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Algunos años después, en la parte final de la cuarta edición del taller, con un grupo
más nutrido de asistentes, la mayoría empleados del Poder Judicial del Estado,
ocurrió lo inesperado porque no imaginábamos que sucedería tan fácil: un caso de
éxito. Y fue ahí que surgió la magia, el enamoramiento por este nuevo derecho y,
más adelante, la pasión por su potencial para defender la dignidad de las personas
ante el abuso o la indiferencia de la autoridad.
Además de los beneficios que el DAIP suponía para el grupo de élite que ya lo
aprovechaba, este nuevo derecho abría posibilidades para atender intereses y
necesidades de a quienes jamás los funcionarios de primer nivel les tomarán una
llamada, de quienes nunca aparecerán en la agenda de altos servidores públicos,
de quienes no saben ante quién y cómo presentar sus inconformidades,
necesidades o peticiones; de quienes jamás podrán hacer uso de la palabra en un
acto público gubernamental.
Como afirma la socióloga boliviana Vivian Schwarz, la información nos ofrece la
posibilidad de relacionarnos con el Estado en otros términos. Y eso, hay que saber
aprovecharlo. Y advierte que los ciudadanos “tampoco hemos entendido el valor de
la información como instrumento para avanzar, para hacer seguimiento a las
instituciones y decirles lo que necesitamos y lo que queremos; para participar, para
decidir, para proponer, para votar, para criticar”.
Hubo un momento en que nos dimos cuenta de que, hacia el final de los talleres,
quienes estaban participando en ellos habían acumulado experiencias que sería
muy útil que compartieran entre sí para enriquecer el aprendizaje de todo el grupo.
Entonces las dos últimas sesiones del taller las destinamos a que los participantes
expusieran ante el grupo “lo bueno, lo malo y lo feo” de su experiencia en el uso
del DAIP, y en la formación de sus propios aprendices.
Era entonces que los talleres se convertían en micro laboratorios sociales en los
que experimentábamos con el derecho de acceso a la información pública e
intercambiábamos resultados. Así, todos conocíamos los errores, “trucos”, tips,
problemas, soluciones, fracasos y éxitos de los demás, y multiplicábamos los
aprendizajes.
Debido a que, después de los dos meses de duración de cada taller, varias
solicitudes o recursos de revisión aún se encuentran en curso, su desenlace ocurre
semanas o meses después. Por eso cada grupo dispone de un sitio y foro virtual
en el que se le brinda acompañamiento y asesoría. Y en ocasiones, meses
después de haber concluido el taller, el grupo recibe la grata noticia de alguna
compañera (generalmente son mujeres quienes lo logran) de que ha construido un
caso de éxito derivado de alguna de sus solicitudes de información.
Nuestra tarea era documentar, registrar o al menos recordar las lecciones más
significativas para compartirlas con los grupos de nuevos talleres, lo que hacía
crecer de manera continua los aprendizajes grupales.
Nos dimos cuenta de que, sin haberlo planeado así, la parte práctica del taller se
había convertido en una “incubadora” de casos de aprovechamiento del derecho
de acceso a la información pública. ¿Cuáles han sido las condiciones que han
contribuido a ello?:
El aprendizaje del uso y aprovechamiento del DAIP puede rendir mejores frutos
cuando se da en entornos de grupos pequeños, de empatía, colaboración y –muy
importante– sin prisas, con la duración suficiente.