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 metapolítica
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Año 21 Dr. Israel Covarrubias González Dirección de Comunicación Institucional de la
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SOCIEDAD ABIERTA
28
6 Cambio climático:
pesimismo de la
voluntad y optimismo
incierto
Franco Gamboa Rocabado
14 32
Los derechos para una
política cultural en
un Estado federal: los
fundamentos teóricos
Herminio Sánchez de la
Barquera y Arroyo, Norma
Estela Pimentel Méndez
y Alma Angélica Huitzil
Escobar
22 Participación
ciudadana y políticas
públicas en América
34
Latina. Entrevista con
André Roth
Miriam Fonseca López y
Francisco José Rodríguez
Escobedo
SUMARIO
A propósito de la
comunidad política
Francisco Castro Merrifield
DEBATES
Donald Trump, el
populismo contra la
democracia
El gran vuelco. La elección
presidencial Estados
Unidos y sus divisiones
internas
Denis Lacorne
43 Donald Trump, el
populismo y la negación
de la política
Israel Covarrubias
50 Los nuevos enemigos de
la democracia
Juan Cristóbal Cruz Revueltas
56
La democracia frente al
populismo. La utopía de
la igualdad y la libertad
en riesgo
Álvaro Aragón Rivera
62 Debatir el
neoconservadurismo en
Estados Unidos
Mauricio Sanders
PORTAFOLIO
92 Sobre Descifrar la
comunidad política
de Israel Covarrubias
112 Sobre Los derechos
sociales desde una
perspectiva filosófica
y Edgar Morales de Álvaro Aragón
64
(coords.) Rivera, Luis González
La post visualización de Placencia y Mario
Claudia Rivera Hernández
una emoción Alfredo Hernández
Julio Broca Pedro J. Meza Hernández
IMPRENTA PÚBLICA
96 Sobre Pensar la vida.
Filosofía, naturaleza
y evolución de María
119 Sobre Por qué Marx
tenía razón de Terry
Eagleton
Luisa Bacarlett Pérez
David Fuente
y Gustavo Caponi
(coords.)
Enrique Rodríguez Martín
del Campo
82 100 (IN) ACTUALIDADES
El narcotráfico como Sobre Ultraestructura
gobierno. Entrevista con trashumante: una
Gustavo Duncan gramática de la
hospitalidad de Reyna
Ariel Ruiz Mondragón
Carretero Rangel
Rosario Herrera Guido
90 Sophie La Belle and the
Miniature Cities/Sophie
La Belle y las ciudades en
106 Sobre José Revueltas.
Una ontología
carcelaria. Los
122 Recomendaciones
Ricardo Cartas e Isaac
Hernández
miniatura de Gisela Heffes relatos del periodo de
Lecumberri de Rodrigo
David Miklos
García de la Sienra
Nuria Araiza Fernández
Sociedad Abierta — Franco Gamboa Franco Gamboa — Sociedad Abierta

por Franco Gamboa Rocabado

Sociólogo político. Doctor en Gestión
Pública y Relaciones Internacionales.
Catedrático de la Carrera de Ciencias
Políticas de la Universidad Mayor de
San Andrés (UMS), La Paz, Bolivia.

Introducción

Cambio climático:
L
as espeluznantes inundaciones en Perú durante el mes de mar-
zo de este año 2017 fueron súbitas, devastadoras y difíciles de
enfrentar. Todo está directamente relacionado con el cambio

pesimismo de la voluntad climático. Este fenómeno es un hecho. Está frente a nosotros

y va a cobrar muchas vidas, destrozando las ilusiones de supervivencia.
Prácticamente en toda América Latina se han incrementado los desastres

y optimismo incierto naturales, sobre todo cuando vemos el péndulo que va de lluvias tormen-
tosas hacia sequías desesperantes. Así se acrecienta la desaparición de la
diversidad ecológica de plantas, insectos y animales. El género humano
está cada vez más indefenso ante la madre tierra, al mismo tiempo que
pagará un alto precio por su intervención corrosiva al explotar irracional-
mente los recursos de la misma naturaleza.
Las catástrofes naturales siempre estuvieron presentes en la historia
de la humanidad. Inundaciones, sequías, tormentas, terremotos, epide-
mias y plagas de enormes proporciones. El desarrollo de la vida humana
y animal está sometido a las poderosas fuerzas de la naturaleza. Sin em-
bargo, los fenómenos actuales como el calentamiento global, el cambio
climático y los desequilibrios ecológicos se convirtieron en las nuevas
amenazas que replantean el problema de la extinción de la raza humana
y la destrucción irreversible de la propia naturaleza, justamente fruto
de las acciones depredadoras del hombre.

6 7
Sociedad Abierta — Franco Gamboa
“Las catástrofes naturales
siempre estuvieron
presentes en la historia
de la humanidad.”
8 9
Entonces, bienvenidos seamos al Antropo-
ceno (Albaeco, 2017). Esta es la nueva época
geológica que representa un cambio planeta-
rio donde el ser humano ha causado y sigue
causando un profundo y demoledor impacto
sobre los equilibrios sistémicos del planeta
tierra: armas nucleares, sobrepoblación y so-
breexplotación de los recursos naturales son
algunos de los intimidantes ejemplos que mar-
carán las posibilidades e imposibilidades de
vida para las nuevas generaciones. ¿Podemos
revertir las consecuencias devastadoras de la
depredación medioambiental?
En la vida cotidiana de millones de perso-
nas, el cambio climático está generando una
serie de supuestos equivocados y descon-
fianzas sobre sus impactos a largo plazo. Al
mismo tiempo, este fenómeno está asociado
a dos causas antropogénicas estructurales; es
decir, las acciones humanas que rompen con
los equilibrios ecológicos desencadenan los
siguientes efectos.
El primero se relaciona con el consumo ex-
cesivo de petróleo, gas, gasolina, combustóleo,
carbón mineral, etcétera. Estos combustibles
son utilizados en cantidades gigantescas por los
sectores industriales y el transporte de bienes,
movilidad de personas, producción de energía,
contratación de servicios y el funcionamiento
de los hogares, gobiernos y ciudades super-
pobladas. El espacio fundamental de este
efecto son las grandes metrópolis, el punto de
encuentro de múltiples contradicciones: lujo
y desperdicio, pobreza y riqueza descomunal,
sobrealimentación y marginalidad, comodidad
y explotación irracional de todas las fuentes de
energía. La ciudad puede ser el principio y el
fin del capitalismo postindustrial, así como los
patrones de conducta de millones que, incluso
sabiendo cuáles son las terribles consecuencias
del cambio climático, no podrán cambiar sus
costumbres y expectativas. Gran paradoja:
anhelar vivir según las comodidades del siglo
XXI para luego periclitar con la desgracia de
todo el planeta.
El segundo efecto está ligado con la defo-
restación de los bosques, selvas, matorrales
y manglares, ya sea para emplear técnicas de
tala y quema con el fin de reemplazarlos por
cultivos, áreas de ganadería, o para promover
asentamientos humanos, la urbanización de
éstos y el desarrollo turístico. Cada año, en
los países menos desarrollados se pierden
millones de hectáreas de masas boscosas. De-
trás de esto se oculta el sueño de ser un país
industrializado a costa de provocar una crisis
ecológica irreparable, resultante de la ambi-
ción del hombre que fomenta serios desequi-
librios dentro de la naturaleza e incide en la
misma reproducción del género humano. La
raza humana perdió el respeto por el planeta
y pone en duda su aprecio por todo tipo de
formas de vida.
Por lo tanto, el cambio climático es uno de
los problemas más graves de carácter social,
político, ético y económico en el siglo XXI por-
que de éste depende la calidad de vida de las
generaciones futuras, en un mundo incapaz de
regresar a un punto cero para reconstruir los
ecosistemas (Peters, et al., 2012).
En América Latina se están incrementando
los desastres naturales, sobre todo las inunda-
ciones y sequías que causan la desaparición de la
diversidad ecológica de plantas, insectos y ani-
males. Estos fenómenos se incorporarán, ade-
más, al surgimiento de pandemias y situaciones
dramáticas de desnutrición infantil, problemas
que van a necesitar políticas públicas mucho
más complejas en su diseño e implementación,
exigiendo demasiado a los Estados, los cuales,
por lo general, todavía no han imaginado otras
formas de desarrollo más allá del mercado, la
sobreexplotación de la tierra y la acumulación
ilógica de riqueza. ¿Todos están preparados por
igual para controlar debidamente los efectos
del cambio climático en la región? No todos,
pues el mundo desarrollado tiene más recursos
económicos y tecnológicos que el mundo pobre
y desaventajado para enfrentar los problemas.
El cambio climático muestra nuevamente cómo
la desigualdad entre países se añade a las futu-
ras dificultades, aumentando las condiciones de
conflicto y crisis humanitarias.
El bienestar de la población mundial se ve
sobresaltado por los fenómenos climáticos que
están por venir, especialmente cuando se habla
de la escasez de agua, disponibilidad de alimen-
tos y la desaparición de los nevados. Diferentes
encuestas han mostrado que en las percepcio-
nes de la sociedad existe un desconocimiento
sobre el cambio climático, pues éste tiende a
ser entendido únicamente como la contamina-
ción medioambiental debido al estilo de vida
moderno en las grandes metrópolis.
Sin embargo, eso no es todo. Hoy día, el
cambio climático comienza a ser visto como un
tema de seguridad global porque constituye un
enorme reto para el mantenimiento de la paz
y la seguridad en el ámbito internacional. Así
emerge la necesidad de una mayor cooperación
a nivel multilateral, regional y mundial con el
objetivo de enfrentar las imprevisibles deriva-
ciones del deterioro ambiental.
El análisis del cambio climático es un factor
que detona varias emergencias en todo con-
tinente, además de las contradicciones que
afectan a todo el mundo como efecto de las
migraciones internacionales, la superpobla-
ción, la urbanización contaminante, el aumen-
to de los conflictos sociales y la ingobernabili-
dad de aquellos sistemas políticos débiles que
no poseen una institucionalidad con la capa-
cidad de fomentar políticas públicas que, de
alguna manera, ofrezcan soluciones para los
terribles daños en el futuro próximo (Pierce,
et al., 2008).
¿Es suficiente tener conciencia
del cambio climático?
La definición establecida en la Convención
Marco de las Naciones Unidas, explica que el
cambio climático se refiere a un conjunto de
transformaciones del clima, atribuido, princi-
palmente, a las actividades humanas que alte-
ran la composición de la atmósfera mundial,
sumándose a la variabilidad climática natural
observada entre los años noventa y comienzos
del siglo XXI. Son las acciones del hombre que
directamente están matando el medio ambien-
te y generando las peores condiciones para que
cambie el clima, sobre todo porque el aparato
industrial a escala universal y la dinámica del
desarrollo económico colisionan, indefecti-
blemente, con la protección de los recursos
naturales y la preservación de los ecosistemas
alrededor del mundo.
Si bien existe un consenso internacional
sobre lo que significa el cambio climático,
esto no es suficiente. Actualmente, Naciones
Unidas impulsa una serie de esfuerzos para
financiar varias iniciativas tendientes a prever
políticas efectivas, pero no ha logrado conse-
guir un consenso político entre algunas poten-
cias mundiales porque Estados Unidos, China,
Rusia y la Unión Europea, todavía mantienen
serias diferencias para articular una voluntad
común y decidida.
En el terreno político, el cambio climático es
analizado como si fuera un problema de segu-
ridad y emergencia global, con la capacidad de
afectar nuestra vida diaria en cualquier momen-
to. La crisis climática pone de relieve tres tipos
de conflicto que demandarán la construcción de
una sólida voluntad política para cambiar una
serie de tendencias negativas.
Primero, el incremento de las temperaturas
por encima de dos grados en todo el planeta está
conduciendo a una modificación del clima cuyas
Franco Gamboa — Sociedad Abierta
consecuencias son, potencialmente, irreversi-
bles. Esto ya altera los ciclos agrícolas y está des-
truyendo los medios de subsistencia de millones
de campesinos y comunidades indígenas pobres,
ingresando a una crisis alimentaria permanente
que representa un alto costo humano y econó-
mico para cualquier país de América Latina.
Segundo, en el periodo que va de 2008 a
2016, los costos de los alimentos básicos au-
mentaron a más del doble en todo el continente
y la combinación entre cambio climático, esca-
sez, precios altos y crisis económica genera una
situación sumamente volátil. Esto significa que
la desaceleración en la producción de cereales
en países pobres y con déficit de alimentos, uni-
do al incremento en los precios de los alimentos
importados debido a los combustibles caros,
hará que América Latina enfrente una crisis
alimentaria con impactos negativos en la estabi-
lidad política y económica de todos los regíme-
nes democráticos. Según las Naciones Unidas,
ya en el año 2007 la producción de alimentos en
el mundo se hallaba por debajo del crecimiento
demográfico (Miller, et al., 2013).
Tercero, las alteraciones climáticas pro-
vocarán una fuerte desestabilización social y
política en amplias regiones del mundo, lo cual
incidirá en los difíciles equilibrios de la paz y se-
guridad internacionales. Las sequías e intensas
lluvias también impactan en el problema. Paí-
ses como Guatemala, Bolivia, México, Ecuador,
Argentina, Colombia, Brasil y Perú, han sido
azotados por sequías e inundaciones extremas
que reportaron grandes daños en la economía
desde el año 2007. En la gran mayoría de los
casos, las reacciones gubernamentales son
tardías, lentas, demasiado burocráticas e in-
eficientes, específicamente en los Estados que
carecen de instituciones sólidas y están sujetos
a la improvisación o la retórica sin intervencio-
nes substanciales y duraderas que realmente
beneficien a la gente.
Sociedad Abierta — Franco Gamboa
El clima juega un papel determinante en la pro-
ducción de alimentos y repercute, por lo tanto,
en las condiciones de paz social. Sin embargo,
con platos vacíos, cualquier Estado ingresa en
un proceso de vulnerabilidad creciente e in-
gobernabilidad. Además, América Latina tiene
un registro de conflictos políticos que fueron
deteriorando la confianza de los ciudadanos
en la democracia por diferentes motivos, entre
estos la ineficacia estatal. La gente ya no confía
en que el Estado la proteja y tiende a desechar
la democracia, junto con su disgusto cuando ve
de cerca diferentes catástrofes medioambien-
tales. Si a esto agregamos los graves problemas
del cambio climático como emergencia global,
entonces la inestabilidad socio-política se trans-
forma en la causa de futuras rupturas violentas
por razones de sobrevivencia, especialmente
cuando hablamos de la escasez de agua.
La amenaza es de tal magnitud que todos es-
tos problemas llegan a los más altos niveles en
las Naciones Unidas y de cualquier organismo
multilateral de cooperación para el desarrollo.
A finales de noviembre de 2011, el ex secretario
General, Ban Ki-moon, dirigiéndose al Consejo
de Seguridad de la ONU en un debate sobre
la paz y la seguridad internacionales, tomó en
cuenta los efectos del cambio climático como
uno de los enormes retos para resguardar los
equilibrios de la seguridad política, en similar
preocupación que los conflictos causados por el
crimen organizado y las pandemias.
Ban Ki-moon subrayó la necesidad de tener
compromisos interregionales para mitigar los
efectos perversos del cambio climático, así
como imaginar previsiones de largo aliento
con la finalidad de cambiar las actitudes hacia
la madre naturaleza de millones de personas,
un reto sin lugar a dudas demasiado grande. Si
bien muchos sectores de la población tienen
información y buscan propagar conciencia
10
sobre la necesidad de proteger el medio am-
biente, al mismo tiempo no quieren renunciar
a las comodidades de la vida moderna y prefie-
ren llevar las crisis ecológicas hasta sus últimas
consecuencias.
Así surge una paradoja difícil de solucionar.
Por una parte, la gente de a pie está consciente
de los grandes desastres que se avecinan con
el cambio climático, pero por otra, no está dis-
puesta a cambiar, de inmediato, sus patrones de
conducta relacionados con el consumo de todo
tipo de mercancías, ni tampoco busca ahorrar
energías o economizar agua. Nadie quiere dejar
de lado sus áreas de confort dentro de un estilo
de vida caracterizado por el derroche. La parado-
ja parece resolverse, solamente en el momento
en que una tragedia ambiental o el calentamien-
to global ponen en peligro su propia vida o la de
sus seres queridos.
Si fracasan los esquemas de cooperación
internacional, no se sabría cómo abordar el des-
plazamiento masivo de personas, el crecimiento
demográfico y los procesos de urbanización con
creciente desabastecimiento hídrico y energéti-
co. El cambio climático es un problema multidi-
mensional pero, sobre todo, se trata de un fac-
tor que lentamente destruirá las estructuras de
gobernabilidad política y estabilidad económica
en toda América Latina.
En la Decimoséptima Conferencia de las
Naciones Unidas sobre el Cambio Climático
realizada en Durban a finales del 2011, cerca
de doscientos delegados del mundo se reunie-
ron para avanzar en una respuesta mundial a
este fenómeno. Y aunque es indudable que una
de las cuestiones a resolver continúa siendo el
debilitamiento del Protocolo de Kioto, los go-
biernos signatarios de los países industrializa-
dos, paulatinamente están ejecutando medidas
para reducir las emisiones contaminantes de los
Gases de Efecto Invernadero (GEI) en un 5 por
ciento entre 2008 y 2016. De cualquier manera,
tanto el Protocolo de Kioto como otro tipo de
precauciones para paliar las consecuencias ne-
gativas del cambio climático, no pueden impo-
ner mandatos, ni a los países ricos, ni a los países
en desarrollo, incluidas las potencias emergen-
tes como Brasil, China, India y Sudáfrica.
La conferencia sobre el cambio climático de
París, celebrada entre el 30 de noviembre y el
12 de diciembre de 2015 alcanzó vitales acuer-
dos, reconocidos por 195 países. Por ejemplo,
fue trascendental reconocer que debe limitarse
el calentamiento del planeta tierra por debajo
de 2° C a partir del año 2020, redoblando los
esfuerzos para colocarlo en 1,5° C. Los países
industrializados deben implementar planes de
actuación con el fin de mitigar el cambio climá-
tico por medio de la reducción drástica de sus
emisiones de dióxido de carbono.
Además, la Unión Europea y otros países
desarrollados tendrán que seguir financiando
la lucha contra los efectos devastadores del
cambio climático, ayudando al mismo tiempo
a los países en vías de desarrollo a reducir sus
emisiones y aumentando sus posibilidades de
resiliencia ante los efectos del deshielo del
Polo Norte. Sin embargo, se presenta como
algo imposible el hecho de detener la máquina
del desarrollo, con el objetivo de reducir los
efectos demoledores del aparato industrial y la
racionalidad instrumental del capitalismo glo-
bal. ¿Cómo se podría generar un pacto sosteni-
ble entre los intereses económicos de las gran-
des potencias del mundo, la supervivencia de
las futuras generaciones y la preservación de
los equilibrios medioambientales en el mun-
do?, ¿se puede pactar con la madre naturaleza
para evitar desastres ecológicos masivos? Es-
tas preguntas no tienen respuestas inmediatas
en los debates sobre el cambio climático como
emergencia universal.
El poder de la economía siempre se impone
por encima del medio ambiente y los desastres
naturales causados por el cambio climático. Asi-
mismo, la política tampoco es capaz de regular
por completo las alteraciones y posibles efectos
devastadores provenientes de la explotación
irracional de los recursos naturales, donde el
consumo de fuentes de energía limpias y con-
taminantes, por igual, responden a los intereses
económicos y a la industrialización constante,
antes que a la protección de los ecosistemas.
El optimismo está a punto de terminar mal
porque las economías de las potencias indus-
trializadas, junto con los países en vías de de-
sarrollo, no pueden comprometerse a trabajar
en un tratado único y global, con el propósito
de establecer nuevos fondos para afrontar el
cambio climático y estimular transformaciones
en los patrones de conducta de millones de ciu-
dadanos, acostumbrados a no prever posibles
catástrofes medioambientales.
De acuerdo con la Decimoséptima Confe-
rencia de Durban, el nuevo acuerdo climático
mundial con fuerza legal, apunta a la necesidad
de asegurar los mayores esfuerzos posibles de
mitigación para que los países reduzcan drás-
ticamente sus emisiones de Gases de Efecto
Invernadero o, por lo menos, bajar las tasas de
crecimiento de sus emisiones, evitando que el
ascenso de la temperatura global llegue a más
de 2 grados centígrados, junto con la creación
de un Fondo Verde para que los países más
pobres sobrelleven los efectos negativos de los
desequilibrios ecológicos (Payne, et al., 2004).
Este acuerdo deberá entrar en vigencia a
partir del año 2020, pero fue duramente cri-
ticado por organizaciones como Greenpeace
que sembró la desconfianza porque, supuesta-
mente, los acuerdos de Durban fueron intentos
tímidos, únicamente para satisfacer las priori-
dades de las grandes potencias industriales.
Franco Gamboa — Sociedad Abierta
Para Greenpeace, los contaminadores siempre
ganan la ronda de las negociaciones, y hacen
ver al mundo que pueden apropiarse de una
discusión global sin tomar en cuenta un con-
junto de medidas más honestas y verdadera-
mente humanitarias. En el fondo, las potencias
no comparten sus privilegios ni su riqueza para
que el mundo esté mejor. Deben entender que
es vital proteger el planeta, más allá de intere-
ses políticos o económicos unilaterales, de ma-
nera que el cambio climático es un motivo para
lograr realmente una paz perpetua.
Los acuerdos de París del año 2015 entraron
en vigencia en marzo de 2016 y se espera que
195 países firmen sus compromisos hasta el 23
de abril de 2017. Sin embargo, el nuevo presi-
dente de los Estados Unidos, Donald Trump fue
enfático al considerar que el cambio climático “El desarrollo de la vida
es una retórica improbada y se negó a recono-
humana y animal está
cer los acuerdos apoyados por Barack Obama
en París. Si Estados Unidos no se une fervien- sometido a las poderosas
temente para proteger los compromisos de fuerzas de la naturaleza.”
París, otras potencias como China, India, Rusia
y algunos países árabes seguirán por su lado,
desbaratando un esfuerzo global para combatir
el cambio climático como un hecho que, nece-
sariamente, debe restringir los procesos de in-
dustrialización y crecimiento económico.
Si combináramos los informes más discu-
tidos en Durban, el trabajo del Grupo Inter-
gubernamental de Expertos sobre el Cambio
Climático (IPCC), los estudios de la Organización
Meteorológica Mundial (OMM), del Programa
de las Naciones Unidas para el Medio Ambien-
te (PNUMA), y los acuerdos de París COP 21 de
2015-2016, obtendríamos las siguientes conclu-
siones reveladoras:
• La atmósfera terrestre se ha ido calentando
significativamente desde el comienzo de la
era industrial; en consecuencia, el modelo de
11
Sociedad Abierta — Franco Gamboa
desarrollo industrializado es una de las raíces
profundas para provocar el cambio climático y
las graves alteraciones en el medio ambiente.
• Los glaciares se están derritiendo acelera-
damente y este fenómeno acompaña di-
rectamente el calentamiento global, cuyas
consecuencias serán desastrosas para la su-
pervivencia de millones de seres humanos.
• Como resultado global se tiene una mayor
frecuencia de fenómenos meteorológicos
extremos que se distinguen por intolerables
lluvias o sequías, las cuales deterioran la cali-
dad de vida de todo el planeta.
• Los Gases de Efecto Invernadero represen-
tan una tendencia del desarrollo que irá en
permanente aumento a lo largo del siglo
“El ser humano ha causado XXI, si no se toman las previsiones para re-
y sigue causando un ducirlos. ¿Se podrá parar la máquina del
desarrollo, o por lo menos, hacerla más len-
profundo y demoledor ta? Si esto se lograra, ¿cuántos millones de
impacto sobre los seres humanos ingresarán en la pobreza? A
mayor desarrollo, mayores posibilidades de
equilibrios sistémicos combatir la pobreza, pero cuanto más se re-
del planeta Tierra.” fuerce la maquinaria del desarrollo, mayores
son las amenazas para desatar una tormenta
perfecta de cambio climático que devaste
nuestro planeta.
• El mundo en su conjunto debe desarrollar
una visión solidaria y de cooperación global
para evitar el sufrimiento de los más pobres
y marginados que sufrirán los efectos del
cambio climático (Yamin y Depledge, 2004).
América Latina y el Caribe se enfrentan al cam-
bio climático porque poseen características am-
bientales peculiares, pues en nuestra región se
localizan algunos de los países con mayor dispo-
nibilidad de agua dulce y más biodiversidad del
planeta. Muchas naciones como Bolivia, Ecua-
dor, Colombia, Brasil, Honduras, Nicaragua, El
Salvador, Cuba y México presentan altos niveles
12
de vulnerabilidad cuando surgen fenómenos cli-
máticos gigantescos, pues así se desencadenan
desastres que comprometen sus procesos de
desarrollo. Por ejemplo, es importante observar
el caso de los pequeños Estados insulares del Ca-
ribe, cuyas características les confieren una gran
vulnerabilidad. Estas condiciones particulares
contribuyen a explicar por qué América Latina
ha desempeñado —y seguirá desempeñando—
un papel destacado en las negociaciones multi-
laterales sobre el cambio climático.
Conclusiones: ¿qué rumbo están
tomando las políticas públicas?
América Latina comenzó a analizar seriamente
el problema, enmarcándose dentro de las preo-
cupaciones mundiales, pero el obstáculo princi-
pal descansa en la existencia de una brecha muy
grande entre las buenas intenciones y las accio-
nes concretas para lograr resultados satisfacto-
rios que reduzcan las principales amenazas. Las
políticas públicas que abordan este flagelo se
concentran, especialmente, en la recuperación
después de los azotes de cualquier desastre na-
tural o contingencia climática.
Todas las acciones gubernamentales respon-
den —antes que a previsiones de largo plazo—,
al concepto de resiliencia, utilizado para refe-
rirse a los procesos naturales de restitución
ecológica o de auto-regeneración ecosistémica,
es decir, intentar reconstruir algunos atributos
y funciones dañadas, alteradas o perdidas por
diversas causas (sobre todo las antropogéni-
cas). La resiliencia también alude a las capaci-
dades sociales e institucionales que recuperen
los niveles de vida de supervivencia, empleo y
patrimonio, después de experimentar graves
perjuicios fruto de las inundaciones, sequías,
huracanes, etcétera.
La resiliencia es fundamental para entender las
vulnerabilidades urbanas y regionales ante las
consecuencias del cambio climático. Un diseño
de las políticas públicas con resiliencia tendrá
que mostrar la habilidad de América Latina para
adaptarse al riesgo, mediante la construcción
de cimientos institucionales que le permitan
anticiparse y resistir los impactos de eventos
extremos, así como reconstruirse como conti-
nente cuando padezca desastres durante largos
periodos de tiempo. De cualquier manera, junto
con las políticas de resiliencia, es mejor tener
capacidades previsoras que se adelanten al sur-
gimiento de los desastres.
Las políticas de cambio climático en América
Latina deberán proponerse como meta esencial,
la posibilidad de auto-organizarse y reajustar sus
rutinas para afrontar los imprevistos y recuperar
la normalidad. El cambio climático no es algo
pasajero ni una eventualidad fácil de controlar.
Al contrario, exige que las sociedades latinoa-
mericanas incrementen sus capacidades para
aprender y cambiar con miras a una nueva forma
de vida que reoriente los efectos perversos del
actual patrón de desarrollo ( Cohen, et al., 2008).
Hasta ahora, varios son los intentos de los go-
biernos latinoamericanos que están impulsando
políticas locales para enfrentar los efectos del
cambio climático. Al mismo tiempo, se están
difundiendo medidas de información y preven-
ción, por medio de proyectos que parten de una
lógica de ocho puntos de análisis y acción:
1. Ubicación de las zonas y poblaciones más
vulnerables junto con la investigación de
cuáles son las condiciones geo-climáticas.
2. Diagnóstico permanente del territorio y los
rasgos demográficos.
3. Capacidad para tener gobiernos locales y/o
metropolitanos con plena institucionalidad.
4. Posibilidades de acceder a presupuestos y
mecanismos de financiamiento disponibles.
5. Posibilidades de tener especialización e
inserción económica porque los gobiernos
tienen que aprovechar sus mejores ventajas
en las distintas actividades económicas, ya
sea en el ámbito local como regional, pre-
cautelando los excesos que reduzcan las
amenazas provenientes de la explotación
irracional de los recursos naturales.
6. Estudiar la historia de los desastres naturales
y monitorear las situaciones extremas aso-
ciadas al cambio climático.
7. Analizar la historia de las respuestas e impac-
tos de tales desastres y eventos extremos.
8. Promover la correcta administración local de
riesgos, evitando todo tipo de ineficiencias,
retardación de decisiones y la corrupción.
Cualquier mitigación y adaptación al cambio
climático puede sintetizarse en tres políticas
cruciales: a) reducir el uso excesivo de com-
bustibles fósiles; b) disminuir substancialmente
la deforestación; y c) incrementar el bienestar
social, con el objetivo de cambiar de conducta
e incentivar una mayor cohesión y cooperación
de todos los países para reducir los grados de
marginación, pauperización, desorganización y
erosión social (Bryan, et. al., 2008).
El cambio climático golpeará con mayor
inclemencia a los pobres y la gente sencilla de
América Latina. Según la organización interna-
cional no gubernamental, Save The Children,
prácticamente 175 millones de niños en el
mundo morirán al año por desastres naturales
y como consecuencia del cambio climático.
Debemos luchar por la supervivencia infantil
previendo muchas acciones. A veces, se pueden
realizar cambios simples, por ejemplo, dejar de
comer carne vacuna. Está comprobado que el
consumo de carne es una forma de desperdiciar
el uso del agua y, además, crea muchos Gases
Franco Gamboa — Sociedad Abierta
de Efecto Invernadero, poniendo una enorme
presión sobre los recursos de la tierra.
Una dieta vegetariana será mejor. La efecti-
vidad, entonces, no pasa necesariamente por
esperar que las potencias industriales y los or-
ganismos internacionales hagan algo. Aquí hay
mucha incertidumbre. Parte de la solución está
en la sociedad civil y en los patrones de consu-
mo: ser vegetariano, utilizar bicicletas, negarse
a comprar tecnología computacional y telefóni-
ca. Ser más austero y volver, en gran medida, a
las conductas frugales del siglo XIX, podría ayu-
dar enormemente. ¿Es esto posible? m
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13
Sociedad Abierta — Sánchez de la Barquera, Pimentel y Huitzil Sánchez de la Barquera, Pimentel y Huitzil — Sociedad Abierta

por Herminio Sánchez de la

Barquera y Arroyo, Norma
Estela Pimentel Méndez y
Alma Angélica Huitzil Escobar

En orden de aparición: Director de

Posgrados en Ciencias Sociales y
coordinador del Grupo de Investigación
en Ciencias Sociales (INCISO) en la
Universidad Popular Autónoma del
Estado de Puebla (UPAEP); Doctora en
Derecho por la Benemérita Universidad
Autónoma de Puebla (BUAP), y
miembro del INCISO; y Maestra
en Ciencia Política por la UPAEP y
miembro del INCISO. Agradecemos
la colaboración de la Lic. Janet Cerón
para la elaboración de este artículo.

Cultura, derecho y Estado

En una interpretación sistémica, cultura y derecho son Derivado de los cambios en los procesos de internaciona-

Los derechos para una política

conceptos que se relacionan bajo la presencia del Estado.
Abordar la estructura del Estado inmerso en los fenómenos
actuales requiere un bosquejo con relación a su origen, al
cultural en un Estado federal: ser fruto de la propia colectividad, cuyos miembros, por la
necesidad de convivencia en sociedad, han creado no sólo el
lización de capitales, de relaciones jurídicas y sociales, ha
sido necesario plantear la posibilidad del nuevo derecho que
surge como una “especie de tercera cultura, independiente
de las diversas culturas jurídicas nacionales y situada por en-
cima de ellas en su área de regulación específica” (De Sousa

los fundamentos teóricos concepto, sino también han destacado sus elementos y ca-
racterísticas. Por ejemplo, para Serra Rojas (1988: 19) se tra-
ta de un “producto social, una obra humana que se integra a
lo largo de un proceso histórico, pletórico de luchas sociales
y de intensa transformación de los grupos”.
En la línea de estudio sociológico, resalta también la de-
finición de Strasser (2000: 35), quien con sus propios argu-
mentos reitera la vinculación entre población y poder coerci-
Introducción tivo, aunque no se refiere al elemento territorial al momento
2002: 110). Conceptos como globalización, transnacionali-
zación e interdependencia confluyen en el planteamiento
de múltiples desafíos en todos los niveles del conocimien-
to, que han tratado de ser explicados por los teóricos del
análisis político y de las relaciones internacionales.01 Cuando
se incursiona sobre la transnacionalización del derecho, se
observa que aún con la presencia de procesos como la glo-
balización, no ha dejado de tener vigencia el Estado como

E
l presente artículo trata de esclarecer las relaciones que existen entre la for-
ma federal de Estado y los derechos de los ciudadanos en torno a la cultura
y a las políticas culturales, particularmente en lo que toca al acceso y al dis-
frute de los bienes y servicios culturales. Es menester señalar que la políti-
ca cultural es uno de esos campos de la política en donde mejor se puede valorar y
aquilatar la vigencia práctica del federalismo, a diferencia de otras, como la política
exterior, la de salud o la de defensa, en las que generalmente hay más similitudes con
las de los países de tipo central o unitario.
de definir al Estado como una perspectiva político-socioló-
gica (más que político-constitucionalista y jurídica), de los
recursos, las instituciones y las normas, en las que incluye las
jurídicas, y todas aquellas que se consideren “exigibles” por
el Estado, la sociedad o la cultura misma. Si bien no repara en
las implicaciones de su amplio concepto de norma exigible,
sirve también su interpretación para indicar que el concepto
tradicional de Estado y derecho debe ser superado con miras
a un análisis más extenso.
01 . Citando a Bodemer (1998: 60): “El término globalización es utilizado
en distintos sentidos e interpretaciones, aunque pueden mencionarse
elementos comunes a todas las versiones. La globalización no es un fe-
nómeno nuevo, sino la intensificación de las transacciones transversa-
les que hasta ahora se incluían en la llamada internacionalización. Hay
acuerdo en que el núcleo globalizador es tecnológico y económico, abar-
cando las áreas de finanzas, comercio, producción, servicios e informa-
ción. Un tercer elemento común a las versiones de la globalización con-
siste en la convicción de que cualquier intento de desacoplarse de este
proceso está condenado al fracaso. Sin embargo, como lo demuestran
las experiencias nacionales de apertura exitosa, de ello no se desprende
que el Estado deba desvincularse del control sobre la vida económica”.

14 15
Sociedad Abierta — Sánchez de la Barquera, Pimentel y Huitzil Sánchez de la Barquera, Pimentel y Huitzil — Sociedad Abierta

“La política cultural
es uno de esos campos
de la política en donde
mejor se puede valorar
y aquilatar la vigencia
práctica del federalismo.”
forma de organización política y jurídica de las
sociedades; lo que sí ha ocurrido es que su con-
ceptualización tradicional se ha adaptado a una
visión menos acotada y más flexible, sobre todo
en torno de la soberanía, evolucionando en as-
pectos como la territorialidad, para enfocarse
más al abanico de posibilidades de ciudadanos
en movimiento más allá de sus fronteras.
La importancia que ha recobrado el derecho
internacional para interpretar los vínculos que
anclan las relaciones de los actores internacio-
nales a sus propios Estados, así como a entes su-
pranacionales, ha permitido completar la visión
interna y en algunos casos mejorarla, como bien
ha ocurrido en la transformación en México res-
pecto del enfoque al principio pro persona en
los derechos humanos.
Resultan importantes los conceptos en tor-
no al Estado que lo analizan desde una pers-
pectiva sistémica e integradora. Siguiendo los
estudios plasmados en el modelo trans-univer-
sal que propone Ponce de León (1998: 95), el
Estado es “la organización política de nuestros
días que tiene por objeto el orden social en la
justicia mediante el derecho, que implica la ar-
monía del ser humano y su entorno natural en
sus interrelaciones para la conducción política,
su realización y su calidad de vida”. Así pre-
valece la justicia, el orden y el derecho como
características del Estado para la concordia de
las relaciones sociales, sin importar el tiempo o
espacio, dado que mientras se encuentre pre-
sente, debiera lograr relaciones empáticas del
hombre con todo lo que le rodea.
Fernández (1982: 52) indica en su definición
que el Estado es “un producto de la convivencia
humana, un fenómeno social dado en el tiempo
y en el espacio... un suprasistema integrante
de otro mayor, como es el universo sistémico
constituido por la comunidad de Estados en
que se divide nuestro mundo”. En primera ins-
tancia pareciera que tuviese reconocimiento
la posibilidad de que esta figura fuera finita en
tiempo o espacio, sin embargo más adelante
aclara que “es un fenómeno universal de vigen-
cia permanente en todo el territorio y para toda
la población del mundo” (Fernández 1982: 14).
En su interpretación indica que los nexos entre
cada Estado y el suprasistema se generan desde
el orden interno con su población, territorio y
gobierno, lo que permitirá entablar relaciones
armoniosas a nivel externo (internacional).
Se debe replantear que desde el enfoque
sistémico no sólo se generan relaciones entre
los fenómenos culturales, político, sociales y
jurídicos, sino que existe el reconocimiento teó-
rico y doctrinal por medio de una rama de con-
tenido meta jurídico denominada Derecho de la
Integración Económica, el cual se concibe como
“especialidad del derecho para llegar al dere-
cho comunitario, que es el conjunto no solo de
normas jurídicas supranacionales, sino también
acuerdos… que implican unidad de políticas y
armonización de estructuras de los países, Es-
tados o territorios aduaneros unificados, inclu-
sive órganos de justicia comunitaria, seguridad
comunitaria, turismo comunitario, etcétera”
(Pacheco 2007: 38). En este sentido las regu-
laciones en materia de cultura, producto del
fenómeno social y político nacional, reciben la
influencia de los proyectos que desarrollan los
organismos supranacionales sobre la materia,
sobre los que a su vez ejercen influencia en un
ejercicio circular, siendo necesario reconocer
que en un mismo nivel la soberanía nacional
coexistirá con las obligaciones suscritas a nivel
internacional, por lo tanto los compromisos
adquiridos con la Organización de las Naciones
Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura
(UNESCO), la Organización de los Estados Ame-
ricanos (OEA), así como las relaciones en mate-
ria de cultura entabladas con la Organización de
Estados Iberoamericanos (OEI), se encuentran
sujetos a la integración del derecho, bajo cri-
terios internacionales que se tornan aplicables
por imperium de la Ley, por interpretación y
resolución de tribunales constitucionales o por
sentencia de la Corte Internacional de Justicia.
Los Estados se encuentra sujetos al ámbito in-
ternacional, más allá de sus leyes soberanas,
para acatar disposiciones supranacionales que
les recuerden el cumplimiento de su fin último:
el bien público temporal, por lo que las teorías
rígidas de la aplicación del derecho se ven supe-
radas por la flexibilidad y reinterpretación que
la época contemporánea demanda.
El federalismo
Con el término “federalismo” entendemos algo
que va más allá de una simple estructura políti-
ca, de una cualidad constitucional o de una dis-
cusión en torno a las competencias del gobierno
federal y de los gobiernos estatales, puesto que
también debemos tener en cuenta una determi-
nada conciencia y una cultura política que, de
acuerdo a cada caso, pueden ser más o menos
favorables a la vigencia real del federalismo en
los hechos y no sólo de palabra o en el papel
(véase Görner 1996: 5-6; Nohlen 2006: 145). Así,
hay Estados estructurados de manera federal
cuya cultura política se caracteriza por una tra-
dición más proclive al centralismo, como México
sobre todo en el siglo XX y hasta nuestros días,
mientras que Suiza, por ejemplo, es un caso tí-
pico de un fenómeno diametralmente opuesto.
Podemos considerar a las siguientes carac-
terísticas como propias de un Estado federal:
primero, la autonomía democrática de los
estados miembros, esto es, el nombramiento
libre de los poderes legislativo, ejecutivo y ju-
dicial; segundo, la autonomía constitucional,
esto es, los estados miembros se organizan
a sí mismos en lo jurídico y político, pero sin
poder contravenir a la constitución federal;
en tercer lugar tenemos a la autonomía judi-
cial, legislativa y ejecutiva en lo que toca a las
competencias reguladas por la constitución; y
por último está la participación de los estados
miembros en la voluntad política nacional, lo
que se refleja en la forma que tiene el congreso
federal de integrarse y en los procedimientos
de reforma constitucional vigentes (Burgoa,
2002: 414). Estos estados miembros reciben
diferentes nombres, de acuerdo a cada caso:
estados, provincias, cantones o estados fede-
rados, por ejemplo.
Cada Estado federal vive de una manera muy
particular su propia dinámica, su propia tensión
entre fuerzas centrífugas y centrípetas, entre
cooperación y competencia, entre homoge-
neidad y heterogeneidad, entre la unidad y la
variedad. Se trata por lo tanto de una suerte
de bipolaridad. Es por eso que al federalismo
se le atribuye la capacidad de poder procesar y
regular conflictos, llegando Burdeau (1985: 194)
a hablar de una “armonía del orden federal”,
mientras que otros lo tienen en muchas ocasio-
nes por la única posibilidad de mantener unidos
y de integrar a Estados con cierto grado de he-
terogeneidad (véase Kilper y Lhotta, 1996: 33).
Los estados miembros de una federación pue-
den presentar muchas asimetrías entre sí, por
ejemplo con respecto a su superficie, a su nivel
cultural y educativo, al tamaño de su población,
al grado de homogeneidad socioeconómica, et-
cétera, lo cual nos lleva a experimentar ocasional-
mente tendencias centralizadoras más o menos
fuertes y constantes, pues, además de la cultura
política, la pobreza y la inseguridad son factores
importantísimo que puede provocar que, en aras
(o con el pretexto) de ayudar a los estados más
necesitados, el gobierno federal intervenga de
manera más decidida en la vida del orden esta-
dual (véase Kilper y Lhotta, 1996: 67-68).
El federalismo y la cultura
Dado que el federalismo es una forma de Esta-
do que procura conservar la diversidad de sus
integrantes pero preservando a la vez la unidad
del conjunto, se encuentra por lo tanto en una
incesante búsqueda de equilibrio entre la uni-
dad y la diversidad, entre la homogeneidad y la
heterogeneidad, entre las fuerzas centrípetas y
las centrífugas, entre el respeto a la identidad
de las culturas particulares y la preservación de
un espíritu que abarque todas esas particulari-
dades y las integre. Por eso el federalismo es un
sistema idóneo para sociedades culturalmente
plurales, pues se presta a dar salida o acomodo
a la diversidad cultural e incluso nacional. Es
imprescindible, sin embargo, que los integran-
tes de la federación manifiesten por lo menos
la voluntad de permanecer federados. Sin esta
férrea voluntad de mantenerse unidos en una
federación no puede existir a la larga ningún
Estado federal. Se requiere, por lo tanto, de una
cultura política federal en los ciudadanos y en
los gobernantes, y de una voluntad federal, vital
para la permanencia y estabilidad de las federa-
ciones (véase Caminal, 2002: 172, 174).
Esto lo afirmamos porque el federalismo une
cuerpos distintos, es decir, une personas, pue-
blos, países, naciones y Estados, preservando
cada uno de ellos su identidad, es decir, sin que
se disuelvan sus características culturales. Al
contrario del nacionalismo, que crea naciones,
el federalismo las une (Caminal, 2002: 153).
El federalismo puede promover el pluralismo
en diferentes dimensiones y en mayor o menor
medida, según las condiciones del contexto:
prefiere el policentrismo frente al monocentris-
mo, la plurinacionalidad frente a la nacionalidad
única, la pluralidad cultural frente al monocul-
turalismo, la diversidad de órdenes de gobierno
con ámbitos territoriales y competencias res-
pectivos frente al unitarismo, etcétera. Y es que
desde su origen mismo, el federalismo es plural
y se crea para preservar lo que se es y se tiene: la
pluralidad de unidades constituyentes, y no para
destruirlo o disolverlo (Caminal, 2002: 156, 159).
En el mundo actual, en donde la diversidad
cultural, las libertades civiles y el pluralismo
político caracterizan en menor o mayor grado
a las sociedades democráticas, el federalismo
no puede vivir sin el pluralismo, pero su singu-
laridad radica en su territorialidad, por lo que si

16 17
Sociedad Abierta — Sánchez de la Barquera, Pimentel y Huitzil
esta división territorial se hace sin democracia,
el federalismo queda anulado al faltarle lo esen-
cial: el pluralismo (Caminal, 2002: 165).
En países de gran diversidad cultural, la exis-
tencia de diversos centros (“policentrismo fede-
ral”) puede generar políticas distintas, lo cual no
es de suyo negativo. Ante la asimetría que he-
mos mencionado más arriba no es de extrañarse
que muchas políticas públicas en los estados
miembros de una federación sean diferentes en-
tre sí. Es normal que las políticas culturales sean
necesariamente distintas en estados distintos:
“No hay federación sin diversidad o asimetría en
el ejercicio de la actividad de gobierno y en sus
efectos sobre el proceso político. La anulación
de esta posibilidad significa el autoritarismo o la
existencia de un sistema federal en la estructu-
ra, pero unitario en el procedimiento” (Caminal,
2002: 169). Es más: autores tan prestigiados en
materia de cultura y políticas culturales como
Klaus von Beyme rechazan categóricamente la
idea de que un Ministerio o Secretaría de Estado
a nivel federal o central esté forzosamente en
mejores condiciones que las instancias locales
para llevar a cabo las tareas de promoción cultu-
ral (Von Beyme, 1998: 18-20).
Existe una cualidad en el federalismo que lo
hace muy práctico: en él es posible probar me-
didas de políticas sectoriales en alguno de los
estados federados y examinar los resultados. En
caso de que la medida fracase, fracasará exclusi-
vamente en dicha entidad; empero, si funciona,
otros estados que tengan más o menos el mismo
contexto pueden a su vez ensayar dichas medi-
das, por lo que se evita que el fracaso sea a nivel
nacional y se promueve la adopción paulatina y
racional de lo que se ha probado que sí funciona.
Esto vale también para las políticas culturales,
pues el federalismo confluye con el pluralismo
y la diversidad de pensamiento, de cultura, de
ideas y de valores. Esta ventaja del federalismo
se ha visto constreñida incluso en los Estados
democráticos debido a las exigencias del Estado
de bienestar y por la homogeneización causada
18
por el proceso centralizador y uniformador que
caracteriza al llamado federalismo cooperativo
(para profundizar en esto, véase Sánchez de la
Barquera, 2008).
Podemos concluir este apartado diciendo
que el federalismo es un sistema “amigable”
y propicio para la cultura en general y para la
diversidad cultural en particular, ya que pro-
mueve el reconocimiento, el respeto y la institu-
cionalización de la identidad cultural y nacional
plural de las personas, de los pueblos y de las
comunidades, por lo que puede ser la vía de
regulación de la diversidad cultural (Geis, 2002:
139; Caminal, 2002: 209), sin olvidar la vigencia
del principio de subsidiariedad, que ordena la
ayuda proporcionada por las instancias supe-
riores para que esta sólo ocurra sólo durante el
tiempo necesario, sólo en donde sea necesario
y procurando no ser necesaria.
Cultura y política cultural
Ahora bien, la pregunta que nos podemos hacer
ahora es: ¿qué definición de cultura nos puede
servir para explicar las relaciones entre el fe-
deralismo y la cultura y para poder bosquejar
los lineamientos que puedan ser útiles a una
política cultural en un Estado federal como el
nuestro? En este punto, el antropólogo, el so-
ciólogo, los ciudadanos de a pie, los políticos y
los promotores culturales parten de diferentes
acepciones. Es claro que el concepto de cultura
en sentido estricto (bellas artes, buenas mane-
ras, etcétera) no es suficiente para el sociólogo
o para el administrador público, pero también
nos podemos dar cuenta de que los conceptos
en sentido amplio pueden llegar a abarcar un
campo demasiado extenso: un concepto así,
que prácticamente lo comprende todo, es muy
confuso, y el encargado de la política cultural
de un municipio, digamos a guisa de ejemplo,
sería entonces no sólo el encargado de muchí-
simas actividades: fomento artístico de todo
tipo, de las tradiciones, de las formas de vida,
de la protección de los derechos humanos, de
los sistemas de valores, de las formas y costum-
bres de trabajar, sino que además absorbería un
elevado porcentaje del presupuesto del ayunta-
miento o de cualquier otro orden de gobierno.
Necesitamos por eso una definición que nos
permita establecer criterios de orientación para
la labor de fomento cultural en un Estado fe-
deral, es decir, buscamos un tipo de definición
práctica, manejable, que además nos permita
delimitar a la política cultural como política
sectorial. La diferencia fundamental entre los
conceptos, definiciones y percepciones de la
cultura y lo que necesitamos para la aplicación a
una política cultural radica en que un concepto
para dicha política sectorial no sólo debe partir
de ideas, contextos, sistemas de conceptos y
conocimiento de las costumbres sociales, sino
que además debe incluir y tomar en cuenta ele-
mentos materiales (monumentos, bienes cul-
turales tangibles) y diferentes acciones, como
por ejemplo procesos de producción artística,
negociaciones acerca de actividades culturales
(Wolf-Czanády, 1996: 59). No obstante, debe-
mos tener en claro que es imposible encontrar
un concepto de cultura que sea aceptado por
todos y que pueda ser aplicado por todas las
disciplinas y en todas las situaciones y contex-
tos. Además, si bien es cierto que un político
responsable requiere de un cierto grado de
conocimiento científico, debe estar en condi-
ciones de poder resolver los problemas que se
le presentan diariamente, para muchos de los
cuales la ciencia en general y la ciencia política
en particular no siempre ofrecen alguna res-
puesta. Lo que ahora nos interesa es averiguar
si podemos encontrar los principios que puedan
servir de base a un concepto de cultura que a
su vez sea útil para el desarrollo de una política
cultural, particularmente en un Estado federal.
Fuchs (1998: 134) es partidario de la idea de
que, en el ámbito de la política cultural, es me-
nester considerar tres tipos de conceptos:
a. un concepto en sentido amplio de cultura;
b. un concepto normativo de cultura;
c. un concepto en sentido estricto de cultura.
Por lo que respecta al inciso a), el concepto am-
plio abarca y describe la totalidad en la que se
opera, pues en este caso, “cultura” se entiende
como el conjunto de las típicas formas de vida,
sistemas de valores y conductas en una socie-
dad. Esta concepción en sentido amplio es no tan
sólo el fundamento para el trabajo de las institu-
ciones culturales, sino también para la reflexión
de la dimensión estética de la toma de decisio-
nes en esta política sectorial (Scheytt, 2003: 6),
además de que facilita el diagnóstico y ayuda a
diseñar proyectos, programas y soluciones. Las
medidas que se adopten pueden por lo tanto
acoplarse mejor al contexto cultural del que se
trate, tomando en cuenta de mejor manera sus
conexiones y relaciones internas. No podemos
olvidar, además, que la vida actual exige ser más
democrática, más abierta, plural y transparen-
te. Así, la actividad cultural de los gobiernos no
puede constreñirse al fomento exclusivo de las
manifestaciones artísticas de ciertos grupos o
clases sociales, sean los que sean, excluyendo a
los demás (Pernthaler, 1988: 9). Es por eso que
el fomento de las actividades culturales no pro-
fesionales se ha convertido en muchos países
en una parte sustancial de la política cultural
(Glaser, 1985: 22). Debemos tomar en cuenta, no
obstante, que los criterios bajo los cuales pudié-
ramos trazar los límites entre las diferentes “ca-
pas”, “estratos” “tendencias”, “estilos”, son mu-
chas veces extremadamente difíciles de definir,
sin olvidar que no siempre los representantes de
una “cultura elevada” lo hacen con “calidad ele-
vada”.02 En este punto es importante señalar que
el concepto amplio de cultura no puede ignorar
02 . Así, una sonata de Mozart, verbigracia, puede ser
interpretada de forma descuidada o deficiente. En arqui-
tectura, los ejemplos neoclasicistas de poca calidad son
innumerables.
Sánchez de la Barquera, Pimentel y Huitzil — Sociedad Abierta
que también abarca a la educación, la ciencia y el
arte (Holland, 2002: 8).
Pasando ahora al aspecto normativo de la
cultura, diremos que es el que nos permite una
valoración de las condiciones, de las medidas,
criterios, metas, objetivos y propósitos; esto
es: nos indica lo que es deseable. Determinadas
actividades pueden, por ejemplo, expresar la
solidaridad de un grupo hacia otro u otros, otros
sirven para fomentar el sentido artístico de los
niños, mientras que la educación y el teatro
pueden acrecentar la seguridad propia o sacu-
dir la conciencia de las personas. El fomento de
tradiciones populares o de idiomas autóctonos
posibilita la supervivencia de sistemas de valo-
res, que en muchos casos despiertan en otros
grupos respeto y consideración. Es por esto que
el tomar en cuenta este aspecto normativo de la “La libertad es un
cultura permite a los actores e instituciones de
elemento esencial de
las políticas sectoriales respectivas actuar bajo
ciertos criterios, tales como apertura hacia lo toda política cultural
nuevo, flexibilidad, adaptabilidad, etcétera. moderna y democrática,
En cuanto al concepto de cultura en senti-
do estricto, también tiene cabida por sí mismo
independientemente de
en la estructuración de las políticas culturales, que hablemos de un Estado
puesto que los museos, teatros, bibliotecas y federal o de uno unitario”.
sitios históricos forman una parte esencial de
la vida cultural de una ciudad o de un Estado.
En este inciso podemos sin temor equiparar cul-
tura con arte, o bien podemos establecer una
alianza entre educación, ciencia, arte y cultura
(Scheytt, 2003: 7).
El concepto de cultura apto para conducir
una política cultural debe ser además sensible
a las condiciones sociales, debe comprender a
la cultura como un fenómeno dinámico de tra-
dición, innovación y comunicación, debe ver a la
cultura como un elemento esencial del desarro-
llo humano, de la vida democrática y de la con-
vivencia pacífica. En este sentido, dicha concep-
ción no debe desdeñar en absoluto la actividad
artística, pero sí señalar sin lugar a dudas que la
cultura abarca más, mucho más que el arte. Por
último, el concepto de cultura que nos oriente
19
Sociedad Abierta — Sánchez de la Barquera, Pimentel y Huitzil Sánchez de la Barquera, Pimentel y Huitzil — Sociedad Abierta

debe dejar muy en claro que las personas son
creadoras y actoras, esto es, participantes acti-
vas de la cultura, pero que al mismo tiempo son
su imagen y su creación.
El federalismo y los derechos
para la política cultural
Vamos ahora a comentar dos importantes com-
ponentes de la política cultural en un Estado
federal democrático, que se relacionan con los
derechos en materia cultural: la apertura y la
pluralidad, tanto en lo que se refiere a los patro-
cinadores como a los contenidos. Ambos con-
ceptos son indispensables en la estructura de la
política cultural de un país libre y democrático.
La libertad es un elemento esencial de toda
política cultural moderna y democrática, inde-
pendientemente de que hablemos de un Estado
federal o de uno unitario, puesto que libertad
es “por principio de cuentas, libertad cultural”,
como bien afirma Häberle (2002: 126). La políti-
ca no debe aprovecharse de la cultura para sus
propios fines, sino que debe crear, posibilitar o
promover las condiciones propicias para su fo-
mento y desarrollo. Los políticos tampoco están
para dictar contenidos a la política cultural, sino
para garantizar y hacer valer la pluralidad res-
petuosa en materia cultural, es decir, que vaya
mucho más allá de la simple “tolerancia”.
El respeto a la subsidiaridad, vital para el fe-
deralismo, comienza con cada ciudadano, con
cada persona, por lo que debe procurarse, en
la medida de lo posible, que el arte y la cultura
prosperen a partir de iniciativas particulares y
libres. Ninguna instancia de gobierno debe qui-
tarle a la sociedad espacios y posibilidades de
desarrollo y de participación en lo que atañe a
sus intereses culturales; hay que posibilitar el fo-
mento cultural, en lugar de hacerle competencia
a la sociedad (Schuster y Dill, 1992: 7 y ss.). Por
eso afirma Hoffmann (1985: 201) que la palabra
clave de la política cultural en un Estado federal
es “¡Posibilitar!”, mientras que Berman y Jiménez
(2006: 78) a su vez hablan del “Gran Facilitador”.
Para el desarrollo de una política cultural
en un Estado federal existen ciertos elementos
que ayudan a consolidarla. Puesto que el fede-
ralismo es un principio estructural irrenunciable
para la moderna política cultural, es imposible
desdeñar la importancia del pluralismo de los
patrocinadores (Zehetmair, 2003: 87, 89). No
basta, pues, con reconocer la pluralidad de
culturas en el mundo moderno, para los que el
federalismo es una probada vía de unión y de
reconocimiento mutuo, previa existencia de la
voluntad de unión en una comunidad federal
que nos lleve a una “cultura pública común”, a
decir de Miller (citado en Caminal, 2002: 215).
También es necesario contar con una pluralidad
de patrocinadores y de actores culturales.
Ahora señalaremos cuáles son los derechos
fundamentales para el funcionamiento de una
política cultural federal (nos basamos en parte
en Pernthaler, 1988: 10 y ss.):
• Derecho de reunión, que protege el libre
patrocinio social y la llamada “auto organi-
zación” de actividades culturales. El llamado
pluralismo de patrocinadores es una carac-
terística imprescindible en toda política cul-
tural federal y una muestra inconfundible de
un concepto cultural abierto y plural.
• Derecho de comunicación, como el conjunto
de derechos que garantizan la libertad de ex-
presarse e informar por escrito, verbalmente
o por otros medios. Este derecho es decisivo
para los medios colectivos de comunicación
y para la difusión del arte y de la cultura.
• Libertad de investigación y de docencia cien-
tíficas, si bien cada Estado tiene facultades
para establecer restricciones, como en el
caso del uso de la energía atómica para fines
bélicos y en el de la clonación.
• Libertad en el arte, que protege contra
intervenciones del Estado en la creación y
difusión de obras de arte.
• Derechos de libertades religiosas, que tienen
que ver tanto con la libertad de conciencia
y de ejercicio de culto para cada persona,
como también con la protección de que
deben gozar las comunidades e iglesias en
contra de intervenciones estatales injustas.
• Derechos en el campo de la política educati-
va y cultural. De acuerdo a cada caso parti-
cular entre los Estados federales, la respon-
sabilidad de conducir la política educativa y
cultural corresponde a veces a los estados
miembros (como en prácticamente todos los
Estados federales del mundo) o al orden fe-
deral (como en México, en el caso de la edu-
cación). En los países con una fuerte tradi-
ción democrática, estas facultades estatales
se encuentran restringidas por la libertad de
enseñanza y por el derecho de los padres de
familia de escoger el tipo de educación para
sus hijos, pues el derecho natural lo conside-
ra prioritario frente al Estado.
• Derechos de las minorías. Esto no solamente
significa la protección y la no discriminación
por motivos culturales, económicos, geográ-
ficos, religiosos, sino también la promoción
de dichas minorías.
Una política cultural federal moderna se sus-
tenta fundamentalmente en dos columnas:
la sociedad y el Estado, si bien hay que decir
que los límites entre los dos ámbitos es por lo
general bastante difícil de trazar. Esto ocurre
básicamente porque las medidas estatales
participan en mayor o menor medida de la
labor cultural de los grupos sociales; a su vez,
las tareas de promoción cultural por parte del
Estado son en parte determinadas —o pueden
serlo— por la actividad social.
Aunque reconozcamos las ventajas que para
un país pueda tener el federalismo, tenemos
que admitir que el éxito de una política cultural
no depende exclusivamente de que se adopte
dicha forma de Estado, pues aquí lo que im-
porta es el contexto político y sociocultural.
Así, tenemos que las dos naciones que por
regla general marchan a la cabeza de todas en
cuanto a promoción cultural se refiere, Francia
y Alemania, representan, por así decirlo, la una
a los Estados unitarios o centrales, la otra, a
los federales. Característica esencial de ambas
naciones, particularmente de la segunda, es la
gran demanda cultural de su población.
Mientras que en un país federal existe una
viva competencia vertical con respecto a las
competencias en materia de política de fomen-
to cultural, los Estados centrales muestran una
competencia horizontal de Ministerios y de-
pendencias oficiales (en Francia, por ejemplo,
participan en estas labores 22 Ministerios). No
olvidemos que en los Estados federales existe,
con características particulares, cierto grado de
competencia que generalmente le viene bien
a las regiones apartadas, mientras que en los
países unitarios la preferencia por la capital es
evidente e incluso aplastante, como lo muestra
el papel que juegan Roma, París o Londres en su
respectivo país. Un caso similar es el de la Ciu-
dad de México, aunque se trate en este caso, pa-
radójicamente, de la capital de una federación.
Un país federal puede obtener muchísimo
provecho de esta forma de Estado, máxime
cuando se trata de sociedades culturalmente
diversas. Y es que un Estado federal se cons-
truye sobre tres voluntades: la voluntad para
unirse (federarse), la voluntad para mante-
nerse unidos y la voluntad para aprovechar las
ventajas que el federalismo ofrece. Sin embar-
go, dos factores de peligro acechan: uno es el
alto grado de heterogeneidad socioeconómica,
el otro es la inseguridad. Ambos son factores
que favorecen el centralismo y evitan que se
aprovechen las ventajas del federalismo. Por
eso Pérez de Cuéllar (1996: 278-280) subraya la
importancia de la estrechísima relación entre
la política cultural y el desarrollo socioeconó-
mico, mientras que García y Moneta (1999: 14-
16) se muestran partidarios de que la política
cultural sea parte indispensable del desarrollo
de un país; esta “dimensión cultural del desa-
rrollo” fue parte esencial de la “Declaración de
la Ciudad de México” (UNESCO 1982). Si hace-
mos caso a esto, el federalismo —lo decimos
con pleno convencimiento— no perderá en
absoluto su actualidad, vigencia y vigor, mucho
menos en lo referente a la política cultural. m
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20 21
Sociedad Abierta — Fonseca y Rodríguez
por Miriam Fonseca
López y Francisco José
Rodríguez Escobedo
Profesores investigadores
en el Instituto de Ciencias
de Gobierno y Desarrollo
Estratégico de la BUAP.
Participación ciudadana y políticas públicas
en América Latina. Entrevista con André Roth
A
ndré-Nöel Roth Deubel es uno de los más im-
portantes autores de la disciplina de políticas
públicas en América Latina y el más leído en
Colombia, país en el que reside desde hace más
de dos décadas. Cuenta con una muy basta producción bi-
bliográfica y hemerográfica desarrollada sobre las líneas
de investigación en políticas públicas, administración pú-
blica, new public management, gestión pública, reforma
del Estado, política pública ambiental, política pública en
niñez y juventud. De origen suizo, es politólogo magister
en Ciencias Políticas y Doctor en Ciencias Económicas y
Sociales —mención Ciencias Políticas— por la Université
de Genève-Suiza. Actualmente es profesor investigador
asociado del Departamento de Ciencia Política de la Fa-
cultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad
22
Nacional de Colombia. Su libro Políticas públicas. Formu-
lación, implementación y evaluación, publicado en el año
2002, cuenta con seis reimpresiones y es un texto obliga-
do en la disciplina de políticas públicas.
metapolítica: ¿Cuál es el estado de la participación
ciudadana en las sociedades latinoamericanas?, ¿cómo
concebirla en esta región?, ¿en dónde se podría colocar
la mirada de lo que es la participación?
André Röth: Yo diría que, siendo esquemáticos, hay tres
etapas o estados de la participación, que me da la impre-
sión tienden a tener una dinámica ampliamente parecida en
muchos países de América Latina y se pueden resumir de
esta forma: me parece que un primer momento, se ubica
a partir de los años ochenta, cuando empieza a haber una
trasformación de la sociedades latinoamericanas sobre
todo basada en una reducción del lugar del Estado y una
mayor presencia de la sociedad. Aunque hay que decir, pri-
mero, que el concepto de participación es de esos de amplia
aceptación por su polisemia, en el sentido de que muchos
actores no entienden lo mismo por participación, no tienen
la misma ambición con la participación, aunque todos pue-
dan estar de acuerdo con el concepto general.
En esta primera etapa se puede observar una especie
de revalorización de la participación electoral, es decir, la
apertura de los regímenes políticos en América Latina por el
agotamiento de los regímenes tradicionales, desde México
con el Partido Revolucionario Institucional (PRI) hasta el fin
de la dictadura con la salida de Pinochet en Chile, pasando
por casi todos los países latinoamericanos en los que hubo
una especie de agotamiento de los regímenes tradicionales
y el ascenso de nuevas élites que reafirmaron o que dieron
una nueva validez, apoyadas por el contexto internacional
de los años ochenta y noventa, a la idea del voto como me-
canismo fundamental de participación y como mecanismo
también, de transformación y alternancia partidista en todos
los países. Me parece que es en esta primera etapa, cuando
la democracia participativa se entendió como una mayor
participación electoral a través del voto, pero no únicamente
Fonseca y Rodríguez — Sociedad Abierta
electoral, pues se dio impulso al establecimiento de algunos
mecanismos de consulta, como el referéndum o el plebiscito
que son parte de los mecanismos de democracia directa, aun-
que todavía expresados fundamentalmente a través del voto.
m: Esta primera etapa, ¿coincidiría con lo que se llama el
tránsito a la democracia?
AR: Sí, y me da la impresión que esos tránsitos hacia la de-
mocracia a su vez se combinaron con una mayor descentra-
lización y, por lo tanto, con una mayor participación también
en ese nivel; por ejemplo, en muchas partes empiezan a te-
ner lugar elecciones menos cerradas como en el caso de los
alcaldes, es decir, hay una mayor autonomía local que volvió
a dar impulso a esta idea del ciudadano que controla, que
puede controlar a través del voto, a sus mandatarios locales.
Esta primer etapa ocurre además en un contexto de de-
mocratización y mayor confianza, no sé si de mayor confian-
za electoral, pero sí en relación con el miedo al comunismo,
porque ya entonces no había tantos temores para dejar jugar
a algunas alternativas electorales porque ya no estaba la
Unión Soviética detrás como ese espanto con el que se so-
lía ver a la izquierda en América Latina. En ese contexto, se
produjo una mayor apertura democrática que dio lugar a la
creación de muchos partidos y en muchos países hubo una
23
Sociedad Abierta — Fonseca y Rodríguez
“El Estado es una
institución que permite,
que busca la participación
de la ciudadanía para que
decida, es un instrumento
que provee medios para
organizar la discusión de
la toma de decisión.”
24
recomposición de las figuras políticas por parte
de la izquierda que retomaron un cierto peso
porque también cambiaron su lenguaje y se
disminuyó un poco el carácter represivo de los
regímenes tradicionales hacia expresiones de
izquierda. En esta primera etapa entonces, se
observó una revalorización de la participación
de la sociedad a través del voto con una mayor
posibilidad de adecuar la voluntad popular con
la de los gobernantes.
La segunda fase, entre los años noventa y el
2000, que consistió en una expresión mucho más
fuerte, en el sentido de que la democratización
de los regímenes políticos no podía limitarse
únicamente al asunto electoral, que fue de la
mano con una mayor atención particular a todo
lo que podemos llamar las minorías étnicas en
América Latina. También sobre otras minorías
como el movimiento LGBT, es decir, todas esas
minorías que a través de movimientos sociales
empezaron a tener expresiones sociales que
no podían ser resueltas o tener una expresión
adecuada por medio de los mecanismos estric-
tamente electorales. Entonces empiezan a tener
un medio de expresión a través de las ONG o a
través del movimiento social en general, que
ejerció presión para lograr una democratización
más social de la vida política en el sentido de una
apertura a otros mecanismos de participación,
lo que me parece particularmente interesante,
y que podemos llamar de forma muy general de
democratización de la administración; es decir, la
idea de que los ciudadanos o los grupos sociales,
los movimientos sociales, debían tener acceso
o establecer un diálogo con la administración
pública que siempre está en busca de mayor le-
gitimación, porque la administración pública en
América Latina siempre ha sido una de las peores
consideradas y, por lo tanto, hubo un proceso de
necesidad de recuperar la legitimidad a partir de
la discusión o de una apertura de la administra-
ción a la sociedad. Ahí tuvimos una segunda fase
de democratización o de participación ciudada-
na que implicó ver la democracia representativa
versus la democracia participativa, y crece la idea
de los ciudadanos activos en la formación de las
decisiones públicas, de las políticas, es decir,
una apertura de las decisiones políticas hacia
el ciudadano. Por ejemplo, el CLAD mediante
sus distintas declaraciones de la nueva gestión
pública, aunque con origen de tipo neoliberal,
enarbola esa característica de observación, de
control ciudadano como un principio importan-
te. Yo creo que tanto por esa vía, como por la de
los movimientos sociales que exigen una mayor
presencia o democratización de la administra-
ción, se conforma una especie de legitimación de
la idea de que la administración tiene que estar a
la escucha de los ciudadanos.
En esa segunda fase se presenta el fenóme-
no, principalmente a nivel de alcandía entre los
representantes electos sobre todo a cargos de
ejecución, de búsqueda de una nueva legitimi-
dad de sus políticas, ya no solamente a través
de los parlamentos municipales sino a través de
una vía más directa con el ciudadano. Un mo-
delo interesante me parece que es el auge del
presupuesto participativo que tuvo la idea de
introducir al ciudadano directamente en la toma
de decisión del presupuesto de un municipio,
eso ha impactado de una forma muy positiva en
el sentido de que los alcaldes, mal que bien, em-
pezaron a considerar que los ciudadanos tenían
que decidir algo acerca de los destinos presu-
puestales. Creo que en esta fase los alcaldes y
los políticos en general, de pronto hasta el presi-
dente de un país, aunque esto estuvo más liga-
do a los niveles locales de gobierno, buscaron la
legitimación de sus políticas a través de meca-
nismos de participación más o menos controla-
das. La idea en esta etapa fue buscar formas de
participación donde los representantes políticos
electos ya no buscaban solamente el apoyo a
través de la bancada del consejo municipal o
de los integrantes de sus parlamentos, sino que
buscaron un especie de apoyo directo en la so-
ciedad, organizando espacios de comunicación y
de legitimación de sus políticas; eso, claro, con
un límite, mientras se avalarán las propuestas de
los representantes electos.
La tercera etapa consiste en lograr que esa par-
ticipación ciudadana pueda ejercerse de forma
mucho más autónoma, que sea más efectiva
para una especie de inversión de las decisiones,
en el sentido por lo menos de liberación, de
que los políticos electos más bien deben trans-
formarse en ejecutores de la voluntad popular,
situación que no se expresa únicamente a través
de las elecciones sino también por medio de es-
pacios de participación ciudadana más amplios,
temáticos, como podría ser el presupuesto par-
ticipativo donde se respete la autonomía de los
grupos sociales que participan y, ahí creo que
empieza a aparecer un problema, porque los
políticos no están dispuestos a ceder ese espa-
cio; están dispuestos a generar espacios de par-
ticipación en la medida en que hay un apoyo o
un respaldo a las propuestas oficiales, entonces
aparece el límite para muchos alcaldes o gober-
nantes, porque la búsqueda de la legitimidad po-
pular solamente se acepta mientras haya apoyo.
Hay esas tres fases en la participación, una
de participación electoral, la segunda de par-
ticipación ciudadana en espacios más abiertos
pero bajo control de la democracia represen-
tativa, de los representantes electos, y una
tercera fase donde podríamos ver aspiraciones
a una mayor autonomización de movimientos
sociales frente a la política, aunque ahí creo que
tenemos el freno o la tensión con el límite del
régimen representativo.
m: En relación al auge de la democracia par-
ticipativa, hay autores que consideran que
tuvo un impulso muy importante precisa-
mente a partir de las transiciones a la demo-
cracia en América Latina, ¿eso es así? O lo que
pasó en los años ochenta, ¿fue impulsado por
la recuperación de este tema a nivel mundial,
esto es, ¿tenemos también un momento que
se comparte en otras partes del mundo?
AR: El impulso fue muy fuerte en América Latina
porque había una exclusión muy grande de todas
los grupos sociales del juego político, entonces
coinciden varios movimientos. Uno, el proceso
de democratización general del fin de los regí-
menes autoritarios; otro, la legitimación de los
movimientos sociales minoritarios que empie-
zan a tener su propia su voz, es decir, hay una
legitimación de la política de abajo hacia arriba,
la idea de hacer más presente, de escuchar más,
las voces de abajo hacia arriba y construir desde
abajo; creo que es el momento de una especie
de contraposición a toda la lógica militar jerár-
quica que predominó en el continente.
Por otro lado, también los movimientos
internacionales dirigidos hacia la democratiza-
ción de los regímenes políticos en todas partes,
el fin del bloque soviético, fueron fenómenos
que facilitaron este proceso, así como la proli-
feración de experiencias de desarrollo a través
de la organización social como las ONG que
hacen llamados a la participación en la cons-
trucción de las políticas públicas. Las ONG se
ufanan en ser partícipes de políticas públicas
porque les dan un status. Finalmente, también
hay muchas experiencias de participación po-
pular, al mismo tiempo que muchas grandes
políticas de arriba hacia abajo tienden a fraca-
sar, también se disemina todo ese movimiento
que promulga que “lo pequeño es hermoso”,
que resalta lo local, etcétera, facilitado esa idea
de que la participación desde la base es mejor
porque da una mayor legitimidad o permite re-
construir Estados desde abajo.
Además, el periodo que va de la caída del
muro de Berlín a los atentados de las torres
gemelas en el 2001 en Estados Unidos, fueron
diez años donde hubo un auge de los derechos
humanos y de la idea de participación a todo
nivel. Esa época, digamos época entre comillas
dorada de la idea de derechos humanos, va a
generar un impacto muy importante en Améri-
ca Latina y en el resto del mundo. Aunque en
América Latina un elemento importante fue lo
que se señalaba antes, esa deslegitimación de
todas las instituciones públicas que hace u obli-
ga a establecer un diálogo con los ciudadanos
en el que, como dije, un ejemplo es todo lo que
Fonseca y Rodríguez — Sociedad Abierta
expresan los movimientos indígenas en térmi-
nos de horizontalidad, fenómeno que se vio
también expresado en la experiencia del presu-
puesto participativo, ya que da cuenta de una
dimensión que me parece fundamental para
la administración pública, porque por primera
vez se rompe el esquema weberiano donde se
supone que la administración es la que sabe y
los ciudadanos lo único que pueden hacer es ser
buenos receptores de las políticas definidas de
arriba hacia abajo. Creo que el presupuesto par-
ticipativo rompe con esta idea y cuando recibe
legitimación por la participación y demuestra
su eficacia, por lo menos al principio, se vuelve
un asunto que hace evidente que escuchar a los
ciudadanos es válido porque puede mejorar la
situación. Entonces, todos estos elementos se
combinan para permitir una valoración distinta
del papel del ciudadano, ya no como una per-
sona pasiva o que únicamente delega de vez
en cuando las cuestiones políticas a los repre-
sentantes, incluso todas estas experiencias se
expresan en las ciencias sociales a través del
constructivismo donde también se presenta
una discusión sobre el reconocimiento de un sa-
ber popular, de un saber local, de un saber pro-
fano que suele ser importante para fortalecer y
empoderar a la sociedad civil.
m: Las particularidades de América Latina,
¿han abonado a la discusión de lo que es la
participación ciudadana?
AR: Sí, primero hubo una relegitimación de esas
diferencias culturales, es decir, ya no eran atra-
sados como se decía antes, se reconoció que te-
nían mecanismos de definición de participación
política válidos más allá de sus propias comuni-
dades, lo que permitió efectivamente, mostrar
de manera positiva a esas formas de democracia
directa, frente a una sola visión de la realidad, la
de las élites, que permitía construir un contra-
discurso que caló en la mayoría de la población
de muchos países porque por mucho tiempo
habían padecido la exclusión.
25
Sociedad Abierta — Fonseca y Rodríguez
La cultura latinoamericana justamente es el cri-
sol de diversas culturas, hay una mayor diversi-
dad cultural como en ninguna parte del mundo.
Esto le da un carácter específico. Aquí primero
se asentó la población anterior, la indígena en
la época precolombina; luego,llegaron los es-
pañoles siendo ellos mismos ya una mezcla de
árabe y europeo, que se mezclan aquí de forma
muy importante con la población local; después
llega población de África. Por eso creo que hay
una variedad impresionante, como en ninguna
otra parte de mezcla cultural que hace que fi-
nalmente no se lograra la imposición de un pa-
radigma europeo, pues nunca pegó realmente,
se convirtió en una estructura que en el fondo,
no entra en la cosmovisión de las personas y
por lo tanto se observa de un lado la vida real
y, por el otro, la vida formal como siempre se ha
dicho. Creo que el pulso de la participación, en
la medida que se logre porque se permita una
mayor autonomía en sus expresiones, tal vez
dicho de forma utópica, pueda dar lugar a un
proceso que se encamine hacia la construcción
de una nueva forma de entender lo público,
otra forma de Estado diría yo, porque el Estado
es una definición occidental que corresponde
a la cultura europea, que fue un producto de
exportación muy exitoso porque todo el mundo
piensa en el Estado, pero en América Latina hay
una base cultural original producto de una gran
mezcla de culturas donde no hay un sólo sen-
tido, particularmente en los países andinos por
su composición social. En esos países la varie-
dad cultural que obliga a la diversidad significa
uno de los problemas del Estado en esta región
pues le representa una gran dificultad para ha-
cer la gestión de lo diverso, porque el Estado
se ha pensado a partir de la idea de lo unitario,
como el bien en contraposición a lo diverso que
se concibe como el mal, idea derivada de una
visión cristiana católica dominante que bajo
una concepción ortodoxa produce las herejías;
bajo esta lógica se construye el Estado como
uno, como la verdad y de pronto casi que esta
idea culmina con la del Estado absolutista, pero
26
también el Estado moderno se desarrolla con el
objetivo de homogeneizar, se convirte en el ins-
trumento de homogenización, de construcción
de una nación homogénea. En América Latina
esta idea ha sido muy difícil y de hecho no se
logró, porque ahora estamos buscando cómo
construirlo. La demanda de la participación
popular o de participación ciudadana expresa
la pregunta de cómo construir un país fundado
sobre lo diverso; esto implica la construcción de
una nueva forma de Estado, no sabemos cuál, y
ahí está en parte concentrada una fracción de
las tensiones y finalmente también de los frenos
que expresaba antes, de esa lógica política que
tiende a frenar la participación porque justa-
mente la diversidad de la participación genera
más complejidad y esa complejidad es difícil de
manejar a pesar de que la política tiende a bus-
car simplificarla, porque cuando se simplifica se
genera una violencia simbólica en el sentido de
que se elimina una manera de ver las cosas.
Ahí está el reto de la participación ciudada-
na, hasta dónde es capaz de producir un discur-
so de reconocimiento de sí mismo, capacidad
de autonomía y a la vez de respeto frente a las
otras diversidades, ese es el riesgo porque final-
mente la historia de la construcción del Estado
es la construcción de la historia de un grupo que
se impone a los demás.
m: Se podría decir que en América Latina se
tiene el problema de un mal diseño institu-
cional o ¿hay un diseño institucional atrave-
sado por una lógica de la vida real?
AR: El diseño institucional no corresponde al
estado de la sociedad. Si retomamos la idea jus-
tamente occidental representativa de la separa-
ción de lo político del resto de lo social, es decir,
que existe una instancia provisional política, esa
división entre lo social y lo político como obra el
Estado no corresponde a la cultura política de
los pueblos indígenas porque ellos no hacen esta
separación. Para ellos la decisión política es par-
te de lo social, es decir, no hay una separación
una autonomización tan fuerte de lo político. En
ese aspecto lo que la participación ciudadana
cuestiona es justamente el querer mantener o
forzar esa separación, el que haya unos profesio-
nales de la política frente a la población.
m: En ese sentido, ¿se puede plantear que
la participación ciudadana estaría dando
lugar a un proceso de resignificación de la
ciudadanía?
AR: Si, yo creo que el concepto de ciudadanía es
un concepto también que está ligado a la con-
cepción liberal del Estado tal como se construyó
hace dos siglos más o menos; está, por ejemplo,
toda esta discusión que va sobre la misma idea
que planteaba, en el sentido de que no se habla
de lo público sino de lo común o de lo colectivo,
porque lo público está ligado a la noción del de-
recho público y del Estado, en tanto que lo co-
mún no quiere decir necesariamente lo estatal.
Pero si pensamos en todos los métodos de
gestión de lo colectivo que no pasan por lo públi-
co, como por ejemplo en México el ejido u otros
muchos ejemplos que hemos perdido o desvalo-
rizado o que funcionan discretamente, el Estado
ya no lo es todo. Tal como lo veo, es un poco
como el tema de gobernanza donde finalmente
el Estado es una institución que permite, que
busca la participación de la ciudadanía para que
decida, es un instrumento que provee medios
para organizar la discusión de la toma de deci-
sión pero no forzosamente el Estado es la ins-
titución que va a imponerse frente a los demás.
m: ¿Podría pensarse la participación ciudada-
na también como un mecanismo de trasfor-
mación del Estado en un proceso de largo pla-
zo?, ¿se puede decir que quizá éste puede ser
el medio para trasformar la realidad?
AR: Es el medio para trasformar pero también
esta idea es problemática. Recuerdo un libro
escrito en los años setenta titulado La revolu-
ción por el Estado en el que se relata cómo las
elites progresistas de los años sesenta y se-
tenta, consideraban que el control del Estado
era fundamental para trasformar la sociedad y
finalmente lo que se asentó fue una moderni-
zación del Estado que trajo aparejada la cons-
trucción de las nuevas élites que cayeron en los
años ochenta. En los ejemplos de esos procesos
que vemos ahora en los países del socialismo
del siglo veintiuno que, aunque se basan en el
discurso participativo, los espacios de parti-
cipación son reducidos y se ha dado lugar a la
creación de una nueva élite que se atrinchera
en el Estado. Hay un problema con la visión de
lo que se quiere hacer con ese Estado, porque
finalmente también el Estado termina siendo
una tentación. En estos procesos es patente
que se proclaman y se basan en la moviliza-
ción popular así como en una muy importante
reivindicación de la participación ciudadana,
casi realmente revolucionaria en el sentido de
darle mucho peso al ciudadano, pero finalmen-
te tienen una gran dificultad para mantener
una sucesión política, porque van apareciendo
todos sus caudillos aferrados al poder, como
se ve en los procesos de reelección en el caso
de Venezuela, un poco menos fuerte en Brasil,
pero de todos modos siempre la figura de Lula
ahí está detrás. Entonces, ¿cómo democratizar
realmente el ejercicio político cuando además
hay también una cultura política muy ligada al
caudillismo tradicional de América Latina? Creo
que Max Weber señalaba bien ese problema de
la asociación del carisma a la política, este es el
reto de estas nuevas experiencias para no impe-
dir el surgimiento de nuevos líderes, para admi-
tir la disidencia, cosa que siempre sigue siendo
algo difícil en América Latina.
m: En Colombia que es el sitio donde usted
tiene más tiempo de residencia en esta re-
gión, ¿cuál es el estado de la participación
ciudadana hoy día?
AR: Bueno, diría que pasa por las etapas que
señalaba al principio, pero me parece que en
Colombia hay un problema por su situación es-
pecífica con el conflicto armado que hace que
finalmente la participación haya sido siempre
muy limitada. La apertura democrática de una
cierta forma es menor que en otros países, aun-
que ahora sería interesante ver qué pasa con los
acuerdos de paz. Pero me parece que ese movi-
miento de trasformación que ya hubo en otros
países, es mucho más difícil en Colombia por el
desarrollo de la guerra sucia que ha terminado
afectando mucho más en términos del desa-
rrollo de movimientos sociales que el conflicto
armado como tal. Es decir, esa visión blanco y
negro, amigo-enemigo que es muy fuerte en
Colombia, ha dado una polarización muy fuerte
de la sociedad, lo que dificulta la expresión libre
de los ciudadanos, aunque hay que reconocer
que existen movimientos sociales muy valientes
en el campo sindicalista, pero al mismo tiempo
creo que son muy reducidos. En ocasiones hay
una ilusión de que los movimientos sociales
como la “Marcha patriótica” tengan algún im-
pacto más allá de algunas alcaldías, cuando en
realidad tienen aún muy poca posibilidad de in-
fluencia frente a la captación política tradicional
que sigue siendo muy fuerte.
m: ¿Cuál es la resonancia de la participación
en la sociedad colombiana?
AR: Yo creo que pasó lo mismo en otros países
de Latinoamérica, es decir, al principio había
una participación importante, muchos fun-
cionarios públicos y ciudadanos estaban muy
entusiasmados con esos espacios de partici-
pación, ahora casi es una obligación constatar
las políticas públicas, consultar, hacer grandes
asambleas, reuniones, foros de todo tipo de
consulta y donde la gente se pone a trabajar
y gastar tiempo, un tiempo muy importante
para hacer propuestas y construir documen-
tos, pero finalmente pasa lo que comentamos
antes, esos espacios terminan siendo coopta-
dos o son de mera consulta sin ningún efecto
real porque finalmente el nivel político define,
Fonseca y Rodríguez — Sociedad Abierta
termina imponiendo lo dicho desde el princi-
pio. Me parece que este fenómeno es riesgoso
porque hay una especie de deslegitimación de
los procesos democráticos que puede terminar
en una deslegitimación del concepto mismo de
la idea de democracia, porque ¿para qué parti-
cipar si de todos modos los políticos terminan
haciendo lo que quieren?, esta situación puede
generar un regreso a legitimar modelos de po-
lítica autoritaria.
m: ¿Tendrán nuevamente importancia los
movimientos sociales como mecanismos para
contener este mal uso de las instituciones de
la participación ciudadana?
AR: Claro, pero yo creo que el asunto siempre
es el mismo, en qué medida esos movimientos
sociales son lo suficientemente fuertes para
ser autónomos frente al Estado. La lógica de
las ONG ha sido una lógica que aparentemente
es civil porque son autodesignados, pero las
ONG terminan coptadas por el Estado porque
dependen del Estado para vivir. Un sindicato
es fuerte en la medida que es autónomo del
Estado y de la patronal porque tiene recursos
propios, los trabajadores aportan y por lo tan-
to hay autonomía; mientras que el modelo de
las ONG es un modelo que suele ser mucho
más dependiente, aunque algunas de estas
asociaciones cuenten con el apoyo de organis-
mos internacionales, entre los que también se
observa una relación a partir de indicaciones
sobre la manera de operar de las ONG. Enton-
ces, mientras los movimientos sociales no sean
capaces de tener un carácter más autónomo,
va a ser difícil recuperar esos espacios de la
participación; yo creo que la fuerza de los in-
dígenas viene justamente de haber logrado en
cierta forma ser más autónomos porque nunca
se han sentido parte del Estado y estaban, por
decirlo de alguna forma, en otro mundo, fuera
de la lógica de la formalidad que los resguardó
un poco del riesgo de la cooptación que pade-
cen las ONG. m
27
Sociedad Abierta — Francisco Castro
por Francisco Castro
Merrifield
Profesor investigador
en el Departamento de
Filosofía de la Universidad
Iberoamericana.
A propósito de la
comunidad política
P
ara abordar la comunidad política debemos realizar
algunas preguntas básicas sobre algo que algunos
consideran anterior a las instituciones legales o po-
líticas y que otros ven como resultado de nuestras
instituciones políticas y legales particulares. Entre las pre-
guntas que se suscitan al respecto debemos considerar, ¿cuál
es el tamaño y la base apropiada de la comunidad política?,
¿debemos estar juntos en una comunidad política porque
compartimos una región geográfica, una religión, una tradi-
ción cultural, un conjunto de valores o incluso un planeta?,
¿debemos permitirnos cambiar o elegir la comunidad políti-
ca de la que formamos parte? Si es así, ¿con qué facilidad?,
¿debemos tener lo que se llama fronteras abiertas?, ¿cuál es
el valor de la comunidad política?, ¿cuál es la relación entre
la comunidad y la autonomía, particularmente la autono-
mía individual?, ¿quién debe tener voz en cómo se define la
comunidad y cómo se gobierna la comunidad? Todas estas
son preguntas dignas de ser pensadas ampliamente.
Para continuar esta reflexión quiero, inicialmente, intro-
ducir algunas de las ideas teóricas clave detrás de la idea
de comunidad política. Comencemos con la idea de comu-
nidad política, en particular. Podemos hablar de todo tipo
28
de comunidades: comunidades de amigos, comunidades
académicas, comunidades formadas en torno a los aficio-
nados de un equipo deportivo, comunidades religiosas, co-
munidades lingüísticas, etcétera. En este orden de cosas nos
preguntamos, ¿qué hace que las comunidades políticas sean
distintas?, ¿qué hace que una comunidad sea una comuni-
dad política? Hay diferentes características que podemos
identificar. Creo que una de las centrales es la idea de que
las instituciones políticas a menudo, emplean la coerción o
la amenaza de coerción, y ello las hace diferentes a otros
tipos de instituciones y otros tipos de comunidades. Nece-
sitamos por ello, en la comunidad política en particular, una
mayor justificación moral de la que podríamos necesitar,
en la formación de otros tipos de comunidades. Una forma
de definir una comunidad política es simplemente mirar al-
rededor y ver quién ha originado la jurisdicción política y
legal de algún conjunto de instituciones legales o políticas.
Por jurisdicción, me refiero al territorio, ya sea literal o en
algún otro sentido, sobre el cual un sistema político ejerce
su poder. Esta sería una forma descriptiva de identificar una
comunidad política. La comunidad política está formada por
todas aquellas personas que están dentro de la jurisdicción
de algún sistema político particular, de modo que el sistema
político aplicará de hecho sus leyes y políticas a esas perso-
nas. Esta forma de pensar acerca de la comunidad política,
se centra en las preguntas sobre a quién se aplican las leyes,
es decir, se centra en la aplicación de las leyes a determina-
dos individuos. De alguna manera define a la comunidad de
esa manera. Pero hay dimensiones adicionales que podría-
mos considerar, dado que de lo anterior se sigue la genera-
lidad de las preguntas de aplicación. Para muchos sistemas
políticos, algunas leyes se aplicarán a algunas personas pero
no a todas, o no en cada caso, por lo que tal vez todos los
que se encuentran físicamente en una jurisdicción particu-
lar tengan que obedecer, por ejemplo, las leyes de tránsito,
pero no todo aquel que se encuentre ubicado en una misma
jurisdicción tendrá que pagar impuestos sobre la renta. De
ahí que la ubicación física no sea un criterio suficiente. Surge
una pregunta acerca de cómo pensar a la comunidad políti-
ca, en una situación como esa. Una segunda cuestión podría
ser la forma en que las personas están sujetas a las leyes,
dado que podría haber un sistema político en el que todos
los físicamente ubicados en algún área tuvieran que acatar
varias leyes restrictivas, que limitarían lo que pueden hacer,
Francisco Castro — Sociedad Abierta
pero en el que no todos los ubicados en esa área obtendrían
las diversas leyes distributivas que los beneficiarían. Es de-
cir, algunas personas recibirián diversos beneficios o recur-
sos del sistema político pero no todos serán beneficiarios
en este sentido. En cualquier caso, a lo que me refiero es
a que puede haber desacuerdo sobre quién ha de ser con-
siderado como miembro de una comunidad política. ¿Qué
decimos de las personas que sólo están cubiertas por algu-
nas de las leyes o de las que sólo reciben parte de la posible
aplicación restrictiva de las leyes, pero no los beneficios?,
¿podríamos identificar distintas comunidades políticas den-
tro de un mismo territorio?
Así, una manera diferente de definir una comunidad po-
lítica, es de hecho menos descriptiva, menos centrada en
lo que realmente se está haciendo, o quién está realmente
bajo la jurisdicción de algún sistema político, y en su lugar,
partir de una pregunta normativa relacionada. Por lo tanto,
puede haber una distinción entre una pregunta descriptiva
y una aplicación normativa. La cuestión descriptiva es ésta:
¿para quién es la ley, de hecho, aplicable? La pregunta nor-
mativa es ésta, ¿a quién se aplica la ley con justificación o se
le aplica de manera moralmente apropiada? Así podemos
29
Sociedad Abierta — Francisco Castro
definir las comunidades políticas de forma
descriptiva o normativa. Y hay, en realidad, dis-
tinciones similares si cambiamos a una forma
diferente de entender la comunidad política no
a partir de quién está sujeto a las leyes, sino en
términos de a quiénes se aplican las leyes. Es
decir, en términos de quién tiene un papel en la
creación de las leyes, o en la concesión de po-
der a los que crean leyes. Así que se podría pen-
sar en la comunidad política, no en términos
de jurisdicciones de aplicación y jurisdicciones
de beneficio, sino también en términos de la
fundación del poder político. Entonces, ¿quién
tiene poder político? Y, como antes, podemos
hacer esta pregunta descriptiva o normativa-
mente. Entonces, ¿quién de hecho tiene poder
político?, ¿y en qué medida y en qué forma?,
¿sería una manera de pensar en la definición
de la comunidad política, pensar quién debería
tener poder político? Quién, en algún sentido,
tiene derecho al poder político en una jurisdic-
ción dada. Como todo esto sugiere, podemos
imaginar situaciones en las que la membresía
de una comunidad política, es algo que sucede
en grados. El cuán plenamente es uno miembro
de una comunidad política, se determina por
cuántos de los siguientes criterios me son atri-
buibles. En un primer caso, si todas las leyes de
un sistema político se aplican a esta persona. O
si la persona es elegible para recibir todos los
beneficios, incluidos los derechos, del sistema
político. En segundo lugar, si la persona está
obligada a compartir todos los costos de apoyo
al sistema político, o si todas las leyes restric-
tivas del sistema político se aplican a esta per-
sona. Por otra parte, podemos preguntar si la
persona tiene algún poder político en términos
de crear las leyes de ese sistema político, o si
la persona tiene tanto poder, como cualquier
otra persona en el sistema político. Estos son
los factores descriptivos que podemos identi-
ficar para saber si alguien forma parte de una
comunidad política. Podemos, sin duda, ima-
ginar un punto de vista en los que todos estos
criterios se requieren para ser un miembro de
pleno derecho de la comunidad política, o bien,
30
imaginar una comunidad en la que sólo algunos
de estos criterios fueran necesarios.
Pero no hemos dicho nada acerca de cómo
ha de sentirse el sujeto que pertenece a una
comunidad política. Pareciera que este sen-
timiento ha de incluir algo así como la iden-
tificación de uno mismo con sentimientos
de lealtad o compromiso, así como la perte-
nencia a una historia compartida en algún
sentido o una cierta confianza mutua. Este
sentido relativo incluye la aceptación del su-
jeto de su pertenencia a un grupo más grande
que él mismo. Entonces, un miembro de la
comunidad política ha de poseer todas esas
cualidades descriptivas anteriores y, además,
la persona ha de tener actitudes de lealtad e
identificación con la comunidad, lo que, en re-
ciprocidad, implicaría que el grupo, el resto de
la supuesta comunidad, ha de tener a su vez
estas actitudes de inclusión y aceptación hacia
esa persona.
Podemos referirnos a estos elementos como
una especie de condiciones generales de apli-
cación de las comunidades políticas. A partir de
ello quiero enfatizar que estos debates sobre
cómo organizar y definir nuestras comunidades
políticas son absolutamente vitales para otras
discusiones sobre justicia, igualdad y libertad.
Así es como una de las cuestiones más urgen-
tes que enfrentamos es cómo definimos las
comunidades políticas y cuidamos sus límites y
fronteras con el fin de contribuir a la capacidad
de las personas para mejorar su situación, en
términos de justicia, igualdad y libertad.
Ahora bien, estamos familiarizados con un
mundo en el que hay muchas comunidades
políticas diferentes. Comunidades que tienen
límites claros y nítidos, en su mayoría. Límites
que, en muchos casos, no son fáciles de cruzar.
Casi toda porción significativa de tierra en el
mundo está bajo la jurisdicción de alguna co-
munidad política u otra. Vivimos en un mundo
de Estados-nación entrelazados, cada uno de
los cuales forma, en cierto sentido natural, su
propia comunidad política. Muchos de estos
Estados nacionales contienen dentro de ellos
muchas comunidades políticas más pequeñas.
Los estados pertenecen a una federación,
los municipios están dentro de un estado o
condado o provincia y así sucesivamente. Por
supuesto, esto no siempre ha sido el caso. En
la historia de la humanidad esta ocupación
política casi completa, esta definición política
del mundo es relativamente joven. Tal vez unos
cientos de años. Así que podemos preguntar-
nos si es bueno que el mundo esté dividido de
esta manera, si debemos tratar de identificar
diferentes bases para las comunidades políti-
cas que las que tenemos actualmente, o, si en
vez de eso, debemos repensar la idea de per-
tenecer a diferentes comunidades políticas en
absoluto. Así que diversos teóricos han abra-
zado recientemente lo que llaman cosmopo-
litismo. Las opiniones cosmopolitas sostienen
que todos los seres humanos, sin importar su
afiliación política o localización geográfica, son
o deberían ser ciudadanos de una sola comu-
nidad global. Hay diferentes versiones de esta
visión. El anglo-ghanés, Kwame Anthony Ap-
piah, quien se desempeña actualmente como
profesor en Nueva York, ha defendido lo que
podríamos llamar cosmopolitismo moral. Así
en su libro Cosmopolitismo. Ética en un mundo
de extraños (Appiah, 2007), señala que hay dos
hilos que se entrelazan en la noción de cos-
mopolitismo. Una es la idea de que tenemos
obligaciones para con los demás. Obligaciones
que se extienden más allá de aquellos con los
que estamos relacionados por parentesco o
ciudadanía. Obligación con los otros y no sólo
en tanto vidas humanas, sino en tanto deposi-
tarios de prácticas y creencias que les resultan
significativas. La gente es diferente, el cos-
mopolita lo sabe y asume que hay mucho que
aprender de nuestras diferencias. Debido a que
hay tantas posibilidades que vale la pena explo-
rar, no deberíamos esperar ni desear que cada
persona o cada sociedad converjan en un único
modo de vida. Cualesquiera que sean nues-
tras obligaciones para con los demás o para
con nosotros mismos, a menudo todos han de
tener el derecho de seguir su propio camino.
Appiah establece dos valores fundamentales,
lo que él llama la preocupación universal, y el
respeto por la diferencia legítima. Y estos dos
valores centrales están en el corazón de la vi-
sión o actitud cosmopolita. Otros, aunque más
raramente, han abrazado la idea no sólo de un
cosmopolitismo moral, sino también de un cos-
mopolitismo político. Donde no seríamos sim-
plemente ciudadanos metafóricos del mundo,
sino que todos seríamos ciudadanos literales
de un Estado mundial. Por lo tanto, este tipo
de opinión sugiere que es un error pensar en
la base adecuada de la comunidad política. O
asumir, si acaso, que la base adecuada es algo
así como interacción e interconexión. El pro-
pio Appia se preocupa por un Estado global,
pues él dice que tal Estado tendría tres pro-
blemas obvios. Podría fácilmente acumular
poder incontrolable, con lo que podría hacer
un gran daño. A menudo no respondería a las
necesidades locales, y ciertamente reduciría la
variedad de la experimentación institucional de
la que todos podemos aprender. No es aquí el
lugar para la discusión sobre la pertinencia o no
de un Estado así, pero sí podemos cuestionar
nuestro actual orden nacional, el cual puede
resultar problemático de diferentes maneras.
Primero, como muchos han señalado, nuestro
sistema actual de naciones interrelacionadas e
interdependientes implica que algunos de los
Estados nacionales más grandes y más podero-
sos dominan los acuerdos internacionales y las
organizaciones internacionales que existen. Y
esto es un gran problema debido a las acciones
que las acciones de estos grandes Estados-na-
ción, lugares como Estados Unidos, China, In-
dia y Rusia, tienen profundos efectos sobre el
resto del mundo. Así sucede ya pensemos en
la política comercial, ambiental, militar o de in-
migración. Todas estas políticas a nivel estatal
nacional tienen enormes efectos en todo el pla-
neta. Incluso cuando tenemos acuerdos inter-
nacionales a menudo se estructuran a través de
los intereses de estos países individuales. Así
que vivimos en un mundo interconectado y es-
tas decisiones de la política del Estado-nación
tienen efectos globales. El problema actual es
que las decisiones de, por ejemplo, el gobierno
de Estados Unidos, tienen un efecto enorme en
la gente que vive alrededor del globo. Pero sólo
los ciudadanos de Estados Unidos llegan a te-
ner voz en lo que realmente son esas políticas.
Por ello, Robert Goodin (1985) ha argumentado
que todas las personas cuyos intereses están
afectados, o incluso pudieran ser afectados por
una decisión política, debieran ser tomadas en
cuenta por esa institución política, pues han
de tener algo que decir o han de poder jugar
algún papel en la determinación del curso de
esas decisiones. El resultado sería un principio
democrático que emanciparía todos los intere-
ses afectados.
Sin duda, los problemas que enfrentamos
ahora son realmente problemas de acción
colectiva global. Fenómenos como el cambio
climático y el calentamiento global, el terroris-
mo y la proliferación de armas nucleares, la ex-
plotación económica y la desigualdad material,
las epidemias de salud y otros casos similares
son exactamente el tipo de problemas que un
Estado global podría ser capaz de ayudarnos a
abordar, dado que nuestra actual estructura
sistémica hace muy poco en el camino de cuidar
de los bienes comunes mundiales y en proveer y
asegurar la existencia del bien público global. Es
cierto, como apunta Appiah, que un mal Estado
global podría empeorar las cosas, pero un Esta-
do global bien diseñado podría ser una verdade-
ra promesa para abordar estos problemas glo-
bales urgentes. De hecho, podría ser el único en
el que realmente se puedan abordar estos pro-
blemas. Otros sugieren que con las instituciones
nacionales, y las instituciones globales que ya
existen, como la ONU o la OMS, se podría hacer
algo como esto. Creo que es una cuestión abier-
ta si ese es realmente el caso, particularmente
dada la forma actual auto-interesada como los
Estados-nación más poderosos participan en
estas instituciones y organizaciones.
Un tipo diferente de preocupación por el
cosmopolitismo político, o un Estado-mundo
es planteado por aquellos que sostienen que
Francisco Castro — Sociedad Abierta
una parte clave de la comunidad política,
tiene que ver con la promoción de actitudes
fuertes de identificación por parte de los ciu-
dadanos y la comunidad política. Así que algu-
nos sugirieron que estas actitudes de interés
en lo global serían imposibles de mantener
en un Estado global. Este Estado no genera-
ría el tipo correcto de lealtad y compromiso
de los sujetos para con él, lo cual sería nece-
sario para mantenerlo realmente en marcha.
Así que algunos sugieren que para promover
actitudes políticas es importante que haya al
menos algunas suaves rivalidades nacionales
y que haya mecanismos por los cuales algunos
individuos son intencionalmente incluidos en
la comunidad política, así como mecanismos
por los que otros están excluidos.
Lo que es entonces muy poco claro es si al-
guna vez habrá algo así como un gobierno del
mundo o un Estado global. Y realmente no está
claro si sería una buena cosa o un desastre. De
todos modos es muy probable que sea algo
muy lejano si alguna vez llega a existir. Así que
a menudo se defiende algo que tiene algunos de
estos elementos del espíritu cosmopolita detrás
del gobierno mundial pero sostenido en bases
muy diferentes. La idea aquí no es que debería
haber un Estado-mundo, sino que dentro del
contexto de nuestras organizaciones de esta-
do-nación entrelazadas, debería haber inmigra-
ción sin restricciones. Debemos tener, en otras
palabras, fronteras abiertas a nivel mundial. Por
lo tanto, el caso de las fronteras abiertas entra
en lo que algunos consideran es el derecho legí-
timo de las comunidades políticas existentes a
excluir a otros de la entrada. Pero ya no pode-
mos abordar este tema ahora. m
Referencias
Appiah, K. A. (2007), Cosmopolitanism: Ethics in a World of
Strangers, Nueva York, Penguin.
Goodin, R. (1985), Protecting the Vulnerable. A Reanalysis
of Our Social Responsibilities, Chicago, The Universi-
ty of Chicago Press.
31
D E B AT E S

P R E S E N T A C I Ó N
D o nald Tr ump, el p o pulismo c o ntr a la demo cr acia

por Israel Covarrubias

L
a llegada de Donald Trump al poder ejecutivo de Estados Unidos ha dado mo-
tivo en menos de un año para acumular miles de páginas que se han vertido
alrededor de su figura. ¡Imaginemos lo que está por venir! Esta atracción re-
pulsiva, nauseabunda y completamente negativa tiene que ver directamente
con la antipatía pública y privada que el personaje provoca a partir de su infatigable
ignorancia política, su mitómana biográfica y su despilfarro de frases inconexas a tra-
vés de twitter. De hecho, pareciera que con Trump asistimos a la inauguración de
un nuevo genus democrático que hace del twitter el sucedáneo de la otrora célebre
constituency norteamericana, y de la mentira el valor axial que sustituye a la libertad
en la tierra histórica por excelencia de las libertades. En este sentido, el conjunto de
trabajos que hemos reunido en esta ocasión intentan capturar algunos de los ángulos
de los efectos que tendrá que el ascenso de Trump para la democracia como idea
“fuerte” del proyecto global que estatuyó para los próximos años y lustros.

D o nald Tr ump, el p o pulismo c o ntr a la demo cr acia

Y es que con Donald Trump, y con el populismo en general, sucede un fenómeno
extraño, que podríamos articular a través de una sentencia precisa de su obra La forma
de un bolsillo del escritor recientemente fallecido, John Berger: “tanto vemos todo,
que no distinguimos nada”. Es decir, el populismo es un fenómeno político moder-
no que siempre ha acompañado el desarrollo histórico de la democracia, a pesar de
que sus trayectorias por mucho tiempo estuvieron distantes una de otra. En nuestros
días no sucede así. Hoy el populismo acompaña y en ciertas experiencias modela a la
democracia. Esto ha importado una serie de problemas de corto y de largo plazo. El
problema es que nos quedamos casi siempre con las preocupaciones de corto plazo
y pensamos muy poco sobre aquellos problemas que esta situación generará en el
terreno mediato. Necesitamos avanzar una serie de categorizaciones que permitan
el establecimiento de directrices políticas y teóricas necesarias para lograr un análisis
de las tendencias principales que esta nueva forma de la democracia está adoptando
en nuestros días. Sobre todo porque Donald Trump es un campo de lucha de los des-
ajustes de la democracia como experiencia global, y de las vindicaciones nacionales
que cobran cada día más fuerza. ¿Populismo contra democracia? La pregunta está en
el aire, y quizá tendría que quedarse en ese estado de suspensión, ya que parece que
este cuestionamiento siempre tiene algo de cierto al tiempo que no puede alejarse de
ese extraño aire de familiaridad que hacen que el populismo y líderes como Trump no
sean tan ajenos a los ojos de millones de ciudadanos en el mundo. m

D E B AT E S
Debates — Denis Lacorne Denis Lacorne — Debates

por Denis Lacorne

Internacionalista francés de
fama mundial. Es director
de investigación en el
Centro de Investigaciones
Internacionales en el Instituto
de Estudios Políticos de París
(Sciences Po), Francia.

¿Por qué Hillary perdió las elecciones?

El gran vuelco. La
A
l final del proceso electoral del año pasado casi todos los encuestadores le
daban una pequeña ventaja de un 3 por ciento. Si bien se trata de un fra-
caso relativo, ya que ganó en votos populares con una ventaja de más 2,8

elección presidencial en millones de votos, ¿cómo explicar la derrota de Hillary Clinton? No logró
obtener la mayoría de los grandes electores del colegio electoral, Trump ganó con 306
grandes electores, más de 36 de los que necesitaba para alcanzar los 270 necesarios.

Estados Unidos y sus La derrota de Clinton se localizó sobre todo en los estados decisivos (battle-ground
states) que, generalmente, habían sido demócratas en el pasado: Wisconsin Michigan,
Pennsylvania, Ohio —estados clave de la Rust Belt, y, en el sur, Carolina del Norte y

divisiones internas* Florida. Ella ganó todos los grandes estados de la Costa Oeste y de la Costa Este: Nueva
York y California en particular. Examinar el mapa de las elecciones por condados es
revelador: si el azul corresponde a las regiones demócratas, y el rojo a las regiones
republicanas, el 80 por ciento del territorio está en rojo. Todo el Medio Oeste está
en rojo, corresponde a lo que los americanos ricos y cosmopolitas llaman el “fly over
country”, la parte del país que se ignora porque sólo se le sobrevuela. Pero la derrota
de Hillary Clinton no sólo es clara a nivel federal. De hecho, es aún más clara a nivel de
los estados federales: 33 gobernadores sobre un total de 50 son republicanos.

* Agradecemos a Pierre Nora el permiso para publicar la presente versión en español del texto publica-
do, en su versión original, en la revista Le Débat, Francia, enero-febrero de 2017. Esta versión en español
forma parte del libro: Juan Cristóbal Cruz Revueltas y Denis Lacorne, Una democracia frágil: religión,
laicidad y clases sociales en los Estados Unidos, Madrid, Marcial Pons/UMSNH (en prensa). Traducción de
Juan Cristóbal Cruz Revueltas.

34 35
Debates — Denis Lacorne
“Trump supo canalizar el
resentimiento, los miedos
y la inseguridad cultural de
los «pequeños blancos».”
36
Los partidos políticos americanos son coalicio-
nes muy heteróclitas. Del lado republicano hay
partidarios de la economía de la oferta, grandes
empresas, grandes bancos de Wall Street, com-
pañías de seguros, industrias farmacéuticas,
incluso empresas high-tech representadas por
Carly Fiorina, una de las candidatas desafortu-
nadas de las primarias, o por Peter Thiel, uno de
los respaldos del candidato Trump. Se le deno-
mina el “corporate America”. Estas élites están
a favor de la limitación del Estado: menos im-
puestos, menos reglamentación (en particular
en los sectores bancarios y de energía). También
rechazan todo sistema universal de seguro mé-
dico. En esta coalición se encuentran también
los partidarios del Tea Party que quieren libe-
ralizar al máximo la economía, suprimir o sim-
plificar los impuestos y desconfían del establish-
ment republicano: Ted Cruz, Marco Rubio y Ben
Carson pertenecen a esta tradición. Del lado o
con el Tea Party se encuentran partidarios del
lobby de armas, del desmantelamiento total del
Estado-providencia y una cantidad importante
de obreros, incluyendo obreros sindicalizados
que votaban anteriormente por el Partido De-
mócrata —aquellos que Nixon denominaba los
“hard hats”, los obreros en casco de la industria
de la construcción, calificados más tarde de
“Reagan Democrats” bajo la administración de
Reagan. En aquel entonces la clase obrera era
minoritaria en el seno del partido del elefante.
Hoy, luego de los resultados del 8 de noviembre
de 2016, descubrimos que la clase obrera, esta
pequeña parte del Partido Republicano —diga-
mos, si usamos la metáfora zoomorfa, las orejas
y la cola— se han convertido, en el cuerpo en-
tero del elefante. De manera inversa, ¡las élites
económicas, los lobbies, las clases medias su-
periores son hoy las orejas y la cola del animal!
¿Cómo se explica este vuelco?
La respuesta está en el hecho que Trump no
es un republicano tradicional, algunos dicen
que no tiene nada de republicano. Sus valores:
el proteccionismo, el América primero (Ame-
rica First), su nostalgia, “Make America Great
Again”, que evoca la edad de oro de los años
cincuenta. Ahora bien, el candidato Trump pro-
ponía, a manera de buen keynesiano, aumentar
sustancialmente los gastos del Estado, multipli-
cando el gasto en infraestructura. Un programa
de esta naturaleza lo menos que se puede decir
es que no está en armonía con los principios de
“menos Estado” proclamado por el establish-
ment republicano.
La habilidad de Trump se refleja en el he-
cho que supo conquistar no sólo a la América
profunda, sino segmentos enteros del país —
obreros, habitantes de las zonas rurales y de las
pequeñas ciudades— cuyos valores son todo
menos multiculturales y cosmopolitas. Trump
supo canalizar el resentimiento, los miedos, la
inseguridad cultural de los “pequeños blancos”,
de aquellos que las élites cosmopolitas de las
grandes ciudades denominan despreciativa-
mente como la “White Trash”, los obreros de
los estados de la Rust Belt, cinturón de óxido
o cinturón industrial, y de la Sun Belt, cinturón
del Sol, estados del sur (Cramer, 2016; Isenberg,
2016). ¿Cómo logró esta hazaña?, ¿cómo un
multimillonario pudo persuadir a víctimas de la
modernización y de la globalización de la econo-
mía americana que debían votar por él?
En principio porque él mismo pretende
encarnar el sueño americano: partió, le gus-
ta decir, de nada o de casi nada (un préstamo
de algunos miles de dólares de su padre) para
aventurarse en los bienes inmobiliarios de lujo
y en la construcción de casinos. La realidad es
totalmente diferente —su padre le había pres-
tado catorce millones de dólares—, pero a fin
de cuentas logró hacer creer lo contrario. Por
otra parte, su cultura, su lenguaje, sus gustos,
su vulgaridad están a tono con los gustos de
la clase obrera americana. Encarna por lo tan-
to todos los valores de lo que se denomina en
sociología, tras Max Weber, al líder carismático
(Weber da el ejemplo del profeta, del jefe de
partido, del jefe de banda, del chamán) que se
cree investido de una misión particular cuyo ob-
jeto es simple y grandioso. El eslogan de Trum-
p,“Make America Great Again”, corresponde a
este ideal. El líder carismático actúa contra el
statu quo y contra las viejas élites y los fariseos
en el poder, denunciando sus negociaciones,
sus mentiras, su incapacidad y su hipocresía.
Pretende hablar con la verdad, desde el fondo
del corazón. Es revolucionario en el sentido que
rechaza las tradiciones, los lobbies, los grandes
bancos, los podridos que pueblan la ciudad de
Washington. De aquí su otro eslogan: “secar los
pantanos insalubres” de Washington. Como un
profeta, Trump rechaza las normas tradiciona-
les de la dominación: cultiva la inspiración súbi-
ta, los efectos de anuncio y los insultos groseros
que serán igual número de primeras planas y de
publicidad gratuita. En fin, es un “fuera de se-
rie” (Weber, 1996: 370-375). Y como se preten-
de inspirado, su audiencia se electriza con sus
actos en cada etapa de su campaña, deslum-
brando con su grandiosa llegada en un Boeing
cuya cabina está recubierta, en muy grandes
letras del nombre de su marca: TRUMP (no se
verá nunca la palabra o el símbolo del Partido
Republicano).
Manifiestamente el candidato no se formó
en política leyendo a los filósofos o los textos
clásicos de los padres fundadores del republi-
canismo americano (Washington, Jefferson,
Madison, Lincoln). Su única escuela fue la
tele-realidad, es decir, la improvisación per-
manente, con un máximo de vulgaridad para
épater le bourgeois. Su último biógrafo defien-
de incluso que no ha leído un sólo libro en los
últimos treinta años. Y cuando se interroga
a Trump sobre sus últimas lecturas responde
invariablemente “Sin novedad en el frente” o,
también, “la Biblia es mi libro preferido”.
A la primera oportunidad el candidato
Trump lanzaba anatemas contra sus adversa-
rios: Little Marco (quien mide casi 1,80 metros),
Low Energy Jeb, Lying Ted, Crooked Hillary
(Hillary la corrupta o la deshonesta). E iba más
lejos aún cuando denunciaba los compromisos
de Hillary Clinton respecto a las matanzas de
Benghazi o a los correos “secretos” del Depar-
tamento de Estado, dando a entender que tar-
de o temprano se le debería denunciar ante los
tribunales por sus infracciones. Y cuando alude
a ello en los grandes estadios poblados de sus
fieles, la masa jubilosa responde a coro: “¡Lock
her up, lock her up!” (¡Que la encierren, que la
encierren!). Es decir que los viejos tabúes de la
vida política, una cierta civilidad, una cierta dis-
creción sobre lo que se puede decir o no decir,
se dejaron de respetar. Presenciamos entonces
una excepcional brutalización del discurso polí-
tico americano (Lilla, 2016).
¿Trump cree en los valores
de la democracia?
Trump no tiene el menor respeto por el sistema
democrático norteamericano: las elecciones,
decía, si las perdía, habrían estado “alteradas”,
los medios de comunicación no habrían dejado
de difundir falsas informaciones sobre él, et-
cétera. En cuanto a las mujeres que lo habían
acusado públicamente de acoso sexual, amena-
zó con perseguirlas legalmente el día siguiente
de las elecciones. Los insultos proferidos contra
Khizr Khan y su mujer, los padres de confesión
musulmana y origen pakistaní de un soldado
americano muerto en Irak, las groserías ma-
chistas expresadas contra periodistas como
Mega Kelly o de antiguas estrellas de Miss Uni-
verse Pageant como Alicia Machado que trató
de “Miss Piggy” (cerdita) porque había subido
algunos kilos, sin olvidar las burlas a las viejas
señoras con “cabeza de perro” y los discursos
de vestidor del candidato otorgándose todos
los derechos, en particular aquel de satisfacer
sus pasiones “agarrando a las mujeres por el
coño” (“grab them by the pussy”) porque, in-
sistía Trump, “cuando eres una estrella ellas te
dejan hacer… puedes hacer todo”. Todas estas
declaraciones ilustran la extrema degradación
del discurso político americano.
La misoginia del candidato va de la mano
con un verdadero racismo anti-latino, quienes
se comportan como “violadores” o “mercade-
res de droga”. Se debía entonces expulsarlos a
todos y no sólo a los criminales, sino también a
los aproximadamente once o doce millones de
Denis Lacorne — Debates
indocumentados que viven y trabajan en Esta-
dos Unidos sin haber cometido el más mínimo
delito y que además pagan impuestos federa-
les. A eso se suma una evidente islamofobia: se
debe prohibir el acceso a Estados Unidos a todo
musulmán o viajero originario de un Estado
bajo sospecha de terrorismo. En otras palabras,
propone un programa de discriminación siste-
mática contra los musulmanes fundado sólo en
la identificación de su religión, lo que es perfec-
tamente contrario a la Constitución de Estados
Unidos cuya laicidad ejemplar prohíbe toda re-
ferencia que privilegie o sancione una religión
en particular (Lacorne, 2012).
En fin, Trump como buen líder carismático es
excesivo en todo. Dice lo que los otros no se atre-
ven a decir; se pretende siempre sincero y autén-
tico, en todo conforme a las dudosas normas de la
tele-realidad; y la prueba de su “carisma” es que
gana siempre ante las peores adversidades. Esto
confirma ante sus fieles el hecho que es verda-
deramente profético, un David en interminable
lucha contra improbables Goliats. Su desprecio
de los hechos, lo racional, lo verificable, es tam-
bién una de las características del líder carismá-
tico. Se ha “liberado de todo lo establecido”, lo
que le permite afirmar con aplomo: “está escrito,
pero yo les digo...” (cito aquí a Weber, 1996: 371).
Trump actúa así en la era de la realidad “postfac-
tual” y esta actitud no es única en su género. Se
deben asimilar sus propuestas y su programa a
aquellos de Marine Le Pen en Francia, de Erdo-
gan en Turquía, de Nigel Farage en Inglaterra,
de Victor Orban en Hungría y de Vladimir Putin
en Rusia. Trump es el engarce fuerte de una ca-
dena de “nacional-populismo” cuyos militantes
no viven en las grandes ciudades cosmopolitas
como Estambul, Londres, Budapest, Moscú o San
Petersburgo, sino en las pequeñas ciudades de
provincia y las zonas rurales alejadas (Fukuyama,
2016). Marine Le Pen, Vladimir Putin, Nigel Fara-
ge, Recep Tayyip Erdogan felicitaron inmediata-
mente a Trump por su victoria y, sorprendiendo
a los diplomáticos británicos, Nigel Farage, el jefe
del partido Ukip, fue invitado por Trump como si
fuera un enviado oficial del gobierno británico
37
Debates — Denis Lacorne
para discutir durante una hora las relaciones in-
ternacionales en los locales lujosos de la Trump
Tower de Manhattan. Los tuits de Marine Le Pen
a Trump son muy reveladores del entusiasmo de
esta nueva internacional.
Razones de su éxito: la explicación
de la sociología electoral
En primera instancia es de constatar una baja
tasa de participación de los electores, la más
baja desde 1996 con aproximadamente 55 por
ciento de votos de los electores en edad de vo-
tar, contra 64 por ciento en 2008, ¡casi 19 millo-
nes de electores potenciales no acudieron a las
urnas! La explicación es simple: ninguno de los
dos candidatos entusiasmaba, sus respectivas
imágenes eran malas (en los dos casos más del
60 por ciento de las opiniones negativas, en tan-
to que Obama permanecía popular entre más
del 50 por ciento del electorado). Pero Trump
logró movilizar de manera impresionante a los
electores masculinos, poco educados, pertene-
cientes a la clase obrera y provenientes de las
regiones distintas a la grandes metrópolis: pe-
queñas ciudades y zonas rurales o los alejados
barrios periféricos urbanos. Trump ganó en las
regiones del Rust Belt que se pensaban pertene-
cientes a los demócratas y donde Clinton casi no
hizo campaña: Michigan, Wisconsin y Pensilva-
nia. Si se suman su ventaja, en estas tres regio-
nes Trump ganó por sólo 106 916, es decir, 0,001
por ciento de los votos. Es poco en la escala de
Estados Unidos (120 millones de electores), pero
eso le garantiza, con su victorias en Florida y en
Carolina del Norte, una mayoría en el colegio de
los grandes electores. Si Hillary Clinton hubiera
ganado como se pensaba en estos tres estados
(sin ni siquiera contar Florida), habría obteni-
do la mayoría necesaria de grandes electores.
Recuérdese: el colegio electoral es un curioso
arcaísmo que favorece a los pequeños estados
sobre los grandes. Todos los políticos concuer-
dan, se debería abolir. Pero como este sistema
favorece al Partido Republicano, más rural que
38
urbano, éste se niega a toda modificación. Y hay
que admitir que es casi imposible modificar la
Constitución de los Estados Unidos, se requiere
el voto de las dos terceras partes de cada uno
de las dos cámaras del Congreso, seguida de una
ratificación en las tres cuartas partes de los esta-
dos de la Unión (Meko y Lu, 2016).
Pero hay otras razones que explican su éxito:
1. El desgaste del poder. Es excepcional en la
historia de Estados Unidos que el partido
de un presidente saliente obtenga un tercer
mandato. Las encuestas de salida lo muestra
muy bien: 40 por ciento de los electores que-
rían un cambio y 82 por ciento pensaban que
Trump encarnaba mejor la idea de un cambio
radical de política.
2. Un contexto económico medianamente
favorable a Clinton: una recuperación real
pero moderada del crecimiento cuyos efec-
tos estaban desigualmente repartidos debi-
do a las secuelas aún inconvenientes de la
gran recesión del 2008.
3. Una excepcional lealtad del electorado re-
publicano. Muchos observadores pensaban
que los jóvenes republicanos, las mujeres
en particular, se separarían de un partido
cuyo candidato era notoriamente misógino.
En realidad, eso no sucedió. 90 por ciento
de los republicanos votaron por su partido,
es decir, votaron por su interés económico
(menos impuestos para los mas ricos y las
sociedades, menos gastos federales, menos
Estado-providencia, en fin, menos gobierno).
4. Último factor: Trump no es el candidato típico
de la corporate America, de las finanzas, de los
despachos de abogados, de las empresas, de
las cámaras de comercio. Se presentó como
el candidato de la “clase obrera”. Este perfil
merece explicación. Por clase obrera se debe
entender trabajadores poco calificados que
viven en las pequeñas ciudades o en las zonas
periféricas urbanas y son víctimas de la glo-
balización. Han perdido sus empleos porque
sus empresas han cerrado para deslocalizarse
en México y en Asia. Pero la clase obrera está
también constituida por trabajadores relati-
vamente bien remunerados que expresan un
fuerte resentimiento contras las élites eco-
nómicas y culturales de las grandes ciudades,
contra los riquísimos banqueros de Wall Street
(y contra Hillary Clinton quien ha sido genero-
samente remunerada por sus conferencias en
Goldman Sachs).
Su resentimiento revela una fuerte inseguridad
cultural contra el Estado-providencia, demasia-
do generoso, a su parecer, con los inmigrantes,
con los afroamericanos y con los White urban
poor, y demasiado indiferente frente a la suerte
de los habitantes de las zonas rurales y de las
pequeñas ciudades, cuyos servicios públicos,
los trabajos de mantenimiento, de las escuelas
y los centros de cuidado se degradan. Expresan
un resentimiento también contra las universi-
dades públicas, a sus ojos demasiado elitistas
y demasiado abiertas a las minorías étnicas y,
más en general, contra los excesos de lo “polí-
ticamente correcto”, ilustrado por los curiosos
debates sobre los baños de las escuelas y de las
universidades para los transgéneros. Se debe
construir ¿“WC que sean PC?” Todo eso fue el
objeto de proyectos de ley discutidos en varios
estados del sur de Estados Unidos. Resenti-
miento, en fin, agravado por las condiciones
de vida precaria, problemas médicos graves y
visibles (la obesidad) y el abuso de opiáceos,
metanfetaminas y una tasa elevada de suicidios
y muertes por sobredosis (10 000 muertos por
año, es decir, tantos como los muertos por ho-
micidio por armas de fuego). Los obreros de las
periferias urbanas tenían la impresión de ser los
olvidados de la política y Trump parecía darles la
respuesta acertada.
Dos pueblos y dos Américas
Una vez electo, el candidato podrá satisfacer a
los miembros de un partido que sigue siendo,
al menos en el Congreso, el partido de los ricos
y de las clases medias superiores. La paradoja
de la nueva economía numérica, como lo ha
entendido el economista Daniel Cohen, es que
ella “no logra producir un crecimiento fuerte.
No logra incluir a las clases medias, actúa so-
lamente sobre los dos extremos de la cadena,
frecuentemente ocupada por los inmigrantes.
De golpe facilita los populismos que se carac-
terizan precisamente por esta doble repulsión
de las élites y de los inmigrantes” (Cohen, 2016).
Una de las características de esta elección
poco ordinaria es el extraordinario contraste en-
tre la América rural y la América urbana. En las
grandes ciudades de más de 50 000 habitantes
la mayoría de los electores votó por Clinton (59
por ciento contra 35 por ciento por Trump), en
las zonas rurales los resultados fueron lo opues-
to: 62 por ciento de los electores votaron por
Trump y 34 por ciento por Hillary Clinton. Los su-
burbios se dividieron: 45 por ciento de los elec-
tores eligieron a Clinton y 50 por ciento a Trump.
El contraste es más sorprendente en las grandes
ciudades de más de tres millones de habitantes:
72 por ciento de los votos por Clinton y 28 por
ciento para Trump. Un análisis más fino de los
resultados muestra que las grandes ciudades de
la Rust Belt como Pittsburgh, Cleveland, Detroit,
Flint o Milwaukee votaron masivamente por
Clinton. Los obreros desempleados, diga lo que
se diga, votaron por Clinton (Lévy, 2016).
Del lado demócrata, la gran decepción viene
de la menor participación electoral de elemen-
tos clave de la coalición del Partido Demócrata:
los afroamericanos y los millenials o genera-
ción Y (respecto al voto latino, algunos medios
ofrecieron en un primer momento la cifra de 28
por ciento para Trump; sin embargo, otras en-
cuestas más fiables dan un voto de sólo 18 por
ciento). Pero el Partido Demócrata sigue siendo
fundamentalmente un partido de jóvenes y el
Partido Republicano un partido de viejos, lo que
no le presagia un buen futuro. Entre el sector de
más de 45 años, Trump ganó con una ventaja de
6,4 millones de votos. Entre el sector de menos
de 45 años, Clinton ganó con una ventaja de 6,6
millones de votos. En términos de “raza”, 78 por
Denis Lacorne — Debates
ciento de quienes tienen más de 45 años son
blancos de origen europeo y 37 por ciento de los
menos de treinta años pertenecen a minorías
raciales o étnicas que votan masivamente por
el Partido Demócrata y cuyo peso será cada vez
mayor en las futuras elecciones locales y presi-
denciales (Frey, 2016). En los estados clave de
las Rust Belt, Trump ganó porque movilizó más
votos blancos que Hillary Clinton, particular-
mente de blancos mayores y poco educados, se-
ducidos por su mensaje de rebelión contra Wall
Street y las élites de Washington. Clinton per-
dió porque, contrariamente a Obama, no supo
conseguir el voto masivo del voto étnico, de los
jóvenes, de las mujeres y de los mejor educa-
dos (Frey, 2016). Insisto sobre la pobre partici-
pación electoral: 55 por ciento de los electores
en edad de votar. El enorme trabajo de terreno,
el puerta a puerta, prometido por el equipo de
Clinton no tuvo lugar o no tuvo los efectos espe- “Trump como buen líder
rados. El uso ingenuo de big data y algoritmos
carismático es excesivo
presuntamente muy sofisticados producidos
por la sociedad NGP Van la incitó a hacer cam- en todo. Dice lo que los
paña en los estados que contaban poco para otros no se atreven a
ella, como Arizona, y a descuidar el terreno de
los estados clave de la Rust Belt, considerados
decir; se pretende siempre
como ganados por los expertos de la big data. sincero y auténtico.”
Trump despreciando las encuestas y toda suer-
te de algoritmos, funcionaba por instinto. Sólo
contaba para él la multitud que llenaba los es-
tadios durante los desplazamientos. Sumemos
a los anterior una última variable (pero cierta-
mente no el único factor de la derrota de Hillary
Clinton): el efecto desastroso de la carta del
director del FBI, James Comey, que anunciaba la
reapertura de la investigación sobre los correos
“secretos” de Hillary Clinton, once días antes
de las elecciones. Eso rompía el impulso de una
campaña que había parecido tanto más prome-
tedora que Hillary había ganado fácilmente los
tres grandes debates presidenciales del vera-
no. Su problema: ella era, preparada y compe-
tente, mucho más que Trump, todo el mundo
concordaba en ello, pero poco carismática y su
programa carecía de inspiración. No ofrecía la
gran transformación prometida por Trump, sino
39
Debates — Denis Lacorne
un catálogo de medidas razonables, sin verda-
deras prioridades, destinadas a satisfacer a los
jóvenes, las etnias, las familias, las mujeres, los
estudiantes (cubiertos de deudas escolares), los
obreros (a quienes prometía una alza sustancial
del salario mínimo), todo acompañado de una
canasta de gastos en infraestructura, relativa-
mente modestos, destinados a relanzar la eco-
nomía. La nominación de jueces progresistas a
la Corte suprema constituía, naturalmente, un
elementos clave de su programa, para impedir
la marcha atrás de la jurisprudencia que legaliza
el aborto (Roe v. Wade, 1973) y el matrimonio
gay (Obergefell v. Hodges, 2015).
“Trump es el engarce Los desafíos del nuevo presidente
fuerte de una cadena de
Es difícil describir el programa político del
“nacional-populismo” nuevo presidente puesto que permanece muy
cuyos militantes no viven evasivo sobre el contenido de sus propuestas.
Sin embargo, se puede afirmar ya que ciertos
en las grandes ciudades proyectos no podrán ser puestos en obra, a pe-
cosmopolitas, sino en sar de las promesas electorales del candidato.
las pequeñas ciudades Empecemos por los proyectos más punitivos:
el presidente Trump no podrá expulsar once o
de provincia y las zonas doce millones de inmigrantes indocumentados,
rurales alejadas.” salvo si edifica un verdadero Estado policíaco,
capaz de perseguir a los “ilegales”, obtener
denuncias para arrestarlos y colocarlos en cam-
pos de internamiento antes de repatriarlos a
su país de origen. Eso debilitaría el Estado de
derecho y las libertades fundamentales de los
norteamericanos, tanto más que muchos “ile-
gales” pertenecen a familias mixtas, compues-
tas por menores nacidos en Estados Unidos (y
por lo tanto ciudadanos americanos), familiares
que disponen de un permiso de trabajo y otros
indocumentados, pero con trabajo estable. En
el mejor de los casos, la administración Trump
continuará el programa ya puesto en marcha
por Obama: la expulsión de casi tres millones
de indocumentados entre 2009 y 2016. De
hecho, Trump anunció, durante una entrevista
con CBS News (el programa “60 minutos” del
13 de noviembre de 2016) que no expulsaría
40
sino a criminales confirmados, miembros de
bandas violentas y otros traficantes. Las cifras
utilizadas por él: dos o tres millones de latinos
son fantasiosas. La realidad es más bien del or-
den de 300 000 “criminales” que incluye a los
cuarenta mil inmigrados arrestados cada año
por haber atravesado ilegalmente la frontera.
Trump tampoco podrá construir, como lo ha-
bía prometido, un muro infranqueable entre Es-
tados Unidos y México, sobre 3145 kilómetros.
El costo del muro y su militarización estimado
a 25 mil millones de dólares es prohibitivo y ¡su
protección necesitaría una armada permanente
de 200 000 guardias fronterizos! Es evidente que
México no financiará la construcción del muro.
De nuevo, Trump ha echado atrás sus promesas
al declarar en la misma entrevista de CBS que
la barrera podría ser en parte “un muro” cons-
truido en ciertas zonas geográficas, a las cuales
se agregaría alambre de púas en otras zonas,
sin precisar cuáles. Estamos lejos del muro de
3000 kilómetros. Trump es un gran blofeador, y
su amigo y consejero Newt Gingrich admite con
cinismo que esta idea del muro infranqueable
fue un buen “truco” para ganar las elecciones.
En fin, Trump no podrá, como lo ha afirmado
varias veces durante las campañas de las prima-
rias, “romper” los tratados comerciales firmados
con sus grandes vecinos, comenzando por el
TLC. No podrá tampoco imponer una tarifa de
45 por ciento sobre las importaciones de los
productos fabricados en China. Los tratados fue-
ron firmados por el Congreso, que tendría que
decir lo suyo, y un proteccionismo excesivo pro-
vocaría una guerra comercial con China y sus ve-
cinos, con consecuencias desagradables para el
consumidor norteamericano y la industria local,
puesto que cinco millones de trabajadores esta-
dounidenses viven de la exportación. Cambios o
mejoras podrán realizarse al TLC, pero sin más.
El programa económico de Trump es entonces
una curiosa mezcla de medidas keynesianas,
destinadas al relanzamiento de la economía y
el empleo, y elementos ultraliberales, inspira-
dos del sistema económico de la oferta, en otro
tiempo defendido por la administración Reagan.
Por otra parte, Trump tiene previsto relanzar
de manera masiva los gastos en infraestructura
(rutas, puentes, vías ferroviarias, aeropuertos,
tránsito urbano) por un monto anunciado de mil
millardos de dólares. Asimismo, propone una
nueva política fiscal favorable a las empresas y
a los detentadores de las más grandes fortunas
con la reducción del tope máximo de impuesto
sobre los ingreso de 39,6 a 33 por ciento, y una
fuerte reducción del impuesto sobre los benefi-
cios de las sociedades de 35 a 15 por ciento. Las
consecuencias presupuestarias de tales bajas de
impuestos serían considerables: una pérdida de
4 mil millardos de dólares sobre diez años para
el Tesoro y un enorme crecimiento de la deuda
con sus implicaciones previsibles en situación de
pleno empleo: inflación y aumento de las tasas
de interés bancarias. Estos efectos inducidos po-
drían, con el tiempo, tener consecuencias nega-
tivas sobre el crecimientos rápido tan esperado,
que Trump no duda, de manera algo arbitraria,
en fijar a una tasa de 4 por ciento del PIB anual.
En el ámbito financiero, Trump, que si bien
había prometido castigar a Wall Street por sus
excesos durante la campaña electoral, prevé in-
troducir medidas de desregulación bancaria par-
ticularmente favorables a los grandes bancos,
comenzando por la supresión de la ley llamada
Dodd-Frank, votada luego de gran recesión de
2008, para limitar las especulaciones bancarias
excesivas y los riesgos de quiebra imprevistos,
demasiado costosos para los contribuyentes.
La política del medio ambiente
de la administración Trump
La política ambiental de la administración
Trump tendrá consecuencias desfavorables
para el “Acuerdo de París”, firmado por Obama
pero que no está legally binding (no tiene valor
de tratado en Estados Unidos). Trump podría
anunciar el retiro de Estados Unidos (lo que no
tendría efecto sino en tres años) o, lo que es más
probable, una desaceleración de los compromi-
sos americanos acompañado por una voluntad
deliberada de debilitar los poderes de la Agen-
cia protectora del ambiente, encargada, entre
otras cosas, de reglamentar las emisiones de
gas de efecto invernadero. Obama se compro-
metió, durante el Acuerdo de París, a disminuir
las emisiones de CO2 de 28 por ciento sobre un
periodo de veinte años. Ahora bien, una ley no
tiene efectos salvo si los decretos de aplicación
son firmados por el Presidente. En su defecto,
no sucede nada y se puede imaginar a una ad-
ministración Trump que “arrastra los pies” para
enterrar todo o parte del Acuerdo.
En lo que concierne las energías tradiciona-
les, los proyectos de Trump permanecen incier-
tos. Durante sus visitas como candidato en Pen-
silvania, se discutió sobre la reactivación de la
industria del carbón. Esta iniciativa, de tono ar-
caico, se antoja destinada al fracaso. Pero otras
iniciativas tiene más credibilidad, como aquella
de reactivar la industria nuclear y la construc-
ción de nuevas centrales nucleares. Es probable
también que la administración de Trump aliente
el desarrollo de la industria petrolera y la cons-
trucción del oleoducto Keyston XL, por mucho
tiempo bloqueado por Obama.
La principal medida anti-Obama prometida
por Donald Trump es la supresión de la gran ley
sobre salud votada en 2008, la Affordable Care
Act (o Obamacare): más fácil de decir que de ha-
cer puesto que se trata de una ley votada por el
Congreso, lo que llevaría un largo proceso legis-
lativo y un poderoso movimiento de oposición
por parte de los principales beneficiarios de la
ley (más de 21 millones de norteamericanos).
La privatización de los programas de salud sería
una catástrofe para los más pobres y, en par-
ticular, para aquellos que deben ya someterse
a tratamientos médicos de larga duración o a
ciertos procedimientos quirúrgicos particular-
mente costosos. Hasta última noticia, Trump
estaría reticente en desmantelar completamen-
te la ACA y propondría incluso preservar los
elementos protectores de la ley. En este ámbito
también parece echar marcha atrás sus prome-
sas, aún si no está claro que pueda “salvar” los
fragmentos de una ley cuyo financiamiento ya
Denis Lacorne — Debates
no estará asegurado. El principio del seguro
médico es muy simple: para que las compañías
de seguros logren cubrir los gastos se requiere
imperativamente que los más jóvenes (en bue-
na salud) contribuyan al fondo común para ase-
gurar el rembolso de los costosos gastos de los
adultos mayores. Ahora bien, los republicanos
desean privatizar (individualizándolo) el sistema
de seguro médico, lo que impediría cubrir los
costos de la parte destinada a ser protegida.
En fin, la medida más controvertida prome-
tida por Trump es aquella cuyas consecuencias
sociales serán las más considerables y consiste
en proponer la nominación de uno y tal vez de
dos jueces conservadores en la Corte Suprema,
para reemplazar a Scalia (fallecido en 2015) y
a otro juez que decidirá, quizá, jubilarse. Ideal-
mente Trump ha prometido que nombrará un
juez conservador a cargo de echar atrás la juris-
prudencia Roe v. Wade (que legaliza el aborto)
y la jurisprudencia Obergefell v. Hodges (que
autoriza el same-sex marriage). Es por estas
razones que recibió el apoyo electoral sin fa-
lla de los evangelistas blancos conservadores
(81 por ciento votaron por él, más que por el
presidente Bush o el candidato Romney). ¿Ten-
drá éxito en estas tareas? Nada menos claro,
puesto que los demócratas disponen de un
medio radical para bloquear las nominaciones
a la Corte Suprema activando el procedimiento
del filibuster: no hay nominación a la Corte Su-
prema sin una super mayoría de sesenta voces.
Esta dificultad deberá incitar a Trump, si quiere
tener éxito, a presentar a los más “moderados”
de sus candidatos ultraconservadores. Pero
es un hecho que dispondrá, con el tiempo, de
poderes excepcionales rara vez reunidos por
un presidente americano: una triple mayoría
en el senado, la Cámara de representantes y,
pronto, en la Corte Suprema. Esta unidad de
apariencia esconde serios conflictos internos
que debilitarán la presidencia de Trump: su
programa económico contradice el conserva-
tismo presupuestario de las élites republicanas
y su menos impuestos para los más ricos le hará
perder parte de la estima de los “pequeños
41
Debates — Denis Lacorne Israel Covarrubias — Debates

“Presenciamos una excepcional

brutalización del discurso
político americano.”

blancos”, desilusionados por sus arreglos con
Wall Street, con el establishment republicano y
con los lobistas de todo tipo que cortejan ya a
sus cercanos (véase la carta del 15 noviembre
del senador Elizabeth Warren a Trump).
El futuro es incierto puesto que el Partido
Republicano está profundamente dividido. Las
malas lenguas dicen incluso que es un partido
que funciona como un “pelotón de ejecución
en forma de círculo” (a circular firing squad).01
Es de esperarse una larga noche de los Cuchi-
llos Largos. Las premisas de estas dificultades
ya eran visibles al día siguiente de la elección
origen europeo son aún mayoritarios. En cuan-
to a la América de las etnias y de los mestizos,
ella se limita, principalmente, a las grandes
metrópolis de la costa este y oeste de Estados
Unidos, a las cuales se suman algunas grandes
áreas metropolitanas del sur (como Dallas,
Houston, Austin, Tampa, Santa Fe, El Pazo) y del
Midwest (como Chicago, Detroit y Milwaukee).
La diferencia entre las dos Américas es por lo
tanto geográfica, rurales contra urbanos, para
decirlo rápidamente. Pero ella es sobre todo de
tipo cultural. Hay “dos pueblos que se enfren-
tan”(Lévy, 2016), con dos concepciones antagó-
las calendas griegas, y el bloqueo de su política por Israel Covarrubias
de inmigración por parte de los jueces de los
estados de la federación, Trump descubre que Profesor investigador de
el poder ejecutivo de un presidente americano tiempo completo en la
Universidad Autónoma de la
no es tan fuerte como lo había imaginado. Los
Ciudad de México. Director
contrapoderes son numerosos, comenzando editorial de metapolítica.
por el poder de la prensa, el poder de los jueces
y el poder de una minoría ultra-conservadora
de representantes republicanos, los miembros
del Freedom Caucus, que votaron contra el pro-
yecto de desmantelamiento del Obamacare,
demasiado moderado a su parecer. El arte de
la negociación (the art of the deal) de un patrón

Donald Trump, el populismo

de Trump: consejeros dando su renuncia pre-
cipitadamente, otros exigiendo puestos de
alto nivel y Trump divido entre su deseo de dar
gusto a uno y a otros —en el Congreso, en su
familia, entre sus seguidores— instaló en la
cima del Estado una verdadera hidra con dos
cabezas al nombrar a Reince Priebus como
chief of staff (jefe de gabinete) de la Casa
Blanca y a Stephen Bannon como “estratega”
en jefe. El primero, presidente del Comité Na-
cional del Partido Republicano, es un cercano
nicas de la convivencia: los blancos “de cepa” inmobiliario es muy distinto del arte de gobier-
de origen europeo que se sienten despreciados no, un arte que parece, por ahora, escapar de
por las élites cosmopolitas, los meritócratas y las capacidades del nuevo presidente. m
los sobre diplomados de las grandes metrópolis
de los dos costas. Estos últimos permanecen
y la negación de la política
muy apegados a las formas más modernas de
multiculturalismo y de las políticas de género y
diversidad. Es entre ellos que se encuentran los
menos religioso de los americanos: 36 por cien-
to de entre ellos, con menos de 30 años y con
más diplomas, se declaran “sin religión”. Frente El ascenso de la improvisación como regla

a Paul Ryan, el speaker del Grand Old Party;
el segundo, que dirigió la campaña de Trump,
es un compañero de ruta de la ultra derecha
(Alt Right) norteamericana, otrora patrón del
Breitbar News Network. Este sitio mediático,
célebre entre los supremacistas blancos que
publica frecuentemente artículos xenófobos,
racistas y antisemitas, es uno de los más abier-
tos a los proyectos de extrema derecha euro-
pea. Conocido por sus declaraciones icono-
clastas y por su desprecio total de las élites de
Washington, Bannon se define como un “an-
ti-establishment leninist” (Woodruff, 2016).
Hoy en día hay en Estados Unidos dos Amé-
ricas: la América de los obreros del Midwest
(Medio Oeste) y de la Rust Belt (Cinturón de
óxido), y también del Oeste interior (alejada
del Pacífico) y el Deep South (el Sur profundo).
Ahí la población está dispersa y los blancos de
01 . Retomo esta expresión del politólogo Bruce Cain de
la Universidad de Stanford.
a Trump, el campeón de una América blanca
y cristiana, se encuentran los progresistas del
Partido Demócrata: su paladín, Tom Pérez, ex
ministro del trabajo de Barack Obama (egresa-
do de la Brown University y de la Harvard Law
School), el primer latino nombrado presidente
del Democratic National Committee; y Keith
Ellison, un afroamericano de confesión musul-
mana, el primer caso en el Congreso que tomó
juramente sobre el Corán. Ellison tendrá la ta-
rea de acompañar a Pérez en la difícil recons-
trucción del Partido Demócrata, una tarea par-
ticularmente ingrata puesto que la mayoría de
los estados de la Federación están controlados
por los republicanos (68 sobre 99), así como
la mayoría de los puestos de gobernador (33
sobre 50). Todo dependerá, finalmente, de las
elecciones legislativas de 2018 y de los errores
o de los fracasos de un presidente autoritario,
irracional e incontrolable. Pero ya con el fraca-
so mayor del 24 de marzo de 2017 en su intento
de abolir el Obamacare, diferido ahora hasta
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religions, París, Gallimard.
Woodruff, B. (2016), “Will the Trump White House be a
Cage Match?”, The Daily Beast, 14 de noviembre.
V
ivimos una época marcada por la improvisación. Si
el siglo XX fue el siglo de las guerras también fue
el siglo de la Gran Política (con mayúsculas), y eso
significaba básicamente una apuesta por los proyec-
tos de mediano y largo plazo. No se miraba únicamente a lo
inmediato, sino que a partir del ojo de la cerradura que ésta
cara dejaba ver, se caminaba mucho más allá del presentismo
intrínseco a la vida política de las sociedades que el siglo veía
nacer. Es verdad que la gran política produjo varios de los movi-
mientos de masas más atroces en la historia del mundo, como
fueron los totalitarismos de derecha e izquierda, aunque estos
fenómenos le abrieron la puerta a la democracia como opción
en lo inmediato y en el largo plazo. Nadie se ha preguntado
que hubiera pasado si el nacional socialismo, el estalinismo y el
fascismo jamás hubieran tenido lugar. Es decir, ¿la democracia
habría sobrevivido y sobre todo expandido con la velocidad y
la fuerza que se desarrolló a lo largo de la segunda mitad del
siglo XX? Teniendo enemigos políticos definidos con nombre y
apellido, y con las víctimas que los totalitarismos produjeron
por aquí y por allá (contables por millones), era casi imposible
no pensar y dar un viraje radical hacia la democracia.
Así, la democracia fue una respuesta de continuidad de cara a
la situación inobjetable e intensa de la violencia del laboratorio
político presente en las formas antidemocráticas que la comba-
tieron. ¿Cómo podemos pensar el desarrollo de la democracia
sin el desarrollo del genus autoritario y totalitario? A pesar de
este “detalle” analítico, pero sobre todo histórico y politológico,
la política y sobre todo los políticos del siglo XX, en particular
aquellos que jugaron en el genus democrático (i.e. Franklin D.
Roosevelt, Winston Churchill, Charles de Gaulle, etcétera),
tuvieron un rol fundamental en la creación de instituciones
democráticas nacionales, y también de instituciones que
controlarían en su momento la anarquía del concierto entre las
naciones a nivel supranacional, a partir de la invención de reglas
y respuestas a las exigencias de lo social, para lo cual hicieron
uso sistemático del arte de gobernar, incluida la temida razón
de Estado, que parece ser la única figura arquitectónica que fue
importada del siglo XX a nuestro pequeño siglo XXI. “El siglo XX”,
señala Mario Tronti (2012: 18), “ha revelado las dos caras de la
política: el rostro demoníaco del poder y el rostro sacralizado
del empeño”. Entonces, si en el siglo pasado existieron grandes
liderazgos políticos, robustecidos ideológicamente (siempre a

42 43
Debates — Israel Covarrubias
“El siglo XX ha revelado
las dos caras de la política:
el rostro demoníaco
del poder y el rostro
sacralizado del empeño”.
44
favor o en contra de la democracia), la política
era un dispositivo de gubernamentalidad
eficaz y creíble, con una capacidad inédita de
movilización de las sociedades que salían de la
guerra (en el caso de la experiencia europea),
pero también de aquellas otras que habían
puesto en marcha la integración de las masas
a la política, como sucedió con los populismos
latinoamericanos de la primera mitad del siglo
pasado (Germani, 1966).01
En sentido opuesto, el siglo XXI es el siglo de
la improvisación y la negación de la política. No
sólo la negación de la Gran Política, sino que
también negación de la política minúscula, que
fue, hoy lo podemos constatar, una respuesta
totalmente discontinua al colapso simbólico e
histórico del siglo XX. Es decir, si se trataba de
volver al mundo democrático, era necesario
desinflar los grandes proyectos de la política 02
para dar paso a las múltiples iniciativas micro-
políticas que comenzaban a exigir su reconoci-
miento en la arena tradicional de la democracia.
De aquí, pues, que las expresiones de la mi-
cropolítica se ligaron con la emergencia de la
semántica de la sociedad civil que colonizó el
debate de los años ochenta y noventa del siglo
pasado; así como con el ascenso de la discusión
sobre la diferencia y en general la figura (aún
hoy inquietante) del “otro”; también se articula-
ron con el problema de los éxodos de vario tipo
que ya desde entonces se vislumbraban como
una catástrofe anunciada a la mañana siguiente
del colapso de la ex Unión Soviética, que, por su
parte, fue la escansión que dio lugar a la expan-
sión de la política minúscula, y al recambio de
la era de la militancia por la era de las baratijas
01 . En el interregno, tenemos la historia (violentísima,
por cierto) de los múltiples procesos de descolonización,
donde sus secuelas siguen abasteciendo del combusti-
ble necesario para que la belicosidad entre identidades
y naciones siga siendo un motor de la política internacio-
nal de nuestros días.
02 . Por ejemplo, el 68 es un “pequeño” gran proyecto de
“compromiso” de la Política en la lógica de la política mi-
núscula en la segunda mitad del siglo XX.
democráticas. Sobre el particular, John Dunn
sentencia: “Lo que dotó de tanta prominencia
mundial al término ‘democracia’ fue la larga
batalla de posguerra contra la Unión Soviética
y sus aliados. Desde sus orígenes, la disputa
sin duda fue entre los defensores del orden
del egoísmo y aquellos que le deseaban el mal
abiertamente” (Dunn, 2014: 250). Más reciente,
aparece con mucha fuerza la hegemonía de la
transparencia sobre todo tipo de poder público,
que curiosamente empuja a exigir un nuevo de-
recho al secreto relacionado de manera directa
con la posibilidad de desarrollo de la intimidad y
la vida privada. En fin, el problema es que el fe-
nómeno global de democratización enmarcado
mutatis mutandis en el último tercio del siglo XX
difícilmente reparó en el problema de la discon-
tinuidad que inauguró la apertura al siglo XXI. Y
no sólo la discontinuidad, sino los efectos que
ésta produce, y entre los que se cuentan el auge
de la negación de la política “a la Trump”.
“Nuestra herencia nos fue legada sin testa-
mento alguno”, sugiere Hannah Arendt a partir
de un aforismo de René Chair (Arendt, 2008:
75). Por ello, la discontinuidad se expresa no
sólo con el pasaje al siglo XXI, sino con el ale-
jamiento irreversible de las camisas de fuerza
que otorgaban confianza y sentido pleno a la
sociedad a lo largo del siglo XX: la Corporación,
el Sindicato, la Organización, el Partido, la Gue-
rrilla, el Movimiento, etcétera. La lista era tan
larga como experiencias reclamaban su campo
de visibilidad. Esta respuesta discontinua, frag-
mentaria, molecular, tuvo sus mayores logros
precisamente con el cambio de siglo, pero no
pudo echar raíces03 en la vida pública de las
democracias, salvo a través de la permanencia
y emergencia de ciclos intermitentes de pro-
testa que tienen lugar de manera anárquica en
diversas latitudes, y que terminan definiéndose
03. “Por ello”, dice Arendt (2008: 77), “la resolución de
la metáfora de Chair: sin testamento o, para resolver la
metáfora, sin tradición […] parece no haber ninguna con-
tinuidad legada en el tiempo”.
como reacciones a decisiones vinculantes desde
el punto de vista de la representación jurídi-
co-política, con lo que se tiende a la afectación
profunda de la posibilidad de “densificación”
de lo político a través de las distinciones ideo-
lógicas y “prácticas” entre derecha e izquierda,
entre progresistas y conservadores, entre com-
promiso y desequilibrio social, entre inclusión y
exclusión (Revelli, 2015). De este modo, no es
fortuito que para el pensador político Claude
Lefort, la democracia contemporánea suponga
la “disolución de los referentes de la certeza”.
En este sentido, agrega:
Inaugura [la democracia] una historia en
la que los hombres experimentan una
indeterminación última respecto al funda-
mento del poder, de la ley y del saber, y res-
pecto al fundamento de la relación del uno
con el otro en todos los registros de la vida
social (allí donde antaño se enunciaba la
división, en particular la división entre los
titulares de la autoridad y los que estaban
sujetos a ella, en función de creencias en
una naturaleza de las cosas, o en un princi-
pio sobrenatural). Esto es lo que me lleva a
creer que en la práctica social se despliega,
sin saberlo los actores, una interrogación
para la que nadie tiene respuesta y a la que
el trabajo ideológico, llamado siempre a
restituir la certeza, no consigue poner un
término (Lefort, 2004: 50).
Por un lado, el resultado de esta pérdida de
certezas y emergencia de la indeterminación de
lo político, que puede ser efecto de la ausencia
de “testamento” según Chair y Arendt, es la
atomización de las prácticas del contrapoder, ya
que en su lucha por la des-jerarquización del es-
tilo que suponía el liderazgo político “fuerte” y
“vertical” heredado del siglo XX y también en su
recurrente querella contra toda noción de auto-
ridad, terminaron por fusionarse con el carácter
paradigmático de la neoliberalización de los es-
pacios vitales que producía en su desarrollo las
experiencias con la democracia en los primeros
lustros del siglo XXI. Por el otro, la neoliberali-
zación de los gestos del poder tradicional que
adopta modalidades biopolíticas, muestra que
con cada intento de abandono o rechazo, este
poder termina por viralizar su imagen, por lo
que resulta imposible su perforación. Al contra-
rio, la permanente puesta en entredicho de sus
lógicas permite que siga reproduciéndose para
conseguir la consolidación del proceso de “go-
bernanza sin gobierno” que es el estandarte del
“arte” de gobernar en la democracia del siglo
XXI, incluida la contestación que es inherente a
este proceso (Greppi, 2012: 101).
¿Populismo contra democracia?
El populismo que hoy toma como trampolín a
la democracia, es una subespecie política que
pretende volver a colocar el campo de la certe-
za a esa interrogante sin fin que supone lo po-
lítico de la democracia. Es un acontecimiento
que ha operado como suplencia de la imposibi-
lidad de representación total de la democracia
misma, pues la democracia contemporánea no
logra sustraer sus estrategias de producción de
legitimidad de la continua acción de la política,
en donde sus límites son bordados por el dere-
cho y la ley, con lo que vuelven a la democracia
un juego político necesario para la edificación
de los canales de realización de la promesa de
la política. Esa promesa se volverá parcialmen-
te real a partir de que “aparecen” los disposi-
tivos de encuadre del sueño de un gobierno
que cumple, “de algún modo”, la imposibilidad.
Es aquí donde comienza la discusión sobre el
populismo, ya que tiene más relación con la
edificación de ciertos canales de realización de
la promesa de la política y menos con el estilo
demagógico de su reproducción.
Por ello, en la época de la negación de la
política, estar del lado de los vencedores o de
los vencidos es una experiencia idéntica. Si sa-
bemos que los vencedores siempre son muy
Israel Covarrubias — Debates
pocos, tan pocos que son reconocidos como
oligocracia, plutocracia, o mejor aún, kakisto-
cracia, aproximarse a ellos no nos vuelve ven-
cedores por contigüidad. De hecho, es la proxi-
midad, o dicho llanamente la “cutaneidad” con
lo político, el dispositivo más exitoso que tiene
el poder kakistocrático (como Maduro en Vene-
zuela), oligocrático (como el PRI en México), o
plutocrático (como Donald Trump) que, bajo su
forma populista, hacen de sus ficciones políticas
un continuo pasaje de arriba hacia abajo, inflan-
do en extremo el principio convencional de la
soberanía en una esfera donde cualquiera se
puede identificar con cualquiera. Esto pone en
evidencia un distanciamiento entre lo público
y lo común en la democracia, donde lo común
no logra articular el diseño de la topografía del
espacio de lo público a través del “secreto” in-
evitable (o indeterminación, según Lefort) de
lo que significa vivir en común: aproximación,
conflicto, comunión en la profundidad de nues-
tras escisiones. Este movimiento quedo plas-
mado en el episodio de las elecciones francesas
de 2017: mientras Marine Le Pen encabeza un
nuevo modo de hacer política que hace coin-
cidir “plenamente” el carácter supra-político
(arriba) con el rango infra-político (abajo) de la
exclusión contenida en el juego de la soberanía
democrática, Emmanuel Macron hizo suspirar
a propios y extraños con la posibilidad de una
nueva política democrática, a un tiempo neoli-
beral y progresista, sensible a las confrontacio-
nes con el otro y con ciertos extraños.
Un primer elemento por subrayar del popu-
lismo que recorre el mundo de la democracia
es su proclividad al uso de las técnicas que le
ofrece el nuevo principado de lo informático
y lo virtual, que coloca en el rango de radical
igualación, aunque no sea democrática ni eco-
nómica, a cualquiera con todo el mundo, coro-
nando la poca o nula exigibilidad por la diferen-
ciación, y haciendo del analfabetismo el triunfo
total de la ignorancia, con lo que se consolida
el campo de la improvisación como “arte” de
lo político. Lefort lo comprendió bien: “cuando
45
Debates — Israel Covarrubias
el poder parece caer en el plano de lo real y
aparece como alguna cosa particular al servicio
de los intereses y de los apetitos de vulgares
ambiciosos, para decirlo brevemente: cuando
se muestra dentro de la sociedad, y al mismo
tiempo ésta aparece fragmentada, entonces
se desarrolla el fantasma del pueblo-uno, la
búsqueda de una identidad sustancial, de un
cuerpo social soldado a su cabeza, de un poder
encarnador, de un Estado libre de división” (Le-
fort, 2004: 50).
Un segundo elemento está en sintonía con
el debate filosófico reciente sobre la “post-ver-
dad”, que está vinculado con la sedimentación
de la mentira como deporte político en las de-
mocracias. Los expertos en estudios de opinión
y encuestas que pretenden indicar la “realidad”
de lo real que toda política contiene, tendrán
que abocarse a la construcción de un índice
de densificación de la mentira como forma de
legitimación democrática, que interactúe junto
a los índices de libertades, de corrupción, de
transparencia, de buen gobierno, de rendición
de cuentas, de control político, y de tantos otros
índices que día a día se suman a la comunica-
ción política de la democracia. Más aún, porque
los peligros de la democracia no son los campos
minados en la mitología del afuera, que tantas
ocasiones es llamado como fuente de escarnio
y legitimación de lo propio, sino en la conforma-
ción de los límites internos de su comunidad.
Junto a la preocupación sobre el lugar que
ocupa la mentira en la discursividad democráti-
ca, hay que trabajar también sobre el fenómeno
de la colonización del espacio público-político a
causa del incremento de la participación de los
medios de comunicación que dejaron de ser ca-
jas de resonancia de los distintos sectores socia-
les, y son actores que modelan a la política, a su
lengua y a sus palabras; y de hecho, en muchas
ocasiones (y parece que es la regla) no traducen
las formas de sociabilidad “deseables” y “nece-
sarias” de las prácticas democráticas.
En este sentido, el fenómeno del ascenso y
caída de Silvio Berlusconi o “berlusconismo” es
46
un antecedente reciente de la tensión abierta
entre continuidad y discontinuidad de la de-
mocracia, pero también de la institucionaliza-
ción de la improvisación y de la negación de
la política. En su momento, este personaje era
percibido por amplios sectores de la sociedad
italiana, incluso si era una idea un poco exage-
rada, como el arquetipo del italiano medio, es
decir, “cordial y generoso pero al mismo tiempo
superficial y poco fiable” (Ginsborg, 2003: 24);
asimismo, como un self-made man: un perso-
naje creado con sus propias manos y capacida-
des, lo que le permitió su rápida inclusión en
las mitologías del triunfo y el esfuerzo egoísta
que tanto atraen a las sociedades de consumo
opulento. En este sentido, era exacto el retrato
de él como “un pequeño hombre con grandes
apetitos” (Ginsborg, 2003: 24). La puesta en es-
cena del berlusconismo estuvo supeditada a un
intento sistemático por lograr el establecimien-
to de una república “ejecutivo-parlamentaria”,
dada la fuerza que deseaba conferir al poder
del primer ministro encarnado en su figura por
encima de los límites parlamentarios. Sin em-
bargo, el berlusconismo sólo fue la puerta de
entrada. Su ocaso político que coincide con su
senilidad y su caótica vida privada, incluida su
perversa vida sexual, permitió la germinación
y el desarrollo de otros liderazgos populistas
análogos al de Berlusconi y que lo sustituyen,
como el del actor cómico Giuseppe Piero Grillo,
“Beppe Grillo” (“grillismo”) o el del moderado
de izquierda, Mateo Renzi (“renzismo”) (Reve-
lli, 2017: 205). Los tres personajes han sido tan
flácidos en el terreno de las ideas que lograron
abarcar todo el espectro ideológico, compar-
tiendo una fuerte personalización centrada en
el ego político (Renzi renunció luego del fracaso
del referéndum constitucional de 2016) que tra-
baja en la rutinización de la negación de la po-
lítica (en este caso de aquella democrática re-
presentacional) a través de un “mecanismo de
des-intermediación” soportado en la comunica-
ción directa con los sectores sociales ocultados
bajo el vocablo “pueblo”, que termina siendo
“el destinatario [no el actor principal de la es-
cenificación] de un estilo comunicativo popular
(o mejor aún, ‘pop’, como la música)” (Revelli,
2017: 206). Entonces, el pueblo es un pretexto
en la dinámica de la improvisación de nuestra
época, ya que termina alejado de su principio
histórico de ser la “base” de la soberanía políti-
ca de la democracia. Finalmente, los tres perso-
najes se colocan en un campo de distanciamien-
to con relación al pasado pero también frente
al presente (Revelli, 2017: 207), para dar rienda
suelta a la especulación sobre las expectativas
sociales alrededor del futuro (en este sentido es
fascinante el eslogan de Trump: “Make America
Great Again!”).
Esta fotografía puede funcionar también
para un amigo íntimo de Berlusconi, como lo
es Vladimir Putin. Incluso funciona para Trump,
aunque aquí la idea de “pequeño hombre” no
encaja, pues como es sabido hay una suerte
de fascinacion “trumpista” por su tamaño cór-
poreo. Como sea, Berlusconi es el antecedente
inmediato del ascenso de la improvisación y la
negación de la política que encabeza hoy Do-
nald Trump. En un ensayo reciente, el filósofo
norteamericano James Aaron es contundente al
equiparar a Trump con Berlusconi y Putin:
La ascensión de Trump encaja con tenden-
cias más amplias en una globalización del
sálvese quien pueda que ha alzado a posi-
ciones de relieve a diversos dirigentes po-
pulistas en toda Europa, impulsados por la
nostalgia nacionalista, las reivindicaciones
de clase y la inseguridad económica. Las
comparaciones fáciles que se le han hecho
con Hitler o Mussolini me parecen exa-
geradas: Trump carece de una ideología
sólida, por más que lo acerquen a ellos su
personalidad arrolladora y sus tendencias
autoritarias. Sin embargo, hablando de Ita-
lia, sí guarda una similitud notable con el
burdo magnante de los medios de comu-
nicación de masas y antiguo primer minis-
tro Silvio Berlusconi, con quien comparte
incluso el aire jactancioso, el protagonismo
de las cuestiones relativas a su cabello y
lo voluptuoso de los lúbricos programas
televisivos del italiano y los concursos de
Miss Universo de Trump […] Tal vez Putin se
le parezca aún más en cuanto maestro en
el arte de presentarse con distintas caras y
en el de sacar partido de la poses de tipo
duro y el resentimiento de la clase obrera.
Con todo, el de Trump es un fenómeno
nuevo que encaja a la perfección en una
era de entretenimiento en la red y de ver-
dadera confusión respecto de lo que tiene
de virtual la realidad. No habría tenido
éxito en los tiempos en los que los medios
transmitían un mensaje distinto y el públi-
co se centraba en anhelos espirituales más
intensos o reclamaba una política más en-
jundiosa ( James, 2016: 50-51).
¿Qué hay de nuevo con la
negación de la política?
La burbuja del populismo explotó con el triun-
fo de Donald Trump, quien se coloca como el
efecto de esta nueva página en la historia de
la democracia que fue gestándose desde el úl-
timo tercio del siglo XX, no es un simple sínto-
ma de nuestro tiempo, aunque vivimos en una
época sintomatológica. Por ello, el magnate
norteamericano es un capítulo central de la
negación de la política, con independencia de
la duración de su mandato. Sin embargo, esto
no quiere decir que el siglo XXI sea el siglo de
la “política negativa”. La negación de la política
es el siguiente escalón de la política negativa,
aunque al igual que esta última se coloque en
la espiral sin fin del pluralismo radicalizado de
la democracia, donde cualquiera puede entrar
a jugar en la democrática si logra la generación
de una opción política a partir de ciertas y muy
claras condiciones: tener dinero, capacidad de
exposición en redes sociales y medios de comu-
nicación, construir una plataforma vengativa
Israel Covarrubias — Debates
(“alguien nos debe, alguien tiene que pagarla”),
y estar fuera de la estructura “normal” de las
identidades políticas.
La idea de política negativa ya había sido
sugerida por el sociólogo francés Pierre Rosan-
vallon en su obra Contrademocracia. La política
en la era de la desconfianza, donde la identi-
fica como un viraje radical en las formas de
creación en la democracia contemporánea. Es
decir, se desplaza el núcleo de las plataformas
programáticas de gobierno (oferta partidista,
regional, identitaria) como diferenciación entre
oponentes por el escándalo y el develamiento
de los “crímenes” cometidos o imaginados por
los otros candidatos en competencia. Aquí es
donde se enquista el uso sistemático de las fake
news, que ya era una práctica corriente en los
procesos electorales norteamericanos o en “vías
de norteamericanización”, aunque la falsifica-
ción de las noticias sirvan mejor al poder electo.
“Es por lo tanto”, dice Rosanvallon (2007: 177), “El siglo XXI es el siglo
“mucho más ‘rentable’ demoler al competidor
de la improvisación y la
que hacer valer los méritos propios”. La altera-
ción del proceso democrático es preocupante: la negación de la política.”
soberanía que colma simbólicamente el núcleo
vacío de la democracia se transforma en una
suerte de “soberanía negativa” en ese juego de
ida y vuelta (de arriba hacia abajo y viceversa):
El desarrollo contemporáneo de estas for-
mas de obstrucción [la política negativa]
no debería asimilarse a un movimiento de
despolitización. El “ciudadano negativo”
no es un ciudadano pasivo. Con la expre-
sión de su escepticismo y su desasosiego,
afirma en efecto su fuerte presencia en el
espacio público. […] Hay una suerte de par-
ticipación en la vida pública, pero es esen-
cialmente hostil. Hay un compromiso, pero
a favor de un rechazo. Se toma la palabra,
pero lo que domina es el lenguaje acotado
de las consignas o de la desaprobación.
Por lo tanto, conviene hablar de una sobe-
ranía negativa. Y esto, tanto más, dado que
lo propio de los poderes de obstrucción,
47
Debates — Israel Covarrubias
así como el de todos los demás poderes de
desconfianza, es, de hecho, su ejercicio di-
recto. La democracia negativa es también,
por ello, un sustituto de la democracia
directa, una suerte de democracia directa
regresiva (Rosanvallon, 2007: 183-184).
La cuestión es preocupante por su patética sim-
plicidad: es necesario observar los modos de
claudicación de la articulación clásica de la co-
munidad política democrática, porque los “pode-
res de obstrucción” de la política negativa inhe-
rente al juego democrático comparten espacio
político con los signos característicos de nuestro
tiempo. La negación de la política es una figura
fundamental de este proceso. Al lado de las po-
sibilidades de desarrollo del pluralismo y de cier-
tos niveles de igualdad, la sociedad democrática,
con la pretensión de mantenerse siempre “abier-
ta” al otro “imaginado” o “real”, permitió —de
“Se consolida el campo hecho, no podía negarse— el incremento de los
de la improvisación como flujos y valores sociales no necesariamente afilia-
dos a las convicciones democráticas.
« arte» de lo político.” Su efecto está a la vista de todos: el aumento
de crispaciones y fanatismos étnico-religiosos,
pero también fanatismos económico-políticos,
donde la religión termina por ser un in-put de
la política visceral, así como el lubricante de
ciertos fanatismos seculares. Trump, Berlus-
coni y Putin son fanáticos de la improvisación
mediática y de la negación de la política. Sus
expresiones cierran el ciclo de ascenso de la
democracia como horizonte de posibilidades
que produjeron los experimentos con ella en
el último tramo del siglo pasado, y abren otro
totalmente diferente, caracterizado por una
creciente institucionalización “anarquizante”
del poder personal que ostentan. La negación
de la política puede ser leída también como la
fantasía del pueblo-uno del populismo, que in-
tenta estructurarse como una respuesta inme-
diata al exceso de los usos de la representación
de la vida política, sobre todo con relación a las
imágenes que la exclusión y la pobreza crecien-
te de las democracias generan en la memoria y
48
en los sistemas de expectativas de sectores muy
amplios de las sociedades donde tienen lugar.
Por ello, a la era del consenso de la demo-
cracia después de la caída del Muro de Berlín
y del colapso de diversas formas de gobierno
antagonicas a ésta, sigue la era de la globali-
zación de la democracia por medio de su frag-
mentación nacional. Más aún, el sucedáneo de
la política negativa es el populismo en el seno
de la democracia, que está además sostenido
completamente con la dinámica del capitalis-
mo contemporáneo. Es aquí donde está una
de sus causas principales de emergencia. Por
vez primera hay una “plena coincidencia” entre
capitalismo, democracia y mercantilización de
la idea de pueblo como directriz de la repro-
ducción política del capital. Es un fenómeno
inédito que en Trump encuentra su evidencia
histórica. Por eso, el caso norteamericano no
es un accidente, es el resultado de la evolución
de la democracia y del desarrollo del capitalis-
mo contemporáneo. El dilema ya no es estar en
contra o a favor del capitalismo, como tampo-
co en contra o a favor de la democracia, sino
más bien el desafío es el de saber si es posible
compartir esta nueva lógica societal por medio
de la pérdida de los universales de la propia
democracia. En su libro más reciente, Wendy
Brown subraya el peso demoledor que ha teni-
do la razón neoliberal que se despliega desde
el punto de vista de lo político como neolibe-
ralización de la democracia, donde se privilegia
la competencia en el lugar del intercambio,
con las implicaciones para el orden político
democrático que esto supone: pérdida de pro-
ducción de reconocimiento político a las clases
sin poder y en general para todas las clases no
propietarias; oligarquización de la función pú-
blica y reducción de las opciones de sociedad, y
des-semantización de los contenidos modernos
de la democracia, donde el autogobierno es
sustituido por la competencia en el mercado
político entre “iguales”, definidos así por una
ficción perversa que moldea a la democracia
como negocio, no como fin en sí mismo (Brown,
2016: 51 y ss.). Para la autora, esa neoliberaliza-
ción de la democracia supone el establecimien-
to de una forma de racionalidad que es a un
tiempo una forma de normativización (produce
leyes), una forma de normalización (produce un
tipo específico de subjetividad), y una forma de
gobierno (produce una democracia “sin atribu-
tos”) (Brown, 2016: 64). Este triple desafío ha
sido revitalizado con la figura de Trump.
Corolario: ¿para qué
necesitamos a la política?
La improvisación política del populismo en la
democracia es aquella que está completamen-
te alejada de la acción creativa y sus técnicas,
donde precisamente improvisar es una regla,
no una excepción para abrir el tiempo a la in-
novación. La improvisación de nuestra época
legitima las pifias y las mentiras como razón de
Estado en un tiempo histórico donde la infor-
mación y la comunicación en general satura y
ahoga, al punto de perder la capacidad de for-
mular interrogantes. Nuestra época está mon-
tada en la generación continua de respuestas,
incluso a preguntas aún no formuladas. En este
orden de ideas, parece que se camina en una
dirección opuesta a la capacidad de innovación
que abreva de las provisiones conceptuales y
prácticas, así como tecnológicas e informáticas,
que la propia época ofrece para vivir en común,
y sobre todo para mantener bajo control, es de-
cir, bajo “gobierno”, los riesgos y los problemas.
No obstante, la canciller alemana, Angela
Merkel, tuvo gran tino al señalar durante su co-
mentada visita de Estado a la Casa Blanca: como
no hemos resuelto los problemas fundamentales
de nuestras sociedades, necesitamos de la políti-
ca. ¿Qué significa esta aseveración? Es posible in-
terpretarla como la necesidad de formular nue-
vas preguntas para un tiempo político que exige
innovación, ya que la vida política de los países
democráticos se enfrenta cada vez más con el
ascenso de clases políticas que llegan al poder
por primera vez sin saber qué significa histórica
y políticamente el bien común. En efecto, la sen-
tencia de Merkel estuvo dirigida a Trump y a su
populismo, pero también apuntó hacia el desafío
que conlleva el fenómeno de la americanización
de la democracia a nivel global, en un momento
donde las opciones son escasas.
Expresiones como “es un peligro”, “no pue-
de ser presidente”, “lo van a renunciar”, “hay
que esperar la respuesta de los otros poderes”,
etcétera, son moneda común de las observa-
ciones cotidianas sobre el populismo, aunque
importan un núcleo de enemistad que puede
generar grandes movilizaciones negativas para
la política democrática, como lo ha sido his-
tóricamente el primado de la metafísica de la
política (nazismo, fascismo) que tanto trabajo
costó su erradicación en el siglo pasado. Es po-
sible sostener que la insurgencia del populismo
se explica más por la serie de clivajes políticos
que dan estabilidad al empujar una y otra vez
las promesas (ir)realizables de la política en
el interior de la democracia, y menos por la
constatación de que es un simple elemento
transversal “anómalo” de tipo anti-democrá-
tico (esta salida es facilona y mediocre). La
fantasía del populismo a la Trump radica en
que el uso sistemático de la mentira se vuelve
familiar, al punto que su público termina por
creer en lo que dice (aunque sea precisamente
una mentira), pero siempre conjeturando que
es “su estilo”, “es esperable en alguien como
él”. Pareciera que es una suerte de profecía
que se cumple a sí misma: “Verdad es que tam-
bién suelta embustes como un loco; pero son
sus patrañas, las que todos conocemos, y, por
lo tanto, no tenemos la sensación de que nos
estén engañando” (James, 2016: 39).
El populismo es una fuente de moviliza-
ción y socialización que coloca en su centro
político al pueblo como sujeto excluido, y en
04 La idea del pueblo como sujeto excluido y como abs-
tracción semántica es de Agamben (2005: 31)
Israel Covarrubias — Debates
su campo discursivo al pueblo como abstrac-
ción política.04 Ambas modalidades no dejan
de ser destinatarios de esa carta sin fin que
el líder escribe todos los días. En este sentido,
el populismo se constituye a través de estos
dos tiempos, de estas dos maneras de volver
un referente “tangible” al pueblo; es una caja
de resonancia (un “altavoz”) en ciertos perio-
dos de cambio marcados por un discreto o
mediocre rendimiento de las instituciones de
gobierno, sobre todo con relación a la ficción
de que el tiempo se abrirá a una nueva for-
ma política donde la sociedad terminará por
densificarse con otras tesituras. Parece que lo
peor está por venir. m
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ben, Mezzi senza fine. Note sulla politica, Turín, Bo-
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Tronti, M. (2012), “Olvidar el siglo XX”, Metapolítica, núm.
76, enero-marzo.
49
Debates — Cruz Revueltas
Los nuevos enemigos de la democracia
por Juan Cristóbal
Cruz Revueltas
Profesor investigador de
tiempo completo en la
Universidad Autónoma
del Estado de Morelos.
50
E
n un pasado no tan lejano, la caída del Muro de Berlín fue percibida como el
inicio del reinado de la democrática universal. Se trataba de un movimien-
to histórico que prolongaba las transiciones ejemplares a la democracia de
países como Grecia, Portugal y España, y de países latinoamericanos como
Argentina y Uruguay. La caída del comunismo era también el desenlace que coronaba
el avance de los derechos humanos y la importancia del Estado de derecho, sobre todo
frente a la inmensidad de los crímenes totalitarios del siglo XX, desde los cometidos
por el nazismo a Pol Pot, pasando por el estalinismo y el maoísmo. Asimismo, la caí-
da del Muro convalidaba el reconocimiento de la sociedad civil, es decir, la necesidad
de un ámbito social plural y libre de la injerencia del Estado. Más aún, la interacción
creciente de las diferentes sociedades del planeta, la llamada globalización, parecía
armonizarse pacíficamente en un concierto de repúblicas kantianas. Después de todo,
el Muro de Berlín y la dominación soviética habían caído sin necesidad de disparos ni
de dramas mayores. No extraña que entre la inteligencia de aquellos días resaltaran
los filósofos ilustrados de inclinación kantiana, como John Rawls o Jürgen Habermas,
o, en su defecto, aquellos de corte hegeliana que declaraban
con entusiasmo la victoria final de la Razón, la muerte de las
ideologías y la conclusión (filosófica) de la historia. Natural-
mente el triunfo de la democracia era la victoria del pen-
samiento ilustrado. La atmósfera que se respiraba era algo
parecido al de un estado de madurez apacible. En efecto, de
aquellos días cercanos a la caída del Muro, el escritor italiano
Claudio Magris recuerda un domingo en Ámsterdam cuando
se encontraba en medio de una “especie de feria universal
de la tolerancia” que producía precisamente la impresión
“de exaltante sensación de tolerancia y libertad” (Magris,
2008: 10). Yo mismo recuerdo con nostalgia un día de agosto
de 2001 en la que una joven afroamericana presentaba un
libro ante un público cálido y atento en una librería situada
justo debajo de las Torres Gemelas en Nueva York…
Este aliento que en términos generales podemos llamar
democratizador aún fue perceptible en 2010 cuando brota-
ron movimientos sociales en diversas latitudes del planeta.
Desde Nueva York a Hong Kong, pasando por Kiev, Madrid
y Estambul, para no mencionar la llamada Primavera Árabe.
Aunque es cierto que la democratización ya había sido pa-
rada en seco en el mismo 1989, con la masacre de la Plaza
Tiananmén en un gran país como China. Tampoco habían tar-
dado en reaparecer en la misma periferia europea, en luga-
res como la península Balcánica, viejas y violentas obsesiones
Cruz Revueltas — Debates
identitarias. Es cierto también que no tardó en revelarse in-
genua, para no decir francamente desastrosa, la idea de de-
mocracy building de un George W. Bush. Sobre todo cuando
se trataba de “exportar la democracia” por la vía de las armas
a países como Afganistán o Irak, hundidos en un intrincado
tejido tribal y bajo el dominio de una cultura que no permi-
te distinguir la religión de la política y el derecho; un “Gran
Oriente Medio” distante de la solida tradición constitucional
e institucional de países como la República Federal de Alema-
nia o Japón que luego de la Segunda Guerra Mundial se de-
mocratizaron exitosamente bajo ocupación norteamericana.
Sin embargo, con algo de optimismo todo ello podía ser leído
aún bajo la idea que el espíritu de la historia se había topado
con escollos que con el tiempo sería salvados para proseguir
el ineludible camino de un siglo verdaderamente democráti-
co. Ahora bien, hoy en día incluso los más acérrimos defen-
sores de esta visión optimista de la historia no pueden sino
conceder que el ideal democrático se encuentra fuertemen-
te resquebrajado. Como veremos a continuación, en los úl-
timos años hemos sido testigos del regreso del péndulo de
la historia. Vemos en amplias zonas del planeta un cambio
de estado de humor, ajeno al optimismo democrático. En el
escenario mundial han surgido numerosos fenómenos que
dejaron de ser meramente preocupantes, ya que constituyen
un enorme desafío para la democracia del siglo XXI.
51
Debates — Cruz Revueltas
Uno de los hechos más notorio en el escenario
actual es la presencia del autoritarismo en to-
dos los continentes. Desde la Turquía de Recep
Tayyip Erdogan, a la Venezuela de Nicolás Ma-
duro, pasando por la Rusia de Vladímir Putin,
la Cuba de Raúl Castro o la China de Xi Jinping.
Para no mencionar Estados de corte franca-
mente totalitario, como la Corea del Norte de
Kim Jong-un o la Eritrea de Issaias Aferwerki. Sin
contar, por ejemplo, con la reciente aparición
del presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte.
Que al otrora alcalde de Davao se le conozca
como “El castigador” y se haya hecho mundial-
mente conocido por su deseo de compararse
con Hitler es todo menos anecdótico. A las po-
cas semanas del asenso al poder del “serial killer
president”, como lo calificó el periódico francés
Liberation el 7 de octubre de 2016, su guerra
contra la droga, (“masacrando a drogadictos”),
ya había costado la vida a miles personas. Este
frenesí autoritario no es algo inusual. A finales
de septiembre de 2016, en la Turquía de Erdo-
gan 32 mil ciudadanos turcos había sido arres-
tados tras el fallido golpe de Estado del 15 de
julio (según el saldo oficial del mismo gobierno
turco). El filósofo francés Fréderic Worms ob-
serva que a diferencia de las genocidas del siglo
XX que escondían y negaban sus crímenes (lo
que permitía a sus seguidores defender que “no
sabían”), Duterte proclama una política cínica y
francamente criminal, más allá del populismo.
El abierto llamado al asesinato, como lo enfatiza
Worms, es una política de negación del derecho
(Worms, 2016). En efecto, en muchos lugares del
planeta la represión de movimientos sociales,
el encarcelamiento o asesinando de los líderes
opositores, se han vuelto métodos “normales”
de gobierno. El autoritarismo camina junto
a una exacerbada personalización del poder
(Putin, Chávez, Duterte, Xi Jinping). A su vez este
culto del hombre fuerte se acompaña con una
creciente beligerancia, primero en la retórica
y finalmente en los hechos. Como se ha sabido
desde Aristófanes hasta Orwell, los dictadores
siempre requieren enemigos internos para
52
evitar la crítica y enemigos externos para
disciplinar a los pueblos.
Ante la proliferación de regímenes dudosa-
mente democráticos, los especialistas —desde
los filósofos políticos y los científicos políticos
a los especialistas de relaciones internaciona-
les— han entendido la necesidad de clarificar
conceptualmente el problema, máxime que con
frecuencia nos enfrentamos con lobos con piel
de oveja, con regímenes autoritarios bajo más-
cara democrática. Se trata de regímenes que
efectivamente cumplen con los procesos elec-
torales clásicas, pero limitan las libertades cívi-
cas. Aunque muchas veces también se defiende
abiertamente en nombre de una supuesta de-
mocracia más autentica, una suerte de dictadu-
ra de la mayoría sin verdaderos contrapesos. De
aquí que entre los estudiosos del fenómenos se
proponga las nociones de democracias ilibera-
les o de democracias híbridas para dar cuenta
de este tipo de régimen. Valga notar de paso
que lejos de la izquierda antitotalitaria de un
Cornelius Castoriadis, hoy amplios sectores de
la izquierda suelen ser tolerantes o al menos
poco críticos ante este tipo de estados (Cuba,
Venezuela, China, Corea del Norte) puesto que
encuentran más oportuno privilegiar la lucha
contra el neoliberalismo o contra el imperialis-
mo, a la defensa de la democracia.
Por lo demás, no sorprende que bajo esta
atmósfera proclive al autoritarismo resurja
implícita pero constantemente la noción hitle-
riana de “Lebensraum” (espacio vital) respecto
a los países considerados periféricos, como lo
muestran los caso de Ucrania para Rusia, del
Pacífico para China, o de las zonas kurdas para
Turquía. Pero lo que nos interesa resaltar aquí
es la reaparición del manejo imperial del espa-
cio internacional (desde este punto de vista, la
noción de califato es una variante de este tipo
de poder que desconoce fronteras nacionales
y tratados internacionales). En efecto, grandes
países como China o Rusia, se muestran menos
interesados en una regulación normativa de la
globalización que en un enfoque pragmático,
en conformidad con sus intereses, en su inter-
venciones en el escenario mundial. Especialis-
tas de las relaciones internacionales observan
que el gobierno chino ofrece su colaboraciones
a los países africanos bajo el entendido que a
China no les interesa, “a diferencia de las anti-
guas potencias coloniales”, ni la democracia ni
los derechos humanos. La relación se limita al
acceso a los recursos naturales del país del caso
a cambio de recursos financieros chinos. Valga
observar que este enfoque de las relaciones in-
ternacionales ha sido teorizado explícitamente
y se le conoce como el “Consenso de Pekín”.
En el caso de Rusia, es evidente que su inter-
vención en Siria o en Ucrania responde sólo
a los intereses estratégicos de Rusia. No hay
duda que la intervención de Estados Unidos de
George W. Bush en Irak, la detención de reos en
Guantánamo y los hechos de la prisión de Abu
Ghraib, todo ellos al margen del derecho inter-
nacional, favorecieron esta situación de ano-
mia de la actual comunidad mundial. Situación
que permite, por ejemplo, que en la actualidad
el ejército del Estado sirio pueda bombardear
con armas químicas a su población sin temor a
mayores consecuencias.
Las religiones políticas
A la difusión de la democracia iliberal y del fran-
co autoritarismo, se suma otro peligro para la
democracia: el resurgimiento de la religión en
el escenario mundial como ideología política
alternativa. Al respecto, hay que subrayar que
el célebre libro de Gilles Kepel, La revancha de
Dios, publicado en francés en 1991, se refiere, ya
desde aquel entonces, a la reaparición en el es-
cenario internacional del fundamentalismo reli-
gioso en tres de sus grandes versiones: el islam,
el judaísmo y el cristianismo. En tanto que el
también célebre articulo de Samuel Huntington
sobre el choque de civilizaciones, que dará pie al
libro de ese mismo nombre, data de 1993. El de-
safío inquietante que plantean los diagnósticos
de Kepel y Huntington es el hecho que el resurgi-
miento político de la religión va de la mano con
un ataque violento contra la democracia y el
pensamiento ilustrado. De hecho, Kepel observa
que mientras el catolicismo y el protestantismo
pueden oscilar entre la adaptación y la ruptura
con el pensamiento ilustrado, los movimientos
islamistas buscan abierta y frontalmente rom-
per con la democracia y con la tradición ilustra-
da. Estos son considerados una mera expresión
del colonialismo, en todo ajenos a su tradición
religiosa. Que en algunos casos se llegue a ha-
blar de “democracia islámica” es un equívoco o,
mejor dicho, un oxímoron insostenible, pues en
realidad se rechaza la soberanía del pueblo (fun-
damento de la democracia) a favor del llamado a
la sumisión a “la ley divina”.
En el caso de los movimientos terroristas
islámicos (Al Qaeda, Dáesh y sus respectivos
satélites) no estamos frente a un choque de
civilizaciones, sino ante un caso de ruptura con
el principio de realidad, como sucedió con los
totalitarismos del siglo XX, o como pasó en el
caso más reciente de la secta japonesa del culto
de Aum Shinrikyō. Al menos esta es la tesis de
un seguidor del filósofo Eric Voegelin, el politó-
logo canadiense Barry F. Cooper. De acuerdo a
Cooper, estamos ante una patología del espíritu
(“pneumopatología”) de quienes en su rebelión
contra el mundo terminan por negarlo violenta-
mente a favor de una concepción imaginaria. Por
ejemplo, Osama Bin Laden el 11 de septiembre
de 2001 ignorando las víctimas reales mientras
se fantasea desde una actitud narcisista como
un “instrumento de Dios” en medio de una gran
lucha apocalíptica. Peter Sloterdijk (2015) no se
equivoca cuando observa que con el yihadismo
estamos más cerca de la cultura infantilizada del
cómic que en el mundo matizado y complejo de
las novelas de formación de la literatura del siglo
XIX. En un trabajo anterior, afirma:
El islam político […] es capaz de ofrecer a
sus adeptos una “imagen del mundo” fácil-
mente comprensible, grandiosa, teatral y el
Cruz Revueltas — Debates
combate juega un gran papel, una imagen
fundada en la distinción dura entre amigo y
enemigo, sobre una misión victoriosa des-
provista de ambigüedad y una visión final
utópica y embriagante: el establecimiento
del emirato mundial (Sloterdijk, 2007: 306).
Si bien el islamismo radical es la ideología de
la globalización que está disponible para los
jóvenes en el mercado de las ideas (sobre todo
ahora que la izquierda ha dejado de ser interna-
cionalista), una opción que atrae a adolecentes
extraviados de origen checheno, marroquí o
francés, donde se debe reconocer que ella no
tiene viabilidad como política dada su obcecada
fascinación por el pasado, su antimodernismo,
su difícil o quizá nula capacidad para confrontar
la realidad económica y tecnológica, ni para sa-
tisfacer los requerimiento culturales y políticos “Los dictadores siempre
que exige la actual sociedad mundial. En fin,
requieren enemigos
Fukuyama tendría razón al respecto, no esta-
mos ante una alternativa ideológica real. internos para evitar
la crítica y enemigos
El debilitamiento interno
externos para disciplinar
de la democracias a los pueblos.”
El fenómeno más preocupante es el hecho que
las viejas democracias “consolidadas” tam-
bién se están fragilizando desde sus mismas
entrañas. En Estados Unidos, durante la admi-
nistración de George W. Bush, fuimos testigos
del rápido colapso del pluralismo político y de
un acentuado debilitamiento del Estado de
derecho. La imprecisa noción de “guerra con-
tra el terrorismo”, como pudo serlo en México
la “guerra contra el narcotráfico”, hizo pensar
que en Estados Unidos de Bush se estaba tran-
sitando hacia una situación de posdemocracia
(Sloterdijk, 2007: 303). Pero en los últimos tiem-
pos hemos visto una sucesión de hechos alar-
mantes: el avance de políticos populistas como
Donald Trump en Estados Unidos, la victoria del
Brexit orquestada por personalidades como Ni-
gel Farage o Boris Johnson, la conquista de las
53
Debates — Cruz Revueltas
alcaldías de Roma y Turín en Italia por el Movi-
miento 5 Estrellas de Beppe Grillo, el creciente
endurecimiento del autoritarismo de la Hungría
de Viktor Orbán y de la Polonia de Jarosław
Kaczyński, así como la amenazante presencia de
Marine Le Pen en Francia, y ello a pesar de su
derrota electoral.
Este cambio de ambiente fue perceptible
durante la campaña a favor del Brexit y durante
las elecciones a la presidencia en Estados Uni-
dos de 2016. Las campañas alcanzaron un gra-
do pocas veces visto de desapego por la verdad
y de uso de la violencia física y verbal. No olvi-
demos que en el caso del Brexit se llegó el ase-
sinato de la parlamentaria Jo Cox, atacada con
arma de fuego y con cuchillo por un defensor
del Brexit. En el caso de Estados Unidos, Trump
“Estamos ante una descalificó sistemáticamente a grupos ente-
patología del espíritu de ros de la sociedad por su condición (de origen
mexicano, de religión musulmana, burlas a mu-
quienes en su rebelión jeres) y, en el clímax de la vulgaridad, ante un
contra el mundo terminan auditorio complaciente hizo burla de un minus-
válido. A manera de un trol, como se denomina
por negarlo violentamente en internet a la persona que interviene en los
a favor de una concepción foros de discusión haciendo uso de informa-
imaginaria.” ción ofensiva y falsa, el candidato republicano
también hizo constante uso de tuits oportunis-
tas, pulsionales y agresivos como su “¡México
pagará el muro!”, escrito luego de ser recibido
en México por Peña Nieto bajo un protocolo
semejante al que merecen los jefes de Estado.
En este frenesí de “comunicación” durante la
campaña política los dos principales candidatos
a la presidencia de Estados Unidos llegaron a
intercambiar tuits entre las 3 y 4.30 a. m. El uso
de la mentira es un patrón sistemático en el
caso de Trump. Al respecto, basta con recordar
que durante cinco años —desde principios de
2011 a finales de 2016— puso en duda, no sin
implícitos comentarios de tipo racial, el hecho
que Barack Obama hubiera nacido en Estados
Unidos (negando en consecuencia el derecho
de Obama a ser presidente de ese país). El
uso de la mentira fue flagrante también
entre los partidarios del Brexit. Uno de los
54
ejemplos más notorios fue el del autobús
rojo, típicamente londinense, usado por Boris
Johnson en la campaña, en cuyos costados se
anunciaba que la Unión Europea costaba al
Reino Unido 350, 000 libras a la semana a costa
de su sistema de salud. Otro caso evidente de
mentira fue la afirmación que de seguir en la
Unión Europea se produciría una avalancha
de inmigrantes por el inminente ingreso de
Turquía a la Unión Europa. Es de notar también
que tanto los partidarios del Brexit como
Trump defendieron, bajo argumentos falsos,
el proteccionismo mercantil, siendo que se
trata de países altamente beneficiados por
la mundialización (cada día que pasa es más
claro que el Brexit tendrá un altísimo costo
económico y política para el Reino Unido).
En general, la situación es aún más delirante
en internet. El uso de troles se ha vuelto un arma
manejada por profesionales de tiempo comple-
to en el espacio virtual. Kenneth Roth, director
ejecutivo de Human Right Watch, observa que
Estados como Israel y Rusia “no se contentan
con negar la información, despliegan sus pro-
pios troles en las redes sociales, intentan contar
otra historia distinta a la realidad”, y enfatiza
“[…] hay un edificio entero en San Petersburgo
en la cual es la única actividad” (Liberation, 28
de septiembre de 2016). No extraña que los ob-
servadores de la vida política contemporánea
se pregunten si nos encontramos ahora ante
un nuevo tipo de política, una que podemos
llamar “política pos-verdad”. En cualquier caso,
sin duda estamos ante una fuerte tendencia a la
destrucción sistemática e intencional del deba-
te político razonable. Todo ello a favor del mero
uso político de la storytelling (una suerte de
narraciones infantiles destinadas a los adultos)
y de golpes emocionales a fuerza de tuits y de
videos en youtube o facebook. Más aún, vemos
actores semi-leales a las instituciones democrá-
ticas que declaran abiertamente que sólo acep-
tarán el resultado del juego democrático si éste
les favorece (es evidente que será peor cuando
se encuentren en el poder). En fin, pareciera
que estamos ante procesos democráticos con-
vertidos paradójica y trágicamente en procesos
de deslegitimización de la democracia misma.
A pesar de las variantes o agravantes tecno-
lógicas de nuestra época, podemos englobar
este tipo de patologías de la democracia bajo la
denominación que se le ha dado desde la anti-
güedad. Me refiero al populismo. Parafraseando
la descripción que ofrece el politólogo alemán
Jan-Werner Muller (Müller, 2016), el populismo
es una estrategia de simplificación abusiva del
debate estructurada a partir de la idea que el lí-
der populista del caso es el representante exclu-
sivo del pueblo. Una vez adoptado este axioma
la narración que nos ofrece se deduce lógica-
mente: quienes no están con él, “no son el pue-
blo”; y quienes no son el pueblo, no pueden sino
“ser parte del sistema” o verdaderos traidores.
El populismo funciona entonces como un meca-
nismo de exclusión contrario a la pluralidad de
intereses y voces que conforman la condición
misma de una sociedad democrática. De aquí su
potencial peligro. Ahora bien, cuando su convic-
ción ha sido confirmada por las urnas, el popu-
lista, “encarnación misma del pueblo”, no puede
sino desear el predominio del poder ejecutivo y
buscar en consecuencia librarse de toda traba
institucional y constitucional. El dirigente popu-
lista no sólo conformará una basta red de clien-
telas, también tendrá como objetivo el control
total del aparato del Estado y la perennización
en el poder. Todo ello camina a la par de una
fuerte animadversión respecto a lo que pueda
interponerse o negar su relación fusional con el
pueblo, a saber, la sociedad civil y los medios in-
dependientes de comunicación. Pero, cuando el
voto no le ofrece el triunfo, ¿cómo puede el po-
pulista explicar su derrota cuando él mismo “es
el pueblo”? La única salida a este contradicción
lógica se encuentra en la idea de una alteración
intencional de la expresión de la voz del pueblo,
se vuelve entonces necesario recurrir a la teoría
de la conspiración: Trump necesariamente debe
ganar y si pierde ello sólo se puede explicar por
un fraude a gran escala.
Ante este escenario ensombrecido, no sor-
prende que en la actualidad en filosofía y en
las ciencias sociales se hayan marginalizado
las referencias de corte ilustrado, así como las
largas discusiones sobre los consensos razona-
bles, y estén ahora en boga los estudios sobre
las emociones. En efecto, de René Girard a Pe-
ter Sloterdijk hasta llegar a Martha Nussbaum,
para citar algunos casos célebres, el estudio
del resentimiento, la ira y la violencia ocupan
un amplia parte del corpus contemporáneo en
filosofía y en las ciencias sociales. Haciendo eco
a este tipo de enfoques, un conocido especia-
lista de relaciones internacionales, Dominique
Moïsi, nos propone una cartografía mundial
de las emociones (Moïsi, 2015). Si bien nos
describe en ella a una región como “Chinidia”
(conjunto formado por China y la India) donde
aún prevalece la esperanza, en el “mundo mu-
sulmán” domina el sentimiento de humillación
y en Occidente es creciente el sentimiento de
miedo (México se hallaría en una situación
intermedia). Su propia reflexión no es muy es-
peranzadora, pero es evidente que el peligro
de este tipo de enfoques es el terminar con-
fundiendo la foto (estática y aproximativa) y
los estados de humor subjetivos con la realidad
(dinámica y compleja).
Democracia y civilización
Concluyo con dos observaciones. En primer lu-
gar el hecho que una figura como Trump ejem-
plifica a la perfección lo que los antiguos grie-
gos veían como el modelo de hombre menos
deseable: el individuo marcado por la hybris,
por el exceso y la desmesura, el hombre que
no sabe limitarse ni contenerse. Si Platón abo-
ga por hacer rey al filósofo, entre otras razones
ello se debe a que el filósofo es el hombre que
tiene control de sí mismo; en todo diferente al
tirano, el hombre de la hybris, que no se con-
trola ni siquiera a sí mismo. Que el individuo
sepa conducirse bajo normas aceptables me
Cruz Revueltas — Debates
lleva a mi segunda observación. Para explicar
la sorprendente aparición, a la vez sin contacto
y “simultanea”, de las grandes religiones y de
la filosofía durante la llamada Era Axial (perio-
do histórico en el que aparece el budismo, el
brahmanismo, el judaísmo, el taoísmo, confu-
cionismo, zoroastrismo, los legisladores como
Solón y los grandes filósofos de la antigüedad
griega), Ernest Gellner sugería que ello podía
deberse a la necesidad, en el contexto de la
aparición de pequeñas ciudades, de normas
que pudieran valer más allá del ámbito tribal.
Nuestra época enfrenta un desafío semejante:
necesitamos normas y modos de convivencia
de tipo universalista (y por ende democráticos)
que hagan posible la convivencia en nuestra
pequeña aldea global. La reaparición de “hom-
bres carismáticos” y de habla vociferante, así
como de reivindicaciones de tipo identitario
(nacional, religioso, regional), hoy en día en
boga, no responden a este desafío. Prolongan-
do a Sloterdijk, diríamos que ellas se antojan
“poshistóricas”, es decir, son sólo la repetición
de una vieja y trillada historia (como lo sería
la idea de una confrontación eterna entre
Occidente y Oriente), ese género de historias
sólo sirven —como gustaban decir los antiguos
griegos— para hacer dormir a los niños, y no
ayudarán en nada a salvar a nuestro preocu-
pante siglo XXI. m
Referencias
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nia, Suhrkamp.
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tica, laicidad, Barcelona, Anagrama.
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Flammarion.
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seur, septiembre
Worms, F. (2016), “Le temps de l’impudence”, Liberation,
21 de octubre.
55
Debates — Álvaro Aragón
La democracia frente
al populismo. La utopía
de la igualdad y la
libertad en riesgo
C
on cierto optimismo, Norberto Bobbio afirmaba
que la historia de Occidente está impregnada por
una utopía: la aspiración por alcanzar la libertad
y la igualdad. Una aspiración que en una época
revelaba que el movimiento de la historia empujaba hacia
el reconocimiento internacional de los derechos y la afirma-
ción de la democracia como forma de gobierno para garanti-
zarlos y asegurar la paz. Una triada —democracia, derechos
y paz—, que prefiguraba un progreso político de la humani-
dad. No obstante, parece que estamos frente a un desencan-
to generalizado con la democracia, pero sobre todo con la
lentitud para dar respuesta a los problemas que enfrentan
hoy la mayoría de los Estados: bajo crecimiento económico,
criminalidad, problemas medioambientales, mayor concen-
tración de la riqueza y poca distribución, flexibilización la-
boral, pocas oportunidades para las nuevas generaciones y
un largo etcétera. Es un escenario, evidentemente, propicio
para el surgimiento de demagogos y populistas. Políticos, lí-
deres carismáticos que aprovechando ese descontento pro-
meten instaurar la verdadera democracia, prometen repre-
sentar verdaderamente al pueblo y dar respuestas rápidas.
¿Representan algún riesgo estos brotes populistas? En
buena medida depende de la capacidad y solidez de las
56
propias democracias, de sus instituciones y de sus ciudada-
nos. Pero el riesgo de que degenere en otra cosa es real, es
decir, de que la democracia se convierta en otra cosa y con
ella se trastoquen los valores con los que históricamente se
le ha asociado: igualdad y libertad. El riesgo es alto. Si bien
es cierto que hoy hay muchos consensos internacionales,
pactos y acuerdos sobre la importancia de los derechos y
la democracia como forma de gobierno para garantizarlos,
también es cierto que la historia reciente nos enseña (nos de-
bería enseñar) que en materia de derechos también se puede
retroceder y que la democracia puede degenerar en otra
forma de gobierno peor como la dictadura. No es gratuito
que en la historia del pensamiento político se haya planteado
recurrentemente la posibilidad de la degeneración y corrup-
ción de las formas de gobierno. En este sentido vale la pena
preguntarse si el populismo puede representar un riesgo que
nos conduzca a la degeneración de la democracia. Otra for-
ma de gobierno que lejos de afirmar los valores de la igualdad
y la libertad, que hoy encarnan en los derechos, y hacer posi-
ble el ideal de soberanía popular, se cancelen.
Para responder a lo anterior, trataré de describir breve-
mente, primero, cómo la democracia históricamente está
asociada a los valores de la igualdad y la libertad. En seguida
planteo que en el siglo XX, tras la Segunda Guerra Mundial a
nuestros días, un tiempo breve, pasamos de un momento de
optimismo, a uno de desencanto y que rápidamente se ha
tornado en una confusión con el populismo. Por último, re-
flexiono sobre algunas posibles respuestas a esa confusión.
La democracia y sus valores: igualdad y libertad
Sabemos que la democracia ateniense surgió a partir de
una serie de reformas introducidas por Solón, Clístenes y
Ephialtes (Petrie, 1932: 23). La mayoría de estas reformas
se dieron paulatinamente y tuvieron como objetivo restarle
atribuciones a la aristocracia. Por ejemplo, se creó junto al
Areópago la Heliea, tribunal que permitió que clases medias
participaran en las decisiones colectivas, lo que debilitó el
poder político de los aristócratas. La creación del demos,01 y
su reconocimiento como unidad político-territorial, desplazó
el criterio aristocrático del parentesco por el de vecindad,
01 . El demos es la división administrativa básica en que se dividía el te-
rritorio de la antigua Atenas. Para un análisis de su desarrollo, véase
Walker (1927).
Álvaro Aragón — Debates
por Álvaro
Aragón Rivera
Profesor-investigador de
tiempo completo en la
Universidad Autónoma de
la Ciudad de México. Es
Director de Andamios. Revista
de Investigación Social.
lo que contribuyó a ampliar la participación política. Son las
reformas de Clístenes las que permitirán una mayor partici-
pación al demos en la estructura institucional; la creación de
magistraturas colectivas, tribunales populares y particular-
mente el desplazamiento de muchas de las atribuciones del
Areópago a la Asamblea, ampliaría las posibilidades de parti-
cipación al demos como ninguna otra forma de gobierno (Pe-
trie, 1932: 100-101). Sería precisamente con Ephialtes que
se limitaron más las funciones del Areópago dejando bajo su
jurisdicción sólo los casos de homicidio (Walker, 1927: 98);
con él se introdujo el sorteo para la mayoría de las magistra-
turas a excepción de aquellas que requerían conocimientos
técnicos, como los cargos militares. Gracias al mecanismo
del sorteo como método de selección y el pago a los más po-
bres para asistir a las asambleas, la participación política se
extendería a la mayor parte de los ciudadanos, lo que daría
el sello distintivo a la democracia: el demos ejerciendo el po-
der político. Quizá es necesario señalar que muchas de estas
reformas no se hicieron en nombre de la democracia, sino en
nombre de la igualdad.
Si bien es cierto que como realidad política en Atenas no
duró demasiado tiempo, es cierto que muchos pensadores
tienen como referente a la democracia como una manera
57
Debates — Álvaro Aragón
de organizar el poder político. Por ejemplo, Ma-
quiavelo y Montesquieu distinguen entre mo-
narquías y repúblicas, y reconocen que éstas úl-
timas pueden ser aristocráticas o democráticas.
Montesquieu asocia el valor de la igualdad como
resorte distintivo de la democracia. Maquiavelo,
en los Discursos sobre la primera década de Tito
Livio, pone como condición para la existencia y
supervivencia de una república la “equidad”. El
florentino afirma que donde hay desigualdad en-
tre nobles y plebeyos, no es posible otra forma
de gobierno más que el principado. Tocqueville,
por su parte, reconocerá que la igualdad es el
carácter natural de la democracia.
Curiosamente, los juicios negativos sobre la
democracia, se deben a estas reformas iguali-
tarias que daban mayor libertad política a los
pobres y a la pobreza de las deliberaciones
en las asambleas. Sabemos que las críticas de
Platón y de Aristóteles son duras. El primero
“La historia de Occidente la asociará con la anarquía, con un gobierno
está impregnada por licencioso por el exceso de libertad. La de-
nuncia de Platón de que la asamblea estaba a
una utopía: la aspiración disposición de demagogos que buscaban enri-
por alcanzar la libertad quecerse a costa de la estabilidad y la garantía
de un orden justo, evidencia el malestar que
y la igualdad.” provocó en el filósofo. Los excesos del demos
no sólo habían llegado al grado de condenar
al hombre más justo de Atenas, Sócrates, sino
sobre todo porque le parecía una desmesura
que sus miembros no reconocieran las diferen-
cias sociales, y justo esa situación sólo podía
conducir al deterioro generalizado del orden
social. Que en las asambleas pudiera participar
cualquier miembro del demos contribuyó a
que muchos maestros de retórica, sofistas, lle-
garan a Atenas y cobraran altas sumas por sus
enseñanzas. Lo que para Platón sólo era mues-
tra de la degradación moral del demos, ya que
los sofistas no enseñaban el verdadero arte de
la retórica que es la búsqueda de la verdad y
la justicia, sino buscaban satisfacer sus propios
intereses. Justo la descripción de Aristóteles es
que la democracia es una forma de gobierno
incapaz de resolver los conflictos entre ricos y
pobres, una forma de gobierno en la que los
58
pobres buscan su interés propio. Aristóteles
también afirma que la demagogia es una de las
formas posibles de la democracia, del gobierno
de la mayoría. Es demagógica la democracia
cuando gobiernan la masa y no la ley. A dife-
rencia de Platón, Aristóteles sostiene que la
alternativa a la demagogia no es el gobierno de
los técnicos, sino el gobierno del pueblo que se
mantiene dentro de límites establecidos por la
Ley (Pazé, 2016: 121). Para Platón los excesos
del demos inevitablemente conducen a que la
democracia degeneré en un gobierno tiránico.
Tras ese experimento no hay más democracia
en muchos siglos.
Optimismo y desencanto
Quizá resulte exagerado afirmar que vivimos
un momento parecido al que Platón observa-
ba. Tras la Segunda Guerra Mundial parecía
que la historia de Occidente caminaba hacia
la progresión y consolidación democrática.
Muchos regímenes dejaban atrás las formas
autoritarias o dictatoriales de gobierno, para
incluir instituciones democráticas. Un pesi-
mista como Bobbio afirmaba en su obra El
futuro de la democracia (1996), que si bien
el futuro parecía incierto, también reconocía
que allí donde la democracia echaba raíces
difícilmente retrocedía. Habermas (2005), más
cauteloso, afirmaba que la defensa de la liber-
tad que ofrece la democracia dependía de lo
que hicieran con ella los ciudadanos. La demo-
cracia que se desarrolló en todos los Estados
(con todos sus matices) incorporó el sistema
representativo, la división de poderes y un
conjunto de derechos, que materializaban en
mayor o menor medida los valores de libertad
e igualdad, como una medida para frenar los
abusos del poder. Estos límites al poder que-
daron plasmados en cartas constitucionales.
Lo anterior dio lugar a un proceso en el que
las constituciones juegan un papel central en
la determinación de las relaciones políticas y
sociales en un Estado. Se trata de una forma
de Estado en el que se limita al ejecutivo y a los
congresos o parlamentos, democráticamente
electos con el objeto de proteger los derechos
de los ciudadanos de los abusos de poder. La
Unión Europea como proyecto económico
y político parecía un símbolo de ese avance
democrático. Sin lugar a dudas, puede reco-
nocerse como un momento de optimismo, ple-
namente justificado que, por llamarlo de algún
modo, representa un cambio en el plano de las
instituciones políticas a nivel internacional.
Ahora bien, este optimismo pronto ha pasa-
do y se ha transformado en un desencanto. Un
desencanto en las democracias por los pésimos
resultados. Por la incapacidad de los gobiernos
de responder adecuadamente a los problemas
que enfrenta. En Europa la crisis financiera ha
colocado a miles de personas en el desempleo.
La ilusión de un Estado de bienestar parece ser
el sueño de una vieja época. Una época tan
lejana en la que el Estado tenía la capacidad
para organizar la vida política, económica y
social; una época que se caracterizó por altos
índices de empleo, prestaciones sociales y la
expectativa de que los hijos podían esperar un
futuro mejor que el de sus padres. Este viejo
sueño vive su peor pesadilla: ajustes y recortes
al gasto social han lanzado a la calle y al des-
empleo a millones de personas; la prioridad de
los intereses económicos frente a la protección
de los derechos sociales parece ser la política
corriente; la ecuación que aseguraba que una
mayor distribución de la riqueza se garantizaba
con crecimiento económico, ya no se sostiene;
la flexibilización y la precariedad en el empleo
parecen ser la moneda de cambio de los go-
biernos para garantizar inversión. Los costos
de la irresponsabilidad de una economía sin
contrapesos reales los absorben las franjas
medias y más pobres de los Estados europeos.
En América Latina el escenario se ve agravado
por la fragilidad institucional de los Estados, lo
que se refleja en altos índices de desigualdad,
pobreza, corrupción e impunidad. En suma, el
deterioro y desprestigio de lo público aunado
a la incapacidad de los gobiernos para frenar a
“los poderes salvajes” (para usar la expresión
de Luigi Ferrajoli), económicos, religiosos, cri-
minales, etcétera, parece colocarnos en un
callejón sin salida.
Confusión
Frente a este panorama que se revela desas-
troso, también asistimos a un momento de
confusión. La democracia es presa de la dema-
gogia, de fenómenos como el populismo. Lo
que observamos son serios cuestionamientos
sobre el carácter democrático de algunas ins-
tituciones reconocidas en los Estados consti-
tucionales, y agravado con el malestar social
por los pésimos resultados; corremos el riesgo,
como afirma Luis Salazar, de traducirse en un
malestar ya no en la democracia sino con la
democracia (Salazar, 2012: 12).
Un escenario como este es propicio para el
surgimiento de fenómenos como el populismo.
Hay muchas discusiones sobre qué es el populis-
mo. Desde las que afirman que se trata de una
organización o movimiento, o política ideológi-
ca que apela al pueblo como un sujeto que se
opone al status quo o a un poder hegemónico
(Di Tella, 1973; Laclau, 1978), o una identidad
popular que no se puede definir y que es un
concepto vacío que debe ser ocupado (Laclau,
2005); o un “conjunto articulado de hábitos, tra-
diciones, símbolos, valores, mediaciones, acti-
tudes, personajes e instituciones” (Bartra, 2008:
10), es decir, una cultura populista. Pero como
el pueblo es una abstracción y es ante todo un
mito, permite superar ciertas contradicciones.
Así, si bien no es posible un marco común que
defina a todos los populismos, si es posible
“reconocer hábitos autoritarios, mediaciones
clientelares, valores anticapitalistas, símbolos
nacionalistas, personajes carismáticos, institu-
ciones estatistas y, muy especialmente, actitu-
des que exaltan a los de abajo, a la gente sen-
cilla y humilde, al pueblo” (Bartra, 2008: 10). El
populismo no se identifica exclusivamente con
una ideología. Hay populistas de izquierda y de
Álvaro Aragón — Debates
derecha, y en este sentido puede ser compatible
con cualquier ideología. La apelación al pueblo
o el líder carismático no es exclusiva del populis-
mo. Los demócratas también apelan al pueblo,
por ejemplo los republicanos y teóricos de la
sociedad civil apelan al pueblo cívico.
Si bien es común que se asocie el populis-
mo con la exaltación de la identidad particular
del pueblo, los populistas toman una parte
de la pluralidad que constituye al pueblo y la
asumen como la totalidad, entonces el pueblo
del populismo son los pobres, o los obreros,
los indígenas, una raza en particular, un mo-
vimiento, o bien una organización política. El
populismo destaca como signos positivos los
rasgos de su pueblo para contrastarlos con
otros negativos (los pobre frente a los ricos, lo
nacional frente a lo extranjero). Lo que no re-
conocen los populistas es que el pueblo de las
sociedad altamente diferenciadas es un todo,
plural, no homogéneo, constituido por ciuda-
danos plurales, con los más diversos intereses
y las más variadas ideologías.
Así, la pregunta es: ¿qué distingue al popu-
lismo? Si sus rasgos son tan diversos que no
permiten distinguir con claridad su naturaleza,
lo que queda son las condiciones de emergen-
cia en las que surge: “La condición de emer-
gencia de una movilización populista es una
crisis de legitimidad que afecta al conjunto del
sistema de representación” (Pierre-André Ta-
guieff, citado en Hermet, 2003: 8). Asimismo,
está su relación con el tiempo. Los populistas
cautivan a su pueblo con la promesa de res-
ponder rápidamente a sus expectativas. Sim-
plifican la realidad política y comunican a su
pueblo lo que éste quiere escuchar. Lo anterior
genera un tipo de comunicación política parti-
cular, donde “lo que es típico del populismo es
por lo tanto el carácter directo de la relación
entre las masas y el líder, la ausencia de media-
ción de los niveles intermediarios, y también
el hecho de que descansa en la espera de una
realización rápida de los objetivos prometidos”
(Jaguaribe, citado en Hermet, 2003: 10). La
rapidez para cumplir con las expectativas del
59
Debates — Álvaro Aragón
pueblo sólo se consigue si los líderes populis-
tas no tienen intermediaciones que obstaculi-
cen la respuesta inmediata.
Y es en este sentido que el populismo es un
peligro para la democracia y sus instituciones.
Líderes carismáticos que apelan a deseos, te-
mores y pasiones de su pueblo y que prometen
respuestas inmediatas. Para el populista las
instituciones representativas no son otra cosa
que meros formalismos, límites a la verdadera
soberanía popular. Si la constitución, la rigidez
constitucional, el control de constitucionalidad,
la división de poderes y algunos derechos son un
obstáculo para responder rápidamente a las de-
mandas del pueblo, deben ser eliminados por-
que en última instancia lo que hacen es limitar la
voluntad popular. En el fondo, lo que subyace es
la idea de que es mejor el gobierno de los hom-
bres (el líder, que es la encarnación del verdade-
ro pueblo) frente al gobierno de las leyes.
En algunas expresiones populistas el pueblo
es asumido como la mayoría. Por tanto, asumen
que todo lo que las mayorías deciden es legíti-
mo y, por ende, democrático. Se trata de una
concepción que reduce la democracia al princi-
pio de mayoría y pierde de vista la complejidad
del entramado de reglas que operan junto a
la de mayoría. Asumen que toda decisión por
mayoría es democrática y por tanto legítima,
se trata de la omnipotencia de la mayoría. Justo
las democracias hoy también establecen límites
a las mayorías porque el riesgo de que algunas
decisiones resulten suicidas es muy alto.
Otras expresiones populistas sostienen que si
los ciudadanos participan de manera directa en
más decisiones, un régimen es más democrático
porque el pueblo ejerce el poder sin intermedia-
rios. Es la idea de que las decisiones tomadas en
la plaza pública por aclamación o a mano alzada
son más democráticas que las que se toman me-
diante los mecanismos del sistema representati-
vo. Se trata de una expresión en la cual un parti-
do, un político, un grupo o un líder carismático,
son la encarnación del pueblo (de la mayoría) y,
por tanto, tienen no sólo la razón, sino el deber
moral de imponer su voluntad. Estas expresiones
60
asumen que la personalización del poder es el
remedio contra los retos actuales.
Una expresión populistas es un riesgo para
la democracia si rechaza los límites y contro-
les impuestos constitucionalmente. Ven en los
arreglos institucionales como la rigidez consti-
tucional, la división de poderes, la supremacía
de la constitución, el papel de los jueces y la
sustracción de los derechos a la voluntad de la
mayoría como un atentado contra la verdadera
soberanía popular. Además, pierden de vista
dos lecciones de la historia que dieron origen
a estos instrumentos: por un lado, que quien
detenta el poder, tiende a abusar de él, de ahí
la necesidad de limitarlo; y, por otro lado, que
en materia de derechos no todo es progresivo,
también se puede avanzar a paso de cangrejo,
hacia atrás. Baste recordar lo que que sucedió
con el nazismo y el fascismo.
En este sentido, la democracia en los Esta-
dos constitucionales es un entramado institu-
cional mucho más complejo que lo que algunas
expresiones populistas sugieren: consiste en
límites a la mayoría, contrapesos, sistema de
mediaciones y controles establecidos en la
constitución. Es la idea de que en una sociedad
plural los derechos de todos sin exclusión (de
género, raza, origen étnico, preferencia sexual,
etcétera) no pueden ser anulados por las deci-
siones de la mayoría. Asimismo, es la idea de
que el interés común es algo que se construye
políticamente y no es algo dado con antelación.
Así, las democracias actuales con sus grados y
diferencias suponen un complejo entramado
de arreglos institucionales que tratan de hacer
posible la mayor participación de los ciudada-
nos en condiciones de igualdad y que sólo es
posible si se garantiza a los ciudadanos un con-
junto de derechos y se evita el ejercicio arbitra-
rio de cualquier forma de poder.
Consecuencias
Sé que esta confusión se traduce en un males-
tar con la democracia y es aprovechada por
demagogos, como en la antigua Grecia. Justo
el problema es que muchas de las reglas y las
instituciones de la democracia se han mostrado
insuficientes. Pero no es claro que eliminando
las instituciones representativas y los controles
constitucionales se resuelvan los problemas
descritos anteriormente.
Un hecho insoslayable es que la garantía ple-
na de derechos va de la mano del crecimiento
de las economías. Todos los derechos cuestan,
el bienestar también cuesta. De tal suerte que
no podemos obviar el problema económico. No
obstante, estamos frente un cambio de paradig-
ma, de una suerte de retroceso en términos de
modernidad: la asimilación de los intereses pri-
vados como intereses públicos. Lo económico
como rector de lo político.
La historia reciente muestra que una crisis
económica corre el riesgo de traducirse en
una crisis constitucional, en una crisis política
y de credibilidad de la democracia. Esta crisis
económica sólo muestra, como ha señalado
recientemente Ferrajoli, una crisis mayor: “el
vaciamiento de la política y el derrumbe de la
esfera pública. No tenemos ya el gobierno pú-
blico y político de la economía, sino el gobierno
privado y económico de la política” (Ferrajoli,
2014: 47). Lo que se traduce en una inversión
de las esferas, es decir, la pérdida de control y
dirección de lo público sobre lo privado. Esto
impacta directamente a los derechos de las
personas, a la política y a la democracia. Por
ejemplo, los derechos sociales se ven amena-
zados y trastocados por las reglas del mercado:
la mercantilización de la educación, la salud y
la flexibilización del trabajo se convierten en
mercancías disponibles a la lógica de la ganan-
cia. Esta lógica ahora tiene su mirada en los
recursos naturales. Por paradójico que parezca,
la ampliación de los mercados y por tanto la
generación de mayor riqueza, supone ciertos
factores de convergencia, como fuerte gas-
to social en educación, salud y la creación de
fuentes de empleo. No obstante, las medidas
económicas que recetan los organismos inter-
nacionales y que adoptan los Estados, como
la reducción del gasto social, es lo que genera
mayor pobreza y desigualdad.
Impacta a la democracia porque la com-
petencia electoral exige de fuertes sumas de
dinero, que los inversores esperan recuperar,
siempre a costa de lo público, lo que significa
que los gobiernos deben responder en primera
instancia a quienes los financian. Si a esto se le
suma que los Estados están cada vez más supe-
ditados a las instituciones económicas interna-
cionales, inevitablemente se traduce en una es-
casa credibilidad de la democracia. El panorama
no puede ser peor. La degradación de la política
convertida en un espectáculo, en el que la co-
rrupción, la ignorancia y el cinismo son la mone-
da de cambio de las campañas electorales, sólo
es un efecto de este cambio de paradigma.
Algunas consideraciones finales
¿Cómo responder a estos desafíos? Primero, no
es con visiones populistas, demagógicas y vo-
luntaristas que se pueden enfrentar esos desa-
fíos. Populistas como Trump, Chávez y Maduro
deberían ser una advertencia. Es a través del
fortalecimiento de las instituciones públicas y el
Estado de derecho que los derechos pueden es-
tar sustraídos a los vaivenes de la política y del
mercado. Los intereses de los poderes privados
sólo pueden contrarrestarse con otro poder. Un
poder público que tenga la fortaleza y el respal-
do ciudadano significa el fortalecimiento de la
esfera pública en la que los ciudadanos también
tienen mucha responsabilidad.
Habermas (2005), Otried Höffe (2007) y
Ferrajoli (2008 y 2016), con distintos matices,
coinciden en que para responder a los desafíos
globales, los diseños institucionales tienen que
trascender las fronteras estatales. Hoy los Esta-
dos nacionales tienen muy limitadas sus faculta-
des para hacer frente a muchos de los desafíos
que exigen acciones más allá de las las fronteras
estatales. Se requieren instituciones interna-
cionales capaces de evitar que la especulación
económica ponga en riesgo la estabilidad de los
Estados y las expectativas de muchos ciudada-
nos. Se trata de una protección internacional de
ciertos bienes públicos, como “el aire, el agua,
las medicinas, los alimentos básicos y los espa-
cios públicos, como bienes fundamentales para
garantizar su acceso a todos” (Ferrajoli, 2016:
64). Y dada la incapacidad de las economías
para garantizar el pleno empleo, debemos pen-
sar en formas de redistribución de la riqueza
que no estén supeditadas al trabajo como ins-
tituciones publicas que brinden universalmente
los derechos o como el ingreso mínimo univer-
sal (renta básica).
Una respuesta a la falta de la credibilidad en
la democracia representativa pasa por repensar
y dotar de sentido la representación política. Se
trata de repensar los actores, los momentos y
los procesos de su configuración. Se trata de re-
pensar la construcción del espacio público y los
actores sociales como los partidos políticos. Ello
supone poner en el centro de nuestras conside-
raciones tanto al ciudadano como asegurar la
independencia y autonomía de las instituciones
que sostienen al Estado de derecho.
Si queremos que los valores como la li-
bertad y la igualdad sigan siendo la piedra
de toque de esa utopía de Occidente y del
mundo en general es necesario fortalecer la
democracia y a los poderes públicos. Un tema
recurrente de la filosofía política es la pregunta
por la justicia. La democracia incorpora implí-
citamente una tesis que supone aceptar que la
incorporación y protección de los derechos es
la expresión de un orden justo. Este sólo puede
asegurarse tomando en cuenta las amenazas
reales a la libertad y a la igualdad y, en general
a los derechos, y la fragilidad de las institucio-
nes de la democracia. Se puede asegurar si la
democracia y sus instituciones logran limitar a
cualquier poder, público y privado, por medio
de la ley. Como señala Luis Salazar, se dice fá-
cil, pero es muy difícil sobre todo porque hay
condiciones muy adversas y se requiere un
cambio “no solo institucional, no solo legal, no
solo social, sino casi podríamos decir cultural,
en el que la ley deje de verse como un mero
Álvaro Aragón — Debates
instrumento de opresión y pase a verse como
un marco de regulación civilizada de las rela-
ciones sociales” (Salazar, 2016: 142). m
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61
Debates — Mauricio Sanders
Debatir el neoconservadurismo extremas y medios masivos de comunicación
sensacionalistas, unidos, crearon una imagen
en Estados Unidos* de deterioro, de angustia, de fracaso, de
pérdida y de necesaria acción inmediata, que
Trump supo materializar en el lema: “Hacer a
Estados Unidos grande otra vez”.
El neoconservadurismo es un movimiento
de intelectuales, políticos y periodistas en Es-
P
tados Unidos, donde ser conservador es una
ara saber qué hacer con Trump, primero hay que saber qué cosa es Trump. posición política respetable. El movimiento
Aunque no es tarea fácil, después de leer el libro de Jesús Velasco queda está financiado por grandes empresas y fun-
por Mauricio claro que no es un neoconservador. Este libro es una especie de historia oral daciones corporativas. Sus ideas se difunden a
Sanders del neoconservadurismo. A través del contacto personal busca retratar las través de revistas, periódicos, medios electró-
emociones y actitudes de los neoconservadores. Se alimenta de archivos, anécdotas nicos y centros de pensamiento. Tiene especial
Escritor, editor y entrevistas, para tratar de explicar el surgimiento del movimiento y su influencia ascendiente en el Departamento de Estado y
y traductor. sobre la política exterior de Estados Unidos entre 1980-1988 y 2000-2008. el Departamento de Defensa. El movimiento
De acuerdo con este libro, Trump no es una anomalía histórica: es la conclu- rechazó a Trump, pues amenaza con deteriorar
sión lógica del desconcierto generalizado producido una crisis política que se ha todavía más la frágil salud de la democracia
venido gestando en Estados Unidos desde finales de los años sesenta. Donantes estadunidense, pero no tuvo fuerza para derro-
millonarios, organizaciones con consignas monotemáticas, activistas con ideologías tarlo en las elecciones primarias.
Si bien muchos son miembros del Partido
Republicano, los neoconservadores no forman
* Reseña de Jesús Velasco, La derecha radical en el Partido Republicano (de Reagan a Trump), Santiago de un partido político ni una organización formal-
Chile, Fondo de Cultura Económica, 2016.
mente constituida. Son un grupo de colegas
62
que intercambian puntos de vista, percepcio-
nes e ideas, sin aferrarse a una declaración
de principios. Luchan por difundir sus ideas,
buscando influir en la política exterior estadu-
nidense. Estos colegas escriben con perspecti-
vas análogas sobre temas similares. Empezaron
como intelectuales, pero llegaron a la actividad
política porque las grandes corporaciones
entendieron la relevancia de invertir en sus
centros de pensamiento, institutos de investi-
gación o publicaciones, con el fin de crear un
entorno político adecuado para ellas.
Para los neoconservadores, las bases fun-
damentales de la política exterior de Estados
Unidos deberían ser el mantenimiento del
poder militar estadunidense, el repudio a que
Estados Unidos se ate a las instituciones inter-
nacionales, la creencia de que la paz se logra
por medio de la fuerza y la promoción de la de-
mocracia como el mejor antídoto contra el an-
tiamericanismo. Los neoconservadores tuvie-
ron especial influencia durante los mandatos
de los presidentes Reagan y G. W. Bush. Con el
fin de la Guerra Fría, perdieron a su enemigo,
Mauricio Sanders — Debates
pero lo volvieron a encontrar en el 11-S. Aun
con el fracaso de la invasión a Irak, es probable
que subsistan como expresión política relevan-
te, tanto en el Partido Republicano como en la
política de Estados Unidos.
Desde la campaña, el neoconservadurismo
se separó de Trump porque este niega posturas
básicas de su programa, que favorece un Esta-
do reducido a su mínima expresión, mientras
que Trump se caracteriza por pedir una mayor
intervención del Estado en casi todos los asun-
tos de la vida pública.
A pesar de que los neoconservadores fa-
bricaron un peligro inexistente para lograr la
guerra contra Irak, se han convertido en una
expresión moderada ante las expresiones
fanáticas, burdas y extremistas de Trump.
México va a necesitar aliados en Estados
Unidos. La lectura de este libro sugiere que
nuestros diplomáticos podrían buscarlos no
nada más en los lugares más obvios. No se-
rían aliados cómodos, pero como lo decía el
duque de Wellington: “Solo un enemigo es
peor que un aliado”. m
63

P O R TA F O LI O
reseña de Pablo Kunst
Co-fundador de la Escuela Superior de Diseño
de Rosario. Miembro designado de la Alianza
Latinoamericana y del Caribe de Diseño, así como
del Proyecto Educación del Diseño – ICOGRADA.
LA P O ST VISU A LIZ A CIÓ N
por Julio Broca
M
uchas veces la gente, en general, ve
sin mirar, vemos sin mirar pues, ve-
mos lo cotidiano, lo que nos aparece
intempestivamente, casi como por
sorpresa y solamente percibimos a través de los
estímulos visuales sin percatarnos que existe, de-
trás de cada mensaje visual tomado y denominado
como lo cotidiano, una intencionalidad de reflexión
frente a los avatares de la vida cotidiana.
Julio Broca reflexiona de manera metafórica,
sublime y sumamente descriptiva, a través de
la narrativa de sus carteles, una ineludible em-
patía entre su obra y el receptor, de manera tal
de hacerlo y comprometerlo en un pensamiento
paralelo al del mismo autor.
La sensibilidad a la pluralidad sensitiva, es
característica del autor; cada imagen obtenida
genera en el desprevenido receptor, una inter-
pretación inequívoca del propósito de cada uno
de sus carteles, preponderando de esta manera,
el sentido de su existencia; en definitiva, el cartel,
como medio de comunicación masiva, es o debe-
ría ser o transformarse, en precursor de un propó-
sito, cosa que el autor consigue entre tipografía,
cromía y metáfora, aptitud difícilmente alcanzada
por muchos, con una naturalidad y espontaneidad
sin dudas loable.
La naturaleza de los recursos gráficos, cuanto
su manipulación fotográfica, dejan de lado los ca-
prichos efectistas aún, cuando la impronta de sus
carteles reflejan, una adecuada resignificación de
su uso e interpretación social, en definitiva, cum-
pliendo con su rol primigenio; un cartel, es aquél
que entre sombras, se inmiscuye en el intelecto
conocedor de la gente y que, inexorablemente con-
duce a la reflexión del comportamiento individual
del individuo comprometido con sus convicciones,
y a quien no, motivarlo a la reflexión, replanteo,
revisión y reconsideración, respecto de su mirada y
hasta alcanzar su sentir, de modo tal de persuadir o
disuadir la estructura unipersonal del pensamiento
D E U N A E M OC IÓN
contemporáneo que por cierto, pareciera por mo-
mentos pretender o procurar apartarse de un nue-
vo siglo que se ha permitido licencias que el mundo
pareciera haber discriminado.
En esta cuidada selección de carteles, se pone
de manifiesto casi como un artista plástico, la duc-
tibilidad narrativa utilizando como medio, y reco-
nociendo visiblemente, la búsqueda producción de
sus propias maquetas, en donde la originalidad de
los recursos, se apegan casi indivisiblemente al con-
cepto y propósito de cada una de sus encomiendas.
La información requerida en cada cartel, más
allá de su denominación como signos verbales in-
tervinientes, muchas veces desafían los principios
básicos del discurso, pero desde su tratamiento,
hasta la elección tipográfica, se transforman en el
vívido ejemplo de un hacedor comprometido con
sus principios y que, desprovisto de inhibiciones,
provee a la sociedad una mirada crítica traducida
al lenguaje universal de las significaciones y rein-
terpretaciones generando desde lo aparentemente
inerte una pieza interactiva sin la necesidad de par-
ticipación física, ya que se trata de un intercambio
de sensaciones entre el gestor aún en ausencia, y
nosotros como intérpretes observadores.
La larga trayectoria y experiencia de Broca en el
discurso gráfico, pone de manifiesto un respetuoso
abordaje frente a los temas producidos; álgidos,
controversiales, indignos, abusivos, desoídos o
desconocidos por la sociedad aún no en comuni-
dad, pero él, aporta mucho más que un grito; pro-
pone mucho más que una reacción intempestiva,
simplemente, con impactantes imágenes nos “obli-
ga” a reflexionar y actuar en consecuencia.
Muchos son los cartelistas en el mundo que
promulgan un cambio de actitud, y desde lo perso-
nal, abrigo la esperanza de que poco a poco, cada
uno de los seres que habitamos este suelo terrenal
sean más, quienes se atrevan con un discurso tan
descriptivo, a evidenciar la sintomatología social
tomando como referente la obra de Julio Broca. m
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Sociedad Abierta —

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CÉSAR LÓ
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Imprenta Pública — Ariel Ruiz
El narcotráfico como gobierno.
Entrevista con Gustavo Duncan
por Ariel Ruiz
Mondragón
Editor. Estudió Historia en
la Universidad Nacional
Autónoma de México
(UNAM) y ha colaborado
en revistas como Este país,
Replicante y Etcétera.
82
E
l tráfico de drogas y los conflictos de él derivados
no sólo han tenido un impacto en materia pura-
mente criminal sino que también han tenido con-
secuencias políticas. Entre éstas se puede destacar,
en los países más afectados por aquella actividad, que los
cárteles han ocupado territorios que han sido descuidados
por el Estado, en los que han llegado a ejercer funciones de
autoridad. Esa situación ha dado como resultado una dis-
puta ya no sólo por el control del mercado de las drogas
sino también por el poder político, especialmente de las
periferias tradicionalmente excluidas, lo que ha derivado en
enfrentamientos violentos que han afectado los procesos
democráticos y la convivencia social en general.
Sobre lo anterior Gustavo Duncan (Cartagena, Colombia,
1973) ha escrito el libro Más que plata o plomo. El poder po-
lítico del narcotráfico en Colombia y México (México, Debate,
2015), en el que presenta una teoría respecto “al hecho de
que gobiernan un pedazo de la sociedad”. Sí, afirma: “Es una
nueva forma de dominación en que una clase criminal, por
su posesión de los medios de capital y de coerción, ocupa la
jerarquía superior en espacios donde el orden social ha sido
transformado por el narcotráfico”. Sobre ellos charlamos con
el autor, quien es Doctor en Ciencias Políticas por la Universi-
dad de Northwestern. Ha sido profesor en las universidades
de los Andes y EAFIT, así como investigador de la Fundación
Seguridad y Democracia. Autor de dos libros, ha colaborado
en medios como El Tiempo, de Bogotá, y El País, de Cali.
metapolítica: ¿Por qué escribir un libro como el suyo,
una “exploración del ejercicio de la dominación social
por parte de una clase delincuencial”?
Gustavo Duncan: Esto es un asunto que arrancó mucho
tiempo atrás. Soy colombiano, y en cierto momento me
comencé a preguntar: “Bueno, hay una guerra contra el
narcotráfico; si estos señores deberían ser puramente de-
lincuentes ¿por qué llegan a los niveles que alcanzan?”.
Yo trabajaba en otros temas, en asuntos de políticas
públicas, subsidios de educación y salud, y comencé a
ver en las regiones de Colombia cómo los criminales, los
narcos y —en ese entonces— los paramilitares comenzaron
a convertirse en Estado, a asumir funciones de gobierno.
En ese momento empecé a ver que esto es mucho más
complejo de lo que uno había creído, por lo que había que
dedicarse a hacer un buen libro.
Aparte quería enfocar mi profesión en algo que me gustara
más, y quería escribir un libro sobre este tema; así fue que sa-
qué mi primer libro, Los señores de la guerra, que fue específi-
camente sobre los paramilitares en Colombia, pero cuando lo
terminé era claro que mi pregunta era más amplia: no solo los
paramilitares gobernaban sino muchos otros criminales tam-
bién han gobernado y en muchas otras circunstancias. Allí sur-
gió la idea de hacer un doctorado y hacer una investigación y
una interpretación teórica aún más profundas del fenómeno.
m: Al final usted hace un señalamiento muy importante:
dice que la sociedad “ha estado poco interesada en com-
prender cómo un actor de poder que surgió de la ven-
ta de una mercancía ilícita a los mercados globales ha
gobernado grandes porciones de la periferia de ambos
países”. ¿A qué se debe este desinterés que, creo, no es
sólo de la sociedad sino de periodistas y la academia?
GD: Es difícil decirlo porque incluso a mí en muchas ocasio-
nes me dicen “estás haciendo una apología del narco”, y no
Ariel Ruiz — Imprenta Pública
1
G. Duncan, Más que plata o plomo. El
poder político del narcotráfico en Co-
lombia y México, México, Debate, 2015.
la estoy haciendo sino reconociendo una realidad; les pido
por favor que no maten al mensajero. Creo que estudiarlo y
reconocerlo no significa de ningún modo legitimarlo, que es
el gran problema que hay. Incluso uno puede ver en sectores
de izquierda que legitiman y reconocen el control que, por
ejemplo, las guerrillas puedan tener en una sociedad, pero
en ningún modo quieren reconocer y legitimar que un grupo
armado de un narcotraficante ejerza esa misma función. Hay
diferencias, sí, pero en esencia sigue siendo lo mismo: cobrar
impuestos, impartir justicia, vigilar a la población.
Entonces es muy difícil para la sociedad estudiar un fe-
nómeno porque es políticamente inconveniente. El proble-
ma es que si se quieren hacer políticas públicas y se quiere
comprenderlo, necesariamente hay que asumir la realidad,
y creo que es el papel que yo he cumplido; es decir, pasar de
comprender esa realidad de manera descarnada y despojada
de cualquier prevención y estudiarla sin miedo.
m: Buena parte del libro está construida sobre la distin-
ción básica y fundamental que hace usted sobre las or-
ganizaciones criminales del narcotráfico: la mercancía,
que es la que predomina en la periferia, y, por otra par-
te, el capital, que más bien corresponde al centro. ¿Cuá-
les posibilidades analíticas le dio esta diferenciación?
GD: Esa versión quiere decir que uno puede distinguir el nar-
cotráfico en sus distintas fases operativas si son más intensi-
vas en la mercancía o en el capital; es decir, la droga en sí y
el pago por ella. Eso es interesante en el análisis porque está
relacionado con la geografía del Estado. La razón es porque
la mercancía es mucho más criminalizada que el capital del
narcotráfico, y en ese sentido la producción y el transporte
de la mercancía suele ocurrir lejos del Estado. Por eso es
que fue una oportunidad para las áreas periféricas y exclui-
das de incluirse en los grandes mercados internacionales:
allí, por estar distantes del Estado, se corrían menos ries-
gos, había más posibilidades de protección y allí mismo era
83
Imprenta Pública — Ariel Ruiz
donde podían surgir organizaciones criminales
que asumieran las funciones del Estado.
En cambio, cuando la droga se convierte ya
en capital y después de ser lavado ingresa en
una cuenta bancaria comienza a estar bajo el
control de las instituciones del Estado. Éste re-
gula el dinero de los narcotraficantes, y en ese
sentido la droga no es una amenaza política sino
meramente delincuencial.
Esa es la gran diferencia; me tomó mucho
tiempo darme cuenta de eso, pero son de
esos momentos en los que a uno se le prende
la bombilla y se le ocurre la idea. En realidad
se me venía ocurriendo mucho antes, pero
es en la forma de presentarla cuando queda
total claridad para uno y para los lectores
cuando se pueden hacer esas distinciones. Y
sí, gran parte de la tesis del libro gira en torno
de esa distinción.
m: En ese tipo de diferenciación encuentra
usted clasismo en términos de los aparatos
de justicia. Esto también es una lectura de
la desigualdad social porque usted dice que
en la periferia generalmente están las per-
sonas pobres…
GD: Eso no es nuevo; ahora en criminología
también es una oportunidad porque no se sabe
qué fue primero: el huevo o la gallina. Fue que
las élites criminalizaron lo que hacían los secto-
res subordinados en el narcotráfico, o fue que
éstos encontraron una oportunidad porque te-
nían unas habilidades superiores a las de las éli-
tes para dedicarse a esas actividades. Es decir,
dedicarse a la violencia significa estar dispuesto
a jugarse la vida y tener contactos sociales con
redes criminales; por esto el narcotráfico se
convirtió en una gran ventaja para los excluidos.
Es difícil decir qué fue primero, pero hay
una realidad de a puños: que el narcotráfico
se convirtió, por su propia criminalización, la
segregación, el clasismo y la discriminación de
las autoridades y las decisiones del Estado, en
una oportunidad para los excluidos. Esa es la
gran paradoja.
84
m: Usted habla en el libro de la relativa fortale-
za del Estado tanto en Colombia como en Méxi-
co; pero ¿no fue justamente la debilidad del Es-
tado la condición para el crecimiento del narco?
GD: Claro. La cuestión es que el Estado sí tenía
los recursos y los medios, pero no tenía el inte-
rés de llevar sus instituciones hacia ciertos sec-
tores sociales de la periferia y la marginalidad.
Eventualmente surgió el narcotráfico y estos
sectores resolvieron sus problemas de inclusión;
en el momento en que estos sectores comenza-
ron a acumular poder y a llevar las disputas y la
violencia del narcotráfico hacia secciones más
integradas de la sociedad que eran del interés
del Estado, es cuando éste tuvo que responder y
se vio obligado a desplegar sus recursos.
Esto es muy distinto a los casos de Guinea
Bissau y Sierra Leona, donde el Estado puede
caer y va a colapsar; en este caso es que el Es-
tado se vio obligado a responder y a llevar sus
instituciones a lugares donde no había puesto
su atención. Esa es una de las consecuencias de
la guerra del narco.
Paradójicamente, la guerra del narco va a
ser del Estado, entre otras razones, porque ella
tiene dos sentidos muy distintos: uno, el de las
agencias antidrogas, que lo que quieren es evitar
que la droga llegue a sus usuarios finales, y otro
es el de los gobiernos y los Estados en los países
productores como Colombia y México, donde la
guerra es por impedir que las instituciones del
narcotráfico gobiernen pedazos de la sociedad.
m: Usted dice en el capítulo dedicado a la
guerra en el sentido político que, paradóji-
camente, ese tipo de conflicto ha significa-
do un proceso paulatino de fortalecimiento
estatal en México y en Colombia. ¿Por qué?
GD: Es que el Estado nunca estuvo en muchas
zonas periféricas y fue débil porque no las ne-
cesitaba. El caso de Colombia es más extremo
que el de México, que tuvo al PRI y la revolu-
ción, lo que obligó al Estado a hacer una serie
de transacciones para incluir grandes capas de
la población. Colombia es un país muy extenso
en el que grandes capas de la población aún
viven en regiones apartadas y que fueron go-
bernadas por las guerrillas en un momento en
que éstas eran muy débiles, no amenazaban al
Estado central y podían ser gobierno; el Esta-
do se delegaba en la práctica. Luego llegaron
los narcos y comenzaron a asumir esas funcio-
nes: se enfrentaron con la guerrilla y cuando
se creó el conflicto es que el Estado se vio
obligado a llegar.
Además sucedió otro fenómeno: las élites de
esas zonas periféricas que se habían empobre-
cido ante el crecimiento y la modernización de
la economía y la urbanización, en un momento
dado se encontraron con que tenían recursos, y
la clase política que surgió ya podía competir por
el poder nacional. Se convirtió en mediadora del
narcotráfico, por supuesto, pero sus miembros
se hicieron jugadores poderosos e influyentes a
nivel nacional: podían pedir y reclamar más. Lle-
varon a cabo ese proceso de inclusión.
Por eso el narcotráfico tiene que verse den-
tro de la historia política de estas sociedades:
las transformaciones que está produciendo
son enormes y van más allá de un asunto pu-
ramente criminal. Por supuesto que la mayor
parte de lo que pasó en ningún momento fue
pensado y calculado. La clase política regional
también se peleó con los narcotraficantes:
tuvo que hacer un balance entre el poder que
adquiere por el narcotráfico y el poder que
pierde a manos de los narcotraficantes que los
querían someter a nivel local.
Lo anterior es caótico, como son la mayo-
ría de los procesos de construcción de Estado.
Cuando se hicieron los Estados europeos, proce-
sos que comenzaron muchos siglos antes, nunca
se pensó que se iba a llegar al Estado nación ni
mucho menos a la democracia capitalista oc-
cidental. Estos son procesos fortuitos, pero lo
interesante es prestar atención en que estamos
ante un gran proceso de transformación del
sistema político y de nuestra sociedad a raíz del
narcotráfico. Esto no es solamente una anomalía
provocada por criminales.
m: Al respecto me llamó la atención esta
parte, digamos, reivindicadora de los nar-
cotraficantes. Como usted dice, se puede
hablar de inclusión social. En ese sentido,
¿los narcotraficantes han generado pros-
peridad en comunidades?
GD: El problema es que cuando es una comu-
nidad muy apartada y hay muy poca acumu-
lación de capital no la genera. Eso no lleva un
proceso, una espiral de acumulación; no, lo que
sucede es que esas sociedades se vuelven de-
pendientes de los ingresos del narcotráfico para
permitir la inclusión en el mercado. Es decir, se
encuentra la inclusión en un mercado siempre y
cuando el narcotráfico se mantenga; en munici-
pios intermedios, en cambio, cuando ya existe
un nivel mínimo de acumulación del capital,
la traída de esos capitales va generando ya un
proceso de transformación y de inclusión en los
mercados, de más larga duración. Finalmente,
la mayoría del capital del narcotráfico ¿a dónde
se va a venir? A grandes ciudades, como Bogo-
tá o el DF, porque de una u otra manera lo que
se produce y los grandes servicios del país, que
finalmente van a ser distribuidos hacia la zona
periférica, provienen de esas ciudades, y la pla-
ta finalmente llega a los bancos, a las fábricas,
los servicios y el comercio que están acá.
Esa es la gran diferencia; sin embargo, en el
entretanto los narcos se convierten en quienes
garantizan esa inclusión y generan toda una de-
manda política por mantenerla en un mercado,
de manera directa o indirecta, que se nota en las
votaciones, en el soporte social a la dominación
de los narcotraficantes. Es una expresión políti-
ca de esos procesos de inclusión. La solución de
asuntos sociales que no solamente son materia-
les sino también del orden de la justicia que pro-
veen los narcos, se convierte en una demanda
apremiante, sobre todo cuando hay guerra de
narcotraficantes, que es cuando más se necesi-
tan la protección y la seguridad.
m: En el libro señala en varias partes el
clientelismo…
Ariel Ruiz — Imprenta Pública
GD: Claro, siempre se ha utilizado, pero se agre-
gan dos nuevas variables: uno, un enorme y nue-
vo volumen de recursos que permite la inclusión
en el mercado y, por el otro lado, la protección.
Ahora el patrón no sólo va a dar recursos sino
protección y seguridad cuando es lo más necesa-
rio por las guerras que hay entre los narcos. És-
tas, al ser guerras por el gobierno de la sociedad
en las que un narco se enfrenta a otro, implican
el ataque a la sociedad, y por eso son tan violen-
tas y tan sangrientas. Es una gran paradoja: es
decir, los narcos alcanzan legitimación pero a un
costo en sangre y en muertes enorme.
m: Al respecto me llamó la atención cómo se
desarrollaron en las ciudades, en los secto-
res más marginados, las subculturas crimi- “La sociedad ha estado
nales y cómo fueron utilizadas.
poco interesada en
GD: El caso de Pablo Escobar, que es el más comprender cómo un actor
extremo: había una subcultura criminal, había de poder que surgió de la
unos jóvenes que sintieron que en el proceso de
modernización y de urbanización no tenían nin-
venta de mercancía ilícita
guna oportunidad por las normas establecidas, a los mercados globales
y decidieron crear un sistema normativo alterno ha gobernado grandes
del que es parte la violencia del crimen. Eso pasa
en todas partes, no sólo en Colombia y México, porciones de la periferia
en Medellín o en Monterrey: ha pasado en Esta- de ambos países.”
dos Unidos, y hay películas de ello, por ejemplo
Pandillas de Nueva York. Es un fenómeno masi-
vo. La gran diferencia es que eventualmente los
narcotraficantes pueden encontrar en esas sub-
culturas una oportunidad de mano de obra para
hacer la guerra en lugares de la ciudad donde
establecen el control. Escobar se dio cuenta de
si él iba e invertía dinero en esas comunidades y
contrataba a las pandillas como sus trabajadores
para hacer la guerra, podía someter a los demás
miembros del cártel de Medellín y luego hacer
la guerra contra el Estado. Así, a los pandilleros
que tenían una subcultura por la que se iban a
dedicar al pillaje, al atraco, a la anarquía o al van-
dalismo, de repente les dicen: “Señores, dejen
de hacer esos pequeños crímenes; yo los voy a
disciplinar y los voy a convertir en unos crimina-
les que son capaces de desafiar a un Estado”.
85
Imprenta Pública — Ariel Ruiz
Hoy uno ve las diferencias: yo soy de Cartagena.
Colombia, donde los criminales, los narcotra-
ficantes, nunca utilizaron a las pandillas de los
barrios; si uno se mete a YouTube, puede ver
que las peleas de esas pandillas son con puña-
les, con piedras, con palos. Dan ganas de llorar:
parecen cavernícolas. Pero en Medellín las gue-
rras entre las pandillas de las comunas son con
AK-47, una gran diferencia. Los de Cali no las uti-
lizaron porque eran elitistas: Gilberto Rodríguez
Orejuela se fue con las élites y nunca armó a la
pequeña criminalidad. Cuando revisé la prensa,
encontraba cualquier cantidad de noticias de
asesinatos en moto en Medellín, y en Cali lo que
encontré eran noticias de limpieza social para
evitar que los ladrones se insubordinaran.
m: Llama la atención que no nada más es
“Es el papel que yo un enfrentamiento del Estado contra las
organizaciones criminales sino que éstas,
he cumplido, pasar
en su tarea de dominación, de imposición
de comprender esa de esta regulación social, parece que tam-
realidad de manera bién le fueron muy funcionales al Estado en
ciertos aspectos.
descarnada y despojarla
de cualquier prevención GD: Claro, en el fondo son una delegación del Es-
y estudiarla sin miedo.” tado que se hace del control de las áreas perifé-
ricas. Por ejemplo, al Estado mexicano le costa-
ría mucho proveer servicios, protección, justicia
y garantizar, además, el crecimiento económico
de estas áreas periféricas que no producen nin-
gún tipo de renta para el Estado. Es decir, lo que
podría recuperar de impuestos es nulo, y esto lo
haría pérdida; los cárteles, al contrario, pueden
ofrecer justicia y protección a muy bajo precio.
Esa es la gran diferencia, por ejemplo, entre un
funcionario del Estado y uno de un cártel: la po-
licía del Estado no puede aplicar justicia y sólo
vigila, ya que se tiene que llegar ante un juez,
luego hay un debido proceso y después enviar al
delincuente a una cárcel. Todo eso hay que pa-
garlo, y lo tiene que hacer la sociedad, el Estado.
Es costosísimo aplicar justicia en una población
que, además, no tiene recursos, y no sólo es
costosísimo en dinero sino en tiempo. La gente
quiere que resuelvan el problema del criminal
86
que la tiene azotada, y resulta que hay un juez al
que le tienen que probar que efectivamente fue
él. Eso toma demasiado tiempo.
Un sicario, un halcón de un cártel, en cam-
bio, actúa como juez, conoce a la comunidad y
él mismo aplica el castigo: le da una paliza, lo
destierra, lo expropia o lo mata. En ese senti-
do resuelven un problema de las instituciones
del Estado, ya que los costos de aplicación de
esa institución se reducen en espacios donde,
además, el Estado no cobra impuestos porque,
como tienen criminalizado el narcotráfico, no
tiene cómo extraer recursos. Los cárteles, en
cambio, se especializan en extraer recursos de
comunidades en las que para el Estado no existe
ningún tipo de rentabilidad.
m: ¿En dónde confluyen y dónde entran en con-
flicto estas áreas dominadas, por una parte,
por el Estado, y por la otra por el narcotráfico?
GD: Hay lugares que no tienen por qué ser
controlados por el Estado. Hay, por ejemplo,
un proyecto urbanístico en el que intervienen
hombres ricos. Estos empresarios en ningún
momento van a dejar que sean las instituciones
de los cárteles las que regulen este negocio:
para la sociedad sería muy costoso y sería impo-
sible hacer negocios.
Hay espacios de la sociedad donde el control
de las instituciones de los criminales es total-
mente contraproducente, sobre todo cuando
hay niveles de acumulación; allí el control de los
cárteles es negativo en todos sentidos, no sólo
para los negocios sino para la misma vida social
cotidiana, para las normas, valores y comporta-
mientos de la gente. Cuando los narcotrafican-
tes acumulan poder desde la periferia y quieren
utilizarlo para expandirse, y comienzan a entrar
en esos espacios es cuando el Estado se ve obli-
gado a reaccionar: “Aquí tú no puedes entrar, y si
entras, no hay manera ni siquiera de que la clase
política que aboga por ti te pueda proteger. En-
tonces vamos a responderte a sangre y fuego”.
En esencia esa fue la guerra del narco en Mé-
xico a mediados de los 2000: la clase política de
la periferia perdió poder con la apertura demo-
crática del PRI, los narcos ganaron y acumularon
poder y tuvieron cómo expandirse; en un mo-
mento dado el Estado les dijo: “Un momentito:
está bien que controles al presidente municipal,
al dirigente de un rancho, pero a mí, aquí, ya en
este nivel, no puedes llegar. Vamos a desplegar
nuestro aparato de fuerza”. Que Felipe Calderón
tuvo muchos errores y lo hizo mal, que hubo vio-
laciones a los derechos humanos, estoy de acuer-
do, pero el Estado fue obligado a reaccionar.
m: Vamos sobre las respuestas de la socie-
dad: usted comenta que los empresarios
legales siempre van a preferir que el Estado
regule. ¿Cómo han reaccionado ante el avan-
ce del narcotráfico?
GD: Pongo un ejemplo, que es el caso de los co-
merciantes de Medellín, un grupo de empresa-
rios que tienen bodegas y centros comerciales
enormes en el centro. Eso se hizo originaria-
mente con dinero de lavado del narcotráfico;
a medida que pasó el tiempo y acumularon,
como ellos solamente manejan la parte del
dinero, se dieron cuenta de que dejar en ma-
nos de la mafia, de adolescentes armados, la
regulación y el control de esos negocios es una
irresponsabilidad porque había demasiado di-
nero en juego. Al día de hoy ellos prefieren que
sea el Estado quien los regule y simplemente
aplicar a la corrupción del Estado. Sus negocios
son muy grandes y ya son suficientemente le-
gales y legítimos como para dejarlos en manos
de criminales.
Eso es una respuesta a lo que sucede. El pro-
blema es que para hacer un capitalismo legal,
racional (como diría Weber), son necesarias
instituciones del Estado; en cambio, si vas a ha-
cer un capitalismo de venta de droga y de pura
mercancía, sí se requieren organizaciones crimi-
nales como cárteles, señores de la guerra, pan-
dillas que no ofrecen protección sino al contra-
rio. Así, el valor agregado final de la droga es la
producción de poder para reducir los riesgos; es
un negocio de reducción de riesgos, en esencia.
m: ¿Cuáles son las principales instituciones
de regulación que han impuesto las organiza-
ciones del narcotráfico?
GD: Creo que lo interesante es cuando las or-
ganizaciones coercitivas que regulan el negocio,
los aparatos de los narcos, en cierto momento
dan un salto y comienzan a regular sociedades,
es decir, a administrar justicia y a ofrecer vigi-
lancia en las comunidades. Ese es el punto de
quiebre: cuando hacen eso estamos hablando
ya de otro nivel.
Allí se ve incluso la diferencia entre los ca-
sos de Estados Unidos, México y Colombia: en
el primero hay narcotráfico, hay pandillas que
venden droga, pero en ningún momento ni la
organización de narcotraficantes ni las pandillas
asumen las funciones de gobierno propias del
Estado. Lo que uno encuentra es que lo peor
que puede hacer una organización criminal es
atentar contra un servidor público como un
policía. Eso en el fondo es una demostración de
que la Policía sigue estando a cargo del territo-
rio y que los narcos regulan solamente los asun-
tos de droga. En México y Colombia es distinto,
porque la corrupción es diferente: en Estados
Unidos es simplemente para evitar que la poli-
cía, las autoridades intervengan en un negocio
ilegal; en Colombia y México es para evitar que
las instituciones del Estado interfieran con ins-
tituciones de las organizaciones criminales que
en la práctica gobiernan las comunidades.
m: Otra de las reacciones sociales a este do-
minio de las organizaciones criminales son las
autodefensas en Michoacán, en Guerrero, y
usted habla también de Medellín. ¿Qué ha pa-
sado con estas rebeliones de las comunidades?
GD: Las autodefensas en México son muy
distintas a las que se dieron en Colombia. En
ésta, paradójicamente, las FARC se llamaban
al principio “Autodefensas Campesinas”, y
luego los paramilitares, que eran ejércitos de
los narcotraficantes, se llamaron también au-
todefensas campesinas para defenderse de la
Ariel Ruiz — Imprenta Pública
guerrilla. Esto era parte de una lógica dentro
de la Guerra Fría.
Lo que sucedió en Michoacán es interesante
porque surgieron cárteles nativos como res-
puesta a los cárteles que venían de otras re-
giones de México, como Los Zetas, de Sinaloa,
del Golfo y demás. La población local se cansó
de ser dominada por cárteles y adoptó las mis-
mas instituciones de éstos para gobernarse a sí
misma; eso es básicamente lo que sucedió con
La Familia Michoacana y con Los Caballeros
Templarios. Luego hay sectores medios, que no
son necesariamente narcotraficantes, y que en
cierto momento se rebelan cuando se agota la
capacidad de aceptación de las instituciones de
los criminales. Esto ocurrió porque se traspasó
un umbral moral de dominación: hubo un mo-
mento en que había demasiada humillación que
no era soportable, sobre todo en el tema de las
violaciones, y se creó una forma de autodefensa
con otro tipo de instituciones distintas. En este
caso la resistencia adoptó las instituciones de
los mismos criminales, en un primer momento;
el Estado se vio obligado a intervenir, y luego
vimos que gran parte del aparato coercitivo que
generaron las autodefensas se comenzó a des-
viar nuevamente para transformarse hacia el
control del narcotráfico, hacia la criminalización,
aunque no todas. Pero allí hay un problema de
hacia dónde puede seguir. Eso suele suceder no
sólo en el caso de Michoacán.
m: Cita también el caso de Medellín.
GD: Allí siempre fueron narcos, pero la cuestión
es que cuando se creó la autodefensa de los
hermanos Castaño, al final todo el mundo de-
cía: “Es que se corrompieron”. Pero ellos eran
parte del cártel de Medellín, traficaban con
Escobar desde los años setenta y, simplemente,
los narcos terminaron enfrentados con la gue-
rrilla. Esa es la gran diferencia entre México y
Colombia (a propósito: los narcos colombianos
tuvieron que controlar territorios muy rápido
porque era la única manera de defenderse de
la guerrilla; en México, en cambio, el tema del
87
Imprenta Pública — Ariel Ruiz
narco asumiendo funciones de gobierno pasó
por la apertura democrática).
m: Para hablar justamente de la cuestión
democrática en México y Colombia, ¿cuál ha
sido la relación entre estas democracias del
centro con los autoritarismos subnacionales
que usted señala?
GD: Es un concepto de un profesor mío, Edward
Gibson, quien hablaba del autoritarismo subna-
cional y ponía el caso de México: podrá haber
elecciones y ciertos atributos de la democracia,
pero en la práctica priman relaciones autorita-
rias. A esto habría que agregarle que se trata
de un autoritarismo competitivo: es decir, se
compite en la forma pero las instituciones que
surgen son autoritarias. El narco eleva la apues-
ta porque eso era antes dentro de la misma
democracia; ahora también lo es pero, además,
con armas, que es una forma de autoritarismo
de las más oprobiosas en el sentido del control
de la población. Entonces tendríamos un autori-
tarismo subnacional competitivo armado.
m: También muy vinculado con la relación
mercancía-capital.
GD: Claro: donde está la mercancía es donde se
da ese tipo de autoritarismo y las extensiones
democráticas tienen menos posibilidades de
funcionar. Esto se debe a que cuando la socie-
dad maneja recursos de manera independiente
del Estado, tiene cómo negociar las condiciones
de gobierno con el Estado de una manera distin-
ta que cuando quienes ejercen el poder direc-
tamente son quienes controlan las principales
fuentes de recursos de la comunidad. Entonces
no se crea una sociedad civil.
m: Como usted destaca, los señores de la gue-
rra que existen más a nivel local no han aspi-
rado al poder nacional. ¿En algún momento
pueden dar el salto a aspirar al poder nacio-
nal?, ¿no lo hizo ya con la guerra que sostuvo
Escobar contra el Estado, por ejemplo?
88
GD: El asunto es el siguiente: las guerrillas es-
taban paradas sobre una ideología que se creó
en el siglo XX, con un discurso que además se
fraguó en la gran tensión histórica mundial: la
creación de dos modelos de Estado nación. Lo
que buscan los señores de la guerra en estos
casos es cómo ejercer en la práctica como un
Estado. Eso no quiere decir que no tengan ideo-
logía; hay una que casi es intuitiva. Lo que no
tienen es un gran discurso que esté sustentado
y que les permita expandir esa forma de auto-
ridad más allá de unas comunidades concretas.
Se han dado casos de narcotraficantes que han
querido dar ese salto por su propia acumulación
de poder, pero se estrellan muy rápidamente.
Le pongo un ejemplo: la clase política que
negoció con Pablo Escobar lo hizo por dinero en
un principio; pero cuando vio que Escobar tenía
un proyecto político para llegar hasta la presi-
dencia le pareció imposible. Esto es demasiado
ambicioso y se fue a la guerra contra el Estado.
Muchos políticos que le aceptaron dinero tu-
vieron que ir a pelear contra Escobar, y algunos
fueron asesinados por eso. El hecho de no estar
sustentado en un proyecto ideológico coheren-
te y vendible ante la gran comunidad nacional
hace que los narcos tengan una gran limitación.
Esa es la diferencia con la guerrilla.
m: Usted menciona que en un principio Pa-
blo Escobar no era tan mal visto pese a sus
actividades, lo que ocurre también con va-
rios narcotraficantes mexicanos gracias a su
clientelismo. Esto significa una disputa por
la legitimidad…
GD: Es que siguen siendo legítimos hoy en la zona
periférica. Es una realidad: simplemente vayan,
dense una vuelta, y hay muchas comunidades
para las que son legítimos pues por primera vez
trajeron el mercado y las oportunidades de po-
der. Son reconocidos en la comunidad nacional
y son parte de las noticias. Eso es una realidad.
Obviamente hay situaciones que acaban en
oprobio, en violencia, pero eso continúa porque
es una forma de la sociedad. Y con esto no se
trata de hacer una apología sino de compren-
der un fenómeno de una forma que no sea tan
simplista, de decir que no son unos tontos po-
bres excluidos que se dejan deslumbrar por los
narcos; no, fue una oportunidad de transforma-
ción política real. Si el Estado quiere responder
de manera efectiva tiene que ofrecer algo a
cambio, superior a lo que ofrecen los narcos, y
es necesario que lo haga por el bien de la de-
mocracia, del mismo Estado mexicano y de la
sociedad. Es un exabrupto que pedazos de la
sociedad sean gobernados por criminales; esto
no tiene razón de ser.
m: Por lo que se lee en el libro, los narcotrafi-
cantes han sido tanto transformadores y con-
servadores: buscan una transformación so-
cial y después buscan la permanencia de ella.
GD: Es que son muy prácticos: los narcotrafican-
tes —a diferencia de las guerrillas, que quieren
crear nuevas instituciones impuestas con todo
el discurso marxista— toman las instituciones
locales existentes que a ellos les sirven, las
adoptan y las potencian con recursos y armas.
Pragmáticos, y eso es suficiente para dominar y
gobernar, y no se van a complicar con grandes
discursos y grandes ideologías sofisticadas. Tie-
nen además otra ventaja, y es que como ellos
permiten el acceso al mercado, la misma publi-
cidad del consumo de masas los legitima.
m: Usted señala que hay tres sentidos de
esta guerra contra las drogas: uno que po-
demos llamar internacional, que viene de
Estados Unidos, del FBI; otro, la vertical, que
sostiene el Estado contra las organizaciones
criminales, y, finalmente, el horizontal: las
organizaciones criminales se combaten en-
tre sí. También destaca las guerras horizon-
tales y verticales, que son las últimas dos.
¿Cómo se entrelazan estas tres disputas?
GD: Lo que suele suceder es que el Estado lleva
una guerra simplemente para evitar que la mer-
cancía llegue al usuario final, y hay otras guerras
que no son anticriminales sino políticas, por la
disposición de instituciones de gobierno a lo
largo del territorio. Hay guerras horizontales:
no hay cambios porque un cártel se enfrenta
a otro por las mismas instituciones de control,
que son de los criminales; pero hay guerras ver-
ticales entre el Estado y un cártel cuando éste
pretende imponer y expandir sus instituciones
en el territorio controlado por aquél.
El problema es que por lo general hay un
cártel que acumula más poder y desafía más
al Estado, y éste termina por atacar más a ese
cártel mientras los otros cárteles se favorecen.
También hay corrupción, y es masiva; hay cier-
tos funcionarios del Estado que cumplen con el
mandato de perseguir a un cártel, pero lo hacen
no sólo por convicción sino también porque
les está pagando otro cártel. En ese sentido,
son unas guerras en que se cruzan no sólo los
cárteles sino los mismos funcionarios del Esta-
do, lo cual va en contra de esa gran teoría de la
conspiración que dice que el gobierno mexicano
o el colombiano se alían con un cártel. Por lo
general lo que sucede es que hay demasiados
funcionarios y una corrupción masiva.
Lo que también ocurre es que cuando un
cártel amenaza más, las posibilidades de que los
funcionarios lo ataquen y se alíen con el cártel
enemigo son mayores, por razones puramente
políticas y coyunturales. El caso más ejemplar es
el de Colombia y Pablo Escobar, en el que, sin
duda, las autoridades colombianas se aliaron
con el cártel de Cali y con los Pepes (la disiden-
cia del cártel de Medellín) para acabar con Esco-
bar porque era la principal amenaza.
m: En México con la llegada de la democra-
cia se perdió el control sobre las bandas de
narcotraficantes, que adquirieron mayor
autonomía y mayor poder. En términos muy
generales: para conservar la democracia,
¿qué medidas políticas se pueden tomar
para combatir el narcotráfico?
GD: Sería demasiado pretencioso que yo qui-
siera decirle a los mexicanos cómo manejar
Ariel Ruiz — Imprenta Pública
su democracia, sobre todo porque conozco
más lo del narco y del sistema político más
amplio. Pero una recomendación, en lo per-
sonal más que como experto, es que si bien
la democratización fue una oportunidad para
los narcotraficantes, no por eso la sociedad
mexicana debe renunciar a la democracia.
Sería el peor error.
La cuestión es democratizar aun con la
amenaza del narcotráfico, llevar las institu-
ciones y ampliar el espectro de regulación del
Estado, y me refiero a la de las instituciones
democráticas. Que los narcotraficantes con-
trolen el narcotráfico, pero también el gobier-
no de la sociedad no tiene sentido. Hablo que
los mexicanos deben tratar de ampliar esa ca-
pacidad de regulación de la sociedad. Eso no
es fácil hacerlo, toma mucho tiempo, muchos “Dedicarse a la violencia
recursos, pero es el desafío; es decir, retroce-
significa estar dispuesto
der en la democracia sería el peor exabrupto
que se podría dar. a jugarse la vida y tener
contactos sociales con
m: En México se han puesto en la palestra
varias veces logros que ha tenido induda-
redes criminales, por eso
blemente Colombia en la lucha contra el el narcotráfico se convirtió
narcotráfico. Aquí, incluso, al principio de
en una gran ventaja
este gobierno estuvo Óscar Naranjo. ¿Qué
experiencias exitosas de su país piensa que para los excluidos.”
podrían aplicarse en México?
GD: En ese sentido, poder llevar justicia, segu-
ridad, planes de construcción de comunidades.
Ese aspecto operativo claro que se puede apli-
car. Pero lo que sí hay que considerar y tener
muy en cuenta es que la historia política de
ambas sociedades es muy distinta. Política-
mente la gran estrategia de lo que se puede
aplicar en Colombia no necesariamente se
puede aplicar en México.
Ahora, Colombia fue obligada a responder a
todas estas amenazas mucho antes que Méxi-
co. Aquí fue a partir del 2000, cuando sucedió
la democratización, que se salió de control el
narcotráfico y que el Estado se vio obligado a
responder; Colombia desde principios de los
ochenta ya venía con ese problema. m
89
Imprenta Pública — David Miklos
Brevedades distópicas
“Del rigor en la ciencia”, Jorge Luis Borges, en El hacedor, 1960:
...En aquel Imperio, el Arte de la Cartografía logró tal
Perfección que el mapa de una sola Provincia ocupaba
toda una Ciudad, y el mapa del imperio, toda una Pro-
vincia. Con el tiempo, esos Mapas Desmesurados no
satisfacieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron
un Mapa del Imperio, que tenía el tamaño del Impe-
rio y coincidía puntualmente con él. Menos Adictas al
Estudio de la Cartografía, las Generaciones Siguientes
entendieron que ese dilatado Mapa era Inútil y no sin
Impiedad lo entregaron a las Inclemencias del Sol y de
los Inviernos. En los desiertos del Oeste perduran des-
pedazadas Ruinas del Mapa, habitadas por Animales y
Por Mendigos; en todo el País no hay otra reliquia de
las Disciplinas Geográficas.
(Suárez Miranda: Viajes de varones prudentes, libro
cuarto, cap. xlv, Lérida, 1658.)
1. De alguna manera, Borges escribió e inventó “El Aleph”
—relato y, digamos, concepto— para pasar a la poste-
ridad como el primero y el último de los escritores de
todo el orbe.
por David Miklos Cuando uno se asoma a sus páginas y al propio abismo
de simultaneidad que es el Aleph, la historia toda, es in-
Escritor y profesor asociado de la evitable verse allí mismo, tanto en el momento presente
División de Historia del CIDE, en donde como en todos los tiempos y, al mismo tiempo, en ningún
se desempeña como jefe de redacción
mundo, ni siquiera en un mundo aparte.
de la revista de historia internacional
Istor. Es columnista de la revista Literal. Lo mismo ocurre en el fragmento previamente leído, que
forma parte del apartado último de El hacedor, llamado “Mu-
seo”, libro publicado 11 años después de El Aleph (1949).
90
En ese mapa del mundo idéntico al mundo, el espacio y
el territorio se repiten uno sobre el otro, pero no consi-
guen coexistir y el mapa creado se convierte, ya se sabe,
en una ruina.
2. Muchos años después (44, para ser más preciso), en París,
una escritora nacida en Buenos Aires, Argentina, en 1971,
escribió e ilustró un relato, mejor aún, una fábula que dia-
loga no sólo con ese Borges ubicuo y omnipresente (para
no decir omnipotente), sino con el mejor Italo Calvino,
otro obseso de la creación de mundos idénticos al mundo,
si bien trasladados a otros mundos.
En Sophie La Belle y las ciudades en miniatura, su auto-
ra crea una aparentemente utópica Ciudad Continental,
que representa el grado último de la Civilización mayús-
cula y en la cual todo es armónico y perfecto.
Es allí, en ese nuevo orbe, donde la protagonista del
relato crea una serie de ciudades en miniatura que, reu-
nidas, serán una suerte de réplica metafórica, mejor aún,
alegórica de esa grande y lograda Ciudad Continental.
La utopía, sin embargo, pronto cede o se desvela y
muestra su verdadera cara, aquella de una muy evidente
distopía, en la cual el presente (que en el libro es un pre-
sente pretérito) es vencido por la erosión inclemente del
tiempo a la vez pasado y futuro.
3. Permiso para una digresión.
Llevo los últimos meses viendo, cuando la vida me lo
permite, una serie llamada Black Mirror, cuyo tema pare-
ce ser el impacto que las nuevas tecnologías, diseñadas
para el consumo personal, tienen o tendrán sobre noso-
tros en un futuro no muy distante.
Más allá de ese anzuelo o de esa carnada, la serie tie-
ne como protagonista ulterior la memoria humana, esa
abstracción informe incapaz de convertirse en sustancia
David Miklos — Imprenta Pública
Gisela Hef fes , Sophie La Belle and the
2 Miniature Cities/Sophie La Belle y las
ciudades en miniatura , Hous ton, Lite -
ral Publishing, 2016.
u objeto, un flujo de recuerdos que apenas pueden ser
vertidos en imágenes fijas o en movimiento, grabaciones
de voz o palabras impresas, pero que, al final, no serán
más que una pálida réplica de un momento original y para
siempre desaparecido.
Así las cosas, Black Mirror nos ofrece un reflejo de lo
que en realidad somos, memoria aparte: la nada.
4. Encuentro en el libro de Gisela Heffes que aquí comento
(así se llama nuestra escritora) una de las distopías más
breves e inquietantes que se han escrito, y es que, entre
sus líneas, descubro un manifiesto a la vez que una adver-
tencia, además de una obra literaria por demás exquisita.
Ya lo dijo Dante en su Comedia, “Oh vosotros los que
entráis, abandonad toda esperanza”.
Sin embargo, Dante fue corto en su visión y en la can-
tidad de círculos del infierno que en su obra nos ofrece.
Hay un círculo más, mismo que ahora nos contiene
y nos refleja, pero no es el décimo círculo sino el círcu-
lo cero, que reproduce, no de manera concéntrica sino
desordenada, los nueve círculos propuestos por Dante,
un círculo que es a la vez el derecho y el revés de dichos
círculos, un círculo que es el todo y la nada y que parece
responder a un nuevo pecado capital.
Un pecado sin nombre.
O un pecado que, como Sophie La Belle, ha perdido,
una a una, las letras de su nombre.
Les dejo a ustedes la tarea de formar ese nombre.
De decirlo en voz alta.
De mirarse en el espejo negro del tiempo sin memo-
ria, el anti Aleph que, día con día, nos refleja en las pan-
tallas de nuestros múltiples dispositivos inteligentes, en
los cuales pretendemos repetir o calcar o reproducir, de
manera perfecta, todo lo que somos.
Que es en realidad lo que, imperfectos, no somos. m
91
Imprenta Pública — Claudia Rivera
Las armas pueden ceder
frente al habitar en común
por Claudia Rivera Hernández
Doctora en Administración Pública.
Profesora Investigadora del
Instituto de Ciencias de Gobierno y
Desarrollo Estratégico de la BUAP.
92
E
ste libro publicado por la Universidad Salesiana y
Ediciones Navarra el año pasado, es un texto obli-
gado para los estudiosos de los campos de la socio-
logía, la filosofía política y la comunicación política,
así como para todos los interesados en reflexionar respecto
a la importancia de lo común en nuestros tiempos. Es un lla-
mado a reconfigurar la comunidad democrática y la existen-
cia del “otro” entendido como los que no tienen los medios
para hablar por si mismos.
Esta obra se publica en un momento donde reflexionar
sobre la condición humana y el valor de lo común se hace
necesario, pues muestran argumentos que permiten la re-
flexión de una manera crítica sobre las sociedades actuales,
la mayoría de ellos ligados a los conceptos de amistad, vio-
lencia y deliberación pública.
Desde el Prefacio, con una lectura ágil y reflexiva, nos
permite distinguir la posibilidad de la comunidad a partir de
lo individual y lo social, donde aspectos como la ausencia
de conciencia colectiva toman forma en nuestro contexto
actual. También analiza el concepto de comunidad desde lo
político, reduciendo el destino común a un escenario poco
esperanzador; en ella la justicia, la ética y los valores que nos
hacen especiales como raza humana, han quedado reduci-
dos al simple hecho de mentir para ganar.
Al respecto, llega a mis recuerdos una noticia publicada
por la BBC el 12 enero de 2017 (disponible en: http://www.
bbc.com/mundo/noticias-internacional-38594515), la cual
hacía referencia a la “posverdad” y explica que el diccionario
Oxford la define como el fenómeno que se produce cuando
“los hechos objetivos tienen menos influencia en definir la
opinión pública que los que apelan a la emoción y a las creen-
cias personales”, y es que, a partir de estos dos elementos, se
generan los consensos y acuerdos que definen el imaginario
social, o en palabras de uno de los sociólogos más producti-
vos de la crítica social del siglo XX, Pierre Bordieu, se formu-
lan las nuevas “representaciones sociales”.
La posverdad tiene sus raíces en el posmodernismo y en
el relativismo. En ella se inventan historias todo el tiempo,
ya no existe la verdad, no necesitas hechos, simplemente
puedes mentir. ¿Pero que nos lleva a explicar esta conduc-
ta?, ¿por qué a pesar de las evidencias científicas, seguimos
defendiendo argumentos con los que nos identificamos a
partir de los sentimientos de placer o dolor? La respuesta
que han dado los psicólogos es que estamos viviendo en
una era donde el “razonamiento científico” no tiene lugar,
y es el “razonamiento motivado” lo que define la forma en
que nuestro proceso cognitivo elabora estrategias incons-
cientes para determinar las conclusiones a las que quere-
mos llegar, más allá de la realidad.
La evidencia de la realidad actual muestra eventos como
los feminicidios, la falta de libertad de expresión, la ausencia
de deliberación pública en los espacios académicos, etcéte-
ra. Todo esto es una muestra de que se ha hecho común la
falta de libertad como garantía individual, la cual es un dere-
cho humano y cívico, cuya ausencia socava los cimientos de
la comunidad democrática. El miedo no tendría porque ser el
sentimiento común que caracteriza a nuestra sociedad.
Desde mi punto vista, Descifrar la comunidad política
arroja análisis relevantes para que el lector pueda generar
su propia perspectiva sobre el concepto y la importancia
de la comunidad, mediante un conjunto de evidencias
Claudia Rivera — Imprenta Pública
Israel Covarrubias y Edgar Morales
3 (coords.), Descifrar la comunidad po -
lítica, Ciudad de México, Universidad
Salesiana/Ediciones Navarra, 2016.
históricas, analíticas y discursivas mostradas a lo largo de
los tres apartados que componen este libro, cuya escritu-
ra nos obliga a entender y comprender otras realidades
ajenas a nuestro entorno; es una llamado a evidenciar a
los “otros”, a los que no tienen voz propia, pues no son
evidentes en nuestra realidad.
La primera parte titulada “La comunidad política, desafíos
contemporáneos”, consta de seis capítulos, donde atiende a
través de metodologías como el análisis histórico, el análisis
discursivo y el análisis de casos, la existencia de la comuni-
dad mediante problemáticas como la inclusión identitaria,
religiosa, histórica o racial, los valores éticos, el efecto sim-
bólico y político en la definición de los derechos humanos, el
discurso político como frontera entre el pueblo y el orden.
Esta parte está compuesta por los capítulos siguientes: “De
la comunidad blindada a la comunidad desobrada: los usos
políticos de la comunidad” de Pablo Lazo Briones, donde
el autor plantea el problema de la inclusión identitaria, re-
ligiosa, histórica o racial, y cuestiona si están justificadas
las alianzas de una comunidad contra otra, incluso contra
todas las demás; “Fragmentos para una historia indecible:
comunidad, anonimato y violencia” de Israel Covarrubias,
que problematiza mediante el análisis histórico, algunas de
las formas de enunciación y definición del conjunto de ase-
sinatos de mujeres en Ciudad Juárez y evidencia su efecto
simbólico y político en la definición de los derechos humanos
actuales en el mundo; “La trayectoria del discurso de Pode-
mos: de la impugnación del orden a la regeneración demo-
crática” de Javier Frazé, que muestra un análisis del orden
hegemónico de la democracia española a través del análisis
del discurso del partido Podemos, visto como una frontera
entre el pueblo y el orden; “Desafiar los prejuicios y decir la
93
Imprenta Pública — Claudia Rivera
verdad a los favoritos de la corte: hacia una crítica
de las comunidades políticas” de Concepción Delga-
do Parra. Aquí, la autora hace énfasis en la ética, y
cómo la comunidad levantada sobre ideales del libe-
ralismo pareciera decirnos que la historia ha llegado
a su fin al revelar que el olvido del otro se inserta en
cada hueco de la vida cotidiana, el hombre se aísla,
pone en juego una falsa moralidad, busca la identi-
dad a ultranza para evadir la profunda inseguridad y
el miedo; “México, nuevos espacios de pertenencia
en la ubicuidad polemológica de su democracia” de
Pablo Tepichin Jasso, donde muestra la subjetiva-
“El pretexto perfecto
para reflexionar sobre
el contexto neoliberal,
el bienestar colectivo
y las condiciones de la
existencia de la humanidad
en años futuros.”
ción de la política, la democracia y la soberanía al
grado de desplazar y poner en un mismo lugar lo
que podría ser auténticamente legítimo en la recon-
figuración de la política, con ámbitos que están en el
terreno de la ilegalidad; finalmente, “Los movimien-
tos sociales en el siglo XXI. Notas para su debate” de
Juan Cristóbal Cruz Revueltas, que analiza desde la
sociología política el rol de los movimientos sociales,
es decir, el rol de la comunidad que permite el ejer-
cicio de las garantías básicas y la existencia misma
de la sociedad civil. Mi conclusión sobre esta prime-
ra parte, revela que el olvido del otro se inserta en
94
cada hueco de la vida cotidiana, el hombre no puede seguir
aislándose, la sociedad no debe mostrar más esta falsa mora-
lidad, ya que sólo nos une la cultura del miedo, y ante eso, no
puede existir comunidad.
En la segunda parte, titulada “Im/políticas de lo común.
Debates sobre el sujeto”, se presentan seis capítulos que
analizan la reproducción social del concepto de comunidad
y las dimensiones que lo integran. Los capítulos muestran el
pensamiento filosófico de autores como Giorgio Agamben,
Jacques Rancière, Georges Bataille, Maurice Blanchot, Gilles
Deleuze y Roberto Esposito, quienes evidencian en su pen-
samiento político la ausencia de la comunidad en la época
moderna, la falta de ética y racionalidad en el pensamiento
político actual, pues es a través del análisis histórico con una
visión prospectiva la que nos permite delinear el futuro de
la comunidad que caracteriza a las generaciones del tercer
milenio. En este apartado los autores concentran con mucho
detalle en explicar de manera ágil el pensamiento de actua-
lidad de la filosofía política: “El cumplimiento de lo irrepa-
rable. Comunidad y mesianismo en Giorgio Agamben” de
Edgar Morales Flores y Bernardo Cortes Márquez, que es un
análisis del pensamiento de Giorgio Agamben a partir de su
noción de “comunidad que viene”, desmenuzando el difícil
planteamiento del autor para concluir que el concepto de
comunidad sin ninguna relación con alguna forma política
en tanto poder constituido, nos hace sujetos representables
y objetos de un poder soberano, es un llamado a la movi-
lización de las comunidades políticas para evitar ser utiliza-
dos; “Entre ficción, ruptura y efectividad: la comunidad de
Jacques Rancière” de Carlos Francisco López Ocampo pone
en evidencia la solidez de la democracia moderna al mostrar
un análisis documentado del caso de la elección federal en
Rumania en 2009, donde la mayoría voto por una igualdad
basada en el agravio del “otro”, acuñando el constructo de
“innombrable democracia”; “Bataille: nostalgia del milagro.
Heterología, soberanía y comunidad” de Román Gabriel
Suárez Galicia expone el pensamiento de Bataille a propósito
del concepto de comunidad mediante tres dimensiones de
análisis: heterología, soberanía y comunidad. A propósito de
la última, expresa que la comunidad de los que no tienen co-
munidad es la comunidad soberana; en ella se abre la posibi-
lidad de distinguir al hombre del resto del mundo, y para que
esto suceda, se requiere la identificación de lo que en este
libro se entiende por el “otro”; “La comunidad inconfesable
o la imposibilidad del vivir-juntos” de Edgar Calderón Savona
analiza el pensamiento de Maurice Blanchot sobre la comu-
nidad inconfesable cuya lectura triste y con poca esperanza
en la humanidad, modula la comunidad, mientras escucha-
mos atentos el murmullo del afuera; “Pensar la comunidad
con Gilles Deleuze, entre lógica y política” de Ángeles Ma-
ría del Rosario Pérez Bernal y María Luisa Barcalett Pérez,
donde analizan la inexistencia del concepto de comunidad a
partir de constructos como nomadología, maquina de gue-
rra, devenir menor, devenir animal, multiplicidad y espacio
liso en el pensamiento deleuziano; “Roberto Esposito: claves
para una comunidad como violencia a lo social” de Hugo
César Moreno Hernández analiza de manera prospectiva
el pensamiento de Roberto Esposito, frente al organicismo
alemán, donde el cuerpo funciona a manera de organismo
verticalmente tejido, también explica el comunitarismo
estadounidense signado por la vuelta a valores morales y a
las instituciones básicas de cohesión social, y en un tercer
momento, a la ética de la comunicación. Mi conclusión sobre
este apartado es que muestra una llamada de atención para
generar cohesión social, para buscar desde nuestra trinchera
los espacios de discusión sobre las instituciones básicas de la
ética y la comunicación, que permitan generar movimientos
sociales para defender la soberanía y la comunidad, espa-
cios donde se abra la posibilidad de distinguir y defender los
derechos del “otro” que más adelante puedan garantizar la
supervivencia de la raza humana.
Finalmente la tercera sección titulada “De la política a lo
político. Ciudad y comunidad (líquida)” nos enfrenta ante un
conjunto de reflexiones basadas en contextos históricos y
actuales que bien podrían delimitar aspectos de lo común.
Se analizan las diferencias entre la comunidad humana y la
comunidad política, se destaca la transformación desde el
interior para ser coherentes con nuestra naturaleza humana
en la búsqueda del bien colectivo, también se exponen pos-
turas desesperanzadoras, donde existe mucho optimismo
en la inteligencia y un manifiesto pesimismo de la voluntad
humana. Por ello el título general de la obra, hace referencia
al neoliberalismo, donde todo es puesto en cifras y con ello
pareciera ser la panacea en la resolución de la problemática
social, olvidando que el ser humano es único, invaluable y
no puede ser descifrado a través de un método estadístico
o censal: “es justo en ese camino artificial, donde la identi-
dad se liquida y la colectividad se hace añicos”, dice Ruslan
Posadas en su contribución. Los capítulos concentrados en
este apartado son: “La fenomenología política de Hannah
Claudia Rivera — Imprenta Pública
Arendt. De la comunidad humana a la comunidad política”
de Javier Edgar Tapia Navarro. El autor analiza el pensa-
miento de Arendt a través de dos hechos que marcaron su
vida, el exilio y los campos de concentración, evidenciando
una fuerte distinción entre comunidad humana y comuni-
dad política como agente constitutivo de la vida en común.
Concluye que el paria atraviesa el umbral de lo apolítico,
pues más allá de los límites de la temporalidad histórica de
la comunidad humana, está la atemporalidad de la soledad
de Dios; “El colapso de la identidad y la pulverización de la
colectividad. Apuntes de los sinsabores del mundo liqui-
do” de Ruslan Posadas Velázquez, quien advierte que en la
actualidad existe mucho optimismo de la inteligencia y un
manifiesto pesimismo de la voluntad en un contexto deses-
peranzador donde la globalización hace que las sociedades
colapsen; “La mudanza de sí como base de la comunidad hu-
mana: política y estoicismo en la Ética de Spinoza” de Edgar
Rodríguez Aguilar, donde destaca en el pensamiento de
Spinoza, judío de Ámsterdam, la consciencia de la dimensión
cósmica de la existencia y el lugar que ocupa el hombre en
la totalidad de la naturaleza. Spinoza busca por medio de la
ética una transformación del alma de sus oyentes, que les
permita ser coherentes con su naturaleza humana y con la
naturaleza común de los hombres y la razón compartida en
el seno de la comunidad política, es decir, la naturaleza del
todo; “Habitar las ciudades contemporáneas: De lugares y
no lugares. Una perspectiva fenomenológica” de Samadhi
Aguilar Rocha, expone a las ciudades como lugares donde
la comunidad debe integrarse, pero también advierte los no
lugares como espacios que no existían en el pasado y que
hoy caracterizan a los lugares contemporáneos, sobre todo
de la vida urbana. En este apartado los autores cierran con
una reflexión muy interesante sobre el papel de las ciudades
en la creación de colectividad y advierten sobre los espacios
que no existían en el pasado como las redes sociales, la
ciudadanía digital y el ciberespacio.
En conclusión, Descifrar la comunidad política es el pre-
texto perfecto para reflexionar sobre el contexto neoliberal,
el bienestar colectivo y las condiciones de la existencia de
la humanidad en los años futuros. Finalmente cierro esta
reseña recordando la frase célebre de Marco Tulio Cicerón,
escritor, político y gran orador romano quien en “Sobre los
deberes”, explica: “Cedant arma togae”, cuya traducción es:
“Que las armas cedan ante la toga”, proclamando con ello, la
superioridad del conocimiento ante la fuerza militar. m
95
Imprenta Pública — Enrique Rodríguez
Pensar la vida
P
ara los antiguos griegos, el mundo natural, revestido
de sus fenómenos internos y externos, y la ontolo-
gía, en tanto dominio filosófico por antonomasia,
eran un asunto de carácter unívoco, puesto que las
pesquisas en torno al principio último del cual procede toda
la realidad, llamado a menudo ἀρχή o “arché” de la physis,
signaban también la afanosa cuestión del Ser en general. No
obstante, la fragmentación disciplinaria y la individualización
de los discursos que acaeció en los siglos posteriores finiqui-
taron, aparentemente y en lo sucesivo, la indisolubilidad entre
las cuestiones filosóficas fundamentales y las de orden bioló-
gico-orgánico, para dar paso a nuevas estructuras de investi-
gación que separaron, de manera momentánea y ciertamente
fallida, la actividad intelectual, su organización y sus pautas,
de la vida y su constante transformación. Más tarde, en el si-
glo XIX, autores como Schopenhauer y Nietzsche apercibieron
sobre la necesidad de reflexionar acerca de la naturaleza y la
vida, pues éstas no son, de ninguna manera, ajenas al pensa-
miento especulativo, por el contrario, la vida, con toda su ma-
nifestación corpórea, es previa al ejercicio del intelecto, como
lo hace notar Nietzsche en una de sus célebres consignas de
Así habló Zarathustra (Barcelona, Planeta-Agostini, 1992):
El cuerpo es una gran razón, una enorme multiplici-
dad dotada de un sentido propio, guerra y paz, reba-
ño y pastor. / Tu pusilánime razón […] es también un
instrumento de tu cuerpo, […] Hermano mío, detrás de
tus ideas y sentimientos se oculta un poderoso señor,
96
por Enrique
Rodríguez Martín
del Campo
Facultad de Filosofía y
Letras de la UNAM.
Hay una circulación común, una
respiración común. Todas las cosas
están relacionadas. Hipócrates
un sabio desconocido. Se llama Sí-Mismo. Reside en
tu cuerpo, es tu cuerpo. / Más razón hay en tu cuerpo
que en tus pensamientos más sabios. ¿Quién asegu-
rará que el cuerpo no pueda prescindir de la mejor
sabiduría? (pp. 50-51 [las cursivas son mías]).
Con lo cual, el filósofo de Röcken demanda una sustancial
atención para el componente orgánico, en tanto elemento
inductivo y, por ende, capital de la reflexión. En ese tenor, el
pensamiento no debería dejar de lado el peso del orden bio-
lógico y hacer de la propia vida una expresión menoscabada
en esquemas o explicaciones austeras. De aquí que pensar
la vida sea también sentirla y habitar en ella, más allá de
las descripciones científicas. De lo que se trata, pues, es de
reflexionar sobre la vida junto con los discursos y esquemas
científicos para nutrir nuevas ideas que permitan establecer
perspectivas más globales, en donde siempre quede lugar
para nuevas reflexiones.
La obra que aquí se presenta recoge algunas reflexiones
de carácter biológico, histórico, ontológico y político que
tienen como nota común el discurrir en torno a la vida y sus
posibilidades que, sin duda, son un tránsito ineludible para
el pensamiento filosófico. De modo que, más que un tratado
sintético, los textos que componen la obra son una tentativa
para disponer un diálogo interdisciplinario, principalmente
entre las ciencias de la vida y la filosofía.
Gustavo Caponi, autor de “Contra la concepción estadís-
tica de la teoría de la selección natural”, propicia un debate
en torno a los principales postulados que sustenta la explica-
ción estadística de la evolución (CE), en tanto alternativa a la
concepción dinámica de la teoría de la selección natural (CD).
De acuerdo con el autor, los defensores de la CE destacan
dos nociones de aptitud: por un lado, la que se refiere a los
organismos individuales y su disposición biológica, y por otro
lado, la que remite al estado de carácter o a las coyunturas
tornadizas en un entrono específico. La aptitud individual, de
contenido causal, alude a la posibilidad que tiene un organis-
mo de sobrevivir y reproducirse en un medio determinado;
mientras que la aptitud del estado de carácter expone la va-
riación de la aptitud, en tanto capacidad de competencia, de
los individuos dentro de una población determinada.
Para los defensores de CE, la selección natural sólo es una
consecuencia y no un factor causal, por lo que los cambios
evolutivos radican en las modificaciones de las aptitudes que
los organismos individuales tengan para enfrentar su medio
ambiente. En ese tenor, para que exista la selección natural,
y las diferencias notables de reproducción entre variantes
alternativas, debe haber, necesariamente, variantes com-
petitivas entre los organismos vivientes que componen un
medio específico y están sujetos a los cambios ambientales
del mismo. Sin embargo, siguiendo a Caponi, los cambios en
las aptitudes no aseguran el éxito reproductivo final, pues los
defensores de la CE pasan por alto el factor de la aptitud eco-
lógica evolutiva, la cual advierte que no basta con fomentar
las capacidades más provechosas de una especie, sino tratar
de heredar genéticamente estas capacidades a los organis-
mos descendientes por varias generaciones. En consecuen-
cia, la critica del autor apunta a las insuficiencias en las que
se apoya la CE, que se condensan en una fallida comprensión
de los principios de la presión selectiva.
Por su parte, Felipe Faria en su texto “Actualismo, catas-
trofismo y uniformitarismo”, sostiene que las transformacio-
nes geológicas de la tierra han sido un capítulo insoslayable
en la historia de nuestro planeta. Muestra de ello es que
entre los siglos XVII y XVIII surgieron diferentes teorías, co-
nocidas como sistemas de la tierra, que explicaban la historia
natural del globo y sus estructuras geológicas y biológicas.
Tras las investigaciones de Isaac Newton, en torno a los mo-
vimientos de los cuerpos celestes, los aspectos de carácter
sobrenatural quedaron aislados de las consideraciones
Enrique Rodríguez — Imprenta Pública
María Luisa Bacarlett Pérez y Gustavo Ca-
4 poni (coords.), Pensar la vida. Filosofía,
naturaleza y evolución, Toluca, Universi-
dad Autónoma del Estado de México, 2015.
científicas. Así pues, en los siglos mencionados, una de las
propuestas para indagar acerca de los procesos geológicos
fue el actualismo, postulado por el suizo Jean André de Luc,
quien sugirió llevar a cabo un análisis comparativo entre
los procesos en acción que ocurrían en la actualidad para
vincularlos con los fenómenos geológicos de eras pasadas.
El método actualista permite distinguir las eras geológicas
a partir del estudio de los fósiles y contrasta la intensidad
de los sucesos y su impacto en los cuerpos terrestres en el
pasado y en la actualidad, de manera que intenta suprimir
cualquier elemento de traza fortuita en las hipótesis sobre
la historia del globo. Igualmente, la tesis actualista pretende
explicar las rupturas en la continuidad de ciertos fenómenos
y en ciertas especies. En suma, el actualismo toma como
referencia las casusas actuales que generan cambios en la
estructura de la tierra y en sus especies para extrapolarlas a
las eras del pasado y estudiarlas con la base de la actualidad.
Posteriormente, el paleontólogo francés Georges Cuvier
presenta en 1812 una teoría denominada catastrofismo, en
la que afirma que los fenómenos imbricados en la actividad
geológica que se observan en la actualidad no son suficien-
tes para explicar la presencia de éstos en eras anteriores ni
para justificar la desaparición de fenómenos y especies en
concreto. Faria, siguiendo a Cuvier, aduce que la extinción
de diversas especies es uno de los factores que denotan la
presencia de catástrofes naturales, las cuales son, sin duda,
un elemento conminatorio de cambios en las estructuras
geológicas y en los organismos vivos. Bien es cierto que Cu-
vier no rechaza el actualismo, sino que lo complementa con
la tesis catastrofista y asegura que aquel no sólo es útil en el
ámbito geológico, sino también en otras disciplinas como la
paleontología, ya que la comparación de los fósiles con los
organismos vivientes del presente es la única forma de ob-
tener registros adecuados para reconstruir el orden de las
especies que han dejado de existir en la actualidad.
El actualismo tuvo una notable importancia para el estu-
dio de las ciencias de la tierra y de la vida en los años subse-
cuentes, pues incluso, la obra de Charles Lyell, Principios de
geología, publicada en tres volúmenes entre 1830 y 1833, in-
siste en las aportaciones del actualismo. No obstante, la tesis
principal del autor es el uniformitarismo, que considera que
la intensidad en los procesos geológicos siempre ha sido la
97
Imprenta Pública — Enrique Rodríguez
misma, es decir, que siempre ha existido un equilibrio en la di-
námica de los fenómenos terrestres, de modo que se excluye
la idea de una direccionalidad y, por ende, de una progresi-
vidad en tales fenómenos. La teoría de Lyell, efectivamente,
refuta el catastrofismo de Cuvier, en tanto que niega la inten-
sidad de los eventos geológicos y sostiene la idea de una con-
tinuidad, ya que, por citar un ejemplo, un terremoto puede
destruir una presa de agua provocando una gran inundación,
pero esta última, en tanto evento catastrófico, es generada
por la combinación oportuna de procesos actuales. En ese
sentido, Faria propone que el catastrofismo y el uniformita-
rismo, observándolos con mayor precisión, no son posturas
antagónicas, sino complementarias y pueden converger para
brindar mejores análisis en las ciencias de la tierra.
José Luis Vera Cortés en “La marcha del progreso: histo-
ria visual de una idea”, hace notar la importancia que cul-
turalmente tiene la imagen con la que asociamos la noción
de progreso, de tal manera que este término se ha trans-
figurado en una imagen-concepto. Según el autor, desde
una perspectiva circunscrita al ser humano en cuanto tal, lo
que adviene a nuestra mente son las fases unilineales de la
evolución humana, desde los primeros homínidos, como el
australopithecus afarensis, hasta el homo sapiens sapiens. El
escalafón más alto en esta distribución lo tiene este último,
debido a que se presenta como un ser capaz de dominar su
entorno y a la naturaleza en general, pero sobre todo por
ser un animal cultural. Esta imagen que tenemos del homo
sapiens sapiens guarda una entonación de las teorías postu-
ladas por Darwin, en tanto que el naturalista inglés posiciona
al hombre en la cúspide de la gran cadena del ser y lo desvin-
cula del yugo divino, en virtud de que ya no ostenta el título
de “hijo de Dios” que depende de su voluntad, sino que se
muestra como un ser con características extraordinarias en
pleno uso de su libertad.
Otro aspecto importante a destacar es el que concierne
a la idea que se suele tener acerca del “cambio”, pues el
autor sostiene que es preciso entender esta noción a partir
de dos aristas: la primera, como reajuste para mantener el
equilibrio entre sistemas, y la segunda, como el punto de in-
flexión que origina la transformación de un sistema en otro.
Ambas concepciones procuran una visión más general de los
organismos vivos, pues resaltan con agudeza las distintas va-
riaciones que éstos padecen de manera continua y gradual.
En este sentido, el cambio en la cadena del ser se concibe
de manera direccional, constante y en una trayectoria ascen-
dente, pero sobre todo permite vislumbrar lo que ha dado en
llamarse: la marcha del progreso.
98
En el texto “Dos concepciones biológicas en Johann
Wolfgang von Goethe: Morfología y principios formativos”,
Omar Augusto Robles Aguilar arroja luz sobre las ideas que el
oriundo de Fráncfort desarrolló en el terreno biológico. És-
tas se distancian de la comprensión mecanicista y del modo
de hacer ciencia conforme a los paradigmas que estableció
el pensamiento ilustrado. Goethe observó que el comporta-
miento de los seres vivos es mucho más complejo de lo que
estipulan los modelos arquetípicos cuantificables, por lo que
sus principales tesis biológicas descansan en varios de los
planteamientos kantianos expuestos en la Crítica del juicio.
En esta obra, Kant afirma que los organismos vivos tienen la
capacidad de auto-organizarse, a diferencia de los artefactos
creados y, en ese sentido, los organismos vivos son causa y
fin de sí mismos, en tanto que son capaces de desarrollarse.
La filosofía propia del Romanticismo asiente que la naturale-
za es como un cosmos armónico en donde todas sus partes
están íntimamente imbricadas, conformando así un entra-
mado de relaciones, las cuales no son siempre observables.
De modo que para que ésta —la naturaleza— se convierta
en objeto de estudio, requiere de una atención especial que
supone un esfuerzo mayor al de la sola mirada atenta a los
hechos. En este caso, es preciso echar mano de la imagina-
ción creativa para poder comprender y aprehender de mejor
manera, aunque nunca total, los fenómenos que acaecen en
este cosmos armónico.
Goethe es partidario de que la naturaleza no debe ser so-
metida y manipulada como los objetos creados que carecen
de vida, sino que, en lugar de ello, propone dejarse impactar
por ella para que la sensibilidad y el entendimiento capten o
interpreten sus mensajes. Así, para el autor alemán, la natu-
raleza es lo que él llama “morfotipo”, en virtud de que ésta
no puede asimilarse como una individualidad ajena, pues
sus interrelaciones configuran un todo armónico, y para que
esta armonía se mantenga es preciso que todas las partes,
que a su vez contienen al todo en cada una de ellas, se en-
cuentren, asimismo, armonizadas. Y ello es así porque cada
parte o individualidad se identifica con la actividad del espí-
ritu de manera gradual.
El texto de Sandra Caponi, “Biopolítica y gestión de los
sufrimientos”, tiene como finalidad explicar la tesis de Fou-
cault en torno a la biopolítica, concepto con el que el autor
francés describe una estrategia de patrón científico-político
que considera a las poblaciones como una multiplicidad bio-
lógica que pone atención en los procesos vitales y se anticipa
a los riesgos con el fin de crear mecanismos de seguridad.
Para Foucault, la biopolítica es una tecnología de poder que
tiene como fin maximizar la fuerza de trabajo en una pobla-
ción determinada para imprimir en ella movimiento y, por
ende, hacerla vivir. Esto es así porque la fuerza productiva
es inversamente proporcional a la necesidad de subsistencia.
Con lo cual, los individuos que carecen del auxilio del Estado
o que no forman parte del mecanismo de trabajo, simple-
mente se les deja morir.
La biopolítica, entonces, se perfila como una gestión que
se ejerce sobre las poblaciones donde se reduce la multipli-
cidad de circunstancias humanas a la mera dimensión bio-
lógica. Con lo cual, para que el sufrimiento de un individuo
sea considerado, es preciso que exista un tamiz, el cual se
erige, según Foucault, en la instancia terapéutica (médica o
psiquiátrica), de ese modo todo queda regulado y adminis-
trado. En este punto, Sandra Caponi nos hace notar cómo
el autor francés identifica una contradicción, pues cuando
la biopolítica atiende tan sólo a la parte biológica, deja de
lado la dimensión política. Y es que, en efecto, la considera-
ción de la biopolítica soslaya el diálogo y la posibilidad de los
acuerdos (elementos por demás indispensables en el terreno
político) y se aboca por entero a la resolución de las necesi-
dad más inmediatas de los individuos, es decir, considera a
éstos elementos anónimos e intercambiables, incapaces de
articular narraciones sobre su propia historia.
A partir de estas ideas, la autora analiza el Manual de
diagnóstico y estadística de trastornos mentales (DSM),
el cual, asevera Caponi, condensa las principales líneas
de la biopolítica en cuanto estrategia de control o de
gestión de los sufrimientos psíquicos, de tal modo que
cuestiona las nociones de normalidad y de enfermedad,
clasificadas por la biopolítica.
El último artículo, “Enfermedad, comportamiento y nor-
matividad en Maurice Merleau-Ponty y Georges Canguilhem”
de María Luisa Bacarlett Pérez, tiene como objetivo básico ex-
poner que la enfermedad no se manifiesta solamente como
un mal funcionamiento de los órganos que constituyen los
sistemas vitales en los seres humanos, sino que es la coyuntu-
ra en la que se codifica una nueva relación entre los organis-
mos afectados y su mundo. Para Merleau-Ponty, el cuerpo,
y específicamente el cuerpo humano, es un derrotero de
complejidades que deben discutirse ampliamente, y ello es
así porque la corporeidad en cuanto tal es la que permite dar
cuenta del ser. En otras palabras, siguiendo la reflexión del
filósofo francés, la ontología se arraiga en la naturaleza cor-
poral, pues “la consciencia está en el mundo, tanto como el
mundo está en la consciencia”. De aquí que las respuestas de
los organismos estén vinculadas con situaciones concretas o
Enrique Rodríguez — Imprenta Pública
específicas y, por tal razón, las reacciones de los organismos
son distintas en cada caso particular. Enfocando el aspecto de
la enfermedad, que es el que ocupa a la autora, es posible de-
cir que existe una verdadera innovación en la conducta cuan-
do un organismo se ve alterado en sus funciones “normales”
o habituales, pues la manera en la que éste se relaciona con
el mundo y con otros órganos se modifica y, entonces, se
despliega una gran variedad de acciones internas y externas.
Canguilhem, por su parte, acude a la tradición médica
francesa para entrever la complejidad dinámica de los
organismos y se da cuenta de que, efectivamente, la en-
fermedad es la ocasión en la que se expresa una nueva
concepción de la vida, pues las alteraciones en las estruc-
turas usuales fomentan y constriñen una manera distinta
de relacionarse con el mundo. Para Canguilhem, todos
los organismos vivos, incluyendo a los seres no humanos,
son sujetos normativos, pues en cada caso todos son ca-
paces de estructurar normas, que no son estáticas, con
las que regulan su comportamiento frente a los estímulos
externos, a esto es a lo que Canguilhem llama: normati-
vidad. Esta última no debe ser entendida como una mera
respuesta mecánica ante un incentivo, sino como una
forma adecuada de comportamiento en el momento de
relacionarse con el exterior. Así pues, extrapolando esta
opinión, la autora hace notar que enfermar significa des-
plegar nuevas formas de contacto con el medio ambiente
y, de más radical, asegura que, en un estricto sentido, no
existen seres anormales o deformes, pues en esa “disca-
pacidad” lo que se manifiesta es la construcción de nue-
vas normas o pautas de relación con el mundo externo.
Lo que la enfermedad manifiesta, más allá de “compor-
tamientos anormales”, es la capacidad creativa de los
organismos, en tanto que éstos construyen respuestas
distintas frente a su entorno.
En suma, es posible decir que esta obra promueve
otras directrices para pensar el fenómeno de la vida en
sus distintas manifestaciones. Merece la pena atender a
cada una de las propuestas de los autores porque en cada
una se puede vislumbrar una perspectiva sobre nuestra
forma de relacionarnos con nosotros mismos y con la cul-
tura en la que nos hemos desarrollado. Por supuesto, cada
artículo tiene partes que pueden ser puestas en tela de
juicio, debido a que la ciencia y la tecnología avanzan a
pasos agigantados y por ello, en la medida en que el mun-
do es más complejo, resulta más preciso echar mano de
las herramientas que proporciona la filosofía para poder
comprenderlo mejor. m
99
Imprenta Pública — Rosario Herrera
La travesía poética del
infierno a la ciudad celeste
por Rosario
Herrera Guido
Profesora investigadora en el
Instituto de Investigaciones
Filosóficas de la Universidad
Michoacana de San
Nicolás de Hidalgo.
100
El ser sin lugar
Escondido en el espacio “vacío”, el ser sin lugar
habita lo inhabitable. / El lugar codiciado, el re-
fugio anhelado. / Ahí no está él, huye para no ser
visto. / Fuga continua en su tiempo laberíntico
en su laberinto de tiempo. / ¿Cuándo llegaré? ¿A
dónde llegaré? / Reyna Carretero Rangel (2009).
C
onocí a Reyna Carretero Rangel en el horizonte
de la elaboración de la “Ley de hospitalidad y mi-
gración” —más tarde aprobada por la Asamblea
Legislativa del Distrito Federal— que recién aterri-
za en políticas públicas y programas sociales para tratar de
darle cabal cumplimiento.
Nos encontrábamos en cafés de Morelia, cuando ella cur-
saba su posdoctorado en El Colegio de Michoacán y elabora-
ba su tesis de grado sobre La comunidad trashumante y hos-
pitalaria como identidad narrativa —de la que tuve el honor
de ser replicante— y que publicó El Colegio de Michoacán
en 2012. Desde entonces Reyna Carretero aborda un tema
relevante para nuestro tiempo: la hipótesis de una trashu-
mancia ontológica, que coloca en el corazón de su discurso
e investigación, como exilio de los hombres y las mujeres
desde el vientre materno, con el trágico paso por el canal
estrecho del parto, la primera castración, a partir de pen-
sadores y filósofos como Freud, Bataille y Trías, entre otros.
Una hipótesis que extiende hacia una realidad planetaria
de un exilio imperioso de los pueblos del mundo, por gue-
rras fratricidas, imperialistas y religiosas, o de catástrofes
geológicas y desastres naturales por cambio climático que
arrastra hacia el telúrico deterioro del planeta. Sin olvidar
la obscena concentración de la riqueza en cada vez más po-
cas manos, que conduce a un éxodo de parias, para aplicar
su red conceptual al doloroso y vergonzante fenómeno de
la migración y ofrecernos una ética de la hospitalidad que
se materializa en la elaboración de una ley de hospitalidad
para Ciudad de México.
Un tema que desde un principio se anunciaba como una
saga, donde Reyna Carretero emprende una travesía por el
pensar-poemar, en el que se escucha su peregrinar por el ca-
mino de Galta, con el pas, pas, paso del camino, en busca del
Mono Gramático, entre mendigrinos y pajarabías hacia su plé-
tora trashumante, que va del infierno a la ciudad celeste. Una
línea de investigación que le lleva años, en compañía de una
multidisciplinaria gramática de la hospitalidad, sobre una pro-
blemática de la sociedad contemporánea, originada en la acia-
ga mezcla entre la indigencia y la migración forzada; un tipo
de experiencia humana y social, lejos de las nuevas épicas del
desarrollo globalizado, a la que bautiza como indigencia tras-
humante (una tesis doctoral que transforma en un libro co-au-
toral con Emma León Vega, Indigencia trashumante. Despojo y
búsqueda de sentido en un mundo sin lugar de 2009).
Rosario Herrera — Imprenta Pública
Reyna Carretero Rangel, Ultraes-
5
tructura trashumante: una gra-
mática de la hospitalidad, Tolu-
ca, Fondo Editorial del Estado de
México/UAEMEX, 2016.
Carretero, con su pasión sin fin por el ser y su imperiosa
hospitalidad, le da al problema y su interpretación un aire
de eternidad. Una exaltación que la llevó al pensamiento
filosófico y a doctorarse en filosofía, con una tesis en la que,
en compañía de Ibn Arabi, la realidad misma tiene un tono
de “aparición teofánica”, reflejada en aquel a quien apare-
ce, como condición del conocimiento de sí (Ibn Arabi citado
en Corbin, 1993: 271).
Una partida inicial que descubre el impulso de salir para ir
de caza tras la presa imposible, como decía León Felipe: “no
importa si al final encontramos un palo sucio o una estrella”,
y que devela a la trashumancia como búsqueda renovada
del humus, terruño ajeno a la casa materna. Trashumancia,
trans-humus, que evoca y refleja la experiencia de salida,
búsqueda y retorno de una tierra a otra, y en la que después
de partir tratamos de permanecer, habitar una lengua distin-
ta a la lengua materna, devenida no-lugar, que se vuelve bús-
queda infinita, circularidad trashumante, de la madre tierra a
la errancia, al lado de Juan García Ponce y La errancia sin fin:
Musil, Borges, Klossowski (1981).
Carretero resignifica la hospitalidad-trashumancia, para
colocarse en la habitación interna: el “Rostro del Otro”
101
Imprenta Pública — Rosario Herrera
—como lo expresan los ilustres espíritus de Grecia—, y
desplegar teofanías, potencias de la vida humana, estados
de ánimo, formas divinas que tocan al hombre —su ser in-
finito y eterno— y obran en el mundo terrenal y cósmico.
Formas epifánicas inspiradas en la divinidad primigenia de
Phanês (luz), deidad originaria de la procreación y la gene-
ración de nueva vida: phaenomeno, aparición del brillo, lo
que deslumbra allí, revelación del paso de la oscuridad a la
luz: acto de imaginación divina primordial (Corbin, 1993).
La trashumancia y la hospitalidad como teofanías —Ca-
rretero dixit— nos colocan en una “geografía mística”, una
“ciencia de la imaginación”: una poética aristotélica, como
la dimensión más vasta de la creación. Una geografía místi-
ca que se deslinda de la experiencia de lo sagrado y la tras-
cendencia como hechos aislados y excepcionales, propia de
santos o consagrados a la adoración divina. Pues la contem-
plación teofánica, la “ciencia de la visión”, en realidad es el
carácter primordial de todo ser humano, de la relación con
la otredad, la epifanía como exhalación divina y la teofanía
como contemplación de este destello. Por ello da cuenta
de la relación social basada en la justicia, según Emmanuel
Lévinas: “Es necesario obrar con justicia —la rectitud del
cara-a-cara— para que se produzca la brecha que lleva a
Dios; y la ‘visión’ coincide aquí como obra de justicia” (Lévi-
nas, 2006: 101). Su vivencia confirma y da fe de la existencia
ascética, de la ascensión de los seres, que comienza con el
desnudamiento del nudo de las creencias dogmáticas, justo
cuando la ciencia ortodoxa deja lugar a la ciencia de la visión.
Reyna Carretero nos invita a su peregrinación trashuman-
te donde convergen las voces pasadas y presentes de la hu-
manidad, en una temporalidad cíclica infinita que evoca poé-
ticamente —como dice Octavio Paz— eso otro que nosotros
mismos somos y que la poesía nos revela por instantes; otro
modo de ser, nuestro existente errante, ambulante, vaga-
bundo, nómada. Permitiendo el tiempo hospitalario, donde
la trashumancia y la hospitalidad se revelan como los funda-
mentos de una ética ineludible: una ética hospitalaria. Porque
Carretero es muy consciente del panorama social del nuevo
milenio: la transición del trabajo fijo al trabajo “desterritoria-
lizado”, la movilidad forzada por guerras, por las catástrofes
ambientales y la ubicuidad del sistema tecnológico, que en su
102
conjunto dan paso a una “sociedad movediza”, limitada por
un marco institucional y jurídico —que funciona como “esta-
do de excepción” (Agamben, 2007) para trashumantes— que
impide el libre flujo de las poblaciones, pues está diseñado
para el sedentarismo.
Reyna Carretero se atreve a realizar un escorzo diferen-
te a los estudios de la migración —con el uso de metáforas
con funciones analíticas y categorías que fueron elaboradas
para tal fin— que expresan, describen y analizan las condi-
ciones existenciales de la vida contemporánea marcada por
los desplazamientos forzosos. Por esto retoma la etimolo-
gía latina trans-humus y no otras que aluden al fenómeno
de movilización poblacional para reflejar la experiencia
humana de salida, búsqueda y retorno de una tierra a otra,
cual fenómeno civilizatorio y cultural desde la antigüedad
hasta nuestros días.
Carretero continúa con su saga, fortaleciendo ahora
la problemática de la hospitalidad con las categorías del
pensamiento filosófico. Un proyecto con el poético y enig-
mático título Atlas místico de la hospitalidad trashumancia,
publicado por la Facultad de Filosofía de la Universidad
Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y la editorial madri-
leña Sequitur en 2013, donde recupera los senderos de las
reflexiones anteriores, retomando sus destellos principales
y abordando la hospitalidad en calidad de esplendor de la
aparición y encuentro con la otredad y como espacio de
acogida para nuestro “existente trashumante” (metoikoi en
griego). Un existente trashumante que se eleva trágicamente
sobre la abyección, trazando la vía de ascenso a través de
la dignidad-sutileza de su calidad humana. Estudios en los
que Carretero explora las categorías de la hospitalidad y la
trashumancia como relatos constitutivos de la humanidad,
narrados en las fuentes primordiales de nuestra cultura oc-
cidental, como las tragedias griegas y la filosofía profética.
Aquí es alumbrado el concepto de aletheia, en los dos
sentidos (dar nacimiento y poner a la luz), la categoría y
neologismo por excelencia que identifica el pensamiento
poético de Carretero: hospitalidad-trashumancia, en cuyo
corazón late la dignidad humana con su inalienable ética de
la hospitalidad y hospitalidad ética, cuna de la cultura, don-
de Reyna Carretero representa nuestra condición teofánica
en las paradigmáticas figuras de Abraham, Agar, María,
Jesús, Muhammad, Shams de Tabriz, Rumi, Las Danaides,
Antígona y Edipo, con quienes comparte y nos participa la
entrega y la oblación, cual atlas místico, en compañía de
Emmanuel Lévinas, Ibn Arabi, María Zambrano, Peter Slo-
terdijk y Paul Ricoeur.
Ahora tenemos el nacimiento de un nuevo momento de la
saga sobre la hospitalidad-trashumancia, que Reyna Carre-
tero bautiza con el nombre de Ultraestructura trashumante:
una gramática de la hospitalidad, para volvernos a llevar por
la travesía de agitados mares, contra viento y marea, como la
pulsión indomeñable que va tras el objeto imposible del de-
seo, pero con una bitácora y una brújula que hasta en medio
de la tempestad nunca suelta de sus manos.
Un cuadrante forjado de poéticos conceptos que com-
parte a manera de glosario y guía para sí misma y para su
aventurero lector, quien encuentra un “Diario de a bordo” y
tres cartas náuticas en una botella, a la orilla de una solitaria
playa. Un glosario que también es un poemario de aforis-
mos. Un rollo en cuyo centro está la clave para emprender la
travesía: “planómeno trashumante”, palabra mágica, imagen
poética, con el que porfía el pensamiento erótico de Georges
Bataille, quien reconoce que intenta expresar el “pensamien-
to móvil”, jamás definitivo, que evoca el lenguaje imposible
que solo logra susurrar, como si las palabras llevaran el peso
de mil sueños, y lentamente sus ojos y sus labios se cierran.
Un pensamiento inquieto y una inquietud del pensamien-
to que derrama a través de conceptos e imágenes poéticas
que deslumbran por su poder de explicar los movimientos
inasibles que, cual pensamientos azarosos, nos extravían en
el excesivo horizonte social del siglo XXI. Un planómeno que
en su tránsito no tiene punto de partida ni llegada, puesto
que está abierto a la creación poética de quien lo habita, que
en compañía de Boaventura de Sousa Santos deviene traduc-
ción de la diversidad social, jamás una teoría universal, solo
la creación de sentido a partir de los fragmentos de realidad,
para crear sentido sin destruir la diversidad. Y al lado de Bor-
ges, confronta la lectura clásica de la realidad con la creación
de seres a los que todavía no se nombra.
Reyna Carretero, en su “Diario de a bordo”, metáfora de
una introducción, dibuja mapas para narrar un espacio que
Rosario Herrera — Imprenta Pública
estando a la vista de todos, no todos quieren ver;
parafraseando a Deleuze, una virtud vidente in-
dispensable que la hace poeta trágica y filósofa.
Una narrativa reflexiva para abordar esta plétora
trashumante que se anuncia como una poética,
para poder expresar el “planómeno trashuman-
te”, cual pensamiento móvil batailleano, en clave
deleuziana, planicie y horizonte de la indigencia
trashumante, donde relatos, conceptos y me-
táforas narran los movimientos fragmentarios
“Experiencia humana
de salida, búsqueda y
retorno de una tierra
a otra, cual fenómeno
civilizatorio y cultural
desde la antigüedad
hasta nuestros días.”
(Carretero y León, 2009: 21). Un planómeno
que nombra la experiencia existencial entre la
cordura y el sentido. Una escucha de la hospita-
lidad a imagen y semejanza de Sherezada, quien
narra para conservar la vida. Una narrativa que
cura el alma con historias lejanas para entrar en
la alienación interior. Desde aquí, Carretero nos
invita a enfrentarnos a una elección, el embrute-
cimiento cómplice de la abyección e indigencia
103
Imprenta Pública — Rosario Herrera
ética o la “escucha atenta” de los relatos límite,
que permite la apertura hacia lo posible: la dig-
nidad trashumante. Un planómeno que hace las
veces de una analogía de los cines itinerantes
de pueblo en pueblo, repartiendo signos a los
asistentes. Un planómeno que es habitado como
“identidad narrativa” para poder abarcar su
“cartografía trashumante”.
“Lleva su travesía filosófica
y poética del infierno
a la ciudad celeste”.
El “planómeno trashumante”, que hace las ve-
ces de glosario y poemario de conceptos y afo-
rismos, en realidad es una bitácora y una brúju-
la para emprender la travesía del infierno a la
ciudad celeste. Aquí desfilan conceptos deveni-
dos de imágenes poéticas: 1) abyección barroca
que, en compañía de Julia Kristeva, puede iden-
tificarse como perversión, que corrompe la ley
al desmentirla: “él mata en nombre de la vida”;
2) aleph borgiano, cual instante gigantesco de
104
actos deleitables o atroces, superpuestos en un mismo lugar;
3) aleph barroco, ciudad fáustica, desmesura, voracidad y lo-
cura de Fausto tras el objeto del deseo que es por naturaleza
ausencia; 4) atlas místico, como cartografía de sentido, don-
de la hospitalidad es auténtico refugio para los trashumantes
que somos todos, que hace a la hospitalidad indisociable de
la trashumancia, cual reconocimiento de la dignidad huma-
na; 5) plétora trashumante, que en el horizonte actual des-
pliega los atributos del decoro y el ingenio humano que se
expresan en la cotidianeidad; 6) metrópolis aleph, cual na-
rrativa del desenfreno y de la infamia o la ciudad celeste, que
pretende ser un paraíso, pero entregado a la abyección por
construir la ciudad ideal de San Agustín y realizable por Faus-
to con el resuello de Mefisto, que lo consume todo, hasta la
vida: malls para el desenfreno consumista y el olvido.
En la “Carta náutica I”, frente al horizonte de la plétora
trashumante, Carretero traza territorios contemporáneos
para poder imaginar la constante paradoja pendular de
los espacios y los tiempos de la hospitalidad en las expe-
riencias liminares, donde acaece el territorio existencial.
Busca eso otro deseado, el paraíso perdido, la huella de
Lévinas, como falta fundante freudiana o sed de eterni-
dad de Unamuno que recuerda el exilio primordial de la
casa, el espacio continuo que entra en la discontinuidad
y nos lanza hacia la experiencia del erotismo, que es la
búsqueda de la continuidad en ser y la afirmación de la
vida hasta en la muerte, como inicio de la plétora, según
Bataille. Porque puede suceder que no haya una Ítaca con
Penélope esperando a Ulises, que exige un ethos de la hos-
pitalidad, un refugio: casa y pan.
En la “Carta Náutica II”, en compañía de María Zambrano
y otros de talla semejante, Reyna Carretero nos sorprende
con la contemplación de la aurora (ni el palacio de los dioses
de la noche de los románticos ni el deslumbrante sol de los
ilustrados), que abre el horizonte de un nuevo día, en un an-
dar por las calles de las metrópolis aleph o por los caminos
polvorientos de un pueblo. Para los desposeídos, solo sus
pies que andan, corren y vuelan entre gente común, en un
deslizamiento existencial, donde los relatos de viaje y bús-
queda de nuestro ser trashumante son memorables, como
Los viajes de Simbad, el marino, el que lo consigue todo y
todo lo pierde. Donde el oleaje existencial permite reconocer
nuestra existencia en tránsito, vida en movimiento, con una
sed insaciable por la travesía del infierno a la ciudad celeste,
en un trayecto en el que reconocemos nuestra humanidad,
que no requiere justificación, pues es un derecho inaliena-
ble, porque hasta respirar nos justifica (Bowles, 1990: 105).
Al llegar a la “Carta Náutica III”, la comunidad trashu-
mante y hospitalaria se revela como impulso vital bergso-
niano, que nos lleva más allá de nuestros límites, donde se
vislumbra una nueva frontera: los aliados hospitalarios que
nos permiten elevarnos por encima de la abyección, gracias
a la dignidad y la astucia, como las recuperaciones de las
formas de sentido originarias de Mesoamérica, la sabidu-
ría de la herbolaria, los ritos de paso, la sacralización de la
muerte, la recuperación de los mitos fundacionales y los
referentes místicos. Carretero, en compañía de Ricoeur,
descubre una “desilustración de la Modernidad”, que le
abre paso a una educación trashumante y hospitalaria,
cual relato pedagógico y paideia de la vida buena, porque
para Reyna Carretero, en este nuevo milenio, nuestro an-
dar trashumante y hospitalario puede devenir conciencia y
saber para contarnos de otro modo, como en este paradig-
mático libro tan filosófico como poético.
Con esta saga, Reyna Carretero lleva su travesía filosófica
y poética del infierno a la ciudad celeste, donde metodoló-
gica y técnicamente logra un impecable encuentro entre la
argumentación rigurosa y la elegancia en el lenguaje, cuya
redacción alcanza el complejo encuentro entre la ontología,
la ética, la filosofía política, la hermenéutica, la antropología
y la literatura, desde posiciones epistemológicas y discursos
que consiguen entrecruzarse con pericia, erudición y éxito,
para enriquecer su hipótesis fundamental: la humanidad ha
sido ontológicamente exiliada, lo que la coloca ante una rea-
lidad comunitaria global trashumante, pero que va necesa-
riamente engarzada a una hospitalidad incondicional, como
respuesta ético-política, que debe globalizarse y contagiar al
mundo político de México y de nuestro tiempo.
Esta novísima lectura de nuestra condición humana, que
toma en cuenta el imperioso reto de contribuir no solo con
Rosario Herrera — Imprenta Pública
el diagnóstico de nuestro tiempo, sino también con dar res-
puestas a los problemas humanos desde un pensamiento in-
terdisciplinario práctico, que no solo prescriba, sino que pro-
ponga un pensamiento activo y una investigación aplicada en
un mundo en el que es necesario tener respuestas realizables
para la convivencia humana, la sociedad laica y multicultural,
frente al imperialismo y el terrorismo globalizado, ante los
conflictos étnicos y religiosos, la opresión en todas sus for-
mas, la discriminación de los diferentes, el hambre mundial,
la descomposición moral de la sociedad, el deterioro de la de-
mocracia, la incipiente educación, la explotación inicua bajo
la perspectiva neoliberal, la vejación de los derechos huma-
nos, el descrédito de los valores, el desprestigio de la política
y el exilio global de la humanidad, ante el bruno horizonte de
la lenta agonía de nuestro único hábitat.
Reyna Carretero nos dona una obra para nuestro tiem-
po y el por venir, en compañía de filósofos y pensadores
trágicos, pero esperanzadora, que recuerda a cada mo-
mento a Goethe: “No hay futuro sin esperanza”, en compa-
ñía del eco de Walter Benjamin: “La esperanza sólo es para
los desesperanzados”. m
Referencias
Agamben, G. (2007), Estado de excepción, Buenos Aires, Adriana Hidalgo.
Arabi, Ibn (1991), Los engarces de la sabiduría (Fusūs al-Hikam), Ma-
drid, Hiperión.
Bowles, P. (1990), El cielo protector, México, Alfaguara/Conaculta.
Carretero, R. (2016), Ultraestructura trashumante: una gramática de la
hospitalidad, México, FOEM-UAEMEX.
____, (2013), Atlas místico de la hospitalidad-trashumancia, Madrid,
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_____, (2012), La comunidad trashumante y hospitalaria como identidad
narrativa, México, El Colegio de Michoacán-Fideicomiso “Felipe
Teixidor y Monserrat Alfau de Teixidor”.
____, y E. León Vega (2009), Indigencia Trashumante. Despojo y búsque-
da de sentido en un mundo sin lugar, México, CRIM-UNAM.
Corbin, H. (1993), La imaginación creadora en el sufismo de Ibn ‘Arabi,
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García Ponce, J. (1981), La errancia sin fin: Musil, Borges, Klossowski, Bar-
celona, Anagrama.
Lévinas, E. (2006), Totalidad e infinito, Salamanca, Sígueme.
105
Imprenta Pública — Nuria Araiza
Literatura de lo real en
tiempos de horror
E
l libro José Revueltas. Una ontología carcelaria. Los
relatos del periodo de Lecumberri convoca al pen-
samiento y a la vitalidad, bajo la dinámica del inter-
cambio que permite afrontar la realidad, sin cerrar
los ojos frente a lo que de ella pueda herir o incomodar.
A través de múltiples capas, García de la Sienra construye
una arqueología de tiempos y sentidos, que llevan al lector
hasta la vacuidad del sentido trabajada por Revueltas, a la
mano de todos, aunque encubierta.
Cuatro ensayos con momentos de elaboración y destinos
diversos, convergen en este libro, dejando leer la madura-
ción de las inquietudes en el tiempo. Hay temas transversa-
les que recorren los cuatro ensayos: Revueltas, su relación
con la cárcel y la ontología que desde ese no lugar emerge,
pero todos ellos parecen estar ligados por una reflexión en
por Nuria torno al pensamiento y sus límites. La profundidad que al-
Araiza Fernández canza el acto de escritura en torno a esos tópicos, toca, por
retomar una expresión que Derrida elevó a categoría para
Psicoanalista describir la escritura de Jean-Luc Nancy (Derrida, 2011). Así
la escritura de Rodrigo García de la Sienra toca la dimensión
ontológica y con ella a cada lector, haciendo saber que eso
que se reflexiona no es del orden del mundo exterior, o de
106
la sociedad carcelaria, sino de lo que nos constituye a to-
dos, en un borde que si quiera ensayar o pensar da vértigo,
porque es irrepresentable, impensable al tiempo que no
deja de interpelarnos.
El ensayo “Uno: José Revueltas frente a la tradición litera-
ria de México” que aparecerá en la Historia de las literaturas
en México, enmarca con claridad el carácter marginal de la
literatura de Revueltas hasta hace muy pocos años. Y que
aunque ahora cuenta con mayor estudio, nos dice el autor,
sigue conservando su carácter marginal frente a escritores
como Octavio Paz y Efraín Huerta, entre otros.
La exclusión asociada a la militancia y a la desvaloriza-
ción de la literatura de Revueltas, muestra que bajo esa
etiqueta se simplificó su lectura. Es de esta simplificación,
de la que García de la Sienra parte para mostrar otra cara
de la literatura revueltiana, que apunta a un realismo, a
una praxis, donde: la “escritura […] es pensamiento y el
pensamiento […] es escritura” (p. 18). Ficción y reflexión en
este caso se desbordan.
Revueltas, crítico de la novela “revolucionaria” y sus fic-
ciones nacionalistas, apunta a la libertad absoluta de la no-
vela en su papel desmitificador, dando fuerza a la crítica y la
autocrítica, haciendo devenir al artista un crítico que abre
una dialéctica anti-dogmática y anti-reduccionista. De esta
manera la praxis consiste en una inmersión/emergencia que
aspira a extraer algo semjante a una perla, asumiendo su ca-
rácter ínfimo. Ahí se concibe “al arte de la escritura como
una metódica —y sin duda preciosa— forma de humildad
cognoscitiva” (p. 22). Esto tiene una relación clara, con el res-
cate de los escritos “menores” de Revueltas, de los cuales se
ocupa Rodrigo en los otros ensayos del libro.
La praxis literaria de Revueltas y su lugar de “escritor/in-
telectual/militante” (p. 31) toman fuerza en su carácter no
Nuria Araiza — Imprenta Pública
Rodrigo García de la Sienra, José
6
Rev uelt as. Una ontología car-
celaria. Los relatos del periodo
de Lecumberri, Houston, Literal
Publishing, 2016.
universitario y sus estancias carcelarias, que desde la correc-
cional consideró muy benéficas, una especie de beca (p. 34).
García de la Sienra afirma:
para Revueltas la cárcel no es sólo una vivencia recu-
rrente, sino propiamente una matriz simbólica. […]
Pues mas allá de sus ficciones estrictamente carcela-
rias, la prisión representó para él literalmente un es-
pacio de formación y observación social empírica, que
le permitió forjar registros y exploraciones formales
más próximos al “surrealismo popular” de la nota roja
que al realismo socialista (pp. 36-37).
La cárcel y el no lugar de Revueltas frente a la tradición “for-
ja un ethos intelectual” en el diálogo entre los discursos del
pensamiento político, histórico y literario, que se describe
como praxis. En esta marginalidad, los textos de Lecumberri
devienen casi impensables (p. 39).
La radicalización de la poética y el discurso revueltiano,
vacía de sentido el cánon marxista, dando lugar a un “fracaso
fundacional” (p. 40) que no termina de inscribirse, no se ago-
ta, es el “lado moridor de la realidad” (p. 41).
En el ensayo: “Dos: El realismo utópico” analiza el prólogo
de 1961 a Los muros del agua de 1941, en el cual el espacio
de confinamiento, el lazareto (un hospital que asila para “tra-
tar” enfermedades infecciosas) es una isla. Esta imagen da
lugar a una explicación del realismo revueltiano.
La exploración del concepto estético de utopía de lo real
en Revueltas parte de la imagen de base de isla-prisión,
lugar de confinamiento, “no-lugar”. Se problematiza el
concepto revueltiano de utopía de lo real, con las nociones
de: utopía de More (lugar inexistente, narrativo), espacios
otros o heterotopías de Foucault (emplazamientos reales
107
Imprenta Pública — Nuria Araiza
que impugnan o invierten la realidad y que
pese a estar fuera de todo lugar son efecti-
vamente localizables), paratopía de Maingue-
neau (lugar ocupado por el escritor dentro del
campo cultural al que pertencece, catacteriza-
do como problemático) (pp. 44-46):
“La praxis literaria de
Revueltas y su lugar de
«escritor/intelectual/
militante» toma fuerza en
su carácter no universitario
y sus estancias carcelarias,
que desde la correccional
consideró muy benéficas,
una especie de beca.”
Los no-lugares que proyectan los rela-
tos utópicos son lugares “inexistentes”,
es decir significantes que no reenvían a
ningún espacio identificable, más allá
del universo narrativo: la sociedad allí
descrita, que posibilita la crítica de la
sociedad efectiva, está proyectada sobre
la ausencia de referente. Por lo contra-
rio los textos carcelarios revueltianos
recrean un universo narrativo que tiene
como referente un lugar concreto, y que
podemos situar dentro de un entorno
histórico y socio-cultural específico (Las
Islas Marías, Lecumberri) (p. 44).
Revueltas da cuenta de las heterotopías de la
cárcel, el lazareto, entre otros y también ins-
cribe su literatura como una paratopía. En este
108
sentido hace utopía de lo real. Desplazando a la tradición y
dejando huellas en una interioridad marginal, casi externa, de
una localización no estable, paradójica, imposible, que es bor-
de, más que lugar o no-lugar. Y es ese carácter mixto el que
Foucault vinculará con el espejo: el verse “allí donde no está”
o el “espacio irreal que se abre detrás de la superficie” (p. 46).
Si bien Revueltas en Los muros de agua recoge impresio-
nes de sus estancias en las Islas Marías, asume que su narra-
tiva no es un reflejo de la realidad, sino una realidad literaria,
imaginaria: “la realidad siempre resulta un poco más fan-
tástica que la literatura” (Revueltas en Los muros del agua,
citado en la p. 47). La mediación revueltiana asume que sólo
con base en una semiología de lo inaparente se da lugar a la
visión de lo real. Es desde ahí y con su préstamo mediador
literario que Revueltas nos convoca a “no negarse jamás a
ver, no cerrar los ojos ante el horror, no volverse de espaldas
por más pavoroso que parezca” (Revueltas en Los muros del
agua, citado en la p. 48). Que la literatura devele a la rea-
lidad, que parece tener un carácter inherente de veladura:
Lo terrible no es lo que imaginamos como tal: está
siempre en lo más sencillo, en lo que tenemos más
al alcance de la mano y en lo que vivimos con mayor
angustia y que viene a ser incomunicable por dos
razones: una, cierto pudor del sufrimiento para ex-
presarse; otra, la inverosimilitud: que no sabremos
demostrar que aquello sea espantosamente cierto
(Revueltas en Los muros del agua, citado en la 49).
La visión, al interior del realismo utópico, identifica las hue-
llas materiales de lo terrible inaparente, nos dirá Rodrigo:
“El escritor realista es entonces aquel que, mediante la vi-
sión, busca hacer surgir los rasgos enterrados del horror de
entre las cosas más banales, aun cuando esto implique un
alejamiento de los códigos de verosimilitud a los cuales están
acostumbrados sus contemporáneos” (p. 49).
El realismo utópico une ficción y teoría, en Los muros
del agua esto se hace evidente en la relación del texto
literario y su prólogo. La dimensión estética queda tras-
cendida por principios cognoscitivos y epistemológicos
diferentes, anclados en el contexto social, que se desmar-
can de las formas hegemónicas.
La utopía de lo real en Revueltas no es sino sinónimo de ho-
rror y espanto (p. 55). La inapariencia del horror de lo real, la
veladura que difiere el devenir-mounstruo de la materia es
lo que Revueltas caracterizará como el lado moridor que él
explora, mediante la utopía de lo real.
El escritor realista abre a la excedencia de lo real explo-
rando y mostrando: “la huella imperceptible de un devenir
entrópico, terrible, incrustado en los pliegues más sensibles
de la materia, como si en ésta se librara una guerra eterna
en todo punto similar a la que cotidianamente enfrenta a los
hombres a su autodestrucción” (p. 66). Y esto incluye desde
la lepra hasta la guerra, la ruina, el residuo o deshecho de la
destrucción que es social y al tiempo subjetiva.
En el tercer ensayo “Tres: Las figuras de una ontología
carcelaria”, Rodrigo advierte al lector, que de Los muros del
agua de 1941, la primera novela de Revueltas, de la que
parte la lectura del realismo utópico se dirige hacia El apan-
do de 1969 que emerge en su útlima estadía en la cárcel
(p. 69). Es quizá en este ensayo donde el autor comienza
a desplegar con mayor amplitud el carácter filosófico y
ontológico de la obra de Revueltas.
Señala al menos cuatro puntos para abrir el texto
y desmarcarlo de un posible carácter anecdótico o de
denuncia de las condiciones de las prisiones:
1. En el sentido semiótico Rodrigo apunta a dos niveles de
estructuración del relato: por un lado está la deconstruc-
ción de la idealización de la perspectiva óptica en la que se
funda el sujeto racionalista mediante la limitación visual
que viven quienes están en la celda de castigo o apando, li-
mitación impuesta por un postigo que separa la cabeza del
tronco y que Rodrigo eleva hasta el carácter de una subje-
tividad fragmentada que deviene geometría enajenada (p.
77). Por otro lado muestra una organización monista leib-
niziana que vuelve al encarcelamiento figura placentaria
que se reproduce hacia lo infititamente grande y pequeño.
Una imagen de El carajo con su madre da cuenta de ello
mediante la imagen del vientre-prisión (p. 91).
2. En el sentido textual Rodrigo apunta a la falta de puntua-
ción en el texto que da lugar a un bloque de escritura de 56
páginas que agudiza la sensación de encierro en la lectura.
3. Vincula El apando con las distopías anglosajonas como
Nuria Araiza — Imprenta Pública
son 1984 o Un mundo feliz para mostrar su radicalidad
que avanza más allá de la denuncia, apuntando a desve-
lar mediante la ficción de una heterotopía, la esclavitud
o encierro en su carácter real, generalizado y universal,
que alcanza hasta a los monos (p. 81) y los intercambios o
circuitos simbólicos y libinales (ecuación leche-droga-di-
nero) (p. 93) encubiertos por la moneda y el dinero en su
carácter fetichista (pp. 83-84).
4. Finalmente cierra con el erotismo alucinatorio o fanta-
sioso (inspección de las Monas a Meche, tatuaje ana-
mórfico de Albino) (pp. 93, 95-96) que despliegan los
personajes en su imaginación y que les permite esta-
blecer relaciones eróticas más allá del contacto físico. El
espacio marcado por la pulsión escópica o de mirar está
en primera línea (pp. 71-72).
El apando es un dispositivo, una maquinaria textual
que busca activar en el lector un saber desagrada-
ble, un saber sobre su condición de esclavo. […] este
documento se sitúa en una zona fronteriza, despren-
diéndose de todo régimen de representación mimé-
tico (en el sentido de una copia fiel), para mostrar
cabalmente en qué consiste el realismo utópico al que
siempre aspiró la praxis literaria de Revueltas (p. 73).
Este ensayo tiene una densidad que escapa ante la reduccción
o simplificación, en ánimo de convocar a los lectores. Quizá
baste con agregar la relación que analiza Rodrigo entre El
apando y el lector que parece alcanzar un carácter omnímodo:
El apando propone, a través de un peculiar contrato
de lectura, una “maquinización” de la enunciación que
incita al lector mismo a transformarse, mediante una
operación imaginaria en objetivo. Y es en esta ope-
ración en donde radica la eficacia estética del texto,
pues ella supone una peculiar implicación del lector
dentro del universo carcelario desplegado (p. 105).
El último de los ensayos “Cuatro: Fenomenología literaria/
ontología carcelaria” recupera tres textos publicados en El
material de los sueños, que si bien están fechados entre 1968
y 1971, salen a imprenta en 1974. Junto con El apando, estos
109
Imprenta Pública — Nuria Araiza
textos “menores” constituyen lo que Rodrigo caracteriza
como el “periodo de Lecumberri”. Este periodo coincide con
la depuración de los recursos expresivos y la radicalización
de las implicaciones estéticas de Revueltas. De esta manera
emerge una mayor densidad poética que da lugar a la onto-
logía carcelaria: una mirada de lo real en tanto que condición
de encierro generalizado (p. 107). Y junto con ello los textos
revueltianos “constituyen una modalidad peculiar de la Diá-
lectica de la conciencia: una modalidad reflexiva que podemos
considerar propiamente una fenomenología literaria” (p.
108). Es en este punto donde ontología carcelaria, dialéctica
de la conciencia y fenomenología literaria se imbrican para
dar lugar a tres niveles de compromiso de la obra de Revueltas
que tienen un punto en común, lo real.
El primero de esos textos que analiza el autor es “El reojo
del yo”. En primera persona, un “Yo”, se refiere reflexiva-
mente a su “Reojo”.01 García de la Sienra afirma el asilamien-
to del yo no solo carcelario sino existencial, sujeto a examen
y autovigilancia como una entidad esquizoide o fragmenta-
da. Y esto que señala atinadamente es constitutivo de todo
yo (p. 112). Junto a ello y retomando la fenomenología hus-
serliana, señala el solipsismo yoico como un momento de
ficción necesaria que deconstruye la experiencia original,
previa a la apertura hacia los otros.02 Lo que desde la litera-
tura y el psicoanálisis se ha explorado bajo la noción de do-
ble, parece muy cercano a lo que Rodrigo toma para analizar
el texto revueltiano: “Esta operación ficticia implica una du-
plicación del yo, es decir la experiencia de su partición en la
fantasía de dos sujetos con dos cuerpos. Aunque en realidad
las cosas son un tanto más complejas, ya que la elaboración
de esta fantasía no sólo implica una duplicación, sino una
auténtica multiplicación” (p. 113).
01 . Con Freud podríamos pensar en el doble constitutivo del yo que
tiene como referencia directa al cuerpo y que no deja de dar lugar a la
unidad imaginaria al tiempo que encubre a la fragmentación propia del
carácter de compuesto de yo.
02 . En este punto la mediación corporal hace imaginar al cuerpo como
si fuera de alguien más, un cuerpo que aunque tenga gestos de apropia-
ción nunca dejará de ser esa primera otredad inaugural con la que se
relaciona el psiquismo yoico.
110
García de la Sienra sigue a Natalia Petrillo en la distinción
de tres yoes manifiestos: el del sujeto fantaseante que
percibe como-si, el yo fantaseado implícito en la escena
llevando a cabo la fantasía, y el yo que se presenta como
extraño bajo la forma de ser-de-otro-modo del yo y que
reflexiona sobre la fantasía.03. García de la Sienra apunta:
“un ‘reojo del yo’ implica plásticamente que el yo-como-
otro no se ubique en el espacio franco de una proyección
imaginaria, sino en el plano oblicuo de un presentimiento
que devuelve de manera inquietante a la con-ciencia a su
dimensión etimológica” (p. 115).
El segundo texto de Revueltas analizado en este último
ensayo es “Hegel y yo”, Hegel es el apodo de un asaltante
con el que comparte celda el narrador, asesino de su novia
Medara que no deja de aparecer como fantasma. Revueltas
hace un guiño o provocación con el apodo de Hegel para
convocar a la filosofía de la historia y su espíritu absoluto en
el entorno carcelario. Junto a ello se sostiene la anécdota de
que el apodo se lo ganó por un asalto a un banco en la calle
Hegel en Polanco (p. 121). Y finalmente lanza una reflexión
en torno al acto profundo ligado a la memoria sin recuerdo.
El tercer y último texto de Revueltas que se analiza es
“Ezequiel o la matanza de los inocentes”, que difiere de los
dos anteriores por no ser narrado en primera sino en tercera
persona. Sin embargo, continúa con la reflexión en torno a
la alusión, el recuerdo y la memoria. Hay actos sin memoria,
sin nadie que los testimonie, a pesar de estar inscritos en
una memoria antigua, no dicha, no escrita, no pensada. Esos
son los actos profundos, que están agazapados y acechantes
en el fondo de la memoria de lo no ocurrido. Es un acto que
acepta todas las formas fuera de toda calificación moral. Lo
03. Freud ha pensado tres tiempos de la fantasía: el que mira que algo
sucede, al que le sucede pasivamente y el que participa activamente de
ella. Por su parte, Piera Aulagnier ha reflexionado el paso para la cons-
titución yoica del pictograma al enunciado, con tres momentos de im-
plicación y emergencia subjetiva: soy lo que siento o me autoengendro,
distingo y excluyo entre yo-placer y no yo-displacer, hasta las múltiples
capas identificatorias a las que es lanzado el yo y de las que podrá diferir,
en estos tres niveles se va perfilando la otredad. No me extiendo en ello
pero lo comparto para anotar la reiteración desde distintos discursos
de ese carácter ontológico de la emergencia del sujeto en relación a la
fantasía y la conciencia.
califican periodistas e historiadores. Reflexiona Revueltas en
voz de su narrador, un ladrón de la crujía D (pp. 126-127).04
Revueltas ensaya resistir a la calificación y mitificación de
los actos profundos que borra las huellas de lo inmemorial
agrega García de la Sienra. Los actos profundos son una ca-
dena de actos fallidos, inscripciones sin registro, memorias
sin lenguaje, ajenas a la significación, que sin embargo es ins-
cripción de huellas, impropia, ajena, extraña (p. 127).
Para Revueltas la palabra ya implica al recuerdo que ensa-
ya esconder el vacío. En otro registro estaría la memoria que
es la que se olvida (p. 127).05
Detrás de todo esto está la pregunta por la significación
de la realidad y su vacuidad: “El recuerdo, se dijo Ezequiel
mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. El recuerdo sin
cosa, sin objeto. Soy mi propio recuerdo, una gran equivoca-
ción de la realidad, la realidad equivocada se autocompade-
ce y se retoca en mí: soy la silla muerta, soy la mesa muerta,
soy la ventana muerta” (p. 127).
Enajenación del sentido y de la vida, que deviene una
realidad de exilio. Y que tiene por refugio la percepción in-
cluso en su límite alucinatorio.06 Fragmentación de la me-
moria, cuerpo sin unidad, imagen mortuoria y mortificante
incluso en la enunciación.
Revueltas logra inquietar, junto con la apertura que de
sus textos nos comparte Rodrigo. Esto se lee como una con-
vocatoria a que la literatura no sea ámbito de distracción
o evasión, sino de crítica y construcción de otro mundo.
Una praxis que devele lo monstruoso de la realidad para
siquiera trastocarnos. Si tenemos una realidad pesadilla la
literatura no puede evadirla.
04 Esto parece un borde con el inconsciente que con Derrida leyendo
a Freud alude a una forma de escritura que es la inscripción. Podría-
mos pensar en el carácter escindido de la conciencia desde la lectura
psicoanalítica, no sólo como fenómeno clínico, sino como aquello que
es constitutivo de todo sujeto, pese a que esa escisión tenga derivas y
expresiones diversas.
05. Esto remite nuevamente a Derrida. Y con esto señalo que las re-
flexiones que Revueltas implica en su literatura y que Rodrigo analiza
para dejar ver su compromiso filosófico, parecen paralelas a las que el
filósofo francés ensaya en torno a la escritura, la inscripción, las huellas y
su analogía psíquica en Mal de Archivo y Freud y la escena de la escritura.
06. Para Freud la alucinación es el origen de la percepción.
Nuria Araiza — Imprenta Pública
El texto temina, pero la puesta en espejo no. Noso-
tros, los escuchas del opaco pensamiento de Ezequiel,
levantamos los ojos y también vemos aquí y ahora la
ciudad impávida ante la masacre de los inocentes;
junto con él podemos pensar que hay que decir “amor,
muerte, hambre, sexo, ratas de otro modo para ser
comprendidos de otro modo” para que el sueño de la
literatura, su epojé, nos ayude quizás, pronto, algún
día, así sea un poco, a despertar de nuestra pesadilla
colectiva (p. 136).
Finalmente Rodrigo en su lectura de Revueltas toca para
conmocionar. No es fortuito que se tenga como telón de
fondo la reflexión del cuerpo y que la lectura del texto sea
toda una experiencia:
El cuerpo es la experiencia de tocar indefinidamente
lo intocable, pero en el sentido en que lo intocable
no es nada que esté detrás, ni un interior o un aden-
tro, ni una masa ni un Dios. Lo intocable es eso que
toca. También se puede emplear otra palabra para
decir esto: emoción. Emoción es para nosotros una
palabra muy debilitada, pero emoción quiere decir:
puesto en movimiento, puesto en marcha, sacudido,
afectado, herido. Se puede por otra parte añadir aquí
otra palabra, que es tal vez demasiado espectacular:
conmoción. Esta palabra tiene la ventaja de introducir
el “con” (cum). La conmoción es el ser puesto en movi-
miento con (Nancy, 2003: 110).
Frente a una realidad como la nuestra que es del orden del
horror, de su fijación, su instalación, su reiteración maquinal,
que nos coloca o nos arroja a una especie de espasmo inmo-
vilizador, que desampara y arroja a la soledad; estas litera-
turas que con-mocionan, activan y convocan al movimiento
son un respiro, por paradójico que parezca. m
Referencias
Derrida, J. (2011), El tocar Jean-Luc Nancy, Buenos Aires, Amorrortu.
Nancy, J.-L. (2003), Corpus, Madrid, Arena.
111
Imprenta Pública — Pedro Meza
Los derechos sociales,
aquí y ahora
por Pedro J. Meza
Hernández
Profesor en el Instituto de
Educación Media Superior
de la Ciudad de México.
E
n el momento en el que el jurista Norberto Bobbio
escribió la “Introducción” a su libro El tiempo de los
derechos, pudo observar que uno de los problemas
en torno al uso del lenguaje de los derechos tenía
que ver con la ambigüedad, la poca rigurosidad, pero sobre
todo con el uso retórico cuando se apela a los derechos para
expresar una aspiración ideal de un individuo o un grupo.
Evidentemente el problema no radicaba en la falta de inte-
rés sobre el tema, sino en el poner en claro que la función
práctica del lenguaje de los derechos, la cual consiste en dar
fuerza a las reivindicaciones de los movimientos que exigen
para sí y para los demás la satisfacción de nuevas necesida-
des e intereses, no puede conseguirse tan solo con su reco-
nocimiento, sino con su garantía (Bobbio, 1991: 22). Dando
continuidad a un proyecto de garantía de los derechos, Luigi
Ferrajoli ha sostenido que una ruta para garantizar los de-
rechos fundamentales tiene que ver con entender, a poste-
riori, que si lo que se quiere es garantizar una necesidad o
un interés —siempre respondiendo a la expectativa del más
débil—, entonces esos intereses y necesidades tienen que
sustraerse para blindarlos frente al mercado, incluso fren-
te a las decisiones mayoritarias, dentro de un régimen de-
mocrático; sin embargo, para su consecución, es necesario
comprender a priori el carácter estructural de los derechos,
el cual implica cuatro características básicas: la universa-
lidad, la indisponibilidad, el valor normativo consagrado
tanto en Constituciones —en el plano estatal— como en las
Declaraciones y Tratados —en el plano internacional— así
como por la imposición de obligaciones para los Estados
(Ferrajoli, 2009: 36).
112
Sin temor a equivocarme puedo afirmar que el libro Los dere-
chos sociales desde una perspectiva filosófica. Hacia un equi-
librio reflexivo entre el horizonte normativo y las expectativas
ciudadanas de justicia puede ser colocado dentro del paradig-
ma garantista, pues el problema que aborda no solo es el re-
lativo al reconocimiento de aquellos intereses y necesidades
que están en juego en la defensa de los derechos económicos,
sociales, culturales y ambientales (desde ahora Desca), sino en
la posibilidad de proporcionar un conjunto de soluciones que
permitan comprender cómo se pueden proteger las expec-
tativas puestas en aquellos a través de su universalización, la
posibilidad de su justiciabilidad y de su exigibilidad plena bajo
el marco de un Estado constitucional, social y democrático.
A pesar de haberlo inscrito dentro del paradigma ga-
rantista, el libro reseñado brilla por una virtud creativa y
multidisciplinaria cuando escapa a un mero análisis jurídi-
co del problema que conlleva responder al escepticismo,
que niega la categoría de derechos plenos, y a la posición
que coloca en un segundo plano la agenda de los derechos
sociales. Esta virtud consiste en asociar el problema de los
derechos económicos y sociales con la forma con la que se
estructura el orden social y con la acción estatal que busca
incidir en los problemas que conlleva la distribución de los
bienes sociales. En efecto, esta asociación entre el proble-
ma de la garantía de los derechos con la forma de organizar
el orden social y la implementación de políticas públicas
abre la puerta a puntos de vista diferentes al jurídico. Sin
embargo, esta disposición a abrir el campo de estudio exige
un poco más cuando observamos que no bastaría con anali-
zar desde diferentes perspectivas, pero separadas, el tema
del reconocimiento pleno de los derechos sociales, sino que
el libro más bien responde a la necesidad de aproximarse
al estudio de los derechos sociales y económicos desde
una perspectiva multidisciplinaria, con el fin de “construir
un aparato conceptual que permita precisar y comprender
adecuadamente los problemas asociados a su protección,
así como discutir las formas y alternativas para pensar su re-
lación con los otros derechos” (p. 21). En consecuencia, para
Pedro Meza — Imprenta Pública
Á l varo A ragón R i vera, Luis Gonz ález Pla -
cencia y Mario Alfredo Hernández, Los de -
7
rechos sociales desde una perspec tiva
f ilosóf ica. Hacia un equilibrio ref lexivo
entre el horizonte normativo y las expec-
tativas ciudadanas de justicia, Ciudad de
México, Tirant lo Blanch, 2017.
emprender la construcción de un aparato conceptual claro,
sobre los adecuados mecanismos de protección de los de-
rechos sociales, han reunido a un conjunto amplio y diverso
de trabajos, los cuales han sido organizados y dispuestos a
partir de tres rutas reflexivas: los fundamentos, la justicia-
bilidad y el significado de cancelar los derechos sociales a
personas concretas en contextos específicos.
De manera atinada, el primer artículo que avanza sobre
el tema de los fundamentos de los derechos sociales estuvo
a cargo de Juan Antonio Cruz Parcero, quien analiza el tema
a partir de la desconexión que existe entre las teorías que
abordan el tema de la justicia, por un lado, y las teorías sobre
los derechos humanos, por el otro. En este texto se indica
cómo la preocupación sobre la desigualdad social se ha tra-
bajado desde una perspectiva teórica u otra, lo cual genera
la necesidad de justificar, independientemente de la pers-
pectiva que se adopte, por qué se avanza sobre una ruta y no
sobre la otra. En efecto, la posible solución se encontraría,
no en la navaja de Ockham, sino en la posibilidad de unificar
ambas teorías. Esta es la intuición de Cruz Parcero, quien ma-
pea tanto las objeciones como las posibles relaciones entre
ambas teorías —a partir de la obra de Waldron, Moyn, Dwor-
kin, Nussbaum y Pogge—, y quien reconoce que renunciar
a esta unidad armónica entre teorías implicaría construir
modelos poco útiles para evaluar moralmente nuestras ins-
tituciones, nuestro orden social y el diseño de alternativas.
El segundo trabajo aborda la relación entre derechos so-
ciales y democracia. Álvaro Aragón sostiene que la cancela-
ción de los derechos, en un sistema democrático, no solo lle-
varía a cuestionar el régimen de gobierno que así lo hiciera,
sino que implicaría un retroceso moral, social y político. En
resumen, la propuesta de este trabajo consiste en defender
que una democracia constitucional supone una igualdad de
condiciones materiales y sociales para el pleno ejercicio de
las libertades civiles y políticas. Por esta razón, un régimen
democrático tendría que tutelar aquellos bienes o intere-
ses que tienen que ver con la supervivencia, tales como la
alimentación, la salud, la educación y el trabajo. Asimismo,
113
Imprenta Pública — Pedro Meza
sabedor de que los derechos representan contenidos blin-
dados y contra-mayoritarios, revisa la posible actuación de
los jueces para el cumplimiento de los derechos sociales, vía
que todavía no está pavimentada y pareja, pero intuye que el
avance sobre esta ruta permitiría no la efectividad a la hora
de garantizar los derechos sociales, pero sí la interacción en-
tre poderes dentro de un régimen democrático.
El tercer trabajo es conducido por Ángel Sermeño, quien
se encarga de revisar la tensión entre derechos sociales y
ciudadanía. Utiliza el mecanismo de contraste para revisar,
por un lado, algunos de los principales argumentos que nie-
gan a los derechos sociales el estatus de derechos de ciuda-
danía y, por otro, argumenta, a partir de la obra de Thomas
Marshall, cómo fue que las aspiraciones a mejores condicio-
nes materiales han sido históricamente reconocidas como
derechos sociales. El valor de esta interpretación radica en
el énfasis puesto en el reconocimiento jurídico de los dere-
chos sociales, pues a partir de su garantía no sólo se busca
cerrar la brecha entre clases sociales, sino también modificar
el modelo social que genera esas desigualdades. Al final de
su texto, apuesta por la obra de Guillermo O’Donnell, con el
fin de recuperar la noción de agencia, pues ve en esta cate-
goría la condición de posibilidad para defender la concesión
de garantías individuales y asegurar el ejercicio pleno de la
autonomía individual para el ejercicio de las libertades indi-
viduales así como el de los derechos políticos.
El siguiente texto se titula “Dignidad y derechos huma-
nos” y estuvo a cargo de Valeria López. En este trabajo la
autora se encarga de revisar la categoría de dignidad y lo
hace en dos tiempos. En el primero, analiza la obra de Ruth
Macklin con el fin de ligar la noción de dignidad con el respe-
to por la autonomía de la persona. Sin embargo, observa que
se pueden vincular otras características con la idea de dig-
nidad de la persona y, para ello, recurre a la obra de Ronald
Dworkin. De la obra de este autor recupera las nociones de
auto-respeto —actitud de tomar la propia vida como un pro-
yecto que merece ser vivido— y autenticidad —responsa-
bilidad propia para crear una narrativa coherente que sirve
para dar sentido a la propia vida y que estipula la lucha por la
independencia frente a los demás—, con el fin de vincularlas
con la noción de dignidad. El argumento que sostiene este
trabajo afirma que estos dos principios clarifican la noción
de dignidad y permitirían proyectar un posible trabajo sobre
cómo conciliarlos a partir de su relación con otras categorías
tales como la de subsistencia o seguridad.
114
El penúltimo trabajo, que aparece en el apartado destinado
a reflexionar sobre los fundamentos de los derechos socia-
les, es presentado por Alejandro Sahuí y su reflexión inicia
con la discusión sobre el sentido de la igualdad a la hora de
configurar un modelo de democracia. Observa que el valor
de igualdad que se encuentra ligada a la democracia tiene
que ver no solo con condiciones formales, sino también con
ciertas condiciones materiales de vida que son exigibles para
todos los ciudadanos. Esta proyección normativa tiene como
fin la eliminación de la dependencia, para evitar, sobre todo,
un régimen aristocrático —incluso, antes que un modelo
autoritario—. Por ello, la insoportable condición de depen-
dencia en la que pueden llegar a vivir muchas personas, en la
realidad social, sería suficiente para cuestionar el funciona-
miento adecuado de las democracias reales cuando se guían
por criterios como el mérito y la igualdad de oportunidades.
Al contrario, sostiene el autor del texto “El ethos democrá-
tico y la (des)igualdad de oportunidades”, para combatir y
eliminar la desigualdad social se tendrían que dar ventajas
a ciertos grupos cuando se trata de garantizar los derechos
sociales, con el fin de garantizar las condiciones materiales
que terminan determinando la autonomía individual. Por
ello, se apuesta en este texto por un modelo constitucional
y garantista dirigido hacia la protección de las personas me-
nos aventajadas y a los grupos marginados, no mediante una
política de igualdad de oportunidades, sino fundado sobre
instrumentos jurídicos que consideren el carácter normativo
de los derechos sociales.
El último texto de este primer apartado, corre a cargo
de Luis González Placencia. En este trabajo se reconstruye
la dialéctica de los derechos humanos y se señala cómo es-
tos derechos pueden tener un matiz emancipador al mismo
que una función reguladora de la conducta social. Esta hi-
pótesis permite identificar cómo la defensa histórica de los
derechos humanos ha cruzado tres etapas en el desarrollo
de la modernidad. En este sentido, en lo que denomina la
primera modernidad, la defensa, por un lado, de los intere-
ses que tenía la nueva clase social de la burguesía, los cuales
no consistían en la lucha por el poder, sino por el control
de las circunstancias, permitieron legitimar la lógica de
mercado. Por otro lado, esta misma defensa de los intere-
ses de la clase burguesa condujo hacia el desarrollo de las
libertades individuales que configuraron el diseño institucio-
nal del Estado liberal. Aquí el conflicto entre comunidad y
Estado fue mediado por la propia comunidad. Ahora bien,
el mismo señalamiento dialéctico se puede realizar en el de-
sarrollo de la segunda modernidad, que fue marcada por el
conjunto de las exigencias de los sindicatos y grupos oposi-
tores, las cuales cuestionaban la hegemonía de la burguesía
y exigían mejores condiciones de vida y laborales para sus
agremiados. El mediador en este conflicto fue el Estado,
que se adaptó a la nueva circunstancia y modificó sus me-
canismos institucionales a través del Estado de bienestar. La
tercera modernidad se caracteriza por el desarrollo de los
instrumentos jurídicos internacionales —la Declaración de
1948, así como un conjunto de diversos tratados y acuer-
dos internacionales— y por un conjunto de malestares so-
ciales que confrontaron a la sociedad consigo misma. Esta
confrontación apareció cuando, supuesta la satisfacción del
reclamo social a través del Estado de bienestar, aparecieron
nuevos actores sociales como el grupo de afrodescendientes
en defensa de reconocimiento de sus derechos básicos, las
mujeres en defensa del derecho al voto y los estudiantes en
defensa de la emancipación frente al paternalismo, entre
otros movimientos que han ido apareciendo. Sin embargo,
en este punto del desarrollo de los derechos, la mediación
no llegó a través del Estado, sino a través del mercado que
fue sustituyendo los derechos sociales, garantizados por el
Estado, en servicios. Aquí cabe señalar cómo los derechos
representan un dispositivo que da cuenta de la lógica de
mercado en el capitalismo moderno y cómo pueden llegar a
responder al mantenimiento de un statu quo, que alimenta
de muchas maneras la desigualdad social. Sin embargo, los
derechos humanos, en general, y los derechos económicos,
sociales, culturales y ambientales tienen una función eman-
cipadora cuando sirven para blindar y extraer un conjunto de
intereses y expectativas frente a la economía, lo que permiti-
ría construir una praxis contra-hegemónica, tal como afirma
el capítulo “Capitalismo, modernidad y derechos humanos:
los DESCA en la Tercera Modernidad”.
La segunda parte del libro está dirigida por la posibilidad de
entender la justiciabilidad de los derechos económicos, socia-
les, culturales y ambientales. Este apartado abre con el trabajo
de Amneris Chaparro Martínez y adopta una perspectiva de
género para analizar la dignidad de la mujer. La intuición de
este trabajo supone que a las mujeres se les ha negado una po-
sición de valor igual que el merecido por cualquier ser humano,
pues no se les ha reconocido su dignidad como personas. Para
demostrarlo, analiza cómo ha sido utilizado el término digni-
dad a lo largo de la tradición filosófica, con el fin de mostrar
Pedro Meza — Imprenta Pública
el sesgo lingüístico que tiende a la construcción de la discrimi-
nación estructural. La finalidad de esta estrategia consiste en
visibilizar el trato diferenciado que ha colocado a las mujeres
en una situación de subordinación y desventaja cuando no se
les reconoce la igual dignidad como personas. En este caso,
la dignidad no es la autonomía —entendida como capacidad
para tomar decisiones de manera libre—, sino el respeto por
la autonomía —lo cual supone un compromiso por reconocer
las acciones de una persona como valiosas por sí mismas—. En
efecto, el análisis de la cultura de la dignidad permite a este
trabajo ahondar sobre los orígenes de los prejuicios, de los
estigmas sociales y las ideas sustancialistas sobre la mujer, en
cuyo seno se extienden los motivos que tienden a colocar a las
mujeres en una situación de desventaja social.
Ahora, aprovecho para hablar de dos artículos del libro
que se encuentran estrechamente entrelazados, pues am-
bos trabajan el tema del republicanismo. El primer trabajo,
presentado por Julieta Marcone, adopta —no sin antes
cuestionar los modelos liberal y participacionista— la idea
de libertad como no dominación de Philip Pettit. Esta li-
bertad no solo estaría comprendida por la no intervención
estatal o de la sociedad —que mide la extensión de la liber-
tad—, sino que exigiría no estar expuesto a una voluntad
ajena y arbitraria —que expresaría los límites de la potencia
estatal frente a la libertad—. A partir de esta noción de li-
bertad republicana, la autora supone la construcción de un
modelo social que tuviera una visión mas integral respecto
a todos los derechos humanos, pues eliminaría el debate
que excluye a los derechos sociales. Por su parte, Sergio
Ortiz reconstruye la idea de equilibrio entre poderes para
mostrar que la justicia social podría desarrollarse en línea
republicana, siempre que se eliminaran los intereses faccio-
sos —representados por su análisis con los denominados
poderes salvajes o económicos—. En su segunda jugada,
Ortiz reconstruye la idea libertad como no dominación no
solo para mostrar el ámbito y la potencia de la libertad, sino
también el efecto que tendría esta libertad al ser traducida
como el principio que rige la interpretación de los derechos
civiles, políticos y sociales y para exigir el compromiso que
debería tener un Estado a la hora de garantizar el paquete
completo de estos derechos. Sin embargo, el énfasis lo pone
sobre la exigencia que tendería a buscar, antes que nada,
la garantía de los derechos sociales respecto a las personas
menos aventajadas de la sociedad, quienes han sido coloca-
dos en una situación de dependencia.
115
Imprenta Pública — Pedro Meza
Para Diana Beatriz González la importancia del
estudio de los derechos se puede observar me-
jor desde el análisis de una teoría del interés,
pues supone que una de las funciones sustan-
tivas de los derechos consiste en promover y
proteger intereses, en función del bienestar
del individuo o de los grupos. Para esta autora,
apelar a una teoría del interés tendría mucha
utilidad, en cuanto que nos permitiría definir un
rango mas amplio de derechos, que el que se
“Proporciona un conjunto
de soluciones que permiten
comprender cómo se pueden
proteger las expectativas
puestas en aquellos a través
de su universalización,
la posibilidad de
justiciabilidad y de
su exigibilidad.”
consigue con otras teorías. Asimismo, esta pers-
pectiva permitiría reconocer como titulares de
derechos a personas adultas no competentes,
niños y animales. Una ventaja más de esta teo-
ría consiste en la posibilidad de intuir la noción
de ser portador de derechos implica el hecho de
estar mejor. Una última ventaja de una teoría de
los derechos basada en el interés es que permi-
tiría ubicar a los derechos en un esquema más
complejo de interdependencia social, pero so-
bre todo permitiría mostrar que la garantía de
los derechos implica una obligación estatal y el
respeto de la sociedad.
116
El texto “Derechos sociales para migrantes”, de Luis Enrique
Camacho, cuestiona el rechazo de los Estados de bienestar
respecto a los migrantes, quienes llegan a sus territorios hu-
yendo de la guerra, el hambre, la miseria y las catástrofes
naturales. Si bien es cierto que el autor de este texto primero
analiza los argumentos que intentarían mostrar por qué re-
cibir a los migrantes implicaría una sobrecarga insostenible
y por qué garantizar derechos sociales de los migrantes im-
plicaría un desabasto de servicios sociales para los ciudada-
nos, termina rechazando ambos por ser inconcluyentes. En
contra, argumenta que si el énfasis se pone en el desarrollo,
entonces no solo haría viable el reconocimiento de los dere-
chos sociales de los migrantes, sino que se convertiría en un
principio para la justicia social.
El texto de Ximena Ramos Pedrueza aborda el tema de un
derecho a un ambiente sano y lo hace mediante la recons-
trucción histórica de cómo se fue reconociendo este derecho,
mediante los diferentes tratados y acuerdos surgidos en el
plano internacional. Luego revisa cómo se fue incorporando
este derecho en materia constitucional en México. Todo ello
le permite mostrar la existencia de un conjunto de documen-
tos con valor normativo, desde el cual se puede exigir respe-
to a un derecho a un ambiente sano. Su argumento repara,
de igual manera, en la posibilidad de ver este derecho trans-
versalmente, pues ello permitiría una mejor defensa activa
del medio ambiente a través de su conexión normativa con el
derecho de acceso a la información, a la participación directa
en asuntos públicos y el acceso a la justicia.
A Laura Márquez le toca cerrar el apartado sobre la jus-
ticiabilidad de los derechos económicos, sociales, culturales
y ambientales. En su trabajo, reconoce que las posiciones
conservadoras consideran un rol secundario a los Desca y
analiza por qué no podrían ser exigibles ante un juez. Sin em-
bargo, ve una posibilidad para contrarrestar estos argumen-
tos si se atiende al estudio de las sentencias realizadas en
México para hacer exigibles los derechos ante un juez. Este
estudio sería útil a la hora de mostrar que la justiciabilidad
de los derechos sociales podría ser válida tal como es la exigi-
bilidad de los derechos civiles, políticos y electorales ante un
juez. Sin embargo, esta manera de defender la justiciabilidad
de los derechos sociales tendría que ir acompañada de un
cambio de perspectiva, cuya pertinencia se observa cuando
reconocemos que es necesario poner un mayor énfasis en
las obligaciones estatales que se siguen del marco normativo
—constitucional y del derecho internacional— y de la propia
naturaleza de los fallos judiciales. Incluso, antes que en el
contenido de los derechos.
El tercer apartado del libro que reseñamos, sobre el sig-
nificado de cancelar los derechos sociales a personas con-
cretas en contextos específicos, inicia con el trabajo de Itzel
Mayans sobre la controversia en torno a la despenalización
del aborto. Para explicar la subida de tono que suele acom-
pañar esta discusión, la autora analiza las dos posiciones
más extremas en torno al aborto. La primera responde a un
feminismo radical que asume que el derecho de la mujer no
admite grados o plazos y, por consiguiente, se tendría que
garantizar de manera efectiva la posibilidad de servicios de
salud para el aborto. En contra, respondería una posición
radical conservadora que no admite grados para el derecho
a la vida del feto, razón por la cual se tendría que limitar la
libertad de la mujer a la hora de decidir si aborta o no. Itzel
Mayans adopta una posición mediadora con el fin de mostrar
que, en la concreta discusión, la despenalización del aborto
reconoce límites de tiempo, lo cual condiciona la libertad de
la mujer a la hora de tomar una decisión; pero, también, esta
posición intermedia terminaría exigiendo el reconocimiento
de la garantía que debería existir para que las mujeres siem-
pre pudieran tomar una decisión conforme al principio de
independencia ética y libertad de elección, sin restringirlo
conforme a concepciones de bien, cuyas expresiones suelen
estar caracterizadas por una pesada carga metafísica.
Luego, sigue la participación de Sandra Anchondo y Mar-
tha de Haro, quienes trabajan sobre el problema de discri-
minación que coloca a los integrantes de los pueblos indí-
genas de México en una situación de exclusión social, cuyas
consecuencias se traducen en un trato diferenciado que los
estigmatiza y termina por negar al acceso de oportunidades
y a la realización efectiva de sus derechos básicos. El texto
de estas dos autoras asume las siguientes tareas: visibilizar
las circunstancias a partir de las cuales se ha desarrollado
la estigmatización de los pueblos indígenas; indicar cómo
se ha ido construyendo el menosprecio institucional que
alimenta la discriminación de sus integrantes y cómo esta
acción social tiende a colocarlos en una situación de des-
ventaja social cuando no quedan garantizados sus derechos
individuales ni sus derechos culturales. La intuición moral
de estas dos autoras está dirigida por un objetivo claro: ha-
cer notar que la obligación del Estado consiste en reconocer
y promover los derechos culturales de los pueblos indígenas
mediante el principio de auto-respeto —entendido aquí
Pedro Meza — Imprenta Pública
como conciencia de ser un sujeto moralmente responsable
de sus propios actos y como la seguridad que se tiene sobre
el valor de hacer sus propios juicios—. Las razones para ello
son dos: primero, porque el propio Estado es el responsable
de la estigmatización de los pueblos indígenas y el causan-
te de que se mantenga la situación de desventaja social en
la que viven sus integrantes; segundo, porque es una obli-
gación, en un nivel normativo, que el Estado se encargue
de eliminar los obstáculos que han perjudicado de manera
injustificada a un grupo social cuando desarrollan su vida
cultural, sobre todo protegiéndolos contra los estigmas en-
raizados en una cultura mayoritaria.
El texto de Ernesto Cabrera resulta en una crítica a las
políticas públicas asistencialistas. Esta crítica la hilvana a
partir de la tarea de desenmascarar el paternalismo bene-
volente que cubre a este mecanismo político, el cual en lugar
de satisfacer las necesidades básicas y eliminar las brechas
de desigualdad social respecto al acceso a bienes y servicios
básicos, termina por hundir en una posición de desventaja
social a las personas a las que se dirigen estas prácticas po-
líticas. Su crítica no va dirigida a eliminar los objetivos de un
Estado social, sino más bien a su reconfiguración institucio-
nal mediante una concepción normativa de los derechos so-
ciales. Una de las claves para ello se encuentra en el recono-
cimiento de los criterios de indivisibilidad, interdependencia
e interrelación de los derechos, siempre que se tenga como
fin la garantía de todos los derechos y como punto de partida
la misma consideración normativa.
El texto de Jesús Rodríguez resulta uno de los trabajos
más complejos y maduros del libro, pues no sólo realiza un
análisis de las condiciones estructurales que permiten ex-
plicar el fenómeno de la discriminación, sino que además
agrega las pautas para construir un esquema de medición
de la discriminación. La propuesta de Jesús Rodríguez parte
de una hipótesis muy clara, la cual supone que la escasa par-
ticipación de los grupos discriminados, en el espacio regular
donde se ejercen los derechos sociales, tiene una fuerte re-
lación —de forma causal— con los diseños institucionales y
modelos de decisión gubernamentales sobre cuestiones de
legislación y diseño de políticas públicas, en los cuales los
prejuicios y la estigmatización social han tenido y tienen una
fuerte influencia. Por eso, el trato discriminatorio no resul-
ta en acciones subjetivas, sino en acciones sociales que se
reproducen en toda la estructura social. Ahora bien, la cons-
trucción de estos indicadores tendría que perfilar primero,
117
Imprenta Pública — Pedro Meza David Fuente — Imprenta Pública

Leña en el invierno

el ámbito donde se realizaría la medición, en este caso en
los mismos procesos institucionales; segundo, se tendrían
que definir los grupos vulnerables a la discriminación, a los
cuales estarían dirigidos las políticas públicas y, en última
instancia, una posible reforma a la legislación; después, se
tendría que definir qué se mide, pues muchas políticas pú-
blicas tienden a combatir de manera aislada los problemas
sociales y con un sesgo interpretativo que considera que el
tema de la pobreza es anterior. Sin embargo, la categoría de
desventaja social permitiría ampliar la mirada sobre cómo
combatir la desigualdad social, en cuanto no tendría como
que especifica que el desplazamiento forzado al interior de
un territorio es el resultado tanto de la violencia generaliza-
da y los conflictos armados como por la violación sistemática
a los derechos humanos. Es necesario mencionar que gran
parte del trabajo consiste en el análisis del marco normati-
vo que nos puede ayudar a entender este fenómeno y que
ayuda a distinguir entre personas desplazadas y refugiadas.
No obstante, me gustaría poner énfasis en la consideración
que hace el autor cuando presenta a los desplazados como
uno de los grupo más vulnerables a la discriminación. La ra-
zón de ello consiste en entender que, en la práctica, no sólo

único referente a las personas que viven en condición de
pobreza, sino que, con un arreglo teórico, serviría para refe-
rirnos a otros grupos que viven en una situación de desven-
taja por la discriminación.
En el penúltimo texto, que recae en las manos de Mario
A. Hernández, se aborda el tema de la justicia transicional, a
partir de la justicia compensatoria, con el fin de construir un
marco de referencia mas complejo que permita comprender
y construir la personalidad moral de las víctimas de violacio-
nes graves y estructurales a derechos humanos —tales como
8
se les niega la atención, protección y la asistencia debida, la Te r r y E ag l e to n , Por qué Mar x
cual respondería a la negligencia de individuos irresponsa- tenía razón, Barcelona, Pe-
bles que se encargan de hacer cumplir con la ley, sino que nínsula , 2015 .
el problema cala más hondo porque subyace a la estructura
social cuando, normativamente, niega mecanismos y medi-
das para atender a las personas que se han visto obligadas
por fuerzas sociales a desplazarse. Para observar la situación
de desventaja social en la que se colocan, podemos pensar
en cómo los refugiados —migrantes que cruzan las fronteras
del territorio al que pertenecen— estarían cubiertos por una

la desaparición forzada, las ejecuciones extrajudiciales y la
tortura. Para ello, recurre al esquema teórico de John Rawls
de una justicia distributiva para traducirla al vocabulario de
la justicia compensatoria, de tal suerte que se pueda asimi-
lar el objetivo de despejar obstáculos a las personas menos
aventajadas para que puedan acceder mejor a los bienes pri-
marios y ver hasta dónde es posible moldear esta misma idea
de justicia a la hora de atender a las personas que han vivido
la experiencia de la violencia grave a sus derechos. El proyec-
to aquí esbozado es más profundo, pues el objetivo no sólo
consiste en aplicarlo en aquellas sociedades que pasaron de
regímenes autoritarios a un régimen democrático —como el
ocurrido en Chile—, sino en un modelo válido para tiempos
de política regular en un régimen democrático, supuesto que
se basa en un realismo que no puede negar que la tortura,
la desaparición forzada y las ejecuciones extrajudiciales son
un peligro que se cierne en los sistemas sociales que aún to-
leran la discriminación entendida en términos estructurales.
El último trabajo está a cargo de José Antonio Guevara y
aborda el tema del desplazamiento forzado al interior de un
territorio, el cual es necesario distinguirlo de otros flujos mi-
gratorios. Para este autor, la diferencia entre formas de flujo
migratorio no radicaría en si se cruza una frontera territorial
o no, sino más bien por el motivo al que responde, en cuanto
legislación que obliga a los Estados receptores a atenderlos.
Un desplazado que se tiene que mover al interior de su na-
ción, como es en el caso mexicano, no existe una legislación
que permita atender y reparar el daño que se genera estruc-
turalmente.
Para finalizar, puedo decir que la mera presentación de
todo el mosaico de trabajos que reúne esta obra ha tenido
como finalidad acercar a un posible lector no especializado
sobre alguno de los trabajos en este libro reunido. Sin em-
bargo, creo que el libro en su conjunto se convierte en un
texto obligado para todo aquel que se encuentre interesado
en el estudio sobre los derechos económicos, sociales, cultu-
rales y ambientales, independientemente de la perspectiva
que adopte. m
por David Fuente
Maestro en sociología
política por el Instituto
de Investigaciones Dr.
Referencias
José Ma. Luis Mora de
la Ciudad de México.
Bobbio, N. (1991), El tiempo de los derechos, Madrid, Sistema.
Ferrajoli, L. (2009), Los fundamentos de los derechos fundamentales,
Madrid, Trotta.
E
l título del libro es franco: Por qué Marx tenía razón.
Terry Eagleton se dispone a desmentir las acusa-
ciones más comunes y de apariencia justificada —
pero de trasfondo erróneo— que se acostumbran
a lanzar contra la obra de Marx. Y lo hace con una escritura
fresca, elegante y en algunos puntos desenfada. Llega tam-
bién al sarcasmo, y es posible que robe varias sonrisas al
lector cómplice, como cuando enlista a Mel Gibson entre
las catástrofes provocadas por el capitalismo... La pluma de
Eagleton camina muy desenvuelta. Quizá porque la maneja
un experto en la praxis literaria.
La estructura del libro es sencilla. Se compone de diez ca-
pítulos que por desgracia no tienen título. Cada uno de estos
apartados comienza con una frase de apariencia contundente
en contra de la obra de Marx, de esas que se repiten como de
sentido común; ya se sabe: que el marxismo está anticuado,
que ya no hay lucha de clases, que el socialismo es imposible
debido a la naturaleza humana egoísta, que el marxismo es
determinista… En fin, cuestiones repetidas en las que, valga
decirlo, es fácil caer sin una profundización en esta corriente.
Y como Eagleton está metido hasta el cuello, sale al paso a
echarnos una mano.

118 119
Imprenta Pública — David Fuente
Quien se haya adentrado en cierta medida en
la obra de Marx y Engels, es decir, quien haya
leído ocho o diez de sus trabajos fundamenta-
les, y algunos puñados de sus artículos y cartas,
probablemente no encuentre continuos apren-
dizajes en esta lectura. Eso es lo cierto. Pero al
día de hoy son pocos los estudiantes y acadé-
micos de ciencias sociales en estas circunstan-
cias, y menos aún los aficionados del público
en general. De modo que el libro cumple un
papel tan claro como necesario: despejar el
“Se evidencian las virtudes
de enfoque dialéctico;
las aspiraciones de Marx
respecto al «método
materialista»; su conjunto
de inquietudes filosóficas,
morales y artísticas”.
camino de zarzas para poder releer a Marx en
toda su riqueza. Para quienes se encuentran
asomándose al marxismo o quieran darle una
segunda oportunidad después de varios años,
es probable que este libro les resulte un ver-
dadero descubrimiento: aquello que se había
proclamado como superado vuelve a brotar
entre las grietas, ahora tremendas, de las con-
tradicciones del capital.
Pero resulta que este trabajo de Eagleton
tiene virtudes que superan lo divulgativo, so-
bre todo porque resalta ciertos puntos de la
120
obra de Marx que no acostumbran a estar entre la carto-
grafía de otras relecturas, y además lo hace lanzando una
serie de interesantes sugerencias bibliográficas con las que
ahondar en cada tema. Es cierto que frente al Marx en su
(Tercer) Mundo, de Néstor Kohan, las escuetas páginas que
Eagleton dedica a la evolución del pensamiento del revo-
lucionario alemán respecto a los procesos de colonización
son solo una breve introducción. Lo mismo pasa con la figu-
ra de Stalin, teniendo en cuenta las casi 400 páginas de la
obra de Domenico Losurdo, que salió en español en 2011
con un análisis detallado. Y también es un señalamiento
muy conciso el que hace sobre la naturaleza humana enten-
dida desde una perspectiva materialista. Pero esta última
cuestión cobra especial interés porque, como bien señala
Eagleton (p. 89), es completamente rechazada por el pos-
modernismo, que toma por epicentro explicativo a la cul-
tura, y para el cual la palabra “naturaleza” supone casi un
alérgeno intolerable. De modo que se vuelve esclarecedor
acercarse a una perspectiva materialista a este respecto;
una que se aleja de la postura cristiana y conservadora que
considera al ser humano como esencialmente malo (lo cual
lleva a la desafección y al conformismo político).
¿En qué consiste esta naturaleza humana que concebía
Marx? Eagleton nos lo explica de diferentes maneras (pp.
85-91): unas necesidades biológicas similares, una misma
necesidad de sociabilidad —tome la forma que esta tome—,
una cierta moralidad básica común… sientan la base mate-
rial que puede permitir la empatía y una organización social
conjunta. No es que estas condiciones humanas elementales
aboquen a que dicha organización tome una forma armónica
(como lo demuestra de forma amplia la historia), pero dejan
siempre abierta esa posibilidad. Y esa opción, que nunca vie-
ne dada pero que puede definirse de forma más favorable
bajo determinadas condiciones, es uno de los sustentos del
proyecto transformador marxista: es el carácter inacabado
de la naturaleza humana, en oposición a la naturaleza de los
armiños (p. 87), lo que permite a nuestra especie un amplio
margen de transformación (incluso para bien...).
Hay que apuntar que el libro también incluye unos puntos
desacertados. Aquí conviene señalar los fundamentales. A
pesar de que Eagleton aclara que para Marx el capitalismo
era un modelo dinámico (p. 16) con una estructura constante
(en última instancia: extracción de plusvalía), considera que
el revolucionario alemán “pasó por alto […] las múltiples vías
[…] por las que el capitalismo [...] puede seguir procurándose
el consentimiento de sus ciudadanos y ciudadanas” —entre
las cuales Eagleton sitúa a la socialdemocracia— para así
conjurar “la posibilidad de insurrección política recurriendo
a la reforma” (p. 58). Es cierto que los medios culturales que
han consolidado la hegemonía capitalista —Eagleton men-
ciona Fox News y el Daily Mail— han tenido que ser analiza-
dos por marxistas del siglo XX, ya que en el XIX carecían de si-
milar relevancia. Sin embargo, las mejoras de las condiciones
de vida bajo el capitalismo eran algo que ya había observado
Marx. En su obra fundamental, El capital, consideraba que
este modo de producción avanzaba de manera más inhu-
mana en las ramas y en las áreas geográficas donde existía
menor desarrollo técnico, además de que las condiciones de
explotación del trabajador se suavizaban con este avance,
propiciado por el modelo mismo. Marx también se había
percatado de que las leyes fabriles de mediados del siglo XIX
—que reducían las condiciones insalubres de explotación—
impulsaban el desarrollo material, y por tanto la acumula-
ción capitalista en condiciones menos dañinas. Y también
tomó nota de que la reducción de la jornada laboral —que
beneficiaba a los trabajadores— terminó por ser favorable a
la extracción de plusvalía, por más que los capitalistas recha-
zaran aplicarla y solo lo hicieran bajo la coerción de la ley.01
Es decir, antes aún del desarrollo de los primeros partidos
socialdemócratas, para Marx el capitalismo había avanzado
sobre concesiones sociales para salvar sus propios desmanes
(entre otras cosas porque no podía sostenerse durante siglos
sobre una población obrera con una esperanza de vida de 30
años). De modo que Marx no solo “no pasó por alto” estas
reformas, sino que las inscribió dentro de la dinámica históri-
ca del modo de producción capitalista.
Otro asunto problemático es la dicotomía que estable-
ce Eagleton entre la explicación de la historia a partir del
desarrollo de las fuerzas productivas 02 y a partir de las re-
laciones de producción,03 como si se tratara de concepcio-
nes contrapuestas entre las que fuese necesario elegir (pp.
48-60). En realidad, para Marx estos aspectos estaban re-
lacionados, puesto que determinadas fuerzas productivas
01 Estos puntos pueden observarse de forma desarrollada, entre
otros lugares, en los subapartados 8 y 9 del capítulo XIII de El capital.
02 . Conjunto de recursos materiales y humanos puestos en funciona-
miento para la producción.
03. Modo en el que se jerarquiza la organización humana de la produc-
ción repartiendo funciones, propiedades y beneficios.
David Fuente — Imprenta Pública
propician ciertas relaciones de producción (por ejemplo,
la división del trabajo bajo la ciencia y técnica de la gran
industria se desarrolla suplantando las relaciones gremiales
y artesanales del trabajo por las capitalistas), al tiempo que
dichas relaciones pueden promover o frenar el desarrollo
de determinadas fuerzas productivas (por ejemplo, la ex-
tracción de plusvalía determina la inversión en maquinaria
que realiza el capitalista). Por lo tanto, son aspectos que se
codeterminan, y Marx expuso varios ejemplos, con mayor
o menor complejidad y desarrollo, de su imbricación.04 Sin
embargo, Eagleton dedica varias páginas a una supuesta
contradicción entre explicar la historia a partir de uno u
otro concepto, de una u otra “corriente de pensamiento
diferente” (p. 59). Esto lleva a Eagleton a hacer la curiosa
afirmación de que “no está claro [en la obra de Marx] cuál
es el mecanismo por el que unas clases sociales (y no otras)
son ‘seleccionadas’ para la misión de hacer avanzar las
fuerzas productivas” (p. 50). Sin embargo, Marx ofrece este
análisis concreto en el subapartado “Lucha entre el obrero
y la máquina” de capítulo XII de El capital. En esas páginas
expone ejemplos del histórico conflicto entre clases que,
desde la disolución del feudalismo, fue perfilando el desa-
rrollo material y propiciando la aparición (y silenciamiento)
de ciertos inventos.05
Pero a pesar de estos puntos discutibles de Eagleton, el
abanico de dimensiones de Marx abierto en este libro (salido
claramente al paso de la crisis de 2009) es lo suficientemente
rico como para reivindicarlo. Se evidencian las virtudes del
enfoque dialéctico; las aspiraciones de Marx respecto al
“método materialista”; su conjunto de inquietudes filosófi-
cas, morales y artísticas; su amplia concepción de lo econó-
mico; su perspectiva de lo que hoy llamaríamos lo ambiental;
el desarrollo de la teoría como fuerza política y la emanci-
pación política como forma de conocimiento práctico… Todo
ello a la mesa de los actuales acontecimientos: crisis econó-
mica, género, neocolonialismo… Y además con un esfuerzo
teórico creativo e irreverente. En fin, un libro escrito con agi-
lidad. Útil, sin duda, y necesario, como leña en el invierno. m
04 Se pueden contrastar las referidas páginas de Eagleton con los
dos párrafos que inician el subapartado 7 “Tendencia histórica de la
acumulación capitalista” del capítulo XXIV de El capital.
05. Marx: “Se podría escribir una historia entera de los inventos que
surgieron, desde 1830, como medios bélicos [en el sentido metafórico,
como la máquina de vapor, no directamente represivos, como las armas]
del capital contra los amotinamientos obreros”.
121
(in) actualidades — Ricardo Cartas
René Avilés Fabila: “No planteo en la
novela a Díaz Ordaz como el único
asesino, yo veo a la sociedad en
conjunto, yo veo al sistema completo”
E
l 21 de mayo de 2016 tuve la oportunidad de en-
trevistar en la librería Rosario Castellanos del
Fondo de Cultura Económica a René Avilés Fabila.
Jamás hubiera pensado que ese roble de 76 años
en unos cuantos meses nos dejaría. El motivo de la entre-
vista era charlar acerca de su novela El gran solitario del
palacio (1971), una de las obras emblemáticas de lo que se
ha nombrado como novelas del 68. Pasamos cerca de dos
horas charlando sobre el campo cultural mexicano, las con-
tradicciones de los intelectuales mexicanos, su relación con
el poder con el movimiento estudiantil de 1968.
metapolítica: En 1971 se publica El gran solitario del
Palacio en Argentina, ¿cómo fue ese proceso creativo
del 68 al 71?
122
por Ricardo Cartas
Director de Radio BUAP.
René Avilés Fabila: La novela la empecé a escribir el día 3
de octubre del 68, empecé a imaginarla y escribirla poco a
poco, y con el tiempo nos fuimos a Francia…
m: ¿Cuándo te vas a Francia?
RAF: En 1970, ahí la hago y la termino, la mando a México
a Joaquín Díez Canedo; no hubo respuesta. Recibí una car-
ta de una empresa argentina Fabril Ediciones, que era muy
importante en esa época, abrirían una edición latinoameri-
cana y querían comenzar, entre otros, conmigo. La mandé,
aceptaron y la publicaron muy rápidamente. Como no había
internet, no hubo oportunidad de corregir los errores que
ellos habían cometido, porque alteraron la sintaxis y muchos
términos mexicanos, en vez de crudo pusieron “curdo”, en
lugar de cuate “che”, cosas así absurdas, salió como pudo,
pero salió. Llegué a Buenos Aires, la presentamos allí y empe-
zó bien, llegaron a México algunos ejemplares, se agotaron,
aparecieron críticas en Buenos Aires, luego ya en México dejé
contrato firmado para la segunda edición, pero en el inter vie-
ne otra vez una dictadura, un golpe de Estado, se ponen muy
severos y mi novela es particularmente muy severa con los
militares, incluso hay un capítulo de dos líneas que dice: “Los
soldados efectivamente cumplen órdenes, pero si viera usted
cómo gozan cumpliéndolas”.
Eso hacía imposible publicarse en Argentina y aquí se pu-
blicó en una edición muy modesta, muy fea, con más errores
y más erratas, una editorial que se llamaba Ediciones Cid.
Tuvo dos ediciones más y luego la tuvo una empresa, que
no sé si haya desaparecido, que se llamaba “5 siglos” y ellos
trataron de corregir un poco los descuidos y los errores pero
la convirtió en éxito, se vendió muchísimo, se hicieron cinco
ediciones de “5 siglos”, ahí comenzó la vida afamada de la
novela El gran solitario del Palacio en México.
Lo más interesante es que, en efecto, lo primero que pien-
sa uno en ese momento es la necesidad de juzgar, de vengar-
te y para eso requieres mucho valor y coraje, más que bella
prosa. Fernando del Paso es el que logra las mejores páginas
en relación con el 68 en Palinuro de México, por lo menos esa
es una visión generalizada de los críticos. Yo espero que en la
edición que vamos a hacer con el motivo de los 50 años de El
gran solitario del palacio se puedan reparar los errores, que
no son graves realmente, no alteraron tanto, eran detalles
que sí estropearon la lectura.
Por otro lado, no planteo en la novela a Díaz Ordaz como
el único asesino, yo veo a la sociedad en conjunto, yo veo
al sistema completo, partidos incapaces de organizarse, una
clases obrera distante por completo, campesinos enajenados
e intelectuales que iban por ahí a darse un baño de pueblo,
tomarse la fotografía y no volvían más, el periodismo era un
asco, eso es lo que yo quería dar, un mural de México en 68.
Ricardo Cartas — (in) actualidades
1
René Av ilés Fabila, El gran
solitario de palacio, México,
Laberinto Ediciones, 2016.
m: Leyendo las críticas que le han hecho a tu novela, en-
tre artículos académicos y periodísticos, es interesante
cómo se construyen las visiones de tu obra, hay quien
las incluye en las novelas de dictadores, hay quienes la
señalan como una novela política o los que la consideran
una novela de humor; por otro lado hay quienes la consi-
deran de ciencia ficción. ¿Cuál es tu punto de vista acerca
de esas lecturas?
RAF: De lo que has mencionado, creo que es todo eso, es
una novela de humor negro que tiene un gran hallazgo: la
dictadura perfecta, donde sólo hay un presidente de la re-
pública eterno, vitalicio, mortal, al que cada seis años se le
cambia el rostro, se le programa con un chip distinto.
En el caso de las novelas de dictadores, de alguna ma-
nera yo había leído todos los libros sobre tiranos latinoa-
mericanos, todos prácticamente, curiosamente salvo los
clásicos como Asturias, los demás fueron posteriores al
mío; dudo que haya tenido algo que ver, pero de alguna
manera con mi publicación se inicia la novela de dictador
latinoamericano.
m: El humor es un factor importante, he leído cerca de 30
novelas sobre el 68 y creo que es una de las pocas obras
que plantea el tema con humor y es uno de los textos que
critica al PRI, a la Iglesia, al periodismo, al sistema polí-
tico. Cuando la escribiste, ¿no te dio miedo?, ¿cómo has
enfrentado las consecuencias de la novela?
R AF: Nunca he tenido miedo realmente, nunca, ni cuan-
do escribí Los juegos. Creo que hay una liga entre esta
novela y El gran solitario del palacio, donde digo que el
presidente “es la gran verga”. Me decían: “¿cómo es po-
sible que le digas al presidente que es la gran verga?”,
Pues es ¿no? “Pues sí pero no se dice” Bueno pues ya lo
dije, ahí déjelo.
123
(in) actualidades — Ricardo Cartas
El humor no lo puedo evitar, tú me conoces de hace tiempo,
no puedo evitar hacer una broma, pero además me parecía
muy gracioso imaginar esos actos del patriotismo vomitivo
de los mexicanos. Cortázar decía: “todo patriotismo es re-
accionario”, como cuando alguien se levanta y trae en las
nalgas la bandera de México”.
m: Eso yo lo veo con los últimos presidentes y es hasta
“normal” burlarse, Vicente Fox es una buena muestra;
Enrique Peña Nieto ni hablar, pero estamos hablando del
priismo duro, de Díaz Ordaz, de gente que no le temblaba
la mano en la época.
RAF: En absoluto, mataron, torturaron, mutilaron; sin em-
bargo, es mejor morir a dejar de hacer una buena broma, no
puedo evitar eso. Por cierto, el gobernador del que hablo en
Los juegos, era de Tlaxcala y le dejé el apellido. Cuando yo
publico esa novela todos vivían y las alusiones eran directas
a Díaz Ordaz y Echeverría.
m: ¿Cómo planteaste esta idea de la transformación de los
presidentes, las cirugías, la inmortalidad, toda esa trans-
formación? Te adelantaste muchos años antes a lo que
Vargas Llosa llamó la dictadura perfecta.
RAF: Sí, la del sistema. Yo soy un autor de literatura fantástica
en realidad, no hay otra explicación. Aunque si uno observa
mis cuentos los que podríamos denominar de corte político
son humorísticos. Recuerdo que algunos que escribí, unos
de guerrillas, algunos son muy serios, trágicos, pero la mayor
parte son parodias con todo el sentido del humor. Hay un ca-
pítulo donde digo hay un montón de fabulitas de cuentos, mini
ficciones diríamos ahora, en donde se satiriza al poder y al po-
lítico y dice: “para qué seguir escribiendo esto si nos están ma-
sacrando, hay que ir a la novela para externar tu indignación”.
m: Otro tema que salta de inmediato en la novela es el pe-
riodismo con el repugnante Parrita, tu personaje, que es
el clásico reportero en busca del chayote, pero donde más
te centras en Zabludovsky que fue una persona de mucho
poder en el momento.
RAF: Era infinitamente poderoso y sumamente servil a ese
poder, le puse “Babadouvsky” y se ha de haber enojado,
pero alguna vez me dijo: “Hola René soy Babadouvsky”.
124
m: Hablando de los intelectuales, lo que tú planteas en El
gran solitario es la estrategia que plateó Salinas de Gortari
en su momento, es decir, ¿qué vamos a hacer con los inte-
lectuales? Que publiquen, que tengan becas, que viajen.
Platícame, ¿cómo fue ese planteamiento con los intelec-
tuales?, ¿así sucedió?
RAF: Es muy evidente, sin duda hay intelectuales en la his-
toria de México que nunca se corrompieron, que honesta y
limpiamente fueron revolucionarios toda su vida, pero son
los menos, todos los demás de alguna manera se han co-
rrompido, de una u otra manera no han cumplido con lo que
presupone debe ser una de sus tareas, la de ser útiles a la
sociedad, no al señor presidente, esto ya se había vislumbran-
do. Recuerdo un viejísimo artículo de Gastón García Cantú en
donde dice que en México lo que prevalece es la tradición de
Díaz Mirón, crítico en sus mocedades y después al servicio de
la causa estatal al final de su vida y si uno lo mira bien Octavio
Paz sería el primero en ser señalado. Aparte de los vaivenes
que tuvo Paz, que ahora como no hay otra gloria, se le justifi-
ca absolutamente todo. No se señala su oportunismo al vin-
cularse a la guerra civil española porque era lo políticamente
correcto y después era el crítico correcto. Ahora ya se puso
en evidencia que no renunció en el 68, sino que se le pusiera
en disponibilidad que es otra cosa y finalmente se convirtió al
sistema, vio en el Estado al ogro filantrópico, hoy ni es ogro
ni es filantrópico, pero bueno. Paz terminó con una muerte
prácticamente en los brazos del presidente de la república
que fue el último priista de esa época, Ernesto Zedillo.
m: Ya han pasado casi 50 años del 68, hay distintos pun-
tos de vista, pero creo que la columna vertebral de ese
movimiento fue el pliego petitorio. ¿Cómo ves el plantea-
miento que se hizo?
RAF: Creo que esos diálogos públicos en general son toma-
duras de pelo, nunca un presidente de la república se atre-
vería, y menos en un país bárbaro como es México. Todavía
hace dos días el director del Politécnico me decía: “Estamos
aterrados, porque cuando vayamos a Los Pinos con todos los
representantes del estudiantado politécnico alguien va a sa-
car una bandera roja”. Eso es imposible, como utopía es muy
lindo, pero ni en los países más democratizados de Europa.
Por ejemplo, si sale el presidente a dialogar con todos, sale,
se hecha un discurso y te metes. En eso no se avanza porque
no es comprensible en nuestra época, ni en aquella ni en esta.
Definitivamente lo que sí se logró fue un proceso democra-
tizador que curiosamente empezó el propio PRI y uno de los
que acusan de asesinato colectivo, es decir Echeverría, que
finalmente rompe con Díaz Ordaz. De hecho rompió porque
se asume como parte de esa deuda de perdón con los mu-
chachos. Al final Díaz Ordaz le tuvo un rencor extraordinario.
Una vez que Echeverría toma la presidencia de la República,
Benítez, Fuentes y muchos intelectuales se suman y dicen:
“Echeverría o el fascismo”. Ahí están los intelectuales, no son
coherentes. La verdad es que yo sigo viendo al sistema, al
Estado mexicano, como el principal enemigo, no me pongo
como anarquista, pero es el responsable de todo y ahora es
el que ha permitido una especie de democracia caótica, una
democracia desordenada donde prevalece como eje la co-
rrupción, en todos lados, en todos los niveles, no hay un solo
cabrón decente. Uno revisa las vidas de los intelectuales y en
algún momento recibieron esto, recibieron lo otro. Ahí está
el viaje que hace Echeverría a Buenos Aires, se lleva a más
de cien intelectuales en el avión “de redilas”, José Agustín
recuerdo que me dijo: “Oye manito, vino el estado mayor y
que tengo que ir con corbata”, “¿Qué vas a hacer?” le dije.
“Ya te dije que no uso corbata”. Lo tomaron, lo llevaron al
puerto de Liverpool y le compraron una o dos de Hugo Boss.
m: ¿Tenía cuatro o cinco años que había pasado lo del 68?
RAF: Pues como cuatro. Todos fueron y se convirtieron en
intelectuales orgánicos de Echeverría, son cosas que uno no
puede permitir, se tiene que ser congruente, es muy difícil vi-
vir al margen del Estado en México, pero pues vívelo con el
ogro lo más decente que puedas, si no te las piden pues no las
des. Fernando del Paso mamó que dio gusto y ahora va a Espa-
ña, al país, al sistema. Yo no he recibido absolutamente nada
del gobierno del Estado, pero si hubiera recibido algo tendría
vergüenza para no ir, era para que alguien levantara la mano
y le dijera “Oiga pero usted, ¿no fue embajador?” y el embaja-
dor está al servicio de la república, el presidente los designa.
m: El término de “Estado totalitario”, creo que fue exagerado.
RAF: ¿O cuál es el Estado fascista? El fascismo es otra cosa y
el Estado totalitario también es otra cosa. En un Estado to-
talitario nadie va y le mienta la madre a Peña Nieto, ni Aris-
tegui lo balconea. ¿Quién los mató a los 43 de Ayotzinapa? El
Ricardo Cartas — (in) actualidades
PRD, los perredistas, estaba hasta involucrado
López Obrador, son ellos los que le voltearon
la tortilla a Peña Nieto, quien no tiene equipo,
no tiene asesores, alguien que le dé un consejo.
Imagínate, cuando le preguntan: “¿Oye, qué es-
critores hay?”, el Presidente responde “otra vez
me van a entrevistar con eso”.
m: El gran tema con los intelectuales del 68
es la supuesta participación en la conjura
contra el gobierno de México, esta idea que
hizo el Estado para designar a los culpables
del movimiento y ahí figuró Elena Garro, da-
nos tu punto de vista.
“Los soldados efectivamente
cumplen órdenes, pero sí
viera usted cómo gozan
cumpliéndolas .”
RAF: Hace unos días escribí un artículo sobre
Elena Garro, porque leí dos violentos artículos
de Christopher Domínguez Michael diciendo
las peores cosas que he leído en mi vida sobre
Elena Garro, pero eran ataques a la persona, no
argumentos literarios, “que mal escribía”, “que
pésimos cuentos”, “las obras de teatros son la-
mentables”, “de sus novelas ninguna se salva”.
Uno de los puntos que yo refutaba era que vi
dentro del 68 con mis ojos, quienes eran los
líderes, los veías, estaban en las fotos, en los mí-
tines y luego dice: “Elena es la delatora” y eso le
quita el prestigio que por fortuna está recupe-
rando gracias a su inmensa obra literaria, pero
Monsiváis llegó al extremo, que es un enorme
125
(in) actualidades — Ricardo Cartas
demagogo, de decir que fue la cantante del año.
Elena Poniatowska lo mismo.
Te puedo dar mil razones para odiar a Elena
Garro pero no por delatora. Pocos saben que
ella fue a hablarle a Díaz Ordaz cuando era em-
bajador en España, le dijo: “A mí me pasó esto,
estoy en el exilio, estoy huyendo”, y dijo Díaz
Ordaz con ese cinismo: “Señora, pues alguien
tenía que chingarse y fue usted”. Elena que sí
era aguerrida le dijo: “pues deschíngueme”, y
Díaz Ordaz le contestó: “pues ya no se puede”.
m: Muchos intelectuales rayan hasta en el fas-
cismo pero no se les trató como a Elena Garro.
“Para qué seguir
escribiendo esto si nos
están masacrando, hay
que ir a la novela para
externar tu indiganación.”
RAF: Yo termino ese artículo y algunos que es-
cribo sobre ella diciendo que justamente siento
que cometimos un grave error al regresar a Ele-
na a México; pero bueno, la historia ya se hizo,
llegó, padeció, murió en un cuarto horroroso
lleno de pulgosos gatos, de enfisemas, tenía
ochenta o ciento veinte, fumaba y fumaba, no
tenía dinero y sí la explotaban los listos y ávidos
que sí se daban cuenta de que era una mina de
oro, pues fueron por papeles, se quedaron con
originales, fue una víctima. Yo diría que la mató
el Estado mexicano. Tú me has visto en ese
sentido, le pedí a Blanca Alcalá, en mi discurso
cuando me entregaron la cédula real en Puebla,
el gran homenaje a Elena Garro, pero no lo hubo,
126
no lo ha habido. La China Mendoza es la única que se atreve
a decir la gran escritora que es Elena Garro. ¿Por qué? Pues
porque te vas a enemistar con Elena Poniatowska, a quien
han convertido en la nueva reina de las letras mexicanas.
m: Otro personaje que cobra protagonismo es José Re-
vueltas, también comunista.
RAF: Digamos que era marxista, para que no se enojen, porque
había la diferencia entre comunista, trotskista. En esa época
ser comunista implicaba ser parte del Partido Comunista, es-
tar vinculado al PC y punto, pero sí era un ejemplo a seguir. Él
tenía una especie de pasión por ser mártir, cuando lo encarce-
laron su hija más chica, Olivia, me fue a ver a mi casa y me dijo:
“Tenemos que hacer algo”; le dije mira: “No se puede hacer
nada, es imposible hacer algo, ahorita estás contra el Estado,
el ejército, la policía, de la ciudadanía que estaba convencida
de que éramos parte de un complot de perversos rojos, pero
si lográramos sacar a tu papá se va a encabronar, tu papá está
muy contento en la cárcel, tiene vocación de mártir político”.
m: De hecho se declara responsable.
RAF: Sí y no era. Se quería meter él solito, ni que fuera Lenin.
Pero de todos modos fue una figura excepcional, nunca se
corrompió, trabajaba para el gobierno pero pues tenía que
trabajar de algo. Cuando yo era chico él me publica mi primer
libro sobre Albert Schweitzer.
m: Otro personaje sobresaliente de la época, de cómo
enfrentó esta situación y salió bien librado fue el rector
Barros Sierra.
RAF: Se convirtió en héroe, viniendo de ser un funcionario
y empresario. En la entrevista que le hace Gastón García
Cantú, que es muy larga y muy sincera, es la mejor explica-
ción del movimiento por parte de un gran rector que enca-
bezó a los muchachos.
m: Por último René, tus lecturas del 68, me imagino que
has leído gran parte de las novelas sobre el movimiento.
¿Cuáles son las que más te han gustado?
RAF: Honestamente no me gustó ninguna, ni siquiera los li-
bros periodísticos como el de Monsiváis y el de Poniatowska.
Los entendí siempre con el valor de una denuncia que era ne-
cesario hacer, si no iban a juzgar los medios de comunicación,
el sistema judicial, por lo menos que el arte y la literatura los
juzgara. Así he visto la literatura del 68. Para hacer una obra
de arte se necesita tiempo, pero no lo había, lo que sobra-
ba era la necesidad de sacar el libro para hacer la denuncia
y quizá, esta es una reflexión que tú me hiciste tú mirar, de
lo mejor sea Con él, conmigo, con nosotros tres de la China
Mendoza. Estuve otra vez hojeando, releyendo, mirándola
para recordarla y sí es buena novela, curiosamente de una
priista. La China aún ahora lo sigue siendo, otro puede ser
Los símbolos transparentes de Gonzalo Martré o Los días y los
años de Luis González de Alba que tiene el talante del propio
Luis y algunas desconocidas que no estaban tan mal como El
León que se agazapa de Norberto Trenzo, lo otro no me acaba
de convencer pero sí creo que son necesarias.
m: Es interesante lo que tú dices, que es una conclusión
en el trabajo que estoy haciendo, es que la literatura del
68 aunque no son documentos históricos, sí te transmi-
ten la atmósfera. Por ejemplo hay un texto interesante de
Gerardo de la Torre que se llama Las muertes de Aurora, es
interesante porque trata el lado obrero, es única.
RAF: Tenía esa perspectiva porque trabajaba en PEMEX.
m: En cambio en las crónicas, los trabajos de Monsiváis
y Elena son muy centrados en lo universitario y lo de la
UNAM, porque la versión del IPN, de los obreros, no ha
estado presente.
RAF: Yo la toco cuando oí la muerte dramática de un politéc-
nico, del “Cachuchas”. La conclusión sería hacer una suma
de las novelas de 68 para hacer “La novela del 68”. En la
novela de la revolución mexicana muy pronto hubo clásicos,
muy pronto hubo obras que reflejaban con grandeza el mo-
vimiento épico y sus personajes extraordinarios: Azuela sin
duda, ahí está Martín Luis Guzmán que aunque es posterior,
después hace libros extraordinarios, obras maestras de la
literatura, acá no, nos llevó la pasión, la indignación.
m: El caso de Rafael Solana, estuvo como un perro fiel del
sistema, se atrevió a escribir una novela que es patética,
Los juegos de invierno, y hoy está olvidado no le quisieron
hacer su homenaje, ni nada.
Ricardo Cartas — (in) actualidades
RAF: No sólo eso, todavía en vida, porque fue un hombre
poderoso, le hicieron un homenaje. El gremio al que él
realmente pertenecía era de actores, de actrices, porque
ese era su mundo, él se veía como dramaturgo y en la ce-
remonia sólo estábamos Cristina Pacheco, cuatro o cinco
escritores, unos cuantos actores y unas cuantas actrices. En
vida comenzó a perder prestigio, de su generación era el
que había sido domesticado.
m: Prácticamente es la única novela donde se defiende al
sistema. Por ejemplo, Spota, muy inteligente lo que hace
es retomar los fragmentos de los de la izquierda, los pone
como en una balanza, al final dice perdónense no hay pro-
blema, pasemos la página.
R AF: Además era buen escritor, eso que ni qué, puedes
decir lo que quieras pero el tipo tenía una visión bien
clara, novelas como La carcajada del gato o su clási-
co de la ciudad de México, Casi el paraíso son novelas
muy bien hechas. Hay una anécdota que Benítez y él
siempre estuvieron peleados a muerte; sin embargo
algo había que los vinculaba y era claro: el periodis-
mo. Cuando Spota dirige el suplemento de El Heraldo,
lo primero que publica es una entrevista con Fernando
Benítez y lo presentan como el jefe de la mafia, el otro
le protesta y le dice: “Oye, no es una mafia”, y además:
“Si tuviera una mafia, ya estarías conmigo”; Spota le
contesta: “No, aquí ya trabaja Huberto Batis”, Fernan-
do responde: “Pero aquí entrarán escritores como…
Carlos Fuentes, el hermano tiene como cinco libros
editados en Penguin books”, Spota dijo: “¿Penguin
books?, ¿estos libritos anaranjados que tienen un pin-
güinito chiquito? Ah sí, mira aquí tengo yo siete”. Pues
estaba traducido a varias lenguas. Spota en vida fue un
impresionante vendedor.
m: Había una asociación de intelectuales, ¿marcharon con
el rector, porque era lo políticamente correcto?
RAF: Pero no el 2 de octubre del 68, esto está en un libro de
Carballo, en donde dice: “En el 2 de octubre recorrimos la
plaza antes de que empezará la matanza y sólo nos encon-
tramos a René Avilés y a Rosario”, y ahora resulta que todos,
absolutamente todos, grabaron su vida en Tlatelolco, fueron
testigos; y sí es cierto, ahí estuvimos un rato. m
127
(in) actualidades — Isaac Hernández
1 DILO
Una reinterpretación musical de la obra de
Damaso Pérez Prado. Álbum conformado por
once canciones donde se exploran diferentes
etapas del compositor y un bonus track que
es una canción compuesta por la banda con la
influencia de este músico.
En este álbum Los Músicos de José extien-
den la invitación a otros artistas contemporá-
neos como Los Liquits, La Banda Baston, Agru-
pación Cariño, MC Charlot, Borchi, entre otros
para colaborar en el proyecto.
128
2 NIGHT LIFE
El aclamado cantante / pianista / compositor
Tony DeSare presenta una versión post-mo-
derna de los clubes nocturnos espectáculos
de la década de 1950 Nueva York. Él va a ex-
plorar algunas de las melodías más bellas y
memorables inquietante que se han escrito
de Cole Porter, Duke Ellington, Bob Dylan,
Paul Simon y Willie Nelson, por nombrar al-
gunos, así como algunos nuevos originales
DeSare.
3 GOOD OLD TIMES
“Good Old Times” es el nuevo disco en solitario
de Simone Kopmajer. El álbum cuenta la colabo-
ración del guitarrista Jean-Paul Bourelly, pianis-
ta Paul Urbanek, el bajista y el batería Jamaala-
deen Tacuma Reinhardt Winkler en un conjunto
11 canción además de canciones escritas por
Neil Young, Van Morrison y otros.