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La metamorfosis de Franz Kafka (resumen)

Una manñ ana, despueé s de un suenñ o intranquilo, Gregorio Samsa se despertoé transformado
en un monstruoso insecto. Teníéa muchas patitas que se movíéan sin que eé l pueda
controlarlas y todo indicaba que no se trataba de un suenñ o: el reloj indicaba las seis y
media y el tren salíéa a las cinco. No podíéa comprender coé mo pudo quedarse dormido si el
despertador sonaba todos los díéas a las cuatro de la manñ ana, y tan fuerte que hasta hacíéa
vibrar los muebles. Pero no era momento de lamentarse, debíéa levantarse o perderíéa su
trabajo. Si bien habíéa perdido el tren de las cinco podíéa alcanzar el de las siete si se daba
prisa. Pero no era posible salir de la cama, se balanceaba sobre su enorme caparazoé n y aun
asíé no lograba llegar ni al borde. Su mamaé llamoé a la puerta:
―Gregorio ―dijo ella― van a ser las siete, ¿te pasa algo malo?
Tambieé n llamoé su padre y hasta escuchoé la voz de su hermana Grete, pero intentoé
calmarlos dicieé ndoles que no pasaba nada y que enseguida estaríéa con ellos. Pero no podíéa
levantarse aunque lo intentaba. Quiso rendirse, decir que estaba enfermo y descansar un
díéa. Pero no era tan faé cil, vendríéa su jefe a buscarlo, traeríéa a un meé dico (el que se daríéa
cuenta que Gregorio no estaba enfermo) y lo botaríéan de su empleo por perezoso. Y
Gregorio no podíéa perder su trabajo, por lo menos ahora no, en cinco anñ os podíéa ser,
cuando termine de pagar la deuda de su padre, pero ahora no, su familia lo necesitaba.
Miroé una vez maé s el reloj: eran las siete, habíéa perdido el segundo tren, definitivamente
estaba en problemas. En ese momento oyoé que tocaban a la puerta y que alguien decíéa:
“Buenos díéas, ¿estaé Gregorio en casa?” Era la voz del gerente, ya no era tiempo de estar
jugando o perderíéa su trabajo. Giroé con todas sus fuerzas y cayoé de la cama a la alfombra.
Sus patas se acomodaron perfectamente al piso y se acercoé a la puerta. Tocaron a la
puerta, el gerente le increpoé su actitud:
―No lo puedo creer, senñ or Samsa, yo habíéa confiado en usted y usted ni siquiera quiere ir a
trabajar. Ademaé s, es muy sospechoso que ayer usted teníéa que hacer unas cobranzas y hoy,
en vez de llevar el dinero, se queda en casa.
Muy sospechoso, senñ or Samsa, muy sospechoso.
Gregorio estaba disgustado, ¿por queé lo trataba asíé?, eé l seríéa incapaz de robarle a sus
patrones, ademaé s teníéa anñ os de un trabajo impecable. Pero ni eso valoraba el gerente.
―Un momento por favor, ―dijo Gregorio― ya me levanto, me he sentido mal por la manñ ana
pero ya estoy bien y voy a trabajar, asíé que no se preocupen.
Al otro lado de la puerta, el gerente y la familia de Gregorio no habíéa escuchado palabras,
sino sonidos monstruosos, silbidos, grunñ idos y resoplidos. Grete fue a buscar a un meé dico
y la criada corrioé a buscar a un cerrajero para forzar la puerta y saber que estaba pasando
dentro de esa habitacioé n. Pero Gregorio logroé abrir la puerta antes. Usoé su mandíébula sin
dientes y se hizo bastante danñ o, pero giroé la manija de la puerta. “Al fin”, exclamoé el gerente
y entroé antes que los demaé s a la habitacioé n. Cuando vio al insecto se quedoé estaé tico y
mudo, la madre cayoé desmayada y el padre amenazoé a Gregorio con el punñ o para que no se
acerque. El ué nico que mantuvo la calma fue el insecto.
―No se preocupen ―dijo Gregorio― cualquiera tiene una indisposicioé n, pero ya estoy bien,
en un minuto me cambio y voy a trabajar. Ademaé s, voy a trabajar el doble para compensar
mi tardanza, pero no piensen que soy un perezoso.
Nuevamente lo que oyeron todos no fueron palabras sino balbuceos monstruosos. El
gerente huyoé casi a la carrera, Gregorio fue tras eé l pues temíéa perder su trabajo y como
estaba apoyado en la puerta pudo pasar su ancho caparazoé n de lado. Pero cuando quiso
regresar a su habitacioé n, no podíéa pasar por la estrecha puerta. Su padre habíéa salido a
detenerlo pensando que atacaríéa al gerente, y con la rabia que sentíéa no se fijoé que
Gregorio teníéa el caparazoé n incrustado en el marco de la puerta y de un empujoé n lo envioé
al fondo del cuarto. El caparazoé n se hirioé y de las llagas salíéa un líéquido verdoso.
El resto de ese díéa Gregorio lo pasoé durmiendo. Cuando despertoé encontroé una bandeja
con su alimento preferido: leche, y en ella nadaban pedacitos de pan. Al instante supo que
su hermana habíéa puesto ahíé la comida. Se acercoé , emocionado, a comer pero al primer
sorbo sintioé asco y se sorprendioé pues nunca la leche le habíéa causado esa sensacioé n.
Intentoé de nuevo, pero era imposible, asqueroso. Asíé que se arrinconoé debajo del sofaé y
pasoé durmiendo y con hambre la primera noche de insecto.
En la manñ ana, su hermana entroé al cuarto, y al ver que Gregorio no habíéa comido, como
adivinando sus pensamientos, sacoé el plato con leche y a cambio le trajo varios alimentos
descompuestos: vegetales, restos de comida, un queso mohoso; y dejoé solo a Gregorio que
soé lo entonces pudo comer y esta vez tambieé n se sorprendioé pues lo que antes habríéa sido
repulsivo para eé l, entonces era delicioso. Terminoé y volvioé a esconderse bajo el sofaé . Maé s
tarde, Grete limpioé todo mientras el insecto estaba escondido bajo el sofaé , pero la
muchacha podíéa ver el bulto tenebroso debajo del mueble y aunque evitaba mirarlo, sentíéa
su presencia y eso incomodaba a ambos. Y aunque la ué nica que se encargaba de cuidar a
Gregorio era ella, la situacioé n se hizo cada vez maé s tensa: Grete abríéa de par en par las
ventanas de la habitacioé n cada vez que entraba para que escape el hedor del insecto, pero
eso mortificaba a Gregorio que habríéa preferido que las ventanas no solo esteé n cerradas
sino que tambieé n esteé n corridas las cortinas.
Una noche, Gregorio escuchoé la conversacioé n de su familia (la puerta de su cuarto daba al
comedor). Las conversaciones en casa ya no eran alegres ni joviales, casi no se hablaban,
todo habíéa entrado en un estado de petrificacioé n. La criada se habíéa ido y habíéan
contratado otra bastante mayor. Y aunque solo Grete se encargaba de Gregorio,
continuamente su madre declaraba su intencioé n de ver a su hijo y conocer su estado; pero
su padre y su hija se lo impedíéan. Gregorio estaba de acuerdo con ellos, no queríéa que su
madre, ni su hermana (ni nadie) pase malos momentos por su culpa. Asíé que, aunque
demoroé cuatro horas, arrastroé la saé bana de su cama y la llevoé bajo el sofaé , donde se tapoé
con ella y evitaba que su hermana se aterrorice cada vez que entraba a limpiar la
habitacioé n.
Por ese entonces, Gregorio habíéa encontrado un pasatiempo: habíéa descubierto que sus
patas viscosas se adheríéan a las paredes y que podíéa caminar por ellas, incluso podíéa
pasear por el techo. Su hermana lo habíéa notado pues quedaban las huellas de sus patas.
Se le ocurrioé entonces que si su hermano queríéa pasear por las paredes y por el techo, lo
maé s sensato seríéa quitarle todos los obstaé culos que pueda encontrar: los muebles, el
escritorio, la cama. En ese momento no teníéa quieé n la ayude en la labor, y como la ué nica en
casa era la madre, tuvo que pedíérselo a ella. Gregorio se escondioé bajo la saé bana y las dos
mujeres comenzaron la labor. Sin embargo, eé l no queríéa que desalojen sus cosas, no queríéa
sentirse un animal, no queríéa que le quiten lo ué ltimo que le deba una apariencia humana a
su habitacioé n. “Es ahora o nunca”, pensoé , y salioé de debajo de la saé bana y se apoyoé sobre un
cuadro, pegando su vientre viscoso al cristal del retrato.
Cuando volvioé la madre al cuarto, vio al insecto pegado al vidrio y se desmayoé por el
espanto. Grete intentoé auxiliarla y le desabrochoé la blusa para que pueda respirar mejor,
mientras amenazaba al insecto con la mirada. Gregorio, asustado, se despegoé como pudo
del vidrio y huyoé hacia el comedor y trepoé por las paredes y el techo. Pero su nerviosismo
lo traicionoé : se despegoé del techo y cayoé pesadamente sobre la mesa. En ese momento
llegoé el padre del trabajo. Cuando vio la expresioé n de susto de su hija, lo adivinoé todo.
―Gregorio se ha escapado ―dijo ella abrazaé ndose al pecho del padre―, mamaé lo ha visto y
se ha desmayado, pero ya estaé mejor.
El padre no quiso escuchar maé s, tiroé la gorra sobre el sofaé y empezoé a perseguir al insecto.
Gregorio huíéa, pero pronto se dio cuenta que era preferible dejar de escapar y dirigirse al
cuarto para demostrar que teníéa la intencioé n de encerrarse por síé mismo. Pero el padre no
entendioé y empezoé a arrojarle manzanas, una de las cuales se encajoé en el caparazoé n del
insecto, quien se cruzoé con su madre que corríéa espantada para detener a su esposo y
pedirle llorando que por favor no mate a su hijo.
A partir de entonces, la relacioé n con Gregorio cambioé draé sticamente. Todos en casa
debieron buscar un empleo: el padre era mensajero, la madre costurera y la hermana
encontroé trabajo en una tienda. Ademaé s tuvieron que despedir a la criada y contrataron
una asistenta que veníéa por unas horas para limpiar la casa. Grete atendíéa a Gregorio con
desdeé n: le arrojaba la comida y ya no limpiaba su cuarto, pronto abandonoé su cuidado y se
lo encargaron a la asistenta, quien, a diferencia de todos, no le teníéa el menor temor al
insecto: lo insultaba, le picaba el caparazoé n con la escoba y poníéa todas las cosas de sobra
en su cuarto. En poco tiempo Gregorio teníéa un estado deplorable: estaba cubierto de
polvo, viviendo entre los desechos, con restos de basura y comida adherida a su cuerpo y
sin nadie que lo atienda de verdad.
Por esos díéas los padres decidieron recibir inquilinos en casa para tener un ingreso
adicional. Recibieron a tres amigos a los que trataban con demasiada sumisioé n (ni siquiera
se sentaban en su sofaé si los inquilinos estaban cerca) pues nunca habíéan tenido
hueé spedes en casa y queríéan tratarlos de la mejor manera para que no se vayan. Una
noche, mientras cenaban, Grete tocoé el violíén en la cocina; los inquilinos se sintieron
conmovidos por la mué sica y le pidieron que toque para ellos y que a cambio le daríéan una
propina. La muchacha lo hizo, el padre colocoé el pentagrama y ella empezoé a tocar.
Cuando Gregorio oyoé la mué sica, se sintioé conmovido. Recordoé que sonñ aba con ahorrar
dinero para enviar a su hermana al conservatorio y pensoé que la mué sica habríéa
enternecido a todos tanto como a eé l asíé que se atrevioé a salir del cuarto y asomarse al
comedor (la asistenta habíéa olvidado cerrar la puerta). Uno de los inquilinos vio al insecto
pero mantuvo la calma.
―Senñ or Samsa ―dijo uno de los inquilinos―, ¿queé es eso? ―y senñ aloé a Gregorio.
El padre, espantado por el suceso, en lugar de meter a Gregorio en su cuarto, empujoé
freneé ticamente a los hueé spedes al suyo sin darles una explicacioé n. Grete soltoé el violíén y
corrioé al cuarto de los hueé spedes donde arregloé las camas antes que ellos ingresen.
Entonces, cansados de tantos empujones los inquilinos se detuvieron en seco.
―Senñ or Samsa, debo decirle que me siento ofendido por el trato que se nos ha dado ―dijo
uno de ellos―. Asíé que nos vamos de su casa sin pagarle ni un centavo, al contrario creo
que les voy a pedir una indemnizacioé n.
Los dos companñ eros de este, asintieron con la cabeza y se encerraron en su cuarto.
El padre se dejoé caer en el silloé n, la madre y la hermana lloraban y Gregorio, por la falta de
fuerzas que le ocasionaba el hambre, no podíéa moverse de regreso a su cuarto. No lograba
entender como su buena intencioé n se habíéa convertido en una maldicioé n para los demaé s.
―Debemos deshacernos de eé l ―gritoé la hermana―. Yo ya no aguanto maé s. Esa cosa nos va
a matar a todos. Nuestro error ha sido creer que eso es Gregorio, y no lo es. Echeé moslo de
casa, suficiente tortura es que todos nosotros trabajemos y que aparte debamos
encargarnos de ese insecto. ¡Papaé ! ―dijo con un deé bil chillido y corrioé a esconderse detraé s
de eé l―, ahíé viene.
Pero Gregorio no iba hacia ella, sino que daba la vuelta para regresar a su encierro. Estaba
tan deé bil que demoroé mucho en llegar, pero cuando cruzoé el umbral, Grete cerroé la puerta
violentamente y la aseguroé con llave. Toda esa noche Gregorio la pasoé despierto,
convencido (aué n maé s que su hermana) de que debíéa morir. Cuando el reloj de la iglesia dio
las tres de la madrugada, Gregorio encogioé su cabeza y murioé .
A la manñ ana siguiente fue la asistenta la que notoé la muerte del insecto. “Al fin estiroé la
pata”, le dijo a la familia que no le prestoé atencioé n. Intentoé explicarles lo que teníéa
planeado para el cadaé ver, pero tampoco fue tomada en cuenta. Hasta que ella misma
arrastroé el cadaé ver con la escoba para que ellos lo vean.
―Demos gracias a Dios ―dijo el padre.
En ese momento salieron los inquilinos, quienes pidieron el desayuno y fueron
sorprendidos por la asistenta que les mostroé el insecto muerto. El padre, enojado, se paroé
frente a ellos y los botoé duramente de su casa. Tambieé n la criada salioé muy enojada pues
nadie tomaba atencioé n a sus planes sobre queé hacer con el insecto.
La familia se tomoé el díéa libre de sus trabajos, sacaron sus cuentas y vieron que lo que
ganaban entre los tres les alcanzaba para vivir y hasta sobraba un poco para ahorrarlo, asíé
que sintieron un alivio por la carga que se les quitaba con la muerte de Gregorio.
Decidieron salir, pasear, como hace meses no lo hacíéan; y, mientras viajaban en el tranvíéa,
los padres notaban la belleza de Grete, que ya estaba en condiciones de tomar un buen
marido.

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