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Mauricio Beuchot

LA FILOSOFÍA DEL
LENGUAJE
EN LA EDAD MEDIA

2da edición, corregida y aumentada

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO


M é x i c o 1991
la . edición: 1981
2a. ed ición , corregida y aum entada: 1991

D R © 1991 U niversidad N acional A utónom a d e M éxico


Circuito M ario d e la Cueva
Ciudad d e la Investigación en H um anidades
Ciudad Universitaria, 04510, M éxico, D . F.
IN ST IT U T O D E IN V E ST IG A C IO N E S FILO SÓ FIC A S
IN ST IT U T O D E IN V E ST IG A C IO N E S FILO L Ó G IC A S

Im preso y h ech o en M éxico

ISB N 968-36-2186-4
ÍNDICE

Prólogo a la segunda edición 7


I. I n t r o d u c c ió n 9
II. S e m ió t ic a e s c o l á s t ic a g e n e r a l : s u d e s a r r o l l o
HISTÓRICO 37
A. El siglo XII 39
San Anselmo de Canterbury 40
Pedro Abelardo 48
Escuela de Chartres 58
B. El siglo XIII 65
San Alberto Magno 66
Santo Tbmás de Aquino 84
Guillermo de Sherwood 109
Pedro Hispano 122
Roger Bacon, Ramón Lull y Juan Duns Escoto 134
C. El siglo XIV 143
Guillermo de Ockham 144
Tbmás de Erfurt 169
Walter Burley 184
Juan Buridan 189
San Vicente Ferrer 201
Alberto de Sajonia y Pablo de Venecia 226
III. S e m ió t ic a e s c o l á s t ic a e s p e c ia l o a p l ic a d a :
l a s e m ió t i c a d e l d i s c u r s o m e t a f ís ic o t o m is t a 231
IV. C o n c l u s ió n 255
V. B ib l io g r a f í a 265
PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN

En esta segunda edición hemos procurado corregir y aumentar el


texto. Hemos revisado y enmendado en algunos puntos los capítulos
que conformaban la anterior edición. Cambios muy significativos se
encontrarán en el capítulo dedicado a la aplicación de la semiótica
escolástica a la metafísica, sobre todo algunas precisiones importan­
tes acerca del tipo de predicabilidad que ha de asignarse a la exis­
tencia. Las adiciones también atañen a algunas partes y hasta incisos
de los capítulos anteriores; pero, sobre todo, consisten en dos nue­
vos capítulos: uno dedicado a Roger Bacon, Ramón Lull y Escoto,
y el otro dedicado a Alberto de Sajonia y Pablo de Venecia. Ése es
principalmente el material corregido y aumentado.
En estas correcciones y adiciones nos han servido mucho las suge­
rencias, discusiones y/o trabajos de estudio y de reseña crítica de las
siguientes personas, a las que les agradecemos: Fernando Álvarez
Ortega (UIA, México),1 Ignacio Angelelli (Austin, Tfexas), Rafael
Ávalos (CEOP, México), Roque Carrión (Valencia, Venezuela),2
Adolfo García Díaz (Maracaibo, Venezuela), Klaus Hedwig (Aa-
chen/Kerkrade),3 Larry Hickman (Tfexas A & M University), Ángel
Muñoz (Maracaibo, Venezuela), Lorenzo Peña (CSIC, Madrid),4
Carlos Rojas Osorio (Puerto Rico),5 y Walter Redmond (Austin,
Tfexas).

1 R eseña en Revista de filosofía (U IA , M éxico), 16 (1983), pp. 137-139.


2 R eseña en Investigaciones Sem ióticas (Valencia, V en ezu ela), 2/3 (1 982-1983),
pp. 256-258.
3 R eseña en Philosophischer Literaturanzeiger (M eisen h eim /G lan ), 38 (1985),
pp. 355-358.
4 R eseña en Espíritu (B arcelona), 38 (1989), pp. 61-6 9 .
5 R eseña en D iálogos (Puerto R ico), 25 (1989), pp. 221-223.
I. INTRODUCCIÓN
1. Demarcación
Este trabajo es un intento de presentar los rasgos más sobresalien­
tes de la filosofía del lenguaje en la Edad Media. Muchas cosas
quedarán sin tratar, pues hemos procurado atenernos a lo más pro­
vechoso y aprovechable de esta gran construcción medieval. De he­
cho, la filosofía medieval o filosofía escolástica ofrece en el campo de
la filosofía del lenguaje aportaciones que día tras día son asimiladas
por los investigadores actuales a la semiótica moderna. La filosofía
medieval ha llegado a constituirse en una fuente muy importante
para el enriquecimiento de la semiótica. Trataremos, pues, de aden­
trarnos un poco en ésta. En la presente introducción recogeremos
los rasgos y elementos que podemos encontrar como comunes a la
filosofía del lenguaje escolástica; por lo tanto, tal como se encuentra
en sus etapas avanzadas de desarrollo. A partir del capítulo siguiente
veremos precisamente la evolución de estas nociones en los princi­
pales pensadores del lenguaje. Esta presentación de las teorías “co­
munes” (en un sentido harto general y desvaído) nos ayudará a tener
un marco de referencia para apreciar el surgimiento y desarrollo de
su contenido.

2. Semiótica
Entenderemos aquí la semiótica, en sus grandes líneas, tal como la
sistematizó Charles Morris, aunque sin darle la acepción conductista
en que él la tomaba.1 Aceptamos, en cambio, las bases y las divisio­
nes por él trazadas. El objeto de la semiótica es la semiosis o todo

1 Ver M . B euchot, E lem entos de sem iótica, M éxico: U N A M , 1979, introd. y


cap. V.
acontecimiento en el que aparece un signo. Aquí lo restringiremos
al signo lingüístico, más relacionado con los intereses de la lógica.
La semiosis tiene tres componentes: el signo mismo o vehículo de
signo, el significado o designatum, y los intérpretes o usuarios. Según
estos elementos ocurren ciertas relaciones que configuran las distin­
tas dimensiones de la semiótica. Hay una relación de los vehículos
de signo entre sí, que es una relación de coherencia, y la sintaxis esta­
blece las reglas requeridas, a saber, de formación y transformación
de expresiones o reglas de implicación. Hay una relación entre el
vehículo de signo y el significado, que es una relación de corres­
pondencia, y la semántica establece las reglas requeridas, a saber,
de adecuación entre signos y objetos o reglas de designación. Hay
una relación entre el vehículo del signo y los usuarios, que es una re­
lación de uso, y la pragmática establece las reglas requeridas, a saber,
reglas de uso o expresión. El estudio completo de un acontecimiento
semiótico, por ejemplo el lenguaje, debe involucrar las tres dimen­
siones aludidas.2
Hay que señalar, además, dos niveles y dos funciones en la semió­
tica. Los niveles son el del lenguaje-objeto y el del meta-lenguaje.
El lenguaje objeto es el sistema lingüístico que se analiza y el me­
talenguaje es el sistema lingüístico con el que se analiza el anterior,
de manera que la propia semiótica es un metalenguaje. Finalmente,
la semiótica y sus partes pueden desempañar una función “pura” y
una función “descriptiva”. La función primordial es la construcción
de un metalenguaje adecuado y completo.

Si se le alcanza constituirá lo que podría llamarse semiótica pura, con


sus ramas de sintaxis pura, semántica pura y pragmática pura. Aquí
se elaborará en forma sistemática el metalenguaje mediante el cual se
describirán todas las situaciones que involucran signos. La aplicación
de este lenguaje a casos concretos de signos puede llamarse semiótica
descriptiva (o sintaxis, semántica o pragmática descriptiva, según el
caso).3

Así, términos como “signo” y “regla” pertenecen a la semiótica, y no


pueden ser definidos ni por la sintaxis, ni por la semántica, ni por la

2 Ver Ch. Morris, Fundam entos de la teoría de los signos, M éxico: U N A M , 1958,
pp. 36 y 40; el m ism o, Signos, lenguajey conducta, B u en os Aires: Losada, 1962, p. 239.
3 El m ism o, Fundam entos de la teoría d e los signos, ed. cit., p. 38.
pragmática. Lo que nos da una idea de que la semiótica, como un
todo, es superior a sus partes.
En la filosofía escolástica encontraremos una concepción semió­
tica general, que tomaremos como semiótica pura (con sus partes),
la cual aplicaremos al final a casos concretos, volviéndose así una
semiótica aplicada (también con sus partes) al lenguaje metafísico.

3. Semiótica escolástica
Expondremos la semiótica escolástica medieval. A pesar de que no
se le daba el nombre de “semiótica”, corresponde a lo que ella in­
tenta con su teoría del signo, de los términos, de las proposiciones,
etcétera, y todo ello era tratado en la lógica misma (de la cual Peirce
decía que no era más que otro nombre de la semiótica).
Es una semiótica del lenguaje natural, ordinario, no del lenguaje
formal, y tuvo muy escasa formalización (presentación y desarro­
llo formalísticos), sólo en el ámbito de la sintaxis (en el caso de la
inferencia o consequentia, que llegó a presentarse con una forma­
lización harto rudimentaria de sus variables, tanto proposicionales
como de términos). Incluso en el plano del lenguaje ordinario, si
bien tuvo pretensiones de ser la gramática lógica general —i.e. válida
de una forma u otra para todo discurso humano—, en realidad es la
gramática lógica de un sector del lenguaje ordinario: el latín, aun­
que en cierta medida aplicable a otros idiomas que dependen de él
o tienen con él alguna analogía. Pero lo que sí es inapreciable es su
estudio de los fundamentos filosóficos del lenguaje y del signo, que
procura ser atento y obediente a la naturaleza.
Se manejan distintos niveles de lenguaje (lo que después de Frege
será denominado como “uso” y “mención” de las expresiones, y des­
pués de Tarski será denominado como “lenguaje objeto” y “me­
talenguaje”, y que para los escolásticos era, respectivamente, la
“suposición formal” y la “suposición material”), pero sin tanta pre­
cisión, de modo que a veces llegaron a entremezclarse. También se
emplea una semiótica general (tratado del signo), y del lenguaje o
del signo lingüístico (gramática especulativa, tratado de la interpre­
tación, tratado de los modos de significar, tratado de las propiedades
de los términos, tratado de los categoremáticos y sincategoremáticos,
etcétera), que incluye las tres ramas especificadas por Morris: sin­
taxis, semántica y pragmática, según la distinción de Aristóteles en
apofántica, semántica y retórica. Aunque no era muy clara la dis­
tinción, se trabajó intensamente en el establecimiento de categorías
sintácticas, semánticas y pragmáticas, con sus correspondientes re­
glas. Pero, dada la imprecisión en sus demarcaciones, a veces se mez­
claban los tratamientos respectivos (v.gr. el de la semántica con el de
la pragmática). Por eso ha sido necesaria una labor de reajuste o aco­
modamiento (siempre tratando de no forzar demasiado las cosas).

3.1. Sintaxis
La semiótica medieval tomaba inicio, como es natural, en el estu­
dio del signo en cuanto tal, elemento primario del acontecimiento
semiótico. Aunque es objeto de la semiótica misma en cuanto sis­
tema, solía estudiársele en la parte de la lógica que veía la sinta­
xis y la semántica de los términos. Por eso —aunque no es lo más
apropiado— lo incluimos en esa parte de la semiótica que es la sin­
taxis.
De una manera u otra, los escolásticos atendían a la definición
del signo aportada por San Agustín, como “la cosa que, además de
las especies que da a conocer a los sentidos, hace pensar en otra
cosa distinta de ella misma”.4 Algunos la tomaban como si se diera
por supuesta en sus investigaciones; otros, como Ockham, sin aludir
explícitamente a ella, la tomaban para modificarla. Y ciertamente
con esa actitud se vio muy enriquecida, a la vez que precisada, pues
se veía que la definición agustiniana se reducía al signo sensible, y
hubo que generalizarla de modo que abarcara al signo intelectual (el
concepto), definiendo al signo simplemente como aquello que está
en lugar de algo distinto, y que puede ser conocido tanto sensible
como intelectualmente. En esto se fundaba la teoría de la significa­
tividad de las expresiones lingüísticas. Aunque se tenían en cuenta
otros tipos de signos (naturales, imaginativos, etcétera), la investi­
gación se centraba en el signo lingüístico.
En el ámbito del lenguaje, siguiendo también la tradición agusti­
niana, se distinguían dos tipos de éste: lenguaje interno (mental) y
lenguaje externo (oral o escrito). Y se pasaba al estudio de la corres­
pondencia entre estos tipos de lenguaje. Pero, dados los fines de la

4 S. A gustín, D e doctrina christiana, II, 1; P atrología Latina, ed. de M igne, t. 34,


col. 35. Ver adem ás M. B euchot, “Signo y lenguaje en San A gu stín ”, e n D iá n o ia , 32
(1986), pp. 13-26; recogido tam bién en e l m ism o, A spectos históricos d e la sem iótica
y la filosofía d e l lenguaje, M éxico: U N A M , 1987.
lógica, el pivote era el lenguaje oral. Este lenguaje está constituido
por voces, y hay que seguir el proceso por el que una voz se confi­
gura como voz significativa. Éste era el proceso de la institución o
imposición de las voces —que es más bien pragmático que sintáctico.
La voz es un sonido, el sonido es su materia, pero se restringe a los
sonidos orales o vocales, esto es, que se exhalan por la boca de un
ser animado, con exclusión de los sonidos que se emiten por otros
medios; ambos sonidos tienen como órgano receptor el oído, pero
el oral tiene como órgano emisor la boca.
Las voces pueden ser articuladas o inarticuladas. Las inarticula­
das incluyen muchas que son signos, como el grito de alegría, el
gemido, etcétera, y se toman como signos naturales, pues la natu­
raleza es la que los ha instituido e impuesto para que signifiquen.
Sólo que éstos no atañen propiamente hablando a la lógica. Los que
interesan son los articulados, pues para llegar a la articulación tuvo
que intervenir la institución y la imposición de seres racionales, esto
es, la convención humana, y son signos convencionales. Atendiendo
a la posibilidad de la escritura, si los signos articulados se pueden,
además, escribir, se llaman literados (o letrados), en caso contrario,
iliterados (o iletrados).
Por la imposición, las voces representan intenciones del alma o
del intelecto, es decir, representan conceptos, y los conceptos re­
presentan cosas. Se discutió mucho la correspondencia entre
los distintos tipos de imposiciones y de intenciones mentales que se
adjudicaban a los vocablos, así como la correspondencia de las vo­
ces con las cosas, pues algunos postulaban que lo hacían por la me­
diación de los conceptos, y otros decían que, a pesar de que las voces
tenían correspondencia con los conceptos, se referían directamente
a las cosas reales. La voz como signo lingüístico tiene dos niveles de
correspondencia. En primera instancia designa el contenido mental
del que lo usa, y en segunda instancia designa la realidad extramen-
tal que se quiere manifestar. Como se ve, el signo lingüístico designa
la realidad extramental a través del significado mental. Incluso hay
signos que sólo designan contenidos o estados anímicos. De modo
que puede haber lenguajes objetivos y lenguajes expresivos. Por eso
el lenguaje exterior es convencional, pero el lenguaje mental viene
a ser un lenguaje natural.
Los términos mentales significan las cosas, y los términos orales
o escritos significan primero los términos mentales y después —y a
través de ellos— las realidades. Como nos centramos en el término
extramental (oral o escrito), vemos que su designatum es un término
mental (imagen o concepto). El término mental se llama también
“intención” —dentro de esa teoría escolástica de la intencionalidad
cognoscitiva que recogió la fenomenología—, y tiene dos grados,pri­
mera intención y segunda intención-, ya que el designatum del vocablo
es una intención, ésta puede ser primera o segunda. La primera in­
tención de la mente es la realidad misma que pasa a ella en estado
de conocida, esto es, en estado psicológico-gnoseológico, y se llama
“concepto directo”. La segunda intención es la estructuración de esa
realidad en cuanto conocida, esto es, en estado de estructuración
gnoseológica, y se llama “concepto reflejo” o “concepto reflexivo”.
Por ejemplo, los vocablos “ciudad”, “bella”, “gusta”, “animal”, “ra­
cional”, “risible”, “blanco”, “Pedro”, son de primera intención; en
cambio, los vocablos “substantivo”, “adjetivo”, “verbo”, “género”,
“diferencia específica”, “propio”, “accidente”, “individuo”, corres­
ponden a los de primera intención y son, por lo mismo, intenciones
segundas. Asimismo, “Pedro es bueno” es una expresión de primera
intención; en cambio, “proposición”, “sujeto”, “cópula” y “predi­
cado”, en cuanto se refieren a los anteriores (de primera intención),
son de segunda intención. Finalmente, “todo hombre es mortal, Só­
crates es hombre, luego Sócrates es mortal” es una expresión de
primera intención; en cambio, “consecuencia”, “silogismo”, “premi­
sas”, “conclusión”, “término mayor”, “término medio” y “término
menor”, en cuanto se refieren a los anteriores (de primera inten­
ción), son de segunda intención. Por virtud de esta gradación de in­
tenciones, aplicada al término extramental, se puede efectuar una
jerarquía de lenguajes que corresponde al lenguaje objeto y al me­
talenguaje de los lógicos actuales.
Una vez que ha ocurrido la imposición, la voz se convierte en voz
significativa, y se constituye en vocablo o dicción, esto es, pertenece
a una de las partes de la oración o “partes del discurso”. Como la
lógica centra su objetivo en un tipo de oración, la indicativa, se pone
de relieve y se la llama “proposición”. La proposición consta de dos
extremos, sujeto y predicado, y de cópula —para algunos autores,
como los tomistas, reabsorbida en el predicado—, por eso los voca­
blos que pueden entrar en la proposición como sujetos o predicados,
en cuanto son extremos suyos, reciben el nombre de “términos”. Los
términos son voces incomplejas o simples. Las oraciones y propo­
siciones son voces complejas, resultantes de la combinación de las
simples. Pero también los términos pueden ser compuestos, como
“hombre blanco”, sin que por eso sean proposiciones; para que una
voz sea una proposición, se atiende a la complexión o complicación
que añade la cópula.
Los términos más dispuestos para ser sujetos son los nombres (en­
tre los que se incluyen tanto los substantivos como los adjetivos) y
los más dispuestos para ser predicados son los verbos (por lo cual,
el predicado incluye tanto al verbo como a sus complementos). Las
oraciones tienen muchas clases, pero se toma como principal la aser­
tiva o proposición;5 y las proposiciones también tienen muchas cla­
ses, pero se toma como principal la categórica (y se le añaden secun­
dariamente las hipotéticas, así como las modales). También se habla
de proposición inmediata (cuyo ejemplo principal es la categórica) y
de proposiciones mediatas, es decir, en las que interviene un término
medio o mediador, y dan como resultado las inferencias o conse­
cuencias (entre las que destacan los silogismos).
Por su parte, las dicciones (sean o no términos sujetables o pre­
dicables) tienen como propiedad la significación, consistente en
presentar algún concepto a la mente. A esto se añade la propie­
dad correlativa de la consignificación, consistente en presentar ese
concepto a la mente de un modo determinado por virtud de su lugar
en la oración, por su categoría sintáctica o gramatical; por ejemplo,
los verbos consignifican el tiempo, los adverbios el modo del verbo,
etcétera. Pero sólo el nombre y el verbo significan de suyo, por lo que
son llamados “categoremáticos”, los restantes vocablos o dicciones
significan sólo por acompañar y determinar a los anteriores, y por
ello reciben el nombre de “sincategoremáticos”.
De acuerdo con ello, por lo que hace a la significación, hay ele­
mentos que pueden tenerla por sí mismos, y hay otros que sólo pue­
den tenerla en relación con los que pueden tenerla por sí mismos.
Según hemos visto, los primeros se llaman “categoremáticos” y los
segundos “sincategoremáticos”. Se llama a los categoremáticos la
“materia” de la proposición, y a los sincategoremáticos la “forma”.
De estos últimos se tomó la idea del esquematismo formal de la
inferencia, es decir, que podía haber esquemas válidos de inferen­
cia atendiendo a los sincategoremas que se empleaban (“y”, “o”,

5 D am os a “p roposición” una acepción sem ejante a “enunciado” (en inglés:


setitence), no com o contenido m ental (ni m ucho m enos com o entidad abstracta, se­
gún la tom an ahora algunos teóricos d e la sem ántica m odal), sino com o signo m ate­
rial d e dich o con ten ido, para el que reservam os el nom bre d e “juicio”; así, la propo­
sición es el signo exterior y corpóreo d el juicio.
“si... entonces...”), siendo así una consecuencia formal. Los sinca­
tegoremáticos —que originaron tratados muy especializados— fun­
gían como conectivos, operadores o functores lógicos, y se ve en ellos
una estrecha vinculación con lo que actualmente se llama “cons­
tantes lógicas”.6 Pero, atendiendo a la autonomía de significación,
en el uso normal, solamente los términos categoremáticos pueden
fungir como sujeto o predicado; por eso se les considera a ellos,
o a las expresiones formadas por ellos, como términos en sen­
tido estricto, mientras que los términos sincategoremáticos no son
términos en este sentido estricto. Conviene, pues, reservar el nom­
bre de “término” en esa acepción estricta, exclusivamente para los
categoremáticos.7
Restringidos a los términos en sentido estricto —los categoremá­
ticos—, podemos aún tomarlos de dos maneras: (i) como un signo
con significación independiente, y (ii) como un signo que, con esa
significación propia, es decir, en su uso normal, puede ser sujeto o
predicado en una proposición. La primera propiedad era denomi­
nada significación, y la segunda era llamada suposición. (La signifi­
cación se aproxima a lo que Gottlob Frege entiende por “Sinn” o
“sentido”, y la suposición a lo que entiende por “Bedeutung” o refe­
rencia o significado; pero sólo en cuanto a sus funciones semánticas,
no en cuanto a su status ontológico.) De acuerdo con esto, dado que
la lógica formal atiende a la forma proposicional y no a su materia o
contenido, y ya que la materia es la significación y la forma es la su­
posición (por ser el aspecto más extensional), consiguientemente, la
lógica formal se aplica específicamente a la suposición (sobre todo a
las suposiciones extensionales, que veremos más adelante, dejando
de lado las intensionales) con independencia de la significación.8 A
través de la suposición se determina la cuantificación y se puede
regular el funcionamiento de los términos sujeto y predicado. Sin
embargo, la teoría de la suposición, en cuanto ya comporta la inter­
pretación de las expresiones que sintácticamente pueden formarse
y transformarse, propiamente pertenece a la parte semántica, por lo
cual la dejaremos para más adelante.

6 Ver I. M. Bochenski, “On Syntactical C ategories”, en The N ew Schoiasticism ,


23 (1949), p. 266.
7 Ver E. A . M oody, Truth an d Consequence in M edieval L ogic, Am sterdam :
N orth-H olland Publ. Co., 1953, p. 17.
8 Ver E. A . M oody, op. cit., p. 18.
De esta distinción entre formación, transformación e interpre­
tación hay que partir para efectuar las explicaciones posteriores. To­
mando esto en cuenta, se puede decir que la parte sintáctica de la
formación de expresiones pertenece a la teoría de la grammatica spe-
culativa, y la parte sintáctica de la transformación o derivación lógica
de expresiones pertenece a la teoría de la consequentia (inferencia).
Considerémoslas brevemente.
(a) La teoría de la grammatica speculativa. La grammatica specula-
tiva estudia los modi significandi o modos de significar. Cada modus
significandi es una categoría sintáctica o gramatical (con sus respec­
tivas propiedades), categorías que en los lógico-gramáticos modistas
(modistae) son las distintas partes sintácticas de la oración latina.
La escuela de los modistae hace honor a su nombre al fundamen­
tar su teoría lingüística en una jerarquía de modos que van desde la
realidad hasta el lenguaje. La base es el modus essendi (el modo de
ser) de la cosa, el cual depara un modus intelligendi (el modo de ser
entendida), que funge como mediación hacia lo definitivo, que es el
modus significandi (el modo de ser significada) que tiene la cosa en la
palabra o signo lingüístico. El modus significandi es, pues, la manera
como la cosa es expresada, es decir, consiste en el vehículo de signo
que la representa, el cual pertenece a una categoría gramatical. En
cuanto elemento lingüístico, el modus es una categoría gramatical.
En esto reside su carácter de “modus".
El otro factor, el “significandi”, es complejo. Los modistas toman
de Prisciano (Institutio grammaticae, lib. II, c. 4, n. 17) la noción
de significado, y de Aristóteles, a través de los comentarios de Boe­
cio al Peri Hermeneias, la noción de consignificatio, siendo Boecio
el primero que introdujo el término “modus significandi”. El caso
es que, para los modistas, el término “significado" se equipara al de
“consignificado”, y, así, el modus significandi es más bien un modus
consignificandi, si se atiende a que “consignificandi”, aquí, recibe el
sentido que tiene “significandi”. Este desplazamiento se debió a que
el término “consignificare ”perdió su sentido original y propio de sig­
nificare cum (significar conjuntamente otra cosa), para adoptar el de
idem significare (significar lo mismo que...), con el cual se fija el sen­
tido del modus significandi, el cual viene a ser entonces el modo (que
tiene un término) de representar a un concepto y a una cosa “signi­
ficándolos a ellos mismos”. El sentido primigenio de consignificare, a
saber, significare cum, se aplicaba en un comienzo a los términos que
sólo significan en compañía de otros, es decir, los sincategoremáticos
(o functores lógicos), que sólo significan en compañía de los catego­
remáticos; pasó después a aplicarse a los términos que significan algo
de manera indirecta, como los connotativos, por ejemplo “blanco”,
que significa de manera indirecta el sujeto en el que se encuentra y
al cual califica con la blancura, es decir, consignifica al sujeto en el
que se encuentra lo blanco; esta significación indirecta de los deno­
minativos es un accidente suyo, y así pasó la consignificación a apli­
carse a todos los accidentes de las distintas clases de palabras; de esta
manera, poco a poco la consignificatio y el modus significandi fue­
ron asimilándose. El propio término “modus significandi” designó al
principio, para Boecio, simplemente que hay diferentes maneras de
significar; en el siglo x i i pasó a designar todas las formas gramatica­
les. Cada categoría gramatical es un modus significandi (y es cuando
se equipara al término correspondiente de “consignificatio”).
A partir de Kilwardby, el modus significandi se dividió en dos:
modus significandi essentialis y modus significandi accidentalis. El pri­
mero determina la pertenencia de una palabra a una categoría
gramatical; el segundo determina los accidentes gramaticales que
pueden sobrevenirle (por ejemplo género, número, caso, tiempo,
persona, etcétera). El modus significandi encontró, además, otra di­
visión en modus significandi activus y modus significandi passivus.
Esto se puede comprender si no se olvida que el término tiene refe­
rencia a la cosa. Por parte de la cosa, hay, por tanto, una capacidad
de ser designada. A esta capacidad radicada en la cosa es a lo que se
llama modus significandi passivus, es pasivo porque consiste en su ca­
pacidad de ser designada por la palabra; pero como esta capacidad
la adquiere a través del concepto que nos formamos de la cosa, sur­
gieron polémicas sobre si es el concepto o modus intelligendi el que
es en realidad tal modus significandi passivus o si es más bien algo
de la cosa misma, perteneciente a su propio modus essendi. En cual­
quier caso, el modus significandi passivus puede establecerse como la
relación del acto lingüístico con el modus intelligendi y con el modus
essendi de la cosa; y, por su parte, el modus significandi activus es el
propio acto lingüístico, o de otra manera, el término mismo, pertene­
ciente a una categoría sintáctico-gramatical. Las categorías que to­
maron en cuenta los modistae o gramáticos especulativos fueron las
de la oración latina, a saber: nombre (substantivo y adjetivo), pro­
nombre, verbo, adverbio, participio, conjunción, preposición e inter­
jección. Entre estas categorías buscan la construcción, congruencia
y perfección. La grammatica speculativa (como lo veremos al hablar
de Tbmás de Erfurt, en su capítulo respectivo) es, pues, la parte de
la sintaxis escolástica que corresponde a la formación de las expre­
siones.9 La parte que corresponde a la transformación o inferencia
es la teoría de la consequentia.
(b) La teoría de la consequentia. Boecio emplea el término “con­
sequentia” para traducir el término “akaloútesis” usado por Aristó­
teles en el Peri Hermeneias, con el significado general de sucesión o
secuela. A partir de Ockham adquiere el significado técnico de una
relación consecuencial o inferencial entre proposiciones.10 Y llegó
a constituirse en el fundamento de la lógica proposicional —tanto
de las proposiciones sin analizar como de las analizadas. Es, por así
decir, la teoría sintáctica inferencial más importante de la semiótica
escolástica.
Se ha querido ver la teoría de la consecuencia como una prolon­
gación de la lógica estoica, dado que tanto los estoicos como Boecio
tuvieron gran aprecio por el silogismo hipotético, y la teoría de la
consecuencia parece basarse en éste. Pero los escolásticos conocie­
ron muy poco de la lógica estoica, siempre a través de Boecio. Por
eso hemos de localizar otras influencias además de éstas en la teoría
inferencial de la lógica escolástica.
Acerca del origen histórico de las consequentiae han tratado Bo-
chenski, Boehner y Alberto Moreno. Podemos establecer, como re­
sultado de estas investigaciones, y como lo más fidedigno, que la
teoría de la consequentia fue en sus puntos más esenciales una inno­
vación propia de los escolásticos medievales. Se trataba de un desa­
rrollo, introduciendo las reglas pertinentes, de temas tratados en el
Peri hermeneias y en los Tópicos. Ciertamente hubo algunas influen­
cias de los estoicos, que habían trabajado con reglas de inferencia;
con todo, es mayor la influencia de Aristóteles. El trabajo de los es­
colásticos consistió en sistematizar los Tópicos con base en reglas de
forma entimemática, Le. que llevan tácita y presuponen una tercera
proposición que los transforma en silogismos completos. Un dato es
el que la clasificación de las consecuencias se hacía según el crite­
rio de si requerían o no esa tercera proposición. Fueron los Tópicos,

9 Ver H . J. Stiker, “U n e théorie linguistique au M oyen A ge: l’école m od iste”,


en Revue des scien cesph iiosoph iqu es et théologiques, 56 (1972), p. 590. V éa se adem ás
J. Pinborg, D ie Entw ickhm g d er Sprachtheorie im M ittelaher, Kopenhagen: Arne
F rost-H ansen, 1967, pp. 40 ss.
10 Ver I. M. Bochenski, Historia de la lógica form al, Madrid: G redos, 1966, pp.
201 - 202 .
pues, los que originaron históricamente el tratado de las consecuen­
cias. Lo confirma siempre el carácter entimemático de las reglas que
se hicieron típicas de los Tópicos. Estas reglas entimemáticas fue­
ron utilizadas en las discusiones y al tratar de los mismos lugares
(o tópicos) argumentativos. El recurso a los Analíticos fue inciden­
tal y no pueden invocarse como origen histórico; fueron utilizados
para comprender mejor las reglas tópicas, y para entender mejor su
división en consecuencias entimemáticas y no entimemáticas. Los
escolásticos medievales, por tanto,

de los “Tópicos” escogieron y perfeccionaron algunas reglas dialécticas


y a éstas agregaron otras; estas adiciones fueron consideradas como
muy importantes y se les destinó un tratado especial. Este tratado fue
llamado “tratado de las consecuencias”.11

El origen del tratado de las consecuencias se ve, así, muy claro. El


punto de partida fueron los Tópicos aristotélicos, desarrollados por
los escolásticos como consequentiae, ayudándose de algunos puntos
de los Analíticos y de elementos estoicos.12
También se ha querido ver la teoría de la consecuencia como un
desarrollo del silogismo hipotético. Pero esto no es exacto, pues nun­
ca se llamó propiamente a la consecuencia “silogismo hipotético”,
el cual además era formulado de manera diferente. En efecto, el si­
logismo hipotético tenía la forma “p atqui q, ergo r”, en tanto que
la consecuencia tenía la forma “exp ad q valet consequentia” o “est
bona consequentia ”, etcétera. Además, cuando llega a su expresión
técnica sólo se dice que es el tránsito de algo antecedente a algo con­
secuente, una relación inferencial entre proposiciones,13 y no se la
restringe ni a ser una proposición condicional —podía tener otros
conectivos—, ni a ser un silogismo hipotético —que, junto con los

11 A. J. M oreno, “L ógica m edieval”, en S apientia, 16 (1961), p. 253. El artículo


de B ochenski es “D e consequentiis scholasticorum earum que origin e”, en Angeli-
cum , 15 (1938), pp. 92-109; el de B oehn er es “El sistem a d e lógica escolástica”, en
Revista d e la Universidad N acion al de C órdoba, 1944, pp. 1599-1620.
12 La tesis de q u e el origen d e las consecuencias fueron principalm ente los tó p i­
cos, se ha visto corroborada recien tem en te por los estudios de E leon ore Stum p, que
sintetiza sus resultados en “Topics: their D evelop m en t and A bsorption into C onse-
q u en ces”, en N. Kretzm ann, A . Kenny y J. Pinborg (ed s.), The Cam bridge History o f
L a ter M edieval Philosophy, Cambridge: U niversity Press, 1982, pp. 273-299.
13 Ver I. M. Bochenski, Historia de la lógica form al, ed. cit., p. 203.
demás razonamientos, silogísticos o no, estaba contenido en la con­
secuencia como una de sus especies. Esto ya lo había visto Lukasie-
wicz, quien dice: “Por consecuencia los lógicos medievales entendían
no sólo una implicación, sino también un esquema de inferencia del
tipo ‘p, luego q ’, donde ‘p ’ y ‘q ’ son proposiciones. Por regla gene­
ral, sin embargo, las consecuencias se presentaban como esquemas
de inferencia.”u La consecuencia es, así, la forma general de la infe­
rencia.
Cabe notar que al principio se entendía por “consequentia” un
tipo de proposición hipotética, y justamente una por la que Santo
Tomás tuvo poco aprecio, considerándola inútil para la demostra­
ción.15 Pero después se dio a “consequentia” la acepción translaticia
y más amplia de “inferencia”, de modo que pasó a ser un nombre
genérico de la inferencia, una de cuyas especies era la silogística;
pero no era la única, y a veces ni siquiera la principal. Tbdos los ti­
pos de inferencia (entimemática y no entimemática, inductiva y de­
ductiva, probable, falaz, cierta, silogística y no silogística, asertórica
y modal, categórica e hipotética, etcétera) son considerados como
partes y divisiones de la consecuencia.
La importancia que tenía la consecuencia para los lógicos medie­
vales difícilmente puede ponderarse en exceso. Constituía el con­
texto de todas las partes de la lógica, pues todos los tratados lógicos
hacían referencia a la consequentia, como preparación a ella o como
prolongaciones suyas. Aunque hubiera sido considerada en algún
momento como proposición hipotética, adquiere el sentido de ar­
gumentación en general, y no es ya, como la proposición hipotética,
verdadera o falsa, sino correcta o incorrecta (pona vel mala), y, para
algunos válida o inválida. Llega a ser la instancia superior de todas
las operaciones lógicas, precisamente aquello que da la validez a la
inferencia, objetivo de toda la lógica; en este sentido es la innovación
más importante de la lógica escolástica. Tuvo, además de su injeren­
cia en todas las partes lógicas, un tratado especial de consequentiis:

14 J. Lukasiewicz, “Para la historia de la lógica d e p rop osicion es”, en sus E stu dios
d e lógica y filo so fía, Madrid: B iblioteca d e la Revista d e O ccid en te, 1975, pp. 1 0 1 -
102.
15 Ver Sto. Tomás, In II Peri herm eneias, lect. 1, n. 8; Contra G en tes, lib. I, cap.
67. H ay rastros d e este sentido en un texto del P seu d o-E scoto (Juan de Cornubia o
C ornualles), en Bochenski, ibid.
La consecuencia se considera como ley y como regla, llegando inclu­
sive a aparecer libros titulados de regulis consequantiarum y hay casos,
como en el Pseudo-Escoto, que recuerdan el método de deducción na­
tural. Habla, además, una cierta sistematización de las consequentiae,
distinguiendo casi todas las más fundamentales de otras que son deri­
vadas.16

Cualquiera que haya sido su origen histórico, nos muestra el sentido


que tenían los medievales de la lógica como teoría de la inferencia.
Las reglas de la consecuencia eran las reglas del razonamiento co­
rrecto (y, para algunos, sólo del válido), lo cual es pretendido por la
lógica en su totalidad y a lo cual se ordenan todas sus partes. Por eso
la noción y la teoría de la consecuencia se revela como la clave de
bóveda de la lógica escolástica medieval, basada en una atenta inqui­
sición de los principios del razonamiento correcto y válido, tal como
se hace en la actualidad. De todo lo anterior resulta que lo impor­
tante es que la teoría de la consecuencia se constituyó en principio
estructurante que ordenaba todas las demás partes de la lógica.17
Y es que la lógica escolástica se ordena a la tercera operación
de la mente, que es el raciocinio, inferencia o consecuencia; pero
la consecuencia tiene como preparación la teoría del juicio, y éste
la predicabilidad o teoría de los conceptos y términos con todas sus
propiedades y tomando en cuenta su relación con la esencia de las
cosas. Por lo mismo, todas las partes de la lógica se ordenan a la
consequentia como a un fin, y su estudio está encaminado a ella.18
Todos los elementos lógicos encuentran su estructuración en ella.
El primer analogado de la consecuencia es el silogismo, que podía
ser categórico o hipotético (conjuntivo, disyuntivo, condicional y bi-
condicional), y era estimado sobre todo el categórico, aunque en
cierta manera se le podía considerar como hipotético: tomando co­
mo antecedente las premisas unidas por la conjunción y como con­
secuente la conclusión. “En la deducción silogística hay dos partes,
que suelen llamarse antecedente y consiguiente: el antecedente son

16 Ver V. M uñoz D elgad o, “Introducción al patrim onio escolástico de la lógica”,


en Cuadernos salm antinos de filosofía, 2 (1975), pp. 66-67.
17 Ver E. A . M oody, op. cit., p. 64.
18 Ver V. M uñoz D elgad o, “D om in go de S oto y la ordenación de la enseñanza
lógica”, en La Ciencia Tomista, 87 (1960), pp. 526-527.
las premisas, y el consiguiente la conclusión. La relación entre esas
dos partes se llama consecuencia.”19
Se coloca, pues, la consecuencia o inferencia como obra de la ter­
cera operación de la mente, el raciocinio. La consecuencia en común
se define como aquella locución u oración en la que, dada una cosa,
se sigue otra. De esa manera hay antecedente (premisa o premi­
sas) y consecuente (conclusión). Y el “se sigue” está tomado en sen­
tido amplio, de manera que únicamente es un signo de conexión o
ilación. Así puede dividirse, analógicamente, en modos, y sus modos
se constituyen a su turno en géneros, de manera que pueden divi­
dirse, unívocamente ya, en especies.
Un lógico de principios del siglo xv, Pablo de Pérgola, nos ofrece
una división que es el resumen de lo conocido hasta su tiempo. Corre
así:20
( í Formalis í ^ e fo n n a

Consequentia <
Bona I SimPliciter {
|
\ D e materia
[ M aterialis tantum
( U tn u n c
„ Mala

La consecuencia se divide primeramente en dos modos analó­


gicos: correcta y/o válida (bona) e incorrecta y/o inválida (mala)-,
después, la que es correcta se divide en la que lo es para cualquier
tiempo y siempre (simpliciter) y en la que es correcta para un de­
terminado tiempo y no siempre (ut nunc); la que es correcta siem­
pre, se divide en formal (formalis), esto es, la que es válida por su
forma, dependiendo sólo de los conectivos sincategoremáticos —y
en esto se anticipa a las actuales constantes lógicas—, cuyos términos
se pueden substituir por otros cualesquiera sin perder la validez,
y en sólo material (materialis tantum), la cual es válida no por la
forma, sino sólo tomando en cuenta el contenido o materia (i.e. la
verdad de las proposiciones y el significado de los términos). Oc­
kham dividía la formal en una que se realizaba con ayuda de un
medio extrínseco, esto es, con otra proposición (sería la consecuen­
cia entimemática, que tiene una premisa implícita), y en otra que
se realizaba con ayuda de un medio intrínseco (sería la consecuen­
cia no entimemática, como el silogismo, que tiene el término me­
dio necesario). Walter Burley dividía la material como la formal, en

19 El m ism o, Lógica m atem ática y lógica filosófica, Madrid: E diciones d e la R e­


vista Estudios, 1962, p. 173.
20 En W. y M. K neale, E l desarrollo d e la lógica, Madrid: lé e n o s , 1972, p. 271.
simpliciter y ut nunc\ Juan Buridan le añadía otra, la ut tune (para
entonces, Le. no en presente, sino para el pasado o el futuro). Pablo
de Pérgola llama a la material “materialis tantum”, pues admite en
la formal un ingrediente de materialidad, por eso remata su división
distinguiendo la consecuencia formal en una que es válida sólo por
virtud de la forma (deform a) y otra que toma además en cuenta de
algún modo la materia (de materia).
En cuanto a las reglas de la consecuencia, son tan notables, que
muchas de ellas se anticipan a las que actualmente se usan en la
lógica proposicional (reglas del modus ponens, reglas del modus to-
llens, reglas de De Morgan, etcétera). He aquí algunas de las re­
glas principales, que presenta Antón Dumitriu,21 tomándolas de Oc­
kham y cotejándolas con la extensa lista que de ellas hace Ralph
Stróde (Radulfus Strodus, Consequentiae, Venecia, 1493). Compa­
rando estas reglas con las de la lógica matemática actual, resaltarán
las correspondencias.

Algunas reglas generales de la consecuencia asertórica y categórica

R\ Ex falsis verum, ex veris nil nisi verum. (De proposiciones falsas


se puede seguir la verdad, pero de proposiciones verdaderas sólo se
puede seguir la verdad.)
R \a Ex vero nunquam sequitur falsum. (De la verdad nunca se puede
seguir la falsedad.)
R \b Ex falsis potest sequi verum. (De proposiciones falsas se puede
seguir la verdad.)
/?2 Si consequens estfalsum, igiturest antecedens. (Si el consecuente es
falso, entonces también lo es el antecedente: una forma veritativo-
funcional del modus tollens.)
R¡ Si aliqua consequentia sit bona, ex opposito consequentis sequitur
oppositum antecedentis. (Si una consecuencia es válida, del opuesto
del consecuente se sigue el opuesto del antecedente: otra formu­
lación más explícita del modus tollens.)
/?4 Quidquid sequitur ad consequens, sequitur ad antecedens. (Lo que
se sigue del consecuente, también se sigue del antecedente: regla
llamada de primo ad ultimum, y que corresponde a la transitividad.)

21 A. Dum itriu, H istory o f Logic, Ilmbridge W ells, K ent (E ngland): A bacus


Press, 1977, vol. II, pp. 156-159.
R$ Non tamen quidquid sequitur ad aníecedens, sequitur ad conse-
quens. (Sin embargo, no todo lo que se sigue del antecedente se
sigue también del consecuente: regla para evitar la falacia de conse­
cuente.)
i?6 Quidquid stat cum antecedente, stat cum consequente. (Lo que es
compatible con el antecedente, también es compatible con el conse­
cuente.)
Ry Quidquid repugnat consequenti, repugnat antecedenti. (Lo que es
incompatible con el consecuente, también es incompatible con el an­
tecedente.)
Rg Si aliquid antecedit ad aníecedens, ergo illud idem antecedit ad
consequens. (Si algo es antecedente para el antecedente, entonces
también es antecedente para el consecuente: otra formulación de la
transitividad.)
Rg Si aliqua consequentia est bona, ergo opposiíum consequentis non
poteststare cum aníecedente. (Si una consecuencia es válida, entonces
el opuesto del consecuente no es compatible con el antecedente.)

Algunas reglas para las copulativas

R i0 Semper a copulativa ad utramque partem est consequentia bona.


(De una proposición copulativa la consecuencia siempre es buena a
cualquiera de sus partes: regla de simplificación.)
Opposita contradictoria copulativae est una disjunctiva composita
ex contradictoras partium copulativae. (La opuesta contradictoria de
una proposición copulativa es una proposición disyuntiva compuesta
de las proposiciones contradictorias de las partes de la proposición
copulativa: la. ley de De Morgan.)

Algunas reglas para las disyuntivas

R \2 Opposita contradictoria disjunctivae est una copulativa composita


ex contradictoriis partium illius disjunctivae. (La opuesta contradic­
toria de una proposición disyuntiva es una proposición copulativa
compuesta de las proposiciones contradictorias de las partes de la
proposición disyuntiva: 2a. ley de De Morgan.)
i?i3A b altera parte disjunctivae ad totam disjunctivam est bonum argu-
mentum. (De una de las partes de una proposición disyuntiva, pasar
a toda la proposición disyuntiva, es buena consecuencia: regla de la
adjunción.)
7?i4 A disjunctiva cum negatione alterius partís ad alteram partem est
bonum argumentum. (De una proposición disyuntiva y la negación
de una de sus partes, pasar a la otra parte, es buena consecuencia:
regla del modus tollendo ponens para el silogismo disyuntivo.)

Algunas reglas de las consecuencias modales

M \ Si antecedens est possibile, consequens est possibile. (Si el antece­


dente es posible, el consecuente es también posible.)
M i Si consequens est impossibile, igitur antecedens est impossibile. (Si
el consecuente es imposible, el antecedente es también imposible.)
M-¡ Si consequens est contingens, et antecedens est contingens vel im­
possibile. (Si el consecuente es contingente, el antecedente puede ser
contingente o imposible.)
Mu Si antecedens est necessarium, et consequens est necessarium. (Si
el antecedente es necesario, también el consecuente es necesario.)
Necessarium sequitur ad quodlibet, quia quaelibetpropositio sequi-
tur ad impossibile. (Lo necesario se sigue de cualquier proposición,
porque cualquier proposición se sigue de lo imposible.)
MsaA d impossibile sequitur quodlibet. (De lo imposible se sigue cual­
quier cosa.)
M h Necessarium sequitur ad quodlibet. (Lo necesario se sigue de
cualquier cosa.)
M(, Ex necessario non sequitur contingens. (De lo necesario no se sigue
lo contingente.)
M-,j Ex possibile non sequitur impossibile. (De lo posible no se sigue
lo imposible.)

Éstas son sólo algunas de las reglas más elementales. Dumitriu


enlista numerosas reglas consecuenciales o de inferencia conocidas
por los escolásticos que ni siquiera se mencionan en los actuales tra­
tados de lógica. Estas reglas han sido muy estudiadas (incluso para
ser formalizadas) por lógicos actuales como J. Lukasiewicz, J. Sala-
mucha, I. M. Bochenski, A. N. Prior, E. A. Moody, E. J. Ashworth,
I. Boh, V. Muñoz Delgado, A. Moreno, entre otros varios.22

22 Para la form alización de reglas con secu en ciales escolásticas, v er la obra ya


clásica de E. A . M oody, Truth an d Consequence in M edieval Logic (ed . cit.), y una
lista muy com pleta en E. J. Ashw orth, Language an d L ogic in the Post-m edievalPeriod,
Dordrecht: R eidel, 1974.
3.2. Semántica
Las propiedades “lógicas” de los términos caen en la parte semánti­
ca. Fungen como categorías y grados semánticos. Las dos propiedades
principales eran la significación y la suposición (que, como hemos
dicho, pueden asimilarse al sentido y a la referencia de Frege, pero
sólo en su función semántica, no en su función ontológica). Se les
añadían la apelación, la distribución, la restricción, la ampliación, la
alienación, la disminución y la analogía.
La significación es la representación de la cosa por el signo según
convención, y esto lo hace presentando la forma de algo al entendi­
miento.23 La significación es doble: substantiva, la que se hace por un
nombre substantivo como “hombre”, y adjetiva o copulativa, la que
se hace por un adjetivo o un verbo, como “blanco” o “corre”. Aquí
se marca una diferencia en el seno de los términos categoremáticos:
mientras que los substantivos suponen, supositan o tienen valor de
suplencia, esto es, tienen suposición, los adjetivos y los verbos copu­
lan, esto es, tienen copulación. Por tanto, solamente los substantivos
tienen propiamente suposición, aunque secundariamente la pueden
tener el adjetivo o el pronombre.
La suposición es una propiedad especial de los términos dentro de
la proposición, que consiste en tener el lugar de la cosa representada.
Y es una categoría tanto sintáctica (en cuanto permite conocer la
cuantificación de las proposiciones a través de sus términos), como
también y sobre todo, semántica (en cuanto permite discernir la ver­
dad de las proposiciones a través de la referencia de sus términos).
Moody se inclina a ver la teoría de la suposición como puramente
sintáctica: “La suposición es una relación sintáctica de término a
término, y no una relación semántica del término a un ‘objeto’ o ‘de-
signatum’ extralingüístico”.24 Se funda en que se puede aplicar a dis­
tintos grados semánticos de lenguaje objeto y metalenguaje, esto es,
no sólo a la cosa como designatum, sino aun teniendo como designa-
tum el término mismo. Y también en que puede aplicarse para deter­
minar la extensión del término, esto es, tiene una función sintáctica
de cuantificación. Mas esto se ve precisado por una observación de

23 Para un tratam iento m ás am plio, puede verse M. B euchot, “La teorfa d e la


significatio en la Edad M ed ia”, en Q u adem i di Sem ántico (B olon ia, Italia), 9 (1988),
pp. 165-175, tam bién recogido en el m ism o, A spectos históricos de la sem iótica y la
filosofía del lenguaje, ed. cit.
24 E. A . M oody, op. cit., p. 22.
Bochenski: la suposición asume diversas funciones semióticas, tanto
de referencia como de sentido y tanto sintácticas como semánticas;

algunas suposiciones pertenecen con toda claridad al cam po de la se ­


mántica: así, las dos materiales y la personal; otras, por el contrario,
com o la simple y las subdivisiones de la personal, son, com o M oody
agudam ente ha observado, no funciones sem ánticas, sino puramente
sintácticas.25

Hay en esto —como decíamos— un acercamiento al binomio fre-


geano de sentido-referencia. Si bien, como asevera Norman Kretz-
mann, no puede decirse que se haya aplicado siempre con toda co­
rrección a las proposiciones, sí parece haber sido bien aplicado a los
términos. Kretzmann encuentra dos líneas de desarrollo en cuanto a
las proposiciones; una teoría de la referencia que recorre el análisis
de los términos, y una línea del sentido que recorre el análisis de
la significado o el dictum de las proposiciones.26 Tal vez lo que más
dificultó, en general, una adecuada teoría del significado, y, en es­
pecial, una adecuada distinción entre sentido y referencia, fue el uso
indiscriminado que se dio a la palabra “significare'”como abarcando
todas las nociones que tenían que ver con el significado. Este uso no
controlado hizo que se tendiera a confundir, en general, el signifi­
cado de una proposición con el significado de un término, y, en es­
pecial, el sentido de un término (o proposición) con la referencia de
un término (o proposición).27 Pero esto parece haber sucedido sola­
mente en el caso de la difícil suposición simple, por la que el término
designa una forma o esencia (i.e. se refiere a ella), lo cual se había
dicho que hace la significación (Le. el sentido).
Así, a pesar de indudables deficiencias, la teoría de los términos
sí puede salvarse de esa confusión. Ashworth dice que se evitaron
las confusiones más burdas. De alguna manera, como ya hemos
apuntado, el binomio sentido-referencia puede encontrar su corres­
pondiente escolástico en el de significatio-suppositio y, tal vez
más claramente aún en el de connotatio-denotatio; pues Ashworth
tiene razón al decir que “la distinción entre significare y supponere
fue muchas veces trazada explícitamente en términos de diversos

25 I. M. Bochenski, H istoria de la lógica form al, ed. cit., p. 185.


26 Ver N. Kretzmann, “ M edieval Logicians and the M eaning o f the Propositio",
en Journal o f Philosophy, 69 (1970), p. 767.
27 Ver E . J. A shw orth, op. cit., p. 47.
rangos de referencia, más bien que en términos de sentido versus
referencia”,28 pero se puede decir que las más de las veces se da esa
correspondencia.
T&l vez este binomio de elementos semánticos pueda encontrar
mayor precisión si se atiende a que los escolásticos tuvieron cierta
idea de la gradación de rangos referenciales, o lo que podríamos lla­
mar, con Bochenski, “grados semánticos”, con su teoría de una supo­
sición formal, referida a las cosas, y una suposición material, referida
a las expresiones mismas; lo cual posibilita el establecimiento de un
lenguaje objeto y un metalenguaje. Con todo, repetimos que los es­
colásticos no hicieron un análisis muy detallado de esta gradación de
lenguajes. (Aunque puede verse un análisis muy complejo de esto en
San Vicente Ferrer, en el capítulo que le dedicamos.)
Los elementos semánticos más importantes fueron, sin duda, la
significación y la suposición, cargando la fuerza en esta última, que
fue considerada como una propiedad de los términos en la propo­
sición. Y en torno a ella eran estudiadas las demás propiedades de
los términos.
La significación, como hemos visto, es la presentación que hace
el término de una forma o esencia al entendimiento. Esto lo realizan
todas las dicciones independientemente, por lo cual no se requiere
que estén en una proposición.
La suposición, en cambio, es la propiedad que adquiere el tér­
mino, sólo dentro de la proposición, de tener el lugar de una cosa
cuya sustitución es legítima de acuerdo con la exigencia de la cópula
y del predicado. Dejando a un lado algunas fdiferencias, podemos
unificar las clasificaciones corrientes en el siguiente esquema sim­
plificado que propone Bochenski:

I
Universal
Personal < o com ún
Formal
Suposición <
Singular
o discreta
Sim ple
M aterial
Podemos explicar estas clases de suposición de manera un tanto
cercana a la semántica actual:29 (a) Dentro del enunciado, un tér­
mino tiene suposición formal si es una expresión del lenguaje objeto;
por ejemplo: “el hombre construye las ciencias”. Tiene suposición
material si es una expresión metalingüística tomada como nombre
de una o varias expresiones de la misma forma; por ejemplo: “el
hombre es un substantivo”, (b) Un término tiene suposición perso­
nal si designa un objeto concreto; por ejemplo: “el hombre respira”
(se refiere a cada individuo del conjunto). Tiene suposición simple
si designa un contenido conceptual correspondiente; por ejemplo:
“el hombre es una especie de los primates” (se refiere al conjunto
en cuanto tal, y no sólo a sus individuos), (c) Un término tiene su­
posición universal si funciona como nombre universal o común; por
ejemplo: “el hombre es capaz de aprender”. Tiene suposición singu­
lar si funciona como nombre individual; por ejemplo: “el hombre no
llegó a la cita” (i.e. un hombre individual), (d) Un término tiene su­
posición confusa si designa sus designata de manera indeterminada,
sin que se pueda conocer bien a bien su cuantificación; por ejemplo:
“el hombre busca la paz”. Tiene suposición determinada si designa un
número (mayor que uno) de designata de manera determinada; por
ejemplo: “el hombre ha producido explosiones atómicas”, (e) Un
término tiene suposición distributiva si se le puede aplicar el “des­
censo lógico” (o ejemplificación particular), esto es, si de la propo­
sición que lo contiene es legítimo deducir una proposición que lo
contenga tomado en suposición singular o que contenga un corres­
pondiente nombre individual; por ejemplo: “el hombre es un ani­
mal”, pues de él se puede inferir “luego este hombre es un animal”
o “luego Pedro es un animal”. Tiene suposición no-distributiva si tal
descenso no es legítimo; por ejemplo: “todo griego es un hombre”,
pues no es legítimo inferir “luego todo griego es este hombre” ni
“luego todo griego es Pedro”.30

29 Ver I. M. Bochenski, L ogique (policop iad o), U niversité d e Fribourg, Suisse,


1970. nn. 9.3 -9.36. Para la historia de la su pposilio, véase L. M. de Rijk, Lógica M o-
dem o ru m , vol. II, parte 1, A ssen: Van G orcum , 1967, pp. 90 ss. En cuanto a su im ­
portancia con respecto a la lógica actual, ver ibid., p. 593. Para una crítica actual de
esta teoría, puede verse E. M. Barth, The Logic o f A nieles, in Traditional Philosophy,
Dordrecht: R eidel, 1974.
30 C om o com p lem en to del estudio de la suposición d e los nom bres solía añadir­
se un p eq u eñ o tratado sobre la suposición d e los pronom bres relativos (D e relalivis).
A la suposición personal atañen dos propiedades relativas a la ex­
tensión del término en el universo del discurso. Una es la ampliación
y otra es la restricción.
La ampliación es el ensanchamiento de la suposición o designa­
ción de un término en un universo de discurso. Por ejemplo, al decir
“el hombre puede ser el Anticristo”, el término “hombre” no sólo su­
pone por los que existen, sino también por los que existirán, y así se
amplía a un universo de discurso que incluye a los hombres futuros.
La restricción es la coartación del término de una suposición mayor
a una menor; lo que se restringe es la extensión de la designación de
un término en un universo de discurso. Puesto que la ampliación y la
restricción se refieren a la extensión del universo de discurso, con­
viene establecer los más frecuentes, y son tres: temporales, modales
y convencionales: (a) Un universo de discurso temporal está formado
por un espacio de tiempo; se señalan especialmente el pasado y el
futuro tomados como conjuntos, y en ellos se ubica la referencia del
término, a pesar de que el verbo indique tiempo presente; por ejem­
plo: “Copérnico enseña en Cracovia” (Le. en el siglo xv), “el hombre
llega a la luna” (Le. en 1969). (b) Un universo de discurso modal es
una clase de objetos necesarios, existentes o posibles; por ejemplo:
“el rey de los Estados Unidos es racional” (Le. el rey posible), “una
pequeña minoría de hombres posee automóviles” (Le. los hombres
actualmente existentes), (c) Un universo de discurso convencional es
una clase de objetos constituida por reglas arbitrariamente elegidas;
por ejemplo: “Hamlet no se casó” (Le. en el universo de discurso de
los dramas shakespeareanos), “Maigret tiene una mujer bonita” (i.e.
en el universo de discurso de las novelas de Simenon).31
La alienación, también llamada remoción o transferencia, es la
desviación de un término a una suposición impropia, es decir, trans­
fiere la suposición propia a una suposición impropia o metafórica,
alterando la acepción originaria y auténtica; y puede transferir la
suposición del sujeto a la del predicado, como en “el apóstol está
esculpido en piedra”, o la suposición del predicado a la del sujeto,

31 Ver I. M. Bochenski, L ogique, op. cit, nn, 9.421-9.423. A lgunos añaden la d is­
m inución (d im in utio), que “lleva un térm ino a suplir por un sujeto m enor (m en os
exten d ido) de lo q u e significaría el térm ino por sí solo: 'Todo argum ento es b u en o
en la m edida en que es verdadero’ ” (J. Maritain, E l orden d e los conceptos, B u en os
Aires: Club de lectores, 1967, p. 109).
como en “este hombre es un tigre”.32 En ambos casos la suposición
del término ha sido modificada o alienada.
La apelación, por su parte, es la aplicación de un término a una
cosa real y existente actualmente. Exige, pues, la existencia actual de
la cosa referida por el término; por ejemplo, el término “César” sig­
nifica y supone por un personaje del pasado, pero no apela a nada,
pues ya no existe; el término “Anticristo” significa y supone por un
personaje futuro, pero no apela a nada, pues todavía no existe. Como
observa Bochenski, la apelación está muy relacionada con la am­
pliación, y es de suma importancia para el problema de las clases
vacías.33 En efecto, basándonos en la apelación de un término po­
demos discernir cuándo se trata de nombres carentes de referencia
o denotación, i.e. de términos vacíos.34 Ésta era una forma de ha­
cer, en el lenguaje ordinario, lo que Russell pretenderá hacer con su
teoría de las descripciones definidas, sobre todo para descubrir las
descripciones vacías.
Finalmente nos encontramos con esa propiedad de algunos tér­
minos que es la analogía. La situaremos entre los modos de la predi­
cación, que son tres: (a) predicación unívoca, que es la de un término
común a muchos sujetos, y en la que la razón significada por el tér­
mino es simplemente la misma para todos ellos; (b) equívoca, la pre­
dicación de un término común a muchos sujetos, y en que la razón
significada por el término es simplemente diversa para todos ellos;
(c) análoga, la predicación de un término común a muchos sujetos, y
en la que la razón significada por el término es simplemente diversa
pero según algún respecto es la misma para todos ellos. Ejemplo
de predicación unívoca se encuentra en el término “hombre”, que
se predica de igual manera a todos los hombres; ejemplo de predi­
cación equívoca se encuentra en el término “gato”, que se predica
de manera distinta del animal y del instrumento mecánico; ejemplo
de predicación analógica se encuentra en el término “alma”, que se
predica de diverso modo de la planta (alma vegetativa), del animal
(alma sensitiva irracional) y del hombre (alma racional), y, sin em­
bargo, encuentra en todos ellos cierta semejanza o comunidad.

32 Ver J. Maritain, ibid.


33 Ver I. M. B ochenski, Historia de la lógica form al, ed. cit., p. 188.
34 Aunque algunos, com o J. E nglebretsen, ven d iferencias en tre la referencia
fregeana y la denotación russelliana, para este caso las tom arem os com o lo m ism o.
3.3. Pragmática

La pragmática escolástica encierra el intento de buscar la correspon­


dencia entre el uso de los signos y la comprensión de la realidad. Esto
se ve en el signo lingüístico, con respecto al cual lo más estudiado
es el modo natural —si es signo lingüístico mental, Le. concepto—
o el modo convencional —si es signo lingüístico oral o escrito— con
que los seres humanos usan de él para referirse a lo real. A pesar de
las distintas clases de discurso, se centra la atención en el asertivo,
el más propio de la lógica, para hacer confluir en él todos los tra­
tados. Tál intención de llegar a las cosas a través del uso lingüístico
se reflejó en la notable polémica ontológica y epistemológica del va­
lor de los universales. Sobre las distintas soluciones aportadas a este
problema se construyeron las diversas teorías de los términos, de la
proposición y de la consecuencia.
Para ese estudio del uso de los términos en la adecuación de la
realidad se tomó muy en cuenta la captación de la intención del ha­
blante, que es la parte propiamente pragmática de la filosofía del
lenguaje de los escolásticos. La atención a dicha intención del ha­
blante (lo que ahora se llama en la literatura en inglés el speaker’s
meaning) se daba ya desde los estudios exegéticos, tanto en los co­
mentarios bíblicos como en los comentarios a Aristóteles, en los que
siempre se buscaba la intentio auctoris, el espíritu de la letra, tarea
en la que los escolásticos medievales fueron tan avezados.35

3S También la retórica contenía elem en tos de pragmática; al respecto puede


verse M. B euchot, Significado y discurso. La filosofía del lenguaje en algunos esco­
lásticos españoles posl-m edievales, M éxico: IIF/U N A M , 1988.
II. SEMIÓTICA ESCOLÁSTICA GENERAL:
SU DESARROLLO HISTÓRICO
Una primera época fuerte de la filosofía escolástica del lenguaje la
constituye el siglo xil. En siglos anteriores (es muy movediza la fe­
cha del comienzo de la Edad Media, pero se considera el siglo IX
como surgimiento, en filosofía, de la escolástica, después de la época
patrística, que comprendería los siglos i v - v i i i ) , ciertamente se cul­
tivó en algunas formas, sobre todo como investigaciones sobre la
gramática latina (Elio Donato, Diómedes, Sergio, Pompeyo, Pris-
ciano, Audax, Mario Victorino, San Agustín, San Beda, San Isidoro
de Sevilla y otros), e incluso también como investigaciones sobre el
Peri hermeneias de Aristóteles (Boecio, principalmente). Pero el si­
glo xn, además de ser considerado como la época de desarrollo de la
escolástica, presenta la característica por demás importante de rela­
cionar la gramática con la lógica o dialéctica. Y es entonces cuando
se perfilan los principales elementos que habrían de configurar la
posterior filosofía del lenguaje.
Se sigue trabajando sobre gramática; por ejemplo, son notables el
Comentario sobre Prisciano de Pedro Helias (hacia 1145) y el Doctrí­
nale de Alejandro de Villedieu (hacia 1199), que sintetiza lo esencial
de Prisciano en 2 600 versos. Sin embargo, es más clara la relación
de la gramática con la lógica: anteriormente se disponía de la parte
del corpus aristotelicum denominado lógica vetus (consistente en las
Categorías y el Peri hermeneias), y ahora se utilizaba además la lógica
nova (Le. ambos Analíticos, los Tópicos y los Elencos).
La gramática será muy tomada en cuenta por la escuela de Char-
tres, que encontramos expuesta a grandes rasgos por Juan de Salis-
bury, como un intento de compagina el lenguaje, que es artificial y
convencional, con la naturaleza de las cosas. Y la relación de gramá­
tica y lógica será asumida por los grandes dialécticos, entre los que
destacaremos a San Anselmo (que, a pesar de todo, fue “antidialéc­
tico” en el sentido de resaltar la fe por encima de la filosofía) y a pe-
dro Abelardo (quien, a diferencia del anterior, asumió la dialéctica
como perspectiva definida y propia).
Lo más importante en San Anselmo y, sobre todo, en Abelardo, es
que con ellos despunta lo que será más adelante la teoría de las pro­
piedades lógico-semánticas de los términos, siendo las principales la
significación, la suposición y la apelación. Tbman como fundamental
la noción del “nombre apelativo” (nomen appellativum), esto es, el
que designa algo en concreto. Y parece ser que las discusiones en
torno a él fueron las que dieron origen a las mencionadas propieda­
des de los términos. Primeramente aparece en el nombre apelativo,
como en todo vocablo, la significación (significatio). Se consideraba
a la significación como la presentación, hecha por el término, de
una forma o concepto a la mente, es decir, el término representaba
a una cosa en abstracto, como tomada independientemente de su
existencia y prescindiendo de la aplicación del término a cosas con­
cretas. Podemos decir que se reduce a la presentación abstracta de
un sentido. Por eso hacía falta el otro aspecto complementario que
cumpliera la función de referencia en el signo lingüístico. A esta con­
trapartida de la significación se la llamó “apelación” (appellatio), y
es lo que se llamaría posteriormente, en forma definitiva ya, “supo­
sición” (suppositio) del término, pasando la apelación a ser un caso
particular suyo. La función de la apelación pasó a ser entonces la de
indicar la referencia concreta sólo a cosas que existen actualmente
en la realidad, a las que efectivamente se aplica el término signifi­
cativo colocado en una enunciación. De esta manera, la apelación
dejó lugar a la suposición y se convirtió en un caso especial suyo.

San A n selm o d e Canterbury

San Anselmo (1033-1109) refleja bien la situación de la filosofía del


lenguaje en el siglo x n .1 Manifiesta un notable conocimiento de la
dialéctica de aquel entonces, la llamada lógica vetus, sobre todo las
Categorías y el Peri hermeneias de Aristóteles, y de la gramática, re­
presentada por Prisciano. Un diálogo suyo, intitulado precisamente

1 Ver D. P. Henry, The Logic o f Saint A n selm , Oxford: C larendon Press, 1967.
De grammatico, nos muestra algunos de sus conocimientos y técni­
cas.2
En esta obra se relacionan lógica y gramática, tratando de buscar
las mejoras que introduce la forma lógica aplicada a la forma grama­
tical; sería, en cierta manera, una aplicación del lenguaje lógico per­
fecto o ideal al lenguaje ordinario para atenuar sus ambigüedades e
imperfecciones. Esto se nota en su gran atención a la forma o conse­
cuencia lógica por encima de las apariencias del lenguaje ordinario,
en su cuidado por las relaciones sintácticas y semánticas para descu­
brir y evitar falacias.

1. El lenguaje

En cuanto al lenguaje humano, habla de dos clases, tomando esta


distinción de San Agustín: hay un lenguaje interior y otro exterior,
Le. uno que pertenece a la inteligencia y otro con el cual se expresa
éste de una manera física (oral o escrita). Como en Aristóteles, se
llama sobre todo “palabra” o “término” al término oral, exterior,
pero éste tiene como referencia primaria el término mental, y, a
través de él, la realidad concreta que es su referencia última. Lo cual
se ve cuando en el diálogo mencionado el maestro dice al discípulo:

El término común del silogismo ha de existir no tanto en las palabras


como en lo que expresan, porque así como no sirve de nada si es común
en las palabras, pero no en su sentido, así no importa nada que no exista
en las palabras materiales [Le. como palabra externa], con tal que esté
en la inteligencia [Le. como palabra interna], porque lo que hace la
unión en el silogismo no son las palabras, sino lo que expresan.3

También se distinguen dos niveles, que posteriormente serán lla­


mados acepción material y acepción formal de un lenguaje, y que
en la actualidad se conocen como metalenguaje y lenguaje objeto:
“M. —Respóndeme: cuando me hablas del gramático, ¿me hablas

2 Ver el m ism o, “Why ‘G ram m aticus’?”, en A rchivum L atinilatis M edii A evi,


28 (1958), pp. 165-180; el m ism o, The D e gram m atico o f St. A nselm : Theory o f Pa-
ronym y, N otre Dam e: University o f N otre D am e Press, 1964; el m ism o, C om m en w ry
on D e gram m atico: The H istorico-Logical D im ensión o f a D ialogue o f St. A n se lm ’s ,
Dordrecht: R eidel, 1974.
3 S. A n selm o, D e G ram m atico, en Obras com pletas de San A n selm o, texto latino
d e la ed ición crítica de F. S. Schmitt, traducción castellana de J. A lam eda, Madrid:
BAC , 1962, vol. I, p. 449.
de este nombre o de las cosas que significa? D. —De las cosas que
significa.”4

2. Significación y apelación

Los conceptos clave de la sintaxis y la semántica de Anselmo son la


significación (significado) y la apelación (appellatio) de los términos.
La apelación es la referencia o denotación, esto es, la relación del
término con una cosa existente y concreta, y es algo que se da en
el nombre apelativo (nomen appellativum): “Llamo nombre apela­
tivo de una cosa aquel por el cual es designada en el uso corriente
del lenguaje.”5 La significación es el sentido o connotación, esto es,
la relación del término con la cosa como contenido conceptual o
intensión, y no se relaciona con ella en cuanto cosa concreta, sino
más bien se relaciona con ella en cuanto esencia. Con base en eso,
Anselmo encuentra que la intención principal de Aristóteles en el
libro de las Categorías no fue demostrar que los términos se refie­
ren a una cosa concreta, sino más bien que los términos significan
una forma, esencia o categoría. Es decir, en esa obra la intención de
Aristóteles no fue propiamente tratar de la apelación de los términos
(ni de las cosas que apelan en concreto), sino de la significación de
los términos (y de las cosas que pueden significar).6
Además, la significación puede ser directa o indirecta, o, en ter­
minología de Anselmo, per se o peraliud:

Considera también que, de estas dos significaciones, la directa es subs­


tancial a las mismas palabras significativas; en cam bio, la indirecta es
accidental, porque, cuando se dice en la definición del nombre o de la
palabra que es una voz significativa, hay que entenderlo que es signifi­
cativa directa.7

La significación per se, o directa, es el contenido significativo con


el cual se relaciona inmediatamente la palabra. La significación per

4 Ibid. , pp. 459 y 477.


5 Ibid., p. 465.
6 Ver ibid., p. 473. Ver adem ás D . P. H enry, “Predicables and C ategories”, en
N . Kretzm ann, A . Kenny, J. Pinborg (ed s.), The Cam bridge History o f L ater M edieval
P hilosophy, Cambridge: Cam bridge University Press, 1982, pp. 128-142.
7 Ibid., p. 471.
aliud, o indirecta, es el contenido significativo al que remite de ma­
nera mediata la palabra. Por ejemplo, la palabra “hodierno” signi­
fica directamente la propiedad de ocurrir el día de hoy, y significa
indirectamente el tiempo, la temporalidad. Y la palabra “bueno”
significa inmediatamente la propiedad de ser bueno, y significa me­
diatamente una substancia a la que tal propiedad debe ser inherente.
Como se ve, la significación tiene que ver con lo que llamamos “con­
notación” de los términos.

3. Substantivo y adjetivo

Aplicando estos principios al substantivo, vemos que apela (denota)


y significa (connota) directamente una substancia. En efecto, el
nombre substantivo “hombre” significa de suyo como una totalidad
los elementos constitutivos de todo el hombre, y entre ellos se en­
cuentra de modo principalísimo el ser una substancia, en cuanto es
causa de los demás elementos y los posee, esto es, como aquello que
sustenta y da cohesión a esos elementos constitutivos del hombre.
Eso determina la principalidad de la substancia entre los elementos
que constituyen a la cosa denominada por un substantivo. Anselmo,
como platónico, concede cierta substancialidad a lo designado por
los substantivos abstractos, como “humanidad”, pero el caso que
trata ahora, el del concreto “hombre”, es mucho más claro. Aunque
todos los elementos del hombre entran en la significación del subs­
tantivo “hombre”, lo que éste significa y por lo que apela de modo
principal es la substancia; por eso se dice: “substancia es el hombre”
y “el hombre es substancia”, pero no se dice: “la racionalidad es el
hombre” o “el hombre es la racionalidad”, sino: “el hombre es un
ser (o substancia) que posee razón”.8
El adjetivo significa directamente una cualidad o propiedad, e in­
directamente la substancia en la que dicha cualidad inhiere. Pero,
aunque significa per se la cualidad y per aliud la substancia, apela a
la substancia en la que inhiere la cualidad. Por ejemplo, el adjetivo
“gramático” no significa del mismo modo al hombre y a la gramática,
sino que directamente (per se) significa a la gramática, como una
cualidad, e indirectamente (per aliud) al hombre. Por eso, aunque el
nombre adjetivo “gramático” es apelativo del hombre, no es pro­
piamente significativo del mismo; y, aunque es significativo de la
gramática, no es propiamente apelativo de la misma. Lo cual se ve en
que no se puede decir: “la gramática es el gramático” o “el gramático
es la gramática”, sino “el hombre es gramático” y “gramático es el
hombre”.9
Esto resulta difícil de comprender: ¿cómo un adjetivo significa
per se la cualidad y per aliud la substancia, y sin embargo apela a la
substancia, a la que sólo significa indirectamente? Es porque el ad­
jetivo significa una esencia accidental, a saber, una cualidad, pero es
una cosa concreta la que posee dicha cualidad, y la apelación se di­
rige a la cosa concreta. Anselmo, para explicarlo, propone el ejemplo
de alguien que se encuentra ante un caballo blanco y un buey negro.
Se le pide que toque al caballo, pero, en lugar de pedírselo diciendo
la palabra “caballo”, se le dice que toque “al blanco”; en este caso,
aunque no se utiliza la palabra que significa directamente la reali­
dad en cuestión (“caballo”), sin embargo, la palabra que significa la
cualidad que ésta posee (“blanco”), lleva, por su apelación, a la cosa
concreta de que se trata. Anselmo quiere mostrar con esto cómo en
este caso “blanco”es apelativo de lo que no es significativo, a saber,
apela a la substancia y significa la cualidad. De este modo, “blanco”
no significa al caballo per se, sino per aliud (por la cualidad), y, a pe­
sar de que no signifique al caballo, apela a él, cumpliéndose aquí
el que el adjetivo no significa propia o directamente a la substancia
(pues la significa sólo indirectamente), sino a la cualidad, no obs­
tante lo cual, apela a la substancia. Y lo que vale para “blanco” vale
para “gramático”, en lo cual San Anselmo tiene las bases para des­
arrollar su ejemplo, y llega, así, a una división de la significación, o,
mejor aún, de los vocablos con base en la significación, a saber, se di­
viden en los que significan per se (directamente) y los que significan
per aliud (indirectamente).10
De acuerdo con ello, encontramos una segunda formulación del
significado del adjetivo, como la cualidad que algo tiene. Por ejem­
plo, al usar la palabra “blanco” no se significa la cosa que tiene la
blancura, sino más bien el tener la blancura, esto es, la cualidad que
tienen las cosas que podemos llamar “blancas”. Los adjetivos, pues,
poseen como significado una cualidad; dado que esta cualidad no
puede ser referida con propiedad como algo aislado, tiene que ser
referida como algo inherente en una substancia. Y las cosas se ven,

9 Ver ibid., p. 465.


10 Ver ibid., p. 471.
entonces, con más simplicidad: el adjetivo significa una cualidad,
pero apela a la substancia en la que ésta inhiere.11
Tfenemos, con ello, que el inicio de la reflexión filosófico-lingüís-
tica de San Anselmo es el nombre apelativo. En él se basa para dis­
tinguir la significación y la apelación. Distingue además la signifi­
cación inmediata y la mediata tanto en los substantivos como en los
adjetivos, por relación a la apelación que tienen. En la línea de estas
reflexiones, posteriormente se conservará la noción de significación,
pero la noción de apelación dará lugar a la de suposición (quedando
la apelación como un caso concreto suyo); y la noción de suposición
es una de las más fructíferas de la semiótica medieval.

4. El cuadrado semiótico básico


En unos fragmentos que se han atribuido a San Anselmo12 encontra­
mos un planteamiento semánticamente muy interesante. Se da a la
búsqueda de lo que podríamos llamar un esquema, modelo o matriz
general de análisis lingüístico. Es decir, se pregunta cuáles son las ex­
presiones básicas de las que surge todo el entramado del lenguaje,
cuáles son las expresiones “nucleares” a partir de las cuales se pue­
den ir derivando las demás. En esto Anselmo (o el Pseudo-Anselmo)
establece un proyecto que en la actualidad ha sido intentado por
A. J. Greimas, quien trata de hacer un cuadrado semiótico general
o fundamental (aunque más bien es un hexágono).13 Al igual que
Greimas, Anselmo lo elabora siguiendo los moldes del cuadrado de
las oposiciones trazado por Aristóteles en el Peri hermeneias y estu­
diado por Boecio en sus comentarios a esa obra. Anselmo construye
un cuadrado en el que el verbo “ser” es modalizado por el verbo
“hacer” y por negaciones (o afirmaciones).
Así, para San Anselmo el verbo más básico es el “ser” ( “esse”) y
le añade el modalizador o functor modal “hacer” ( “facere”). A partir
del hacer ser algo, comienza a obtener los significados de los demás
verbos. Dice: “ ‘hacer’ suele ponerse en lugar de todo verbo, de cual­

11 Ver ibid,, p. 483.


12 El texto se encuentra en F. S. Schmitt, “Ein neues u nvollendetes Werk d es hl.
A nselm von Canterbury”, en Beitráge zu r G eschichte der Philosophie des Mittelahers.
X X X III/3 (1936), pp. 25-40.
13 Ver esto m ás am pliam ente en M. Beuchot, “El cuadrado sem iótico d e G rei­
mas y el cuadrado sem iótico de San A n selm o”, en prensa.
quier significación, finito o infinito, y aun en lugar de ‘no hacer’ ”.14
Se ve que en todo acto puede preguntarse “¿qué hace x ?”, y res­
ponder con “x hace ser tal-y-cual”, donde “tal-y-cual” se llena con
alguna frase nominal tomada del verbo en cuestión; p. ej., en lugar
de “matar” o “x mata a y ” se dice “x hace a y ser muerto”; en lugar
de “amar” o “x ama a y ” se dice “x hace a y ser amado”. Y, según An­
selmo, esto puede hacerse tanto en el caso de verbos activos como
en el de verbos pasivos, pues el que padece hace algo: padecer.15 E
incluso con “no hacer”, porque el que no hace algo hace que eso no
sea.16
Anselmo articula su cuadrado de oposiciones de la siguiente ma­
nera. Primero establece la fórmula que él considera como funda­
mental de la acción, y es, como sabemos, “hacer ser” (“facere esse”).
Después le opone su fórmula contradictoria, que se da por la sim­
ple negación de toda la anterior, y así obtiene “no hacer ser” ( “non
facere esse”). Luego saca la fórmula contraria de la primera, que se
da distribuyendo la negación de manera inversa, y así obtiene “hacer
no ser” ('‘facere non esse”) y a ésta le opone su contradictoria, que ya
sabemos que consiste en la negación total de esa fórmula anterior,
y, así, queda “no hacer no ser” ( “non facere non esse”). Tbdo lo cual
no es sino el procedimiento seguido en la actualidad por Greimas,
cuando dice que para cualquier versión de su cuadrado se comienza
estableciendo un extremo, luego se toma el contradictorio y luego el
contrario. Y después surgen las relaciones de verdad e implicación
que son conocidas en el cuadrado lógico de Aristóteles (y que co­
rresponden a las del cuadrado semiótico).
En esta conjunción del ser y del hacer hay una teoría del producir
o del causar. Y es que los verbos significan alguna causa (eficiente,
final, formal o material). Y causar es hacer que algo sea. Por ello la
acción de cualquier verbo se puede reducir al hacer. Por ello también
el mismo “ser” se puede reducir al “hacer”,17 ya que el ser se puede
poner de manera simple, como en “el hombre es”, en el sentido de
“el hombre existe”, o con aditamento, como en “el hombre es ani­
mal” o “el hombre es sano”, pero en cualquiera de esos usos de “ser”
se concibe de antemano la causa por la que se dice que es o no es, y

14 San A n selm o, art. cit., p. 25.


15 Ibid., p. 26.
16 Ibid., p. 27.
17 Ver ibid., p. 28.
esa causa se puede expresar por el “hacer”, p. ej. “la causa eficiente
hace que el hombre sea”, “la causa formal hace que el hombre sea
animal”, “la causa material hace que el hombre sea sano”, etc. Está
subyacente una teoría ontológica de las causas.
Tbdo hacer puede ser positivo o negativo, i.e. hacer ser o hacer no
ser. En ello se pueden encontrar seis modos o combinaciones:

Por lo tanto, todo hacer se puede decir o “hacer ser” o “hacer no ser”;
las cuales son dos afirm aciones contrarias. Cuyas negaciones son: “no
hacer ser” y “no hacer no ser”. Pero la afirmación “hacer ser” a v eces se
pone en lugar de la negación, la cual es “no hacer no ser”; y, a la inversa,
“no hacer no ser” en lugar de “hacer ser”. D e manera sem ejante “hacer
no ser” y “no hacer ser” se ponen una en lugar de la otra.18

Sin embargo, Anselmo pone buen cuidado de rescatar la diversidad


de matices que tienen esas fórmulas, por más que sean intercambia­
bles.19
Con esto Anselmo nos ha dicho que todos los verbos se pueden
reducir al verbo “hacer”, de alguna manera podemos parafrasearlos
en ese verbo, transformarlos a una locución en la que intervenga el
verbo “hacer”, que, como hemos visto, modaliza al verbo “ser”, y
con él y con las expresiones nominales de los verbos en cuestión se
pueden reconstruir estos últimos. También aplica San Anselmo este
esquema a otros verbos, como “querer” ( “velle”),20 “dar” ( “daré”),
“deber” ( “debere”), “poder” ( “posse")21 y “saber” ( “scire”). Pero la
aplicación principal es la que ha hecho al verbo “hacer” con el verbo
“ser”, al que modaliza.
Y notemos que esa búsqueda de los elementos básicos del len­
guaje implica también una búsqueda de los elementos primarios del
ser y del conocer. Es decir, se busca qué expresiones son las que sir­
ven de base para significar la realidad, porque sus significados serán
los mismos elementos básicos de la realidad misma. San Anselmo (al
igual que, mucho después, Greimas) busca las expresiones verbales
que dan origen a la plasmación de las diferentes acciones. Los actos
de ser y los actos de hacer, es decir, el acto entitativo y el acto opera­

18 Ibid., p. 29.
19 Ver ibid., p. 32.
20 Ver ibid., pp. 37 ss.
21 Ver ib id ., pp. 44 ss.
tivo, acordados en esa trama del ser y del hacer, el ser que hace ser.
Los verbos originarios son “hacer” y “ser” en combinación.
Está latente en ello una teoría ontológica del ser y del acto, tanto
del acto de ser como del acto del ser (que efectúa el ser hacia fuera
de sí mismo). Ciertamente el ser es previo al hacer. El primer acto es
el de ser, el de existir; pero el acto segundo, que expresa y plenifica
al anterior, es el del hacer. Y así como el ser se une al hacer porque
le da fundamento, así el hacer modaliza luego al ser y se le añade
para producirlo en los efectos que realiza. De modo que el hacer ser
está en el origen de la concepción metafísica de las causas. La causa
es aquello que influye en el ser de algo, que lo hace ser de alguna
manera. Causar es hacer ser. Y por ello la causa, el causar, está en
la base de la teoría semántica del hacer ser, como fundamento de la
función significativa de los verbos. Hasta allí llega el intento funda-
cionista de la semántica realizado por San Anselmo: hasta el ser y la
causa del mismo.

Pedro A belardo

Se considera como el mejor lógico y filósofo del lenguaje del siglo Xll
a Pedro Abelardo (1079-1142), quien hizo surgir, a través de sus in­
vestigaciones y polémicas sobre la significación, la teoría de las pro­
piedades de los términos. Puede decirse que ya él mismo la formuló
in nuce con su estudio sobre la significación, que toma como punto
de partida para tratar el signo lingüístico.

1. La significación

Abelardo avanza más allá de San Anselmo en la precisión de la na­


turaleza de la significación. Según él, la significación es propia tanto
de los términos como de las proposiciones. A diferencia de Anselmo
—que veía la significación como sentido y la apelación como refe­
rencia—, encontramos en Abelardo que la sola significación de las
palabras (dictiones) tiene dos aspectos, con los que cumple las fun­
ciones que corresponden al sentido y a la referencia: (i) la signifi­
cación tiene una función de sentido: producir una intelección en el
alma del oyente, y (ii) tiene una función referencial: denotar las co­
sas exteriores. Aplicada a los enunciados completos (propositiones),
consiste en producir una intelección compuesta por la relación de
las intelecciones de sus partes.22 Pero también implica la referencia
a los estados de cosas que designa la proposición.
Así, la significación es primeramente la intensión, la connotación
o el contenido significativo a modo de algo abstracto; por ejemplo,
“hombre” significa la humanidad y “blanco” significa la blancura. Es
decir, hay una significación de conceptos (significatio intellectuum),
según la cual los vocablos significan una intensión que no es ninguna
cosa real, pues es un significado abstracto que se da en la mente. TM
significado no es ninguna forma o esencia:

Cuando decim os que una locución proferida significa, no querem os


entender que le atribuyamos algo que no existe, a saber, una forma a la
que llam em os “significación”; sino que más bien por el entendim iento
de la locución proferida conferim os un concepto al alma del o y en te.23

Dicho significado es únicamente un contenido conceptual, una en­


tidad mental.
Pero asimismo, la significación, de acuerdo con el segundo as­
pecto, es la extensión, la denotación o el dominio de individuos a los
que se aplica la expresión; por ejemplo, “hombre” significa también
el conjunto de los seres humanos y “blanco” significa también el
conjunto de las cosas blancas. A este último tipo de significación
la llama Abelardo significación de objetos (significatio rerum), que
corresponde a las nociones de apelación, nominación, demostración
y designación. Con la correspondencia de este tipo de significación
a tal cúmulo de palabras que indican función referencial, vemos en
Abelardo un intento de hacer algo semejante a lo que hizo San An­
selmo, a saber, considerar la significación como función de sentido
y la apelación como función de referencia en las expresiones. Pero
todavía no encontramos esa distinción con toda su fuerza.
Más bien, este doble uso de la significación (como sentido y como
referencia) parece obedecer a una insuficiente distinción entre el
dominio lógico y el ontológico: “las cosas significadas por las pa­
labras son las cosas en tanto que pensadas, o, si se quiere, las cosas

22 Ver P. A belardo, D ialéctica, tr. 2, lib. 1, ed. L. M. de Rijk, Assen: Van G orcum ,
1956, p. 154.
23 Ibid., tr. 1, lib. partium vol. 2, lib. 2, p. 69.
en tanto que producidas por las intelecciones; no las cosas tomadas
como completamente aisladas,del pensamiento”.24
Las voces o palabras se estatuyen por imposición de la comunidad
de hablantes. La materia de las voces son los sonidos, y éstos pue­
den ser inarticulados (illiterati) o articulados (litterati). Los sonidos
inarticulados únicamente dan origen a las voces naturales y escapan
a la imposición; son voces naturales o instrumentales, como la risa
del hombre o el ladrido del perro. El sonido articulado es el que
da origen a la voz o vocablo por imposición, es una voz impuesta o
convencional (ad placitum).
Las voces tienen la función de dar a conocer las intenciones del
alma, y la escritura, es decir, las letras, dan a conocer las voces. Las
voces y las letras cambian según las diversas naciones, pero no así las
intelecciones, que son iguales para todos, pues son signos de las co­
sas mismas. Aunque, como hemos visto, Abelardo parece quedarse
más en las cosas en cuanto pensadas que en las cosas en cuanto tales.
Con todo, busca asimismo la salida de la significación de la palabra
hacia la realidad.
Esto puede verse a través de su división de la significación en sig­
nificación de conceptos (signiftcatio de intellectibus) y significación
de cosas (significatio de rebus). La primera consiste en la capacidad
que tiene un nombre de producir un concepto o entendimiento (in-
tellectus) de la cosa significada; la segunda consiste en designar o
señalar la cosa respectiva. Cada una de estas significaciones es im­
portante y primera según un orden distinto. En un orden natural,
la significatio de rebus es la más importante, porque su objetivo es
hacer encontrar la cosa. Pero, en el orden de la imposición o insti­
tución del nombre, la significatio de intellectibus es la más importante.
Y, dado que el factor más importante del lenguaje es precisamente
la imposición, por eso resulta que la significatio de intellectibus es la
significación más importante y primordial de un nombre o vocablo
cualquiera.25 Abelardo se da cuenta de que la función principal de
una palabra es constituir un concepto en el entendimiento.
Más aún, Abelardo llega a decir que la función propia y prima­
ria de un término es lograr la significatio intellectuum. Por eso la

24 L. M. d e Rijk, “La signification d e la proposition (dictum proposition is) chez


A b élard ”, en Pierre Abélard-Pierre le Vénérable, Paris: Eds. du C entre N ational d e la
R echerche Scientifique, 1975, p. 548.
25 Ver M. T. Fum agalli, “N ote sulla lógica di A b elard o”, en Rivista Critica di
Storia della Filosofía, 13 (1958), p. 281.
significado rerum viene a ser una función secundaria, el designar la
cosa es algo posterior a la función de significarla. Así surgen de la
significado rerum las nociones derivadas de apelación (appellado) o
denominación (nominado) —que después darán lugar, en el siglo
siguiente, a la suposición (supposido) como noción referencial. La
distinción entre las palabras se debe a la significación de los con­
ceptos, mientras que la significación de las cosas sólo añade otras
cualidades complementarias de designación. La significación de in­
telecciones nunca puede estar ausente de un vocablo; en cambio,
puede carecer de significación de cosas.
Claro que la significación ideal y óptima es la que conjunta a las
significaciones de intelecciones y de cosas. Pero, aun así, Abelardo se
inclina a la significación de intelecciones como la más importante en
los términos, porque de este modo puede disminuir su sentido psi-
cologista hasta hacerlo puramente logicista, al reducir el concepto a
un cuasi-objeto, dejando de ser meramente un acto de pensamiento.
Las palabras (mentales, orales, escritas) se pueden tomar como
elementos de composición, componentes o componibles. Los com­
ponibles principales son el nombre y el verbo, pues comandan a los
demás elementos de la oración. Los compuestos son las oraciones,
siendo los compuestos principales las enunciaciones o proposicio­
nes, ya afirmativas, ya negativas, pues en ellas se dan la verdad y la
falsedad. También la afirmación recibe el nombre de “composición”
y la negación el de “división”. No hay que confundir, empero, las
oraciones con los nombres compuestos, como “hircociervo”, pues
este nombre significa algo, pero no es verdadero ni falso. En gene­
ral, la oración —especialmente la enunciativa— consta de nombre y
de verbo, a los que se pueden añadir sus diversos aditamentos com­
plementarios.

2. Los elementos principales de la proposición: el nombre y el verbo


2.1. El nombre
Abelardo acepta y recoge la definición de Aristóteles: “El nombre es
una voz que tiene significación por convención, sin consignificar el
tiempo, y ninguna de cuyas partes es significativa separadamente.”26

26 A ristóteles, L iber de Interpretárteme, ed. L. M inio-Paluello, Oxford: Claren-


don Press, 1961; 2, 16 a 19-21.
Abelardo pasa a explicar dicha definición. Se dice primeramente
que es una voz, porque es el género próximo. Se pone “significa­
tiva” para excluir las voces no significativas; pero ocurre una dificul­
tad, pues “significativa” no parece ser la diferencia de la voz, porque
toda voz es significativa, ya que produce en el oyente la comprensión
(intellectus) del hablante, esto es, funge para el oyente como signo
de la expresión o del acto de expresión de un hablante, y con eso ya
es significativa. En vista de ello, Abelardo dice que “significativa” se
debe restringir para que pueda ser la diferencia de la voz en la defi­
nición, de la siguiente manera: “significativo es aquello que genera
en el oyente el entendimiento de alguna cosa recibida a partir del ha­
blante, a menos de que sea impuesto por el hablante, como ‘yo’ ”.27
Es decir, para que una voz sea significativa, tiene que significar por
alguna imposición.
Se dice que el nombre es establecido por convención, para dis­
tinguirlo de las voces que significan naturalmente. Se dice que no
consignifica el tiempo, para distinguirlo del verbo, que sí consigni­
fica el tiempo.

Pero con base en tal diferencia no parecen diferir del verbo algunos
nombres, com o “este m es del presente año”, y otros sem ejantes que
parecen significar con tiempo; sin embargo, no significan con tiem po
del m ism o m odo que el verbo lo hace, a saber, con un adverbio tem ­
poral que le sea adjetivo o adyacente en la construcción, pues esto no
ocurre en los nom bres.28

La auténtica diferencia específica del nombre es que ninguna de sus


partes significa por separado, a saber, las sílabas, si es un nombre
simple, ni los nombres componentes, si es un nombre compuesto.
Y esto se pone para distinguirlo de la oración, cuyas partes sí son
significativas fuera de ella (al menos las partes categoremáticas). Sin
embargo, se presenta el problema de algunos nombres en los que
casualmente sus partes parecen significar fuera de ellos. Pero en este
caso tales partes no significan del mismo modo que las partes de
la oración, pues son partes del nombre. Y es que las partes de la
oración, fuera de ella significan con la misma apelación que dentro

27 Petri A belardi Junioris Palatini Su m m i Peripatetici Expositio super A rislotelem


D e Inierpreiatione, en P. A belardo, Scritti F ilosofía, ed. M. dal Pra, Rom a-M ilano:
Bocea, 1954, p. 76.
28 Ibid.
de ella; en cambio, las partes del nombre, fuera de él no significan
con la misma apelación que tienen dentro de él, cambian de estatuto
semántico.29
A esta definición hay que imponerle ciertas restricciones, pues da
cabida a nombres que únicamente lo son en apariencia, no siendo
verdaderos nombres: los nombres indefinidos y los casos de la de­
clinación del nombre.
Los indefinidos o infinitos son los nombres que llevan una partí­
cula infinitante, el functor negativo “no”, que los vuelve indetermi­
nados; por ejemplo, “no hombre” sólo indica indeterminación: “por
este nombre que es indefinido (o infinito), impuesto a lo que no es
hombre, sólo se nos dice lo que es opuesto a él”,30 es decir, sólo
se nos dice lo que es opuesto al nombre definido o finito, y debe
añadirse, por ello, a la definición de nombre que sólo incluye a los
definidos, para excluir a los indefinidos.
Los casos del nombre son los casos oblicuos de su declinación.
Pues bien, sólo es auténtico nombre el que va en caso recto (no­
minativo), no en caso oblicuo (genitivo, dativo, acusativo, vocativo,
ablativo), porque sólo el nombre en caso recto, unido al verbo, sig­
nifica lo verdadero o lo falso. Por ejemplo: “César corre” puede ser
verdadero o falso, pero no “De César corre”.

2.2. El verbo
Abelardo recoge la definición de Aristóteles: “El verbo es una voz
que no sólo es significativa, sino que además consignifica el tiempo.
Ninguna de sus partes tiene significado aisladamente. Y siempre in­
dica que algo se predica de algo.”31 Abelardo evita repetir la ex­
plicación de las notas en las que coincide con el nombre y va a la
diferencia más propia: el consignificar el tiempo.
Que el verbo consignifique el tiempo consiste en que lo signifi­
cado por un verbo inhiere en una cosa individual con movimiento,

29 Ver ibid.
30 Ibid., p. 78. Ver D ialéctica, tr. 1, lib. partium vol. 3, lib. 3; ed. d e Rijk, p.
127. El nom bre indefinido, aunque lleve la partícula “n o ”, no es una n egación . Y se
llama “infinito” porque parece abarcar una infinitud de cosas, tanto existen tes com o
n o existentes. Por ejem plo, “no-h om b re” parece ser m ás bien algo indeterm inado,
existen te o no.
31 A ristóteles, L ib e rd e Interpretatione, ed. L. M inio-Paluello, 3, 16 b 6 -7 .
lo cual implica el tiempo, y puede tener como adjetivo algún adver­
bio en su construcción. Por ejemplo, “corre” significa que la carrera
inhiere en alguien que corre, y puede añadírsele en la construcción
un adverbio, por ejemplo temporal, como “ahora”. Así pues, el verbo
se impone a algún individuo (persona) agente o paciente, como “co­
rre” se impone a Sócrates corriendo, pero el adverbio que se le añade
no le confiere un significado semejante al que se le daría si se le im­
pusiera un nombre, esto es, el adverbio no significa como nombre.
Además, según Abelardo, el nombre “carrera” es la causa de que sus
formados o derivados, por ejemplo: “corriendo” y “corre” puedan
ser significativos en cuanto al mismo individuo o persona. Y entre
esos formados no hay gran diferencia en cuanto a la significación,
sino sólo en cuanto a la construcción, a saber, en que “corre”, unido
a un nombre, da una proposición, mientras que “corriendo” no lo
hace. Y lo mismo vale para todos los verbos.32
La otra propiedad del verbo es que es un indicador de las cosas
que se predican de otras,

esto es, del sujeto, y digo de aquellas cosas, a saber, de las cosas en ­
tendidas en el mismo verbo o supuestas fuera del m ism o verbo, y esto
ocurre siempre, ya se tom e al verbo dentro de la proposición o fuera
de ella; en la proposición, lo hace de manera actual; fuera de ella, lo
hace de manera p o ten c ia l33

Al igual que en la definición del nombre, en la del verbo hay que


añadir restricciones para excluir elementos verbales que no son en
realidad verbos: los verbos indefinidos o infinitos y los casos del
verbo.
Los indefinidos son los verbos que llevan una partícula infini­
tante, como el functor negativo “no”, por ejemplo “no-correr”, y hay
que excluirlos porque sólo el verbo definido puede aplicarse a una
cosa que existe; en cambio, el indefinido puede predicarse tanto de
una cosa que existe como de una que no existe, por ejemplo “la qui­
mera no-corre”.
Los casos del verbo son las variaciones que en él ocurren al con­
jugarlo (o declinarlo), por ejemplo “corría”, “correrá” (y los parti­
cipios, los infinitivos, etcétera); y hay que excluirlos porque sólo el

32 Ver A belardo, In D e Interpret., ed. M. dal Pra, pp. 78-80. Ver el m ism o. D ia ­
léctica, tr. 1, lib. partium vol. 3, Iib. 3; ed. d e Rijk, pp. 129 ss.
33 El m ism o, In D e Interpret., ed. M. dal Pra, pp. 80-81.
verbo en caso recto es presente, de modo que se pueda decidir su en­
trada en proposición como verdadera o falsa. Sólo entran en ella por
participación y derivativamente del verbo en caso recto o presente.
Finalmente, los verbos de alguna manera son nombres, pues por sí
mismos significan algo, aunque sin implicar verdad o falsedad. Efec­
tivamente, los verbos, “tomados en cuanto tales, esto es, por sí, son
nombres, esto es, son semejantes al nombre, porque significan algo.
Pero aún no significan a menos que se les añada algo conveniente­
mente, a saber, ‘es algo’ o ‘no es’, esto es, afirmando o negando”.34

3. La oración y la proposición

También acepta Abelardo la definición de Aristóteles: “Oración es


la locución significativa, algunas de cuyas partes pueden tener sig­
nificado separadamente como dicciones, pero no como afirmacio­
nes.”35 Pero Abelardo expresa que “significativo” conviene a la
oración de modo diverso que al nombre y al verbo: “Al nombre y
al verbo les conviene de por sí. En cambio, a la oración le conviene
tanto respecto de las partes como respecto de toda la conjunción.”36
La imposición, además de aplicarse a los términos, se aplica a la
oración, y, en cuanto a la oración, hay tres modos de imposición, a
saber, para que una oración sea auténtica, se impone: (i) a la misma
persona —o individuo en cuestión—; (ii) respecto de las partes indi­
viduales si todas ellas significan, y (iii) respecto del todo, esto es, de
las partes conjuntas. Por ejemplo, “el hombre es un animal” se im­
pone o se aplica a Sócrates, con lo cual se impone a la misma persona
o individuo. Se impone respecto de las partes individuales, porque
las partes “hombre”, “animal” y “es” se imponen todas a Sócrates.
Y se impone respecto de la conjunción total, porque la oración com­
pleta se impone a Sócrates. Todo lo cual se muestra en que la oración
es nota de un conocimiento verdadero.37
En la definición de la oración no se puso que significa sin tiempo
o con tiempo, ya que la oración puede significar de ambas maneras.
También se debe notar que toda oración es significativa, pero no toda
oración es enunciativa, sino sólo aquella en la cual se da la verdad o

34 Ib id .,p . 83.
35 A ristóteles, Lib. de I n te r p r e ta d . L. M inio-Paluello, 4, 16 b 26-28.
36 A belardo, In D e Interpret., ed . M . dal Pra, p. 84.
37 Ver ibid., Ver tam bién D ialéctica, tr. 2, lib. 1; ed. d e Rijk, pp. 145-148.
la falsedad. Hay, entonces, oraciones no enunciativas, como las de­
precativas, desiderativas, interrogativas, etcétera, que, por no llevar
consigo verdad ni falsedad, pertenecen a la retórica o a la poética,
pero no a la lógica.
Por último, además de haber analizado la definición de la oración,
viene la división de la misma:

Hay oraciones enunciativas y otras que no lo son; de las enunciati­


vas, unas son verdaderas y otras falsas; ocurren otras divisiones de la
oración, a saber: hay oraciones unitarias y múltiples; de las unitarias,
unas lo son sin conjunción, otras en conjunción; de las múltiples, unas
lo son sin conjunción, otras en conjunción; también se pueden divi­
dir las oraciones, unitarias o múltiples, ya en conjunción, ya sin co n ­
junción, en éstas: primeras (afirmativas) y segundas (negativas).38

Aunque Abelardo conoce dos tipos de predicación, la de inhe­


rencia y la de identidad, predomina la de identidad. La teoría de
la inherencia, a saber, que la predicación significa la inherencia de
una propiedad en una substancia, se encuentra en escritos primicia­
les, como en la Lógica ingredientibus?9 En la Dialéctica adopta la
teoría de la identidad, según la cual la predicación significa cierta
identidad entre lo significado por el sujeto y lo significado por el
predicado. Esto es condición para que la proposición signifique lo
que hay o lo que no hay en la cosa. Esto se basa en que los nombres
y los verbos tienen una doble significación: la de la cosa y la de la
intelección, y las proposiciones, que se componen de ellos, tienen
también dos significaciones, una de intelecciones y otra de cosas. Es
decir, al igual que ellos, las proposiciones también tratan de cosas
y generan intelecciones. Por ejemplo, cuando decimos “el hombre
corre”, tratamos del hombre y de la carrera, y conectamos la carrera
al hombre. Y también producimos una intelección; a pesar de que
no conectamos las intelecciones de uno y de otro, pues tratamos de
cosas, sin embargo, las conectamos en la intelección que producimos
en el ánimo del oyente.40 En este contexto, tanto el sujeto como el

38 El m ism o, In D e Interpret., ed. M. dal Pra, pp. 8 6 -8 7 . En la D ialéctica, to ­


m ando la concepción que de la oración tien e Prisciano com o construcción, las divide
en perfectas e im perfectas, según que procuren o no una intelección satisfactoria, y
d esp u és las subdivide. (V éa se el tr. 2, lib. 1; ed. de Rijk, pp. 148-153.)
39 Ver Oeuvres choisies d ’Abélard, ed. M. d eG an d illac, Paris: Aubier-M ontaigne,
1945, pp. 103-104.
40 Ver el m ism o, D ialéctica, tr. 2, lib. 1; ed . de Rijk, p. 154.
predicado representan un individuo, no una forma (en cuanto inte-
llectus), en lo cual se ve el nominalismo de Abelardo.
Sujeto y predicado no significan intelecciones, pues entonces
significarían esencias. Pero las esencias se pueden entremezclar, os­
cureciendo las cosas existentes; por eso la predicación debe significar
las cosas que en verdad existen, esto es, los individuos concretos.
Merced a ello, la cópula “es” significa una copulación intransitiva,
es decir, significa mejor la identidad que la inherencia. Y lo mismo
hacen todos los verbos, pues implican al verbo “ser”, sólo que tá­
citamente. De esta manera, cualquiera que sea la construcción de
la proposición, simple o complicada, lo que atribuimos al sujeto lo
atribuimos como idéntificándose con él, y el verbo “ser” o “es” va
siempre, aun implícito, entendido como signo de igualdad. Para
Abelardo, además, cualquiera que sea la esencia o parte de la esen­
cia que se predique del sujeto, se predica que todo eso se da en la
misma substancia, o, mejor, que se da como siendo la misma subs­
tancia. Así, aunque parezca estarse predicando la inherencia de pro­
piedades en una substancia, se está predicando la identidad que
mantiene esa substancia con lo que la constituye. Por ejemplo, cuan­
do se dice “Sócrates es hombre”, se dice que la substancia de Só­
crates es substancia de hombre, se identifican ambas substancias;
“Sócrates” y “hombre” son unidos por el verbo de manera intransi­
tiva, esto es, copula consigo mismo ambas substancias y las identifica.
Lo hace con un sentido de identidad, “y no hay mayor obligación en
entender el que hombre inhiere en Sócrates que el que Sócrates es
hombre, ni se designa por el ser otra substancia sino Sócrates”.41
Aunque Abelardo insiste en que las proposiciones significan más
las cosas que las intelecciones, esto es, que el dictum o significado42)
de las proposiciones está más por la parte de las cosas que de las
intelecciones, hay que precisar bien cómo entiende “las cosas”. Y
encontramos que les asigna una existencia lógica, conforme a lo que
reciben de las palabras, por las que son materia de la lógica, y no una
existencia real en cuanto cosas naturales —tomadas como significa­
dos. En la lógica importa más la predicación según las palabras en
la proposición que según la existencia de las cosas. Lo que se toma
en la lógica son las cosas en cuanto entendidas por virtud de las pa­

41 Ibid., tr. 2, lib. 1.) ed. de Rijk, p. 159.


42 “ ‘D icció n ’ viene de ‘decir’, esto es, d e ‘significar’ ”.(Ibid., tr. 1, lib. partium
vol. 3, lib. 2; ed . d e Rijk, p. 118.
labras, y en ese sentido se indica la identidad más que la inherencia.
Por ejemplo, la regla lógica que establece que el predicado debe ser
mayor o igual que el sujeto se refiere a las palabras y su significación,
no a las cosas significadas en cuanto reales; de otro modo no tendría
sentido esa regla lógica. “Y conviene copular de manera intransitiva
al predicado con el sujeto, para que en la misma cosa se encuentre
la imposición del predicado en el sujeto; como cuando se dice: ‘el
hombre es animal’ o ‘blanco’, y conviene que ‘hombre’, ‘animal’ y
‘blanco’ sean nombres del mismo sujeto.”43
Así pues, el significado, el dictum, de las proposiciones no es una
cosa en cuanto cosa; el significado recibe de Abelardo el nombre de
“cuasi-cosa”. En otras palabras, “el dictum de Abelardo no es una
cosa exterior (res), ni el acto mental en cuanto tal, sino el contenido
objetivado de ese acto, el cual, no siendo cosa ni acto es llamado
una cuasi-cosa (quasi res)”.*4 La referencia, entonces, de una pro­
posición es una esencia contenida en una intelección objetivada, y
“la existencia que establece la proposición al ser enunciada, no es
una existencia real, sino, se podría decir, una existencia hablada, o
más exactamente una existencia pensada o lógica”.45 En conclusión,
la referencia de una proposición no es una cosa exterior, sino una
cosa que debe su existencia a la intelección, pero no consiste en el
acto de intelección como tal (con lo que recibiría una dimensión
psicológica), sino consiste en el contenido objetivo del acto de inte­
lección (dimensión lógica).

La E sc u ela de C hartres

La escuela de Chartres (siglo X II) se vio interesada en los problemas


del lenguaje a través de la gramática, que relacionaba estrechamente
con la lógica, como fue el espíritu y actitud que se asumió en esta
época, y fue ciertamente lo que dio origen al surgimiento de una
gramática filosófica o filosofía del lenguaje en pleno sentido.
Para conocer el estilo de trabajo de esta escuela es inaprecia­
ble el cúmulo de datos que nos aporta sobre ella Juan de Salisbury
(1110/1120-1180) en su obra Metalogicon. En dicha obra resalta la
importancia que se daba a la gramática; los gramáticos antiguos

43 Ibid., p. 160.
44 L. M. de Rijk. art. cit., p. 552.
45 Ibid., p .5 5 4 .
Quintiliano, Servio, Donato y Prisciano, fueron utilizados por los
principales maestros de esta escuela: Bernardo de Chartres (muerto
hacia 1124), Tbodorico de Chartres (muerto antes de 1155), Gui­
llermo de Conches (1080-1145) y Ricardo el Obispo. Juan de Sa-
lisbury, que asistió a sus lecciones, describe sus procedimientos y
sintetiza sus enseñanzas.46

1. Gramática y lógica

En la escuela de Chartres se presenta como un aspecto principal el


deseo de esclarecer las relaciones entre gramática y lógica. Se nota
una clara inclinación hacia la gramática, pero no en detrimento de
la lógica, sino como una condición indispensable para ella. Podría
decirse que las dimensiones semióticas (sintaxis, semántica y prag­
mática), aplicadas a la gramática, están al servicio de la lógica, aun­
que no se llega a una concepción logicista completa: el predominio
lo tendrá la gramática.
Sin embargo, se ve a la gramática en estrecha relación con la
lógica, tratando de establecer la gramática sobre bases lógicas. Se
trata ya de un apartarse de la gramática sin más para buscar acer­
carse a lo que podríamos de alguna manera llamar “gramática lógi­
ca”. Aunque se tiene la impresión de que hay dudas en declarar que
la gramática es sólo una parte de la lógica,47 numerosas expresiones
mueven a considerar que así se la aceptaba.48
Y es que la gramática enseña los elementos con los que trabajará
la lógica: las voces y las letras; las distintas palabras orales y escritas,
nombres, verbos, etcétera; las oraciones y proposiciones. Con ellos
la lógica hará sus operaciones, sobre todo argumentativas. Porque
la lógica se vale del lenguaje, que representa conceptos y cosas.
En cuanto al lenguaje, se acepta la triple distinción de San Agus­
tín en lenguaje mental, oral y escrito —que ya hemos visto en los
anteriores, pero que sólo en los chartrenses recibe una atención con­
siderable. La escritura es signo de las palabras habladas, y éstas son
signos de los conceptos, los cuales, a su vez, son signos de las co­
sas.49 De modo que hay un lenguaje interno, el de los conceptos, y

46 J. de Salisbury, M etalogicus, en la Patrología L atina, editada por J. P. M igne,


París, 1855, tom o 199, colum nas 824 ss.
47 Ver ibid., lib. II, col. 857.
48 Ver, por ejem plo, ibid., lib. I, col. 840.
49 Ver ibid.
un lenguaje externo, el de las voces y la escritura. Pero se toma como
lenguaje primordial, para estudiarlo, el lenguaje hablado.

2. El proceso del lenguaje


Hablar es dar a conocer (interpretan) el propio intelecto a través de
la voz articulada y literada.5ft De manera principal, “el discurso se
ha instituido para que exprese y explique el intelecto”.51 Para ello el
habla toma los sonidos y los configura convenientemente, a fin de
que correspondan a los conceptos y a las cosas, constituyéndolas en
voces o palabras (susceptibles de ser representadas por la escritura).
Y como esta correspondencia entre las palabras y las cosas es ar­
tificial o convencional, el hombre procede por invención: compone
y determina los vocablos o palabras que asignará a las cosas; y por
imposición: instituye que las palabras se apliquen a las cosas y sus
características.52 Pero debe apegarse lo más posible a lo natural, de
modo que la naturaleza se vea fielmente reflejada en las palabras y
oraciones.

3. Gramática, arte y naturaleza


La gramática es un arte y versa sobre algo artificial, el lenguaje, que
surge por institución de los hombres. El arte imita a la naturaleza,
por eso el lenguaje, aunque es artificial, trata de ajustarse a lo natu­
ral. Sólo que, en realidad, la imitación de la naturaleza por parte del
lenguaje consiste en lograr, a través de los signos, la comunicación
humana, que es algo propio de la naturaleza del hombre. Aquí la
noción decisiva es la de imposición, que debe hacerse del modo más
“natural” que sea posible, pues los vocablos de suyo son impuestos
arbitrariamente para significar las cosas:

La misma im posición de los nombres y las dem ás dicciones, aunque


procede del arbitrio humano, de alguna manera es ob ed ien te a la na­
turaleza, a la cual probablem ente imita a su modo. Pues el hombre[...j
para instituir entre los hombres el com ercio de la palabra, asignó voca­
blos a las cosas, que estaban ya formadas por la m ano de la naturaleza,

50 Ver ibid., col. 847. U sam os aquí “literada” (o “letrada”) e “iliterada” (o “ile ­
trada”) para calificar a la voz q u e es (o no es, según el caso) suscep tib le de ser ex­
presada en letras.
51 Ibid., col. 849.
52 Ver ib id ., col. 840.
y que componía o distinguía, bien de los cuatro elementos, bien de la
materia y de la forma, para que pudiesen ser captadas por los sentidos
de las creaturas racionales, con sus propiedades y diferencias, y pudie­
ran hacerlo mediante la designación de los vocablos.53

En esta época en la que predominaba el platonismo, pero ya el


aristotelismo comenzaba a pugnar por esa fuerte presencia que ten­
dría en la Edad Media posterior, encontramos la lucha entre esas dos
posturas para brindar la explicación del fenómeno sígnico en la filo-
sofía.del lenguaje. Es el pleito entre los que —en la línea platónica
del Cratilo— sostendrán un “naturalismo” lingüístico, en el que se
procurará el ajuste más natural entre la palabra y la cosa, y los que
—en la línea aristotélica del Peri hermeneias— sostendrán un “arti-
ficialismo” o “convencionalismo” lingüístico, en el que la conexión
de la palabra con la cosa se debe única y exclusivamente a la delibe­
ración humana (adplacitum).54

4. Imposición, significación y apelación

Por la imposición, que, como se ha dicho, es artificial, las palabras co­


bran significación55 y apelación,56 nociones cercanas a las de sentido
y referencia, respectivamente, y que ya hemos visto incipientemente
usadas en San Anselmo y Abelardo. Pero los chartrenses nos ofrecen
—y por eso hay que tomar en cuenta aquí esa aportación suya— una
reflexión más amplia sobre estas dos nociones, conectándolas con
las de imposición o institución, que son conceptos eminentemente
pragmáticos (antes que sintácticos o, mucho menos, semánticos).57
Hay una doble imposición: (i) primera o primitiva, y (ii) segunda o
derivada. La imposición primera es aquella en la cual se asignan di­
rectamente las palabras a las cosas. Nos da el conjunto de palabras

53 Ibid., cois. 840-841.


54 Sobre este punto, que se debatía desde la antigüedad, p uede verse M. Beu-
chot, “La filosofía del lenguaje en tre los griegos”, en Thesis, 9 (abril 1981), y la “In­
troducción” de U . Schmidt O sm anczik a su versión d el Cratilo d e Platón, M éxico:
U N A M (B ibliothecascriptorum graecorum etrom anorum m exicana), 1988, p. CXII.
55 Ver J. d e Salisbury, op. cit., col. 846.
56 Ver ibid., col. 845.
57 Lo cual nos hace cuestionar la primacía d e la sintaxis sobre la sem ántica y la
pragm ática, pues se ve que un acto pragm ático com o es e l de la im posición an teced e
a la sintaxis y, con mayor razón a la sem ántica. En la actualidad esto ha sido sosten id o
por Leo A p ostel.
de primera imposición. La imposición segunda es aquella en la cual
se asignan diversos vocablos para designar a las palabras que resul­
tan de la primera imposición. Nos da el conjunto de palabras de se­
gunda imposición. Así, las palabras que designan directamente los
objetos y las características complementarias que los encuadran en
un hecho, como “casa”, “Pedro”, “corre”, “rápidamente”, “enton­
ces”, etcétera, son de primera imposición; pero las palabras con las
que las denominamos a éstas, como “substantivo”, “patronímico”,
“verbo”, “adverbio”, “conjunción”, “categoremático”, “sincategore-
mático”, “sujeto”, “predicado”, etcétera, son de segunda imposición.
La primera imposición, aunque artificial, como se ha dicho, pro­
cura respetar las variedades que se dan en la naturaleza de las cosas.
Por eso se impusieron nombres que significan las substancias, a sa­
ber, los substantivos. Pero, como las substancias tienen muchas dife­
rencias según sus propiedades, cuantitativas, cualitativas, etcétera,
según esos diversos accidentes se impusieron nombres que pudie­
ran adyacer a los substantivos señalando tales propiedades, a saber,
los adjetivos. Asimismo, para indicar los movimientos o afecciones
de la substancia, se impusieron los verbos, sean activos o pasivos,
los cuales se dan con el tiempo, o significan con tiempo —pues el
movimiento lleva consigo el tiempo—, por lo cual los verbos consig­
nifican el tiempo además de significar las acciones o pasiones que
se dan en la substancia. Y como los movimientos también exhiben
diferencias, se introdujeron los adverbios, para cualificar al verbo
según tales diferencias. “Y en todas las demás partes de la oración
se encuentra esta conspicua imitación de la naturaleza, si se atiende
a ellas diligentemente.”58
La segunda imposición también debe ajustarse de alguna manera
a la naturaleza, lo cual se ve en la coherencia del discurso, la cual re­
sulta por cierta correspondencia con la realidad natural, a pesar de
haber surgido por convención arbitraria y artificial. Sólo que la cap­
tación de esta correspondencia en el nivel de los vocablos de segunda
imposición es más difícil, al modo como en las cosas de la naturaleza
es más difícil captar el orden que se da entre las cosas más elemen­
tales y simples. Pero la correspondencia de los vocablos de segunda
imposición con el ámbito de lo natural es innegable, pues de otro
modo las expresiones que formamos conteniendo tales vocablos o
términos carecerían de sentido. La posesión de sentido por parte de
las expresiones viene a ser, en la escuela de Chartres, la mejor prueba
y garantía de que todos los niveles del discurso se ajustan e imitan al
orden de las cosas en la naturaleza. Por ejemplo, se transgrede el or­
den de la naturaleza si se entremezclan indebidamente términos de
primera imposición con términos de segunda en un enunciado, como
“el caballo es patronímico” o “los categoremas son blancos”.59
Hay que evitar los absurdos (nugae, nugatoriae dictiones, stichiolo-
gus vel inversus sermo) que se siguen de atribuir algo (un adjetivo) de
segunda imposición a algo (un substantivo) de primera imposición.
Se puede hacer coherentemente la predicación con términos de se­
gunda imposición, como “la proposición es predicativa”, pero no la
predicación de un término de segunda imposición a un término de
primera imposición, como “la túnica es categórica”. En resumen:
“La conjunción [predicativa] de los substantivos de primera impo­
sición y los adjetivos de segunda imposición, aun por razones gra­
maticales, es incompetente.”60
La gramática tiene por cometido evitar esos absurdos, aunque no
aspira a regular la verdad y la falsedad. La dialéctica es la que versa
sobre la verdad y la falsedad, pero tiene que recibir de la gramática la
estructura que evite el absurdo. Por eso, para los chartrenses, ambas
—gramática y dialéctica— forman parte de la lógica.
En cambio, los adjetivos de primera imposición se juntan adecua­
damente con los substantivos de primera imposición, pues guardan
la congruencia del discurso. Aun cuando se trate de una translación
metafórica de sentido, por ejemplo: “el alma ve”, “este discurso es
blando”, etcétera, la construcción es correcta, porque se puede tra­
ducir al uso familiar y acostumbrado. En este sentido, el uso es el
mejor criterio: “Así como se dice en el derecho que ‘la costumbre es
el mejor intérprete de la ley’, así el uso de los que hablan correcta­
mente es el mejor intérprete de las reglas gramaticales.”61

5. La oración y la proposición

Las palabras forman oraciones (siendo, entre ellas, el tipo principal


la proposición), son componentes oracionales. Los componentes de
la oración, de acuerdo con la gramática latina, son ocho. Entre ellos,

59 Ibid. , col. 842.


60 Ibid. , col. 844.
61 Ib id ., col. 846.
algunos son categoremáticos, esto es, significativos por sí mismos,
como el nombre substantivo y el verbo (se incluyen los pronombres
y los participios); y los restantes son sincategoremáticos, esto es, sig­
nificativos sólo añadidos a los anteriores.62 Los nombres son dos,
substantivos y adjetivos. Los substantivos son los más aptos para ser
sujetos; los verbos son los más aptos para ser predicados, y el verbo
“ser” une también predicativamente a los mismos substantivos y a
los adjetivos. De acuerdo con ello, los nombres y los verbos son los
constitutivos principales de la oración.
La oración es una dicción compuesta, o composición de diccio­
nes, y, para ser correcta, necesita un buena construcción, coherencia
o congruencia (congruitas).63 La oración principal es la proposición,
que es la más representativa de la atribución de un predicado a un
sujeto.64 La proposición puede ser categórica o hipotética.65 El silo­
gismo también puede ser categórico o hipotético, según sus propo­
siciones componentes.66

62 Ver ib id ., cois. 842 y 846.


63 Ver ibid. , col. 843.
64 Ver ibid. , col. 844.
65 Ver ibid., col. 843.
66 Ver ibid., col. 846.
La filosofía medieval del lenguaje llega a su madurez en el siglo xm.
Esto obedece a que en este siglo la filosofía escolástica tuvo sus me­
jores pensadores. Se acrecienta el estudio de la lógica aristotélica,
y surgen los grandes comentarios (ya sobre el Órganon completo);
pero también surgen innovaciones muy considerables que no están
del todo explícitas en la lógica del Estagirita. Prueba de ello son los
tratados de los términos, que comienzan a pulular.
Comentaristas profundos de Aristóteles fueron San Alberto y
Santo Tomás, que elegimos como prototipos; siguieron el texto aris­
totélico y le añadieron sus propias aportaciones. En ellos predomina
el apego al Órganon, aunque manifiestan conocimiento de los nue­
vos tratados sobre los términos. Y es que, además de los comentarios
al Estagirita, habían aparecido tratados menores, con desarrollo de
temas que no se encuentran en las grandes obras aristotélicas, por
lo que son llamados “parva logicalia” o “summulae”.
Comienza en este siglo la corriente “terminista”, centrada en el
tratado de las propiedades (lógico-semánticas) de los términos, que
se incluían en las summae o compendios de lógica. Se inicia con
ellos la que será llamada “lógica moderna”, todavía incipiente, y que
tendrá su mayor arraigo en el siglo xiv. De entre los tratadistas de
los términos sobresalen Guillermo de Sherwood y Pedro Hispano.
Paralelamente a ellos se coloca Lamberto de Auxerre, y hay otros
más que no les van a la zaga. Pero elegimos a Sherwood y a Pedro
Hispano como los más representativos. Sherwood es considerado
como el gran iniciador de estas síntesis, y Pedro Hispano fue el autor
más estudiado (todavía en el siglo xv se coloca Juan Versor, tenido
como el mejor de sus comentaristas, y la serie de éstos llega hasta
el siglo x v i i ). Casi no hubo filósofo importante que dejara de apor­
tar algo al estudio del lenguaje (San Buenaventura, Duns Escoto,
Raimundo Lulio, por sólo dar algunos ejemplos), y sería imposible
estudiarlos a todos.
Simplemente, Sherwood influyó sobre muchos de los más conno­
tados filósofos de este tiempo, y la teoría de los términos, aun con
interpretaciones divergentes, se volvió doctrina común. A pesar de
abarcar elementos de la lógica vetus, de la antiqua y de la moderna, la
línea de autores entre los que se sitúan Sherwood y Pedro Hispano
constituye, dentro de la tradición terminística, la via antiqua, que pri­
vará hasta la llegada, con Ockham, de la via moderna. Con todo, el
trabajo de los modemi no será sino una interpretación diferente de
los mismos temas tratados por los antiqui que hemos mencionado;
sólo se puede señalar, como nota peculiar, la profundización en el
campo de las consequentiae.
En efecto, Pedro Hispano tiene el mérito de haber recopilado to­
dos los temas básicos que configuran la literatura terminística. Y ya
desde Sherwood —en algunos puntos más claro y magistral que Pe­
dro Hispano— habían quedado establecidos. Se reafirma, especial­
mente, la prioridad de las propiedades de los términos, tales como
la significación y la suposición. En relación con ellas se encuentra la
Gramática Especulativa, para buscar la coherencia del discurso (Ro­
berto Kilwardby, Martín de Dacia y, en el siglo xiv, el mejor repre­
sentante de esta línea, Tomás de Erfurt). Consideramos también,
dentro de la tradición de las Proprietates terminorum a Roger Ba­
con y a Ramón Lull, a los que añadimos las reflexiones de Juan
Duns Escoto sobre la función del pensamiento al lado de los signos
lingüísticos como intermediarios hacia la realidad significada. To­
davía no se ha integrado a las Sumas o manuales de lógica el tratado
de las consecuencias —aunque se encuentran ya algunos intentos,
como el del Pseudo-Escoto—, pero se convertirá en parte esencial
de éstos ya en el siglo xiv.

San A lberto M agno

Alberto de Bollstadt o San Alberto Magno (1206-1280) se muestra


como un gran lógico y filósofo del lenguaje en sus comentarios a
Aristóteles. Trataremos de entresacar su teoría semiótica —princi­
palmente sintáctica y semántica— a través de su estudio de la pro­
posición (i.e. del enunciado como signo del juicio), a la que da el
nombre de “enunciación”. Cree San Alberto que en el tratamiento
lógico-semántico del enunciado se podrá ver el funcionamiento de
los términos, que son sus componentes, y además el enunciado es la
expresión de lo más importante de la lógica, como es el juicio. Nos
limitaremos a su naturaleza —definición y divisiones principales—,
dejando a un lado la propiedad que emana de su naturaleza, a sa­
ber, las oposiciones, y dejando a un lado también —por su especial
complejidad— los enunciados modales.1
Tbdavía en la línea de los autores del siglo anterior, San Alberto
reflexiona sobre el lenguaje guiado por la gramática, pero sobre todo
por Aristóteles (en el Peri hermeneias). No se extiende aún en las
propiedades de los términos (como la significación y la suposición),
sino que se detiene más bien en el tratamiento aristotélico —que in­
corpora a la filosofía escolástica de su época— de la relación entre
signo, concepto y cosa, de la convencionalidad del signo lingüístico,
de los mecanismos de la institución o imposición de vocablos, y, so­
bre todo, de cómo se conjuntan estos ingredientes en el juicio y su
expresión: el enunciado.

1. Ubicación del estudio del enunciado


San Alberto asigna el estudio de la enunciación a la lógica, y, den­
tro de ella —que era la semiótica para los escolásticos—, princi­
palmente a la semántica. La lógica tiene como objeto material
(subjectum) el paso que efectúa el intelecto de lo conocido a lo des­
conocido, esto es, la argumentación, raciocinio o consecuencia, cuya
parte principal es el silogismo.2 Y como la argumentación tiene una
doble materia: (i) remota, que son los términos, pertenecientes a la
primera operación de la mente, y (ii) próxima, que son las propo­
siciones o enunciaciones, pertenecientes a la segunda operación de
la mente, en consecuencia, la enunciación debe ser estudiada en el
apartado de la segunda operación intelectual, a la que Aristóteles
dedicó su obra Peri Hermeneias. Por eso, Alberto trata de la enun­
ciación al comentar esta obra aristotélica.

1 Sobre esto últim o puede verse A . Stagnitta, “Teoría della lógica in A lberto
M agn o” (III), en Angelicum 60 (1983), pp. 632 ss.
2 A lberto M agno, Líber de PraedtcabUibus, tr. 1, c. 1; seguim os la ed ición de
A ugusto Borgnet, París: Ed. Vivés, 1890, vol. I, p. 8 b. Las citas de A lberto M agno
corresponderán a este volum en, que con tien e la primera parte de su lógica.
1.1 .L a interpretación
El estudio de ese constitutivo tan importante de la lógica que es la
enunciación pertenece a su vez a otro más amplio que es el de la in­
terpretación (hermeneia). La interpretación es el acto humano por
el que se da a entender algo, expresa lo que conocemos de las cosas,
efectúa la comunicación: “La interpretación es la oración que habla
de la cosa tal como está en las palabras, en orden a la explicación de
ésta.”3 Por translación, también se hace equivaler a la interpretación
el acto por el que tratamos de desentrañar el sentido de las expre­
siones de otro. Originalmente se aplicaba, pues, a toda expresión en
la que se intentaba comunicar algo a los demás; y después pasó a
designar el esfuerzo por comprender correctamente lo que el otro
comunicaba o expresaba.
De acuerdo con ello, la enunciación difiere de la interpretación
como la parte difiere del todo. “La interpretación se hace de mu­
chos modos. En cambio, la enunciación sólo expresa que una cosa
se dice o se predica de otra.”4 La enunciación no agota la interpre­
tación, que tiene muchos otros modos, aunque el principal de estos
modos es la enunciación. Pero ya que la interpretación es original­
mente cualquier expresión de la realidad, debe abarcar otros modos
que no sean enunciativos o asertivos y, así, comprende otros tipos
de oración no enunciativa o asertiva, y comprende aun las expresio­
nes en las que sólo se amplea una parte de la oración. En cuanto a
las partes, se puede expresar o interpretar con un nombre o con un
verbo; en cuanto a las oraciones, las hay de otros modos distintos del
enunciativo, que son interpretaciones.
Entre interpretación, enunciación y proposición hay distinción sólo
de razón. La proposición es la enunciación que se encuentra bajo la
forma del silogismo. La enunciación es la interpretación que expresa
algo directo de la realidad, en modo indicativo, y es susceptible de
verdad o falsedad. Y la interpretación es la declaración de algo según
los diferentes modos de discurso.5

1.2. Gramática y lógica


Para obtener un estudio completo de la enunciación se tienen que
tratar los elementos que concurren a su constitución. Se estudian,

3 A lberto M agno, Peri hermeneias, lib. 1, tr. 1, c. 1, p. 373 b.


4 Ibid., lib. 1, tr. 1, c. 1, p. 374 a.
5 Ver ibid., p. 374 b.
así, el signo, la voz, la palabra, la expresión, el lenguaje y el discurso
o sermo. Se entrecruzan aquí elementos sintácticos y semánticos, y,
lo que resulta aún más problemático, se entrecruzan dos ciencias: la
gramática y la lógica, cuyas relaciones ya veíamos que era el intento
de estudio que tenían los filósofos del lenguaje del siglo anterior, y
ahora se recrudece.
Alberto determina sus límites y su distinción. El gramático es­
tudia los elementos del discurso o lenguaje “atendiendo al modo de
las inflexiones y construcciones del intelecto simple y del compuesto,
elementos que son designativos de manera simple o compuesta, pero
sin saber si su significado existe o no”.6 En cambio, el lógico trata del
lenguaje y sus partes en cuanto afectan a la argumentación, aten­
diendo precisamente a su significado, si existe o no, de modo que
haya verdad o falsedad. Por lo cual, el gramático atiende al modo de
los elementos significativos, y el lógico atiende más a la realidad que
significan.7 Además, el gramático considera los elementos del len­
guaje, las voces o palabras, en cuanto son signos inmediatos de las
cosas; en cambio, el lógico los considera en cuanto nos dan a cono­
cer las nociones del alma. “Y por eso resulta patente que el lógico no
presupone estos elementos a partir de una ciencia anterior, a saber,
la gramática, sino que los establece por definiciones propias, que los
determinan según el ser con el cual pueden construirse en sí mismos
y componer la enunciación.”8

2. El signo lingüístico

Como la interpretación, por la cual nos comunicamos, consta de sig­


nos, se deben estudiar su naturaleza, divisiones y propiedades, pero
no según un tratamiento semiótico del signo en general, sino apli­
cado a lo que nos interesa, a saber, el signo lingüístico; eso sí, desde
las tres perspectivas semióticas de la sintaxis —en su aspecto de co­
ordinación gramatical—, la semántica —en su aspecto lógico de las
propiedades de las expresiones que son la significación y la supo­
sición— y pragmática —en su aspecto de uso, como la institución o
imposición de los vocablos y su estructuración de manera significa­
tiva, etcétera.

6 A lberto M agno, Líber de Praedicabilibus, tr. 1, c. 1, p. 8 a.


7 Ver Peri herm ., lib. 2, tr. 1, c. 1, p. 426 b.
8 Peri herm ., lib. 1, tr. 2, c. 1, p. 381 a.
2.1. Signo y significado

Para comunicarnos utilizamos signos. En el caso del habla, se trata


de signos lingüísticos. La unidad mínima de significado es la voz o
palabra. La voz es un sonido que significa algo por convención (ad
placitum)\ de este modo se constituye el lenguaje, que puede ser
oral o escrito. Tbnto en uno como en otro caso, es la razón la que
vuelve significativo al sonido, lo convierte en voz o palabra; es como
se ejerce la imposición o impositio, de la que tratamos al hablar de la
escuela de Chartres. Además, ya que la escritura es un signo —por
así decir— “de segundo nivel”, por ser signo del habla, la voz que
nada significa (el ruido) se llama “inarticulada” en el orden del len­
guaje oral e “iliterada” en el orden del lenguaje escrito. Pero, gracias
a la razón, se convierte en voz articulada y literada. Y por eso las
voces son signos convencionales, porque han sido establecidas para
significar lo que significan fundadas en la razón de los que han con­
venido en usarlas, tanto por lo que hace al sonido de la voz, como por
lo que hace a la figura de las letras, con las que se forman sílabas,
y con éstas palabras. Las palabras se instituyen para significar las
cosas tal como están en la mente, aunque las cosas reales sean el re­
ferente definitivo: “lógicamente hablando, la voz significativa es la
nota de las pasiones del alma y signo de las cosas”.9 Por eso, aunque
las nociones de las cosas son iguales en todos los hombres y pueblos,
difieren las palabras.

2.2. Significatividad convencional

La voz significativa ad placitum —esto es, convencionalmente— se


puede considerar de dos modos: (i) según la institución y el uso, y (ii)
según la causa de la institución.10 En esta perspectiva pragmática,
es decir, según la institución y el uso, la palabra designa el concepto
de la mente, pues el que la instituye toma en cuenta la cosa como
es conocida en el alma. Según la causa de la institución, la palabra
designa las cosas reales, que no podemos tomar materialmente para
comunicarnos, y por ello instituimos sus signos, que son las palabras;
la causa de tal institución es la voluntad y la convención de los que
las instituyen.

9 Ibid., lib. 1, tr. 2, p. 385 a.


10 A q u í “institución” vien e a significar lo m ism o que “im posición ”, noción que
estu d iam os al exponer la escuela d e Chartres.
Con todo, hay que tener en cuenta que algunas voces significan
por naturaleza, como los gemidos y otras maneras de expresar las
pasiones, como los gestos y los gritos, aunque pueden hacerse signi­
ficativos por convención en forma de interjecciones. Pero las voces
que nos interesan son las que significan por convención o institución
de diferentes maneras, según las distintas convenciones en cuanto a
su constitución y combinación. Por eso, aunque toda voz es sonido,
no todo sonido es voz, porque el sonido es sólo la percusión de un
objeto o la exhalación de aire que afectan el tímpano del oído; pero
la voz es el sonido que se emite por la boca y que es portador de
alguna significación. Y, de acuerdo con ello, la voz puede ser sig­
nificativa de modo natural, como lo son los gemidos o gruñidos de
las bestias y aun algunas voces humanas, que no tienen articulación,
pero que significan de manera rudimentaria los afectos de alegría,
miedo, etcétera. T&les son los ruidos que producen los animales y al­
gunas interjecciones de los hombres. Pero las voces significativas de
modo artificial, arbitrario o convencional —y no de modo natural—
son las propiamente humanas, y son las que interesan al lógico, a
saber, las palabras del discurso racional, que son las auténticas vo­
ces.11

2.3. Signos atómicos y moleculares

Lógicamente hablando, las voces significan lo que hay en el alma


como afecciones suyas, o, de otra manera, significan las cosas en
cuanto están en la mente. Por una parte, hay en ella el entendimiento
de pasiones (o afecciones) simples e indivisibles; de esta manera son
las semejanzas de cosas tales como el hombre, el leño, etcétera. Y
son concebidas sin verdad ni falsedad, por lo que se trata de cono­
cimientos incomplejos, y las voces que los designan serán también
incomplejas o simples, como “hombre” y “leño”. Por otra parte, hay
en el alma el entendimiento de pasiones compuestas y divisibles; de
esta manera son las combinaciones de conceptos que hacemos en
la interpretación o comunicación, y las voces que las designan serán
también complejas. De ellas algunos modos no llevan consigo ver­
dad ni falsedad, como la imperación, la pregunta o la súplica. Pero
hay interpretaciones, como la enunciación indicativa, que sí llevan
consigo verdad o falsedad; por ejemplo, “este hombre corre”, “este
hombre no duerme”. De ahí que:
No toda voz articulada y literada significa lo verdadero o lo falso; por­
que ni la deprecativa, ni la optativa, ni la infinitiva, aunque son voces
complejas, ninguna de ellas significa con verdad ni falsedad; pero algu­
nas veces la voz compleja significativa convencionalmente significa por
fuerza con verdad o falsedad, a saber, cuando es indicativa, enunciando
una cosa de otra, y ésta es la que hace de la cosa una interpretación
perfecta.12

Las voces incomplejas principales son el nombre y el verbo. Y


cuando no se las enuncia con otra cosa por la cual afirmen o nie­
guen, carecen de verdad y falsedad. Aun cuando se compongan con
otras palabras, si no hay afirmación o negación13 —que son la verda­
dera composición y la verdadera división hechas por el intelecto—,
no significan lo verdadero o lo falso;14 por ejemplo, “hipocentauro”
está compuesta de las palabras “hipo” y “centauro”, y “barco pirata”
está compuesta de “barco” y “pirata”, pero tales palabras así reuni­
das no significan verdad ni falsedad. Tiene que haber composición o
división de parte sujetable y parte predicable. Por lo demás, las par­
tes del nombre y del verbo de suyo nada significan fuera del todo.
Por ejemplo, sus letras o sílabas sólo por accidente pueden signifi­
car algo (como “sol” y “dado” en “soldado”), pero en principio no
son significativas dentro del nombre que componen y que se separa
en ellas, sino cuando se toman como vocablos diferentes, ya no como
partes de él.

3. Los elementos de la enunciación


La enunciación se resuelve, como en sus elementos materiales, en el
nombre y el verbo. Y ellos bastarían para efectuar una enunciación,
son lo sujetable y lo predicable; los demás elementos son sólo com­
plementarios. De esto resulta naturalmente que la lógica, a la que
le interesa la verdad y la falsedad, trata eminentemente de la enun­
ciación, que consta de aquello de lo que algo se enuncia y de aque­
llo que se enuncia de algo, a saber, sujeto y predicado. Pues bien,
lo más apropiado para ser sujeto es el nombre, y lo más apropiado

12 Ibid., lib. 1, tr. 2, c. 2, p. 383 a.


13 Ver ibid.
14 E sto nos recuerda la postura de Frege, quien señalaba el carácter d e aseve­
rado, que tenía un juicio, con el sím bolo “d e aseveración” en su conceptografía.
para ser predicado es el verbo, por lo cual se dice que la resolución
de la enunciación se hace en el nombre y el verbo. En efecto, ya que
Alberto considera la enunciación como inherencia —a diferencia de
lo que veíamos que hacía Abelardo, quien privilegiaba la cópula de
identidad sobre la de inherencia—, el sujeto significa algo a modo
de substancia, y el predicado significa las cosas (propiedades) que
le son inherentes. Y primero (en un orden lógico) es la substancia
como substrato, y después lo que inhiere en ella. Por eso se trata
primero del nombre y después del verbo, al modo como el ente es
anterior al ser que es el acto del ente; pues el verbo es como el acto
del nombre al que se añade, es decir, como el acto que presupone
al agente.15 Ya hemos tratado del nombre y del verbo al hablar de
San Anselmo y de Abelardo; expondremos la enseñanza de San Al­
berto en aquello que añade a la de éstos, para evitar repeticiones
innecesarias.

3.1. El nombre: el sujeto lógico

Además de aceptar la definición del nombre establecida por Aris­


tóteles, según la cual el nombre significaría la substancia en la que
inhiere aquello que se le predica, Alberto integra a la lógica la defi­
nición del nombre que se daba en la gramática, como el término que
significa la substancia con cualidad, pues aquí la cualidad es enten­
dida en el sentido amplio de propiedad (ya sea accidental o esencial),
y así es compatible con la definición aristotélica.
Excluye, al igual que Aristóteles, los nombres infinitos o indefini­
dos, y sólo acepta los nombres finitos, que se subdividen en substan­
tivos y adjetivos. Tbmbién excluye los casos del nombre. Todos ellos
(nombres infinitos y casos del nombre) pueden ser nombres grama­
ticales, pero deberán excluirse como nombres de la lógica. Pues el
nombre debe significar la substancia. Pero el nombre infinito niega
que algo tenga una forma substancial definida; por ello no puede
ser nombre. Y los casos del nombre no significan directamente la
substancia, sino en oblicuo. Pero conviene que el nombre la designe
de tal manera que de ella se pueda enunciar directamente algo, lo
cual sólo puede hacer en caso nominativo (in recto). En cambio, el
genitivo no significa la substancia, sino que algo es de ella; el dativo
tampoco significa la substancia, sino que algo es para ella; el acusa­
tivo tampoco significa la substancia, sino que algo se relaciona con
ella. De acuerdo con eso, ningún caso oblicuo significa la substan­
cia, sino sólo el caso recto o nominativo, que la significa en cuanto
algo es enunciable de ella.16 La razón de la exclusión de los casos
(oblicuos) del nombre es la misma: los casos del nombre no pueden
suponer por la substancia.

3.2. El verbo: el predicado lógico

La interpretación no se hace con el solo nombre, se añade el verbo,


y con los dos tenemos la interpretación perfecta, que es la enun­
ciación. Alberto recoge la definición del verbo hecha por Aristóteles,
según la cual, significa acción o pasión, y por ello significa lo que in-
hiere al nombre, el cual significa substancia. Y la inherencia es fun­
damento de la predicación (el “estar en” es fundamento del “decirse
de”).17
Es cierto que el verbo no es el único predicado, pues como pre­
dicados figuran también nombres (substantivos y adjetivos) y parti­
cipios. Pero el verbo es como el predicado más propio, es como el
predicable por antonomasia. Y es que el predicado se puede dividir
en formal y material. El predicado formal es el que representa una
forma que nos remite a aquello en lo que inhiere y que es como su
substancia o sujeto; pero esa forma está indicando la composición
(inherencia), y el verbo (ya que es de otro) representa en sí mismo
esa composición de la forma con un sujeto; por eso el verbo es el
predicado formal. En efecto, cuando se dice “el hombre ama”, el
sentido es “el hombre es amante”, donde el participio es la cosa del
verbo predicada materialmente, y el “es”, que es el signo de la com­
posición, expresa la forma por la cual la cosa del verbo se refiere al
sujeto como inherente en él o en algo de él; pero tal forma no es con­
cebida en el significado del nombre.18 Con lo cual se muestra que el
verbo es el que propiamente significa una forma y su composición
con el sujeto (substancia) en el que inhiere. Es, pues, el predicado
formal.
De aquí resulta claro que los nombres, los pronombres, y los par­
ticipios son predicados materiales —como los llama Alberto. Sólo el
verbo es predicado formal, y el predicado de la enunciación se toma

16 Ver ibid., lib. 1, tr. 2, c. 6, p. 399 a.


17 Ibid., lib. 1, tr. 3, c. 2, p. 401 b.
18 Ver ibid., lib. 1, tr. 3, c. 1, p. 400 ab.
precisamente como forma, en sentido formal, y por eso el verbo es
con propiedad el predicado lógico. Los demás términos o elemen­
tos de la oración, tanto categoremáticos como sincategoremáticos,
no son predicados formales, y por eso aquí sólo se trata del nombre
y del verbo, que son sujeto y predicado lógicos.
En efecto, las preposiciones, los adverbios y las conjunciones sig­
nifican el modo de algo, y por eso necesitan de otro para significar.
El pronombre es de suyo indefinido, y significa la mera o pura subs­
tancia, sin cualidad determinada, con lo cual no basta para que se
pueda efectuar la predicación. El participio es una cosa del verbo,
contenida materialmente en él, y por eso no es elemento material ni
formal de la enunciación.19
Se toma el verbo en acepción lógica, distinta de la gramatical;
pues el gramático lo toma en orden a una construcción congruente
o coherente, y, en cambio, el lógico lo toma en orden a la verdad o
a la falsedad de la interpretación enunciativa.
De acuerdo con esta acepción lógica, hay verbos que no son pro­
piamente tales, como los indefinidos o infinitos —que ya hemos visto
ser excluidos, al hablar de Pedro Abelardo— , porque privan de la
cosa del verbo, y sólo dejan un acto indefinido ordenado a una subs­
tancia indefinida.20 Lo mismo sucede con los que van en modo infi­
nitivo, pues no refieren el ser a ningún ente o substancia. Tampoco
son verbos los casos (o tiempos) de la conjugación; según el lógico,
no son verbos sino sólo casos del verbo; y es que no se pueden pre­
dicar o interpretar con verdad de algo que inhirió o que inherirá,
sino que esto sólo puede hacerse con lo que de hecho y en presente
inhiere: “Támpoco son verbos lógicos los verbos en pretérito o en
futuro, porque no significan el presente (sólo por el cual se puede
interpretar que algo inhiere, o se puede probar que inhiere), sino

19 Ibid., lib 1, tr. 3, c. 3, p. 405 b: “Los participios no significan en cuanto al ser


por com paración con aquello a lo que se reducen: y asf nn tienen perfecta razón de
elem en to s de la enunciación.”
20 A lberto insiste en que no hay que confundir el verbo infinito o indefinido
con la negación del verbo que se hace en la enunciación. El verbo indefinido, com o
“no-correr”, só lo es verbo indefinido fuera de la enunciación (y no se está refiriendo
a la com posición de la oración, sin o al verbo en sí). En cam bio, “en la oración la
com p osición que se da en el verbo es finita o definida, y por eso en la oración es
necesario q u e la negación se refiera a la com posición, en cuanto q u e e s división de
aquello m ism o sobre lo que versa la com posición; y por eso la negación en tonces
configura una oración negativa, pero no un verbo indefinido" (Peri herm .. lib. 1, tr.
3, c. 2, p. 403 b).
que significan dos tiempos que se comprenden en el presente.”21 Lo
mismo se ha de decir en cuanto a personas y números del verbo.
Alberto sostiene, en vista de lo anterior, que de los verbos, toma­
dos en cuanto tales, bien puede decirse que en realidad son nombres:

Los mismos verbos en cuanto tales, esto es, tomados en sí mismos (no
en la oración, como partes suyas) son nombres. Lo cual se prueba por­
que significan algo determinado que es propio del nombre, a saber, su
nota o noción. Y si se pregunta: ¿cuál es el nombre del verbo “amo”?,
se responde que su nombre es “amor”, y decimos que el verbo “amo”
es un verbo activo.22

Esto se apoya en que un verbo basta para dar noción de una cosa,
y cuando preguntamos sobre algo, y se nos contesta con un verbo,
nuestro ánimo se aquieta; por ejemplo, cuando pregunto “¿qué ha­
ces?” y se me responde “leo”, ya no pregunto más. Pero no basta con
el solo verbo para construir una enunciación, porque él solo no lleva
consigo verdad ni falsedad, pues no significa el ser. San Alberto lo
explica así:

Para que signifique el ser, conviene que en acto se componga con la


cosa cuyo ser significa según alguna acción o pasión, y entonces es pro­
piamente verbo, porque sólo entonces representa la composición de­
terminada hacia aquello a lo que pertenece; por lo cual, tomado en sí
mismo, no tiene significación de verbo,23

sino de nombre. Pues, como se ha visto, tomado en sí mismo, el verbo


realmente tiene significación de nombre. Lo cual conduce a decir
que los verbos son plenamente verbos sólo en el seno de la enun­
ciación.
Queda, pues, claro que los elementos primarios de la enunciación
son el nombre y el verbo. Y, en cuanto elementos, cada uno por su
cuenta no significa la enunciación, sino lo ordenable a la enuncia­
ción, el nombre como sujetable y el verbo como predicable. La enun­
ciación no se da sin el nombre y sin el verbo, pues el nombre solo o el
verbo solo no pueden constituir una auténtica enunciación, porque

21 Peri h en n ., lib. 1, tr. 3, c. 2, p. 402 a.


22 Ibid., lib. 1, tr. 3, c. 2, p. 404 a.
23 Ibid.
ambos son por naturaleza sólo dicciones simples, pero no enuncia­
ciones. Y esto vale tanto para los nombres y verbos que se profie­
ran a alguien que nos ha preguntado algo, y podemos responderle
con sólo decir un nombre o un verbo, como si no se nos preguntara;
en ambos casos la enunciación es sólo aparente. De modo especial,
cuando podemos responder satisfactoriamente a una pregunta con
un solo nombre o verbo, la pregunta funge como contexto.24

3.3. Otros elementos


El nombre y el verbo son los elementos primarios de la oración, pero
hay otros elementos complementarios que son importantes, tales
como el functor cualificador de la negación, y el functor cuantifica­
dor universal (“todo”, “todos”) y el particular (“algún”, “algunos”).
Como ejemplo de cuantificador toma el vocablo “todo”, el cual
—como nos explicará un poco más abajo— no es universal, pero de­
termina al término a ser universal y, sobre todo, indica que se toma
como universal distribuido. Aunque el término universal sea por na­
turaleza apto para predicarse de muchos, sin el signo distributivo
el sujeto al que se ha atribuido el predicado no está en acto distri­
buido para representar a los individuos. En este sentido, pues, se
dice que el signo distributivo, que es “todo”, no es universal pro­
piamente hablando, más bien es el signo que hace que el universal
al que va adjunto represente a los individuos universalmente. Este
signo distributivo “todo” (a diferencia de “todos”) no es universal
porque, aun cuando para el gramático sea un nombre apelativo, i.e.
que puede convenir a muchos, sin embargo, es indefinido por su
forma, pues no dice alguna naturaleza determinada, sino que sólo
es distributivo de alguna naturaleza común. En cambio el auténtico
universal es lo que por naturaleza está en o se dice de muchos in­
dividuos. “Por eso ‘todo’ y ‘ninguno’ y demás signos semejantes no
pueden ser universales, sino que son signos que designan que el uni­
versal se toma de modo universal o particular según sus supuestos.
Y esto lo dice Avicena.”25
Y lo que es muy de notar es que el cuantificador afecta al sujeto
(aunque los medievales conocieron la cuantificación del predicado,

24 Ver ibid., lib. 1, tr. 4, c. 2, p. 410 ab.


25 Ibid., lib. 1, tr. 5, c. 1, pp. 412 b—413 a. Ver adem ás lib. 2, tr. 1, c. 2, pp. 428
b -4 2 9 a.
Alberto rechaza esta cuantificación). El cuantificador o signo distri­
butivo afecta al sujeto porque lo divide en sus partes, y la división del
sujeto permite que el predicado se atribuya a esas partes del sujeto
(Le. los individuos), de modo que participen del predicado divisiva-
mente. Pero el cuantificador no debe ponerse en el predicado, por­
que éste se toma a modo de forma, y en cuanto tal no se divide, sino
que se refiere a la división del sujeto, que se toma a modo de materia,
recayendo sobre sus partes. Alberto considera, pues, ilegítimo cuan-
tificar o distribuir el predicado, y aduce un ejemplo. Sea el enunciado
“todo hombre es todo animal”, con predicado cuantificado, es falso,
porque “hombre” se hace sujeto por virtud de sus partes (pues los
sujetos se toman materialmente), y, ya que los predicados se toman
formalmente, resultaría que cada hombre sería cada animal, lo cual
es evidentemente absurdo.26
La negación es también un elemento complementario, pero sólo
afecta a la enunciación cuando la abarca en bloque, no cuando toca
una de sus partes. En cuanto a los sujetos, la negación, antepuesta
a los singulares o antepuesta a los universales, no modifica la enun­
ciación.27 En cuanto a los predicados, la negación antepuesta al ver­
bo no modifica a la enunciación, sino que parece hacer infinito al
verbo, pero el verbo sólo puede ser infinito fuera de la enunciación,
por lo que la enunciación permanece inmodificada;28 pero si se aña­
de al verbo en cuanto es la parte principal del predicado, entonces
se niega la enunciación.

4. La enunciación
Una vez considerados los elementos, llegamos al todo, la enuncia­
ción, que es lo que más nos interesa. Ella es, en efecto, como el
núcleo de toda la lógica.

4.1. La oración y Ia interpretación

La enunciación es parte de la interpretación, y ésta lo es de la ora­


ción. Por eso la oración es el género próximo de la interpretación.

26 Ver ibid., lib. 1, tr. 5, c. 1, p. 413 s. V éa se tam bién, lib. 2, tr. 1, c. 3, p. 432 a.
27 Esta diferencia entre la negación negante y la sólo infinitante, según se an­
tep o n e al predicado o al sujeto respectivam ente, ha sido estudiada actualm ente por
P eter Frederick Strawson y Peter Thom as G each.
28 Ver Peri herm ., lib. 2, tr. 1, c. 1, p. 427 a.
Es necesario poner como eslabones las definiciones de la oración y
la interpretación para llegar a la de la enunciación.
Alberto recoge la definición aristotélica de la oración,29 que ya
hemos visto al hablar de Abelardo. Sobre ella observa Alberto:
(a) No es la definición de la oración en general, sino de una es­
pecie de oración, la perfecta (las dos especies principales de oración
son la perfecta y la imperfecta, de acuerdo con la perfección del sen­
tido que transmitan). A diferencia de Alberto, Santo Tbmás —como
lo veremos más adelante— añadirá a esta definición específica de
un tipo de oración la de la oración en general, que prefiere estudiar
primero, la cual es común a la perfecta y a la imperfecta, y después
estudia cada una de estas dos especies.
(b) La oración es voz significativa, pero es signo convencional,
no instrumental, pues el instrumento se ordena a una sola cosa, y
esto no lo cumple la oración, que se ordena a varias cosas, según
la convención. Y, como las partes de la oración son significativas
por convención, también lo es el todo que es la oración. Esto se cum­
ple también en la oración compuesta, pues ella no significa como
una, pero sus partes son las que significan de modo singular y se les
aplica lo dicho de la oración singular, al decir en la definición que
significan separadamente.
(c) Alberto termina de explicar la definición aclarando que las
partes de la oración significan como dicción, y no como afirmación o
negación, porque el nombre “dicción” es equívoco. A veces significa
la pronunciación de cualquier dictum, como el nombre o el verbo; y
a veces significa la enunciación afirmativa de algo acerca de algo. En
el primer sentido, la dicción corresponde a algo del intelecto simple,
y tiene significado separadamente; en el segundo sentido, corres­
ponde a algo del intelecto complejo, y no tiene significado separa­
damente, pues significa lo verdadero o lo falso, pero significa algo
separadamente en el sentido de que el todo significa en sus partes.
La oración perfecta se divide en enunciativa y no-enunciativa: (i)
la oración enunciativa es la oración perfecta que significa lo verda­
dero y lo falso de modo indicativo; (ii) la oración no-enunciativa es
la oración perfecta —pues genera un sentido perfecto— que no sig­
nifica lo verdadero ni lo falso. A ella pertenecen la deprecativa, la
optativa, la imperativa, la interrogativa, la vocativa, etcétera, y, más
que a la lógica, pertenecen a la retórica o a la poética.
Alberto ya ha definido y dividido la interpretación, que vendría
después de la oración, y por ello pasa directamente a la enunciación.

4.2. La interpretación enunciativa o enunciación

Aunque Alberto retoma algunas cosas que han sido expuestas por
Abelardo a propósito de la enunciación o enunciado, añade cosas
muy importantes al estudio de este tema; por eso será conveniente
recogerlas. Para San Alberto, la enunciación es la interpretación
“que expresa el que algo se predica de algo”.30 Se puede dividir
según tres cosas que hay en ella: (i) si se atiende a la razón (i.e. ratio,
o noción) que contiene, no se divide; (ii) si se atiende a la cualidad,
se divide en afirmativa y negativa, y (iii) si se atiende a los compo­
nentes, se divide en simple, compuesta y una que de suyo es múltiple
pero según algo es una. La división más importante es la que surge
según este último criterio.
(i) La enunciación simple o unitaria es aquella en la que un predi­
cado se afirma o niega de un sujeto. De las enunciaciones unitarias,
algunas lo son por la significación y no por la voz, como “el animal
racional mortal es hombre”; otras lo son por la voz y no por la sig­
nificación, a saber, aquellas en las que el sujeto o el predicado son
términos equívocos, que significan varias cosas, como “can”; y otras
lo son por ambas, esto es, por la voz y la significación, a saber, aque­
llas en las que simplemente una cosa se predica de otra de modo
unitario, sin llevar consigo equivocidad. Y estas últimas son las que
nos interesa dividir, pues son las propiamente unitarias. De ellas, al­
gunas son simplemente unitarias, y otras lo son por conjunción. Son
simplemente unitarias aquellas en las que se da una forma simple
de composición, como en “el hombre es animal”. Son unitarias por
conjunción aquellas

en las que la consecuencia (que denota conjunción) realiza la unidad,


y esto no se da sino en la condicional y en la disyuntiva; porque en la
condicional, gracias a la secuencia de orden natural del antecedente
al consecuente, los consecuentes se agrupan en uno solo; igualmente,
en la disyuntiva, de la oposición no resulta pluralidad, sino que de la
negación del segundo miembro se infiere el restante, y permanece sólo
uno.31

30 Ibid., lib. 1, tr. 1, c. 1, p. 374 a.


31 Ibid., lib. 1, tr. 4, c. 2, p. 408 b.
Pero en la copulativa se trata no de unión, sino de agregación, que
simplemente es pluralidad, no unidad; y por eso se excluye.
(ii) La enunciación compuesta es aquella en la que ha varios pre­
dicados que se dicen de un sujeto, o un predicado que se dice de va­
rios sujetos, o varios predicados que se dicen de varios sujetos. Las
enunciaciones compuestas pueden revestir dos formas: puede haber
muchas copuladas por conjunción, como “Sócrates y Platón corren”,
“Sócrates corre y disputa”, “Sócrates y Platón corren y disputan”. O
puede haber muchas que están conjuntas sin conjunción, y sólo yux­
tapuestas por una sola prolación, como “homo albus musicus legit”,
“homo albus musicus est crispus citharoedus”.
Tendríamos así el siguiente esquema de la enunciación:

unitarias de m odo

{
afirmativa
sim ple y primero
negativa
(categóricas)
unitarias <
unitarias por

{
condicional
O ración enunciativa < conjunción
disyuntiva
(hipotéticas)

no unitarias ni conjuntas
f m uchos d e uno
< uno d e m uchos
significando la predicación de
I m uchos d e m uchos

4.3. La propiedad de las partes de la enunciación

Alberto analiza la propiedad que tiene la enunciación por virtud de


sus partes: la oposición. Distingue los diversos tipos de oposición
y establece varias leyes para las consecuencias que se pueden hacer
basándose en esta oposición. Pero omitimos este análisis, para cen­
trarnos únicamente en la naturaleza de la enunciación de inherencia
(o de inesse).

5. La enunciación de inherencia

La enunciación de inherencia es aquella en la que un predicado se


atribuye a un sujeto como inherente a él. Til atribución puede ha­
cerse con el verbo “ser” (como segundo adyacente o como tercer
adyacente) o con otro verbo distinto.
5.1. Enunciaciones que tienen el verbo “ser" como segundo adyacente

El verbo es con toda propiedad el predicado de la enunciación. Y se


puede predicar correctamente el verbo “es” como predicado único
(por ejemplo, en “Pedro es” o “Pedro existe”), porque este verbo
viene a ser como la raíz de todos los verbos, según San Alberto.32 En
efecto, atribuye al sujeto algo positivo, que es el acto de la forma. O,
en palabras de Alberto, el verbo “es” significa “la reflexión del verbo
hacia el sujeto”.33 Y es un verbo infinito o indefinido, por cuanto no
asigna al sujeto ninguna forma determinada distinta de la que ya
tiene de suyo, sino que significa el que la substancia ejerce o no su
forma específica, como en “el hombre es”, “todo hombre es”, “algún
hombre es”, “ningún hombre es”, “Sócrates es”, “Sócrates no es”,
etcétera.
Aunque Alberto reconoce que los enunciados en que el verbo
“ser” o “existir” es segundo adyacente ponen cuestiones intrincadas,
no es nada explícito en cuanto a la problematicidad que implica el
postular la existencia como predicado lógico.

5.2. Enunciaciones que tienen el verbo “ser”como tercer adyacente

Un caso más normal y, por lo mismo, menos problemático, es el de


la enunciación en la que el verbo “es” funge como cópula de unión
entre el sujeto y el predicado. Y entonces, además de los dos elemen­
tos que son el sujeto y el predicado, figura como un tercer elemento
que es signo de su composición, por lo que se llama tercer adya­
cente. Aclara Alberto que se debe notar que el verbo “es” se llama
tercer adyacente en la enunciación en la que él no es el predicado,
sino que solamente es la nota de la composición del predicado con el
sujeto, como en este ejemplo: “el hombre es blanco”. Y también se
debe notar que se llama tercer adyacente no por el orden, sino por el
número (es ya un tercer elemento), pues según el orden sigue siendo
segundo adyacente (va después del sujeto). Pero incluso según el or­
den puede considerarse como tercer adyacente, si se toma en cuenta
que el sujeto y el predicado son componibles, y el verbo la nota de su
composición; y como los componibles van antes de su composición,

32 Ver Peri herm., lib. 2, tr. 1, c. 1, p. 426 a.


33 Ibid., p. 427 a.
puede hacerse que el verbo “es” sea tercer adyacente también según
el orden.34
Asimismo se debe notar que Alberto da a entender que en estas
enunciaciones el verbo “es”, bajo un aspecto, no es tercer adyacente
según el orden, sino según el número, pues a pesar de ser el ter­
cer elemento, se puede ordenar como segundo adyacente que es la
nota de composición; pero, bajo otro aspecto, es también tercer ad­
yacente según el orden, y no sólo según el número, pues primero se
dan los dos elementos que son el sujeto y el predicado, y a ellos se
ordena en tercer lugar el verbo “es” como la nota de su composición.
Por lo tanto, según algo es tercer adyacente en cuanto al número, y
según algo es tercer adyacente en cuanto al orden.

5.3. Enunciaciones que no tienen el verbo “ser”, sino otro verbo

Se trata de un caso también muy frecuente. En lugar de tener la


forma “Pedro es”, o “Pedro es bueno”, tienen una semejante a ésta:
“Pedro ama”. Pero se pueden reducir a enunciaciones en las que el
verbo “ser” es tercer adyacente, ya que, bien analizadas, se redu­
cen al verbo “es” y al participio del verbo en cuestión; en nuestro
ejemplo, “Pedro es amante”. Y tal cosa puede hacerse ya se trate de
verbo finito o infinito. Esto viene a decir que el verbo “ser” subyace
a todos los verbos, y que se puede parafrasear cualquier verbo por el
verbo “ser” y el participio correspondiente al verbo de que se trate.
De este modo, cualquier enunciado que lleve un verbo distinto del
verbo “ser” puede reducirse a uno que lo lleve. Esto podrá parecer
un artificio innecesario, pero para un medieval como San Alberto
Magno había razones metafísicas muy poderosas para sostener tal
reducción, ya que el ser subyace a toda acción. Y, así, es lo mismo
decir “el hombre camina” que decir “el hombre es caminante”.35 Por
eso las enunciaciones que tienen como predicado otro verbo distinto
del verbo “ser” se pueden reducir a enunciaciones en las que el verbo
“ser” es tercer adyacente, que une el participio del verbo en cuestión
con el sujeto. El verbo distinto del verbo “ser” se ha transformado en
su participio correspondiente y se predica del sujeto gracias al verbo
“es” como tercer adyacente.

34 Ver ibid., lib. 2, tr. 1, c. 2, p. 428 a.


35 Ver ibid., lib. 2, tr. 1, c. 3, p. 431 a.
Sa n to T o m ás de A q u in o

Santo Tbmás de Aquino (1225-1274) entra también en la tradición


de los grandes comentaristas del Órganon aristotélico. Pero, lejos de
ser un repetidor, elabora toda una construcción semiótica. Se centra,
al igual que San Alberto, su maestro, en el juicio y en su expresión,
el enunciado; pero también atiende a los signos y a los términos, que
son sus partes y elementos.

1. Semiótica del término


El juicio, que es el acto central del pensamiento humano (pues los
conceptos son las partes del juicio y las inferencias, sobre todo si­
logísticas, no son más que un tipo de juicios: los juicios mediatos, o
que tienen término medio), tiene como su expresión el enunciado o
proposición. Pero el enunciado se compone de términos, los cuales
son signos de los conceptos y de las cosas. Por ello, a fin de entender
la semiótica del enunciado hay que comenzar por la de sus elemen­
tos: los términos, que sólo se entenderán si son vistos como signos.

1.1. Dimensión sintáctica del término


El signo és aquello que en sí mismo nos manifiesta otra cosa, la
cual no conocemos directamente, pero a cuyo conocimiento nos con­
duce.36 El signo verbal se llama “término”, porque es como el fin en
el que acaba o termina la intelección,37 y con el cual apunta a las
cosas.
Los términos se forman como voces,38 de algo natural, que son
los sonidos, por artificio o convención, y son susceptibles de ser re­
presentados por la escritura.39 La convención es una imposición de
voces a las cosas, y se obtienen voces significativas-, las voces signi­
ficativas pueden ser simples (incomplejas) y complejas. Las simples
son los términos, como podemos suponer, a saber, las ocho partes
tradicionales de la oración, y no significan aún la verdad ni la false­
dad (esto lo hace sólo el enunciado o proposición). Las voces signifi­
cativas complejas.son las oraciones; de entre ellas, las proposiciones

36 Ver Sto. Tomás, In I V Sentenliarum , dist. 1, q. 1, a. 1.


37 Ver el m ism o, D e Veníate, q. 18, a. 4, ad lm .
38 El m ism o, ¡ n i Peri hermeneias, lect. 4, edit. Vivés, p. 11.
39 Ver ibid., lect. 2, p. 6.
son las que están construidas en modo indicativo o asertivo, y signifi­
can la verdad o la falsedad. Las proposiciones tienen como términos
principales, Le. como sujetos y predicados por excelencia, a los nom­
bres y a los verbos.40
Los nombres y los verbos son los términos categoremáticos, a sa­
ber, que significan por sí mismos; los demás términos son sincate­
goremáticos, a saber, sólo significan en unión con los anteriores.41
En cuanto a los nombres, los verbos, las oraciones y las proposi­
ciones, Tomás de Aquino acepta las definiciones y divisiones esta­
blecidas por Aristóteles,42 y que ya hemos visto en los filósofos del
lenguaje que hemos considerado. Hace filosofía del lenguaje de es­
tas nociones porque las ve no sólo desde la perspectiva sintáctica
de la gramática, sino también desde la lógica; busca conjuntar la
gramática con la lógica, es decir, lograr una gramática lógica.

1.2. Dimensión semántica del término


La palabra escrita (scriptura) es signo de la palabra hablada (vox),
ésta es signo del concepto o del afecto (passiones animae), y éstas, a
su vez, son signos de las cosas. Hay voces que no son significativas,
otras sí lo son; de estas últimas, algunas lo son de manera natural
(gemidos, gritos), otras de manera convencional. Las que nos inte­
resan son las voces significativas convencionales, pues resultan de
la institución o imposición humana. Son las palabras. Las palabras
significan de manera inmediata los conceptos, y de manera mediata
—a través de los conceptos— las cosas: “pues el nombre ‘hombre’ ”
significa la naturaleza humana abstraída de los singulares; por lo
cual, no puede ser que signifique inmediatamente al hombre singu­
lar, o, como quieren los platónicos, que significara la idea separada
de hombre”.43
Los términos en general tienen significación; además, dentro de
la proposición, los nombres tienen suposición y los adjetivos copu­
lación. La significación de las palabras es el contenido intelectivo
que provocan en el ánimo del oyente.44 La suposición de los nombres

40 H em os expuesto estas nociones muy brevem ente porque ya nos hem os d e te ­


nido en ellas al hablar d e los autores anteriores.
41 Ver el m ism o, Sum m a Theologiae, I, q. 31, a. 3, c.
42 Ver el m ism o, In I Peri henneneias, lects. 4 -8 .
43 Ibid, lect. 2, p. 5.
44 Ver ibid., pp. 7-8.
substantivos es la relación que mantienen con las realidades designa­
das.45 La copulación de los nombres adjetivos es su capacidad de ser
predicados (pues son más propiamente predicados que sujetos). Los
nombres substantivos y los nombres adjetivos se distinguen entre sí
por esas dos propiedades lógico-semánticas que les son peculiares a
uno y a otro, a saber, los substantivos tienen suposición, mientras que
los adjetivos tienen copulación. En efecto, los nombres substantivos
suponen, esto es, se refieren a su supuesto, en cambio, los nombres
adjetivos copulan, esto es, añaden su significado al substantivo al que
afectan. Esto se ve en que los nombres substantivos pueden predi­
carse de una esencia y en que los nombres adjetivos no pueden ha­
cerlo, sino que se predican de un substantivo adjunto a la esencia.
Por ejemplo, no podemos decir: “la esencia es generante”, en donde
le predicamos un adjetivo, sino que debemos decir: “la esencia es
una cosa generante”, donde predicamos el adjetivo del substantivo
que va adjunto a la esencia. Esto obedece a que la esencia se iden­
tifica con la cosa, y así el supuesto importado por el substantivo no
determina a la esencia con una propiedad distinta; pero en el caso
del adjetivo sí aparece otra propiedad distinta que determina a la
esencia, y por eso necesita concretarse en su atribución a lo deno­
tado por el substantivo, el cual, a su vez, se predica de la esencia.46
De este modo se ve que el substantivo, a pesar de su capacidad de
ser predicado, siempre tiene como algo más propio el ser sujeto, y el
adjetivo el ser predicado.
Tomás divide la suposición en natural y accidental. Es natural
cuando se refiere a algo de la esencia de la cosa, es accidental cuando
se refiere a algún accidente de la cosa.47 También habla de las supo­
siciones personal, simple, distinta y confusa,48 pero no dedica a la
suposición lógico-semántica un tratamiento explícito.
Hay voces significativas (o palabras) incomplejas y complejas, se­
gún dos actos de la mente: aprehensión y juicio. Las primeras (los
términos) no significan la verdad o la falsedad; las segundas (las pro­
posiciones) sí lo hacen; pues en las primeras sólo se comparan las
intelecciones entre sí, pero en las segundas se comparan las intelec­

45 Ver el m ism o, Sum m a Theologiae, I, q. 36, a. 4, ad 4m.


46 Ver i b i d I, q. 39, a. 5, ad 5m.
47 Ver e l m ism o, In III Sententiarum, dist. 1, q. 2, a. 4, ad 6m.
48 Ver el m ism o, Sum m a Theologiae, I, q. 36, a. 4, ad 6m.
ciones con las cosas: si corresponden, se tiene verdad, si no, false­
dad.49
Las principales voces simples son el nombre y el verbo. Con ellos
se obtienen proposiciones, que son voces complejas. Sólo estas últi­
mas son susceptibles de valoración veritativa. Pues aunque un nom­
bre solo o un verbo solo parezcan ser verdaderos o falsos, como
cuando se pregunta: “¿qué se mueve en el mar?” y se responde:
“peces”, o cuando se pregunta: “¿qué hace ese hombre?” y se res­
ponde: “trabaja”, en ambos casos se supone tácitamente que los dos
vocablos simples están puestos en el contexto de la oración a la que
responden.
El nombre significa una cosa como existiendo por sí, esto es, sig­
nifica la substancia de la cosa, o, de otra manera, significa una forma
accidental como concreta en un sujeto.50 Significa sin tiempo, como
lo establece Aristóteles. Al igual que él —y como lo hemos estu­
diado en los anteriores—, Tomás excluye los nombres indefinidos y
los casos del nombre.
El verbo significa la acción o la pasión que ocurren en la cosa.
Tbmás acepta las características que Aristóteles le adjudica, y que
los anteriores habían recogido. Pero las explica más cabalmente, con
base en la teoría de la substancia y del ser. En efecto, el que el verbo
consignifique el tiempo resulta de que el tiempo acompaña a la mu­
tación, sea activa o pasiva. Y el que indique la predicación resulta
de que el verbo siempre está por la parte del predicado; en cambio,
los participios y los infinitivos se ponen como sujetos porque tienen
más razón de nombres.51 Excluye los verbos infinitos y los tiempos
del verbo, en cuya explicación no nos detendremos por conocerla ya.
Mas resulta interesante su explicación de cómo el verbo de alguna
manera se asemeja al nombre, cosa que ya había intentado declarar
San Alberto, pero que en Santo Tomás resulta más clara. El verbo se
asemeja al nombre al tomarlo en su acepción más común, en cuanto
es cualquier dicción impuesta para significar alguna cosa. Es decir,
también el actuar y el padecer son ciertas cosas, y, en cuanto los ver­
bos significan o nombran el actuar y el padecer, tienen cierta razón
de nombres, a saber, pertenecen al nombre tomado en su acepción

49 Ver el m ism o, In I P eri herm eneias, lect. 3, p. 8.


50 Ver ibid., lect. 4, pp. 10-11.
51 Ver ibid., lect. 5, pp. 14-15.
más común. Pero, tomado en su acepción estricta, el nombre se dis­
tingue del verbo en que no significa alguna cosa como mera acción
o pasión, sino cierta cosa que existe por sí, esto es, como substancia
o como cuasi-substancia (aun las mismas acciones y pasiones toma­
das como cosas). Merced a ello los nombres pueden ser tanto sujetos
como predicados.52
De la construcción adecuada de los términos resultan las oracio­
nes, que significan una intelección compleja, y sus partes significan a
modo de simples. De las distintas oraciones (vocativas, imperativas,
desiderativas, interrogativas, etcétera), únicamente la proposición
pertenece a la lógica, pues únicamente ella puede ser verdadera o
falsa. Y es que la proposición está en modo indicativo o asertivo,
significando así las cosas en cuanto que su valor de verdad está en el
intelecto.53

1.3. Dimensión pragmática del término

Los términos son los signos que usa el hombre para dar a conocer
sus pensamientos y emociones; con ellos significa las cosas, pero las
cosas tal como las concibe; por eso se dice que los términos signi­
fican inmediatamente a los conceptos y mediatamente a las cosas.
El hombre, a través del lenguaje se comunica con sus semejantes
acerca de las cosas en cuanto pensadas o vividas, esto es, comunica
las afecciones de su alma (tanto conceptos como afectos): el ser hu­
mano vive en sociedad, y se desenvuelve en ella conforme la pasión
y la razón. Las cosas le producen afectos y conceptos, llamados por
Tbmás “pasiones del alma”. Si el hombre fuera por naturaleza un
animal solitario, estas pasiones o afecciones le bastarían para cono­
cer las cosas. Pero, como por naturaleza es un animal social, tiene la
necesidad y el impulso naturales de comunicar a los demás estas rea­
lidades. Por eso fue necesario que hubiera voces significativas, para
que los hombres se comunicaran entre sí, las cuales surgen por con­
vención. De ese carácter arbitrario de las voces resulta precisamente
que los que tienen diversos lenguajes no pueden comunicarse bien,
pues si los vocablos surgieran de modo natural, habría un mismo
lenguaje. Además, para poderse comunicar con los que están lejos

52 Ver ibid., p. 16.


53 Ver ibid., lect. 6, p. 22. D esp u és divide las proposiciones siguiendo a A ristó­
teles, en las lecciones 8 y 9.
o con los que vendrán en el tiempo, el hombre tuvo que construir
otro vehículo para sus vocablos, a saber, la escritura.54 Ésta repre­
senta a las voces, éstas a los conceptos y ellos a las cosas. De esta
manera los términos, que tienen modos de significar, corresponden
a los conceptos, que tienen modos de inteligibilidad, y éstos a las co­
sas, que tienen modos de ser. La pragmática estudia la intención del
hablante, o la intencionalidad del ser humano al usar el lenguaje;
pues bien, la intención del hombre en el lenguaje es estructurar los
modos de significar de acuerdo con la gramática, que es la lógica de
la palabra exterior; y esto en orden a reflejar los modos de inteli­
gibilidad según la lógica, que es la gramática de la palabra interior
(concepto); y todo ello para reflejar adecuadamente las cosas, cu­
yos modos de ser escruta la metafísica, que es la lógica de la palabra
exterior e interior en cuanto referidas a lo real.
Esto se ve en el origen y en el uso de los términos. Sus modos de
significar tratan de adecuarse a los modos de entender. Santo Tbmás
muestra cómo el nombre y el verbo encuentran correspondencia con
la simple aprehensión y el juicio. En cuanto a la primera operación
de la mente, de sus significados resultan los diez predicamentos o
categorías, que son los supremos modos de entender y de ser. En
cuanto a la segunda operación, los nombres funcionan preponde-
rantemente como sujetos, y los verbos como predicados. Y también
se da cuenta de las otras partes de la oración, que corresponden a
otros modos de entender y de ser.
La gramática especulativa estudiaba estos modos de significar,
fundados en sus respectivos modos de entender. Así, la operación
de una facultad activa era expresada en voz activa, y la de una facul­
tad pasiva, en voz pasiva: una planta crece, mientras que un sonido
es escuchado. El poseedor o principium quod de una facultad pasiva
era expresado por un ablativo de agente con su preposición; el ins­
trumento o principium quo, por un mero ablativo de intención: “El
sonido es escuchado por Sócrates con sus oídos”. Se podía dar rele­
vancia al principium quod poniéndolo como sujeto, pero esto nunca
se hacía con el principium quo. Claramente esto tenía fundamento
en que el principium quod, el poseedor de la facultad pasiva, es el
responsable de la operación, mientras que el principium quo es sólo
el instrumento. En el ejemplo propuesto, Sócrates es el que ejercita

54 Todo esto lo exp on e Sto. Tomás en ibid., lect. 2, pp. 4 -5 .


la audición con sus oídos, los cuales son tomados en cuenta in obli-
quo.55 Los modos de significar y de entender correspondían a los
modos de ser, pues la facultad no opera por decisión propia, no es
un agente como la persona.

2. Semiótica de la proposición

Como hemos dicho, la proposición o enunciado —signo del juicio


mental— es la parte más importante de la lógica para Santo Tbmás.
Por eso pone tanto cuidado en la declaración de sus elementos y
funcionamiento como acontecimiento semiótico.

2.1. Dimensión sintáctica de la proposición

El aspecto sintáctico de la proposición abarca el modo como se unen


y componen sus elementos, esto es, de qué manera han de rela­
cionarse para que tenga sentido o significación. Asimismo, esta
dimensión sintáctica de la proposición incluye el modo como esos
elementos se relacionan para que pueda transformarse en otras pro­
posiciones, sobre todo en aquellas a las que llega por inferencia o
consecuencia.

2.1.1. La proposición como relación

La proposición (o enunciado) es una relación de dos categorías sin­


tácticas: sujeto y predicado. Pero son posibles distintos análisis de
esta relación. El fundamental y en el que se sustentan los otros es
el que interpreta la proposición como relación sintáctica de un su­
jeto con un predicado y como la relación ontológica de una propie­
dad con una substancia (o de una forma en una materia). Thomas
Moro Simpson observa que para la doctrina llamada “tradicional”
la proposición consiste en la atribución de un predicado a un sujeto
a modo de inherencia, y en ese sentido todas las proposiciones se
pueden reducir a una que observe el esquema de la inherencia. En
esa doctrina tradicional la proposición establece que algo, represen­
tado por el sujeto, es o no es según algún modo o propiedad: “por
consiguiente, no hay proposición que no contenga un sujeto (pero

55 Ver F. A. C unningham , “Speculative Gram mar in St. T hom as A quinas”, en


L a va l Théologique et Philosophique, 17 (1961), pp. 84-85.
no más de uno), un predicado y alguna variante del verbo ser, que
establece la relación entre ambos”.56
No se trata aquí de hacer coincidir el análisis escolástico de la
proposición con el actual, que son de naturaleza diferente,57 pero sí
es conveniente excluir la identificación del análisis escolástico con el
llamado “tradicional”, pues no es el único análisis que conoce la es­
colástica. El propio Simpson pone buen cuidado en declarar que esta
teoría, llamada “tradicional”, no es exactamente la de Aristóteles,
ya que el estagirita no restringe la proposición a la forma un sujeto-
un predicado, porque, según escribe en los Analíticos Primeros, la
cópula (el verbo “ser”, o cualquier otra forma verbal que, en última
instancia, significa “pertenece a” o “inhiere en”) tiene tantos signi­
ficados como categorías hay de términos vinculados.58 Con base en
esta diversidad de categorías, que originan diversos tipos de predi­
cación, son posibles diversos análisis del esquema proposicional.59
A Santo Tbmás, según lo hace ver P. Hoenen, no le es ajeno el
análisis de la proposición como relación (y no sólo el conocimiento
de las proposiciones relaciónales).60 Esto era lógico si se atiende al
estudio tan especializado que hicieron los escolásticos sobre la re­
lación. Así pudo estudiar las proposiciones de relación y aun cono­
cer un análisis relacional de la proposición. Sólo que la metafísica
escolástica influyó sobre su propia lógica. Además de la proposición
de naturaleza predicativa (que es una relación diádica) se conoció
la de naturaleza relacional propiamente dicha (es decir, n-ádica),
pero la relación proposicional —dado el análisis metafísico de la re­
lación— era vista también como inherente al sujeto, y no como hi-

56 T. M. Sim pson, Formas lógicas, realidad y significado, B uenos Aires: EUDEBA,


1975 (2a. ed .), p. 7.
57 Ver V. M uñoz D elgado, L ógica m atem ática y lógica filosófica, Madrid: E d icio ­
nes d e la revista Estudios, 1962, p. 260.
58 A ristóteles, Analytica Priora, 1,37: “Los juicios que enuncian q u e X se predica
d e Y , que A' es verdad aplicado a Y , deben en tenderse en tantos sentid os d iferen tes
com o son las distintas categorías; y las categorías d eb en en ten derse o bien en un
sentid o particular y determ inado, o bien en un sentido sin calificar, y adem ás, en
un sentid o sim ple o en un sentido com p uesto”.
59 I. M. Bochenski, A ncient Form al Logic, Am sterdam : N orth-H olland Publ.
C o., 1951, p. 34: “En consecuencia, la clasificación [de categorías] no só lo es d e ob je­
tos, sino sobre todo de m odos d e predicación; y a la luz de esto p odem os percatarnos
d e que es falsa la extendida opinión que vincula a A ristóteles con el con ocim ien to
d e un so lo tipo de predicación, el de inclusión de clase.”
60 Ver, por ejem plo, los trabajos d e M ichele M alatesta.
postasiada; inhería en él como un accidente que lo hacía referirse a
otra cosa (el atributo), y por tanto la relación tenía las características
de todo predicado.61 Así pues, el modelo relacional de la propo­
sición fue conocido por Santo Tbmás y los escolásticos, pero recibía
una interpretación (basada en la metafísica) distinta de la actual.
El mismo Aristóteles deja abierta la posibilidad del análisis de la
proposición como una relación poliádica al decir que no se puede to­
mar como sujeto sólo el nombre que está gramaticalmente en caso
nominativo.62 De esta manera se puede analizar la proposición no
sólo con el esquema un sujeto-un predicado, sino varios sujetos-un
predicado.63 La proposición, como se ve, admite diversos análisis,
no sólo el de inherencia o, mejor dicho, de inclusión de clase, sino
también el de relación poliádica. P. Geach descubre que en sentido
tradicional “Pedro golpeó a Maleo” es tanto una predicación sobre
Pedro como una predicación distinta sobre Maleo. Aunque con dife­
rente perspectiva, tanto “Pedro” como “Maleo” son sujetos lógicos
de esa proposición, se insertan en el mismo contenido lógico. Pero
sería malentender a la escolástica el encontrar en esa proposición
dos predicaciones distintas. La relación une a ambos sujetos, aun­
que, como se ha dicho, en diferente perspectiva; pero no hay allí dos
proposiciones diferentes; “bien al contrario, ambas tienen el mismo
contenido lógico —uno y otro implicando, e implicado exactamente

61 Ver P. H oen en , L a ihéorie du jugem ent d 'a p ris St. T hom as d ’A qu in , Roma:
U niv. G regoriana, 1953 (2a. ed .), p. 101.
62 A ristóteles, Anafytica Priora, I, 36: “Por otra parte, existe e l argum ento de
q u e la oportunidad no es un tiem po con ven ien te, porque la oportunidad p erten ece a
D io s, pero no al tiem po con ven ien te, ya que nada es con ven ien te para D ios. P odem os
sentar co m o térm inos ‘oportunidad’, ‘tiem po con ven ien te’ y ‘D io s’; p ero la prem isa
d eb e en ten derse de acuerdo con el caso d el nom bre. P ues adm itim os, com o regla
general, qu e se aplica sin excepción a todos lo s ejem plos, que m ientras los térm inos se
estab lecen siem pre en caso nom inativo — por ejem plo, ‘hom bre’, ‘b ien ’, ‘contrario’,
n o ‘d el hom b re’, ‘d el b ien ’, ‘de los contrarios’- , las prem isas d eb en en ten d erse d e
acuerdo con el caso de cada térm ino: o bien en dativo, ‘igual a e s to ’, o en genitivo,
por ejem plo, ‘dob le d e e s to ’, o en acusativo, por ejem plo, ‘lo que hiere o ve e s to ’, o
en nom inativo, por ejem plo, ‘e l hom bre es un anim al’, o bien incluso d e cualquier
otra m anera que el nom bre se halle en la prem isa.”
63 E m pleam os los vocablos “su jeto” y “p red icad o” sin atrevernos a identificarlos
con “argum ento” y “functor”, en vista de lo q u e dice V. M uñoz D elgad o, op. cit., pp.
2 6 6 -2 6 7 , aunque, por otra parte, Ignacio A n gelelli d ice que p u ed en identificarse; ver
su artículo.
por, las mismas proposiciones”.64 La distinción pretendida no per­
tenece a la doctrina tradicional auténtica. Mediante esta doctrina se
puede evitar la “superstición” de que la predicación sólo sigue el es­
quema un sujeto-un predicado, y se deja abierta la posibilidad de su
análisis como varios sujetos que se vinculan de diferente manera con
el predicado, como sucede en las relaciones, a partir de las diádicas;
por ejemplo: “Pedro ama a Luisa”, “Mario da un regalo a su padre”,
y asf sucesivamente.65
Para Santo Tbmás, en general, la proposición es una relación en­
tre esos dos tipos de correlatos: uno o varios sujetos y un predi­
cado, siendo sujeto y predicado diferentes categorías sintácticas. Es,
en primera instancia, una relación simétrica. Vista desde la direc­
ción del predicado hacia el sujeto, es una relación de predicabilidad
(praedicabilitas); vista desde la dirección del sujeto al predicado, es
una relación de sujetabilidad (subjicibilitas); globalmente, es una re­
lación de predicación (praedicatio).

2.1.2. Los correlatos de la relación de predicación

Los correlatos de una relación deben ser de una naturaleza tal que
satisfagan los requisitos necesarios para entrar en relación. Esto pa­
rece carecer de importancia, pero nos manifiesta, en primer lugar,
que los correlatos tienen una aptitud para entrar en relación y, en
segundo lugar, que tienen dicha aptitud, en el caso de la relación
predicativa, por pertenecer a una determinada categoría sintáctica.
Cada uno pertenece a una categoría sintáctica diferente.
La aptitud de dos o más términos para entrar en relación pre­
dicativa se manifiesta en la aptitud de unos para ser sujetos (subji­
cibilitas) y la aptitud de otros para ser predicados (praedicabilitas).
Con arreglo a esto, la predicación no se efectúa por la relación de
términos de cualquier tipo, deben ser los unos sujetables y los otros
predicables. Se marcan así dos categorías sintácticas diferentes como
correlativas.
Ya Platón había entrevisto la necesidad de explicar esta necesidad
de dos categorías sintácticas heterogéneas para que se pudiera dar la

64 P. T. G each, “Subject and P redícate”, cap. II d e su obra Reference a n d G ene-


rality. A n Exam inaúon o f Som e M edieval an d M odem Theories, Ithaca and London:
C ornell University Press, 1970 (E m ended edition, 2d. print), pp. 28-29.
65 Ver el m ism o, “F rege”, en G. E. A nscom be & P. T. G each, Three Philosophers.
Aristotle, Aquinas, Frege, Oxford: Basil Blackwell, 1967 (3d. print), p. 151.
relación predicativa. En el Sofista establece como esquema de la pre­
dicación dos categorías diferentes correlativas; a una la llama ónoma
y a la otra rhema, es un nombre y un verbo, de modo que tienen sen­
tido sintáctico las siguientes expresiones: “el hombre camina”, “Tfee-
teto vuela”, pero expresiones como “hombre león”, “corre vuela”,
son sinsentidos sintácticos, porque no relacionan categorías adecua­
das. Esta misma teoría fue adoptada en un principio por Aristóteles.
En efecto, Aristóteles recogió esta terminología y esta doctrina
platónica en su época temprana, tal como se ve en el Peri hermeneias,
donde aplica este esquema para su análisis de las proposiciones más
simples. Adopta, pues, el mismo modelo proposicional que Platón,
pero introduce mejoras en su comprensión; “ónoma" sigue teniendo
el sentido de “nombre”, pero lo esencial y decisivo es que “rhema”
deja de tener el sentido restringido de “verbo” para adquirir el de
“predicable” o de “lo que puede fungir como predicado”, sentido
más amplio pero al mismo tiempo más cabal, y que incluye al mismo
verbo. Y puede tomarse en ese sentido porque “es siempre el signo
de lo que* se predica de otra cosa” (el sujeto).66
Como se ve, las categorías sintácticas que pueden fungir como
correlatos de la relación de predicación incluyen, además de su di­
versidad, la aptitud de relacionarse. Por eso es exacta la propuesta de
Geach en el sentido de traducir “ónoma” como “nombre”, lo que se
acepta con la “naturalidad” de algo que está estipulado convencio­
nalmente para que signifique eso, pero también es aceptable su pro­
puesta de traducir “rhema” como “predicable”, y no como “verbo”
—cosa que sería más espontánea—, porque da el significado efec­
tivo y adecuado para la lógica de la predicación. Y así es como lo
maneja Santo Tomás. En este contexto,

un predicado es una expresión que nos da una aserción sobre algo si


nosotros lo aplicamos a otra expresión que esté en lugar de aquello
sobre lo que estamos haciendo la aseveración. Un sujeto de una oración
O es una expresión que está en lugar de algo sobre lo que versa O,
estando la misma O formada por la aplicación de un predicado a esa
expresión.67

66 Ver el m ism o ,/! H islory o f the Corruptions o f Logic, Leeds: L eed s University
Press, 1968, pp. 1-2.
67 El m ism o, “Subject and P redicate”, ed . cit., p. 23.
Así pues, conviene decir que el esquema mínimo de la predica­
ción, para Santo Tbmás, consta de un elemento sujetable y de un
elemento predicable, indicando con esto una aptitud o potencia que,
en cuanto se convierta en actualidad, nos da en acto un sujeto y
un predicado. Considerando de esta manera los elementos de la
predicación, con base en características tan generales como son la
sujetabilidad y la predicabilidad, como categorías sintácticas dife­
rentes, evitaremos un peligro: el de considerar dichos elementos no
como dos cosas íntimamente relativas (cual lo indican los términos
“sujetable”-“predicable”, o “sujeto”-“predicado”), sino como dos ti­
pos de nombres cualesquiera y autónomos, relativos o relacionables
de manera no muy clara, lo que Geach llama el “esquema-predi-
cativo-a-dos-nombres”, o la “teoría de los dos nombres”, contra­
puesta a la teoría de “sujetable-predicable”; peligro que se elimina
diciendo que los constitutivos del esquema predicativo son dos ex­
presiones correlativas: sujetable-predicable, y no dos expresiones
cualesquiera: dos nombres.
El evitar la teoría de los dos nombres y seguir la teoría tomista que
se acaba de proponer, nos trae tres ventajas principales: (i) a nivel
sintáctico, nos habilita para hacer un adecuado análisis de la pre­
dicación como relación de dos correlatos convenientes, y ampliar
dicho análisis relacional a otras relaciones poliádicas; (ii) a nivel
semántico, nos ayuda a precisar la referencia y el sentido de dichos
elementos en la predicación, y (iii) a nivel pragmático y ontológico,
nos ayuda a esclarecer las funciones de dichos elementos y a evitar
el nominalismo o terminismo.

2.1.3. El fundamento por el que se relacionan estos correlatos

Los términos-sujeto y los términos-predicado, entendidos como re­


lativos (algo sujetable y algo predicable), se constituyen en cate­
gorías sintácticas. De modo que deberá respetarse en la proposición
la característica relacional de cada una de estas categorías para que
haya sentido sintáctico; de otra manera, se producirá un sinsentido
sintáctico. Y esto facilita la interpretación de la proposición como
una relación poliádica, puesto que podrá tener varios sujetos un pre­
dicado que los afecte de manera diversa a cada uno. Por ejemplo, es
diferente la relación de los sujetos con el predicado en “Pedro es
bueno”, “David es el padre de Salomón”, “Marta dijo a Jesús que su
hermana María no le ayudaba en los quehaceres”. Desde esta pers­
pectiva, el análisis tomista de la proposición no está reñido con el
análisis fregeano-russelliano de las proposiciones como relaciones
(en el que ya les había antecedido Peirce). Se trata de una relación
entre una expresión de predicado y una o varias expresiones de su­
jeto. Por eso es importante distinguir como categorías sintácticas di­
versas las expresiones que pueden ser sujetos y las que pueden ser
predicados; y las primeras son de modo propio los nombres: son
los sujetos lógicos; si aparecen a veces como sujetos y a veces como
predicados, esto sólo es producto de la distorsión del lenguaje or­
dinario. La principal diferencia que resulta en el aspecto sintáctico
(reafirmada en el aspecto semántico) es que el sujeto (o sujetable)
tiene, en cuanto nombre, un sentido completo, mientras que el pre­
dicado (o predicable) no tiene sentido completo e independiente,
pues no basta para indicar aquello sobre lo que versa la predicación.
Geach, siguiendo a Frege, lo compara a aquello que queda de una
proposición cuando se le quita el sujeto; siempre ostentará un lugar
vacío que le exige ser saturado con un sujeto; esencialmente dice re­
lación cop algo que completa su sentido. Llevando a todas partes
la característica de tener sentido incompleto, un predicable, aunque
se coloque en una proposición de modo distinto que como un predi­
cado añadido a un sujeto, sigue incompleto, no tiene sentido en sí,
sino en cuanto ayuda al sentido de una proposición.68
La diferencia entre sujeto y predicado se manifiesta además en su
manera de significar. El sujeto, como nombre, se refiere o denota al
objeto que sería su “portador"; en cambio,

un predicado se aplica o es verdadero de cosas; por ejemplo “Pedro


golpeó a —” se aplica a Maleo (ya se predique actualmente de Maleo
o no)... Un predicable nunca nombra a aquello de lo que es verdadero,
y “Pedro golpeó a —” ni siquiera parece un nombre de Maleo.69

Entrando un poco —aunque estamos en el lado sintáctico— a la


semántica tomista de estos correlatos, se ha de decir que los refe­
rentes del sujeto y del predicado son totalidades, todos. Por ejemplo,
decir que “el hombre es animal racional” no quiere decir que el hom­
bre es animal desde la cabeza a la cintura y racional desde la cintura
a los pies; significa que del hombre se predica algo que consta de los
dos todos lógicos que son la animalidad y la racionalidad conjuntas

68 Ver ibid., pp. 3 1-32.


69 I b id , p. 32.
por su relación con el hombre. Decir que “Pedro golpeó a Maleo”
significa la relación de dos totalidades sujetuales que comparten, en
su respectivo orden, una totalidad predicativa, que para uno es la
acción de golpear y para otro la pasión que se sufre al ser golpeado;
esto es, el significado es un estado de cosas.
Tbmando en cuenta lo anterior, Henry Veatch encuentra que el
principio tomista de la predicación es el que dice que la predicación
es una relación que tiene como correlatos totalidades, es decir, en
la predicación o proposición se predica un todo de otro todo, nunca
una parte de otra (pues el sujeto y el predicado son dos todos lógicos,
o “de razón”, y no necesariamente ontológicos).70 Veatch añade que
ésta es una innovación de Tbmás con respecto a Aristóteles, quien
nunca lo declaró explícitamente. El sentido de este principio es que
la predicación es una relación de razón, ya que es una relación esta­
blecida por la razón entre un elemento sujetable y otro predicable,
pero está fundada en lo real, puesto que uno y otro se toman como
todos que corresponden a la totalidad de un estado de cosas, o a una
cosa.
Así, la predicación es, según Santo Tbmás, una relación de signi­
ficación entre sujeto y predicado. No significa tan sólo la inherencia
del predicado en el sujeto, significa —según la tesis de P. Hoenen—
a la vez cierto modo de identidad y cierto modo de diferencia. Tknto
el sujeto (o los sujetos) como el predicado tienen por referencia la
misma realidad (dispositio rei),11 pero el sujeto se refiere a ella de
manera inmediata, y el predicado lo hace de manera mediata: a
través del sujeto. Por ello significan en cierto modo idénticamente
la misma cosa o estado de cosas sobre los que versa la predicación,
pero los significan bajo diferente aspecto o razón.
El sujeto significa a la realidad individual (substrato material in­
dividual o suppositum) sobre el que versa la predicación, en tanto el
predicado significa una formalidad (propiedad formal) que se adju­
dica al sujeto.

70 Ver Sto. Tomás, D e ente et essentia, cap. II; H. B. Veatch, “St. T h om as’ D o c ­
trine o f Subject and Predicate. A P ossible Starting Point for Logical Reform and
R enew aI”, en St. Thom as A qu in as (1274-1974). C om m em orative Studies, Toronto:
P ontifical ln stitu te o f M edieval Studies, 1974, vol. II, pp. 402-403.
71 La expresión “dispositio rei" corresponde a lo q u e W ittgenstein llama “Sa-
chverhalt” o “Sachlage” (Tractatus Logico-Philosophicus, 3.21, etcétera), y otros lla­
m an “state o f affairs".
Aquí se hace presente una aplicación de la teoría hilemórfica del
tomismo. El o los sujetos están por la parte de la materia, mientras
que el predicado está por la parte de la forma; así indican la parte
material y la parte formal de los componentes que se relacionan (con
relación de inherencia o de otro tipo) en la cosa o estado de cosas
aludido.
Ciertamente se da, a partir de la predicación, una aplicación del
binomio materia-forma en el adagio tomista: “Subjectum teneturma-
terialiter, praedicatum formaliter” (es decir, “el sujeto se toma de mo­
do material, el predicado de modo formal”). En la distinción lógica
que se marca entre el sujeto y el predicado se refleja la distinción
real entre el individuo auto-subsistente (suppositum) al que perte­
nece la forma —el individuo o sujeto actúa a modo de materia que
recibe la forma y es determinado por ella. Esta distinción que se
opera en el campo de la lógica es un buen camino para presentar a
los filósofos actuales la distinción entre materia y forma en el campo
de la ontología.72 Y ciertamente esta presentación de la doctrina to­
mista se cumple en el esquema de la proposición con el que opera
la lógica matemática. Puede verse la yuxtaposición de un signo de
predicado a un signo de sujeto (un nombre propio o una variable)
como expresando la relación de inherencia entre una forma concreta
y un sujeto (suppositum). El signo de predicado representa las ca­
racterísticas determinantes como forma; y, conectando la doctrina
tradicional con la lógica matemática, el signo de sujeto, por ejem­
plo la variable “x ” (que se cuantifica) representa al individuo o los
individuos de manera muy cercana a la noción de materia prima in­
forme o, al menos, de quasi materia (el suppositum) que recibe esa
determinación de la forma.73 Y, en el caso de varios sujetos, se re­
presenta una relación no sólo de inherencia, sino poliádica. El texto
de Santo Tomás dice: “El término, puesto como sujeto, se toma de
modo material, esto es, por el substrato material individual (supposi-
tum)\ pero puesto como predicado se toma de modo formal, esto es,
por la naturaleza significada.”74 Aunque se interpreta como relación
la yuxtaposición del sujeto al predicado, no es entendida, según se

72 Ver P. T. G each, “Form and E xistence”, cap. IV d e su obra G o d an d the S ou l,


London: R outledge and Kegan Paul, 1970 (reprint), p. 43.
73 Sobre esta com paración, véase G. Küng, Ontology an d the Logistic A nalysis o f
Language, Dordrecht: R eidel, 1967 (2a. ed .), p. 170.
74 Sto. Tomás, Sum m a Theologiae, III, q. 16, a. 7, ad 4m.
ha indicado, del mismo modo que en la filosofía actual. La inter­
pretación tomista ve ya en la misma inherencia una relación, muy
sui generis (los tomistas post-medievales la llamaban “relatio trans-
cendentalis”), y en la relación poliádica ve la relación propiamente
dicha (se la llamaba “relatiopraedicamentalis”)', pero en ambos casos
la predicación o proposición puede verse como relación. Y, ya que
la relación siempre mantiene cierta inherencia en las cosas que rela­
ciona, el predicado se toma a modo de forma que inhiere en los in­
dividuos o que los relaciona de manera poliádica. En consecuencia,
el predicado (monádico o poliádico) es la parte formal de la predi­
cación, y el sujeto o los sujetos son la parte material de la misma.75
Así pues, sujeto y predicado son dos categorías sintácticas distintas,
y no pueden unirse por modo de identidad, de acuerdo con lo que
significan.
Esto nos da claridad y lucidez para evitar la teoría-de-los-dos-
nombres, que suponía una identidad real sin más entre ambos ele­
mentos de la predicación. T&l teoría fue muy pujante en cierta línea
de pensadores medievales (notoriamente nominalistas), y persiste
en la actualidad bajo diversas formas. Como característica general
tiene el suponer que una predicación verdadera se efectúa uniendo
diferentes nombres de la misma cosa o cosas, siendo la cópula un
signo de su identidad real. Pero la inconsistencia de esa doctrina
se muestra al pedirle que analice enunciados en los que aparezcan
más de dos nombres, a saber, en los enunciados relaciónales; no
puede dar cuenta de enunciados tales como “David es el padre de
Salomón”, que es una predicación verdadera, pues en esa doctrina
los términos “David”, “padre” y “Salomón” serían tres nombres, y no
tiene elementos suficientes para explicar su unión (de identidad).76
En la Edad Media esta teoría de los dos nombres fue sustentada
principalmente por Ockham y Buridan, y se salvó de ella una minoría
apoyada en Santo Tomás, quien conservó el esquema relacional de
dos categorías sintácticas diferentes, una sujetable y otra predica­
ble.77
La teoría de los dos nombres no se salva del nominalismo, al
no poder dar cuenta (metafísicamente hablando) de las relaciones.

75 Ver P. H oen en , op. cit., p. 91.


76 Ver P. T G each, “Form and E xístence”, ed. cit., p. 43.
77 Ver el m ism o, A H istoiy o f the Corruptions o f L o p e , ed . cit., p. 10.
La teoría de los dos nombres siempre estará en pugna con aque­
llas teorías en las que los términos relativos figuran esencialmente
dentro de la proposición. La razón más obvia es que para la teoría
de los dos nombres no puede haber relaciones, pues los términos
relativos no denotarían ninguna realidad (fuerte ni débil). P. Geach
lo explica con un ejemplo. Sea la siguiente expresión, que afirma
una relación, “El gato está sobre la alfombra”. Si la palabra “sobre”
corresponde a algo que se da en las cosas (in rebus), a saber, una
relación, entonces esta cosa (res) no es nombrada ni por “gato” ni
por “alfombra”, y, de acuerdo con ello, cada uno de esos términos
nombran cosas diferentes. Pero la teoría de los dos nombres niega
este supuesto, y, así, no puede dar cuenta de la verdad de esta propo­
sición relacional. Esto condujo a Ockham a negar la existencia de las
relaciones; lo único que existe para él son los términos relativos, los
cuales son nombres de las cosas relacionadas. Así, “padre” o “pa­
dre de Salomón” es un nombre de David. Pero esto causa nuevos
problemas:

¿Qué clase de término es “de Salomón”? Difícilmente podemos decir


que en “pater Salomonis” se ponen en oposición dos nombres de Da­
vid, porque entonces ¿cómo diferiría “pater Salomonis, Isai filius” de
“pater Isai, Salomonis filius”? ¿No tendríamos, cada vez, los mismos
cuatro nombres de David opuestos juntos? Ockham de hecho se con­
tenta con decir que un término relativo es uno que, por ejemplo, va
congruentemente con un genitivo; pero no explica el modo de signifi­
car del genitivo.78

En cambio, la doctrina tomista de la predicación, al concebir la


proposición como una relación, en la que se relacionan sujeto y pre­
dicado, el uno tomado a modo de materia y el otro a modo de forma,
puede explicar tanto las proposiciones de inherencia como las re­
lativas. Incluso tiene la manera de reducir, mediante su teoría on­
tológica, lo relacional a la inherencia. Y explica las proposiciones
relativas al considerar la posibilidad de que en algunas proposicio­
nes, por ejemplo, en las que el predicado contiene un complemento
directo —como “El Hijo de Dios asumió al hombre”—, el término
que designa ese complemento tiene, como el sujeto, una función m a­
terial. Como lo dice Santo Tomás, “la palabra ‘hombre’ no se toma

78 E l m ism o, “N om inalism ”, en A. Kenny (e d .), Aquinas. A Collection o f Critical


Essays, London: M acm illan, 1970, pp. 144-145.
formalmente: de ahí que está más por la parte del supuesto mismo
que por la naturaleza del supuesto.”79 De esta manera se puede ex­
plicar la proposición relacional, pues todo lo que en ella se toma
materialiter es sujetual, y lo que se toma formaliter es predicativo, y
de esto último depende su verdad. Debido a esto se explica también
la posibilidad de cuantificar algunas veces el predicado, pues si la
función material del sujeto permite una cuantificación, el elemento
material de un predicado, cuando lo hay, debe asimismo permitirlo.

2.1.4. La proposición mediata o consecuencia: el aparato deductivo

Habiendo visto la sintaxis de la estructura predicativa, podemos


abordar ahora la estructuración inferencial o deductiva de las pro­
posiciones. En principio, las proposiciones de la filosofía tomista
siguen las reglas sintácticas inferenciales usuales de la lógica.80 So­
lamente influyen, para determinar algunos cambios, la analogía y la
predicabilidad de la existencia, pues la lógica ordinaria actual suele
plantearse en un contexto univocista, así como despojar de predi­
cabilidad a la existencia. Sin embargo, ni todos los tomistas inter­
pretan que Santo Tomás aceptaba la predicabilidad de la existencia
como predicado lógico (sería sólo como predicado gramatical, pero
en lógica sería verdaderamente un predicado de segundo orden),81
ni todos los filósofos analíticos actuales rechazan la predicabilidad
de la existencia (i.e. que pueda fungir como predicado lógico). Así,
añadiendo algunos ajustes relativos a la analogía y a la proposición
existencial, se puede seguir más o menos la sintaxis lógica usual.
Como se ha dicho, no se trata de una sintaxis formal completa —i.e.
de un lenguaje completamente formalizado—, sino que se presenta
casi exclusivamente en lenguaje ordinario. El discurso filosófico to­
mista se ajusta a reglas de inferencia aplicadas a las tesis del mismo
con base en leyes propias (axiomas o bien teoremas demostrados).
Es decir, tiene un conjunto metalingüístico de reglas de formación

79 Sto. Tomás, In IIISententiarum , d. 1, q. 2, a. 5, ad 5m. Ver P. H oen en , op. cit.,


pp. 97 ss.
80 La teoría d e la consequentia funge com o teoría d e la deducción para los e s ­
colásticos, aunque V. M uñoz D elgad o nos pide que no las identifiquem os porque eso
no sería exacto; véase Lógica m atem ática y lógica filosófica, ed. cit., pp. 255-259.
81 V éa se, por ejem plo, F. Inciarte Arm iñán, E i reto de! positivism o lógico, M a­
drid: R ialp, 1974, pp. 134 ss.
y otro de transformación o de inferencia. Y en esta dimensión lógico-
sintáctica no difiere notablemente de otros lenguajes filosóficos
analíticos (salvo, como hemos dicho, en algunos elementos excep­
cionales, como la admisión de la predicación analógica).

2.2. Dimensión semántica de la proposición

Pasemos a la dimensión semántica de la proposición, esto es, su re­


lación con el hecho o estado de cosas (dispositio rei o dispositio re-
rum) que designa, y según su correspondencia con el cual será
verdadera o falsa.

2.2.1. Estructura semántica: la proposición como signo de relación de


identidad “material"
A pesar de que el tomismo combate la interpretación de la relación
predicativa o proposicional ockhamista como relación de identidad,
también acepta que es una relación de cierto modo de identidad; im­
plica cierta identidad, pero no es una identidad sin más. Santo Tbmás
declara que en cualquier predicación afirmativa verdadera conviene
que el predicado y el sujeto signifiquen algo idéntico de algún modo
según la cosa o la realidad (secundum rem), y diverso según la razón
(secundum rationem). Esto puede verse tanto en las proposiciones
que tienen predicado accidental como en las que tienen predicado
substancial. Un ejemplo de las primeras: “el hombre es blanco”, en
ella se designa que hombre y blanco son lo mismo en el ente indivi­
dual (no que sean lo mismo en universal), y que difieren en cuanto a
la noción o razón, pues una es la razón de hombre y otra la de blanco.
Un ejemplo de las segundas: “el hombre es animal”, en ella se des­
igna que hombre y animal son lo mismo en el ente individual (no que
el animal se agote en el hombre ni se reduzca a él), y que difieren en
cuanto a la noción o razón, pues una es la razón de la naturaleza sen­
sible, por la que el hombre es animal, y otra la de la naturaleza ra­
cional. Así, “el predicado y el sujeto son lo mismo en el supuesto [o
individuo], pero siempre con diversa razón [o noción]".82
La relación de predicación es, así, una relación de cierta identi­
dad. Es una identitas secundum rem (identidad en la cosa), que sin
embargo incluye cierta diferencia, una differentia secundum rationem

82 Sto. Tomás, Sum m a Theologiae, I, q. 13, a. 12, c. Subrayado m ío.


(Le. diferencia de nociones).83 Como la identidad se da por parte del
supuesto o individuo material, y la diversidad por parte de la forma­
lidad representada en el predicado, se la puede llamar “identidad
material”.84 Ésta es una identidad que no es total: indica identi­
dad de sujeto o individuo material, pero con diferencia en cuanto
a las razones formales. Es, entonces, una relación doble, difícil de
percibir y explicar. La identidad está basada en el acto de predi­
cación: la compositio, referida a un mismo suppositum o substrato
individual material; la diferencia está basada en la función o ratio de
sujeto y predicado, de manera que aun en las proposiciones de iden­
tidad se mantiene la diferencia, atendiendo a la función. En este
diverso modo de la identidad y la diversidad de lo que se designa
radica el aspecto principal de la dimensión semántica de la propo­
sición en el análisis tomista. Esta diversidad de función la expresa el
propio Santo Tomás diciendo: “praedicatum tenetur formaliter, sub-
jectum materialiter” (“el predicado se toma formalmente, el sujeto
materialmente). Tal diferencia, como se ve, es de modo, al igual que
la identidad es también de modo. T&nto la identidad como la diversi­
dad son modales, no totales. Por lo cual conviene considerarlas más
atentamente.

2.2.2. El modo de la identidad: identitas secundum rem (idem sup­


positum)

Si la identidad de la predicación se expresara en una proposición,


esta proposición que la enunciara sería una proposición modal o
modalizada: “la identidad de la que es signo la predicación es una
identidad según la cosa” (aparece en ella un elemento modal, un se­
cundum quid o “según algún respecto”, en este caso, un secundum
rem o “según la cosa”). De hecho, tanto el sujeto como el predicado
son idénticos a la cosa, esto es, idénticos en cuanto a la cosa a la que
se refieren (pero distintos: uno es su aspecto material y el otro su
aspecto formal). El modo de su identidad depende de la cosa misma
o dispositio rei (o estado de cosas, Sachverhalt) que se significa en la
proposición. El sujeto se refiere a la cosa, por ejemplo “Sócrates”, en
“Sócrates es blanco”, se refiere al supuesto o substrato material in­
dividual que es Sócrates, y se refiere a él directamente. El predicado

83 Ver H . Veatch, art. cit., p. 406.


84 Ver P. H oen en , op. cit., p. 84.
se refiere a la misma cosa, sólo que a través del sujeto, por ejem­
plo “blanco”, en “Sócrates es blanco”, se refiere al supuesto o subs­
trato material individual que es Sócrates a través de su atribución al
sujeto “Sócrates”, que se refiere directamente a él. Así, el sujeto se
refiere de manera inmediata y directa a la cosa, mientras que el pre­
dicado se refiere a la misma cosa a través del sujeto, esto es, de una
manera mediata e indirecta. Pero, a pesar de que la composición sea
un signo de identidad, o una nota de identidad, la misma distinción
de sujeto y predicado indica una diversidad de rationes y de funcio­
nes. Con ello se evita el poder considerar al sujeto y al predicado
como dos nombres distintos de la misma cosa; es decir, no tienen la
identidad requerida para llevarnos a la teoría de los dos nombres,
que Geach ataca. En efecto, en “Sócrates es blanco” la teoría de los
dos nombres vería que “Sócrates” y “blanco” son dos nombres del
mismo individuo, mientras que la teoría tomista ve que “Sócrates”
es el que propiamente es el nombre del individuo en cuestión y “es
blanco” es una propiedad accidental que le pertenece por la forma
substancial que lo caracteriza.
De este modo se supera también la paradoja —que a primera
vista parece un tanto burda— propuesta por algunos filósofos grie­
gos acerca de la predicación, quienes, bajo la influencia eleática,
exageraron la identidad entre sujeto y predicado. Tal fue el caso de
Licofrón, Antístenes y Estilpón. Este último fue el más célebre, y
planteó así su paradoja, según lo que refiere Plutarco:

Si de un caballo predicamos el correr, él niega que el predicado sea


idéntico al sujeto del cual se predica; pero también e] concepto de la
esencia del hombre es diverso de lo bueno. Y, a su vez, el ser caballo
difiere del ser de quien corre, porque interrogados sobre la definición
de cada uno, no responderemos lo mismo para ambos. Por lo cual se
equivocaron los que predican lo uno de lo otro, pues si lo bueno es
idéntico al hombre, y el correr al caballo, ¿cómo podremos también
predicar lo bueno de la comida y de la medicina, y por otra parte, ¡por
Zeus!, también el correr del león y del perro? Y si son diversos no es
correcto decir que el hombre es bueno y que el caballo corre.85

Thomas Moro Simpson llama a esta paradoja “la paradoja de la


predicación”, que es una forma de las paradojas de la identidad, y

85 Citado por R. M ondolfo, E l pen sam ien to antiguo, B uenos Aires: Losada,
1 9 4 2 ,1.1, p. 193.
en realidad es difícil de resolver. Pero Santo Tbmás se escapa de
ella al precisar el sentido de la identidad que asigna a la relación de
predicación, pues dicha relación es una composición efectuada por
el intelecto. Y la composición que hace el intelecto no es la misma
que la composición que se da en la cosa. En efecto, los elementos
que se dan en la composición de la cosa son diversos, pero la com­
posición que hace el intelecto les da un signo de identidad. Es que
el intelecto no compone de la misma manera que la realidad: no
compone diciendo que el hombre es la blancura (como idénticos),
sino que dice que el hombre es blanco, esto es, que tiene blancura.
Así ocurre cuando compone la substancia y el accidente, y también
cuando compone la materia y la forma. El intelecto hace que “ani­
mal” signifique lo que tiene naturaleza sensitiva, “racional” lo que
tiene naturaleza intelectiva, “hombre” lo que tiene ambas naturale­
zas, y “Sócrates” lo que las tiene a todas ellas con una materia in­
dividualizante. “Y, según esta identidad de razón, nuestro intelecto
compone unos y otros en la predicación”.86
Se salva de las paradojas de la identidad porque su identidad es
modal (o, como dice Geach, relativo a algo) e implica una diferen­
cia modal. Esta identidad y diferencia modales consisten en que los
componentes de la cosa material son realmente distintos el uno del
otro: un substrato (subiectum o suppositum), por ejemplo, el hom­
bre, y una forma, por ejemplo, la blancura. Los conceptos de uno y
otro se componen en la proposición por virtud de sus términos co­
rrespondientes, el sujeto y el predicado, con un signo de identidad
(signum identitatis) que es la misma composición. Pero la compo­
sición no significa una identidad sin más, no es un signo de identidad
completa, sino modal, a "saber, indica que son lo mismo (idénticos)
en el sujeto o substrato, pero no que sean idénticos los componentes
en cuanto tales. En este sentido, la identidad que puede expresar la
proposición "‘el hombre es blanco” entre el hombre y la blancura,
no es identidad real, sino de razón, y sólo en el sujeto o substrato (el
individuo o los individuos), esto es, sólo una identidad “material”.87
Se la puede llamar, entonces, una identidad material, mientras que
a la diversidad que implica se la puede llamar formal o racional (de
formas, razones o nociones). No se trata de una identidad sin más o
total. Y así, no valen para Tomás las objeciones de Estilpón.

86 Sto. Tomás, Sum m a Theologiae, I, q. 85, a. 5, ad 3m.


87 Ver P. H oen en , op. cit., p. 86.
2.2.3. El modo de la diversidad: diversitas secundum rationem (dif-
ferens functio)

La relación entre sujeto y predicado, aunque significa cierta identi­


dad (material), implica también cierta diversidad (formal). Cuando
decimos que “el hombre es blanco” significamos que se da una iden­
tidad material o de concreción entre el substrato hombre y la forma
cualitativa del blanco que lo caracteriza. Pero no estaríamos dis­
puestos a significar también que el hombre es idéntico a la blancura.
Esta diversidad de significado de sujeto y predicado se manifiesta en
la diversidad de función que cumplen dentro de la proposición. Di­
ferente función en cuanto categorías sintácticas (una es sujetable o
argumental y otra es predicable o functorial), pero también diferente
función semántica: el sujeto (o argumento) representa a la materia
individualizada o individuo material, y el predicado (o functor) re­
presenta a la forma determinante o propiedad concretizada en el
individuo. De modo que en el esquema oracional “Fx”, “x" está to­
mada materialiter (por la materia) y “F ” está tomada formaliter (por
la forma).
Como se ve, es una diferencia de modo, y esta diferencia modal
está basada en la función, noción y razón de cada componente pro­
posicional, por lo que también es una distinción de razón. Cuando
digo: “el hombre es animal racional”, distingo con la razón lo que
en la realidad es uno; cuando digo “Pedro es bueno”, no digo que en
realidad Pedro sea distinto de su bondad, distingo con la razón, como
dos conceptos (Pedro y bondad), lo que en realidad es uno (la bon­
dad concretada en Pedro); cuando digo “Bruto mató a César”, no
digo que en realidad haya dos hechos: el acto criminal de Bruto por
una parte, y la desgracia de César por otra parte, sino que distingo ra­
cionalmente lo que en realidad es un solo hecho, la muerte de César,
que implica dos direcciones de una misma relación (i.e. una relación
la estoy tomando como dos).

2.2.4. Semántica de los elementos predicativos en la predicación: pro­


piedades de los términos en la proposición

Puesto que el sujeto está tomado materialmente y el predicado está


tomado formalmente, y puesto que el aspecto formal es el más im­
portante, el predicado es la parte principal de la proposición.88 Por

88 Ver Sto. Tomás, In I Peri hermeneias, lect. 8, p. 24.


eso lo que interviene como nexo o cópula (en especial el verbo “ser”
en alguna de sus modalidades) está por la parte del predicado, sea
que forme él mismo el predicado o que se integre a él; en otras pa­
labras, forma una sola cosa con el predicado.89 Por esto no valen
contra Santo Tomás las objeciones que Simpson dirige a la lógica
“tradicional”.
Así se presenta el problema de la predicabilidad del ser, de la
existencia, y con él, el problema de lo que es predicable y cómo es
predicable. No sólo el problema de los predicados o predicamen­
tos (praedicamenta o categoríai), sino también el problema del modo
de los predicados, esto es, el de los predicables (praedicabilia o ca-
tegorémaía). Problemas todos que dependen de la cuestión de las
propiedades de los términos como elementos de la proposición.
Para asegurar cierta constancia o sistematicidad en los lenguajes
naturales, sobre todo en cuanto a los cambios de funciones sintác­
ticas y semánticas de dos términos homoiomorfos (o de la misma
forma), se elabora una teoría sobre las propiedades de los términos,
que ya hemos visto. Estas propiedades de los términos son un presu­
puesto para la predicabilidad y sólo teniéndolas en cuenta se puede
considerar la predicabilidad sin más, y después desdoblarla en uní­
voca y analógica.

2.3. Dimensión pragmática de la proposición

Se usa la proposición con la intención de significar un estado de co­


sas, de acuerdo con el cual, si se le representa adecuadamente, la
proposición es verdadera, y, si no se le representa con adecuación,
la proposición no podrá ser sino falsa.90 Ciertamente no todas las
expresiones oracionales pueden ser verdaderas o falsas, pues esto
sólo pertenece a la oración en modo indicativo, y hay otros tipos:
en modo imperativo, en modo potencial, en modo volitivo o subjun­
tivo. Pero sólo se toma como proposición auténtica la asertiva, que

89 Ver ibid., lect. 2, p. 57. E sto concuerda con la caracterización que h ace Sim p ­
son del esquem a predicativo russelliano: “Un predicado será cualquier expresión que
com bin ada con uno o m á s nom bres de objetos (de acuerdo con las reglas sintácticas)
p erm ite obtener una proposición. [...] En este análisis la cópula queda reabsorbida p o r
el predicado, y éste se aplica directam ente al sujeto sin n ecesidad de un vínculo gra­
m atical” (T. M. Sim pson, op. cit., p. 18).
90 Ver A ristóteles, Peri herm eneias, I, 4, 17a2; Sto Tomás, In I Peri herm eneias,
lect. 7, p. 22.
va en modo indicativo; las demás, para ser proposiciones o enuncia­
ciones, deben poder reducirse al modo indicativo.91 El uso propio
de la proposición es el uso asertivo. La proposición, en cuanto tiene
un uso lógico, en cuanto instrumento de la lógica, es una oración
que significa de manera indicativa la verdad o la falsedad. La propo­
sición es el tipo principal de oración, siendo la oración una emisión
de sonido que significa algo por convención, y cuyas partes, tomadas
por separado, sólo significan como términos. Y puede ten er—como
dijimos— muchos modos, pero sólo es proposición aquella oración
en la que la intención del hablante es indicar un estado de cosas.
El elemento tal vez más distintivo de la proposición es que se
la considera como una oración perfecta, siendo la oración perfecta
la que alcanza a expresar plenamente la intención del hablante (el
speaker’s meaning), o, dicho de otro modo, la que genera un senti­
do perfecto en el oyente. Las oraciones que no generan este sentido
perfecto padecen de incompletud, y únicamente la oración perfecta,
la que manifiesta completud, puede ser considerada como propo­
sición, la cual comunica con sentido perfecto el conocimiento de lo
verdadero o de lo falso.

Es precisamente esta implicación de completud lo que distingue a las


proposiciones de otros tipos de oraciones, en cuanto que para el hom­
bre la completud se encuentra en la verdad y en la falsedad. La ciencia
busca la verdad, y la proposición, en cuanto instrumento de la ciencia,
debe indicar la verdad o su ausencia.92

Por eso la dimensión pragmática de la proposición es el uso asertivo,


pues su manifestación más clara de la verdad la hace por medio del
modo indicativo del verbo, en el cual se ostenta la intención de re­
ferirse a la realidad de modo inmediato. A pesar de que se puedan
construir correctamente en ocasiones enunciados o proposiciones
con otros modos, se fundan en cierta participación del modo indica­
tivo y se reducen a él.

91 Ver e l m odo que propone Juan d e Santo Tomás, A rs Lógica, Pars I, S um m u-


larum lib. 2, cap. 6; ed. R eiser, Torino: M arietti, 1930, vol. I, pp. 23b -24a.
92 E. Bondi, “Predication: A Study Based in the A rs L ógica o f John o f Saint
T h o m a s”, en The Thom ist, 30 (1966), p. 274.
G u il l e r m o d e Sh er w ood

Guillermo de Sherwood o Shyreswood (1200/1210-1267) fue uno de


los lógicos más representativos del siglo xm . En cuanto a la filo­
sofía del lenguaje, tiene un lugar muy importante, pues sus trabajos
acerca de las propiedades de los términos influyeron sobre los princi­
pales tratadistas, como Pedro Hispano, Lamberto de Auxerre y Oc­
kham. Esta línea de autores que daban gran importancia al tratado
de las propiedades lógico-semánticas de los términos (proprietates
terminorum) hizo notables aportaciones a la lógica y a la semántica,
y sus integrantes eran conocidos como “terministas”. Sherwood no
sólo influyó sobre los terministas contemporáneos y posteriores a
él, sino también sobre filósofos tales como Alberto Magno, Tbmás
de Aquino y Roger Bacon. Sus obras lógicas más importantes son
las Introductiones in logicam y el De syncategorematicis. Aunque ya
se encontraban numerosos elementos terminísticos dispersos, Sher­
wood es considerado como el primer gran sistematizador de la filo­
sofía lingüística de las propiedades de los términos, y con su obra se
beneficiarán los posteriores.93
En efecto, en él aparece ya un tratamiento detallado de las pro­
piedades de los términos con sus definiciones y divisiones, además
de ciertas características peculiares de ellas y problemas que surgen
en su manejo. En los teóricos anteriores que hemos estudiado no
se encuentra aún esta dedicación expresa y detenida para conside­
rar estos temas. Sherwood, pues, recoge las innovaciones que habían
aparecido en el terreno de la filosofía del lenguaje.

1. Categorías sintácticas

Según la usanza de los tratadistas lógicos de la época, Sherwood,


después de hablar de la naturaleza de la lógica, que tiene como ob­
jeto de consideración el silogismo, pasa a considerar los elementos
que concurren a él. La lógica versa sobre el lenguaje, en cuanto ins­
trumento para conocer la verdad, por eso el silogismo es su objeto;
pero también, por relación con él, tienen que estudiarse las oracio­
nes, proposiciones y términos, que son los signos del pensamiento.

93 Ver N . Kretzm ann, “Sem antics, History o f”, en P. Edwards (ed .), The E n c i­
clopedia o f P hilosophy, N ew York and London: Collier-M acm illan -The Free Press,
1972, vol. 7.
Y, ya que tales elementos son signos lingüísticos, se ha de comen­
zar por ellos. El signo lingüístico se construye con los sonidos, los
cuales son los objetos sensibles de los oídos, y pueden ser de dos
clases: vocales y no vocales. Los vocales son los producidos por la
boca de un ser animado; los no vocales se producen por otros me­
dios. El sonido vocal es el que da origen al vocablo o voz. Sherwood
estructura su exposición con las definiciones que ya conocemos de
las voces, ya naturalmente significativas, ya por convención; estas
últimas pueden ser términos u oraciones; y los principales términos
de las oraciones son el nombre y el verbo.
En cuanto al nombre y al verbo sigue muy de cerca las definicio­
nes, divisiones y explicaciones de Aristóteles, que hemos conocido
al tratar de Abelardo, Alberto Magno y Tbmás de Aquino. Nombre
y verbo (con varias subdivisiones) son los términos categoremáticos,
los demás son sincategoremáticos. Estos últimos, ya que no signi­
fican de por sí, no tienen propiamente significación, sino consig­
nificación, esto es, significan en unión con un categoremático, “pues
significan lo que significan en cuanto son disposiciones de algo dis­
tinto de ellos”.94
De las oraciones, la indicativa o proposición es la que le interesa,
porque en ella hay verdad o falsedad. Entiende la proposición o pre­
dicación como relación de inherencia del predicado en el sujeto.95
Por ello, las partes integrales de la proposición o enunciado son el
sujeto y el predicado. Añade:

algunos dicen que la palabra “es” es una tercera parte, la cópula. Pero
esto no es así; pues, por el hecho de ser un verbo, significa lo que se dice
de algo distinto de él, y por lo tanto es un predicado. Pero consignifica
la composición, lo cual es la función de la cópula. Y todo otro verbo
por su propia naturaleza consignifica en ese mismo respecto.96

El enunciado se divide con base en el sujeto y el predicado. Es


uno o múltiple de acuerdo con el número de sujetos y predicados.
Además, puede ser categórico o hipotético. Es categórico si sólo
consta de un sujeto y un predicado. Es hipotético si consiste en la

94 G. d e Sherwood, William o f S h erw ood’s Introduction to Logic, transí, by N.


K retzm ann, M inneapolis: University o f M innesota Press, 1966, p. 24. Ver tam bién el
m ism o, Syncalegorem ata, ed. J. R. O ’D o n ell, en M edieval Studies, 3 (1941), pp. 46-93.
95 Ver el m ism o, Introduction to Logic, ed . cit., p. 26.
96 Ibid., p. 27.
relación de dos categóricos. Estas dos son las principales divisiones,
entre las muchas que hace Sherwood.

2. Categorías semánticas

Los términos pueden tener cuatro propiedades (que ya hemos en­


contrado mencionadas en los otros tratadistas, pero que con Sher­
wood llegan a una mayor madurez de exposición): la significación,
la suposición, la copulación y la apelación.
Sherwood hace una aplicación de la teoría hilemórfica (un subs­
trato material y una forma, o substancia y accidentes) en estos te­
mas. La significación es “una presentación de la forma de algo al
intelecto”.97 Todas las partes de la oración tienen significación; las
categoremáticas la tienen de suyo, las sincategoremáticas la tienen
como consignificación; pues todas, de una manera o de otra, pre­
sentan una forma de ser al entendimiento. Pero no todas las par­
tes de la oración tendrán las siguientes propiedades. La suposición
es “una ordenación del entendimiento de algo debajo de algo dis­
tinto”.98 Expliquémoslo, es ordenación del entendimiento de algo
porque ordena significaciones, y la significación es el entendimiento
de algo que representa el signo. Ordena este significado debajo de
otro (i.e. lo subordina, es subordinación) porque la suposición es la
significación de algo como subsistente, como substrato, y esto es lo
más dispuesto para ordenarse debajo de otra cosa. Esto que se sig­
nifica como debajo de otra cosa es una substancia, denotada por los
nombres, los más aptos para ser sujetos (ya que el sujeto se toma
como substrato, materialiter), por eso los términos que tienen supo­
sición son los nombres (substantivos) y los que se equiparan a ellos:
los pronombres y otras expresiones substantivas —como las descrip­
ciones definidas—, porque “significan una cosa como subsistente, y
por ello capaz de ser ordenada debajo de otra”.99 Esta otra cosa
debajo de la cual se ordena lo que tiene suposición es aquello que
adviene al substrato, a saber, una forma determinante, esencial o ac­
cidental, y es significada por los adjetivos, los verbos y los participios.

97 Ibid., p. 105.
98 Ibid. Esta term inología d e “ordenar debajo d e ” y — com o verem os un poco
m ás adelante— d e “ordenar encim a d e ” resulta un tanto com plicada; p ero significa
sencillam en te e l poner algo com o m ateria (i.e. debajo) d e algo que va com o forma
(¿e. encim a).
99 Ibid., p. 106.
Por eso ellos tienen copulación, que es “una ordenación del enten­
dimiento de algo encima de algo distinto”.100 Y es que la copulación
significa una cosa como adyacente a otra, y este tipo de cosas es el
más apto para ser ordenado sobre otra cosa (supraordinación), en
cuanto que lo adyacente es como una forma determinante, esencial
o accidental, del substrato individual substancial; (y el predicado se
toma como forma determinante, formaliter); merced a ello la copu­
lación pertenece a los adjetivos, verbos y participios. Por último, la
apelación es

la aplicación presente correcta de un término —i.e. la propiedad con


respecto a la cual lo que el término significa puede ser verdaderamente
dicho de algo a través del uso del verbo “es”.[...J Hay apelación en los
substantivos, adjetivos y participios, pero no en los pronombres (ya que
no significan propiamente una forma, sino más bien una substancia),
ni en los verbos (ya que un verbo no significa algo que está asignado a
algo distinto por medio del verbo-substantivo [Le. el verbo “ser”], por­
que si lo hiciera, el verbo estaría fuera de él mismo). Además, ninguna
de las tres propiedades —suposición, copulación, apelación— se en­
cuentra en las partes indeclinables de la oración (ya que ninguna parte
indeclinable significa una substancia o algo que esté en una substan­
cia).101

Para Sherwood, la base semántica del término es la significación,


y las tres propiedades: suposición, copulación y apelación, son úni­
camente funciones de la significación; por eso, dejando de lado la
significación, que considera bastante clara, pasa al análisis de cada
una de estas tres propiedades.

2.1 .L a suposición

Puesto que ya se tiene su definición, se puede proceder a su división.


Algunas de las clases que enlista Sherwood ya las hemos tocado al
tratar de algunos de los anteriores, pero vale la pena tratarlas de
nuevo aquí, por la diferente definición y explicación que él les da.
La suposición se divide en material y formal. Es material “cuando
la palabra supone o (a) por la voz en cuanto tal o (b) por la palabra
en cuanto a ella misma, como compuesta de la voz y la significación

100 Ibid., p. 105.


101 Ibid., p. 106.
—como cuando decimos (a) ‘hombre es un bisílabo’ o (b) ‘hombre
es un nombre’ ”.102 Es formal “cuando la palabra supone por lo que
significa”.103 La suposición formal se divide en común y discreta. La
común es “la que ocurre a través de un término común, como en ‘un
hombre corre’; la discreta es la que ocurre a través de un nombre
discreto, como en ‘Sócrates corre’ o en ‘ese hombre corre’ ”.104 Más
precisamente, la suposición formal se divide en simple y personal.
Es simple “cuando la palabra supone por lo que significa, como en
‘hombre es especie’ ”.105 Es personal “cuando la palabra supone por
lo que significa, pero supone por una cosa que se subordina a lo que
ella significa, como en ‘un hombre corre’; pues el correr se encuentra
en el hombre a causa de algo individual”.106 La suposición personal
se divide en determinada y confusa. Es determinada “cuando la lo­
cución puede ser expuesta por medio de una cosa singular, lo cual
es el caso cuando la palabra supone por alguna cosa singular, como
cuando digo ‘un hombre corre’. Por tanto, puede ser verdadera para
cualquiera que corra”.107 Es confusa “cuando la palabra supone por
muchos”.108 La confusa se puede dividir en meramente confusa y
distributivamente confusa. Es meramente confusa cuando la pala­
bra supone por muchos sin ninguna delimitación, como lo hace la
palabra “animal” en “todo hombre es un animal”. Es distributiva­
mente confusa cuando la palabra “supone por muchos, pero de m a­
nera que suponga por cada uno, por ejemplo, la palabra ‘hombre’
cuando digo ‘todo hombre es un animal’ ”.109 La distributivamente
confusa, a su vez, se subdivide en móvil e inmóvil. Es móvil “cuando
se puede practicar un descenso, como con el término ‘hombre’ en
el ejemplo anterior”.110 Es inmóvil “cuando no se puede practicar

102 Ibid., p. 107.


103 Ibid.
104 Ibid., p. 108.
105 Ibid.
106 Ibid.
107 Ibid.
108 Ibid.
109 Ibid.
110 Ibid. E l “d escen so ” lógico e s un p rocedim iento p arecid o a la ejem plificación;
co n siste en inferir de una proposición con un sujeto que sea un nom bre com ún otra
p roposición cuyo sujeto sea una conjunción exhaustiva (aun q u e lo sea utilizando el
“etcétera ”) d e los térm inos discretos q u e se puedan agrupar bajo el nom bre com ún
q u e es sujeto en la prim era proposición.
un descenso, como en ‘sólo todo hombre corre’ (pues de ello no se
puede inferir ‘luego sólo Sócrates corre’)”.111 Siguen algunas cues­
tiones conexas con los tipos establecidos de suposición.

3.1.1. Sobre las suposiciones material y formal

Algunos creen que las suposiciones material y formal no son divisio­


nes de la suposición, sino de la significación, puesto que sólo pre­
sentan —según dicen— la palabra misma o su voz, y presentar es
significar, por eso únicamente son distintas significaciones.
Sherwood lo niega, porque la significación compete a la palabra
de suyo, pero el presentar su voz o pronunciación no lo hace de suyo,
sino como resultado de estar adjunta a un predicado. Pues en virtud
de diversos predicados la palabra se referirá a su propia voz o a lo
que significa; por ejemplo, “hombre” hará lo primero en virtud del
predicado “es un hombre” y lo segundo en virtud del predicado “es
una especie”. Y esto no se reduce a presentar distintas significacio­
nes, sino que es tener distintas suposiciones en virtud de la predi­
cación, pues la significación ya la tenía la palabra antes de entrar en
composición con las que figuran en esas proposiciones.

2.1.2. Sobre las suposiciones simple y personal

Algunos creen que la división en simple y personal es sólo una di­


visión de la suposición común, pues no podría valer para la discreta,
por el hecho de que la discreta sería siempre personal, dado que
siempre supone por un individuo.
Sherwood lo niega, porque el hecho de suponer por un individuo
no produce sin más una suposición personal, sino que ésta se pro­
duce por el hecho de que suponga por la cosa portadora de la forma
que el nombre significa. Y esto puede ocurrir en un nombre propio
cuando significa una substancia con una cualidad. De esta manera,
“Sócrates corre” se refiere a la cosa real, y “Sócrates es predicable
de uno solo” se refiere a la forma significada por el nombre. Así, se
hace necesaria la distinción entre simple y personal, que no se puede
reducir a una subdivisión de la común en cuanto contrapuesta a la
discreta, pues son de órdenes distintos.
Otros creen que esta división en simple y personal produce equi-
vocidad, porque la simple hace que el nombre se refiera a una forma
presentada a la inteligencia, y la personal hace que se refiera a una
forma portada por una cosa.
Sherwood lo niega, porque una palabra supone de dos maneras:
o por lo que significa, en cuyo caso es simple, o por una cosa signifi­
cada, en cuyo caso es personal.
La suposición simple tiene tres modos, puesto que una palabra
puede representar su significado de tres modos: (a) representando
al significado sin ninguna conexión con las cosas, o (b) represen­
tando al significado en conexión con las cosas en cuanto está actual­
mente concretado en cada cosa singular y es predicable de ella, o
(c) representando al significado en conexión con las cosas en cuanto
está relacionado con alguna de manera general y no precisa, y no se
identifica con ninguna de manera determinada.
Un ejemplo del primer modo es “el hombre es una especie”, y
se dice que es una suposición “material”, debido a que “hombre”
supone por el carácter específico en cuanto tal, esto es, por la manera
(maneria) de la especie.112
Un ejemplo del segundo modo es “el hombre es la más noble de
las creaturas”, pues aquí el predicado no se atribuye a la especie en
abstracto, sino en cuanto está en las cosas. Y el predicado se puede
atribuir a cada una de las cosas pertenecientes a la especie, pero re-
duplicativamente, a saber, “este hombre, en cuanto que es un hom­
bre, es la más noble de las creaturas”. De manera que este modo de
la suposición simple se da sólo cuando se predica algo de una cosa
perteneciente a una especie mediante la reduplicación.

112 La palabra "maneria ”, de la que se deriva “suposición m anerial”, se encuentra


ya en A belardo y es reportada por Juan de Salisbury; p arece corresponder al voca­
b lo castellano “m anera”. Jean Jolivet n os ofrece la sigu ien te interpretación: “...la
palabra m aneria, en A belardo, tien e dos funciones d iferentes; en una explicación
literal, sirve d e substituto a una palabra m ás difícil: genus o species; en un análisis
m ás profundo, es preferida a esos d os vocablos, en un in tento d e rigor lógico: así
se añade al léxico tradicional d e la dialéctica un térm ino n uevo. Por lo cu al Juan d e
Salisbury tenía ev id en tem en te razón al notar la novedad d e esta palabra: subsidium
n ove tingue, m o d em o ru m linguis doctorum . N o parece darse cu en ta aún d e q u e este
térm ino es sim p lem en te el francés m aniere, en un sentido que ha perdido hoy en día,
p ero que tenía en la Edad M edia: el de suerte, especie, categoría”. (J. Jolivet, “N o tes
d e lexicographie abélardienne”, en Fierre A bélard-Pierre le Vénérable, París: Eds. du
C entre N ational d e la R echerche Scientifique, 1975, p. 534.)
Un ejemplo del tercer modo es “la pimienta se vende aquí y en
Roma”. En este caso no se habla de la pimienta como especie abs­
tracta —como en el primer caso— ni de cada individuo pertene­
ciente a la especie —como en el segundo caso—, sino que el término
“pimienta” supone por su significado en cuanto está relacionado de
alguna manera general y no precisa a las cosas que pertenecen a la
especie. Supone por la especie a través de la suposición por los indi­
viduos de una manera vaga y no signada.
Un problema surge al preguntar si una palabra que figura como
predicado predica meramente una forma, y entonces tiene supo­
sición simple, esto es, si la suposición simple es una propiedad de
los predicados. Algunos creen que no, porque entonces podríamos
decir “alguna especie es un hombre”, como decimos “el hombre es
una especie”.
Sherwood responde que la suposición simple es una propiedad
del predicado, porque no se sigue necesariamente ese absurdo, ya
que todo nombre significa una forma, pero no de manera separada,
sino en cuanto informa a la substancia que la lleva. Y entonces de
alguna manera hace inteligible a la substancia. Por lo cual, el predi­
cado no se reduce meramente a predicar una forma sin más. Según
esto, un nombre que figura como predicado hace inteligible una for­
ma, pero en cuanto es la forma de la substancia significada por el
sujeto, y ya que la substancia es entendida en el sujeto, no es enten­
dida por segunda vez en el predicado, sino que es entendida en él
la determinación que la forma aporta a la substancia. Por eso no es
verdad decir “una especie es un hombre”, pues “hombre” significa
la humanidad en cuanto es la forma de ciertos individuos, y, como
no es la forma de la substancia de la especie, no se puede predicar
de la especie.
Otro problema surge al considerar que la proposición “ el hombre
es una especie” es singular, porque el sujeto es el nombre propio de
una especie.
Sherwood niega que lo sea, y recalca que se trata de un nombre
común ya que el nombre común es tal precisamente por ser el nom­
bre propio de una forma. En el caso de una proposición indefinida,
como “el hombre es una especie”, ésta se puede reducir a una pro­
posición definida: (a) mediante una partícula definida, como “algún
hombre es una especie”, y (b) una vez hecho esto, hacerla intercam­
biable con una proposición particular.
Otro problema surge al preguntar si expresiones tales como (a)
“esta planta crece aquí y en mi jardín”, o (b) “la mujer, que nos con­
denó, también nos salvó”, pueden ser verdaderas.
Algunos creen que no; pero ello resulta, en el primer caso, de
que la partícula demostrativa parece indicar la referencia a algo in­
dividual, lo cual haría falsa la proposición; en el segundo caso, la
partícula relativa parece indicar que se conecta una parte con otra
de la proposición para que se refieran al mismo supuesto, lo cual
haría falsa la proposición.
Sherwood responde que los términos afectados por las partículas,
en el primer caso una demostrativa y en el segundo una relativa,
tienen suposición simple del tercer modo. En ambos casos el nombre
afectado por tales partículas supone por algo en cuanto relacionado
con más de un individuo (en el primer caso dos plantas de la misma
especie; en el segundo, dos mujeres, según el relato bíblico, Eva y la
Virgen María, respectivamente).

2.1.3. Sobre las suposiciones determinada y confusa


El término “hombre”, en “un hombre corre”, no supone determina­
damente, pues (a) la proposición es indefinida, y (b) es incierto el
supuesto de “hombre”. Todo lo cual hace pensar que supone indefi­
nida e inciertamente, esto es, indeterminadamente.
Sherwood responde que hay un aspecto en el que la determi­
nación se opone a la vaguedad, y en este sentido “hombre” supondría
de manera confusa; pero también hay un aspecto en el que la deter­
minación se opone a la pluralidad, y en este sentido, lo que es sin­
gular es determinado. Y en la proposición “un hombre corre” hay
exclusión de pluralidad, ya que el predicado se atribuye a un indi­
viduo, aunque el predicado se encuentre en muchos, pues la propo­
sición lo permite pero no lo significa. Por tanto, “hombre” no supone
de manera confusa, sino determinada, al suponer por uno y no por
muchos.
Una palabra tiene suposición confusa (a) cuando supone por mu­
chas cosas, o (b) cuando supone por una cosa tomada de manera
repetida con la capacidad de conservar constante una y la misma
cosa pero suponiendo por muchas. El ejemplo de Sherwood es el si­
guiente: “si cada uno ve solamente a Sócrates, entonces cada hom­
bre ve a un hombre”. En esta proposición, la segunda figuración de
“hombre” no supone por muchas cosas, sino por una sola tomada
repetidamente como la capacidad de mantener constante una y la
misma cosa, pero suponiendo por muchas. De acuerdo con ello, esa
segunda figuración de “hombre” supone virtualmente tantas veces
como haya individuos que puedan obtenerse en el sujeto por des­
censo; y por lo mismo tiene suposición confusa.
Sherwood añade cinco reglas para normar las suposiciones con­
fusa y determinada:
Regla I. “(a) Tbdo signo distributivo hace confuso al término in­
mediatamente adyacente de manera confusa distributiva. Pero (b)
un signo distributivo afirmativo hace confuso al término remoto de
manera meramente confusa. Finalmente, (c) un signo distributivo
negativo hace confuso al término remoto de manera confusa distri­
butiva.”113 Según esto, es correcta esta inferencia: “ningún hombre
es un asno; luego ningún hombre es este asno”, pero no ésta: “todo
hombre es un animal; luego todo hombre es este animal”.
Regla II. “Un argumento que proceda de una suposición mera­
mente confusa a una suposición confusa distributiva no se sigue.”114
Según esto, de que cada hombre se vea sólo a sí mismo no resulta
correcta la siguiente inferencia: “un hombre no es visto por todo
hombre; luego ningún hombre ve un hombre”.
Regla III. “Un argumento que proceda de muchos casos de su­
posición determinada a uno de suposición determinada no se sigue,
sino que sólo se sigue si procede a uno de suposición confusa.”115
Según esto, de que cada hombre se vea sólo a sí mismo, no resulta
correcta la siguiente inferencia: “un hombre es visto por Sócrates,
y un hombre es visto por Platón, [...] etcétera, luego un hombre es
visto por todo hombre”, sino que es correcta la siguiente: “luego
todo hombre ve un hombre”.
Regla IV. “Un argumento que proceda de una suposición determi­
nada a una suposición confusa distributiva se sigue, pero no se sigue
de una suposición meramente confusa.”116 Según esto, no es correc­
ta la siguiente inferencia: “un hombre no es visto por Sócrates; luego
Sócrates no ve un hombre”, pero es correcta la siguiente: “un hom­
bre es visto por todo hombre; luego todo hombre ve un hombre”.

113 G. de Sherwood, op. cit,, p. 117.


114 Ibid., p. 118.
115 Ibid.
116 Ibid.
Regla V. “Un argumento que proceda de una suposición confusa
distributiva a una suposición determinada se sigue, pero no se sigue
de una suposición meramente confusa.”117 Según esto, es correcta la
siguiente inferencia: “Sócrates no ve un hombre; luego un hombre
no es visto por Sócrates”, pero no ésta: “todo hombre ve un hombre;
luego un hombre es visto por todo hombre”.

2.1.4. Sobre la suposición distributiva móvil e inmóvil

Un problema surge al considerar que se puede hacer un descenso en


todo caso de suposición distributiva, dado que una palabra puede su­
poner distributivamente por muchos al modo como puede suponer
por cada uno. Y entonces la suposición distributiva siempre sería
móvil, haciendo desaparecer la inmóvil como segundo miembro de
su división.
Sherwood responde que, considerado en sí mismo, todo caso de
suposición distributiva permite el descenso, pero éste se puede ver
impedido cuando hay una partícula adjunta, por ejemplo, la partí­
cula “sólo”, en “sólo todo hombre corre”, de la cual no se puede
descender inferencialmente a “sólo Sócrates corre”.

2.2. La copulación

Ya establecida la definición de la copulación, se puede proceder a su


división. Y primeramente dice Sherwood cómo no puede efectuarse
tal división. No puede dividirse en material y formal, porque si una
palabra que tiene copulación se tomara materialmente, dejaría de
tener copulación y pasaría a tener suposición. No puede dividirse
en común y discreta, porque la palabra susceptible de copulación
es siempre el nombre de un accidente, y todo nombre de accidente
es común, por lo que no puede ser discreto. No puede dividirse en
simple y personal, porque la palabra susceptible de copulación sig­
nifica por adjunción a un substantivo y entonces estaría copulada
personalmente, si acaso fuera posible eso. En cambio, encontramos
las siguientes divisiones de la copulación: primeramente se divide
en determinada y confusa; podemos ejemplificarlo con el término
“blanco”, está copulado de manera determinada en “un hombre es
blanco”, y de manera confusa en “todo hombre es blanco”; a su vez,

n l Ibid., p. 119.
la copulación confusa se divide en meramente confusa y distributi­
vamente confusa; el último ejemplo aducido corresponde a la mera­
mente confusa, un ejemplo de distributivamente confusa lo tenemos
en “ningún hombre es blanco”.
Sherwood aclara que la copulación distributivamente confusa se
da dependiendo de los signos distributivos de los copulados, tales
como “de cualquier clase”,“en cualquier medida”, y otros semejan­
tes. Éstos distribuyen los copulados con respecto de sus substan­
tivos, por eso se da la copulación distributiva. Y sus substantivos
tienen suposición meramente confusa. En “un hombre de cualquier
clase corre” la copulación es distributiva, y se puede descender a
los copulados específicos así: “un hombre de cualquier clase corre;
luego un hombre blanco corre, y un hombre negro corre (y así su­
cesivamente)”. Y “hombre” en la premisa supone de manera me­
ramente confusa, pues no se puede descender así: “un hombre de
cualquier clase corre; luego Sócrates...”, esto es, no se puede des­
cender directamente a los individuos, sino a las especies. Pero es
una copulación distributiva móvil, pues permite al menos esa clase
de descenso. Sherwood señala también una copulación distributiva
inmóvil, en la que no se puede practicar ningún descenso, como en
“no cualquier clase de...”118

2.3. La apelación

Ya se ha establecido su definición, en esa obra sistematizadora de


Sherwood que fue de las primeras, y de sus notas definitorias re­
sulta su distinción con respecto de la suposición y de la copulación.
Se distingue de la suposición porque ésta consiste en subordinar un
término a otro, mientras que la apelación se encuentra en un término
en cuanto es predicable con verdad de las cosas a las que se aplica.
Se distingue de la copulación en que ésta es la supraordinación de un
término a otro, mientras que la apelación determina la aplicabilidad
de un término a las cosas realmente existentes a que pretende refe­
rirse (pues deben ser actualmente existentes). Además, un término
que figura como sujeto apela a las cosas subordinadas a él, pero no
por el hecho de ser sujeto; en cambio, un término que figura como
predicado sí apela por el hecho de ser predicado, porque precisa­
mente se relaciona con su sujeto a través de algunas de las cosas
subordinadas a él, en lo cual consiste su capacidad de apelación.
Dado que la suposición y la apelación son distintas, Sherwood
añade una regla pertinente para manejarlas sin confundirlas. En
efecto, el suppositum de un término puede ser unas veces algo que
existe y otras veces algo que no existe, mientras que el appellatum de
un término siempre es algo que existe. De esto resulta que un suppo­
situm y un appellatum a veces son lo mismo y a veces no. La regla que
Sherwood añade tiene precisamente el objeto de determinar cuándo
son y cuándo no son lo mismo. Y es la siguiente: “un término común
irrestricto, que tiene suficientes appellata y que supone en conexión
con un verbo en tiempo presente que no tiene fuerza ampliativa,
supone sólo por aquellas cosas, subordinadas a él, que en realidad
existen”.119
En esta regla se pone “irrestricto”, porque un término común
restringido puede suponer por algo no existente, lo cual haría que
no fuese apelativo (la restricción es la contracción de un término
común, desde una suposición más extensa a otra menos extensa, por
ejemplo, el adjetivo “blanco”, en “el hombre blanco corre”, restringe
al substantivo “hombre” a no suponer por los que no sean de este
color). Se dice que debe tener “suficientes appellata”, porque si no
tuviera por lo menos tres appellata (en caso de estar en una propo­
sición universal como “todo hombre...”), supondría por cosas que no
existen. Se añade que “supone en conexión con un verbo en tiempo
presente”, porque si supone en conexión con un verbo en tiempo pa­
sado o futuro podría suponer por cosas que no existen. Finalmente,
se dice que este verbo en presente “no tiene fuerza ampliativa”, por­
que si la tuviera, el sujeto podría suponer por cosas que no existen, ya
que tales verbos son los que se pueden usar en tiempo presente con
poder de aplicarse correctamente a cosas pasadas y futuras, o pue­
den aplicarse a algo solamente pensado o meramente posible, con lo
cual se aplicarían a cosas que realmente no existen en el momento
de enunciar la proposición.
William y Martha Kneale hacen una crítica interesante a esta pre­
sentación de la suposición-apelación. Se centran en la posibilidad
que deja Sherwood de que el sujeto suponga por algo na existente,
lo cual parece ir en contra de la idea extendida y común de que la su­
posición siempre obliga a que el objeto sea existente. Aunque Sher-
wood sólo piensa, si atendemos a sus ejemplos, en que un término
puede suponer por algo que no existe en el momento de hablar, sin
embargo, esta teoría lo lleva a implicar la posibilidad de que los
términos supongan por cosas que no existen, han existido ni exis­
tirán; por el hecho de que sostiene que el sujeto de una proposición
categórica siempre supone por algo. Pero esto conduciría a admitir
que el término “quimera” supone por algo (un no-ente) al figurar en
la proposición “Una quimera es mencionada por Homero”.120
Los Kneale piensan que solamente se podría defender esto ha­
ciendo que suppositio equivalga a significatio, pero como Sherwood
se opone manifiestamente a ello, parece acercarse a la teoría de
Meinong y Russell (en época inicial) de que expresiones como “qui­
mera” o “montaña de oro” suponen por objetos que tienen cierta
entidad, a saber: subsistencia, pero no entidad real, a saber: existen­
cia, lo cual es una gran extravagancia. Habría que investigar si Sher­
wood no está pensando más bien en una existencia “intencional”, es
decir, meramente pensada, o en una existencia con alguna otra mo-
dalización'(posible, futura, etcétera) que no sería tan extravagante
como la de las teorías aludidas.

Pedro H is p a n o

Pedro Juliani, conocido como Pedro Hispano, nació en Lisboa alre­


dedor de 1205, y, nombrado Papa Juan XXI, murió en 1277. Tüvo
un gran influjo sobre la lógica escolástica, ya que su obra princi­
pal, las Summulae Logicales, fue el texto más extendido y editado
hasta el Renacimiento.121 Fue editado con comentarios de los prin­
cipales estudiosos de la lógica y la filosofía del lenguaje, hasta fines
del siglo x v i i . Trataremos de entresacar sus doctrinas relativas al
lenguaje, procurando no repetir nociones y resaltando diferencias
con respecto a los anteriores, sobre todo con respecto a Sherwood.
En su doctrina semiótica sobresalen las dimensiones sintácticas y
semánticas, aunque no se dejan completamente de lado las pragmá­
ticas (como en su exposición de los tópicos dialécticos o dialógicos).

120 Ver W. y M. K neale, E l desarrollo de la lógica, Madrid: Tecnos, 1972, p. 244.


121 Ver L. M . d e Rijk, “O n the Life o f Peter o f Spain”, en Vivarium , 8 (1970), pp.
123-154.
1. Categorías sintácticas

La semiótica de Pedro Hispano está orientada a la lógica; en este


contexto es claro que su interés principal se centra directamente en
el signo lingüístico. No se encuentra en su obra un tratamiento mo­
nográfico del signo en cuanto tal, sino que lo afronta como signo
lingüístico. T&l vez esta omisión obedezca a presuponer suficiente­
mente conocida la doctrina del signo de San Agustín.
Pedro Hispano comienza, pues, por el signo lingüístico, y, según
lo acostumbrado desde Guillermo de Sherwood, por su elemento
material, que es el sonido. Comparado con Sherwood, introduce
una peculiaridad, consistente en tratar el sonido en su aspecto físico
—algo que otros tratadistas, como el mismo Sherwood, dejaban al
filósofo natural, excluyendo ese tratamiento de la lógica. Tratadistas
posteriores darán cabida a esta digresión física sólo por respeto a la
autoridad de Pedro Hispano, que lo convierte en tópico obligado.122
Ubicados en la semiótica contemporánea, vemos este tratamiento
del sonido más bien pobre, pero, tomando en cuenta los objetivos
de la lógica, parece ser suficiente. Considera el sonido como el ob­
jeto sensible propio del oído. Justamente es la teoría aristotélica,
que sólo repite. Pero lo notable —aun para el teórico actual— es su
búsqueda de la articulación. De entre los sonidos, unos son voces,
otros no lo son. El sonido que es voz es el producido por la boca de
un ser animado, el cual lo forma con los órganos o instrumentos que
naturalmente tiene para ello: los labios, los dientes, la lengua, la gar­
ganta y los pulmones. En cambio, el sonido que no es voz es el que
se produce por la colisión de cuerpos inanimados. Resulta evidente
que el sonido que es voz es el que interesa al lógico y filósofo del
lenguaje.123 En cuanto a los elementos del lenguaje, reproduce las
definiciones aristotélicas que ya hemos ido encontrando en los trata­
distas anteriores.124 Así habla de los términos y sus distintas clases,
según las exposiciones que ya conocemos.

122 Ver G . Preti, “La dottrina della vox significativa nella sem antica term inistica
classica”, Rivista Critica d i Storia della Filosofía, 10 (1955), pp. 229-230.
123 Ver P. H ispano, “Tractatus", called afterwards “S u m m ule logicales", ed. L. M.
d e Rijk, A ssen: Van Gorcum , 1972, pp. 1 -2 . U sam os el texto castellano d e P. H is­
p ano, “Tractatus”, llam ados después “Su m m ule logicales", traducción de M. B euchot,
M éxico: U N A M , 1986.
124 Ver ibid., p. 3.
2. Categorías semánticas
Además de la significación, que tiene el término por ser una voz
significativa, el término adquiere en el contexto de la proposición
diversas propiedades —como ya hemos visto—, entre las cuales se
encuentran como principales la suposición, la copulación y la apela­
ción. Aunque Pedro Hispano recoge la enseñanza terminística usual,
tiene varias diferencias con respecto a Sherwood, por lo menos en
la manera de exponer.

2.1. La significación

Las voces significativas simples son términos (categoremáticos y sin­


categoremáticos). A todas las clases de términos les pertenece la
propiedad de la significación, que “es la representación de la cosa
por la voz según convención”.125 ¿Qué quiere decir con esto Pedro
Hispano? Porque conviene notar una ambigüedad: se usa la palabra
“representación” para definir la significación, y la representación
puede ser sensorial o intelectual; pero todo indica que para Pedro
Hispano se trata de una representación intelectual, ya que las pala­
bras la efectúan. Por tanto, la significación de una palabra es la re­
presentación de una cosa que hace la palabra ante el intelecto. Con
esta interpretación se supera esta ambigüedad (que no se daría, por
ejemplo, en Sherwood, quien habla más claramente de ella como re­
presentación de algo al intelecto); pero hay otra más grave. Añade
Pedro Hispano que la significación puede ser universal o singular,
esto es, puede ser la representación de algo universal, una forma,
esencial o accidental, sobre todo accidental y, en concreto, una cua­
lidad; o puede ser la representación de algo individual, a saber, la
substancia. Y esto introduce ambigüedad, porque para la mayoría
de los tratadistas la significación indica la forma universal (qualitas),
mientras que la suposición indica la cósa concreta (substantia). Y
aquí se nos dice que la significación es tanto de universales como de
individuos. Lambert M. de Rijk pone de relieve la ambigüedad con
que Pedro Hispano define la significado, a saber, es la mera repre­
sentación de una cosa por una palabra, y dicha cosa puede ser tanto
una forma universal y abstracta como un individuo concreto. Pero
de esto resulta que el concepto de significado incluye tanto la conno­
tación de la forma universal —lo que Prisciano llamaba “qualitas”—
como la denotación de un individuo concreto —lo que Prisciano lla­
maba “substantia”. Y, al atribuirle la connotación de un individuo,
no se distingue suficientemente de la suppositio. La definición de sig­
nificatio es, por eso, ambigua.126 Sólo con las restricciones de Sher­
wood queda que la significación es más bien la connotación de la
forma universal o cualidad, esto es, el sentido como representación
conceptual de una forma universal a la mente.
La siguiente división importante de la significación es en substan­
tiva y adjetiva. Actualmente diríamos que corresponde a un intento
de precisar semánticamente las categorías sintácticas de sujeto y pre­
dicado, pues la significación substantiva es la que se hace con lo más
susceptible de ser sujeto: el substantivo, y la adjetiva se hace con
lo más susceptible de ser el predicado adyacente: el adjetivo o el
verbo. Sólo que Pedro Hispano encuentra insuficiente esta primera
formulación, y en lugar de significación substantiva introducirá el
concepto de suposición, así como en lugar de significación adjetiva
introducirá el concepto de copulación. Y es que no es apropiado de­
cir que la significación sea substantiva o adjetiva. Lo que se puede
decir con propiedad es que algo se significa de modo substantivo o de
modo adjetivo, atendiendo a las cosas correspondientes. En efecto,
la substantivación y la adjetivación son modos de las cosas significa­
das, y no propiamente significaciones. De esto resulta esa nomencla­
tura distinta que ya vemos aparecer en la nueva corriente de filósofos
del lenguaje del siglo xm , a saber, es más exacto decir que los subs­
tantivos suponen, mientras que los adjetivos y los verbos copulan.121
Distingue suppositio y copulado. Así pues, de este doble modo de
ser significadas las cosas surge un doble modo en la significación,
y puesto que no puede hablarse propiamente de una significación
substantiva y otra adjetiva, surgen dos propiedades de los términos
en la proposición correspondientes a esa dualidad: suposición y co­
pulación. Son propiedades de los términos en la proposición, porque
procuran adecuarse a la manera de significar de las partes de la pro­
posición, a saber, la suposición pretende adecuarse a la parte que

126 Ver L. M. d e Rijk, “Significado y Suppositio en Pedro H ispano”, en Pensa­


m iento, 25 (1969), pp. 232-233.
127 Ver P. H ispano, op. cit., p. 80. D eb e notarse un supuesto o n to ló g ico aris­
to télico — y no m eram ente gram atical— en las palabras “substantivación” y “adjeti­
vación”, pues corresponden al m odo de ser substancial y al m odo d e ser accidental
(q u e es inherente o adjetival).
puede ser sujeto (sujetable) y la copulación a la que puede ser pre­
dicado (predicable), aunque sólo preponderantemente, pues para
Pedro Hispano también hay una suposición del predicado.

2.2. La suposición

Según Pedro Hispano, la suposición “es la acepción del término


substantivo en lugar de algo”,128 y la copulación “es la acepción del
término adjetivo en lugar de algo”.129
Hay diferencia entre la significación y la suposición. Pues la signi­
ficación es la imposición de una voz a algo para que lo signifique, esto
es, únicamente presupone la voz que se va a imponer para que re­
presente la cosa. Pero la suposición requiere la voz dotada ya de sig­
nificación, esto es, el término (en concreto, el substantivo). Así, la
significación es anterior a la suposición. Lo mismo se ha de decir de
la copulación con respecto a la significación. Además, la suposición
y la copulación difieren en cuanto a los elementos sintácticos a los
que pueden pertenecer, pues la suposición es propiedad de los subs­
tantivos, mientras que la copulación es propiedad de los términos
que se dan de modo adjetivo o adyacente, a saber, el adjetivo y el
verbo. Aunque la suposición es una propiedad del substantivo to­
mado como sujeto, i.e. su aspecto referencial o denotativo, tiene el
papel lógico de determinar el dominio de aplicación del predicado.
Que es una propiedad del substantivo tomado como sujeto, lo ates­
tigua la interpretación de Vicente Muñoz Delgado:

La suppositio es la denotación del sujeto, está constituida por todos


aquellos seres en lugar de los cuales está, mediante el predicado y los
sincategoremáticos (cuantificadores), que delimitan el ámbito de apli­
cación. La appellatio es un caso particular cuando la cópula es de la
proposición predicativa indica la existencia, como sucede en las Sum-
mulae de Pedro Hispano.130

Que tiene como papel lógico determinar el dominio de aplicación


•del predicado —a través del sujeto— lo atestigua la interpreta­

128 Ibid. Ver E. A. M oody, Truth a n d Consequence in M edieval L ogic, Am sterdam :


N orth -H ollan d Publ. Co., 1953, p. 22.
129 P. H ispano, op. cit., p. 80.
130 V. M uñoz D elgad o, “La lógica en las con d en acion es de 1277”, en Cuadernos
Salm an tin os de Filosofía, 4 (1977), p. 20.
ción, que complementa a la anterior, de Lambert M. de Rijk. Según
él, la teoría de la suposición es en substancia un ensayo para resolver
los problemas sobre el sentido lógico de la cópula “es” en proposi­
ciones categóricas afirmativas. Por eso versa preferentemente sobre
la extensión de los predicados, entendiendo al predicado como to­
dos los términos que en una proposición no funcionan como sujetos.
Ya la coherencia (congruitas) sintáctica de la gramática especulativa
o gramática lógica era atendida por los medievales como la correcta
formación de sujetos y predicados, esto es, como un requisito para
la verdad (ventas) de la proposición. Pero la teoría de la suposición
avanza sobre ella y trata de juntar el aspecto semántico al sintáctico.
En este sentido, “la teoría de la suposición puede ser considerada
como un intento para determinar las condiciones necesarias para la
congmitas y la ventas de las proposiciones categóricas”.131
Pedro Hispano, a diferencia de otros tratadistas —como Sher­
wood—, no divide la suposición en material (cuando se designa el
mismo vocablo, como en “‘hombre' es un substantivo”) y formal
(cuando se designa lo propiamente significado por el vocablo, como
en “hombre es una especie”, “Pedro es bueno”), sino que, tomando
únicamente la suposición en el sentido de suposición formal, pasa
a dividirla. Y la suposición se divide primeramente en discreta (o
singular) y común (o universal), según se trate de un substantivo dis­
creto, como “Sócrates”, o de un substantivo común, como “hombre”.
La suposición común se divide en natural y accidental. La supo­
sición natural “es la acepción del término común por todas aquellas
cosas de las cuales por naturaleza se puede predicar, como “hom­
bre”, tomado en sí mismo, por su naturaleza propia puede suponer
por todos los hombres que existen, que han existido o que existi­
rán”.132 La suposición accidental

es la acepción del término común por todas aquellas cosas por las que
lo exige aquello que lleva adjunto. Por ejemplo, en “el hombre es”, el
término “hombre” supone por los que existen en el presente. Y cuando
se dice “el hombre fue”, supone por los pretéritos. Y cuando se dice “el
hombre será”, supone por los futuros. Y así tiene diversas suposiciones
según la diversidad de los elementos que se le añaden.153

131 Ver L. M. d e Rijk, art. cit., p. 229.


132 P. H ispano, op. cit., p. 81.
133 Ibid.
La suposición accidental se divide en simple y personal. La supo­
sición simple “es la acepción del término común en lugar de una
cosa universal significada por el término mismo”.134 Así, en “animal
es un género”, “racional es una diferencia específica”, “hombre es
una especie”, “risible es un propio”, los términos “animal”, “racio­
nal”, “hombre”, “risible”, están tomados en suposición simple, por­
que suponen por la esencia o una propiedad de la esencia, pero no
por alguno de sus individuos inferiores. La suposición simple se di­
vide según la categoría sintáctica a la que puede afectar: suposición
simple de un término común puesto en el sujeto, como en “hombre
es una especie”, suposición simple de un término común puesto en
un predicado afirmativo, como en “todo hombre es animal”; supo­
sición simple de un término común puesto después de una dicción
exceptiva, como en “todo animal, excepto el hombre, es irracional”.
Por otra parte, la suposición personal “es la acepción del término
común en lugar de sus inferiores, como cuando se dice ‘el hombre
corre’, el término ‘hombre’ supone por sus inferiores”.135
La suposición personal se divide en determinada y confusa. La
suposición determinada “es la acepción del término común tomada
de manera indefinida o con un signo particular, como en ‘el hombre
corre’ o ‘algún hombre corre’, y se dice que ambas expresiones son
determinadas, porque, aun cuando en ambas el término ‘hombre’
suponga por todo hombre, ya corra o no corra, sin embargo, son
verdaderas sólo de un hombre que corra”.136 La suposición confusa
“es la acepción del término común en lugar de muchos, mediante
un signo universal; como cuando se dice ‘todo hombre es animal’, el
término ‘hombre’, mediante el signo universal, se toma por muchos,
ya que se toma por cada uno de sus supuestos”.137
La suposición confusa se divide en confusa por necesidad del signo
o del modo y confusa por necesidad de la cosa, según sea el signo o la
cosa significada quien introduzca la necesidad de que el término se
tome confusamente. Tbmemos como ejemplo la proposición “todo
hombre es animal”, en ella el término “hombre” se ve obligado por el
signo “todos” a confundirse (i.e. distribuirse) por cualquiera de sus
supuestos, los hombres; y en esa misma proposición se toma, en cam­

134 Ibid.
135 Ib id ., p. 82.
136 Ibid.
137 Ibid., pp. 82-83.
bio, por necesidad de la cosa significada, el verbo “es” en lugar de
tantas esencias cuantos hombres son supuestos por la palabra “hom­
bre”, pues cada hombre tiene su esencia (individual); igualmente, ya
que en cada hombre inhiere su animalidad, la palabra “animal” se
toma en ella, por necesidad de la cosa, en lugar de tantos animales
(Le. seres animados) cuantos hombres supone la palabra “hombre”,
y, ya que la animalidad es algo esencial, se toma en lugar de tantas
esencias cuantas supone el verbo “es”.138 Y la suposición confusa
por necesidad del signo puede ser móvil o inmóvil. Es móvil cuando
se puede practicar el descenso lógico a cualquiera de sus inferiores,
como ocurre con el término “hombre” del ejemplo anterior, pues
es correcto inferir: “todo hombre es animal; luego Sócrates es ani­
mal, Platón es animal, etcétera”. Es inmóvil cuando no es válido el
descenso, como ocurre con el término “animal” del ejemplo ante­
rior, pues no es correcto inferir: “todo hombre es animal; luego todo
hombre es este animal”.
Se advierte que Pedro Hispano parece eliminar la suposición con­
fusa por necesidad de la cosa y reducir la suposición confusa a la
que surge por necesidad del signo o del modo. Porque el carácter de
confusa que pertenece a una suposición es algo que realmente se da
por virtud de la proposición y los elementos que en ella figuran, y
no tanto por virtud de algún carácter de confusión que pertenezca
propiamente a la realidad designada.

2.3. La ampliación

La suposición personal también se puede dividir en ampliada y res­


tringida. La ampliación “es la extensión del término común de una
suposición menor a otra mayor, como cuando se dice ‘el hombre
puede ser el Anticristo’, el término ‘hombre’ no sólo supone por
los que existen, sino también por los que existirán. Por lo cual se
amplía a los futuros”.139 En cambio, la restricción “es la coartación
del término común de una suposición mayor a otra menor, como
cuando se dice ‘el hombre blanco corre’, el adjetivo ‘blanco’ res­
tringe a ‘hombre’ a suponer sólo por los blancos”.140 Cabe notar que
la ampliación y la restricción son propiedades exclusivas del término

138 Ver ibid., p. 83.


139 Ibid., p. 194.
140 Ibid.
común, ya que el término discreto, como “Sócrates”, no es suscepti­
ble de una ni otra.
La ampliación puede realizarse por medio de diversos elementos
sintácticos: por un verbo, como hace el verbo “puede” en “el hom­
bre puede ser el Anticristo”; por un nombre, como lo hace el nombre
adjetivo “posible” en “es posible que el hombre sea el Anticristo”;
por el participio, como “impotente” en “el perro es impotente para
ser el Anticristo”; por un adverbio, como “necesariamente” en “el
hombre necesariamente es animal”. De aquí resulta la división de
la ampliación en: respecto de los supuestos y respecto del tiempo. Lo
es respecto de los supuestos cuando se ensancha la capacidad apli-
cativa de un término común en cuanto a los individuos a los que se
puede aplicar, como en “el hombre puede ser el Anticristo”. Lo es
respecto del tiempo cuando se ensancha la capacidad del término
común en cuanto al tiempo en que tiene validez, como en “el hom­
bre necesariamente es animal”.
Pedro Hispano considera dos reglas, una para cada tipo de am­
pliación. En cuanto a la ampliación que se hace por razón de los
supuestos, es la siguiente: “el término común que se pospone o an­
tepone al verbo que tiene fuerza ampliativa, se amplía por él o por
otro hacia aquellas cosas que pueden estar bajo la forma del término
suponente; como en ‘el hombre puede ser blanco’, el término ‘hom­
bre’ no sólo supone por los presentes, sino que se amplía también
a los que existirán”.141 En cuanto a la ampliación que se hace por
razón del tiempo, es la siguiente: “el término común, que se pos­
pone o antepone al verbo que tiene fuerza ampliativa en cuanto al
tiempo, supone por los que existen y los que existirán; como en ‘el
hombre necesariamente es animal’, tanto ‘hombre’ como ‘animal’ se
toman por los que existen y los que siempre existirán”.142

2.4. La restricción
Conocida ya la definición de la restricción, se puede pasar a divi­
dirla. Se divide directamente según los elementos sintácticos por
los que se efectúa. Se puede efectuar: (i) por un nombre, como
lo hace el nombre adjetivo “blanco” en “hombre blanco”, pues res­
tringe al término “hombre” a suponer por los que sean blancos; (ii)

141 Ibid., p. 196.


142 Ibid.
por un verbo, como lo hace “corre” en “el hombre corre”, pues res­
tringe al término “hombre” a suponer por los que están corriendo
en el presente; (iii) por un participio, como lo hace “sonriente” en
“el hombre sonriente disputa”, pues restringe al término “hombre” a
suponer por los que sonrían al polemizar; (iv) por implicación, como
lo hace la implicación relativa “que es blanco” en “el hombre, que
es blanco, corre”, pues restringe al término “hombre” a suponer por
los que sean blancos. La restricción que se hace por medio de un
nombre puede ser: (i) por un término inferior que se añade a uno
superior, como “hombre”, añadido a “animal”, en la forma “animal
hombre”, hace que “animal” suponga por los que sean humanos; (ii)
por la diferencia que se añade al género, con lo cual se constituye la
especie, como “racional”, añadido a “animal”, en la forma “animal
racional”, hace que “animal” suponga sólo por los racionales; (iii)
por un adjetivo de accidente, como “blanco”, añadido a “hombre”,
en la forma “hombre blanco”, hace que “hombre” suponga sólo por
los blancos.
Pedro Hispano añade algunas reglas que, incluso vistas desde la
semántica actual, se muestran muy pertinentes para el esclareci­
miento de la aplicación de las restricciones, (i) Para la restricción
hecha por un nombre tomado comúnmente: “todo nombre que no
causa disminución ni tiene fuerza ampliativa, junto por la misma
parte a un término común, lo restringe a suponer por aquellas co­
sas a las cuales lo exige su significación”.143 Trataremos de ilustrarlo
con un ejemplo; “hombre”, en “animal hombre”, por su significación
restringe a “animal” a suponer por los animales que sean hombres.
(ii) Para el término restringido aporta dos reglas; la primera es­
tablece: “si un signo universal se añade al término restringido, no
lo distribuye sino entre aquellas cosas a las que se restringe”.144 El
sentido de esta regla y su utilidad se ve en el siguiente ejemplo: en
“todo hombre blanco corre”, se restringe “hombre” a los blancos, y
así sólo puede distribuirse entre ellos. La segunda establece: “nada
que se ponga en la parte del predicado puede restringir un término
común puesto en la parte del sujeto en cuanto a la significación prin­
cipal”.145 Esta regla es valiosísima, pues regula la extensión del pre­
dicado; así, “blanco”, en “el hombre es blanco”, no podría restringir

143 Ibid., p. 200.


144 Ibid., p. 201.
145 Ibid.
a “hombre” de modo que suponga sólo por los blancos, ya que, al
ser predicado, estaría en desacuerdo con la exigencia del verbo.
(iii) Para la restricción hecha por implicación aduce dos reglas.
La primera establece: “toda implicación inmediatamente adjunta a
un término común lo restringe como si fuera su adjetivo”.146 Con
esto se precisa la función de la implicación relativa, lo cual se ve en
el siguiente ejemplo: la expresión “que es blanco”, en “el hombre,
que es blanco, corre”, restringe por implicación a “hombre”, como
si fuera su adjetivo, a suponer por los blancos. La segunda establece:
“cada vez que un signo universal y una implicación se ponen en la
misma locución, de ello resulta una oración doble, porque el signo
se puede añadir primero al término y distribuirlo entre cualquiera
de sus supuestos, antes que sobrevenga la implicación”.147 Esta ob­
servación es muy sagaz, y se muestra por el hecho de que la oración
“todo hombre, que es blanco, corre”, se puede partir en dos oracio­
nes, a saber: “todo hombre corre” y “que es blanco”; y, así, antes de
que se introduzca la implicación “que es blanco”, el término “hom­
bre”, de “todo hombre corre”, dada la presencia del signo universal
“todo”, supone por cualquiera de sus supuestos, ya que los distribuye
antes de que se añada la implicación.
(iv) Para la restricción realizada por un verbo da cuatro reglas.
La primera establece: “el término común que se subordina o añade
al verbo tomado simplemente en tiempo presente, y que no tiene
fuerza ampliativa por sí mismo ni por otro, se restringe a suponer por
aquellas cosas que están en el presente bajo la forma del término su­
ponente”.148 Esto resulta claro al observar que el término “hombre”,
en “el hombre es animal”, dada la presencia del verbo “es”, supone
sólo por los hombres presentes. La segunda establece: “el término
común que se subordina o añade al verbo tomado simplemente en
tiempo pretérito, y que no tiene fuerza para ampliarse ni por sí ni por
otro, se restringe a suponer por aquellas cosas que han estado bajo la
forma del término suponente”.149 Por analogía con el ejemplo ante­
rior, tenemos que los términos “hombre” y “animal”, en “el hombre
ha sido animal”, suponen respectivamente por las cosas que son o
que fueron a la vez hombres y animales. La tercera establece: “el

146 Ibid., p. 202.


147 Ibid.
148 Ibid., p. 203.
149 Ibid.
término común que se subordina o añade al verbo en tiempo futuro,
y que no tiene fuerza para ampliarse ni por sí ni por otro, supone por
aquellas cosas que son o que serán bajo la forma del término supo-
nente”.150 Veámoslo en el siguiente ejemplo, análogo a los anterio­
res, los términos “hombre” y “animal”, en “el hombre será animal”,
suponen respectivamente por las cosas que son o que serán hombres
y animales. La cuarta establece: “todo verbo tomado simplemente
y que no tiene fuerza ampliativa, ni por sí ni por otro, restringe al
término que se le añade en cuanto a la consignificación, que es el
tiempo, pero no en cuanto a la significación”.151 Esta regla es in­
apreciable, pues con ella se disuelven paradojas que pueden surgir
en cuanto a la no-existencia, ya que tal restricción se da en los opues­
tos, a saber, tanto en la afirmación como en la negación. Por éjemplo,
la restricción del tiempo al presente vale tanto para “la rosa existe”
como para “la rosa no existe”, pues cada expresión supone por los
individuos existentes o no existentes, según el caso; y de ese modo
“la rosa no existe” no es verdadera sin más, sino sólo con respecto de
las rosas que no existen en el tiempo presente. Como puede verse, la
variación en el tiempo no modifica la significación de los términos,
y éste es un punto muy discutido en la semántica actual con relación
a la necesidad de “destemporalizar” los verbos para que resulten
enunciados científicos en cuyos términos se preserva el significado.

2.5. La apelación

La apelación “es la acepción del término en lugar de la cosa exis­


tente”.152 Es importante notar que la apelación busca la referencia
del término en algo real, actualmente existente, que se da de hecho.
En esto se distingue de la significación y de la suposición, pues la ape­
lación aplica el término a algo existente, mientras que la significación
y la suposición pueden aplicarlo tanto a algo existente como a algo
no existente. Por ejemplo, el término “Anticristo” significa al indivi­
duo que como tal aparece en el relato bíblico, supone por el sujeto
que lo encarne, pero apela efectivamente por nadie, ya que ese indi­
viduo no existe. Asimismo, el término “César” significa al individuo
histórico, supone por ese individuo que existió en el pasado, pero no

150 Ibid., p. 204.


151 Ibid., p. 206.
152 Ibid. , p. 197.
apela por nadie, ya que ese hombre histórico no existe en el presente.
En cambio, el término “hombre” significa las características huma­
nas, supone por los hombres tanto existentes como no existentes, y
apela únicamente por los hombres que de hecho existen.
De acuerdo con ello, la apelación puede ser: de un término común,
como “hombre”, o de un término singular, como “Sócrates”. En prin­
cipio, el término singular significa, supone y apela por la misma cosa,
ya que, por ejemplo, “Pedro” significa, supone y apela lo mismo, a
saber, el individuo real existente que es el portador de ese nombre.
La apelación del término común es doble: (i) por la cosa misma en
común, por ejemplo, cuando se dice “el hombre es una especie”,
pues en ella el término común significa, supone y apela lo mismo
(una especie o esencia), es decir, “hombre” significa al hombre en
común, supone por el hombre en común y apela al hombre en co­
mún. (ii) Por sus inferiores, por ejemplo, cuando se dice “el hom­
bre corre”, donde “hombre” tiene suposición personal, y entonces
ese término común no significa, supone y apela lo mismo, pues en
esa proposición “hombre” significa al hombre en común, supone por
los hombres particulares y apela a los hombres particulares existen­
tes.153
Por todo lo anteriormente expuesto se ve la importancia de es­
tas teorías. La actualidad de la semiótica y filosofía del lenguaje de
Pedro Hispano, a pesar de sus deficiencias bien comprensibles, se
ha manifestado en la gran ayud'a que puede aportar la teoría de
las propiedades de los términos a las reflexiones semánticas con­
temporáneas. La teoría de la suposición es la que mayor interés ha
despertado en los lógicos y semióticos actuales, tanto del lenguaje
ordinario como del lenguaje formalizado.154

R oger Bac o n ,R am ón Lull y Ju a n D uns E sco to

1. Roger Bacon

Roger Bacon (1210/1214-1292), a pesar de ser más conocido por sus


anticipaciones y aportes al método experimental, tuvo también una

153 Ver ibid., pp. 197-198.


154 Ver A. N. Prior, “T he Parva Logicalia in M odern Dress", en D om in ican S tu ­
dies, 5 (1952), pp. 7 8 -8 7 ;T. K. S colt Ir., “G each on Su p positio”, en M in d , 75 (1960),
pp. 586-588.
buena dedicación al estudio de la semiótica y la filosofía del lenguaje.
En el ámbito de la semiótica pura, se le conoce un tratado sobre los
signos,155 y en el terreno de la filosofía del lenguaje, son apreciables
sus tratados sobre la significación, la suposición y las demás propie­
dades de los términos, muy en la línea que venimos estudiando.156
Su tratado sobre los signos es una de las primeras obras de se­
miótica aparecidas en la historia. Su definición del signo establece
que es “aquello que, habiendo sido ofrecido a los sentidos o al in­
telecto, designa algo para el intelecto”.157 Esta definición es defec­
tuosa, pues decir que el signo “designa” no es de gran ayuda, y por
su imprecisión algunos (como T. S. Maloney) han creído que sólo
se reduce a los signos inteligibles —aunque no excluye los sensibles,
como puede verse porque deja como alternativa el que los signos
sean ofrecidos a los sentidos. La división que hace de los signos es
más clara; los divide en naturales e intencionales, según que tengan
con su significado una relación establecida por la naturaleza o por
la intencionalidad humana (o animal, pues Bacon también considera
los signos intencionales de los animales irracionales).
Por lo que hace a las propiedades de los términos, lo encontramos
en la línea que surge de William Sherwood y Pedro Hispano, que ya
se constituía en una tradición. TVata de la significación, como ya la
conocemos en tratadistas anteriores. Añade tres propiedades que el
término adquiere en la proposición: la suposición y la apelación, que
pertenecen a los nombres substantivos, y la copulación, que perte­
nece a los nombres adjetivos, a los verbos y a algunos adverbios.
La suposición es para Bacon la designación substantiva de una
cosa, porque pertenece a los substantivos, en el sentido en que de­
cimos que los substantivos “suponen” por la cosa que designan.158
Divide la suposición en simple y personal, omitiendo la otra gran
división en material. Es notable cómo suple la referencia metalin-
güística con la suposición simple, pues el término de suyo puede a
la vez imponerse para designar una cosa y también para designarse
a sí mismo. Esto se refleja en su definición de la suposición simple:
“[ella] se da cuando el término está en lugar del significado o en lugar

155 Ver K. M. Fredborg- L. N ielsen -J. Pinborg, “A n U n ed ited Part o f R oger Ba-
c o n ’s O pus m aius: D e signis”, e n Traditio, 34 (1978), pp. 75 -1 3 6 .
156 Están con ten id os en R. Bacon, Sum m ule dialectíces, ed. R. S teele, Oxford:
C larendon Press, 1940.
157 R. Bacon, D e signis, ed. cit., par. 2.
158 Ver R. B acon, Sum m ule, ed . cit., p. 268.
de la voz, los cuales son simples, como ‘el hombre es la más digna de
las creaturas’, ‘el hombre es una especie’, ‘el hombre es un nombre’,
‘el hombre es una voz’ ”.159 La suposición personal se subdivide en
discreta y común; la común en determinada y confusa, y la confusa en
distributiva y solamente confusa. Lo más importante de este trata­
miento de la suposición es el análisis que hace Bacon de la suposición
de los nombres propios, pues es muy aguda y fina, y pone entre las
sentencias contrarias a la suya la de que los nombres propios son en
realidad nombres comunes, como lo sostienen ahora teóricos tales
como Tyier Burge y Héctor-Neri Castañeda.160 Pero él sostiene que,
aun cuando dichos nombres puedan ser comunes “por apelación”,
son individuales por la intención, con lo cual resuelve el problema
con una consideración pragmática muy interesante.161 Además, Ba­
con presenta una tesis que encontraremos sólo hasta después en San
Vicente Ferrer,162 y es la de que sólo tienen propiamente suposición
los sujetos; pero difiere de Ferrer en que concede la suposición a los
predicados sólo de manera extensiva y translaticia.163 Por otra parte,
Bacon es uno de los primeros en tratar la suposición impropia, que
es la que corresponde a las figuras o tropos literarios, y que divide
en suposición pleonástica, antonomástica y metonomástica.164
Para Bacon la apelación es la suposición por individuos existen­
tes de hecho o en el presente, como la encontramos, por ejemplo,
en Pedro Hispano. Asimismo, trata de la copulación, que es “la ad-
jeción o la inclinación a la adyacencia de una cosa significada por
una dicción a otra”.165 Copulan o significan de manera adyacente
los nombres adjetivos, los verbos y los adverbios, pues significan algo
predicable; tienen significación y además copulación, no suposición.
Pero los adjetivos y los verbos tienen significación de algo (aliquid),

159 Ibid.
160 Ver ibid., pp. 274-275.
161 M ás sobre esto en M. B euchot, “S em iótica y filosofía del lenguaje en R oger
B acon ”, en Investigaciones S em ióticas (Valencia, V en ezu ela), 5 -6 (1987), pp. 5 -2 0 ,
tam bién recogido en el m ism o, A spectos históricos de la sem iótica y la filosofía del
lenguaje, M éxico: U N A M , 1987; véase igualm ente el m ism o, “La sem ántica d e los
nom bres propios en la filosofía m edieval”, en A n álisis Filosófico (B u en os A ires), en
prensa.
162 V éa se el capítulo correspondiente más adelante.
163 Ver ib id .,p p . 276-277.
164 Ver ibid., p. 288.
165 Ibid., p. 289.
mientras que los adverbios tienen significación de alguna manera
(aliqualiter). Una cosa notable es que Bacon divide la copulación,
al igual que la suposición, en simple y personal. El adjetivo puede
copular de manera simple como en “lo blanco disgrega”, y perso­
nal discreta como en “este blanco corre”, común determinada como
en “el blanco corredor discute”, confusa distributiva como en “todo
animal es coloreado”, y meramente confusa como en “todo el que
tiene un buen hijo lo ama”. El verbo copula de manera simple y tal
vez (forte) de manera personal, pero no de manera confusa distri­
butiva ni meramente confusa. Los adverbios a veces copulan perso­
nalmente, “como se ve claramente en los adverbios componentes y
los personales, ahora inciertamente; pero [a] los adverbios de este
modo copulan los temporales, locales, impersonales, de cualidad y
de cantidad”.166

2. Ramón Lull
Ramón Lull (1231/1233-1316) es considerado como uno de los ante­
cesores del ideal de un lenguaje perfecto y un cálculo lógico general
para alcanzar una ciencia enciclopédica o universal.167 También de­
dicó su atención a las cuestiones sobre el lenguaje usuales en la lógica
de su tiempo, que hacía las veces de semiótica aplicada. Su magna la­
bor en la construcción lógica de la filosofía y los demás saberes —así
haya sido tan sólo un ideal inalcanzable—168 lo hizo atender a las
condiciones de un lenguaje perfectamente mediante la lógica. Por
eso puso cuidado en la filosofía del lenguaje, y trató las cuestiones
que se ventilaban en su tiempo. Por ejemplo, entre ellas se contaban
las propiedades lógicas de los términos.
Así, en la Lógica nova que se le atribuye (críticamente dispuesta
por Bernardo Laviñeta), aborda brevemente las suposiciones, con
sus respectivas ampliaciones y restricciones. Las trata de manera su­
cinta pero clara. La define como “la acepción del término en lugar de
una cosa universal o singular”.169 Llama la atención el que marque la

166 Ibid., p. 289.


167 Ver M. B euchot, “El ars m agna d e Lulio y el ars com binatoria d e Leibniz”, en
D iánoia (U N A M ), 31 (1985), pp. 183-194.
168 Sobre esto puede verse M . Cruz H ernández, El pen sam ien to d e R am ón Lull,
Valencia: Fundación Juan M arch-Editorial Castalia, 1977.
169 D ialéctica seu lógica nova M. R aym undi Lullii, diligenter em endata: restilutis
quae olim fueran! subíala: el additis Tractatu de invenlione medii, ítem Tractatu de
referencia a cosas universales, pero es comprensible en el contexto
de realismo platónico-agustiniano en el que se mueve (al igual que la
escuela franciscana de ese entonces).170 Divide la suposición en sim­
ple, personal y material. La simple sería precisamente la referencia
a cosas universales; la personal, a cosas singulares, y la material por
la expresión misma.
Por otra parte, la ampliación es otra propiedad del término co­
mún por la que éste se coloca en diversos tiempos. Lo más notable
son las tres reglas que Lull aporta para aplicarlo:

La primera es que en toda proposición en la que se pone un verbo de


pretérito perfecto o un participio, el término precedente se amplia en
lugar de aquello que es o que fue, como “la virgen fue meretriz”. La
segunda regla [es que] en toda proposición en la que se pone un verbo
o participio de tiempo futuro, el término precedente está en lugar de
aquello que es o que será, como “el viejo será niño”. La tercera regla
es que todo término puesto en la proposición respecto de este verbo:
“puede”, o de su participio, está en lugar de aquello que es o puede
ser, como “lo blanco puede ser negro”.171

Y la restricción es, como sabemos, la figuración de un término en


una proposición en lugar de menos significados de los que lo haría
por su propia naturaleza (Le. sin esa restricción), como lo hace el
término “hombre”, por virtud del término “blanco”, en la propo­
sición “todo hombre blanco corre”.

3. Juan Duns Escoto


Juan Duns Escoto (1265/1266-1308) era famoso por su agudeza en
la discusión, gracias a las distinciones sutiles que sabía introducir en
el discurso. Filósofo y teólogo de lógica muy fina y pensador muy
atento al lenguaje, Escoto se interesó mucho por el papel que des-

conversione subjecti el praedicati p e r m édium : p e r M. B em ardu m L avin h etam , en R.


Lull, O pera, A rgentorati, 1617. E sta obra d e lógica aparece en la lista d e obras d e
Lull elaborada por Cruz H ernández, op. cit., p. 370, núm . 46.
170 Ver S. lirias M ercant, “R aíces agustinianas en la filosofía d el lenguaje d e R.
L ull”, en A u gu stin u s, 21 (1976), p. 74.
171 Ibid.
empeña el lenguaje dentro del acontecimiento sígnico, en especial
del signo lingüístico.172
Escoto concibe el signo (y, prototípicamente, el lingüístico) como
algo que nos lleva a un objeto por medio de la producción de la res­
pectiva idea de éste en la mente del que escucha. En efecto, cuando
un hombre recibe de otro una cadena de signos (lingüísticos),

a partir de esos signos ordenadamente compone entre sí los concep­


tos simples, como los compone el que habla y le transmite; y, uniendo
[después] ordenadamente los conceptos complejos, tal como están los
signos con una conjunción ordenada en el hablante, a partir de esos
signos percibe la verdad de los complejos de términos, y la relación de
un complejo con otro complejo, por la cual tiene su verdad.173

Y es que Escoto introduce el símbolo o signo lingüístico en el seno de


la comunicación, porque “la palabra oral debe ser un símbolo entre
el hablante y aquel a quien habla”.174
La razón de que el pensamiento o concepto medie entre la pala­
bra y la cosa la presenta Escoto con el siguiente argumento polisi-
logístico:

Significar es representar algo al intelecto; luego lo que se significa es


concebido por el intelecto. Pero todo lo que es concebido por el inte­
lecto se concibe bajo una noción distinta y determinada, porque el en­
tendimiento es cierto acto, y por ello, lo que entiende lo distingue de
otras cosas. Luego todo lo que se significa, se significa bajo una razón
distinta y determinada.175

Por ello, Duns Escoto insiste en la necesidad del papel mediador


del pensamiento entre el signo y lo significado: “Asumir un signo
[lingüístico, en este caso] no se reduce a ser la emisión del aliento

172 Ver M. B euchot, “La función del pensam iento dentro d el fen ó m en o sem iótico
e n Peirce y la escolástica”, en Investigaciones S em ióticas (Valencia, Venezuela), 4
(1984), pp. 133-144, recogido, co n el título d e “Juan D uns E scoto, Juan d e Santo
Tom ás y Charles Sanders Peirce sob re el lugar del pensam iento en el acon tecim ien to
sem ió tico ”, en el m ismo; A spectos históricos de la sem iótica y la filoso/la d e l lenguaje,
ed . cit. C om o e s sabido, D uns E scoto fue uno de los filósofos q u e más influyó sobre
Peirce.
173 J. D u n s E scoto, O pus Oxoniense, lib. 2, dist. 11, n. 5; ed. V ivés, Paris, 1 891-
1895, t. 12, p. 533.
174 Ibid., lib. 1, dist. 22, p. 2, n. 3; ed. Vivés, t. 10, p. 230a.
175 E l m ism o, Superlib. Elenchor., p. 15, n. 6; ed. V ivés, t. 2, p. 22a.
así o asá, sino que ese sonido así pronunciado y articulado es la pa­
labra oral, y la palabra imaginable que le corresponde es la palabra
mental.”116 Pues “se forma [el signo] oral para significar y declarar
aquello que se entiende”.177 Con lo cual se marca fuertemente la in­
tencionalidad que el signo tiene primero respecto del pensamiento
y después de él hacia la cosa que significa.
Hay un argumento importante que esgrime Escoto para apoyar su
tesis: La sola voz afecta al sentido del oído, pero necesita transportar
un contenido significativo, o concepto, para afectar a la imaginación,
a la memoria y, finalmente, al intelecto; pero esto sólo puede hacerlo
si suscita en él la recepción del concepto que transporta. Efectiva­
mente, si la sola voz, sin el concepto, bastara para significar, el que
oyera una palabra tomada de un idioma que no conoce, por ese solo
hecho llegaría al conocimiento de la cosa significada, lo cual vemos
que no ocurre. Y, si se objetara que esto sólo prueba que se requiere
conocer de antemano la relación de los signos lingüísticos con las co­
sas significadas, hay otro argumento: Si bastara la sola voz sin el con­
cepto, entonces el animal bruto —que no tiene conceptos— sería
capaz de asimilar mensajes muy complejos hasta llegar a ser suscep­
tible de aprender las ciencias; lo cual vemos que tampoco ocurre.178
Hay un pasaje interesante en el que se enfrenta con más fuerza
a los que discuten su tesis, y les sigue dirigiendo argumentos para
desacreditar esa postura en la que niegan sus afirmaciones. En él se
ve con mucha claridad la relación causal que guardan la palabra y el
concepto con respecto a la significación de la cosa.

Aunque se hace un gran altercado sobre la voz, acerca de si es signo de


la cosa o del concepto, sin embargo, concediendo brevemente que lo
que se significa por la voz propiamente es la cosa, con todo, hay mu­
chos signos coordinados que tienen el mismo significado, a saber: la
letra, la voz y el concepto, así como son muchos los efectos coordina­
dos de la misma causa, ninguno de los cuales es causa del otro, como
resulta patente en cuanto al sol que ilumina muchas partes del medio.
Y donde hay tal orden de causados sin que uno sea causa del otro, allí
todos tienen la misma inmediatez con respecto de la causa; y ninguno
de ellos es causa del otro, y excluyen al otro de la razón de causa, pero

176 El m ism o, Reportata Parisiensia, lib. 1, dist. 27, q. 2, n. 8; ed. V ivés, t. 22, p. 334.
177 E l m ism o, O pus Oxoniense, lib. 1, dist. 27, q. 3, n. 14; ed . Vivés, t. 10, p. 370b.
178 Ibid. , lib. 4, dist. 1, q. 5, n. 10; ed. V ivés, t. 16, p. 159b; ver adem ás e l m ism o,
Reportata Parisiensia, lib. 2, d. 9, q. 2, n. 9; ed. V ivés, t. 22, p. 649a.
no lo excluyen de la razón de efecto más inmediato. Y entonces se
puede conceder que, de otro modo, el efecto más cercano es causa con
respecto al efecto más remoto, no de manera propia, sino por virtud
de la prioridad que se da entre tales efectos con relación a la causa.
Así puede concederse que en muchos signos coordinados a un mismo
significado, uno de ellos es de otro modo signo de otro de ellos, por­
que da a entenderlo a él, ya que el más remoto no significaría a menos
que el primero de otro modo significara más inmediatamente, y, sin
embargo, a causa de esto, el uno no es propiamente signo del otro.179

En todo esto vemos la insistencia que pone Escoto en relevar que


no es incompatible el que la palabra sea signo primero del concepto
y, a través de él, lo sea de la cosa; pues son causas coordinadas y,
a pesar de que la palabra tiene como designado principal a la cosa,
llega a ella a través del pensamiento. T&l es la tesis tradicional de
Aristóteles, recogida a su modo por la escolástica.
Aunque la temática del siglo xiv es la misma del siglo anterior, se
avanza en profundidad. Se hacen minuciosos astudios sobre la teoría
de las suposiciones, se da mayor relieve a la teoría de la consecuen­
cia y se analizan varios puntos muy sutiles, como el de las paradojas
lógicas.
La figura central es Ockham, quien influye poderosamente con
su nominalismo. Da un nuevo giro a la teoría de las suposiciones,
llevándola, a diferencia de los atitiqui, a una perspectiva extensional.
Se le opone Walter Burley, quien, además de defender la perspectiva
intensional de los antiqui, se revela como un genio de las consequen-
tiae, llegando a lo que podríamos llamar el esbozo de una formali-
zación de la lógica proposicional. Pero la pujanza del nominalismo
ockhamista se deja sentir, por ejemplo, en las investigaciones gra­
maticales de Tbmás de Erfurt, cuya gramática especulativa es una
síntesis de la concepción lingüística más extendida en esta época.
Más influido por Ockham es Juan Buridan, que se distingue por una
gran agudeza lógica, y aplica con mayor fuerza el nominalismo a las
propiedades de los términos. Contra esta línea nominalista se le­
vanta la réplica de los realistas, como San Vicente Ferrer, quien res­
ponde con su interpretación tratando de salvaguardar en el terreno
de las propiedades de los términos el realismo moderado de Santo
Tomás de Aquino.
Recogemos también las aportaciones a esta tradición de las pro-
prietates terminorum de Alberto de Sajonia, aunque ciertamente hu­
bo en esta línea otros pensadores por demás notables, como Marsilio
de Inghem, Pedro de Ailly, Gerson, etcétera. Pero nos parece que los
autores elegidos dan una idea de la riqueza lógico-semiótica de este
siglo.
G u il l e r m o d e O ckham

Ockham (1295-1349) es considerado como el lógico más relevante


del siglo xiv. Ello obedece a que toda su filosofía fue una especie
de revolución, el paso de la vía antigua a la vía moderna. La mo­
dernidad de Ockham en lógica se debe a sus bases ontológicas, de
carácter marcadamente anti-realista en cuanto al problema de los
universales, pues veía en las doctrinas tradicionales un peligro de
platonismo. Esto repercutió en su lógica en el sentido de acercarla
a lo que ahora veríamos como un inicio de formalismo, le dio una
perspectiva preponderantemente extensionalista, en contraposición
con el preponderante intensionalismo de sus predecesores y centró
su atención en el carácter consecuencial y proposicional de la lógica,
todo lo cual manifiesta una pujante filosofía del lenguaje como base
de sus desarrollos. Y su filosofía del lenguaje está polarizada hacia
las propiedades de los términos en la proposición y en la consecuen­
cia, de manera bastante parecida a lo que ocurre en la semántica
actual.1

1. El signo en cuanto tal y el signo lingüístico

A pesar de que en la exposición de Ockham encontramos nociones


que ya hemos visto antes, su manera de explicarlas es novedosa las
más de las veces, gracias a su original enfoque filosófico general.
Así, Ockham encuentra en la palabra “signo” dos sentidos: uno am­
plio y otro estricto; el primero corresponde al signo en general, y el
segundo específicamente al signo lingüístico. El primer sentido del
signo es simplemente el de ser algo que, al ser aprehendido, trae
una cosa distinta de él a la mente. Este sentido es lo bastante am­
plio como para abarcar la generalidad de los signos (la aprehensión
que se menciona es tanto la sensible como la intelectual, pero se re­
fiere directamente al intelecto, dando por supuesta la sensible). Al
cumplir con esta representación, el signo adquiere cierta naturali­
dad, por eso Ockham dice que en este sentido de “signo” la misma
palabra hablada es el signo natural de una cosa, el efecto es signo
de su causa, el racimo de uvas sobre la puerta es signo del vino en

1 Ver E . A . M oody, The L ogic o f William o f O ckham , N ew York and London:


S h eed and Ward, 1935; Ph. B oehner, “T h e R ealistic C onceptualism o f W illiam O c­
kham ”, en Traditio, 4 (1946), pp. 307-335; J. G uernica, “A ctualidad d e G uillerm o
d e O ckham ”, en E stu dios Franciscanos, 51 (1950), pp. 361-373; S. R ábade R om eo,
G uillerm o d e O ckham y la filosofía d e l siglo Xiv, Madrid: CSIC, 1966.
la taberna. Pero aclara que no usa el término “signo” en este sen­
tido amplio. Más bien lo usa en el otro sentido, según el cual el
signo (i) trae algo a la mente y puede suponer por esa cosa; (ii) o
puede ser añadido a un signo categoremático en una proposición;
o (iii) puede estar compuesto de signos categoremáticos y sincate­
goremáticos (como la proposición). Y según este sentido segundo,
más estricto, la palabra hablada no es ya un signo natural, sino que
es signo convencional.2 De los dos sentidos de la palabra “signo”,
Ockham se restringe al segundo como el más propio de la ciencia
lógica.
Vemos que Ockham trata del signo primero en general, casi a la
manera de San Agustín, pero dándole una amplitud mayor, pues
no lo restringe a lo sensible; y en seguida lo trata específicamente
como signo lingüístico, y en este tratamiento resaltan dos cosas: la
significación lingüística está orientada directamente a la suposición,
y ello obedece a que tiene una orientación proposicional. El signo
lingüístico, que es el término, está llamado a formar proposiciones,
y en ellas adquiere su función plena de significación al tener supo­
sición.

2. Signo lingüístico elemental y siguió lingüístico compuesto

Para Ockham, la unidad mínima de significatividad lingüística es la


proposición, es el organismo semántico básico; y el término es el
componente o la parte de la proposición, está ordenado a ella y en
ella cobra su plena significatividad lingüística. Por eso su estudio del
término está orientado al de la proposición.
El término es el signo artificial y convencional que es elemento
de proposición. Ockham da a la palabra “término” una amplitud que
beneficia al lenguaje lógico. Aparece claro el germen de la distinción
entre uso y mención, que después redundará en la distinción entre
lenguaje objeto y metalenguaje. Como es bien sabido, tal distinción
tiene origen en lo que era el uso material y el uso formal o propio
de una expresión. Hay tres sentidos en la palabra “término”. En un
primer sentido, “un término es algo que puede ser la cópula o el ex­
tremo (Le. el sujeto o el predicado) de una proposición categórica o

2 V et G . d e O ckham , O ckham ’s Theory o f Terms. P an I o f the "Summa L ogicae”,


translated and introduced by M ichael J. Loux, N otre D am e-L ondon: U niversity o f
N o tre D a m e Press, 1974, pp. 5 0-51. Puede verse mi reseña d e esta presentación en
Crítica (U N A M ), X /29 (1978), pp. 131-134.
alguna determinación del verbo o del extremo”.3 Esto permite que
no sólo el término en sentido estricto pueda ser sujeto o predicado,
sino que también una proposición sea sujeto de otra, como es el caso
de “‘el hombre es un animal’ es una proposición verdadera”. Pero
utilizará la palabra “término” en un sentido más estricto, que es el
segundo. En este segundo sentido, “ ‘término’ se usa en contraste
con ‘proposición’, de modo que se llama ‘término’ a toda expresión
simple”.4 En esta acepción de “término” se basa la definición que
hemos dado del mismo al comienzo de este inciso. Pero aún hay otro
sentido más estricto. En este tercer sentido, “ ‘término’ se usa para
significar aquello que, cuando es tomado significativamente, es apto
para ser el sujeto o el predicado de una proposición”. 5 De acuerdo
con ello, no serían estrictamente términos los que no figuran en la
proposición como sujetos o predicados, a saber, los verbos que sir­
ven de cópula, los adverbios, las preposiciones, las conjunciones y las
interjecciones. Pero se continúa llamándolos “términos” siguiendo
la costumbre de tomarlos en sentido amplio como tales. Incluso hay
nombres, como los nombres sincategoremáticos (metalingüísticos),
que no pueden ser tomados estrictamente como términos. Para es­
clarecer a estos últimos introduce Ockham la diferencia entre acep­
ción formal y acepcióm material, o entre uso y mención, pues los
términos sincategoremáticos, tomados como nombres de sí mismos
—con lo cual serían nombres categoremáticos—, tienen toda la apa­
riencia de sujetos lógicos, pero esto sólo puede ocurrir en acepción
material, como nombres de expresiones. Lo cual puede verse porque
expresiones tales como “ ‘corre’ es un verbo”, “ ‘todo’ es un nombre”,
“ ‘primeramente’ es un adverbio”. “ ‘si’ es una conjunción”, etcétera,
sólo pueden ser proposiciones correctas y verdaderas a condición de
que los sujetos se tomen en acepción material. Ockham amplía la
doctrina aristotélica del término, diciendo que, de acuerdo con el
tercer sentido, son términos los nombres compuestos y los nombres
oblicuos (o los casos del nombre en la declinación), porque pueden
ser sujetos o predicados. En efecto, según él, el sujeto de la pro­
posición “todo hombre blanco es hombre” no es sólo “hombre” o
“blanco”, sino el término compuesto de los dos, a saber, “hombre
blanco”; asimismo, en la proposición “el que corre rápidamente es

3 G. d e O ckham , op. cit., p. 51.


* Ibid.
s Ibid.
un hombre”, el sujeto no es sólo “el que corre” o “rápidamente”,
sino el término compuesto de ambos, a saber, “el que corre rápi­
damente”; por fin, el nombre oblicuo puede también fungir como
sujeto, como en “del hombre es este asno” (Ockham acaba dejando
este asunto a la gramática).

2.1. El término y sus divisiones


El término, pues, se define como el signo lingüístico que es elemento
de la proposición, sea como sujeto o predicado. Y tiene varias divi­
siones.

2.2. Términos mentales, orales y escritos

En primer lugar, los términos se dividen con arreglo a los diferentes


lenguajes. Ockham postula tres lenguajes: escrito, oral y conceptual;
en conformidad con ellos, hay tres tipos de términos: escrito, oral y
conceptual. Los dos primeros son físicos; el término escrito es el que
se graba en algo material, y es objeto de la vista; el término oral es el
que se pronuncia con la voz, y es objeto del oído; el término concep­
tual “es una intención o impresión del alma que significa o consigni­
fica algo naturalmente y es capaz de ser una parte de la proposición
mental y de suponer en dicha proposición por la cosa significada”.6
Sobre estos términos conceptuales dice Ockham que corresponden
a lo que San Agustín llama “palabras mentales” (verba mentís). De
acuerdo con él, asevera también que son palabras interiores, con­
ceptos, que todavía no pertenecen a ningún dialecto. Más bien an­
teceden a cualquier idioma, y no pueden pronunciarse, por más que
las palabras orales, que son sus signos, puedan ser pronunciadas. So­
lamente pueden darse a conocer por medio de esas palabras orales,
externas.
De esta manera, los términos exteriores (orales y escritos) corres­
ponden a los términos mentales. Pero la intención terminal de los
términos exteriores es significar las cosas extramentales, y por ello
los términos externos no significan primariamente a los conceptos
—o cosas en cuanto pensadas—, y secundariamente a las cosas rea­
les, sino que todos ellos —mentales y externos— significan direc­
tamente a las cosas reales, todos tienden igualmente a ellas. Esto

6 I b id , pp. 49-50. Ver J. Ttentm an, “O ckham on M ental”, e n M ind, 79 (1970),


pp. 586 -5 9 0 .
distingue netamente a Ockham de sus predecesores. Sólo hay que
observar que los términos mentales tienen carácter de signos natura­
les, puesto que son naturalmente los mismos para todos los hombres,
mientras que los términos orales y escritos tienen carácter de signos
convencionales, y se pueden cambiar a voluntad, como se ve en los
distintos dialectos, cosa que no se puede hacer con los términos men­
tales (que son los conceptos).
Esta división en mentales, orales y escritos pertenece a los tér­
minos simples. Las subdivisiones que pueden hacerse valen igual­
mente para las tres clases. En principio, pueden dividirse en nombres
(substantivos y adjetivos), verbos, pronombres, adverbios, preposi­
ciones, conjunciones, etcétera. Pero Ockham introduce una distin­
ción importante en cuanto a los términos mentales. Hay elementos
del discurso exterior que no parecen corresponder a los términos
mentales, por ejemplo participios y pronombres, al igual que otras
características gramaticales, como género, declinación, voz (activa
o pasiva) del verbo deponente. No obstante, permanece la corres­
pondencia de la palabra exterior con la palabra mental, pues tales
características gramaticales no alteran el significado. Como prueba
de que es necesario postular cosas tales como nombres mentales,
adverbios mentales y preposiciones mentales, Ockham aduce el he­
cho de que a cada proposición oral corresponde una proposición
mental. Y en la proposición mental debe suceder lo mismo que en
la oral, a saber, los diferentes elementos proposicionales contribu­
yen a la significación del todo, y son necesarios. Todos son distintos,
pero todos son necesarios para la fuerza significativa del lenguaje.
Pues lo mismo ocurre en la proposición mental, ella también debe
tener elementos diversos y, ya que es expresada convenientemente
por la proposición oral, sus elementos mentales deben ser los mis­
mos que los orales. Así, podemos hablar de nombres, verbos, adver­
bios, conjunciones y preposiciones mentales, así como hablamos de
tales elementos en la proposición oral.7 La mejor prueba de estos
elementos mentales —según Ockham— es que, así como en el len­
guaje oral no bastan los solos nombres y verbos para expresar todo
lo que podemos expresar con la ayuda de las partes adicionales de
la oración, así también ocurre en el lenguaje mental.
2.3. Términos categoremáticos y sincategoremáticos

Thnto los términos mentales como los orales y escritos se pueden


dividir en categoremáticos y sincategoremáticos. Los categoremáti­
cos son los que “tienen una significación definida y determinada”,8 y
son los nombres y los verbos. Los sincategoremáticos son los que no
tienen una significación definida y determinada, sino que significan
algo por auxiliar a los categoremáticos a significar lo que significan.
Comenta Ockham: “El sistema numérico nos proporciona un para­
lelo al respecto. ‘Cero’, tomado en sí mismo, no significa nada, pero
cuando se combina con algún otro numeral hace que dicho numeral
signifique algo nuevo.”9

2.4. Términos (nombres) concretos y abstractos

Dejando a un lado las demás partes de la oración, Ockham se centra


en el nombre. La primera división que introduce es la de abstracto
y concreto. Los distingue en primer lugar morfológicamente; tienen
la misma radical pero distinta desinencia. El nombre abstracto suele
tener mayor número de sílabas que el concreto. En segundo lugar,
por la función que desempeñan. El nombre concreto suele ser un
adjetivo, y el abstracto un substantivo. La distinta función se ve en
que muchas veces los nombres concretos significan, connotan, de­
signan y suponen por algo que el nombre abstracto de ninguna ma­
nera significaría y, por lo mismo, no supondría por él; ambos tipos de
nombres suponen por cosas diferentes, por ejemplo “justo” supone
por un hombre, mientras que “justicia” supone por una cualidad del
hombre.
Los nombres abstractos y concretos pueden funcionar de tres mo­
dos: (i) Por modo de inherencia: el nombre abstracto supone por
una forma o un accidente que inhiere en el sujeto; y el nombre con­
creto supone por el sujeto de esa forma o de ese accidente, o, a la
inversa, supone por la forma o el accidente que inhieren en el su­
jeto. Por ejemplo, el abstracto “blancura” supone por una forma ac­
cidental; el concreto “blanco” supone por el sujeto de la forma acci­
dental blancura; y el concreto “conocimiento” supone por el sujeto
en el que se dan formas y accidentes, (ii) Por modo de totalidad-
parcialidad: el nombre abstracto supone por un todo, y el concreto

8 Ibid., p. 55.
9 Ibid.
supone por una parte, o viceversa. Por ejemplo, “animado” supone
por el hombre, y “alma” por una parte de él, ya que el hombre no es
por entero alma, (iii) Por modo de distinción: el nombre concreto y
el abstracto suponen por cosas distintas, sin que sean sujeto ni parte
la una de la otra. Y se da otra relación, por ejemplo de causa-efecto,
o cualquier otro tipo de relación. Como decimos de un proyecto que
es “humano”, pero no que es “hombre”. Sin embargo, Ockham hace
notar que en todos estos tres modos las funciones se entrecruzan, y
pueden ser asumidas tanto por un nombre concreto como por un
nombre abstracto, aunque también se da el caso, merced a la po­
breza del lenguaje, de nombres concretos que no tienen su corres­
pondiente nombre abstracto.
Se presenta entonces el problema de la sinonimia entre los nom­
bres, especialmente entre nombres concretos y abstractos. Según
Ockham, “sinónimo” tiene dos sentidos, uno estricto y otro amplio.
Dos nombres son sinónimos en sentido estricto si los que los usan in­
tentan usarlos para significar una y la misma cosa. Ockham no em­
pleará este sentido estricto, sino el amplio, que se da cuando dos
nombres simplemente significan la misma cosa, aunque los que los
usan no crean que siempre significan lo mismo, por ejemplo “Dios”
y “divinidad”. De acuerdo con este sentido, algunos nombres abs­
tractos y concretos son sinónimos, por ejemplo “hombre” y “hu­
manidad”, “animal” y “animalidad”; no se distinguen respecto de
la significación, aunque lo hacen por el número de sílabas y porque
unos son concretos y otros abstractos. Específicamente, son sinóni­
mos los nombres de substancias y los nombres abstractos formados
a partir de ellos. Así, “la sinonimia existe cuando el término abs­
tracto no supone ni por un accidente de la substancia designada por
el término concreto, ni por una de sus partes, ni por el todo al cual
pertenece, ni por algo completamente distinto de ella”.10 Este pro­
blema de la sinonimia es de gran actualidad, sobre todo merced a las
críticas de Willard Quine; pero Ockham, que lo considera en orden a
la verdad del silogismo, se acerca más a la postura tradicionalmente
sostenida, anticipándose a Leibniz, que formulará la sinonimia como
la capacidad que dos términos tienen de substituirse en la propo­
sición (y, por lo mismo, en la inferencia) salva veritate.
En consecuencia con lo anterior, hay otro modo de funcionar de
los nombres abstractos y concretos como sinónimos. Pueden darse
casos en que un solo nombre abstracto sea equivalente en signifi­
cación a un nombre concreto compuesto. Es decir, a veces el nom­
bre abstracto lleva implícitos algunos términos sincategoremáticos o
cualificaciones adverbiales, aunque no los exhiba de modo expreso;
y entonces este nombre abstracto es equivalente en significación a
la combinación de un nombre concreto y algún término sincatego-
remático (o varios términos de esta clase). “Pues los hablantes de un
lenguaje pueden, si lo desean, usar una locución en lugar de muchas.
Así, en lugar de la expresión compleja ‘todo hombre’, yo podría usar
‘A’; y en lugar de la expresión compleja ‘sólo el hombre’, podría u-
sar ‘B’, y lo mismo con otras expresiones”,11 sin que por esto cambie
su sentido, antes bien, son equivalentes en la significación. Como
puede apreciarse, esto es muy relevante para la construcción de un
formalismo. Asimismo, hay nombres concretos que son equivalen­
tes en significación a expresiones complejas, como el cuantificador
“todo” es sinónimo de “cada una de las partes”. Y, finalmente, “al­
gunos nombres abstractos son tales que suponen sólo por muchas
cosas tomadas juntas, mientras que sus formas concretas pueden ser
predicadas con verdad de sólo un individuo tomado singularmente.
‘Pueblo’ y ‘popular’ nos brindan un ejemplo. Un hombre puede ser
popular, pero no puede ser un pueblo”.12

2.5. Términos (nombres) absolutos y connotativos

Ockham añade otra división de los nombres en absolutos y conno­


tativos. Los absolutos “son aquellos que no significan una cosa de
manera primaria y otra cosa (o la misma) de manera secundaria.
Más bien, todo lo significado por un nombre absoluto es significado
de manera primaria”.13 Por ejemplo, “animal” es un nombre abso­
luto, porque significa por igual caballos, perros, hombres y otros ani­
males, pero no significa a ninguno de ellos con primacía sobre los
otros. Ninguno de los nombres absolutos tiene estrictamente defi­
nición nominal —aquella que declara su significado—, pues, si la
tuvieran, sólo tendrían ese tipo de definición, y consta que tienen
definición real (pero no definición nominal). Los connotativos “son
los que significan una cosa de manera primaria, y otra cosa de ma-

u Ibid., p. 65.
12 Ibid., p. 69.
13 Ibid.
ñera secundaria”.14 Por ejemplo, “blanco” significa primariamente
la blancura, y secundariamente el objeto que es blanco. Gracias a
este desdoblamiento de significado, ellos sí tienen estrictamente de­
finición nominal. Esto se ve en la posibilidad de efectuar la defi­
nición nominal de un término connotativo poniendo una expresión
en caso nominativo y otra en alguno de los casos oblicuos. Siguiendo
con el ejemplo anterior, el término “blanco”, encontramos que tiene
definición nominal, una de cuyas expresiones va en caso nominativo
y la otra en alguno de los casos oblicuos. En efecto, dicha definición
nominal del término connotativo “blanco” podría ser “algo infor­
mado por la blancura” o “algo que tiene blancura”, donde “algo” va
en nominativo y el resto va en caso oblicuo. Sucede también a veces
que en la definición nominal de un nombre connotativo figura un
verbo, por ejemplo, podemos aclarar el significado del nombre con­
notativo “causa” con la definición nominal “algo de cuya existencia
se sigue otra cosa”, o con alguna semejante.15
Nombres connotativos son los nombres concretos que significan
por modo de inherencia, como “justo”, “humano”, etcétera, porque
en su definición nominal una expresión va en nominativo y la otra
en un caso oblicuo. También son connotativos los nombres relati­
vos, porque en su definición hay expresiones que significan cosas
diferentes, o la misma cosa de modos diferentes; por ejemplo, “si­
milar” puede definirse como “es similar lo que tiene una cualidad de
la misma suerte que otra cosa”, o con otra definición parecida. Hay,
finalmente, otras expresiones que son connotativas por exigirlo su
carácter de gran universalidad:

Expresiones como “verdadero”, “bueno”, “uno”, “potencia”, “acto”,


“intelecto”, “inteligible”, “voluntad” y “deseable”, también se pueden
construir como nombres connotativos. Así, la definición nominal de
“intelecto” es como sigue: “el intelecto es un alma capaz de enten­
der”. Aquí, el alma es significada en el caso nominativo y el acto de
entender por el resto de la frase. El nombre “inteligible” es también
un nombre connotativo; significa el intelecto tanto en caso nomina­
tivo como en un caso oblicuo. Así, la definición corre: “lo inteligible
es algo que puede ser aprehendido por el intelecto”. Aquí, el intelecto
es significado tanto por el término “algo” como por el término “inte­
lecto”. Lo mismo se debe decir de “verdadero” y “bueno”; “verdadero”

14 Ib id ., p. 70.
15 Ver ibid.
es convertible con “ser”; por tanto, significa lo mismo que “inteligible”.
De manera semejante, “bueno” es convertible con “ser”, y significa lo
mismo que la frase “algo que, de acuerdo con la recta razón, puede ser
deseado y amado”.16

2.6. Términos (nombres) de imposición primera y segunda

Mientras que las divisiones anteriores se aplican a los términos que


son tanto naturales (mentales) como convencionales (externos: ora­
les y escritos), la siguiente división se aplicará sólo a los conven­
cionales, y Ockham los distingue en nombres de primera y segunda
imposición.
Los nombres de primera imposición son los que resultan direc­
tamente de la convención humana y se dirigen inmediatamente a la
cosa. Los nombres de segunda imposición “son los que se usan para
significar a los mismos signos convencionales y a todos los aspectos
que pertenecen a los signos convencionales en su función de sig­
nos convencionales”.17 Pero se ha de notar que “nombre de pri­
mera imposicón” tiene dos sentidos, uno amplio y otro estricto. En
sentido amplio, “son nombres de primera imposición todos los que
no son nombres de segunda imposición”.18 En este sentido —cuya
definición no parece decir gran cosa— se incluye a los nombres
sincategoremáticos. En sentido estricto, “solamente los nombres ca-
tegoremáticos que no son nombres de segunda imposición son nom­
bres de primera imposición”.19 En este sentido se excluye a los
nombres sincategoremáticos. Y se ha de notar también que “nom­
bre de segunda imposición” tiene dos sentidos, uno amplio y otro es­
tricto. En sentido amplio, los nombres de segunda imposición “son
los que significan voces convencionales”.20 Tomado en este sentido
amplio, un término de segunda imposición puede significar además
intenciones del alma (conceptos) o signos naturales, pero sólo es
término de segunda imposición en cuanto significa voces convencio­
nales (i.e. palabras externas). Por ejemplo, los nombres gramatica­
les, como “nombre”, “pronombre”, “verbo”, “conjunción”, “caso”,

15 I b i d p. 71.
17 Ibid., p. 72.
18 Ibid.
19 Ibid.
20 Ibid.
“género”, “número”, etcétera, son nombres de partes del discurso o
de aspectos de las partes del discurso. Sólo hay que excluir los nom­
bres de partes de la oración que se predican de las voces sin tomar en
cuenta si son significativas o no, por ejemplo “cualidad”, “voz” y “pa­
labra hablada”. En sentido estricto, los nombres de segunda impo­
sición son “los que, significando sólo signos convencionales, nunca
se pueden aplicar a intenciones del alma o a signos naturales”.21 Por
ejemplo “figura”, “conjugación” y otros semejantes.

2.7. Términos (nombres) de intención primera y segunda

Tbmados en sentido estricto, los nombres de primera imposición se


dividen en dos clases: de primera intención y de segunda intención.
Los nombres de primera intención son los que se emplean para sig­
nificar las cosas. Los nombres de segunda intención “son los que se
emplean para significar las intenciones del alma o signos naturales,
algunos signos convencionales, y aspectos que acompañan a tales
signos”.22 í ’or ejemplo, “género”, “especie”, “universal”, “predica­
ble”, etcétera. Pero también “nombre de segunda intención” tiene
dos sentidos, uno amplio y otro estricto. En sentido amplio, “una
expresión se llama nombre de segunda intención si significa inten­
ciones del alma, Le. signos naturales, ya signifique o no signifique
además signos convencionales en su capacidad de signos. En este
sentido los nombres de segunda intención pueden ser nombres de
primera o de segunda imposición.”23
Dada la importancia del concepto de intención, Ockham lo ex­
plica y después lo divide. “Una intención del alma es algo en el alma
capaz de significar algo distinto.”24 Es un signo natural, un concepto,
y puede ser parte de una proposición mental. Su división procede
en dos ciases, las ya conocidas de primera y segunda intención. In­
tención primera “es la que significa algo que no es una intención
del alma, aunque puede significar alguna intención añadida”.25 Por
ejemplo, la intención del alma o concepto que representa a la hu­
manidad, y puede predicarse de todos los hombres. La intención

21 Ibid .
22 Ibid., p. 73.
23 Ibid.
24 Ibid.
25 Ibid., p. 74.
primera puede predicarse de todos los hombres. La intención pri­
mera tiene dos sentidos, uno amplio y otro estricto. En sentido am­
plio, “un signo intencional en el alma es una intención primera si
no significa solamente intenciones o signos”.26 Según esta acepción,
las intenciones primeras son tanto categoremáticas como sincate-
goremáticas. En sentido estricto, “solamente los nombres mentales
que pueden suponer por sus significados son llamados intenciones
primeras”.27 Según esta acepción, se excluyen las intenciones prime­
ras sincategoremáticas.
La intención segunda “es una intención del alma que es signo de
intenciones primeras”.28 Por ejemplo, “género”, “especie” y otros
semejantes, son nombres de intenciones primeras (por ejemplo, de
“animal” y de “hombre”, pues la primera es un género y la segunda
una especie).

Aún más, se puede decir que, en sentido estricto, una intención se­
gunda es una intención que significa exclusivamente intenciones pri­
meras; mientras que, en sentido amplio, una intención segunda puede
ser también una intención que signifique tanto intenciones como signos
convencionales (en el caso de que haya tales intenciones segundas).29

2.8. Términos denominativos, unívocos y equívocos

Tbdos los términos que Ockham ha explicado anteriormente son de­


nominativos, y debe pasar a otros tipos de ellos, que son los unívocos
y los equívocos. Nombre denominativo, en sentido estricto, “es el
que (i) comienza con el mismo sonido que un término abstracto,
pero teniendo diferente final, y (ii) significa un accidente. Así, ‘bra­
vo’ es denominativo con respecto a ‘bravura’ y ‘justo’ es denomina­
tivo con respecto a ‘justicia’ ”.30 La univocidad y la equivocidad no se
dicen propiamente de las intenciones o conceptos, sino sólo de sus
signos convencionales, que son los términos exteriores o palabras.
Primero explica la equivocidad: “Una palabra es equívoca si, al sig­
nificar diferentes cosas, es un signo subordinado a muchos conceptos

, 26 Ibid.
27 Ibid.
28 Ibid.
29 Ibid. p. 75
30 Ibid., p .7 7 .
o intenciones de la mente más bien que a uno solo.”31 La equivoci-
dad puede ser casual o intencionada (actualmente se diría que es
ambigüedad sistemática). En seguida explica la univocidad:

Toda expresión que está subordinada a un solo concepto es llamada


unívoca, tanto si el término significa varias cosas diferentes como si
no las significa. Pero, propiamente hablando, un término sólo se llama
unívoco si significa o puede significar indiferentemente cada una de las
múltiples cosas diferentes.32

Por último, cabe notar que la univocidad y la equivocidad pueden


darse no sólo en los nombres, sino también en los verbos y demás
partes de la oración.

3. Las propiedades de los términos

Ockham nos habla de tres propiedades de los términos: significa­


ción, suposición y apelación, aunque a esta última sólo la trata bre­
vemente.33

3.1. La significación

Ya que para Ockham los signos lingüísticos o términos están orienta­


dos a formar proposiciones, la significación que éstos tienen se pre­
senta como capacidad de suposición, que es lo que más directamente
lleva a la proposición. T^nto los términos mentales (naturales) como
los orales-escritos (convencionales) tienen necesidad de la significa­
ción para tener suposición, ya natural, ya convencional, consistente
en estar en la proposición en lugar de la cosa. Pues, aunque los térmi­
nos externo^ corresponden a los mentales, no se refieren primaria­
mente a ellos y secundariamente a las cosas reales, sino que unos y
otros se refieren directamente a las cosas reales. De acuerdo con es­
to, un término tiene significación cuando es un signo capaz de ser
una parte de una proposición (e incluso puede tomarse como térmi­
no una proposición completa capaz de ser parte de otra proposición
más amplia), y basta con que designe algo, ya de manera primaria o
secundaria, ya en caso nominativo o en uno de los casos oblicuos, ya

31 Ibid., p. 75.
32 Ibid., p. 76.
33 Ver ibid., p. 188.
expresando algo actualmente o meramente connotándolo, ya signi­
ficándolo afirmativamente o sólo negativamente.34
Se nota el carácter proposicional de la significación, dirigida a la
proposición, y como la proposición puede ser mental o exterior, no
es extraño que hable de significación de términos externos y también
de términos mentales.35

3.2. La suposición

Ockham aclara: “La suposición es una propiedad del término, pero


sólo cuando éste se encuentra en una proposición.”36 Con esto que­
da claro el carácter proposicional de la suposición, y queda abierta
la posibilidad de que tanto el sujeto como el predicado tengan supo­
sición. La define como suplencia de la cosa por parte de la expresión,
como un tomar el lugar de otra cosa, lo cual hace el término con
respecto a la cosa (real o mental). Dado su contexto proposicional,
la suposición del término se descubre en el ejercicio de la propo­
sición; si el término en caso nominativo (al cual se debe transfor­
mar si se encuentra en caso oblicuo) se puede predicar de la cosa en
cuestión o de un pronombre que la represente, entonces el término
supone por esa cosa, y esto cuando el término se toma significativa­
mente; o, también, si el término ha de ser sujeto, supone por la cosa
en cuestión si en la proposición en la que es tomado significativa­
mente se le puede predicar el predicado que conviene a la cosa o a
un pronombre que la represente.37 En cualquier caso, sea el término
suponente sujeto o predicado, supone por la cosa que se desea re­
presentar en la proposición como sujeto o como predicado. Ibmado
significativamente, el término supone por una cosa, es decir, está en
la proposición en lugar de ella, hace sus veces. Así queda abierta
la posibilidad de que un nombre suponga por algo de acuerdo a lo
que asevere la proposición, lo cual es diferente según el caso, pues
si la proposición dice “el hombre es un animal”, entonces “hom­
bre” supone por los individuos humanos, y si dice “este hombre es

34 Ver ibid., p. 114.


35 Ver Ph. Boehner, “O ckham ’s Theory o f S ign ificaron ”, en el m ism o, Coltecied
A n ieles o n O ck h a m , St. Bonaventure, N . Y.: Franciscan Institute Publ., 1958, pp. 201
ss., especialm en te p. 215; R. L. Saw, “W illiam o f Ockham on Terms, P ropositions and
M ean in g”, Proceedings o f tile Aristoteiian Society, 42 (1941 -1 9 4 2 ), pp. 45-64.
36 G . d e O ckham , op. c « .,p . 188.
37 Ver ibid., p. 189.
un animal”, entonces “hombre” supone por un individuo humano, y
cuando dice “ ‘hombre’ es un nombre”, entonces “hombre” supone
por un nombre, pues así lo determina la atribución que se hace en
la proposición. Vemos aquí cómo se gesta la “teoría de los dos nom­
bres” a la que ya hemos aludido al hablar de Tbmás de Aquino, teoría
que es atribuida por Geach a Ockham, según la cual sujeto y pre­
dicado son, por su significación y más por su suposición, sólo dos
nombres distintos de la misma cosa. De todo ello se sigue una re­
gla general: “un término, al menos cuando es tomado significativa­
mente, nunca supone en una proposición por una cosa, a menos de
que pueda ser predicado con verdad de esa cosa”.38 La suposición,
en consecuencia, es la propiedad que tienen los términos de reem­
plazar a las cosas y ocupar el lugar de éstas dentro de la proposición.
La teoría ockhamista de la suposición muestra notables innova­
ciones con respecto a las formulaciones de sus predecesores. Una
de estas diferencias progresistas en cuanto al tratamiento de la su­
posición es que la amplía por encima de los solos signos arbitra­
rios, convencionales o artificiales, a saber, los orales y los escritos,
haciéndola también una propiedad —incluso primordialmente— de
los signos lingüísticos mentales o conceptuales, que serían signos na­
turales.39
Además, los predecesores de Ockham no recalcaron el que la su­
posición es una propiedad del término en la proposición, dando lu­
gar—aun sea veladamente— a la posibilidad de que se tomara como
propiedad suya extra-proposicional. Nadie antes que él había aseve­
rado con tanta energía el que la suposición es una propiedad del
término que se encuentra en el seno de una proposición.40 A pesar
de que se diga que es una propiedad del término, es una propiedad
del término preposicional, esto es, sólo le pertenece por virtud de su
estar dentro de la proposición.
También la división de la suposición hecha por Ockham tiene no­
tables divergencias con respecto a las de sus antecesores. La divide
sólo en tres clases: personal, simple y material.
La suposición personal

38 Ibid.
39 Ver T. d e A ndrés, E l nom inalism o d e Guillerm o d e O ckh am com o filosofía del
lenguaje, Madrid: G red os, 1969, p. 223.
40 Ver ibid., p. 231.
ocurre cuando un término supone por la cosa que significa, sea ésta
cosa una entidad fuera del alma, una palabra hablada, una intención
del alma, una palabra escrita, o cualquier otra cosa imaginable. Así,
donde quiera que el sujeto o el predicado de una proposición suponga
por su significado, ya que se toma significativamente, tenemos siempre
suposición personal.'*1

Por ejemplo, “hombre”, en “todo hombre es un animal”, supone por


sus significados, y lo hace personalmente, Le. por cada uno de ellos
y no por algo común a ellos (la naturaleza o esencia); “nombre”,
en “todo nombre oral es una parte de la oración”, supone personal­
mente por cada uno de los nombres orales; “especie”, en “toda es­
pecie es un universal”, supone personalmente por cada una de las
intenciones del alma o conceptos que dentro de ella representan
conjuntos de individuos, y los conceptos, en cuanto entidades menta­
les, son individuos existentes en ella; y “expresión escrita”, en “toda
expresión escrita es una expresión”, supone personalmente por las
palabras escritas que significa. “Es decir, la suposición personal, pa­
ra Ockham, es la plena actuación proposicional de la significación de
un signo lingüístico, en cuanto que éste ocupa en la proposición
el lugar de los singulares existentes como ‘cosas en sí’ ”.42
La suposición simple “ocurre cuando un término supone por una
intención del alma y no funciona significativamente”.43 Por ejem­
plo, “hombre” en “el hombre es una especie”, supone simplemente
por la intención del alma o concepto que es la especie; pero no se
toma significativamente, pues el término con suposición simple no
significa cosas reales o individuos, sino conceptos, que son signos
lingüísticos naturales.
La suposición material “ocurre cuando un término no supone
significativamente, sino que supone por una palabra hablada o es­
crita”.44 Por ejemplo, “hombre”, en “ ‘hombre’ es un nombre” y en
“ ‘hombre’ es bisílabo”, supone materialmente por sí mismo como
expresión, pero no tiene función significativa, porque no significa a
los individuos humanos reales, sino que significa al signo lingüístico
artificial y convencional que los denomina. Sería el mismo caso que

41 G . d e O ckham , op. cit., p. 190.


42 T. d e A ndrés, op. cit., p. 249; ver adem ás pp. 250-255.
43 G. d e Ockham, op. cit., p. 190.
44 Ibid., p. 191.
la suposición simple, sólo que, en lugar de referirse a signos lingüísti­
cos naturales (conceptos), se refiere a signos lingüísticos artificiales
(palabras orales y escritas).
En la división que hace Ockham de la suposición, se ve que el
criterio de dicha división es —a diferencia de sus predecesores—
el ejercicio de la función significativa por parte del término supo­
nente. De ahí que su división, como precisa Tfeodoro de Andrés, es
analógica, en la cual el primer analogado, o analogado por excelen­
cia con relación a los otros, es la suposición personal; ella es la su­
posición auténtica precisamente por ser ella en la que el término
suponente ejerce con mayor plenitud su función significativa, consis­
tente en designar individuos reales; por eso se refiere a los términos
que tienen esta suposición como a términos que “suponen signifi­
cativamente”, dando a entender que tienen la suposición más pro­
pia en comparación con la simple y la material. Sobre todo respecto
de esta última hay una innovación muy notable. En efecto, Ockham
distingue bien entre signos lingüísticos que son signos de cosas y sig­
nos lingüísticos que son signos de otros signos lingüísticos, esto es,
entre signos de cosas y signos de signos. Esta novedosa distinción
es muy importante, porque ayuda a distinguir con precisión entre
significación y suposición, aclarando sus relaciones; por lo mismo,
ayuda a dividir con mayor nitidez las distintas clases de suposicio­
nes, división en la que todavía se muestran vacilantes sus predece­
sores, tales como Guillermo de Sherwood y Pedro Hispano.45 En
cuanto a las relaciones entre la significación y la suposición, tiene
el mérito de evitar las confusiones que llevaban a considerar como
significativa tanto la suposición de un término que es signo de cosas
como la de un término que es signo de otro u otros términos. De
acuerdo con Ockham, sólo la primera suposición toma al término
significativamente. Además, para distinguir y dividir la suposición de
los términos hay que atender tanto al sujeto como al predicado, por­
que el predicado nos sirve de criterio para determinar la suposición
del sujeto. Nuevamente aparece la idea de Ockham de que la supo­
sición se da sólo en el contexto de la proposición. Así, atendiendo al
predicado, cuando a un término se le predica un extremo que lleva
términos simples o complejos —sean términos orales o escritos—,
entonces ese término puede tener suposición material o personal.
En cambio, cuando a un término se le predica un extremo que sig­
nifica una intención del alma, entonces ese término puede tener su­
posición simple o personal. Y cuando a un término se le predica un
extremo que es común a todos ellos, entonces ese término puede
tener suposición material, simple o personal. Esto puede aplicarse
al siguiente ejemplo: “ ‘hombre’ se predica de muchos”. Ockham lo
analiza así:

Si “hombre” tiene suposición personal, la proposición es falsa, pues se


aseveraría que alguna entidad significada por el término “hombre” se
predica de muchos. En cambio, si “hombre” tiene suposición simple o
material (tanto referida a palabras orales como a escritas), la propo­
sición es verdadera, porque tanto la intención común como la palabra
(sea oral o escrita) son predicables de muchos ,46

Estas regulaciones revelan el terminismo de Ockham, como re­


pulsa de las entidades abstractas que se predicarían de muchos,
como “hombre”, en el caso de tener suposición simple en la proposi­
ción “hombre se predica de muchos”, lo haría por referirse a un con­
cepto o intención de la mente, pero no por referirse a una naturaleza
o esencia.

3.2.1. La suposición material

Tbdo término que puede ser parte de una proposición es susceptible


de suposición material, ya que puede ser sujeto o predicado de una
proposición en la que pueda estar en lugar de una palabra oral o es­
crita. También las proposiciones y las frases pueden tener suposición
material, cosa que Ockham introduce como novedad. E introduce
otra novedad, a saber, la división de la suposición material, que antes
no se dividía. La división que presenta puede establecerse como la
división de palabras que suponen por ellas mismas, esto es, por otras
palabras de la misma forma (homoiomorfas), y palabras que no su­
ponen por ellas mismas, sino por palabras de otra forma (heteromor­
fas). En efecto, según observa Ockham, las palabras pueden suponer
materialmente por ellas mismas (i.e. por sus homoiomorfas), como
en los siguientes ejemplos: “ ‘hombre’ es un nombre”, “ ‘del hombre’
está en caso genitivo”, “ ‘hombre es animal’ es una proposición ver­
dadera”, “ ‘bien’ es un adverbio”, y “ ‘lee’ es un verbo”. Pero otras
veces las palabras no suponen materialmente por ellas mismas (por
sus homoiomorfas), sino que suponen materialmente por otras de
diferente forma (heteromorfas). Por ejemplo, en la oración latina
“ ‘animal’ praedicatur de ‘homine’ ”, la palabra “homine” no supone
por la palabra “homine", sino por la palabra “hom o”, porque de ella
se predica “animal” en “homo est animal”. Asimismo, en la oración
latina “‘homo’praedicatur de ‘asino’ in obliquo”, “homo" y “asino”
suponen por otras palabras heteromorfas, pues “asino” supone por
el caso recto y “hom o” por alguno de los casos oblicuos, como se
ve en la siguiente proposición: “asinus est hominis”. Y lo mismo en
otros ejemplos.47

3.2.2. La suposición simple

Ya que en la ontología de Ockham se entiende la naturaleza o esen­


cia como un concepto, resulta que todo término simple o complejo,
que es significativo o consignificativo, puede tener suposición sim­
ple, ya que dicho término, sea mental, oral o escrito, puede supo­
ner por un concepto de la mente, y al tener suposición simple no
supondría, como para otros autores, por una naturaleza o esencia.
También aquí introduce Ockham una división parecida a la de la su­
posición material: “un término mental que supone de manera sim­
ple a veces supone por sí mismo (como en ‘hombre es una especie’ y
‘animal es un género’) y a veces por alguna otra intención del alma
que de ninguna manera significa (como en la siguiente proposición
mental ‘ese hombre es un animal es verdadera’)”.48

3.2.3. La suposición personal

Ockham aclara: “Se ha de notar que sólo un término categoremático


que se usa significativamente como el extremo de una proposición
supone de manera personal.”49 Al restringir esta suposición a los
términos categoremáticos, obviamente quedan excluidos los sinca­
tegoremáticos. Al restringirla a los términos categoremáticos toma­
dos significativamente, se excluyen los verbos, ya que no pueden
usarse, significativamente en cuanto verbos, como extremos de una

47 Ver ibid., p. 198.


48 Ibid.
49 Ibid., p. 199.
proposición; por ejemplo, no pueden ser sujetos, pues en tal caso
serían nombres, como el infinitivo “leer”, en “leer es bueno”, se con­
vierte en nombre y por eso es sujeto. También se excluyen las ex­
presiones categoremáticas que funcionan de manera material o de
manera simple, pues entonces no serían usadas significativamente,
como “ ‘hombre’ es un nombre” y “hombre es una especie”, ya que
no significan los individuos humanos, sino el vocablo y el concepto
de hombre, respectivamente. Al restringir, además, esta suposición a
los términos usados como extremos de una proposición, se excluyen
los que sólo forman parte de ese extremo, por ejemplo, en “el hom­
bre blanco es un animal”, ni “hombre” ni “blanco” suponen aislada­
mente, porque son partes, sino todo el sujeto, i.e. “hombre blanco”.
La suposición personal se divide en discreta y común. La supo­
sición discreta se da “cuando el término suponente es el nombre pro­
pio de algún objeto tomado significativamente o un pronombre
demostrativo tomado significativamente”.50 Por ejemplo “Sócrates”
en “Sócrates es un hombre” y “ése” en “ése es un hombre”. La supo­
sición común se da “cuando es un término común el que supone”.51
Por ejemplo “hombre” en “todo hombre es un animal”. A su vez, la
suposición común se divide en determinada y confusa. La suposición
determinada se da “cuando es posible descender a los particulares
por medio de una proposición disyuntiva”.52 Por ejemplo “un hom­
bre corre, luego este hombre corre o ese hombre corre, etcétera...”,
y se llama “suposición determinada” porque un particular determi­
nado hace verdadera a la proposición en la que ocurre el término
correspondiente. La suposición confusa “pertenece a todo térmi­
no común que ostenta suposición personal, pero no suposición de­
terminada”.53 Se divide en meramente confusa y distributivamente
confusa. La meramente confusa se da

cuando un término común supone personalmente y no es posible, sin


un cambio en uno u otro de los extremos, descender a los particulares
por medio de una proposición disyuntiva, pero es posible descender
por medio de una proposición con un predicado disyuntivo y es posible
inferir la proposición original de cualquier particular.54

50 Ibid., p. 200.
51 Ibid.
52 Ibid.
53 Ibid., p. 201.
54 Ibid.
Por ejemplo “animal”, en “todo hombre es un animal”, ya que no
puede practicarse el descenso por vía de disyunción, de la siguiente
manera: “todo hombre es animal, luego todo hombre es este ani­
mal o todo hombre es ese animal o todo hombre es aquel animal,
etcétera...” Pero de cualquiera de las disyunciones particulares se
puede inferir la proposición original; por ejemplo, de “todo hom­
bre es este animal” se puede inferir “todo hombre es un animal”. La
distributivamente confusa se da “cuando, asumiendo que el término
relevante tiene muchas instancias contenidas en él, es posible de al­
guna manera descender a ellas por medio de una proposición con­
juntiva, e imposible inferir la proposición original de alguno de los
elementos en la conjunción”.55 Por ejemplo “hombre”, en “todo
hombre es un animal”, supone de manera confusa y distributiva, por­
que se puede hacer el descenso por conjunción: “todo hombre es un
animal, luego este hombre es un animal y ese hombre es un animal,
etcétera...”, pero de las proposiciones obtenidas en el descenso no
se puede inferir la proposición original, por ejemplo de “ese hombre
es un animal” no se puede inferir “todo hombre es un animal”. Oc­
kham aclara por qué ha dicho que el descenso es posible de alguna
manera. Esto se debe simplemente a que no siempre es posible des­
cenderle la misma manera. Se tiene que practicar el descenso según
los distintos casos. Hay casos en los que se puede practicar el des­
censo sin alterar la proposición original, pues sólo se cambia el sujeto
o el predicado de término común a singular, lo cual no es introdu­
cir gran variación. Y hay casos en los que sólo se puede practicar el
descenso alterando la proposición, pues se tendrían que cambiar ra­
dicalmente los términos para poder descender a los singulares. Un
ejemplo de lo primero se encuentra en la proposición “todo hombre
corre”, de la cual se puede descender a una conjunción de proposi­
ciones singulares, infiriendo así: “todo hombre corre; luego Sócrates
corre, Cicerón corre, ... (y así sucesivamente para todos los hom­
bres)”. Un ejemplo de lo segundo se encuentra en la proposición
“todo hombre, excepto Sócrates, corre”, pues de ella se puede des­
cender también a una conjunción de proposiciones singulares, in­
firiendo así: “todo hombre, excepto Sócrates, corre; luego Platón
corre, Cicerón c o rre,... (y así sucesivamente para todos los hombres
distintos de Sócrates)”; pero, a fin de practicar el descenso, se ha te­
nido que quitar algo que aparecía en la proposición original, a saber,
la expresión exceptiva, que ya no aparece en las proposiciones sin­
gulares inferidas. En el primer caso se llama suposición distributiva­
mente confusa móvil, y en el segundo caso distributivamente confusa
inmóvil.56 Pues la movilidad es la capacidad de descenso correcto.
Ockham da la siguiente regla para la suposición determinada:

Cuando en una proposición categórica, que no tiene ningún signo uni­


versal que la distribuya, todo el extremo de una proposición se añade a
un término, ya mediata o inmediatamente (Le. ya en la parte del mismo
extremo o en la parte del extremo precedente), y cuando no se añade
a los términos constitutivos ninguna negación o alguna expresión que
implique una negación o un signo de universalidad, ese término común
supone determinadamente.57

Esto ocurre, por ejemplo, con los términos extremos —sujeto y pre­
dicado— de la proposición “un hombre es un animal”, por ello,
“hombre” y “animal” suponen determinadamente.
Ikmbién da tres reglas para la suposición meramente confusa:
(i) “Cuando un término común sigue mediatamente a un signo afir­
mativo de universalidad, tiene suposición meramente confusa. Esto
es, en una proposición afirmativa universal el predicado tiene su­
posición meramente confusa.”58 Por ejemplo, en “todo hombre es
un animal”, el predicado “animal” tiene suposición meramente con­
fusa. (ii) “Cuando un signo de universalidad o una expresión que lo
incorpora precede a un término en el lado del sujeto de una propo­
sición pero no determina toda la expresión que precede a la cópula,
entonces lo que sigue en el mismo lado de la cópula tiene supo­
sición meramente confusa.”59 Por ejemplo “ser creado” en la pro­
posición “en todo tiempo algún ser creado ha existido”, (iii) “El
sujeto de una proposición afirmativa exclusiva siempre tiene supo­
sición meramente confusa.”60 Por ejemplo “animal” en “sólo lo que
es animal es un hombre”.
Añade asimismo algunas reglas para la suposición distributiva­
mente confusa. Primero dos reglas generales. Una regla general es:
“Si algo hace que un término tenga suposición distributivamente

56 Ver ibid., pp. 201-202.


57 Ibid., p. 202.
58 Ibid., pp. 211-212.
59 Ibid., p. 212.
60 Ibid., p. 213.
confusa, es un signo de universalidad, una negación, o una expresión
equivalente a la negación.”61 Otra regla general derivada es: “Lo
que hace móvil a la inmóvil también hace inmóvil a la móvil”.62 So­
bre todo la negación. Por ejemplo “hombre” tiene suposición in­
móvil en “Sócrates es un hombre”, pero si se añade una negación:
“Sócrates no es un hombre”, adquiere suposición móvil. Igualmente
“hombre” tiene suposición móvil en “Sócrates es todo hombre”, pe­
ro si se añade una negación: “Sócrates no es todo hombre”, adquiere
suposición inmóvil. Y, además de la negación, pueden hacer esto
otras expresiones como “difiere de” o “distinto de”.
Siguen unas reglas para la suposición móvil: (i) “En toda propo­
sición universal afirmativa y universal negativa que no es ni exclusi­
va ni exceptiva, el sujeto tiene suposición distributivamente confusa
móvil.”63 Por ejemplo “hombre” en “todo hombre corre” y “ningún
hombre corre”, (ii) “En toda proposición universal negativa el pre­
dicado tiene suposición distributivamente confusa [móvil].”64 Por
ejemplo “inmortal” en “ningún hombre es inmortal”, (iii) “Cuando
una negación que determina la composición principal en una propo­
sición precede al predicado, el predicado tiene suposición distribu­
tivamente confusa [móvil].”65 Por ejemplo “animal” en “el hombre
no es un animal”, (iv) “Un término que sigue inmediatamente a los
verbos ‘diferir’ y ‘distinguirse’, a los participios correspondientes de
esos verbos, al nombre ‘distinto de’, o a una expresión equivalente
a alguno de ellos, tiene suposición distributivamente confusa [mó­
vil].”66 Por ejemplo “hombre” en “Sócrates difiere del hombre”,
“Sócrates se distingue del hombre” y “Sócrates es distinto del hom­
bre”. Esto porque Sócrates no se identifica con el hombre, ya que
no es toda la humanidad.
Finalmente, da una regla para la suposición inmóvil: “El sujeto de
una proposición exceptiva siempre tiene esa clase de suposición.”67
Por ejemplo “hombre” en “todo hombre, excepto Sócrates, corre”,
tiene suposición distributivamente confusa, pero inmóvil, pues no

61 Ibid., p. 214.
62 Ibid.
63 Ibid., p. 213.
54 Ibid.
65 Ibid., pp. 2 1 3-214.
66 Ibid., p. 214.
67 I b id .,p ,2 1 5 .
se puede descender válidamente a los singulares. Para hacerlo se
tiene que buscar otro camino —a través de algunas negaciones—,
lo cual cambiaría la significación originaria de la proposición. Sería:
“todo hombre, excepto Sócrates, corre; luego Sócrates no corre, y,
por tanto, este hombre corre, y ese hombre corre, y ... (así sucesiva­
mente para todos los individuos distintos de Sócrates)”.68
Surgen problemas con las proposiciones temporales como “Só­
crates comienza a ser letrado”, “Sócrates cesa de ser blanco”, “Sócra­
tes ha estado dos veces en Roma”, “Sócrates ha sido herido tres
veces”. El problema se centra en la suposición del predicado. Oc­
kham lo resuelve así:

Se puede decir que el término predicado en proposiciones de esta clase


(al igual que lo que sigue al verbo, adjetivo o nombre) no tiene suposi­
ción determinada, ni suposición meramente confusa, ni suposición dis­
tributivamente confusa. Tiene una forma diferente de suposición para
la cual no tenemos nombre.69

Es una suposición cercana a la meramente confusa.


En seguida trata Ockham la suposición de los términos relativos.
Llama, siguiendo en esto más a los gramáticos que a los lógicos, “ab­
solutos” a los términos que no se refieren a otro término antece­
dente, y “relativos” a los que cumplen esta función de referirse a un
antecedente. Como regla general, suponen por lo mismo que el an­
tecedente, como en “Sócrates corre y él discute”, donde “él” tiene la
misma suposición que “Sócrates”; sólo hay excepción en los relati­
vos de diversidad, como, al referirse a dos proposiciones, decir “una
es verdadera y la otra es falsa”, en ella la expresión relativa “la otra”
no supone por lo mismo que la expresión
antecedente.70
Y, finalmente, trata de las figuras de dicción retórica, como la
antonomasia, la sinécdoque y la metonimia, que tienen suposición
impropia, porque no tienen sentido literal, sino —según Ockham—
equívoco, o por lo menos impropio.71

68 Ibid.
69 Ibid., p. 216.
70 Ver ibid., pp. 217-219.
71 Ver ibid., p , 220.
3.3. Actualidad de la suposición ockhamista

La presentación que hace Ockham de la suposición es la que más ha


llamado la atención de los lógicos modernos, (a) En primer lugar, se
ha resaltado la agudeza de Ockham para posibilitar la distinción en­
tre lenguaje objeto y metalenguaje a través de los distintos tipos de
suposición. Esto es claro en los casos de suposición simple y mate­
rial; la suposición simple, al incluir una referencia suposicional a los
signos lingüísticos mentales, posibilita un metalenguaje referido al
lenguaje mental, y la suposición material hace lo mismo con respecto
al lenguaje exterior, oral o escrito. Pero inclusive la suposición per­
sonal abre la posibilidad de metalenguaje. Ya sabemos que para Oc­
kham la suposición personal se da cuando suponen significative tanto
el sujeto como el predicado; pero también puede ocurrir esto en el
caso de que uno de ellos suponga materialiter, por ejemplo, cuando
el sujeto no supone por otras cosas sino por sí mismo y el predicado
“supone por ese sujeto en cuanto realidad psicológica o fonética o
gráfica, etcétera [...] En este caso, pues, tenemos una proposición
en la que afirmmos algo sobre el mismo lenguaje, por lo tanto una
proposición metalingüística, pero basada en una suposición perso­
nal de uno de los términos ” . 7 2 (b) Además de que las teorías de la
significación y de la suposición tienen estrecho parentesco con las
nociones de sentido y referencia en la semántica actual, se ha no­
tado que, por su carácter extensional, la teoría ockhamista de la su­
posición se presta bien a la formalización lógica. A pesar de que
Matthews desconfiaba de que se pudiera formalizar la suposición
personal , 7 3 se han presentado formalizaciones de la suposición per­
sonal y sus especies. 7 4 Debe notarse que Matthews había observado
una falla en la aplicación de la teoría , 7 5 pues Ockham consideraba

72 T de A ndrés, op. cit., pp. 275-276. Ver Ph. B oehner, “O ckham ’s T heory o f
Supposition and the N otion o f Truth”, en el m ism o, C ollected A n ieles on O ckham ,
e d .c it., p. 243.
73 Ver G. M atthews, “O ckham ’s Supposition Theory and M odern Logic”, en Phi-
losophical R eview, 73 (1964), pp. 91-99; D . P. Henry, M edieval L ogic a n d M etaphysics,
London: H utchinson, 1973; el m ism o, “Ockham , Supposition and M odern L ogic”,
en N otre D a m e Journal o f Form al Logic, 5 (1964), pp. 290-292.
74 Ver M. J. Loux, “O ckham on G enerality”, segundo estu d io introductorio a
su traducción O c k h a m ’s Theory ofT erm s, ed . cit., pp. 23-46; G . Priest-S. Read, “T h e
Form alization o f O ckham ’s T heory o f S u pposition”, en M in d, 86 (1977), pp. 109-113.
75 Ver G. M atthew s, “Suppositio and Q uantification in O ckham ”, en N oü s, 17
(1973), pp. 18 ss.
que el predicado de la proposición particular negativa tenía supo­
sición distributivamente confusa, pero, después de establecer un for­
malismo para la suposición personal ockhamista, Priest y Read la
corrigen como suposición meramente confusa. Asimismo, algunos
decían que a Ockham se le escapaba un cuarto modo de suposición,
la conjuntiva o impuramente confusa , 7 6 pero Priest y Read muestran
que se puede reducir a la meramente confusa y así no es necesario
un cuarto modo. Asimismo, otros acusan a Ockham de considerar
demasiados modos de suposición, ya que la suposición meramente
confusa es superflua , 7 7 y aun la determinadamente confusa , 7 8 pero
Priest y Read hacen ver que no es redundante el incluirlas. Por últi­
mo, otros dicen que la teoría ockhamista de la suposición no puede
trabajar con la cuantificación múltiple (o predicados de segundo or­
den) ni con la teoría de las relaciones, pues el descenso a los
singulares no se puede realizar en cuanto a las proposiciones que tie­
nen expresiones relaciónales, 7 9 pero Priest y Read encuentran una
vía por la cual el descenso en esas condiciones es practicable. Y,
así, estos autores aseguran: “Podemos concluir, (i) que, contraria­
mente al punto de vista de Matthews y Henry, la teoría de Ockham
sobre el descensus de la suposición personal puede ser formulada en
la lógica moderna usual, y (ii) que, contrariamente al punto de vista
de Swiniarski, Geach y Dummett, es una teoría que funciona y es
coherente . ” 8 0

T om ás de E rfurt

1. La gramática especulativa

En el siglo x i i había florecido un género de estudios filosóficos re­


lativos a la gramática que llevó el nombre de tractatus de modis sig-
nificandi (tratado de los modos de significar); sus cultivadores eran
76 Ver J. Swiniarski, “A N ew P resen taron o f O ckham ’s T heory o f Supposition
with Evaluation o f S om e Contem porary C ríticism s”, en Franciscan Stu dies, 30 (1970),
p. 212; P. T G each, Refere tice a n d Generalily. A n Exam ination o f S om e M edieval a n d
M o d em Theories, Ithaca and London: Cornell U niversity Press, 1970, pp. 71 ss.
77 Ver E. A . M oody, Truth a n d Consequence in M edieval L ogic, A m sterdam :
N orth-H olland Publ. Co., 1953, p. 46.
78 Ver P. T. G each , op. cil., p. 104.
79 Ver M. D um m ett, Frege: Philosophy o f Language, London: D uckw orth, 1973,
pp. 19-20.
llamados “modistae”. El análisis de los modistas versaba sobre los
modos de significar de las diferentes partes de la oración y las condi­
ciones de su adecuada combinación. Thles estudios fueron cobrando
fuerza hasta constituirse en una verdadera filosofía del lenguaje, de­
nominándose Grammaticae speculativae.81 Pero estaban sobrecarga­
das de especulaciones metafísicas que desviaban la atención de la
forma lógico-gramatical.
Por eso el nominalismo del siglo x iv significó un impulso a cen­
trarse en lo propiamente lingüístico. El influjo nominalista determi­
nó la exclusión de muchas cuestiones poco pertinentes, e imprimió a
estos estudios su carácter de positivismo y exactitud. En pleno auge
del nominalismo, aparece la obra de Tbmás de Erfurt, que se conoce
como De Modis Significandi sive Grammatica Speculativa, o simple­
mente como Grammatica speculativa (1350), durante mucho tiempo
atribuida erróneamente a Duns Escoto . 8 2 Sabemos poco de la vida
de Tomás de Erfurt, pero su labor puede situarse en esta corriente
del siglo xiv. En dicha corriente de las gramáticas especulativas ve­
mos un análisis diferente de los establecidos por los otros filósofos
del lenguaje que hemos examinado.

2. Dimensión sintáctica de la gramática especulativa

En este enfoque de la gramática especulativa, encontramos una ter­


minología parecida a la anterior, pero el sesgo explicativo es diverso,
más atento a la dimensión “lingüística” que a la más filosófica (on-
tológica y epistemológica). Se define al término como un signo oral
(podemos añadir: escrito) que significa algo universal o singular,
según el caso, como “hombre” o “Sócrates”. A los signos lingüísticos
no se les ve bajo el solo aspecto de ser una voz, cuyo estudio perte­
necería de hecho al físico, sino como algo a la vez físico y psíquico,
y así son estudiados por el lógico. El intelecto da a la voz una sig­
nificación, y así pasa a ser dictio o dicción, y ésta es una parte de la
oración.

81 V éa se e l excelen te estu d io de G . L. Bursill-H all, Speculative G ram m ars ofth e


M iddle Ages, Paris-The H ague: M outon, 1971.
82 Ver M. Grabm ann, “D e T hom a Erfordiensi, auctore G ram m aticae q u ae Joan-
ni D u n s S coto adscribitur, sp eculativae”, en Archivum Franciscartum H iston cu m ,
1922, pp. 273-277.
La inteligencia otorga a la vox una doble ratio, una doble determ i­
nación: en primer lugar, el que ella tenga sobre tod o un significado
— por ella la palabra llega a ser dictio y recibe una significatio — , en se­
gundo lugar, el que ella tenga un determ inado significado, que no sólo
signifique algo, sino que algo consignifique, que no sólo tenga una sig­
nificatio, sino también una consignificatio ,83

Los términos, pues, tienen significación y consignificación. La sig­


nificatio es la posesión de un sentido sintáctico elemental, la consigni­
ficatio es la posesión de un sentido sintáctico determinado dentro de
la estructura oracional. Aunque la significación es algo indispensa­
ble, los modi significandi surgen de la consignificación, ya que es el
aspecto relacional de las dicciones para formar una oración. Puede
decirse que la consignificación es la significación que adquieren los
términos según sus diferentes modalidades, verbo (que consignifica
tiempo además de significar acción o pasión), casos del nombre (que
adquieren otros significados que no tenían en nominativo), partícu­
las sincategoremáticas (adverbios, preposiciones, conjunciones, et­
cétera).
La consignificación, entonces, da origen a los modos de significar,
y éstos son dos: uno activo y otro pasivo. El activo es la propiedad
que la inteligencia asigna a la voz para significar una propiedad de
la cosa. El pasivo es la propiedad que tiene la cosa de ser significada
por la voz. Ya que el modo de significar pasivo está más por parte de
la cosa, y el modo de significar activo está más por parte de la voz, es
este último, a saber, el modo de significar activo, el que propiamente
pertenece a la gramática.
Tbmás de Erfurt lo explica con base en la imposición de los voca­
blos. La inteligencia, al imponer o constituir una voz como significa­
tiva, le confiere dos cualidades: (i) la cualidad de significar, llamada
significación, por la cual la mera voz se convierte en signo o signi­
ficante, esto es, en una voz significante, y así es formalmente una
dicción; (ii) la cualidad de consignificar, llamada consignificación y,
más propiamente, modo de significar activo, por el cual la voz ya sig­
nificante adquiere además el ser consigno o consignificante, y así
es formalmente una parte de la oración. De ser sólo dicción se con­
vierte, por esta segunda cualidad, en parte o elemento oracional.
Esta segunda cualidad, en cuanto principio formadle da el ser parte

83 M. Grabm ann, “E l desarrollo histórico de la filosofía y lógica m edievales del


lenguaje”, en Sapienlia, 3 (1948), p. 19.
por sí, pero también, en cuanto principio eficiente intrínseco, le da
el ser parte por relación en otra, es decir, por relación con los demás
elementos oracionales, con los cuales debe agruparse. Ahora bien,
lo más importante de un vocablo es ser parte oracional relaciona-
ble con las otras. Por eso los modi significandi (activos), en cuanto
dan al vocablo esta cualidad relacional, se constituyen en categorías
sintácticas y son principios que pertenecen a la consideración de la
gramática especulativa . 8 4

2.1. Sintaxis de los elementos


El análisis del lenguaje efectuado por Tbmás de Erfurt se refiere
a la lengua latina (si se quiere, aun, al latín medieval escolástico),
pero parece tender a una gramática natural o universal, tal como fue
la pretensión de los lógicos de Port-Royal. 8 5 Se encuentra en él un
planteamiento plenamente sintáctico, dividiéndose la gramática en
etimología o analogía (lexicografía) y diasintética (sintaxis); esto co­
rresponde muy de cerca a la partición de Willard Quine , 8 6 y se puede
hacer que corresponda al esquema de Charles Morris o de Rudolf
Carnap, si se entiende la primera parte como teoría de los elementos
sintácticos, y la segunda parte como teoría de la formación sintáctica.
TMes elementos son las ocho partes de la oración latina, y tales reglas
de formación son las tres “pasiones” o propiedades de esas ocho par­
tes de la oración.
Por su parte, los modos de significar, propios de cada una de las
partes de la oración, se dividen primeramente en dos: esencial y ac­
cidental. El modo esencial es el que hace que una parte de la oración
exista como tal; el modo accidental es el que le adviene después. En
seguida, el modo esencial se divide en tres: generalísimo, subalterno
y especialísimo. El modo esencial generalísimo pertenece a la parte
de la oración en cuanto tal, con todas sus clases. El modo esencial

84 Ver T d e Erfurt, G ram ática especulativa, trad. d e L. Farré, B u en os Aires: L o ­


sada, 1947, pp. 3 9 -4 0 . El texto latino se encuentra en T. o f Erfurt, G ram m atica Specu­
lativa. An E dition with Translation and Com raentary by G. L. Bursill-H al], London:
Longm an, 1972, pp. 134-136.
85 Ver R. D on zé, La gram ática genera!y razonada d e P ort-R oyal, B uenos Aires:
E U D E B A , 1970, p. X X III.
86 Ver W. V. O . Q uine, “El problem a de la significación en lingüística”, en su
obra D esd e un p u n to d e vista lógico, Barcelona: A riel, 1962, pp. 8 3-85.
subalterno pertenece a las clases de la parte de la oración de manera
intermedia. Y el modo especialísimo pertenece sólo a algunas clases
contenidas en la parte de la oración. Por fin, el modo accidental se
divide en dos: absoluto y relativo. El modo accidental absoluto es
el que relaciona a la parte de la oración con la propiedad de la cosa
que significa. Y el modo accidental relativo es el que la relaciona
con otra parte de la oración, y esto de dos maneras: o como depen­
diendo de ella esa otra parte de la oración, o como dependiendo ella
de esa otra parte de la oración.
Las partes de la oración son los elementos lexicales o categorías
sintácticas. Y son ocho (en la lengua latina), considerándose como
modos de significar generales, a saber: nombre (substantivo y adje­
tivo), pronombre, verbo, adverbio, participio, conjunción, preposición
e interjección. Los modos subalternos y especiales son las divisiones
de éstos, como se verá a continuación.
Nombre. En cuanto al nombre, los modos subalternos son dos:
nombre propio y nombre común o apelativo. Este último se sub-
divide en substantivo y adjetivo. Los modos especiales del nom­
bre propio son: nombre individual o nomen (como “Sócrates”,
“Platón”), praenomen (“Marco”, “Tülio”), cognomen (“Rómulos”,
“Gracos”) y supranomen o sobrenombre (“Escipión el Africano”).
Los modos especiales del nombre común substantivo son: genérico
(“animal”, “color”), específico (“hombre”, “caballo”, “verde”), pa­
tronímico (“Sánchez”, “López”), diminutivo (“florecita”, “piedre-
cita”) y colectivo (“pueblo”, “raza”, “turba”). Los modos especiales
del nombre común adjetivo son: denominativo (“blanco”, “negro”),
genérico (“coloreado”), específico (“humano”), posesivo (“áureo”,
“lapídeo”), diminutivo (“novel”, “párvulo”), colectivo (“familiar”,
“urbano”, “popular”), divisivo (“todo”, “entero”), racial (“griego”,
“italiano”), patrio (“paduano”, “parisino”), interrogativo (“quién”,
“cuál”, “cuánto”), responsivo (“tantos”, “tal”, “tanto”), indefinido
(“cualquiera”, “alguno”), negativo (“nadie”), demostrativo (“este”,
“ese”, “aquel”), relativo (“quien”, “cual”, “cuanto”), positivo (“blan­
co”, “negro”), comparativo (“más blanco”, “más negro”), super­
lativo (“blanquísimo”, “nigérrimo”), de relación (“padre”, “hijo”,
“igual”, “semejante”), verbal (“amable”, “temible”), temporal (“di­
urno”, “nocturno”, “anual”), local (“vecino”, “cercano”, “próxi­
mo”), numeral (“uno”, “dos”, “binario”, “ternario”), ordinal (“pri­
mero, “segundo”, “tercero”).
Pronombre. En cuanto al pronombre, los modos subalternos son:
substantivo (“yo”, “tú”, “él”), adjetivo (los restantes), demostrativo
(“yo”, “tú”, “él”, “éste”, “ése”, “aquél”), relativo (los mismos, pero
indicando noticia incierta o indefinida, como “Sócrates corre y él
disputa”), primitivo (los mismos, tomados en cuanto tales), y deri­
vativos (los mismos, en cuanto dan origen a otros). Por eso, de este
último tipo, los derivativos, surgen dos modos especiales, que son:
posesivo (“mío”, “tuyo”, “suyo”, etcétera) y gentilicio (“nostras”, Le.
de nuestra patria, “vestras”, i.e. de vuestra patria).
Verbo. En cuanto al verbo, tiene como modos subalternos: subs­
tantivo, adjetivo, vocativo, activo, pasivo, neutro. El modo activo
tiene los siguientes modos especiales: de acción, de pasión, neutro
y compuesto de los dos primeros.
Adverbio. En cuanto al adverbio, sus modos subalternos son dos:
por razón del significado y por razón del modo de significar. Del
primer modo subalterno surgen los siguientes modos especiales: de
lugar (“aquí”, “allí”, “de allí”, “dentro”), de cantidad (“reiterada­
m ente”, “mucho”, “poco”, “dos veces”, “tres veces”), de calidad
(“cómo”, “de qué forma”, “bellamente”), de denominación o de lla­
mar (determinan a un verbo en vocativo o imperativo, como en “Oh
Enrique, lee esto”). Del segundo modo subalterno surgen los si­
guientes modos especiales: de composición (de preguntar, de du­
dar, de afirmar, de negar, de modificar, de orden, de semejanza, de
casualidad, de prohibir, de elegir, de congregar, de fijar, de excluir),
de modo (de exhortar, de optar) y de tiempo (el que pregunta por el
tiempo y el que responde acerca del tiempo).
Participio. En cuanto al participio, tiene estos modos subalter­
nos: substantivo (“ente”, “existente”), vocativo (“nombrando”, “lla­
mando”) y adjetivo, que se subdivide en los siguientes modos
especiales: activo (“leyendo”, “amando”), pasivo (“amado”, leído”),
neutro (“estando”, “corriendo”), común (“acusando”, “acusado”).
Conjunción. En cuanto a la conjunción, tiene dos modos subalter­
nos: por fuerza y por orden, que tienen los siguientes modos especia­
les; la que determina por fuerza puede ser copulativa o disyuntiva, la
que determina por el orden puede ser causal (“porque”) o racional
(“luego”, “por lo tanto”, “por consiguiente.”, etcétera).
Preposición. En cuanto a la preposición, encuentra estos modos
subalternos: las que determinan el acusativo, las que determinan el
ablativo y las que determinan indiferentemente a uno y otro. Los
modos especiales son las preposiciones concretas que cumplen ta­
les oficios. Como ejemplos de las de acusativo tenemos ad, praeter,
usque, adusque, ob, ante, post, secundum, retro, per, ínter, intra, extra,
infra, supra, dextra, cis, uls, citra, ultra, trans, circum, circa, circiter, ver­
sus, adversus, exadversum, contra, erga, subtus. Como ejemplos de las
de ablativo tenemos ab, a, abs, de, ex, e, abusque, procul, sine, absque,
cum, simul, prae, pro, coram, palam. Como ejemplos de las que rigen
a ambos tenemos in, sub, super, subter.87
Interjección. En cuanto a la interjección, se reduce a algunos mo­
dos especiales, que son los que expresan algunos de los estados a-
nímicos: de dolor o tristeza, como heu! (“¡ay!”), de alegría o gozo,
como evax! (“¡oh!”, “¡eh!”), de admiración, com opapae! (“¡ah!”),
de terror o miedo, como at! (“ ¡oh!”, “¡ay!”).
Los modos accidentales son cualidades que adquieren algunas
partes de la oración en su relación con otras, y que originan nuevas
divisiones. Tbmás de Erfurt señala las siguientes.
(a) Del nombre: especie (primitivo y derivado), género (mascu­
lino, femenino, neutro y común), número (singular y plural), figura
(simple, como “docto”, compuesto, como “desdichado”, descom
puesto, como “inexpugnable”), caso (nominativo, genitivo, dativo,
acusativo, vocativo y ablativo), persona (las tres consabidas, de sin­
gular y de plural) y declinación (las cinco del latín).
(b) Del pronombre: cualidad (finito e infinito, o definido e indefi­
nido), género, número, figura, persona y caso (como en el nombre).
(c) Del verbo: tiene un modo común, que es la composición de in­
herencia, y modos especiales como cualidad, que puede ser de modo
(indicativo, imperativo, optativo, conjuntivo e infinitivo) o de forma
(perfecta, meditativa, frecuentativa, incoativa, diminutiva y deside-
rativa), además tiene conjugación (las cuatro del latín), género (ac­
tivo, pasivo, neutro, deponente y común), número (igual que en el
nombre), tiempo (presente, pretérito y futuro) y persona (igual que
en el nombre).
(d) Del participio: género, número, figura, caso y persona (como
en el nombre), y tiempo (como en el verbo).
(e) De la conjunción: especie, figura y orden.
Esto por lo que hace a la parte lexical o analogía; por lo que hace
a la sintaxis o diasintética, tenemos las tres propiedades que pueden

87 Ver una explicación m ás am plia en A. Ernout-F. Thom as, Syntaxe latine, Patis:
Klim cksieck, 1959 (2a. ed.), pp. 114-115.
advenir a las ocho partes de la oración: construcción, congruencia y
perfección, que se van sosteniendo la una a la otra.

2.2. Sintaxis de la formación

La construcción determina el modo de unión de los elementos sin­


tácticos. Tbmás de Erfurt la define como “la unión de construibles,
por sus modos de significar, causada por el entendimiento, para ex­
presar un concepto compuesto de la mente ” . 8 8
En toda construcción hay dos construibles principales, a los que
se llamará construibles primero y segundo. De acuerdo con ello, se
pueden dar dos cosas: o el segundo depende del primero (como en
“Sócrates corre”), o el primero depende del segundo (como en “hie­
ro a Sócrates”). Si el segundo depende del primero, la construcción
es intransitiva; si el primero depende del segundo, la construcción es
transitiva (y a ella se reducen las construcciones llamadas “retransi-
tiva” y “recíproca”, de las que se puede, por ello, prescindir). Así
pues, la construcción se divide en intransitiva y transitiva.
Tknto la construcción intransitiva como la transitiva se dividen
en dos especies: de actos y de personas. En la de actos el construi-
ble dependiente significa como acto, por ejemplo, en la intransitiva,
“Sócrates corre”, y en la transitiva, “leo un libro”; en la de perso­
nas el construible dependiente significa como substancia o de otra
forma semejante, por ejemplo, en la intransitiva, “Sócrates blanco
corre bien”, y en la transitiva, “hijo de Sócrates”.
La construcción intransitiva de actos es la de un sujeto con un
apósito, y la de personas es la de lo determinable con la determi­
nación. Puesto que la construcción de actos es construcción de un
sujeto con apósito,

nada se supone, sino el caso o lo que tiene caso, por esto, de acuerdo
con el caso del supuesto, se diversifica la construcción intransitiva de
los actos. Luego o se supone el caso nominativo: “Sócrates corre”; o
genitivo: “lis del interés de Sócrates”; o dativo: “A con tece a Sócrates”;
o acusativo: Socratem legere oportet [“C onviene que Sócrates lea”]; o
ablativo: “Es leído por Sócrates”. E l vocativo no supone, pues esto
repugna a su m odo de ser.89

88 T d e Erfurt, op. cit., trad. de Farré, p. 139; ed. d e Bursill-H all, p. 278.
89 Ibid., trad. d e Farré, p. 145; ed. d e Bursill-H all, p. 288.
La construcción intransitiva de personas se da en cuanto éstas son
determinadas, y varía según las determinaciones. La determinación
(complemento) o se agrega al sujeto, o al apósito, o a algo diferente
de ambos. Lo que se agrega al sujeto puede ser declinable o indecli­
nable; si es declinable, es un adjetivo, el cual puede ser denominativo
(“Sócrates blanco”), relativo (“lo que trajo Sócrates”), interrogativo
(“¿cuál hombre?”) o distributivo (“todo hombre”, “ningún asno”,
“sólo Sócrates”). Si es indeclinable, puede ser conjunción (“si es
hombre, luego es animal”), adverbio (“solamente Sócrates \qq”),pre­
posición (“es leído por Sócrates”) e interjección (“¡Oh, ha muerto!”).
Lo que se agrega al apósito puede ser también declinable o indecli­
nable. Si es declinable, se divide como en el sujeto; si es indeclinable,
puede ser un adverbio, una conjunción o una interjección.
La construcción transitiva de actos es doble: de acto consignado
y de acto ejercido. La construcción transitiva de acto ejercido no se
divide por especies, sino por individuos, por ejemplo, “¡Oh Tbmás!”
Y se construye coherentemente con el adverbio de denominación
“ ¡Oh!”, o con el caso vocativo latino. La construcción transitiva de
acto consignado se divide según la diversidad del construible deter­
minante, que ostenta cuatro especies: de genitivo (“me compadezco
de Sócrates”), de dativo (“favorezco a Sócrates”), de acusativo (“azo­
ta a Sócrates”) y de ablativo (“hago uso de una toga”).
La construcción transitiva de personas se divide según la diversi­
dad del construible determinante, que da lugar a cuatro especies: de
genitivo (“capa de Sócrates”), de dativo (“semejante a Sócrates”), de
acusativo (“Pedro el blanco se hiere el pie”), y de ablativo (“rápido
de pies”, “blanco de pies”).
Simbolizando la dependencia como “1 <— 2”, y la transitiva como
“1 —> 2”, Pinborg9 0 nos sintetiza lo principal en el siguiente es­
quema:

ESQUEMA DE LAS CONSTRUCCIONES SEGÚN


TOMÁS DE ERFURT
CONSTRUCTIO INTRANSITIVA
C. i. actuum Sócrates +- currit
Socratis 4—interest

90 J. P in b org,L o p k u n d S em io tik im M iu ela tter, Stuttgart: From m ann-H olzboog,


1972, p. 125.
S ocrati«- accidit
Socratem «- legere
a Socrate <— legitur
(Sócrates et Plato) <—currunt
(Socratem legere) <- oportet
C. i. personarum
complementum subjecti: Tantum <—Sócrates
Sócrates <—et —* Plato
a -*• Socrate
Sócrates <—albus
complementum verbi: sum <—albus
vocor <—Johannes
currit ♦- bene
heu —►doleo
si movetur (?)
CONSTRUCTIO TRANSITIVA
C. t. actuum: misereor <—Socratis
faveo —►Socrati
lego -* librum
utor —»toga
C. t. personarum: cappa —►Socratis
similis —►Socrati
albus —►pedibus
albus -+ pedem

3. Dimensión semántica de la gramática especulativa

Después de haber visto la sintaxis de estos elementos, Tomás de E r­


furt nos conduce a su semántica, a saber, ya no tanto el modo de su
conexión o consignificación, sino su modo de significar las cosas que
les corresponden.

3.1. Semántica de los términos


Nombre. La semáñtica del nombre 9 1 es la siguiente: tomado en ge­
neral, el nombre significa algo en cuanto ente y según una apre­
hensión determinada.
91 Seguim os a Tomás de Erfurt, reproduciendo sus definiciones. Ya h em o s dado
ejem plos d e cada elem en to en la parte sintáctica.
El nombre propio significa la cosa con relación a la individuación
de modo absoluto. El nombre propio praenomen significa una cosa
individual por una razón diferencial. El cognomen lo hace por razón
del parentesco. El sobrenombre lo hace basándose en un aconte­
cimiento. En general, el nombre propio significa la cosa según un
modo indivisible entre varios supuestos, por las propiedades de la
individuación, que son estar en un lugar determinado o en un tiempo
determinado, esto es, representa una intención individual. El nom­
bre común o apelativo significa la cosa según un modo comunicable
a varios supuestos, esto es, representa una intención universal. El
nombre substantivo significa la cosa de un modo determinado según
la esencia, y el nombre adjetivo significa la cosa de un modo de ad­
hesión a otro según el ser. El substantivo general significa un modo
comunicable a muchos, no sólo diferentes en número, sino también
en especie. El substantivo especial significa un modo comunicable a
muchos, no absolutamente, sino sólo diferentes en número. El subs­
tantivo patronímico se deriva de los padres y los abuelos, y significa
la descendencia de otro. El substantivo diminutivo es también deri­
vado y significa disminución o pequeñez en la cosa. El substantivo
colectivo significa reunión de muchos en un lugar.
El nombre adjetivo denominativo significa lo que está en otro o
lo denomina simple y absolutamete. El adjetivo genérico significa
denominando bajo el aspecto de lo que se comunica a muchos di­
ferentes en especie. El adjetivo específico significa denominando a
otro bajo el aspecto de lo comunicable a muchos diferentes sólo en
número. El adjetivo posesivo significa denominando a otro bajo el
aspecto de posesión. El adjetivo diminutivo significa denominando
a otro bajo el aspecto de disminución. El adjetivo colectivo significa
denominando a otro bajo el aspecto de reunión de muchos supues­
tos según el lugar. El adjetivo divisivo significa denominando a otro
bajo el aspecto de división en partes. El adjetivo racial significa de­
nominando a otro bajo el aspecto de raza o nación. El adjetivo pa­
trio significa denominando a otro por razón de la ciudad o pueblo.
El adjetivo interrogativo significa denominando a otro por razón de
preguntar algo acerca de él. El adjetivo responsivo significa deno­
minando a otro por razón de responder acerca de él. El adjetivo
indefinido significa denominando a otro por razón de la indetermi­
nación. El adjetivo negativo significa denominando a otro al demos­
trarlo o señalarlo. El adjetivo relativo significa denominando a otro
que ocupa el primer lugar en el conocimiento, pero refiriéndolo y
reiterándolo a un segundo lugar. El adjetivo positivo significa deno­
minando simplemente, sin exceso en el término. El adjetivo compa­
rativo significa denominando a otro comparándolo con exceso fuera
del término. El adjetivo superlativo significa denominando a otro
bajo el aspecto de compararlo, según exceso en el término. El ad­
jetivo de relación significa denominando a otro bajo el aspecto de
referirlo al término. El adjetivo verbal se deriva de un verbo y sig­
nifica denominando a otro bajo el aspecto de un acto cambiado en
hábito. El adjetivo temporal significa denominando a otro con re­
lación al tiempo. El adjetivo local significa denominando a otro con
relación al lugar. El adjetivo numeral significa denominando a otro
con relación al número. El adjetivo ordinal significa denominando a
otro con relación al orden.
Pronombre. El pronombre substantivo significa lo que es de por
sí. El pronombre adjetivo significa lo que es adyacente. El pronom­
bre demostrativo significa la cosa por razón de su presencia o cono­
cimiento primario. El pronombre relativo significa la cosa en cuanto
dotada de la propiedad de ausencia e incertidumbre o noticia secun­
daria. El pronombre primitivo significa de una manera propia. En
cambio, el pronombre derivativo significa por relación con otro del
que se deriva. El pronombre posesivo significa por adhesión a otro,
como poseyéndolo. El pronombre gentilicio significa por adhesión
a otro, bajo el aspecto de pueblo o patria.
Verbo. El verbo en general designa la cosa según un modo de ser
distante de la substancia, entendiéndose por ser distante de la subs­
tancia el actuar o devenir. El verbo substantivo significa el modo de
ser general especificable en cuanto al ser y la acción. El verbo adje­
tivo significa el ser de acción o pasión. El verbo activo significa sola­
mente acción. El verbo pasivo significa solamente pasión. El verbo
neutro significa por privación de ambas. El verbo compuesto signi­
fica tanto la acción como la pasión, según el caso, como los verbos
deponentes.
Adverbio. El adverbio en general designa la adherencia a otro por
su ser, determinando su significación o su modo de significar, cosa
que hace con el verbo y el participio. El adverbio de lugar determina
al verbo en sentido locativo. El adverbio de cantidad determina al
verbo en sentido cuantitativo, sea de cantidad continua o de canti­
dad discreta. El adverbio de cualidad determina al verbo o al partici­
pio asignándoles una cualidad, sea interrogando o respondiendo. El
adverbio de llamar determina al verbo en el sentido de ejercitar un
acto (y en él se resuelve el vocativo), sea en cuanto a la composición,
sea en cuanto al tiempo.
Participio. El participio en general significa por un modo no dis­
tante de la substancia, o por un modo de unión con ella. El participio
substantivo significa por su ser en general con relación a cualquier
ser especial. El participio vocativo significa por su ser general, con
relación a una denominación propia solamente. El participio adje­
tivo significa por el ser especial de la acción o la pasión. El activo en
cuanto a la acción, el pasivo en cuanto a la pasión, el neutro ni una
ni otra, y el común en cuanto a ambas.
Conjunción. La conjunción en general designa la conjunción de
dos extremos. La conjunción tiene por cometido unir términos, y
esto puede hacerlo por fuerza, uniendo extremos que no guardan
dependencia entre sí, por ejemplo dos substantivos, dos adjetivos,
dos oraciones que no tienen respecto mutuo. La conjunción copu­
lativa significa la unión de dos extremos entre sí, con relación a un
tercero; la conjunción disyuntiva significa la unión de dos extremos
entre sí, distinguiéndolos de un tercero. Puede llegar a ser tan ex­
cluyeme que signifique el que no existen a la vez las cosas que une.
La conjunción que une por orden lo hace con extremos que tienen
cierto orden previo. La conjunción causal significa que en el antece­
dente está la causa del consecuente. La conjunción racional significa
la unión de los extremos según el orden que se encuentra en el con­
secuente.
Preposición. La preposición significa por su adherencia a algún
caso oblicuo, constriñéndolo y reduciéndolo al acto. Se emplea para
que coarte y contraiga el modo causal, y luego reduzca lo causal al
acto.
Interjección. La interjección determina al verbo o al adjetivo, ex­
presando los afectos o movimientos del alma,

y el alma puede resultar afectada por lo conveniente, por lo no conve­


niente y por lo intermedio. Si resulta afectada por lo conveniente, te ­
nem os las interjecciones d e alegría, si por lo no conveniente, puede
acaecer en d os maneras: o es en tiem po presente, y tenem os las inter­
jecciones de dolor, o se refiere al futuro, y tenem os las interjecciones
de miedo, puesto que nos lam entam os de lo presente y tem em os el fu­
turo; mas si el alma resulta afectada por algún interm edio, ten em os las
interjecciones d e admiración,92
3.2. Semántica de la construcción, congruencia y perfección
Según Tbmás de Erfurt, el significado de la construcción es un con­
cepto compuesto de la mente. Se considera aquí al “concepto com­
puesto” como cualquier afección (passio: pasión) que se contiene en
el alma, por eso Tbmás de Erfurt, siguiendo a Aristóteles en el Peri
hermeneias, explica las voces significativas y su orden en la oración
como la señal que representa a las pasiones o contenidos anímicos.
La oración o construcción, en cuanto orden significativo de voces
significativas, tiene como significado el concepto compuesto de la
mente . 9 3 Es decir, la oración gramatical o construcción gramatical
tiene por cometido expresar las cosas en cuanto conocidas por noso­
tros, i.e. el concepto de la mente. Debe entenderse como referente
de la oración, en primera instancia, el concepto en sentido amplio
—a través del cual se va a la realidad—, o sea, lo concebido por la
mente de modo complejo, y esto puede serlo tanto el concepto com­
puesto como la proposición. Ambos son “pasiones” de la mente en el
sentido de ser accidentes suyos, no del orden emotivo, sino anímico
o psicológico en general. Y esto es lo que significa la oración, a la que
se añaden, como determinaciones complementarias, la congruencia
en lo expresado y la perfección que pueda alcanzarse en la expresión.
Con la congruencia se asegura el sentido de la oración. Una vez
que tiene esto, la oración puede ser verdadera o falsa: “de esta com­
posición se derivan la verdad y la falsedad, como se dice en el I de
Peri hermeneias, cap. I ” . 9 4
Y con la perfección se llega al desiderátum de la significación en
el ánimo del oyente 9 5 De modo que la semántica de la construcción,
de la congruencia y de la perfección es la misma proposición en
cuanto plenamente inteligible.

4. Dimensión pragmática de los modos de significar

La pragmática de Tbmás de Erfurt tiene como trasfondo el intento


de hacer corresponder el campo de los signos con el campo de la
realidad. Se trata de aprehender el sentido del hablante de la ma­
nera más plena, por ello la distinción entre la expresión perfecta y la
imperfecta en el campo de las oraciones. Este apego a la intención

93 Ver ibid., trad. de Farré, p. 138; ed. de Bursill-H all, p. 246.


94 Ibid., trad. d e Farré, p. 161; ed. d e Bursill-H all, p. 314.
95 Ver ibid., trad. d e Farré, p. 163; ed . de Bursill-H all, p. 316.
del que expresa, ya sea en lo que descubre de su mente, ya sea, so­
bre todo, cuando apunta a la realidad, puede verse ya en la noción
misma de signo lingüístico.
La relación del lenguaje con los objetos reales o con los objetos
mentales se establece por medio de una imposición, la cual es con­
vencional, según diversos grados. Hay una primera imposición, por
la que se da a la voz una ratio significandi, esto es, la relación con
una cosa. Así surge un elemento lexical, un lexema. Ya antes de ser
un elemento sintáctico, es un elemento pragmático, puesto que es
pragmática esa imposición que le posibilita el ser signo lingüístico
utilizable al nivel de la sintaxis. Pero este lexema se constituye en
una dictio o pars orationis por una segunda imposición, que le con­
fiere una ratio consignificandi, esto es, la relación con los demás lexe-
mas de modo que cobre coherencia con ellos. Y, así, “todo elemento
significativo, que puede figurar en una estructura lingüística como
construible, debe tener una determinación formal (modus signifi­
candi)”?6
La búsqueda de correspondencia con algo natural y real se ve en
el hecho de que las categorías sintácticas procuran corresponder a
las categorías ontológicas. Si se entiende por categoría sintáctica el
tipo de expresiones que pueden ser intercambiables por otras de
ese tipo sin que la proposición cambie de sentido o lo pierda, en­
tonces se puede ver una similitud entre los conceptos de categoría
sintáctica y parte de la oración (modus significandi) según la gramá­
tica. Esta búsqueda de correspondencia con la realidad se mani­
fiesta en que las categorías sintácticas procuran representar de la
manera más aproximada que es posible a las categorías ontológicas.
Por ejemplo, la categoría sintáctica de los nombres propios corres­
ponde a la categoría ontológica de la substancia, la categoría sintác­
tica de los adjetivos (y de otros operadores monádicos) a la categoría
ontológica de las cualidades , 9 7 las de los verbos a las de la acción y
la pasión, etcétera. Claro que la correspondencia del lenguaje con la
realidad no es totalmente biunívoca, pues también debe correspon­
der a las entidades mentales producidas por el pensamiento. Pero,
en todo caso, se busca la correspondencia del lenguaje con lo que se
considera “lo existente”.

96 J. Pinborg, op. cit., p. 1X3.


97 Ver I. M. B ochenski, L o s m étodos actuales del pen sam ien to, M adrid: R ialp,
1973 (8a. ed .), pp. 9 3 -94.
Así pues, Tbmás de Erfurt asigna a la categoría sintáctica una co­
rrespondencia con la realidad a través de una determinación signi­
ficativa por la que, relacionándose con otras categorías sintácticas,
tiene un significado determinado. Thl significado determinado es
precisamente el modus significandi, que corresponde a un modus in-
telligendi del pensamiento, a través del cual corresponde a un modus
essendi de lo existente. Las formas lógicas y lingüísticas significati­
vas, o categorías lógico-lingüísticas (modi significandi), las cuales son
a su vez determinadas por las categorías ontológicas (modi essendi),
buscando siempre la correspondencia de lo lingüístico con lo real.
Por eso, en ocasiones —Le., para algunos pensadores medievales—
“los modi significandi desde el punto de vista de la doctrina de los
universales se colocan en el plano del realismo” . 9 8

W alter B u r le y

Walter Burley o Burleigh (1274/1275-post. 1345)" es uno de los pri­


meros en presentar una lógica con intentos bastante fructíferos de
formalización; de ahí el título de su obra principal en este campo:
De puritate artis logicae. Busca en la lógica su pureza formal, a través
de la consideración de la misma como teoría de la inferencia o con-
sequentia. Esto le ha granjeado el interés de lógicos actuales de la
talla de Ph. Boehner, A. N. Prior, I. M. Bochenski, E. A. Moody e
Ivan Boh.
Burley, consciente de que el fundamento de la lógica es la teoría
general de la consequentia, a la cual pertenece —sólo como una par­
te— la teoría del silogismo, desarrolla abundantemente el aspecto
sintáctico de la lógica. 1 0 0 Por eso elabora toda una lógica proposicio-
nal o de las proposiciones sin analizar (incluidas las modales), y sólo
sobre esa base presenta la lógica cuantificacional o de la proposición

98 M. Grabm ann, “El desarrollo histórico de la filosofía y lógica m ed ioevales del


len gu aje”, ed. cit., p. 19.
99 Ver A . U ñ a Juárez, “U n pensador d el siglo xiv : Walter Burley. N otas sobre su
vida, obra e influjo p osterior”, en L a C iu dad de D ios, 189 (1976), pp. 513-551 (para
la lógica, especialm en te pp. 536-537); el m ism o, L a filosofía d e l siglo xiv. Contexto
cultural de Walter Burley, Real M onasterio d e El Escorial: B iblioteca “La Ciudad de
D io s”, 1978.
100 Ver A . N . Prior, “On S om e Consequentiae in Walter Burleigh”, en The N ew
Scholasticism , 27 (1953), p. 434; I. Boh, “A Study on Burleigh: Tractatus d e regulis
consequentiarum ”, en N otre D am e Journal o f Formal L ogic, 3 (1962), p. 83.
analizada, en especial la silogística. 1 0 1 Es igualmente célebre por su
agudo tratamiento de las “proposiciones insolubles” o antinómicas,
es decir, de las paradojas lógicas. 1 0 2
Pero también es notable por su doctrina semántica 1 0 3 sobre todo
en cuanto a la semántica proposicional. 1 0 4 Y, por lo que respecta a
la semántica de los términos, siguiendo una línea defensiva de los
antiqui, en contraposición a Ockham , 1 0 5 son muy relevantes sus dis­
crepancias con los modemi respecto a la teoría de la suposición.
Burley tiene de notable que divide la suposición primeramente
en propia (Le. la que corresponde al sentido literal de las palabras)
e impropia (Le. la que corresponde al sentido figurado de los tropos
literarios) y además dedica todo un capítulo a esta última. La supo­
sición impropia se da cuando un término supone por alguna cosa no
de una manera normal, sino por translación o por el uso, como en
los cambios de acepción y en las metáforas. La suposición propia, en
cambio, se da cuando un término supone por alguna cosa por la cual
es usual que suponga, por la fuerza del discurso (de virtute sermo-
nis).m Después, como subdivisiones de la suposición propia, trata
a la material y a la formal. A su vez, divide la formal en simple y
personal.
Otra cosa notable es su tratamiento de la suposición simple. La
define como aquella que se da cuando el término supone por su sig­
nificado; esto quiere decir que, así como el significado o significación

101 Ver I. B o h , “Walter B urleigh’s H ypothetical Syllogism ”, e n N otre D a m e Jour­


n a l o f Form al L ogic, 4 (1963), pp. 241-269.
102 Ver M . L. Roure, “La problém atique des propositions in solu b les du X ll le
siécle et du début du X lV e, suivie de l’édition des traités d e W illiam Shyresw ood,
W alter Burleigh et Thom as Bradwardine”, e.n Archives d ’histoire doctrina le et littéraire
du M oyen A ge, 37 (1971), pp. 3 05-326.
103 P u ed e verse una exp osición más amplia de esto en M. B euchot, “La sem ántica
de Walter B urleigh”, en D iscurso (U N A M ), 8 (1985), pp. 65-74.
104 Ver J. Pinborg, “Walter Burleigh on the M eaning o f Propositions”, en Classica
et M edievalia, 28 (1969), pp. 394-404.
ios y er | j Shapiro, “A N o te on Walter Burley’s Exaggerated R ealism ”, en Fran­
ciscan Studies, 20 (1960), pp. 205-214; I. Boh, “Burleigh and Ockham: A n O n tolo-
gical C onfrontation”, P m ceedings o fth e VIhh Inter-A m eñcan Congress o f Philosophy
(Q uébec, 1968), vol. I, pp. 2 5 5-262.
106 “/ ) e virtute sermonis" significaría “al pie d e la letra" o “en sentid o con ven cio­
nal”; Burley señala que d eb e distinguirse d e la acepción “secundum u su m loquendi”
(W. Burley, D e p ú n ta te an ís togicae tracto tus longior, wtth a R evised E dition o f the
Tractatus Brevior, ed. Ph. B oehner, St. Bonaventure, N .Y .: T h e Franciscan Institute,
1955, p. 47).
es una entidad abstracta, así la suposición simple es la que apunta a
esa misma entidad abstracta con la que se relacionaba el término
en la significación. Así pues, la suposición simple se da cuando el
término (común o singular) supone por aquello que significa literal­
m ente . 1 0 7 Asimismo, la suposición simple es dividida por él en ab­
soluta y comparada . 1 0 8 La absoluta se da cuando el término común
refiere su significado tal como está en sus supuestos o individuos.
La comparada se da cuando el término común supone por su signi­
ficado tal como se predica de sus supuestos o individuos. Además, la
suposición comparada puede ser general o especial; es general si el
término se predica como género generalísimo; especial si el término
lo hace como género subalterno o como especie . 1 0 9 Su tratamiento
de la suposición personal es casi como el de los anteriores, y la divide
en distributiva y confusa, pero difiere en que a ambas les atribuye las
clases que los otros sólo adjudicaban a la confusa. Así, divide a am­
bas en dos clases: móvil e inmóvil. 1 1 0
Burley asigna la suposición sólo al sujeto, y para el predicado in­
troduce la propiedad de la apelación . 1 1 1 La apelación es la carac­
terística de un término de tener cabe sí a muchas cosas, esto es, de
ser común a ellas. 1 1 2 Y esto, como sabemos, es la capacidad de ser
predicado de ellas. Además, Burley trata de la copulación, a la que
ve como la propiedad de la cópula que va junto con el sujeto y el pre­
dicado en la proposición. El verbo “ser” es la cópula por excelencia,
pero Burley lo trata como un término en cierto modo propiamente
sincategoremático, de manera que la cópula ya no queda como un
elemento fuerte de la proposición . 1 1 3
La importancia que Burley concede a la suposición simple —y
no sólo a la personal— lo coloca como un defensor de los lógicos
antiqui frente a los modemi. En efecto, los antiqui o tradicionales
tenían como suposición fundamental la suposición simple, consis­
tente en el uso de un término simplemente en lugar de la naturaleza

107 Ver ibid., p. 3.


108 Tam bién p u ed e llam arse “relacional”; ver ibid., p. 11.
109 Ver ibid., p. 4.
]!0 Ver ibid., pp. 12 ss.
111 C osa que resaltará — com o verem os m ás adelante, en su cap ítulo correspon­
d ien te— San V icen te Ferrer.
112 Ver ibid., pp. 4 7 -4 8 .
113 Ver ibid., p. 54.
o esencia significada (pro significato), moviéndose, así, en una pers­
pectiva intensional. Los modemi, capitaneados por Ockham, dieron
un vuelco al asunto, y, colocando como suposición fundamental a la
suposición personal, consistente en el uso de un término en lugar
de los individuos designados, adoptaban una perspectiva extensio-
nal. Pero así se provoca la dicotomía irreductible entre el sentido y
la referencia; y esto es lo que hizo Ockham al introducir la noción de
verdad o falsedad de virtute sermonis (por la fuerza de la expresión).
La virtus sermonis —como hemos dicho— consiste en el significado
convencional, que coincide con el uso normal de una expresión. La
introducción de esta virtus sermonis por parte de Ockham responde
a sus teorías ontológicas, y tiene como objetivo principal evitar la
suposición simple o por la esencia de una cosa. Ubicado en ese con­
texto ontológico (nominalista), Ockham argumenta contra los re­
presentantes de la via antiqua (Sherwood, Pedro Hispano, Burley,
etcétera), que, por la virtus sermonis, la proposición “homo est dignis-
sima omnium creaturarum”, en la que “homo” tiene suposición per­
sonal, es falsa. Es notorio el que Ockham no le concede suposición
simple, sino personal. Sherwood habría argumentado que mediante
una pregunta “namely-rider”n i (“which one”, “quién”), el término
“homo” podría suponer incluso por Judas, el traidor, de lo cual se
sigue que ese término debe estar en suposición simple (i.e. por toda
la naturaleza humana). Pero Ockham no fundamenta su argumen­
tación en estas consideraciones semánticas, sino que sólo arguye que
la proposición es falsa porque los ángeles son más nobles que los
hombres. “Esta dirección totalmente distinta de su argumentación
nos puede dar ya una idea de hasta qué punto muchas de las solucio­
nes, por lo demás admirables, de la lógica medieval no constituían
sino intentos ad hoc[...\ hasta que llegó la grandiosa sistematización
operada por la lógica a partir de Frege . ” 1 1 5
Esta orientación al aspecto extensionalista de los modemi se debe
al nominalismo de Ockham, para el cual, cuando se toma en su sig­
nificación (Le. significative), el término está en lugar de individuos
concretos, sean cosas concretas, sean cosas o personas (i.e. personali-
ter), pero no en lugar de “inciertas” naturalezas o esencias. De ahí la

114 Expresión d e Gílbert Ryle, traducible com o una locu ción que lleva un “apén­
d ice-es decir'’.
115 E Inciarte Arm iñán, “La teoría d e la suposición y los orígenes d e la sem ántica
exten sion al”, en el m ism o, El reto del positivism o lógico, Madrid: R ialp, 1974, p. 38.
preponderancia que da a la suposición personal. Contra esto Burley
opone un realismo ontológico ciertamente mayor que el de Ockham
y quizá más cercano al realismo moderado de Aristóteles y Tbmás de
Aquino que al realismo de Duns Escoto. De acuerdo con ello, Bur­
ley defiende el estatuto intensional de la suposición simple. Los mo-
demi, en contra de los antiqui, niegan que la suposición simple se da
cuando el término supone por su significado. Para ellos más bien se
da suposición personal precisamente cuando el término supone por
su significado o sus significados, y la suposición simple se da cuando
el término supone por la intención o las intenciones del alma, esto
es, por los conceptos (conceptus, intentio). Según el análisis de los
modemi, en “el hombre es una especie” el término “hombre” tiene
suposición simple pero no supone por su significado, pues los signi­
ficados de este término son ese y aquel hombre, y en la proposición
mencionada el término “hombre” no supone por los hombres indi­
viduales, sino por una intención o concepto del alma, cual verdade­
ramente es la especie de Sócrates, Platón, etcétera. Burley se opone
a esta interpretación, la cual “sin duda carece de razón; pues en ‘el
hombre es una especie’, en cuanto es verdadera, el término ‘hombre’
supone por su significado” . 1 1 6 Aduce como prueba el hecho de que
el término “hombre” significa en primera instancia y como signifi­
cado propio a la universalidad de los hombres, y no a los individuos.
Significa algo común, la naturaleza, y no las personas concretas. Pues
—argumenta Burley— si el término “hombre” significara primera­
mente a Sócrates o a Platón, y no a la naturaleza humana, al escu­
char ese término sabríamos de modo distinto y determinado a cuál
de ellos se refiere. Como la proposición de la cual se toma lo in­
dica, supone por la especie, aunque Burley en ese momento —lo
dice expresamente— no se cuida de su status ontológico, i.e. si existe
en las cosas o sólo en el alma. Únicamente le basta el dejar claro que
el término “hombre” significa primeramente a la especie.

Por todo lo cual digo, com o he acostumbrado a decir, que cuando un


térm ino concreto, singular o agregado a uno singular, supone por lo
que significa, en ton ces tiene suposición simple; y cuando un térm ino
común supone por sus supuestos, o un término agregado a él supone
por un térm ino sim ple del cual se predica accidentalm ente, entonces
tiene suposición personal.117

116 W. Burley, D e p ú n ta te an ís logicae, ed. cit., p. 7.


1,7 Ibid., p. 9.
Puede decirse que Burley se relaciona con Ockham tanto por es­
timularlo como por atacarlo. Sobre Ockham influyó con su escrito
primicial De suppositionibus.m Pero después de que Ockham reac­
ciona contra él y contra los antiqui en la Summa Logicae, Burley le
opone el Depuritate artis logicae (i.e. de la pureza del arte lógica, lo
cual ha sugerido que desea quitar las impurezas introducidas en ella
por Ockham ) . 1 1 9

JU A N B U R ID A N

Juan Buridan (muerto hacia 1358 o 1366) se inserta en el movi­


miento terminista del siglo xiv estrechamente relacionado con el
nominalismo de Ockham. Este movimiento terminista del siglo Xiv
ciertamente continuaba el correspondiente terminismo del siglo an­
terior, pero introdujo muchas divergencias, de modo que los termi-
nistas del siglo xm fueron llamados antiqui, y los del siglo xiv, a
partir de Ockham, recibieron el nombre de modemi. Así, aunque Bu­
ridan se inspira en las Summulae logicales de Pedro Hispano, añade
numerosos elementos nuevos y aun se aparta de él en otros tantos.
En este sentido, las Summulae de dialéctica de Buridan están más
cerca de la Summa logicae de Ockham. Pero, como observa Moody,
Buridan

sobrepasa con mucho el trabajo de Ockham al presentar un tratam ien­


to original y altam ente avanzado del problem a de la no-sustitutividad
de los térm inos que figuran en contextos intensionales, y del problem a
de las proposiciones auto-referenciales representadas por la paradoja
del m entiroso. E] tratam iento que hace Buridan de esto s problem as
muestra un nivel de intuición y destreza lógicas no igualadas sino hasta
tiem pos muy recientes. Su tratado sobre las consequentiae, qu e des­
arrolla toda la teoría de la inferencia sobre la base de la lógica propo­
sicional, señala otro logro de la lógica m edieval cuya relevancia sólo se
ha apreciado en el siglo v ein te.120

118 Ver S. F. Brown, “Walter Burleigh’s Treatise D e suppositionibus and its In-
fluence on WilJiam o f O ckham ”, en Franciscan Studies, 32 (1972), p. 23.
119 V éa se la introducción de B oeh n er a su edición d e esta obra, y adem ás G . Ver-
sale, “La teoría d ella suppositio sim plex in O ccam e in Burley”, e a A tti de! Convegno
d i Storia della Lógica, Padova: C E D A M , 1974, pp. 195-202.
120 E. A . M oody, “Jean Buridan”, en el m ism o, Studies in M edieval Philosophy;
Science an d L ogic, Berkeley, Los A ngeles-L ondon: University o f California Press,
1975, p. 444. Buridan tuvo fama d e muy agudo: "En lógica se le atribuye la expresión
Sobre todo, Buridan difiere de Ockham en cuanto a la doctrina de
la suposición; aunque acepta como suposición fundamental la per­
sonal, añade otros tipos de suposición que no fueron tratados por él,
como la división de la suposición común en natural y accidental, a
pesar de que también para él la suposición común es sólo una espe­
cie de la suposición personal. Con todo, esta división será retomada
por otros como fundamental y anterior a la personal.

1. El lenguaje

Para Buridan, el signo es todo aquello que representa algo, que sig­
nifica un significado, el cual debe ser algo en la naturaleza de las
cosas . 1 2 1 Esto se ve en los signos lingüísticos, que configuran el len­
guaje.
Buridan, siguiendo una antigua tradición, acepta dos tipos de len­
guaje, el interior (mental) y el exterior (oral y escrito). El lenguaje
escrito es signo del lenguaje hablado, el cual, a su vez, es signo del
lenguaje mental, y éste es con propiedad el signo de lo real. El len­
guaje escrito consta de letras (y demás signos gráficos de la escri­
tura), el lenguaje oral consta de voces, y el lenguaje mental consta
de conceptos. Las letras significan las voces, y sólo a través de ellas
—a través de la significación de las voces— se acercan a significar las
cosas, pues la significación de las voces también requiere mediación:
las voces significan los conceptos y, a través de la significación de
los conceptos, significan las cosas. Las cosas del mundo son suscep­
tibles de ser significadas por las voces. Pueden ser significadas de
modo simple, por voces incomplejas o simples. Pero también toda
cosa, aun cuando sea simple, puede ser significada de modo com­
plejo, es un complexe significabile, porque puede ser concebida por

d el p o n s asinorum [puente d e los asnos], para designar el arte de hallar e l térm ino
m ed io en tre los dos térm inos d e un silogism o. Pero no se encuentra en ninguna d e
sus obras, com o tam p oco el fam oso ejem plo del ‘asno d e Buridan’, que se m uere de
ham bre, indeciso ante el igual atractivo que ejercen sobre su ap etito dos pesebres
llen o s d e cebada. Q uizá fuese un ejem plo p uesto por él en su clase, o una m anera
d e expresar o d e ridiculizar e l indeterm inism o psicológico, según el cual la voluntad
e lig e necesariam ente el bien que el en ten dim ien to le presenta com o mejor; pero, si se
le proponen dos b ien es iguales, queda indecisa.” (G . Fraile, Historia de la filosofía,
Madrid: BAC, 1960, t. 2, p. 1161.) Sin em bargo, M oody cita dos lugares d on d e se
halla el ejem plo; ver op. cit., p. 369.
121 Ver J. Buridan, Sophism ata, ed. T. K. Scott, Stuttgart-Bad Cannstatt: From-
m ann-H olzboog, 1977, p. 22.
el intelecto de modo complejo, y, por ello mismo, también puede ser
significada por voces complejas.
De ahí que los signos que se dan en el lenguaje, tanto interior
como exterior, pueden ser simples o compuestos; los más perfec­
tos son, respectivamente, los términos y las proposiciones. Centrán­
donos en los términos orales, encontramos primeramente que son
voces. Tfenemos la facultad de proferir la voz, Le. el discurso, para sig­
nificar conceptos a los oyentes, y tenemos el oído para que se nos
signifiquen los conceptos de los hablantes . 1 2 2 Pero las voces pueden
ser significativas y no-significativas, que se profieren sin la intención
de presentar un concepto, y a lo más pueden tomarse de manera ma­
terial en el discurso. La significatividad de las voces depende de una
institución o imposición para significar conceptos y cosas. Por care­
cer de ella, algunas voces son no-significativas, y deben ser excluidas
del ámbito de la lógica. Buridan es muy exigente para considerar una
voz como significativa. Primeramente distingue (en las Quaestiones
in artem veterem) entre significar y ser significativo. Ser significativo
consiste en tener la potencia, por muy remota que sea, de significar;
de este modo voces tales como “bu” y “ba” son significativas; pues,
aunque de hecho no signifiquen, se las puede hacer significar me­
diante una imposición adecuada que les proporcione un significado.
Pero Buridan toma “ser significativo” en el sentido estricto de signi­
ficar, esto es, no sólo tener la potencia de significar, sino significar
de hecho algo determinado para una comunidad de hablantes. Las
demás voces serían no-significativas, por más que tuvieran la poten­
cia de una imposición que las volviera significativas. Sólo son signi­
ficativas las voces que de hecho han sido impuestas en el uso común
y efectivo. 1 2 3
Para nuestro interés semántico sigue en pie la necesidad meto­
dológica de excluir a las voces no significativas y de centrarnos en
la voz significativa. La voz significativa es la que es de hecho signi­
ficante de un concepto y una cosa (Le. del concepto de modo inme­
diato, y de la cosa de modo mediato, a través del concepto). Hay
voces que significan naturalmente y otras que lo hacen por conven­
ción. Buridan sigue a Pedro Hispano en la explicación de estas nocio­
nes —que ya conocemos—, y las que pueden entrar en la proposición
122 Ver el mismo, Tractalus de suppositionibus, ed. M. E. Reina, en R ivista Critica
d i Storia delta Filosofía, 12 (1957), p. 181.
123 Ver M. E. Reina, “II problema del linguaggio in Buridano", en R ivista Critica
d i Storia della Filosofía, 14 (1959), pp. 372-373.
son las voces convencionales o palabras . 1 2 4 Las voces significativas
se originaron por la imposición que de ellas hicieron los hombres a
los objetos , 1 2 5 imposición o institución que surge del intelecto del
hombre (y de su voluntad). En efecto, de acuerdo con la concepción
que el intelecto hace de las cosas, ellas reciben la imposición de las
voces.
Buridan estudia con detenimiento la imposición, en la que en­
cuentra dos tipos: primaria y secundaria. La imposición primaria es
la que nos lleva más directamente de la voz al concepto; la secunda­
ria es la que está más sujeta a variaciones arbitrarias. Pero siempre
habrá una imposición primaria que sea como el “criterio principal '
de la significación. Ambas imposiciones son convencionales, pero la
primaria corresponde mejor a la intención de los usuarios . 1 2 6 Hemos
visto que Ockham ponía mucho cuidado en distinguir y relacionar
los nombres de imposición primera y segunda con los de intención
primera y segunda. Pero Buridan adopta un esquema más sencillo.
Para él hay una correspondencia biunívoca y completamente natu­
ral; entre los nombres que resultan de una intención y los que resul­
tan de una imposición, por lo cual se aplican, respectivamente, a lo
mismo los de primera intención y los de primera imposición, los de
segunda intención y los de segunda imposición; y entonces no hace
falta discriminar sus correlatos con tantas distinciones como lo ha­
ce Ockham . 1 2 7
Una vez impuesta la voz, significa lo que el intelecto constituye
para nosotros en su intelección, esto es, la cosa constituida como
entendida, o, si se prefiere, la cosa en cuanto entendida por nuestro
intelecto. Y el intelecto puede concebir las cosas de manera indivi­
dual y aislada, o formando grupos, o puede concebir en un solo acto
muchas cosas o una sola cosa con muchos actos. Es decir, las voces
significan conceptos, y los conceptos pueden ser de dos clases: in­
complejos (o simples) y complejos. El concepto simple o incomplejo
es una semejanza que representa una cosa o muchas tomadas de
modo unitario, por ejemplo “Aristóteles” y “hombre”; en este caso
tenemos un término. El concepto complejo es el que consta de con­
ceptos simples, y pueden congregarse sin cópula, dando origen a dos
124 Ver J. Buridan, Tractalus d e suppositionibus, ed. cit., p. 182.
125 Ver ibid.
126 Ver M. E . R eina, art. cit., p. 376; la condición para que una im posición sea pri­
m aria es qu e confiera a la significación d e la voz prioridad, com unidad y estabilidad.
127 Ver J. Buridan, Sophism ata, ed. cit., p. 38.
subclases: afirmativo, como “animal racional”, y negativo, como “no
animal racional”; o pueden congregarse con cópula, como “Pedro es
hombre”, y en tal caso tenemos una enunciación o proposición.
Las voces significativas convencionales incomplejas son dicciones
o partes del discurso. Las dicciones se dividen en categoremáticas
y sincategoremáticas, lo cual nos es ya conocido. Pero algo nuevo
y notable es que Buridan se aparta de Aristóteles y de Pedro His­
pano cuando subraya la importancia de los sincategoremas para la
estructura de la proposición, e incluso muchas veces la fuerza de
la proposición recae en esas partículas sincategoremáticas, ya que
pueden ser sujetos (como los pronombres), y cópulas (como en el
caso de “es”, que viene a ser un sincategorema). La importancia que
los anteriores daban al nombre y al verbo (Le. los categoremáticos)
sólo puede entenderse —declara Buridan— considerando que en
el nombre se comprenden todas las palabras que pueden ser suje­
tos, y en el verbo todas las que pueden ser cópulas. Ibdavía Buridan
distingue entre voces incomplejas puramente categoremáticas, pu­
ramente sincategoremáticas y medias o mixtas. Las puramente ca­
tegoremáticas son las que significan, además de los conceptos que
inmediatamente significan, las cosas que son concebidas en tales
conceptos; son de suyo sujetables y predicables, y excluyen a las pu­
ramente sincategoremáticas. Las puramente sincategoremáticas son
las que únicamente significan los conceptos que inmediatamente si­
gnifican, y ninguna otra cosa, a no ser algunas que significan los tér­
minos a los que se añaden, como las dicciones “no”, “o”, “luego”,
“también”, “porque”, “por lo cual” y otras de este tipo. Las me­
dias o mixtas participan de algunos rasgos de las puramente cate­
goremáticas y algunos de las puramente sincategoremáticas, en esta
clase entran “tanto las que significan, además de los conceptos que
inmediatamente significan, las cosas concebidas en tales conceptos,
pero no son de suyo sujetables o predicables, en cuanto que impli­
can categoremáticas y sincategoremáticas” ; 1 2 8 ejemplos de ellas son
“en alguna parte”, “nadie”, “nada”, “consigo” y otras, que signifi­
can cosas además de conceptos, pero que no se pueden sujetar ni
predicar.
Las sincategoremáticas significan inmediatamente los modos co­
mo los conceptos se relacionan en la mente. Estos modos como
se unen los conceptos son ellos mismos conceptos también, pues se
pueden concebir las relaciones interconceptuales, y a ellos corres­
ponden las voces sincategoremáticas. Las dicciones que Buridan lla­
ma “medias o mixtas” tienen un elemento que impide que sean
categoremáticas; en el primer caso que enuncia, el obstáculo es que
no pueden ser sujetos o predicados, como “hoy” o “mañana”, que no
pueden serlo por significar un determinado tiempo en que se rela­
cionan los conceptos; en el segundo caso que enuncia, el obstáculo
es que incluyen un sincategorema, como “nada” o “nadie”, que im­
plican la negación.

2. La proposición

De una manera más amplia que Pedro Hispano, Buridan entiende


la proposición como la oración que puede ser verdadera o falsa (sin
restringirla al modo indicativo) . 1 2 9 Y se divide en dos: mental y exte­
rior (oral y escrita). La segunda significa a la primera, y ésta a los es­
tados de cosas. La verdad de una proposición es la conformidad con
lo significado. Así, la verdad de una proposición mental es su confor­
midad con las cosas significadas, y la verdad de una proposición oral
es su conformidad con una proposición mental que sea conforme a
las cosas significadas. Esto último resulta evidente al considerar que
para la verdad de una proposición oral no basta la correspondencia
con una proposición mental cualquiera, sino que es necesario que
corresponda a una proposición mental verdadera (Le. verdadera por
su correspondencia con lo real). Pues la falsedad de una proposición
oral consiste en corresponder a una proposición mental falsa que se
sabe falsa, pero también puede consistir en corresponder a una pro­
posición mental falsa que se tiene por verdadera. Y, por otra parte,
la falsedad de una proposición mental consiste en su no correspon­
dencia con la realidad significada. 1 3 0 Puesto que la adecuación de
una proposición a un estado de cosas es su verdad, Buridan la toma
como la propiedad de las proposiciones, y la llama "verificación ”, por
ser lo distintivo de las proposiciones en comparación con el término,
que tiene otras propiedades distintas . 1 3 1

129 Ver ibid., p. 190.


130 Ver el m ism o, Sophism ata, ed . cit., pp. 39-46.
131 V er ibid.
3. Las propiedades de los términos

Buridan toma en cuenta seis propiedades de los términos: la signi­


ficación, la suposición, la apelación, la distribución, la ampliación y
la restricción, y añade, como hemos visto, una propiedad de las pro­
posiciones: la verificación, que consiste en su ser verdaderas. Aten­
deremos aquí a la significación, la suposición y la apelación.

3.1. La significación

La primera propiedad de los términos es la significación. Como ya


sabemos, que un término tenga significación consiste en que pre­
sente al oyente un concepto según la institución o imposición que se
le ha dado convencionalmente. Ya que todas las dicciones cumplen
con este requisito, todas tienen significación. 1 3 2 Pero no todas las
dicciones tienen las restantes propiedades de los términos. Como se
ve, en cuanto a la teoría de la significación, Buridan permanece fiel
a la tradición escolástica anterior.

3.2. La suposición

La suposición consiste en que el término figure en la proposición en


lugar de un objeto; así como la verificación es que la proposición se
adecúe a un estado de cosas, la suposición es que el término se ade­
cúe a un objeto que interviene en ese estado de cosas. En este sen­
tido, tienen suposición tanto los términos que fungen como sujetos
de la proposición como los que en ella fungen como predicados . 1 3 3
Buridan, siguiendo a Ockham, es muy claro en cuanto al carácter
proposicional de la suposición del término: sólo se da en el seno de
la proposición y propiamente en los términos sujetables o predica­
bles. Pero se aparta de Ockham al dar mucha amplitud a las locu­
ciones que pueden ser proposiciones, no sólo las que van en modo
indicativo. Aduce varias reglas para saber cuándo una expresión es
capaz de figurar como sujeto o como predicado, y lo que resulta es
también una gran apertura para que haya expresiones susceptibles
de suposición. 1 3 4

132 Ver ibid., p. 181.


133 Ver ibid., p. 184. El m ism o, Sophism ata, ed . cit., pp. 50-58.
134 Ver el m ism o, Tractatus d e suppositionibus, ed. cit-, p. 190.
Buridan ha establecido la noción de suposición, y además ha di­
cho que sólo suponen en sentido estricto los términos que fungen
como sujeto o predicado. Pero es muy de tenerse en cuenta que, de­
jando de lado a los términos mentales —a diferencia de Ockham—
se restringe a aplicar la suposición a los términos orales. Y así es
como Buridan divide la suposición.
La suposición se divide primeramente —según Buridan, y en con­
traste con los anteriores— en propia e impropia. La suposición
propia se da “cuando la voz supone según su naturaleza o según la
significación que por el uso común se ha instituido para ella ” . 1 3 5 La
suposición impropia se da “cuando la voz supone según la signifi­
cación de otra voz, por efecto de una transunción o translación ba­
sada en la semejanza o en la ironía o en alguna causa de este tipo,
como si decimos que el prado ríe o a un chico malvado le decimos
‘eres un buen chico ’ ” . 1 3 6 Este último tipo de suposición pertenece
más bien a la poesía o a la retórica, y sólo interesa a la lógica la su­
posición propia.
La suposición propia, a su vez, se divide en material y personal
—nótense los cambios de orden que Buridan efectúa en estas cla­
sificaciones. La suposición personal se da “cuando el sujeto o el
predicado de la proposición supone por sus significados últimos o
por su significado último ” . 1 3 7 Por ejemplo “hombre”, en “el hom­
bre corre”, tiene esta suposición personal, porque supone por los
individuos humanos, que son sus significados últimos o definitivos
—también notamos el nominalismo de Buridan en la exclusión de
la suposición simple. La suposición material se da “cuando la voz
supone por sí misma o por alguna semejante a sí misma o por su
significado inmediato, que es el concepto para significar el cual fue
impuesta ” . 1 3 8 Con esta segunda acepción de la suposición material
—no tanto por la voz, sino por el concepto— parece estar supliendo
la suposición simple, ahora reducida a material. Por ejemplo “hom­
bre”, en “ ‘hombre’ es bisílabo”, tiene la función material que ya co­
nocemos a nivel lingüístico; en “hombre es una especie” funciona
en lugar del concepto, como los realistas querían que lo hiciera la
suposición simple.> Y también pueden tener suposición material las

135 Ib id ., p. 200.
135 Ibid.
137 Ibid., p. 201.
138 Ibid.
oraciones o proposiciones, como “ ‘el hombre es un animal’ es ver­
dadera”.
Cabe notar, pues, respecto a “hombre es una especie”, en la que
“hombre” tiene suposición material, que la suposición material asu­
me las funciones que antes se atribuían a la suposición simple, la cual
aquí se vería excluida. En efecto, dado el nominalismo de Buridan,
las especies son conceptos, no naturalezas o esencias reales en las
cosas, y, ya que la suposición material hace a un término referirse
al concepto que le corresponde en la mente, cuando un término su­
pone por una especie (que se ve reducida a un mero concepto), tiene
suposición material (y no simple, como antiguamente). El mismo
Buridan hace alusión a los antiqui, que propusieron un tercer tipo
de suposición, precisamente la suposición simple, porque creían que
las naturalezas universales eran algo distinto de los conceptos y de
los individuos, y que existían fuera de la mente; pero esa doctrina
ontológica, según Buridan, es errónea, y por ello resulta superflua
la suposición simple. En la misma línea de Ockham, opone la su­
posición personal a la simple, pero se distingue de él por su mayor
extremismo, ya que llega a excluir a esta última, reduciéndola a una
forma de la material. Hay, además, otro aspecto en el cual Buridan
se aparta de Ockham:

E n efecto, la suposición material, para Buridam, se da sólo en razón


de las voces y las palabras escritas. D ep en d e únicam ente del uso con ­
vencional de los signos, vocales o gráficos. Pero los térm inos m entales
no son usados convencionalm ente y la misma oración m ental no tiene
diversas significaciones o acepciones; por eso, ningún térm ino, en la
proposición mental, puede tener suposición material; la suposición de
los térm inos m entales siempre es personal.139

La suposición personal se divide —como ya hemos visto en Oc­


kham y Burley— en común y discreta, según los términos que la
asumen (común, como “hombre”, o discreto, como “Sócrates”).
Tiimbién se divide en absoluta y relativa, según que la asuma un
término absoluto o uno relativo.
La suposición común se divide en natural y accidental. En esto
Buridan se aparta igualmente de Ockham, que no usó esta división
de los antiqui. Es suposición natural “aquella según la cual el término
supone indiferentemente por las cosas que puede suponer, tanto
presentes como pretéritas o futuras, y usamos esta suposición en las
ciencias demostrativas ” . 1 4 0 Es suposición accidental “aquella según
la cual el término supone sólo por las cosas presentes, o por las pre­
sentes y las pretéritas, o por las presentes y las futuras, según la exi­
gencia del verbo y del predicado..., y usamos esta suposición en los
discursos históricos, y sobre todo la usan los sofistas ” . 1 4 1
Buridan se queja de que muchos modemi (entre ellos Ockham)
niegan la suposición natural, por no hallarse precisado el tiempo;
pero él la defiende arguyendo que esto lo hace el verbo que rige
la proposición, y que la hace valer para cosas tanto presentes como
pasadas y futuras de modo indiferente; lo cual se ve en muchas pro­
posiciones científicas, en las que el contenido debe valer para todo
tiempo, por ejemplo “el hombre es animal racional”, pues esto no se
restringe a ningún tiempo determinado, sino que vale indiferente­
mente para todo tiempo, y quienes excluyen este tipo de suposición
anulan la validez de la ciencia.
Tüinto la suposición común como la personal se dividen en deter­
minada y confusa. La suposición determinada se da “si es necesa­
rio para la verdad de la proposición, en cuanto a la forma, que ella
misma sea verdadera para algún supuesto determinado; por ejem­
plo, si es verdadera ‘el hombre es blanco’, conviene que sea verda­
dera para ese hombre y para ese blanco o para aquel otro hombre y
para aquel otro blanco, y así sucesivamente” . 1 4 2 La suposición con­
fusa se da “si la proposición en la cual se pone el término puede en la
forma ser verdadera sin que sea verdadera para algún determinado
supuesto de ese término; por ejemplo, la proposición ‘todo hombre
es un animal’ es verdadera y sin embargo no basta para su verdad
que sea verdadera para Sócrates y no para Platón, etcétera ” . 1 4 3
La suposición confusa se divide en distributivamente confusa y
meramente confusa. Aunque ya las conocemos, retengamos las de­
finiciones que de ellas da Buridan. La distributivamente confusa es
aquella “en la cual de un término común se puede inferir cualquiera
de sus supuestos, o también todos al mismo tiempo copulativamente
con una proposición copulativa, por ejemplo de ‘todo hombre corre’
se sigue ‘luego Sócrates corre’, ‘luego Platón corre’, o también ‘luego

140 J. Buridan, Tractatus de suppositionibus, ed. cit., p. 206.


141 Ibid.
142 Ibid., p. 323.
143 Ibid.
Sócrates corre y Platón corre’, etcétera ” . 1 4 4 La meramente confusa
es aquella “en la cual no se sigue algún singular, retenidos los demás
que caen dentro de la proposición, ni se siguen los singulares disyun­
tivamente con una proposición disyuntiva, aunque tal vez se sigan
con una proposición que tenga un extremo disyunto” . 1 4 5 Por ejem­
plo, tiene suposición meramente confusa “animal” en “todo hombre
es animal”, ya que no es válido inferir “todo hombre es animal, luego
todo hombre es este animal o ese animal, etcétera”.
Por lo que se ve, Buridan no toma en cuenta la suposición mera­
mente confusa móvil, quedándose únicamente en la que no puede
hacer un descenso inferencial válido. Habla en seguida, ya que trata
de las suposiciones distributiva y distributivamente confusa, de la
distribución de los términos, la cual es una propiedad importante de
los mismos. Y las observaciones que hace constituyen prácticamente
todo un tratado de la distribución de los términos. De su estudio
extrae algunas reglas para la suposición distributivamente confusa.
Dejaremos de lado la distribución, al igual que otras dos propiedades
de los términos: la ampliación y la restricción, que también estudia
y ya hemos visto en otros autores.
Dedica además un amplio espacio para tratar de la suposición
de los términos relativos, que origina varias dificultades. Toma a
los relativos en sentido gramatical, como aquellos que recuerdan
o relacionan otros términos que se han usado en la cláusula ante­
rior de una oración, por ejemplo “tal”, “el mismo”, “otro” y varios
más que ya conocemos. Pero lo más importante son dos reglas ge­
nerales que aduce:
(i) No conviene que los relativos supongan o figuren en la propo­
sición por todo aquello por lo cual supone o está el antecedente; más
aún, el término relativo sólo se refiere a su antecedente por aque­
llos de sus supuestos por los que había verificación de la proposición
categórica en la que se ponía el antecedente, por lo cual es falsa “el
animal es hombre y aquél es asno ” . 1 4 6
(ii) El relativo de identidad (“el mismo”) supone o se toma en
la proposición como su antecedente, a saber, materialmente si el
otro es tomado materialmente, y personalmente si el otro es tomado

144 Ibid., p. 324.


145 Ibid.
146 Ibid., p. 337.
personalmente, distributivamente si el otro es tomado distributiva­
mente, como determinado si el otro es tomado determinadamente,
y como meramente confuso si el otro es tomado así, excepto lo que
se ha de excluir por la regla anterior . 1 4 7

3.3. La apelación

La apelación es distinta de la suposición. En efecto, hay términos


que suponen, pero no apelan, como “animal”, “planta”, “oro”, y, a la
inversa, hay términos que apelan pero no suponen, como “quimera”,
“vacío”. Y cuando se dan los términos que tienen tanto suposición
como apelación, suponen y apelan por algo distinto; por ejemplo,
“blanco” supone por el objeto que es blanco, y apela por la blan­
cura . 1 4 8 Buridan explica la apelación como una propiedad comple­
mentaria de la suposición. Consiste en que un término connote algo
distinto de aquello por lo cual supone, y apela aquello que connota
a modo de adyacente de aquello por lo que supone, como se ha di­
cho del término “blanco”, que supone por un objeto blanco, y apela
por la blancura, la cual se da a modo de adyacente del objeto blanco.
De acuerdo con ello, el término apelativo apela por la forma que le
corresponde, sea que figure en la parte del sujeto antes del verbo,
sea que figure en la parte del predicado después del verbo. Pero eS
importante atender a su colocación antes o después del verbo y al
carácter ampliativo o restrictivo del predicado, pues esto puede mo­
dificar su apelación a la forma para el tiempo presente, o para un
tiempo indiferente. Lo primero sucede, por ejemplo, cuando figura
antes del verbo y si éste va en tiempo presente y el predicado no
es ampliativo, entonces el término apela a su forma en tiempo pre­
sente. Lo segundo puede ocurrir, por ejemplo, cuando el verbo va
en otro tiempo y el predicado es ampliativo, pues entonces apela a
su forma en tiempo indiferente, ya en presente, ya en el tiempo del
verbo, ya en el tiempo al cual amplía el predicado . 1 4 9
Para entender bien esto, hay que explicar lo que se entiende por
la “forma” del término. Buridan dice que por ella se suele entender
cualquier cosa a la que apela el término, ya sea substancia o acci­
dente, materia o forma en sentido estricto, substancia compuesta o

147 Ibid.
148 Ver ibid., p. 184 y, del m ism o, lo s S ophism ata, ed. cit., pp. 59-89.
149 Ver el m ism o, Tractatus de suppositionibus, p. 343.
agregado. Por ejemplo, “rico” supone por un hombre que sea tal, y
constituye la materia del término (pues el término supone por su ma­
teria), pero apela a todo lo que connota: sus ganados, casas, dinero,
etcétera, que son adyacentes a ese hombre, todo lo cual constituye
la forma del término.
Ésta es, en verdad, una noción de apelación ya muy distinta de la
que habían enseñado en el siglo xm William Sherwood y Pedro His­
pano. Pues en el siglo anterior la apelación era el uso de un término
por la cosa existente y actual, mientras que para Buridan se trata más
bien de una connotación o consignificación, o como dice él mismo,
de la “forma” del término, en contraposición con la “materia” del
mismo, que es objeto de la suposición.

Sa n V ic e n t e Ferrer

San Vicente Ferrer (1350-1419), se nos manifiesta como un opo­


nente vigoroso de Ockham y el nominalismo defendiendo la postura
realista moderada de Santo Tbmás de Aquino . 1 5 0 Su Tratado de las
suposiciones dialécticas es una interpretación de esta teoría a la luz
de las doctrinas lógicas, gnoseológicas y ontológicas de la escuela to­
mista. Pero no se queda en ser un mero repetidor de Santo Tbmás
para hacer coincidir la teoría de la suposición con las tesis básicas de
su filosofía; es también un gran innovador, sobre todo en el tema de
la suposición material, con la cual da mayor fuerza a la posibilidad
de distinguir entre lenguaje objeto y metalenguaje, cosa que en la
historia de la lógica se le ha anotado como un mérito inalienable.
Lo mismo debe decirse en cuanto a la relación de la suposición con
la teoría de la predicación proposicional, que es de una perspicacia
más que aceptable. Todo esto le hace un gran cultivador de la lógica
del lenguaje radicada en las propiedades de los términos.

1. La significación

La significación es la primera de las propiedades de los términos.


Ferrer nos dice que “lo primero de todo, es tomada (accipitur) la
voz por el intelecto para que designe algo de manera determinada, y

150 Ver J. M. de Garganta y V. Forcada, Biografía y escritos de San Vicente Ferrer,


Madrid: BA C , 1956; M. G. M iralles, “Escritos filosóficos d e San V icen te Ferrer”, en
Estudios Filosóficos, 4 (1955), pp. 279-284.
así se la dota de significación” . 1 5 1 Cabe aclarar, además, que Ferrer
incluye en su teoría tanto palabras habladas como escritas, pero no
términos mentales. Y es que no ve ninguna razón para llamar (como
hacían otros, p. ej. Ockham) “términos” a los actos de la mente. Lo
que sí admite en su teoría son conceptos o intellectus (Le. contenidos
conceptuales, pero no actos mentales) de las expresiones. A estos
intellectus la mente los correlaciona con las palabras, para que éstas
tengan significación.
Así pues, la significación es la acepción que la mente hace de un
término para que designe algo, es el uso que la mente da a un tér­
mino de modo que designe algo. La significación es la acepción de
un término; por ello, la significación es la que se debe definir como
acepción, y no la suposición como acepción, cosa que incorrecta­
mente hacía —según Ferrer— Pedro Hispano. Y es que se necesita
primero que una voz tenga acepción significativa, después que sea
colocada como extremo de una proposición —precisamente como
sujeto—, para que finalmente pueda tener suposición.
Además, la significación es una acepción que realiza la mente. En
efecto, por la significación las voces expresan conceptos (intellectus),
y precisamente en eso interesan al lógico (no en sí mismas, pues así
interesan al gramático, al igual que los conceptos por sí solos inte­
resan al psicólogo o filósofo de la mente). Las propiedades de los
términos, en cuanto que éstos representan conceptos, interesan al
lógico-semántico. Y, como sabemos, una de esas propiedades de los
términos es la significación:

U na palabra llega a tener la propiedad de la significación cuando es


tom ada por una m ente para una designación particular. Poruña mente
aquí, por supuesto, se refiere a la m ente que efectú a esta operación,
pero probablem ente hay tam bién una insinuación del otro sentido de
intellectus, el sentido o la intención de una expresión. A l tom ar una
palabra para alguna designación, la m ente correlaciona la palabra con
algún intellectus para expresar el cual puede ser usada.152

Podemos decir, pues, que la significación consiste en los modos


como el intelecto capta lo que la voz expresa. Pero hay varios mo­
151 V. Ferrer, Tractatus de suppositionibus, ed. J. T. Trentm an, Stuttgart-Bad
Cannstatt: From m ann-H olzboog, 1977, p. 91.
152 J. A . TVentman, “T h e Idea o f Signification in V incent Ferrer’s L ogic”, en A c ta s
d e l V Congreso Internacional de Filosofía M edieval, Madrid: Editora N acional, 1979,
v. 2, pp. 1301.
dos, que corresponden a diferentes actos mentales; esta diversidad
de modos la indica Ferrer con los múltiples adverbios que usa: signi­
ficar materialmente, formalmente, determinadamente, señaladamente,
etc. Estos últimos modos (determínate y sígnate) indican ciertas dife­
rencias que él apunta entre los términos singulares y los comunes; los
singulares tienen significación de manera señalada (sígnate), y los co­
munes la tienen determinada (determínate), porque la señalada exige
que se pueda señalar aquello que se significa. Además, el término
inmediatamente y de suyo se significa a sí mismo como voz o pala­
bra, lo cual es significar materialmente (p. ej. “hombre” significa de
inmediato la misma palabra “hombre”); y después significa algo dis­
tinto de él mismo, en lo cual reside la significación formal; así, “hom­
bre”, después de significar materialmente esa voz que pronunciamos
o que leemos, por la convención significa formalmente la naturaleza
humana.
Por tanto, ya que la significación presenta conceptos a la mente,
y dado que hay varios modos como éstos pueden ser representados,
dando lugar a diversos tipos de conceptos, por ello Ferrer divide con
arreglo a los tipos de conceptos y actos mentales los tipos de signifi­
caciones. El intelecto es el que hace posibles esos diversos tipos que
encontramos en la significación. Esto sucede porque el intelecto se
comporta activamente con respecto a la palabra significativa: él es
el que le da la significación según los diversos usos lingüísticos. De
modo que la palabra es significativa primero por tener una función
dentro del lenguaje en general, y en esto se manifiesta eminente­
mente pasiva. Después puede adquirir una función gramatical den­
tro de la proposición, esto es, ser sujeto, y entonces ya se manifiesta
como activa, pero esto no por su relación con el intelecto, sino por
su relación con la cosa que designa; y entonces ya no se trata de sig­
nificación, sino de suposición. En la suposición el término lleva al in­
telecto a fijarse en una cosa o cosas, mientras que en la significación
la palabra sólo le presenta el concepto de éstas; por eso en la signifi­
cación, ya que es impuesta a la palabra por el intelecto, es donde se
muestra más al vivo el carácter actuante del intelecto. Precisamente
lo más relevante en la doctrina de Ferrer sobre la significación es su
constante insistencia en “el papel activo desempeñado por la mente
en todo el proceso del uso del lenguaje significativo” . 1 5 3

153 El m ism o, “Ferrer’s D octrin e o f Signification”, cap. IV de su “Introduction”,


ya citada, p. 39.
Se refleja el aristotelismo-tomismo de San Vicente en esta insis­
tencia sobre el papel activo del intelecto en el uso de las palabras sig­
nificativas, ya que para Aristóteles el intelecto tiene en este proceso
un papel activo de iluminación. Y sólo cuando una palabra tiene sig­
nificación, y además es constituida en extremo subjetual (Le. como
sujeto) de una proposición, entonces puede tener suposición.

2. La suposición

Ferrer conecta la teoría de la suposición con las teorías acerca de


los universales. Él mismo había estudiado ese problema tan impor­
tante . 1 5 4 Como se sabe, en la Edad Media eran tres, principalmente,
estas opiniones: dos extremas, que eran la realista platónica y la no­
minalista, y una intermedia, la aristotélica. Según los platónicos, el
universal es real en sí mismo, independientemente de los individuos
y de la mente; según los nominalistas, el universal no es nada en
los individuos ni separado de ellos, sino sólo en la mente; y para los
aristotélicos el universal no es nada en sí mismo, separado de los in­
dividuos, pero es algo que se da en los individuos, es universal en
potencia en ellos, y es universal en acto en la mente, que lo puede
captar en ellos. Ferrer se adhiere a la tesis aristotélica, como buen
tomista, y dice que el universal es algo real en cuanto unum in multis
(una naturaleza en muchos individuos), pero en ellos no es algo uno
y universal en acto, sino en potencia. Y, en cuanto es unum praeter
multa (algo uno independientemente de sus muchos individuos), es
la intentio de la mente (o concepto), en la cual se da lo universal en
acto.
Con cierta redundancia, Ferrer nos dice que el universal es una
cosa (res) que tiene universalidad. Dado que es una cosa, es un ente
real; pero, en cuanto que tiene universalidad, se da como intención
de la mente o como algo conceptual. Es decir, es real en los indi­
viduos a los que pertenece, pero sólo es real en potencia, en acto
se da de modo propio en la mente. Así, el término “universal”, en
cuanto a lo que significa materialmente, es una cosa (en potencia),
pues así se da en los individuos, pero en ellos se da potencialmente,
no en acto; y, en cuanto a lo que significa o connota formalmente, es
mera intención de la mente o concepto, Le. es universal en acto sólo

154 Ver V. Ferrer, “Q u aestio d e unitate universalis”, ed . J. A . TVentman, en M e­


d ioeval Siudies, 44 (1982).
en cuanto es una intención o concepto mentales. De acuerdo con
estas disquisiciones de Ferrer, resulta que el criterio para exponer
las suposiciones es la teoría ontológica que se sustenta acerca de los
universales . 1 5 5 En efecto, así como Burleigh, por ejemplo, expuso la
suposición en un marco realista extremo, así Ockham la expuso en
uno nominalista; y Ferrer lo hará en el marco de la vía intermedia o
tomista.

2.1. Definición de la suposición

Ferrer comienza examinando la definición común de suposición.


Critica —sin mencionarlo— a Pedro Hispano, quien la había defi­
nido como “la acepción del término substantivo en lugar de algo ” . 1 5 6
Según San Vicente, no se puede definir como acepción, porque la
acepción es algo pasivo en el término, mientras que la suposición o
el suponer es algo activo en él. 1 5 7 Mas, para que sea algo activo del
término en el seno de la proposición, la suposición ha de pertene­
cer al sujeto, no al predicado, ya que sólo el sujeto puede ejercer el
acto de estar en lugar de aquello a lo que alude la proposición. Por
ello Ferrer insiste en que el suponer pertenece al sujeto, mientras
que al predicado le corresponde otro acto y, en consecuencia, otra
propiedad, que recibe el nombre de “apelación”.
La suposición es, pues, del sujeto solamente. Vicente nos dice:

La significación, la sujeción ( subiectio ) 158 y la suposición, por orden,


com peten a la voz o térm ino según que es tom ado ( accipitur) por e l
intelecto. Efectivam ente, primero la voz es tomada por el intelecto
para designar algo determ inadam ente, y así le com pete la significación.
D espués la voz ya significativa es tom ada en la proposición com o un ex­
trem o, y así le com pete la sujeción. Y , por último, la voz ya sujeta se

155 Ver B. Valdivia, “La suposición sem ántica en V icen te Ferrer”, en A n alogía
(M éxico), año 1 ,2 , (1987), pp. 85-9 1 .
156 P. H ispano, Tractatus calted afterwards Sum m ule Logicales, ed . L. M . d e Rijk,
Assen: Van Gorcum , 1972, p. 80. (H ay traducción castellana, d e M. B euchot, M éxico:
I1F-U N A M , 1986.)
157 A unque "supposilio” vien e d e “su b ” y "positio ”, que parecen indicar pasividad,
el verbo resultante de su unión, a saber, “supponere" es, com o quiere Ferrer, activo.
158 A pesar d e que no es la traducción más feliz, vertim os "subieclio" p or “su ­
jeció n ”, al m odo com o su correlativo, “praedicatio”, se vierte por “predicación”.
tom a en lugar de alguna cosa, respecto del predicado, y así le com p ete
la suposición”.159

Incluso la significación, aunque resulta de una acepción que hace


el intelecto como causa eficiente, no es acepción propiamente di­
cha, ya que no tiene un sentido pasivo, sino activo. La sujeción sí
es pasiva, como la acepción misma. Pero la suposición no lo es. Y,
así, la suposición no puede asimilarse a la acepción, sino que es cau­
sada por ella. Pero, ya que la suposición sólo compete activamente
al sujeto, por ello sólo es adecuadamente propiedad de éste. Y, a se­
mejanza de estos términos del proceso del sujeto (i.e. a semejanza de
“significación”, “sujeción” y “suposición”), deben entenderse los del
otro proceso del predicado, a saber, “significación”, “predicación” y
“apelación”.
Al criticar la definición de suposición dada por Pedro Hispano,
San Vicente se opone a considerar la suposición como acepción pa­
siva. No puede reducirse a mera acepción, pues esto llevaría a con­
secuencias nominalistas, dándole al término sólo un valor subjetivo
o de uso. Al contrario, la suposición debe tener valor objetivo, para
que satisfaga la fuerza del término; el término suponente no se re­
duce a una mera ficción de la mente, al modo nominalista, sino que,
de acuerdo con el realismo moderado de la escuela tomista, además
de estar en la mente —pues no se puede negar que representa un
concepto—, tiene fundamento en las cosas reales, representa algo
real y, por lo mismo, tiene objetividad . 1 6 0
Ferrer corrige, entonces, la definición usual de la suposición, y
la reformula —de acuerdo con las consideraciones tomistas que ha
hecho— de la siguiente manera: “La suposición es la propiedad del
sujeto comparado con el predicado en la proposición . ” 1 6 1 La supo­
sición es una propiedad del término sujeto, y es propiedad suya en
el sentido estricto y exclusivo delproprium o cuarto predicable: per­
tenece a todo sujeto, sólo al sujeto y siempre. En eso la suposición
de distingue, por ejemplo, de la distribución, la excepción y la ex­
clusión, las cuales, aun cuando sólo pertenecen al sujeto respecto

159 V. Ferrer, Tractatus de suppositionibus, ed. cit., p. 91. Ver E. Poveda, “E l tra­
tado D e suppositionibus dialecticis d e San V icente Ferrer y su significación histórica
en la cuestión d e los universales”, en A n ales de! Sem inario d e Valencia, 3 (1963), pp.
7 -8 8.
16° v e r V. Ferrer, op. cit., pp. 89-9 2 .
161 Ibid., p. 93.
del predicado, no pertenecen a todo sujeto ni le pertenecen siem­
pre. También se distingue así la suposición de otras propiedades,
como las modales, pues ellas pertenecen tanto al sujeto como al pre­
dicado. Además, se dice que la suposición pertenece al sujeto “por
comparación con el predicado”, porque la suposición del sujeto se
conoce principalmente por el tipo de predicado que lo acompaña; de
ahí la famosa regla de que según los predicados son las suposiciones
de los sujetos. Tkl diversificación basada en el predicado se ve en
las siguientes proposiciones: “el hombre es animal”, “el hombre es
especie”, “el hombre es bisílabo”, pues en ellas “hombre” tiene su­
posiciones diversas, que se distinguen y reconocen por el predicado.
También por esta exigida relación del sujeto al predicado se diferen­
cia la suposición de la significación, la cual se da en el sujeto (sin que
sea exclusiva de él) no por relación con el predicado, sino conside­
rado de manera absoluta —Le. como término y sin la exigencia de
que esté en la proposición.
De acuerdo con eso, algo muy característico de Ferrer es esa in­
sistencia en que el término suponente es el sujeto, no el predicado.
Pues bien, para que un término sea tomado como sujeto ya se re­
quieren varias acepciones, por lo que la acepción es anterior a la
suposición, y no puede confundirse con ella. En concreto, son tres
acepciones las que se dan al término antes de que le sobrevenga la
propiedad de la suposición. En primer lugar, se toma como palabra,
en orden a significar alguna cosa; el intelecto la establece como voz
significativa. En segundo lugar, se toma como extremo posible de
una proposición, en orden a ser sujeto o predicado; el intelecto lo
dota con la capacidad de ser sujetable o predicable. En tercer lugar,
se toma precisamente como sujeto, y se excluye del término la po­
sibilidad de ser predicado en esa misma proposición; el intelecto lo
determina a ser sujeto. Después de esta última acepción, es cuando
el término, constituido en sujeto, es susceptible de tener suposición.
La acepción tiene valor pasivo, mientras que la suposición tiene va­
lor activo. La suposición consiste, pues, en que el término sujeto, el
que en realidad es suponente, significa la cosa real a través de su
significar la cosa como concebida, y de ella se verifica el predicado.
El valor pasivo de la acepción se advierte en que, al estar atri­
buyéndose al término, éste se comporta como algo receptivo, que se
deja moldear por la inteligencia —la cual, como hemos dicho antes,
es activa en este proceso— hasta llegar a significar lo que se desea
que signifique: una realidad en cuanto pensada, pero obediente a la
realidad en cuanto tal. El valor activo del término suponente, que
es el sujeto, se advierte en la capacidad que entonces adquiere el
término de representar, de acuerdo con las exigencias de la cópula
y del predicado, a esa misma cosa real, pero representando primero
al concepto de la misma, que tiene un valor objetivo, fundado en la
realidad. A través de los conceptos, es esa misma realidad a la que el
predicado intenta atribuirle algo esencial o algo accidental. Y esto es
ciertamente una función activa. Con esto se opone a Ockham, para
quien los términos no tienen valor activo ni objetivo: no represen­
tan ninguna naturaleza, ni universal ni individual, sólo representan
individuos concretos.
Como consecuencia, la suposición se especifica, determina y di­
vide por el predicado. Porque el movimiento se especifica por su
témino ad quem; y la suposición es cierto movimiento hecho por el
intelecto al aprehender el sujeto; y la aprehensión del sujeto tiene
como término ad quem al predicado; por ello la suposición se define
y se divide con arreglo al predicado.
Y esta Qrdenación entre sujeto y predicado que se da en el ámbito
semántico de la suposición, debe tomarse como representando una
relación ontológica. El criterio para la significación y la suposición
del sujeto es el predicado, ya que significa y supone en orden a ser
coherente con él y según lo que él le exige. Ya con sólo atender al
predicado podemos detectar el tipo de suposición que tiene el sujeto.
San Vicente es tajante y decidido: sólo el sujeto tiene suposición;
el predicado no supone, ni siquiera con alguna suposición en sen­
tido amplio. En efecto, razona Ferrer, el predicado sólo podría te­
ner dicha suposición recibiéndola del sujeto, del intelecto o de algo
distinto. Pero no puede recibirla del sujeto, porque habría círculo vi­
cioso (pues el predicado es el que da la suposición al sujeto). Mucho
menos del intelecto, que capta la suposición del sujeto en orden a
su captación del predicado; ni tampoco de algo distinto (por ejem­
plo, de los individuos), porque sería algo ajeno a la predicación. Por
fuerza de estas cosas, Ferrer anota que de su clasificación de las su­
posiciones se excluye la llamada “suposición meramente confusa”
(confusa tantum), porque se pretende que sea la que corresponde
sólo al predicado de una proposición universal; y, como se ha visto, el
predicado no supone. Incluso, cuando se dice que un predicado su­
pone confuse tantum (como pretendían algunos que sucede en cier­
tos ejemplos en los que se pasa inferencialmente de lo verdadero a
lo falso, p. ej. en “en todo tiempo existió algún hombre; luego algún
hombre existió en todo tiempo ” ) , 1 6 2 debe entenderse más bien que
se toma (stat vel tenetur) conjuse tantum, pero no que supone de ese
modo (y en el ejemplo propuesto hay propiamente falacia de figura
de dicción, pues hay cambio de suposición: en la premisa es confusa
y en la conclusión es determinada, i.e. hay paso indebido de una su­
posición en la premisa a otra distinta en la conclusión) . 1 6 3 Tbdo ello
lo hace Ferrer, pues, para excluir la suposición del predicado. Pero
precisamente al definir la suposición como acepción, se deja una in­
definición tal que permite adjudicar la suposición al sujeto o al pre­
dicado. Y sabemos que para Ferrer sólo el sujeto tiene suposición.
Un corolario de esa doctrina es que ningún término supone fuera
de la proposición. En efecto, la suposición —tal como la ha defi­
nido Ferrer— es función del sujeto por relación al predicado. Y el
término fuera de la proposición no es ni sujeto ni predicado. Ade­
más, el término sólo tiene suposición en la proposición indicativa,
porque la suposición se determina según el valor de verdad de la
proposición, y sólo la indicativa puede ser verdadera o falsa. Y es
la proposición en sentido de oración indicativa, o enunciación, no
necesariamente en el sentido de proposición silogística. 1 6 4 Pero no
abarca la proposición imperfecta (o trunca) ni las oraciones no-in­
dicativas. Y es que, fuera de la proposición, el término tiene sig­
nificación, no suposición. Sin embargo, todo término puede tener
suposición, siempre y cuando pueda figurar como sujeto de una pro­
posición.
Esta pertenencia de la suposición al término en el contexto pro-
posicional es ciertamente una de las características que dimanan de
la naturaleza de la suposición tal como se ha definido. En efecto, ya
que la suposición es una propiedad del sujeto en orden al predicado,
y ya que tanto el uno como el otro son extremos de una proposición,

162 V er ibid., p. 96.


163 Pero, com o lo hace notar Itentrnan, a pesar d e que Ferrer rechaza, por con si­
derarla antitom ista, la suposición del predicado, Santo Tomás la acepta en la Sum m a
Theologiae, I, q. 36, a. 4, ad 4m ., sosten iend o que en “Pater et FUius su n t unum prin-
cip iu m ” el térm ino “principium ", q u e e s el predicado, tien e suposición confusa.
164 Los lógicos escolásticos distinguían la o rado y la enuntiatio, que tenían el sen ­
tido d e oración o enunciado, de la proposú io, o proposición, que era la oración in­
dicativa, que figuraba en la estructura de un silogism o, com o prem isa o conclusión.
N o es, pues, en el sentid o que la literatura lógico-sem ántica anglosajona da a "pro-
p o silio n ” — q u e se tom a en el sen tid o d e entidad abstracta, com o el leklón d e los
estoicos.
resulta el carácter proposicional de la suposición del término: ésta
sólo ocurre en el seno de una proposición, el término sólo tiene su­
posición dentro de ella. Con esto Ferrer toma de nuevo la línea de
Santo Tomás de Aquino, y aun de Ockham, quienes, al contrario de
los antiqui, como Guillermo de Sherwood y Pedro Hispano, insisten
en que la suposición sólo pertenece al término que se encuentra en
una proposición, y no al término aislado. Y como se trata de proposi­
ciones, no tienen suposición —en contra de lo que quería Buridan—
los términos que se encuentran en oraciones distintas de la asevera-
tiva o indicativa. Por ello se excluyen las desiderativas, interrogati­
vas, etcétera. Y, aun en el ámbito de las proposiciones, se restringe a
las categóricas, con exclusión de las hipotéticas. Pero las proposicio­
nes categóricas que posibilitan la suposición de los términos no nece­
sitan estar ordenadas al silogismo, pueden ser tanto premisas como
conclusiones, indistintamente.
Dentro de la proposición, (i) “la suposición se especifica y deter­
mina por el predicado ” ; 1 6 5 el término extremo que comanda la supo­
sición es el predicado, pues él esclarece la suposición que le compete
al término sujeto, según se dijo en la definición. De ahí resulta que
(ii) “entre todas las definiciones o descripciones que comúnmente se
dan de la suposición, la menos suficiente es aquella en la que se dice:
la suposición es la acepción o el uso del término categoremático que
se toma por alguna o algunas cosas en la proposición ” . 1 6 6 Pues ya se
ha visto que la acepción sólo es requisito para que haya suposición,
y que ésta resulta de la comparación intelectual entre el sujeto y el
predicado, por relación con la cual se precisa la suposición del sujeto.
Por otra parte, se sigue algo muy importante: (iii) “el predicado ca­
rece de suposición ” . 1 6 7 Sólo el sujeto puede tener suposición porque
el dinamismo del intelecto busca en él la suposición basándose en la
exigencia y determinación que aporta el predicado. Se sigue además
una condición sintáctico-semántica: (iv) “ninguna parte del sujeto
ni del predicado en cuanto tal puede suponer por esa misma causa,
porque la suposición o el suponer es propio del sujetof...], como la
apelación es propiedad del predicado ” . 1 6 8 Es decir, no puede tener
suposición —como ya lo habían previsto los lógicos antiqui— sólo

165 v. Ferrer, op. cit., p. 94.


166 Ibid.
167 Ibid., p. 95.
168 Ibid., p. 97.
una parte del sujeto, aunque sea un término complejo, sino el sujeto
en su totalidad. Cuando se trata de un nombre complejo, por ejem­
plo “hombre blanco”, ni “hombre” ni “blanco” tienen suposición ais­
ladamente, sino que la tienen formando el sujeto total. Y, finalmente
se sigue que (v) “ningún término tiene suposición fuera de la propo­
sición” . 1 6 9 Porque la suposición resulta, como propiedad del término
sujeto, de su ordenación al predicado, y esto sólo ocurre en la pro­
posición.
Con esto Ferrer se esfuerza por señalar la fuerza de la suposición.
Una vez que el término entra en la proposición y figura en ella como
sujeto y depende de lo que sobre él determina el predicado, cierta­
mente no es un signo natural, pero tampoco —por así decir— tan
arbitrario que su sentido y referencia dependan de la aceptación que
le demos. Por eso Vicente evita el definir la suposición como mera
acepción, la cual parece implicar que la suposición de un término
puede depender de nuestras convenciones incontroladas. Su refe­
rencia es tan definida, individual o suposital, que no depende ya me­
ramente de nuestro arbitrio, sino de la verificación de un concepto
fundado en la realidad de los individuos. Verla como mera acepción
connotaría nominalismo; en contra de él, Ferrer opone este sentido
estricto de la suposición, acorde con una postura ontológica y gno-
seológica frente al problema de los universales: la postura realista
moderada de Santo Tbmás. Los conceptos universales tienen fun­
damento en la realidad, por eso no pueden reducirse a meros sig­
nos convencionales; además, se refieren a esencias o naturalezas,
por eso no pueden reducirse a meros signos de individuos. Til re­
ducción ocurriría si la suposición fuera una mera acepción . 1 7 0 De ahí
el empeño que pone Ferrer en evitar que el concepto de suposición
se reduzca al de una mera acepción. Con ello pretende salvar el rea­
lismo de la ciencia según la perspectiva de Santo Tbmás de Aquino,
oponiéndose a Ockham y sus seguidores.

2.2. D ivisión de la suposición

Es un principio lógico el que toda división se efectúa según algún cri­


terio. Pues bien, Ferrer establece que el criterio es la misma relación

169 Ibid., p. 99.


170 Ver V. Forcada, “M om ento histórico del tratado D e suppositionibus de San
V icente Ferrer”, en E s a ilo s del Vedat, 3 (1973), pp. 75-76.
del sujeto al predicado, o, más bien, del predicado al sujeto, porque
el predicado determina el tipo de suposición que puede convenirle
al sujeto. Para esta tesis Ferrer se inspira en el De ente et essentia
de Santo Tomás. 1 7 1 Allí encuentra que la esencia o naturaleza, sig­
nificada por el término común, se da de dos modos: según la razón
(o noción) propia que tiene en sí misma y según el ser (esse) que
tiene en esto y en aquello, a saber, en los individuos y en la mente
que la concibe. Por tanto, primero se divide en suposición natural (o
esencial) y en suposición accidental. La primera se da cuando el pre­
dicado conviene esencialmente al sujeto y la segunda cuando le con­
viene accidentalmente. Un ejemplo de la natural es “el hombre es
animal”, porque es de la esencia del hombre; un ejemplo de la acci­
dental es “el hombre es blanco”, pues no es necesario que sea blanco
para que sea hombre . 1 7 2
Pasando a la suposición accidental, Ferrer atiende a que a la na­
turaleza o esencia le convienen accidentalmente dos cosas: (i) el ser
o existir en la mente y (ii) el ser o existir en los individuos; por eso
la suposición accidental se divide en suposición simple y suposición
personal. Un ejemplo de la simple es “el hombre es especie”, porque
el predicado “ser una especie” indica que el sujeto sólo puede ser un
ente pensado o de razón, mientras que un ejemplo de la personal es
“el hombre estudia”, pues el predicado sólo puede ser un ente indi­
vidual y concreto . 1 7 3 Todo ello nos confirma el que la suposición se
divide según aquello por lo que el sujeto supone o aquello a lo que se
refiere, y siempre lo hace en orden o por comparación al predicado.
En efecto, se da la suposición personal

cuando un térm ino común se tom a en orden a un predicado que le con ­


viene actualm ente en cuanto al ser que tiene en los individuos, com o en
la proposición “el hombre estudia”. Pues en ton ces la cosa im portada
por este térm ino se dice per se sonans [que suena d e suyo], com o si so­
nara para nosotros por todos los m odos, ya que de esta manera puede
ser aprehendida y conocida por nosotros de todas las maneras, a saber,
tanto por el sentido com o por el intelecto; o se dice suposición personal
porque así la cosa importada por tal térm ino se dice per se una [una de
suyo], porque entonces se encuentra sim plem ente individualizada.174

171 Sto. Tomás, D e ente et essentia, ed. I. Sestili, Torm o-Rom a: M arietti, 1948 (3a.
e d .), p. 14.
172 V. Ferrer, op. cit., p. 100.
173 Ibid.
174 Ibid., pp. 100-101.
Y se da la suposición simple “cuando un término se toma en orden
al predicado que le conviene accidentalmente en cuanto al ser que
tiene en el alma o fuera de los supuestos, como en la proposición
‘el hombre es una especie’. Pues entonces la cosa importada por el
término común de algún modo se dice simple, ya que se encuentra
depurada de sus condiciones individuantes” . 1 7 5
Pero esto provoca problemas; pues, ya que el predicado siempre
es un concepto con existencia mental, se seguiría que toda suposición
debería ser accidental simple. 1 7 6 Se trata de una objeción nomina­
lista, perteneciente al problema de los universales, y San Vicente
procede a demostrar que los universales son conceptos, pero con
fundamento en lo real (recogiendo la argumentación que le hemos
visto hacer en su Quaestio sobre los universales).
El problema se centra no en si los predicados son conceptos, lo
cual se acepta, sino en si únicamente gozan de existencia en la mente
o también en algo extramental, que reside en las cosas concretas y
reales.
En todo esto se manifiesta su teoría del conocimiento aristotélico-
tomista. Basa su distinción entre suposición personal y suposición
simple en el proceso cognoscitivo. En un primer nivel, tenemos el
conocimiento de la cosa como individual y concreta, el intelecto ejer­
cita su primer acto, y obtiene una imagen que la escolástica llama
“impresa”, dependiente todavía de los sentidos y sin elaborar inte­
lectualmente; a la mera impresión de esa imagen se refiere cuando
dice: “el hombre corre” (Le. está corriendo hic et nunc), en este caso
se trata de una suposición personal. En un segundo nivel, presupo­
niendo al anterior, el intelecto ejercita su segundo acto, por el cual
hace abstracción de las condiciones individuantes y concretantes de
las cosas, considerándola como universal; logra así la imagen o spe-
cies “expresa”, la cual es elaborada y abstracta. A esta imagen abs­
tracta se refiere cuando dice: “el hombre es anim ar (i.e. tomado en
universal, en cuanto a su esencia), en este caso se trata de una supo­
sición simple, por una abstracción que no es ficticia, sino fundada en
la realidad de lo individual. 1 7 7
Y no hay lugar para que toda suposición se reduzca a la acciden­
tal simple, pues esta especie expresa o concepto elaborado puede

175 Ibid., p. 101.


176 Ver ibid. , pp. 101-102.
177 Ver V. Forcada, art. cit., p. 78.
predicarse del sujeto o bien de modo esencial o bien de modo ac­
cidental, con lo cual surge mayor diversidad: si la predicación del
concepto es esencial, resulta la suposición natural-, si la predicación
del concepto es accidental, resulta la suposición accidental. Pero se
trata de una accidentalidad mental, psíquica o intencional, elabo­
rada por el intelecto en su acto segundo, relativa a los entes de razón,
y, por lo mismo, no es una accidentalidad real, sino intencional, pu­
ramente abstraída y que de hecho no se encuentra en las realidades
concretas, lo cual sucede con el género, la especie y la diferencia es­
pecífica. Pero están fundamentados en la realidad, cosa que se ve en
la validez de nuestras clasificaciones y predicaciones, como cuando
decimos “el animal es un género”, “el hombre es una especie”. De
acuerdo con ello, la suposición natural es simple, aunque algunos
hayan restringido la simple a la accidental. En efecto, la suposición
simple no puede ser accidental por el hecho de que, por definición,
es esencial. Es decir, aparece en la predicación esencial (en la que se
predica de la cosa su propia esencia o algo que pertenece a su esen­
cia). Un ejemplo de esto se encuentra en “el hombre es racional”,
donde el predicado “racional” pertenece a la esencia del hombre . 1 7 8
La suposición simple natural se basa también en el concepto que
resulta del acto segundo del intelecto, el cual es un concepto univer­
sal fundado en la realidad de los individuos. Una segunda dificultad
proviene de considerar que hay predicados que le pueden conve­
nir al sujeto de modo esencial o accidental, atendiendo tanto a la
existencia mental como a la existencia en singulares, i.e. habría su­
posiciones que se entrecruzarían, y no tendríamos un criterio seguro
para distinguirlas. 1 7 9 Pero San Vicente aporta como criterio una je­
rarquía entre las suposiciones, muy diferente a la de Ockham; para
Ferrer, el analogado principal entre las suposiciones es la natural, le
sigue la personal, y a ésta la simple.

Se trata, pues, de un térm ino que afecta y especifica al sujeto (dándole


la supositalidad), que puede suponer por la naturaleza o esencia: abso­
lutam ente considerada y con predicación esencial, y entonces da lugar
a la suposición natural. O puede suponer por la situación accidental
del predicado, según tenga su verificación inm ediata en las cosas rea­
les, en los singulares: entonces da lugar a la suposición personal. O

178 Ver ibid., pp. 78-79.


179 Ver V. Ferrer, op. cii., p. 103.
puede suponer, en fin, por la situación del predicado que tiene su exis­
tencia sólo en la m ente, y entonces da lugar a la suposición simple. N o
pueden darse más clases de suposiciones.180

Por lo demás, de entre estas suposiciones que hemos mencionado,


la suposición natural corresponde —como se ha dicho— a la esencia
o naturaleza absoluta (en sí), y ésta es la que primariamente perte­
nece a la significación del término sujeto; por ello la suposición na­
tural es la que primariamente se debe adjudicar a cualquier término,
antes que la simple o la personal. Y, después, la que primariamente
le corresponde es la personal, porque lo que es accidental a la esen­
cia significada por el término le conviene antes como siendo en los
individuos que como siendo en la mente, ya que en los individuos es
en sí, y en la mente es como en una semejanza o imagen (species).
Por eso, cuando el sujeto puede tomarse con cualquiera de las dos
suposiciones ha de tomarse en suposición natural, y cuando puede
tomarse en cualquiera de las dos clases de la suposición accidental,
ha de tomarse en suposición personal. Solamente se tomará en supo­
sición simple cuando claramente el predicado indique que el sujeto
es un ente de razón.

3. Diferentes clases de suposición

San Vicente examina con mayor detenimiento algunas de las suposi­


ciones más importantes, siempre tratando de llevarlas al tratamiento
propio del realismo moderado tomista y en oposición al nomina­
lismo ockhamista.

3.1 .L a suposición natural

La suposición natural “es la propiedad del término común tomado


en orden al predicado que le conviene esencialmente ” . 1 8 1 Esta con­
veniencia esencial del predicado abarca tanto las notas esenciales
(genéricas, diferenciales y específicas) que pertenecen al sujeto co­
mo aquellas que le pertenecen como el cuarto predicable: el pro-
prium. Por ejemplo “el hombre es animal”, “el hombre es racional”,
“el hombre es animal racional” o “el hombre es risible”. Se divide

180 y Forcada, art. cit., p. 79 .


181 V. Ferrer, op. cit., p. 104.
en definida e indefinida. La definida se da cuando el término supo-
nente está afectado por algún signo de cuantificación; la suposición
natural es indefinida cuando el sujeto no lleva ningún cuantificador.
Es definida, por ejemplo, en “todo hombre es animal”, “algún hom­
bre es risible”; es indefinida en “el hombre es animal”, “el animal
es risible”. De acuerdo con el signo cuantificador, la suposición de­
finida puede ser universal o particular, como en “todo hombre es
racional” y “algún hombre es racional”, respectivamente. Y con ello
San Vicente muestra que para él la cuantificación o el cuantificador
está por la parte del predicado, no del sujeto (como lo sostendrá la
lógica actual desde Frege), de manera que aun atendiendo a la cuan­
tificación la suposición sigue siendo dictada por el predicado; sigue
en pie el que la suposición del sujeto es indicada por el predicado.
Por eso nos dice Vicente que, en contra de lo que algunos preten­
den, la suposición natural no se divide en determinada y confusa, ya
que éstas se toman de los supuestos del término suponente. Y en
ellas hay que tomar en cuenta, además del predicado, los supues­
tos, porque la determinada exige, para ser verdadera, verificarse de
algún supuesto determinado y la confusa exige verificarse de cual­
quiera de ellos. Por ello esas dos suposiciones (la determinada y la
confusa) sólo se dan en la suposición personal, que se verá más ade­
lante, la cual se identifica por los supuestos además de reconocerse
por el predicado.
San Vicente aduce cuatro reglas para la suposición natural: (i)
“Siempre que en alguna proposición el predicado se dice del sujeto
en alguno de los modos de decirse por sí (modi dicendi per se), el
sujeto de tal proposición tiene suposición natural... ” 1 8 2
La predicación por sí o según los modi dicendi per se ocurre cuan­
do el predicado es (a) la definición del sujeto, por ejemplo en “el
hombre es animal racional”; (b) algo de la definición, por ejem­
plo en “el hombre es animal” o “el hombre es racional”; (c) una
propiedad predicable (proprium) del sujeto, por ejemplo en “el hom­
bre es risible”; (d) un carácter causal, eficiente o formal, por ejem­
plo en “el médico hace sanar”, pues el hombre no hace sanar en
cuanto blanco, músico, o cualquier otra característica no causal, sino
en cuanto tiene la característica de ser médico, según la cual causa
la curación. Todos esos modos de predicación son según la esencia
o el propio. Y por eso tal suposición es la más adecuada para hacer
ciencia demostrativa. Por lo cual también se puede llamar suposición
demostrativa.
La regla siguiente establece: (ii) “Tbda proposición cuyo sujeto
tiene suposición natural o demostrativa es universalmente verda­
dera, a saber, para todo tiempo y para todos sus supuestos . " 1 8 3
T&l sucede porque el predicado es de la esencia del sujeto, como
se estableció en la regla anterior. Esta segunda regla se sigue de la
primera y nos muestra que en esa suposición el sujeto se toma como
plenamente universal, con todas las características de necesidad que
le acompañan. De esta segunda regla se sigue otra no tan impor­
tante, pero que es como un corolario de la que hemos mencionado:
(iia) “Bajo todo sujeto que supone naturalmente se puede descen­
der copulativamente a todos sus supuestos respecto del predicado,
ya sea que tal sujeto suponga indefinidamente, ya particularmente,
o universalmente . ” 1 8 4 Por ejemplo “el hombre es risible; luego este
hombre es risible, y ese hombre es risible, y aquel hombre es risible,
etcétera”. Como es notorio, se trata de la instanciación o ejempli-
ficación usada en la lógica actual. Esta regla se sigue de la segunda
porque ella establecía que la suposición natural es verdadera para
todos sus supuestos. Y, así, ni siquiera hace falta cuantificarla; pues,
aun cuando sean términos indefinidos (y aproximados a los particu­
lares), son universales por la significación.
Vicente se pone como objeciones contraejemplos aparentes pri­
ma facie, que eran usuales en su tiempo y no carecían de dificultad
y sutileza, como “el hombre es primeramente risible”, “el hombre
es risible con prioridad a cualquier otra cosa”, “el hombre es la más
digna de las creaturas”. Todos ellos parecen ir en contra de la regla,
pero Vicente muestra que llevan alguna partícula o cláusula que im­
pide que tengan suposición natural. Para eso realiza finísimos aná­
lisis lógico-semánticos del lenguaje ordinario, comparables con (y a
veces más sutiles que) cualquiera de los análisis contemporáneos a
los que nos han acostumbrado los filósofos analíticos del lenguaje
ordinario. Caso tras caso va mostrando cómo, bajo un análisis cui­
dadoso, desaparece la objeción y se preserva el valor de las reglas
que ha propuesto. Asimismo, utiliza la lógica dialógica o de la dis­
cusión (tópicos y elencos) para buscar esas reglas y para defender su
verdad.

183 Ibid., p. 107.


184 Ibid.
Otra regla que añade establece: (iii) “De una proposición de ter­
cer adyacente cuyo sujeto tiene suposición natural a una proposición
de segundo adyacente nunca vale la consecuencia . ” 1 8 5 Por ejemplo,
no se puede pasar de “el hombre es risible” a “luego el hombre
existe”, pues la de tercer adyacente con suposición natural habla de
la esencia de la cosa y la de segundo adyacente habla de su existencia,
las cuales son muy distintas y no deben confundirse. Se pasa inde­
bidamente de la esencia a la existencia, o, como dice Ferrer, de la
potencia al acto. Y añade que por ello se comete falacia de pasar de
secundum quid a simpliciter. También examina otros contraejemplos
(pretendidos) como “el hombre es viviente, luego el hombre es (o
existe)”; allí parecería válido el tránsito de la premisa a la conclusión,
pues vivir es existir, pero Ferrer muestra que el sujeto en realidad su­
pone personalmente y no de modo natural. Vuelve a manifestar en
los demás contraejemplos la misma sagacidad lógico-lingüística, al
encontrar en ellos falacias y hasta errores formales.
La otra regla es: (iv) “Ninguna proposición cuyo sujeto tiene su­
posición natural requiere, para su verdad, de la existencia de los [sig­
nificados de los] términos . ” 1 8 6 Porque en este tipo de suposición se
pone el acento en las esencias, y las esencias tomadas como absolu­
tas, no en relación con la mente o con los individuos, no se refieren
a las condiciones concretas. Por lo cual, el sujeto de la proposición
está en lugar de una esencia, y lo que se predique de ella será ver­
dad directamente tomado como propiedad de la esencia, haciendo
abstracción de la existencia. Se sigue de las reglas anteriores, con­
cretamente de la primera y la segunda, y también de la definición
de la suposición natural, porque une con la esencia una propiedad
de ella misma, y para la verdad de la afirmativa basta la verdadera
unión de los extremos, ya que es lo único que en realidad significa
esa proposición. Y se aplica la regla tercera, pues en la proposición
con sujeto que supone naturalmente, el predicado respecta al sujeto
esencialmente, de manera tal que les es extrínseco el existir. Por ello,
si no existen los significados de los términos, de todas maneras se da
el nexo, y con ello basta. Además, de la proposición negativa es claro
que no requiere de la existencia de los términos.

185 Ibid., p. 125.


186 Ibid., p. 132.
3.2. La suposición personal

La suposición personal “es la propiedad del término común tomado


en orden al predicado que le conviene según el ser que tiene en los
supuestos, como ‘el hombre corre’, ‘el asno camina’ ” . 1 8 7 Dice refe­
rencia a los individuos que existen en la realidad, por ejemplo “hom­
bre”, en el ejemplo anterior, supone por un hombre concreto que
corra actualmente. Así, a diferencia de la suposición natural, la per­
sonal conviene al sujeto según un esse o existir y, a diferencia de la
simple, le conviene según el ser (esse o existir) que tiene en los su­
puestos.
Se divide en determinada y confusa. La suposición determinada
se da “cuando el término que supone personalmente se toma de ma­
nera particular o definida, como en ‘este hombre lee’, ‘algún gallo
canta ’ ” . 1 8 8 Denota que el predicado inhiere o no inhiere en el su­
jeto, pero en cuanto a una parte del sujeto, no en todo el sujeto
(i.e. no tomado universalmente, sino determinadamente). La supo­
sición confusa se da “cuando el término que tiene suposición perso­
nal se toma universalmente, como en ‘todo hombre bebe’, ‘ningún
león duerme’ ” . 1 8 9 Denota que el predicado inhiere o no inhiere en
el sujeto, pero en todo el sujeto, Le. tomado en toda su amplitud o
universalidad.
La confusa se divide en distributiva y colectiva, que correspon­
den a las anteriormente llamadas distributivamente confusa y mera­
mente confusa (p. ej. en Pedro Hispano y Guillermo de Sherwood).
La confusa distributiva se da “cuando el término que supone con­
fusamente puede dividirse o distribuirse en todos sus supuestos en
orden al predicado, como en ‘cualquier hombre se sienta’, ‘ningún
caballo corre’ ” . 1 9 0 La suposición colectiva se da

cuando el térm ino que supone confusam ente no se puede distribuir o


dividir en sus supuestos, sino que más bien alude a la colección de sus
supuestos con respecto al predicado, com o en “todos los apóstoles son
d oce”, “todos los preceptos del decálogo son d iez”, “todas las genera­
ciones, desde Abrahán hasta David, son catorce”.191

187 Ibid., p. 134.


188 Ibid.
189 Ibid.
190 Ibid.
191 Ibid., p. 135.
La diferencia entre la distributiva y la confusa colectiva radica en
que la primera tiene descenso lógico o instanciación válida, mien­
tras que la segunda no. Por ejemplo, es válido el proceso siguiente:
“todo hombre respira; luego este hombre respira, ese hombre res­
pira, aquel hombre respira, etc.” o “cualquier hombre se sienta, lue­
go Juan se sienta, Sócrates se sienta, Platón se sienta, Cicerón se
sienta, etc.”, y, en cambio, no es válido aplicar ese descenso o instan­
ciación a la suposición colectiva; por ejemplo, no vale este tránsito:
“todos los apóstoles son doce; luego Pedro es doce, Juan es doce,
Santiago es doce, Judas es doce, etcétera”.
San Vicente aduce aquí cuatro reglas: (i) “En cualquier propo­
sición particular o indefinida, si el sujeto supone personalmente, su­
pone también determinadamente, como en ‘algún hombre corre’,
‘el hombre está sentado’ . ” 1 9 2 (ii) “De todo sujeto que supone deter­
minadamente puede descenderse por una proposición disyuntiva a
todos sus supuestos con respecto del predicado, como en ‘el hombre
corre, luego Sócrates o Platón corren’ ” . 1 9 3 (iii) “El sujeto de cual­
quier proposición universal supone de manera confusa y distribu­
tiva, como en ‘todo hombre corre’, ‘ningún hombre corre’ . ” 1 9 4 (iv)
“De todo sujeto que supone confusa y distributivamente se puede
descender por una proposición copulativa a todos sus supuestos con
respecto al predicado, como en ‘todo hombre corre, luego este hom­
bre corre y ese hombre corre, etc.’ ” . 1 9 5

3 .3 . L a su posición sim ple

La suposición simple es “la propiedad del término común tomado


en orden al predicado que le conviene en cuanto al ser abstracto
que tiene en el alma o haciendo precisión de sus supuestos, lo que
es lo mismo, como en ‘el hombre es una especie’, ‘el animal es un
género’ ” . 1 9 6 Dice referencia al concepto de la mente, que tiene fun­
damento en los individuos, pero no se refiere inmediatamente a
ellos. Por lo cual, la referencia del término suponente es aquí algo
abstracto, mental, y no los individuos concretos.

192 Ibid., p. 136.


193 Ibid.
194 Ibid., p. 137.
195 Ibid.
196 Ibid., p. 150.
Se divide tomando como criterio el modo de predicación que le
conviene; y, ya que se trata de conceptos, el predicado indica una
forma intencional que tiene el concepto en la mente. Así, tenemos
dos tipos de suposición simple: primera y segunda. La suposición
simple primera es aquella en la que el término suponente recibe un
predicado de primera intención cognoscitiva, por ejemplo, “el hom­
bre es pensado ” , 1 9 7 La suposición simple segunda es aquella en la
que el término suponente recibe un predicado de segunda intención
cognoscitiva, por ejemplo “el hombre es una especie”, “el animal es
un género ” . 1 9 8
Y, puesto que de intenciones mentales se trata, ambas suposicio­
nes simples, primera y segunda, se subdividen en intencional e inten­
cionada. Se da la intencional cuando se predica únicamente la forma
conceptual, por ejemplo en “el hombre es pensado”. Se da la inten­
cionada cuando se predica además con una intención determinada,
por ejemplo en “el hombre es un animal predicable ” . 1 9 9
San Vicente aduce cuatro reglas: (i) “Ningún término determi­
nado por un signo universal o particular supone simplemente . ” 2 0 0
Porque el término tomado simplemente lo es según la abstracción
de los supuestos, y, en cambio, el término determinado por un signo
cuantificador tiene que decir relación a los supuestos, (ii) “Tbdo
término que supone en orden a un predicado intencional pertene­
ciente a la potencia del alma que aprehende un objeto como ausente,
tiene suposición simple, como en ‘el pan se apetece’, ‘la comida se
desea’, ‘el caballo se promete’, ‘el vino se aborrece’, ‘el lobo es te­
mido por la oveja’. .. ” 2 0 1 Tiene que ser un predicado intencional,
pues de otro modo, si fuera real, como cuando se toma en sentido
de acción, el sujeto no supondrá con suposición simple, (iii) “Tbda
proposición cuyo sujeto tiene suposición simple es singular. ” 2 0 2 Por­
que un término que tiene suposición simple no puede predicarse de
muchos, con lo cual, si entra como sujeto, la proposición debe ser sin­
gular y no universal, (iv) “De ningún término que tiene suposición
simple se puede descender copulativa o disyuntivamente. ” 2 0 3 Esto
197 Ver ibid,, p. 151.
198 Ver ibid.
199 Ver V. Forcada, art. cit., p. 83.
200 V. F e n er, op. cit., p. 152.
201 Ibid.
202 Ibid., p. 154.
se ve en que no es válido inferir: “el hombre es una especie, luego
ése o aquél son especies”.

3.4. La suposición discreta

La suposición discreta se da

cuando un térm ino singular, o alguno equivalente, suponen de suyo.


D ig o “de suyo”, porque aunque en esta proposición: “el hombre es
una esp ecie”, el sujeto es un térm ino singular, supone accidentalm ente,
a saber, com o tal; y, sin embargo, “hom bre” es de suyo un térm ino
universal. Y digo “alguno equivalente”, porque no siem pre se realiza
la suposición discreta en un térm ino singular.204

Algunos la pusieron como división de la suposición formal, otros


la dejaron fuera de las restantes; San Vicente sigue una vía interme­
dia, acorde con Santo Tomás, diciendo que se realiza en los diferen­
tes tipos de suposición anteriormente establecidos, pero tiene como
más propia la personal:

La suposición discreta se divide en suposición natural, personal y sim ­


ple. Se dice natural cuando el predicado se atribuye esencialm ente al
sujeto, com o en “Sócrates es hom bre”, “Sócrates es risible”, “Sócrates
es anim al”. Se dice personal cuando un predicado real conviene ac­
cidentalm ente al sujeto, com o en “Sócrates corre”, “Sócrates se m o­
verá”. Y se dice suposición sim ple cuando^in predicado intencional
conviene accidentalm ente al sujeto, com o en “Sócrates e s singular”,
“Sócrates es un individuo”, “Sócrates se predica de un o so lo ”, “Sócra­
tes es entendido”.205

Es pertinente hacer notar aquí el que en esta división de la su­


posición discreta, así como en la de la material, que veremos en la
siguiente sección, Ferrer se aparta de los demás tratadistas y pre­
senta una actitud de innovación. Esto se suma al ya grande cúmulo

204 Ibid., p. 161.


205 Ibid. San V icente añade: “Se ha de notar que la suposición discreta, tanto na­
tural co m o personal y sim ple, se hace de tres m odos. D e un prim er m od o cuando un
térm ino singular supone, com o en ‘Sócrates corre’. D e un segun d o m odo cuando
lo h ace un pronom bre dem ostrativo que dem uestra aquello que el nom bre propio
significa, com o en ‘aquél corre’. D e un tercer m odo cuando lo h ace un térm ino
com ún con un pronom bre dem ostrativo, com o en ‘aquel hom bre corre’ .” (Ibid.,
p. 162.)
de innovaciones que encontramos en este su tratamiento tan original
de la suposición. Además, se nota en él un afán por hacer entroncar
sus doctrinas en la más pura y auténtica tradición tomista. D entro de
su talento revolucionario, Vicente sabe guardar esa inserción en una
tradición que él consideraba como suya, a saber, la de Aristóteles y
Santo Tbmás de Aquino.

3.5. La suposición material

La suposición material —nos dice Ferrer— se da “cuando el término


supone por él mismo o por aquellas cosas que significa material­
mente, como en ‘Sócrates es un nombre propio’, ‘Sócrates es trisí­
labo’ ” . 2 0 6 Ya, al hablar de la significación, hemos tocado lo que es
significar materialmente, y podemos entender que la suposición ma­
terial es aquella en la que el término supone por sí mismo y por todos
aquellos de su misma forma (igual que como ahora se manejan las
nociones de términos-tipo y términos-réplica, Le. type y token). Tb-
davía más, San Vicente añade la innovación de dividir la suposición
material, cosa que no se había hecho antes. Y esa división tiene la
ventaja de introducir una precisión equivalente a la introducida por
Charles Sanders Peirce al distinguir entre el nombre de una clase de
signos (type sign) y el nombre de un signo particular perteneciente a
esa misma clase de signos (token sign).201
Ferrer divide la suposición material en discreta y común, según
que el término refiera al prototipo (type) o la réplica (token) de su
misma forma. En efecto, es discreta en “ 'A’ es un sonido”, “éste es
un nombre”, “este ‘hombre’ es un nombre” (en el sentido de que
este vocablo, que es una réplica del vocablo tipo “hombre”, es un
nombre); pues es suposición material discreta en el sentido en que
lo discreto se opone a lo común o universal, i.e. en cuanto es parti­
cular, réplica o muestra (token). Y la común se da, por ejemplo, en
“ ‘pueblo’ es lo que escriben”. Y todavía Ferrer divide la suposición
material común en natural, personal y simple, según que al término
metalingüísticamente se le predique algo esencial o natural, o que
se le predique algo como individuo, o que se le predique algo como
ente de razón (i.e. un predicado de segunda intención cognoscitiva,

206 Ibid., p. 164.


207 A cerca de estas doctrinas de Peirce, ver M. B euchot, Elem entos de sem iótica,
M éxico: U N A M , 1979, pp. 137 ss.
que lo haga ser tomado como ente de razón). Se da la natural, por
ejemplo, en “ ‘hombre’ es un nombre”; la personal, por ejemplo, en
“ ‘hombre’ es lo que se escuchó”; y la simple, por ejemplo, en “ ‘hom­
bre’ es una especie del género de los sonidos” . 2 0 8
Resulta evidente que la suposición material de los escolásticos
coincide con la noción de mención, introducida por Frege, y de me-
talenguaje, introducida por Tkrski y Carnap. En efecto, mención se
opone a uso, en el sentido de que cuando manejamos una expresión
normalmente, para referirnos a las cosas extralingüísticas, hacemos
uso de esa expresión, y, en cambio, cuando la manejamos para re­
ferirnos a ella misma o a las de su misma forma, hacemos mención
de la expresión misma. Y, también, metalenguaje se opone a len­
guaje objeto, en el sentido de que el lenguaje objeto nos sirve para
hablar de las cosas extralingüísticas, mientras que el metalenguaje
nos sirve para hablar del lenguaje objeto. Pero vemos en la histo­
ria de la semiótica y de la filosofía del lenguaje que nadie tal vez
había sido tan perspicaz y clarividente con esos modos y niveles me-
talingüístiíos como San Vicente Ferrer.
En cuanto a esa novedosa división de la suposición material, ob­
serva I. M. Bochenski: “Encontramos la importante distinción, no
redescubierta en la logística hasta 1940, entre el nombre de un sím­
bolo individual y el nombre de una clase de signos de igual forma.
Esta distinción aparece por primera vez, a lo que sabemos, en San

208 Ver ibid., pp. 164-165. A ñade V icen te una excelen te precisión: “S e ha de
notar que tod o térm ino que se tom a m aterialm ente, en cuanto tom ad o asi, tien e la
fuerza d e un nom bre, com o cuando se dice ‘corro es un verbo’, el sujeto d e esta pro­
p osición está tom ado aquf con la fuerza d e un nom bre, su p on e por su significado
m aterial en el cual inhiere el predicado ‘verbo’. Y esto es acorde a la m en te d e Santo
Tom ás, quien, com en tan d o e l prim ero d el Peri herm eneias dice estas palabras: tanto
e l verbo com o las dem ás partes d e la oración, cuando se p on en m aterialm ente, se
tom an con fuerza d e nom bres. Pero se ha d e saber que no con fuerza d e nom bres
substantivos ni de gén ero neutro. Pues n o d eb e decirse q u e los térm inos, en cu an to
se tom an com o h em os dicho, son nom bres substantivos ni d e gén ero neutro, com o
algunos se im aginan, com o tam poco d eb e d ecirse que se tom a e l vocablo ‘n ad ie’
co m o signo universal negativo, aunque tien e fuerza d e sign o universal negativo. N i
el cetro d eb e llam arse rey aunque haga las veces del rey. N i las cualidades d eb en lla­
m arse form as substanciales aunque hagan las veces o tengan la fuerza de las formas
substanciales. Ni el in telecto d eb e d ecirse agen te principal porque actúa en virtud
d e un a gen te principal. Por tod o ello Santo Tom ás dice q u e se tom an con fuerza d e
nom bres, pero n o dice q u e sean nom bres.” (Ibid., p. 164.)
Vicente Ferrer, como división de la suposición material. ” 2 0 9 Final­
mente, sólo para redondear este punto diremos que San Vicente
trata además acerca de la suposición de los relativos y acerca de la su­
posición impropia, que vuelve a cobrar interés en nuestros días . 2 1 0 Y
termina haciendo un análisis lógico de los sofismas o falacias que re­
sultan por cambio indebido de la suposición en la argumentación . 2 1 1

Cuadro de la suposición en San Vicente Ferrer


Para tener un esquema que resuma las clases de la suposición en la
doctrina de San Vicente, podemos trazar el siguiente cuadro:
Suposición
natural o esencial
definida
universal
particular
indefinida
accidental
personal
determinada
confusa
distributiva
colectiva
simple
primera
intencional
intencionada
segunda
intencional
intencionada
discreta

209 I. M . B ochenski, Historia d e la lógica form al, Madrid: G redos, 1966, p. 178.
Ver I. Thom as, “Saint V incent Ferrer’s D e suppositionibus'’, en D om in ican Studies, 5
(1952), pp. 8 8-101.
210 A sí com o en la escolástica m edieval se estudiaba la suposición d e los p ronom ­
bres relativos, lo m ism o com ienza a hacerse en la actualidad; ver G. Evans, “Pro-
nouns, Q uantifiers and R elative Clauses (I ) ”, en M . Platts (ed .), Reference, Truth a n d
Reality, London: R ou tledge and K egan Paul, 1980, pp. 255-317.
211 Sobre esto s tem as, ver M . Beuchot, “Sofism as, falacias y paradojas en la Edad
M ed ia”, en M anuscrito (U N IC A M P, B rasil), 10 (1987), pp. 7 5 -8 4 .
natural
personal
simple
material
discreta
común
natural
personal
simple

A lberto de S a jo n i a y Pablo de V e n e c ia

1.Alberto de Sajonia
Alberto de Sajonia (h. 1316-1390) trata las propiedades lógico-se-
mánticas de los términos en su obra principal, intitulada Perutilis
Lógica (es decir, Lógica muy útil o útilísima). En ella, después de
haber tratado de la significación de los términos, pasa a tratar de
la suposición de los mismos. Tienen suposición tanto los términos-
sujeto como los términos-predicado. Define la suposición como “la
acepción o uso de un término categoremático, que se usa en la pro­
posición en lugar de alguna cosa o algunas. Digo, pues, que un térmi­
no de una proposición se usa en lugar de aquello, de cuyo pronombre
demostrativo que lo representa, se muestra en la proposición que el
predicado se verifica afirmativa o negativamente ” . 2 1 2
Alberto divide la suposición en simple, material y personal; puede
considerarse novedoso el intento que hace de tratar estos tipos de
suposición con respecto de los términos tanto mentales como orales
y como escritos. Por ejemplo, define la simple como la posición o
acepción de un término oral o escrito, mas no mental, en lugar de
una intención (o idea) de la mente, aunque no ha sido impuesto para
significarla. 2 1 3 La suposición material es la que tiene un término
(escrito, oral o mental) en lugar de sí mismo o de otro semejante
a él, o incluso de otro distinto de él, como sucede en el latín, donde
puede decirse “animal praedicatur de homine”, y aquí “homine” su­
pone por “homo” (que es el nominativo). Cabe anotar además que

212 A . d e Sajonia, Pem tilis Lógica, ed . y trad. d e A . M uñoz, M éxico: U N A M ,


1988, par. 393.
2,3 Ver ibid., par. 399.
los términos mentales suponen por ellos mismos, pero no de manera
convencional o por imposición, sino naturalmente, como en la si­
guiente proposición formada en la mente: “ ‘hombre’ es un término
mental ” . 2 1 4
La suposición personal es “la acepción de un término oral o es­
crito en lugar de aquello que significa por imposición; o también,
la acepción de un término mental en lugar de aquello que natural y
propiamente significa” . 2 1 5 La aclaración del término mental se pone
por la razón que ya veíamos, a saber, es un término no convencio­
nal ni impuesto, sino natural (el concepto). Esta inclusión atenta de
los términos y proposiciones mentales introduce novedad en el tra­
tamiento de Alberto.
Por otra parte, la suposición personal puede ser discreta o común.
La primera se presenta cuando el término es discreto o singular;
o bien, si el término es común y se le agrega un demostrativo que
lo singularice. La suposición personal común se efectúa empleando
términos comunes. Esta última suposición puede a su vez ser deter­
minada o confusa . 2 1 6 Ya conocemos por los tratadistas anteriores
cuáles son la determinada y la confusa, con las subdivisiones de esta
última. Pero Alberto nos muestra una original y cuidadosa manera
de diferenciarlas a todas ellas por el modo del descenso lógico (o
instanciación) que permiten. Así, es determinada cuando a partir de
la proposición en la que se encuentra el término se puede descender
a sus particulares infiriéndolos en una proposición disyuntiva; por
ejemplo, de “el hombre corre” se puede inferir: “este hombre corre,
o ese hombre corre, o aquel hombre corre” (y así sucesivamente de
cada uno). Además, la confusa es de dos maneras: o bien sólo con­
fusa , 2 1 7 o bien confusa distributiva. La sólo confusa se verifica si el
descenso se hace mediante una proposición de extremo disyunto, Le.
no por una disyuntiva sin más, sino una de predicado disyunto, como
“animal” en “todo hombre es animal”, pues se puede descender o
ejemplificar como “todo hombre es este, o ese, o aquel animal”.
En cambio, es confusa distributiva si el descenso o instanciación se
puede hacer copulativamente, por ejemplo “hombre” en “todo hom­
bre es racional”, ya que se puede inferir “este hombre es racional,
214 Ver ibid., pars. 414-415.
215 Ibid., par. 416.
216 Ver J. F. A guirre Sala, “La su p osición lógico-semántica en A lberto d e Sajo­
rna”, en A c ta Poética (U N A M ), 8 (1987), pp. 73-85.
217 Ver A. d e Sajonía, op. cit., par. 429.
y ese hombre es racional, y aquel hombre es racional” y así de cada
uno.
Por último, después de abundantes e interesantes reglas para di­
versos tipos de suposición, Alberto trata la suposición de los rela­
tivos; ésta se aplica según dos grandes grupos de estos términos:
relativos de accidente (como “tal”, “cual”, “tanto”) y relativos de
substancia. Los de substancia se dividen a su vez en dos: de diver­
sidad (como “el otro”, “lo restante”) y de identidad, los cuales pue­
den ser no-recíprocos (como “aquél”, “éste”) o recíprocos, y aun los
recíprocos pueden ser no-posesivos (como “se”) o posesivos (como
“su” o “suyo”). Alberto añade un original y extenso tratamiento de
numerosos problemas de la suposición de los relativos e introduce
reglas para evitar dichos problemas y normar el uso de estos térmi­
nos y controlar sus suposiciones.

2. Pablo de Venecia
Pablo de Venecia (h. 1369-1429) tiene dos obras de lógica muy con­
notadas; una lleva el nombre de Lógica Magna y la otra el de Lógica
Parva. Como significativamente lo dan a entender esos títulos, la se­
gunda de esas obras es un resumen de la otra, que es sumamente
vasta (toda-una enciclopedia de la lógica de ese tiempo).
Hay algunas cosas notables en su tratamiento de las suposicio­
nes de los términos, que seguiremos sobre todo en su compendio de
lógica. 2 1 8 En muchas cosas sigue a tratadistas clásicos como Pedro
Hispano, p. ej. en su definición de la suposición, que el veneciano
adapta como “la acepción de un término en una proposición por
alguna cosa o cosas” . 2 1 9 En otras cosas sigue a los terministas con­
tinuadores del Venerabilis Inceptor (Le. Ockham), como en las tres
funciones que se asignan a la suposición: (a) explicitar las signifi­
caciones de los términos categoremáticos, (b) trazar las relaciones
con otras significaciones de otros categoremáticos, al especificarlas,
y (c) ubicar las significaciones en una jerarquía de términos (cate­
gorías sintácticas y “tipos lógicos” á la Russell).
Pero quizá lo más notable de Pablo Véneto es la clasificación de la
suposición, en la que ya parece seguir lo establecido por San Vicente

218 Paulus V enetus, Lógica Parva, trad. inglesa, con introd. y notas d e A . R. Pe-
rreiah, M ünchen: P hilosophia Verlag, 1984.
219 Ibid., p. 143.
Ferrer, a saber, que la suposición se divide en personal y material, 2 2 0
y la material tiene las mismas divisiones de la personal. Después de
Ferrer, se hizo común el dividir de manera igual la material y la per­
sonal, y es lo que refleja Pablo de Venecia. 2 2 1

220 C om o lo anota Perreiah, en la L ógica Magna A lberto divide la suposición d e


m anera distinta: sim ple, personal y material.
221 Ver B. Valdivia, “La suposición en la Lógica Parva d e Pablo d e V en ecia”, en
A c ta p o ética (U N A M ), 8 (1987), pp. 125-134.
II. SEMIÓTICA ESCOLÁSTICA ESPECIAL O
APLICADA: LA SEMIÓTICA
DEL DISCURSO METAFÍSICO TOMISTA
1. Semiótica especial aplicada al término: sintáxis, semántica y prag­
mática del término metafísico “ente”

La escolástica perfilaba su construcción semiótica para usarla sobre


todo como lógica del lenguaje, aplicable a las disciplinas de conteni­
do más substancial, como, por ejemplo, la metafísica. Allí aplicaban
sus enfoques sintácticos, semánticos y pragmáticos con una predi­
lección especial. Y, dentro de la metafísica, analizaban con gran cui­
dado el término “ente”, que es el más básico y capital en ella.

1.1. Dimensión sintáctica del término “ente”


Trataremos de ubicar en el contaxto sintáctico al elemento que más
nos interesa dentro de la metafísica: el término “ente”. Intenta­
remos entresacar sus características más notables sintácticamente,
tanto lexicales como gramaticales.

1.1.1. Aspecto lexical

El aspecto lexicológico, analógico o etimológico del término “ente”


ha de esclarecerse tomando en cuenta las categorías sintácticas que
se trataron anteriormente. No intentaremos esclarecerlo desde el
punto de vista filológico, sino según la categoría sintáctica a la que
pertenece y la función semántica que desempeña. Aunque en caste­
llano se puede usar indistintamente “ente” o “ser”, nos parece pre­
ferible el término “ente”. Este vocablo tiene su origen próximo en
el latín, y por eso lo trataremos dentro de ese idioma y en su deri­
vado el castellano. La palabra “ens” puede asumir tres funciones y
representar tres categorías sintácticas: de participio, de nombre y de
verbo.
Ibm ado en su status etimológico y gramatical originario, el térmi­
no “ens” es el participio del verbo “sum ”. Y así, la primera acepción
que compete a este término es la de la categoría sintáctica de partici­
pio. Parece ser que más precisamente es un participio fuertemente
substantival, como lo muestra el empleo de una de sus traduccio­
nes castellanas, “ser”, que es claramente un verbo substantivado. Ya
el mismo participio es susceptible de asumir las funciones de nom­
bre. Pero se le puede quitar al participio su carácter verbal, y to­
marlo como nombre substantivo. Y aun se le puede devolver todo
su carácter verbal, y tomarlo como verbo de cópula, en el modo con­
jugable “est”.

1.1.2. Aspecto gramatical

En cuanto participio, la construcción sintáctica que pertenece al tér­


mino “ens” es declinable y lleva consigo el tiempo. En cuanto nom­
bre, es declinable y prescinde del tiempo. En cuanto verbo, es
conjugable y lleva consigo el tiempo.

1.2. Dimensión semántica del término “ente”


En primer lugar, se puede tomar el término “ente” como participio.

Pero el participio es un nombre concreto que incluye dos cosas: una


forma y un sujeto que tiene esa forma, com o “viviente” significa la
vida y el sujeto al que caracteriza la vida. A dem ás, el participio, com o
todo verbo, no exhibe la mera cualidad o la acción en abstracto, sino
el mismo ejercicio de la acción, com o “am ante” significa el ejercicio de
amar. Por lo tanto, “en te ” significa el com puesto de ser y de lo que
tiene ser, a lo que se aflade el ejercicio de ser en la naturaleza de las
cosas, esto es, el existen te.1

En segundo lugar, se puede tomar el término “ente” como nom­


bre. “Pero el nombre significa sin tiempo y abstrae de todo acto pre­
sente: así ‘viviente’, tomado como nombre, no necesariamente
significa el ejercicio de la vida, sino sólo la cosa que vive o puede
vivir. De este modo, ‘ente’ no incluye necesariamente el ejercicio de
ser, sino todo aquello que existe o puede existir. ” 2

1 E. H ugon, M etaphysica, París: L ethielleux, 1935, p. 246.


2 Ibid., pp. 246-247.
En tercer lugar, a través del mismo verbo “es”, del que se deriva,
se puede tomar el término “ente” como verbo, esto es,

com o cópula verbal que significa la com posición de cualquier en u n ­


ciación qu e el alma hace, por lo cual este ser n o e s algo que exista en
la naturaleza d e las cosas, sino sólo aquello de lo que se puede form ar
una proposición, sea ente o privación de entidad; pues tam bién d e c i­
m os que la ceguera existe.3

Se le da entonces una acepción lógica y abstracta. “Así tomado, el


término ‘ente’ no añade nada a la cosa, sino que se requiere como
causa la entidad que está en la cosa, pues gracias a que algo se da
en la naturaleza de las cosas se tiene la verdad o falsedad de la pro­
posición que el intelecto significa mediante el verbo ‘es’, en cuanto
se toma como cópula verbal. ” 4 Y es que tanto en su modalidad de
“ente” como en su modalidad de “es”, se trata del verbo “ser”.
Ya que el término “ente”, tomado como participio, designa una
forma y un sujeto, la forma que significa es el acto de ser, y el su­
jeto que designa es todo aquello a lo que le compete el acto de ser.
El sujeto que tiene el ser recibe el nombre de “cosa” o “esencia”,
en cambio, el acto por el que se tiene el ser recibe el nombre de
“ser” ( “esse”) o “existencia” ( “existentia”). Conviene distinguir estos
términos.
La esencia, quididad o cosa, es “aquello por lo que la cosa se cons­
tituye en su propio género o especie ” . 5 El ser es la actualidad última
o ejercicio actual de ser. Aveces, en lugar de “ser”, se usa el término
“existencia”, que indica esa actualidad aludiendo a aquello que lo
ha producido como causa —por eso algunos lo hacen derivar de “ex
(alio) sistere”, o sea, subsistir gracias a otro.
La designación propia de “ser” es el acto de ser o existencia, pero
también se suele aplicar a la esencia que es actualizada por el acto de
ser, y esto sucede de modo analógico y secundario; pero, en vista de
ello, se divide el ser o esse en esse existetitiae y esse essentiae, sabiendo
que el segundo modo es menos propio. Y de ahí se pasa a un uso
menos estricto, un uso lógico, como cópula de la proposición, en
la que se designa la verdad o el ser que la cosa tiene en la mente del
que enuncia la proposición.

3 Sto. Tomás, Q uodtibeta, q. 9, a. 3.


4 E. H ugon, op. cu., p. 247.
5 Sto. Tomás, D e ente et essentia, cap. 1.
Hay que añadir que el término “ente” es el que tiene mayor uni­
versalidad, por ello no pertenece a ninguno de los géneros, predica­
mentos o categorías (lógicas u ontológicas), sino que es principio
de todos ellos y los trasciende. Es de suyo trascendental o trans-
categorial. Pero en cuanto a uno de sus aspectos da origen a las ca­
tegorías, y este aspecto no es el ser (esse) o la existencia, ni el ser
lógico: “El ente que se divide en los diez predicamentos no es el
que significa la verdad de la proposición; es el que significa el com­
puesto de esencia y ser; así, cuando se lo pone en un género, no se
hace esto según el ser, sino por razón de la esencia o quididad . ” 6

1.3. Dimensión pragmática del término “ente”

Se usa el término “ente”, como nombre —al menos ésa fue la in­
tención de Santo Tomás—, para designar el objeto de la metafísica,
que es la esencia relativa a la existencia, y, siendo trascendental o
transcategorial, origina las categorías, porque, connotando la exis­
tencia, da origen a diversos modos de existir. Se usa el término “en­
te”, como participio, para designar al ente actual, que no es el
objeto propio de la metafísica, porque en cuanto tal no puede dar
origen a las diversas categorías, ya que ellas surgen de la esencia, y,
en esta acepción, el ente se refiere a la existencia. Se usa el término
“ente”, como verbo en la forma “es”, para designar la cópula o nexo
de las partes de la proposición o enunciado, significando la verdad
en cuanto atributo lógico, por lo cual, no entra propiamente como
objeto de la metafísica, sino, a lo más, como objeto derivativo (en
cuanto el ente de razón o ente lógico se deriva del ente real o ente
metafísico). De ahí que muchos escolásticos consideraran a la cópula
“es” como un término sincategoremático por el oficio (aunque no
por la significación); pues, a pesar de que significaba algo —el ser—,
su función en el enunciado era solamente servir de nexo al predicado
con el sujeto (por eso se reabsorbía en el predicado y propiamente
no figuraba como un elemento distinto del predicado y el sujeto, su
aparición como “tercer adyacente” o como cópula era algo más bien
sincategoremático por el oficio desempeñado en la estructura pre­
posicional).
2. Semiótica especial o aplicada de la proposición: sintaxis, semántica
y pragmática de la proposición metafísica de existencia

Así, ya que el verbo “es” podía figurar como segundo adyacente, con
connotación de existencia, como en “Pedro es” (que equivale a “Pe­
dro existe”), o como tercer adyacente, en función de cópula, como en
“Pedro es bueno”, conviene ver cómo se comporta en su figuración
de segundo adyacente, que es precisamente la proposición de exis­
tencia.

2.1. Dimensión sintáctica de la proposición de existencia

Una proposición, para estar bien construida, debe reunir por lo me­
nos dos categorías sintácticas: un nombre y un verbo. De acuerdo
con ello, la proposición de existencia “esto es” (o “esto existe”, o “a
es” o “hay una a”) resulta ser una proposición sintácticamente co­
rrecta, es una fórmula bien formada. Esto parece entrar en conflicto
con la lógica actual, pues en ella la existencia ha quedado como un
functor no predicativo, sino cuantificador, y, por lo mismo no puede
predicarse. Y, sin embargo, incluso filósofos del lenguaje inspirados
en la lógica actual ya comienzan a aceptar de algún modo la predi-
cabilidad de la existencia. 7 Pero en la lógica escolástica la existencia
podía asumir los oficios de functor predicativo, por lo cual puede
entrar en combinación con un argumento o sujeto, predicarse de
él y constituir una auténtica proposición, sintácticamente correcta.
Con todo, algunos han considerado que la existencia no podría ser
un predicado de cosas designadas por los sujetos, esto es, no po­
dría ser predicado de primer orden, sino predicado de predicados o
de conceptos, es decir, sólo predicado de segundo orden; y, por lo
tanto, sería un predicado gramatical, pero no un predicado lógico.
Mas la polémica de la predicabilidad o no predicabilidad de la
existencia (tanto en la filosofía tomista como en la actual) debe acla­
rarse en el nivel semántico, donde se verán las adecuadas condicio­
nes para considerar como correcta su construcción sintáctica. Por
eso hay que pasar a la dimensión semántica de este asunto.

7 U n caso im portante es el d e H éctor-N eri Castañeda, de la Universidad de


B loom in gton , Indiana; adem ás, por ejem plo, B. Miller, “In D efen se o f the P redícate
‘Exists’”, en M in é, 84 (1975), pp. 338 ss.; y S. Read, “ ' Exists’ is a P redícate”, e n ib id .,
89 (1980), pp. 412 ss.
2.2. Dimensión semántica de la proposición de existencia

Veremos, pues, los supuestos semánticos que permiten, en la gramá­


tica lógica escolástica, la predicación (y de qué tipo) de la existencia,
y así tener la proposición “esto existe”, sobre la que se funda la me­
tafísica en sus análisis.

2.2.1. Semántica del verbo “ser”


Como ya hemos apuntado, hay dos tipos de proposiciones, según la
disposición del verbo “ser”: (i) de secundo adiacente, como cuando
se dice “Sócrates es”, y (ii) de tertio adiacente, como cuando se dice
“Sócrates es mortal”. En la primera se toma el verbo “ser” como pre­
dicado, en la segunda se lo toma como cópula —sincategoremática,
esto es, susceptible de ser reasumida por el predicado que relaciona
con su(s) sujeto(s). Veamos primeramente al verbo “ser” como có­
pula y después como predicado.

2.2.2. El verbo “ser”como cópula

El verbo “ser” como cópula es el más usual en las proposiciones y,


como es un signo relacional (de parte del predicado, que es pro­
piamente una relación n-ádica, i.e. que establece relación con uno
o varios sujetos), puede significar tres tipos de relaciones: (i) una
relación esencial y necesaria; (ii) una relación no-esencial pero nece­
saria, y (iii) una relación ni esencial ni necesaria. Como en el caso
de “hombre”, tomado como sujeto o argumento, tiene con los pre­
dicados o functores “animal”, “risible” y “blanco” estas relaciones:
con “animal”, una relación esencial y necesaria; con “risible”, una
relación no-esencial pero necesaria; y con “blanco”, una relación ni
esencial ni necesaria. Porque es esencial que sea animal, es necesario
que sea risible y es accidental que sea blanco o de otro color.
Los dos primeros modos de la relación o de la cópula (que indica
la propia copulación del predicado) se llaman per se y el tercero per
accidens. De acuerdo con ello, las proposiciones, atendiendo a la
cópula, se dividen en proposiciones: (i) en primer modo de decirse por
sí, (ii) en segundo modo de decirse por sí, y (iii) por algo accidental. 8

8 Ver I. M. Bochenski, L ogique, nn. 10.1-10.22. D e hecho, en la tradición se dan


cuatro m odos de decirse p e r se, pero el tercero es m ás bien un m od o de existir y el
cuarto p u ed e reducirse al segundo, por e so se han om itido.
Otro tipo de relaciones significadas por la cópula “es” entre un
functor y sus argumentos son los predicables. Los predicables son
cinco: algo se predica como género, o diferencia específica, o espe­
cie, o propiedad, o accidente. Los tres primeros son subclases de la
predicación esencial y necesaria; el cuarto corresponde a la predi­
cación no-esencial pero necesaria; y el quinto corresponde a la pre­
dicación que no es ni esencial ni necesaria.

2.2.3. El verbo “ser” como predicado: cuantificador existencial y exis­


tencia
Willard Quine establece que “la existencia es lo que expresa la cuan­
tificación existencial” , 9 esto es, que se tiene una proposición de
existencia en cuanto se tiene un cuantificador existencial, pues
la existencia consiste en ser el valor de una variable ligada 1 0 por di­
cho cuantificador, y éste es un functor que satura la función proposi-
cional. Pero hay que decir, en contra de Quine, que las proposiciones
cuantificadas existencialmente y las proposiciones de existencia no
se corresponden. Veámoslo. ¿Cuál es el papel lógico del cuantifica­
dor existencial?
Sintácticamente, el cuantificador existencial representa una cate­
goría sintáctica, un functor cuyo papel consiste en saturar una fun­
ción proposicional. En esta consideración, es como un término
sincategoremático —así lo presenta Quine—, y no alcanza a satis­
facer el papel lógico de la existencia.
Semánticamente, su papel no es del todo claro, y se presta a di­
versas interpretaciones; daremos algunos ejemplos.
(i) Puede interpretarse como una función proposicional mínima.
Parafraseando “(3x)” como “Hay al menos unx tal que... ” o “Al me­
nos para un x vale que... ”, se está escondiendo en el símbolo una
predicación, que en la paráfrasis se descubre: “hay” y “vale” (que in­
cluso en una paráfrasis al parecer inocente como “Para algún x . .. ”
se encuentran, pero tácitos) son functores o nombres verbales (nom­
bres de verbos) que se predican del sujeto o argumento (la variable)
en cuestión. Y el verbo bien puede ser un predicado, en el sentido

9 W. V. O . Q uíne, “E xistence and Q uantification”, en I. M argolis (e d .), Fact


a n d Existence. Proceedings o f the University o f Western O ntario Phiiosophy Colloquium
1966, Oxford: Blackwell, 1969, p. 5.
10 Ver e l m ism o, “O n W hat there ¡s”, en su obra Frorrt a L ógica! Point o f View,
Cam bridge, M ass.: Harvard University Press, 1961 (2a. ed .), p. 14.
de functor de un argumento. En esta interpretación, el cuantifica-
dor esconde la predicación de la existencia. A causa de esta predi­
cación de la existencia que se realiza ya en el seno del cuantificador
existencial, parece redundancia predicar la existencia en la cláusula
cuantificada; “(3x) (3x)” sería “Hay al menos un x tal que existe (o
que hay)” o “Al menos para un x vale que existe (o que vale)”. En
la paráfrasis del cuantificador mediante el vocablo “hay”, esto re­
sulta muy claro, pues “hay” es sólo otra forma de decir “existe”;
en la paráfrasis del cuantificador existencial mediante “vale”, esto
no es tan claro, pero nos lleva a pensar que todo predicado —Le.
toda predicación— involucra la predicación de la existencia. Es de­
cir: en todo predicado se predica la existencia como realizada según
el contenido de ese predicado. Por ejemplo, “Juan corre” se puede
parafrasear aun como “Juan existe corriendo”. De manera que el
cuantificador expresa sólo el modo en el que se predica el predicado
“existe” a través del predicado de que se trate . 1 1
Wilfrid Sellars quiere que se evite esta interpretación, y para ello
sugiere que se elimine el cuantificador existencial, “reemplazándolo
—o, mejor abreviándolo— con alguno de sus equivalentes logísticos,
por ejemplo, la cuantificación E ” . 1 2
(ii) Puede interpretarse como la pertenencia de un miembro o
elemento a una clase, lo cual es improbable, porque eso supone que
se acepta la existencia de la clase —no como entidad abstracta en
sentido platónico, sino como un conjunto de cosas—; como también
resulta improbable que signifique la pertenencia a un universo de
discurso, porque vuelve la misma presuposición —así se trate de una
clase o universo vacío.
(iii) Puede interpretarse, envista de ello, como una presuposición
anterior a la adjudicación de un miembro a una clase o a la atribu­
ción de un predicado a un sujeto. Tfcl parece creer Strawson, cuando,

11 E ste h ech o d e q u e toda predicación lleva laten te la predicación d e la exis­


ten cia no ha pasado inadvertido para los lógicos actuales. V éa se B. Russell, “T he
P hilosophy o f L ogical A tom ism ”, en T heM on ist, 39 (1919), p. 218; G . E. M oore, “Is
E xistence a P redicate?”, en Proceedings o f tlte Aristotelian Society, Supplem ent, 15
(1936), p. 187; A . J. Ayer, Language, Truth a n d Logic, N ew York: D over Publ., 1974
(2a. ed .), p. 43; W. P. A lston, “T h e O ntological A rgum ent R evisited ”, en The Philo-
sop h ica lR eview , 49 (1960), p. 454; P. F. Strawson, “ Is E xistence N ever a P redicate?”,
en Crítica (U N A M ), 1 (1967).
12 W. Sellars, “G ram ática y existencia: un prefacio a la on tologfa”, en su obra
Ciencia, percepción y realidad, Madrid: Tecnos, 1971, p. 272, n ota 5.
al hablar en general de la cuantificación, dice que la función de los
adjetivos cuantificadores es decimos hasta dónde está dispuesto el
hablante a afirmar que los miembros de la clase, cuya existencia pre­
supone, tienen cierta propiedad. A esta clase la llama “clase presu­
puesta”. Hugo Margáin dirige fuertes objeciones a esta postura. El
punto clave de estas objeciones se encuentra en el uso ambiguo del
término “presuposición”, y la confusión —que es la fuente de la am­
bigüedad— entre la semántica y la pragmática, a saber, entre el signi­
ficado de una expresión y las intenciones del hablante que la emplea.
La teoría de Strawson se encuentra ante un dilema, bien señalado
por Margáin: o se la interpreta como una teoría semántica, y en­
tonces nos lleva a postular la existencia de objetos no-reales (en el
sentido de Meinong), o se la interpreta como una teoría acerca de
las funciones intencionales de las palabras, y entonces es algo irre­
levante para la teoría de la existencia como predicado. Aceptamos
esa irrelevancia que se deduce de la segunda alternativa, porque esta
teoría, si aspira a solucionar el problema de la existencia como pre­
dicado, ha de ser una teoría semántica, y no sólo pragmática . 1 3
La existencia, pues, de alguna manera está implicada en el cuan-
tificador existencial: “(Hay) algunos hombres (que) son mortales” o
“(ELt) (H x . Mx)”. Pero el sentido de la existencia que se recoge en el
cuantificador existencial, como “haber”, se basa en un sentido más
hondo de la existencia como acto de ser; a pesar de que en la lógica
actual sólo se recoge ese primer sentido. En efecto:

E ste único sentido de la palabra “ser” com o existencia aceptado por la


logística es el que también aparece en el cuantificador existencial. Pues
bien, se puede mostrar no sólo que este sentido de “ser” com o existen­
cia fue ya tenido en cuenta por la m etafísica, sino que en la base de
la existencia que aparece en el cuantificador existencial se da también
otro tipo de existencia que es el que más interesaba a la m etafísica tra­
dicional y que puede incluso fundamentar la unidad de la palabra “ser”,
tam bién com o identidad y com o cópula, rechazada por el positivism o
lógico.14

No se puede tomar el predicado “existe”, por ejemplo, en “Dios


existe”, como el predicado “venga” de “Dios venga”. Expresa “hay

13 Ver H . Margáin, “La existencia nunca es un predicado”, en Teoría (U N A M ),


1/2 (1975), p. 68.
14 F. Inciarte Arm iñán, FJreto de!positivism o lógico, Madrid: R ialp, 1974, p. 123.
un Dios”, en la cual proposición “Dios” no es el sujeto ni “hay” es el
predicado. “Dios” sería el predicado, y “hay” no es predicado sino
que va en lugar del cuantificador existencial, donde se incluye una
variable. Pues bien,

lo m ism o se p u ede expresar tam bién así: la frase “hay un D io s” no sig­


nifica “D io s es algo”, sino “algo es D io s”; o sea: a algo corresponde
e l predicado “D io s”. Esta interpretación elim ina la idea errónea de
la existencia com o un predicado real o com o una propiedad de D ios
— comparable a la propiedad de D io s com o vengador. En tod o caso,
es más bien la expresión existencial “hay” la que es un predicado del
predicado “D io s”, es decir, un predicado d e segundo orden o un pre­
dicado d e predicados.15

Y, en este sentido, en el cuantificador existencial no se encuentra


todavía esa existencia básica y metafísica que buscamos. El cuanti­
ficador supone antes una proposición de existencia relativa a las va­
riables individuales que pueden tener como valores las cosas cuya
existencia se cuestiona o se examina. Y, así como en el caso de las
proposiciones cuantificadas existencialmente, también la proposi­
ción de existencia es de segundo orden:

Igual que en e l caso de las frases d e cuantificadores se trata aquí, por


tanto, de una proposición por lo m enos sobre otra proposición, es decir
de una m etaproposición. L o que aquí se da a conocer e s qué pasa con
una frase dada; no, en cambio, qué ocurre con un ser real determ inado.
C on la frase “D io s e s (existe)” ocurre que e s verdadera. La existencia
de D ios que se pretendía demostrar — dem ostración cuyo resultado es
precisam ente esta frase— , esa existencia dem ostrada no es algo real
sino un predicado lógico, un predicado d e predicados.16

El análisis del cuantificador existencial nos ha llevado a la con­


clusión de que no se identifican una proposición cuantificada exis­
tencialmente y una proposición de existencia. El cuantificador y
la concepción de la existencia como predicado de segundo orden
o de conceptos sólo recoge uno de los sentidos de la existencia: el
de la existencia veritativa, no el de la existencia como acto de ser . 1 7
Ambos sentidos sí pueden constituir la proposición de existencia.

15 Ibid., pp. 124-125.


16 Ibid., pp. 134-135.
17 V éa se A. L lano, M etafísica y lenguaje, Pamplona: EUNSA, 1984, pp. 236 ss.
Por eso, si se pregunta si la existencia es un predicado, cabe decir
que, como existencia veritativa, es un predicado de segundo nivel;
pero, como existencia actual, es un predicado de primer nivel u or­
den, como ya lo ha visto Peter Geach . 1 8 Hay, pues, algunos casos en
los que la existencia se predica como predicado de primer orden y
otros en los que se atribuye como predicado de segundo orden. Así,
pues, la existencia se predica de diversas maneras. Veamos cómo se
presenta su semántica.

2.2.4. Predicabilidad de la existencia


Proposiciones de existencia son, por ejemplo, “el hombre existe”,
“la ceguera existe”, “Dios existe” y “Sócrates existe”. Algunos han
sostenido que en ellos el predicado “existe” es no sólo un predicado
gramatical, sino un predicado lógico. El predicado lógico es el que se
predica tanto como predicado de primer orden cuanto como predi­
cado de segundo orden. Pues bien, Santo Tbmás sostiene que hay ca­
sos en los que la existencia es sólo un predicado gramatical, y otros en
los que es un predicado lógico. Si atendemos a la célebre división, ya
mencionada, entre predicados de primer orden y predicados de se­
gundo orden, o proposiciones de primer orden y proposiciones de
segundo orden, tendremos que la existencia es un predicado de pri­
mer orden sólo cuando se predica de un individuo, i.e. de un nombre
singular, 1 9 y en los otros casos —i.e. cuando se predica de nombres
comunes— es de segundo orden. En efecto, Peter Thomas Geach
acepta que es de segundo orden cuando tiene un sujeto universal,
como en “el hombre existe” o “la ceguera existe”, pues en esos ca­
sos en que se dice “los Fs existen” la forma lógica no es para Sto.
Tbmás atribuir existencia a los Fs, sino atribuir F-idad a una cosa u
otra (p. ej., es decir que “alguna cosa u otra es hombre” y “alguna
cosa u otra es ciega”). Pero Geach sostiene además que Sto. Tbmás
considera a la existencia como predicado lógico cuando se atribuye
a un individuo, como “Sócrates existe”. Por otra parte, Patrick Lee
presenta argumentos para apoyar que Santo Tbmás veía incluso en
este caso a la existencia como un predicado de segundo orden y a la
proposición de existencia como proposición de segundo orden (i.e.

18 Ver P. T G each , “Form and E xistence”, ed. cit.; en esto lo sigue A . Llano, e n
su obra citada.
w E s lo qu e encontram os desarrollado en G each, e n el trabajo hace p o co citado.
“Sócrates existe” significa en realidad “ ‘Sócrates es un ente’ es ver­
dadera” o “ ‘Sócrates es un hombre’ es verdadera”). Especialmente
importante es un texto del Aquinate en el que dice que el predicado
“ser” (o “existir”) “im portat en titatem rei” (es decir, comporta o pre­
supone la entidad de la cosa) . 2 0 Sin embargo, aquí Lee parece con­
fundir la existencia en sentido veritativo con la existencia en sentido
actual o de acto de ser. Hay un sentido en el que Geach está en lo co­
rrecto al decir que la existencia es predicado de primer orden cuando
se aplica a individuos, y es el de la existencia como acto de ser . 2 1 Así
pues, hemos de decir que hay dos sentidos de la existencia para Santo
Tbmás, uno veritativo y otro activo o como acto. Del primer modo, es
un predicado de segundo nivel, esto es, sólo figura como predicado
gramatical y no como predicado lógico; pero del segundo modo es
un predicado de primer orden —como bien sostiene Geach— y, por
tanto, no sólo predicado gramatical sino también lógico. 2 2

2.2.5. L a p redicabilidad im propia o sui generis d e la existencia

De todas maneras, la existencia como predicado es siempre un pre­


dicado muy especial o su i generis. En cuanto predicado lógico de
primer orden no atribuye al sujeto algo esencial, pues entonces tal
cosa tendría la existencia por necesidad (y esto sólo puede ocurrir
en el caso de Dios, que es el ser por esencia). Tiene que ser un
predicado a cciden tal a las cosas, en el sentido de contingente a ellas,
no necesario o esencial. Por eso podemos hablar de una “acciden­
talidad” su i generis de la existencia como predicable. Es de alguna
manera accidental. Y también lo es en cuanto predicado lógico de
segundo orden, pues es aún más extrínseco, en cuanto que allí la exis­
tencia no se refiere directamente al sujeto que caracteriza, sino me­
diante otra proposición previa. En efecto, cuando decimos “Sócrates
existe” estamos diciendo “ ‘Sócrates es un ente (con sus característi­
cas humanas y propias)’ es verdadero”,donde la existencia dice que
es verdadera la proposición previa “Sócrates es un ente (con sus ca­
racterísticas humanas y propias)”. La referencia de la existencia a
esta proposición previa es expresada por Santo Tomás así:

20 El texto clave es Sto. Tomás, Q u odlibetu m , II, q. 2, a. 1; ver P. Lee, “Aquinas


on Existential propositions”, en ’l h e Thom ist, 52 (1988), p. 612.
21 E sto lo recon oce A . Llano, en su obra citada, pp. 2 4 6 -2 4 8 y 255 ss.
22 Ver P. T G each, en el trabajo ya citado y E I. Arm iñán, E l reto del positivism o
lógico, Madrid: Rialp, 1974, pp. 134 ss.
E s diferente preguntar acerca de una cosa “si e s” y “qué e s”. Y , ya
que tod o lo que está fuera de la esencia de la cosa se llama accidente,
el ser [o la existencia] que pertenece a la pregunta “si e s” [es decir:
“¿existe?”] es accidente, y por eso el C om entador [Averroes] dice en
su com entario al libro V de la Metafísica que la siguiente proposición:
“Sócrates e s” [o “Sócrates existe”] tiene un predicado accidental, en
cuanto que se refiere a la entidad de la cosa o a la verdad de la propo­
sición.23

Algo semejante encontramos en este otro pasaje, en el que ade­


más habla de que el “es” de la cópula se reabsorbe en el predicado
—según lo hemos sostenido ya repetidas veces—:

Se ha de considerar que esta palabra “e s” a v eces se predica en cuanto


tal en la proposición, com o cuando se dice “Sócrates e s”, con lo cual no
se quiere significar otra cosa más que Sócrates está en la naturaleza de las
cosas. Otras veces, en cam bio, no se predica en cuanto tal, com o predi­
cado principal, sino com o conectado al predicado principal para con ec­
tarlo a su vez con el sujeto; com o cuando se dice Sócrates es blanco”,
con lo cual la intención del que habla no es aseverar que Sócrates perte­
nece a la naturaleza de las cosas, sino atribuirle la blancura m ediante
esta palabra “e s”. Y así en dichas proposiciones “e s” se predica com o
adyacente al predicado principal. Y se dice que es algo tercero, no por­
que sea un tercer predicado, sino porque es una tercera dicción puesta
en la proposición, que junto con el nombre predicado hace un solo pre­
dicado, para que de este m odo la proposición se divida en dos partes y
no en tres.24

En este sentido se dice que la existencia es un predicado acci­


dental, según una accidentalidad sui generis, esto es, no como ac­
cidente predicamental, sino como accidente predicable, es decir, un
predicado que no implica necesidad esencial, ya que, si lo hiciera, se
tendría la existencia por naturaleza (cosa que para el Aquinate sólo
ocurre en Dios, no en las creaturas).

23 Sto. Tomás, Q uodfíbet., II, q. 2, a. 3 (subrayado nuestro); ver tam bién In V


M etapli., lect. 9, n. 896.
24 El m ism o, In II Peri hertneneias, lcct. 2, n. 2 (lo s subrayados son nuestros).
Ver tam bién D e ente et essentia, cap. 1, n. 1; Sum ma Theologiae, I, q. 3, a. 4, ad 2; D e
Potentia, q. 7, a. 2, ad 1; Q uodtib., II, q. 2, a. 1.
2.3. Dimensión pragmática de la proposición de existencia

En lógica la existencia tiene predicabilidad accidental, y no esencial,


porque en ella no se toma directamente la línea de la existencia, sino
la de la esencia: las combinaciones de la posibilidad lógica. Pero la
proposición existencial interesa sobremanera al metafísico; aún más,
en su validez se funda la metafísica misma. La metafísica no puede
prescindir de la existencia, del acto de ser; no puede quedarse, como
la lógica, al nivel de los conceptos. La metafísica va más allá que la
lógica, la cual se queda en los conceptos, porque admitir la cognos­
cibilidad de la existencia es admitir algo más allá del concepto, un
constitutivo de las cosas precisamente gracias al cual son reales: su
función de existir o su acto de ser. Este acto no puede ser objeto de
concepto, más que indirecta y analógicamente, de modo muy imper­
fecto, y por ello se le trata de expresar a través de un verbo: el verbo
“es”, que afirma la cosa justamente como real, con entidad real y
haciendo verdadera la proposición en la que figura esa entidad a la
que se refiere.

Indudablem ente, hay aquí tam bién com posición y división, y en con se­
cuencia juicio; pero no se trata ya de com poner o dividir conceptos. D el
m ism o m odo que hay com posición de la esencia con el existir, que no es
una esencia, en el objeto conocido hay com posición del con cep to y del
verbo existencial, que no significa un concepto, en la proposición con s­
truida por el entendim iento que afirma su existencia. D e ahí nace, en el
lenguaje, el juicio de segundo adyacente, que no se com pone sino de un
sujeto y de un verbo, sin predicado alguno. Los juicios de este género
constituyen pues sin duda una clase especial, con caracteres propios, e
irreductible a cualquier otra clase de juicios conocidos, especialm ente
la de juicios de atribución.25

Al marcar esta distinción, no se trata de rechazar los derechos del


concepto y de la esencia, sino de mantener los del juicio existencial y
los del existir. Pues el predicado “existir” no sólo se refiere al sujeto
como la identidad de él consigo mismo, sino que también se refiere
a su facticidad, cosa que no es verdad de todos los sujetos —como
lo sería la identidad—, sino sólo de algunos —esto es, los existentes
en realidad—, y esto es lo que interesa marcar.

25 E. G ilson, E l ser y la esencia, B uenos Aires: D esclée d e Brouwer, 1951, pp.


263 -2 6 4 .
Lo que d e este acto de pensam iento hace un juicio propiam ente dicho,
e s que, bien que no afirme un predicado de un sujeto, es sin em bargo un
acto d e com posición del con cep to con otra cosa. E l juicio de existencia
afirma la com posición del sujeto con su acto d e existir, un ién d olos en
el pensam iento com o ya lo están en la realidad.26

De ahí resulta comprensible el que en la lógica escolástica la exis­


tencia sea vista como un predicado impropio, accidental, y el que en
la lógica actual muchos lo rechacen de plano como predicado.

3. Semiótica especial o aplicada de la inferencia o consecuencia: sin­


taxis, semántica y pragmática de la consecuencia resolutiva de la me­
tafísica

Así como hemos examinado la metafísica en sus términos y en sus


proposiciones, conviene completar su estructuración lógica exami­
nando semióticamente sus inferencias, en sus aspectos sintácticos,
semánticos y pragmáticos.

3.1. Sintaxis de la consecuencia propia de la metafísica

La consecuencia es la expresión o el signo del raciocinio, que es la


tercera operación de la mente (en contraposición con la simple apre­
hensión y el juicio, que son las operaciones primera y segunda, y que
tienen como signos el término y la proposición o enunciado). La sim­
ple aprehensión y el juicio pertenecen al intelecto, al que también
podemos llamar, de alguna manera, “intuición”. Es más evidente
que la aprehensión sea una intuición. En cuanto al juicio, podemos
dividirlo en inmediato y mediato, según requiera o no un término
medio para manifestar la conveniencia entre sus términos sujeto y
predicado. Cuando no hace falta este término medio, se trata de un
juicio inmediato, y entonces esta clase de juicios, aunque implica una
complexión o composición, pertenece a la intelección (intuición).
Cuando hace falta ese término medio, se trata de un juicio mediato,
y esta clase de juicios constituye el raciocinio, que se opone a la in­
telección (intuición) por implicar discursividad. Es entonces cuando
entramos en el terreno de la consecuencia. Justamente esta parte
de la consecuencia ha sido vista como la parte más sintáctica de la

26 Ibid., p. 265.
lógica, i.e. sus reglas de inferencia (con las cuales se pueden trans­
formar las proposiciones en aquellas que implican). La relación que
es trazada por la lógica entre los principios o axiomas y las conclu­
siones o teoremas, mediante las reglas de inferencia, es la parte que
compete a la sintaxis de la inferencia (teoría de la inducción, teoría
de la deducción).
La intelección versa sobre los principios, que son las premisas en
una argumentación o discurso. El raciocinio extrae conclusiones a
partir de esas premisas. Por eso se ha definido al intelecto como el
hábito de los principios, y al raciocinio o ciencia como el hábito de
las conclusiones. El raciocinio o ciencia es el que se ajusta a la teoría
de la consecuencia. Dejando a un lado otras divisiones de la conse­
cuencia, la podemos dividir en inductiva y deductiva. Debe notarse,
sin embargo, que ya la intelección contiene un proceso inductivo en
sentido amplio, porque es una abstracción que parte de lo singular y
busca principios generales. Pero, al ser intelección, se distingue del
proceder científico, y no se ajusta propiamente a la consecuencia in­
ductiva. La metafísica involucra esta búsqueda de principios, pero de
manera no sólo consecuencial o inferencial, sino sobre todo intelec­
tiva o abstractiva. Generaliza al nivel del intellectuspñncipiorum. Por
este proceso, la metafísica alcanza su objeto de conocimiento, que
es el ente en cuanto tal. Pero el proceso complementario es aquel
por el que desarrolla su conocimiento del ente y sus principios, y
entonces sí le adviene la característica de ciencia. (Junta los aspec­
tos de intelecto y ciencia de modo eminente, por lo que recibía el
nombre de “Sabiduría”.) Y en cuanto al desarrollo de este conoci­
miento de los principios, sacando conclusiones de ellos, reviste su
aspecto de ciencia, y debe convenirle un tipo de consecuencia. Se
sujeta a una sintaxis consecuencial o inferencial.
De acuerdo con la división efectuada, la consecuencia propia de
la metafísica es la deductiva, el proceso de deducción; es su vía de
justificación o de demostración. En cuanto a la forma, se adapta
a cualquiera de las consecuencias usualmente manejadas, según el
caso. Pero tiene como más propia la consecuencia silogística. Y, en
cuanto a la materia, tiene como más propia la demostración por lo
máximamente necesario, que era denominada consecuencia o de­
mostración propter quid (a través del porqué). De esta manera, ex­
cluye la inducción, por llevar a conclusiones sólo probables, y se ad­
hiere a la deducción, que lleva a conclusiones necesarias. Deduce
propiedades a partir de las esencias o efectos a partir de las causas.
Tbdo ello porque su punto de partida son las esencias y las causas
máximas de las cosas, contenidas en el ente en cuanto ente, que es
su objeto. De él va desentrañando las esencias y las causas, de ellas
va desentrañando propiedades y efectos. En esto consiste el análisis
o explicación, y su camino más propio es la deducción. La deducción
metafísica procede así: del objeto de la metafísica, que es el ente en
cuanto ente, el cual es una esencia a la que conviene el ser (o exis­
tencia), y es un ser real, y puesto que la realidad coincide con el ser
(real), el procedimiento pertinente consiste en desentrañar, expli­
car o analizar el contenido de su objeto, sin salir de él. No sale de él,
porque es un objeto universalísimo, que contiene de modo implícito
o virtual toda la explicación de la realidad. Sólo puede trabajar con
él por dilucidación, explicación o análisis.
Puesto este proceso, por ejemplo, en consecuencia silogística, tie­
ne como premisa mayor una proposición que enuncia principios o
causas. Tiene además una premisa menor esencial, i.e. que dilucida
el contenido de algún principio, sobre todo a través de la causa for­
mal o esencial. Y tiene como conclusión una proposición metafísica,
la cual hace avanzar esta ciencia.
Así pues, en pleno sentido es demostración — a priori o deducti­
va— de las propiedades y causas de su objeto propio. Y esta demos­
tración la hace por el término medio, porque el raciocinio o ciencia
es un conocimiento mediato: un juicio mediato en el que hay conse-
quentia por haber un término medio que la realiza y la indica. Y, si
se quiere que esta demostración sea esencial o propterquid (a través
del porqué), debe tener como término medio la esencia misma del
objeto . 2 7 Por tanto, el objeto mismo de esta ciencia es “lo que cons­
tituye el término medio último y radical de la demostración, y, por
ello mismo, la razón última de la cognoscibilidad del todo ” . 2 8 En
nuestras consecuencias o razonamientos metafísicos, esto es, al ha­
cer ciencia metafísica, empleamos el ser o ente como término medio
demostrativo, en cuanto que a él se reducen los primeros principios
y primeras causas, por los cuales se demuestran en metafísica las
propiedades y los efectos.
Pero el ente como ente es analógico, no unívoco —como los ob­
jetos de las demás ciencias— , y en esto reside la diferencia funda­

27 Ver E. Chávarri, “N aturaleza d é la dem ostración propterqu id en los A nalíticos


Posteriores”, en E studios Filosóficos, 20 (1971), p. 89.
28 M. D ean d rea, P rackction es M etaphystcae, Roma: A ngelicum , 1951, p. 17.
mental de la consecuencia metafísica con respecto de las restantes
ciencias. No procede tan fluidamente como ellas, por la analogicidad
que debe respetar, lo cual se ve en la predicabilidad de la existen­
cia, que nos da la proposición existencial, y con ello no puede axio-
matizarse o formalizarse de manera unívoca como la matemática,
por ejemplo.
Mucho se ha discutido acerca de la posibilidad de formalizar lo-
gísticamente la metafísica escolástica (nos referimos en especial a la
tomista). Algunos se han decidido por la vía formalista:

E l conocim iento de los m étodos contem poráneos del pensam iento


científico es una condición para poder com prender la metafísica y para
poderla precisar nítidam ente. M as para tomar en cuenta los m étodos
contem poráneos y para establecer el m étodo de filosofar de Santo Tb-
más de A quino, hay que tomar en consideración los resultados de la
sem iótica contem poránea. La distinción inexacta de las relaciones sin­
tácticas, sem ánticas y pragmáticas de la lengua ha hecho posible la apa­
rición de tesis sobre la posibilidad de axiomatizar y aun de formalizar el
lenguaje m etafísico de Santo Tomás de Aquino. U n grupo de filósofos
lógicos (Salam ucha, Bochenski, D rewnowski) ha intentado un ensayo
sem ejante, patrocinado por la autoridad de Lukasiewicz. Pero no se
caía en la cuenta de que, a causa de la estructura específica y analógica
de las nociones trascendentales y de las m otivaciones específicas en
m etafísica, no es posible disociar las relaciones sintácticas de las rela­
cion es sem ánticas del lenguaje.29

Las nociones metafísicas, al igual que sus proposiciones, que di­


lucidan la noción de ente, requieren juntar a la forma lógica la in­
tuición de lo concreto, son analógicas, y aunque se puedan expresar
en proposiciones sintácticamente correctas, su analogicidad las haría
de una semántica sumamente difícil de manejar. Y, por último, las
motivaciones del discurso metafísico llevarían a una pragmática di­
ferente de la que se ha desarrollado para las otras ciencias. Este cua­
dro semiótico del discurso metafísico hace pensar que no se puede
formalizar, al menos siguiendo los moldes hasta ahora disponibles.

29 M . A . Krapiec, “Pour une interprétation contem poraine d e la m étaphysique


th om iste”, en D ie M etaphysik im M ittelalter, en la serie Miscellanea M ediaevalia, vol.
2, 1963, p. 342.
3.2. Semántica de la consecuencia propia de la metafísica

La referencia de la consecuencia inventiva de la metafísica es el es­


tado de cosas, la realidad, que nos va descubriendo sus causas y prin­
cipios. Nos descubre su necesidad y universalidad.
Siempre se va descubriendo que el fenómeno tiene su fundamen­
to en algo más necesario y universal. Este principio es más universal
por ser más necesario, y no a la inversa, y no se trata de una serie de
principios ad infinitum, se topa en el ser mismo.
Las cosas manifiestan una estructura, un orden. Las cosas se ma­
nifiestan estructuradas en estados de cosas, y estados de cosas par­
ciales se muestran ordenados en estructuras más amplias, hasta
llegar a lo que podemos llamar la estructura total de los estados de
cosas. Dicha estructura total de los estados de cosas concretos es
lo que denominamos, con palabra abstracta, “ente” o “ser”. Hasta
aquí asciende la consecuencia inventiva de la metafísica, tiene como
objeto el ente o ser, y él es su referente, según diferentes grados de
acercamiento o apropiación.
Porque, aun cuando todos tenemos ya una apropiación primaria
del ser, pues todo lo concebimos como siendo, sin embargo, en ese
primer nivel se trata de un concepto espontáneo y natural del ser,
virtual y confuso, esto es, fundido con las cosas sensibles y concre­
tas. Pero este concepto se va elaborando hasta ir encontrando las
diferencias entre los tipos de causas (final, eficiente, material, for­
mal), para pasar a un plano trans-categorial (trascendental), en el
que, perdiendo la universalidad del plano categorial, el ente se ma­
nifiesta analógico, decible de muchos modos, y ya no se divide por
diferencias, sino por modos de ser, modos de principios y modos de
causas. Hasta entonces no se llega al concepto cabal de ser.
Este concepto cabal de ser, que nos da la estructura de la realidad,
es el referente ideal de la invención resolutiva, y, a través de él, ésta
tiene como referente último la realidad misma.
La referencia de la consecuencia demostrativa de la metafísica,
que espropter quid, es la relación de causa a efecto que mantienen los
principios con respecto de los fenómenos. En ella se asigna la razón
causal (propter), pero es una razón causal de algo (quid). Este algo
es el ser, primer núcleo del que brotan todos los principios. Y este
algo es a la vez la esencia y la existencia de las cosas, con lo cual se da
razón cabal de las mismas. No se procede sólo por la esencia, sino
también por la existencia. Porque en una teoría del ser en cuanto
ser, lo principal es el acto de ser, el acto existencial. La existencia
debe verse en el ser como algo que científicamente va muy ligado a
la esencia. Esto es lo que hace de la ontología tomista una ontología
realista.

D e aquí se sigue que la noción de la dem ostración m etafísica requiere


ser vista desde esta “nueva perspectiva”. Y entonces se verá el absurdo
de atribuir al propter quid m etafísico un carácter «o-existencial, ¡com o
si las quididades o esencias fueran realidades que existieran por cuenta
propia aparte de la existencia! En la prueba metafísica, la existencia,
com o acto máximo, necesariam ente ocupa la posición central, formal e
im plícitam ente, aun si no siem pre lo hace expresam ente. Pues el punto
focal de la consideración formal en una m etafísica del ser en cuanto ser
es lo que form alm ente cuenta para el ser de cualquier ser.30

El ser ocupa el puesto principal en la demostración metafísica.


Implícitamente, en cuanto que los primeros principios no se demues­
tran por nada anterior (pues entonces no serían “primeros”); y al
encontrar como única prueba la reducción al absurdo del que los
niega, se están demostrando por el ser mismo. Explícitamente, en
cuanto que todas las conclusiones de la metafísica se prueban por el
ser, su demostración tiene como término medio al ser mismo. Esto
es lo que da a la demostración metafísica su máxima necesidad y
universalidad; i.e., la mayor fuerza probativa.

3.3. Pragmática de la consecuencia propia de la metafísica

Al expresar la doble consecuencia metafísica, inventiva y demostra­


tiva, se intenta significar el acto propio de la sabiduría. Aristóteles
distinguía tres hábitos teóricos: intelecto, ciencia y sabiduría. El in­
telecto es el hábito de conocer los principios de la demostración; la
ciencia es el hábito de extraer conclusiones a partir de los principios
secundarios y de las causas inferiores; y la sabiduría es el hábito de
conocer los primeros principios y probar por las causas supremas . 3 1
Pues bien, la sabiduría (y es el caso de la metafísica), implica a los
dos hábitos anteriores, al intelecto y a la ciencia, constituyéndose en
algo superior: “De suerte que la sabiduría será intelecto y ciencia

30 J. F. A nderson, “O n D em ostraron in T hom istic M etaphysics”, en The N ew


S cholasticism , 32 (1958), p. 484.
31 Ver J. M. Leblond, Logique et m éth ode ch ezA ristote, París, 1939.
por así decirlo; la ciencia capital de los objetos más estimados.[... ]
De lo dicho resulta claro que la sabiduría es intelecto y ciencia de
lo que es más excelente por naturaleza . ” 3 2 Y en esto consisten su
aspecto inventivo (intelecto) y demostrativo (ciencia) que se juntan
en su aspecto de conocimiento superior (sabiduría). Las motivacio­
nes pragmáticas del discurso metafísico —entre las que se pueden
contar las que se quiera, de diversos órdenes—, a pesar de que sean
muy discutidas, se dirigen a una finalidad muy clara: la de alcanzar
la sabiduría.
Fe de erratas
Cuadro correspondiente a la página 225.

universal

{ Í
definida <
[ particular

indefinida
determ inada

accidental •
{ confusa i
f distributiva

[ colectiva
f intencional
primera i
I intencionada
Suposición < sim ple
, [ intencional
segunda < .
[ intencionada
natural

{ personal

simple
discreta
natural
material i

{personal

simple
IV. CONCLUSIÓN
Tratemos de hacer una somera evaluación de la semiótica y la filo­
sofía del lenguaje sostenida por los escolásticos, al menos en algunos
de sus puntos. Sin que se confunda con otras teorías que aparen­
temente dicen lo mismo, la teoría del signo formulada por los es­
colásticos muestra ser más completa que la actualmente profesada
por muchos semánticos. Escribe Guido Küng: “Mientras que los
filósofos tradicionales distinguen tres cosas: el signo, el significado
objetivo y el designatum, la mayoría de los lógicos modernos hacen
sólo una distinción bimembre entre el signo y la realidad represen­
tada . ” 1 Esto quiere decir que en la explicación escolástica se reúnen
tres correlatos: el signo mismo, la mente (o el concepto) y la cosa.
No se trata de una injerencia psicologista de la mente, pues el corre­
lato mental no es sólo un concepto (conceptum fórmale o subjetivo),
sino un significado objetivo (o conceptum objectivum), que, a fuer
de entidad abstracta, debe ser tratado dentro del problema de los
universales. Y no se trata tampoco de una entidad platónica, como
podría ser vista por los nominalistas, sino de un “verbo mental” o
“intentio” de la mente. La intentio no es en sí el significado, sino que
tiene un ser “vial”, y, por lo mismo, una función vicaria entre el signo
y la cosa.
Por eso a la postura escolástica (sobre todo tomista) le pertenece
un mérito anotado por Niels Egmont Christensen, sin que puedan
imputársele los defectos de posturas parecidas, que dicen que los
significados son sin más entidades mentales; hemos visto que la en­
tidad mental, para los escolásticos, no es de hecho el significado.
Christensen admite como un progreso el buscar cierta relación de

1 G. Küng, Ontology an d the L ogistic Anafysis o f Language, Dordrecht: R eid el,


1967, p. 12.
los signos con lo mental; el punto positivo es insistir en que los sig­
nificados presuponen mentes; lo que no se puede admitir es que se
identifiquen los significados con imágenes mentales, que son necesa­
riamente privadas . 2 Pero hemos dicho (al comenzar esta conclusión)
que los escolásticos no incurren en este error. El significado objetivo
o verbum mentís no es todo el significado, sino que nos conduce a lo
que le corresponda (si algo le corresponde) en la realidad.
En cuanto a la pretensión de la gramática especulativa de ser una
gramática “natural” o universal, en el sentido de reflejar la estruc­
tura de todo lenguaje humano, creemos que es demasiado claro el
que no es acertada. Hay muchas gramáticas en el lenguaje ordina­
rio. Por ello, lo que tomamos de ella es sólo aplicable a una parcela
de éste (el latín y algunos lenguajes romances, y aun otros lenguajes
no-romances que tienen semejanza con esa lengua madre), en el que
encontró su expresión el discurso metafísico. Pero esta pretensión de
gramáticas universales continúa en nuestros días en la lingüística, y
no otra cosa quiso ser la lógica formal (la gramática lógica, estruc­
tura profunda de todas las lenguas).
En sus tratados de los términos, los escolásticos distinguían en­
tre nombres propios y nombres comunes, atendiendo a la gramática.
Creemos que se puede seguir manteniendo esa distinción, aun cuan­
do algunos —siguiendo a Frege— han reunido todos los nombres
bajo los nombres propios lógicos. En efecto, según Frege, habrá
nombres propios y nombres conceptuales; los primeros serán suje­
tos y los segundos predicados, con lo cual se preserva la distinción de
categorías sintácticas (nombre propio-nombre común, sujeto- pre­
dicado).
En cuanto a la semántica de los nombres propios, algunos han sos­
tenido que no hay nombres propios, y que se pueden reducir a des­
cripciones (Russell) o a predicados ad hoc (Quine). Pero su intento
no ha prosperado del todo, ya que se sigue hablando de nombres
propios en la semántica. Sin embargo, entre los que siguen hablando
de nombres propios, algunos dicen que los nombres propios son en
realidad comunes (Burge ) . 3 Pero continúan los esfuerzos tendien­

2 Ver N. E. Christensen, Sobre la naturaleza del significado, Barcelona: Labor,


1968, pp. 144-145. Las posturas m entalistas con las que se p u ed e confundir la e s ­
colástica son las de Locke y — en cierto sentid o— la d e O gden-R ichards.
3 Todas estas posiciones, y otras más, se daban entre los escolásticos; aunque
la escu ela tom ista procuraba defender la unicidad sem ántica d el nom bre propio con
resp ecto al individuo portador d el m ism o. V éa se M . B euchot, “N om bres propios,
tes a mostrar que los nombres propios sólo denotan un portador.
Para establecer una teoría de la verdad que corresponda a dichos
nombres propios, éstos se han de manejar en axiomas del siguiente
tipo:4

“Hesperus” representa a Hesperus.

Axiomas de este tipo muestran lo que aporta el nombre a las con­


diciones de verdad en la derivación de las asignaciones veritativo-
condicionales a los enunciados en los que dicho nombre figura. Y,
siguiendo a Frege, los axiomas de este tipo determinan el sentido
del nombre. El sentido es —al igual que para los escolásticos— el
conocimiento de la expresión (nombre); la referencia es el portador
del nombre, un objeto. El sentido de un nombre es un criterio o ca­
mino para reconocer o identificar un objeto como portador suyo. 5
Aunque puede simplificarse ese reconocimiento, como lo hace Mc-
dowell, 6 nos resulta deseable el evitar incurrir en el conductismo.
En cuanto al problema de los nombres que carecen de referen­
cia , 7 nos parece suficiente la técnica escolástica de analizarlos me­
diante la suposición, y, en el caso de los nombres propios, aplicando
además la apelación, por la cual se sabe si tiene o no un portador
determinado y actual ese nombre . 8
Por otra parte, no carece de relevancia la división de los nombres
propios en nomen,praenomen, cognomeny supranomen, así como los
nombres propios de individuos no-personales (i.e. animales, lugares,
etcétera). Algunos de ellos, con sus peculiaridades, han atraído la

sujetos y predicados en la sem ántica escolástica y en la actual”, en Filosofía Oggi


(G én ova, Italia), 9 (1986), pp. 105-123; el mismo, “La sem ántica d e los nombres
propios en la filosofía m edieval”, en A n álisis filosófico (B u en os A ires), en prensa.
4 Ver J. M cdow ell, “On the S en se and R eference o f a Proper Ñ a m e”, en M ind,
86 (1977), p. 161.
5 Ver M. D um m ett, Frege. Philosophy o f Language, London: Duckworth, 1973,
pp. 95 ss.
6 V er J. M cdow ell, art. cit., pp. 168-169.
7 Ver G . Frege, “Sobre sentid o y referencia”, en la com pilación d e trabajos su­
yos intitulada E studios sobre sem ántica, Barcelona: A riel, 1973 (2a. ed .), p. 58.
8 C om o tales técnicas se aplicaban en el contexto de la proposición, se asem ejan
al tratam iento seguido por W ittgenstein. V éase H. Ishiguro, “U so y referencia d e los
nom bres p rop ios”, en P. Winch (ed .), E studios sobre la filosofía de Wiugenstein, B ue­
nos Aires: E U D E B A , 1971, pp. 5-6 ; ver también M . E . M adrid, “N om bres propios
en W ittgenstein”, en Teoría (U N A M ), 1/1 (1975), p. 19.
atención de Saúl Kripke 9 y de Paul Ziff. 1 0 Es notable que los nuevos
puntos de vista sobre el origen, modos de significación y uso de tales
nombres (p. ej. en la teoría causal) no quitan en nada la vigencia de
la teoría escolástica de los mismos.
La semántica escolástica de los verbos, por estar estrechamente li­
gada a categorías ontológicas indispensables, como relación, acción,
pasión y tiempo, brinda una base firme de significado a las expre­
siones verbales. Son demasiado conocidas las dificultades que se se­
guirían de la negación del tiempo como real . 1 1 El esclarecimiento de
dichas teorías ontológicas es precisamente lo que se busca como fun­
damento semántico de la lógica temporal desarrollada por Norbert
Prior . 1 2
Este problema se ha extendido recientemente a la distinción en­
tre los verbos temporalizados y no-temporalizados. El carácter tem­
poral o intemporal de los verbos se distingue de acuerdo con las
oraciones en las que figuran, de modo que habría una distinción
entre oraciones temporales y oraciones intemporales . 1 3 Y se busca
destemporalizarlas para poderlas trasladar a oraciones intemporales
como lo piden los cánones de la ciencia.
Los gramáticos distinguen los verbos temporales de los intempo­
rales por la inflexión. Los filósofos los distinguen por el diverso sen­
tido que tienen: los temporales significan temporalmente, es decir,
dan información sobre el tiempo del evento, los otros no.
Stephen Braude intenta mostrar que su distinción no se puede es­
tablecer ni por la inflexión ni por el sentido. Primeramente se opone
a que difieran por el sentido. Alude a Aristóteles, Sherwood y Buri-
dan como autores que asignan a los verbos temporales un carácter
referencial o indexical, creyendo que en las oraciones en que figu­
ran informan sobre el momento temporal. Pero no es totalmente
cierto el decir que los verbos temporales informan de modo sufi­
ciente sobre el tiempo, como tampoco el decir que los verbos intem­

9 Ver S. Kripke, “N am ing and N ecessity”, en D . D avidson y G. Harm an (eds.),


Sem antic o f N atural Language, Dordrecht: R eidel, 1972, pp. 253-255.
10 Ver P. Ziff, “A b ou t Proper Ñ am es”, en M ind, 6 (1977), pp. 319-332.
11 V éa se M . D um m ett, “A D efen ce o f M e Taggart’s P roof o f th e U nreality o f
T im e”, en P hilosophical Review, 69 (1960), pp. 417-504, y la réplica d e G . Lloyd,
“Tense and P redication”, en M ind, 86 (1977), pp. 433-438.
12 Ver A . N . Prior, Past, Present an d Future, Oxford, 1967.
13 Ver B. M ayo, “ Infinite Verbs and Tensed Statem ents”, en Philosophical Quar-
terly, 13 (1963), pp. 289-297.
porales carecen de toda referencia al tiempo. Se da el caso en los
verbos temporales que no indican con precisión el tiempo exacto,
dejando un amplio margen de aplicación y hasta de vaguedad. Y es
difícil parafrasearlos de modo que sean intemporales para usarse en
lenguajes canónicos (científicos y filosóficos). En segundo lugar, ar­
guye que la inflexión gramatical tampoco es criterio suficiente, por­
que también se dan casos en los que no corresponde la inflexión del
verbo al tiempo que debe indicar la oración en la que figura.
Por eso propone un criterio mejor que el gramatical de la in­
flexión, y es el siguiente: “Un verbo V es temporal en una oración
temporal O si y sólo si V indica el (los) respecto(s) en los cuales las
condiciones de verdad de O se ven relativizadas al tiempo de la pro­
ducción de O. Todo verbo podrá ser considerado atemporal . ” 1 4 Pero
de esta manera no difieren en sentido, tienen el mismo, sólo que in­
dicando diferentes tipos de restricciones temporales concernientes a
las condiciones de verdad de dicha oración. Y el destemporalizarlos
sólo consiste en despojarlos de esas ciertas restricciones tempora­
les referidas a sus condiciones de verdad. De acuerdo con ello, “las
inflexiones gramaticales del verbo son, en el mejor de los casos, so­
lamente guías hacia las condiciones de verdad de las oraciones tem­
porales. Sin embargo, en algunos casos, un verbo inflexionado no
corresponde de manera usual al tiempo de la oración en la que fi­
gura ” . 1 5
Con todo, Braude dice que, una vez que se reconoce que ambos
tipos de verbos no difieren en sentido, y que la inflexión es un acci­
dente histórico de algunos lenguajes,

los verbos tem porales no aparecen ya com o la clase de ítems que debe
ser purgada del lenguaje ordinario al construir su análogo destem p o­
ralizado. D e hecho, aunque la distinción entre verbos tem porales e
intem porales puede ser aún de interés filosófico, esta distinción difí­
cilm ente parece servir para e l papel pivotal que se le asigna en la lite­
ratura.16

Por lo que se manifiesta allí, la significación cum tempore es estor­


bosa para el lenguaje canónico o formal de la ciencia y la filosofía

14 S. E. Braude, "Are Verbs Tensed or T enseless?”, en Phüosophical Studies, 25


(1974), p. 385.
15 Ibid., p. 386.
16 Ibid., p. 388.
científica. Pero no puede ocurrir lo mismo en el lenguaje ordinario y
su gramática lógica, en la que la consignificación cuenta mucho (en
este caso del verbo, la consignificación del tiempo). Ciertamente el
distinguir los verbos temporales e intemporales sólo por la inflexión
es insuficiente, y se debe atender a lo que nos señala la gramática
lógica a través de las condiciones de verdad de las oraciones en las
que figuran. Pero en la gramática lógica del lenguaje ordinario debe
conservarse la distinción inflexional, so pena de hacer a la gramática
lógica del lenguaje no sólo dependiente de, sino totalmente diluida
en, la gramática lógica de los lenguajes formales. Como Braude a-
cepta, la inflexión gramatical del verbo es por lo menos una guía
para el tiempo de la oración, y esto es necesario conservarlo en una
consideración filosófica del lenguaje ordinario.
La semántica de los pronombres también ha recibido esclareci­
mientos a través de la filosofía escolástica del lenguaje. Peter Geach
señala cómo los pronombres corresponden, en el languaje ordina­
rio, a las variables ligadas del lenguaje formal. Los pronombres que
aparecen como relativos en la gramática ordinaria no lo son siem­
pre en la gramática lógica. Según él, los lógicos medievales supera­
ron al gramático Prisciano diciendo que es pronombre relativo todo
pronombre que tiene un antecedente . 1 7 Pero solamente deben ser
considerados lógicamente como pronombres relativos los que pue­
dan ser traducidos a una variable ligada, en el sentido en que “el
estar una variable ligada a un cuantificador es lo que corresponde
al que un pronombre tenga un antecedente ” . 1 8 Por eso, la función
de un pronombre relativo no es cargar con la referencia de su an­
tecedente. En cuanto a los pronombres reflexivos, Geach discute la
teoría de Walter Burley, para quien tenían una suppositio especial,
intermedia entre la distributiva y la confusa. Deben más bien es­
clarecerse representando la reflexividad mediante la repetición de
variables. Y aun esto tiene sus complicaciones. 1 9 Asimismo, los pro­
nombres indefinidos deben precisarse a través de la cuantificación.

17 Ver P. G each, fíeference an d Generality. A n Exam inalion o f S om e M edieval an d


M o d em Theories, Ithaca and London: Cornell University Press, 1970, p. 112. Ver
adem ás las discusiones que le hace G. Evans, “Pronouns, Q uantifiers and R elative
C lauses (I)”, en M. Platts (ed .), Reference, Truth an d reality, London: R outledge and
K egan Paul, 1980, pp. 255-317.
18 P. G each, op. cii., p. 111.
19 Ver ibid., pp. 139-142.
En cuanto a la cuestión de la predicabilidad lógica de la exis­
tencia, en el caso de Santo Tbmás encontramos ambas tesis. La de
que él admite por lo menos algún caso de predicabilidad lógica (de
primer orden) de la existencia; así lo sostiene Peter Geach, quien
dice que para Santo Tbmás en la proposición singular de existencia
(en la que “existe” se predica de un individuo, como “Pedro”) había
auténtica predicación lógica del existir. Y también encontramos la
tesis de que Santo Tbmás no admite nunca la existencia como predi­
cado lógico de primer orden, sino siempre como predicado lógico de
segundo orden, esto es, predicado de predicados (como interpretan
Fernando Inciarte Armiñán y Patrick Lee ) . 2 0 Nos parece más proba­
ble la interpretación de Geach que hace sostener a Santo Tbmás que
la existencia es un predicado de primer orden en el caso de las ora­
ciones singulares y de segundo orden en el caso de las universales.
Por otra parte, en cuanto a la teoría escolástica de la inferencia,
muchas críticas que se formulan contra ella sólo proceden del des­
conocimiento de la misma. Generalmente se la reduce a la lógica
de las proposiciones analizadas, específicamente a la silogística aris­
totélica, más allá de la cual se piensa que no avanzó. Pero hemos
visto que la teoría de la inferencia de la escolástica es toda una teoría
de la consecuencia, la cual abarca la silogística y la no-silogística, a
saber, de proposiciones sin analizar. Aún más, la construcción lógi-
co-inferencial escolástica toma sus fundamentos de la lógica de las
proposiciones no analizadas, como también se hace en la actualidad
al tratar de la consecuencia lógica.
Escribe Carnap: “Si se establece para cualquier lenguaje el tér­
mino ‘consecuencia’, entonces todo lo que se diga en lo tocante a las
conexiones lógicas dentro de este lenguaje, está ahí determinado . ” 2 1
Por lo cual se ve la importancia de la teoría de la consecuencia. Es
como la clave de la estructura lógica de ese lenguaje. Aunque la
teoría de la consecuencia en la escolástica no es completa ni for­
malizada, se puede argüir en favor de su suficiencia, como lo hace
Ivan Boh:

U na cosa parece estar firmemente establecida, a saber, que la lógica de


las proposiciones sin analizar, o lógica primaria, es esen cial para una

20 Sobre e ste tem a de la predicabilidad de la existencia es muy útil e l trabajo d e


A . H errera, ¿Es la existencia un predicado lógico?, M éxico: U N A M , 1976, p. 174.
21 R. Carnap, L ogische Syiuax d e r Sprache, W ien: Springer-Verlag, 1968 (2a.
e d .), p. 121.
sistem atización de la lógica en su conjunto, aun para la sistem atización
de esas partes que no parecen relacionadas con las proposiciones, tales
com o la teoría de la suposición. Si los fundadores d e la lógica sim bólica
en el siglo x ix hubieran estado enraizados firm em ente en el tod o d e la
tradición lógica, pudieron haber tenido un trabajo más fácil para llegar
a una estructura tal com o la que se presenta en los Principia Mathe-
matica de W hitehead-R ussell, y no habrían tenido que dedicar tanto
esfuerzo a desarrollar una teoría de las clases previa a una lógica de las
proposiciones.22

Por su parte, Vicente Muñoz Delgado nos dice:

En cuanto a su valoración respecto a la lógica matemática actual, h e­


m os de considerar, en primer lugar, que se trata de dos presentacio­
nes distintas de la misma lógica y que la escolástica está condicionada
por algunas características del latín que utilizaban com o m etalenguaje.
Con esa salvedad, un conocedor tan excepcional de la materia, com o
I. M. Bochenski, señala que la lógica sentencial bivalente d e Principia
Maíhematica no ofrece esencialm ente nada nuevo respecto a las con-
sequentiae escolásticas. Bochenski, Adjukiewicz, Lukasiewicz y otros
señalan también que en los escolásticos hay multitud de leyes de la ló ­
gica d e las proposiciones que se consideran inventos de tal o cual lógi­
co-sim bólico, com o sucede, por ejem plo, con las llamadas leyes de
A ugusto de Morgan. M uy recientem ente Ashworth, gran con oced or de
la lógica escolástica y de la logística, ha presentado una enorm e lista
de leyes conocidas en el patrim onio escolástico con su paralelism o m o­
derno. Lo mismo ha d e decirse de las leyes de la proposición analizada,
com o tam bién dem uestra Ashworth.23

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