de Vigilar y castigar, pa- 24, Hommage a Jean Hippolyte, 1971, pag. 161. 32 rece més completa y més matizada que el articulo de Le Monde citado anteriormente; permite comprender la expresi6n «batalla» que podia intrigarnos. Ni provi- dencialismo ni Sentido de la Historia, jlas cosas y las personas no estén empujadas ni abandonadas al azar! Esta reflexién sobre el poder nos devuelve al pro- blema de la prisin, al que se aplica la fSrmula cen- tral, «el poder produce; produce realidad» (pag. 198). No debemos entenderla como una simple provocacién antimaterialista; Foucault no pone en duda que la na- turaleza y el trabajo sean, esencialmente, los que pro- ducen; peto, si la organizacién biolégica de los cuerpos engendra, y por tanto produce o reproduce, gpor qué no decirlo también de la organizacién social? El ejem- plo de la prisién se presta a una bonita demostracién; solucién fécil, no permite alcanzar los objetivos disuasi- vos y moralizadores de los reformadores, desde el si- glo xvi a nuestros dias; est, desde el comienzo, encerrada en s{ misma en una institucién coercitiva, incapaz de impedir los delitos y los crimenes, y de pre- venit los reincidentes; por el contrario, «cuartel del ctimen», «fabrica delincuentes» (pag. 258). En este punto, Foucault es convincente (pags. 269-273), de la misma manera que su distincién entre los diferentes ilegalismos y la «delincuencia» casi profesional es se- ductora, El sistema de las prisiones crea una «delin- cuencia» més tolerable que la marea de los nuevos ile- galismos populares, que puede utilizarse contra ellos en cierta medida y es parcialmente mantenida por los grupos dirigentes. Aunque debamos establecer con ma- yor precisién Ja importancia del vagabundeo sedicioso (pégs. 278-280), y aunque convenga verificar en qué 33 medida los «delincuentes» han seguido el triste esca- Iafon de las instituciones de asistencia y de correccién (pags. 306-308), cabe razonablemente trabajar sobre las hipétesis de Foucault, y habré que sumergirse de nuevo en Ia inagotable Gazette des tribunaux. Idéntica pertinencia fecunda en las péginas dedi- cadas a la disciplina, caracterizadas por un espftitu de sintesis que recuerda algunos textos de Marx. El aumento de la poblacién —poblacién a alimentar, a emplear, a gobernar— y el desarrollo técnico de un aparato de produccién, més complejo y més costoso (méquinas), que hay que rentabilizar, se conjugan para explicar el’ recurso a unas disciplinas nuevas (pégi- nas 221-224). Acumulacién de capital y aparicién de fébricas: la disciplina, o la busqueda del beneficio, Ex- celente dialéctico, Foucault juega con todos los facto- res. Disciplinar y producir més 0 mejor, es lo mismo. El orden es un medio para hacer trabajar, y el trabajo es un medio para hacer reinar el orden. La organiza- cién controlada, programada, progresiva aplicable a di- ferentes tetrenos, confiere a estas actividades su efica- cia, segiin los casos, militar, industrial, pedagégica... El lugar de aplicacién de estos trabajos regulados es el cuerpo humano, convertido en rentable y maleable (pégs. 165-169): el orden transforma técnica y men- talmente el individuo. Conocemos las utilizaciones saint-simonianas, positivistas, tayloristas, tecnocréticas, totalitarias, de esta verdad ya antigua. Ultimo aspecto que interesa especialmente a los historiadores: el poder produce el saber. Foucault atri- buye al desarrollo de las ciencias humanas unos orf- genes temporales y epistemolégicos, ya evocados en 34 las obras anteriores.* Denomina «procedimientos» las précticas administrativas o reglamentarias, los cuadros detalladas, los registros y las estadisticas, les clasifica- ciones y las encuestas, los informes de los fiscales gene- rales y de los comisarios de policfa, los dictémenes pe- riciales y las minutas... que suministran los documen- tos bésicos, a corto o més largo plazo, para los trabajos de los sociélogos, psicélogos, médicos, crimindlogos, naturalistas 0 antropélogos, graméticos o historiadores. Es excelente que los historiadores mantengan viva en la memoria el origen de «sus» archivos. Es posible que nunca Ieguemos a desconfiat suficientemente de esta documentacién lacunar y parcial, manchada de légri- mas, de sudor y a veces de sangre, fabricada por unas instancias muy pocas veces inocentes, transmitida y truncada segiin la conveniencia de los dirigentes... 0 de los més oscuros chupatintas judiciales. ;Cuidado, historiador positivista, si posas tu mirada miope sobre un registro «con trampa», los discipulos de Foucault te fulminarén con un sarcasmo izquierdista! Y sin em- bargo, es indtil reiterar unas protestas moralizantes, y no nos queda mds remedio qué trabajar con lo que nos resta del pasado: a condicién de mantener nuestro objeto a distancia, de cogerlo con pinzas, y de no sa- cralizar su objetividad, ni la nuestra, Los puros dirén que no hay que atenvar, achatar, «recuperar» un pensamiento salvaje. Pido disculpas 25. Naissance de la clinique (1963), Les Mots et les Choses (1966) y L’archéologie du savoir (1969). 35 a a los admiradores de la obra de Foucault que Ja inter- pretan en un sentido anérquico-absolutista, si mi co- mentario facilita esta impresién. Por otra parte, nadie impide que se sustituya la imagen de un profesor del Collége de France por la de un cosaco de la historia. Su tarea de historiador proseguird. Se cuenta que Foucault dijo de Vigilar y castigar; «Es mi primer libro.» En cualquier caso, anuncia en la tltima pégina «diferentes estudios sobre el poder de normalizacién y la formacién del saber en Ja sociedad moderna», y todos nos alegraremos de que una mente tan brillante como la suya se vincule a dicha empresa. Hay més de una familia en Ia tribu de Clio. La originalidad de Fou- cault consiste en rehusar el apriorismo hegeliano y totalizador a cualquier precio, que integra los contra- rios y justifica positivamente todo lo que ha Iegado hasta nuestros dias. Si prefiere el concept, extrafio a primera vista, de «genealogian, aun cuando sepa dar pruebas de virtuosismo dialéctico, es seguramente para designar la trayectoria opuesta, la que desenmascara sin complacencias el origen hipécrita de los poderes, que denuncia su fatal tendencia a la inhumanidad, y que sitve una rebelidn. 36 MICHEL FOUCAULT EL POLVO Y LA NUBE Lo que constituye, ademés de otras cosas, el vigor y Ia originalidad del articulo del Sr. Leonard, es la }) fuerza con que desahucia el estereotipo del «historia- dor» opuesto al «fildsofo». Es algo que exigia, sin duda, valor y una visién muy exacta de los problemas. Lo ha conseguido de dos maneras. Una seria, consti- tuyendo, mejor de lo que hubiera podido hacerlo yo mismo, la posibilidad de un anilisis hist6rico de las relaciones entre poder y saber. Otra irdnica, poniendo en escena, en la primera parte de su texto, un histo- riador ficticio, una de esas «personas del oficio» como dice con -una sontisa. Con un poco de ctueldad tal vez, le hace representar los grandes papeles ingratos del repertorio: el caballero virtuoso de la exactitud («Es posible que yo no tenga muchas ideas pero, al menos, Io que digo es verdad»), el doctor de los cono- cimientos inagotables («Usted no ha dicho esto, ni es0, ni lo de més alld que yo sé y que usted cierta- mente ignora»), el gran testimonio de Ia misma Rea- lidad («No hay grandes sistemas, sino Ja vida, la vida real con todas sus riquezas contradictorias»), el sabio 37 desolado que Iora sobre su parcela que los salvajes acaban de saquear: como después de Atila, ya no vol- verd a crecet la hierba sobre ella. En suma, todos los t6picos: los menudos hechos exactos contra las gran- des ideas vagas; el polvo desafiando la nube. _ Yo no sé cuél es el grado de realismo de esta ca- ticatura. Me siento tentado (la tinica reserva que pue- do formular a este texto a la vez divertido y notable, cuyo sentido profundo apruebo absolutamente), me siento tentado a pensar que el Sr. Léonard ha forzado un poco la nota, Al conferir a su historiador imagina- rio muchos errores, tal vez ha hecho un poco dema- siado fécil la tarea de la réplica. Pero esta sétira del caballero de la exactitud, empecinado en sus propias aproximaciones esté hecha con la suficiente inteligen- cia como para reconocer en ella los tres puntos de mé- todo que el St. Léonard quiere proponer a la discusién. Y que me parecen, también a m{, que pueden servir de punto de partida para un debate: __ 1) La diferencia de procedimiento entre el ané- lisis de un problema y el estudio de un perfodo, 2) La utilizacién del principio de realidad en Ia historia. 3) La distincién a establecer entre Ja tesis y el objeto de un andlisis. 1. ¢Prostema 0 PERfop0? EL REPARTO DEL PASTEL A partir de Beccatia, los reformadores habfan ela- 38 borado unos programas punitivos caracterizados por la variedad, la preocupacién de corregir, la publicidad de los castigos, la cuidadosa correspondencia entre la na- turaleza del delito y la forma de la pena —todo un arte de castigar inspirado en la Ideologta. Ahora bien, a partir de 1791, se opté por un sis- tema punitive monétono: Ja encarcelacién, en cualquier caso, es preponderante en él. Asombro de algunos con- temporéneos. Pero asombro transitorio: la penalidad de la encarcelacién es répidamente aceptada como una innovacién a perfeccionar, més que a contestar de pies a cabeza. Y asf sigue siendo. Y abi surge un problema: gpor qué esta apre- surada sustitucién? ¢Por qué esta aceptacién sin difi- cultades? De ahf también Ia eleccién de los elementos per- tinentes para el andlisis. 1) Se trata de estudiar Ia aclimatacién, en el nue- vo régimen penal, de un mecanismo punitivo que a continuacién seré llamado a convertirse en dominante. Eso en lo que se refiere al objeto. 2) Se trata de explicar un fenémeno cuya mani- festacién primera y mayor se sitéa en los postreros afios del siglo xvitt y los primeros del xrx. Eso en lo que se refiere al tiempo fuerte del andlisis. 3) Se trata, finalmente, de verificar que esta pre- dominancia de la encercelacién y la aceptacién de su principio se han mantenido sin dificultades incluso en Ja época de las primeras grandes comprobaciones de fracaso (1825-1835), Eso en lo que se refiere a los Li- mites Sltimos del andlisis. 39 En dichas condiciones la cuestién a plantear a di- cho trabajo no es: gla Gran Revolucién ha sido hono- rablemente honrada? ¢Las divisiones entre siglos xviii y x1x han sido equitativas? ¢Los especialistas de cada petiodo, como unos nifios mofletudos que se amonto- nan en torno a un pastel de aniversario, han sido equi- tativamente tratados? Serfa més razonable preguntarse: 4) gules son los documentos necesarios y sufi- cientes para hacer aparecer los programas punitivos previstos, las decisiones efectivamente tomadas y las consideraciones que han podido motivar unas y otras? b) eDénde buscar la explicacién del fenémeno? gDe Ia parte de lo que lo precede, 0 de la parte de lo que le sigue? Asimismo, ¢las decisiones de 1791 deben ser explicadas por la manera cémo se habia pensado hasta entonces, o por la manera cémo se ha matado después? ©) En qué partes del sistema penal han tenido un efecto los acontecimientos poteriores (la experien- cia de los tribunales populares, la guillotina permanen- te, las matanzas de septiembre)? ¢En la organizacién de las instituciones judiciales? En la definicién de las reglas de procedimiento? ¢En la dureza de las sancio- nes tomadas por los tribunales? (Cabe suponerlo, pues- to que todo eso se ha visto modificado a finales de la Revolucién.) Pero gqué ocurre con el «carcelo-cen- trismo» de los castigos previstos, que, en cambio, no ha cambiado ni ha sido puesto en cuestién por ningu- no de los artesanos de las legislaciones y de los cédi- {gos posteriores? 40 4) En el funcionamiento judicial de los afios 1815-1840, gcudles han sido los elementos que mani- fiestan una puesta en cuestién del encarcelamiento pe- nal? ¢Cémo se hace su critica? gPor qué razpnes y dentro de qué limites? En relacién a estas cuestiones que organizan Ja in- vestigacién, el caballero de la exactitud, el docto del saber infinito imaginado por el Sr. Léonard puede acu- mular sin esfuerzo los reproches de omisién; manifies- tan en realidad: —falta de rigor cronolégico: equé significa la su- presién en 1848 de la pena de muerte por ctimen po- Itico, para un estudio que se detiene en 1840? —-percepcién confusa del objeto tratado: gla «so- ciologia de los abogados» © la tipologia de los crimi- nales bajo Luis-Felipe afectan a la forma de los cas- tigos elegidos en 1791? —ignorancia de la regla de pertinencia: pues no se trata de «esperar» un estudio sobre las matanzas de septiembre de 1792, sino de precisar en qué medida hubieran podido tener un efecto sobre las decisiones de 1791 0, en todo caso, sobre su transformacién poste- rior; “—errores de lectura («ausencias» de elementos que estén presentes), apreciaciones arbitrarias (tal cosa no estaria «suficientemente» subrayada) y grandes con- trasentidos (si alguien ha afirmado que la opcién a favor de la encarcelacién penal era una sustitu son algunos contemporineos que han podido tener esta 4l impresi6n; todo el libro intenta demostrar que no lo era). Y, sin embargo, este aparente férrago toma’ forma, tan pronto como se quiere reconocer en él los princi- pios de un trabajo, muy leg{timo, pero de un tipo muy distinto al andlisis de un problema. Quien, en efecto, quiera estudiar un «periodo» o al menos una institucién durante un perfodo determi- nado, se impone dos reglas por encima de las demés: tratamiento exhaustivo de todo el material y equitati- va distribucién cronolégica del examen. Quien al contrario, quiere tratar un «problersav, surgido en un momento determinado, debe seguir otras reglas: eleccién del material en funcién de los datos del problema; focalizacién del andlisis sobre los elementos susceptibles de resolverlo; establecimiento de las relaciones que permiten esta solucién. Y, por tanto, indiferencia a la obligacién de decitlo todo, in- cluso para satisfacer al jurado de los especialistas con- sregados. Ahora bien, hay un problema que yo he in- tentado tratar. El que he indicado al comienzo. El tra- bajo asf concebido implicaba un desglose segin los puntos determinantes y una extensin segiin unas re- laciones pertinentes: el desarrollo de las pricticas de adiestramiento y de vigilancia en las escuelas del si- glo xvi me ha parecido, desde este punto de vista, més importante que los efectos de la ley de 1832 sobre Ia aplicacién de la pena de muerte. Slo se pueden de- nunciar las «ausencias» en un andlisis si se ha entendi- do el principio de las presencias que figuran en 4. Como bien ha visto el Sr. Léonard, la diferencia no 42 estd entre dos profesiones, consagrada una, a las sobrias tareas de la exactitud, y otra al gran tropel de las ideas aproximativas. Antes que hacer intervenir por milé- sima vez este estereotipo, gno seria més conveniente debatir acerca de las modalidades, los limites y las exi- gencias tipicas de las dos maneras de hacer? Una de ellas consiste en atribuirse un objeto ¢ intentar resol- ver los problemas que puede plantear. La otra consiste en tratar un problema y determinar a partir de all{ el Ambito del objeto que hay que recorzer para resolver- lo, En este punto, el Sr. Léonard hace muy bien en re- ferirse a una intervencién muy interesante de Jacques Revel. 2. REALIAD ¥ ABSTRACCION. LOS FRANCESES SON OBEDIENTES? @De qué se trata en este enacimiento de la pri- sién?» ¢De la sociedad francesa en un periodo deter- minado? No. gDe la delincuencia en los siglos xvi y x1x? No. ¢De las prisiones en Francia entre 1760 y 1840? Tampoco. De algo més tenue: Ja intencién reflexiva, el tipo de célculo, la «ratio» que ha sido puesta en prictica en la reforma del sistema penal cuando se ha decidido introducir en él, no sin modi- ficacién, Ia vieja préctica del encierro. Se trata, en suma, de un capitulo en la historia de la «raz6n pu- nitivas. ¢Por qué la prisién y Ja reutilizacién del tan ctiticado encierro? Podemos adoptar dos actitudes: 43 —hacer intervenir el principio de «comodidad- inercia», ¥ decir: el encierro era una realidad existente desde hacia tiempo. Era utilizado al margen de la penalidad regular y a veces dentro de ella. Basté con integrarle completamente en el sistema penal, para que éste se beneficiara de una institucién ampliamente preparada y para que esta institucién perdiera a cam- bio Ja arbitratiedad que se le reprochaba. Explicacién poco satisfactoria, si se piensa en las pretensiones de la reforma penal y en las esperanzas que la apoyaban; —hacer intervenit el principio de «racionalidad- innovacién». gA qué célculo obedecta esta novedad de la encarcelacién penal (percibida de pies a cabeza como novedad)? ¢Qué se esperaba de ella? ¢En qué mode- los se apoyaba? De qué forma general de pensamien- to procedia? Adivinamos las objeciones: de plantear de este modo la historia de la raz6n punitiva, no se entiende nada, o casi nada, de Ja realidad, plena, viva, contra- dictoria. A lo més, una historia de las ideas, y ain una historia muy flotante, puesto que el contexto real no aparece jamés. Una vez més intentamos soslayar las aproxima- ciones a que nos condena la utilizacién de esquemas cerfticos prefabricados. ¢A qué exigencias debiera res- ponder, pues, un anélisis histérico de la razén puni- tiva a fines del siglo xv? —No establecer el cusdro de todo lo que puede saberse actualmente de la delincuencia en aquella épo- ca; pero, al comparar lo que se puede saber hoy (gra- cias a unos trabajos como los de Chaunu y de sus dis- 44 cfpulos) y Jo que los contempordneos decian respecto a la necesidad, a los objetivos, a los medios eventuales de la reforma, establecer cudles han sido los elementos de realidad que han desempefiado un papel operatorio en la constitucién de un nuevo proyecto penal. En suma, fijar los puntos de fijacién de una estrategia. —Determinar por qué dicha estrategia y dichos elementos técticos han sido elegidos, en lugar de otros. Asi, pues, hay que catalogar los émbitos que han po- dido informar dichas opciones: 1) Unas maneras de pensar, unos conceptos, unas tesis que han podido constituir, en la época, un con- senso més o menos obligatorio —un patadigma tedrico (en este caso el de los «filésofos» o de los «idedlo- gos»); . 2) Unos modelos efectivamente realizados y ex: perimentados en otra parte (Holanda, Inglaterra, Amé- rica); 3) El conjunto de los procedimientos racionales y de las técnicas reflexivas con las cuales se preten- ddfa, en la época, actuar sobre el comportamiento de los individuos, enderezarlo, reformarlo... —Determinar, finalmente, qué efectos de retro- ceso se produjeron: todo lo que, inconvenientes, de- s6rdenes, perjuicios, consecuencias imprevistas ¢ in- controladas, ha sido percibido, y en qué medida este «fracaso» ha podido suscitar una reconsideracién de la prisién. ‘Concibo perfectamente y me parece muy correcto que se trabaje la sociologta histérica de la delincuen- cia, que se intente reconstruir la vida cotidiana de los detenidos o sus revueltas. Pero puesto que se trata 45 de hacer Ia historia de una préctica racional 0, mejor dicho, de la racionalidad de una préctica, conviene pro- ceder a un anélisis de los elementos que han inter- venido realmente en su génesis y en su instalacién. Hay que desmitificar la instancia global de Jo real como totalidad por restituir. No existe «lo» real al que se podrfa acceder siempre y cuando se hablara de todo o de ciertas cosas més «reales» que las demés, Y que se nos escaparian, en aras de abstracciones in- consistentes, si nos limitamos a hacer aparecer otros elementos y otras relaciones. También habrfa que inte- rrogar tal vez el principio, con frecuencia implicita- mente admitido, de que la tinica realidad a la que de- biera pretender Ja historia es la propia sociedad. Un tipo de racionalidad, una manera de pensar, un progra- ma, una técnica, un conjunto de esfuerzos racionales y coordinados, unos objetivos definidos y continuados, unos instrumentos para alcanzarlos, etc., todo eso es lo real, aunque no pretenda ser , «otganizacién» o simplemente «influencia», es decir, que hay que considerar la pluralidad de estas instan- cias, sus eventuales contradicciones, sus desordenados rechinamientos. No existe un Orden establecido, sino unos micto-poderes que tienen su coyuntura propia. As{, pues, Foucault se aleja de la tentacin estructura- lista y rechaza tanto la hipétesis de la «maquinacién» como la de la emaquinaria», en un texto anterior a Vigilar y castigar: «las fuerzas que estén en juego en Ia historia no obedecen a un destino, ni a una mecé- nica, sino al azar de Ia lucha. No se manifiestan como las formas sucesivas de una intencién primordial; no adoptan tampoco el aspecto de un resultado. Aparecen siempre en Ia incertidumbre singular del acontecimien- to.» ™ Esta declaracién, que no siempre ha sido clara- mente ilustrada por el autor de Vigilar y castigar, pa- 24, Hommage a Jean Hippolyte, 1971, pag. 161. 32 rece més completa y més matizada que el articulo de Le Monde citado anteriormente; permite comprender la expresi6n «batalla» que podia intrigarnos. Ni provi- dencialismo ni Sentido de la Historia, jlas cosas y las personas no estén empujadas ni abandonadas al azar! Esta reflexién sobre el poder nos devuelve al pro- blema de la prisin, al que se aplica la fSrmula cen- tral, «el poder produce; produce realidad» (pag. 198). No debemos entenderla como una simple provocacién antimaterialista; Foucault no pone en duda que la na- turaleza y el trabajo sean, esencialmente, los que pro- ducen; peto, si la organizacién biolégica de los cuerpos engendra, y por tanto produce o reproduce, gpor qué no decirlo también de la organizacién social? El ejem- plo de la prisién se presta a una bonita demostracién; solucién fécil, no permite alcanzar los objetivos disuasi- vos y moralizadores de los reformadores, desde el si- glo xvi a nuestros dias; est, desde el comienzo, encerrada en s{ misma en una institucién coercitiva, incapaz de impedir los delitos y los crimenes, y de pre- venit los reincidentes; por el contrario, «cuartel del ctimen», «fabrica delincuentes» (pag. 258). En este punto, Foucault es convincente (pags. 269-273), de la misma manera que su distincién entre los diferentes ilegalismos y la «delincuencia» casi profesional es se- ductora, El sistema de las prisiones crea una «delin- cuencia» més tolerable que la marea de los nuevos ile- galismos populares, que puede utilizarse contra ellos en cierta medida y es parcialmente mantenida por los grupos dirigentes. Aunque debamos establecer con ma- yor precisién Ja importancia del vagabundeo sedicioso (pégs. 278-280), y aunque convenga verificar en qué 33 INDICE Jacques Leonard EI historiador y el filésofo . Michel Foucault EI polvo y la nube . Mesa redonda del 20 de mayo de 1978 . Postfacio Maurice Agulhon . Michel Foucault 37 55 83 88

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