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LOSEY

EL NORTEAMERICANO DE EUROPA
Luigi Rondi

Rondi: Joseph Losey, uno de los directores más importantes del cine
norteamericano, activo también en el cine de Inglaterra y de Francia. Empecemos
por El otro señor Klein. El drama del señor Klein que, aun sin ser judío, en la París
ocupada por los alemanes, termina envuelto en una persecución antisemita que lo
llevará a la muerte, ¿puede leerse entre líneas el drama de K., en El proceso, de
Kafka?

Losey: Sin duda, las referencias a Kafka están presentes en el filme. No hay un
proceso, pero sí circunstancias que, como en una pesadilla, le hacen sentir
paulatinamente al protagonista su condición de acusado. Al comienzo, Klein hace
lo imposible para quitarse de encima esa acusación, pero pronto advierte que la
más evidente, su presunta raíz judía, además de no tener fundamento, tampoco es
la más verdadera. En todo eso que poco a poco empieza a oprimirlo de cerca y
ahogarlo, la acusación más verdadera consiste en los cargos por su "indiferencia",
referente justamente a ese mundo, a esas persecuciones, a esos dolores. Entonces,
como en Kafka, él mismo se convierte en su primer juez; es él, inconscientemente,
quien se hace un proceso "interior", y es él quien se condena, como el señor K.

Rondi: La historia psicológica de Klein corre paralela a las crónicas de la


ocupación, a episodios vistos siempre desde lejos, que nos hacen intuir que la
policía está tramando algo, que un evento, todavía ignoto, pero grave, se está
gestando. En estas crónicas, realistas pero enrarecidas, ¿podríamos hallar ecos del
realismo fantástico de Borges?

Losey: Son crónicas inspiradas en un hecho real: la organización de la gran razzia


de julio de 1942 en el Velódromo de Invierno de París, que concluiría con la
deportación en masa de miles de judíos a Auschwitz. Pero las he representado de
modo tal que me permitieran hacer de ellas un símbolo de ese monstruo que es, o
en que puede convertirse, el aparato policial y burocrático. Un símbolo que tiende
a la estilización. ¿Borges? No lo niego. ¿Quién puede afirmar hoy en día no haber
sido influido, aunque sólo sea a nivel del inconsciente, por sus "laberintos"?

Rondi: ¿Cómo llegó a este filme? ¿Qué lo indujo a realizarlo?


Losey: Una frase del Galileo de Brecht: Un hombre no puede no haber visto lo que
ha visto. Es decir, la responsabilidad hacia las cosas que nos rodean, hacia la vida.
La indiferencia, a mi juicio, es el peor vicio que puede sufrir hoy un hombre. Ver el
mal, advertir que existe y no hacer nada para combatirlo, es como aceptarlo, como
volverse su cómplice. El señor Klein no es un criminal y, en conjunto, a pesar de
ciertos "negocitos" que tiene, se trata de una buena persona, salida de una buena
familia. Pero, a causa de su egoísmo, es totalmente indiferente al mal que se
extiende por toda la Francia ocupada. Lo ve, porque no puede no verlo, pero vive
como si no lo viera. De allí el proceso que, cuando se da cuenta de todo, termina
haciéndose a sí mismo, para condenarse. El proceso que yo haría a todos los
hombres a quienes les viera cerrar los ojos antes las responsabilidades hacia sí
mismos, hacia la vida, hacia los otros. Y ese proceso, antes que a nadie, me lo haría
a mí mismo.

Rondi: ¿El influjo de Brecht en su cine?

Losey: Enorme. Ante todo, le debo a Brecht haber aprendido a desnudar la


realidad y a reconstruirla después a través de los símbolos-realidades. Y así ocurre
con los gestos, con las actitudes: el peso, la importancia de su precisión. La
economía de movimientos, tanto de los actores como de la cámara: que nada se
mueva sin un motivo real. Y, además, el famoso "distanciamiento" que se alcanza
superponiendo los contrastes y las contradicciones en el guión, primero, y después
en el montaje. Todavía más: la importancia de la palabra, del sonido, de la música,
debe ser pesada y sopesada,en detalle, sin dejar nunca nada librado al azar.
Finalmente, la regla de oro: la exaltación de la realidad, una vez desnudada y
despojada, a fin de "ennoblecerla".

Rondi: A menudo se ha hablado del suyo como un cine "abstracto"...

Losey: No, es una definición que no acepto. Ante todo, el término "abstracto" es
tan... difuso que nunca hallará usted dos personas capaces de dar de él una
definición idéntica. Esto, naturalmente, no significa que, en mis filmes, todo sea
realista, preciso, y que, forzosamente, me vea en la obligación de representar algo
bien definido. Ya lo hemos dicho a propósito de las crónicas "visionarias" del París
de los años cuarenta, más pasa el tiempo, y más tiendo a alejarme de la realidad
inmóvil, sobre todo en el aspecto del sonido. Y también, a menudo, en las
estructuras dramáticas, en el carácter de la narración.

Rondi: A su parecer, ¿el cine debe renovarse dentro de la tradición o rompiendo


con el pasado?
Losey: El público, a mi juicio, debe ser educado, y no enajenado. Godard, al
romper decididamente con el pasado, ha tenido, por cierto, un gran peso en la
historia del cine. Pero, después de él, en el cine habían quedado sólo fragmentos
dispersos, y no creo que él haya logrado siempre recomponerlos de modo
armonioso. Sin embargo, dentro de su ejemplo, algún otro autor lo ha logrado,
indudablemente. Con mi cine, aun actuando siempre en la tradición —pero, ¿qué
es la "tradición"?—, siempre traté de innovar. Admito que no siempre me resultó
fácil. El cine, usted lo sabe, puede ser un arte pero, ante todo, es una industria, y las
estructuras, las leyes de esta industria constituyen a menudo verdaderos estorbos
para los artistas que quieren "crear". ¿Quién de nosotros es verdaderamente libre?
Acaso Fellini, acaso Bergman. En mi caso personal, siempre tuve que pelear por mi
libertad, y a veces, antes de vencer, debí soportar una derrota tras otra. Usted
conoce las vicisitudes de mi Mensajero del amor, ¿es verdad? Tardé quince años,
estoy diciendo quince años, para poder empezarlo; finalmente, cuando estaba por
dar la primera vuelta de manivela, con todos los contratos firmados, nuevo "alt". El
productor estaba reflexionando sobre la posibilidad de filmarlo. Nueva batalla.
Logro ganarla, termino el filme, ellos lo ven. No, me dicen, no va, no lo
distribuiremos jamás. Después, Cannes. El festival lo selecciona y me lo pide.
Cuando se entera James Albery, el productor, me manda un telegrama desde
Hollywood pidiéndome que rechace la elección. He puesto ese telegrama en un
marco. ¿Por qué actuaba así Albery? Porque, según el telegrama, en Cannes, los
nombres de Harold Pinter y de Joseph Losey no hubieran "dicho nada". Al final me
dan la Palma de Oro. Pero tres días antes de que el festival terminara, Albery, que
no creía en el filme, se había apresurado a cederlo a otro...

Rondi: Tiene todas las razones del mundo para ser pesimista. ¿Y a su cine? ¿Lo
definiría como pesimista?

Losey: A mi cine, más bien, lo definiría como "dramático", con elementos trágicos.
En cuanto a mí, personalmente, no soy pesimista.Amo la vida, amo a los seres
humanos, tanto en carácter de masa como de individuos. Y justamente porque amo
la vida me rebelo contra quienes quieren destruirla o corromperla. Y también voy a
la guerra contra esos "indiferentes" que nada hacen para defenderla. Naturalmente,
tengo miedo de la vida pero no de vivirla: si le tengo miedo, es porque no quiero
vivirla mal y no quiero que los otros la vivan mal. Justamente, porque vale la pena
vivirla bien. Eso es todo lo contrario del pesimismo.

Rondi: ¿Y mañana?
Losey: ¿Quiere decir proyectos? Muchos. Uno, que me sigue desde hace seis o siete
años: En busca del tiempo perdido, de Proust. Es mi sueño: todos los filmes que hago,
los hago pensando siempre en ése. Quisiera hacerlo antes que ningún otro y en
lugar de cualquier otro. Naturalmente, todavía espero lograrlo, pero, respecto de
algunos años atrás, puedo decir que ahora sólo me asiste el veinticinco por ciento
de posibilidades. Cuanto más pasa el tiempo, más aumentan los costos. El
presupuesto ha subido hoy a catorce millones de dólares...

23 de septiembre de 1976

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