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El sermón del Monte

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El Sermón del Monte... “No vine a destruir, sino a cumplir”

EN EL Sermón del Monte, Jesús expresó profundo amor y respeto a la Palabra escrita de Dios. Dijo: “No piensen que vine a
destruir la Ley o los Profetas [es decir, las Escrituras Hebreas en conjunto]. No vine a destruir, sino a cumplir.”—Mat. 5:17.
Tanto en palabra como en hechos Jesús mostró que era diferente de los maestros religiosos judíos de su día. Él habló de un tiempo en
el cual la gente ya no adoraría a Dios en el templo de Jerusalén. (Juan 4:21) Comparó su enseñanza a “vino nuevo” al que no podrían
contener “odres viejos.” (Luc. 5:37) Jesús también comía con “recaudadores de impuestos y pecadores” y ejecutaba milagros de
curación en el día sabático semanal. (Mar. 2:13-17; 3:1-5) Este comportamiento no violaba ninguna ley de Dios; pero sí iba en
oposición a tradiciones judías que se consideraban de mayor importancia que las Escrituras Hebreas. Los fariseos y los seguidores de
Herodes, puesto que veían a Jesús como transgresor de la ley de Dios, habían proyectado matarlo aun antes de que él pronunciara su
famoso Sermón del Monte.—Mar. 3:6.
Sin embargo, el Hijo de Dios aseguró a los que le escuchaban que él no había venido “a destruir” la Ley. Ni desobedecía sus
mandamientos ni declaraba que parte alguna de ella no fuera obligatoria para los israelitas. En vez de eso, Jesús vino “a cumplir”
aquella legislación divina. Como persona sin pecado, la guardó perfectamente, “hasta la muerte, sí, muerte en un madero de tormento.”
(Fili. 2:8; Heb. 4:15; 1 Ped. 2:22) Su muerte de sacrificio también cumplió tipos proféticos que habían sido suministrados por el sistema
de sacrificios animales de la Ley.—Dan. 9:26, 27; Heb. 10:1-9.
Jesús cumplió, no solo la letra de la Ley, sino también el espíritu que había detrás de aquella Ley. Mientras que la Ley prohibía actos
pecaminosos, Jesús denunció las actitudes que mueven a tales actos. Por ejemplo, el asesinato y el adulterio eran violaciones de la ley
de Dios; pero Jesús mostró que el continuar enojado con alguien y mirar a una mujer con lascivia son las disposiciones mentales que
llevan a tales transgresiones. (Mat. 5:21, 22, 27, 28; Sant. 1:13-15) Además, el que Jesús sacrificara voluntariamente su vida humana
para el beneficio de la humanidad fue un despliegue superlativo de amor, a lo que la Biblia llama “el cumplimiento de la ley.”—Rom.
13:8-10; compare con Juan 15:13.
Después, en su sermón, Jesús declaró: “En verdad les digo que antes pasarían el cielo y la tierra que pasar de modo alguno una
letra diminuta o una pizca de una letra de la Ley sin que sucedan todas las cosas.”—Mat. 5:18.
Como se muestra en The Kingdom Interlinear Translation, Jesús aquí usó la palabra “Amén,” que significa “en verdad,” “así sea.”
En su posición de Hijo ungido de Dios, el Mesías prometido, él ciertamente podía dar seguridad de que las cosas que decía eran verdad.
—Compare con 2 Corintios 1:20; Revelación 3:14.
El cumplimiento de la ley de Dios llegaría hasta la “letra diminuta o una pizca de una letra.” En el alfabeto hebreo entonces corriente,
la letra diminuta era yod (‫)י‬. Ciertas letras hebreas llevaban un trazo diminuto, o ápice o “tilde.” Los escribas y fariseos consideraban
muy significantes, no solo las palabras y letras de la ley de Dios, sino también estos trazos o ‘pizcas diminutas.’ Una leyenda rabínica
pone en boca de Dios estas palabras: “Salomón y miles como él pasarán, pero no permitiré que una tilde tuya (de la Tora [el
Pentateuco]) sea erradicada.”
Tan remota era la posibilidad de que dejara de cumplirse siquiera el detalle más minúsculo de la ley de Dios que “antes pasarían el
cielo y la tierra.” Esto era equivalente a decir “nunca,” porque las Escrituras indican que los cielos y la Tierra literales permanecerán
para siempre.—Sal. 78:69; 119:90.
Jesús dio más énfasis a lo mucho que estimaba la ley de Dios al decir: “Cualquiera, pues, que quiebre uno de estos mandamientos
más pequeños y enseñe así a la humanidad, será llamado ‘más pequeño’ con relación al reino de los cielos. En cuanto a cualquiera
que los haga y los enseñe, éste será llamado ‘grande’ con relación al reino de los cielos.”—Mat. 5:19.
Uno pudiera ‘quebrar’ uno de los mandamientos por medio de desobedecerlo voluntariosamente. O pudiera hacer lo que se
consideraba como peor que eso, a saber, enseñar a compañeros judíos que estaban sujetos a la Ley que algunos de sus mandamientos
no eran obligatorios. Mientras el pacto de la Ley estaba en vigor, era una expresión de la voluntad de Dios para su pueblo. La
transgresión o el enseñar cosas contrarias a los mandamientos que algunos quizás hubieran considerado hasta ‘más pequeños’ en
importancia sería apostasía contra Dios.—Compare con Santiago 2:10, 11.
La Ley se dio para llevar a los israelitas al Mesías, quien sería el gobernante principal en el reino de Dios. (Gál. 3:24; Isa. 11:1-5;
Dan. 7:13, 14) Por eso, en lo que se refiere a entrar en el reino de Dios, a las personas que quebraran los mandamientos de Dios se les
‘llamaría “más pequeñas.”’ No entrarían de ninguna manera en el reino.—Mat. 21:43; Luc. 13:28.
Por otra parte, a los que observaran la ley mosaica en la medida de su capacidad se les ‘llamaría “grandes” con relación al reino de
los cielos.’ Serían como las personas que aceptaron a Jesús como el Mesías y a quienes con el tiempo se llamó a participar en la
gobernación con él en el Reino. (Luc. 22:28-30; Rom. 8:16, 17) Es interesante el hecho de que las Escrituras llaman “grandes” a los
miembros de la realeza.—Pro. 25:6; Luc. 1:32.
Jesús después hace una declaración que puede haber sorprendido a los que le oían: “Les digo a ustedes que si su justicia no abunda
más que la de los escribas y los fariseos, de ningún modo entrarán en el reino de los cielos.”—Mat. 5:20.
Los “escribas” del día de Jesús eran una clase de hombres especialmente instruidos en la Ley. Aunque algunos de ellos quizás hayan
pertenecido al grupo de los saduceos, muchos escribas eran de la “secta” de los fariseos, cuyas exigencias con referencia a limpieza
ceremonial, el pago de diezmos y otros deberes religiosos iban más allá de los requisitos mosaicos.—Hech. 15:5.
Aquellos líderes religiosos tenían un punto de vista estrecho y legalista acerca de la obtención de la justicia. Creían que ésta venía
solamente de hechos que literalmente se conformaran a la letra de la ley. Según la tradición judía, cada vez que un individuo observaba
un mandamiento ganaba “mérito.” Se creía que toda transgresión incurría en “deuda.” Se entendía que un exceso de méritos hacía que
la persona fuera “justa,” mientras que una gran abundancia de deudas la hacía “inicua.”
Sin embargo, ese punto de vista legalista quedaba muy lejos de la norma de lo correcto de Dios. (Rom. 10:2, 3) Se daba poca
atención al desarrollo de cualidades como el amor, la justicia, la mansedumbre, la bondad y la fidelidad. Sin embargo, Dios considera a
éstas más importantes que la observación literal de preceptos legales. (Deu. 6:5; Lev. 19:18; Miq. 6:8) Con buena razón exclamó Jesús:
“¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas! porque dan el décimo de la hierbabuena y del eneldo y del comino, pero han
desatendido los asuntos de más peso de la Ley, a saber, la justicia y la misericordia y la fidelidad.”—Mat. 23:23; compare con Luc.
11:42.
La justicia cristiana tendría que ‘abundar más que la de los escribas y fariseos.’ Según Jesús, todos los que desean ser adoradores
verdaderos de Dios tienen que ‘adorar al Padre con espíritu y con verdad.’ (Juan 4:23, 24) Su adoración tiene que ser, no simplemente
actos externos de piedad en armonía con un código legal, sino “con espíritu,” motivada de corazones que estén llenos de fe y amor.
—Mat. 22:37-40; Gál. 2:16.
[Nota]
El código antiguo de la ley judía conocido como la Mishnah declara: “Mayor rigor aplica a [la observancia de] las palabras de los
Escribas que a [la observancia] de las palabras de la Ley [escrita].”—Tratado Sanhedrin, 11:3, traducido al inglés por Herbert Danby.

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El Sermón del Monte... Los cristianos como “sal” y “luz”

DESPUÉS de las nueve ‘felicidades’ de su Sermón del Monte, Jesús hizo un comentario en cuanto a cómo afectarían a la humanidad
sus seguidores. Dijo: “Ustedes son la sal de la tierra.”—Mat. 5:13, compare con Mar. 9:50; Luc. 14:34, 35.
La sal era cosa bien conocida a los que escuchaban a Jesús. Servía tanto para dar mejor sabor al alimento como para preservarlo de
corromperse. Patentemente porque la sal representaba libertad de corrupción o decadencia, Dios ordenó que la sal acompañara “toda
ofrenda” que se hiciera sobre su altar. (Lev. 2:13) En los días de Jesús los sacerdotes que desempeñaban sus funciones en el templo de
Jehová en Jerusalén salaban las ofrendas animales, de grano y de incienso que se presentaban sobre el altar de la ofrenda quemada. La
historia judía dice que con este fin había un enorme montón de sal cerca de la subida plana que conducía al altar. En la zona del templo
había un gran almacén, conocido como “la cámara de la sal,” para asegurar un suministro amplio.
Los discípulos de Jesús habían de ser “la sal de la tierra.” Esto sería cierto tanto en sus actividades de testificar a otros acerca del
reino de Dios como en su conducta personal. El testificar cristiano ha resultado en que muchas personas acepten a Jesús como el Mesías
prometido y ejerzan fe en su sacrificio que hace expiación por los pecados. Esto ha presentado a esos creyentes la oportunidad de ver
sus vidas preservadas para la eternidad. (Juan 6:47; Rom. 10:13-15) Además, por influir en la gente y llevarla así a vivir según los
principios bíblicos, los seguidores de Jesús demoran el aumento de la decadencia moral y espiritual en la sociedad humana.
Sin embargo, Jesús añadió una nota de advertencia, al decir: “Si la sal pierde su fuerza, ¿cómo se le restaurará su salinidad? Ya
no sirve para nada, sino para echarla fuera para que los hombres la pisoteen.” El comentador bíblico Albert Barnes hace notar que, a
diferencia de la sal común de mesa (cloruro de sodio), la sal con la cual estaban familiarizados Jesús y sus contemporáneos “era impura,
mezclada con sustancias vegetales y de la tierra; de modo que pudiera perder toda su salinidad, y todavía quedar una cantidad
considerable de materia terrestre. Esto no servía para nada, excepto que se usaba, como se dice, para colocarlo en sendas, o paseos, tal
como nosotros usamos la grava.”
Los cristianos tienen que tener cuidado para no descontinuar sus esfuerzos de compartir las “buenas nuevas” del reino de Dios con su
prójimo. (Mar. 13:10) Además, deben vigilar para no caer en patrones o modelos de conducta que no armonicen con las pautas bíblicas.
De otro modo, sufrirán deterioro en sentido espiritual y llegarán a ser como sal dañada —insípida, sin sabor, sin gusto— que ya no sirve
para nada.—Compare con Hebreos 6:4-8; 10:26-29.
LUZ QUE BRILLA PARA LA GLORIA DE DIOS
Dando otra indicación del efecto beneficioso que tendrían sus seguidores en la humanidad, Jesús dijo: “Ustedes son la luz del
mundo.”—Mat. 5:14.
De la Palabra inspirada de Dios, especialmente de las enseñanzas y ejemplo de Jesucristo, viene luz espiritual que ayuda a las
personas a ver las cosas como Dios las ve. (Pro. 6:23; Isa. 51:4; Mat. 4:16; Luc. 1:79; 2:32; Juan 1:4-9; 3:19-21; 8:12; 9:5) Por sus
actividades de testificación pública, los discípulos de Jesús iluminan a la gente con relación a la condición pecaminosa de la
humanidad, el propósito de Dios de remover el pecado por medio de Jesucristo, y su arreglo del Reino para bendecir con vida eterna a
todos los que ejercen fe en Jesús.—Juan 3:16, 36; Rom. 3:23, 24.
Pero el ser “la luz del mundo” envuelve más que eso. El apóstol Pablo escribe: “Sigan andando como hijos de luz, porque el fruto de
la luz consiste en toda clase de bondad y justicia y verdad.” (Efe. 5:3-9) Los cristianos deben ser ejemplos brillantes de conducta que
concuerde con los principios bíblicos.
Respecto a sus discípulos como portadores de luz, Jesús declaró además: “No se puede esconder una ciudad cuando está situada
sobre una montaña. No se enciende una lámpara y se pone debajo de la cesta de medir, sino sobre el candelero, y alumbra a todos
los que están en la casa.”—Mat. 5:14, 15.
Una ‘ciudad situada sobre una montaña’ se vería con facilidad, hasta desde considerable distancia. De manera similar, a las personas
que imitan a Jesucristo se les reconoce fácilmente como un pueblo “celoso de obras excelentes.” (Tito 2:14) Sus esfuerzos por
manifestar cualidades de devoción piadosa tales como las de moderación, castidad, diligencia en el trabajo, habla sana y unidad familiar
impresionan favorablemente a otras personas. (Tito 2:1-12) Ellos también están resueltos a ‘no ser parte del mundo,’ no participar en su
política, ni en su guerrear y modo inmoral de vivir. (Juan 15:19; 17:14-16) A veces esto hace que otros se mofen de los cristianos
concienzudos y los persigan.—Mat. 24:9; 1 Ped. 4:4.
Con buena razón, por lo tanto, Jesús añade que la gente pone una lámpara, “no debajo de la cesta de medir [griego, modios, con
capacidad de dos galones],” sino “sobre el candelero,” donde puede iluminar una habitación entera. Los seguidores de Jesús no deben
permitir que la oposición del mundo los lleve a esconderse o a mantener para sí las verdades que han llegado a conocer acerca de Dios.
Tampoco pueden ellos adoptar la práctica de conducta que no concuerde con los principios bíblicos, porque, aun si las personas que
hicieran eso continuaran proclamando celosamente la verdad bíblica, sus acciones arrojarían sombra sobre el valor de ésta.—2 Ped. 2:2.
Con referencia a una lámpara que brillara sobre un candelero, Jesús después declaró: “Así mismo resplandezca la luz de ustedes
delante de los hombres, para que vean sus obras excelentes y den gloria a su Padre que está en los cielos.” (Mat. 5:16) ¡Qué
poderosa razón para continuar ‘resplandeciendo como iluminadores en el mundo’! (Fili. 2:15) Al observar las “obras excelentes” del
cristiano, las personas pueden percibir la excelencia del Dios de ellos. Con frecuencia, esos observadores se sienten movidos a ‘dar
gloria’ a Dios por medio de llegar a ser sus adoradores también. Por eso, el apóstol Pedro dio esta amonestación: “Mantengan excelente
su conducta entre las naciones, para que, en la cosa en que hablen contra ustedes como de malhechores, ellos, como resultado de las
obras excelentes de ustedes de las cuales ellos son testigos oculares, glorifiquen a Dios en el día para la inspección por él.”—1 Ped.
2:12.

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El Sermón del Monte... ‘Sea perfecto’: Ame a sus enemigos

DESPUÉS de declarar que los que le escuchaban ‘no deberían resistir al que es inicuo,’ Jesús añadió: “Oyeron ustedes que se dijo:
‘Tienes que amar a tu prójimo y odiar a tu enemigo.’”—Mat. 5:39, 43.
Los que estaban presentes en la ocasión del Sermón del Monte eran judíos que habían ‘oído’ el mandato de Dios: “No debes tomar
venganza ni tener inquina contra los hijos de tu pueblo; y tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo.”—Lev. 19:18.
Sin embargo, los líderes religiosos de Israel daban énfasis al hecho de que las expresiones “los hijos de tu pueblo” y “tu prójimo” se
referían solo a los judíos. También daban énfasis al hecho de que otros mandatos de la ley de Dios exigían que los israelitas
permanecieran separados de otros pueblos. (Deu. 7:1-4) Aunque esto se refería a lo separado de Israel como nación respecto a otros
grupos nacionales, con el tiempo surgió el punto de vista de que todos los no judíos eran ‘enemigos,’ que habían de ser odiados como
individuos. Un ejemplo de esta actitud se puede ver por la siguiente declaración de La Mishna:
“No se dejará ganado en los mesones de los gentiles, puesto que se sospecha que cometen bestialidad; ni quedará una mujer a
solas con ellos, puesto que están bajo sospecha de lascivia; ni quedará un hombre a solas con ellos, puesto que están bajo sospecha
de derramar sangre. La hija de un israelita no ayudará a una mujer gentil a dar a luz, puesto que estaría ayudando a dar a luz una
criatura para la idolatría, pero una gentil puede ayudar a la hija de un israelita. La hija de un israelita no amamantará a la criatura
de una gentil, pero una gentil puede amamantar a la criatura de la hija de un israelita dentro del dominio de éste.”—Tratado
Abodah Zarah (“Idolatría”) 2:1.
“Sin embargo, yo les digo,” declaró Jesús haciendo un contraste refrescante: “Continúen amando a sus enemigos y orando por los
que los persiguen.” (Mat. 5:44) Aquí vemos más evidencia de que el Hijo de Dios vino, ‘no a destruir, sino a cumplir’ la Ley escrita de
Dios, porque aquella Ley mandaba tratamiento considerado, bondadoso, para los extranjeros.—Mat. 5:17; Éxo. 22:21; 23:4, 5; Lev.
19:33, 34; Deu. 10:19.
Pero Jesús no tenía la intención de limitar este principio a enemigos gentiles de Israel. Deseaba que sus seguidores obraran
amorosamente para con toda persona que les mostrara hostilidad. Escribiendo especialmente para los no judíos, Lucas registra de la
siguiente manera las palabras de Jesús: “Mas les digo a ustedes que escuchan: Continúen amando a sus enemigos, haciendo bien a
los que los odian, bendiciendo a los que los maldicen, orando por los que los insultan.”—Luc. 6:27, 28.
Según Jesús, los que estaban ‘escuchando,’ es decir, realmente tomando en serio sus dichos, tenían que hacer frente a un aspecto
triple del odio con una correspondiente expresión triple de amor: (1) ‘Hacer bien a los que los odian,’ por medio de responder a los
sentimientos de animosidad del enemigo con obras bondadosas. (2) Si el odio estalla en insulto verbal, ‘bendecir a los que los
maldicen.’ En vez de devolver maldición por maldición, los seguidores de Jesús deben hablar con bondad y consideración a los que se
les oponen. (3) Si la enemistad se extiende hasta más allá del abuso verbal y efectivamente es ‘persecución’ de los discípulos de Cristo
por medio de violencia física u otro tratamiento ‘insultante,’ deben ‘orar por’ los perseguidores, y suplicar amorosamente a Dios que los
opositores cambien de opinión y entren en el favor de Dios.—Compare con Romanos 12:14-21; 1 Corintios 4:12; 1 Pedro 3:8, 9.
Jesús entonces dio una poderosa razón para mostrar amor a los enemigos de uno: “Para que demuestren ser hijos de su Padre que
está en los cielos.” (Mat. 5:45a) Para el beneficio de sus lectores gentiles, Lucas reemplaza la frase: “su Padre que está en los cielos,”
con “el Altísimo.”—Luc. 6:35a.
Las personas que prestan atención al consejo de Jesús llegan a ser “hijos” de Dios en el sentido de que lo imitan por medio de reflejar
su benevolencia imparcial para con amigo y enemigo igualmente. (Compare con Mateo 5:9; Efesios 4:31-5:2; 1 Juan 3:9-12.) Dios da el
ejemplo perfecto porque “hace salir su sol sobre inicuos y buenos y hace llover sobre justos e injustos” (Mat. 5:45b); “es bondadoso
para con los ingratos e inicuos.”—Luc. 6:35b.
Para dar énfasis a lo importante que sería el que sus oyentes ‘continuaran amando a sus enemigos,’ Jesús añadió: “Porque si aman a
los que los aman, ¿qué galardón tienen? ¿No hacen también la misma cosa los recaudadores de impuestos? Y si saludan a sus
hermanos solamente, ¿qué cosa extraordinaria hacen? ¿No hace la misma cosa también la gente de las naciones?”—Mat. 5:46, 47.
Las personas que desean imitar a Dios no deben limitar sus expresiones de amor a individuos que pagan de la misma manera. Esto
no merecería ningún “galardón” o favor especial ante Dios. Hasta los “recaudadores de impuestos” estaban acostumbrados a desplegar
amor a los que los amaban, aunque los judíos consideraban a éstos como personas que estaban entre la gente más despreciable.—Luc.
5:30; 7:34.
El saludo común entre los israelitas incluía la palabra shalom (“paz”), que daba a entender un deseo de que la persona a quien se
saludaba tuviera salud, bienestar y prosperidad. El limitar tal saludo a personas a las que se consideraba “hermanos” no sería “cosa
extraordinaria,” porque algo similar podía observarse entre “gente de las naciones,” a quienes los judíos consideraban impíos, inmundos
y personas a las cuales evitar.
El evangelio de Lucas, escrito con consideración para los que no eran judíos, reemplaza las expresiones “recaudadores de impuestos”
y “gente de las naciones” (que en este contexto solo tendrían significado para judíos) con el término más general “pecadores.” Leemos:
“Y si ustedes aman a los que los aman, ¿de qué mérito les es a ustedes? Porque hasta los pecadores aman a los que los aman a ellos. Y
si hacen bien a los que les hacen bien, realmente, ¿de qué mérito les es a ustedes? Hasta los pecadores hacen lo mismo. También, si
prestan sin interés a aquellos de quienes esperan recibir, ¿de qué mérito les es? Hasta los pecadores prestan sin interés a los pecadores
para que se les devuelva otro tanto.”—Luc. 6:32-34.
Jesús concluyó esta porción del Sermón del Monte con la declaración: ‘“Ustedes en efecto tienen que ser perfectos, como su Padre
celestial es perfecto.”—Mat. 5:48.
Esto no es un mandato para que los discípulos de Jesús lleguen a ser física y moralmente intachables, porque en la actualidad eso es
imposible debido al pecado heredado. (Rom. 3:23; 5:12) Más bien, estas palabras estimulan a la gente a imitar al “Padre celestial,”
Jehová, por medio de perfeccionar su amor, haciendo que llegue a la medida plena y completándolo por medio de incluir a sus
enemigos en su alcance. En armonía con esto, el relato paralelo de Lucas dice: “Continúen haciéndose misericordiosos, así como su
Padre es misericordioso.”—Luc. 6:36.

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Deben influir en la vida de otros
Jesús explicó cuál debía ser la actitud de sus seguidores respecto al mundo cuando dijo: “Ustedes son la sal de la tierra; pero si la sal
pierde su fuerza, ¿cómo se le restaurará su salinidad? Ya no sirve para nada, sino para echarla fuera para que los hombres la huellen.
Ustedes son la luz del mundo. [...] Así mismo resplandezca la luz de ustedes delante de los hombres, para que ellos vean sus obras
excelentes y den gloria al Padre de ustedes que está en los cielos” (Mateo 5:13-16). ¿Por qué comparó Jesús a sus discípulos con la sal y
la luz?
Para empezar, no dijo que sus seguidores tenían que ser la sal y la luz para unas pocas personas. Al contrario, dio a entender que
tenían que ser la sal de toda la humanidad y dar luz a todo el que quisiera conocer a Dios. Así pues, es obvio que Jesús no quería que
sus seguidores se aislaran de la sociedad.
Al fin y al cabo, ¿cómo va la sal a conservar los alimentos si no está en contacto con ellos? ¿O cómo va una lámpara a iluminar un
sitio oscuro si no está ahí? Por eso, Jesús nunca mandó a sus discípulos que se mudaran a un apartado rincón del planeta y formaran allí
su propia comunidad. Tampoco los animó a vivir encerrados en un recinto religioso. Para cumplir su función, la sal tiene que estar en
contacto con los alimentos y la luz debe estar rodeada de oscuridad. De igual modo, los cristianos tienen que estar en contacto con los
demás para poder influir positivamente en sus vidas.

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El Sermón del Monte... ‘Que sus dones de misericordia sean en secreto’

DESPUÉS de su advertencia sobre la manera apropiada de tratar al congénere de uno, Jesús dio consejo acerca de la clase de
adoración que verdaderamente cuenta ante Dios. Empezó esta parte de su Sermón del Monte diciendo: “Cuídense mucho de
no practicar su justicia delante de los hombres a fin de ser observados por ellos.”—Mat. 6:1a.
En este caso, “justicia” significa conducta que se amolda a la norma divina de lo que es correcto. (Compare con Mateo 5:6, 20.) Dios
desea que la gente despliegue justicia en todo aspecto de la vida. Esto debe incluir las acciones de la persona cuando está sola y sus
relaciones con Dios y los congéneres humanos.
Las palabras de Jesús no quieren decir que nunca se deben hacer actos de piedad delante de otras personas, porque eso sería contrario
al consejo que él dio anteriormente en el sentido de que los que le oyeran ‘dejaran resplandecer su luz delante de los hombres.’ (Mat.
5:14-16) Pero el motivo jamás debería ser “para ser observados por ellos.” El individuo no debe procurar hacerse un espectáculo como
si estuviera en el escenario de un teatro.
Jesús declaró lo siguiente a todos los que pudieran inclinarse a ostentar como en un teatro sus virtudes: “No tendrán galardón con su
Padre que está en los cielos.” (Mat. 6:1b) Ese ‘galardón del cielo’ que incluye una relación íntima con Dios y las bendiciones eternas
de su gobernación del Reino, no es para individuos que tengan como motivo para adorar a Dios el atraerse atención a sí mismos.
Para los judíos del primer siglo E.C., tres aspectos principales de la adoración eran el dar limosnas, la oración y el ayuno. Acerca del
primero de éstos, Jesús declaró: “Cuando andes haciendo dones de misericordia, no toques trompeta delante de ti, así como hacen
los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para que los glorifiquen los hombres.”—Mat. 6:2a.
La expresión “dones de misericordia” significa donaciones caritativas para el sostenimiento de los empobrecidos. A menudo las
Escrituras Hebreas dan énfasis a la importancia de ayudar a individuos necesitados. (Pro. 14:21; 28:27; Isa. 58:6, 7) En tiempos
posteriores, cada comunidad judía tenía un fondo para los pobres que se recogía y distribuía desde las sinagogas cada semana. Se
esperaba que cada residente contribuyera según su condición financiera. Muchos individuos iban más allá de esta obligación y daban
apoyo extra a los necesitados por contribuciones voluntarias. Es interesante que Jesús y sus apóstoles tenían un fondo común para los
pobres.—Juan 12:5-8; 13:29.
Sin embargo, respecto al dar limosnas, Jesús dio esta amonestación a sus discípulos: “No toques trompeta delante de ti.” En otras
palabras: ‘No des publicidad al hecho de que das limosnas.’ Con regularidad los fariseos hacían esto, y Jesús los llamó “hipócritas,” es
decir, personas que fingían ser lo que no eran. En cuanto a dar publicidad a las donaciones caritativas “en las sinagogas y en las calles,”
leemos en el Theological Dictionary of the New Testament (un diccionario teológico):
“Los escritos rab[ínicos] dan abundante testimonio sobre la naturaleza teatral de la justicia farisaica. . . . Aunque por asignación y
tasa se suministraban los medios para sostener como comunidad a los pobres, el dar limosnas por encima de esto se fundaba en
dones gratuitos. Se informaba de éstos a la congregación en las sinagogas y en servicios de ayuno en la vía pública.” (Tomo III,
pág. 974) “En las sinagogas, esp[ecialmente] en los ayunos cuando en crisis serias se celebraba adoración en lugares públicos de la
ciudad . . . , había individuos que solían prometer en público sumas específicas para la caja de fondos para los pobres. . . . También
se nos dice que a los que daban grandes cantidades se les honraba permitiéndoles sentarse al lado de los rabinos en la
adoración.”—Tomo VII, pág. 86.
Acerca de aquellos hipócritas, Jesús declaró: “Verdaderamente les digo a ustedes: Ellos ya disfrutan de su galardón completo.”
(Mat. 6:2b) Papiros del primer siglo E.C. revelan que la Palabra griega para “disfrutan . . . completo” (apékho) muchas veces aparecía
en los recibos e indicaba posesión plena de un artículo o una suma de dinero. En su obra Bible Studies (Estudios de la Biblia), G. Adolf
Deissmann declara que, en vista de esto, las palabras de Jesús “adquieren el significado más cáusticamente irónico de que pueden
firmar el recibo de su galardón: se ha realizado su derecho de recibir su recompensa, precisamente como si ya hubieran dado un recibo
por él.” El aplauso de los hombres y quizás un asiento delantero en la sinagoga al lado de rabinos conocidos era toda la recompensa que
aquellos hipócritas conseguirían.—Compare con Mateo 23:6.
“Mas tú,” dijo Jesús a los que le escuchaban, “cuando hagas dones de misericordia, no sepa tu mano izquierda lo que hace tu
derecha.” (Mat. 6:3) La mano derecha y la mano izquierda son los más cercanos de los miembros corporales por el hecho de que están
a cada lado del torso y por lo general se mueven en cooperación. A veces pudiera ser que una mano funcionara en independencia de la
otra. Por lo tanto, el ‘no dejar que la mano izquierda supiera lo que la derecha estuviera haciendo’ significaría que uno no daría
publicidad a sus acciones caritativas, ni siquiera a personas en tan estrecha o cercana relación con uno como la mano izquierda lo está
con la derecha.
Según Jesús, la proclamación jactanciosa del dar limosnas debería evitarse para “que sus dones de misericordia sean en secreto;
entonces tu Padre que mira en secreto te lo pagará.” (Mat. 6:4) Puesto que el Creador mora en los cielos y es invisible a los ojos
humanos, permanece “en secreto” en lo que se refiere a la humanidad. (Juan 1:18; 1 Juan 4:20) El ‘pago’ que viene del que “mira en
secreto” incluye el que Dios ponga a los adoradores humildes en relación íntima consigo, que les perdone sus pecados y les otorgue
vida eterna en medio de condiciones de perfección. (Pro. 3:32; Efe. 1:7; Rev. 21:1-5) ¡Cuánto se debe preferir eso a la alabanza de otras
criaturas humanas!

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El Sermón del Monte... “Ustedes, pues, tienen que orar de esta manera”

DESPUÉS de haber dado a sus discípulos la amonestación de evitar el comportamiento hipócrita de llamar atención a sí mismos
cuando oraban, Jesús presentó la famosa Oración Modelo, comúnmente conocida como el padrenuestro. Le dio como introducción las
palabras: “Ustedes, pues, tienen que orar de esta manera.”—Mat. 6:9a.
La palabra “ustedes” se refiere a los que estaban escuchando a Jesús, a distinción de los hipócritas a quienes había mencionado antes.
(Mat. 6:5) La expresión “de esta manera” introduce un contraste con las personas que se habían acostumbrado a decir “las mismas
cosas repetidas veces.” (Mat. 6:7) Por eso, claramente se debe ver que Jesús no estaba animando a los que le escuchaban a
sencillamente repetir de memoria la oración que iba a darles.
La Oración Modelo tiene siete peticiones. Las primeras tres piden que Dios obre respecto a la santificación de su nombre; las otras
cuatro son solicitudes que tienen que ver con las necesidades humanas. Considerémoslas individualmente.
(1) “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.” (Mat. 6:9b) Porque Dios es el Creador de la humanidad y
mora mucho más allá de la Tierra, es propio que sus criaturas lo llamen “Padre nuestro que estás en los cielos.” (Hech. 17:24, 28; 2 Cró.
6:21; Isa. 66:1) Durante el primer siglo E.C., esta expresión era especialmente apropiada para los judíos, puesto que Dios había obrado
como padre para con aquel pueblo al librarlos de la esclavitud en Egipto y entrar en una relación de pacto con ellos. (Deu. 32:6, 18;
Éxo. 4:22; Isa. 63:16) El uso del término “nuestro,” un término en plural, encierra reconocimiento de que otras personas además de la
que ora están en relación estrecha con Dios y son parte de su familia de adoradores.
A veces la palabra “nombre” aparece en las Escrituras como sinónimo para la persona misma. Por ejemplo, en Revelación 3:4
leemos: “Sí tienes unos cuantos nombres [personas] en Sardis que no contaminaron sus prendas exteriores de vestir.” (Compare con
Isaías 30:27; Malaquías 3:16.) “Santificado sea tu nombre” encierra el pensamiento de que Dios tome acción para santificarse por
medio de limpiar de su nombre memorial o conmemorativo, Jehová, el oprobio que se ha amontonado sobre él desde la rebelión de la
primera pareja humana en el jardín de Edén. (Sal. 135:13; Ose. 12:5) En respuesta a esta oración, Dios quitará de la Tierra la iniquidad.
Acerca de ese tiempo, leemos: “Ciertamente me engrandeceré y me santificaré y me daré a conocer delante de los ojos de muchas
naciones; y tendrán que saber que yo soy Jehová.”—Eze. 38:23; también 36:23.
(2) “Venga tu reino.” (Mat. 6:10a) Ese “reino” es la gobernación soberana de Dios expresada por medio de un gobierno celestial
mesiánico en manos de Cristo Jesús y sus “santos” asociados. (Isa. 9:6, 7; 11:1-5; Dan. 7:13, 14, 18, 22, 27) El orar para que el reino
“venga” es pedir que el reino de Dios venga contra todos los opositores de la gobernación divina en la Tierra. Según el libro de Daniel,
‘el reino [de Dios] triturará y pondrá fin a todos estos reinos [terrestres], y él mismo subsistirá hasta tiempos indefinidos.’ (Dan. 2:44)
Después de eso, la gobernación por Dios transformará la Tierra en un paraíso mundial de justicia y paz.—Sal. 72:1-15; 2 Ped. 3:13;
Rev. 21:1-5.
(3) “Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra.” (Mat. 6:10b) Con esto no se solicita que los seres humanos
hagan la voluntad de Dios como la hacen los ángeles en el cielo, aunque ciertamente eso acontecerá. (Sal. 103:19-22; 148:1-14) Más
bien, lo que se pide es que Dios mismo obre en armonía con su voluntad para la Tierra. Es similar a esto esta declaración del salmista:
“Todo cuanto a Jehová le deleitara hacer lo ha hecho en los cielos y en la tierra, en los mares y en todas las profundidades acuosas.
Aquel que dio golpe de muerte a los primogénitos de Egipto, lo mismo a hombre que a bestia. Envió señales y milagros en medio
de ti, oh Egipto, sobre Faraón y sobre todos sus siervos; aquel que derribó a muchas naciones y mató a reyes potentes.”—Sal.
135:6, 8-10.
El pedir que Dios haga su voluntad en la Tierra es solicitar que efectúe sus buenos propósitos con relación a nuestro planeta, entre ellos
el de remover de una vez para siempre a sus opositores, como lo hizo en escala menor en la antigüedad.—Rev. 19:19-21; Sal. 83:9-18.
(4) “Danos hoy nuestro pan para este día.” (Mat. 6:11) En el relato evangélico de Lucas esta solicitud se presenta así: “Danos
nuestro pan para el día según la necesidad del día.” (Luc. 11:3) El pedir que Dios suministre artículos necesarios “para este día”
promueve fe en que él puede atender las necesidades de sus adoradores de día en día. No es una petición de provisiones
sobreabundantes, sino una por las necesidades diarias según surgen. Esto nos recuerda el mandato divino de que los israelitas
recogieran el maná que se suministraba milagrosamente “cada cual su cantidad día por día,” y no más.—Éxo. 16:4.
(5) “Y perdónanos nuestras deudas, como nosotros también hemos perdonado a nuestros deudores.” (Mat. 6:12) Lucas muestra
que por “deudas” Jesús quería decir “pecados.” (Luc. 11:4) La única manera en que la gente puede alcanzar el perdón de Dios es si ya
‘ha perdonado’ a las personas que han pecado contra ella. (Vea también Mar. 11:25.) Dando amplitud a este pensamiento, Jesús añadió:
“Porque si perdonan a los hombres sus ofensas, su Padre celestial también los perdonará a ustedes; mientras que si no perdonan a los
hombre sus ofensas tampoco perdonará su Padre las ofensas de ustedes.” (Mat. 6:14, 15) Dios otorga perdón solamente a personas que
perdonan generosamente a otras.—Compare con Efesios 4:32; Colosenses 3:13.
(6) “No nos metas en tentación.” (Mat. 6:13a) Con esto no se quiere dar a entender que Dios tienta a la gente a cometer males,
porque la Biblia declara: “Con cosas malas Dios no puede ser probado ni prueba él mismo a nadie.” (Sant. 1:13) El verdadero
“Tentador” que se esfuerza por manipular a la gente para que peque contra Dios es Satanás el Diablo. (Mat. 4:3; 1 Tes. 3:5) Sin
embargo, a veces los escritores de la Biblia dicen que Dios hace o causa cosas que él simplemente permite.—Rut 1:20, 21; Ecl. 7:13;
11:5.
Con la solicitud a Dios de que ‘no nos meta en tentación’ le estamos pidiendo que no permita que sus adoradores fieles sucumban o
‘se desplomen’ cuando se les someta a presión para que desobedezcan a Dios. Con relación a esto el apóstol Pablo escribe: “Ninguna
tentación los ha tomado a ustedes salvo lo que es común a los hombres. Pero Dios es fiel, y no dejará que sean tentados más allá de lo
que pueden soportar, sino que junto con la tentación él también dispondrá la salida para que puedan aguantarla.”—1 Cor. 10:13.
(7) “Líbranos del inicuo.” (Mat. 6:13b) Así se pide que no se le permita al Diablo vencer a los adoradores fieles de Dios. (Compare
con Salmo 141:8, 9.) Los discípulos de Jesús pueden confiar en que Dios puede contestar tal petición. El apóstol Pedro escribe: “Jehová
sabe librar de la prueba a personas de devoción piadosa.”—2 Ped. 2:9; compare con Revelación 3:10.
W79 1/2 pag. 9

El Sermón del Monte... ‘Acumulen tesoros en el cielo’

DESPUÉS de su consejo acerca de que era necesario evitar la hipocresía en la adoración, Jesús consideró el lazo del materialismo.
Empezó diciendo: “Dejen de acumular para ustedes tesoros sobre la tierra, donde la polilla y el moho consumen, y donde ladrones
entran por fuerza y hurtan.”—Mat. 6:19.
Jesús conocía bien la tendencia humana de confiar en una acumulación de cosas materiales. Dio a sus oyentes la amonestación de
‘dejar’ de hacer aquello, puesto que los tesoros terrestres no tienen valor duradero. Sean vestiduras costosas, dinero u otros artículos
materiales, estas cosas valiosas acumuladas pueden sufrir deterioro. Por ejemplo, ‘las polillas’ pueden arruinar telas valiosas; los
metales preciosos pueden sucumbir al “moho.” (Compare con Santiago 5:1-3.) Hasta antes de que comience el deterioro hay peligro de

robo. En la antigua Palestina los ladrones ‘entraban por fuerza y hurtaban’ por medio de abrirse una grieta para ello a través de las
paredes de barro o de yeso de las casas.
Por eso, Jesús declaró: “Más bien, acumulen para ustedes tesoros en el cielo, donde ni polilla ni moho consumen, y donde
ladrones no entran por fuerza y hurtan.” (Mat. 6:20) Uno puede acumular tesoros incorruptibles por medio de hacerse un registro de
obras excelentes “en el cielo” (es decir, ante Dios). Con relación a esto el apóstol Pablo dio a los cristianos acaudalados la amonestación
de que “trabajen en lo bueno, que sean ricos en obras excelentes, que sean liberales, listos para compartir, atesorando para sí mismos
con seguridad un fundamento excelente para el futuro, para que logren asirse firmemente de la vida que lo es realmente.”—1 Tim. 6:17-
19; Tito 3:8.
Jesús dio como razón para evitar el materialismo esto: “Porque donde está tu tesoro, allí también estará tu corazón.” (Mat. 6:21)
El “tesoro” de uno es lo que uno considera verdaderamente valioso. En esto uno pone su “corazón,” el asiento de los motivos, deseos y
afectos. Si el tesoro que le roba el corazón a uno es simplemente lo que este mundo puede ofrecer, eso le causa daño a la relación de
uno con Dios, quien requiere servicio de “corazón completo.”—1 Cró. 28:9; Mat. 22:37.
Para ayudar a los que le escuchaban a evitar el lazo del materialismo, Jesús presentó dos ilustraciones. Empezó la primera diciendo:
“La lámpara del cuerpo es el ojo. Si, pues, tu ojo es sencillo, todo tu cuerpo estará brillante.”—Mat. 6:22.
Es apropiado llamar al ojo “la lámpara del cuerpo,” puesto que la luz llega al centro visual del cerebro por medio de los ojos. En vez
de estar continuamente saltando de un lugar a otro para avistar todo objeto que se presenta a la vista, el ‘ojo sencillo’ enfoca la mirada
en una sola cosa. En sentido figurado, aquello en lo cual el individuo ‘fija su ojo’ como objeto de intensa concentración y meditación
afecta su personalidad entera. Si la meta principal de uno en la vida es hacer la voluntad de Dios, ‘todo su cuerpo estará brillante.’ En
todo aspecto de la vida uno reflejará una iluminación que glorifica a Dios y beneficia a su congénere humano.—Compare con
Proverbios 4:18, 25-27; Mateo 5:14-16.
“Pero si tu ojo es inicuo,” continuó Jesús, “todo tu cuerpo estará oscuro.” (Mat. 6:23a) El ‘ojo inicuo’ enfoca la atención con
anhelo codicioso en cosas incorrectas. (Note Mateo 5:28; 2 Pedro 2:14.) Para el que hace que lo principal en su vida sea buscar las
riquezas de este mundo, ‘todo su cuerpo estará oscuro.’ Una meta materialista de esa índole lleva a conducta incorrecta que manifiesta
oscuridad espiritual en todo aspecto de la vida. “Los que están determinados a ser ricos,” escribe el apóstol Pablo, “caen en tentación y
en un lazo y en muchos deseos insensatos y dañinos, que precipitan a los hombres en destrucción y ruina. Porque el amor al dinero es
raíz de toda suerte de cosas perjudiciales, y haciendo esfuerzos por realizar este amor algunos han sido descarriados de la fe y se han
acribillado con muchos dolores.”—1 Tim. 6:9, 10.
Mostrando la seriedad de esto, Jesús dijo en seguida: “Si en realidad la luz que hay en ti es oscuridad, ¡cuán grande oscuridad es
ésa!” (Mat. 6:23b) Como seres humanos tenemos la imperfección en nosotros desde el nacimiento. (Rom. 5:12) Sin embargo, la
condición de uno empeora si uno da dirección incorrecta a las facultades que tiene para adquirir iluminación (el ojo figurativo). El
codicioso anhelar de riquezas mancha todo aspecto de la vida de uno. (Pro. 28:20) “¡Cuán grande,” exclamó Jesús, es la “oscuridad” de
aquellos cuyo amor a los tesoros materialistas los conduce a empujar a un lado los asuntos espirituales!—Mat. 13:22.
Jesús añadió entonces una segunda ilustración: “Nadie puede servir como esclavo a dos amos; porque u odiará al uno y amará al
otro, o se apegará al uno y despreciará al otro.”—Mat. 6:24a.
Los que estaban escuchando el Sermón del Monte estaban familiarizados con la esclavitud, que era regulada por la ley mosaica.
(Éxo. 21:2; Lev. 25:39-46) El dueño de un esclavo podía esperar que su esclavo hiciera cuanto a cabalidad pudiera en su servicio.
(Compare con Lucas 17:7-10.) Es interesante el hecho de que en La Mishna se consideran los derechos del “esclavo que pertenece a
condueños,” lo que indica que a veces un esclavo podía estar sujeto a dos amos. Acerca de las palabras de Jesús respecto a esto, leemos
en el Theological Dictionary of the New Testament (Diccionario teológico del Nuevo Testamento):
“Mat. 6:24 y Luc. 16:13 presuponen la posibilidad de que un esclavo tuviera dos dueños que hubieran hecho inversiones iguales
en él y por lo tanto tuvieran derechos iguales a sus servicios. Esta es una situación que podía existir y existía. De hecho, había
esclavos a quienes un amo ponía en libertad, pero otro no, de modo que eran mitad libres y mitad esclavos. Por supuesto, en tal
relación [de servidumbre doble] era casi imposible el que el esclavo desplegara la misma devoción a ambos, especialmente cuando
los deseos e intereses de éstos pudieran variar muy ampliamente. Jesús expresó esto en el lenguaje de sus contemporáneos y Su
pueblo al decir que el esclavo [amaría] a un amo y [odiaría] al otro, es decir, que le tendría menos apego.”
Jesús remachó el punto de esta ilustración al decir: “No pueden ustedes servir como esclavos a Dios y a las Riquezas.” (Mat. 6:24b)
Esta declaración no condena el poseer riquezas, sino que, más bien, da énfasis al hecho de que uno no puede ‘servir como esclavo’ a las
riquezas y a la misma vez dar a Dios la devoción exclusiva que él requiere. El que verdaderamente ama a Dios y desea servirle de
manera aceptable, ciertamente tiene que ‘despreciar’ la esclavitud que es el resultado de hacer que los tesoros en la Tierra sean la meta
principal de uno en la vida.
W79 15/4 pag. 22-23
El Sermón del Monte... “Sigan pidiendo”

DESPUÉS de aconsejar a sus oyentes que evitaran juzgar adversamente a su congénere, Jesús dijo: “Sigan pidiendo, y se les dará;
sigan buscando, y hallarán; sigan tocando, y se les abrirá.”—Mat. 7:7.
Con estas palabras, el Hijo de Dios instó a sus discípulos a perseverar en oración. Había una necesidad apremiante para esto. En el
Sermón del Monte se había mostrado claramente que el ser justo a la vista de Dios no era simplemente un asunto de ejecutar actos
religiosos y caritativos. (Mat. 5:20; 6:1) Para que los actos de adoración sean significativos, tienen que brotar de motivaciones
apropiadas del corazón, y eso incluye el saber perdonar, ser casto y veraz y ejercer amor. (Mat. 5:22, 27, 28, 33-37, 43-48) Puesto que
estas cualidades son contrarias a la naturaleza humana pecaminosa, con regularidad los discípulos tendrían que pedir ayuda a Dios para
satisfacer Sus requisitos relacionados con la adoración verdadera.
Por lo tanto, tenían que ‘seguir pidiendo’ para recibir la fortaleza y sabiduría necesarias para llevar una vida de piedad o devoción.
(2 Cor. 4:7; 2 Ped. 1:3) Los discípulos deberían ‘seguir buscando’ esta ayuda de la misma manera que buscarían un tesoro escondido.
(Compare con Mateo 13:44.) Tenían que ‘seguir tocando’ para asegurarse de que se les admitiera por completo a las bendiciones que
Dios tiene para los que reciben su aprobación.—Note Lucas 13:24, 25.
Los que oran encarecidamente por estas bendiciones y obran en armonía con sus oraciones pueden obtener estímulo de las siguientes
palabras de Jesús: “Porque todo el que pide recibe, y todo el que busca halla, y a todo el que toca se le abrirá.” (Mat. 7:8) Esto
no significa que la gente puede orar por cualquier cosa que desee y recibir respuesta. Para que una oración sea apropiada, siempre tiene
que estar en armonía con la voluntad de Dios. (1 Juan 5:14) Sin embargo, los discípulos de Jesús podían estar seguros de que Dios
contestaría las oraciones que hicieran en petición de ayuda para efectuar la adoración verdadera.
A este respecto, el Hijo de Dios dio una ilustración: “De veras, ¿quién es el hombre entre ustedes a quien su hijo pide pan,... no le
dará una piedra, ¿verdad? O, quizás, le pida un pescado,... no le dará una serpiente, ¿verdad?”—Mat. 7:9, 10.
Durante el primer siglo de la E.C., en Palestina se cocía el pan en forma de tortas planas que se asemejaban a ciertas piedras. Algunas
serpientes pequeñas se parecían al pescado que frecuentemente se comía con pan. (Vea Juan 6:9) Si un muchachito le pidiera a su padre
pan, el padre no tendería a engañar ni molestar a su prole por medio de darle una piedra. Si el hijo pidiera pescado para comer con pan,
su padre no le extendería una serpiente. El afecto natural entre padre e hijo impediría que el padre hiciera aquello.
“Por lo tanto,” continuó Jesús, “si ustedes, aunque son inicuos, saben dar buenos dones a sus hijos, ¿con cuánta más razón dará
su Padre que está en los cielos cosas buenas a los que le piden?”—Mat. 7:11.
Los padres aquí en la Tierra, “aunque son inicuos” debido al pecado heredado, no dan a sus hijos cosas dañinas que solo se parezcan
a las cosas que ellos hayan solicitado. En vez de eso, los padres humanos se esfuerzan por suministrar “buenos dones” a su
descendencia. “Con cuánta más razón” contestará Dios, cuyo amor es perfecto, las oraciones de sus adoradores devotos. (1 Juan 4:8)
Concederá “cosas buenas” a sus siervos, especialmente espíritu santo, que puede fortalecerlos para que continúen rindiendo el servicio
sagrado que satisface los requisitos de Dios. (Compare con Lucas 11:13.) Sin embargo, el Altísimo hará esto solo con las personas que
persisten en ‘pedirle.’
En seguida, Jesús añadió una regla de conducta que ha alcanzado fama considerable: “Por lo tanto, todas las cosas que quieren que
los hombres les hagan, también ustedes de igual manera tienen que hacérselas a ellos; esto, de hecho es lo que significan la Ley y
los Profetas.”—Mat. 7:12.
Dios despliega una disposición paternal hacia sus siervos por medio de contestar las oraciones que le hacen. “Por lo tanto” ellos, en
cambio, deben tratar a su congénere apropiadamente. Solo de esta manera pueden probar que son hijos de Dios, es decir, personas que
imitan la benevolente disposición de Dios y cuyas oraciones reciben pronta respuesta del Padre celestial.—Compare con Mateo 5:44-
48; 1 Pedro 3:7.
Respecto a esta “regla áurea,” el libro A Pattern for Life (Un modelo para la vida) declara:
“Tanto en fuentes judías como en fuentes gentiles se pueden hallar paralelos a la Regla, como para probar que Dios no había
dejado a los hombres sin conocimiento de la más alta moralidad antes de la venida de Cristo. En Tob[ías, uno de los libros
apócrifos] 4:15 leemos: ‘Lo que odies no lo hagas a nadie.’ Hillel [un rabino que vivió alrededor del tiempo de Jesús] dijo: ‘Lo
que te es odioso no lo hagas a nadie más.’ Los estoicos tenían una máxima que decía: ‘No hagas a otro lo que no quieres que te
suceda a ti.’ En las enseñanzas de Confucio encontramos: ‘No hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti.’”
Sin embargo, todos estos dichos son negativos, estimulan a la gente a no tratar a otros de la manera que a ellos no les gustaría que los
trataran.
Sin embargo, las personas que pusieran atención al Hijo de Dios irían más allá de simplemente evitar el maltratar a otros. Tendrían
que tomar la iniciativa y hacer cosas buenas a su congénere, sí, “todas las cosas que quieren que los hombres les hagan.” Al comparar
este consejo con las declaraciones semejantes de tipo negativo en los escritos que no son bíblicos, A. B. Bruce hace la siguiente
observación en The Expositors Greek Testament:
“Lo negativo nos confina a la región de la justicia; lo positivo nos lleva a la región de la generosidad o la gracia, y por lo tanto
comprende a la ley y los profetas. Deseamos mucho más de lo que podemos demandar... que se nos ayude cuando estamos en
necesidad, que se nos dé estímulo cuando nos estamos esforzando, que se nos defienda cuando se nos represente erróneamente, y
que se nos muestre amistad cuando nos tienen acosados. Cristo quiere que hagamos todo esto de modo magnánimo y benigno; que
seamos, no simplemente [justos], sino [buenos].”—Vea Romanos 5:7.
La expresión “la Ley y los Profetas” señala a sumamente importantes e inspiradas Escrituras Hebreas. Cuando la gente trata a otros
de la manera que les gustaría que otros los trataran, actúan en armonía con el verdadero espíritu que hay detrás de la ley de Dios.
“No deban a nadie ni una sola cosa,” escribe el apóstol Pablo, “salvo el amarse los unos a los otros; porque el que ama a su semejante
ha cumplido la ley. Porque el código de la ley: ‘No debes cometer adulterio, No debes asesinar, No debes hurtar, No debes codiciar,’ y
cualquier otro mandamiento que haya, se resume en esta palabra, a saber: ‘Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo.’ El amor
no obra mal al prójimo; por lo tanto el amor es el cumplimiento de la ley.”—Rom. 13:8-10; compare con Mateo 22:37-40.

“Persistan en la oración.”—Romanos 12:12.


[Nota]
Las palabras de Jesús en Mateo 7:7-11 también aparecen en Lucas 11:9-13 en un marco de circunstancias que tuvo lugar en Judea cerca
de año y medio después que Jesús presentó el Sermón del Monte. Parece que Jesús consideró apropiado repetir el consejo.

W79 1/4 pag. 14-15


El Sermón del Monte... ¿Entran todos en el Reino?

DESPUÉS de advertir a los que le oían acerca de falsos profetas a los cuales pudieran llegar a conocer durante el primer siglo E.C.,
Jesús dijo: “No todo el que me dice: ‘Señor, Señor,’ entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que
está en los cielos.”—Mat. 7:21; compare con Lucas 6:46.
Para disfrutar de las bendiciones del reino de Dios, es necesario que las personas reconozcan el señorío de Jesucristo. (Rom. 10:9;
Fili. 2:11) Pero esto envuelve más que solo dar lealtad de dientes afuera al Hijo de Dios por medio de llamarlo “Señor, Señor.”
A la plenitud de bendiciones del Reino solo se admite al “que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.” Esa “voluntad” se
expresa adecuadamente en el Sermón del Monte. Exige hacer “obras excelentes” de declarar las verdades del Reino a otras personas.
También incluye transformar la personalidad de uno para desplegar cualidades como las de Dios, tales como apacibilidad, castidad,
confiabilidad, altruismo, amor, sinceridad y fe.—Vea Mateo 5:16, 21, 22, 27-30, 33-48; 6:1-18, 25-34.
Las palabras que Jesús dice después muestran que muchas personas que alegarían ser sus seguidores fallarían respecto a eso:
“Muchos me dirán en aquel día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu
nombre ejecutamos muchas obras poderosas?’ Y sin embargo, entonces les confesaré: ¡Nunca los conocí! Apártense de mí, obreros
del desafuero.”—Mat. 7:22, 23.
“En aquel día,” cuando Dios ejecute juicio contra sus enemigos (Zac. 14:1-3; 2 Tes. 2:1, 2; 2 Ped. 3:10-12), “muchos” procurarán que
se les considere favorablemente por medio de alegar que han logrado cosas sorprendentes ‘en Su nombre,’ es decir, como si fueran
representantes de Jesucristo y por medio de poder divino que hubieran obtenido mediante él.
Preguntarán: “¿No profetizamos [es decir, expresar comunicaciones divinas y quizás predicciones de acontecimientos futuros] en tu
nombre?” Pero tal ‘profetizar’ no es una identificación segura del discipulado cristiano verdadero. Según las Escrituras, falsos profetas
también proclamaron predicciones que a veces se realizaron, así como mensajes que entregaron como si fuera por autoridad divina.
—Deu. 13:1-3; Jer. 14:14.
Algunos se jactarían de haber ‘expulsado demonios en el nombre’ de Jesús. Hoy en la cristiandad hay personas que alegan que tienen
tal poder. Pero la práctica de exorcizar demonios (por medio de ritos místicos) siempre ha sido un rasgo de religiones que no son
bíblicas. Además, ciertos judíos del primer siglo E.C. expulsaban demonios por medio de fórmulas mágicas que creían que habían sido
entregadas desde el rey Salomón.
Lo que identifica a los cristianos verdaderos no es el profetizar sobrenatural, la expulsión de demonios ni ninguna otra ‘obra
poderosa’ (milagro). De hecho, al predecir la señal de su presencia y la conclusión del sistema de cosas actual, Jesús declaró: “Se
levantarán falsos Cristos y falsos profetas y darán grandes señales y prodigios para extraviar, si fuera posible, aun a los escogidos.”
(Mat. 24:24) Esos falsos profetas, impostores, aparecerían en la misma congregación cristiana e intentarían descarriar a muchos de sus
miembros.—Hech. 20:29; 2 Ped. 2:2, 3, 10-22; Jud. 4, 8-13, 16-19.
Como ya se ha indicado, Jesús señaló que el cristiano genuino sería “el que hace la voluntad de mi Padre.” ¿Y qué es la “voluntad”
de su Padre para este día? Según la predicción de Jesús, es: “Estas buenas nuevas del reino [establecido] se predicarán en toda la tierra
habitada para testimonio a todas las naciones” antes de que venga el fin (Mat. 24:14) ¿Proclaman las sectas de la cristiandad que el
reino de Dios se haya acercado? No, porque lo consideran como algo que simplemente está en el corazón de la gente, o en el futuro
muy lejano. Con hipocresía dan lealtad o alabanza de dientes afuera a Jesús, pero se retienen de hacer la voluntad de Su Padre. Queda al
grupo comparativamente pequeño conocido como testigos de Jehová el ‘declarar buenas nuevas de cosas buenas’ de los propósitos de
Dios relacionados con el Reino “hasta los extremos de la tierra habitada.”—Rom. 10:15, 18; vea también 1 Corintios 9:16.
A todos los que alegan tener una relación con Jesucristo, sin hacer las obras del Reino ni vestirse de una personalidad
verdaderamente semejante a la de Cristo, les irá mal cuando él ejecute venganza divina contra el sistema de cosas actual. Entonces
Jesús ‘confesará,’ o hará que quede públicamente manifiesto, que ‘nunca conoció’ a las personas cuyo cristianismo no fue más profundo
que el de rendir servicio de dientes afuera y ostentar los llamados dones “carismáticos.” Jamás han engañado al Hijo de Dios las
“muchas obras poderosas” de que se jactan. En vez de desplegar justicia, estas personas en verdad han resultado ser “obreros del
desafuero.” Por eso, cuando Jesús obre como ejecutor de la justicia para Dios en la venidera “grande tribulación,” les declarará:
“Apártense de mí.” A esos cristianos de imitación se les negará la entrada en las bendiciones eternas del reino de Dios.—Compare con
Mateo 24:21, 22; 25:41, 46.
[Nota]
Respecto a que los judíos expulsaran demonios, leemos en Exorcism Through the Ages (El exorcismo a través de las edades): “La
característica principal de estos exorcismos judíos es el hecho de que se pronuncian nombres de los cuales se cree que son eficaces,
es decir, nombres de ángeles buenos, que se usan o solos o en combinación con Él (—Dios); ciertamente el confiar en simples
nombres había llegado a ser una superstición entre los judíos desde mucho tiempo antes, y se consideraba muy importante que se
usaran los nombres apropiados, que variaban para diferentes tiempos y ocasiones. No hay duda de que fue esta creencia supersticiosa
lo que impulsó a los hijos de Esceva, quienes habían sido testigos del buen éxito de los exorcismos de San Pablo en el nombre de
Jesús, a tratar de emplear por su cuenta la fórmula: ‘Te conjuro por Jesús a quien Pablo predica,’ con resultados desastrosos para
ellos. (Hechos, xix, 13). Era una creencia judía popular, aceptada hasta por un docto cosmopolita como Josefo, que Salomón había
recibido el poder de expulsar demonios, y que había compuesto y transmitido ciertas fórmulas que eran eficaces para ello. El
historiador judío registra que cierto Eleazar, en la presencia del emperador Vespasiano y sus oficiales, logró, por medio de un anillo
mágico aplicado a la nariz de un poseído, sacar al demonio por las narices... debiéndose la virtud del anillo al hecho de que encerraba
cierta raíz rara que estaba indicada en las fórmulas de Salomón, y que era extremadamente difícil de obtener.”—Vea Antiquities of
the Jews (Antigüedades judaicas) de Josefo, Libro 8, cap. 2, sec. 5 y Guerra de los judíos, Libro 7, sec. xxv, párrafo 3.

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