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INTRODUCCION

EL DESAFIO DE PENSAR Y HABLAR DEL DIOS DE NUESTRA FE

La fe en Dios no es excesiva del cristianismo y mucho menos del cristianismo católico. Todos los
sistemas religiosos tienen como centro de su ser la creencia en Dios, la diferencia fundamental
viene por la manera como conciben a Dios. De ahí la importancia de tener bien clara la idea
correcta de Dios. Esta realidad se puede presentar por medio de una pregunta: cuando decimos
Dios, de qué Dios estamos hablando?
Si buscamos el significado de la palabra Dios, vamos a encontrar diversas formas de definirla:
1. Es un ser inmortal, dotado de poderes sobrenaturales y al que se rinde culto.
2. Persona de cualidades excepcionales
3. En un ser supremo, creador y dueño del universo.1
Sin embargo, ninguna de estas definiciones que nos presenta el diccionario abarca la totalidad
del Dios revelado en Jesucristo y que adora nuestra fe cristiana. Sin duda alguna, una interesante
e inefable aventura: la de tratar de adentrarlo en la vida íntima del Dios de nuestra fe.

1. El Dios cristiano es un Misterio de Fe.


En el número 237 del Catecismo de la Iglesia leemos: “La Trinidad es un misterio de fe en sentido
estricto, uno de los "misterios escondidos en Dios, que no pueden ser conocidos si no son
revelados desde lo alto". Dios, ciertamente, ha dejado huellas de su ser trinitario en su obra de
Creación y en su Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la intimidad de su Ser como
Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón e incluso a la fe de Israel antes
de la Encarnación del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo”.
Si Dios es para nosotros un “misterio”, hay dos cuestiones que deben se dilucidadas. La primera
se refiere a cómo entender el concepto de misterio aplicado a Dios. La segunda cuestión que
debemos plantearnos, al inicio del curso, es acerca de la posibilidad que tiene el ser humano de
alcanzar un conocimiento cierto sobre Dios.
a. El concepto de misterio aplicado a Dios.
Si buscamos el concepto de “misterio” en un diccionario nos presenta una serie de significados:
 Tiene su raíz en el latín mysterĭum, y este del griego μυστήριον (mystḗrion).
1. Cosa arcana o muy recóndita, que no se puede comprender o explicar.
2. Negocio muy reservado.
3. Cosa inaccesible a la razón y que debe ser objeto de fe.
4. En algunas religiones antiguas: ceremonias secretas del culto de algunas divinidades.
En el lenguaje común, cuando hablamos de “misterio” entendemos una verdad escondida. Con
facilidad identificamos el misterio como algo impenetrable, incomprensible, oscuro.

1
Diccionario El Pequeño Larousse. 2011.

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Especialmente las personas que conocen poco de religión, cuando discuten, acaban con decir:
“Es todo un misterio”, o bien “no se entiende nada”.
No es éste el significado que San Pablo y la Iglesia quiere dar a la palabra “misterio”. Ésta, en
efecto, no quiere indicar una verdad absolutamente incomprensible, sino más bien una “realidad
sobrenatural”, como por ejemplo, la Iglesia, Cristo, la Eucaristía; escondida en Dios desde todos
los siglos y dadas a conocer en Cristo por la fuerza del Espíritu. (Cfr. Ef. 3,1-5)
En este sentido es que aplicamos a Dios el concepto de misterio, ya que es una realidad
absolutamente sobrenatural, cuya verdad sólo puede ser conocida por revelación, de manera
especial por la plena revelación realizada en Cristo, la cual es aprehendida por la fuerza del
Espíritu Santo.
b. La posibilidad de alcanzar un conocimiento cierto de Dios.
La fe cristiana siempre ha defendido la posibilidad que tiene toda persona de alcanzar un
conocimiento cierto de Dios, no sólo por medio de una revelación directa, sino siguiendo “la luz
natural de su razón”, aunque siempre necesite del auxilio de Dios y este conocimiento no sea
pleno.
En el Antiguo Testamento podemos ver esta verdad en el libro de la Sabiduría 13,1-9; y en el
Nuevo Testamento en la carta del apóstol Pablo a los Romanos 1,18-25. En el Concilio Vaticano
I, en la Constitución Dogmática sobre la fe católica, la Iglesia enseñó esta verdad de fe de la
siguiente manera:
“La misma santa Madre Iglesia sostiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas,
puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana partiendo de las cosas
creadas; porque lo invisible de Él, se ve, partiendo de la creación del mundo, entendido por medio
de lo que ha sido hecho [Rom., 1, 20]; sin embargo, plugo a su sabiduría y bondad revelar al
género humano por otro camino, y éste sobrenatural, a sí mismo y los decretos eternos de su
voluntad, como quiera que dice el Apóstol: Habiendo Dios hablado antaño en muchas ocasiones
y de muchos modos a nuestros padres por los profetas, últimamente, en estos mismos días, nos
ha hablado a nosotros por su Hijo [Hebr. 1,1 s; Can. 1].(Cap. 2 D. 3004)
Y la presenta como regla de fe en el canon 1 sobre la fe católica: “Si alguno dijere que Dios vivo y
verdadero, creador y señor nuestro, no puede ser conocido con certeza por la luz natural de la
razón humana por medio de las cosas que han sido hechas, sea anatema. (DZ. 3026) [cf. 1785].
En el transcurso de la historia de la teología, esta verdad de fe no siempre ha sido bien recibida.
Encontramos diversas posturas, que van desde las que niegan la validez de la razón en el
conocimiento de Dios, hasta los que niegan toda posibilidad de conocerlo.
 Un grupo de cristianos, en su mayoría protestantes, han defendido que el único
conocimiento efectivo, auténtico y no falseado que podemos alcanzar sobre Dios es el
que se funda en su revelación, es decir, el conocimiento que se da por medio de la fe, ya
que el pecado ha quebrantado la capacidad natural que tenía. Esta concepción fue
propuesta por los reformadores y hoy en día es defendida por teólogos como Kart Barth
y sus discípulos.
 En el siglo XIX un grupo de filósofos y teólogos católicos franceses, difundieron la opinión
de que la razón humana individual no es capaz de obtener conocimientos éticos-religiosos

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seguros. Estos se logran, únicamente, por medio de una revelación divina, atestiguada
autoritariamente por La Tradición, por el espíritu popular y por la Iglesia.
 La tercera la conocemos como agnosticismo. Toma fuerza con el entusiasmo positivista
que el siglo XIX que generó el avance de las ciencias naturales, la industria, la técnica.
Afirman que el conocimiento seguro y verdadero se alcanza por medio de métodos
científicos-naturales, demostrables; los cuales pueden ser repetidos y comprobados por
todos. De este modo obtener un conocimiento verdadero sobre Dios es una tarea
imposible.
La Iglesia, respondió a en el Concilio Vaticano I, en 1870, como hemos visto, afirmando que toda
persona, a través de la luz natural de la razón, puede conocer a Dios con certeza partiendo del
mundo creado. (DS 1785) Y cita a Sab. 13,1-9 y Rm. 1,18-21. Pero queda la pregunta cómo es
posible que lo finito pueda conocer lo infinito?
La fe católica siempre ha defendido la capacidad que tiene todo ser humano de conocer a Dios
ya que fue creado con esa capacidad natural. Las pruebas filosóficas de la existencia de Dios
vienen a constituir un signo evidente de tal capacidad.
Es con la reflexión presentada por los reformadores que aparece la duda sobre, si con el pecado,
esa capacidad que posee toda persona de conocer a Dios con la luz natural de su razón, no ha
quedado quebrantada y, que el único camino para un conocimiento efectivo de Dios que le queda
al ser humano, es la revelación dada en y por Jesucristo. Estas objeciones de los reformadores
han llevado a la teología católica a explicar cómo esa capacidad de conocimiento se mantiene,
sin anular la revelación en Cristo. En este orden se han desarrollado dos posturas:
Una concepción de corte histórico-salvífica la cual plantea que el problema del conocimiento de
Dios puede esclarecerse mediante la distinción entre la posibilidad y la realidad. El dogma
hablaría de una posibilidad que Dios ha otorgado al ser humano de conocerlo mediante la luz
natural de su razón. Sin embargo deja totalmente abierta la cuestión de si realmente se da ese
conocimiento natural de Dios.
Esta concepción deja el espacio libre para la aceptación de la hipótesis de que con el pecado la
posibilidad de conocer a Dios por medio de la luz natural de la razón ha quedado tan turbada y
debilitada, que de hecho el ser humano solo puede conocerlo por la gracia de Jesucristo.
La otra postura defiende la existencia de dos ordenamientos: el natural y el sobrenatural, los
cuales no están en oposición, sino que son complementarios. El ser humano por medio de la luz
natural de su razón puede llegar a conocer a Dios de una forma general, pero no con la claridad
y precisión con que se llega a través de la revelación.
¿Qué decir? Todos los seres humanos son llamados e inundados por la gracia de Dios, y sólo en
Dios encuentran su meta real, en la aceptación definitiva de la auto-comunicación de Dios a la
humanidad, es decir, de su amor, de su gracia. Esta gracia, enseña la Iglesia, es la que comunica
al ser humano el querer, el poder y el obrar. De este modo hay que contar con la acción de la
gracia de Dios incluso en los no creyentes.
Aplicando esto a la afirmación del Concilio Vaticano I, podemos decir que esa luz natural de la
razón con que el ser humano puede conocer a Dios no es sostenida por fuerzas puramente
humanas, sino que, donde quiera y como quiera que Dios es conocido, ese conocimiento es
posibilitado y sostenido por la fuerza de la gracia de Dios que ya existe y viene a la persona como
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Don. De este modo es que el conocimiento de Dios es efectivo y verdadero. Visto así todo
conocimiento genuino sobre Dios es posible gracia a una revelación divina que acontece por
caminos que solo Dios conoce y que asiste a la razón humana.
La doctrina del Vaticano I tiene también especial interés porque lleva implícito un rechazo al
pensamiento elitista y esotérico, que afirman que tan sólo unos cuantos elegidos o iniciados en
los misterios de Dios pueden llegar a alcanzar un conocimiento verdadero sobre Él. La afirmación
del Concilio Vaticano I es que a todos los seres humanos les es posible alcanzar el conocimiento
de Dios por la luz natural de su razón. Una constatación de esta posibilidad lo constituyen las
llamadas “pruebas de la existencia de Dios”, ya que ellas suponen unas determinadas habilidades
lógicas y conocimientos básicos de conceptos filosóficos fundamentales aceptados por todos.
c. Es posible hablar de Dios con verdad?
Vista cuestión sobre la posibilidad de conocer a Dios la siguiente pregunta es sobre la posibilidad
de hablar sobre Él con verdad y precisión.
Hablar sobre una realidad implica traducirla en conceptos que la abarcan y definen. Pretender
abarcar la totalidad de Dios, comprender lo profundo de su ser, es sin duda alguna una vana
ilusión. Hablar de Él con la pretensión de precisarlo y definirlo es un error, pues Él es El
Totalmente Otro, el Inabarcable, a quien todo lenguaje es incapaz de precisarlo. Decía Santo
Tomás: “de Dios no podemos saber lo que es, sino sólo lo que no es”2.
El sólo pretender concebirlo, precisarlo, es empequeñecerlo, degradarlo; crear un ídolo fruto de
nuestra mera proyección humana. Con razón afirma San Agustín: “¿Qué vamos a decir nosotros
de Dios, hermanos? Si lo que se quiere decir lo comprendiste, no es Dios, lo que tú has podido
abarcar es cosa bien ajena a Dios. Si, a tu ver, pudiste abarcarlo, te has engañado. Si lo
comprendes, no es Él, y si es Él no lo comprendes. ¿Cómo, pues, quieres hablar de lo que no se
puede comprender?”3
Dios es un Misterio inefable incontrolable para el ser humano. Ahora bien, ¿quiere decir esto que
hay que abandonar todo esfuerzo y callar? Esta imposibilidad de alcanzarlo, lejos de conducirnos
a la inercia, es un estímulo y una exigencia para ir en su búsqueda. Si bien conocerle a plenitud
es un deseo irrealizable con la sola fuerza humana, algo se puede decir de Él, si se le sabe
escuchar.
Hay en las personas un “deseo de Dios” que le empuja a buscarle incansablemente: “Así se han
de buscar las realidades incomprensibles, y no crea que no ha encontrado nada el que
comprende la incomprensibilidad de lo busca. ¿A qué buscar, si comprende que es
incomprensible lo que busca, sino porque sabe que no ha de cejar en su empeño mientras
adelanta en la búsqueda de lo incomprensible, pues cada día se hace mejor el que busca tan gran
bien, encontrando lo que busca y buscando lo que encuentras? Se le busca para que sea más
dulce el hallazgo, se le encuentra para buscarle con más avidez”4
Nuestra posibilidad de hablar de Dios está doblemente limitada y condicionada: por un lado por
nuestras limitaciones propias de seres finitos y condicionados, y por el otro por la trascendencia

2
Summa Teológica, I,9.3 introducción.
3
Sermón LII, BAC VII, 56.
4
San Agustín. De Trinitate XV 2,2: BAC, 662.

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de Dios. Él es el “Totalmente OTRO”, es un Misterio para el ser humano, y la actitud propia ante
el misterio es la adoración, ya que a Él nos acercamos, más por el camino del amor, que por el de
la razón: “Sé por la piedad semejante a Él, y ámale con el pensamiento, porque las cosas invisibles
de Él se entienden por las cosas que han sido hechas. Contempla, mira, pregunta por el autor
interrogando a las cosas que han sido hechas. Si eres desemejante, serás rechazado; si
semejante, te alegrarás. Cuando, siendo semejante, comiences a acercarte y a percibir
perfectamente a Dios, tanto cuanto, en ti crezca la caridad, puesto que Dios es caridad, percibirás
algo de lo que decías y no decías”5
Leonardo Boff termina la introducción de su libro con estas palabras: “Ante el augusto misterio
de la comunión trinitaria tenemos que callar. Pero callamos solamente al final de un esfuerzo por
hablar lo más adecuadamente posible de esa realidad para la que no existe ninguna palabra
adecuada. Callamos al final, y no al principio. Sólo al final, el silencio es digno y santo. Al comienzo
sería perjudicial e irreverente. Las palabras mueren en los labios. Los pensamientos se oscurecen
en la mente. Pero la alabanza enciende el corazón, y la adoración hace doblar las rodillas”6
Cómo hablar de Dios
Abordada la cuestión sobre la posibilidad que tiene el ser humano para hablar con propiedad de
Dios y comprobar las enormes dificultades que semejante tarea entraña, nos abocamos en la
cuestión sobre el cómo hablar de Él. Lo primero que hay que decir es que el lenguaje teológico
es distinto del lenguaje científico, es supra-científico, está más allá de la experiencia sensible, es
no-verificable; sin que ello signifique que no sea cognitivo, es decir que carezca de sentido, como
afirman los empiristas. Su lógica se encuentra en la ANALOGÍA.
¿Qué es la analogía?
El concepto de análogo se predica en contraposición a unívoco y equívoco (unívoco: totalmente
idéntico. Equívoco: totalmente diferente). Apunta a una tercera vía: ni totalmente idéntico, ni
totalmente diferente. Algo semejante, parecido. También se dice de aquellas palabras que se
predican de varias cosas a la vez, siendo en partes idénticas y en partes distintas.

5
San Agustín. Enarr. In ps. 99, 6: BAC XXI, 593-594.
6
Trinidad, sociedad y liberación. Paulinas, 1987. 16.

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