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Introducción

Hasta hace pocas décadas, la teoría del conocimiento —casi siempre considerada
en unidad con la lógica— aparecía como la base necesaria de toda la filosofía y
como la raíz de la que se desprendían las demás ramas. Por ello ocupaba un
lugar especial en los planes universitarios: se la consideraba introducción
adecuada al estudio de la filosofía; más aún: muchos pensaban que toda la
filosofía, de hecho, quedaba absorbida en la teoría del conocimiento o, al menos,
que sus principales problemas se decidían en esta. Además, ese comienzo
parecía perfectamente natural. Antes de emprender la estructuración del contenido
de una filosofía, era preciso examinar críticamente si tal edificio prometía ser firme,
es decir, si podía llegarse a un conocimiento seguro en el dominio respectivo y el
modo en que se lo alcanzaría. Importaba encontrar, de una vez y para siempre, un
punto seguro a partir del cual pudiera erigirse luego, paso por paso, un sólido
sistema del saber a salvo de la duda. Aunque la denominación «teoría del
conocimiento» es, si se quiere, reciente (solo surgió en el siglo xix, después del
desmoronamiento de los sistemas idealistas y cuando se hizo necesario refundar
con carácter científico, que entretanto había pasado a ser dudoso, una filosofía
escarnecida a menudo como mera fantasía discursiva), la cuestión en sí era
bastante más antigua; en el fondo, toda la evolución de la filosofía moderna a
partir de Descartes y los empiristas ingleses apuntó hacia la conquista de
semejante fundamento gnoseológico. Con posterioridad, la teoría del conocimiento
perdió esa posición dominante. Prácticamente ha desaparecido de los programas
de nuestras universidades. En vastos círculos se la considera superada o, al
menos, carente de interés, y quien persevere en ocuparse de ella se expone a que
se le reproche no haber comprendido bien los resultados decisivos de la filosofía
actual, su «progreso», por así decir. Después de tantos ensayos infructuosos,
parece haber cundido el cansancio. 11 Todo ello es cierto, pero con una
determinada restricción: los intensos esfuerzos que hoy se realizan bajo el nombre
de «teoría de la ciencia» son, en gran parte, una nueva denominación para el
concepto, gastado, de teoría del conocimiento. Pero a su vez esto es cierto
únicamente en un sentido restringido: como su nombre lo pone de manifiesto, la
teoría de la ciencia se limita de antemano al conocimiento científico y, en
consecuencia, no se interesa por el conocimiento por así decir natural, que brota
directamente de la vida misma. Por eso se ha convertido en un quehacer de las
ciencias particulares —y hoy, en especial, de las ciencias sociales—, antes que de
la filosofía. Además —hemos de admitirlo—, también esta, por regla general, la
cultiva con una mayor preparación en cuanto a conocimientos especializados. Por
consiguiente, la teoría de la ciencia solo puede tratar un sector determinado del
conjunto de tareas hasta entonces propias de la teoría del conocimiento, pero no
reemplazarla en su totalidad.1 En cambio, aquí nos interesa el conocimiento
mismo, con independencia de su forma científica determinada. Por eso nos
ceñiremos a la teoría del conocimiento en su versión tradicional, posponiendo el
tratamiento de su relación con la teoría de la ciencia hasta que hayamos
establecido las premisas necesarias para resolver ese problema. Si consideramos
que un empeño como el de la teoría del conocimiento, tan vasto y emprendido con
tantas esperanzas, no puede haber sido totalmente vano, y que es preciso
discernir en él una tarea necesaria y permanente de la filosofía por más que se
presente deformada y aun haya extraviado su ruta, percibimos en la situación
actual un vacío manifiesto y nos vemos precisados a recapacitar sobre la situación
insatisfactoria así originada. Surge entonces la pregunta: ¿A qué obedeció el
fracaso de la teoría del conocimiento tradicional, y qué pasos deben darse hacia
una reconsideración que retome los viejos problemas y prosiga su estudio de una
manera fecunda? De tal cuestión trataremos en este libro. No parece llegado
todavía el momento de iniciar una nueva construcción; se impone una tarea
preparatoria: considerar las posibilidades y dificultades que ella ofrece. Es preciso
que primero tomemos distancia respecto de la obra que debemos emprender; así,
en perspectiva, podremos aclarar la situación y bosquejar, al menos a grandes
rasgos, el plan de la construcción que después tendremos que realizar paso por
paso. Sin detenernos en el detalle, vamos a tratar sintéticamente muchos puntos,
para obtener, como primer objetivo, una visión del conjunto. Ante todo, importa
indagar los motivos que provocaron el fracaso de la teoría del conocimiento
tradicional e hicieron que se perdiera el interés por sus desarrollos. Sin duda, en
ello desempeñó un papel el hastío ante planteos que no salían del aspecto
metodológico y se perdían muchas veces en sutilezas. Usando una comparación
muy en boga entonces, diremos que se estaba harto del eterno afilar cuchillos y se
deseaba empezar a cortar de una buena vez. De esta manera, en el círculo de los
primeros fenomenólogos se lanzó la consigna: ¡A las cosas mismas! Así, los
problemas de contenido de la filosofía volvieron a pasar a primer plano. Por otro
lado, se tenía la impresión, cada vez más viva, de que el modo en que se había
abordado el problema del conocimiento llevaba a un laberinto del que no se podía
salir sin ayuda. Se adoptó una actitud resignada y se abandonaron por completo
unos problemas en cuya solución se había fracasado tantas veces. A esto se
añadía la creciente comprensión de que el conocimiento no flota en el vacío y, por
lo tanto, no puede desarrollarse como un sistema autosuficiente, sino que integra
una vasta conexión de ser y de vida y sólo puede fundarse en ella. Es significativo
que, en el punto crítico de este pro- ceso, Nicolai Hartmann haya definido el
conocimiento como una «relación del ser», proponiéndose en consecuencia dar
una base más profunda a la teoría del conocimiento como «metafísica del
conocimiento».2 En los últimos decenios, dentro de las ciencias especiales y
desde posiciones muy diferentes entre sí, se desarrollaron concepciones de cuya
mutua e íntima relación sus autores casi nunca tuvieron conciencia, así como
tampoco de las consecuencias que traían para la teoría del conocimiento; todas,
no obstante, tendían a recusar el modo en que se la había abordado hasta
entonces. Aquí solo podemos mencionar de pasada algunas de esas
concepciones, a las que deberemos referirnos en parte, y con mayor detalle, a
medida que avancemos en nuestro trabajo.

Desarrollo
1. EL CONOCIMIENTO
Hay tantas teorías como científicos existan, hay un total desacuerdo en lo
fundamental, y un debate permanente por imponer una posición
determinada. Este es un texto sobre investigación y cuando se investiga lo que
interesa es ampliar los conocimientos que se tienen acerca de determinado
fenómeno, en este caso, el fenómeno educativo. Sin embargo dependiendo del
cristal con que se lo mire, el conocimiento no es único e indivisible, por el
contrario, hay diversos tipos de conocimientos que usamos en la vida cotidiano,
comenzando por el conocimiento llamado vulgar o cotidiano.
1.1 Los tipos de conocimiento.
En primer lugar tenemos que recordar que los seres humanos usamos varias
formas de conocimiento, donde cada una de ellas cumple una función y nos
permite darle sentido a las cosas de nuestras vidas.
El conocimiento cotidiano.
También llamado conocimiento vulgar; es el conocimiento del mundo y de nuestro
entorno que la gente usa todos los días. Ha sido adquirido a lo largo de la
existencia de cada persona como resultado de sus vivencias, contacto con el
mundo y con otras personas y no como el producto de la experimentación
consciente y dirigida para saber si son verdades irrefutables. Justamente, los
“saberes” del conocimiento cotidiano o vulgar pueden ser dudosos en cuanto a
que reflejen realmente la verdad o lo autentico y definitivamente real, pero nadie
puede pasarse la vida investigando si cada cosa que cree es absolutamente cierta
o no. En otras palabras, el conocimiento vulgar es dudoso, pero tiene la
característica que para las personas es un conocimiento plausible porque nos
parece razonable o muy probable porque es ampliamente compartido con otros.
Conocimiento revelado o religioso.
La siguiente forma de conocimiento es la que proviene de la revelación
profética. Es el conocimiento adquirido a través de las tradiciones y los libros
sagrados, los que a su vez provienen de la revelación divina o del mundo de Dios
o de los dioses. No admite dudas y no es posible ponerlo a la prueba de métodos
basados en las percepciones de nuestros sentidos o de nuestro razonamiento
lógico. Simplemente se cree en ellos por fe.
Conocimiento filosófico.
Es el conocimiento que proviene de la reflexión sistemática y metódica acerca de
las verdades últimas de la existencia humana y de todo lo que nos
rodea. Originalmente el conocimiento filosófico abarcaba o comprendía el
conocimiento acerca de la naturaleza del mundo y de los seres humanos, pero en
la medida que la filosofía y los filósofos fueron descubriendo leyes de la
naturaleza, se fueron separando de la filosofía para constituir cuerpos o sistemas
de conocimientos independientes como disciplinas autónomas. Estas pasaron a
constituirse en disciplinas científicas separadas del pensamiento filosófico de
manera que si bien la filosofía representa la búsqueda del conocimiento
verdadero, lo hace respecto de las grandes verdades fundamentales de la vida y
del universo a través de la reflexión metódica y sistemática, mientras que el
conocimiento científico se refiere a aspectos más concretos. El conocimiento
filosófico esta permanentemente abierto a la revisión, al mismo tiempo que es
frecuente que ofrezca más de una visión del mismo fenómeno en estudio, y
contradictorios.
El conocimiento científico.
Es el conocimiento considerado como verdadero --o como una verdadera
descripción o explicación de la realidad existente-- porque es el producto de lo
mejor de los métodos conocidos para la investigación, la reflexión y la
experimentación sistemáticas, por una comunidad de científicos. Es una forma de
conocimiento abierto a la revisión permanente y a la corrección de lo ya
sabido. Aquí hay una contradicción que suele confundir al estudiante, porque si
bien por un lado, como producto de la investigación la reflexión y el
descubrimiento, tenemos un conocimiento que consideramos como una verdad
cierta, por otro lado es un conocimiento que esta abierta a la permanente revisión
y corrección, de nuevos equipos de investigadores. En esta contradicción es
donde esta su fortaleza, porque permite que se le estén haciendo continuas
correcciones y aportes para mejorarlo y hacerlo aún más cierto como reflejo de la
realidad.
El pensamiento y el conocimiento científico, son un producto fundamentalmente de
la Edad Moderna (o de la Modernidad, como hoy se la denomina) y el momento de
la historia en que comienza a propagarse por todo occidente (primero y el mundo
después) fue el de la Ilustración.
El paso de la Edad Media a la Edad Moderna implicó grandes cambio en la vida y
el pensamiento del mundo occidental. Durante la Edad Media había primado el
conocimiento del mundo basado en la verdad divina o religiosa. Entre el siglo XIV
y el XVI se suceden grandes cambios que transforman completamente la vida
europea: descubrimiento de la imprenta, que satisface y desarrolla el deseo de
conocimiento; avances en la cartografía y la navegación, que culminan en el
descubrimiento de América y los viajes hacia la India pasando por el Sur de África;
cambios políticos y cambios en la religión cristiana. Al final del proceso, los
pensadores europeos habían descubierto que era posible conocer con certeza y
veracidad acerca de los fenómenos de este mundo, inaugurándose la fe en el
progreso que podría traer el mayor conocimiento de los fenómenos
naturales. Podría decirse que en esta época el mundo occidental tomó conciencia
de que era posible investigar sistemáticamente, o dedicarse a la investigación y
con ella a la experimentación, para saber más acerca del universo y de todo lo
existente. Antes había hecho descubrimientos e inventos pero habían sido
accidentales, ahora el mundo sabía que podía dedicarse a la investigación como
una práctica consciente. Conociendo más sobre el mundo se desarrolla la técnica
y el dominio de la naturaleza y como consecuencia, pensaron que lo que se podía
lograr con la naturaleza y la técnica a través de la búsqueda deliberada de más
conocimiento mediante la investigación, también se podría lograr respecto de lo
que hacen y necesitan los seres humanos.
Características del conocimiento científico. La ciencia es una de las actividades
que el hombre realiza, un conjunto de acciones encaminadas y dirigidas hacia
determinado fin, que es el de obtener un conocimiento verificable sobre los hechos
que lo rodean.
El pensamiento científico se ha ido gestando y perfilando históricamente, por
medio de un proceso que se acelera notablemente a partir del Renacimiento. La
ciencia se va distanciando de lo que algunos autores denominan "conocimiento
vulgar", estableciendo una gradual diferencia con el lenguaje que se emplea en la
vida cotidiana. Porque la ciencia no puede permitirse designar con el mismo
nombre fenómenos que, aunque aparentemente semejantes, son de naturaleza
diferente.
Cualidades o características específicas de la ciencia, que permiten distinguirla del
pensar cotidiano y de otras formas de conocimiento son:
Objetividad: se intenta obtener un conocimiento que concuerde con la realidad del
objeto, que lo describa o explique tal cual es y no como desearíamos que fuese.
Lo contrario es subjetividad, las ideas que nacen del prejuicio, de la costumbre o la
tradición. Para poder luchar contra la subjetividad, es preciso que nuestros
conocimientos puedan ser verificados por otros.
Racionalidad: la ciencia utiliza la razón como arma esencial para llegar a sus
resultados. Los científicos trabajan en lo posible con conceptos, juicios y
razonamientos, y no con las sensaciones, imágenes o impresiones. La
racionalidad aleja a la ciencia de la religión y de todos los sistemas donde
aparecen elementos no racionales o donde se apela a principios explicativos extra
o sobrenaturales; y la separa también del arte donde cumple un papel secundario
subordinado, a los sentimientos y sensaciones.
Sistematicidad: La ciencia es sistemática, organizada en sus búsquedas y en sus
resultados. Se preocupa por construir sistemas de ideas organizadas
coherentemente y de incluir todo conocimiento parcial en conjuntos más amplios.
Generalidad: la preocupación científica no es tanto ahondar y completar el
conocimiento de un solo objeto individual, sino lograr que cada conocimiento
parcial sirva como puente para alcanzar una comprensión de mayor alcance.
Falibilidad: la ciencia es uno de los pocos sistemas elaborados por el hombre
donde se reconoce explícitamente la propia posibilidad de equivocación, de
cometer errores. En esta conciencia de sus limitaciones, es donde reside la
verdadera capacidad para autocorregirse y superarse.
El conocimiento artístico.
Finalmente y ya que ha sido mencionado, el conocimiento artístico no se pregunta
por la forma de verificar o no lo sabido, sino que tiene la cualidad de tratarse de un
conocimiento “performativo”, es decir, que sólo se demuestra en la práctica. Una
persona puede saber muchísimo acerca del arte --en efecto, hay personas que se
han doctorado en el conocimiento de la pintura desde todos sus aspectos-- sin
embargo no son pintores. Otro puede saber de todo sobre el teatro, sin ser un
artista de teatro. Es una artista solo aquel que sabe realizarlo, es decir, es pintor
el que pinta, es escultor el que hace esculturas, etc. Es en ese sentido que
entendemos que el conocimiento artístico sólo se demuestra en la práctica, en los
hechos y realizaciones artísticas, no en el mero conocimiento de ellos, en cuyo
caso es un conocimiento más de las ciencias sociales.
Nuestra definición esencial tiene por consecuencia una división de la filosofía en
diversas disciplinas. La filosofía es, en primer término, según vimos, una
autorreflexión del espíritu sobre su conducta valorativa teórica y práctica. Como
reflexión sobre la conducta teórica, sobre lo que llamamos ciencia, la filosofía es
teoría del conocimiento científico, teoría de la ciencia. Como reflexión sobre la
conducta práctica del espíritu, sobre lo que llamamos valores en sentido estricto,
la filosofía es teoría de los valores. Mas la reflexión del espíritu sobre sí mismo no
es un fin autónomo, sino un medio y un camino para llegar a una concepción del
universo. La filosofía es, pues, en tercer lugar, teoría de la concepción del
universo. La esfera total de la filosofía se divide, pues, en tres partes: teoría de la
ciencia, teoría de los valores, concepción del universo. Una mayor diferenciación
de estas partes tiene por consecuencia la distinción de las disciplinas filosóficas
fundamentales. La concepción del universo se divide en metafísica (que se
subdivide en metafísica de la naturaleza y metafísica del espíritu) y en concepción
o teoría del universo en sentido es‐ tricto, que investiga los problemas de Dios, la
libertad y la inmortalidad. La teoría de los valores se divide, 10 con arreglo a las
distintas clases de valores, en teoría de los valores éticos, de los valores estéticos
y de los valores religiosos. Obtenemos así las tres disciplinas llamadas ética,
estética y filosofía de la religión. La teoría de la ciencia, por último, se divide en
formal y material. Llamamos a la primera lógica, a la última teoría del
conocimiento. Con esto hemos indicado el lugar que la teoría del conocimiento
ocupa en el conjunto de la filosofía. Es, según lo dicho, una parte de la teoría de la
ciencia. Podemos definirla, como la teoría material de la ciencia o como la teoría
de los principios materiales del conocimiento humano. Mientras que la lógica
investiga los principios formales del conocimiento, esto es, las formas y las leyes
más generales del pensamiento humano, la teoría del conocimiento se dirige a los
supuestos materiales más generales del conocimiento científico. Mientras la
primera prescinde de la referencia del pensamiento a los objetos y considera aquél
puramente en sí mismo, la última fija su vista justamente en la significación
objetiva del pensamiento, en su referencia a los objetos. Mientras la lógica
pregunta por la corrección formal del pensamiento, esto es, por su concordancia
consigo mismo, por sus propias formas y leyes, la teoría del conocimiento
pregunta por la verdad del pensamiento, esto es, por su concordancia con el
objeto. Por tanto, puede definirse también la teoría del conocimiento como la
teoría del pensamiento verdadero, en oposición a la lógica, que sería la teoría del
pensamiento correcto. Esto ilumina a la vez la fundamental importancia que la
teoría del conocimiento posee para la esfera total de la filosofía. Por eso es
también llamada con razón la ciencia filosófica fundamental. Suele dividirse la
teoría del conocimiento en general y especial. La primera investiga la referencia
del pensamiento al objeto en general. La última hace tema de investigaciones
críticas los principios y conceptos fundamentales en que se expresa la referencia
de nuestro pensamiento a los objetos. Nosotros empezaremos, naturalmente, por
la exposición de la teoría general del conocimiento. Pero antes echemos una
ojeada sobre la historia de la teoría del conocimiento.
La teoría del conocimiento es, como su nombre indica, una teoría, esto es, una
explicación e interpretación filosófica del conocimiento humano. Pero antes de
filosofar sobre un objeto es menester examinar escrupulosamente este objeto.
Una exacta observación y descripción del objeto debe preceder a toda explicación
e interpretación. Hace falta, pues, en nuestro caso, observar con rigor y describir
con exactitud lo que llamamos conocimiento, este peculiar fenómeno de
conciencia. Hagámoslo, tratando de aprehender los rasgos esenciales generales
de este fenómeno, mediante la autorreflexión sobre lo que vivimos cuando
hablamos del conocimiento. Este método se llama el fenomenológico, a diferencia
del psicológico. Mientras este último investiga los procesos psíquicos concretos en
su curso regular y su conexión con otros procesos, el primero aspira a aprehender
la esencia general en el fenómeno concreto. En nuestro caso no describirá un
proceso de conocimiento determinado, no tratará de establecer lo que es propio
de un conocimiento determinado, sino lo que es esencial a todo conocimiento, en
qué consiste su estructura general. Si empleamos este método, el fenómeno del
conocimiento se nos presenta en sus rasgos fundamentales de la siguiente
manera: en el conocimiento se hallan frente a frente la conciencia y el objeto, el
sujeto y el objeto. El conocimiento se presenta como una relación entre estos dos
miembros, que permanecen en ella eternamente separados el uno del otro. El
dualismo de sujeto y objeto pertenece a la esencia del conocimiento. La relación
entre los dos miembros es a la vez una correlación. El sujeto sólo es sujeto para
un objeto y el objeto sólo es objeto para un sujeto. Ambos sólo son lo que son en
cuanto son para el otro. Pero esta correlación no es reversible. Ser sujeto es algo
completamente distinto que ser objeto. La función del sujeto consiste en
aprehender el objeto, la del objeto en ser aprehensible y aprehendido por el sujeto.
Vista desde el sujeto, esta aprehensión se presenta como una salida del sujeto
fuera de su propia esfera, una invasión en la esfera del objeto y una captura de las
propiedades de éste. El objeto no es arrastrado, empero, dentro de la esfera del
sujeto, sino que permanece trascendente a él. No en el objeto, sino en el sujeto,
cambia algo por obra de la función de conocimiento. En el sujeto surge una cosa
que contiene las propiedades del objeto, surge una "imagen" del objeto. Visto
desde el objeto, el conocimiento se presenta como una transferencia de las
propiedades del objeto al sujeto. Al trascender del sujeto a la esfera del objeto
corresponde un trascender del objeto a la esfera del sujeto. Ambos son sólo
distintos aspectos del mismo acto. Pero en éste tiene el objeto el predominio sobre
el sujeto. El objeto es el determinante, el sujeto el determinado. El conocimiento
puede definirse, por ende, como una determinación del sujeto por el objeto. Pero
lo determinado no es el sujeto pura y simplemente, sino tan sólo la imagen del
objeto en él. Esta imagen es objetiva, en cuanto que lleva en sí los rasgos del
objeto. Siendo distinta del objeto, se halla en cierto modo entre el sujeto y el
objeto. Constituye el instrumento mediante el cual la conciencia cognoscente
aprehende su objeto.
"Análisis del fenómeno del conocimiento" que da Nicolai Hartmann en su
importante obra Fundamentos de una metafísica del conocimiento.
Puesto que el conocimiento es una determinación del sujeto por el objeto, queda
dicho que el sujeto se conduce receptivamente frente al objeto. Esta receptividad
no significa, empero, pasividad. Por el contrario, puede hablarse de una actividad
y espontaneidad del sujeto en el conocimiento. Ésta no se refiere, sin embargo, al
objeto, sino a la imagen del objeto, en que la conciencia puede muy bien tener
parte, contribuyendo a engendrarla. La receptividad frente al objeto y la
espontaneidad frente a la imagen del objeto en el sujeto son perfectamente
compatibles. Al determinar al sujeto, el objeto se muestra independiente de él,
trascendente a él. Todo conocimiento menta ("intende") un objeto, que es
independiente de la conciencia cognoscente. El carácter de trascendentes es
propio, por ende, a todos los objetos del conocimiento. Dividimos los ob‐ jetos en
reales e ideales. Llamamos real a todo lo que nos es dado en la experiencia
externa o interna o se infiere de ella. Los objetos ideales se presentan, por el
contrario, como irreales, como meramente pensados. Objetos ideales son, por
ejemplo, los sujetos de la matemática, los números y las figuras geométricas.
Pues bien, lo singular es que también estos objetos ideales poseen un ser en sí o
trascendencia, en sentido epistemológico. Las leyes de los números, las
relaciones que existen, por ejemplo, entre los lados y los ángulos de un triángulo,
son independientes de nuestro pensamiento subjetivo, en el mismo sentido en que
lo son los objetos reales. A pesar de su irrealidad, le hacen frente como algo en sí
determinado y autónomo. Ahora bien, parece existir una contradicción entre la
trascendencia del objeto al sujeto y la correlación del sujeto y el objeto, señalada
anteriormente. Pero esta contradicción es sólo aparente. Sólo en cuanto que es
objeto del conocimiento hállase el objeto necesariamente incluso en la correlación.
La correlación del sujeto y el objeto sólo es irrompible dentro del conocimiento;
pero no en sí. El sujeto y el objeto no se agotan en su ser el uno para el otro, sino
que tienen además un ser en sí. Este consiste, para el objeto, en lo que aún hay
de desconocido en él. En el sujeto reside en lo que él sea además de sujeto
cognoscente. Pues además de conocer, el sujeto siente y quiere. Así, el objeto
deja de ser objeto cuando sale de la correlación; y en este caso el sujeto sólo deja
de ser sujeto cognoscente. Así como la correlación del sujeto y el objeto sólo es
irrompible dentro del conocimiento, así también sólo es irreversible como
correlación de conocimiento. En sí es muy posible una inversión. La cual tiene
lugar efectivamente en la acción. En la acción no determina el objeto al sujeto,
sino el sujeto al objeto. Lo que cambia no es el sujeto, sino el objeto. Aquél ya no
se conduce receptiva, sino espontánea y activamente, mientras que éste se
conduce pasivamente. El conocimiento y la acción presentan, pues, una estructura
completamente opuesta. El concepto de la verdad se relaciona estrechamente con
la esencia del conocimiento. Verdadero conocimiento es tan sólo el conocimiento
verdadero. Un "conocimiento falso" no es propiamente conocimiento, sino error e
ilusión. Mas ¿en qué consiste la verdad del conocimiento? Según lo dicho, debe
radicar en la concordancia de la "imagen" con el objeto. Un conocimiento es
verdadero si su contenido concuerda con el objeto mentado. El concepto de la
verdad es, según esto, el concepto de una relación. Expresa una relación, la
relación del contenido del pensamiento, de la "imagen", con el objeto. Este objeto,
en cambio, no puede ser verdadero ni falso; se encuentra en cierto modo más allá
de la verdad y la falsedad. Una representación inadecuada puede ser, por el
contrario, absolutamente verdadera. Pues aunque sea incompleta, puede ser
exacta, si las notas que contiene existen realmente en el objeto. 15 El concepto de
la verdad, que hemos obtenido de la consideración fenomenológica del
conocimiento, puede designarse como concepto trascendente de la verdad. Tiene
por supuesto, en efecto, la trascendencia del objeto. Es el concepto de la verdad
propio de la conciencia ingenua y de la conciencia científica. Pues ambas
entienden por verdad la concordancia del contenido del pensamiento con el objeto.
Pero no basta que un conocimiento sea verdadero; necesitamos poder alcanzar la
certeza de que es verdadero. Esto suscita la cuestión: ¿en qué podemos conocer
si un conocimiento es verdadero? Es la cuestión del criterio de la verdad. Los
datos fenomenológicos no nos dicen nada sobre si existe un criterio semejante. El
fenómeno del conocimiento implica sólo su presunta existencia; pero no su
existencia real. Con esto queda iluminado el fenómeno del conocimiento humano
en sus rasgos principales. A la vez hemos puesto en claro que este fenómeno
linda con tres esferas distintas. Como hemos visto, el conocimiento presenta tres
elementos principales: el sujeto, la "imagen" y el objeto. Por el sujeto, el fenómeno
del conocimiento toca con la esfera psicológica; por la "imagen", con la lógica; por
el objeto, con la ontológica. Como proceso psicológico en un sujeto, el
conocimiento es objeto de psicología. Sin embargo se ve en seguida que la
psicología no puede resolver el problema de la esencia del conocimiento humano.
Pues el conocimiento consiste en una aprehensión espiritual de un objeto, como
nos ha revelado nuestra investigación fenomenológica. Ahora bien, la psicología,
al investigar los procesos del pensamiento, prescinde por completo de esta
referencia al objeto. La psicología dirige su mirada, como ya se ha dicho, al origen
y curso de los procesos psicológicos. Pregunta cómo tiene lugar el conocimiento,
pero no si es verdadero, esto es, si concuerda con su objeto. La cuestión de la
verdad del conocimiento se halla fuera de su alcance. Si, no obstante, intentase
resolver esta cuestión, incurriría en una perfecta μετάβασις είς άλλογένος, en un
tránsito a un orden de cosas completamente distinto. En esto justamente reside el
fundamental error del psicologismo. Por su segundo miembro, el fenómeno del
conocimiento penetra en la esfera lógica. La "imagen" del objeto en el sujeto es un
ente lógico y, como tal, objeto de la lógica. Pero también se ve en seguida que la
lógica no puede resolver el problema del conocimiento. La lógica investiga los
entes lógicos como tales, su arquitectura íntima y sus relaciones mutuas. Inquiere,
como ya vimos, la concordancia del pensamiento consigo mismo, no su
concordancia con el objeto. El problema epistemológico se halla también fuera de
la esfera lógica. Cuando se desconoce este hecho, entonces decimos que se cae
en logicismo. Por su tercer miembro, el conocimiento humano toca a la esfera
ontológica. El objeto hace frente a la conciencia cognoscente como algo que es ‐
trátese de un ser ideal o de un ser real‐. El ser, por su parte, es objeto de la
ontología. Pero también resulta que la ontología no puede resolver el problema del
conocimiento. Pues así como no puede eliminarse del conocimiento el objeto,
tampoco puede eliminarse el sujeto. Ambos pertenecen al contenido esencial del
conocimiento humano, como nos ha revelado la consideración fenomenológica.
Cuando se desconoce esto y se ve el problema del conocimiento exclusivamente
desde el objeto, el resultado es la posición del ontologismo. Ni la psicología, ni la
lógica, ni la ontología pueden resolver, según esto, el problema del conocimiento.
Éste representa un hecho absolutamente peculiar y autónomo. Si queremos
rotularle con un nombre especial, podemos hablar con Nicolai Hartmann de un
hecho gnoseológico. Lo que significamos 16 con esto es la referencia de nuestro
pensamiento a los objetos, la relación del sujeto y el objeto, que no cabe en
ninguna de las tres disciplinas nombradas, como se ha visto, y que funda, por
tanto, una nueva disciplina: la teoría del conocimiento. También la consideración
fenomenológica conduce, pues, a reconocer la teoría del conocimiento como una
disciplina filosófica independiente. Cabría pensar que la misión de la teoría del
conocimiento queda cumplida en lo esencial con la descripción del fenómeno del
conocimiento. Pero no es así. La descripción del fenómeno no es su interpretación
y explicación filosófica. Lo que acabamos de describir es lo que la conciencia
natural en‐ tiende por conocimiento. Hemos visto que, según la concepción de la
conciencia natural, el conocimiento consiste en forjar una "imagen" del objeto; y la
verdad del conocimiento es la concordancia de esta "imagen" con el objeto. Pero
averiguar si esta concepción está justificada es un problema que se encuentra
más allá del alcance del problema fenomenológico. El método fenomenológico
sólo puede dar una descripción del fenómeno del conocimiento. Sobre la base de
esta descripción fenomenológica hay que intentar una explicación e interpretación
filosófica, una teoría del conocimiento. Esta es la misión propia de la teoría del
conocimiento. Este hecho es desconocido muchas veces por los fenomenólogos,
que creen resolver el problema del conocimiento describiendo simplemente el
fenómeno del conocimiento. A las objeciones de los filósofos de distinta
orientación responden remitiéndose a los datos fenomenológicos del
conocimiento. Pero esto es desconocer que la fenomenología y la teoría del
conocimiento son cosas completamente distintas. La fenomenología sólo puede
poner a la luz la efectiva realidad de la concepción natural, pero nunca decidir
sobre su justeza y verdad. Esta cuestión crítica se halla fuera de la esfera de su
competencia. Puede expresarse también esta idea diciendo que la fenomenología
es un método, pero no una teoría del conocimiento. Como consecuencia de lo
dicho, la descripción del fenómeno del conocimiento tiene sólo una significación
preparatoria. Su misión no es resolver el problema del conocimiento, sino
conducirnos hasta dicho problema. La descripción fenomenológica puede y debe
descubrir los problemas que se presentan en el fenómeno del conocimiento y
hacer que nos formemos conciencia de ellos. Si profundizamos una vez más en la
descripción del fenómeno del conocimiento anteriormente dada, encontraremos
sin dificultad que son ante todo cinco problemas principales los que implican los
datos fenomenológicos. Hemos visto que el conocimiento significa una relación
entre un sujeto y un objeto, que entran, por decirlo así, en contacto mutuo; el
sujeto aprehende el objeto. Lo primero que cabe preguntar es, por ende, si esta
concepción de la conciencia natural es justa, si tiene lugar realmente este contacto
entre el sujeto y el objeto. ¿Puede el sujeto aprehender realmente el objeto? Esta
es la cuestión de la posibilidad del conocimiento humano. Tropezamos con otro
problema cuando consideramos de cerca la estructura del sujeto cognoscente. Es
ésta una estructura dualista. El hombre es un ser espiritual y sensible.
Consiguientemente, distinguimos un conocimiento espiritual y un conocimiento
sensible. La fuente del primero es la razón; la del último, la experiencia. Se
pregunta de qué fuente saca principalmente sus contenidos la conciencia
cognoscente. ¿Es la razón o la experiencia la fuente y base del conocimiento
humano? Ésta es la cuestión del origen del conocimiento. Llegamos al verdadero
problema central de la teoría del conocimiento cuando fijamos la vista en la
relación del sujeto y el objeto. En la descripción fenomenológica, caracterizamos
esta relación como 17 una determinación del sujeto por el objeto. Pero también
cabe preguntar si esta concepción de la conciencia natural es la justa. Como
veremos más tarde, numerosos e importantes filósofos han definido esta relación
justamente en el sentido contrario. Según ellos, la verdadera situación de hecho
es justamente inversa: no es el objeto el que determina al sujeto, sino que el
sujeto determina al objeto. La conciencia cognoscente no se conduce
receptivamente frente a su objeto, sino activa y espontáneamente. Cabe
preguntar, pues, cuál de las dos interpretaciones del fenómeno del conocimiento
es la justa. Podemos designar brevemente este problema como la cuestión de la
esencia del conocimiento humano. Hasta aquí, al hablar del conocimiento hemos
pensado exclusivamente en una aprehensión racional del objeto. Cabe preguntar
si además de este conocimiento racional hay un conocimiento de otra especie, un
conocimiento que pudiéramos designar como conocimiento intuitivo, en oposición
al discursivo racional. Ésta es la cuestión de las formas del conocimiento humano.
Un último problema entró en nuestro círculo visual al término de la descripción
fenomenológica: la cuestión del criterio de la verdad. Si hay un conocimiento
verdadero, ¿en qué podemos conocer esta su verdad? ¿Cuál es el criterio que nos
dice, en el caso concreto, si un conocimiento es o no verdadero? El problema del
conocimiento se divide, pues, en cinco problemas parciales. Serán discutidos
sucesivamente a continuación. Expondremos cada vez las soluciones más
importantes que el problema haya encontrado en el curso de la historia de la
filosofía, para hacer luego su crítica, tomar posición frente a ellas, e indicar por lo
menos la dirección en que nosotros mismos buscamos la solución del problema
El conocimiento tiene a lugar a dos miembros, el sujeto y el objeto, existiendo un
dualismoentre los dos, donde el sujeto aprehende el objeto y es la imagen de este,
mientras que el objeto transfiere sus propiedades al sujeto; el conocimiento es así
la determinación del sujeto por el objeto, donde el sujeto constituye el instrumento
mediante el cual laconciencia cognoscente aprehende su objeto. Entonces se
puede decir que el conocimiento es una determinación del sujeto por el objeto, sin
embargo en la acción sucede lo contrario.Vista desde el punto de vista del
conocimiento el sujeto realmente aprehende el objeto, el objeto deja de ser objeto
sin el sujeto, pero este solo deja de ser un ser cognoscente. La esencia del
conocimiento se relaciona con el tópico si un conocimiento es o no verdadero, el
conocimiento es verdadero cuando la imagen concuerda con el objeto, ahora la
verdad puede ser tanto ingenua como científica de allí diferentes posturas que
tratan de explicar la teoría del conocimiento.Una de las posturas es el dogmatismo
que desconoce el sujeto, y afirma que los objetos de la percepción y los objetos
del pensamiento son dados directamente en su corporeidad, es decir para el no
existe el problema del conocimiento ya que no existe el sujeto. Por el contrario el
escepticismo afirma que el sujeto no puede aprehender el objeto y por ello
noexiste el conocimiento, además afirma que se desconoce que los juicios son
verdaderos solo probables. Así se reflejan posturas totalmente diferentes donde
predomina por un lado la seguridad y por el otro la duda. Dentro de estas posturas
formulan la verdad como algo objetivo mientras tanto el subjetivismo y el
relativismo la presentan como un juicio valido únicamente para un sujeto o como
verdades supraindividuales y verdades relativas respectivamente, ambas
afirmando que no hay verdades universalmente válidas. Las posturas anteriores
presentan la verdad como algo teórico y muy importante para el conocimiento
humano, mientras que el pragmatismo considera la verdad como el error más
adecuado y la considera poco significativa frente al obrar. Se considera que
primero se debe analizar y observar las cualidades de un objeto y luego darle una
explicación e interpretación esto es lo que precisamente afirma el criticismo, quien
investiga las fuentes de las afirmaciones para llegar a una certeza..

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