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También la civilización egipcia influyó a los hebreos, debido al largo tiempo que
permanecieron en Egipto antes de establecerse en Palestina. Desde el punto de vista
de la cultura material, los hebreos se hallaban atrasados en relación con los cananeos.
Llevaban aún una vida nómada y sus rebaños dependían por entero de los pastores; en
épocas de hambre se trasladaban a Egipto, donde les era más fácil subsistir. Entonces
pedían permiso para establecerse en Gesén, región fronteriza que separaba Egipto
propiamente dicho de la península del Sinaí. El faraón abría a los hebreos los ricos
pastos del este del Delta, pero no desinteresadamente, sino que es probable a
condición de someterse a la autoridad egipcia, formando así una barrera defensiva
entre los egipcios y los turbulentas tribus beduinas del este.
Durante mucho tiempo se ha seguido con gran interés el desarrollo de las
excavaciones de Egipto con la esperanza de encontrar algunos datos sobre la
esclavitud de los hijos de Israel en el país del Nilo. Las búsquedas han sido muy
intensas, pero los resultados, desgraciadamente, escasos. El Génesis cuenta cómo uno
de los faraones subyugó a los hijos de Israel y los obligó a construirle las ciudades de
Pitom y Rameses, que debían servir de almacenes. Parece que el opresor de los
hebreos fue Ramsés II. Sería, pues, su hijo my sucesor, Menfta (1224-1214 a.C), el
faraón que, según Éxodo, endureció su corazón y rehusó dejar salir a los hijos de Israel
hasta que, agobiado por una decena de plagas divinas, permitió al caudillo Moisés
seguir los dictados del dios de sus antepasados.
Respecto de las diez plagas, hacemos constar que varias de estas calamidades son
características del país, con lo que su descripción da prueba de un excelente
conocimiento de Egipto. Y el relato del agua del Nilo que se convierte en sangre
puede explicarse por la aparición de una pequeña alga roja o de un organismo parecido
que, todavía hoy, colorea totalmente el Nilo en ciertos períodos.
Todos los episodios de la estancia de los hebreos en Egipto parecen probados por la
historia. No obstante, el año 1896 trajo por sorpresa: el arqueólogo inglés Flinders
Petrie descubrió una inscripción que data de la época de Menefta, citando el nombre de
Israel, pero situando este pueblo en Palestina. ¿Cómo puede explicarse esto? Una de
las teorías aventuradas admite que solamente una parte del pueblo hebreo se había
asentado en Egipto, haciéndolo en primer lugar las tribus de José y Benjamín. Diez
tribus restantes, descendientes de otros ancestros, debieron de quedarse en Palestina.
Muchos especialistas en arqueología bíblica mantienen, desde luego, otro parecer.
Adelantan la llegada de los hebreos a Egipto en dos siglos, o sea en tiempos de
Amenofis III y Eknatón, hipótesis que ilumina el interesante tema de las relaciones
entre la doctrina monoteísta de Eknatón y la de los israelitas.
Cuando los hebreos penetraron en Canaán no sometieron más que a una parte del
país, pues varias ciudades, entre otras la plaza fuerte de Jerusalén, quedaron en
manos de los cananeos. Pero los dos pueblos acabaron por establecer un acuerdo y
vivieron en paz. En tales circunstancias, es lógico que los hebreos fueran seducidos por
la cultura material de los cananeos.
Respecto a esta etapa no siempre podemos hablar de un reino de Israel, ya que
todavía se trata de un conjunto suelto de tribus. Unidos por lazos mas religiosos que
políticos, este vínculo estaba, sin duda, amenazado por la idolatría de los cananeos. El
Antiguo Testamento cita en numerosas ocasiones a hebreos que reniegan su fe para
abrazar el culto de Baal y Astarté, atraídos por sus ceremonias sensuales.
En nuestro mundo imperfecto, cada esfuerzo hacia la unidad espiritual debe apoyarse,
para conseguirla, en una organización temporal. Así se llegó a la institución de la
monarquía y a la consagración de Saúl. Hombres desventurado y de naturaleza
atormentada, su vida fue una prolongada tragedia y su reinado un largo combate.
Cuando los filisteos sembraban la desolación en todas las regiones del país de Israel,
Saúl los atacó y sufrió una derrota tan aplastante que se suicidó, atravesándose con su
propia espada.
“Al día siguiente, los filisteos vinieron para despojar a los muertos y encontraron a Saúl
y a sus tres hijos que yacían en la montaña. Le cortaron la cabeza“ (1.Samuel 31:8).