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Tiene la característica de revestir y formar una red localizada entre la piel y las
estructuras subyacentes (como lo son, por ejemplo, los músculos y los huesos) y se divide
en dos niveles, superficial y profundo (la cual, por una parte, cubre los músculos
individuales y, por otra, los separa en grupos).
Fisiología
Ya se mencionó anteriormente que el cuerpo humano está envuelto, sostenido,
conectado y comunicado por medio de un variado tejido conectivo, que se acordó
denominarlo sistema fascial. Es un sistema activo, vivo, resistente y omnipresente en
todo el cuerpo. Se encuentra bajo la piel (formando el embalaje protector del cuerpo),
cubre músculos, tendones, órganos, nervios, vasos sanguíneos y huesos, y tiene una gran
trascendencia sobre el movimiento y los procesos fundamentales del metabolismo
corporal. El sistema fascial, además de las funciones de sostener y mover el cuerpo, tiene
otras actividades biomecánicas y de otra índole. Sus propiedades son infinitas, entre las
que cabe mencionar la expansión de los nervios y vasos linfáticos, el intercambio
metabólico, por su relación con el metabolismo del agua, la función nutritiva en
relación con la sangre y la linfa, etc. En cierto modo, es la «agencia de transporte» en
todos los niveles del organismo y de todos sus sistemas.
Por lo general, destacan las funciones mecánicas del sistema fascial, que se pueden
agrupar en:
• Protección.
• Formación de los compartimientos corporales.
• Revestimiento.
Otras funciones del sistema fascial son:
• Mantenimiento del bombeo circulatorio de la sangre y de la linfa.
• Ayuda en los procesos bioquímicos del cuerpo a través de las actividades del líquido
intersticial.
• Ayuda en la preservación de la temperatura corporal.
• Ayuda en el proceso de curación de las heridas (producción de colágeno).
• CÉLULAS.
Las células representan alrededor del 20% del volumen de todo el tejido conectivo y se
dividen en dos grupos principales: células fijas y células libres. El primer grupo se
caracteriza por poseer un ciclo vital largo y se las considera como “verdaderas” células
del sistema fascial, los fibroblastos, sintetizando sus principales componentes. Estas
células, en forma de estrella, se comunican a través de prolongaciones protoplásmicas,
tienen una mínima actividad metabólica, y su función es únicamente secretar dos
proteínas de constitución del sistema fascial: el colágeno y la elastina. A los fibroblastos
los acompañan las células adiposas. Su principal función consiste en almacenar los
lípidos y liberarlos posteriormente a la sangre como fuente de energía. En el segundo
grupo, el de las células libres, destacan los macrófagos. Estas células grandes
desempeñan una doble función: preparar la herida para el proceso de cicatrización, es
decir, limpiar los detritos y controlar químicamente la cantidad de fibroblastos
necesarios para esa cicatrización.
En el grupo de las células libres también se encuentran las más importantes para
nuestro estudio, como las células cebadas o mastocitos, que secretan diferentes
ingredientes activos como la heparina, la histamina y la serotonina (acción
vasodilatadora principalmente). Su participación es importante en la primera fase de
la inflamación, cuando liberan su contenido con el fin de controlar las diferentes etapas
del proceso de cicatrización.
• MATRIZ EXTRACELULAR.
Es el medio en el que crecen, viven y se desplazan las células. La matriz influye
activamente en todas estas actividades (Robbins, 2000) y se compone de dos
elementos principales: las fibras y la sustancia fundamental.
Las fibras:
A) Elastina.
Es una proteína que permite disponer de suficiente elasticidad en lugares específicos,
como por ejemplo los tendones, los ligamentos, la piel y las arterias. Las fibras de
elastina pueden estirarse y alcanzar el 150% de su longitud inicial, y luego pueden
recuperar, como un resorte, su tamaño inicial al cesar la fuerza de distensión (Bloom-
Fawcett, 1999; Robinns, 2000).
Esta elasticidad es explicable por sus características: su propia estructura es elástica,
pero la red (malla) de la elastina también es elástica y fácilmente deformable. Sin
embargo, la elastina es una estructura estable y no experimenta muchos cambios
durante su vida. Al someterla a una fuerza de estiramiento excesiva, la fibra se rompe
y en consecuencia sus extremos se retraen rápidamente y se enrollan.
1. Colágeno.
El colágeno es la proteína más abundante en el cuerpo humano, y asegura a la fascia
la fuerza y protección de los estiramientos excesivos. Las fibras de colágeno son flexibles,
pero individualmente no son elásticas. Aunque las fibras ofrecen mucha resistencia a
los estiramientos, todo lo contrario sucede con la compresión, debido a la elevada
relación entre su capacidad de extensibilidad y su espesor, que le permite “abrocharse”,
es decir, ajustarse bajo la carga de compresión (Nordin, 1986). El colágeno es el
componente más complejo y más importante en el sistema fascial. Sin colágeno, un ser
humano quedaría reducido a un montón de células unidas por algunas neuronas
(Robinns, 2000). Las grandes fibras del colágeno se caracterizan por una capacidad
limitada de estiramiento longitudinal, lo que indica que están formadas por
subunidades de menor tamaño (Blomm-Fawcett, 1999). El sistema fascial está
compuesto principalmente por las fibras tipo I, que representan el 90% del total del
colágeno corporal.
2. Reticulina.
Es una proteína muy fina, una especie de colágeno inmaduro. Se observa masivamente
en el estado embrionario; posteriormente, de una manera gradual, es sustituida por el
colágeno. Formando una delgada y fina malla, se encuentra principalmente sobre la
superficie de los vasos sanguíneos, los nervios y los ganglios linfáticos.
• SUSTANCIA FUNDAMENTAL.
Ocupa todo el espacio situado entre las células y las fibras del tejido conectivo, y es una
especie de sustancia gelatinosa compuesta por largas y entrelazadas moléculas de
proteoglicanos, formados por cadenas de glucosaminoglicanos (GAG) y con un gran
contenido de agua. Estas proteínas tienen propiedades hidrófilas, es decir, atraen el
agua hacia el interior del tejido y permiten que éste se hinche.
Este mecanismo es indispensable para un mantenimiento correcto de las propiedades
mecánicas del tejido conectivo. La capacidad de hincharse se relaciona, por una parte,
con la concentración de glucosaminoglicanos, y por la otra, con el incremento de la
tensión desarrollada a través de la red de las fibras de colágeno. En condiciones
normales, entre estas dos propiedades debe existir un perfecto equilibrio. La capacidad
que tienen los GAG de atraer el agua y hacer que el tejido se hinche mantiene la red
de colágeno en un estado de preestrés incluso aunque no existan fuerzas externas.
La sustancia fundamental tiene el aspecto de un gel incoloro y translúcido, con
apariencia y consistencia de una rica hidratación. Los GAG más importantes del tejido
conectivo son: el ácido hialurónico, el condroitina-4-sulfato, el condroitina-6-sulfato y
el queratán sulfato, todos ellos de gran viscosidad. La sustancia fundamental ocupa
todos los espacios libres dejados por otros elementos de la matriz extracelular, y
podemos afirmar que proporciona el ambiente inmediato a cada célula de nuestro
cuerpo. Al contrario de los fibroblastos que, como ya se mencionó, realizan una mínima
actividad metabólica, la sustancia fundamental es la sede de una inmensa actividad
de intercambios. El total de agua de la sustancia fundamental, se calcula, constituye
alrededor del 60-70% de todo el contenido del tejido conectivo. El agua es
indispensable en la organización estructural de la matriz extracelular. La mayor parte
del agua que ocupa este espacio tiene la capacidad de moverse libremente, por lo que
la sustancia fundamental puede actuar como lubricante, limpiador y distribuidor de
nutrientes.
La sustancia fundamental forma una barrera de protección contra la invasión de
microorganismos y bacterias, y permite mantener la distancia crítica entre las fibras,
evitando de esta manera la formación de microadherencias. Como se mencionó
anteriormente, los GAG tienen la propiedad de atraer y retener agua, proceso que
tiene mucha importancia por el hecho de que, según la cantidad de agua retenida, se
puede regular el estado general de la sustancia fundamental de una composición
semilíquida, de apariencia semiviscosa (sol), a una sustancia semisólida (gel). Esta
regulación permite también producir el efecto de absorción de choque contra las
excesivas fuerzas mecánicas, así como mantener la distancia crítica entre las fibras de
colágeno.
Técnicas básicas
A. Superficiales
Entre las técnicas superficiales se distinguen tres tipos de técnicas básicas:
1. DESLIZAMIENTO EN FORMA DE J
Antes de la aplicación de esta técnica es indispensable realizar una cuidadosa
evaluación de la piel. Hay que observar su humedad, elasticidad, hipersensibilidad y
capacidad de movimiento, y descartar la presencia de rasguños para, posteriormente,
evaluar la dirección de las restricciones. Para una realización correcta de esta técnica,
el terapeuta, después de una inspección ocular, aplica de una manera muy suave una
inspección palpatoria, deslizando el dorso de sus dedos sobre la superficie de la piel en
la región del tratamiento.
La técnica de deslizamiento en forma de «J» se aplica para eliminar las restricciones
superficiales y aumentar la movilidad de la piel. Puede realizarse en cualquier parte
del cuerpo y en cualquier dirección. La aplicación de esta técnica está indicada
únicamente en las lesiones crónicas; en las lesiones agudas, será rechazada por el
paciente, al producirse un fuerte dolor durante su aplicación.
El movimiento de deslizamiento en forma de «J» genera una hiperemia postraumática
controlada a nivel superficial subcutáneo. La región cutánea de la zona del
tratamiento presentará no sólo un enrojecimiento, sino también un leve calentamiento
y abultamiento, resultado de la vasodilatación local, lo que facilitará la eliminación de
las toxinas responsables de la producción de dolor en esta región (Kesson, 1999). Como
efecto analgésico adicional se produce una liberación de los opiáceos endógenos (Goats,
1994).
Para evaluar las zonas extensas como, por ejemplo, la espalda o el muslo, el terapeuta
coloca primero sus manos (palmas hacia abajo) sobre el segmento del cuerpo a
evaluar. Debe tratar de acoplar la mano a la piel con el máximo contacto posible. Los
dedos deben estar ligeramente en abducción. El terapeuta no debe ejercer una presión
fuerte sobre el cuerpo del paciente. Al evaluar las zonas más pequeñas como, por
ejemplo, la cara o la mano, la presión solamente se puede aplicar con los dedos. Una
vez acopladas las manos del terapeuta a la piel del paciente, se realiza un suave, pero
enérgico, movimiento de desplazamiento con ambas manos al mismo tiempo y en la
misma dirección.
El desplazamiento se realiza con una fuerza de presión mínima, necesaria para poder
desplazar las manos junto con la piel. Las manos no deben moverse en ningún
momento sobre la piel. Si la piel es grasa o húmeda, se debe limpiar y secar antes de la
aplicación de la técnica. Las manos del terapeuta deben formar una especie de unidad
funcional con la piel del paciente. La sensación que debe percibir el terapeuta es como
si las manos estuviesen pegadas a la piel. El terapeuta debe realizar los movimientos
en todas las direcciones y, de esta forma, determinar el lado, la dirección exacta y la
superficie del movimiento restringido (para más detalles se refiere al lector al párrafo
sobre la teoría de barreras de restricción, en el capítulo sobre evaluación del síndrome
de disfunción miofascial). Una vez finalizada la evaluación y determinada, con
seguridad, la dirección de la restricción, el terapeuta coloca su mano no dominante en
posición prona por encima de la región restringida, aplicando una suave presión en
dirección contraria a la dirección de la restricción detectada anteriormente durante el
proceso de evaluación con el fin de estabilizar (fijar) la piel. Con la otra mano, el
terapeuta realiza el movimiento de deslizamiento en forma de «J». El movimiento se
realiza con el dedo índice reforzado por el dedo medio o con el nudillo del índice.
En algunas situaciones, cuando existe una marcada diferencia entre las dimensiones del
cuerpo del paciente y el cuerpo del terapeuta, éste puede aplicar la técnica con dos
nudillos. Una vez realizado el contacto, la «J» se aplica en la dirección de la restricción,
es decir, en la dirección opuesta a la de contrapresión ejercida con la otra mano. El
movimiento debe ser tridimensional. Durante todo el tiempo, los dedos del terapeuta
ejercen una suave presión hacia el cuerpo y, al mismo tiempo, manteniendo esta
presión, dibujan sobre el cuerpo la letra «J»: al principio, el movimiento debe ser
relativamente lento, pero al llegar a la curva de la «J» se debe aplicar un movimiento
veloz; ésta es la fase que produce la ruptura de las adherencias de la fascia subcutánea.
El movimiento se puede repetir hasta siete veces sobre la zona tratada, pero no
exactamente en el mismo sitio. El número de repeticiones dependerá de la magnitud
de la superficie afectada, la parte del cuerpo tratado, la profundidad de la restricción,
y también de las características personales del paciente. Al finalizar la aplicación, se
debe reevaluar la movilidad de la piel y proceder según el estado actual
2. DESLIZAMIENTO TRANSVERSO
Esta técnica se aplica en las restricciones muy específicas de reducida superficie, como
en los tendones, los ligamentos, o partes específicas de los músculos. La aplicación de la
fuerza de desplazamiento depende de la profundidad de la lesión, de su extensión y
del tiempo de aplicación. La aplicación de la fricción transversa puede, pero no debe,
producir cierto grado de incomodidad o incluso un pequeño dolor (Cyriax, 1989; Kesson,
1999; Gallego, Laslett, 1996).
La hipótesis de la acción del deslizamiento transverso supone que se produce un efecto
de movimiento transverso localizado y de una muy escasa amplitud sobre las
estructuras colagenosas del tejido conectivo. Este movimiento repetitivo facilita el
cambio de la actitud estacionaria de las fibras de colágeno dirigida a la formación de
los entrecruzamientos. El movimiento transverso facilita la liberación de las
propiedades de deslizamiento y desplazamiento del colágeno (Cyriax, 1989; Kesson,
1999; Laslett, 1996).
El deslizamiento transverso aplicado en las primeras fases de la formación de la
restricción miofascial permite la agitación del tejido tisular, incrementando la tasa de
fagocitosis (Evans, 1980). En las situaciones crónicas se produce un ablandamiento y
movilización de las adherencias (entrecruzamientos). Los estudios de Bruijn (Kesson,
1999) revelan que el tiempo necesario para producir el efecto analgésico en el tejido
oscila entre 0.4-5.1 minutos, con un promedio de 2.1 minutos por tratamiento.
La técnica de deslizamiento transverso se realiza con las puntas de los dedos. Hay tres
formas de colocar las manos para la ejecución de esta técnica, que se eligen
dependiendo de las dimensiones de las manos del terapeuta, de la extensión de la zona
tratada, de la profundidad de la restricción, de la agudeza del dolor, de la edad del
paciente, etc. En las tres formas de tratamiento de la técnica de deslizamiento
transverso, el terapeuta debe colocar sus manos de forma perpendicular al cuerpo del
paciente. Se puede colocar una mano al lado de la otra, palma con palma, o palma
con el dorso. En la tres situaciones, los dedos deben colocarse dentro del espacio a tratar.
El terapeuta debe ubicar este sitio con precisión. Cuanto más pequeño sea el espacio,
mejor será el resultado de la técnica. Si la técnica se utiliza como, por ejemplo, sobre el
vientre muscular para tratar una cicatriz profunda, se debe profundizar la presión
vertical hasta alcanzar el sitio exacto de la restricción. El movimiento se realiza en
dirección transversa al recorrido de las fibras musculares o del tendón. Este movimiento
se puede comparar con el que se realiza sobre las cuerdas al tocar una guitarra. El
movimiento real que aplica el terapeuta es el de flexoextensión de las articulaciones
metacarpofalángicas, permaneciendo relativamente inmóviles las demás
articulaciones. No se deben hiperextender las articulaciones interfalángicas. Si el
terapeuta posee dedos de una longitud muy desigual, puede flexionar las falanges
antes de la realización de la técnica. El movimiento (manteniendo todo el tiempo la
presión hacia el cuerpo de una forma perpendicular) debe ser enérgico y rítmico. Se
realizan entre 7 y 15 recorridos. Esta técnica suele ser particularmente dolorosa, por lo
que se debe tener un cuidado especial al realizarla para no causar un dolor adicional
innecesario.
3. DESLIZAMIENTO LONGITUDINAL
El deslizamiento longitudinal es la única técnica utilizada en la inducción miofascial en
la que se permite el uso de lubricantes. El lubricante, especialmente necesario al tratar
a un paciente de sexo masculino por tener más vello, se aplica para evitar el dolor al
realizar el estiramiento. No debe aplicarse en exceso, para evitar un sobredeslizamiento
que puede llevar al terapeuta a la pérdida del control en la realización de la técnica.
La aplicación longitudinal de la fuerza mecánica tiene como objetivo estimular la
orientación longitudinal de las fibras, lo que permite intensificar el movimiento y la
fuerza tensil del tejido. De esta forma, el tejido es movilizado en los procesos crónicos y
se evita la formación de adherencias en los procesos agudos (Kesson, 1999; Laslett, 1996;
Barnes, 1990). La apertura vertical de la fascia es particularmente útil en los músculos
largos como, por ejemplo, los isquiotibiales y los extensores del tronco. El deslizamiento
se puede realizar en cualquier dirección, es decir, desde el origen del músculo hacia su
inserción o desde la inserción hacia el origen; sin embargo, es recomendable realizar el
movimiento desde el origen hacia la inserción. Una vez colocado el paciente, el
terapeuta, preferiblemente con su mano no dominante, realiza una contrapresión con
el fin de fijar el tejido. (Hay que recordar que la dirección de la contrapresión no tiene
nada que ver con la dirección de la restricción, detalle de mucha importancia en la
aplicación del deslizamiento en forma de «J».) Con la otra mano, el terapeuta realiza
un deslizamiento longitudinal, partiendo desde el sitio de la fijación hacia el extremo
distal. El movimiento de deslizamiento debe ser lento y realizado según la respuesta
del tejido.
En presencia de una restricción intensa, se debe llegar al punto de mayor resistencia,
detenerse y esperar unos segundos, manteniendo durante todo el tiempo la presión
sostenida hasta el momento en el que se produce la liberación. Posteriormente, se debe
seguir con el deslizamiento hasta el fin del recorrido de la mas muscular tratada. El
movimiento se repite, por lo general, tres veces. La fuerza del impulso depende de los
mismos factores mencionados en la aplicación del deslizamiento transverso. La
aplicación de la fuerza de deslizamiento depende de la profundidad de la lesión, su
extensión, y del tiempo de aplicación.
B. Profundas
Entre las técnicas profundas de la inducción miofascial destacan cuatro técnicas básicas:
manos cruzadas, planos transversos, técnicas telescópicas y balanceo de la duramadre.
En los capítulos sobre las zonas específicas de tratamiento se describen variantes de su
aplicación.
1. MANOS CRUZADAS
Es, probablemente, la técnica más poderosa y más utilizada dentro de las aplicaciones
de la inducción miofascial. La técnica, en todas sus variantes, se puede realizar
prácticamente en cualquier parte del cuerpo, y el objetivo de su aplicación es eliminar
las restricciones profundas, no alcanzables con una presión directa, o muchas veces
imposibles de detectar durante el proceso de evaluación inicial. La explicación que se
describe a continuación es la utilizada para la espalda.
Realizando la técnica de manos cruzadas, el terapeuta utiliza el movimiento
espontáneo del cuerpo para llegar a las restricciones profundas y, posteriormente,
aprovechando las propiedades del tejido fascial (reacción piezoeléctrica, efecto de
tensegridad, reacción tixotrópica), ayuda al cuerpo a realizar sus liberaciones. En la
primera fase de la aplicación, el terapeuta apenas induce movimiento al tejido. Una
vez que el paciente está colocado correctamente y de la manera apropiada, el
terapeuta toca suavemente con sus manos su piel. Este primer acercamiento debe
realizarse aplicando una presión lenta y progresiva. Al tocar al paciente se debe esperar
unos segundos hasta que éste se acostumbre a la presencia de las manos del terapeuta
sobre su cuerpo. El terapeuta sentirá claramente el momento en el que el cuerpo le da
la señal de continuar con la técnica. Una vez colocadas correctamente las manos, debe
eliminarse la restricción preelástica. Si se escoge la analogía con una tela, será como si
estiráramos las arrugas: la resistencia del tejido conectivo es mínima. Es como observar
la cuerda de un barco anclado en una bahía tranquila. La duración de la etapa
depende del grado de ondulación que presenten las fibras de colágeno en diferentes
segmentos corporales. Éste es un paso indispensable, si no se realiza, se corre el riesgo
de confundir el momento de la eliminación de la restricción preelástica con el del
vencimiento de la primera barrera. Acto seguido, una vez eliminada la restricción en
cuestión, el terapeuta inicia el proceso de llevar el tejido a tensión. Primero se aplica
un estiramiento longitudinal muy suave, y posteriormente se adjunta el componente
vertical, que debe ser aplicado con mucha lentitud. A partir de este momento, el resto
de la aplicación se hará siempre de forma tridimensional. El terapeuta debe llevar el
tejido a la puesta en tensión, que se denomina primera barrera de la restricción. La
sensación que percibe el terapeuta es que, al aplicar la misma fuerza, el tejido no cede
más. La sensación se puede comparar con la de colocar la mano sobre una barra de
mantequilla recién sacada del congelador. Al colocar nuestra mano sobre ella sentimos,
en un primer momento, que nuestra mano se hunde un poco dentro de la barra y
luego se detiene. Es una sensación muy parecida a la que se siente al aplicar la técnica
profunda de la inducción miofascial. El terapeuta, realizando todo el tiempo presión
de manera tridimensional, también debe mantener todo el tiempo la misma fuerza;
no debe aumentarla ni disminuirla. No puede separar las manos del cuerpo del
paciente. Si esto sucede, se debe empezar la técnica desde el inicio. El terapeuta
mantiene la presión de forma tridimensional y espera los acontecimientos. El tiempo
de espera varía entre un paciente y otro, entre una zona de tratamiento y otra, y entre
un tratamiento y otro, realizado en la misma zona. Por lo general, el tiempo mínimo
es de un minuto y medio a tres minutos. El terapeuta, todo el tiempo concentrado,
atento y preparado ante cualquier tipo de movimiento en cualquier dirección, espera
la respuesta del cuerpo al impulso mecánico que él realiza. A través de diferentes vías
de comunicación, finalmente, la plasticidad del tejido y los cambios tixotrópicos,
probablemente a través de un intercambio energético según la teoría de la
piezoelectricidad explicada en el capítulo sobre la mecánica del sistema fascial, permite
o, mejor dicho, induce un movimiento (Barnes, 1990), cuya dirección es impredecible.
Puede ser que las manos del terapeuta se separen entre sí cosa que ocurre con gran
frecuencia, pero puede ser que se hundan o que una se dirija, realizando un giro, en
una dirección y la otra en la dirección contraria; el terapeuta debe seguir ese
movimiento. Nunca se debe forzar el movimiento en la dirección preestablecida por el
terapeuta, sino que se debe seguir en la dirección que nos indica el cuerpo. Hay que
recordar que la liberación se puede producir en un nivel superficial, en un nivel
profundo, o en varios niveles al mismo tiempo. Puede ser que la dirección de estos
movimientos sea la misma en cada uno de los niveles o que los movimientos se realicen
en otra dirección, incluso, a veces, en la dirección opuesta. El terapeuta debe seguir éste
o estos movimientos hasta encontrar la próxima barrera de la restricción. Una vez en
la nueva barrera, debe detenerse y mantener la misma fuerza de presión. Luego se
repite el procedimiento inicial y se espera hasta que se produzca la próxima liberación.
Se debe vencer, de esta manera, un mínimo de tres a seis barreras consecutivas (Barnes,
1990; Sandweiss, 2002). El tiempo de espera entre una liberación y la otra, entre el
vencimiento de una barrera y la otra, varía dependiendo del tipo, la profundidad y la
madurez de la restricción. Es posible que después de la tercera liberación el movimiento
se vuelva continuo, es decir, no habrá tiempo de espera en una barrera, sino que se
liberará una barrera tras otra de una manera fluida y continua. No hay un límite de
tiempo para la aplicación de las técnicas profundas. Como se mencionó anteriormente,
entre 3 y 5 minutos es el tiempo mínimo. Sin embargo, en algunas técnicas sostenidas
como, por ejemplo, la liberación del psoas o la técnica suboccipital, pueden pasar 45
minutos hasta que se produzca una liberación completa, siendo estos casos extremos.
2. PLANO TRANSVERSO
Las técnicas de planos transversos se aplican en los sitios en los que se encuentran las
estructuras miofasciales con un importante recorrido transverso. Estos lugares se
denominan planos transversos.
El tratamiento de los planos transversos sigue los principios de aplicación descritos en la
técnica de manos cruzadas. En la aplicación de la técnica de planos transversos cambia,
por supuesto, la posición de las manos del terapeuta.
Para la aplicación de la técnica de manos cruzadas, el terapeuta coloca la palma de
su mano no dominante debajo del cuerpo del paciente, sobre el lugar determinado. La
palma de la otra mano la coloca sobre el cuerpo del paciente, por encima de la otra
mano. Posteriormente, el terapeuta aplica una suave presión hacia la camilla con la
mano superior; el codo de la mano inferior deberá apoyarse sobre la camilla. La
presión, como se explicó en la técnica de manos cruzadas, debe llegar a la barrera y
detenerse en ella, esperando la liberación. El movimiento se presentará de una manera
espontánea después de unos 90 a 120 segundos. Por lo general, es un movimiento de
traslado o rotación. El movimiento se siente mucho mejor con la mano superior; sin
embargo, la mano inferior no se encuentra pasiva, sino que también participa en los
tratamientos. Por supuesto, dada su posición y aplastada por el peso del paciente, tiene
una capacidad limitada para moverse. Pero si nos imaginamos una pelota puesta
entre nuestras manos, aplastada por una de ellas y sostenida por la otra y acostada
sobre una mesa, entenderemos que el movimiento se siente en ambas manos, y por
tanto la participación de ambas es igualmente importante. Los movimientos siempre
son tridimensionales. La primera barrera de restricción se logra disolver con una
aplicación relativamente larga. Posteriormente, el paso entre una barrera y la otra
puede realizarse con cortas detenciones en las barreras consecutivas o a través de un
movimiento continuo. Con frecuencia se produce una especie de sensación de
hundimiento de la mano superior dentro del cuerpo del paciente. Al finalizar la técnica
se debe reducir la presión de una forma lenta y progresiva. El resto del procedimiento
es igual al explicado en la técnica de manos cruzadas.
3. TÉCNICA TELESCÓPICA
En la aplicación de la técnica telescópica, nos guiamos por la respuesta al estímulo del
estiramiento. Las técnicas telescópicas se realizan en las extremidades. Se puede aplicar
la técnica de una manera global (sobre toda la extremidad), o de una manera parcial,
sobre un segmento (por ejemplo, un dedo). La aplicación de la técnica está indicada
en situaciones de restricciones poco específicas con presencia de dolores dispersos en
diferentes partes de la extremidad, o en situaciones en las que la evaluación inicial de
las patologías miofasciales no lleva a un diagnóstico preciso, y también como una
técnica complementaria a las técnicas locales. En estas situaciones, es necesaria la
aplicación de un tratamiento global. El comportamiento del tejido durante la
aplicación de esta técnica permite realmente descubrir el lugar real de la lesión y, al
mismo tiempo, tratarlo.
Para aplicar la técnica, el terapeuta suspende con sus manos la extremidad a tratar y
lentamente inicia la aplicación de una suave tracción a lo largo del eje del cuerpo del
paciente. El terapeuta extiende sus codos y suspende el peso de su cuerpo sobre la
extremidad tratada; en ningún momento se debe aplicar una fuerte tracción. Es el peso
del cuerpo del terapeuta el que realiza la tracción, y no la fuerza de los músculos de
sus brazos. Solamente esta forma de aplicación permite al terapeuta percibir y facilitar
correctamente el proceso de liberación longitudinal telescópica. Aunque parezca que
es una técnica poco específica, su resultado sí es muy específico, ya que la liberación se
produce justo en el sitio de la restricción real.
Durante la aplicación de la técnica, puede producirse una elongación lenta y
progresiva, así como también un movimiento de salto repentino, a veces acompañado
por un sonido seco de desprendimiento. El paciente puede experimentar una sensación
de estiramiento o una repentina sensación de calor, que a veces está acompañada por
enrojecimiento de la piel: respuesta vasomotora (Barnes, 1990; Menheim, 2001). La
sensación de liberación de la restricción se puede percibir también como una especie
de onda.
El terapeuta debe esperar tres liberaciones telescópicas consecutivas. Después de
percibir la sensación de estas tres liberaciones, el terapeuta debe estar muy atento a
cualquier tipo de intención de movimiento de la extremidad. Se realiza el movimiento
de abducción acompañado por los movimientos complementarios de rotaciones,
consecuencia de los ajustes en todos los niveles articulares consecutivos (muñeca, codo,
hombro). Por lo general, el movimiento es progresivo, y entre la combinación de
abducción, rotaciones y flexión la extremidad avanza con él en dirección hacia la
abducción. El terapeuta no realiza el movimiento, sino que mantiene la tracción
constante, facilitándolo. Durante la aplicación de la técnica, el cuerpo del terapeuta se
comporta como un péndulo. El progreso del movimiento de abducción y flexión no
siempre se realiza de una manera directa. Es posible que el movimiento de abducción
se realice, por ejemplo, demasiado rápido, y el grado de flexión no sea el apropiado
para el avance del movimiento. El terapeuta debe detectar esta situación y permitir
que el tejido le lleve a un punto adecuado para realizar la corrección. El objetivo final
es realizar todo el movimiento de circunducción de la extremidad en la medida en que
las cualidades del tejido periarticular lo permitan. Por ejemplo, en presencia de
patologías del hombro, será imposible realizar el movimiento completo de
circunducción. La aplicación de la técnica finaliza al regresar al punto de partida y
colocar al brazo en posición neutra. Tratándose de la aplicación de una técnica
profunda, al finalizarla, el terapeuta debe proceder según las instrucciones descritas
para la técnica de manos cruzadas.