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Hace más de dos mil años Epicuro afirmó que los argumentos de la filosofía
son vacuos si no mitigan ningún sufrimiento humano. La filosofía no siempre
consistió en el postulado de teorías abstractas ni en la exégesis de textos, sino
en el cultivo de un arte de vivir asociado a los problemas más inmediatos de la
vida cotidiana. Sócrates y sus discípulos se sorprendían de que las personas
miren una y otra vez los objetos materiales que compran, mientras examinan
tan poco sus vidas.
En contraste con esta perspectiva y por efecto del paradigma científico, en los
últimos siglos la filosofía devino una disciplina exclusivamente académica,
hiperespecializada y tributaria de un culto fetichista a la personalidad.
Mientras cualquier esoterismo teórico goza de antemano de los atributos de
seriedad y relevancia científica, lo que atañe a la vida cotidiana despierta
rápidamente la sospecha de banalidad. En el mundo moderno el filósofo por lo
general ha cultivado un lenguaje abstruso y oscuro que desvinculó a la
filosofía de la sociedad y ganó el favor de quienes adoran venerar lo que no
comprenden. El filósofo huye de la vulgaridad pero escribe en un jeringozo
inextricable. Todo lo que no encaje en esa matriz de espinas corresponderá a
"simplificaciones abusivas" propias de fast-thinkers. El resultado de esto es
que buena parte de las personas creen que la filosofía es demasiado abstracta e
inútil para no languidecer, carente de vida.
En los últimos años ha comenzado a tomar cuerpo en distintas partes del
mundo una corriente vinculada con la filosofía práctica que busca devolver el
conocimiento filosófico al espacio público, estableciendo un canal que le
permita salir de la cerrazón en que lo mantiene la academia para contribuir de
diversas maneras al bienestar social y personal.
Cuando está a punto de cumplir cuarenta años, una mujer se pregunta si desea
o no ser madre. Un estudiante es reprobado en un examen y duda si continuar
o no con la carrera que ha elegido. Una mujer enfrenta la posibilidad de tener
cáncer de mama. Un hombre tiene que decidir si contraría la voluntad de su
madre y la interna en un geriátrico. Una mujer se pregunta si tiene sentido
continuar con dos relaciones amorosas que no la satisfacen por completo. Un
hombre enfrenta el suicidio de su hermana adolescente. Una mujer lucha
contra sus ataques de ira. Un médico de emergencias enfrenta la posibilidad
de cambiar radicalmente su forma de vida.
Todas estas personas han acudido a la Consultoría Filosófica. Pocos años atrás
hubieran acudido a un psicólogo para abordar sus problemas desde una
perspectiva que tuviera en cuenta exclusivamente su psicología individual y la
de su círculo de relaciones inmediatas. Hoy cuentan con la posibilidad de
acudir a la Consultoría Filosófica para reflexionar desde otra perspectiva que
no se limita a las explicaciones individuales sino que toma muy en cuenta el
contexto social en que surgen nuestras formas de pensamiento, nuestros
hábitos y nuestras conductas. Si bien para filosofar no es necesario recurrir a
ningún profesional, la Consultoría Filosófica puede ser una valiosa
herramienta para la vida si se sabe aprovechar la enorme riqueza heredada en
dos mil quinientos años de discurso filosófico.
La Filosofía Práctica entiende a la ética como un arte de vivir comprometido
con las cuestiones de justicia. No es un recetario prescriptivo ni está
compuesto por una lista de prohibiciones conservadoras y fascistas, deudoras
de dogmas religiosos. No pretende sustraer uno de los valores sustantivos de
la ética, que es la creatividad de establecer qué resulta más conveniente hacer
en cada caso. Prefiere las preguntas a las respuestas tajantes e inapelables. Por
ello en mi libro sobre Consultoría Filosófica opté por el plural de Artes del
buen vivir. No hay un único arte de vivir bien sino una pluralidad de formas
de vida que pueden convivir en paz.
Su historia
Metodología