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Notas sobre “La trivialidad del espíritu” de Pablo Fernández

1. La Cultura como Espíritu

La psicología colectiva parte de la noción de que la realidad es simbólica,


intersubjetiva y relacional, no inmanente. Esto se hace presente bajo el concepto
de Espíritu, desde el cual se comprende, un ente psíquico colectivo que se
muestra como un clima o atmosfera que permea todas las cosas y constituye
todos los objetos tangibles e intangibles que componen la sociedad (Fernández,
1994). Concebido como un ente relacional-simbólico, el Espíritu funciona como
una estructura constituida por tres instancias “sinónimas de la relación conjunta,
pero heterónimas entre sí” (1994, pág. 187): los símbolos, significados y sentidos.
Dicho ente psíquico colectivo está hecho de la comunicación que existe entre
estas tres instancias. De esta manera, el Espíritu de la psicología colectiva
comprende y construye la realidad, una realidad que no puede ser más que psico-
colectiva.

Es a la luz de este concepto que resulta necesario pensar a la cultura, terreno


sobre el cual se sostiene la intersubjetividad. Si bien, constantemente a lo largo de
sus desarrollos, Pablo Fernández parece que toma un concepto por otro al
referirse a cultura y espíritu, es porque en suma, terminan por ser lo mismo, y por
abarcarse uno dentro de otro en su respectiva magnitud. Quizá lo más importante
que habría que resaltar frente a estos dos términos, es que resulta completamente
irrelevante cuál se nombre primero siempre que se comprenda que lo que se
encuentra detrás de ellos recae en lo mismo1: una “entidad pensante y sintiente
que tiene el tamaño de la sociedad y la magnitud de la historia” (Fernández, 2006,
pág. 38); o dicho de otro modo, son “las formaciones suprapersonales o colectivas
de la vida histórica” (Abbagnano citado por Fernández, 2006, pág. 39). Tal vez la
forma más clara de articular ambos términos sería pensando la Cultura como un

1
Así lo deja ver el mismo Fernández al citar a otros tantos autores que pondrán uno por otro término:
Humboldt, Hegel, Herder, Gustav Jahoda, Moritz Lazarus, Gustav Adolf Lidner, Michelet, Wilhem Wundt
(2006, pág. 39).
Espíritu que permea toda la realidad, y que, puesto a grandes rasgos, consistirá
en lo que se siente pensar (Fernández, 2011), vivir o ser.

Por último valdrá puntuar que este ente, llamese cultura o espíritu, no se
encuentra en los individuos, sino todo lo contrario: es el individuo el que se
encuentra en la cultura, en el espíritu, en el pensamiento y en los sentimientos de
una realidad histórica específica.

1.1. La construcción comunicativa de la realidad

Para hablar de las construcciones que se generan a partir de las relaciones


intersubjetivas, resulta necesario incorporar la comunicación como un elemento
central desde la psicología colectiva. Como mencionamos antes, el espíritu de la
cultura está constituido por la comunicación que se estable entre sus tres
instancias. De esto último se desprende que, considerando que la realidad es
simbólica, todo objeto en ella es creado por la comunicación. Los objetos, en
contraposición con una lectura positivista, no son los depositarios de la realidad, la
verdad y el conocimiento, sino la comunicación misma (Fernández, 1994).

La psicología colectiva se convierte en, además de una psicología de lo cultural


simbólico, en una psicología de la construcción comunicativa de la realidad. Esto
significa que toda construcción en la realidad necesariamente, al ser simbólica,
está hecha de comunicación. Así, toda relación intersubjetiva precisa de este
concepto para poder llevar a cabo cualquier tipo de producción en la realidad.

1.2. La relación triádica de la realidad: la intersubjetividad

Al acercarse a la psicología colectiva constantemente puede tenerse la impresión


de que al hablar de una cosa también se está hablando de otra, como si siempre
se estuviera hablando de lo mismo. Probablemente la razón de esto sea que el
centro de la teoría abarca también su periferia y se mezclan de manera que se
vuelve imposible comprender una cosa sin la otra. Así, al hablar del pensamiento
de la sociedad, también se está hablando de la cultura, que es lo que se siente
pensar; y también del espíritu, que constituye todo pensamiento; y también de los
símbolos, singificados y sentidos, como instancias dentro del espíritu; y también
de la comunicación que se establece entre dichas instancias; y por último, también
de la intersubjetividad, que no es otra cosa más que la relación que se establece
entre los elementos anteriores.

Este constante devenir, más bien circular, de los conceptos, explica la sensación
de algo reiterativo, y al mismo tiempo revela las dificultades por explicar de
manera aislada los elementos que integran el pensamiento de la sociedad. Este
último no puede pensarse como algo fragmentado o en partes, sino como un todo
que se mueve bajo una coherencia interna que se desarrolla y transforma a lo
largo del tiempo (Fernández, 2006).

Considerando así dicho carácter holístico, es posible destacar una condición que
atraviesa la realidad en la que se mueve el pensamiento: ésta se configura
siempre bajo una una relación triádica. Esta relación es lo que llamamos
intersubjetividad, y está hecha de la comunicación que se establece entre
símbolos, significados y sentidos. La intersubjetividad pensada así, implica que la
realidad no se encuentra ni dentro de los individuos ni fuera de ellos, sino entre
ellos, dejando de pertenecerle a uno o otros, pero siendo protagonizada por todos;
el sujeto es la colectividad (Fernández, 1994).

De manera conceptual puede comprenderse la intersubjetividad, en su forma más


general, como una “única pero ilimitada comunidad de interpretación” (1994, pág.
68). Sin embargo, al plantear esto en el plano empírico se vuelve necesario hablar
de distintas y numerosas intersubjetividades que responden a diversos usos de
lenguaje, de estructuras de interpretación y de redes de comunicación
incomprensibles entre sí. Las intersubjetividades, o mundos de intersubjetividad,
se caracterizan por ser: autónomos, es decir, que se construyen a sí mismos
creando sus propios símbolos y significados, que tiene un sentido propio, y que no
depende de elementos exteriores para existir; y anónimos, al pertenecer a
determinadas grupalidades en las que se puede entrar y comunicarse, bastando el
hecho de manejar los símbolos correspondientes.
Los mundos de intersubjetividad existentes son pocos y pueden ser nombrados: el
arte, la ciencia, la filosofía, la religión y la vida cotidiana. Esta última es la que
corresponde al estudio que se plantea aquí: las relaciones intersubjetivas que
suceden en la vida cotidiana bajo el contexto del trabajo con la pobreza.

Para dotar de mayor claridad la relación triádica es preciso detallar a qué refiere
cada una de las instancias que la componen:

a) Símbolo: Éste puede ser cualquier cosa, ya sea una palabra, una persona,
un objeto, etc., que está en lugar de cualquier otra cosa, esté o no presente,
y que constituya su significado. El símbolo es siempre indicador de un
significado; por sí mismo el símbolo carece de contenido.

Los símbolos son colectivos, es decir, ya que cualquier cosa puede ser
símbolo, implican un acuerdo sobre qué es lo que será símbolo. Esto
significa, a su vez, que pueden encontrarse a la vista y al reconocimiento de
todos los participantes de ese acuerdo intersubjetivo; esto lo hace objetivo y
concreto.

Son el objeto que está aquí y ahora, que se muestra siempre en el


presente, así en el tiempo como en el espacio. En comparación con los
significados y sentidos, los símbolos perduran más a lo largo del tiempo y
tienen mayor estabilidad en el espacio: no se mueven y cambian poco. Esto
último significa que encuentran una mayor validez y corrección en gran
número de sus participantes a lo largo de la historia (Fernández, 1994).

b) Significado: Es aquello que sostiene al símbolo, se encuentra detrás de él


y lo dota de contenido; ya no es palabra. Éste se encuentra ausente, en
contraposición del símbolo que está presente.

Puede resumirse en imágenes, que son esa parte de lo real que no es


nombrada y que no puede aparecer en el símbolo: experiencias, afectos,
sensaciones, visiones o audiciones. Es decir, imágenes que pueden ser
mentales, táctiles, auditivas, cinestésicas, etc. Estas imágenes son lo que
se encuentra detrás de las palabras.

Por último, el significado, a diferencia de la perdurabilidad del símbolo, es


movil, liquído e inmediato. Si el símbolo es estable, el significado es la
imagen inestable detrá del símbolo. Esto lo hace más bien plural, siendo
que ya no se rige de la misma manera para todos los que participan de un
símbolo. De esta manera, los significados se muestran como realidades
más bien privadas (Fernández, 1994).

c) Sentido: Es aquél que determina cómo es la relación que se establece


entre el símbolo y el significado. Es quien define cuál símbolo irá para cuál
significado, y viceversa.

El sentido se muestra como toda cosa que suceda entre el símbolo y el


significado y termine por mediar dicha relación: “una palabra, una historia,
una tradición, una aspiración, una escena, una situación, un contexto, un
marco teórico, una visión del mundo, la semántica, (...) asimismo objetos
todavía más abstractos como un ritmo, un flujo, una cadencia, una
articulación, un movimiento, hasta, finalmente, la mera relación entre
símbolo y significado” (Fernández, 1994, pág. 204).

De esta manera, el sentido adopta una connotación de dirección, intención


o guía, que tiene un símbolo hacia un significado, proporcionando la
coherencia o correspondecia que se vive entre estos dos elementos. Puede
comprenderse también como marco o contexto desde el cual se comprende
aquello que se está diciendo. En suma, puede entenderse del sentido, la
razón de los pensamientos o sentimientos que se tienen, en el momento en
el que se tienen.

Si bien la sustancia u objeto más claro de los símbolos es el lenguaje, y de


los significados es la imagen, en los sentidos es la relación, o puesto de
distinta forma, la comunicación. De esto se desprende que el sentido sea
siempre volátil.

El sentido implica que la relación entre símbolo y significado –sujeto y


objeto referente; lo objetivo y lo subjetivo– se ve atravesada por un tercer
elemento que estructura, da forma y razón, lo que hace posible ubicar la
intersubjetividad en esta tercera instancia que cierra la relación triádica.

De esta manera, la triáda que constituye la intersubjetividad queda de la siguiente


manera:

Por último, recuperar la psicología colectiva como centro teórico para esta
investigación, no sólo recae en la necesidad de comprender las relaciones
intersubjetivas desde su complejidad, incorporando elementos como la cultura y la
comunicación, sino también, en la apropiación de su tarea como disciplina: “narrar
la relación triádica de cualquier evento de la realidad” (Fernández, 1994, pág.
197).

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