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Leamos ahora el versículo 7 del capítulo 13, de la epístola a los Hebreos, que

encabeza un nuevo párrafo titulado:


La vida social del creyente
"Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad
cuál haya sido el resultado de su conducta e imitad su fe."
Algunos pastores han utilizado este versículo para enfatizar la obediencia que
deben mostrarles los miembros de su iglesia. Sin embargo, parece que la idea
predominante aquí es la del liderazgo. Él está hablando de los líderes espirituales,
y éstos han de conducir a las personas a Cristo. Si un hombre está presentando a
Cristo e está intentando conducir a las personas a la presencia de Cristo, entonces,
éste es un hombre a quien usted debería permanecer leal. Pero el ser leal a un
hombre simplemente porque sea el pastor de la iglesia, no es el tema que el escritor
estaba tratando aquí. Leamos ahora el versículo 8 de este capítulo 13 de Hebreos:
"Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos."
Ante el nombre "Jesucristo" cabe hacer ciertas consideraciones. En la Palabra de
Dios no se registran accidentes, es decir, que ninguna palabra se ha utilizado sin la
debida atención. "Jesús" era Su nombre humano. "Cristo" era Su título, el que nos
hablaba de Su deidad.
"Jesús" es el nombre que lo relaciona con la humanidad. Lo identifica como la
persona más maravillosa del mundo. ¡Qué maravilloso fue Jesús como persona
cuando se encontraba aquí en la tierra! La gente se agolpaba alrededor de Él,
porque Él era tan humano. Las multitudes lo siguieron y lo amaron. Lo que
detestaban era su enseñanza, no a Jesús como hombre.
"Cristo" es el título que habla de Su misión mesiánica a este mundo, Él es Dios
manifestado en carne. Al pronunciar el nombre "Jesucristo" vemos lo
adecuadamente que se unen los dos nombres en una sola Persona.
Jesucristo es el mismo, pero necesitamos comprender en qué sentido Él es el
mismo. El es el mismo en Su carácter, en Su persona, y en Sus atributos, pero no
es el mismo en lugar ni en Su forma de actuar. Si una viaja a Israel, verá pocas
evidencias de Su pasada presencia en aquella tierra. Hace más de 2.000 años, se
encontraba en Belén, como un niño. Pero ya no es un niño ni se encuentra en Belén.
Más tarde fue un adolescente jugando en las calles de Nazaret. Aunque quedan
algunos jóvenes jugando por allí, tampoco quedan señales de su paso. Algunos
años más tarde, ya como un hombre, caminó por aquellas tierras y, efectivamente,
sanó a muchas personas. Y si uno va a Jerusalén y visita el Gólgota, no verá la cruz
en aquel lugar, Él no se encuentra hoy en ninguna cruz. La idea principal de esta
epístola es que Cristo Jesús se encuentra actualmente a la derecha de Dios. Dice
Hebreos capítulo 8, versículo 1: "tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la
diestra del trono de la Majestad en los cielos". Y por lo tanto, como dice Hebreos
capítulo 12 versículo 2, tenemos que poner los ojos "en Jesús, el autor y
consumador de la fe". Él logró nuestra redención hace más de 2.000 años, y se
sentó a la derecha de Dios. Y precisamente ahora, se encuentra allá, pero algún día
vendrá como Rey sobre la tierra para establecer Su reino. Él aún no ha llamado a
Su iglesia para recogerla del mundo, pero algún día lo hará. Es que Jesús no es el
mismo en cuanto al lugar que ocupa, y en cuanto a Su ministerio, pero Él es el
mismo en Sus atributos.
Cuando Él estuvo aquí hace más de 2.000 años, era Dios, que descendió hasta
nuestro nivel humano. Cuando uno visita la tierra de Israel y piensa en Su primera
venida, se siente maravillado por aquel evento. Él vino a un lugar en el que no hay
grandes riquezas, ni pompa, ni ceremonia. No vino a Roma, que era el centro del
poder y del gobierno. No vino a Atenas, el gran centro cultural de la época. Pero sí
vino a un insignificante puesto avanzado del Imperio Romano, y entonces descendió
al nivel del hombre común.
¿Se ha preguntado usted alguna vez por qué las multitudes se sintieron atraídas
por Jesús y lo siguieron? Él era de complexión fuerte pero amable, tan amable que
los niños querían estar con Él. Sin embargo, Él pudo expulsar a los cambistas del
templo, y ellos tuvieron que huir, porque Él era lo suficientemente enérgico como
para echarlos. También era un hombre atractivo. Tenía lo que hoy llamaríamos
carisma. La gente lo seguía porque lo amaba y las personas supieron que estaban
en presencia de un hombre que era verdaderamente un hombre. En la ciudad de
Capernaúm sanó a un leproso y después tuvo que retirarse de allí porque la multitud
le apretaba de tal manera que ni siquiera podía continuar con Su ministerio. Hasta
los publicanos y pecadores vinieron a Él, lo cual enfadó al grupo religioso. Si Jesús
viniera hoy a cualquier ciudad, y lamentamos tener que decir esto, no estamos
seguros de que fuera a algunos círculos cristianos. En mi opinión, usted podría
encontrarle donde hubiera una multitud. Estaría mezclado con la gente y
probablemente sosteniendo en sus brazos a uno o dos niños. Cuando Él fue a
Jericó, al final de Su ministerio, nuevamente vemos que las multitudes se alinearon
a lo largo del camino, de manera que Zaqueo que era muy bajo tuvo que trepar a
un árbol para poder verle, aunque incluso allí, nuestro Señor se detuvo y lo hizo
descender del árbol. ¡Qué sensible fue el Señor Jesús a la necesidad humana, y
cuán maravilloso era en Su persona!
Queremos ahora decir algo con sumo cuidado. Y es lo siguiente: era la persona de
Cristo la que atraía, no sus enseñanzas. Su gran declaración de que iba a morir
para redimir a los hombres, no fue popular. Desde el mismo principio de su
ministerio, fueron sus enseñanzas las que ofendían. Él enseñó que era el Pan de
vida, y que había venido a dar Su vida para que las personas pudieran tener comida
espiritual. En el evangelio según San Juan, capítulo 6, versículos 65 al 68, leemos:
"Y dijo: por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le es dado del
Padre. Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás y ya no andaban
con Él. Dijo entonces Jesús a los doce: ¿queréis acaso iros también vosotros? Le
respondió Simón Pedro: Señor: ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida
eterna". Las multitudes se redujeron en número y sólo doce permanecieron con Él.
¿Por qué? Debido a Sus enseñanzas. Inclusive Pedro lo reprendió cuando Jesús
habló de su muerte inminente, diciéndole, "Señor, ten compasión de ti mismo. ¡En
ninguna manera esto te acontezca!" (Como podemos leer en Mateo 16:22) Incluso
a sus propios discípulos no les gustó esa clase enseñanza. Cuando las personas
entraron en contacto con el Señor Jesucristo, encontraron gracia y verdad;
encontraron dulzura y fortaleza; encontraron humildad y majestad; encontraron luz
y amor. Él apeló a las personas, pero cuando murió en aquella cruz, aquella cruz se
convirtió en una ofensa, en un agravio. La cruz es aún un agravio, una humillación,
pero Jesús es atractivo.
Se ha contado que en la ciudad de Florencia, Savonarola se presentó ante una gran
multitud, y les dijo: "Sed libres". Y la gente lo aplaudió. Pero cuando les dijo: "Sed
puros", lo expulsaron de la ciudad. Rechazaron sus enseñanzas cuando éstas no
les resultaron atractivas. El Señor Jesús les dijo a las personas: "Debéis apartaros
del pecado. No podéis vivir en el pecado. Yo he venido para daros libertad. Pero yo
tendré que dar Mi vida por vosotros y vosotros tendréis que venir a Mí como
pecadores". Y los pecadores vinieron -cuando los hombres se encontraban
desesperados, venían a Él.
Estimado oyente, Jesús es maravilloso y usted debería conocerle. Pablo, que llegó
a conocerle, descubrió que, incluso hacia el fin de su vida quería conocerle mejor.
En su carta a los Filipenses capítulo 3, versículo 10, dijo: "10Quiero conocerlo a él
y el poder de su resurrección". Podemos decir hoy que nuestra ambición es
conocerle, y difundir Su Palabra. No podemos imaginar algo mejor que hacer.
Leamos ahora el versículo 9 de este capítulo 13 de Hebreos:
"No os dejéis llevar de doctrinas diversas y extrañas. Es mejor afirmar el corazón
con la gracia, no con alimentos que nunca aprovecharon a los que se han ocupado
de ellos."
Es sorprendente que la mayoría de los cultos y sectas hoy propugnan dietas
especiales. Creemos que la comida es importante, en lo que a la salud del cuerpo
se refiere, pero que no tiene nada que ver con su relación con Dios. Pablo escribió
en su primera carta a los Corintios, capítulo 8, versículo 8: "si bien lo que comemos
no nos hace más aceptos ante Dios, pues ni porque comamos seremos más, ni
porque no comamos seremos menos". El escritor estaba diciendo lo mismo aquí.
Nadie en este mundo va a desarrollarle espiritualmente, excepto la Palabra de Dios.
La Palabra de Dios lo desarrollará si le conduce a la persona de Cristo, y sólo el
Espíritu Santo puede tomar las cosas de Cristo y convertirlas en realidad en su vida.
Continuemos leyendo el versículo 10 de este capítulo 13 de Hebreos:
"Tenemos un altar, del cual no tienen derecho de comer los que sirven al
Tabernáculo"
Aquí se está haciendo una comparación entre lo que Israel tenía bajo el antiguo
pacto, en contraste con las cosas mejores del nuevo pacto. Los creyentes tienen
hoy un altar, pero este altar no es la Cena del Señor, como algunas personas han
interpretado erróneamente que dicha Cena significa. Nosotros no tenemos un altar
material, con una dirección local concreta, pero tenemos un altar que se encuentra
en el cielo. Es el trono de la gracia. Era un trono de juicio -allí Él nos condenó-pero
ahora que la sangre ha sido colocada allí, podemos venir y encontrar gracia y
salvación.
Por más que las actividades sociales fomenten la amistad y la camaradería entre
los creyentes, el único lugar donde usted puede realmente disfrutar de la comunión
cristiana (la "koinonía") es alrededor de la Palabra de Dios. Es esta Palabra que le
conduce a usted a la persona de Cristo y lo capacita para verle a Él en toda Su
gloria. Es entonces cuando usted tendrá compañerismo y comunión, a la vez que
pasará un tiempo agradable con otros cristianos. Nuestro Señor es extraordinario,
estimado oyente, y es muy lamentable, es terrible, pasar por alto al Salvador, al
Señor. Y dice el versículo 11 de este capítulo 13 de Hebreos:
"Porque los cuerpos de aquellos animales cuya sangre a causa del pecado es
introducida en el santuario por el sumo sacerdote, son quemados fuera del
campamento."
El escritor se estaba refiriendo a la ofrenda por el pecado. Cuando Cristo murió, lo
hizo por el hecho de que usted y yo somos pecadores. No solo cometemos pecados;
somos pecadores por naturaleza, y Él llevó nuestros pecados sobre Sí mismo, para
poder darnos una nueva naturaleza. El versículo 12 añade:
"Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre,
padeció fuera de la puerta."
El Señor Jesús murió fuera de la ciudad. ¿Por qué? Porque Él mismo era la ofrenda
por el pecado. La ofrenda por el pecado era retirada del templo y "quemada fuera
del campamento". Jesús era nuestra ofrenda por el pecado, y Él pagó el castigo por
nuestro pecado. Y continúa diciendo el versículo 13 de Hebreos 13:
"Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su deshonra."
El escritor les estaba diciendo a los cristianos Hebreos: "Que no os importe dejar el
templo. No lamentéis dejar los rituales. Aquellas cosas no son útiles. Id a Él, id a
Cristo".
Estimado oyente, nosotros también tenemos que ir a
Cristo. Estamos de camino a la Jerusalén celestial. La que tiene lugar aquí es una
verdadera separación. Hoy ponemos el énfasis en la separación de: Estamos
separados de algo; no hacemos esto, lo otro y lo de más allá. Pero la verdadera
separación no es "separación de" sino "separación hacia (o para). Pablo dijo que él
fue separado para el Evangelio, separado para Cristo, separado para la Palabra de
Dios. En realidad, la palabra Hebrea significa "aquel que ha cruzado". Abraham fue
llamado Hebreo porque había llegado del otro lado del Río Éufrates, queriendo decir
que su vieja vida había terminado. Los israelitas cruzaron el Mar Rojo y fueron
liberados de la esclavitud; fueron redimidos, y para ellos fue posible comenzar una
nueva vida. Después tuvieron que cruzar el Río Jordán para vivir en la tierra
prometida, la tierra de Canaán, que representa a esa clase de vida que nosotros
también deberíamos vivir aquí en la tierra.
Nosotros tenemos que salir "fuera del campamento, llevando su deshonra". Los
cristianos Hebreos detestaban dejar el templo y su religión. Muchas personas están
hoy absortas en un cristianismo centrado en algunas actividades de la iglesia,
creyendo que, por ser miembros de una iglesia, son salvos. Ellas necesitan
apartarse del ritual y la religiosidad superficial, y venir a Cristo. Venir a Él constituye
una separación real, y ésa es la verdadera salvación. Y dice, además, el versículo
14 de Hebreos 13:
"Porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir."
Como vemos, el escritor nuevamente aclaró que no tenemos nada permanente aquí
en la tierra.
Leamos ahora el versículo 15, que encabeza un párrafo titulado:
La vida espiritual de los creyentes
"Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es
decir, fruto de labios que confiesan su nombre."
El hijo de Dios es hoy un sacerdote y puede traer sacrificios a Dios. Hay cuatro
sacrificios en la vida del creyente: (1) Usted puede sacrificar su persona (ver
Romanos 12:1). Alguien ha dicho: "cuando uno se entrega verdaderamente al
Señor, todo lo demás que tenga que darle, resulta fácil"; (2) usted puede sacrificar
sus bienes (ver 2 Corintios 8:1-5). Si Él no tiene sus bienes, no lo tiene a usted; (3)
usted puede ofrecer un sacrificio de alabanza, como hemos leído en este versículo
15 de nuestro capítulo, que dice: "Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio
de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre". Y
finalmente (4) usted puede ofrecer el sacrificio de sus actos haciendo el bien, lo cual
encontramos en el versículo siguiente. Leamos entonces el versículo 16:
"Y de hacer el bien y de la ayuda mutua no os olvidéis, porque de tales sacrificios
se agrada Dios."
Cuando usted llevó esa canasta de fruta a aquel hijo de Dios solitario y enfermo, de
quien todos se habían olvidado, usted era un sacerdote ofreciendo un sacrificio a
Dios. Estaba haciendo algo que agradaba a Dios y Él se deleitó en ese gesto suyo.
Estimado oyente, si el cristianismo no transita por este mundo tocando la vida real
y las necesidades de los demás, no puede ser bueno. El Señor Jesús se encuentra
a la diestra de Dios, y allí ocupa Su lugar como cabeza de la iglesia pero sus pies
están aquí abajo, apoyados en esta tierra. Cristo Jesús quiere que el cristianismo,
al proclamar el mensaje de salvación, tienda una mano de ayuda y solidaridad al
sufrimiento humano. Es como si el mismo Señor quisiera colocarse dentro de
nuestros zapatos para acompañarnos en nuestro viaje por esta tierra.
En nuestro próximo programa llegaremos al final de nuestro estudio de esta carta.
Por lo tanto, estimado oyente, le invitamos cordialmente a que nos acompañe al
examinar los últimos versículos de este capítulo 13 de la epístola a los Hebreos.

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