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Entrevista a Ramón Pajuelo:

“Los conflictos sociales ocurren porque el descontento no puede expresarse


políticamente”

Ramón Pajuelo, antropólogo.


Por Alberto Mori

La toma de una carretera en la localidad de Chala y el paro en la provincia de


Islay, ocurridos hace algunas semanas en Arequipa, han vuelto a colocar en el
debate público la necesidad de implementar políticas de largo aliento para
solucionar y evitar los conflictos sociales en el país. Para conversar sobre
ello, Derechos Humanos en línea buscó a Ramón Pajuelo, antropólogo e
investigador del Instituto de Estudios Peruanos (IEP). Aquí su análisis sobre el
tema.

¿A qué se debe el continuo estallido de conflictos sociales en el país?

Desde mi punto de vista son tres los factores que explican esto. El primero es la
existencia de un tejido social débil y desarticulado, por la destrucción de
organizaciones y liderazgos sociales tras décadas de crisis, guerra interna,
autoritarismo y neoliberalismo. Debido a ello, en el Perú no hay formas efectivas de
representación política de los intereses populares, no sólo por la ya larga crisis de
los partidos, incluyendo el colapso de la izquierda, sino también por la propia
desarticulación de los sectores populares de la sociedad. Un segundo factor es que
el Estado no termina de conformar una institucionalidad suficientemente capaz de
manejar una situación de conflictividad social creciente. Ante cada conflicto, se
suman errores de manejo estatal con graves consecuencias. El tercer factor sería la
incongruencia de un modelo económico que está generando un crecimiento fuerte,
pero que se haya muy lejos de satisfacer las expectativas de la población, ya que no
frena la reproducción de la desigualdad y la exclusión, al tiempo que incrementa las
expectativas de ascenso social.

¿Existen los mecanismos institucionales para que el Estado atienda estás


demandas?

La disconformidad y el descontento no pueden expresarse políticamente dentro del


tipo de democracia que hemos construido en esta década. Las demandas de las
dirigencias y las autoridades locales asociadas a los conflictos no logran tener
articulación en el plano político. Como consecuencia de ello, estas demandas
aparecen más bien, en el plano local, como pequeños estallidos de violencia o de
simple protesta. Pero esto ocurre no solo por la debilidad institucional del Estado,
sino también por la debilidad de las organizaciones y la ausencia de un tejido social
capaz de ser representativo.

¿El crecimiento económico satisface las expectativas de la población en el


interior del país?

Definitivamente no, porque se sienten excluidos de este proceso. Esto sucede en un


contexto en el que más personas tienen acceso a diversas fuentes de información, a
Internet por ejemplo. Ahora los jóvenes se enteran de lo que sucede en el mundo por
distintos medios de acceso a información y comunicación. Como producto de ello, se
construye una suerte de “ciudadanía imaginada” que está nutrida de ideas de
bienestar y progreso, pero que además está acompañada de una conciencia de
derechos que antes no existía y que choca todos los días con la “ciudadanía real”,
que es la que vivimos a diario y se caracteriza por la falta de derechos efectivos, la
desigualdad y, sobre todo, por la exclusión de la mayoría peruanos que no se
sienten ciudadanos de pleno derecho, en el sentido amplio de la palabra.

Cada vez que surge un nuevo conflicto parece que el Estado se va a enfrentar
a uno por primera vez, ¿la dinámica de estos actualmente es la misma o ha
cambiado?

Lo que ocurre actualmente es un ciclo de conflictividad social que se inició en el


último tramo del gobierno de Alberto Fujimori y que ha venido creciendo durante la
última década. En este ciclo reconozco principalmente tres tipos de conflictos. El
primero está conformado por conflictos de gobernabilidad local, los cuales tuvieron
su punto más alto durante los años 2004 y 2005; el caso de Ilave sería el más
emblemático de este tipo. El segundo está conformado por los conflictos de
poblaciones locales y comunidades campesinas contra empresas extractivas, donde
las demandas aparecen ligadas al medioambiente, a la defensa del territorio y de
recursos naturales; el caso de Bagua sería el conflicto emblemático de este tipo
debido a la magnitud de la violencia. Y finalmente, el tercer tipo está conformado por
conflictos más clásicos, que involucran otras demandas como, por ejemplo, mejores
condiciones salariales o acceso a obras y servicios. De estos hay muchos en
diversas zonas a pesar de no ser muy visibles, pero pueden estallar en cualquier
momento; lo ocurrido en Chala recientemente, donde los trabajadores informales
mineros se opusieron a un intento de formalización es un ejemplo de este tipo de
conflicto. Y es escandaloso que en Chala el conflicto haya terminado con tantos
muertos y heridos por armas de fuego.

¿Cuál de estos tipos de conflicto se registra con mayor presencia en la


actualidad?

Mi impresión es que el segundo tipo de conflictividad es el que se encuentra en su


punto más alto de desarrollo. Ello se debe a la fuerte expansión de la minería y al
creciente aumento de empresas que buscan desarrollar proyectos de explotación de
recursos naturales sin considerar a las poblaciones locales, pero también a que se
han incrementado las expectativas y suspicacias de la gente, incluyendo una suerte
de redescubrimiento y revaloración de los recursos colectivos y el medioambiente.

Algunos analistas sostienen que estamos atrapados en la lógica de la protesta


y la mesa de diálogo…

Hay una suerte de círculo vicioso, en el cual la negociación aparece como un


mecanismo paliativo frente a escenarios de conflicto que ya se están terminando.
Ese círculo vicioso se está quebrando y lo que tenemos es una suerte de hartazgo
de las poblaciones locales. Al no funcionar el mecanismo de negociación
institucional, la violencia comienza a desbordarse. La negociación en el momento
más álgido no soluciona el problema real. Necesitamos formas de negociación
lanzadas hacia el futuro que logren generar voluntades para el desarrollo local.

Una de las explicaciones al origen de los conflictos es que las empresas no


comunican los beneficios de sus proyectos, ¿es cierto esto?

Es cierto en parte. La información que manejan las poblaciones locales muchas


veces es manipulada o errónea debido al escaso nivel de información que brindan
las empresas. La ausencia de información contribuye a la creación de sentidos
comunes y opiniones públicas locales contrarias a cualquier inversión. Pero lo que
también ocurre, y de esto se dan cuenta las comunidades, es que la mayoría de las
empresas sigue viendo las localidades como escenarios vacios en los cuales se
puede depredar los recursos naturales sin control. Las empresas no tienen noción
de constituirse en palanca para el desarrollo local o regional del país. Ni siquiera se
han interesado en proponer al Estado formas efectivas de redistribución de las
sobreganancias con la comunidad.

Los grupos de protesta tienen la percepción de que las autoridades están a


favor del empresariado…

¡Es que están a favor del empresariado! En el Perú, el Estado se ha convertido,


desde Fujimori, en un administrador de intereses privados. Ha dejado de mirar a la
sociedad en tanto conjunto de sectores e intereses a los cuales tiene que responder.
Es simplemente un árbitro, un agente funcional a los intereses empresariales. Por
ejemplo, en las mesas de negociación o de diálogo, el Estado asume el rol de
representación de ellas, en vez de ser un intermediador de los distintos intereses
existentes en el país para la generación de desarrollos locales y regionales.

Si el Estado no está de parte de ellos, ¿no es esa una negociación desigual?

Sí, es absolutamente desigual. Muchas veces los representantes de las poblaciones


están encerrados en un escenario de negociación en el cual aparecen como
prácticamente secuestrados por sus propias bases y tienen que ceder. El Estado
debe reorientar su rol como actor que puede propiciar diálogos a fin de generar
formas de desarrollo económicos reales y sustentables. En ese diálogo es necesario
que intervengan, a pesar de su debilidad actual, los representantes y autoridades de
las poblaciones locales, alcaldes y representantes de los gobiernos regionales, y de
todas maneras los representantes de las empresas. A falta de una efectiva función
del Estado, las empresas piensan que pueden desarrollar sus actividades al margen
de la voz de los actores locales.

¿Y cuál es la tarea que el Estado debería emprender para reducir el número de


conflictos?
Lo que el Estado tiene que hacer es generar escenarios de negociación y dialogo
antes que estallen los conflictos, es decir en el momento en que se generan los
proyectos desarrollo y de inversión. Debe generar mecanismos para que todos los
actores puedan sacar a flote sus intereses y sus demandas. Por otro lado, las
empresas tienen que ceder y también las poblaciones locales frente a la necesidad
de desarrollo de proyectos que resulten importantes para ambos, como obras
públicas e inversiones mineras en las que se haya planificado la continuidad de otras
actividades como la agricultura.

¿Cuál debería ser la labor a largo plazo?

Mirar críticamente el tipo de efectos que está teniendo el modelo económico y


reorientar rumbos en ese sentido. Debería implementarse una política planificada de
explotación de recursos naturales para buscar formas de articulación entre modelos
de desarrollo distintos, sean agrícolas o mineros, y regular las actividades de las
empresas en términos ambientales y tributarios, ello con la finalidad de que pueda
haber una manera efectiva de retorno de los beneficios mediante inversión para las
poblaciones. Mirando al largo plazo, el Estado no ha terminado de construir los
canales institucionales para la representación de demandas e intereses, mientras
que las elites políticas no se dan cuenta de la ausencia de institucionalidad efectiva
en el país. Por ejemplo, el paquete de reformas institucionales propuestas por la
CVR se quedó en papel. Ahí perdimos la posibilidad de institucionalizar un Estado
que pudiese generar canales para la representación de los intereses de todos.

¿El crecimiento económico se está aprovechando?

Lo están aprovechando algunos. Haber crecido entre 9% y 10% es muy importante,


pero no estamos aprovechando la posibilidad de sentar las bases para un desarrollo
económico más democrático. El modelo de desarrollo económico basado en la mera
explotación de los recursos, así tal cual lo aplicamos, nos está demostrando que no
frena, sino más bien reproduce formas de desigualdad y de exclusión. Dos décadas
después es momento de mirar críticamente el modelo que estamos impulsando.
Desafortunadamente, me temo que las elites políticas y empresariales no son lo
suficientemente capaces de darse cuenta que tenemos la posibilidad inmejorable de
sentar las bases para un desarrollo inclusivo y democrático.

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LA FICHA:
Ramón Pajuelo Teves
Estudió Antropología en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y postgrados
en Historia Latinoamericana y Andina en la Universidad Andina (Ecuador) y la
Universidad de Andalucía (España). Sus investigaciones abordan temas sobre
comunidades campesinas e indígenas, movimientos sociales, etnicidad y política.
Entre sus libros recientes figuran: No hay ley para nosotros. Gobierno local,
sociedad y conflicto en el altiplano: el caso Ilave (2009) y Reinventando
comunidades imaginadas. Movimientos indígenas, nación y procesos sociopolíticos
en los países centroandinos (2007).

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