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Coordinación
Sergio Miranda Pacheco
ISBN 978-607-02-8332-1
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Impreso en México
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Sergio Miranda Pacheco
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Impreso en México
xico puede verse en mi texto: “La historia urbana en México: crítica de una histo-
riografía inexistente”, en Héctor Quiroz y Esther Maya (eds.), Urbanismo: temas y
tendencias, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Ar-
quitectura, 2012.
1
Federico Navarrete, Los orígenes de los pueblos indígenas del valle de México. Los
altépetl y sus historias, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Institu-
to de Investigaciones Históricas, 2011, p. 24-25.
2
Ibidem, p. 26; James Lockhart, Los nahuas después de la Conquista. Historia so-
cial y cultural de los indios del México central, del siglo xvi al xviii, México, Fondo de
Cultura Económica, 2013, p. 27, 30, y Rebecca Horn, Postconquest Coyoacan. Na-
hua-Spanish Relations in Central Mexico, 1519-1650, Stanford (California), Stanford
University Press, 1997, p. 21.
3
Víctor M. Castillo Farreras, Estructura económica de la sociedad mexica, según las
fuentes documentales, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto
de Investigaciones Históricas, 1996, p. 73; Alfredo López Austin, “Organización po-
lítica en el altiplano central de México durante el Posclásico”, en Jesús Monjarás-
Ruiz, Rosa Brambila y Emma Pérez-Rocha (comps.), Mesoamérica y el Centro de México,
México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1985, p. 202-203. Otra pos-
tura privilegia el aspecto territorial-administrativo del calpulli. Según esta interpreta-
ción, cada calpulli era una demarcación en la división política de los asentamientos
hecha por el gobierno estatal con los propósitos principales de recolectar el tributo y
reclutar trabajadores. Véase Pablo Escalante, “La polémica sobre la organización de
las comunidades de productores”, Nueva Antropología, v. xi, n. 38, octubre 1990, p. 147-
162, para el desarrollo de la polémica sobre las dos interpretaciones del calpulli.
4
Pablo Escalante, “La ciudad, la gente y las costumbres”, en Pablo Escalante
Gonzalbo (coord.), Historia de la vida cotidiana en México, i. Mesoamérica y los ámbitos
indígenas de la Nueva España, dirigida por Pilar Gonzalbo Aizpuru, México, Fondo
de Cultura Económica/El Colegio de México, 2004, p. 200-202.
5
Lo chichimeca, como estilo de vida o categoría étnica, es un capítulo de la histo-
ria y el mito mesoamericanos que puede y debe ser leído desde diferentes perspectivas.
El punto de partida recurrente es la relación de oposición o de complementariedad
—o ambas— que estableció con lo tolteca. Véanse, por ejemplo, las aproximaciones
que realizaron Paul Kirchhoff, en “Civilizing the Chichimecs: A Chapter in the Cultu-
ral History of Ancient Mexico”, en Some Educational and Anthropological Aspects of Latin
America, Austin, The University of Texas, Institute of Latin-American Studies, 1948
(Latin American Studies, 5), p. 80-85, y “Dos tipos de relaciones entre pueblos en el
México antiguo”, en Carlos García Mora, Linda Manzanilla y Jesús Monjarás-Ruiz
(eds.), Paul Kirchhoff. Escritos selectos. Estudios mesoamericanos, 1. Aspectos generales, México,
Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Antropológi-
cas, 2002, p. 79-82; Miguel León-Portilla, en “El proceso de aculturación de los chichi-
mecas de Xólotl”, Estudios de Cultura Náhuatl, Revista del Instituto de Investigaciones
Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México, v. vii, 1967, p. 59-86;
Michel Graulich, en Mitos y rituales del México antiguo, Madrid, Istmo, 1990, 503 p. (Co-
legio Universitario. Artes, Técnicas, Humanidades), y “Autóctonos y recién llegados en
el pensamiento mesoamericano”, en A. Garrido Aranda (comp.), Pensar América. Cos-
movisión mesoamericana y andina, Córdoba (España), Obra Social y Cultural Cajasur/
Ayuntamiento de Montillo/Colección Mayor, 1997, p. 137-155; Alfredo López Austin y
Leonardo López Luján, en Mito y realidad de Zuyuá. Serpiente Emplumada y las transforma-
ciones mesoamericanas del Clásico al Posclásico, México, El Colegio de México/Fondo de
Cultura Económica, Fideicomiso Historia de las Américas, 1999, 168 p., y Federico
Navarrete Linares, en Los orígenes de los pueblos indígenas del valle de México. Los altépetl y
sus historias, p. 259-341. Un breve resumen de estas posturas se encuentra en Federico
Navarrete, “Chichimecas y toltecas en el valle de México”, Estudios de Cultura Náhuatl,
Revista del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autóno-
ma de México, v. 42, 2011, p. 22-23.
9
Chimalpain, Memorial breve…, p. 97.
10
“Anales de Cuauhtitlan”, en Códice Chimalpopoca. Anales de Cuauhtitlan y Le-
yenda de los Soles, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto
de Historia, 1945, p. 3.
11
Federico Navarrete, Los orígenes…, p. 271-272.
12
Diego Durán, Historia de las Indias de Nueva España e islas de tierra firme, Mé-
xico, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2002 (Cien de México), t. i,
tratado i, cap. xxvii, p. 270.
ron el cauce del río que pasaba por el lugar e hicieron una presa. A
través de esta medida hidráulica, el agua inundó todo el llano y se
formó una gran laguna, que rodeaba al cerro Coatepec. En poco
tiempo el lugar se hizo en extremo fértil: la laguna se llenó de peces
y de flora acuática, lo que atrajo a una gran diversidad de aves. Este
agradable sitio representó una réplica de la tierra que su dios patro-
no les había prometido, y que se ubicaría en la ulterior Tenochtitlan.13
Igualmente, era la recreación de la tierra de origen, Aztlan.
Además de una geografía diferente, el tipo de vivienda y los ma-
teriales utilizados para construirla se sumaron a la distinción entre
chichimecas y toltecas. Las crónicas coinciden en afirmar que los pri-
meros moraban en cuevas o las cavaban, o tenían chozas de paja.14 Al
13
Ibidem, cap. iii, p. 75-76. “A pesar de la conformación heterogénea de los
barrios de Tenochtitlan, la organización del asentamiento siempre estuvo definida
por una estructura topográfica común: la plataforma/vecindario. En efecto, los
predios familiares formaban conjuntos compactos que se asentaban sobre extensas
islas artificiales rodeadas por canales y caminos que las separaban de otros conjun-
tos”, Alejandro Alcántara Gallegos, “Los barrios de Tenochtitlan. Topografía, orga-
nización interna y tipología de sus predios”, en Pablo Escalante Gonzablo (coord.),
Historia de la vida cotidiana en México, i. Mesoamérica y los ámbitos indígenas de la Nueva
España, México, Fondo de Cultura Económica/El Colegio de México, 2004, p. 180.
14
Fray Toribio de Benavente (Motolinía), Historia de los indios de Nueva Espa-
ña. Relación de los ritos antiguos, idolatrías y sacrificios de los indios de la Nueva España,
y de la maravillosa conversión que Dios en ellos ha obrado, México, Porrúa, 2007, epís-
tola proemial, p. 3; fray Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, México,
Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2002, t. i, lib. ii, cap. xxxii, p. 268;
Joseph de Acosta, Historia natural y moral de las Indias. En que se tratan de las cosas
notables del cielo, elementos, metales, plantas y animales dellas y los ritos, y ceremonias,
leyes y gobierno de los indios, México, Fondo de Cultura Económica, 2006, lib. vii,
cap. 2, p. 358; Francisco Hernández, Antigüedades de la Nueva España, Madrid,
Historia 16, 1986, lib. ii, cap. xi, p. 127; Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Historia de
la nación chichimeca, en Obras históricas, edición, estudio introductorio y un apéndice
documental de Edmundo O’Gorman, México, Instituto Mexiquense de Cultura/
Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históri-
cas, 1997, v. ii, p. 27; Juan de Torquemada, Monarquía indiana de los veinte y un li-
bros rituales y monarquía indiana, con el origen y guerras de los indios occidentales, de sus
poblazones, descubrimiento, conquista, conversión y otras cosas maravillosas de la mesma tie-
rra, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1975, t. i, lib. i, cap. xi,
p. 48; “Histoire du Mechique”, en Mitos e historias de los antiguos nahuas, paleogra-
fía y traducciones de Rafael Tena Martínez, México, Consejo Nacional para la
Cultura y las Artes, 2002, cap. i, p. 127, y Mariano Veytia, Historia antigua de Méxi-
co, México, Leyenda, 1944, t. i, lib. i, cap. iii, p. 18.
15
Torquemada, Monarquía indiana…, t. i, lib. i, cap. xv, p. 58.
16
Mapa Quinatzin, en Luz María Mohar Betancourt (ed.), Códice Mapa Quina-
tzin. Justicia y derechos humanos en el México antiguo, México, Comisión Nacional de
Derechos Humanos/Centro de Investigaciones y Estudios sobre Antropología So-
cial/Miguel Ángel Porrúa, 2004, 333 p.
17
Federico Navarrete, Los orígenes…, p. 305.
18
Motolinía, Historia de los indios…, trat. iii, cap. 7, p. 213; Torquemada, Monar-
quía indiana…, t. i, lib. i, cap. xx, p. 67.
19
“Histoire du Mechique”, 2002, cap. I: 125, 127; Motolinía, Historia de los in-
dios…, trat. iii, cap. 7:213
Alfredo López Austin, Cuerpo humano e ideología. Las concepciones de los anti-
32
de no hay recreación para los hombres […]; lugar donde nadie vive
ni se hace ninguna cosa comestible; lugar de hambre y frío […],
donde las bestias comen hombres y donde matan los hombres a
traición”.36 En la Monarquía indiana de Torquemada37 igualmente se
pueden encontrar alusiones al monte como lugar donde hay aflic-
ción, hambre, cansancio y otras desventuras.
La descripción del bosque apunta de inmediato a la oposición
que existe entre el ámbito humano y el espacio deshabitado y salva-
je. El espacio modificado por la intervención del hombre se define
por ser un lugar seguro, ordenado, que proporciona los medios
indispensables de supervivencia, y en el que se mantiene un estado
de equilibrio individual, comunitario y con la divinidad, generado
por un comportamiento moral. En franca contradicción, en los sitios
rústicos reina la angustia, el llanto, la tristeza, el peligro constante,
por consiguiente, un estado de terror; también la inmoralidad. Es
asiento de fieras, por ello, un espacio deshumanizado. La caracteri-
zación de la zacaixtlahuatl, “planicie de pasto”, “tierra de muchos
páramos inculta y sin árboles” para Sahagún, condensa la oposición
entre el espacio culturizado y el salvaje. Así, se dice que en este lugar
“no hay sementeras, no hay casas” (acan ca milli, acan ca calli), sino
que es una tierra llena de conejos, serpientes y fieras (tochyo, cohua-
yo, tecuayo, tecuanyo).38
Entre los pueblos indígenas se siguen conservando semejantes
representaciones negativas de los espacios naturales y cómo éstas se
enfrentan a la concepción que se tiene del espacio humano. Para los
nahuas de Huitzilan de Serdán, el centro se identifica con el lugar
de lo divino y el orden moral, también el lugar de la cultura; mien-
tras que el bosque corresponde al lugar de los animales y el diablo,
y está asociado con una ausencia de cultura. De igual manera, la
actividad de la caza, realizada en el bosque, se opone al trabajo en
la milpa.39 En el mismo sentido, un tzotzil opone el campo de culti-
vo al bosque: “en las milpas no hay sombra ni oscuridad; es tierra
36
Sahagún, Historia general…, t. iii, lib. xi, cap. vi, p. 1058.
37
Torquemada, Monarquía indiana…, t. i, lib. ii, cap. xxxvi, p. 198.
38
Sahagún, Florentine Codex…, lib. xi, cap. xii, párr. vi, p. 263.
39
James M. Taggart, “Metaphors and Symbols of Deviance in Nahuat Narra-
tives”, Journal of Latin American Lore, v. 3, n. 2, 1977, p. 292 y 295.
40
Calixta Guiteras Holmes, Los peligros del alma. Visión del mundo de un tzotzil,
traducción de Carlo Antonio Castro, México, Fondo de Cultura Económica, 1996,
p. 222.
41
Alan R. Sandstrom, “Center and Periphery in the Social Organization of
Contemporary Nahuas of Mexico”, Ethnology, v. xxxv, n. 3, 1996, p. 163.
42
Sahagún, Florentine Codex…, lib. xi, cap. xii, párr. vi, p. 262; párr. ix, p. 275.
En el pensamiento nahua, los animales que habitaban el bosque —el conejo y el
venado— fueron tipificados como temerosos (Sahagún, Florentine Codex…, libs. iv-
v, cap. iii, p. 10), en tanto que los que moran en la cueva eran considerados muy
peligrosos. De esta manera, dichos animales fueron utilizados culturalmente para
denotar la pusilanimidad o la transgresión de una persona, o para inspirar temor
a la gente.
43
Ibidem, párr. ix, p. 277.
44
Ibidem, párr. vi, p. 262.
45
Traducción propia.
46
Ibidem, párr. ix, p. 276.
47
Traducción propia.
48
Sahagún, Florentine Codex…, lib. xi, cap. xii, párr. ix, p. 277.
49
Idem.
50
Véanse Anales de Cuauhtitlan…, p. 4; López Austin y López Luján, Mito y
realidad de Zuyuá…, p. 68 y 71.
51
Echeverría, Los locos…, p. 248.
52
López Austin, Cuerpo humano…, t. i, p. 281 y 291.
53
Pablo Escalante Gonzalbo, “Calpulli: ética y parentesco”, en Pilar Gonzalbo
(coord.), Historia de la familia, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María
Luis Mora/Universidad Autónoma Metropolitana, 1993, p. 102.
54
Pablo Escalante Gonzalbo, “La ciudad, la gente y las costumbres”, en Pablo
Escalante Gonzalbo (coord.), Historia de la vida cotidiana en México, i. Mesoamérica y
los ámbitos indígenas de la Nueva España, México, Fondo de Cultura Económica/El
Colegio de México, 2004, p. 199-230.
(coord.), Historia general del Estado de México, 2. Época prehispánica y siglo xvi, Zinacan-
tepec, Gobierno del Estado de México/El Colegio Mexiquense, 1998, p. 168.
56
Ibidem, p. 164; Ignacio Guzmán Betancourt, “El otomí, ¿lengua bárbara?
Opiniones novohispanas y decimonónicas sobre el otomí”, en Rosa Brambila Paz
(coord.), Episodios novohispanos de la historia otomí, Toluca, Instituto Mexiquense de
Cultura, 2002, p. 24.
57
Pablo Escalante, “Los otomíes…”, p. 170; Pablo Escalante, “La ciudad…”,
p. 201-202.
58
Diego Muñoz Camargo, Descripción de la ciudad y provincia de Tlaxcala, San
Luis Potosí, El Colegio de San Luis/Gobierno del Estado de Tlaxcala, 2000, p. 79;
Antonio de Ciudad Real, Tratado curioso y docto de las grandezas de la Nueva España.
Relación breve y verdadera de algunas cosas de las muchas que sucedieron al padre fray
Alonso Ponce en las provincias de la Nueva España siendo comisario general de aquellas
partes, 2 v., México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de In-
vestigaciones Históricas, 1976, t. i, cap. ii, p. 55; “Historia de los mexicanos por
sus pinturas”, en Teogonía e historia de los mexicanos. Tres opúsculos del siglo xvi, edi-
ción preparada por Ángel María Garibay K., México, Porrúa, 1965, p. 36.
59
Alva Ixtlilxóchitl, Historia…, t. i, p. 322-323.
Ibidem, p. 323.
60
62
Véase Jaime Echeverría y Miriam López Hernández, “Criterios esenciales
de diferenciación étnica entre los antiguos nahuas”, Itinerarios, v. 15, 2012, p. 190-
194.
63
Véanse Alejandro Alcántara, “Los barrios…”, p. 190; Pablo Escalante, “La
ciudad…”, p. 203.
64
Durán, Historia…, t. ii, tratado ii, cap. ii, p. 235.
66
Fray Bernardino de Sahagún, Augurios y abusiones, México, Universidad Na-
cional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1969, p. 41.
67
Torquemada, Monarquía…, t. i, lib. ii, cap. lxxviii, p. 294.
68
Norbert Elias, El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psico-
genéticas, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1987, p. 530.
69
Sahagún, Augurios…, p. 32.
70
Burkhart, “Moral…”, p. 122; Sahagún, Historia general…, t. iii, lib. xi, cap. i,
p. 997.
71
Fray Alonso de Molina, Vocabulario…, sección náhuatl-español, f. 21v.
72
Ángel María Garibay, “Huehuetlatolli, Documento A”, Tlalocan. A Journal of
Source Material on the Native Cultures of Mexico, 1943, v. i, n. 2, p. 99; Josefina Gar-
cía, “Exhortación…”, p. 156.
73
Sahagún, Florentine…, 1961, lib. x, cap. xv, p. 56.
74
Sahagún, Florentine…, 1963, lib. xi, cap. vii, p. 130.
75
Jaime Echeverría García, “El miedo al otro entre los nahuas prehispáni-
cos”, en Pilar Gonzalbo Aizpuru, Anne Staples y Valentina Torres Septién (eds.),
Una historia de los usos del miedo, México, El Colegio de México/Universidad Ibe-
roamericana, 2010, p. 46-47.
76
Escalante, “La ciudad…”, p. 215.
77
Fray Bernardino de Sahagún, Primeros memoriales, Norman, University of
Oklahoma, 1997, cap. iv, párr. 11, f. 70v-71r, p. 296-298.
78
Pablo Escalante, “Insultos y saludos de los antiguos nahuas. Folklore e his-
toria social”, Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, n. 61, 1990, p. 29-46; y
Pablo Escalante Gonzalbo, “La cortesía, los afectos y la sexualidad”, en Pablo Esca-
lante Gonzalbo (coord.), Historia de la vida cotidiana en México, i. Mesoamérica y los
ámbitos indígenas de la Nueva España, México, Fondo de Cultura Económica/El Co-
legio de México, 2004, p. 261-278.
79
Escalante, “Insultos…”, p. 40-41; Escalante, “Calpulli…”, p. 98, y Escalante,
“La cortesía…”, p. 268.
80
Escalante, “Calpulli…”, p. 99.
81
Alcántara, “Los barrios…”, p. 182.
82
Sahagún, Primeros…, cap. iv, párr. 11, f. 70v, p. 296.
83
Ibidem, f. 71r, p. 298.
84
Escalante, “Insultos…”, p. 43-44; Escalante, “Calpulli…”, p. 98, y Escalante,
“La cortesía…”, p. 269.
Conclusiones
85
Sahagún, Primeros…, cap. iv, párr. 11, f. 71r, p. 297.
86
Escalante, “La cortesía…”, p. 270.
87
Sahagún, Florentine…, 1969, lib. vi, cap. xliii, p. 245.
Patrick Johansson K.
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Históricas
1
Suprasegmental: adjetivo que designa los elementos expresivos no lingüís-
ticos.
2
Cfr. Patrick Johansson, La palabra, la imagen y el manuscrito. Lecturas indígenas
de un texto pictórico en el siglo xvi, México, Universidad Nacional Autónoma de Mé-
xico, Instituto de Investigaciones Históricas, 2004, p. 23-24.
• Textos pictóricos
• Textos verbales manuscritos
• Textos mixtos
ponen la colectividad mexica fue una de las que más atrajeron a los
recopiladores. Abundan las variantes de la gesta estructurante del
ser-mexica, algunas obtenidas de la voz viva de un informante, otras
recopiladas a partir de documentos pictóricos leídos por informan-
tes indígenas y cuya lectura se transcribió en manuscritos alfabéticos.
En el caso de la Peregrinación de los aztecas contamos hoy con testi-
monios orales transcritos, versiones alfabéticas de lecturas de códices
precolombinos así como textos pictóricos coloniales calcados sobre los
documentos originales pero con sello indígena novoshispano propio.
A estas fuentes primeras se deben añadir crónicas e historias redacta-
das en náhuatl y en castellano que se escribieron posteriormente.
Textos pictográficos
• El Códice Azcatitlan
• El Códice mexicanus
• El Mapa Sigüenza
• El Códice Vaticano-Ríos
• El Códice telleriano-remensis
• El Códice Boturini
utilizar para redactar dicha historia. Para tales efectos se pedía a in-
formantes, sabios y pintores que leyeran o por lo menos explicaran
las imágenes de los libros. Estas lecturas o explicaciones se transcri-
bían en manuscritos, muchos de los cuales se conservan hoy en día.
Como en el caso de la transcripción de los testimonios orales,
cuando las lecturas efectuadas y conservadas en náhuatl se volvían
a escribir en castellano, su narratividad específica se perdía al ser
sustituida por el discurso del cronista, discurso generalmente más
distante y con un punto de vista propio.
Se conservan, sin embargo, algunos manuscritos en náhuatl que
resultan ser lecturas de documentos pictóricos los cuales están des-
graciadamente perdidos.
En lo que concierne a la peregrinación de los aztecas, las versiones
contenidas en los Anales de Cuauhtitlan, el Códice Aubin, el Ms. 40 y el
Ms. 85 muestran claramente ser lecturas de secuencias pictóricas que
se transcribieron.
[…] y dejando a los tres en este lugar, hasta que los encontremos en
otro, pasamos con los mexicanos de estas Siete Cuevas a otro lugar
llamado Coatl Ycamac […].
El mito y la historia
1998, p. 63.
8
Códice florentino (Testimonios de los informantes de Sahagún), facsímil elaborado por
el Gobierno de la República Mexicana, México, Giunte Barbera, 1979, libro x, cap. 29.
9
Dibble y Anderson traducen çan naoalmanjz in tlalli como “this will only
spread sorcery in the land”. La quema referida podría haber concernido única-
mente libros religiosos con un tenor que no correspondía a los nuevos tiempos.
Los jefes acolhuas referidos en el folio 52r del mismo documento, Tlaleca-
10
12
Un fuego ilícito fue hecho por Tota y Nene en el año 1-tochtli cuando éstos
asaron peces y humearon el cielo creando asimismo la vía láctea. Los bastones del
fuego doméstico (tlecuáhuitl) cayeron del cielo en el año 2-caña. Cfr. Patrick Jo-
hansson, “And the Flint Stone Became a Rabbit… The Creation of the South and
the Origin of Time in the Aztec Legend of the Suns”, Estudios Indiana: Das kulturelle
Gedächtnis Mesoamerikas im kulturvergleich zum alten China. Rituale im Spiegel von
Schrift und Mündlichkeit, edición de Daniel Graña-Behrens, Berlín, Ibero-Amerika-
nisches Institut Preuβischer Kulturbesitz, n. 2, 2009, p. 77-99.
13
Cfr. Patrick Johansson, “Presagios del fin de un mundo en textos proféticos
nahuas”, Estudios de Cultura Náhuatl, México, Universidad Nacional Autónoma de
México, Instituto de Investigaciones Históricas, n. 45, enero-junio de 2013, p. 79-80.
14
Por dar tan sólo un ejemplo, fue un pedernal arrojado desde el cielo el que
determinó el nacimiento de 400 dioses después de haber penetrado en una cueva
(oztotl). Cfr. Torquemada, Monarquía indiana, v. 3, p. 120.
En náhuatl oztotl es la “cueva” mientras que otztic refiere el estado de preñez
15
de una mujer.
çatepan yn ovalpeuhque
• Las dos volutas del personaje que recibe las armas lo relacio-
nan con la cabeza en el pico del colibrí que se encuentra en
el primer bulto (Huitzilopochtli).
• La posición sedente parece ser un compromiso entre la verti-
calidad dinámica de los cuatro teóforos y la horizontalidad de
los tres mimixcoas extendidos en las biznagas y el mezquite.
Dicha posición es, sin duda, en el contexto pictográfico del
Códice Boturini, una referencia a un asentamiento.
• En ambos grupos (teóforos aztecas y mimixcoas) los persona-
jes masculinos muestran únicamente el brazo/mano derecha,
mientras que los dos personajes femeninos (Chimalma y
Teoxáhual) tienen los brazos colgando en una posición que
sugiere una no participación, un estado pasivo o el movimien-
to específico de los brazos que caracteriza a la danza nematla-
xo, en la fiesta Ochpaniztli. Señalemos que el sacrificador
también tiene las dos manos aparentes.
17
Recordemos que la biznaga (teocomitl) es una planta de las regiones semide-
sérticas que puede contener grandes cantidades de agua.
18
A menos de que la ausencia del cuchillo se deba a una modificación inten-
cional, por parte del tlahcuilo, en el contexto colonial de la realización de la copia.
El libro iii del Códice florentino aduce un relato detallado del naci-
miento cratafónico del dios solar mexica: la diosa-madre Coatlicue,
“falda de serpientes”, barría arriba del monte Coatépec cuando
cayó del cielo un ovillo de plumas. La diosa lo recogió, lo puso
debajo de su huipil y empreñó del que sería el sol: Huitzilopochtli.
La hermana mayor de Huitzilopochtli: Coyolxauhqui (la luna) y sus
hermanos, los cuatrocientos Huitznahuas (las estrellas), decidieron
dar muerte a su madre matando asimismo al fruto de lo que ellos
consideraban un amor ilícito que los avergonzaba. Después de mu-
chas peripecias, nace Huitzilopochtli, armado con la Xiuhcóatl, la
serpiente de fuego. Éste sacrifica y degüella a Coyolxauhqui, per-
sigue y diezma a los Huitznahuas, de los que sólo cinco escapan a
la furia del dios. Es preciso señalar que otras variantes del mito si-
túan en Coatépec la caída de los palos de fuego o el fuego nuevo,
es decir la aparición del elemento ígneo.
No podemos, en el espacio de este artículo, proceder a un aná-
lisis exhaustivo de la producción narrativa de sentido y de los sím-
bolos que entraña el texto. Nos conformaremos con desprender los
elementos esenciales de la historia:
La fecundación de Coatlicue por el ovillo de pluma representa
en última instancia la fecundación de la tierra por el cielo. El hecho
de barrer (tlachpaniztli) el monte Coatépetl constituye asimismo un
esquema de acción narrativa con alto valor simbólico. En efecto,
barrer constituía una penitencia, una purificación, pero sobre todo
definía simbólicamente la disponibilidad del ente femenino en la
espera del agente masculino de su fecundación.
Después de una gestación narrativa, cuyas etapas consideramos
más adelante, Huitzilopochtli nace, irrumpe en lo más alto del mon-
te. Coatlicue, la mujer con enaguas ofidias, y el monte de la serpiente,
Coatépetl, se funden aquí para constituir un mismo ente telúrico-
materno generador del sol y del maíz.
El tunal tenochtli:
axis mundi del asentamiento mexica
Se dice que llovió piedras sobre ellos y cuando cesó la lluvia de piedras,
luego del cielo descendió una gran piedra de sacrificios, allá, detrás de
Chapultepec vino a caer.
19
Hernando Alvarado Tezozómoc, Crónica mexicáyotl, traducción del náhuatl
de Adrián León, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de
Investigaciones Históricas, 1998, 188 p. (Primera Serie Prehispánica 3), p. 41.
20
Códice florentino, libro iii, cap. 10.
Ténoch y el tenochtli
21
Según el astrónomo Jesús Galindo, el eclipse habría comenzado a las 10:50 y
durado 4 minutos. Cfr. Eduardo Matos Moctezuma, Tenochtitlan, México, Fondo
de Cultura Económica, 2006, p. 41.
22
Códice Aubin de 1576, edición, versión paleográfica y traducción directa del
náhuatl de Charles E. Dibble, Madrid, José Porrúa Turanzas, 1963, 111 p., 150
planos (Colección Chimalistac), f. 21v.
23
Ibidem, f. 24v-25r.
24
Crónica mexicáyotl, p. 78.
Hoy en día los huastecos de habla náhuatl llaman mexco a los pequeños pozos
25
de agua.
26
Códice Aubin, f. 25r.
Ibidem, p. 95.
30
31
Cfr. Beaumont, i, p. 524, citado por Rafael García Granados, Diccionario
biográfico de historia antigua de Mejico, México, Universidad Nacional Autónoma
33
Cfr. Patrick Johansson, “Tlahtoani y Cihuacoatl. Lo diestro solar y lo siniestro
lunar en el alto mando mexica”, Estudios de Cultura Náhuatl, México, Universidad
Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 28, 1998,
p. 39-75.
Figura 3. De Aztlan a
Colhuacan. Códice
Boturini, lámina i
Figura 4. La cueva de
Chicomóztoc. Historia tolteca-
chichimeca, f. 16r
2
Alejandro Cañeque, “Espejo de virreyes: el arco triunfal del siglo xvii como
manual efímero del buen gobernante”, en José Pascual Buxó (ed.), Recepción y es-
pectáculo en la América virreinal, México, Universidad Nacional Autónoma de Méxi-
co, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 2007, p. 199-218.
6
Manuel Romero de Terreros, Torneos, mascaradas y fiestas reales en la Nueva
España, México, E. Murguía, 1918, p. 14 y s.
7
Francisco Baca Plasencia, El paseo del pendón en la ciudad de México en el siglo xvi,
tesis de maestría, México, Universidad Iberoamericana, 2009, p. 62 y s., p. 44 y s.
8
Estatutos ordenados por el Santo Concilio III Provincial Mexicano en el año de
1585, publicados con las licencias necesarias por Mariano Galván Rivera, Barcelo-
na, Imprenta de Manuel Miró y D. Marsá, 1870, p. 60 y s.
9
Leticia Pérez Puente, “Cita de ingenios: los primeros concursos por las ca-
nonjías de oficio en México, 1598-1616”, en Francisco Cervantes Bello (coord.),
La Iglesia en la Nueva España. Relaciones económicas e interacciones políticas, Puebla,
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Instituto de Ciencias Sociales y
Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”, 2010, p. 193-227.
10
Idem.
12
Enrique González, “La universidad: estudiantes y doctores”, en Pilar Gon-
zalbo (ed.), Historia de la vida cotidiana en México, 6 v., México, El Colegio de Méxi-
co/Fondo de Cultura Económica, 2004, v. ii, p. 261 y s.
tamen poético.15 Al parecer nadie advirtió que por esas fechas (con
diferencia de una sola semana) cumplía cien años de fundada la
universidad, hecho que Sigüenza se encargó de resaltar en su rela-
ción conmemorativa del Triunfo parténico treinta años después.16 El
año escolar concluía con otra fiesta mariana, el nacimiento de la
Virgen, el 8 de septiembre.17
Sin embargo, las más vistosas ceremonias universitarias eran las
graduaciones de bachiller, licenciado y, sobre todo, la de doctor. En
esta última, después de presentar una tesis y de someterse a dos
exámenes —uno privado ante cinco sinodales y uno público ante los
doctores de su facultad— la ceremonia “terminaba con un estrepi-
toso sonar de trompetas, poniéndose el nuevo doctor a caballo, para
ser acompañado por la ciudad por los demás de su profesión”.18
Después de ese paseo, el graduado daba a sus expensas una cena
para sus sinodales y los miembros del claustro. Al día siguiente, un
nuevo paseo lo llevaba de la universidad a la catedral, en donde
estaba arreglado un tablado cerca de la puerta oriental para que ahí
se colocaran el virrey, el rector, el maestrescuela del cabildo y los
doctores y maestros de la universidad. Después de una misa y una
ronda de preguntas, se hacía el “vejamen”, sátira ligera en verso y
en castellano sobre un defecto real o imaginario del graduado. Al
final, éste recibía las insignias doctorales de manos del virrey: una
espada y una espuela para los seglares y un anillo y un libro para los
eclesiásticos. Una solemne profesión de fe y un juramento por la
Inmaculada Concepción sacralizaban el acto, y con la entrega de
bonete y borla se le otorgaba el grado. Los asistentes, vestidos con
sus mucetas, togas y bonetes, mostraban con tal atuendo su paso por
la misma ceremonia. Cada facultad se distinguía por el color de sus
Gregorio de Guijo, Diario (1648-1664), 2a. ed., 2 v., México, Porrúa, 1986
15
borlas: blancas para los teólogos, amarillas para los médicos, rojas
para los legistas y verdes para los canonistas.19 A la ceremonia se-
guían los regocijos que incluían banquetes y una corrida de toros.
Es obvio que los costos por derechos a examen, las propinas (que se
repartían entre todo el claustro de doctores) y los gastos de la gra-
duación no podían ser subvencionados por los estudiantes pobres,
quienes nunca llegaban a graduarse, salvo que consiguieran el apo-
yo de un padrino o mecenas. En 1689, el cronista de la universidad,
Cristóbal de la Plaza y Jaén, menciona que sólo había en el reino
130 doctores titulados.20
La universidad era una corporación de corporaciones, cuyos
miembros estaban insertos en el cabildo de la catedral, el Protome-
dicato, la audiencia y algunas de las provincias religiosas. El caso de
la universidad es excepcional y único, al igual que los cabildos civil
y eclesiástico sólo existía una corporación de su tipo en la ciudad.
Otra era la situación de las provincias religiosas que, junto con las
cofradías y gremios, conformarían los espacios más numerosos del
corporativismo urbano.
19
Manuel Romero de Terreros, La vida social en la Nueva España, México, Po-
rrúa, 1944, p. 101 y s.
20
Cristóbal de la Plaza y Jaén, Crónica de la Real y Pontificia Universidad, 2 v.,
México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1931, v. ii, p. 295 y s.
21
Jessica Ramírez, “Las nuevas órdenes en las tramas semántico-espaciales de
la ciudad de México, siglo xvi”, Historia Mexicana, v. 63, n. 3 (251) (enero-marzo
2014), p. 1015-1075.
22
Fray Luis de Cisneros, Historia de el principio y origen, progresos, venidas a Mé-
xico, y milagros de la santa imagen de Nuestra Señora de los Remedios extramuros de la
ciudad, México, Imprenta del Bachiller Juan Blanco de Alcázar, junto a la Inquisi-
ción, 1621, p. 38.
23
Alena Robin, Las capillas del Vía Crucis de la ciudad de México. Arte, patrocinio y
sacralización del espacio, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Insti-
tuto de Investigaciones Estéticas, 2014.
24
Asunción Lavrin, Brides of Christ. Conventual Life in colonial Mexico, Stanford,
Stanford University Press, 2008, ix+496 p., ils., apéndice, notas, p. 244 y s.
colegios de enseñanza media para los sectores criollos, lo cual les dio
un gran prestigio y les permitió acumular tierras donadas por sus
benefactores para atender sus necesidades. En la capital, los jesuitas
administraban con el nombre de colegios instituciones de muy dife-
rente tipo: San Ildefonso (que fusionó las antiguas residencias de San
Bernardo y San Miguel) funcionaba como casa de habitación y estu-
dio para estudiantes becados, pero no daba cursos; San Gregorio, fue
abierto para dar instrucción elemental a la nobleza indígena de la
ciudad y como una alternativa ante la decadencia del colegio fran-
ciscano de Tlatelolco; San Pedro y San Pablo, denominado colegio
máximo, era el único con cursos regulares impartidos tanto a alum-
nos externos como a aquellos que profesarían en la Compañía. Por
ser el principal colegio, a su costado se construyó el templo desde
donde los jesuitas administraban los sacramentos a la población; La
Profesa para los sacerdotes que harían su cuarto voto, es decir el úl-
timo requisito para ser jesuitas con plenos derechos y donde se im-
partían cursos de retórica para la predicación; San Andrés, original-
mente pensado para albergar a sus novicios, cuando éstos fueron
trasladados al pueblo de Tepotzotlán, el edificio se dedicó a atender
a los misioneros que iban a Filipinas y, con la dadivosa ayuda del
mercader Andrés Carvajal, funcionó también como hogar para algu-
nos jesuitas, como lugar de “probación” para futuros miembros de la
orden y en el xviii como casa para ejercicios espirituales.25
A los templos anexos a los conventos y a los colegios llegaban a
lo largo del día personas de todos los grupos sociales que acudían
a escuchar misas, a recibir los sacramentos y a participar en las fies-
tas litúrgicas. En los templos, los fieles también recibían noticias a
través de los sermones, obtenían goce estético con la música y las
artes visuales y se allegaban informes sobre las novedades aconteci-
das en la vida de sus semejantes. En los presbiterios, las capillas la-
terales, las naves y las sacristías de esas iglesias conventuales era
también común encontrar las lápidas de las tumbas de caballeros y
damas de alcurnia, enterrados a menudo con el hábito de la orden
25
Pilar Gonzalbo, Historia de la educación en la época colonial. La educación de los
criollos y la vida urbana, México, El Colegio de México, 1990, 395 p. (Historia de la
Educación), p. 159 y s.
Pero los templos de los religiosos no sólo eran los centros donde las
provincias religiosas manifestaban su presencia urbana, también en
España, México, Miguel Ángel Porrúa, 1979 (Colección Tlahuicole 2), p. 188.
28
Antonio de Robles, Diario de sucesos notables, 3 v., México, Porrúa, 1972,
v. iii, p. 128.
29
Anónimo, Festivo aparato con que la provincia mexicana de la Compañía de Jesús
celebró en esta imperial corte de la América Septentrional los immarcescibles lauros y glorias
inmortales de san Francisco de Borja, México, Juan Ruiz, 1672.
31
Ibidem, p. 89 y s.
Ibidem, p. 143 y s.
32
33
Lyman Johnson, “Artesanos”, en Louisa Schell Hoberman y Susan Migden
(comps.), Ciudades y sociedad en Latinoamérica colonial, México, Fondo de Cultura
Económica, 1992, p. 255-285.
34
Julio César Cervantes López, La archicofradía de la Santísima Trinidad, una
cofradía novohispana, tesis de maestría, México, Universidad Nacional Autónoma
de México, Facultad de Filosofía y Letras, 2003, p. 24 y s.
35
Nuria Salazar, “El templo de la Santísima Trinidad de México, una historia
en construcción”, Boletín de Monumentos Históricos, México, Instituto Nacional de
Antropología e Historia, tercera época, v. 24 (enero-abril 2012), p. 28-70.
36
Antonio Rubial, Monjas, cortesanos y plebeyos. La vida cotidiana en la época de
sor Juana, México, Taurus, 2005.
37
Ibidem, p. 73.
Dispositivos
1
Giorgio Agamben, ¿Qué es un dispositivo? Seguido de El amigo y de La Iglesia y
el reino, Barcelona, Anagrama, 2015, 66 p. La caracterización de Agamben surge
del análisis de la obra publicada de Foucault así como de algunas entrevistas a las
que tuvo acceso.
2
Quisiera destacar en particular las propuestas de Spiro Kostof en este senti-
do. En el capítulo introductorio de su obra The City Shaped: Urban Patterns and
Meanings Through History, Londres, Thames & Hudson, 1991, 352 p., reflexionó
en torno a la ciudad toda como un “artefacto”. En su análisis, el artefacto debía
abarcar al conjunto de las relaciones dentro de cada experiencia urbana para po-
der caracterizarlas en razón de sus sistemas de apropiación del territorio y de su
configuración morfológica. Sin embargo, en otra de sus obras (The City Assembled:
The Elements of Urban Form Through History, Londres, Thames & Hudson, 1999,
320 p.), Kostof nos propone abordar distintos elementos de las experiencias urba-
nas como artefactos que pueden ser estudiados de manera independiente. Esta
última aproximación ha sido uno de los referentes más importantes para plantear
el presente análisis pues la fuerza de la argumentación radica justamente en la
enorme variedad de casos postulados en la argumentación general. También
como ejemplo de análisis de tipologías constructivas y su operatividad en térmi-
nos sociales cabe mencionar a Paolo Portoghesi quien, desde una óptica benjami-
niana, explora la relación entre teorías de diseño del espacio y tipologías cons-
tructivas en el renacimiento italiano: El ángel de la historia. Teorías y lenguajes de la
arquitectura, Madrid, Hermann Blume, 1985, 276 p.
3
En lo que se refiere a la interacción de prácticas constructivas con una
concepción específica (en este caso la noción de vanguardia social) los trabajos
de Kenneth Frampton pueden ser muy ilustrativos, sobre todo, en sus reflexio-
nes en torno a la cultura tectónica de la arquitectura de finales del siglo xix:
Studies in Tectonic Culture: The Poetics of Construction in Nineteenth and Twentieth
Century Architecture, Cambridge (Massachusetts), The Massachusetts Institute of
Technology Press, 1995. Por otra parte, destaca notablemente el trabajo de Pa-
trick Joyce, The Rule of Freedom, Liberalism and the Modern City, Londres, Verso,
2003, 276 p.
4
Del lado de la materialidad más estricta se encuentran algunos de los aná-
lisis de la arqueología industrial que han buscado dar cuenta de los cambios tec-
nológicos en su dimensión social, aplicando metodologías que antes habían que-
dado circunscritas al estudio de las Antigüedades y la Edad Media. Peter
Neaveson y Marilyn Palmer, Industrial Archaeology: Principles and Practice, Nueva
York, Routledge, 1998, 180 p. En este sentido no debe entenderse que la historia
6
El trabajo clave en este sentido es de Jorge Olvera Ramos, Los mercados de la
Plaza Mayor en la ciudad de México, México, Centro de Estudios Mexicanos y Centro-
americanos/Cal y Arena, 2007, 167 p. Muchas de las afirmaciones que siguen tienen
fundamento en este trabajo que destaca por lo rico de su investigación, aunque me
parece que tiene limitantes en la interpretación de la información obtenida. Existen,
por supuesto, otras obras que han tratado la temática de las plazas y sus actividades
en la época novohispana que se mencionarán más adelante, pese a que, sin duda,
los trabajos de Olvera son un referente que no se puede ignorar.
7
Pareciera una omisión imperdonable no utilizar las crónicas del siglo xviii
para esta parte de la exposición; sin embargo, trabajos como el de Viera, Villaseñor
o San Vicente fueron compuestos en la segunda mitad del siglo, cuando los presu-
puestos de re-presentación del espacio habían dejado de responder a la lógica pro-
pia de la dinámica corporativa del espacio. Sería una contradicción más grave uti-
lizar “la información” presente en ellas sin atender a su constitución como discurso
sobre el espacio en un contexto específico. Más adelante estas crónicas se presenta-
rán en relación con el nuevo proyecto de ciudad de finales del siglo.
los distintos tipos de locales en la Plaza Mayor, sin embargo, dado que he decidido
explorar las lógicas de representación estrictamente de la época he prescindido
de estos dibujos como fuentes. La arquitectura del comercio en la ciudad de México,
México, Cámara Nacional de Comercio de la Ciudad de México, 1982, 141 p.
11
Archivo Histórico del Distrito Federal (en adelante, ahdf), Rastros y Merca-
dos, v. 3728, exp. 5-7. Las quejas se daban frecuentemente por cobros excesivos o
por trastocar los espacios de venta de otros comerciantes. La queja se hacía, no
ante el Cabildo del Ayuntamiento, sino ante el asentista de la plaza.
12
Jorge Olvera, Los mercados…, p. 27.
13
Las diferentes etapas constructivas están documentadas en ahdf, v. 343.
14
El excelente trabajo de John E. Kicza, Empresarios coloniales. Familias y nego-
cios en la ciudad de México durante los Borbones, México, Fondo de Cultura Económi-
ca, 1986, 285 p., describe perfectamente a las diversas capas de la sociedad novo-
hispana de la época en razón de criterios ocupacionales. Este estudio tiene la
virtud de establecer tipologías no sólo en razón de la ocupación o los ingresos ne-
tos sino de factores de prestigio y permanencia en cierto sector; por ejemplo, para
las capas privilegiadas, Kicza propone: “Los criterios que separaban a las “gran-
des familias” de los otros elementos de la clase alta de la ciudad de México eran su
incomparable riqueza, la diversidad de sus intereses e inversiones, el éxito de sus
prácticas comerciales, los honores que habían recibido, su habilidad para colocar
a sus hijos en los grados más altos de la administración civil o eclesiástica, sus es-
trechas alianzas con otros importantes líderes políticos y eclesiásticos, sus alianzas
matrimoniales y, como culminación de todos estos factores, su longevidad en la
cima de la jerarquía social”, p. 27. Justamente estas familias componían en su ma-
yoría a los comerciantes de los portales del Parián; también a ellos estaban desti-
nadas las mercancías ultramarinas disponibles en ellos.
Al respecto resulta del mayor interés el trabajo de Clara García Ayluardo,
15
Monjas, cortesanos y plebeyos. La vida cotidiana en la época de sor Juana, México, Santi-
llana, 2005, p. 97-168.
16
En este sentido resultan muy sugerentes las reflexiones de Fernando Rodrí-
guez de la Flor en su obra Barroco. Representación e ideología en el mundo hispánico
(1580-1680), Madrid, Cátedra, 2002, 402 p., especialmente las reflexiones en tor-
no a la plaza como núcleo y reflejo del mundo urbano, p. 123-160.
17
El trabajo paradigmático respecto del motín de 1692 es sin duda el de Nata-
lia Silva Prado, La política de una rebelión. Los indígenas frente al tumulto de 1692 en la
ciudad de México, México, El Colegio de México, 2007, 645 p.
Tras el motín de 1692, que terminó con los puestos de la Plaza Ma-
yor y el incendio del Palacio Real, las autoridades del Ayuntamiento
tuvieron que idear mecanismos para controlar de una manera más
eficaz este espacio, sin perder los beneficios económicos que les
proporcionaban la renta de los espacios de venta. La solución idea-
da fue crear una nueva figura de autoridad en la Plaza Mayor. En
lugar de cobrar por separado a cada uno de los comerciantes que
ofrecían sus productos diariamente, decidieron encargar el cobro a
un asentista. El 8 de enero de 1694 se remató “la venta de los pues-
tos y mesillas de la Plaza Mayor, por tiempo de un año y por precio
de un mil y quinientos pesos a pagar tercios adelantados”.18 El com-
prador era un tal Francisco Cameros. Este hombre es pieza clave
para entender el funcionamiento de la plaza y sus posibilidades
políticas, pues el asiento no se encomendó a nadie más que a él
hasta su muerte, en 1741.
Dado que este trabajo pretende abordar las transformaciones
operativas, para el ejercicio del poder, en el espacio de la Plaza Ma-
yor a lo largo de buena parte del siglo xviii, resulta innecesario
analizar con detenimiento toda la gestión de Cameros como asen-
tista de la Plaza Mayor. Lo que resulta pertinente es aclarar cuáles
fueron sus atribuciones durante todo ese tiempo. Para ello puede
ser útil una revisión de lo expresado en su solicitud de 1722 ante la
mesa de Propios del Cabildo del Ayuntamiento de la Ciudad de
México:
18
ahdf, Plaza Mayor, v. 3618, exp. 1, 1694. De Cameros no se sabe nada antes
de su asignación como asentista de la plaza; podemos intuir que se trataba de un
comerciante con amplios recursos, pero su nombre no aparece entre los integrantes
del Consulado de Comerciantes. Véase Jorge Olvera Ramos, Los mercados…, p. 133.
19
ahdf, Plaza Mayor, v. 3618, exp. 7. Hay que destacar que ésta fue la primera
ocasión en la que el proceso de subasta del asiento fue suprimido, Cameros sim-
plemente hizo una solicitud para la renovación que fue aceptada sin dilación.
20
ahdf, Plaza Mayor, v. 3618, exp. 8. El proceso de renovación comenzó en
diciembre de 1731 pero se extendió hasta enero del año siguiente.
21
Cameros lo explica en los siguientes términos: “y cuando esperaba tener al-
gún descanso y resarcir los atrasos que en varias ocasiones he tenido, se me siguieron
mayores costos y gastos porque, con ocasión de que dicha plaza se puso en planta,
forma y disposición diversas de la que tenía, formando calles y quitándose de ella
todos los puestos que estaban formados desde el Real Palacio hasta la inmediación
del cementerio de la Santa Iglesia Catedral, para que todo aquello quedara libre y
desembarazado a pedimiento de la misma Santa Iglesia en que se condenaron y qui-
taron todos los puestos que ocupaban estos sitios […]. Y no se quedó aquí el daño
porque también se me presionó a que limpiase la dicha plaza en que gasté mucha
cantidad de pesos y se acrecentó la paga cada año de doscientos pesos a dos minis-
tros para que cuiden la dicha plaza y tengan arreglados los puestos a la nueva planta
que se formó y otros doscientos pesos anuales a el SSno. de la Policía”. Ibidem, f. 3.
de las reformas borbónicas sobre el espacio urbano, incluso hasta la década de los
años cuarenta del siglo xviii. Sin embargo, uno de los objetivos de este capítulo es
justamente matizar algunas de sus afirmaciones dimensionando estas reformas
como una serie de pasos sucesivos pero no necesariamente secuenciales tendientes a
la administración y, posteriormente, disciplinamiento del orden social. Por lo demás,
la figura de Trespalacios y su papel protagónico en estas transformaciones es estudia-
do por este autor en su artículo “El inicio de la reforma borbónica en la ciudad de
México”, Relaciones. Estudios de Historia y Sociedad, Zamora, El Colegio de Michoacán,
v. xix, n. 73, invierno de 1998, p. 273-280. Sobre cuestiones generales del papel de
las Reformas Borbónicas en el desarrollo de la ciudad de México, Los dueños de la ca-
lle: una historia de la vía pública en la época colonial, México, Instituto Nacional de
Antropología e Historia/Departamento del Distrito Federal, 1997, 267 p.
26
Ambos planos se encuentran referidos con sus respectivas inscripciones en
Sonia Lombardo de Ruiz, Atlas histórico de la ciudad de México, México, Consejo
Nacional para la Cultura y las Artes, Instituto Nacional de Antropología e Histo-
ria/Smurfit Cartón y Papel, 1997, v. ii, láminas 231 y 232.
27
Este detalle de la imagen puede ser interpretado en diversos sentidos. Por
un lado, el autor del plano buscaba dar cuenta del tipo de arbitrariedades que po-
dían ser observadas en la plaza, incluso los animales se encontraban copulando a
plena luz del día. En una segunda lectura es muy interesante que la vida animal y
su expresión sexual se representen en el marco del aparente desorden de este espa-
cio, la vida sin conciencia, la vida sobre la cual se puede actuar y disponer de ma-
nera irrestricta. La plaza exigía ese control partiendo de esa asociación, la plaza
era parte de esa nuda vida de la que se puede disponer para beneficio de la autori-
dad. Al respecto me parecen ineludibles las reflexiones de Giorgio Agamben res-
pecto de la nuda vida y la posibilidad del ejercicio irrestricto del poder en el discur-
so jurídico, Lo abierto. El hombre y el animal, Valencia, Pre-Textos, 2005, 122 p.
como forma simbólica, Barcelona, Tusquets, 2008, 176 p.), Massimo Scolari propone
un análisis histórico de la constitución de las representaciones oblicuas, paralelas:
Oblique Drawing. A History of Anti-Perspective, Cambridge (Massachusetts), The Mas-
sachusetts Institute of Technology Press, 2012, 408 p.
29
Massimo Scolari, Oblique…, p. 285-322. Este tipo de representaciones si-
guieron utilizándose en la fortificación e incluso en la fabricación de armas.
Cuantificar y administrar
En este sentido pueden ser útiles las apreciaciones de John Lynch hablando
30
sobre Carlos III: “Para reconstruir España existían dos modelos posibles de gobier-
no. El primero estaría formado por hombres de nuevas ideas, dispuestos a socavar
las estructuras tradicionales y a oponerse a la política anterior. El segundo sería un
gobierno de pragmáticos cuya prioridad sería la reforma del Estado y el incremen-
to de recursos… Carlos comenzó inclinándose hacia el primer modelo, pero cuan-
do éste encontró oposición, en 1766, adoptó una combinación de los dos en una
administración que duró hasta 1773. Entonces hizo su elección definitiva y optó
por un gobierno de administradores pragmáticos que cumplieron muchas de las
expectativas que habían despertado, pero que no modificaron sustancialmente la
situación de España”, en La España del siglo xviii, Barcelona, Crítica, 1999, p. 225.
31
José Antonio de Villaseñor y Sánchez, Theatro americano. Descripción general
de los reynos y provincias de la Nueva España y sus jurisdicciones. Seguido de Suplemento
al Theatro americano (La ciudad de México en 1755), México, Universidad Nacional
Autónoma de México, 2005, 773 p.
32
Michel Foucault exploró este proceso que, según él, estaba directamente
relacionado con el peligro de la escasez en el reino. Ante esta indeseable posibili-
dad, la corona francesa (de la dinastía Bourbon) alentaba y limitaba la producción
agrícola. Según Foucault, este primer paso fue decisivo para desarrollar toda una
ingeniería de la explotación (posteriormente mecanizada) del espacio y la consti-
tución de la noción territorio como un elemento constitutivo del Estado. Al res-
pecto: Seguridad, territorio, población. Curso en el Collège de France (1977-1978), Mé-
xico, Fondo de Cultura Económica, 2006, en particular p. 45-72.
pitalidad ha sido estudiada por Hira de Gortari como un proceso de largo alcance
que llegó hasta las primeras décadas del México independiente. En su texto “Ca-
pitalidad y centralidad: ciudades novohispanas y ciudades mexicanas (1786-1835)”,
en José María Beascoechea, et al., La ciudad contemporánea, espacio y sociedad, Bil-
bao, Universidad del País Vasco, 2006, p. 373-392, analiza con atención el Theatro
de Villaseñor justamente como un ejemplo de las transformaciones propias del
centralismo borbónico.
34
El plano tiene una nota que indica que fue elaborado en 1753, seguramente
durante los trabajos de investigación que llevaron a la conformación del Theatro.
35
En la Mapoteca Orozco y Berra se le puede localizar como El mapa, plano de
la muy noble, leal e imperial ciudad de México / D. Joseph Antonio de Villaseñor y Sánchez.
Varilla OYBDF02; también disponible como recurso electrónico: en
http://132.248.9.33:8991/imp_nov_2009/OyB/OyBDisFed/908-25.pdf (consultado
el 25 de enero de 2014).
36
Juan de Viera, Breve y compendiosa narración de la ciudad de México, edición
facsimilar de la edición de 1777, México, Instituto de Investigaciones Dr. José
María Luis Mora, 1992, 174 p.
38
De Viera, op. cit., p. 15.
39
Agustín de Vetancourt, Teatro mexicano: descripción breve de los sucesos ejempla-
res, históricos y religiosos del nuevo mundo de las Indias; Crónica de la Provincia del Santo
Evangelio de México; Menologio franciscano de los varones más señalados, que con sus vi-
das ejemplares, perfección religiosa, ciencia, predicación evangélica en su vida, ilustraron
la provincia del Santo Evangelio en México, México, Porrúa, 1982.
40
De Viera, op, cit., p. 6-9.
plaza, una vez más. Los argumentos eran variados pero en general se
consideró que los jueces de la plaza eran costosos y poco eficientes:
41
“Autos para que salga al pregón la Plaza Mayor de sus puestos y remate de
ella con lo demás que contiene”, 1769, ahdf, Plaza Mayor, v. 3618, exp. 13.
42
Idem.
Idem.
43
Así lo demuestran las quejas por parte del cabildo catedralicio para retirar
44
los puestos de jarcería y los vendedores al viento que se establecían en las inme-
diaciones del atrio, en condiciones higiénicas deplorables, al parecer. ahdf, Plaza
Mayor, v. 3618, exp. 15.
45
ahdf, Plaza Mayor, v. 3618, exp. 14.
Conclusiones
2
Gisela Moncada, Entre el proteccionismo y la libertad comercial, México: el abasto
de alimentos y el Ayuntamiento de la Ciudad de México, 1810-1835, tesis de doctorado,
México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2010, 264 p.
3
Beatriz Arizaga, “El abastecimiento de las villas vizcaínas medievales: políti-
ca comercial de las villas respecto al entorno y a su interior”, en Emilio Sáez, La
ciudad hispánica durante los siglos xiii al xvi, 2 v., Madrid, Universidad Compluten-
se, 1985, v. i, p. 293; Massimo Montanari, El hambre y la abundancia. Historia cultu-
ral de la alimentación en Europa, Barcelona, Crítica, 1993, 109 p.
Cuadro 1
Entrada por derechos municipales y arrendamiento
de plazas y mercados a la Tesorería del Ayuntamiento
de México, 1820-1827
6
Gisela Moncada, op. cit., p. 87.
Aviso al público
7
Archivo Histórico del Distrito Federal (en adelante, ahdf), Actas de Cabildo,
v. 142a, f. 170, 28 de marzo de 1822, y v. 144a, f. 181v, 2 de abril de 1824.
8
ahdf, Actas de Cabildo, v. 142a, f. 283, 393 y 401, mayo de 1822.
9
Ibidem, v. 147a, f. 84, 10 de febrero de 1827.
10
Ibidem, Mercado, v. 3730, exp. 129, f. s/n, 11 de agosto de 1827.
11
Ibidem, 14 de octubre de 1828.
12
Ibidem, v. 3730, exp. 132, f. s/n, 25 de agosto de 1829.
13
Ibidem, Actas de Cabildo, v. 151a, f. 200, 28 de junio de 1831.
14
Ibidem, v. 151a, f. 345v, 13 de diciembre de 1831.
15
Ibidem, Rastros y Mercados, v. 3730, exp. 140, 6 de agosto de 1833.
16
Ibidem, Rastros y Mercados, v. 3730, exp. 140, 3 de diciembre de 1833.
17
Ibidem, Actas de Cabildo, v. 154a, f. 184v, 13 de mayo de 1834.
18
Ibidem, Mercado, v. 3730, exp. 126, f. s/n, 28 de mayo de 1835.
19
Ibidem, exp. 120, f. s/n, 24 de mayo de 1821.
20
Ibidem, Mercado, v. 3730, exp. 125, f. s/n, 24 de abril de 1824.
Los que venden semilla tienen esta costumbre tan dilatada, lo cual
prueba que es buena y que no hay motivo para hacerla variar. Los se-
milleros venden maíz cuyo consumo es casi todo de la gente pobre:
menestrales, jornaleros que ocupan todo el día en el trabajo y hasta la
noche no tienen el tiempo y el dinero necesario para procurarse lo que
han de menester, tortilleras, tamaleras y atoleras que en el importe
mismo de su producto diario que no se realiza hasta la noche tienen el
único capital con que cuentan para comprar la materia que ha de dar-
les ocupación. Si se prohíbe se traen los siguientes perjuicios: 1. que
los pobres carecen de un mercado, que aunque puedan proveerse en
las tiendas les cuesta más. 2. Que se despoja sin motivo a los semilleros
y se les arruinará. Y 3. Que los cajones ocupados con semillas se que-
darán vacíos en razón de no dar provecho, y entonces el producto de
aquellos miserables, que en el día es muy poco, quedará en casi nada
con perjuicio de los fondos públicos.21
Idem.
21
22
Gisela Moncada, op. cit., p. 48.
Decreto de libertad
Recuperación
No pagaban
Falta de espacios
comercial demográfica derecho de plaza o de venta en
(1811-1814) capitalina tras la de sombra mercados
Desaparición del guerra de establecidos
Pósito y la Independencia
Zonas en la ciudad
Alhóndiga (1814)
El comercio propicias para la
Cese de la Fiel ambulante ofrecía proliferación de
Ejecutoria (1820) precios bajos o vendedores
No se elaboró accesibles para la ambulantes con poca
ningún Reglamento población vigilancia
de mercado entre
1791 y 1840
24
Véase Ernest Sánchez Santiró, “La población de la ciudad de México en
1777”, Secuencia, México, 2004, p. 53; Alexander Von Humboldt, Ensayo político
sobre Nueva España, México, Porrúa, 1966, p. 132; Fernando Navarro y Noriega,
Memoria sobre la población del reino de la Nueva España, México, [s. e.], 1820, y Lour-
des Márquez Morfín, La desigualdad ante la muerte: el tifo y el cólera (1813-1833),
México, Siglo XXI, 1994, p. 227.
25
Enriqueta Quiroz, “De cómo la gente se agolpaba para comprar carne a prin
cipios del siglo xix”, Bicentenario, v. ii, n. 5, p. 14.
como se les llamaba a los techos para establecer su puesto, los cuales
los ponían y quitaban con facilidad. Es decir, el que no hubiera
construcciones fijas que delimitaran perfectamente el afuera del aden-
tro de una plaza daba lugar a la confusión y los vendedores ambu-
lantes se valieron bien de esta circunstancia.26
La falta de estructuras fijas para el establecimiento de un merca-
do también obedecía a la carencia de recursos por parte del ayunta-
miento para financiarlos. No obstante, al ayuntamiento no le conve-
nía invertir dado que había distintas plazas de la ciudad que se
rentaban para corridas de toros u otros eventos. Así a finales del siglo
xviii, se decidió implementar ruedas a varios de los puestos con la
finalidad de hacerlos “portátiles”, ya que construir puestos fijos limi-
taba a la municipalidad de percibir otros recursos económicos.
Sin duda, la primera república federal fue el escenario donde se
dieron lugar las primeras saturaciones del comercio en la ciudad.
En 1836, ya en el centralismo, se tiene referencia de que la Comisión
de Mercados a cargo de Agustín Díez de la Barrera señalaba que:
Mantener el control del comercio urbano
Mantener un lugar de trabajo/venta de
Garantizar el buen ornato y policía alimentos
Obtener una mayor recaudación fiscal por
Medio de subsistencia
uso de suelo
Tradición
Función social – menores precios para un
estrato de la población con escasos ingresos
28
Hira de Gortari, “La ciudad de México de fines del siglo xviii: un diagnós-
tico de la ciencia de la policía”, Historia Contemporánea, n. 24, 2002, p. 116-120.
29
Idem.
para el comercio. El libre tránsito fue otra de las obligaciones que los
principios de policía también dictaban. Por ello en los “Avisos al pú-
blico” se advierte la preocupación del ayuntamiento por evitar pues-
tos en las calles que estorbaran el paso de los habitantes de la ciudad.
En el ámbito comercial, la lógica municipal también visualizaba
que contar con espacios ordenados y bien definidos para el comercio
haría más eficiente la recaudación del expendio. El proyecto de
mercado que la Comisión de Mercado propuso en 1833 al ayunta-
miento detallaba la importancia que tuvo la relación, el espacio, el
orden y la fiscalidad. Este proyecto elaborado durante la primera
república definía perfectamente lo que el ayuntamiento entendía
como buena policía y al mismo tiempo lograba su cometido de re-
caudación fiscal.
En párrafos anteriores hemos expuesto que las dos vías princi-
pales de ingreso económico municipal procedían del comercio ur-
bano: el derecho de plaza y el derecho municipal. La experiencia muni-
cipal advertía que habría que celar estos dos rubros, pues de ellos
dependía la solidez de las finanzas del ayuntamiento. Es relevante
subrayar que durante la primera república, la federación trató de
imponerse frente a los ayuntamientos, particularmente respecto
de sus finanzas, dejándoles únicamente maniobra administrativa.
Si bien el Ayuntamiento de la Ciudad de México logró negociar
ciertos privilegios con la federación e incluso tuvo poder de auto-
gestión económico-administrativa, es probable que la municipalidad
tuviera la constante amenaza de perder algunos de sus privilegios
—tales como la recaudación por la introducción de comestibles— y,
por tanto, concentró sus esfuerzos en la regulación del comercio ur-
bano, pues éste le generaba un retorno económico importante. Lo
anterior nos sugiere que la combinación entre recaudar y mantener
la buena policía generó la mayor tensión entre autoridades munici-
pales y comerciantes al tratar de controlar el espacio urbano.
El cuadro 3 ilustra sobre cuáles fueron las principales causas de
conflicto por el uso del espacio urbano desde la óptica de los ven-
dedores ambulantes. Las Actas de Cabildo muestran algunos de los
argumentos que los propios vendedores exponían para que no se
les moviera de ciertos puntos de venta. Uno de los más reveladores,
que legitimaba su presencia en las calles, era su función social: los
capitalinos, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2001, p. 89.
una fuerza cultural, así como por conflictos cotidianos propios de una
sociedad.31 La convivencia social en lugares abiertos, de concurrencia
frecuente, genera una concepción y un significado particular de acuer-
do con la experiencia y la vivencia de cada individuo. Esto implica
que, el espacio público que representa una plaza, un mercado o un
parque tiene varias connotaciones, según sus visitantes. Lo anterior
permite explicar las distintas concepciones que tuvo tanto para la
autoridad municipal como para los vendedores ambulantes el uso del
espacio para la venta de alimentos en las calles. De tal forma que,
mientras para la municipalidad era importante garantizar el buen
orden y al mismo tiempo recaudar; para los comerciantes, arraigados
en una antigua costumbre de vendimia callejera no consideraban
estar infringiendo ninguna norma, sino realizando una práctica de
trabajo legítima, ya que no dañaban a nadie y por el contrario, bene-
ficiaban al pobre que se abastecía de sus productos.
Michel Foucault sostiene que los espacios físicos y la distribución
de éstos no son inocuos, sino que responden a una lógica o a una
forma de concebir el orden y el control del espacio.32 En ese sentido,
la propuesta de Foucault podría explicar por qué los comerciantes
consideraban que no cometían ninguna falta por el expendio calle-
jero, debido a que la apropiación que habían hecho de las calles
tenía una connotación laboral, mientras que la apropiación de las
autoridades era de control.33
El debate respecto de las reglas de control en lugares públicos
surge porque quienes estudian los espacios públicos señalan que
éstos tienen la característica de ser de libre tránsito. En ese sentido,
una calle, una plaza o un mercado son lugares abiertos en los que
no se requieren permisos para su circulación. No obstante, si aten-
demos a las referencias culturales que posee un lugar, es evidente
que en la práctica sí existen reglas y códigos que en cierta medida
Setha Low y Nail Smith, The Politics of Public Space, Londres, Routledge,
31
2006, p. 3.
32
Michel Foucault, “El ojo del poder”, en www.philosophia.cl.
33
Véase Michel Foucault, op. cit., y Marcel Roncayolo, La ciudad, Barcelona,
Paidós, 1988, 142 p. En este trabajo, el autor sostiene que los espacios públicos
son lugares dotados de historicidad. Esto genera que quienes los ocupan se apro-
pian del lugar a partir de las prácticas que realizan en las calles.
34
Jeremy Németh, “Controlling the Commons: How Public Is Public Space?”,
Urban Affairs Review, n. 48, 2012, p. 812-814.
35
Ibidem, p. 817.
36
María de la Luz Velázquez, Evolución de los mercados en la ciudad de México
hasta 1850, México, Consejo de la Crónica de la Ciudad de México, 1997, p. 62.
37
Lourdes Márquez Morfín, La desigualdad ante la muerte…, p. 302-303.
38
María de la Luz Vélazquez, Evolución de los mercados…, p. 36 y 53.
A manera de conclusión
Cuadro 4
Distribución del comercio ambulante
2
Setha M. Low, “Cultural Meaning of the Plaza: The History of the Spanish-
American Gridplan-Plaza-Urban Design”, en Robert Rotenberg y Gary McDonogh
(eds.), The Cultural Meaning of Urban Space, Westport (Connecticut), Greenwood
Publishing Group, 1993, p. 75. Vid. también Michel Foucault, “Des espaces autres”
(conferencia en Cercle d’Études Architecturales, 14 marzo 1967), Architecture,
Mouvement, Continuité, n. 5, octubre 1984, p. 46-49, y Michel Foucault, “El ojo del
poder”, entrevista con Michel Foucault, en Jeremías Bentham, El panóptico, Madrid,
La Piqueta, 1979.
La Universidad Nacional
5
Moisés Ornelas Hernández, “La Universidad Nacional…”, p. 167. Vid. Ja-
vier Garciadiego, Rudos contra…, p. 24-31.
6
Moisés Ornelas Hernández, “La Universidad Nacional…”, p. 174.
7
Renate Marsiske, “La Universidad Nacional: 1921-1929”, en Raúl Domín-
guez-Martínez (coord.), Historia general de la Universidad Nacional, siglo xx. De los
antecedentes a la Ley Orgánica de 1945, México, Universidad Nacional Autónoma de
México, Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación, 2012,
p. 196-197.
8
El año en que obtuvo su autonomía, 1929, la Universidad sumaba 8 154 es-
tudiantes que resultaban ser una minoría privilegiada, comparados con el poco
más de un millón de habitantes que tenía en 1930 la ciudad de México, distribuidos
en un superficie urbanizada de 5 462 ha. Vid. Ciudad Universitaria. Crisol del México
moderno, México, Fundación unam, 2009, p. 55, y Enrique Espinosa López, Ciu-
dad de México. Compendio cronológico de su desarrollo urbano 1521-1980, México, El
Autor, 1991, p. 138-139.
9
Una explicación amplia de la crisis política producida por el asesinato de
Álvaro Obregón se encuentra en Arnaldo Córdova, La Revolución en crisis: la aven-
tura del maximato, México, Cal y Arena, 1995, 552 p.
10
Renate Marsiske, “La Universidad Nacional…”, p. 202.
11
El movimiento estudiantil de 1929 no tenía como demanda la autonomía.
Para un análisis del movimiento estudiantil, y el significado histórico y jurídico de
la autonomía de la unam: José Raúl Domínguez-Martínez, “Autonomía universi-
taria. El ius abutendi de un concepto”, Política y Cultura, México, n. 9, 1997, p. 49-
70; Carlos Silva “El nuevo Estado mexicano”, 20/10 Memoria de las Revoluciones en
México, v. 8, México, 2010; e Imanol Ordorika Sacristán, La disputa por el campus.
Poder, política y autonomía en la unam, México, Universidad Nacional Autónoma de
México, 2006, 441 p.
12
A comienzos de 1929 una de las resoluciones del Congreso de la Confedera-
ción Nacional de Estudiantes fue insistir en la necesidad de un espacio en donde
construir “Ciudad Universitaria”. Vid. Gabriela Contreras Pérez, “La autonomía
universitaria: de junio de 1929 a septiembre de 1935”, en Raúl Domínguez-Martí-
nez (coord.), Historia general de la Universidad Nacional, siglo xx. 1. De los antecedentes
a la Ley Orgánica de 1945, México, Universidad Nacional Autónoma de México,
Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación, 2012, p. 341.
13
Más aún, las condiciones materiales de los edificios, inadecuados para las
funciones educativas y científicas, hacían muy costosa, si no imposible, su adapta-
ción, como eran los casos de las sedes de la Escuela de Bellas Artes y su anexo; la
Escuela de Medicina Veterinaria; la fría, oscura y cuarteada Biblioteca Nacional;
el Palacio de Minería, en peligro de desquiciarse, y aun el Estadio Nacional que,
aunque recién construido, había que reconstruir en su fachada y adaptar su campo.
Ibidem, p. 367.
Ibidem, p. 368.
14
“Artículo del Sr. Lic. Ignacio García Téllez, rector de la Universidad Nacio-
15
nal, acerca de las razones por las que es preciso construir la Ciudad Universitaria
extramuros de la de México”, en unam, La ciudad universitaria mexicana, México,
Talleres Gráficos Editorial y Diario Oficial, 1930, p. 3-4.
de campaña que servía para cubrir una máquina con la que hacíamos
mediciones de rayos cósmicos. Eso era todo”.16
Otro problema asociado con la inadecuación de las instalaciones
fue que la dispersión de las escuelas e institutos por las calles de la
ciudad impedía la convivencia entre estudiantes de diversas discipli-
nas, y entre éstos y los profesores, lo cual, se creía entonces, anulaba
la formación de un espíritu científico, necesario para la investigación.
Éste debía cultivarse en “edificios espaciosos y modernos, propicios a
la meditación, a los espíritus sanos y libres, y con las adaptaciones
impuestas por los centros actuales de elaboración científica en los que
se desenvuelve sin obstáculos la aptitud personal del investigador”.17
El remedio a estos males era, según el rector, alejar del corazón
de la ciudad de México los edificios educativos, “agrupándolos en
una región sana e higiénica, en donde el medio tranquilo y las me-
nores distracciones inviten al estudio, pues el acondicionamiento de
los actuales edificios sería enormemente costoso”.18
Bajo estos supuestos García Téllez hizo llegar al presidente Por-
tes Gil en octubre de 1929 un proyecto de decreto para la entrega
de terrenos, así como los planos para erigir la cu en las Lomas de
Tecamachalco. Meses después, durante su participación en el Primer
Congreso Nacional de Planeación sobre la Ciudad Universitaria
Mexicana, el 11 de enero de 1930, calculó que ésta requería “una
superficie de tres millones de metros cuadrados y la cantidad de diez
millones de pesos para adquirir el terreno necesario, hacer las obras
de urbanización —drenajes, pavimentos de calles y banquetas, apro-
visionamiento de agua potable, alumbrado general, etcétera—,
construir los edificios, laboratorios con sus equipos y los campos
deportivos”.19 Fue con el presidente Ortiz Rubio con quien se acordó
16
Los recuerdos de algunos universitarios que hoy son reconocidos profeso-
res e investigadores, y que estudiaron en las escuelas universitarias distribuidas en
el centro de la ciudad, pueden verse en “Ciudad Universitaria cincuenta años des-
pués”, en Universidad de México. Revista de la unam, n. 618-619, diciembre 2002-
enero 2003.
17
“Artículo del Sr. Lic. Ignacio García…”, p. 3.
18
Carta de I. García Téllez a E. Portes Gil, 16 octubre 1929, Archivo General de
la Nación México (en adelante, agnm), Fondo Presidentes, Emilio Portes Gil (epg),
caja 97, exp. 6/465. Citada en Gabriela Contreras Pérez, “La autonomía…”, p. 355.
19
Ibidem, p. 367.
El desenfreno político
Ibidem, p. 370.
20
24
El programa político abrazado por obreros y estudiantes demandaba: Prime-
ro. Reglamentación del artículo 27 Constitucional. Segundo. Amplia y justa regla-
mentación del artículo 123 Constitucional. Tercero. Reglamentación adecuada y
precisa del funcionamiento a que se sujetarán las juntas de Conciliación y Arbitraje.
Cuarto. Abolición de la pena de muerte. Quinto. Libertad absoluta para ejercer
toda clase de profesiones, con excepción de la medicina o ingeniería. Sexta. Restric-
ción al secreto profesional a los doctores en medicina, exigiéndoles responsabilida-
des ante jurado competente en los casos de muerte de sus pacientes. Séptimo. Enér-
gica oposición a la militarización dentro y fuera de las escuelas. Octava. Preferencia
en el pago a los profesores escolares, durante las crisis económicas del país. Noveno.
Intercalar, por lo menos, una hora de enseñanza racionalista obligatoria en todas
las escuelas; y Décima. Estudiar el pago equitativo de rentas de casas en determina-
dos perímetros de las ciudades. Vid. El Gran Centro Obrero Independiente y Estu-
diantil, junio-julio 1918, Archivo Histórico del Distrito Federal (en adelante, ahdf),
Fondo Ayuntamiento, Sección Gobernación, Partidos Políticos, v. 1300, exp. 19.
25
“El Partido Estudiantil Juventud Revolucionaria remite su acta de funda-
ción. Junio de 1920”, ahdf, Fondo Ayuntamiento, Sección Gobernación, Elecciones,
v. 1134, exp. 13.
26
Carta del rector Ignacio García Téllez al oficial mayor de la Secretaría Par-
ticular de la Presidencia […], 17 abril 1931, agnm, Fondo Presidentes, Pascual Ortiz
Rubio, caja 83, exp. 1809-A, citado en Gabriela Contreras Pérez, “La autonomía
universitaria…”, p. 372.
Histórico de la unam, Fondo Universidad Nacional, caja 31, exp. 397. Citado en
Gabriela Contreras Pérez, op. cit., p. 370.
28
Citado en Gabriela Contreras Pérez, “La autonomía universitaria…”, p. 379.
29
Ibidem, p. 491.
Ibidem, p. 536.
30
delitos cometidos por estos sujetos”, Aniceto Aramoni, “Rebeldes ¿Sin causa?, El
Universal, s/n, México, 2 de diciembre de 1961, p. 2. Citado en Sánchez Gudiño,
Génesis, desarrollo…, p. 127.
32
Citado en Gabriela Contreras, “La autonomía universitaria…”, p. 493-494.
mercado bajo la rectoría del Estado. Así, una vía para disciplinar al
estudiantado durante este periodo fue la disposición, en la Ley Or-
gánica de 1945, para disminuir la participación estudiantil y a sus
representantes en los órganos de gobierno de la Universidad.33
Otro método empleado, en consonancia con el primero, fue la
persuasión de toda inconformidad valiéndose de los grupos de cho-
que armados, vinculados con la entonces recién creada Dirección
Federal de Seguridad (1947) al mando del presidente Miguel Ale-
mán, quien tenía infiltrados como estudiantes a un ejército de “ore-
jas”, cuyas funciones fueron el espionaje, la provocación y el apoyo
logístico y financiero a los líderes porriles.
Fue en esta década que la Prepa 1 tuvo fama de ser refugio de
vándalos y pistoleros, cuya edad era a todas luces impropia para ese
nivel de estudios: el Payo, Pistolo, Dager, Pinky, Príncipe, Bruja,
Monovano, Capullo, Vejigas, Manos de Palo, Llanta Baja, Cuco Pe-
lucho, fueron algunos de sus motes.34 Varios de estos agentes doble-
tearon sus servicios y lo mismo servían al gobierno que a las autori-
dades universitarias, al tiempo que sus jefes hacían negocios
tolerando a porros, estafadores, traficantes, lenones y ladrones.35
Los procedimientos aplicados contra los estudiantes —la restric-
ción de sus derechos de representación, la cooptación de sus repre-
sentantes, la intimidación y la violencia física— se aplicaron durante
el alemanismo también para sofocar la disidencia política y centra-
lizar el poder local en manos del presidente.
En la Asamblea Nacional del Partido Revolucionario Institucio-
nal, de febrero de 1950, Alemán desechó la farsa de las elecciones
primarias y optó por nombrar de forma directa candidatos oficiales
en una convención de nominación. Del mismo modo, eliminó de la
coalición oficial a la izquierda, depuró de comunistas al gobierno,
impuso a sus hombres en el movimiento obrero y cultivó la coopta-
El desenfreno moral
Peter Smith, “México, 1946-c. 1990”, en Leslie Bethell (ed.), Historia de Amé
36
rica Latina. 13. México y El Caribe desde 1930, Barcelona, Crítica/Grijalbo Mondadori,
2001, p. 102-103.
37
Celia Ramírez y Raúl Domínguez, “El mito de la participación estudiantil,
1945-1960”, en Lourdes Alvarado (coord.), Tradición y reforma en la Universidad de
México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Centro de Estudios
sobre la Universidad/Porrúa, 1994, p. 253, citado en Génesis, desarrollo…, p. 200.
38
Stephen Niblo, Mexico in the 1940s: Modernity, Politics and Corruption, Wilm-
ington, Scholarly Resources Inc., 1999, p. 180. Según Niblo, era sabido que la
cercanía de la Universidad al Palacio Nacional facilitaba a los estudiantes congre-
garse con facilidad en el Zócalo y dirigir la presión de su número contra el gobier-
no a través de manifestaciones en las que era factible que, a causa de la obstruc-
ción del tránsito, algún funcionario de alto nivel fuera interceptado, lo cual era
intolerable para el gobierno. Esta situación motivó la idea de apoyar la construc-
ción de cu fuera de la ciudad. Vid. Stephen Niblo, Mexico in the 1940s…, p. 178.
39
De hecho, los grupos de choque que trabajaban para la rectoría —como el
liderado por “El Fóforo” durante el rectorado de Luis Chico Goerne (1935-
1938)—, además de reclutar a sus integrantes de entre los universitarios que prac-
ticaban el futbol americano, el box y la lucha, enrolaban en sus filas a los pandille-
ros más agresivos de los barrios pobres y periféricos de la ciudad. Sánchez Gudiño,
Génesis, desarrollo…, p. 154.
40
Archivo Histórico del Distrito Federal, Fondo Ayuntamiento, Sección Gobierno
del Distrito, Juegos Permitidos. “Club Universitario de México” Bucareli y Donato
Guerra, marzo 1906, v. 1662, exp. 191.
41
“Es desgraciadamente muy común ahora que pared de por medio de una
escuela se halle una cantina, un figón o una pulquería, cuando estos antros de
oprobio y de vergüenza para la sociedad que los consiente y fomenta debieran es-
tar en zonas especiales, a cubierto de las miradas atónitas y curiosas de los niños,
que mucho antes de haber aprendido a leer, conocen ya el nutrido léxico de inju-
rias con que el hampa ha enriquecido (!) nuestro idioma.” Vid. La Unión Sindical
de Empleados de Comercio solicita sean quitadas las pulquerías, cantinas y cual-
quier otro centro de vicio que estén cerca de las escuelas. Febrero de 1923, ahdf,
Fondo Ayuntamiento, Sección Secretaría General, Gobernación, v. 3935, exp. 372.
42
Vid. Amparo Sevilla, “Aquí se siente uno como en su casa: los salones de
baile popular en la ciudad de México”, Alteridades, v. 6, n. 11, 1996, p. 33-41; Ana
Rosas Mantecón, “Auge, ocaso y renacimiento de la exhibición de cine en la ciu-
dad de México (1930-2000)”, Alteridades, v. 10, n. 20, 2000, p. 107-116; Élodie
Salin, “Vie privée-espaces publics: le Centre Historique de Mexique et les enjeux
de la métropolisation”, Cahiers des Amériques Latines, n. 35, 2001, p. 57-74.
43
Sánchez Gudiño, Génesis, desarrollo…, p. 165.
44
Carlos Monsiváis, “Sociedad y cultura”, en Rafael Loyola (coord.), Entre la
guerra y la estabilidad política. El México de los 40, México, Grijalbo/Consejo Nacio-
nal para la Cultura y las Artes, 1990, p. 276.
45
Rubén Salazar Mallén, “Café París: remembranzas de un desmemoriado”,
Unomásuno, 22-23 junio 1986.
46
Según Sánchez Gudiño, en el primer cuadro de la ciudad en la década de
1940 se calculaba la existencia de 15 000 misceláneas, 400 cantinas, 400 cabarets y
200 lupanares. Vid. Sánchez Gudiño, Génesis, desarrollo..., p. 171.
pus original de Pensilvania estaba a una escasa media milla del cora-
zón mercantil de Filadelfia, pero en esta “walking city” tal distancia
colocó el campus en las orillas urbanas. Más de un siglo después, la
Universidad de Columbia fue fundada en una zona intermedia, par-
te suburbana del alto Manhattan, y Pensilvania abandonó su ya bas-
tante urbana locación por un nuevo campus en los vecindarios su-
burbanos de las clases medias altas en la parte oriental de la ciudad.49
Este rechazo a la ciudad por parte de la universidad privada se
extendió al sistema de universidades estatales. En muchos estados
las capitales no estaban en áreas urbanas, sino en locaciones remotas
—Albany más que New York City, Harrisburg más que Filadelfia,
Springfield más que Chicago—, creando una polarización política
adicional entre la gran ciudad y el hinterland rural. Los políticos con
frecuencia eligieron establecer los campus universitarios en estas
pequeñas capitales rurales o incluso en espacios más bucólicos.50
Richard Sennett ha relacionado el proceso de suburbanización
norteamericano que siguió a la segunda posguerra —en el que cabe
situar la fundación de universidades en la periferia de las ciuda-
des—, como resultado de la imposición en el espacio de una ideo-
logía y moral conservadoras que interpretaban la vida en las ciuda-
des como generadora de inestabilidad en el hogar y de inseguridad
social. Así, a finales de la década de 1960, la vida comunitaria su-
burbana pasó a dominar las ciudades y creció “una imagen mitoló-
gica de la familia de hogares opulentos donde papá bebe demasia-
do, los niños carecen de afecto y se dan a las drogas, el divorcio
campea por sus respetos, y las separaciones son cosa de rutina. Las
buenas, antiguas familias rurales, en cambio, estaban supuestamen-
te presididas por el amor y la seguridad”.51
En este sentido, el emplazamiento de las universidades en la
periferia y el desarrollo de comunidades suburbanas compartieron
la idea de que la diversidad y la posibilidad de experiencias sociales
complejas que brindaban las ciudades se oponían al desarrollo cien-
Ibidem, p. 60.
49
Ibidem, p. 61.
50
51
Richard Sennet, Vida urbana e identidad personal. Los usos del orden, Barcelo-
na, Península, 2001, p. 104-105 [1a. ed. en inglés: Nueva York, Alfred Knopf, Inc.,
1970].
52
Efraín Huerta, “Los enemigos de la ciudad”, El Nacional, noviembre de
1937. Tomado de Efraín Huerta, Palabra frente al cielo. Ensayos periodísticos (1936-
1940), edición de Raquel Huerta Nava, México, Universidad Nacional Autónoma
de México, Dirección de Literatura, 2015, p. 185-186.
Pero todo tiene su fin, y el comienzo del fin se gestó en 1946, cuando
Miguel Alemán, que tenía, como Mitterrand, la pasión por las grandes
obras urbanas, deslumbrado por los campus del vecino del norte, pien-
sa en uno más grandioso que sus modelos, situado en un escenario que
lo aislaría naturalmente de la ciudad: el Pedregal de San Ángel. Hay
que recordar que ese lugar de excepción del Valle de México —con su
flora y fauna sui géneris— ya había sido descubierto para usos urbanos
por Luis Barragán. Ya nos había sorprendido con sus misteriosos jar-
dines de los terrenos de muestra de lo que son los Jardines del Pedre-
gal. El nuevo campus sería un edén de jardines, que ocuparía la joya
de tierra vegetal donde cultivaban los ejidatarios de Copilco y estaría
aislado de la ciudad por el mar de roca. Se abandonaría el viejo centro
decrépito y sus oscuros edificios por aulas llenas de sol y vida. Era la
misma promesa de las utopías del movimiento moderno de los años
veinte, y de paso —esto no se decía— se anulaba la amenaza latente
que representaba la presencia de la población estudiantil, progresiva-
mente politizada, cerca de las oficinas gubernamentales.53
Teodoro González de León, “La vida del barrio universitario”, A Pie. Cróni-
53
54
La salida de la Universidad de las calles del centro de la ciudad de México
contribuyó también a su deterioro. Éste fue un efecto imprevisto por los creadores
y ejecutores de la idea de trasladarla fuera de la ciudad. El arquitecto Teodoro Gon-
zález de León lo reconocería años después. Cuando se le preguntó “¿Cómo ve la
Ciudad Universitaria, a la distancia, como modelo de ciudad dentro de la ciudad?”,
respondió: “Es extraordinaria. 700 hectáreas de infraestructura para la educación.
Un modelo de ciudad planeada que le dio la vuelta al mundo. Significó el deterio-
ro del centro, fue la contrapartida. Pero nadie lo hubiera previsto. Ninguno de los
que intervinieron en el proyecto lo pensó. Y había experiencias anteriores que
podrían haber dado pistas, pero no hubo ningún sociólogo, ningún antropólogo
que advirtiera que eso podría haber pasado. No era la moda pensar en eso; tam-
bién los sociólogos trabajan con la moda, como los arquitectos”. Vid. Entrevista,
Mexicanos de Culto II, ciudad de México, 28 de septiembre de 2009, Arquitectura,
en http://tomo.com.mx/2009/09/28/teodoro-gonzalez-de-leon/.
55
Armando Cisneros Sosa, La ciudad que construimos: registro de la expansión de
la ciudad de México, 1920-1976, México, Universidad Autónoma Metropolitana-
Iztapalapa, 1993, p. 89-93.
56
Sobre el tema de la urbanización y el clientelismo político en la ciudad de
México, vid. Cristina Sánchez Mejorada, Rezagos de la modernidad: memorias de una
ciudad presente, México, Universidad Autónoma Metropolitana, 2005, 416 p.; Diane
Davis, El Leviatán urbano. La ciudad de México en el siglo xx, México, Fondo de Cul-
tura Económica, 1999, 530 p.
Universidad y Estado
63
Sobre la trayectoria y vínculos de las elites universitarias y las relaciones
entre éstas, la Universidad y el Estado mexicano, vid. Fidel Astorga, “La élite de la
Universidad Nacional. Trayectoria e ideas de los rectores de la unam, 1945-1970”,
Política y Cultura, México, Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco, n. 9,
1997, p. 71-100.
64
Un contexto más amplio de la época puede verse en J. M. Covarrubias
(coord.), La unam en la historia de México. vi. De la apertura de cursos en Ciudad Uni-
versitaria al final del rectorado de Javier Barros Sierra: la época del optimismo en el siglo
xx (1954-1970), 7 v., México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2011; y
Stephen R. Niblo, Mexico in the 1940s…
65
Bajo el gobierno del presidente M. Ávila Camacho, el exrector Gustavo Baz
fungió como secretario de Salubridad y Asistencia; Manuel y Antonio Martínez
Báez, respectivamente, fueron presidente de la Comisión Nacional Bancaria y
subsecretario de la ssa; Alfonso Caso, director de Educación Superior en la sep;
Jesús Silva Herzog, director financiero de la Secretaría de Hacienda; José Torres
Torija e Ignacio Chávez, directores del Hospital General Juárez y del Instituto
Nacional de Cardiología. Vid. Imanol Ordorika, La disputa por el campus…, p. 79.
67
Ibidem, p. 59.
68
Idem.
69
Idem.
Idem.
70
Ibidem, p. 92.
71
72
De acuerdo con Laura González Flores, Barragán siguió los postulados que
alguna vez Diego Rivera expresó para construir un fraccionamiento urbano resi-
dencial en el Pedregal. Vid. Laura González Flores, “De retos y exploraciones: pa-
labra e imágenes de Armando Salas Portugal”, en A. Salas Portugal, Morada de
lava. Las colecciones fotográficas del Pedregal de San Ángel y la Ciudad Universitaria,
México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2006, p. 32.
73
Sobre las características y los resultados de la investigación científica en la
unam, vid. La ciencia en la unam a través del subsistema de la Investigación Científica,
México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2007, 175 p.
74
Según Rzedowski, no fue el Xitle el que arrojó las grandes cantidades de
lava del pedregal. Acaso expulsó probablemente grandes cantidades de cenizas y
de otro material magmático suelto, cuyos restos todavía en 1954 podían encon-
trarse en sitios cercanos al volcán. Las enormes masas de lava fueron arrojadas
por “bocas parásitas” ubicadas alrededor del Xitle. Vid. Jerzy Rzedowski Roter, Ve-
getación del Pedregal de San Ángel, México, Instituto Politécnico Nacional, Escuela
Nacional de Ciencias Biológicas, 1954, p. 7.
75
Ibidem, p. 3.
[…] pero fue sobre todo el lecho de lava, o pedregal (lugar de rocas),
tan a menudo mencionado en la obra de Hemley, el que me mantuvo
ligado a la ciudad de México hasta el final de la temporada […] todavía
se encuentra y, parece que para siempre, seguirá siendo un indomable
coto salvaje, natural, en cuyos abrigados e inaccesibles refugios innu-
merables especies de plantas se perpetúan con seguridad […]. Plantas
que había conocido en lugares remotos vinieron a mi vista, las plantas
de cima de la montaña, de llanura y de valle […]. ¡Qué gran parque
natural y único en el pedregal, bien situado al lado de una ciudad po-
pulosa, y cuán deseable que un parque público esté apartado, lejos de
la expoliación del leñador y estar abierto ampliamente para viajar!77
Ibidem, p. 16.
76
Traducción mía de: “but it was chiefly the lava beds, or pedrigal (place of
77
rocks) so often mentioned in Hemley’s work, wich held me so closely about Mexi-
co City till the end of the season […] it still lies and must ever remain an untama-
ble wild, natural preserve, in whose sheltered and inaccesible resesses numberless
species of plants perpetuate themselves in security […]. Plants whose acquaintan-
ce I had made in remote states came in view, plants of mountain top, of plain and
of valley […]. What a vast and unique natural park in the pedrigal, lying close be-
side a populous city, and how desirable that it be set apart for a public park, be
saved from further spoliation by the woodcutter and be more extensively opened
to travel”, citado en Jerzy Rzedowski Roter, Vegetación del Pedregal…, p. 2.
78
Ibidem, p. 6.
81
Ricardo Rovina, “El Pedregal de San Ángel”, Arquitectura México, n. 39, sep-
tiembre de 1952, p. 337. Rovina fue el arquitecto que tuvo a su cargo el diseño del
Proyecto de Iglesia como parte del proyecto de conjunto de cu.
82
Miguel Alemán, antes de ser presidente había hecho una fortuna con varios
negocios. En sociedad con los hermanos Bustamante tenía negocios inmobiliarios
dentro y fuera de la ciudad de México. Vid. A. Pérez-Méndez “Advertising Subur-
banization in Mexico City: El Pedregal Press Campaign (1948-65) and Television
Programme (1953-54)”, Planning Perspectives, v. 24, n. 3, julio 2009, p. 370.
1942-1958”, en Jean-François Lejeune (ed.), Cruelty & Utopia. Cities and Landscapes of
Latin America, Bruselas/Nueva York, International Centre for Urbanism, Architec-
ture and Landscape/Princeton Architectural Press, 2003, p. 228. Las palabras que
Eggener cita de Carlos Fuentes son de su novela La región más transparente (1958).
84
La Carta de Atenas postulaba que los urbanistas debían tener presentes en sus
planes la topografía los materiales locales, las condiciones económicas, las necesida-
des sociales y los valores espirituales, la funcionalidad, las áreas verdes, la zonificación
y la circulación del tráfico vehicular, principios todos ellos aplicados escrupulosamen-
te por Mario Pani y del Moral. Vid. K. Eggener, “Settings for History…”, p. 231.
85
Edward R. Burian, “Modernity and Nationalism: Juan O’Gorman and Post-
Revolutionary Architecture in Mexico, 1920-1960”, en Jean-François Lejeune (ed.),
Cruelty & Utopia…, p. 219.
86
Keith Eggener, “Settings…”, p. 231.
Ibidem, p. 232.
87
Conclusiones
extensas zonas de la ciudad están habitadas por gente que vive ahí con
un sentido transitorio, fijo el interés y la esperanza en lo que ocurre
allá, a muchos kilómetros de distancia, en el pueblo o el paraje del que
se forma parte y que da sentido a la emigración que se quiere temporal.
Son indios que ejercen su cultura propia hasta donde la vida en la
ciudad se los permite. No es raro que, frente a “los otros”, oculten su
identidad y nieguen su origen y su lengua: la Ciudad sigue siendo el
centro del poder ajeno y de la discriminación. Pero esa identidad sub-
siste, enmascarada, clandestina y en virtud de ella se mantiene la per-
tenencia al grupo original […].3
Ibidem, p. 84.
2
Ibidem, p. 87.
3
en la urbe durante los días de labor. Por todos los rumbos de la ciudad
se encuentran las “marías” con sus hijos, amparadas en las esquinas de
mayor tráfico, vendiendo chicles y chucherías, o pidiendo limosna a los
automovilistas. Muchos más, mal enfundados en ropas de trabajo, sirven
como albañiles y en faenas de cualquier índole. El servicio doméstico,
más estable, ocupa a un gran número de mujeres indias […].4
4
Ibidem, p. 88.
El “caso mexicano”
Cuando Bonfil dio por sentado que las ciudades mexicanas se contra-
ponían a lo indígena por haber sido la sede de la dominación colonial
y estatal y también el espacio privilegiado de despliegue de la confi-
guración cultural e identitaria que él llamó “México imaginario”, y
que nosotros llamaremos identidad étnica hispana y mestiza, hizo eco
tanto de una realidad histórica como de una convicción muy acendra-
da en la memoria histórica y en el pensamiento social mexicano.
Una de las formulaciones más rigurosas de esta concepción es
el modelo geográfico propuesto por Gonzalo Aguirre Beltrán en su
obra clásica Regiones de refugio. En ella, se plantea la contraposición
sistemática entre las ciudades, donde viven los criollos o mestizos, y
desde las cuales se ejerce el poder político y económico, y las regio-
nes rurales periféricas habitadas por las “minorías indígenas”. Agui-
rre Beltrán demuestra de manera brillante cómo las identidades
étnicas y culturales de las poblaciones indígenas campesinas se han
hecho inseparables de ese entorno geográfico y ecológico en el que
se vieron obligadas a refugiarse. Propone también que han sido re-
legadas por el proceso dominical, es decir por la dominación colo-
nial y nacional, a una situación de subordinación que, entre otras
cosas, les veda el acceso pleno a la vida urbana.5
5
Gonzalo Aguirre Beltrán, Regiones de refugio: el desarrollo de la comunidad y el
proceso dominical en Mesoamérica, México, Fondo de Cultura Económica/Universi-
dad Veracruzana, 1991, 371 p.
6
James Lockhart, The Nahuas After the Conquest, Stanford (California), Stanford
University Press, 1992, 650 p.; Friedrich Katz, “Rural Uprisings in Preconquest and
Colonial Mexico”, en Friedrich Katz (ed.), Riot, Rebellion and Revolution. Rural Social
Conflict in Mexico, Princeton, Princeton University Press, 1988, p. 67-94; John Tuti-
no, “Agrarian Social Change and Peasant Rebellion in Nineteenth Century Mexico:
The Example of Chalco”, en Friedrich Katz (ed.), Riot, Rebellion and Revolution. Ru-
ral Social Conflict in Mexico, Princeton, Princeton University Press, 1988, p. 95-140.
7
Katz, “Rural Uprisings…”, p. 79.
8
José Rubén Romero Galván, Los privilegios perdidos: Hernando Alvarado Tezo-
zómoc, su tiempo, su nobleza y su Crónica mexicana, México, Universidad Nacional
Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 2003, 168 p.
9
James Lockhart, The Nahuas After…, p. 94-140.
10
Paula López Caballero (ed.), Los Títulos Primordiales del centro de México, Mé-
xico, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2003, 351 p.
14
Felipe Castro, “Los indios y la ciudad. Panoramas y perspectivas de investi-
gación”, en Felipe Castro (coord.), Los indios y las ciudades de Nueva España, Méxi-
co, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones His-
tóricas, 2010, p. 9-33.
15
Paul Charney, “ ‘Much Too Worthy…’: Indians in Seventeenth-Century Lima”,
en Dana Velasco Murillo, Mark Lentz y Margarita R. Ochoa (eds.), City Indians in
Spain’s American Empire. Urban Indigenous Society in Colonial Mesoamerica and Andean
South America, 1530-1810, Sussex, Sussex Academic Press, 2012, p. 87-103.
16
Dana Velasco Murillo y Pablo Miguel Sierra Silva, “Mine Workers and Wea-
vers: Afro-Indigenous Labor Arrangements and Interactions in Puebla and Zaca-
tecas, 1600-1700”, en Dana Velasco Murillo, Mark Lentz y Margarita R. Ochoa
(eds.), City Indians in Spain’s American Empire. Urban Indigenous Society in Colonial
Me, Sussex, Sussex Academic Press, 2012, p. 104-127.
17
Felipe Castro, “Los indios y la ciudad…”, p. 9-33.
[…] extraños dado que a fines del siglo xviii hablaban castellano,
tenían nombres españoles y no eran agricultores sino artesanos y
proletarios en ciernes, y no obstante seguían manteniendo repúblicas,
barrios, santos particulares y un modo peculiar de relacionarse con el
espacio urbano.18
18
Luis Fernando Granados, “Pasaportes neoclásicos. ‘Identidad’ y cobro de
tributo indígena en la ciudad de México borbónica”, en Felipe Castro (coord.), Los
indios y las ciudades de Nueva España, México, Universidad Nacional Autónoma de
México, Instituto de Investigaciones Históricas, 2010, p. 374.
19
Andrés Lira, Comunidades indígenas frente a la ciudad de México. Tenochtitlan y
Tlatelolco, sus pueblos y barrios, México, El Colegio de México, 1972, 427 p.
20
Ibidem, p. 23.
21
Margarita R. Ochoa, “Culture in Possessing: Land and Legal Practices
among the Natives of Eighteenth-Century Mexico City”, en Dana Velasco Mu-
rillo, Mark Lentz y Margarita R. Ochoa (eds.), City Indians in Spain’s American Em-
pire. Urban Indigenous Society in Colonial Me, Sussex, Sussex Academic Press, 2012,
p. 199-220.
El Cuzco
23
En la literatura histórica sobre colonialismo ésta es la definición más básica
y universal que se ha planteado de los muy diferentes regímenes coloniales estable-
cidos a partir del siglo xv en América, África y Asia. Véanse, por ejemplo, Jürgen
Osterhammel, Colonialism: A Theoretical Overwiew, Princeton, Marcus Wiener Publish
ers, 2005, 145 p., o David Abernethy, The Dynamics of Global Dominance: European
Overseas Empires 1415-1980, New Haven, Yale University Press, 2000, 524 p.
24
Antonio Gramsci, “Cuaderno 12 (xxix) 1932. Apuntes y notas dispersas
para un grupo de ensayos sobre la historia de los intelectuales”, en Cuadernos de la
cárcel, México, Era, 1986, v. 4, p. 357.
25
Carolyn Dean, Inka Bodies and the Body of Christ: Corpus Christi in Colonial
Cusco, Peru, Durham, Duke University Press, 1999, 288 p.
26
Steve J. Stern, Los pueblos indígenas del Perú y el desafío de la conquista española,
Madrid, Alianza, 1982, 358 p.; Luis Eduardo Wuffarden, “La descendencia real y
el ‘renacimiento inca’ en el virreinato”, en Natalia Majluf et al., Los incas, reyes del
Perú, Lima, Banco de Crédito, 2005, p. 175-251.
27
Jan Szeminski, La utopía tupamarista, Lima, Pontificia Universidad Católica
del Perú, 1993, 297 p.
Tlaxcala
28
Andrea Martínez Baracs, Un gobierno de indios: Tlaxcala, 1519-1570, Méxi-
co, Fondo de Cultura Económica/Centro de Investigaciones y Estudios sobre An-
tropología Social/Colegio de Historia de Tlaxcala, 2008, 530 p.
29
George M. Foster, Cultura y conquista. La herencia española de América, Xala-
pa, Universidad de Veracruz, 1960, 467 p.
30
Federico Navarrete Linares, “La Malinche, la Virgen y la montaña: el juego
de la identidad en los códices tlaxcaltecas”, Revista História, 2008, v. 26, n. 2,
p. 288-310.
31
R. Jovita Baber, “Empire, Indians, and the Negotiation for the Status of
City in Tlaxcala, 1521-1550”, en Ethelia Ruiz Medrano y Susan Kellogg (eds.),
Negotiation within Domination: New Spain’s Indian Pueblos Confront the Spanish State,
Boulder, University Press of Colorado, 2010, p. 19-44.
Juchitán
sal”, en Steve J. Stern (ed.), Resistance, Rebellion and Consciousness in the Andean
Peasant World, Madison, The University of Wisconsin Press, 1987, p. 34-93; Jan
Szeminski, “Why Kill the Spaniard? New Perspectives on Andean Insurrectionary
Ideology in the 18th Century”, en Steve J. Stern (ed.), Resistance, Rebellion and
Consciousness in the Andean Peasant World, p. 166-192.
37
Marisol de la Cadena, Indigenous Mestizos. The Politics of Race and Culture in
Cuzco, Peru, 1919-1991, Durham, Duke University Press, 2000, 408 p.; Charles
Walker, Smoldering Ashes: Cuzco and the Creation of Republican Peru, 1780-1840, Dur-
ham, Duke University Press, 1999, 330 p.
Otavalo y Quetzaltenango
38
Huémac Escalona Lüttig, Las relaciones interétnicas entre mixes y zapotecos,
1900-1970. El caso de San Juan Guichicovi y Matías Romero, tesis para optar por el
grado de licenciado en Historia, México, Universidad Nacional Autónoma de Mé-
xico, Facultad de Filosofía y Letras, 2004.
39
Gonzalo Aguirre Beltrán, Regiones de refugio: el desarrollo de la comunidad y el
proceso dominical en Mesoamérica, México, Fondo de Cultura Económica, 1991, 366 p.
40
Robert M. Carmack, “Spanish-Indian Relations in Highland Guatemala,
1800-1944”, en Murdo J. MacLeod y Robert Wasserstrom (eds.), Spaniards and In-
dians in Southeastern Mesoamerica. Essays on the History of Ethnic Relations, Lincoln/Lon-
dres, University of Nebraska Press, 1983, p. 215-252; Robert M. Carmack, “State and
Community in Nineteenth-Century Guatemala: The Momostenango Case”, en Ca-
rol A. Smith (ed.), Guatemalan Indians and the State: 1540 to 1988, Austin, University
of Texas Press, 1990, p. 116-136; Barbara Tedlock, Time and the Highland Maya, Albu-
querque, University of New Mexico Press, 1992, 293 p.; Richard N. Adams, “Strate-
gies of Ethnic Survival in Central America”, en Greg Urban y Joel Sherzer (eds.),
Nation States and Indians in Latin America, Austin, University of Texas Press, 1991,
p. 181-206.
Greg Grandin, The Blood of Guatemala. A History of Race and Nation, Durham,
41
El “caso mestizo“
Bourbon Mexico City. Tribute, Community, Family and Work in 1800, Washington,
Georgetown University, 2008, 572 p.
46
Alberto Flores Galindo, La ciudad sumergida. Aristocracia y plebe en Lima,
1760-1830, Lima, Horizonte, 1991, p. 123.
47
Federico Navarrete Linares, “1847-1949: el siglo que cambió la historia in-
dígena mexicana”, en Josefina Mac Gregor (coord.), Miradas sobre la nación liberal:
1848-1948. Proyectos, debates y desafíos, 3 v., México, Universidad Nacional Autóno-
ma de México, Secretaría de Desarrollo Institucional, 2010, v. 1, p. 117-153.
Ibidem, p. 88-89.
49
50
Alejandra Leal, “ ‘You Cannot be Here’: The Urban Poor and the Specter of
the Indian in Neoliberal Mexico City”, Journal for Latin American and Caribbean
Anthropology, en prensa.
Peter Krieger
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Estéticas
Nostalgia
Friedrich Nietzsche, Vom Nutzen und Nachteil der Historie für das Leben, Zürich,
1
2
Publicaciones relacionadas de Peter Krieger, Megalópolis. La modernización
de la ciudad de México en el siglo xx, México, Universidad Nacional Autónoma de
México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 2006, 297 p.; “Construcción visual
de la megalópolis México”, en Issa Benítez (ed.), Hacia otra historia del arte en México.
Disolvencias (1960-2000), México, Fondo de Cultura Económica/Universidad Na-
cional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 2004, p. 111-139;
“Aesthetics and Anthropology of Megacities – A New Field of Art Historical Re-
search”, en Thierry Dufrêne y Anne-Christine Taylor (ed.), Cannibalismes disciplinaires:
quand l’histoire de l’art et l’anthropologie se rencontrent, París, Musée du Quai Branly/
Institut National d’Histoire de l’Art, 2009, p. 197-211; “L’image de la mégalopole.
Comprendre la complexité visuelle de Mexico”, Diogène. Revue Internationale des
Sciences Humaines, Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la
Ciencia y la Cultura, n. 231, julio-septiembre 2010, p. 74-89; “¿Incomprensibilidad
paradigmática? La megalópolis latinoamericana en la mira de la vieja Europa”,
en Patricia Díaz, Montserrat Gali y Peter Krieger (eds.), Nombrar y explicar, México,
Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas,
2012, p. 355-373.
Harry Pross (ed.), Kitsch. Soziale und politische Aspekte einer Geschmacksfrage,
3
Suhrkamp, 2002, 240 p. Véase también Peter Krieger, “Pinceles, pixeles y neuro-
nas. La iconografía expuesta”, en Hugo Arciniega Ávila (ed.), El arte en tiempos de
cambio, 1810-1910-2010, México, Universidad Nacional Autónoma de México,
Instituto de Investigaciones Estéticas, 2012, p. 531-545.
6
En preparación: Peter Krieger (ed.), Aerópolis. Estética e historia de la contami-
nación atmosférica. Véanse también mis textos “Pollution, Aesthetics of ” en Cuauh-
témoc Medina y Christopher Fraga (eds.), Manifesta 9. The Deep of the Modern. A
Subcyclopedia, Cinisello Balsamo (Milán), Silvana Editoriale, 2012, p. 227-229 (ver-
sión en holandés: “Pollutie, Esthetiek van”, p. 226-228), y “Disnea: cómo se asfixia
la ciudad”, Universidad de México, n. 624, junio 2003, p. 80-82.
7
Nietzsche, op. cit., nota 1, p. 31; cita en alemán: “Der Mensch hüllt sich in
Moderduft”.
Equilibrio
Evolución
mann (ed.), Umweltgeschichte. Themen und Perspektiven, Munich, Beck, 2003, p. 165.
12
Ibidem, p. 168, en alemán: “Analyse von ‘Organisations-, Selbstorganisa-
tions- und Dekompositionsprozessen in hybriden Mensch-Natur-Kombinationen”.
13
Küster, op. cit., nota 9, p. 9.
Ibidem, p. 154.
15
16
Ibidem, p. 153.
17
Radkau, op. cit., nota 10, p. 104.
18
Charles P. Snow, The Two Cultures, Cambridge, Cambridge University Press,
2003, 179 p.; Peter Krieger (ed.), Arte y Ciencia, México, Universidad Nacional
Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 2002, 624 p.
Estética
19
Radkau, op. cit., nota 10, p. 18.
Paisaje
20
Wolfram Siemann y Nils Freytag, “Umwelt — eine geschichtswissenschaftli-
che Grundkategorie”, en Wolfgang Siemann (ed.), Umweltgeschichte. Themen und
Perspektiven, Munich, Beck, 2003, p. 10.
21
Martin Seel, Eine Ästhetik der Natur, Frankfurt/Main, Suhrkamp, 1996, p. 143.
Compensación
22
Radkau, op. cit., nota 10, p. 69-71.
23
Peter Krieger (ed.), Acuápolis, México, Universidad Nacional Autónoma de
México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 2007, 281 p.
24
Ricky Burdett (ed.), The Endless City, Londres, Phaidon, 2008, 512 p.
25
Hans Windisch, Das deutsche Lichtbild, Jahresschau 1928/29, Berlín, Robert &
Bruno Schultz, 1928, 52 p.
26
Friedrich Schiller, “Über naive und sentimentalische Dichtung”; véase:
Helmut J. Schneider. “Utopie und Landschaft im 18. Jahrhundert”, en Wilhelm
Voßkamp (ed.), Utopieforschung. Interdisziplinäre Studien zur neuzeitlichen Utopie, 3 v.,
Frankfurt/Main, Suhrkamp, 1985, v. iii, p. 172-190, en especial p. 173.
Sustentabilidad
33
Timothy Doyle, Environmental Movements in Majority and Minority World. A
Global Perspective, New Brunswick (Nueva Jersey), 2005, 212 p.; véase también
Radkau, op. cit., p. 190.
34
Radkau, op. cit. (nota 10), p. 47 y 465-471.
35
Ibidem, 242.
36
Küster, op. cit., p. 18.
Aby Warburg, “Der Leidschatz der Menschheit wird humaner Besitz”, po-
38
Transformaciones
Este axioma incómodo para los historiadores es, por supuesto cues-
tionable, ya que no se trata de aprovechar la rivalidad de dos disci-
plinas cercanamente relacionadas, sino fomentar su intercambio
sinergético. La diversidad de las fuentes históricas, incluyendo la
historia mental sobre el medio ambiente, exige modelos de investi-
gación compleja, donde la contemplación y el análisis de la imagen
amplían el horizonte del tema y el problema dado, como la postura
del “historiador frente a la ciudad”.
El historiador y el historiador del arte se enfrentan hoy, como lo
esbocé en esta ponencia panorámica y conceptual, a una configura-
ción crítica de la ciudad y del paisaje, donde gran parte de los terri-
torios se convirtió en depósitos desordenados de infraestructuras,
construcciones y basura, donde la noción de paisaje se perfila en
extrema contraposición a la kitschificada imagen mental colectiva del
“paisaje natural”, debajo del “cielito lindo” en el valle de México. La
historia de las imágenes, que captura las transformaciones de estos
paisajes, en diferentes medios visuales, desde la pintura de óleo has-
ta la fotografía documental aérea, reconstruye cómo se alteraron las
diferentes “atmósferas”40 paisajistas y se codificaron como elementos
de identidades normativas.
Las múltiples conciencias visuales del paisaje que el habitante
—o visitante— de la ciudad de México y de sus alrededores puede
generar se nutren de la percepción cotidiana de la materia física,
pero también del mundo virtual de imágenes históricas, que ofrecen
41
Wilhelm Heinrich Riehl, “Das landschaftliche Auge”, en Kulturstudien aus
drei Jahrhunderten, 3a. ed., Stuttgart, 1896, p. 65, cita en alemán: “Jedes Jahrhun-
dert hat nicht nur seine eigene Weltanschuung, sondern auch seine eigene Lands-
chaftsanschauung”. Traducción al español por Peter Krieger.
42
Krieger, op. cit.
Véase nota 1.
43
Burdett, Ricky (ed.), The Endless City (The Urban Age Project), Londres, Phai-
don, 2008, 512 p.
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