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La figura de Diego Portales

En 1824, la sociedad Portales-Cea contrató con el gobierno el


estanco del tabaco, a cambio del cual, la sociedad Portales-Cea
se hacía cargo del servicio de empréstito que se había
contratado en Inglaterra. El negocio fue un fracaso y el gobierno
lo desahució con escándalo, apropiándoselo como renta fiscal.
Desde ese día, Portales y sus colaboradores comenzaron a
constituir, sin proponérselo, un verdadero grupo político llamado
de "los estanqueros", al cual se agregaron, aparte de los
colaboradores inmediatos en el negocio del estanco, como Diego
José Benavente, Manuel Gandarillas y Manuel Rengifo, cuantos
estaban hastiados de la anarquía y el desgobierno que sufría el
país desde la abdicación de O'Higgins, en 1823.
A partir de esos días, comenzó a surgir la persona de Portales
en la vida política de la nación. Publicó un periódico en
Valparaíso que llamó El Vigía y después uno en Santiago,
llamado El Hambriento, desde el cual disparaba sus severas críticas al gobierno de los pipiolos.
Cuando la anarquía política alcanzó su máxima expresión, en la que la República quedó sin tener
quien la gobernara, una verdadera acefalía del Ejecutivo, el vicepresidente Ovalle estaba tratando
de formar un ministerio en el cual nadie quería participar.
En la noche del 3 de abril de 1830, en la tertulia en casa del vicepresidente, cuando se supo de las
excusas de Mariano Egaña para aceptar el Ministerio del Interior y de José María Benavente el de
Guerra, se incorporó Portales, e irritado exclamó en un arranque súbito: "Si nadie quiere ser ministro,
yo estoy dispuesto a aceptar hasta el nombramiento de ministro salteador”.
Su decisión causó asombro, porque se sabía que para Portales era un serio sacrificio aceptar
responsabilidades de gobierno y desatender sus negocios, pero, a la vez, despertó entusiasmo
porque se veía que era el único hombre que podía terminar con la anarquía que, desde hacía siete
años, arruinaba al país.
Ese mismo día quedó nombrado ministro del Interior, de Relaciones Exteriores y de Guerra y Marina.
Desde su cargo de ministro, revestido de todos los poderes, emprendió la obra que cambió por
completo la fisonomía del país.
Portales quería y organizó un Gobierno presidencial, democrático, centralizado, fuerte e impersonal
y con un Ejecutivo fuerte, eficiente y de una alta moralidad. Se respetaba el cargo y no la persona.
Se respetaba el origen del cargo, basado en la voluntad popular expresada en las urnas. Se
respetaba la majestad de la Ley, que era una forma de expresar la voluntad soberana del pueblo.
Su primer acto en el gobierno fue dar de baja a 136 jefes y oficiales del ejército vencido en Lircay,
con lo que terminó de una plumada con el militarismo turbulento y falto de aptitudes para gobernar.

Con la misma energía terminó con los funcionarios públicos ineficientes, con los políticos pipiolos y
con los reaccionarios que quisieron aprovechar la derrota de sus enemigos.
Durante el gobierno del presidente Prieto ocupó numerosas veces diversos ministerios. Fue ministro
interino de Guerra y Marina (17 de enero de 1831) y en propiedad (22 de marzo de 1831). A mediados
de 1832 renunció a su puesto de ministro de Estado.
Fue nombrado gobernador de Valparaíso y comandante general de marina. En 1835 volvió de nuevo
al gobierno, ocupando la cartera del Interior y Relaciones Exteriores (9 de noviembre de 1835),
Guerra y Marina (21 de septiembre de 1835). Ejerció la cartera de Justicia, Culto e Instrucción Pública
interinamente (1° de febrero de 1837) y fue elegido senador (1837-1846).
Mientras tanto, en la vecina República de Bolivia el general Andrés Santa Cruz aspiraba a formar
una sanidad con las repúblicas unidas del Plata y Chile, para lo que inició una Política de intrigas,
fomentando el descontento con los gobiernos vecinos.
En Chile encontró tenaz replica en el ministro Diego Portales, cuya personalidad no se vio
amedrentada por las maquinaciones del general boliviano, sino que presentó una enérgica
resistencia organizando un ejército para el caso de tener que entrar en guerra contra la
Confederación Peruano-Boliviana.
La guerra fue declarada el 28 de diciembre de 1836. Se ha sostenido, sin confirmación, que las
conspiraciones de Santa Cruz a través de las infiltraciones en Chile dieron por resultado el motín
de Quillota, provocado por José Antonio Vidaurre, y el asesinato de Portales. Este se hallaba
pasando revista a las tropas en Quillota, cuando fue reducido a prisión, y al ser conducido a
Valparaíso se le fusiló sin proceso. Corrían los primeros días de junio de 1837 y a los 44 años de
edad el estadista era inmolado.
El asesinato a Portales provocó el repudio nacional y si con su muerte sus enemigos quisieron
destruir su obra, se equivocaron, pues ésta continuó merced a una de las gestiones más profundas
que registra la historia en el plano político.
Es, sin duda, el más interesante de los políticos con que ha contado Chile en su historia republicana.
El historiador Jaime Eyzaguirre lo retrata como "un hombre de mediana estatura, y cabello normal,
de cuerpo esbelto, dotado de una agilidad que se mostraba en el andar rápido; el rostro pálido y
delgado; la frente amplia, favorecida por una inicial calvicie; la nariz recta y prolongada; la barbilla
redonda. Sus ojos de azul intenso y gran expresividad y sus labios daban al semblante una viveza y
animación extraordinarias. A ello se agregaba una locución vehemente e ingeniosa, y a menudo
mordaz, tajante e implacable, que hallaba, además, en el género epistolar una potente válvula de
escape. De igual modo en la conversación afectuosa y chispeante, en los momentos de ira o en las
órdenes secas y concluyentes, se escapaba de su ser un fluido magnético que hacía difícil, cuando
no imposible, resistir a su poder avasallador".
Por su parte, Isidoro Errázuriz nos habla de sus cualidades como político en las frases siguientes:
"En la práctica de los negocios había adquirido el hábito de marchar de frente hacia cualquier
dificultad, de llamar a las cosas por su verdadero nombre y de descubrir a primera vista el lado
favorable y el lado adverso de toda situación y el lado flaco de sus aliados y de sus antagonistas.
"La naturaleza había depositado en su espíritu la cautela del genio que alumbra su camino, a los que
la poseen, en el fondo de las tinieblas y en lo más revuelto del caos y les permite juzgar
acertadamente producto de una intuición admirable, sobre hombres y sobre instituciones y doctrinas.
"Sabía las cosas en el punto y el momento preciso y las empuñaba con brazo hercúleo en el momento
justo."

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