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El capitalismo, sus contradicciones y conflictos.

Una lectura desde la Izquierda Libertaria


P. P.
M. U.
1. Introducción
En este documento se presenta un análisis de las contradicciones del capitalismo
contemporáneo. Estudiar estas contradicciones es central para entender el conflicto de clases en
la sociedad chilena contemporánea, así como la estrategia de Ruptura Democrática que orienta la
acción política de la Izquierda Libertaria. Por eso, gran parte de este documento detallará cómo
entendemos las contradicciones del capitalismo en su fase contemporánea (neoliberalismo) y
cómo ellas dan origen a distintas expresiones del conflicto de clases. Sin embargo, antes de eso
se exponen brevemente algunos elementos generales de la historia del capitalismo a fin de
contextualizar las discusiones en las que se enfoca mayormente este documento1.

2. Capitalismo, neoliberalismo y sus contradicciones centrales


El capitalismo es un sistema social, económico, político y cultural que, desde Europa, se
expandió al resto del mundo desde fines del siglo XV hasta nuestros días. Su sello distintivo
consiste en asignarle valor a todos los bienes sociales en términos de mercancías, es decir,
mediante su transacción en el mercado. La clase social que ha dirigido este sistema se originó
aproximadamente en el siglo XIII entre sectores marginales que hacían su vida en los “burgs”
(burgos) o zonas inmediatamente contiguas a los castillos y abadías. Sin un lugar como siervos
en las villas agrícolas, ni tampoco en los oficios artesanales, estos “burgueses” se dedicaron al
comercio de bienes transportados desde regiones muy lejanas a los puntos de venta.
La creciente escasez de oro en Europa como medio de pago para los mercaderes
extranjeros, impulsó la expansión geográfica europea y su control paulatino de las rutas
comerciales especialmente marítimas. Esto transformó rápidamente a la clase comercial
burguesa en la más rica que hubiese conocido la historia humana. La acumulación de esta
riqueza a lo largo de por lo menos dos siglos, permitió que en la segunda mitad del siglo XVIII
se invirtieran parte de los excedentes en el desarrollo de técnicas e inventos no inmediatamente
rentables, dando lugar a la llamada revolución industrial.

                                                                                                               
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Un análisis más detallado sobre la historia y las fases del capitalismo se presentará en un próximo documento.

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Con ella el capitalismo no solo se dedicó a la comercialización de mercancías, sino a su
producción, yendo desde los talleres domésticos aun rurales, hasta las grandes fábricas urbanas
concentradoras de mano de obra. Esto es lo que se conoce como capitalismo industrial, cuya
primera fase en el siglo XIX ha sido designada con el apelativo de “salvaje”, tanto por la
desprotección legal de los obreros (considerados vendedores libres de la mercancía trabajo),
como por los niveles de conflictividad que estos desarrollaron.
La disputa de las naciones europeas por zonas desde las cuales extraer materias primas
para la producción de mercancías, permitió a las burguesías dividir al movimiento obrero y
comprometerlo en guerras mundiales fratricidas. La primera de ellas expandió el uso de la
llamada “línea de montaje móvil” en fábricas de gran tamaño. Este sistema conocido como
fordismo (por ser originalmente desarrollado en la Ford Motors Company de EE. UU.), encontró
en la guerra el mercado para la comercialización de su producción masiva y en serie.
Cumpliéndose una previsión realizada por Marx, la mayor inversión en capital fijo
(maquinarias) por sobre el capital variable (salarios), provocó la gran crisis económica de 19292.
Entre las muchas explicaciones alternativas de este evento, descolló la del economista
británico John M. Keynes, quien situó la causa en el deterioro de la demanda agregada. Planteó
que para una producción masiva como la fordista, era necesario el consumo también masivo de
sus mercancías. Puesto que la lógica capitalista lleva a la diseminación de las tecnologías más
abaratadoras de costos, las reducciones salariales reales se transforman en la siguiente alternativa
de los capitalistas para aumentar su competitividad. Para romper este círculo vicioso, que según
Keynes impedía la expansión de la demanda agregada, era necesaria la intervención del estado,
por ejemplo desarrollando grandes obras públicas que, al mismo tiempo, proveyeran de
infraestructuras necesarias pero inabordables para los capitalistas, y consumieran gran cantidad
de mano de obra transformando al trabajo en una mercancía escasa por la que el conjunto de los
capitalistas tendrían que pagar salarios más altos.
Solo una parte de las ideas keynesianas se aplicaron en los países ricos después de la
Segunda Guerra Mundial. A ellas se les imputó el enorme crecimiento de las economías
capitalistas avanzadas y el desarrollo de estados de bienestar que mejoraron notablemente las
condiciones de vida de sus obreros. Lo cierto es que países como Alemania (el cual conoció el
                                                                                                               
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Esto porque al haber mayor cantidad de maquinarías los productos podrían ser fabricados con menos trabajo
humano. Con ello, aumentaría la cesantía y los productos no podrían ser consumidos. Así, según Marx se produciría
una crisis de sobreproducción (tal como ocurrió en 1929).

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proceso de recuperación económica más “milagroso”), las premisas de política económica fueron
muy distintas a las de Keynes. La llamada Economía Social de Mercado desarrollada por la
Democracia Cristiana alemana y seguida por los socialistas, sostuvo -y sostiene- que el estado
solo debe intervenir facilitando la distribución de riquezas una vez que éstas han sido producidas
por relaciones de mercado libres de regulaciones estatales.
Sin embargo, lo que ni esta doctrina, ni la Keynesiana consideran, es que una gran parte
de la prosperidad del mundo capitalista desarrollado obedeció a transferencias de riqueza desde
zonas periféricas del capitalismo como la latinoamericana. Las luchas políticas de los
trabajadores en estas zonas del planeta, contribuyen a explicar por qué el ciclo virtuoso de los
países capitalistas desarrollados fue interrumpido por el rebrote de las crisis económicas desde
1973 hasta nuestros días.
En medio de la crisis de los 70, el capitalismo avanzado tuvo que transformar el sistema
de producción fordista. La recrudecida competencia internacional por los mercados hizo
inviables muchas empresas. Se comenzó a hablar de una especialización flexible para las
unidades productivas. La fábrica Toyota fue tomada como un ejemplo de esto, y el término
toyotismo fue opuesto al de fordismo. Los capitalistas imputaron la crisis a un poder
supuestamente siniestro y mafioso de los sindicatos por lo que su demanda de flexibilidad apuntó
fundamentalmente contra las regulaciones estatales de los mercados de trabajo.
Los liberalistas económicos que habían pasado desde Alemania a EEUU, encontraron la
ocasión de demoler académicamente las inconsistencias del keynesianismo, como si éste hubiese
sido el único responsable de la conducción económica que había acabado, de todos modos, en la
reaparición de las crisis económicas. Esta nueva interpretación de la crisis y sus posibles
soluciones, se conoció con el nombre de neoliberalismo. No se trató simplemente de un
reflotamiento del viejo liberalismo preocupado de reducir los actos del estado. El neoliberalismo
propugna que el mercado es el maximizador de beneficios natural para el conjunto de la
sociedad, pero que ésta, al no ser completamente parte del orden natural, no está necesariamente
orientada hacia esa maximización de beneficios. Se requiere entonces que el estado intervenga
para imponer esta orientación y hacer converger a la sociedad con el orden natural.
Sin embargo, la fase capitalista contemporánea que llamamos neoliberal, tampoco calza
enteramente con esta doctrina y de manera estratégica combina sus propuestas con las del
llamado periodo fordista Keyensiano. Así, la privatización de empresas estatales, la

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mercantilización de los bienes comunes y públicos, la desregulación de los mercados de trabajo,
la disminución del gasto social de los estados y la liberalización del comercio internacional, se
combinan estratégicamente para reponer las oscilantes tasas de ganancia capitalistas. El
trasfondo evidente de esta estrategia es la intensificación de la explotación del trabajo, tanto en
términos de plusvalía relativa (la que obtiene el capitalista de los aumentos en la productividad
del trabajo sin extender sus tiempos), como de plusvalía absoluta (la que obtiene el capitalista
extendiendo la jornada del trabajador).
Como se puede apreciar, el capitalismo ha atravesado por diversas fases de desarrollo.
Cada una de estas fases ha significado variaciones importantes en la forma que toman los
conflictos de clase. Así por ejemplo, si en el capitalismo industrial del siglo XIX era posible
observar a una clase obrera industrial que se oponía una burguesía compuesta de propietarios de
empresas que eran controladas en gran medida por personas individuales (o por grupos de
personas), en la actualidad se puede observar a una clase trabajadora empleada fundamental pero
no exclusivamente en trabajos de servicios que se opone a una clase dominante compuesta de
empresarios, accionistas y directores de empresas diversificadas con formas de propiedad mucho
más complejas.
Sin embargo, más allá del carácter específico de su funcionamiento, el capitalismo genera
conflictos de clases en la medida en que su nacimiento, desarrollo y funcionamiento está
atravesado por una contradicción estructural. Como comunistas libertarios, entendemos que esta
contradicción es una contradicción compleja que se compone de la relación entre dos
contradicciones distinguibles analíticamente. Estas contradicciones son: 1) la contradicción entre
capital y trabajo, y 2) la contradicción entre el poder político y lo social.

2.1 La contradicción capital y trabajo


La contradicción capital/trabajo (CCT de acá en adelante) es, sin lugar a dudas, un
elemento central de las sociedades capitalistas y de la crítica hecha a ella por gran parte de la
izquierda. ¿Qué nos indican esta contradicción? Cuando se habla de “capital” y “trabajo” se está
hablando de categorías estructurales—de posiciones objetivas en las relaciones de producción y
de explotación—representadas en la práctica por agentes (personas) que las ocupan (en este caso,
por capitalistas y trabajadores).

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Así, para entender la CCT se debe entender cómo opera la explotación en las sociedades
capitalistas, la cual es la base de los conflictos de clases. Siguiendo el modelo básico planteado
por Marx, la explotación es la extracción de trabajo ajeno—en este caso, la extracción del
capitalista de la fuerza de trabajo de los trabajadores—. En otras palabras, al contratar mano de
obra, el capitalista extrae la fuerza del trabajo del trabajador o trabajadora para de ese modo
apropiarse de los frutos de dicho trabajo. Sólo a partir de dicha apropiación es posible que el
capitalista obtenga las ganancias que son la base de la acumulación de capital.
En este contexto, la existencia de propiedad privada es un mecanismo central de la
explotación capitalista. En efecto, el capitalista explota a los trabajadores y trabajadoras sólo en
la medida en que él es el dueño de los medios de producción mientras que los y las trabajadoras
no los poseen (y deben, por tanto, vender su fuerza de trabajo). Actualmente, algunos
intelectuales de izquierda han señalado acertadamente que la explotación también ocurre en
aquellos casos en los que si bien hay individuos que no son propietarios de los medios de
producción sí poseen ciertos atributos que les permiten apropiarse del trabajo de la clase
trabajadora. Éste es el caso, por ejemplo, de los profesionales altamente calificados y/o de los
gerentes o supervisores, quienes pertenecen a la “clase media” en tanto actúan como el eslabón
intermedio entre la explotación de los capitalistas a los trabajadores. Dichos profesionales y
gerentes son explotadores en la medida en que su posesión de conocimiento experto y/o
autoridad sobre el proceso productivo les permite apropiarse de los frutos del trabajo de la clase
trabajadora o gozar de mayores beneficios que dicha clase en virtud de su posición privilegiada
en el proceso general de producción (por eso este tipo de empleados tienen la mayoría de las
veces mejores salarios y niveles de vida que los trabajadores no calificados, a pesar de ser
asalariados).
¿Cómo opera entonces la CCT? Atendiendo a que la explotación define la apropiación de
los frutos del trabajo de una clase (la clase trabajadora) por parte de otra (la clase capitalista), la
CCT debe ser entendida fundamentalmente como una contradicción de intereses de clase. En
efecto, al permitir la apropiación de trabajo ajeno, la explotación es la base sobre la cual se funda
el bienestar de los capitalistas. Dicho bienestar sólo existe, por tanto, en la medida en que los
capitalistas son capaces de asegurar su posición de poder por sobre la clase trabajadora. Esto se
expresa de forma clara en el constante intento de los capitalistas por mantener bajos salarios, por
limitar la fuerza de los sindicatos, por aumentar el precio de sus productos ante los consumidores

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(quienes son en última instancia trabajadores y trabajadores), etc. En otras palabras, la CCT es
una contradicción de intereses porque lo que los capitalistas desean para incrementar sus niveles
de vida y de bienestar es antagónico a lo que sean los trabajadores y trabajadoras para
incrementar los suyos.
En este esquema, algunos intelectuales marxistas han afirmado correctamente que los
intereses de las personas de clase media (por ejemplo, empleados profesionales, gerentes y
supervisores) pueden ser entendidos como intereses contradictorios. Como parte de la clase
explotadora, las personas de clase media estarían a favor de los capitalistas en la medida en que,
tal como ellos, su bienestar material depende de la explotación de la clase trabajadora. Sin
embargo, a diferencia de los capitalistas, estos agentes de clase media no son dueños de los
medios de producción (son trabajadores y trabajadoras asalariadas tal como un obrero). Así, es
posible que en algunas coyunturas específicas la clase media se sume a las luchas de la clase
trabajadora en la medida en que esta última sea capaz de integrarla a sus demandas contra los
capitalistas. Un ejemplo de esto ocurrió en la conformación de estados de bienestar en Europa,
donde la demanda por extensión de derechos y seguridad social comenzó como una demanda de
clase trabajadora y abarcó progresivamente a elementos de la clase media.
La CCT es la base del conflicto de clases en la sociedad capitalista. Muchas veces, dicho
conflicto puede tomar expresiones a nivel del país (se puede expresar, por ejemplo, cuando la
clase capitalista organizan golpes contra gobiernos populares que amenazan, aunque sea de
modo somero, sus intereses). En la mayoría de las veces, sin embargo, el conflicto se expresa en
situaciones más “cotidianas”—por ejemplo, en huelgas organizadas para defender causas tan
“básicas” como un alza de salarios así como en el deseo de los empresarios por flexibilizar la
jornada de trabajo—. A veces ocurre que ciertas clases establecen compromisos de clase a fin de
sostener proyectos políticos de gran envergadura (pensar, por ejemplo, en los proyectos
nacionales-populares en América Latina en donde segmentos de la clase trabajadora participaban
en el gobierno junto a ciertos sectores de la clase media y la clase capitalista). Si bien dichos
compromisos son un “mal necesario” para muchos, ellos no niegan la existencia de la CCT. En
efecto, el establecimiento de un compromiso no significa una “armonización” de intereses (la
idea misma de “compromiso” supone que hay intereses antagónicos que son dejado “entre
paréntesis”, pero no anulado, en ciertas coyunturas históricas).

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2.2. La contradicción entre lo político y lo social
En un sentido general, las sociedades capitalistas se caracterizan no sólo por la
explotación de la fuerza de trabajo. Si bien dicha explotación es el centro económico y material
del capitalismo, ella se acompaña de otro proceso que es mucho más político que económico.
Este proceso da origen al Estado moderno y debe ser entendido como aquella separación
existente entre el poder político y lo social.
Por poder político se debe entender a aquella capacidad, amparada en última instancia por
el monopolio de la fuerza física, de deliberar y ejecutar decisiones vinculantes (es decir,
decisiones que nos afectan a todos) sobre un territorio determinado. En su expresión
contemporánea, el poder político es por lo tanto indisociable del Estado y de las instituciones que
lo componen (por ejemplo, del parlamento o poder legislativo en donde se delibera o del poder
judicial desde donde se penaliza a quienes transgreden las decisiones tomadas).
En contraposición al Estado se encuentra lo social, entendido como al conjunto de la
población que está desprovisto de esa capacidad de deliberación y ejecución de las decisiones
vinculantes. En palabras concretas, lo social puede ser entendido como “el pueblo” que, en la
medida en que no participa directamente de la toma de decisiones vinculantes, se encuentra
separado del poder político y sometido a éste.
Por eso, la contradicción entre el poder político y lo social (CPPS) es, en el fondo, una
contradicción que ocurre a nivel político entre aquéllos que—siendo miembros elegidos
democráticamente o no—tienen capacidades para deliberar y ejecutar las decisiones vinculantes
establecidas en una sociedad y aquéllos que son afectados por esas decisiones sin poder
intervenir efectivamente en ellas.
Esta idea ha sido difundida ampliamente por teóricos revolucionarios como Marx,
Bakunin o Lenin. Todos ellos se contraponen, de una manera u otra, a las tesis del liberalismo
clásico que veían al poder político, al Estado, como el espacio de reconciliación o de consenso
entre los miembros de una sociedad.
Según el liberalismo clásico, el Estado moderno se presenta como una instancia en la cual
los individuos de una sociedad acuerdan la existencia de una autoridad que se pone por sobre
ellos a fin de limitar los conflictos o de asegurar el bien común. En este sentido, el liberalismo
clásico asume que la autoridad política es el mecanismo necesario para que no exista una guerra

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de “todos contra todos” (como diría Thomas Hobbes) o para garantizar el normal funcionamiento
del “contrato social” que da origen a la sociedad (como señala Jean Jacques Rousseau).
En su expresión política más acabada, la teoría política liberal ve al Estado como la única
asociación política capaz de realizar los derechos de los individuos, así como de garantizar la
pertenencia a la comunidad política (o a la “sociedad”). Así, por ejemplo, la famosa
“Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano” de la Revolución Francesa afirmó que
todos los individuos, sin importar su origen social o cultural, son libres e iguales en derechos
(por ejemplo, en su derecho a justicia, a dignidad, a la posesión propiedad privada, etc.) y que
tales derechos deben ser garantizados por el Estado.
Acá surgen varios conceptos claves del liberalismo político moderno, que son la base de
CPPS y que fueron ampliamente criticados por los pensadores revolucionarios. Entre estos
conceptos, hay tres nociones que son claves para entender la crítica de izquierda a el liberalismo
moderno, a saber: las ideas de “ciudadanía”, “individuo” y “sociedad civil”.
El concepto tradicional de ciudadanía se refiere a un sistema o forma repartición de
derechos basado en 1) el tipo de comunidad política en el cual ésta se desarrolle (en la
actualidad, la nación) y 2) los criterios de inclusión/exclusión, que determinan quien puede
acceder a los derechos que asegurados por ella (por ejemplo, ser chileno o chilena). La
ciudadanía se basa, en su concepción clásica, en la distinción entre “hombre” (podríamos decir,
“individuo”) y “ciudadano”. Mientras el “ciudadano” representa a las personas en tanto ellas son
miembros de una comunidad (por ejemplo, personas con derecho a votar, a expresar su opinión
sobre temas sociales, etc.), el “individuo” representa a las personas ya no como miembros de un
colectivo, sino más bien como poseedores de intereses individuales (por ejemplo, como personas
con un interés por asegurar su derecho propiedad privada o a enriquecerse a partir de ella). En
este contexto, el concepto de sociedad civil puede ser entendido como la expresión de la manera
en que estos individuos se coordinan para defender tales intereses privados.
Ambos conceptos son la base de la concepción liberal burguesa de política. En efecto,
desde esta perspectiva todo tipo de acción política se entiende a partir de su relación con el
Estado (el Estado es aquella entidad separada de la sociedad que delimita por defecto las reglas
del juego político y es, además, la única asociación política hacia donde debe estar referida la
acción política). De modo similar, desde esta perspectivas liberal se entiende a la acción política
a partir de una visión “individualista” de lo que podríamos llamar los “sujetos políticos”. En

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efecto, desde el liberalismo político se piensa que bajo el Estado moderno el “ciudadano” es, en
tanto expresión de individuos soberanos (individuos con intereses privados), el único sujeto de
derechos.
En un comienzo, estas ideas fueron revolucionarias y dieron origen a grandes
transformaciones sociales. Por ejemplo, estas ideas fueron la base de la Revolución Francesa y
de su énfasis en que los derechos deben ser para todos los ciudadanos, independientemente de su
origen social, su pertenencia a una casta, el apellido de sus familias, etc. Sin embargo, a medida
que el desarrollo del capitalismo demostró que dichas ideales eran materialmente puestos en
duda por las condiciones de miseria de la mayoría de la población, diversos teóricos
revolucionarios comenzaron a cuestionar la validez de estos principios liberales burgueses.
Según esta crítica, los principios como el de “libertad, igualdad y fraternidad” nacido al alero de
la Revolución Francesa son un sueño en el capitalismo, en donde las diferencias de clase no
permiten que todos sean igualmente libres.
De modo similar, la teóricas feministas han afirmado correctamente que la separación
entre los conceptos de “individuo” y “ciudadano” es una clara expresión de la sociedad
patriarcal. Para ellas, durante gran parte de la historia de la humanidad, los ciudadanos (los
hombres preocupados de la vida pública) han sido los hombres. Las mujeres, por el contrario,
han históricamente relegadas al ámbito de lo privado (al trabajo en el hogar, por ejemplo), lo cual
las alejó de la participación de los asuntos públicos. Así, la crítica feminista ha afirmado muy
lúcidamente que cuando la teoría política moderna habla de “acción política” se está refiriendo,
en realidad, a la acción política masculina (es decir, acción política expresada en el espacio
público).
Otra crítica a las concepciones liberales de la política fue formulada por teóricos
revolucionarios como Bakunin y Marx, quienes señalaron que la idea liberal de Estado es
ilusoria porque Estado moderno no garantiza que los derechos del ciudadano sean protegidos.
Para ellos, el Estado no es más que un aparato de dominación de una clase (la burguesía) por
sobre otra (el proletariado). Al asegurar la dominación de una clase por sobre otra, el Estado
moderno no puede por tanto servir como un espacio de “reconciliación” entre los miembros de la
sociedad o como un espacio en donde, en la medida en que “todos somos iguales”, tales
diferencias de clase queden anuladas. Por el contrario, señalan los teóricos revolucionarios, el

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Estado siempre será un aparato que garantiza la represión de una clase (clase dominada) y el
control del poder político por parte de la otra clase (clase dominante).
Siguiendo esta idea, Marx señaló que los conceptos básicos de la política liberal, por
ejemplo aquéllos derivados de la distinción entre “individuo” y “ciudadano”, son una ficción. En
su clásico texto La Cuestión Judía Marx afirma que el Estado moderno se basa en la separación
ficticia entre sociedad civil (espacio de expresión del “individuo egoísta”, con intereses
puramente individuales) y comunidad política, es decir el Estado, entendido como el espacio en
donde se manifiesta la idea de ciudadanía. Esto es problemático para Marx porque esa
comunidad política, el Estado y la ciudadanía, es una “falsa comunidad”. La falsedad de esa
comunidad está dada porque bajo la idea de ciudadanía los individuos se relacionan entre sí pero
abstraídos de sus determinantes materiales (por ejemplo, su clase social). Así, dice Marx, bajo
esa idea, se puede afirmar falsamente que “todos somos iguales” (ante la ley, ante el Estado, en
nuestros derechos, etc.), sin entender que dicha igualdad formal no es más que una ilusión.
A partir de esto, Marx afirmó que aunque importantes, las revoluciones liberales como la
Revolución Francesa fueron incapaces de garantizar la real emancipación humana porque ellas
basaron acción política revolucionaria afirmando solamente ideas como “ciudadano” o “sociedad
civil” (en tanto espacio de expresión de los intereses individuales)3. Para Marx, estas ideas son
erradas porque entienden a los sujetos políticos sólo como individuos con intereses privados (por
ejemplo, individuos “egoístas” preocupados por defender sus propios intereses ) y como
individuos formalmente iguales (o sea, individuos que, aunque materialmente muy desiguales en
virtud de las diferencias de clase, son reconocidos como iguales ante el Estado y la ley). Con
ello, Marx señala que la idea misma de democracia liberal burguesa es incapaz de asegurar la
real soberanía popular, ya que ella existe sólo en la medida en que la capacidad de decisión del
pueblo (el cual no es concebido como un colectivo, sino sólo como la suma de ciudadanos
aislados unos de otros y abstraídos de sus condiciones materiales de existencia) esté mediada por
una entidad política, el Estado, que se presente necesariamente como algo ajeno a su control.

                                                                                                               
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Una idea diferente de sociedad civil puede ser encontrada en Antonio Gramsci. En sus Cuadernos de la cárcel,
Gramsci no define a la sociedad civil como el espacio de articulación de intereses individuales privados (como
Marx), sino que como el espacio en donde se da la lucha por la hegemonía. Esto es así para Gramsci porque
sociedad civil es la instancia en donde se da la disputa por el “consentimiento” entre las clases dominantes y las
clases subalternas.

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2.3. ¿Cómo se articulan ambas contradicciones?
A parir de lo anterior, la CPPS debe ser entendida como una contradicción que coexiste
con la CCT y que no puede ser entendida sin ella. En efecto, en las sociedades capitalistas se
puede observar este doble fenómeno de separación entre, por un lado, los trabajadores y el
resultado de su producción (CCT) y, por otro, entre el pueblo—las personas alejadas del poder
estatal— y el poder político (CPPS).
En el capitalismo moderno, esta separación entre el poder político y lo social se presenta
como el complemento político de la explotación económica que da origen a los conflictos entre
capitalistas y trabajadores. Este complemento político ha sido definido muchas veces como
dominación política. Las dos mayores tradiciones socialistas, el marxismo y el anarquismo, han
tendido a poner énfasis en cada uno de estos conceptos: mientras algunas vertientes del
marxismo enfatizan la explotación como la base de cualquier forma de dominación política,
algunas vertientes del anarquismo señalan que la explotación no es sino una expresión de un
proceso más general de dominación.
Desde la Izquierda Libertaria creemos que ambas contradicciones se articulan en una sola
gran contradicción—en una contradicción compleja—en la medida en que la propiedad privada
que actúa como base de la explotación económica toma su expresión más desarrollada en el
momento en que se afirma, desde el punto de vista político, la existencia del individuo liberal.
Como ya se dijo, este individuo liberal, se asume como separado del resto de la sociedad y como
un individuo que cuenta con derechos innatos e inalienables (tales como el derecho a propiedad
privada) que son la base de sus intereses individuales.
En segundo lugar, ambas contradicciones se concatenan en la medida en que la
separación entre el poder político y lo social asegura, desde el punto de vista político, el
monopolio de la represión y la fuerza por parte de una clase social (la clase dominante). Muchas
veces la clase social que administra el Estado no es exactamente la misma que controla el poder
económico (a veces, los administradores del Estado no son empresarios sino burócratas o
profesionales e intelectuales que no explotan directamente la fuerza de trabajo, tal como lo hace
un empresario). Sin embargo, esta clase social administradora del aparato estatal es parte del
bloque dominante o “bloque en el poder” en la medida en que sus miembros son quienes
administran el monopolio de la fuerza, y de hecho la usan, en caso de ser necesario (por ejemplo,
cuando se debe asegurar el derecho de propiedad privada de los empresarios en los momentos en

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que los trabajadores deciden, en un contexto de huelga, bloquear el acceso a una fábrica o
empresa).

3. Conclusiones
En este documento se ha querido entregar algunos elementos centrales para entender
cómo opera esta doble contradicción (o “contradicción compleja”) sobre la cual se funda el
análisis que desde la Izquierda Libertaria hacemos del actual ciclo político económico. Más allá
de las aplicaciones específicas de un análisis como éste (lo cual daría lugar a otro documento), se
debe señalar que esta doble contradicción es un elemento central del actual modelo de desarrollo
neoliberal en Chile.
Como es ampliamente sabido, las bases del régimen neoliberal fueron impuestas en un
contexto altamente autoritario y represivo (dictadura militar de Pinochet). De modo similar, la
administración y profundización del régimen neoliberal desde 1990 hasta nuestros días ha sido
llevada a cabo bajo un régimen político altamente antidemocrático. Más allá de su formalidad
democrática, el régimen político heredado de la dictadura se ha sustentado en mecanismos de
decisión que alejan a la inmensa mayoría del pueblo de su capacidad colectiva de intervenir
efectivamente en política. Este régimen político se ha sustentado, por ejemplo, en cúpulas
partidistas de centro-izquierda (por ejemplo, el Partido Socialista) que conscientemente se
separaron de las bases sociales históricamente ligadas a ellas, en acuerdos políticos “por arriba”
que sobre-representan a los sectores más conservadores de la sociedad chilena, en espacios de
diálogos entre gobierno y sociedad civil que entregan un poder incontrarrestable a las
organizaciones empresariales, etc.
Estos mecanismos antidemocráticos no son sólo la expresión de una separación abismal
entre el pueblo y los espacios de decisión soberana que se les niegan día a día (separación que da
origen a la CPPS). Junto con esto, estos mecanismos son el sostén político del régimen neoliberal
mismo ya que sólo a través de ellos ha sido posible mantener en el tiempo un régimen político y
social que afecta a la mayoría del pueblo chileno y que, por eso mismo, se encuentran
ampliamente deslegitimado. En efecto, sólo a partir de esta separación entre el pueblo y el poder
político ha sido posible mantener leyes laborales pro-empresariales que dan total garantía al
empresariado para acumular riquezas a costa de la precarización del trabajo y desorganización

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del sindicalismo, o sistemas de educación y salud que permiten que esos mismos empresarios
acumulen ganancias a través de la venta de dichos derechos.
En un contexto como éste, desde la Izquierda Libertaria enfatizamos que sólo la
construcción de un proyecto político orientado a desarrollar un proceso de Ruptura Democrática
le permitirá al pueblo, a las y los trabajadores de Chile, avanzar hacia una transformación
socialista de la sociedad. Dicho proceso de Ruptura Democrática nos permitirá romper con los
cercos institucionales antidemocráticos que han garantizado la permanencia del régimen
neoliberal. Con ello, el avance del proceso de Ruptura Democrática nos permitirá también
generar mejores condiciones para la rearticulación de la clase trabajadora y, si se mantiene claro
nuestro horizonte socialista, para la transformación radical de la sociedad en su conjunto.

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