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LA FILOSOFÍA DEL
LENGUAJE
EN LA EDAD MEDIA
ISB N 968-36-2186-4
ÍNDICE
2. Semiótica
Entenderemos aquí la semiótica, en sus grandes líneas, tal como la
sistematizó Charles Morris, aunque sin darle la acepción conductista
en que él la tomaba.1 Aceptamos, en cambio, las bases y las divisio
nes por él trazadas. El objeto de la semiótica es la semiosis o todo
2 Ver Ch. Morris, Fundam entos de la teoría de los signos, M éxico: U N A M , 1958,
pp. 36 y 40; el m ism o, Signos, lenguajey conducta, B u en os Aires: Losada, 1962, p. 239.
3 El m ism o, Fundam entos de la teoría d e los signos, ed. cit., p. 38.
pragmática. Lo que nos da una idea de que la semiótica, como un
todo, es superior a sus partes.
En la filosofía escolástica encontraremos una concepción semió
tica general, que tomaremos como semiótica pura (con sus partes),
la cual aplicaremos al final a casos concretos, volviéndose así una
semiótica aplicada (también con sus partes) al lenguaje metafísico.
3. Semiótica escolástica
Expondremos la semiótica escolástica medieval. A pesar de que no
se le daba el nombre de “semiótica”, corresponde a lo que ella in
tenta con su teoría del signo, de los términos, de las proposiciones,
etcétera, y todo ello era tratado en la lógica misma (de la cual Peirce
decía que no era más que otro nombre de la semiótica).
Es una semiótica del lenguaje natural, ordinario, no del lenguaje
formal, y tuvo muy escasa formalización (presentación y desarro
llo formalísticos), sólo en el ámbito de la sintaxis (en el caso de la
inferencia o consequentia, que llegó a presentarse con una forma
lización harto rudimentaria de sus variables, tanto proposicionales
como de términos). Incluso en el plano del lenguaje ordinario, si
bien tuvo pretensiones de ser la gramática lógica general —i.e. válida
de una forma u otra para todo discurso humano—, en realidad es la
gramática lógica de un sector del lenguaje ordinario: el latín, aun
que en cierta medida aplicable a otros idiomas que dependen de él
o tienen con él alguna analogía. Pero lo que sí es inapreciable es su
estudio de los fundamentos filosóficos del lenguaje y del signo, que
procura ser atento y obediente a la naturaleza.
Se manejan distintos niveles de lenguaje (lo que después de Frege
será denominado como “uso” y “mención” de las expresiones, y des
pués de Tarski será denominado como “lenguaje objeto” y “me
talenguaje”, y que para los escolásticos era, respectivamente, la
“suposición formal” y la “suposición material”), pero sin tanta pre
cisión, de modo que a veces llegaron a entremezclarse. También se
emplea una semiótica general (tratado del signo), y del lenguaje o
del signo lingüístico (gramática especulativa, tratado de la interpre
tación, tratado de los modos de significar, tratado de las propiedades
de los términos, tratado de los categoremáticos y sincategoremáticos,
etcétera), que incluye las tres ramas especificadas por Morris: sin
taxis, semántica y pragmática, según la distinción de Aristóteles en
apofántica, semántica y retórica. Aunque no era muy clara la dis
tinción, se trabajó intensamente en el establecimiento de categorías
sintácticas, semánticas y pragmáticas, con sus correspondientes re
glas. Pero, dada la imprecisión en sus demarcaciones, a veces se mez
claban los tratamientos respectivos (v.gr. el de la semántica con el de
la pragmática). Por eso ha sido necesaria una labor de reajuste o aco
modamiento (siempre tratando de no forzar demasiado las cosas).
3.1. Sintaxis
La semiótica medieval tomaba inicio, como es natural, en el estu
dio del signo en cuanto tal, elemento primario del acontecimiento
semiótico. Aunque es objeto de la semiótica misma en cuanto sis
tema, solía estudiársele en la parte de la lógica que veía la sinta
xis y la semántica de los términos. Por eso —aunque no es lo más
apropiado— lo incluimos en esa parte de la semiótica que es la sin
taxis.
De una manera u otra, los escolásticos atendían a la definición
del signo aportada por San Agustín, como “la cosa que, además de
las especies que da a conocer a los sentidos, hace pensar en otra
cosa distinta de ella misma”.4 Algunos la tomaban como si se diera
por supuesta en sus investigaciones; otros, como Ockham, sin aludir
explícitamente a ella, la tomaban para modificarla. Y ciertamente
con esa actitud se vio muy enriquecida, a la vez que precisada, pues
se veía que la definición agustiniana se reducía al signo sensible, y
hubo que generalizarla de modo que abarcara al signo intelectual (el
concepto), definiendo al signo simplemente como aquello que está
en lugar de algo distinto, y que puede ser conocido tanto sensible
como intelectualmente. En esto se fundaba la teoría de la significa
tividad de las expresiones lingüísticas. Aunque se tenían en cuenta
otros tipos de signos (naturales, imaginativos, etcétera), la investi
gación se centraba en el signo lingüístico.
En el ámbito del lenguaje, siguiendo también la tradición agusti
niana, se distinguían dos tipos de éste: lenguaje interno (mental) y
lenguaje externo (oral o escrito). Y se pasaba al estudio de la corres
pondencia entre estos tipos de lenguaje. Pero, dados los fines de la
14 J. Lukasiewicz, “Para la historia de la lógica d e p rop osicion es”, en sus E stu dios
d e lógica y filo so fía, Madrid: B iblioteca d e la Revista d e O ccid en te, 1975, pp. 1 0 1 -
102.
15 Ver Sto. Tomás, In II Peri herm eneias, lect. 1, n. 8; Contra G en tes, lib. I, cap.
67. H ay rastros d e este sentido en un texto del P seu d o-E scoto (Juan de Cornubia o
C ornualles), en Bochenski, ibid.
La consecuencia se considera como ley y como regla, llegando inclu
sive a aparecer libros titulados de regulis consequantiarum y hay casos,
como en el Pseudo-Escoto, que recuerdan el método de deducción na
tural. Habla, además, una cierta sistematización de las consequentiae,
distinguiendo casi todas las más fundamentales de otras que son deri
vadas.16
Consequentia <
Bona I SimPliciter {
|
\ D e materia
[ M aterialis tantum
( U tn u n c
„ Mala
I
Universal
Personal < o com ún
Formal
Suposición <
Singular
o discreta
Sim ple
M aterial
Podemos explicar estas clases de suposición de manera un tanto
cercana a la semántica actual:29 (a) Dentro del enunciado, un tér
mino tiene suposición formal si es una expresión del lenguaje objeto;
por ejemplo: “el hombre construye las ciencias”. Tiene suposición
material si es una expresión metalingüística tomada como nombre
de una o varias expresiones de la misma forma; por ejemplo: “el
hombre es un substantivo”, (b) Un término tiene suposición perso
nal si designa un objeto concreto; por ejemplo: “el hombre respira”
(se refiere a cada individuo del conjunto). Tiene suposición simple
si designa un contenido conceptual correspondiente; por ejemplo:
“el hombre es una especie de los primates” (se refiere al conjunto
en cuanto tal, y no sólo a sus individuos), (c) Un término tiene su
posición universal si funciona como nombre universal o común; por
ejemplo: “el hombre es capaz de aprender”. Tiene suposición singu
lar si funciona como nombre individual; por ejemplo: “el hombre no
llegó a la cita” (i.e. un hombre individual), (d) Un término tiene su
posición confusa si designa sus designata de manera indeterminada,
sin que se pueda conocer bien a bien su cuantificación; por ejemplo:
“el hombre busca la paz”. Tiene suposición determinada si designa un
número (mayor que uno) de designata de manera determinada; por
ejemplo: “el hombre ha producido explosiones atómicas”, (e) Un
término tiene suposición distributiva si se le puede aplicar el “des
censo lógico” (o ejemplificación particular), esto es, si de la propo
sición que lo contiene es legítimo deducir una proposición que lo
contenga tomado en suposición singular o que contenga un corres
pondiente nombre individual; por ejemplo: “el hombre es un ani
mal”, pues de él se puede inferir “luego este hombre es un animal”
o “luego Pedro es un animal”. Tiene suposición no-distributiva si tal
descenso no es legítimo; por ejemplo: “todo griego es un hombre”,
pues no es legítimo inferir “luego todo griego es este hombre” ni
“luego todo griego es Pedro”.30
31 Ver I. M. Bochenski, L ogique, op. cit, nn, 9.421-9.423. A lgunos añaden la d is
m inución (d im in utio), que “lleva un térm ino a suplir por un sujeto m enor (m en os
exten d ido) de lo q u e significaría el térm ino por sí solo: 'Todo argum ento es b u en o
en la m edida en que es verdadero’ ” (J. Maritain, E l orden d e los conceptos, B u en os
Aires: Club de lectores, 1967, p. 109).
como en “este hombre es un tigre”.32 En ambos casos la suposición
del término ha sido modificada o alienada.
La apelación, por su parte, es la aplicación de un término a una
cosa real y existente actualmente. Exige, pues, la existencia actual de
la cosa referida por el término; por ejemplo, el término “César” sig
nifica y supone por un personaje del pasado, pero no apela a nada,
pues ya no existe; el término “Anticristo” significa y supone por un
personaje futuro, pero no apela a nada, pues todavía no existe. Como
observa Bochenski, la apelación está muy relacionada con la am
pliación, y es de suma importancia para el problema de las clases
vacías.33 En efecto, basándonos en la apelación de un término po
demos discernir cuándo se trata de nombres carentes de referencia
o denotación, i.e. de términos vacíos.34 Ésta era una forma de ha
cer, en el lenguaje ordinario, lo que Russell pretenderá hacer con su
teoría de las descripciones definidas, sobre todo para descubrir las
descripciones vacías.
Finalmente nos encontramos con esa propiedad de algunos tér
minos que es la analogía. La situaremos entre los modos de la predi
cación, que son tres: (a) predicación unívoca, que es la de un término
común a muchos sujetos, y en la que la razón significada por el tér
mino es simplemente la misma para todos ellos; (b) equívoca, la pre
dicación de un término común a muchos sujetos, y en que la razón
significada por el término es simplemente diversa para todos ellos;
(c) análoga, la predicación de un término común a muchos sujetos, y
en la que la razón significada por el término es simplemente diversa
pero según algún respecto es la misma para todos ellos. Ejemplo
de predicación unívoca se encuentra en el término “hombre”, que
se predica de igual manera a todos los hombres; ejemplo de predi
cación equívoca se encuentra en el término “gato”, que se predica
de manera distinta del animal y del instrumento mecánico; ejemplo
de predicación analógica se encuentra en el término “alma”, que se
predica de diverso modo de la planta (alma vegetativa), del animal
(alma sensitiva irracional) y del hombre (alma racional), y, sin em
bargo, encuentra en todos ellos cierta semejanza o comunidad.
1 Ver D. P. Henry, The Logic o f Saint A n selm , Oxford: C larendon Press, 1967.
De grammatico, nos muestra algunos de sus conocimientos y técni
cas.2
En esta obra se relacionan lógica y gramática, tratando de buscar
las mejoras que introduce la forma lógica aplicada a la forma grama
tical; sería, en cierta manera, una aplicación del lenguaje lógico per
fecto o ideal al lenguaje ordinario para atenuar sus ambigüedades e
imperfecciones. Esto se nota en su gran atención a la forma o conse
cuencia lógica por encima de las apariencias del lenguaje ordinario,
en su cuidado por las relaciones sintácticas y semánticas para descu
brir y evitar falacias.
1. El lenguaje
2. Significación y apelación
3. Substantivo y adjetivo
Por lo tanto, todo hacer se puede decir o “hacer ser” o “hacer no ser”;
las cuales son dos afirm aciones contrarias. Cuyas negaciones son: “no
hacer ser” y “no hacer no ser”. Pero la afirmación “hacer ser” a v eces se
pone en lugar de la negación, la cual es “no hacer no ser”; y, a la inversa,
“no hacer no ser” en lugar de “hacer ser”. D e manera sem ejante “hacer
no ser” y “no hacer ser” se ponen una en lugar de la otra.18
18 Ibid., p. 29.
19 Ver ibid., p. 32.
20 Ver ibid., pp. 37 ss.
21 Ver ib id ., pp. 44 ss.
tivo, acordados en esa trama del ser y del hacer, el ser que hace ser.
Los verbos originarios son “hacer” y “ser” en combinación.
Está latente en ello una teoría ontológica del ser y del acto, tanto
del acto de ser como del acto del ser (que efectúa el ser hacia fuera
de sí mismo). Ciertamente el ser es previo al hacer. El primer acto es
el de ser, el de existir; pero el acto segundo, que expresa y plenifica
al anterior, es el del hacer. Y así como el ser se une al hacer porque
le da fundamento, así el hacer modaliza luego al ser y se le añade
para producirlo en los efectos que realiza. De modo que el hacer ser
está en el origen de la concepción metafísica de las causas. La causa
es aquello que influye en el ser de algo, que lo hace ser de alguna
manera. Causar es hacer ser. Y por ello la causa, el causar, está en
la base de la teoría semántica del hacer ser, como fundamento de la
función significativa de los verbos. Hasta allí llega el intento funda-
cionista de la semántica realizado por San Anselmo: hasta el ser y la
causa del mismo.
Pedro A belardo
Se considera como el mejor lógico y filósofo del lenguaje del siglo Xll
a Pedro Abelardo (1079-1142), quien hizo surgir, a través de sus in
vestigaciones y polémicas sobre la significación, la teoría de las pro
piedades de los términos. Puede decirse que ya él mismo la formuló
in nuce con su estudio sobre la significación, que toma como punto
de partida para tratar el signo lingüístico.
1. La significación
22 Ver P. A belardo, D ialéctica, tr. 2, lib. 1, ed. L. M. de Rijk, Assen: Van G orcum ,
1956, p. 154.
23 Ibid., tr. 1, lib. partium vol. 2, lib. 2, p. 69.
en tanto que producidas por las intelecciones; no las cosas tomadas
como completamente aisladas,del pensamiento”.24
Las voces o palabras se estatuyen por imposición de la comunidad
de hablantes. La materia de las voces son los sonidos, y éstos pue
den ser inarticulados (illiterati) o articulados (litterati). Los sonidos
inarticulados únicamente dan origen a las voces naturales y escapan
a la imposición; son voces naturales o instrumentales, como la risa
del hombre o el ladrido del perro. El sonido articulado es el que
da origen a la voz o vocablo por imposición, es una voz impuesta o
convencional (ad placitum).
Las voces tienen la función de dar a conocer las intenciones del
alma, y la escritura, es decir, las letras, dan a conocer las voces. Las
voces y las letras cambian según las diversas naciones, pero no así las
intelecciones, que son iguales para todos, pues son signos de las co
sas mismas. Aunque, como hemos visto, Abelardo parece quedarse
más en las cosas en cuanto pensadas que en las cosas en cuanto tales.
Con todo, busca asimismo la salida de la significación de la palabra
hacia la realidad.
Esto puede verse a través de su división de la significación en sig
nificación de conceptos (signiftcatio de intellectibus) y significación
de cosas (significatio de rebus). La primera consiste en la capacidad
que tiene un nombre de producir un concepto o entendimiento (in-
tellectus) de la cosa significada; la segunda consiste en designar o
señalar la cosa respectiva. Cada una de estas significaciones es im
portante y primera según un orden distinto. En un orden natural,
la significatio de rebus es la más importante, porque su objetivo es
hacer encontrar la cosa. Pero, en el orden de la imposición o insti
tución del nombre, la significatio de intellectibus es la más importante.
Y, dado que el factor más importante del lenguaje es precisamente
la imposición, por eso resulta que la significatio de intellectibus es la
significación más importante y primordial de un nombre o vocablo
cualquiera.25 Abelardo se da cuenta de que la función principal de
una palabra es constituir un concepto en el entendimiento.
Más aún, Abelardo llega a decir que la función propia y prima
ria de un término es lograr la significatio intellectuum. Por eso la
Pero con base en tal diferencia no parecen diferir del verbo algunos
nombres, com o “este m es del presente año”, y otros sem ejantes que
parecen significar con tiempo; sin embargo, no significan con tiem po
del m ism o m odo que el verbo lo hace, a saber, con un adverbio tem
poral que le sea adjetivo o adyacente en la construcción, pues esto no
ocurre en los nom bres.28
2.2. El verbo
Abelardo recoge la definición de Aristóteles: “El verbo es una voz
que no sólo es significativa, sino que además consignifica el tiempo.
Ninguna de sus partes tiene significado aisladamente. Y siempre in
dica que algo se predica de algo.”31 Abelardo evita repetir la ex
plicación de las notas en las que coincide con el nombre y va a la
diferencia más propia: el consignificar el tiempo.
Que el verbo consignifique el tiempo consiste en que lo signifi
cado por un verbo inhiere en una cosa individual con movimiento,
29 Ver ibid.
30 Ibid., p. 78. Ver D ialéctica, tr. 1, lib. partium vol. 3, lib. 3; ed. d e Rijk, p.
127. El nom bre indefinido, aunque lleve la partícula “n o ”, no es una n egación . Y se
llama “infinito” porque parece abarcar una infinitud de cosas, tanto existen tes com o
n o existentes. Por ejem plo, “no-h om b re” parece ser m ás bien algo indeterm inado,
existen te o no.
31 A ristóteles, L ib e rd e Interpretatione, ed. L. M inio-Paluello, 3, 16 b 6 -7 .
lo cual implica el tiempo, y puede tener como adjetivo algún adver
bio en su construcción. Por ejemplo, “corre” significa que la carrera
inhiere en alguien que corre, y puede añadírsele en la construcción
un adverbio, por ejemplo temporal, como “ahora”. Así pues, el verbo
se impone a algún individuo (persona) agente o paciente, como “co
rre” se impone a Sócrates corriendo, pero el adverbio que se le añade
no le confiere un significado semejante al que se le daría si se le im
pusiera un nombre, esto es, el adverbio no significa como nombre.
Además, según Abelardo, el nombre “carrera” es la causa de que sus
formados o derivados, por ejemplo: “corriendo” y “corre” puedan
ser significativos en cuanto al mismo individuo o persona. Y entre
esos formados no hay gran diferencia en cuanto a la significación,
sino sólo en cuanto a la construcción, a saber, en que “corre”, unido
a un nombre, da una proposición, mientras que “corriendo” no lo
hace. Y lo mismo vale para todos los verbos.32
La otra propiedad del verbo es que es un indicador de las cosas
que se predican de otras,
esto es, del sujeto, y digo de aquellas cosas, a saber, de las cosas en
tendidas en el mismo verbo o supuestas fuera del m ism o verbo, y esto
ocurre siempre, ya se tom e al verbo dentro de la proposición o fuera
de ella; en la proposición, lo hace de manera actual; fuera de ella, lo
hace de manera p o ten c ia l33
32 Ver A belardo, In D e Interpret., ed. M. dal Pra, pp. 78-80. Ver el m ism o. D ia
léctica, tr. 1, lib. partium vol. 3, Iib. 3; ed. d e Rijk, pp. 129 ss.
33 El m ism o, In D e Interpret., ed. M. dal Pra, pp. 80-81.
verbo en caso recto es presente, de modo que se pueda decidir su en
trada en proposición como verdadera o falsa. Sólo entran en ella por
participación y derivativamente del verbo en caso recto o presente.
Finalmente, los verbos de alguna manera son nombres, pues por sí
mismos significan algo, aunque sin implicar verdad o falsedad. Efec
tivamente, los verbos, “tomados en cuanto tales, esto es, por sí, son
nombres, esto es, son semejantes al nombre, porque significan algo.
Pero aún no significan a menos que se les añada algo conveniente
mente, a saber, ‘es algo’ o ‘no es’, esto es, afirmando o negando”.34
3. La oración y la proposición
34 Ib id .,p . 83.
35 A ristóteles, Lib. de I n te r p r e ta d . L. M inio-Paluello, 4, 16 b 26-28.
36 A belardo, In D e Interpret., ed . M . dal Pra, p. 84.
37 Ver ibid., Ver tam bién D ialéctica, tr. 2, lib. 1; ed. d e Rijk, pp. 145-148.
la falsedad. Hay, entonces, oraciones no enunciativas, como las de
precativas, desiderativas, interrogativas, etcétera, que, por no llevar
consigo verdad ni falsedad, pertenecen a la retórica o a la poética,
pero no a la lógica.
Por último, además de haber analizado la definición de la oración,
viene la división de la misma:
La E sc u ela de C hartres
43 Ibid., p. 160.
44 L. M. de Rijk. art. cit., p. 552.
45 Ibid., p .5 5 4 .
Quintiliano, Servio, Donato y Prisciano, fueron utilizados por los
principales maestros de esta escuela: Bernardo de Chartres (muerto
hacia 1124), Tbodorico de Chartres (muerto antes de 1155), Gui
llermo de Conches (1080-1145) y Ricardo el Obispo. Juan de Sa-
lisbury, que asistió a sus lecciones, describe sus procedimientos y
sintetiza sus enseñanzas.46
1. Gramática y lógica
50 Ver ibid., col. 847. U sam os aquí “literada” (o “letrada”) e “iliterada” (o “ile
trada”) para calificar a la voz q u e es (o no es, según el caso) suscep tib le de ser ex
presada en letras.
51 Ibid., col. 849.
52 Ver ib id ., col. 840.
y que componía o distinguía, bien de los cuatro elementos, bien de la
materia y de la forma, para que pudiesen ser captadas por los sentidos
de las creaturas racionales, con sus propiedades y diferencias, y pudie
ran hacerlo mediante la designación de los vocablos.53
5. La oración y la proposición
1 Sobre esto últim o puede verse A . Stagnitta, “Teoría della lógica in A lberto
M agn o” (III), en Angelicum 60 (1983), pp. 632 ss.
2 A lberto M agno, Líber de PraedtcabUibus, tr. 1, c. 1; seguim os la ed ición de
A ugusto Borgnet, París: Ed. Vivés, 1890, vol. I, p. 8 b. Las citas de A lberto M agno
corresponderán a este volum en, que con tien e la primera parte de su lógica.
1.1 .L a interpretación
El estudio de ese constitutivo tan importante de la lógica que es la
enunciación pertenece a su vez a otro más amplio que es el de la in
terpretación (hermeneia). La interpretación es el acto humano por
el que se da a entender algo, expresa lo que conocemos de las cosas,
efectúa la comunicación: “La interpretación es la oración que habla
de la cosa tal como está en las palabras, en orden a la explicación de
ésta.”3 Por translación, también se hace equivaler a la interpretación
el acto por el que tratamos de desentrañar el sentido de las expre
siones de otro. Originalmente se aplicaba, pues, a toda expresión en
la que se intentaba comunicar algo a los demás; y después pasó a
designar el esfuerzo por comprender correctamente lo que el otro
comunicaba o expresaba.
De acuerdo con ello, la enunciación difiere de la interpretación
como la parte difiere del todo. “La interpretación se hace de mu
chos modos. En cambio, la enunciación sólo expresa que una cosa
se dice o se predica de otra.”4 La enunciación no agota la interpre
tación, que tiene muchos otros modos, aunque el principal de estos
modos es la enunciación. Pero ya que la interpretación es original
mente cualquier expresión de la realidad, debe abarcar otros modos
que no sean enunciativos o asertivos y, así, comprende otros tipos
de oración no enunciativa o asertiva, y comprende aun las expresio
nes en las que sólo se amplea una parte de la oración. En cuanto a
las partes, se puede expresar o interpretar con un nombre o con un
verbo; en cuanto a las oraciones, las hay de otros modos distintos del
enunciativo, que son interpretaciones.
Entre interpretación, enunciación y proposición hay distinción sólo
de razón. La proposición es la enunciación que se encuentra bajo la
forma del silogismo. La enunciación es la interpretación que expresa
algo directo de la realidad, en modo indicativo, y es susceptible de
verdad o falsedad. Y la interpretación es la declaración de algo según
los diferentes modos de discurso.5
2. El signo lingüístico
Los mismos verbos en cuanto tales, esto es, tomados en sí mismos (no
en la oración, como partes suyas) son nombres. Lo cual se prueba por
que significan algo determinado que es propio del nombre, a saber, su
nota o noción. Y si se pregunta: ¿cuál es el nombre del verbo “amo”?,
se responde que su nombre es “amor”, y decimos que el verbo “amo”
es un verbo activo.22
Esto se apoya en que un verbo basta para dar noción de una cosa,
y cuando preguntamos sobre algo, y se nos contesta con un verbo,
nuestro ánimo se aquieta; por ejemplo, cuando pregunto “¿qué ha
ces?” y se me responde “leo”, ya no pregunto más. Pero no basta con
el solo verbo para construir una enunciación, porque él solo no lleva
consigo verdad ni falsedad, pues no significa el ser. San Alberto lo
explica así:
4. La enunciación
Una vez considerados los elementos, llegamos al todo, la enuncia
ción, que es lo que más nos interesa. Ella es, en efecto, como el
núcleo de toda la lógica.
26 Ver ibid., lib. 1, tr. 5, c. 1, p. 413 s. V éa se tam bién, lib. 2, tr. 1, c. 3, p. 432 a.
27 Esta diferencia entre la negación negante y la sólo infinitante, según se an
tep o n e al predicado o al sujeto respectivam ente, ha sido estudiada actualm ente por
P eter Frederick Strawson y Peter Thom as G each.
28 Ver Peri herm ., lib. 2, tr. 1, c. 1, p. 427 a.
Es necesario poner como eslabones las definiciones de la oración y
la interpretación para llegar a la de la enunciación.
Alberto recoge la definición aristotélica de la oración,29 que ya
hemos visto al hablar de Abelardo. Sobre ella observa Alberto:
(a) No es la definición de la oración en general, sino de una es
pecie de oración, la perfecta (las dos especies principales de oración
son la perfecta y la imperfecta, de acuerdo con la perfección del sen
tido que transmitan). A diferencia de Alberto, Santo Tbmás —como
lo veremos más adelante— añadirá a esta definición específica de
un tipo de oración la de la oración en general, que prefiere estudiar
primero, la cual es común a la perfecta y a la imperfecta, y después
estudia cada una de estas dos especies.
(b) La oración es voz significativa, pero es signo convencional,
no instrumental, pues el instrumento se ordena a una sola cosa, y
esto no lo cumple la oración, que se ordena a varias cosas, según
la convención. Y, como las partes de la oración son significativas
por convención, también lo es el todo que es la oración. Esto se cum
ple también en la oración compuesta, pues ella no significa como
una, pero sus partes son las que significan de modo singular y se les
aplica lo dicho de la oración singular, al decir en la definición que
significan separadamente.
(c) Alberto termina de explicar la definición aclarando que las
partes de la oración significan como dicción, y no como afirmación o
negación, porque el nombre “dicción” es equívoco. A veces significa
la pronunciación de cualquier dictum, como el nombre o el verbo; y
a veces significa la enunciación afirmativa de algo acerca de algo. En
el primer sentido, la dicción corresponde a algo del intelecto simple,
y tiene significado separadamente; en el segundo sentido, corres
ponde a algo del intelecto complejo, y no tiene significado separa
damente, pues significa lo verdadero o lo falso, pero significa algo
separadamente en el sentido de que el todo significa en sus partes.
La oración perfecta se divide en enunciativa y no-enunciativa: (i)
la oración enunciativa es la oración perfecta que significa lo verda
dero y lo falso de modo indicativo; (ii) la oración no-enunciativa es
la oración perfecta —pues genera un sentido perfecto— que no sig
nifica lo verdadero ni lo falso. A ella pertenecen la deprecativa, la
optativa, la imperativa, la interrogativa, la vocativa, etcétera, y, más
que a la lógica, pertenecen a la retórica o a la poética.
Alberto ya ha definido y dividido la interpretación, que vendría
después de la oración, y por ello pasa directamente a la enunciación.
Aunque Alberto retoma algunas cosas que han sido expuestas por
Abelardo a propósito de la enunciación o enunciado, añade cosas
muy importantes al estudio de este tema; por eso será conveniente
recogerlas. Para San Alberto, la enunciación es la interpretación
“que expresa el que algo se predica de algo”.30 Se puede dividir
según tres cosas que hay en ella: (i) si se atiende a la razón (i.e. ratio,
o noción) que contiene, no se divide; (ii) si se atiende a la cualidad,
se divide en afirmativa y negativa, y (iii) si se atiende a los compo
nentes, se divide en simple, compuesta y una que de suyo es múltiple
pero según algo es una. La división más importante es la que surge
según este último criterio.
(i) La enunciación simple o unitaria es aquella en la que un predi
cado se afirma o niega de un sujeto. De las enunciaciones unitarias,
algunas lo son por la significación y no por la voz, como “el animal
racional mortal es hombre”; otras lo son por la voz y no por la sig
nificación, a saber, aquellas en las que el sujeto o el predicado son
términos equívocos, que significan varias cosas, como “can”; y otras
lo son por ambas, esto es, por la voz y la significación, a saber, aque
llas en las que simplemente una cosa se predica de otra de modo
unitario, sin llevar consigo equivocidad. Y estas últimas son las que
nos interesa dividir, pues son las propiamente unitarias. De ellas, al
gunas son simplemente unitarias, y otras lo son por conjunción. Son
simplemente unitarias aquellas en las que se da una forma simple
de composición, como en “el hombre es animal”. Son unitarias por
conjunción aquellas
unitarias de m odo
{
afirmativa
sim ple y primero
negativa
(categóricas)
unitarias <
unitarias por
{
condicional
O ración enunciativa < conjunción
disyuntiva
(hipotéticas)
no unitarias ni conjuntas
f m uchos d e uno
< uno d e m uchos
significando la predicación de
I m uchos d e m uchos
5. La enunciación de inherencia
Los términos son los signos que usa el hombre para dar a conocer
sus pensamientos y emociones; con ellos significa las cosas, pero las
cosas tal como las concibe; por eso se dice que los términos signi
fican inmediatamente a los conceptos y mediatamente a las cosas.
El hombre, a través del lenguaje se comunica con sus semejantes
acerca de las cosas en cuanto pensadas o vividas, esto es, comunica
las afecciones de su alma (tanto conceptos como afectos): el ser hu
mano vive en sociedad, y se desenvuelve en ella conforme la pasión
y la razón. Las cosas le producen afectos y conceptos, llamados por
Tbmás “pasiones del alma”. Si el hombre fuera por naturaleza un
animal solitario, estas pasiones o afecciones le bastarían para cono
cer las cosas. Pero, como por naturaleza es un animal social, tiene la
necesidad y el impulso naturales de comunicar a los demás estas rea
lidades. Por eso fue necesario que hubiera voces significativas, para
que los hombres se comunicaran entre sí, las cuales surgen por con
vención. De ese carácter arbitrario de las voces resulta precisamente
que los que tienen diversos lenguajes no pueden comunicarse bien,
pues si los vocablos surgieran de modo natural, habría un mismo
lenguaje. Además, para poderse comunicar con los que están lejos
2. Semiótica de la proposición
61 Ver P. H oen en , L a ihéorie du jugem ent d 'a p ris St. T hom as d ’A qu in , Roma:
U niv. G regoriana, 1953 (2a. ed .), p. 101.
62 A ristóteles, Anafytica Priora, I, 36: “Por otra parte, existe e l argum ento de
q u e la oportunidad no es un tiem po con ven ien te, porque la oportunidad p erten ece a
D io s, pero no al tiem po con ven ien te, ya que nada es con ven ien te para D ios. P odem os
sentar co m o térm inos ‘oportunidad’, ‘tiem po con ven ien te’ y ‘D io s’; p ero la prem isa
d eb e en ten derse de acuerdo con el caso d el nom bre. P ues adm itim os, com o regla
general, qu e se aplica sin excepción a todos lo s ejem plos, que m ientras los térm inos se
estab lecen siem pre en caso nom inativo — por ejem plo, ‘hom bre’, ‘b ien ’, ‘contrario’,
n o ‘d el hom b re’, ‘d el b ien ’, ‘de los contrarios’- , las prem isas d eb en en ten d erse d e
acuerdo con el caso de cada térm ino: o bien en dativo, ‘igual a e s to ’, o en genitivo,
por ejem plo, ‘dob le d e e s to ’, o en acusativo, por ejem plo, ‘lo que hiere o ve e s to ’, o
en nom inativo, por ejem plo, ‘e l hom bre es un anim al’, o bien incluso d e cualquier
otra m anera que el nom bre se halle en la prem isa.”
63 E m pleam os los vocablos “su jeto” y “p red icad o” sin atrevernos a identificarlos
con “argum ento” y “functor”, en vista de lo q u e dice V. M uñoz D elgad o, op. cit., pp.
2 6 6 -2 6 7 , aunque, por otra parte, Ignacio A n gelelli d ice que p u ed en identificarse; ver
su artículo.
por, las mismas proposiciones”.64 La distinción pretendida no per
tenece a la doctrina tradicional auténtica. Mediante esta doctrina se
puede evitar la “superstición” de que la predicación sólo sigue el es
quema un sujeto-un predicado, y se deja abierta la posibilidad de su
análisis como varios sujetos que se vinculan de diferente manera con
el predicado, como sucede en las relaciones, a partir de las diádicas;
por ejemplo: “Pedro ama a Luisa”, “Mario da un regalo a su padre”,
y asf sucesivamente.65
Para Santo Tbmás, en general, la proposición es una relación en
tre esos dos tipos de correlatos: uno o varios sujetos y un predi
cado, siendo sujeto y predicado diferentes categorías sintácticas. Es,
en primera instancia, una relación simétrica. Vista desde la direc
ción del predicado hacia el sujeto, es una relación de predicabilidad
(praedicabilitas); vista desde la dirección del sujeto al predicado, es
una relación de sujetabilidad (subjicibilitas); globalmente, es una re
lación de predicación (praedicatio).
Los correlatos de una relación deben ser de una naturaleza tal que
satisfagan los requisitos necesarios para entrar en relación. Esto pa
rece carecer de importancia, pero nos manifiesta, en primer lugar,
que los correlatos tienen una aptitud para entrar en relación y, en
segundo lugar, que tienen dicha aptitud, en el caso de la relación
predicativa, por pertenecer a una determinada categoría sintáctica.
Cada uno pertenece a una categoría sintáctica diferente.
La aptitud de dos o más términos para entrar en relación pre
dicativa se manifiesta en la aptitud de unos para ser sujetos (subji
cibilitas) y la aptitud de otros para ser predicados (praedicabilitas).
Con arreglo a esto, la predicación no se efectúa por la relación de
términos de cualquier tipo, deben ser los unos sujetables y los otros
predicables. Se marcan así dos categorías sintácticas diferentes como
correlativas.
Ya Platón había entrevisto la necesidad de explicar esta necesidad
de dos categorías sintácticas heterogéneas para que se pudiera dar la
66 Ver el m ism o ,/! H islory o f the Corruptions o f Logic, Leeds: L eed s University
Press, 1968, pp. 1-2.
67 El m ism o, “Subject and P redicate”, ed . cit., p. 23.
Así pues, conviene decir que el esquema mínimo de la predica
ción, para Santo Tbmás, consta de un elemento sujetable y de un
elemento predicable, indicando con esto una aptitud o potencia que,
en cuanto se convierta en actualidad, nos da en acto un sujeto y
un predicado. Considerando de esta manera los elementos de la
predicación, con base en características tan generales como son la
sujetabilidad y la predicabilidad, como categorías sintácticas dife
rentes, evitaremos un peligro: el de considerar dichos elementos no
como dos cosas íntimamente relativas (cual lo indican los términos
“sujetable”-“predicable”, o “sujeto”-“predicado”), sino como dos ti
pos de nombres cualesquiera y autónomos, relativos o relacionables
de manera no muy clara, lo que Geach llama el “esquema-predi-
cativo-a-dos-nombres”, o la “teoría de los dos nombres”, contra
puesta a la teoría de “sujetable-predicable”; peligro que se elimina
diciendo que los constitutivos del esquema predicativo son dos ex
presiones correlativas: sujetable-predicable, y no dos expresiones
cualesquiera: dos nombres.
El evitar la teoría de los dos nombres y seguir la teoría tomista que
se acaba de proponer, nos trae tres ventajas principales: (i) a nivel
sintáctico, nos habilita para hacer un adecuado análisis de la pre
dicación como relación de dos correlatos convenientes, y ampliar
dicho análisis relacional a otras relaciones poliádicas; (ii) a nivel
semántico, nos ayuda a precisar la referencia y el sentido de dichos
elementos en la predicación, y (iii) a nivel pragmático y ontológico,
nos ayuda a esclarecer las funciones de dichos elementos y a evitar
el nominalismo o terminismo.
70 Ver Sto. Tomás, D e ente et essentia, cap. II; H. B. Veatch, “St. T h om as’ D o c
trine o f Subject and Predicate. A P ossible Starting Point for Logical Reform and
R enew aI”, en St. Thom as A qu in as (1274-1974). C om m em orative Studies, Toronto:
P ontifical ln stitu te o f M edieval Studies, 1974, vol. II, pp. 402-403.
71 La expresión “dispositio rei" corresponde a lo q u e W ittgenstein llama “Sa-
chverhalt” o “Sachlage” (Tractatus Logico-Philosophicus, 3.21, etcétera), y otros lla
m an “state o f affairs".
Aquí se hace presente una aplicación de la teoría hilemórfica del
tomismo. El o los sujetos están por la parte de la materia, mientras
que el predicado está por la parte de la forma; así indican la parte
material y la parte formal de los componentes que se relacionan (con
relación de inherencia o de otro tipo) en la cosa o estado de cosas
aludido.
Ciertamente se da, a partir de la predicación, una aplicación del
binomio materia-forma en el adagio tomista: “Subjectum teneturma-
terialiter, praedicatum formaliter” (es decir, “el sujeto se toma de mo
do material, el predicado de modo formal”). En la distinción lógica
que se marca entre el sujeto y el predicado se refleja la distinción
real entre el individuo auto-subsistente (suppositum) al que perte
nece la forma —el individuo o sujeto actúa a modo de materia que
recibe la forma y es determinado por ella. Esta distinción que se
opera en el campo de la lógica es un buen camino para presentar a
los filósofos actuales la distinción entre materia y forma en el campo
de la ontología.72 Y ciertamente esta presentación de la doctrina to
mista se cumple en el esquema de la proposición con el que opera
la lógica matemática. Puede verse la yuxtaposición de un signo de
predicado a un signo de sujeto (un nombre propio o una variable)
como expresando la relación de inherencia entre una forma concreta
y un sujeto (suppositum). El signo de predicado representa las ca
racterísticas determinantes como forma; y, conectando la doctrina
tradicional con la lógica matemática, el signo de sujeto, por ejem
plo la variable “x ” (que se cuantifica) representa al individuo o los
individuos de manera muy cercana a la noción de materia prima in
forme o, al menos, de quasi materia (el suppositum) que recibe esa
determinación de la forma.73 Y, en el caso de varios sujetos, se re
presenta una relación no sólo de inherencia, sino poliádica. El texto
de Santo Tomás dice: “El término, puesto como sujeto, se toma de
modo material, esto es, por el substrato material individual (supposi-
tum)\ pero puesto como predicado se toma de modo formal, esto es,
por la naturaleza significada.”74 Aunque se interpreta como relación
la yuxtaposición del sujeto al predicado, no es entendida, según se
85 Citado por R. M ondolfo, E l pen sam ien to antiguo, B uenos Aires: Losada,
1 9 4 2 ,1.1, p. 193.
en realidad es difícil de resolver. Pero Santo Tbmás se escapa de
ella al precisar el sentido de la identidad que asigna a la relación de
predicación, pues dicha relación es una composición efectuada por
el intelecto. Y la composición que hace el intelecto no es la misma
que la composición que se da en la cosa. En efecto, los elementos
que se dan en la composición de la cosa son diversos, pero la com
posición que hace el intelecto les da un signo de identidad. Es que
el intelecto no compone de la misma manera que la realidad: no
compone diciendo que el hombre es la blancura (como idénticos),
sino que dice que el hombre es blanco, esto es, que tiene blancura.
Así ocurre cuando compone la substancia y el accidente, y también
cuando compone la materia y la forma. El intelecto hace que “ani
mal” signifique lo que tiene naturaleza sensitiva, “racional” lo que
tiene naturaleza intelectiva, “hombre” lo que tiene ambas naturale
zas, y “Sócrates” lo que las tiene a todas ellas con una materia in
dividualizante. “Y, según esta identidad de razón, nuestro intelecto
compone unos y otros en la predicación”.86
Se salva de las paradojas de la identidad porque su identidad es
modal (o, como dice Geach, relativo a algo) e implica una diferen
cia modal. Esta identidad y diferencia modales consisten en que los
componentes de la cosa material son realmente distintos el uno del
otro: un substrato (subiectum o suppositum), por ejemplo, el hom
bre, y una forma, por ejemplo, la blancura. Los conceptos de uno y
otro se componen en la proposición por virtud de sus términos co
rrespondientes, el sujeto y el predicado, con un signo de identidad
(signum identitatis) que es la misma composición. Pero la compo
sición no significa una identidad sin más, no es un signo de identidad
completa, sino modal, a "saber, indica que son lo mismo (idénticos)
en el sujeto o substrato, pero no que sean idénticos los componentes
en cuanto tales. En este sentido, la identidad que puede expresar la
proposición "‘el hombre es blanco” entre el hombre y la blancura,
no es identidad real, sino de razón, y sólo en el sujeto o substrato (el
individuo o los individuos), esto es, sólo una identidad “material”.87
Se la puede llamar, entonces, una identidad material, mientras que
a la diversidad que implica se la puede llamar formal o racional (de
formas, razones o nociones). No se trata de una identidad sin más o
total. Y así, no valen para Tomás las objeciones de Estilpón.
89 Ver ibid., lect. 2, p. 57. E sto concuerda con la caracterización que h ace Sim p
son del esquem a predicativo russelliano: “Un predicado será cualquier expresión que
com bin ada con uno o m á s nom bres de objetos (de acuerdo con las reglas sintácticas)
p erm ite obtener una proposición. [...] En este análisis la cópula queda reabsorbida p o r
el predicado, y éste se aplica directam ente al sujeto sin n ecesidad de un vínculo gra
m atical” (T. M. Sim pson, op. cit., p. 18).
90 Ver A ristóteles, Peri herm eneias, I, 4, 17a2; Sto Tomás, In I Peri herm eneias,
lect. 7, p. 22.
va en modo indicativo; las demás, para ser proposiciones o enuncia
ciones, deben poder reducirse al modo indicativo.91 El uso propio
de la proposición es el uso asertivo. La proposición, en cuanto tiene
un uso lógico, en cuanto instrumento de la lógica, es una oración
que significa de manera indicativa la verdad o la falsedad. La propo
sición es el tipo principal de oración, siendo la oración una emisión
de sonido que significa algo por convención, y cuyas partes, tomadas
por separado, sólo significan como términos. Y puede ten er—como
dijimos— muchos modos, pero sólo es proposición aquella oración
en la que la intención del hablante es indicar un estado de cosas.
El elemento tal vez más distintivo de la proposición es que se
la considera como una oración perfecta, siendo la oración perfecta
la que alcanza a expresar plenamente la intención del hablante (el
speaker’s meaning), o, dicho de otro modo, la que genera un senti
do perfecto en el oyente. Las oraciones que no generan este sentido
perfecto padecen de incompletud, y únicamente la oración perfecta,
la que manifiesta completud, puede ser considerada como propo
sición, la cual comunica con sentido perfecto el conocimiento de lo
verdadero o de lo falso.
1. Categorías sintácticas
93 Ver N . Kretzm ann, “Sem antics, History o f”, en P. Edwards (ed .), The E n c i
clopedia o f P hilosophy, N ew York and London: Collier-M acm illan -The Free Press,
1972, vol. 7.
Y, ya que tales elementos son signos lingüísticos, se ha de comen
zar por ellos. El signo lingüístico se construye con los sonidos, los
cuales son los objetos sensibles de los oídos, y pueden ser de dos
clases: vocales y no vocales. Los vocales son los producidos por la
boca de un ser animado; los no vocales se producen por otros me
dios. El sonido vocal es el que da origen al vocablo o voz. Sherwood
estructura su exposición con las definiciones que ya conocemos de
las voces, ya naturalmente significativas, ya por convención; estas
últimas pueden ser términos u oraciones; y los principales términos
de las oraciones son el nombre y el verbo.
En cuanto al nombre y al verbo sigue muy de cerca las definicio
nes, divisiones y explicaciones de Aristóteles, que hemos conocido
al tratar de Abelardo, Alberto Magno y Tbmás de Aquino. Nombre
y verbo (con varias subdivisiones) son los términos categoremáticos,
los demás son sincategoremáticos. Estos últimos, ya que no signi
fican de por sí, no tienen propiamente significación, sino consig
nificación, esto es, significan en unión con un categoremático, “pues
significan lo que significan en cuanto son disposiciones de algo dis
tinto de ellos”.94
De las oraciones, la indicativa o proposición es la que le interesa,
porque en ella hay verdad o falsedad. Entiende la proposición o pre
dicación como relación de inherencia del predicado en el sujeto.95
Por ello, las partes integrales de la proposición o enunciado son el
sujeto y el predicado. Añade:
algunos dicen que la palabra “es” es una tercera parte, la cópula. Pero
esto no es así; pues, por el hecho de ser un verbo, significa lo que se dice
de algo distinto de él, y por lo tanto es un predicado. Pero consignifica
la composición, lo cual es la función de la cópula. Y todo otro verbo
por su propia naturaleza consignifica en ese mismo respecto.96
2. Categorías semánticas
97 Ibid., p. 105.
98 Ibid. Esta term inología d e “ordenar debajo d e ” y — com o verem os un poco
m ás adelante— d e “ordenar encim a d e ” resulta un tanto com plicada; p ero significa
sencillam en te e l poner algo com o m ateria (i.e. debajo) d e algo que va com o forma
(¿e. encim a).
99 Ibid., p. 106.
Por eso ellos tienen copulación, que es “una ordenación del enten
dimiento de algo encima de algo distinto”.100 Y es que la copulación
significa una cosa como adyacente a otra, y este tipo de cosas es el
más apto para ser ordenado sobre otra cosa (supraordinación), en
cuanto que lo adyacente es como una forma determinante, esencial
o accidental, del substrato individual substancial; (y el predicado se
toma como forma determinante, formaliter); merced a ello la copu
lación pertenece a los adjetivos, verbos y participios. Por último, la
apelación es
2.1 .L a suposición
2.2. La copulación
n l Ibid., p. 119.
la copulación confusa se divide en meramente confusa y distributi
vamente confusa; el último ejemplo aducido corresponde a la mera
mente confusa, un ejemplo de distributivamente confusa lo tenemos
en “ningún hombre es blanco”.
Sherwood aclara que la copulación distributivamente confusa se
da dependiendo de los signos distributivos de los copulados, tales
como “de cualquier clase”,“en cualquier medida”, y otros semejan
tes. Éstos distribuyen los copulados con respecto de sus substan
tivos, por eso se da la copulación distributiva. Y sus substantivos
tienen suposición meramente confusa. En “un hombre de cualquier
clase corre” la copulación es distributiva, y se puede descender a
los copulados específicos así: “un hombre de cualquier clase corre;
luego un hombre blanco corre, y un hombre negro corre (y así su
cesivamente)”. Y “hombre” en la premisa supone de manera me
ramente confusa, pues no se puede descender así: “un hombre de
cualquier clase corre; luego Sócrates...”, esto es, no se puede des
cender directamente a los individuos, sino a las especies. Pero es
una copulación distributiva móvil, pues permite al menos esa clase
de descenso. Sherwood señala también una copulación distributiva
inmóvil, en la que no se puede practicar ningún descenso, como en
“no cualquier clase de...”118
2.3. La apelación
Pedro H is p a n o
122 Ver G . Preti, “La dottrina della vox significativa nella sem antica term inistica
classica”, Rivista Critica d i Storia della Filosofía, 10 (1955), pp. 229-230.
123 Ver P. H ispano, “Tractatus", called afterwards “S u m m ule logicales", ed. L. M.
d e Rijk, A ssen: Van Gorcum , 1972, pp. 1 -2 . U sam os el texto castellano d e P. H is
p ano, “Tractatus”, llam ados después “Su m m ule logicales", traducción de M. B euchot,
M éxico: U N A M , 1986.
124 Ver ibid., p. 3.
2. Categorías semánticas
Además de la significación, que tiene el término por ser una voz
significativa, el término adquiere en el contexto de la proposición
diversas propiedades —como ya hemos visto—, entre las cuales se
encuentran como principales la suposición, la copulación y la apela
ción. Aunque Pedro Hispano recoge la enseñanza terminística usual,
tiene varias diferencias con respecto a Sherwood, por lo menos en
la manera de exponer.
2.1. La significación
2.2. La suposición
es la acepción del término común por todas aquellas cosas por las que
lo exige aquello que lleva adjunto. Por ejemplo, en “el hombre es”, el
término “hombre” supone por los que existen en el presente. Y cuando
se dice “el hombre fue”, supone por los pretéritos. Y cuando se dice “el
hombre será”, supone por los futuros. Y así tiene diversas suposiciones
según la diversidad de los elementos que se le añaden.153
134 Ibid.
135 Ib id ., p. 82.
136 Ibid.
137 Ibid., pp. 82-83.
bio, por necesidad de la cosa significada, el verbo “es” en lugar de
tantas esencias cuantos hombres son supuestos por la palabra “hom
bre”, pues cada hombre tiene su esencia (individual); igualmente, ya
que en cada hombre inhiere su animalidad, la palabra “animal” se
toma en ella, por necesidad de la cosa, en lugar de tantos animales
(Le. seres animados) cuantos hombres supone la palabra “hombre”,
y, ya que la animalidad es algo esencial, se toma en lugar de tantas
esencias cuantas supone el verbo “es”.138 Y la suposición confusa
por necesidad del signo puede ser móvil o inmóvil. Es móvil cuando
se puede practicar el descenso lógico a cualquiera de sus inferiores,
como ocurre con el término “hombre” del ejemplo anterior, pues
es correcto inferir: “todo hombre es animal; luego Sócrates es ani
mal, Platón es animal, etcétera”. Es inmóvil cuando no es válido el
descenso, como ocurre con el término “animal” del ejemplo ante
rior, pues no es correcto inferir: “todo hombre es animal; luego todo
hombre es este animal”.
Se advierte que Pedro Hispano parece eliminar la suposición con
fusa por necesidad de la cosa y reducir la suposición confusa a la
que surge por necesidad del signo o del modo. Porque el carácter de
confusa que pertenece a una suposición es algo que realmente se da
por virtud de la proposición y los elementos que en ella figuran, y
no tanto por virtud de algún carácter de confusión que pertenezca
propiamente a la realidad designada.
2.3. La ampliación
2.4. La restricción
Conocida ya la definición de la restricción, se puede pasar a divi
dirla. Se divide directamente según los elementos sintácticos por
los que se efectúa. Se puede efectuar: (i) por un nombre, como
lo hace el nombre adjetivo “blanco” en “hombre blanco”, pues res
tringe al término “hombre” a suponer por los que sean blancos; (ii)
2.5. La apelación
1. Roger Bacon
155 Ver K. M. Fredborg- L. N ielsen -J. Pinborg, “A n U n ed ited Part o f R oger Ba-
c o n ’s O pus m aius: D e signis”, e n Traditio, 34 (1978), pp. 75 -1 3 6 .
156 Están con ten id os en R. Bacon, Sum m ule dialectíces, ed. R. S teele, Oxford:
C larendon Press, 1940.
157 R. Bacon, D e signis, ed. cit., par. 2.
158 Ver R. B acon, Sum m ule, ed . cit., p. 268.
de la voz, los cuales son simples, como ‘el hombre es la más digna de
las creaturas’, ‘el hombre es una especie’, ‘el hombre es un nombre’,
‘el hombre es una voz’ ”.159 La suposición personal se subdivide en
discreta y común; la común en determinada y confusa, y la confusa en
distributiva y solamente confusa. Lo más importante de este trata
miento de la suposición es el análisis que hace Bacon de la suposición
de los nombres propios, pues es muy aguda y fina, y pone entre las
sentencias contrarias a la suya la de que los nombres propios son en
realidad nombres comunes, como lo sostienen ahora teóricos tales
como Tyier Burge y Héctor-Neri Castañeda.160 Pero él sostiene que,
aun cuando dichos nombres puedan ser comunes “por apelación”,
son individuales por la intención, con lo cual resuelve el problema
con una consideración pragmática muy interesante.161 Además, Ba
con presenta una tesis que encontraremos sólo hasta después en San
Vicente Ferrer,162 y es la de que sólo tienen propiamente suposición
los sujetos; pero difiere de Ferrer en que concede la suposición a los
predicados sólo de manera extensiva y translaticia.163 Por otra parte,
Bacon es uno de los primeros en tratar la suposición impropia, que
es la que corresponde a las figuras o tropos literarios, y que divide
en suposición pleonástica, antonomástica y metonomástica.164
Para Bacon la apelación es la suposición por individuos existen
tes de hecho o en el presente, como la encontramos, por ejemplo,
en Pedro Hispano. Asimismo, trata de la copulación, que es “la ad-
jeción o la inclinación a la adyacencia de una cosa significada por
una dicción a otra”.165 Copulan o significan de manera adyacente
los nombres adjetivos, los verbos y los adverbios, pues significan algo
predicable; tienen significación y además copulación, no suposición.
Pero los adjetivos y los verbos tienen significación de algo (aliquid),
159 Ibid.
160 Ver ibid., pp. 274-275.
161 M ás sobre esto en M. B euchot, “S em iótica y filosofía del lenguaje en R oger
B acon ”, en Investigaciones S em ióticas (Valencia, V en ezu ela), 5 -6 (1987), pp. 5 -2 0 ,
tam bién recogido en el m ism o, A spectos históricos de la sem iótica y la filosofía del
lenguaje, M éxico: U N A M , 1987; véase igualm ente el m ism o, “La sem ántica d e los
nom bres propios en la filosofía m edieval”, en A n álisis Filosófico (B u en os A ires), en
prensa.
162 V éa se el capítulo correspondiente más adelante.
163 Ver ib id .,p p . 276-277.
164 Ver ibid., p. 288.
165 Ibid., p. 289.
mientras que los adverbios tienen significación de alguna manera
(aliqualiter). Una cosa notable es que Bacon divide la copulación,
al igual que la suposición, en simple y personal. El adjetivo puede
copular de manera simple como en “lo blanco disgrega”, y perso
nal discreta como en “este blanco corre”, común determinada como
en “el blanco corredor discute”, confusa distributiva como en “todo
animal es coloreado”, y meramente confusa como en “todo el que
tiene un buen hijo lo ama”. El verbo copula de manera simple y tal
vez (forte) de manera personal, pero no de manera confusa distri
butiva ni meramente confusa. Los adverbios a veces copulan perso
nalmente, “como se ve claramente en los adverbios componentes y
los personales, ahora inciertamente; pero [a] los adverbios de este
modo copulan los temporales, locales, impersonales, de cualidad y
de cantidad”.166
2. Ramón Lull
Ramón Lull (1231/1233-1316) es considerado como uno de los ante
cesores del ideal de un lenguaje perfecto y un cálculo lógico general
para alcanzar una ciencia enciclopédica o universal.167 También de
dicó su atención a las cuestiones sobre el lenguaje usuales en la lógica
de su tiempo, que hacía las veces de semiótica aplicada. Su magna la
bor en la construcción lógica de la filosofía y los demás saberes —así
haya sido tan sólo un ideal inalcanzable—168 lo hizo atender a las
condiciones de un lenguaje perfectamente mediante la lógica. Por
eso puso cuidado en la filosofía del lenguaje, y trató las cuestiones
que se ventilaban en su tiempo. Por ejemplo, entre ellas se contaban
las propiedades lógicas de los términos.
Así, en la Lógica nova que se le atribuye (críticamente dispuesta
por Bernardo Laviñeta), aborda brevemente las suposiciones, con
sus respectivas ampliaciones y restricciones. Las trata de manera su
cinta pero clara. La define como “la acepción del término en lugar de
una cosa universal o singular”.169 Llama la atención el que marque la
172 Ver M. B euchot, “La función del pensam iento dentro d el fen ó m en o sem iótico
e n Peirce y la escolástica”, en Investigaciones S em ióticas (Valencia, Venezuela), 4
(1984), pp. 133-144, recogido, co n el título d e “Juan D uns E scoto, Juan d e Santo
Tom ás y Charles Sanders Peirce sob re el lugar del pensam iento en el acon tecim ien to
sem ió tico ”, en el m ismo; A spectos históricos de la sem iótica y la filoso/la d e l lenguaje,
ed . cit. C om o e s sabido, D uns E scoto fue uno de los filósofos q u e más influyó sobre
Peirce.
173 J. D u n s E scoto, O pus Oxoniense, lib. 2, dist. 11, n. 5; ed. V ivés, Paris, 1 891-
1895, t. 12, p. 533.
174 Ibid., lib. 1, dist. 22, p. 2, n. 3; ed. Vivés, t. 10, p. 230a.
175 E l m ism o, Superlib. Elenchor., p. 15, n. 6; ed. V ivés, t. 2, p. 22a.
así o asá, sino que ese sonido así pronunciado y articulado es la pa
labra oral, y la palabra imaginable que le corresponde es la palabra
mental.”116 Pues “se forma [el signo] oral para significar y declarar
aquello que se entiende”.177 Con lo cual se marca fuertemente la in
tencionalidad que el signo tiene primero respecto del pensamiento
y después de él hacia la cosa que significa.
Hay un argumento importante que esgrime Escoto para apoyar su
tesis: La sola voz afecta al sentido del oído, pero necesita transportar
un contenido significativo, o concepto, para afectar a la imaginación,
a la memoria y, finalmente, al intelecto; pero esto sólo puede hacerlo
si suscita en él la recepción del concepto que transporta. Efectiva
mente, si la sola voz, sin el concepto, bastara para significar, el que
oyera una palabra tomada de un idioma que no conoce, por ese solo
hecho llegaría al conocimiento de la cosa significada, lo cual vemos
que no ocurre. Y, si se objetara que esto sólo prueba que se requiere
conocer de antemano la relación de los signos lingüísticos con las co
sas significadas, hay otro argumento: Si bastara la sola voz sin el con
cepto, entonces el animal bruto —que no tiene conceptos— sería
capaz de asimilar mensajes muy complejos hasta llegar a ser suscep
tible de aprender las ciencias; lo cual vemos que tampoco ocurre.178
Hay un pasaje interesante en el que se enfrenta con más fuerza
a los que discuten su tesis, y les sigue dirigiendo argumentos para
desacreditar esa postura en la que niegan sus afirmaciones. En él se
ve con mucha claridad la relación causal que guardan la palabra y el
concepto con respecto a la significación de la cosa.
176 El m ism o, Reportata Parisiensia, lib. 1, dist. 27, q. 2, n. 8; ed. V ivés, t. 22, p. 334.
177 E l m ism o, O pus Oxoniense, lib. 1, dist. 27, q. 3, n. 14; ed . Vivés, t. 10, p. 370b.
178 Ibid. , lib. 4, dist. 1, q. 5, n. 10; ed. V ivés, t. 16, p. 159b; ver adem ás e l m ism o,
Reportata Parisiensia, lib. 2, d. 9, q. 2, n. 9; ed. V ivés, t. 22, p. 649a.
no lo excluyen de la razón de efecto más inmediato. Y entonces se
puede conceder que, de otro modo, el efecto más cercano es causa con
respecto al efecto más remoto, no de manera propia, sino por virtud
de la prioridad que se da entre tales efectos con relación a la causa.
Así puede concederse que en muchos signos coordinados a un mismo
significado, uno de ellos es de otro modo signo de otro de ellos, por
que da a entenderlo a él, ya que el más remoto no significaría a menos
que el primero de otro modo significara más inmediatamente, y, sin
embargo, a causa de esto, el uno no es propiamente signo del otro.179
8 Ibid., p. 55.
9 Ibid.
supone por una parte, o viceversa. Por ejemplo, “animado” supone
por el hombre, y “alma” por una parte de él, ya que el hombre no es
por entero alma, (iii) Por modo de distinción: el nombre concreto y
el abstracto suponen por cosas distintas, sin que sean sujeto ni parte
la una de la otra. Y se da otra relación, por ejemplo de causa-efecto,
o cualquier otro tipo de relación. Como decimos de un proyecto que
es “humano”, pero no que es “hombre”. Sin embargo, Ockham hace
notar que en todos estos tres modos las funciones se entrecruzan, y
pueden ser asumidas tanto por un nombre concreto como por un
nombre abstracto, aunque también se da el caso, merced a la po
breza del lenguaje, de nombres concretos que no tienen su corres
pondiente nombre abstracto.
Se presenta entonces el problema de la sinonimia entre los nom
bres, especialmente entre nombres concretos y abstractos. Según
Ockham, “sinónimo” tiene dos sentidos, uno estricto y otro amplio.
Dos nombres son sinónimos en sentido estricto si los que los usan in
tentan usarlos para significar una y la misma cosa. Ockham no em
pleará este sentido estricto, sino el amplio, que se da cuando dos
nombres simplemente significan la misma cosa, aunque los que los
usan no crean que siempre significan lo mismo, por ejemplo “Dios”
y “divinidad”. De acuerdo con este sentido, algunos nombres abs
tractos y concretos son sinónimos, por ejemplo “hombre” y “hu
manidad”, “animal” y “animalidad”; no se distinguen respecto de
la significación, aunque lo hacen por el número de sílabas y porque
unos son concretos y otros abstractos. Específicamente, son sinóni
mos los nombres de substancias y los nombres abstractos formados
a partir de ellos. Así, “la sinonimia existe cuando el término abs
tracto no supone ni por un accidente de la substancia designada por
el término concreto, ni por una de sus partes, ni por el todo al cual
pertenece, ni por algo completamente distinto de ella”.10 Este pro
blema de la sinonimia es de gran actualidad, sobre todo merced a las
críticas de Willard Quine; pero Ockham, que lo considera en orden a
la verdad del silogismo, se acerca más a la postura tradicionalmente
sostenida, anticipándose a Leibniz, que formulará la sinonimia como
la capacidad que dos términos tienen de substituirse en la propo
sición (y, por lo mismo, en la inferencia) salva veritate.
En consecuencia con lo anterior, hay otro modo de funcionar de
los nombres abstractos y concretos como sinónimos. Pueden darse
casos en que un solo nombre abstracto sea equivalente en signifi
cación a un nombre concreto compuesto. Es decir, a veces el nom
bre abstracto lleva implícitos algunos términos sincategoremáticos o
cualificaciones adverbiales, aunque no los exhiba de modo expreso;
y entonces este nombre abstracto es equivalente en significación a
la combinación de un nombre concreto y algún término sincatego-
remático (o varios términos de esta clase). “Pues los hablantes de un
lenguaje pueden, si lo desean, usar una locución en lugar de muchas.
Así, en lugar de la expresión compleja ‘todo hombre’, yo podría usar
‘A’; y en lugar de la expresión compleja ‘sólo el hombre’, podría u-
sar ‘B’, y lo mismo con otras expresiones”,11 sin que por esto cambie
su sentido, antes bien, son equivalentes en la significación. Como
puede apreciarse, esto es muy relevante para la construcción de un
formalismo. Asimismo, hay nombres concretos que son equivalen
tes en significación a expresiones complejas, como el cuantificador
“todo” es sinónimo de “cada una de las partes”. Y, finalmente, “al
gunos nombres abstractos son tales que suponen sólo por muchas
cosas tomadas juntas, mientras que sus formas concretas pueden ser
predicadas con verdad de sólo un individuo tomado singularmente.
‘Pueblo’ y ‘popular’ nos brindan un ejemplo. Un hombre puede ser
popular, pero no puede ser un pueblo”.12
u Ibid., p. 65.
12 Ibid., p. 69.
13 Ibid.
ñera secundaria”.14 Por ejemplo, “blanco” significa primariamente
la blancura, y secundariamente el objeto que es blanco. Gracias a
este desdoblamiento de significado, ellos sí tienen estrictamente de
finición nominal. Esto se ve en la posibilidad de efectuar la defi
nición nominal de un término connotativo poniendo una expresión
en caso nominativo y otra en alguno de los casos oblicuos. Siguiendo
con el ejemplo anterior, el término “blanco”, encontramos que tiene
definición nominal, una de cuyas expresiones va en caso nominativo
y la otra en alguno de los casos oblicuos. En efecto, dicha definición
nominal del término connotativo “blanco” podría ser “algo infor
mado por la blancura” o “algo que tiene blancura”, donde “algo” va
en nominativo y el resto va en caso oblicuo. Sucede también a veces
que en la definición nominal de un nombre connotativo figura un
verbo, por ejemplo, podemos aclarar el significado del nombre con
notativo “causa” con la definición nominal “algo de cuya existencia
se sigue otra cosa”, o con alguna semejante.15
Nombres connotativos son los nombres concretos que significan
por modo de inherencia, como “justo”, “humano”, etcétera, porque
en su definición nominal una expresión va en nominativo y la otra
en un caso oblicuo. También son connotativos los nombres relati
vos, porque en su definición hay expresiones que significan cosas
diferentes, o la misma cosa de modos diferentes; por ejemplo, “si
milar” puede definirse como “es similar lo que tiene una cualidad de
la misma suerte que otra cosa”, o con otra definición parecida. Hay,
finalmente, otras expresiones que son connotativas por exigirlo su
carácter de gran universalidad:
14 Ib id ., p. 70.
15 Ver ibid.
es convertible con “ser”; por tanto, significa lo mismo que “inteligible”.
De manera semejante, “bueno” es convertible con “ser”, y significa lo
mismo que la frase “algo que, de acuerdo con la recta razón, puede ser
deseado y amado”.16
15 I b i d p. 71.
17 Ibid., p. 72.
18 Ibid.
19 Ibid.
20 Ibid.
“género”, “número”, etcétera, son nombres de partes del discurso o
de aspectos de las partes del discurso. Sólo hay que excluir los nom
bres de partes de la oración que se predican de las voces sin tomar en
cuenta si son significativas o no, por ejemplo “cualidad”, “voz” y “pa
labra hablada”. En sentido estricto, los nombres de segunda impo
sición son “los que, significando sólo signos convencionales, nunca
se pueden aplicar a intenciones del alma o a signos naturales”.21 Por
ejemplo “figura”, “conjugación” y otros semejantes.
21 Ibid .
22 Ibid., p. 73.
23 Ibid.
24 Ibid.
25 Ibid., p. 74.
primera puede predicarse de todos los hombres. La intención pri
mera tiene dos sentidos, uno amplio y otro estricto. En sentido am
plio, “un signo intencional en el alma es una intención primera si
no significa solamente intenciones o signos”.26 Según esta acepción,
las intenciones primeras son tanto categoremáticas como sincate-
goremáticas. En sentido estricto, “solamente los nombres mentales
que pueden suponer por sus significados son llamados intenciones
primeras”.27 Según esta acepción, se excluyen las intenciones prime
ras sincategoremáticas.
La intención segunda “es una intención del alma que es signo de
intenciones primeras”.28 Por ejemplo, “género”, “especie” y otros
semejantes, son nombres de intenciones primeras (por ejemplo, de
“animal” y de “hombre”, pues la primera es un género y la segunda
una especie).
Aún más, se puede decir que, en sentido estricto, una intención se
gunda es una intención que significa exclusivamente intenciones pri
meras; mientras que, en sentido amplio, una intención segunda puede
ser también una intención que signifique tanto intenciones como signos
convencionales (en el caso de que haya tales intenciones segundas).29
, 26 Ibid.
27 Ibid.
28 Ibid.
29 Ibid. p. 75
30 Ibid., p .7 7 .
o intenciones de la mente más bien que a uno solo.”31 La equivoci-
dad puede ser casual o intencionada (actualmente se diría que es
ambigüedad sistemática). En seguida explica la univocidad:
3.1. La significación
31 Ibid., p. 75.
32 Ibid., p. 76.
33 Ver ibid., p. 188.
expresando algo actualmente o meramente connotándolo, ya signi
ficándolo afirmativamente o sólo negativamente.34
Se nota el carácter proposicional de la significación, dirigida a la
proposición, y como la proposición puede ser mental o exterior, no
es extraño que hable de significación de términos externos y también
de términos mentales.35
3.2. La suposición
38 Ibid.
39 Ver T. d e A ndrés, E l nom inalism o d e Guillerm o d e O ckh am com o filosofía del
lenguaje, Madrid: G red os, 1969, p. 223.
40 Ver ibid., p. 231.
ocurre cuando un término supone por la cosa que significa, sea ésta
cosa una entidad fuera del alma, una palabra hablada, una intención
del alma, una palabra escrita, o cualquier otra cosa imaginable. Así,
donde quiera que el sujeto o el predicado de una proposición suponga
por su significado, ya que se toma significativamente, tenemos siempre
suposición personal.'*1
50 Ibid., p. 200.
51 Ibid.
52 Ibid.
53 Ibid., p. 201.
54 Ibid.
Por ejemplo “animal”, en “todo hombre es un animal”, ya que no
puede practicarse el descenso por vía de disyunción, de la siguiente
manera: “todo hombre es animal, luego todo hombre es este ani
mal o todo hombre es ese animal o todo hombre es aquel animal,
etcétera...” Pero de cualquiera de las disyunciones particulares se
puede inferir la proposición original; por ejemplo, de “todo hom
bre es este animal” se puede inferir “todo hombre es un animal”. La
distributivamente confusa se da “cuando, asumiendo que el término
relevante tiene muchas instancias contenidas en él, es posible de al
guna manera descender a ellas por medio de una proposición con
juntiva, e imposible inferir la proposición original de alguno de los
elementos en la conjunción”.55 Por ejemplo “hombre”, en “todo
hombre es un animal”, supone de manera confusa y distributiva, por
que se puede hacer el descenso por conjunción: “todo hombre es un
animal, luego este hombre es un animal y ese hombre es un animal,
etcétera...”, pero de las proposiciones obtenidas en el descenso no
se puede inferir la proposición original, por ejemplo de “ese hombre
es un animal” no se puede inferir “todo hombre es un animal”. Oc
kham aclara por qué ha dicho que el descenso es posible de alguna
manera. Esto se debe simplemente a que no siempre es posible des
cenderle la misma manera. Se tiene que practicar el descenso según
los distintos casos. Hay casos en los que se puede practicar el des
censo sin alterar la proposición original, pues sólo se cambia el sujeto
o el predicado de término común a singular, lo cual no es introdu
cir gran variación. Y hay casos en los que sólo se puede practicar el
descenso alterando la proposición, pues se tendrían que cambiar ra
dicalmente los términos para poder descender a los singulares. Un
ejemplo de lo primero se encuentra en la proposición “todo hombre
corre”, de la cual se puede descender a una conjunción de proposi
ciones singulares, infiriendo así: “todo hombre corre; luego Sócrates
corre, Cicerón corre, ... (y así sucesivamente para todos los hom
bres)”. Un ejemplo de lo segundo se encuentra en la proposición
“todo hombre, excepto Sócrates, corre”, pues de ella se puede des
cender también a una conjunción de proposiciones singulares, in
firiendo así: “todo hombre, excepto Sócrates, corre; luego Platón
corre, Cicerón c o rre,... (y así sucesivamente para todos los hombres
distintos de Sócrates)”; pero, a fin de practicar el descenso, se ha te
nido que quitar algo que aparecía en la proposición original, a saber,
la expresión exceptiva, que ya no aparece en las proposiciones sin
gulares inferidas. En el primer caso se llama suposición distributiva
mente confusa móvil, y en el segundo caso distributivamente confusa
inmóvil.56 Pues la movilidad es la capacidad de descenso correcto.
Ockham da la siguiente regla para la suposición determinada:
Esto ocurre, por ejemplo, con los términos extremos —sujeto y pre
dicado— de la proposición “un hombre es un animal”, por ello,
“hombre” y “animal” suponen determinadamente.
Ikmbién da tres reglas para la suposición meramente confusa:
(i) “Cuando un término común sigue mediatamente a un signo afir
mativo de universalidad, tiene suposición meramente confusa. Esto
es, en una proposición afirmativa universal el predicado tiene su
posición meramente confusa.”58 Por ejemplo, en “todo hombre es
un animal”, el predicado “animal” tiene suposición meramente con
fusa. (ii) “Cuando un signo de universalidad o una expresión que lo
incorpora precede a un término en el lado del sujeto de una propo
sición pero no determina toda la expresión que precede a la cópula,
entonces lo que sigue en el mismo lado de la cópula tiene supo
sición meramente confusa.”59 Por ejemplo “ser creado” en la pro
posición “en todo tiempo algún ser creado ha existido”, (iii) “El
sujeto de una proposición afirmativa exclusiva siempre tiene supo
sición meramente confusa.”60 Por ejemplo “animal” en “sólo lo que
es animal es un hombre”.
Añade asimismo algunas reglas para la suposición distributiva
mente confusa. Primero dos reglas generales. Una regla general es:
“Si algo hace que un término tenga suposición distributivamente
61 Ibid., p. 214.
62 Ibid.
63 Ibid., p. 213.
54 Ibid.
65 Ibid., pp. 2 1 3-214.
66 Ibid., p. 214.
67 I b id .,p ,2 1 5 .
se puede descender válidamente a los singulares. Para hacerlo se
tiene que buscar otro camino —a través de algunas negaciones—,
lo cual cambiaría la significación originaria de la proposición. Sería:
“todo hombre, excepto Sócrates, corre; luego Sócrates no corre, y,
por tanto, este hombre corre, y ese hombre corre, y ... (así sucesiva
mente para todos los individuos distintos de Sócrates)”.68
Surgen problemas con las proposiciones temporales como “Só
crates comienza a ser letrado”, “Sócrates cesa de ser blanco”, “Sócra
tes ha estado dos veces en Roma”, “Sócrates ha sido herido tres
veces”. El problema se centra en la suposición del predicado. Oc
kham lo resuelve así:
68 Ibid.
69 Ibid., p. 216.
70 Ver ibid., pp. 217-219.
71 Ver ibid., p , 220.
3.3. Actualidad de la suposición ockhamista
72 T de A ndrés, op. cit., pp. 275-276. Ver Ph. B oehner, “O ckham ’s T heory o f
Supposition and the N otion o f Truth”, en el m ism o, C ollected A n ieles on O ckham ,
e d .c it., p. 243.
73 Ver G. M atthews, “O ckham ’s Supposition Theory and M odern Logic”, en Phi-
losophical R eview, 73 (1964), pp. 91-99; D . P. Henry, M edieval L ogic a n d M etaphysics,
London: H utchinson, 1973; el m ism o, “Ockham , Supposition and M odern L ogic”,
en N otre D a m e Journal o f Form al Logic, 5 (1964), pp. 290-292.
74 Ver M. J. Loux, “O ckham on G enerality”, segundo estu d io introductorio a
su traducción O c k h a m ’s Theory ofT erm s, ed . cit., pp. 23-46; G . Priest-S. Read, “T h e
Form alization o f O ckham ’s T heory o f S u pposition”, en M in d, 86 (1977), pp. 109-113.
75 Ver G. M atthew s, “Suppositio and Q uantification in O ckham ”, en N oü s, 17
(1973), pp. 18 ss.
que el predicado de la proposición particular negativa tenía supo
sición distributivamente confusa, pero, después de establecer un for
malismo para la suposición personal ockhamista, Priest y Read la
corrigen como suposición meramente confusa. Asimismo, algunos
decían que a Ockham se le escapaba un cuarto modo de suposición,
la conjuntiva o impuramente confusa , 7 6 pero Priest y Read muestran
que se puede reducir a la meramente confusa y así no es necesario
un cuarto modo. Asimismo, otros acusan a Ockham de considerar
demasiados modos de suposición, ya que la suposición meramente
confusa es superflua , 7 7 y aun la determinadamente confusa , 7 8 pero
Priest y Read hacen ver que no es redundante el incluirlas. Por últi
mo, otros dicen que la teoría ockhamista de la suposición no puede
trabajar con la cuantificación múltiple (o predicados de segundo or
den) ni con la teoría de las relaciones, pues el descenso a los
singulares no se puede realizar en cuanto a las proposiciones que tie
nen expresiones relaciónales, 7 9 pero Priest y Read encuentran una
vía por la cual el descenso en esas condiciones es practicable. Y,
así, estos autores aseguran: “Podemos concluir, (i) que, contraria
mente al punto de vista de Matthews y Henry, la teoría de Ockham
sobre el descensus de la suposición personal puede ser formulada en
la lógica moderna usual, y (ii) que, contrariamente al punto de vista
de Swiniarski, Geach y Dummett, es una teoría que funciona y es
coherente . ” 8 0
T om ás de E rfurt
1. La gramática especulativa
87 Ver una explicación m ás am plia en A. Ernout-F. Thom as, Syntaxe latine, Patis:
Klim cksieck, 1959 (2a. ed.), pp. 114-115.
advenir a las ocho partes de la oración: construcción, congruencia y
perfección, que se van sosteniendo la una a la otra.
nada se supone, sino el caso o lo que tiene caso, por esto, de acuerdo
con el caso del supuesto, se diversifica la construcción intransitiva de
los actos. Luego o se supone el caso nominativo: “Sócrates corre”; o
genitivo: “lis del interés de Sócrates”; o dativo: “A con tece a Sócrates”;
o acusativo: Socratem legere oportet [“C onviene que Sócrates lea”]; o
ablativo: “Es leído por Sócrates”. E l vocativo no supone, pues esto
repugna a su m odo de ser.89
88 T d e Erfurt, op. cit., trad. de Farré, p. 139; ed. d e Bursill-H all, p. 278.
89 Ibid., trad. d e Farré, p. 145; ed. d e Bursill-H all, p. 288.
La construcción intransitiva de personas se da en cuanto éstas son
determinadas, y varía según las determinaciones. La determinación
(complemento) o se agrega al sujeto, o al apósito, o a algo diferente
de ambos. Lo que se agrega al sujeto puede ser declinable o indecli
nable; si es declinable, es un adjetivo, el cual puede ser denominativo
(“Sócrates blanco”), relativo (“lo que trajo Sócrates”), interrogativo
(“¿cuál hombre?”) o distributivo (“todo hombre”, “ningún asno”,
“sólo Sócrates”). Si es indeclinable, puede ser conjunción (“si es
hombre, luego es animal”), adverbio (“solamente Sócrates \qq”),pre
posición (“es leído por Sócrates”) e interjección (“¡Oh, ha muerto!”).
Lo que se agrega al apósito puede ser también declinable o indecli
nable. Si es declinable, se divide como en el sujeto; si es indeclinable,
puede ser un adverbio, una conjunción o una interjección.
La construcción transitiva de actos es doble: de acto consignado
y de acto ejercido. La construcción transitiva de acto ejercido no se
divide por especies, sino por individuos, por ejemplo, “¡Oh Tbmás!”
Y se construye coherentemente con el adverbio de denominación
“ ¡Oh!”, o con el caso vocativo latino. La construcción transitiva de
acto consignado se divide según la diversidad del construible deter
minante, que ostenta cuatro especies: de genitivo (“me compadezco
de Sócrates”), de dativo (“favorezco a Sócrates”), de acusativo (“azo
ta a Sócrates”) y de ablativo (“hago uso de una toga”).
La construcción transitiva de personas se divide según la diversi
dad del construible determinante, que da lugar a cuatro especies: de
genitivo (“capa de Sócrates”), de dativo (“semejante a Sócrates”), de
acusativo (“Pedro el blanco se hiere el pie”), y de ablativo (“rápido
de pies”, “blanco de pies”).
Simbolizando la dependencia como “1 <— 2”, y la transitiva como
“1 —> 2”, Pinborg9 0 nos sintetiza lo principal en el siguiente es
quema:
W alter B u r le y
114 Expresión d e Gílbert Ryle, traducible com o una locu ción que lleva un “apén
d ice-es decir'’.
115 E Inciarte Arm iñán, “La teoría d e la suposición y los orígenes d e la sem ántica
exten sion al”, en el m ism o, El reto del positivism o lógico, Madrid: R ialp, 1974, p. 38.
preponderancia que da a la suposición personal. Contra esto Burley
opone un realismo ontológico ciertamente mayor que el de Ockham
y quizá más cercano al realismo moderado de Aristóteles y Tbmás de
Aquino que al realismo de Duns Escoto. De acuerdo con ello, Bur
ley defiende el estatuto intensional de la suposición simple. Los mo-
demi, en contra de los antiqui, niegan que la suposición simple se da
cuando el término supone por su significado. Para ellos más bien se
da suposición personal precisamente cuando el término supone por
su significado o sus significados, y la suposición simple se da cuando
el término supone por la intención o las intenciones del alma, esto
es, por los conceptos (conceptus, intentio). Según el análisis de los
modemi, en “el hombre es una especie” el término “hombre” tiene
suposición simple pero no supone por su significado, pues los signi
ficados de este término son ese y aquel hombre, y en la proposición
mencionada el término “hombre” no supone por los hombres indi
viduales, sino por una intención o concepto del alma, cual verdade
ramente es la especie de Sócrates, Platón, etcétera. Burley se opone
a esta interpretación, la cual “sin duda carece de razón; pues en ‘el
hombre es una especie’, en cuanto es verdadera, el término ‘hombre’
supone por su significado” . 1 1 6 Aduce como prueba el hecho de que
el término “hombre” significa en primera instancia y como signifi
cado propio a la universalidad de los hombres, y no a los individuos.
Significa algo común, la naturaleza, y no las personas concretas. Pues
—argumenta Burley— si el término “hombre” significara primera
mente a Sócrates o a Platón, y no a la naturaleza humana, al escu
char ese término sabríamos de modo distinto y determinado a cuál
de ellos se refiere. Como la proposición de la cual se toma lo in
dica, supone por la especie, aunque Burley en ese momento —lo
dice expresamente— no se cuida de su status ontológico, i.e. si existe
en las cosas o sólo en el alma. Únicamente le basta el dejar claro que
el término “hombre” significa primeramente a la especie.
JU A N B U R ID A N
118 Ver S. F. Brown, “Walter Burleigh’s Treatise D e suppositionibus and its In-
fluence on WilJiam o f O ckham ”, en Franciscan Studies, 32 (1972), p. 23.
119 V éa se la introducción de B oeh n er a su edición d e esta obra, y adem ás G . Ver-
sale, “La teoría d ella suppositio sim plex in O ccam e in Burley”, e a A tti de! Convegno
d i Storia della Lógica, Padova: C E D A M , 1974, pp. 195-202.
120 E. A . M oody, “Jean Buridan”, en el m ism o, Studies in M edieval Philosophy;
Science an d L ogic, Berkeley, Los A ngeles-L ondon: University o f California Press,
1975, p. 444. Buridan tuvo fama d e muy agudo: "En lógica se le atribuye la expresión
Sobre todo, Buridan difiere de Ockham en cuanto a la doctrina de
la suposición; aunque acepta como suposición fundamental la per
sonal, añade otros tipos de suposición que no fueron tratados por él,
como la división de la suposición común en natural y accidental, a
pesar de que también para él la suposición común es sólo una espe
cie de la suposición personal. Con todo, esta división será retomada
por otros como fundamental y anterior a la personal.
1. El lenguaje
Para Buridan, el signo es todo aquello que representa algo, que sig
nifica un significado, el cual debe ser algo en la naturaleza de las
cosas . 1 2 1 Esto se ve en los signos lingüísticos, que configuran el len
guaje.
Buridan, siguiendo una antigua tradición, acepta dos tipos de len
guaje, el interior (mental) y el exterior (oral y escrito). El lenguaje
escrito es signo del lenguaje hablado, el cual, a su vez, es signo del
lenguaje mental, y éste es con propiedad el signo de lo real. El len
guaje escrito consta de letras (y demás signos gráficos de la escri
tura), el lenguaje oral consta de voces, y el lenguaje mental consta
de conceptos. Las letras significan las voces, y sólo a través de ellas
—a través de la significación de las voces— se acercan a significar las
cosas, pues la significación de las voces también requiere mediación:
las voces significan los conceptos y, a través de la significación de
los conceptos, significan las cosas. Las cosas del mundo son suscep
tibles de ser significadas por las voces. Pueden ser significadas de
modo simple, por voces incomplejas o simples. Pero también toda
cosa, aun cuando sea simple, puede ser significada de modo com
plejo, es un complexe significabile, porque puede ser concebida por
d el p o n s asinorum [puente d e los asnos], para designar el arte de hallar e l térm ino
m ed io en tre los dos térm inos d e un silogism o. Pero no se encuentra en ninguna d e
sus obras, com o tam p oco el fam oso ejem plo del ‘asno d e Buridan’, que se m uere de
ham bre, indeciso ante el igual atractivo que ejercen sobre su ap etito dos pesebres
llen o s d e cebada. Q uizá fuese un ejem plo p uesto por él en su clase, o una m anera
d e expresar o d e ridiculizar e l indeterm inism o psicológico, según el cual la voluntad
e lig e necesariam ente el bien que el en ten dim ien to le presenta com o mejor; pero, si se
le proponen dos b ien es iguales, queda indecisa.” (G . Fraile, Historia de la filosofía,
Madrid: BAC, 1960, t. 2, p. 1161.) Sin em bargo, M oody cita dos lugares d on d e se
halla el ejem plo; ver op. cit., p. 369.
121 Ver J. Buridan, Sophism ata, ed. T. K. Scott, Stuttgart-Bad Cannstatt: From-
m ann-H olzboog, 1977, p. 22.
el intelecto de modo complejo, y, por ello mismo, también puede ser
significada por voces complejas.
De ahí que los signos que se dan en el lenguaje, tanto interior
como exterior, pueden ser simples o compuestos; los más perfec
tos son, respectivamente, los términos y las proposiciones. Centrán
donos en los términos orales, encontramos primeramente que son
voces. Tfenemos la facultad de proferir la voz, Le. el discurso, para sig
nificar conceptos a los oyentes, y tenemos el oído para que se nos
signifiquen los conceptos de los hablantes . 1 2 2 Pero las voces pueden
ser significativas y no-significativas, que se profieren sin la intención
de presentar un concepto, y a lo más pueden tomarse de manera ma
terial en el discurso. La significatividad de las voces depende de una
institución o imposición para significar conceptos y cosas. Por care
cer de ella, algunas voces son no-significativas, y deben ser excluidas
del ámbito de la lógica. Buridan es muy exigente para considerar una
voz como significativa. Primeramente distingue (en las Quaestiones
in artem veterem) entre significar y ser significativo. Ser significativo
consiste en tener la potencia, por muy remota que sea, de significar;
de este modo voces tales como “bu” y “ba” son significativas; pues,
aunque de hecho no signifiquen, se las puede hacer significar me
diante una imposición adecuada que les proporcione un significado.
Pero Buridan toma “ser significativo” en el sentido estricto de signi
ficar, esto es, no sólo tener la potencia de significar, sino significar
de hecho algo determinado para una comunidad de hablantes. Las
demás voces serían no-significativas, por más que tuvieran la poten
cia de una imposición que las volviera significativas. Sólo son signi
ficativas las voces que de hecho han sido impuestas en el uso común
y efectivo. 1 2 3
Para nuestro interés semántico sigue en pie la necesidad meto
dológica de excluir a las voces no significativas y de centrarnos en
la voz significativa. La voz significativa es la que es de hecho signi
ficante de un concepto y una cosa (Le. del concepto de modo inme
diato, y de la cosa de modo mediato, a través del concepto). Hay
voces que significan naturalmente y otras que lo hacen por conven
ción. Buridan sigue a Pedro Hispano en la explicación de estas nocio
nes —que ya conocemos—, y las que pueden entrar en la proposición
122 Ver el mismo, Tractalus de suppositionibus, ed. M. E. Reina, en R ivista Critica
d i Storia delta Filosofía, 12 (1957), p. 181.
123 Ver M. E. Reina, “II problema del linguaggio in Buridano", en R ivista Critica
d i Storia della Filosofía, 14 (1959), pp. 372-373.
son las voces convencionales o palabras . 1 2 4 Las voces significativas
se originaron por la imposición que de ellas hicieron los hombres a
los objetos , 1 2 5 imposición o institución que surge del intelecto del
hombre (y de su voluntad). En efecto, de acuerdo con la concepción
que el intelecto hace de las cosas, ellas reciben la imposición de las
voces.
Buridan estudia con detenimiento la imposición, en la que en
cuentra dos tipos: primaria y secundaria. La imposición primaria es
la que nos lleva más directamente de la voz al concepto; la secunda
ria es la que está más sujeta a variaciones arbitrarias. Pero siempre
habrá una imposición primaria que sea como el “criterio principal '
de la significación. Ambas imposiciones son convencionales, pero la
primaria corresponde mejor a la intención de los usuarios . 1 2 6 Hemos
visto que Ockham ponía mucho cuidado en distinguir y relacionar
los nombres de imposición primera y segunda con los de intención
primera y segunda. Pero Buridan adopta un esquema más sencillo.
Para él hay una correspondencia biunívoca y completamente natu
ral; entre los nombres que resultan de una intención y los que resul
tan de una imposición, por lo cual se aplican, respectivamente, a lo
mismo los de primera intención y los de primera imposición, los de
segunda intención y los de segunda imposición; y entonces no hace
falta discriminar sus correlatos con tantas distinciones como lo ha
ce Ockham . 1 2 7
Una vez impuesta la voz, significa lo que el intelecto constituye
para nosotros en su intelección, esto es, la cosa constituida como
entendida, o, si se prefiere, la cosa en cuanto entendida por nuestro
intelecto. Y el intelecto puede concebir las cosas de manera indivi
dual y aislada, o formando grupos, o puede concebir en un solo acto
muchas cosas o una sola cosa con muchos actos. Es decir, las voces
significan conceptos, y los conceptos pueden ser de dos clases: in
complejos (o simples) y complejos. El concepto simple o incomplejo
es una semejanza que representa una cosa o muchas tomadas de
modo unitario, por ejemplo “Aristóteles” y “hombre”; en este caso
tenemos un término. El concepto complejo es el que consta de con
ceptos simples, y pueden congregarse sin cópula, dando origen a dos
124 Ver J. Buridan, Tractalus d e suppositionibus, ed. cit., p. 182.
125 Ver ibid.
126 Ver M. E . R eina, art. cit., p. 376; la condición para que una im posición sea pri
m aria es qu e confiera a la significación d e la voz prioridad, com unidad y estabilidad.
127 Ver J. Buridan, Sophism ata, ed. cit., p. 38.
subclases: afirmativo, como “animal racional”, y negativo, como “no
animal racional”; o pueden congregarse con cópula, como “Pedro es
hombre”, y en tal caso tenemos una enunciación o proposición.
Las voces significativas convencionales incomplejas son dicciones
o partes del discurso. Las dicciones se dividen en categoremáticas
y sincategoremáticas, lo cual nos es ya conocido. Pero algo nuevo
y notable es que Buridan se aparta de Aristóteles y de Pedro His
pano cuando subraya la importancia de los sincategoremas para la
estructura de la proposición, e incluso muchas veces la fuerza de
la proposición recae en esas partículas sincategoremáticas, ya que
pueden ser sujetos (como los pronombres), y cópulas (como en el
caso de “es”, que viene a ser un sincategorema). La importancia que
los anteriores daban al nombre y al verbo (Le. los categoremáticos)
sólo puede entenderse —declara Buridan— considerando que en
el nombre se comprenden todas las palabras que pueden ser suje
tos, y en el verbo todas las que pueden ser cópulas. Ibdavía Buridan
distingue entre voces incomplejas puramente categoremáticas, pu
ramente sincategoremáticas y medias o mixtas. Las puramente ca
tegoremáticas son las que significan, además de los conceptos que
inmediatamente significan, las cosas que son concebidas en tales
conceptos; son de suyo sujetables y predicables, y excluyen a las pu
ramente sincategoremáticas. Las puramente sincategoremáticas son
las que únicamente significan los conceptos que inmediatamente si
gnifican, y ninguna otra cosa, a no ser algunas que significan los tér
minos a los que se añaden, como las dicciones “no”, “o”, “luego”,
“también”, “porque”, “por lo cual” y otras de este tipo. Las me
dias o mixtas participan de algunos rasgos de las puramente cate
goremáticas y algunos de las puramente sincategoremáticas, en esta
clase entran “tanto las que significan, además de los conceptos que
inmediatamente significan, las cosas concebidas en tales conceptos,
pero no son de suyo sujetables o predicables, en cuanto que impli
can categoremáticas y sincategoremáticas” ; 1 2 8 ejemplos de ellas son
“en alguna parte”, “nadie”, “nada”, “consigo” y otras, que signifi
can cosas además de conceptos, pero que no se pueden sujetar ni
predicar.
Las sincategoremáticas significan inmediatamente los modos co
mo los conceptos se relacionan en la mente. Estos modos como
se unen los conceptos son ellos mismos conceptos también, pues se
pueden concebir las relaciones interconceptuales, y a ellos corres
ponden las voces sincategoremáticas. Las dicciones que Buridan lla
ma “medias o mixtas” tienen un elemento que impide que sean
categoremáticas; en el primer caso que enuncia, el obstáculo es que
no pueden ser sujetos o predicados, como “hoy” o “mañana”, que no
pueden serlo por significar un determinado tiempo en que se rela
cionan los conceptos; en el segundo caso que enuncia, el obstáculo
es que incluyen un sincategorema, como “nada” o “nadie”, que im
plican la negación.
2. La proposición
3.1. La significación
3.2. La suposición
135 Ib id ., p. 200.
135 Ibid.
137 Ibid., p. 201.
138 Ibid.
oraciones o proposiciones, como “ ‘el hombre es un animal’ es ver
dadera”.
Cabe notar, pues, respecto a “hombre es una especie”, en la que
“hombre” tiene suposición material, que la suposición material asu
me las funciones que antes se atribuían a la suposición simple, la cual
aquí se vería excluida. En efecto, dado el nominalismo de Buridan,
las especies son conceptos, no naturalezas o esencias reales en las
cosas, y, ya que la suposición material hace a un término referirse
al concepto que le corresponde en la mente, cuando un término su
pone por una especie (que se ve reducida a un mero concepto), tiene
suposición material (y no simple, como antiguamente). El mismo
Buridan hace alusión a los antiqui, que propusieron un tercer tipo
de suposición, precisamente la suposición simple, porque creían que
las naturalezas universales eran algo distinto de los conceptos y de
los individuos, y que existían fuera de la mente; pero esa doctrina
ontológica, según Buridan, es errónea, y por ello resulta superflua
la suposición simple. En la misma línea de Ockham, opone la su
posición personal a la simple, pero se distingue de él por su mayor
extremismo, ya que llega a excluir a esta última, reduciéndola a una
forma de la material. Hay, además, otro aspecto en el cual Buridan
se aparta de Ockham:
3.3. La apelación
147 Ibid.
148 Ver ibid., p. 184 y, del m ism o, lo s S ophism ata, ed. cit., pp. 59-89.
149 Ver el m ism o, Tractatus de suppositionibus, p. 343.
agregado. Por ejemplo, “rico” supone por un hombre que sea tal, y
constituye la materia del término (pues el término supone por su ma
teria), pero apela a todo lo que connota: sus ganados, casas, dinero,
etcétera, que son adyacentes a ese hombre, todo lo cual constituye
la forma del término.
Ésta es, en verdad, una noción de apelación ya muy distinta de la
que habían enseñado en el siglo xm William Sherwood y Pedro His
pano. Pues en el siglo anterior la apelación era el uso de un término
por la cosa existente y actual, mientras que para Buridan se trata más
bien de una connotación o consignificación, o como dice él mismo,
de la “forma” del término, en contraposición con la “materia” del
mismo, que es objeto de la suposición.
Sa n V ic e n t e Ferrer
1. La significación
2. La suposición
155 Ver B. Valdivia, “La suposición sem ántica en V icen te Ferrer”, en A n alogía
(M éxico), año 1 ,2 , (1987), pp. 85-9 1 .
156 P. H ispano, Tractatus calted afterwards Sum m ule Logicales, ed . L. M . d e Rijk,
Assen: Van Gorcum , 1972, p. 80. (H ay traducción castellana, d e M. B euchot, M éxico:
I1F-U N A M , 1986.)
157 A unque "supposilio” vien e d e “su b ” y "positio ”, que parecen indicar pasividad,
el verbo resultante de su unión, a saber, “supponere" es, com o quiere Ferrer, activo.
158 A pesar d e que no es la traducción más feliz, vertim os "subieclio" p or “su
jeció n ”, al m odo com o su correlativo, “praedicatio”, se vierte por “predicación”.
tom a en lugar de alguna cosa, respecto del predicado, y así le com p ete
la suposición”.159
159 V. Ferrer, Tractatus de suppositionibus, ed. cit., p. 91. Ver E. Poveda, “E l tra
tado D e suppositionibus dialecticis d e San V icente Ferrer y su significación histórica
en la cuestión d e los universales”, en A n ales de! Sem inario d e Valencia, 3 (1963), pp.
7 -8 8.
16° v e r V. Ferrer, op. cit., pp. 89-9 2 .
161 Ibid., p. 93.
del predicado, no pertenecen a todo sujeto ni le pertenecen siem
pre. También se distingue así la suposición de otras propiedades,
como las modales, pues ellas pertenecen tanto al sujeto como al pre
dicado. Además, se dice que la suposición pertenece al sujeto “por
comparación con el predicado”, porque la suposición del sujeto se
conoce principalmente por el tipo de predicado que lo acompaña; de
ahí la famosa regla de que según los predicados son las suposiciones
de los sujetos. Tkl diversificación basada en el predicado se ve en
las siguientes proposiciones: “el hombre es animal”, “el hombre es
especie”, “el hombre es bisílabo”, pues en ellas “hombre” tiene su
posiciones diversas, que se distinguen y reconocen por el predicado.
También por esta exigida relación del sujeto al predicado se diferen
cia la suposición de la significación, la cual se da en el sujeto (sin que
sea exclusiva de él) no por relación con el predicado, sino conside
rado de manera absoluta —Le. como término y sin la exigencia de
que esté en la proposición.
De acuerdo con eso, algo muy característico de Ferrer es esa in
sistencia en que el término suponente es el sujeto, no el predicado.
Pues bien, para que un término sea tomado como sujeto ya se re
quieren varias acepciones, por lo que la acepción es anterior a la
suposición, y no puede confundirse con ella. En concreto, son tres
acepciones las que se dan al término antes de que le sobrevenga la
propiedad de la suposición. En primer lugar, se toma como palabra,
en orden a significar alguna cosa; el intelecto la establece como voz
significativa. En segundo lugar, se toma como extremo posible de
una proposición, en orden a ser sujeto o predicado; el intelecto lo
dota con la capacidad de ser sujetable o predicable. En tercer lugar,
se toma precisamente como sujeto, y se excluye del término la po
sibilidad de ser predicado en esa misma proposición; el intelecto lo
determina a ser sujeto. Después de esta última acepción, es cuando
el término, constituido en sujeto, es susceptible de tener suposición.
La acepción tiene valor pasivo, mientras que la suposición tiene va
lor activo. La suposición consiste, pues, en que el término sujeto, el
que en realidad es suponente, significa la cosa real a través de su
significar la cosa como concebida, y de ella se verifica el predicado.
El valor pasivo de la acepción se advierte en que, al estar atri
buyéndose al término, éste se comporta como algo receptivo, que se
deja moldear por la inteligencia —la cual, como hemos dicho antes,
es activa en este proceso— hasta llegar a significar lo que se desea
que signifique: una realidad en cuanto pensada, pero obediente a la
realidad en cuanto tal. El valor activo del término suponente, que
es el sujeto, se advierte en la capacidad que entonces adquiere el
término de representar, de acuerdo con las exigencias de la cópula
y del predicado, a esa misma cosa real, pero representando primero
al concepto de la misma, que tiene un valor objetivo, fundado en la
realidad. A través de los conceptos, es esa misma realidad a la que el
predicado intenta atribuirle algo esencial o algo accidental. Y esto es
ciertamente una función activa. Con esto se opone a Ockham, para
quien los términos no tienen valor activo ni objetivo: no represen
tan ninguna naturaleza, ni universal ni individual, sólo representan
individuos concretos.
Como consecuencia, la suposición se especifica, determina y di
vide por el predicado. Porque el movimiento se especifica por su
témino ad quem; y la suposición es cierto movimiento hecho por el
intelecto al aprehender el sujeto; y la aprehensión del sujeto tiene
como término ad quem al predicado; por ello la suposición se define
y se divide con arreglo al predicado.
Y esta Qrdenación entre sujeto y predicado que se da en el ámbito
semántico de la suposición, debe tomarse como representando una
relación ontológica. El criterio para la significación y la suposición
del sujeto es el predicado, ya que significa y supone en orden a ser
coherente con él y según lo que él le exige. Ya con sólo atender al
predicado podemos detectar el tipo de suposición que tiene el sujeto.
San Vicente es tajante y decidido: sólo el sujeto tiene suposición;
el predicado no supone, ni siquiera con alguna suposición en sen
tido amplio. En efecto, razona Ferrer, el predicado sólo podría te
ner dicha suposición recibiéndola del sujeto, del intelecto o de algo
distinto. Pero no puede recibirla del sujeto, porque habría círculo vi
cioso (pues el predicado es el que da la suposición al sujeto). Mucho
menos del intelecto, que capta la suposición del sujeto en orden a
su captación del predicado; ni tampoco de algo distinto (por ejem
plo, de los individuos), porque sería algo ajeno a la predicación. Por
fuerza de estas cosas, Ferrer anota que de su clasificación de las su
posiciones se excluye la llamada “suposición meramente confusa”
(confusa tantum), porque se pretende que sea la que corresponde
sólo al predicado de una proposición universal; y, como se ha visto, el
predicado no supone. Incluso, cuando se dice que un predicado su
pone confuse tantum (como pretendían algunos que sucede en cier
tos ejemplos en los que se pasa inferencialmente de lo verdadero a
lo falso, p. ej. en “en todo tiempo existió algún hombre; luego algún
hombre existió en todo tiempo ” ) , 1 6 2 debe entenderse más bien que
se toma (stat vel tenetur) conjuse tantum, pero no que supone de ese
modo (y en el ejemplo propuesto hay propiamente falacia de figura
de dicción, pues hay cambio de suposición: en la premisa es confusa
y en la conclusión es determinada, i.e. hay paso indebido de una su
posición en la premisa a otra distinta en la conclusión) . 1 6 3 Tbdo ello
lo hace Ferrer, pues, para excluir la suposición del predicado. Pero
precisamente al definir la suposición como acepción, se deja una in
definición tal que permite adjudicar la suposición al sujeto o al pre
dicado. Y sabemos que para Ferrer sólo el sujeto tiene suposición.
Un corolario de esa doctrina es que ningún término supone fuera
de la proposición. En efecto, la suposición —tal como la ha defi
nido Ferrer— es función del sujeto por relación al predicado. Y el
término fuera de la proposición no es ni sujeto ni predicado. Ade
más, el término sólo tiene suposición en la proposición indicativa,
porque la suposición se determina según el valor de verdad de la
proposición, y sólo la indicativa puede ser verdadera o falsa. Y es
la proposición en sentido de oración indicativa, o enunciación, no
necesariamente en el sentido de proposición silogística. 1 6 4 Pero no
abarca la proposición imperfecta (o trunca) ni las oraciones no-in
dicativas. Y es que, fuera de la proposición, el término tiene sig
nificación, no suposición. Sin embargo, todo término puede tener
suposición, siempre y cuando pueda figurar como sujeto de una pro
posición.
Esta pertenencia de la suposición al término en el contexto pro-
posicional es ciertamente una de las características que dimanan de
la naturaleza de la suposición tal como se ha definido. En efecto, ya
que la suposición es una propiedad del sujeto en orden al predicado,
y ya que tanto el uno como el otro son extremos de una proposición,
171 Sto. Tomás, D e ente et essentia, ed. I. Sestili, Torm o-Rom a: M arietti, 1948 (3a.
e d .), p. 14.
172 V. Ferrer, op. cit., p. 100.
173 Ibid.
174 Ibid., pp. 100-101.
Y se da la suposición simple “cuando un término se toma en orden
al predicado que le conviene accidentalmente en cuanto al ser que
tiene en el alma o fuera de los supuestos, como en la proposición
‘el hombre es una especie’. Pues entonces la cosa importada por el
término común de algún modo se dice simple, ya que se encuentra
depurada de sus condiciones individuantes” . 1 7 5
Pero esto provoca problemas; pues, ya que el predicado siempre
es un concepto con existencia mental, se seguiría que toda suposición
debería ser accidental simple. 1 7 6 Se trata de una objeción nomina
lista, perteneciente al problema de los universales, y San Vicente
procede a demostrar que los universales son conceptos, pero con
fundamento en lo real (recogiendo la argumentación que le hemos
visto hacer en su Quaestio sobre los universales).
El problema se centra no en si los predicados son conceptos, lo
cual se acepta, sino en si únicamente gozan de existencia en la mente
o también en algo extramental, que reside en las cosas concretas y
reales.
En todo esto se manifiesta su teoría del conocimiento aristotélico-
tomista. Basa su distinción entre suposición personal y suposición
simple en el proceso cognoscitivo. En un primer nivel, tenemos el
conocimiento de la cosa como individual y concreta, el intelecto ejer
cita su primer acto, y obtiene una imagen que la escolástica llama
“impresa”, dependiente todavía de los sentidos y sin elaborar inte
lectualmente; a la mera impresión de esa imagen se refiere cuando
dice: “el hombre corre” (Le. está corriendo hic et nunc), en este caso
se trata de una suposición personal. En un segundo nivel, presupo
niendo al anterior, el intelecto ejercita su segundo acto, por el cual
hace abstracción de las condiciones individuantes y concretantes de
las cosas, considerándola como universal; logra así la imagen o spe-
cies “expresa”, la cual es elaborada y abstracta. A esta imagen abs
tracta se refiere cuando dice: “el hombre es anim ar (i.e. tomado en
universal, en cuanto a su esencia), en este caso se trata de una supo
sición simple, por una abstracción que no es ficticia, sino fundada en
la realidad de lo individual. 1 7 7
Y no hay lugar para que toda suposición se reduzca a la acciden
tal simple, pues esta especie expresa o concepto elaborado puede
La suposición discreta se da
208 Ver ibid., pp. 164-165. A ñade V icen te una excelen te precisión: “S e ha de
notar que tod o térm ino que se tom a m aterialm ente, en cuanto tom ad o asi, tien e la
fuerza d e un nom bre, com o cuando se dice ‘corro es un verbo’, el sujeto d e esta pro
p osición está tom ado aquf con la fuerza d e un nom bre, su p on e por su significado
m aterial en el cual inhiere el predicado ‘verbo’. Y esto es acorde a la m en te d e Santo
Tom ás, quien, com en tan d o e l prim ero d el Peri herm eneias dice estas palabras: tanto
e l verbo com o las dem ás partes d e la oración, cuando se p on en m aterialm ente, se
tom an con fuerza d e nom bres. Pero se ha d e saber que no con fuerza d e nom bres
substantivos ni de gén ero neutro. Pues n o d eb e decirse q u e los térm inos, en cu an to
se tom an com o h em os dicho, son nom bres substantivos ni d e gén ero neutro, com o
algunos se im aginan, com o tam poco d eb e d ecirse que se tom a e l vocablo ‘n ad ie’
co m o signo universal negativo, aunque tien e fuerza d e sign o universal negativo. N i
el cetro d eb e llam arse rey aunque haga las veces del rey. N i las cualidades d eb en lla
m arse form as substanciales aunque hagan las veces o tengan la fuerza de las formas
substanciales. Ni el in telecto d eb e d ecirse agen te principal porque actúa en virtud
d e un a gen te principal. Por tod o ello Santo Tom ás dice q u e se tom an con fuerza d e
nom bres, pero n o dice q u e sean nom bres.” (Ibid., p. 164.)
Vicente Ferrer, como división de la suposición material. ” 2 0 9 Final
mente, sólo para redondear este punto diremos que San Vicente
trata además acerca de la suposición de los relativos y acerca de la su
posición impropia, que vuelve a cobrar interés en nuestros días . 2 1 0 Y
termina haciendo un análisis lógico de los sofismas o falacias que re
sultan por cambio indebido de la suposición en la argumentación . 2 1 1
209 I. M . B ochenski, Historia d e la lógica form al, Madrid: G redos, 1966, p. 178.
Ver I. Thom as, “Saint V incent Ferrer’s D e suppositionibus'’, en D om in ican Studies, 5
(1952), pp. 8 8-101.
210 A sí com o en la escolástica m edieval se estudiaba la suposición d e los p ronom
bres relativos, lo m ism o com ienza a hacerse en la actualidad; ver G. Evans, “Pro-
nouns, Q uantifiers and R elative Clauses (I ) ”, en M . Platts (ed .), Reference, Truth a n d
Reality, London: R ou tledge and K egan Paul, 1980, pp. 255-317.
211 Sobre esto s tem as, ver M . Beuchot, “Sofism as, falacias y paradojas en la Edad
M ed ia”, en M anuscrito (U N IC A M P, B rasil), 10 (1987), pp. 7 5 -8 4 .
natural
personal
simple
material
discreta
común
natural
personal
simple
A lberto de S a jo n i a y Pablo de V e n e c ia
1.Alberto de Sajonia
Alberto de Sajonia (h. 1316-1390) trata las propiedades lógico-se-
mánticas de los términos en su obra principal, intitulada Perutilis
Lógica (es decir, Lógica muy útil o útilísima). En ella, después de
haber tratado de la significación de los términos, pasa a tratar de
la suposición de los mismos. Tienen suposición tanto los términos-
sujeto como los términos-predicado. Define la suposición como “la
acepción o uso de un término categoremático, que se usa en la pro
posición en lugar de alguna cosa o algunas. Digo, pues, que un térmi
no de una proposición se usa en lugar de aquello, de cuyo pronombre
demostrativo que lo representa, se muestra en la proposición que el
predicado se verifica afirmativa o negativamente ” . 2 1 2
Alberto divide la suposición en simple, material y personal; puede
considerarse novedoso el intento que hace de tratar estos tipos de
suposición con respecto de los términos tanto mentales como orales
y como escritos. Por ejemplo, define la simple como la posición o
acepción de un término oral o escrito, mas no mental, en lugar de
una intención (o idea) de la mente, aunque no ha sido impuesto para
significarla. 2 1 3 La suposición material es la que tiene un término
(escrito, oral o mental) en lugar de sí mismo o de otro semejante
a él, o incluso de otro distinto de él, como sucede en el latín, donde
puede decirse “animal praedicatur de homine”, y aquí “homine” su
pone por “homo” (que es el nominativo). Cabe anotar además que
2. Pablo de Venecia
Pablo de Venecia (h. 1369-1429) tiene dos obras de lógica muy con
notadas; una lleva el nombre de Lógica Magna y la otra el de Lógica
Parva. Como significativamente lo dan a entender esos títulos, la se
gunda de esas obras es un resumen de la otra, que es sumamente
vasta (toda-una enciclopedia de la lógica de ese tiempo).
Hay algunas cosas notables en su tratamiento de las suposicio
nes de los términos, que seguiremos sobre todo en su compendio de
lógica. 2 1 8 En muchas cosas sigue a tratadistas clásicos como Pedro
Hispano, p. ej. en su definición de la suposición, que el veneciano
adapta como “la acepción de un término en una proposición por
alguna cosa o cosas” . 2 1 9 En otras cosas sigue a los terministas con
tinuadores del Venerabilis Inceptor (Le. Ockham), como en las tres
funciones que se asignan a la suposición: (a) explicitar las signifi
caciones de los términos categoremáticos, (b) trazar las relaciones
con otras significaciones de otros categoremáticos, al especificarlas,
y (c) ubicar las significaciones en una jerarquía de términos (cate
gorías sintácticas y “tipos lógicos” á la Russell).
Pero quizá lo más notable de Pablo Véneto es la clasificación de la
suposición, en la que ya parece seguir lo establecido por San Vicente
218 Paulus V enetus, Lógica Parva, trad. inglesa, con introd. y notas d e A . R. Pe-
rreiah, M ünchen: P hilosophia Verlag, 1984.
219 Ibid., p. 143.
Ferrer, a saber, que la suposición se divide en personal y material, 2 2 0
y la material tiene las mismas divisiones de la personal. Después de
Ferrer, se hizo común el dividir de manera igual la material y la per
sonal, y es lo que refleja Pablo de Venecia. 2 2 1
Se usa el término “ente”, como nombre —al menos ésa fue la in
tención de Santo Tomás—, para designar el objeto de la metafísica,
que es la esencia relativa a la existencia, y, siendo trascendental o
transcategorial, origina las categorías, porque, connotando la exis
tencia, da origen a diversos modos de existir. Se usa el término “en
te”, como participio, para designar al ente actual, que no es el
objeto propio de la metafísica, porque en cuanto tal no puede dar
origen a las diversas categorías, ya que ellas surgen de la esencia, y,
en esta acepción, el ente se refiere a la existencia. Se usa el término
“ente”, como verbo en la forma “es”, para designar la cópula o nexo
de las partes de la proposición o enunciado, significando la verdad
en cuanto atributo lógico, por lo cual, no entra propiamente como
objeto de la metafísica, sino, a lo más, como objeto derivativo (en
cuanto el ente de razón o ente lógico se deriva del ente real o ente
metafísico). De ahí que muchos escolásticos consideraran a la cópula
“es” como un término sincategoremático por el oficio (aunque no
por la significación); pues, a pesar de que significaba algo —el ser—,
su función en el enunciado era solamente servir de nexo al predicado
con el sujeto (por eso se reabsorbía en el predicado y propiamente
no figuraba como un elemento distinto del predicado y el sujeto, su
aparición como “tercer adyacente” o como cópula era algo más bien
sincategoremático por el oficio desempeñado en la estructura pre
posicional).
2. Semiótica especial o aplicada de la proposición: sintaxis, semántica
y pragmática de la proposición metafísica de existencia
Así, ya que el verbo “es” podía figurar como segundo adyacente, con
connotación de existencia, como en “Pedro es” (que equivale a “Pe
dro existe”), o como tercer adyacente, en función de cópula, como en
“Pedro es bueno”, conviene ver cómo se comporta en su figuración
de segundo adyacente, que es precisamente la proposición de exis
tencia.
Una proposición, para estar bien construida, debe reunir por lo me
nos dos categorías sintácticas: un nombre y un verbo. De acuerdo
con ello, la proposición de existencia “esto es” (o “esto existe”, o “a
es” o “hay una a”) resulta ser una proposición sintácticamente co
rrecta, es una fórmula bien formada. Esto parece entrar en conflicto
con la lógica actual, pues en ella la existencia ha quedado como un
functor no predicativo, sino cuantificador, y, por lo mismo no puede
predicarse. Y, sin embargo, incluso filósofos del lenguaje inspirados
en la lógica actual ya comienzan a aceptar de algún modo la predi-
cabilidad de la existencia. 7 Pero en la lógica escolástica la existencia
podía asumir los oficios de functor predicativo, por lo cual puede
entrar en combinación con un argumento o sujeto, predicarse de
él y constituir una auténtica proposición, sintácticamente correcta.
Con todo, algunos han considerado que la existencia no podría ser
un predicado de cosas designadas por los sujetos, esto es, no po
dría ser predicado de primer orden, sino predicado de predicados o
de conceptos, es decir, sólo predicado de segundo orden; y, por lo
tanto, sería un predicado gramatical, pero no un predicado lógico.
Mas la polémica de la predicabilidad o no predicabilidad de la
existencia (tanto en la filosofía tomista como en la actual) debe acla
rarse en el nivel semántico, donde se verán las adecuadas condicio
nes para considerar como correcta su construcción sintáctica. Por
eso hay que pasar a la dimensión semántica de este asunto.
18 Ver P. T G each , “Form and E xistence”, ed. cit.; en esto lo sigue A . Llano, e n
su obra citada.
w E s lo qu e encontram os desarrollado en G each, e n el trabajo hace p o co citado.
“Sócrates existe” significa en realidad “ ‘Sócrates es un ente’ es ver
dadera” o “ ‘Sócrates es un hombre’ es verdadera”). Especialmente
importante es un texto del Aquinate en el que dice que el predicado
“ser” (o “existir”) “im portat en titatem rei” (es decir, comporta o pre
supone la entidad de la cosa) . 2 0 Sin embargo, aquí Lee parece con
fundir la existencia en sentido veritativo con la existencia en sentido
actual o de acto de ser. Hay un sentido en el que Geach está en lo co
rrecto al decir que la existencia es predicado de primer orden cuando
se aplica a individuos, y es el de la existencia como acto de ser . 2 1 Así
pues, hemos de decir que hay dos sentidos de la existencia para Santo
Tbmás, uno veritativo y otro activo o como acto. Del primer modo, es
un predicado de segundo nivel, esto es, sólo figura como predicado
gramatical y no como predicado lógico; pero del segundo modo es
un predicado de primer orden —como bien sostiene Geach— y, por
tanto, no sólo predicado gramatical sino también lógico. 2 2
Indudablem ente, hay aquí tam bién com posición y división, y en con se
cuencia juicio; pero no se trata ya de com poner o dividir conceptos. D el
m ism o m odo que hay com posición de la esencia con el existir, que no es
una esencia, en el objeto conocido hay com posición del con cep to y del
verbo existencial, que no significa un concepto, en la proposición con s
truida por el entendim iento que afirma su existencia. D e ahí nace, en el
lenguaje, el juicio de segundo adyacente, que no se com pone sino de un
sujeto y de un verbo, sin predicado alguno. Los juicios de este género
constituyen pues sin duda una clase especial, con caracteres propios, e
irreductible a cualquier otra clase de juicios conocidos, especialm ente
la de juicios de atribución.25
26 Ibid., p. 265.
lógica, i.e. sus reglas de inferencia (con las cuales se pueden trans
formar las proposiciones en aquellas que implican). La relación que
es trazada por la lógica entre los principios o axiomas y las conclu
siones o teoremas, mediante las reglas de inferencia, es la parte que
compete a la sintaxis de la inferencia (teoría de la inducción, teoría
de la deducción).
La intelección versa sobre los principios, que son las premisas en
una argumentación o discurso. El raciocinio extrae conclusiones a
partir de esas premisas. Por eso se ha definido al intelecto como el
hábito de los principios, y al raciocinio o ciencia como el hábito de
las conclusiones. El raciocinio o ciencia es el que se ajusta a la teoría
de la consecuencia. Dejando a un lado otras divisiones de la conse
cuencia, la podemos dividir en inductiva y deductiva. Debe notarse,
sin embargo, que ya la intelección contiene un proceso inductivo en
sentido amplio, porque es una abstracción que parte de lo singular y
busca principios generales. Pero, al ser intelección, se distingue del
proceder científico, y no se ajusta propiamente a la consecuencia in
ductiva. La metafísica involucra esta búsqueda de principios, pero de
manera no sólo consecuencial o inferencial, sino sobre todo intelec
tiva o abstractiva. Generaliza al nivel del intellectuspñncipiorum. Por
este proceso, la metafísica alcanza su objeto de conocimiento, que
es el ente en cuanto tal. Pero el proceso complementario es aquel
por el que desarrolla su conocimiento del ente y sus principios, y
entonces sí le adviene la característica de ciencia. (Junta los aspec
tos de intelecto y ciencia de modo eminente, por lo que recibía el
nombre de “Sabiduría”.) Y en cuanto al desarrollo de este conoci
miento de los principios, sacando conclusiones de ellos, reviste su
aspecto de ciencia, y debe convenirle un tipo de consecuencia. Se
sujeta a una sintaxis consecuencial o inferencial.
De acuerdo con la división efectuada, la consecuencia propia de
la metafísica es la deductiva, el proceso de deducción; es su vía de
justificación o de demostración. En cuanto a la forma, se adapta
a cualquiera de las consecuencias usualmente manejadas, según el
caso. Pero tiene como más propia la consecuencia silogística. Y, en
cuanto a la materia, tiene como más propia la demostración por lo
máximamente necesario, que era denominada consecuencia o de
mostración propter quid (a través del porqué). De esta manera, ex
cluye la inducción, por llevar a conclusiones sólo probables, y se ad
hiere a la deducción, que lleva a conclusiones necesarias. Deduce
propiedades a partir de las esencias o efectos a partir de las causas.
Tbdo ello porque su punto de partida son las esencias y las causas
máximas de las cosas, contenidas en el ente en cuanto ente, que es
su objeto. De él va desentrañando las esencias y las causas, de ellas
va desentrañando propiedades y efectos. En esto consiste el análisis
o explicación, y su camino más propio es la deducción. La deducción
metafísica procede así: del objeto de la metafísica, que es el ente en
cuanto ente, el cual es una esencia a la que conviene el ser (o exis
tencia), y es un ser real, y puesto que la realidad coincide con el ser
(real), el procedimiento pertinente consiste en desentrañar, expli
car o analizar el contenido de su objeto, sin salir de él. No sale de él,
porque es un objeto universalísimo, que contiene de modo implícito
o virtual toda la explicación de la realidad. Sólo puede trabajar con
él por dilucidación, explicación o análisis.
Puesto este proceso, por ejemplo, en consecuencia silogística, tie
ne como premisa mayor una proposición que enuncia principios o
causas. Tiene además una premisa menor esencial, i.e. que dilucida
el contenido de algún principio, sobre todo a través de la causa for
mal o esencial. Y tiene como conclusión una proposición metafísica,
la cual hace avanzar esta ciencia.
Así pues, en pleno sentido es demostración — a priori o deducti
va— de las propiedades y causas de su objeto propio. Y esta demos
tración la hace por el término medio, porque el raciocinio o ciencia
es un conocimiento mediato: un juicio mediato en el que hay conse-
quentia por haber un término medio que la realiza y la indica. Y, si
se quiere que esta demostración sea esencial o propterquid (a través
del porqué), debe tener como término medio la esencia misma del
objeto . 2 7 Por tanto, el objeto mismo de esta ciencia es “lo que cons
tituye el término medio último y radical de la demostración, y, por
ello mismo, la razón última de la cognoscibilidad del todo ” . 2 8 En
nuestras consecuencias o razonamientos metafísicos, esto es, al ha
cer ciencia metafísica, empleamos el ser o ente como término medio
demostrativo, en cuanto que a él se reducen los primeros principios
y primeras causas, por los cuales se demuestran en metafísica las
propiedades y los efectos.
Pero el ente como ente es analógico, no unívoco —como los ob
jetos de las demás ciencias— , y en esto reside la diferencia funda
universal
{ Í
definida <
[ particular
indefinida
determ inada
accidental •
{ confusa i
f distributiva
[ colectiva
f intencional
primera i
I intencionada
Suposición < sim ple
, [ intencional
segunda < .
[ intencionada
natural
{ personal
simple
discreta
natural
material i
{personal
simple
IV. CONCLUSIÓN
Tratemos de hacer una somera evaluación de la semiótica y la filo
sofía del lenguaje sostenida por los escolásticos, al menos en algunos
de sus puntos. Sin que se confunda con otras teorías que aparen
temente dicen lo mismo, la teoría del signo formulada por los es
colásticos muestra ser más completa que la actualmente profesada
por muchos semánticos. Escribe Guido Küng: “Mientras que los
filósofos tradicionales distinguen tres cosas: el signo, el significado
objetivo y el designatum, la mayoría de los lógicos modernos hacen
sólo una distinción bimembre entre el signo y la realidad represen
tada . ” 1 Esto quiere decir que en la explicación escolástica se reúnen
tres correlatos: el signo mismo, la mente (o el concepto) y la cosa.
No se trata de una injerencia psicologista de la mente, pues el corre
lato mental no es sólo un concepto (conceptum fórmale o subjetivo),
sino un significado objetivo (o conceptum objectivum), que, a fuer
de entidad abstracta, debe ser tratado dentro del problema de los
universales. Y no se trata tampoco de una entidad platónica, como
podría ser vista por los nominalistas, sino de un “verbo mental” o
“intentio” de la mente. La intentio no es en sí el significado, sino que
tiene un ser “vial”, y, por lo mismo, una función vicaria entre el signo
y la cosa.
Por eso a la postura escolástica (sobre todo tomista) le pertenece
un mérito anotado por Niels Egmont Christensen, sin que puedan
imputársele los defectos de posturas parecidas, que dicen que los
significados son sin más entidades mentales; hemos visto que la en
tidad mental, para los escolásticos, no es de hecho el significado.
Christensen admite como un progreso el buscar cierta relación de
los verbos tem porales no aparecen ya com o la clase de ítems que debe
ser purgada del lenguaje ordinario al construir su análogo destem p o
ralizado. D e hecho, aunque la distinción entre verbos tem porales e
intem porales puede ser aún de interés filosófico, esta distinción difí
cilm ente parece servir para e l papel pivotal que se le asigna en la lite
ratura.16
h e fle / felm 7 / 9
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posición y formación, realizadas por Ro
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grama TgX y tipos Dutch de Bitstream. La
edición consta de 2000 ejemplares.