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Orientación Lacaniana III, 10

Curso 2007-2008
Jacques–Alain Miller

1
Primera sesión del Curso 2007-2008
Miércoles 14 de noviembre de 2007
I

(JAM solicita que la asistencia se distribuya en la sala de manera tal que él no tenga que forzar la voz,
mientras verifica por su parte que los micrófonos funcionen correctamente).

Querría este año, para dar comienzo a este Curso, dejar correr un poco de aire fresco, para despejar
los olores de agua estancada, las exhalaciones malsanas que contaminan la atmósfera.
Como esta vez puedo hacerlo a título confidencial, les diré que el aire me importa mucho.
Precisamente por esa razón elegí como emblema del Campo Freudiano, la figura mítica de un Eolo
de Dürer, una figura que sopla, ¡fuuuu!, es el viento que desaloja los malos olores y el viento que
hincha las velas.
Si quieren verificar el valor que puede tomar esta expresión de “gonfler les voiles” –inflar, henchir las
velas–, consulten el comentario de Lacan acerca de El Banquete en el Libro VII del Seminario; me
evitarán así superar los límites del pudor.
El aire tiene mucha importancia para mí, teniendo en cuenta mi patronímico: Miller; es la razón por la
cual, además, mi estilo de escritura no llega a ser clásico, pese a mis preferencias personales. Es
preciso que adopte todos los estilos a la vez, sucesivamente, porque tengo Mille airs.
Veamos entonces aquí cómo logro que corra un poco de aire. En estos tiempos que son los nuestros,
me decía –tal la frase que me fue acordada para comenzar, “en los tiempos que corren”…– y allí ya
hago una pausa.
En efecto, es preciso saber correr y saber hacer una pausa. Por lo demás, en el transcurso de mi
semana, este Curso, esta enseñanza, es mi pausa. Es algo que se dispone de esta manera, estoy
aquí para reposarme, para refrescarme.
Hacer una pausa es muy importante, especialmente para un psicoanalista. Hacer una pausa no
equivale a reposarse. Se hace una pausa, uno debe hacer una pausa como psicoanalista para no
dejarse sugestionar, tal la esencia de la posición del analista, al menos como la concibo o la defino, a
partir de lo que llego a captar de ella. Se trata de no dejarse arrastrar, precisamente cuando algo ( ça)
va muy rápido.
Un cierto número de ustedes están al corriente de que, en ciertos aspectos, estos días algo va muy
rápido. Yo mismo voy muy rápido.
¡¿Yo mismo?! Yo mismo en tanto que, por el momento, logro concentrar en mi accionar las fuerzas
considerables, extendidas, de lo que se da en llamar Campo Freudiano; voy muy rápido, me cuesta
incluso darme alcance, puesto que hoy en día bastan tres “clicks” para enviar un significante a través
del universo.
Es precisamente cuando esto ocurre que es preciso no dejarse sugestionar, no dejarse arrastrar. En
el fondo, es preciso hacer la pausa al mismo tiempo que uno va muy rápido.
Se trata de algo similar a lo que ocurre con los tifones, creo; en fin, no tuve tiempo de estudiar
detalladamente los diferentes tipos de perturbaciones atmosféricas para esta mañana. Pero en lo que

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hace a los tifones –o quizá se trate de los huracanes, es lo mismo, si bien son dos palabras
diferentes…– o bien, si ustedes están más al tanto, ¿cuál es la perturbación atmosférica en la que
hay un ojo precisamente en el centro? Sí, se trata siempre del tifón, en todas partes, todo el tiempo.
Así, cuando se intenta desencadenar un tifón, es preciso que uno mismo se ubique en el ojo, en ese
centro muy tranquilo, muy sereno. Algo que resulta arduo cuando uno es tirado de la brida con voces
de mando en sentido contrario, pero por eso mismo resulta tanto más esencial. Y es esencial en la
práctica del analista, donde el movimiento natural es el de quedar hipnotizado por el analisante, por
su discurso; resultar hipnotizado insidiosamente. Eso que se llama “posición del analista”, supone
estar en el ojo.
De modo que no imaginé un solo instante suspender este Curso por causa de una huelga que ofrece
la ventaja de vaciar las calles, lo que me permitió llegar desde mi casa en un tiempo record y dirigirme
en la fecha a un auditorio de elite, al que saludo y agradezco, y me permite entonces hacer en público
mi pausa de la semana.
Volvamos a esa frase que me fue inspirada como para un poema: en los tiempos que corren.
Es cierto que los tiempos corren más que nunca y resulta muy divertido que esta impresión –y no
debo ser el único en registrarla... ¿O sí? ¿También corre para ustedes? – tenga un fundamento
científico. ¡Esto es lo mejor de todo!
Gracias al hecho que en estos tiempos hago un diario, cuya periodicidad se acelera más que de
costumbre, me encuentro muy a gusto; les diré que realizo así un sueño de infancia, de ahí que me
sienta tan cómodo. Nunca pensé de chico en llegar a ser psicoanalista; por lo demás, hasta el día de
hoy no es posible encontrar ningún chico cuyo sueño sea ése, ni siquiera entre los hijos de los
psicoanalistas. Bombero o policía sí, aviador también, pero psicoanalista no.
Pues bien, como hoy me ubico en la vía de las confidencias, les diré que para mí, en mi recuerdo–y el
análisis no me ha permitido ir más allá de él–, lo primero que tuve ganas de llegar a ser fue periodista.
En casa se leía, entre otras publicaciones, Paris–Match y cuando supe leer, abordar la doble página
que se ocupaba de los asuntos del mundo con un increíble aplomo –quizás algunos lo recuerden, era
Raymond Cartier quien la firmaba–, me parecía el colmo de la felicidad.
Así, yo me veía escribiendo esos artículos a doble página todas las semanas, ocupándome de todas
las cosas que ocurrían en este mundo. Bueno, después eso pasó. Pero es cierto que, como lo diría
Nietzsche... en el momento en que se volvió loco, si hago un periódico tan bueno, con la ayuda de
muchas personas, en particular la de Agnès Afflalo, a quien vi llegar, mi bastón, no precisamente el de
la vejez, pero el bastón que me permite avanzar, digo, si hago un periódico tan bueno es porque, en
conformidad con lo enunciado por Freud, realizo un sueño infantil. Es por esa razón que, como quiera
que sea, voy a seguir en esa dirección ahora que encontré mi vía.
Hacer un periódico me permite obtener información a montones, más apasionantes unas que otras y
justamente, aquí, obtuve una acerca del tiempo que pasa. A decir verdad, es en presencia de un
amigo que yo dije algo así como “No tengo tiempo” y él me respondió: “Es normal, la Tierra gira más
rápido”.
Si alguien les declara algo por el estilo y es un desconocido cualquiera, ustedes no acuerdan
importancia a loa afirmación o bien se preguntan si a esa persona la cabeza le funciona bien del todo.
Pero ocurre que este amigo es el director de una organización muy seria, designada en inglés por la
sigla GEO, The Group on Earth Observations, organismo internacional encargado de asegurar las

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redes entre todos los sitemas de observación de la Tierra que existen. Entonces, cuando es un señor
así quien les dice “Tenés toda la razón de no tener tiempo, porque la Tierra gira más rápido”, la
cuestión cobra un cierto peso. Este amigo me explicó por qué y yo le pedí que lo pusiera por escrito;
será entonces un scoop.
Pero quizá yo pueda hacerle perder un poquito la frescura de su novedad, ya que se hilvana en el
tema y hace soplar aire fresco.
Imagínense que a partir de marzo–abril de este año, la velocidad de rotación de la Tierra se aceleró;
ustedes no sabrán adivinar por qué: es por causa de La Niña. No sé si escucharon hablar de ella, es
la gemela de El Niño, que es cálido, que era cálido y provocó importantes destrucciones a su paso. La
Niña, por su lado, es fría; uno podría evocar al respecto un mito de la Antigüedad griega o japonesa.
La Niña es fría y por serlo, enfría las aguas del Pacífico, algo que a su vez resta velocidad a los
vientos del Oeste. Ustedes no habrían sabido adivinarlo, pero es así. Los vientos alisios se vuelven
más lentos y este efecto, sumado al enfriamiento de las aguas del Pacífico, frena el movimiento de la
atmósfera. No me pidan detalles al respecto. En todo caso, podrán pedírselos a mi amigo, de quien
les daré el nombre: José Achache; se trata de alguien que sigue muy de cerca los asuntos del Campo
Freudiano y es el compañero de alguien que muchos de los aquí presentes conocen, Dominique
Miller.
Mi amigo no explica todo en detalle en la nota breve que me hizo llegar. Pero en fin, esos son los dos
factores que frenan el movimiento de la atmósfera y por esa razón el movimiento de la Tierra se
acelera. La explicación según la cual el hecho que los alisios menos fuertes determinan que el globo
gire más rápido, me dejó estupefacto.
Es muy simple. Ocurre que hay en física un parámetro, una fórmula llamada momento cinético, de la
que no les aporto los detalles, es demasiado complicada para ustedes, y ese momento cinético se
conserva. Dicho de otro modo, si los vientos se vuelven más lentos, es preciso que la cantidad
perdida se recupere por otro lado, y esto es lo que hace girar a la Tierra más rápido.
El resultado es que los días son ahora más cortos y es la razón por la cual a nosotros nos falta el
tiempo. Respecto de marzo–abril de este año, los días se han acortado en un milésimo de segundo.
Ustedes me dirán que no es gran cosa, pero en fin, un segundo es un segundo y un milésimo de
segundo, es un milésimo de segundo; es ese milésimo de segundo que perdí el que hace que sienta
que los tiempos corren.
Pues bien, hice soplar así un poco de viento en la atmósfera de este Curso pero, de toda evidencia, el
hecho que los tiempos corren responde a otras razones que a la debilidad de los alisios y a la energía
empleada por la Tierra para girar más rápido en torno a su eje.
Los tiempos corren por razones que no son físicas, sino metapsicológicas, en el sentido propio del
término, es decir, más allá de la psicología. Que los tiempos corran remite –veamos qué voy a decir–
al movimiento de la civilización. Hay algo que se aceleró en la civilización, en nuestro modo de estar
en ella y de gozar en la civilización. Si aplicamos allí, por analogía, metafóricamente, la ley de
conservación del momento cinético, hay entonces algo que sin duda se volvió más lento en alguna
parte.
¿Cómo abordar ese fenómeno registrado de la aceleración del tiempo, que afecta a quienes habitan
lo que convenimos llamar nuestra civilización? Quizá podamos hacerlo valiéndonos para captarlo de
ese significante que es lo “nuevo”.

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En efecto, hubo un momento en el que uno se consagró a desear lo “nuevo”. Evidentemente, lo
“nuevo”, en sí mismo, es una función temporal, no dura y con toda claridad, lo “nuevo” dura cada vez
menos. Apenas se compraron un Iphone para lucirse ante su vecino o su vecina y resulta que ya
habrá pasado al estatuto de antigüedad. De ahora en más, uno se transforma en antigüedad en el
lapso de uno, dos meses, algo que se mide por el precio de reventa. Ustedes se compran un Rolls de
teléfono, no sé, a mil euros y a la hora de revenderlo, cuesta el equivalente de un Deux chevaux. Hay
entonces algo que se ha acelerado en el estatuto mismo de lo “nuevo”, ese “nuevo” que nos vemos
llevados a seguir en tropilla, como vacas al matadero.
Baudelaire evoca esto en algún pasaje, la dictadura del tiempo que nos conduce como bueyes al
matadero. Creo que lo hace en el Spleen de París; busqué desesperadamente mi Baudelaire esta
mañana, cuando surgió en mí esta idea, pero no logré dar con él.
Hablaba entonces de lo “nuevo”, nos topamos con lo “nuevo” y tomé de inmediato como ejemplo, tal
como ustedes deben haberlo comprendido, un ejemplo que se impone por su propio peso, un objeto
manufacturado –como se dice– cuya obsolencia está programada; esto tiene que ver con la
producción y, en ese terreno, no estamos sugestionados.
Para nosotros, por supuesto, la producción está –¿cómo decirlo?– en el centro del lazo social;
constantemente se la mide, se la anticipa, se la compara de empresa a empresa, entre países. La
salud de la economía es una dato fundamental de la existencia. Algo por lo demás reciente, como es
sabido; inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial no vivíamos así, pendientes de las
nuevas economías. Hubo un momento, en el transcurso de los años `60, en que se registró esto
como un déficit que era preciso compensar, el hecho que la información en materia económica de los
franceses era insuficiente; hoy nos movemos en esa cuestión como peces en el agua. ¡No! No
estamos como peces en el agua, sino como pescados en una sartén, listos para freír.
Es evidente que se trata de una referencia esencial; esos datos económicos condicionan hoy, por
ejemplo, el estado de huelga declarado por un cierto número de trabajadores, por razones
comprensibles, que pueden situarse en el contexto de conjunto. Por lo demás, todo lo que es real es
racional, ¿no es cierto?
Así, la producción, para nosotros, se ubica en el centro del lazo social, algo que no ha sido siempre
de este modo, no siempre lo vivimos así. ¡La información económica de los Romanos era desastrosa!
En fin, yo digo esto pero ahí tenemos una vez más el tipo de cosas que me aventuro a lanzar sin
haber tenido tiempo suficiente para compulsar esta perspectiva. Hay en todo caso, no lo sé bien, un
libro de Moses Finley que debe titularse “Economía y sociedad en la Grecia antigua”. Lo leí hace
mucho y de haber tenido tiempo, hubiese ido a ver, así y todo, lo que dice acerca de la información
económica en aquellos tiempos. Cuando lo leí, lo hice sin plantearme esta pregunta –y resulta más
interesante entrar en un libro con la pregunta que uno se plantea. Pero en fin, estamos sólo en el
primer Curso y tengo tiempo para compensar mi retraso.
La información económica de Luis XIV, monarca que trabajaba mucho, que ocupaba su lugar, un
monarca detestado por Lacan. Nunca entendí por qué y no me lo explicó tampoco; creo que lo
encontraba cobarde, debía haber leído algo al respecto. En fin, la información económica mejoró
mucho en el Imperio, pero quedaba reservada a los especialistas, no se difundía al público. Como
quiera que sea, allí, justamente, hacemos una pausa; admitimos, grosso modo, que la producción no

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siempre se situó en el centro del lazo social, no fue siempre el centro de gravitación de las actividades
humanas, tal como lo es hoy en día. Se trata precisamente de esto.
De esto se trata en lo que determina que, entre nosotros, una cierta cantidad se retuerza, se
repliegue, cuando se acelera el movimiento que conduce todas las esferas de la existencia hacia ese
punto de convergencia.
Intentemos explorar una economía elemental; por lo demás, yo mismo me vi conducido a tener que
hacerlo, siguiendo a algunos economistas un poco en el estilo cool que habían leído a Lacan. No hay
que tener miedo de lanzarse, es preciso darse alcance / asirse (se rattraper), pero hay que lanzarse.
Yo, por ejemplo, en ocasión de escribir un prefacio para la obra de mi amiga Francesca Biagi–Chai
acerca de Landrú, esbocé una teoría criminológica. Cuando uno se detiene a considerar cómo están
hechas, es algo a tal punto estrafalario, que con ideas simples se consigue mejorarlas en mucho.
Así, por mi parte, en ese prefacio, sostengo lo siguiente: opongamos crímenes que responden a un fin
de utilidad y crímenes que responden al goce. Ustedes se deshacen de alguien que les causa daño,
que les impide progresar, es un crimen que responde a la utilidad. Por el contrario, si ustedes liquidan
a lo largo de su existencia una treintena de mujeres jóvenes, de cabellos largos –y además de
liquidarlas, se permiten someter los cadáveres a diversas obscenidades–, hasta que alguien les
impide seguir haciéndolo, allí no estamos en el registro de lo útil sino en el del goce. Estos crímenes
son los que Thomas de Quincey, en su obra “Acerca del asesinato considerado como una de las
bellas artes”, nombra en términos de crime of pure voluptuousness.
Una vez que inventé esto, encontré que estaba de acuerdo con este escritor, uno de mis favoritos, y
de cuya obra muy poco ha sido traducido al francés; incluso en inglés se lo ubica con dificultad.
Contaba con una edición completa del siglo XIX y me enteré que hay ahora otra completa, del siglo
XX; pero en fin, se trata de alguien a quien no se le acuerda su justo valor, aun cuando haya sido
objeto de la admiración de Baudelaire. Como ustedes deben saber, Baudelaire mismo tradujo “Las
confesiones de un fumador de opio” de Thomas de Quincey.
Hagamos entonces el esquema de una teoría económica. Opongamos producción religada a la
necesidad y producción en función del deseo. Una producción que responde a la necesidad, es una
producción limitada. Un ejemplo al respecto, lo encontramos en el terreno de la restauración. Hay allí
algunas fórmulas astuciosas, pienso en este momento en la cadena belga Chez León, que proponen
un plato, mariscos con papas fritas, por ejemplo, y precisan “papas fritas a voluntad”. Abren allí,
respecto de la voracidad del cliente, un espacio indeterminado; a mí me gustan las fritas, pero como
ustedes se dan cuenta muy rápido, aun cuando ese sea el caso, no pueden comer sino una cantidad
bastante limitada. Sueñan con papas fritas, pero... ¡a voluntad! Ustedes tendrían voluntad de seguir
comiendo, pero no dan más, tienen que trabajar todavía, no es bueno para conservar la línea y
entonces, finalmente, se sienten en un estado todavía más lamentable al salir, puesto que León les
ofrecía todas las papas fritas del mundo y ustedes sólo pudieron comer dos pequeñas porciones.
Allí tienen entonces lo que les decía: la producción conectada con la necesidad no va lejos y
podríamos decir que durante un buen período ése fue el caso, lo esencial de la producción se
reportaba a la necesidad y así anduvo, bien o mal. No era por allí que pasaba el deseo. Y después,
en un momento dado, surgió otro tipo de producción, ésta sí enganchaba al deseo y fue en ese
momento que todos los límites fueron superados.

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Por ejemplo, para considerar un sujeto que conozco, que observo, esto es, yo mismo, queda claro
que intento instalarme en la producción basada en la necesidad, para resistir a la producción basada
en el deseo. Ocurre esto con las computadoras y las series de nuevos modelos. Cuando la cuestión
comenzó, hace una década, no veía por qué tendría necesidad de un nuevo modelo cuando el que
tenía funcionaba muy bien; hasta allí, procuraba establecer una relación de necesidad con el objeto.
Pasan uno, dos años, deciden comprar un disco duro y ya no es compatible con la instalación que
requería el precedente. Entonces se proponen prescindir del disco duro. Al final, tendrán que
prescindir de todo, se quedan con su objeto de necesidad, que podrá asegurar cada vez menos
funciones.
Lo hice una vez y me encontré ante un objeto de necesidad que estaba allí, que sólo pedía funcionar,
pero que no contaba ya con las conexiones necesarias para hacerlo. Me decidí entonces a comprar
otro y procuré volver a empezar con él, pensando que esta vez sería posible. Pero claro está, la cosa
anduvo todavía a mayor velocidad. Comprendí entonces la lección: si quería poder funcionar, tenía
que seguir el movimiento. Así se consigue hacerles comprar –es lo esencial de lo que está en juego–
aquello que no necesitan. Y allí se abre, en efecto, un espacio de ilimitación.
Como quiera que sea, es interesante saber que históricamente, el psicoanálisis jugó un gran papel en
el perfeccionamiento de los métodos que permiten hacerles comprar aquello que no necesitan.
En un texto que escribí, ublicado en el periódico al que me refería, algunos colegas encontraron que
me había extendido demasiado acerca de los métodos de los publicitarios. Por mi parte, no estoy de
acuerdo; en mi criterio, es muy importante saber que quien había sido el Papa de la publicidad en los
Estados Unidos, el gurú de esa publicidad, Ernst Dichter –un nombre formidable, así y todo– era un
vienés que se había acercado un poco al psicoanálisis y cuya condición de judío lo forzó a expatriarse
a los Estados Unidos, donde adquirió fama elaborando una teoría de la publicidad que él designó
Strategy of desir.
No se trata del deseo en el sentido estrictamente lacaniano, en la medida misma en que la definición
lacaniana es estricta, pero así y todo su base es la manipulación de lo que Dichter había captado del
psicoanálisis. Como quiera que sea, tenía la idea de que aquello que debía comprar los objetos de la
producción era el Ello (le ça) y que el Ello no piensa, no está en relación con la realidad, tiene que ver
con las pulsiones y que era el Ello lo que había que saber provocar y activar. Es incluso más
complicado, porque es preciso fundarse en el Ello.
Pero el colmo, lo que constituye verdaderamente la cima del arte publicitario, es llegar a satisfacer, al
mismo tiempo que se moviliza al Ello, hacerle trampa al pequeño Superyo de ustedes, asegurándoles
que no hay culpa alguna en esa compra y garantizarle al Yo, quien estaría en relación con la realidad,
que se trata allí de algo sólido, de algo que se impone según el criterio de la racionalidad común.
No es una anécdota entre otras. Es algo, esta provocación del deseo, que constituye un factor de la
economía, un factor esencial que corresponde saber y que resulta establecido así: para hacerles
comprar, es preciso hablarles y además, imponerles una cierta cantidad de semblantes imaginarios
que los van a dejar chiflados.
En el curso de la célebre campaña “depresión” que debía culminar el 11 de noviembre –y que no
obstante continúa, es el colmo– comienza a manifestarse una cantidad cada vez más importante de
gente que se siente mal. Recibo ahora en mi condición de periodista, pequeños textos escritos en
general por gente que trabaja en el terreno –psicoanalistas, trabajadores sociales...–, quienes me

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envían viñetas donde describen el efecto que tiene en las personas ese golpeteo insistente. Para una
cierta cantidad, el hecho de ver expuesto a plena luz el desastre de la melancolía, se traduce en un
retorcerse de tripas, de modo tal que los pequeños deprimidos se consideran protagonistas de una
gran depresión, lo que constituye el fin perseguido por el montaje.
Debo decir que no tengo televisión porque me resisto a ella, resistencia de la que viene a quedar
eximida Internet, de modo que me enviaron el spot televisado al respecto. Es un horror. El Francés
presentado así..., después no hay más nadie y en fin, se trata de algo capaz de desfondar el estado
de ánimo de cualquiera, basta que en una noche uno se encuentre solo. Y todo eso para provocar el
reflejo de compra.
Entonces, en relación con esta teoría económica que expongo –la de la producción conectada con la
necesidad y conectada con el deseo–, si la memoria no me falla, hubo en los años `60 un economista
astuto, pero más astuto que gran economista, que había explotado esta perspectiva. Quizá Pierre–
Gilles Guéguen conoce algo al respecto. ¿Se acuerda si se trataba de alguien llamado Marc
Guillaume? Leí todo esto en los años `60 y no tuve tiempo de ir a verificarlo ahora... ¡No tuve tiempo!
¡Por causa del milésimo de segundo que me quitaron, no tuve tiempo para ir a verificar esa cuestión!
Claro está, así planteado resulta muy simple. En lo que a mí respecta, estoy convencido de que la
producción tuvo desde siempre un modo de estar conectada con el deseo.
En los museos, cuando uno va a ver los vestigios de las civilizaciones desaparecidas, hay todo un
conjunto de objetos que son objetos de las necesidades: aceiteras, trípodes sobre los que se
encendía el fuego, cucharas, que por lo demás son a menudo –como lo hace notar Lacan en su
Seminario– de una remarcable belleza, belleza que su fabricación según diseño no consigue
aportarnos.
Están los objetos de la necesidad y además, por supuesto, los objetos de deseo: todas las joyas
femeninas, las pulseras, los collares, los anillos –que también los hombres llevaban en ciertas
ocasiones–, todos objetos inútiles que nos muestran esa parte de la producción económica que
estaba precisamente conectada con el deseo.
Procuraré por mi parte encontrar el tiempo, en el curso de este año, para retomar algunas de esas
obras –por supuesto, no puedo hacerlo sino de segunda mano–, para buscar cómo se reparte la
producción basada en la necesidad y aquélla basada en el deseo.
Pero, ¿qué se puede decir al respecto? Antes, la proporción entre esos dos tipos de objetos no era la
misma que la de hoy. Se puede decir que se trataba de una cuestión de tecnología, noción acerca de
la cual me gustaría mucho este año tener el tiempo de aportar precisiones. Siempre me interesó y
estamos en un momento en el que llegamos a la biotecnología. Uno se da perfectamente cuenta de
que la tecnología no está subordinada a la ciencia, sino que representa una dimensión propia de la
actividad y del pensamiento. La tecnología tiene su dinámica propia.
Querría entonces, desde el punto de vista lacaniano, abordar el estatuto de la tecnología y hacerlo
también refiriéndome a lo que parece ser una ausencia de tecnología psicoanalítica.
Nosotros llevamos adelante nuestra práctica en los muebles de la abuela, quiero decir: el diván, el
sillón, el escritorio. En ese plano somos antiguos. Cuando ustedes entran en el consultorio de un
dentista, si encuentran un diván, un sillón y nada más, lo que esperan al menos ubicar es una
máquina para explorar los agujeros. Quizá llegue el día en que sea preciso presentar el consultorio

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del psicoanalista bajo ese modo, para ser tomados en serio. Después de haberle indicado que se
acueste en el diván, sería cuestión de decirle al analizante: ¡Abra la boca, hable! (risas).
En fin, lo que quiero decir es que hay allí un buen reactivo para pensar en nuestra técnica.
Por otra parte, algo que siempre me pareció divertido es que durante todo un período los
psicoanalistas sólo hablábamos de nuestra técnica. ¡Nuestra técnica! En fin, en esa época la técnica
se ubicaba en el cenit del discurso de la semántica social.
Como mi formación se basaba en la historia de las ciencias, cuando se hablaba de técnica
psicoanalítica me preguntaba: ¿dónde están las herramientas? ¿Dónde están las máquinas? Al fin
comprendí, gracias a Lacan, que la máquina era el discurso.
Pero como quiera que sea, esa manera de acordarle a la técnica un primer plano fue relevada. En la
literatura analítica, se trata de un término que fue progresivamente evacuado y que hoy es muy
secundario, no sólo entre los lacanianos, sino también entre los demás.
(JAM se dirige a P.-G. Guéguen): ¿Logra recordar el nombre? Bueno, ¡entonces me redactará una
nota al respecto!)
Pues bien, como decía que a mi entender la producción siempre estuvo conectada con el deseo,
quizá corresponda situar como lo verdaderamente nuevo para nosotros, lo que nosotros registramos
ahora, desde hace unos diez años, la conexión con el goce. Se trata del goce en un puesto de
avanzada. Lacan lo explica, creo que es en el Seminario XVIII o en el XIX –como los terminé casi al
mismo tiempo, en este punto no hago la diferencia entre uno y otro–, en uno u otro de esos
Seminarios Lacan explica que el goce, para los Antiguos, era el Otium.
Se trata del término latino para expresar que uno se deja ir a la buena vida, se despreocupa ( se la
coule douce)1. Uno trabaja, se ocupa de sus asuntos, combate a los bárbaros, se activa para
asegurar la construcción de las rutas romanas, en fin, todo eso que ven desplegarse en Astérix, por
ej., para tomar una referencia erudita conocida por todo el mundo y después, en un momento dado,
uno se desprende del cuidado de sus obligaciones y se consagra a sus propios asuntos: se ocupa de
sus viñedos, bebe con sus amigos, bromea con sus siervos, se acuesta con su favorito, lee filosofía,
charla en confianza como se ve en las Tusculanas de Cicerón... Esa era su manera de gozar.
Y como lo señala Lacan, para nosotros, incluso hasta el día de hoy, las diferentes formas de la
diversión tienen un estilo de trabajo forzado. En fin, eso me dicen. Me lo dicen porque veo personas
que se van al otro extremo del planeta cargados de valijas y vuelven cansados.
Intenté programar un encuentro en mi casa de campo con el director de L´Express, un hombre que
escribe bien y que, sobre todo, a un tiempo que dirige esa publicación, hace todos los días un
comentario y una entrevista en la cadena de televisión LCI, incorporada a Internet; durante un largo
período no me perdía ninguno porque, en cada oportunidad, él renovaba la cuestión, siempre con
mucha seguridad y además, el mismo día, en el curso de la tarde, hacía una entrevista. Yo me
preguntaba cómo lograba hacer todo eso, dónde encontraba el tiempo para hacerlo. Incluso cuando
esta persona estaba de vacaciones en Venecia, seguido de un camarógrafo, hacía su comentario
instalado en una góndola, etc. Este muchacho me sorprendía.
Dado que teníamos en común nuestra condición de ex–alumnos de la Escuela Normal Superior, yo
me decía que eso podía crear lazos e intenté entonces encontrarlo. ¿Qué me dijo su colaboradora?

1
– Tener en cuenta que en esta expresión coloquial francesa, el verbo “couler” introduce una idea de discurrir, de
transcurso, de tiempo que se deja pasar en calma, lentamente. (N. de la T.).
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“Bueno, recién vuelve de vacaciones, le dejo algunos días para que se reponga” (risas). Mi
observación fue “¡Qué país, verdaderamente!”. Ocurre otro tanto con el gabinete del Presidente; el 1º
de noviembre, están todos de vacaciones; ahí tienen lo que es un aparato de Estado: muchachos que
se echan un sueñito. Si no durmiesen, podrían construir un aparato de Estado, en fin, es mi
convicción, por lo menos dentro de ciertos límites. ¿Ustedes leyeron “Técnica del golpe de estado” de
Malaparte? Bueno, yo sí lo leí.
Volvamos a la diferencia entre esas maneras de gozar. Por un lado, el Otium y después, ya
encontramos todo lo que tengo que preparar como salsa para explicar el interés de la pausa. Es cierto
que actualmente, irse de de vacaciones supone el despliegue de una cantidad formidable de
actividades, antes durante y después. A menudo, escucho hablar al respecto en mi gabinete... y no
me dan muchas ganas de irme de vacaciones (risas). Por lo demás, es algo que limito al máximo y
sólo elijo como destinos lugares donde precisamente no se plantean esos problemas.
Es evidente, además, que todo el mundo en Francia se resiste a este asunto. La célebre cuestión de
las 35 horas, ¿qué es? Es un debate acerca de la manera de gozar. Los franceses –como se dice–
quieren darse el tiempo de vivir. En el planeta, constituyen un escándalo permanente, porque como
quiera que sea resisten al avance del trabajo forzado. Allí reside el debate respecto de la manera de
gozar. Mientras unos destacan la eficacia económica, el producto nacional bruto, etc., los otros dicen:
queremos acordarnos el tiempo de estar con nuestros hijos y además, bueno, de ir a comprar la
última computadora en el gran comercio especializado, etc. De toda evidencia, no hay escapatoria,
pero se trata de un conflicto entre maneras de gozar.
En efecto, hoy no tenemos siquiera la impresión de que esté en juego una producción basada en el
deseo, sino que está basada en el goce, es decir, en la producción acelerada del objeto a, causa del
deseo, a manera de tapón; se trata de dos estatutos diferentes.
Ustedes tienen, por un lado, el buen objeto a –si puedo expresarme así–, causa del deseo y aun
cuando el término resulte inadecuado no encontré otro mejor esta mañana, ese objeto causa del
deseo pertenece a ese registro, de una manera u otra se relaciona con la determinación marcada por
“ése”. El ejemplo que aporta Lacan al respecto es el de Dante y Beatrice. Dante se cruza con Beatrice
cuando ella tiene nueve años y se enamora de ella para toda la vida. En la actualidad, ¡quedaría
detenido, acusado de pedofilia! (risas)
Entonces, allí, el objeto a causa del deseo, tal como lo sitúa Lacan, bastan tres guiños para que ese
objeto a de la mirada, exquisito, se desprenda y quede fijado a ella, a ésa, para toda su vida. El objeto
a tapón, no tiene nada que ver con él, aun cuando su estructura fundamental sea la misma, si puedo
decirlo así. En cuanto a este otro objeto a tapón, uno no puede evitar que cumpla la función de “tapa–
agujeros”, de comodín, respecto de un agujero imposible de cerrar, un agujero cuyo modelo es el
barril sin fondo de las Danaides, es decir, que reclama siempre más. Uno no puede dejar de pensar,
cuando ve esto, que hay un defecto de fabricación elemental en la especie humana. Lo designamos
con el término de castración, es su nombre clásico, bien fundado, pero en fin, se lo puede generalizar.
Se trata de algo cuyos detalles han sido mal trabajados.
Esa es, por lo demás, la tesis de los gnósticos. Según ellos, el diablo es el padre del mundo, algo de
lo que se dieron cuenta viendo el estado en el que se encuentran los humanos. Si nos detenemos a
considerar ese estado, como quiera que sea se pone en evidencia que algo no quedó bien
enganchado en alguna parte y esto responde, sin duda alguna, a las malas intenciones del diablo.

10
Es el sentimiento, la impresión, el registro, el reconocimiento de la falta ( du manque), el sentimanque.
Usted merece todo mi respeto, Señora (J´ai beaucoup de sentiments pour vous, Madame)2.
Vamos a volver sobre esto, pero ya podemos ubicar bien que los tiempos corren, los tiempos que
corren, son expresiones que tienen, vagamente, otro alcance semántico que el correspondiente a el
tiempo que pasa; incluso decir el tiempo pasa demasiado rápido, no tiene el mismo sentido que decir
hoy en día (par les temps qui courent).3
En primer lugar, tenemos el plural, los tiempos, curioso plural aplicado al tiempo. Se trata, sin
embargo, de un uso clásico en francés, donde siempre, cuando decimos los tiempos, estamos
indicando que no se sabe muy bien qué es el tiempo. Siguiendo a los gramáticos, digamos que el
plural aporta aquí un valor de indeterminación.
Decimos los tiempos cuando no se sabe ya muy bien dónde, cuándo es, indicando así que se trata de
algo remoto, obscuro, opaco. Decimos, por ej.: en los tiempos más remotos; la noche de los tiempos;
el origen de los tiempos. Si ustedes se sirven del singular, la cuestión no marcha en francés, todas
esas expresiones exigen el plural. Se dice: la sucesión de los tiempos; el signo de los tiempos (Cf.: de
la época). Otro tanto ocurre en latín. Cuando Cicerón exclama eso que repiten todos los vejestorios:
¡Oh tempora! ¡Oh mores! –¡Qué época! ¡Qué costumbres!–, Tempora es un plural.
¿Por qué Cicerón decía eso y por qué se trata de algo que encontró eco a través de los siglos? Es
porque siempre hubo gente con la impresión de que eso iba demasiado rápido, siempre se tuvo la
impresión de que la moral se había acabado. Es el estilo de Catón el Antiguo. No tengo tiempo de
hablarles de él, un personaje que siempre me resultó el más sabroso de la Antigüedad romana; es él
quien jugaba el rol del viejo romano; era un viejo romano pero además lo ponía en escena,
remarcándolo. Y siempre hubo lugar, en cualquier momento, para que el vejestorio llegue y diga: ¡Oh
tempora! ¡Oh mores! Es un rol constante.
Hoy en día, lo más divertido es que son los psicoanalistas quienes lo juegan, son ellos quienes
adoptan la postura de Catón el Antiguo: ¿Dónde estás, Nombre–del–Padre? ¿Dónde estás, falo? ¡Te
estoy buscando! Hay que decirlo, es algo que provoca el llanto, nos reímos pero es triste. Se trata,
así y todo, de gente analizada, el análisis funciona con boludos –perdón–, funciona incluso con
personas que no comprendieron todas las sutilezas de la técnica y como quiera que sea, es
desastroso verlo. ¡En fin! Dejemos esto de lado.
Entonces, la expresión francesa les temps, señala siempre, como creo haberlo demostrado con
rapidez, precisamente aquello remoto, aquello donde uno no se ubica. Pero me parece –no llevé
adelante una investigación al respecto, no tuve tiempo para hacerlo– que lo específico de la expresión
les temps qui courent (hoy en día) es que designa el presente; cuando uno la emplea así, con la
indeterminación que corresponde al plural indica que uno no llega a ubicarse en el presente. En el
fondo, se trata de una expresión empleada cuando el presente se vuelve opaco, tan opaco como el
pasado más remoto. Y precisamente, se emplea cuando uno ya no puede tomarse su tiempo (on ne

2
“Sentiments”, en plural, se emplea por lo común en la lengua escrita, como parte de las fórmulas acuñadas para
expresar respeto y reconocimiento en el cierre de la correspondencia, por ej.: “Veuillez agréer, (Madame)
(Monsieur) l´expression de mes sentiments distingués”. (N. de la T.).
3
A partir de aquí, el texto pone de relieve una especificidad de la lengua francesa, donde la palabra “tiempo” se
escribe siempre en plural, temps; ése es, además, el empleo más habitual del término. La diferencia entre el
plural y el singular queda marcada por el artículo que antecede, “le” o “les”. En los casos en que esta
particularidad se presta a confusión en el desarrollo que sigue, optamos por dejar el término en francés y aportar,
cuando lo consideramos necesario, la expresión que le corresponde en castellano. (N. de la T.).
11
peut plus prendre son temps). Se trata de algo que uno puede decir así: par les temps qui courent, on
n´a plus le temps de prendre son temps (hoy en día, uno ya no tiene tiempo de acordarse tiempo).
Es un problema para el psicoanálisis, porque en el psicoanálisis es preciso acordarse su tiempo. Es
preciso tomarse el tiempo de ir, eventualmente de esperar en la sala antes de ser recibido, es preciso
acordarse el tiempo de la sesión, el tiempo para volver de ella y además, como dice Lacan, para que
todo eso tenga una culminación, il faut le temps (hace falta tiempo).
Y hoy en día, ¿tenemos tiempo? Allí se sitúa justamente el elemento que parece antiguo en el
psicoanálisis. En el fondo, se trata del tiempo de la pausa al que me refería hace un rato. El análisis
es una suerte de jubilación, ustedes entran en jubilación anticipada. Bajan del tren, se quedan en la
sala de espera y los trenes pasan.
Hay entonces, al fin de cuentas, una parte de la población, no de la población en general, sino de la
población sospechosa que puebla los ministerios, los organismos oficiales, toda una población
parasitaria, integrante de un ambiente cada vez más corrupto, a la que le debemos esas campañas,
etc., una parte especial de la población.
Sé muy bien que mis afirmaciones cobran así un aspecto algo populista; es una inclinación que tengo,
lo reconozco, efectivamente resulta un tanto populista. Para mí, esos altos funcionarios que
planificaron esta campaña, esos que no declararán jamás su conflicto de intereses porque viajan
financiados por los laboratorios, etc., todos ellos para mí son de lo peor, para mí la escoria son ellos.
Al lado de ellos, el lumpenproletariado, como se decía, es de oro; yo lo frecuenté en mayo del `68 y
en comparación con ellos, estos tipos trajeados, que me toca frecuentar... Bueno...
Entonces, para esta población, estamos durando demasiado tiempo. ¿Qué estamos haciendo todavía
aquí? ¿Todavía hay tantos? ¿Y allí dentro gritan tanto todavía? Para ellos, pertenecemos al s. XIX.
Los psicoanalistas no tienen su lugar en la civilización que ellos nos dibujan.
En cuanto a Baudelaire, sí, era él quien hablaba de la dictadura del tiempo, de la brutal dictadura del
tiempo. Y lo hacía precisamente en el momento en que se imponía el tiempo de la Revolución
Industrial. Porque desde cierto punto de vista, la Revolución Francesa sólo corresponde al registro de
la merliture4. La revolución y aquello que la acompañó, la revolución que contó, esto es, la Revolución
Industrial, ocurrió en Inglaterra. Evidentemente, todo el mundo quedó fascinado con la Revolución
Francesa, incluso Hegel –¡en fin, Hegel!–, quien parece haber ordenado su “Historia de la
fenomenología del espíritu” en función de la historia francesa. Pero si miramos con atención, la
Revolución Industrial está allí muy presente, justamente bajo la forma del utilitarismo, una de las
llaves –y allí reside una de mis viejas obsesiones– de la historia moderna y contemporánea.
Baudelaire habla de la brutal dictadura del tiempo en el momento en que la producción se apodera de
los comandos de la civilización y, de golpe, la civilización se vuelve mucho menos civilizada, algo que
todo el mundo remarcó.
Talleyrand decía: quien no haya conocido el Antiguo Régimen no sabe lo que es la alegría de vivir. No
lo cito textualmente, pero en fin, él se refería a los últimos años del s. XVIII, antes de la Revolución
Francesa, como a un tiempo en el que la felicidad de vivir había alcanzado su punto culminante. Sin
duda esto era así para un sector de la población, pero no es seguro, porque cuando uno lee a Rétif de
la Bretonne, el pueblo humilde, del que aporta en todo caso una descripción quizá lisonjera, ese

4
– No encontramos el equivalente de este término en castellano. (Orig.: pág. 10, 2da. col., último párr.) (N. de la
T.).
12
pueblo disfrutaba de la vida sin preocupaciones, de una tranquilidad que en todo caso todo el mundo
sintió perdida cuando llegaron los buenos apóstoles de la Revolución Industrial y de eso que se daba
en llamar la disciplina de la fábrica, disciplina que supone ser puntual, trabajar en el lugar asignado y
no discutir.
Marx supo describir ese pasaje de un modo de producción manufacturero, artesanal, a las
modalidades de producción en las fábricas, con la disciplina que de allí se desprende y determina que
todos llevemos un reloj de bolsillo en la muñeca, porque vivimos tomándolo como referencia. Yo no
consigo prescindir de él, pero respeto mucho a la gente que logra pasear por la vida sin ese reloj.
Y allí, a partir del momento en que la producción tomó el comando de la civilización, digamos que
verdaderamente el sujeto vino a quedar más en relación con el objeto del deseo, del goce, con el
plus–de–goce que supone una cierta indiferenciación del objeto, que implica una numeración del
objeto, donde la pregunta es: ¿cuánto?
No es una pregunta que se le plantee al Dante; para él, se trata de una, de la única, no es algo que se
cuente. Por el contrario, observen el número de actividades humanas donde la pregunta ¿cuánto?
tiene un lugar central. Escribo: ¿cuántas consagran ustedes entre ellas?
Gracias a mi actividad de periodista, alguien me enviaba un testimonio acerca de lo que hoy significa
escribir para un joven escritor, escribir en presencia de la cifra de ventas que a uno le refriegan por la
nariz en permanencia, testimonio que enumeraba las obras famosas de la literatura francesa de las
que se habían vendido cuatrocientos ejemplares, supuestamente antes de ser reconocidas como
tales.
Hablo entonces de una producción basada en el goce, caracterizada por la indiferenciación del objeto,
su numeración y que conlleva, en consecuencia, una manera de gozar cuyo aspecto es el de la
adicción. Esto fue subrayado por mis colegas. En efecto, hoy se tiende a ver el conjunto de las
conductas repetitivas del ser humano según el modo aditivo5. Por ejemplo, yo me drogo con Lacan,
¿por qué no? Es una manera de considerar la relación con el objeto.
Hace un momento hablaba de crímenes, de criminología. Fíjense bien, hacia el final de los años `70
apareció la expresión –y lo que aparece en la lengua tiene siempre valor, incluso si se puede decir
que no data de hoy– serial killer, asesino serial. Se trata de algo que no había sido inventado antes,
aun cuando los hubiere, no se había inventado el asesino serial.
Fue Landrú quien despertó en mí el interés al respecto. Respecto del propio Landrú, resulta difícil
decirse que hoy se lo llamaría asesino serial. Para nosotros, se trata de un personaje familiar, del
viejo conocido de las familias; hay films donde aparece como un personaje encantador; Truffaut lo
mostró bajo el perfil de Charles Denner, un enamorado de las mujeres –al comienzo del film se ven
piernas de mujeres. Landrú las mata, pero es un detalle. Landrú es un delicado, antes las beneficia;
fíjense cuando es Charlie Chaplin quien lo ilustra, también es un aficionado delicado y maravilloso.
Así, a partir de Landrú yo reconstituí el serial killer, ustedes apreciarán así y todo la diferencia.
Por un lado, los crímenes detallados por un autor que aprecié mucho en mi juventud y a partir de
quien aprendí inglés, la inglesa Agatha Christie. Si bien ya conocía el idioma, lo aprendí
verdaderamente, despegué con él viviendo en Londres cuando tenía catorce años; tenía libros de
literatura y después compré obras de A. Christie; me importaba saber cómo terminaban las historias y
5
– Entendemos que en este pasaje JAM hace jugar, valiéndose de un equívoco en la ortografía, el término
francés addition (suma, agregado) y el inglés addict, addition, que en su significado incluye, además de ser
aficionado a..., la narcodependencia. (N. de la T.).
13
entonces leía y aprendía, absorbía mucho inglés de esa manera. En A. Christie, un asesinato es un
asunto de familia. Uno mata, en general, a la gente que uno conoce. Hay algunos pícaros
malhechores que matan a otros que no conocen, para disimular el asesinato de la persona que
cuenta para la prensa, ABC contra Poirot, por ejemplo.
En fin, por lo común, uno mata a gente de su familia, al vecino o la vecina, gente que uno aprecia,
familiares. Y por otra parte, es mucho más meritorio porque uno puede resultar sospechoso; no es lo
mismo que matar al azar y emprender la fuga, eso a A. Christie no le interesa, en todo caso es
material para la novela negra. Lo que sí le importa a A. Christie es el pequeño círculo, la gente que
juega su partida de bridge y después, en un momento dado, hay uno de ellos que rueda por el piso;
se trata de saber cuál de los compañeros de juego es el autor del asunto.
Por lo demás, entre esas partidas hay una, la murder party, el juego de la muerte, donde la condición
de víctima y de asesino responde al sorteo de unos papelitos. ¿No lo conocen? Pues bien, los
jugadores se reúnen y están esos papelitos, en uno es cuestión de víctima y en el otro de asesino. En
un momento dado, ocurre el crimen y los demás deben descubrir quién es el autor. Las partidas se
juegan en casas de campo.
Cuando se trata del serial killer, ¿quién mata a quién? Se mata al vecino que conoce el secreto que
uno guarda, al chantajista, uno mata a su mujer para partir con su amante –o bien al marido, para
partir con el amante–, uno mata a su padre para heredar. Pero el serial killer no conoce a nadie; tiene
una silueta en la pupila, a la manera de Bundy, para quien se inventó esa expresión, serial killer. La
silueta que Bundy tenía era la de una mujer joven, menor de veinticinco años, blanca, de cabellos
largos, por lo general estudiante. Comenzó a matar a los catorce años y fue atrapado cuando tenía
unos treinta y cinco; había alcanzado a matar hasta entonces entre treinta y cuarenta mujeres –cito
de memoria, lo escribí, lo verifiqué.
Es decir, no se trata del detalle, no es el escenario del Dante y Beatrice; se trata del Dante y Beatrice
una, dos, tres, cuatro, cinco veces, etc. Y no me detengo a considerar lo que le hacía a sus víctimas,
ya que matarlas no bastaba; además las enterraba, después las desenterraba, les maquillaba el
rostro o les cortaba la cabeza –creo que era una cosa o la otra, no está claro– y después, con los
cadáveres, incluso en estado de putrefacción, se libraba a lo que debe ser considerado así y todo
como relaciones sexuales; es una manera rápida de consignarlo pero en fin, no contamos con el
detalle científico del asunto. Allí tenemos a Ted Bundy, el serial killer.
Y allí tenemos una relación con el objeto caracterizada por la indiferencia del objeto; excepción hecha
de algunos rasgos de la silueta, lo que cuenta es la serie, se trata de algo del registro aditivo.
Entonces, así presentado, me parece algo moderno, si bien hay cosas mucho más entretenidas. Hoy
en día, aunque seguramente siempre han existido, es en la actualidad que se ponen más en
evidencia lo que por mi parte llamaría serial lover, los amantes en serie, la amante en serie.
Llegó hasta mi consultorio una dama que analicé en los años ´90. Por entonces, ella mantenía con su
marido una relación verdaderamente lujuriosa; esta señora se mostraba celosa como una fiera, en
tanto que el pobre marido, verdaderamente, no parecía ser de los que dirigen su mirada a otras
mujeres; ella le guardaba una gran fidelidad y le hacía escenas espantosas apenas el desdichado
alcanzaba a decir una palabra. Quiso que entrevistase a su marido y lo hice; tenía el aspecto de ser
de lo mejor, un diplomático con toda la dignidad de su condición, que había elegido a esta histérica
por cierto provocadora... Bueno, dejemos eso ahí.

14
Ella vino a consulta durante varios años, en tanto el marido durante ese lapso residía en París, lo cual
producía un cierto efecto que por mi parte registré, pero no en todos sus alcances; así fue que en un
momento dado esta señora partió siguiendo a su diplomático; después volvió y desde hace un año la
recibo nuevamente cuando ella pasa por París. Entre tanto, me había tenido sólo de vez en cuando al
corriente de dónde se encontraba; en otras ocasiones, si bien se proponía pasar por París, esto no
ocurría.
Cuando la vuelvo a ver ahora, la encuentro serena, prudente y le digo que la veo muy cambiada. Ella
me responde: “Se lo debo a Ud.”. La felicito y agrega: “Ud. recuerda hasta qué punto estaba apegada
a mi marido... Pues bien, ya no estoy más casada, vivo sola, tengo una hermosa casa –por lo demás,
quizás Ud. la conozca un día”. “Sí, por qué no” –le digo, y le pregunto–: “¿La soledad no le pesa?”.
Me responde: “No, escribo mucho, publico, estoy ocupada y además, tengo un amante”. Y sigue el
diálogo: “Bien, ¿qué ocurre con ese amante?”. “Bueno, no me acuesto con él, pero hago todo el resto
en su compañía”. “¿Ah sí? ¿Todo el resto?”. “Sí, leemos, salimos, él viene a cenar todas las noches
porque su mujer le da muy mal de comer”. “¡Ah! Bueno”. “Y además, como es escritor, estudio
literatura con él”. “¿Él soporta esa abstinencia?”. “Bueno, yo no lo excito, no soy un objeto sexual para
él”. “Pero entonces, ¿por qué Ud. habla de amante?”. “Porque yo soy celosa, no soporto que mire a
las otras mujeres”. “Ah, bueno”. “Ud. sabe, además él no tiene nada; yo le doy cien euros por mes
para sus gastos”. “¿Es su gigolo?”. “¡Cómo me puede decir eso!”. “¿Es su gigolo intelectual?”.
“Bueno, si Ud. quiere...”. “Y entonces, esa relación, de una manera u otra bastante extraña, ¿le llena
la vida?”. “¡Ah, no! Hay otro”. “¿Ah, sí? ¿Hay un segundo?”. “Sí, este otro es rico, muy rico, es un
hombre político importante. Entonces, para él sí soy su objeto, es muy posesivo, por lo demás está
muy celoso del escritor. Es muy rico pero no me da nada; me hizo hace poco un regalo, no valía
nada. Y soy yo la que quiere”. “En el fondo, Ud. tiene de un lado el esclavo y del otro lado el amo”.
Ella se ríe y agrega: “¡Ah, sí! Es un amo, me controla bastante, pero felizmente no conoce a mi
amante”. “¿Al escritor?”. “No, al tercero” (risas).
Le pregunto entonces: “¿Y quién es?”. “Un proxeneta” (risas).
“Ud. sabe, es verdaderamente el más amable de todos –continúa ella–; no se imagina lo bueno y
generoso que es; me lleva a todas partes, me hace regalos, me dice que yo los tengo muy merecidos
y que merezco todavía más. Y además es muy hermoso, en la cama me hace disfrutar de los
orgasmos más completos...”.
Bueno, sigue la descripción del proxeneta de oro, etc. y le digo: “Sí, las chicas trabajan para él”. “Sí,
pero él se deja hacer trampa; ellas trabajan en un departamento de él, le pagan un alquiler, pero
siempre le digo que no ceda, que no se deje manejar...” (risas).
Le digo entonces: “Aquí ya me está pareciendo que lleva una vida muy ocupada”. Y me responde:
“Pues sí, no me queda mucho tiempo que digamos para el cuarto...” (risas).
“¡Ah! ¿Tiene un cuarto?”. “Sí, el cuarto tiene quince años menos que yo. Usted sabe, mi marido se fue
al mediodía y a las seis de la tarde encontré a este otro...”.
Y sigue la descripción, muy interesante por otra parte. Como ven, no hablo a menudo de mis casos,
pero cuando lo hago...
Le digo entonces: “Bueno, yo la conocí muy ligada a su marido, quizás excesivamente y ahora la
reencuentro con cuatro amantes”. Y me responde: “¿Está sorprendido? Todo el mundo vive así en
Nueva York, en Buenos aires, por cierto en París, pero Ud. no lo sabe porque se queda en su

15
escritorio”. “Sí –le digo–, es cierto, sin duda, no lo sé”. “¡Ah!” –continua ella– “Sí, no cabe duda, ¡usted
es de verdad un caso!” Bueno, de acuerdo, en el fondo yo lo soy. Y le pregunto: “¿Usted permite así y
todo que cuente su caso una vez?”. “¡Sin duda!” –me responde. Le aclaro entonces: “No podría decir
su nombre, ¿qué nombre quiere que le asigne?”.
Y su respuesta fue: “Anna O.” (risas).
En fin, no creo por mi parte que se trate de algo tan difundido como ella dice, esta cuestión de andar
haciendo juegos malabares con cuatro amantes... Por lo demás, esta paciente me explicó también
que para ella los hombres eran como plantas y que ella tenía la mano verde (risas).
Su casa está cubierta de plantas y para ella los hombres son plantas salvajes con las cuales ella
sabía cómo arreglárselas. Por ejemplo, el joven que no trabajaba, era una suerte de hippie cuando lo
encontró. Él quería ser padre, pero no llegaba a conseguirlo porque su mujer no lo enganchaba lo
suficiente. Mi paciente me dice al respecto: “Pues bien, yo lo formé, pudo acostarse con su mujer,
pudo hacerle dos hijos y ahora es un contratista en la industria de la construcción y gana mucha plata.
Ahí tiene lo que hago con esos hombres, son plantas que hago crecer”.
En el fondo, no es sin duda algo nuevo, pero así y todo, constituye –¿cómo decirlo?– un sigo de los
tiempos que corren, donde encontramos, al lado de los serial killer, los serial lover.
No llegué siquiera a la asociación de ideas que les iba a dejar para continuar la semana próxima –y
cuando ustedes aportan una asociación de ideas es evidentemente irrefutable, es algo que les hace
pensar en...–, mi asociación es la siguiente: en los tiempos que corren, me decía yo, el desierto
crece.
Esta frase, el desierto crece, es una frase de Nietzsche, comentada por Heidegger en un libro que
tuvo mucha importancia para mí, titulado “¿Qué significa pensar?”. Un libro en el que además –de
esto me di cuenta cuando lo retomé esta mañana–, Heidegger incluyó la dedicatoria: “A mi fiel
compañera”. Ahora bien, se acaba de publicar recientemente la correspondencia entre Heidegger y su
mujer; las Éditions du Seuil me hicieron llegar un ejemplar que todavía no tuve tiempo de leer, pero el
agregado de prensa me dijo: “¡Usted no sabe! Elfried, la esposa de Heidegger, le fue infiel. El
segundo hijo de Heidegger no es de él”. Yo quedé estupefacto y esta misma mañana veo esa
dedicatoria, ¡“A mi fiel compañera”! Entonces, no sé qué significa “pensar”, pero en todo caso esto da
qué pensar...
De modo que contaba darle continuidad a esta introducción partiendo de esa frase, el desierto crece.
Entiendo que es el desierto de la cuantificación, de la devastación, de eso que Heidegger designa
muy bien como desolación6 y escribe entonces –les citaré como quiera que sea este pasaje antes de
despedirme hasta la próxima–: “La desolación de la Tierra, que se corresponde con el más alto
standing alcanzado en la vida del hombre y asimismo con la organización de un estado de bienestar
uniforme para todos los hombres”.
Pues bien, nos encontramos justamente en la época en que se desarrolla la ciencia del bienestar,
promovida además por un extraordinario Lord inglés, Lord Layard, a propósito de quien ustedes
tendrán la ocasión de leer en mi diario un estudio realizado por Pierre–Gilles Guéguen y otro por Éric
Laurent.

6
– El término francés desolación reenvía, por un lado, a ruina, destrucción, devastación, daños causados por el
hombre con violencia y rapidez, que afectan una gran extensión; por otro, a aflicción extrema. (N. de la T.).
16
Estamos en la época en la cual, en efecto, la cuantificación se adueña de todos los aspectos de la
existencia y esto hace resonar / razonar en nosotros la obra de este autor tan apreciado por Lacan, T.
S. Elliot, quien apenas despuntado el s. XX, poco después de terminada la Primera Guerra Mundial,
había escrito y publicado ese poema sorprendente –y que sigue siéndolo–, “The Waste Land” (“La
Tierra Yerma”), la tierra asolada, elegido por Lacan para terminar su “Discurso de Roma”.
Pues bien, allí estamos, en los tiempos que corren estamos en la tierra asolada y tenemos que
vérnosla con quienes Nietzsche llama “los últimos hombres”. Allí se inscribe la campaña Accoyer, la
anti–campaña depresión, que se prolonga en una campaña contra la cuantificación total; es nuestro
combate contra los últimos hombres.
De toda evidencia, se trata de un fenómeno de civilización. ¿Estamos en combate con un fenómeno
de civilización? Como quiera que sea, la época de Freud fue la del diagnóstico, aquél del “malestar en
la cultura”, apuntando que algo no marchaba bien. La de Lacan fue la de los impasses en la
civilización, donde todo aquello que en Freud estaba todavía confuso, difuso, se fue afilando y en los
tiempos de Lacan despejó sus líneas decisivas.
Pues bien, lo que se espera de nosotros hoy no es el diagnóstico, no es por allí que pasa la acción
lacaniana. El discurso de la cuantificación, hoy, de manera perfectamente explícita, busca apropiarse
las emociones, la campaña depresión no es otra cosa. Consiste en adueñarse de los secretos, de lo
más profundo del ser de la tristeza y recubrir esta emoción íntima con una base (Cf. química,
matemática) repugnante. Procura también integrar por completo los fenómenos del registro subjetivo
en los formularios de investigación. Así es como la cuantificación avanza hoy hacia el Campo
Freudiano.
Es teniendo como fondo este panorama de nuestra civilización que tracé rápidamente, que se
producen los acontecimientos a los cuales vamos a asistir o en los que vamos a participar en las
próximas semanas.
El profesor Huntington hizo que hablásemos mucho de las civilizaciones; dije por mi parte que los
choques de civilizaciones son choques de maneras de gozar, pero hay también una guerra civil en la
civilización occidental. Una guerra civil entre maneras de gozar.
Pues bien, esta es la guerra civil que con total civilidad, nosotros llevamos adelante y no lo hacemos
por razones accidentales, circunstanciales, azarosas, sino por razones que tienen como fundamento
la estructura y la historia del discurso analítico; es en función de ellas que partimos en campaña.
Hasta la semana próxima.

Fin de la Primera Sesión del Curso JAM 2007-2008 - 14.11.07

Segunda sesión del Curso 2007-2008


Miércoles 21 de noviembre de 2007
II

17
Me decía que en el fondo, en lugar de dictar este Curso, tendría que hacerme entrevistar
(interviewer).
Hasta hace poco no me gustaba este término inglés, intervew. Ahora ya me habitué, ¡es cuestión de
interview! Hay algo que va rápido en la interlocución. Así, un interview introduce en el discurso lo que
falta en un Curso, a saber, un elemento azaroso, aleatorio; lo introduce en el discurso en presencia de
una persona que les plantea preguntas. Se trata de un elemento que los fuerza a hablar, a un tiempo
que los autoriza a hacerlo.
Evidentemente, la presencia masiva y colectiva de ustedes juega ese rol, pero a mi entender ustedes
no están de buen humor; cuando me miran, lo hacen con una mirada impersonal, algo que es por
completo diferente cuando se trata de una gentil entrevistadora.
Está en juego el discurso del profesor. Alguien, una joven filósofa, me hacía reproches, considerando
que yo le pedía interesarse en obras de una erudición puntillosa; le respondí que por mi parte adoro la
erudición puntillosa. En la nota que me hizo llegar, esta joven consideraba esa erudición no sólo
puntillosa, sino además “apartada del mundo”. Pero eso es, precisamente, lo que por mi parte adoro.
Yo me consagro a los demonios de la actualidad y después, lo que distiende mi órgano pensante, las
neuronas, mi cerebro, son las obras que dan muestra de una erudición puntillosa con la que no tengo
nada que ver. Precisamente porque están apartadas del mundo –aunque por lo demás no estén tan
apartadas como parecen.
La semana última compré una obra titulada “El poder y los medios de comunicación en el Imperio
Romano”. Se trata de significantes de la actualidad proyectados por los historiadores hacia esa
época; estoy convencido de que es preciso que lea esa obra para guiarme en los asuntos de hoy.
Como quiera que sea, esta joven filósofa que me hacía reproches, decía consagrar tiempo a
escucharme –quizás incluso forme parte de mi audiencia aquí, no puedo saberlo– y agregaba “No es
eso lo que aprendí escuchándolo”.
Pero pese a mis esfuerzos, mi discurso es aquí el de un profesor y el profesor siempre es pro–fessée
(está a favor del chirlo), da un chirlo y reduce a silencio al otro; se trata de un modo de enunciación
que tiene sus leyes.
A menudo, por supuesto, uno ofrece una pequeña válvula (soupape)7 de seguridad. Después de
haber jugado durante una hora y media el rol de Papa, uno abre una escotilla para que los sub–papas
puedan abrir un poco la boca, para distender. Es algo que no me gusta, no consigo pasar del discurso
pro–fessée a un discurso acariciante.
A diferencia de esto, hay en el interview una intersubjetividad que me atrapa, me doy cuenta ahora
que me hago entrevistar; durante treinta años no ocurrió, sucede ahora y evidentemente tiendo a
modelarme en función del otro, del entrevistador. Pero ocurre otro tanto cuando soy yo quien hace las
entrevistas, algo que también está sucediendo en la actualidad.
Por ejemplo, entrevisté a este artista llamado Orlan, cuyo rostro tricéfalo figura en un afiche que vi
adornando la entrada de este Curso. Lo entrevisté a lo largo de tres horas la tarde de este último
domingo, en casa; se trata de una persona absolutamente encantadora, extremadamente dinámica,
que se modificó a sí misma recurriendo a diversos implantes. La cuestión me inspiraba. De toda

7
– Del antiguo francés, sous–pape: golpe bajo el mentón. (N. de la T.).
18
evidencia, yo no podía hacerme implantes, pero como presencié su manera de maquillarse para la
foto, le pedí –con la intención de sentirme más a gusto para entrevistarlo– que me dibuje un pequeño
punto en la frente; según mi parecer nos comunicaríamos mejor así, con una mayor empatía.
Es todo lo contrario de lo que ocurre en el psicoanálisis, por supuesto, aun cuando mi excelente
colega Widlöcher, el querido Widlöcher, piense por su parte que la base del funcionamiento del
psicoanálisis es la empatía. Como lacaniano ortodoxo, no lo creo; sí lo es en el interview, en cambio –
y me resultaba entonces muy entretenido. En el fondo, en mi escritorio analizo y en mi salón
empatizo.
Era tanto más divertido –y comienzo por aquí puesto que es algo que justamente me hizo pensar–, en
la medida en que se trataba de un diario que no leo, llamado Charlie Hebdo, publicación que me
había delegado una free–lance, como se dice, una amazona. Puedo decir su nombre, ya que muy
probablemente va a figurar en el diario; se trata de una rubiecita de ojos azules, llamada Hélène
Fresnel y que resulta ser sobrina bisnieta de Augustin Fresnel, el físico. Todo un encuentro, como
quiera que sea.
Y si bien se apellida Fresnel, no me frenó en absoluto sino que por el contrario, me invitó a soltar mis
frenos y así fue como le hablé a lo largo de dos horas y media, casi sin parar. Ella prometió darme
una copia de la grabación y por otra parte, me dije que en lugar de dar mi Curso, podría poner en
marcha un aparato que nos permitiese escuchar esa entrevista juntos, ya que sin duda ustedes
encontrarán en el diario –que no estaba en el kiosco esta mañana, cuando pasé por allí– sólo una
pequeña píldora de ese interview.
De haber sido entrevistado, supongamos, por un estudiante del Departamento de Psicoanálisis, que
procuraría mantener la seriedad, el asunto no hubiese funcionado. Mi entrevistadora, en cambio, no
buscaba ser seria; por ejemplo, en un momento dado, suelto como afirmación “la realidad es una
buena chica” y H. Fresnel me pregunta entonces qué es “una buena chica” y me tocó así pensar una
respuesta a la cuestión. Y justamente lo habitual es que no sean las buenas chicas las que hacen
pensar, sino las malas. En esa ocasión, sobre la marcha, debí responder que una buena chica es
aquélla que se deja hacer, pero se deja hacer sólo aquello que le gusta. Creo que se trata de una
excelente definición al respecto.
Por otro lado, me quedé pensando en el modo según el cual la entrevistadora me presentaría en el
periódico y que ella amablemente me dio a conocer. Les voy a leer la frase: filósofo, psicoanalista,
egresado de la Escuela Normal Superior, ex– alumno de Althusser, Jacques–Alain Miller es, a la edad
de sesenta y tres años, el guardián del templo de los escritos de Jacques Lacan... (risas), con cuya
hija Judith se casó.
Le pregunté si acaso no se podía cambiar un poco esa presentación (risas). Y le indico: “Que me
casé con la hija de Lacan, Judith, es indiscutible, pero ¿soy yo el guardián del templo? A mi entender,
esa afirmación no refleja lo que soy”. Ella me responde: “¡Pero sí, por el contrario! Qué puedo hacer
yo al respecto...”. Le digo: “Ud. está empeñada en decir que tengo sesenta y tres años” (risas) –en
efecto, estaba decidida a hacerlo– y agrego: “Ud. indica mi condición de ex– alumno de Althusser y no
niego que así sea, pero si quiere conocer mi opinión, le diré que hoy me considero sobre todo alumno
de Canguilhem, ante quien presenté mi tesis, después de haber asistido a su Seminario en el Instituto
de Historia de las Ciencias, en la Rue du Four; en segundo término, me sitúo como alumno de
Foucault, con quien realicé algunas exploraciones en las bibliotecas y por fin, en tercer lugar,

19
frecuenté mucho a Derrida, a partir del momento en que di con él en una pequeña sala de la Sorbona
en 1962; recién en cuarto lugar, en efecto, ubicaría a Althusser”.
Fresnel tiene su propia idea al respecto, no sé de dónde la saca, de modo que en esa presentación
soy ex–alumno de Althusser. Y allí figuro antes como filósofo que como psicoanalista. ¿Uds. creen
que es justo? Pues bien, es la idea que ella tiene y por consiguiente soy filósofo (coma),
psicoanalista.
Llegado a este punto me dije: de acuerdo, sí, por otra parte estoy empezando, voy a ocuparme de
filosofía. Es cierto que mis referencias más familiares son filosóficas y que he leído mucho más de
filosofía que de psicoanálisis. Lacan, por su parte, consideraba el psicoanálisis como propalado por
una literatura... (Hamid trae el periódico Charlie Hebdo)
Ah, sí, muy amable. Está indicado aquí: “Propósitos recogidos por Hélène Fresnel”. ¡Ah! Recurrieron
para ilustrar la entrevista a un dibujante que aprecio mucho. Alguien en una oficina está hablando por
teléfono y dice: “¡Hola! ¿La policía? ¡Uno de mis colegas pretende no ser depresivo...!” (risas). Por lo
visto, se trata de algo que está en vías de instalarse en la opinión. Y hay otro dibujo más. Allí hay
alguien de un color un poco verdoso, extendido en un diván; el psicoanalista le pregunta: “¿Y cuándo
comenzaron sus problemas?”. La respuesta es: “Cuando leí la campaña publicitaria sobre la
depresión” (risas)
Leemos entonces la presentación: “Filósofo, psicoanalista,...”–¡Ah! Retiró lo de “guardián del templo”
(risas)“, es el responsable de la publicación de los Seminarios de Lacan”. Allí está entonces, se trata
de esto. Lo voy a leer, gracias Hamid, ¿fue Ud. quien lo ubicó? Fue Agnès Aflalo, claro. Gracias,
Agnès, gracias Hamid.
Este año estaba dispuesto así a consagrarme a la filosofía, al menos para comenzar; Lacan, por su
parte, consideraba la literatura psicoanalítica como una literatura delirante.
Yo leí a los clásicos de la literatura analítica e incluso en cierta época debí hacer algunas
investigaciones. Cuando empecé, en los comienzos de los años `70, asistí a algunos seminarios
donde, en efecto, consultaba los grandes artículos clásicos que, por lo demás, nunca fueron reunidos
–es todavía algo que podría hacer. Entre esos grandes artículos clásicos y sólidos de la tradición
analítica, al menos en francés, algunos los traduje o los hice traducir y llegué a publicar un cierto
número en “Ornicar?”. Pero en fin, desde un punto de vista cuantitativo, leí mucho menos de
psicoanálisis que de filosofía y de historia de las ciencias.
Aclarado esto, no creo que uno pueda ser lacaniano y filósofo, porque Lacan pensó –y lo formuló por
escrito– que hay un error de base en la filosofía. Podremos volver sobre la cuestión este año.
Para Lacan, la filosofía es un discurso que tiene consistencia y sostuvo que hay en ella un error de
base, sin llegar quizás a explicitarlo del todo. Podremos este año acercarnos a la cuestión y hacer el
intento de enunciar con tanta precisión como sea posible cuál es ese error en la base de la filosofía.
En todo caso, definirse como lacaniano y filósofo implica, a mi entender, una contradicción en los
términos, aun cuando hay quienes profesionalmente reúnan esas dos condiciones; definirse como
lacanianos tiende a inclinarlos hacia otra pendiente.
Esto no impide que el enunciado de Nietzsche que recordé la última vez, subrayado por Heidegger en
su libro “¿Qué significa pensar?”, enunciado según el cual el desierto crece, me haya acompañado,
como me di cuenta, a partir del momento en que lo leí. Y si la frase de Sollers, “Todo va cada vez

20
mejor en el peor de los mundos posibles”8 me gustó tanto, es en la medida en que constituye un eco,
una versión irónicamente leibniziana de la frase de Nietzsche.
El Curso de Heidegger donde figura esa frase data del comienzo de los años `50, fue publicado en
francés –me ocupé de verificarlo– en 1959 y creo haberlo leído en el año `62, `63, época en la que,
efectivamente, ingresé a la Escuela Normal Superior, donde tuve más tiempo libre que durante la
preparación de mi bachillerato, aun cuando durante los primeros seis meses mi ritmo haya seguido
siendo el habitual. Los tres últimos meses antes de pasar el concurso, en efecto, uno empieza a sentir
cierta presión que no favorece el pensamiento independiente.
De modo que se trata de algo que se reporta a una época muy lejana; no hago el cálculo porque se
pondría en evidencia que tengo sesenta y tres años. Pero en fin, tener los tengo. Es lo que me dicen y
los tengo en el calendario. No los tengo en mi cabeza, no voy a dejarme sugestionar por unas cifras,
me opongo al fanatismo de la cifra (risas)
Por otra parte, se trata de algo que ya enuncié en presencia del Dr. Lacan. Justamente, como es
sabido, me casé con su hija. Hablábamos de la edad en una ocasión, estábamos en familia, sentados
a la mesa y dije: “¡En mi cabeza, yo tengo siempre diecisiete años!”. Una vez que lancé esto, cada
uno, hasta el propio Lacan, dijo cuál era la edad que se acordaba a sí mismo en su cabeza. ¿Quieren
saber cuál era la edad que el Dr. Lacan se asignaba a sí mismo? Él dijo: “En lo que a mí respecta,
siempre tengo cinco años”.
Y es muy cierto, era muy cierto. Es justo el momento antes del Edipo o, en todo caso, justo antes de
la declinación del Edipo, cuando se instala el así llamado Superyo interdictor. Cuando el Dr. Lacan
quería algo, lo quería enseguida y echaba pestes para obtenerlo.
Ahora me resulta más fácil que antes contar anécdotas acerca del Dr. Lacan. Me pregunté cuál podía
ser la razón y me dije, cuando me di por enterado de mis sesenta y tres años, que esa era la edad
exacta que tenía el Dr. Lacan cuando lo encontré, el 15 de enero de 1964; lo vi subir entonces a la
tribuna de la sala Dusan de la Escuela Normal, para pronunciar esa lección a la que más tarde di por
título “La excomunicación”. Él andaba entonces por los sesenta y tres.
Ver esa cifra me dejó sorprendido porque me dije: tengo la misma edad que él tenía cuando lo conocí
y ante mis dieciocho años de entonces tomó el perfil de alguien venerable. Mi meditación acerca de
ese colapso temporal no había terminado aún cuando llegó el momento del interview, del que tuve
una versión el sábado por la noche. Sólo a partir de entonces me hice a mis sesenta y tres años, de
modo que todavía queda resto para andar.
Desde 1962 me di cuenta del peso que cobraba para mí ese poema en escala reducida que se
enuncia en términos de “El desierto crece” y es, al mismo tiempo, un poema y un diagnóstico de la
época: avanzamos hacia la desertificación. Si queremos evaluar cuantitativamente este enunciado,
diremos que se trata de una afirmación romántica, fuerte y solemne; de emplear un lenguaje marxista
o sindicalista, diré que es esto lo que nos permite hoy la unidad de acción con los humanistas. El
hombre contra la cifra. Es oportunista y pragmático de nuestra parte, porque en lo que respecta al
hombre, si no hemos afinado nuestro pensamiento después de haber pasado por Lacan, nada podrá
lograrlo.

8
– Paráfrasis, con inversión de sentido, de la expresión francesa “Tout va pour le mieux dans le meilleur des
mondes”, que traduciríamos como “Todo va cada vez mejor en el mejor de los mundos posibles”. (N. de la T.).
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Así y todo, hay ambigüedades útiles y nos encontramos en esta ocasión con una que evidentemente
lo es; podemos entonces comprender y admitir el sentido profundo de esa fuerte y solemne
afirmación humanista, dentro de ciertos límites que corresponderá precisar.
De modo que incluso no es sólo “El desierto crece” lo que me marcó, como se dice, sino esa obra de
Heidegger y la noción, el sentimiento, la conducción que define en lo que respecta al pensamiento.
Como ustedes se imaginarán fácilmente, se trata de una cuestión que tenía para mí un peso especial,
propio del que cobra para el sujeto que situamos como obsesivo.
El pensamiento supone una experiencia de la consistencia, de la inercia, del retorno de las ideas.
Para un sujeto obsesivo, no se trata de estrellas fugaces ni de algo que responda a una naturaleza
plástica, sino que se presenta con una densidad especial. Y es con ese material de construcción del
sujeto obsesivo que se hacen a la vez aquellos que designamos como pensadores y por otra parte los
burócratas; se trata de una cierta raza de personas. Cuando no hay nada para combatir esto, el
resultado no es muy intersubjetivo; estamos en el registro del sujeto obsesivo quien, a diferencia del
histérico, si se deja llevar por su inclinación, más que intersubjetivo es intrasubjetivo.
Como ustedes saben, en cuanto a la neurosis Freud precisa que el núcleo en ese terreno lo
constituye, de una manera u otra, la histeria. Por mi parte, tuve la suerte de disponer de un cierto
quantum de histeria, si puedo decir así, que me apliqué a aumentar con el correr del tiempo; es la
razón por la que puedo conversar con la periodista free–lance de igual a igual –en fin, eso es lo que
espero.
Me alegro que hayan retirado eso de “guardián del templo”, realmente me alivia...
Entonces, ¿Qué significa pensar? Se trata de una pregunta filosófica pero que tiene, evidentemente,
un amplio eco en la clínica. Me dirijo en este momento a todos los obsesivos que me escuchan.
A propósito de esto –y ya que me ocupo de filosofía–, me autoricé a cumplir más que nunca el rol de
profesor. Hay algo que es preciso leer si uno hace estudios de filosofía –yo sé que hay quienes se
consagran a eso aquí–, se trata de algo muy simple, muy construido, a partir de lo cual pueden
verdaderamente elaborar disertaciones hasta el nivel de la tesis o el concurso de profesor, aun
cuando su aprobación dependa del jurado.
Cuando me tocó a mí pasar ese concurso, creía haber estudiado bien el perfil del jurado para
acordarme a él y ubicarme de manera tal que les resultase conveniente. No los estudié tan bien como
creía haberlo hecho y me confié demasiado en ellos; llegado el momento de pasar el concurso,
cuando en la llamada “gran lección” corresponde abordar cuidadosamente en una hora el sujeto que
a uno le llevó siete preparar, lo cual resulta demasiado largo, fue el tema de la jerarquía el que obtuve
por sorteo.
Para jugarla de astuto, en lugar de explayarme en evidencias, las liquidé en un cuarto de hora –las
cuestiones referidas a la jerarquía en Platón y patatín, patatán– y le consagré media hora a “la
jerarquía de los tipos” según la concibe Bertrand Russell. Estaba sumamente orgulloso de mí y
Derrida, a quien le llegaron ecos del parecer del jurado –puesto que él era uno de sus integrantes–,
Derrida que era al mismo tiempo un gran filósofo y un auxiliar de cátedra que permanecía atento a los
alumnos, me llamó por teléfono; le pregunté entonces si había conseguido lucirme ante el jurado. “No
tanto” –me respondió– “porque no sabían de qué se trataba” (risas)
Fíjense que yo no sé de dónde lo había sacado. Es cierto que en esa época –hoy debe ser diferente–,
la lógica matemática, aun en el caso de un tópico trivial como la teoría de los tipos, era algo que

22
aparentemente excedía al jurado. Fue sin duda necesaria toda la buena voluntad de alguien que me
apreciaba como Canguilhem, para que yo obtenga con honores ese concurso de filosofía.
No les puedo decir entonces que les voy a aconsejar algo conveniente desde la perspectiva de ese
jurado, estudiar el perfil de ese jurado, pero se trata de un trozo extremadamente sólido y, en el fondo,
muy lacaniano. Lo voy a citar de memoria porque se perdió en mi biblioteca; es cuestión del capítulo
de la tesis de Deleuze, titulada “Diferencia y repetición”; si mi recuerdo es bueno, fue publicada en las
PUF; debe constar de cuatro o cinco capítulos y uno de ellos, “La imagen del pensamiento” es
extraordinario; toma entre otras referencias esa obra de Heidegger, “¿Qué significa pensar?”.
Deleuze no apreciaba a Heidegger; hizo de él una sátira de la que ya les hablaré este año, que es
para morirse de risa. Pero este trabajo data de una época en la que Deleuze todavía no se había
largado y hace en él un comentario muy pertinente del planteo formulado por Heidegger en “¿Qué
significa pensar?” Recomiendo ese pasaje a todos los filósofos aspirantes.
Si recuerdo bien, Deleuze opone allí dos imágenes del pensamiento; para hacerlo, avanza
procediendo según un planteo antitético de profesor, pero muy eficaz. Por un lado, tenemos la imagen
contemplativa del pensamiento –la llamo así, verificaremos cómo figura en el texto–; es una imagen
serena, a situar en el registro del reconocimiento. Uno reconoce lo que hay –aquí encontramos a
Sócrates, ¡buenos días, Sócrates! Reconocimos a Sócrates, está allí, en el mundo, ustedes tienen la
imagen mental de él y en todo caso pueden decir: ¡Es Sócrates!
Sócrates responde: So I am –en fin, lo dice en griego y ese es el pensamiento tranquilo, el
pensamiento en tanto duplica la realidad, se une a ella; el ideal de ese pensamiento –para decirlo en
inglés, to fit– es el de amoldarse a las formas, es algo hecho a medida. Debe haber más de una
versión de este pensamiento; se trata asimismo de aquél constituido por enlaces, por
encadenamientos, no por desencadenamientos; ustedes tienen un pensamiento y después, en toda
lógica, pasan al siguiente y cuando llegaron a él, pasan al subsiguiente, de modo que se trata de algo
que se encadena bien, no hay dispersión ni contradicción, es un pensamiento en el cual proceden por
deducción.
De modo que en este tipo de pensamiento, ya sea que se lo considere como un duplicado, como un
encadenamiento deductivo o bien articulatorio, un pensamiento sucede al otro y ustedes buscan
aquél que los reúne y permite articularlos. Todo marchará bien entonces entre A y B: B, ¿Está Ud. de
acuerdo para permanecer con A? Sí, señor C. Y ya está.
La otra alternativa es la del registro dialéctico. Yo tenía un profesor en el bachillerato que era uno de
los alumnos preferidos de Alain; este profesor, Maurice Savin, es quien tomó a su cuidado la edición
de los “Propósitos de Alain” en La Pléiade. No sabía estrictamente nada de filosofía, pero conocía
bien la obra de Alain y entonces, cuando debía explicar a Hegel era para morirse de risa. El día que
intentó hacerlo, se ubicó en el fondo de la clase y dijo: “Soy la tesis” (haciendo la mímica); después
corrió hacia su escritorio y a continuación (debe ser de ahí que me viene este juego) planteó: “La
antítesis” y por fin exclamó “¡La síntesis!” (con la mímica), así... (risas)
Fue algo que me quedó, en fin. Si Uds. quieren, esto también se ubica en la imagen Nº 1 del
pensamiento. De modo que siguiendo una u otra perspectiva, se trata de la idea del orden en los
pensamientos. Es preciso reconocer que existe todo un aspecto de nuestra actividad que conduce a
poner orden en los pensamientos. Incluso cuando debo editar el Seminario de Lacan o el periódico
del mes próximo, me ocupo de mirar, de cuidar el orden, por ej., en las frases y es así que las

23
desplazo para que el conjunto se enlace, se deslice mejor, en fin. Todo lo cual constituye una
dimensión que tiene su consistencia, consistencia que procuro se les haga presente a ustedes.
Y por otra parte, está aquello que Deleuze sitúa en contraposición a esto y reunió en este paréntesis
que pongo de relieve, ya que no lo pensé con suficiente anticipación como para situarlo a título de
referencia en el texto. De modo que lo consigno de memoria. No se trata de un ejemplo aportado por
Deleuze, sino de la noción trabajada por él.
Hay además, si la memoria no me falla, otra cosa a situar en el registro del forzamiento, de la
activación (forçage), es decir: hay cosas que fuerzan a pensar. Deleuze las encuentra, por ej., en
Platón. Así, en un momento dado ustedes encuentran la paradoja y no saben cómo arreglárselas, no
saben qué pensar y eso mismo los fuerza a pensar, precisamente porque allí tropiezan. En ese punto
ya no se trata más de imágenes de orden, de conciliación, de recognición –Deleuze no dice
reconocimiento, sino recognición en lo que hace a ese “¡Buenos días, Sócrates!”–; por lo demás,
tampoco recurre al nombre de Sócrates, sino al de un personaje que proviene de uno de los episodios
en Platón, donde justamente figura un “¡Buenos días!” dirigido a alguien que no es designado por su
nombre.
En esa recognición se reconoce la Cosa, en tanto del otro lado se trata justamente de algo que no se
parece a nada, algo que se presenta y uno no puede reconocer y juega por consiguiente el rol de
causa en el sentido de Lacan, causa del pensamiento. Por este motivo considero que la construcción
de Deleuze –y no es ésta la única que integra su tesis– se ubica en la prolongación de lo planteado
por Lacan. Cuando nos ocupemos de la historia de las ideas en ese período, nos daremos cuenta,
además, de que son más de uno los herederos de Lacan; no se trata de guardianes del templo; en
esta categoría no hay más de uno e incluso ahora ya no hay ninguno.
Por ejemplo, el libro de Roland Barthes –¡ah, sí, también fui alumno de Barthes, fue algo que contó
mucho para mí!– acerca de la fotografía, donde plantea la oposición entre el punctum y un segundo
término, esta oposición proviene directamente de aquélla entre el ojo y la mirada formulada por Lacan
en el Seminario XI, es evidente.
También pienso que corresponde situar ese capítulo de Deleuze, a mi entender maravilloso, como
una prolongación, una aplicación, una proyección de Lacan en un ordenamiento, una taxonomía de
las teorías filosóficas del pensamiento.
En segundo lugar, Deleuze sitúa lo que funciona, en el fondo, como causa. Para esa época, Lacan no
había desplegado ampliamente ese término de causa, de lo que funciona como causa, petit a del
pensamiento, siempre ligado a un tropiezo, a un desgarrón de la imagen contemplativa, de la imagen
serena del pensamiento.
Heidegger también contó mucho para mí, incluso me refrenó mucho. Heidegger no habla sólo del ser,
sino además de la edición y de la prensa. En su obra “Caminos que no conducen a ninguna parte” –
título en francés de los Holzwege, señala algo que en su momento me había marcado mucho. Ya en
el título de ese trabajo nos topamos con esa vertiente de Heidegger que tiene algo de payaso, de
soldado zuavo en él. Por mi parte, nunca creí en esos caminos, en tanto Deleuze se burla de ellos y
lo hace de una manera muy divertida. Se trata del ambiente propio del mundo de Heidegger.
Ese mundo no es el de los aeropuertos internacionales, no es el jet–set. Heidegger es el camino
abierto en el bosque zuavo; una vez que el leñador lo abrió, en un momento dado se detiene y vuelve
a su casa, donde encuentra a su buena señora doméstica, “mi fiel compañera”, como se expresa

24
Heidegger –no tan fiel, según las últimas noticias, salvo que no se fue, como lo hizo Cecilia–; en todo
caso no se trata del camino que conduce a alguna parte, la autorruta moderna, ese “queremos llegar
a algún lado”.
Por el contrario, el camino que cuenta verdaderamente es el que no conduce a ninguna parte, pero
según el cual uno abre su propia ruta, diferente de la autorruta; no se trata de senderos asfaltados,
etc., sino de aquellos donde uno siente que el día se termina, registra el peso de la fatiga; siguiendo
su trazado, uno no vuelve para mirar una emisión imbécil en la televisión o los chistes de Gérard
Miller. ¿Qué hace uno al caer la tarde en esta concepción? Supongo que el paisano zuavo se toma
algún traguito –pero de esto Heidegger no dice nada–, mira la puesta del sol y se dice –¿qué podría
decirse?– ¿acaso se pregunta si el sol aparecerá mañana? El paisano dice: lo que es, es. Se trata de
toda una atmósfera.
Una vez dicho esto, Heidegger, muy pícaro, en el momento de avanzar sus planteos acerca de
Descartes, había así y todo aislado en los Holzwege un proyecto, un programa; plantea entonces que
el Cogito ergo sum establecería datos fundamentales de nuestro desierto, ya que es Descartes quien
formuló que era cuestión de volverse amo y señor de la naturaleza... –tenemos a la vista el resultado.
Se trata de un programa de dominación de la naturaleza por el registro simbólico; evidentemente es
un programa de tala, de prelevamientos abusivos, de destrucción y cuyos subproductos son los
movimientos ecologistas, de protección del entorno –por ej. Los Verdes–; la idea principal de los
ambientalistas es organizar embotellamientos en las calles de París para que la gente se asquee de
servirse del auto –es decir, se sirven de métodos comportamentalistas. Los Verdes son
comportamentalistas, esto fue lo que planteé en la entrevista que me hicieron para Charlie Hebdo,
pero creo que no lo conservaron.
Retomo lo que venía diciendo. En el capítulo de los Holzwege donde Heidegger muestra cómo el
desierto contemporáneo ya aparece ordenado, pregonado por el Cogito cartesiano, incluye una
pequeña nota al pasar, que por entonces me había causado una gran impresión; dice allí que en el
fondo, actualmente ya no hay siquiera autor –lo dice en los años `50, con bastante anticipación–; está
viendo lo que se produce, podría haberlo dicho incluso antes de la guerra, pero estamos de acuerdo,
tiene durante la guerra un pequeño momento de ausencia, no vio lo que se estaba produciendo en
sus propias narices, pero esto, por otra parte –sabrán disculparme– no le quita en absoluto
pertinencia a su diagnóstico. Se nos recomienda todos los días leer à Heidegger, por supuesto en
nombre de las peores razones; pero sería preciso leerlo en tanto constituye una crítica acerba de
aquello que nosotros mismos criticamos, esto es, del mundo de la cuantificación.
En ese pequeño pasaje al que me estoy refiriendo, Heidegger afirma que ya no hay autores; el
proceso de la escritura y de la publicación viene a quedar comandado ahora por el editor. Es él quien
comanda textos, libros, arma colecciones, las completa y es así como nos encontramos ya en un
mundo sin verdadero autor.
Esto me pareció muy pertinente y en lo que a mí respecta, me frenó por completo ante lo que yo
sentía como talento para el oficio de editor. Por mi parte, siempre tuve más ideas de las que llegaba a
realizar. Evidentemente, habría podido encargar muchas obras a otros y estimularlos para que las
realicen, pero esta frase de Heidegger siempre fue para mí una suerte de barrera moral; me doy
cuenta de esto en el momento en que la atravieso, de una manera u otra, puesto que voy a
convertirme al menos durante un tiempo en director de colección, director de diario y me veré

25
entonces conducido –como ya es el caso– a comandar textos. Lo hago porque es preciso hacerlo en
la situación dada y sé de qué me estoy haciendo partícipe así.
Con respecto al periodismo, precisamente en “¿Qué significa pensar?”, Heidegger critica la revista
ilustrada, justamente lo que estoy publicando. Cuando critica las grandes concepciones precipitadas,
donde uno compara a la ligera las civilizaciones, dice que la revista ilustrada es la imagen matriz de
donde procede sin declararlo el estilo pre–digerido que es en la actualidad el del entrometido
histórico–universal. Por mi parte, rápidamente puse en marcha “Le Nouvel Âne”, precisamente una
revista ilustrada, que es preciso admitir viene a quedar muy exactamente caracterizada si se la refiere
a ese entrometido histórico–universal. Ese es exactamente mi proyecto.
¿Cómo llegué hasta allí, cómo llegué a darle al lacanismo una salida bajo la forma de la revista
ilustrada? Me formulé seriamente la pregusta. Cuando actúo, no me planteo ninguna, estoy en lo que
hago. Cuando preparo este Curso o cuando divago en torno a él, sí me las planteo: ¿Qué estoy
haciendo?; ¿Por qué estoy haciendo esto? ¿Por qué mi acción considera que es bueno hacerlo, es
bueno que convoque bastante gente para que me acompañe en ella?
Creo que, en el fondo, tengo la respuesta a esos por qué. Ocurre que Heidegger no es mi único
maestro, también está Hegel, quien lo fue además para Lacan. Y quiero –siempre quise– que la
enseñanza, esto es, el pensamiento de Lacan pese, tenga peso en eso que Hegel designaba con un
término que también es freudiano, el de Wirklichkeit, la realidad efectiva.
Hay pensamientos que uno acaricia, los hay que uno guarda para sí, para sí y para su analista
cuando uno está en análisis y es honesto –lo cual no es siempre el caso.
En determinada ocasión me entero que cierto analisante se cuidó mucho, durante tres años,
obedeciendo el pedido de sus amigos, de decirme algo que habría podido sin duda provocarme pena,
un pequeño secreto grupal que era preciso dejar de lado.
Esto introduce en un análisis un daño por descuido. Sin duda soy yo el responsable de que este
analisante haya podido pensar que la pasión institucional era tan fuerte en mí, que de disponer de esa
información confidencial habría intervenido par aplastar ese proyecto. ¡Fantasmagoría!
Pero en fin, normalmente están los pensamientos que uno guarda para sí y que uno comparte con su
analista. Se debe compartir todo con el analista... (risas). En fin, uno comparte con él una parte de la
propia fortuna… (risas) y una parte de su vida; en el registro del pensamiento uno debe compartir
todo.
Incluso cuando el analista no está presente, uno lo comparte; el analista es un espectro. Está
presente en los pensamientos del analisante, ya sea que piense en él o no, el analista está allí.
Aquello que se les ocurre puede ser dicho, será dicho y es la razón por la cual cuando uno es analista
siente así y todo una suerte de intrusión, esa enorme voz que se deja oír en Francia bajo la forma de
“Ud. está triste, Ud. está así, se trata de una enfermedad”. Nos damos bien cuenta que se trata de
una competencia, que allí todos los medios del Estado –ya sea que el Estado esté al tanto o no–
están puestos al servicio de una voz que se insinúa en las profundidades, en los recovecos del
pensamiento, para indicarles: “¡Es preciso que interpretes esto como una enfermedad!”
Entonces, claro está, el analista se siente incómodo, queda restringido en presencia de este vozarrón.
No hay razones para soportar esto; uno simplemente tomó la iniciativa de desfondar (défoncer) el
puesto de comando, algo que corresponde a la legítima defensa (défense) de la esfera privada, una
legítima defensa psicoanalítica y a la vez defensa del ciudadano.

26
Recientemente, cuando me dispuse a dialogar en Milán con algunos colegas, almorcé con alguien en
un restaurante de la galería Víctor Emanuel, cerca de la catedral, galería conocida por cuantos han
pasado por esa ciudad. En esa ocasión hablaba en francés con la persona italiana que estaba
conmigo y una señora ubicada en la mesa vecina, ubicándonos como extranjeros se dirigió a nosotros
en inglés; se trataba de una americana que se devanaba los sesos intentando saber cuánto tenía que
dejar como propina.
Se inició entonces una conversación con esta señora, que resultó ser –no invento nada– una
abogada estadounidense, de Washington. Le dije: “¡Ah, por cierto ustedes, en los Estados Unidos, sí
que tienen abogados!” Y pasando de una cosa a otra, le dije que yo era psicoanalista, en ese
momento muy ocupado con la campaña depresión que recién comenzaba en Francia, pero que, por
supuesto, era conocida en los Estados Unidos desde 1991. Y esta señora me responde entonces:
“¡Ni me hable! Es una verdadera ofensa respecto de la privacy”. Agregó después que en su condición
de abogada, consideraba que se constituía allí toda una zona que no calificaría de ausencia de
derecho, pero donde sí resultan atacados los derechos de la privacy.
Así, cuando hablo de desfondar, romper el puesto de comando, me estoy refiriendo a la defensa de
esa privacidad a la que nos consagramos. Tenemos buena suerte, créase o no; evidentemente allí
nuestra voz es mucho más débil. Consideremos justamente este ejemplo de un suceso público
considerable, obtenido a partir de una posición mucho más débil que la nuestra, la del cognitivismo.
Ahora la gente se imagina que Le Nouvel Âne se ocupa sólo de la campaña depresión. Recibo
actualmente artículos de personas que han sido un poco lentas al comienzo y me envían en este
momento textos acerca de la depresión. Pero no vamos a apasionarnos con la depresión
indefinidamente, resulta deprimente. Vamos a continuar con el tema por la vía de la investigación
científica; haremos un gran coloquio, el 26 y 27 de enero próximos, que llevará por título “Déprime,
dépression” (abatimiento, depresión)9. Estoy esperando para el viernes una última confirmación para
indicarles el lugar. Vamos a publicar las actas de ese coloquio con textos suplementarios, de modo
que resulta muy legítimo escribirlos. Ya tengo el acuerdo del presidente de las Éditions du Seuil para
que aparezcan en la Colección Campo Freudiano, pero en nuestro órgano de combate y defensa que
es ese Nouvel Âne, la cuestión no tiene permitido estacionar.
El cognitivismo es muy tentador, es increíble el lugar que ocupa; se ha convertido para los poderes
públicos e incluso para el común de la gente en una versión muy difundida, una Vulgata. Cuando
nosotros atacamos los excesos del recurso a la farmacología, sus primeros aliados son los
cognitivistas. Cogn–itivistas (cogner = golpear), han manejado el arte de golpear.
Ya que estaba evocando hoy el año `62, diré que por mi parte tomé contacto con la psicología en la
Sorbona, en los comienzos de los años `60. Por entonces, la Sorbona era la Universidad de París, no
se había multiplicado y diversificado tal como la encontramos hoy; en fin, ¡era la verdadera Sorbona!
En esa verdadera Sorbona, la psicología era una disciplina despreciada, pasaba rozando la pared;
era un divertículo de la filosofía. Había logrado autonomizarse como disciplina, pero se consideraba
como bastardeados a los filósofos que se orientaban hacia ella, habían entrado en un compromiso.
Quizás ustedes recuerden el artículo histórico de Georges Canghilem acerca de la psicología; cuando
edité por entonces los Cahiers pour l´analyse, fue lo primero que republiqué; había ex–alumnos suyos

9
– El término “déprime” corresponde al francés coloquial. Entendemos que en ese mismo registro, reenvía al de
“bajón”, con el que solemos indicar entre nosotros los estados de desaliento. (N. de la T.).
27
entre quienes sostenían los nuevos laboratorios de psicología y Canghilem avanzaba en ese trabajo
con la ametralladora que había ganado en la Resistencia. Lacan leyó ese artículo en los Cahiers... y
le consagró un comentario elogioso, donde evoca el desliz sensacional entre el Panteón y la
Prefectura de Policía. Pueden encontrar ese texto en los Escritos.
Por mi parte debo decir que justamente el hecho de que fuese despreciada, buena para..., eso es
precisamente lo que me interesó. No veía cuál era el fundamento de esas jerarquías y encontraba el
asunto más vale divertido. Me ocupé sobre todo de psicología social, que me resultaba muy
entretenida –un autor como Moreno, por ejemplo. De modo que si bien yo no compartía ese
desprecio, ese era el estatuto de la disciplina, estoy refiriendo algo objetivo.
Después se produjo una rehabilitación sensacional. Esta psicología miserable, en andrajos, en
absoluto presentable ni susceptible de ser recibida en los salones de la filosofía... ¡No, Ud. no, fuera
de aquí! Imagínense algo de lo que tienen visto producirse en los restaurantes elegantes y que
muestran a menudo los filmes americanos, como por ejemplo aquellos donde lo echan a Charlie
Chaplin. Esta psicología así considerada, se transforma hacia el final de los años `60, al comienzo de
los `70, y se convierte en algo de última moda; vuelve con un perfil de dandy y afirma: no sólo somos
una disciplina científica, sino además una disciplina dura. Si en otros tiempos fuimos una ciencia
blanda, ahora formamos parte de la ciencia dura, damas y caballeros. ¿Y con quiénes mantenemos
buenas relaciones? ¡¿Ah, los filósofos?! Mantenemos buenas relaciones con los neuro–cientificistas,
con los químicos, los biólogos, los físicos.
No estoy inventando nada; no sé si tendré tiempo de hablarles en detalle de la cuestión, pero no
estoy inventando nada.
Aquí estamos en presencia de mi psicología. A la manera de Cenicienta, estaba consagrada a hacer
la limpieza, encontró a su príncipe valiente –que por mi parte no identifiqué en absoluto– y se convirtió
en princesa. Y ahora no escuchamos hablar sino de ella.
¡Los cognitivistas, verdaderamente! Dotada de un increíble atrevimiento, de un aplomo de todos los
diablos, esta mujerzuela –hay que reconocerlo– sedujo a los poderes públicos. ¡Poderes públicos!
Adoro esta expresión, pero es preciso aquí ser nominalista. Cuando a ustedes les lanzan un
significante así, grande como un dirigible, es preciso utilizar la Navaja de Occam. Se trata de una
abstracción, ¿qué hay por debajo de ella?
En general, debajo de ella hay tal o cual burócrata, detrás del escritorio N320 y además, otros
semejantes distribuidos así, un poco por todos lados, cada uno provisto de su secretaria, su
ordenador, buscando a veces en qué ocuparse. Cuando ven llegar a una linda muchacha de ese tipo,
vestida de última moda, que les dice: enseguida vas a ver cómo voy a revelarte las leyes del espíritu y
gracias a eso, vos y todos tus compatriotas van a andar mucho mejor, pues bien, allí aprovechan de
inmediato la ocasión.
La psicología ha seducido metódicamente a los Poderes públicos. ¿Dónde estábamos nosotros entre
tanto? Todavía me lo pregunto. Por lo menos sé exactamente desde cuándo me lo estoy
preguntando: a partir de la tarde del jueves último; llevé entonces adelante un interview de tres horas
con el biólogo Jean–Didier Vincent, cuyo libro “Viaje extraordinario al centro del cerebro” acaba de ser
editado. Entre paréntesis, se trata antes que nada de un viaje extraordinario al centro de su cerebro,
viaje que ofrece por cierto mucha distracción, uno no se aburre siquiera un segundo, es sin duda algo
especial.

28
Lo introduce con reflexiones acerca del inconsciente y de Freud; comienza explicando su viaje a
Viena, amorosamente acompañado, y cuenta uno de sus sueños. Se le pueden reprochar varias
cosas al autor, pero en todo caso no se considera obligado a enarbolar los signos convenidos de la
cientificidad. Se trata de alguien que además, al pasar, habla del genio de Freud y de Lacan, si bien lo
hace para que uno no vaya a buscarle camorra.
Algo extraordinario es que hacia el final, le dije que antes de la publicación le iba a mostrar qué forma
le había dado a sus declaraciones; su respuesta fue: “No, deme la sorpresa”. Puesto que él largó
algunas bombas, es preciso que yo mida exactamente qué podrá soportar como sorpresa sobre la
base de sus planteos.
En fin, J.-D. Vincent dice que a sus colegas les falta imaginación. Más exactamente, plantea esta
pregunta: ¿por qué ustedes, los analistas, no intervinieron cuando el cognitivismo empezó a crecer
del modo en que lo hizo, por qué no dijeron lo que podían decir? –por mi parte, en la época yo no era
analista, no tengo nada que reprocharme. Sartre tampoco lo dijo y Foucault no lo dijo bastante.
Me dije que no estaba equivocado, que habíamos tomado la cuestión un poco en broma. Incluso yo lo
hice, cuando interrogué, cuando hicimos en Ornicar? un interview colectivo a Jean–Pierre Changeux,
que no es cognitivista sino biólogo, pero poco más tarde favoreció el triunfo del cognitivismo Hicimos
este interview porque Éric Laurent conocía alguien que trabajaba en el equipo de Changeux y esto le
dio la idea de invitarlo. Fue lo que hicimos; fuimos varios quienes lo entrevistamos y por mi parte le
acerqué el texto definitivo a Changeux hasta su laboratorio del Instituto Pasteur. Todo esto ocurrió en
el ´84 o en el ´85.
A Changeux todo le pareció muy bien y le dije cuál era el título que yo había pensado para el texto,
para saber si él daba su acuerdo: “El hombre neuronal”. Changeux lo encontró lindo. Después, la
editora Odile Jacob lo leyó en Ornicar? y conforme al proceso heideggereano, le encomendó a
Changeux un libro con ese título, libro que llegó a ser un best–seller histórico. Por lo demás, con
mucha gentileza Changeux menciona que fui yo el inventor del título y aparentemente me guardó
simpatía durante cierto tiempo, de modo que cuando se preparaba a dar una conferencia y
necesitaba un sparring partner que le hiciese objeciones, me invitaba a que cumpliese esa función.
Armamos un dúo según esa modalidad en la Fundación Saint–Simon, donde los intelectuales tenían
ocasión de encontrar a los grandes nombres del mundo de los negocios. Sólo participé porque se
trataba de Changeux; después me hicieron llegar como retribución por esa tarde un cheque de una
suma importante y vean Uds. cómo soy: no lo cobré porque no quería tocar dinero que proviniese de
esa fuente.
Pero en cuanto a Vincent, cuando yo le reprochaba que no se hubiese opuesto de manera más
terminante al cognitivismo, él me preguntó qué había hecho por mi parte y agregó: “Fue Ud. quien
lanzó a Changeux”. Y así fue. Hubo algo allí que no alcancé a ver, por cierto; retuvo mi atención el
hecho de encontrar muy simpático a Changeux –lo cual sigue siendo así. El comentario de J.-D.
Vincent al respecto apuntó a señalarme que si lo apreciaba de ese modo, era porque yo lo había
lanzado. Le dije entonces: “Sí, debe ser algo en el estilo de ″El viaje de Monsieur Perrichon″. Como se
podrán imaginar, hacía referencia al hecho que Monsieur Perrichon no ama a quien lo salvó, sino a
aquél para quien él mismo es un salvador. La hija de M. Perrichon tiene dos pretendientes; uno de
ellos piensa conquistarla salvando de un mal paso a M. Perrichon, mientras el otro, más astuto, se

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mete en aprietos, es M. Perrichon quien lo salva y así, cada vez que lo ve, M. Perrichon se siente un
héroe.
Si ustedes quieren, estoy muy decidido a que esto no vuelva a empezar con ese Nouvel Âne,
emprendimiento donde el lacanismo viene a quedar comprometido y respecto del cual puedo decir
que aporto muchas cosas; quedan comprometidas conmigo unas ochenta personas, según mi cuenta,
nada más que para producirlo en el curso de la segunda etapa por venir.
Es preciso que no vuelva a ocurrir. Tenemos una voz, podemos hacernos oír y como dice Nietzsche –
como dice Zarathustra–, lo que más mata verdaderamente, no es la ira (l´ire) sino la risa (le rire). Y
nosotros podemos matarlos a carcajadas (à coups de rire). Vamos a intentarlo.
Vamos a intentar considerar que el congnitivismo, tal como lo conocimos a fines del s. XX y
comienzos del s. XXI, se detiene allí. No basta golpear sobre la mesa, estoy de acuerdo, pero es algo
que ayuda a fijar las ideas, a despejar que no hay nada inevitable, que los cognitivistas debutaron en
un estado de miseria, se compraron prendas nuevas y es una doctrina de impostura.
Felizmente, la escuela de J.-D. Vincent dice esto mismo. Tanto él como un profesor del Colegio de
Francia, llamado Prochiantz y un tercero de apellido Schwartz –J.-D. Vincent alude al trío con el
nombre de los tres cangaceiros–, dijeron eso; fueron vencidos, J.-D. Vincent terminó por decírmelo,
hacia el final; me confirmó que habían sufrido una derrota, pero que la guerra no había terminado,
sino que apenas comenzaba.
Los cognitivistas lograron arrancarle al Estado miles de millones de euros para construir una usina a
gas, llamada Neuro Spin. Cuando oí hablar de ella, hace ya dos años, a partir de un artículo en una
revista leída en el tren o en el avión –ya no recuerdo bien–, me provocó risa. Estaba por entonces en
Toulouse, creo, y en esa ocasión compartí mi hilaridad al respecto con toda una sala.
Vamos a ver cuáles son las áreas del cerebro que se encienden cuando ocurre esto o aquello y esto
dará resultados formidables, porque sabremos determinar exactamente cuáles son los colores que es
preciso darle al paquete de jabón en polvo, para que uno tenga todavía más ganas de comprarlo. Así
es como esta escrito en ese proyecto Neuro Spin. Y al mismo tiempo, les prometen que a partir de
esos resultados podrán establecerse las leyes del pensamiento.
Bueno, recobremos nuestra calma. Se trata de una captura vía el imaginario. Están fascinados
porque, en efecto, se accede a imágenes que hasta el momento no se habían visto nunca. Ocurrió
otro tanto cuando se empezaron a ver tubos paseándose por el esófago y en el interior del estómago;
se percibían paisajes extraordinarios, que eran mostrados por televisión. Son los Viajes
Extraordinarios, es Julio Verne.
En este caso se trata, efectivamente, de un viaje extraordinario por el cerebro, donde uno ve
neuronas que se encienden... ¡Oh! Es algo nunca visto antes... Bueno, ¿y con eso qué?
Francamente, después de haber investido miles de millones en el asunto, ¿dónde están los
resultados prácticos? ¡No hay ninguno!
Los psicoanalistas, decíamos, no jugaron el papel que les tocaba en aquel momento, de acuerdo;
tampoco lo hicieron los filósofos. Pues bien, lo juegan ahora, apelando a los medios propios de la
época. Pero así y todo, no basta con hacer un coloquio aquí o allá, no basta con tomar la iniciativa de
una publicación erudita, ni aun cuando alcance una tirada de cinco mil o diez mil ejemplares. Es
preciso acceder a los medios de comunicación masiva, porque de no ser así, no se accede al
Wirklichkeit, así son las cosas.

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Cuando los Poderes Públicos y la ciencia estaban en manos de un grupo selecto, sin duda no
pasaban por los medios de comunicación masiva. E incluso no siempre era así. Lean a Balzac y
fíjense hasta qué punto la lectura del diario guarda en ese contexto su importancia. Hoy, en efecto, se
gobierna con los ojos fijos allí.
Tuve la ocasión, una vez en mi vida, de almorzar en el Palacio de Gobierno con Michel Rocard,
Primer Ministro. Él explicaba –el pobre– que no tenía tiempo de gobernar porque era preciso que
anduviese corriendo de un alerta en los medios a otra. Así, es imposible hacer nada –decía. Ahí
tienen, decía la verdad, tal como lo enunciaba su slogan. Pero en fin, desdichadamente, la verdad es
boluda. Eso era la política.
Es preciso entonces entrar allí, en los medios, si uno quiere que el pensamiento no se evapore, si se
pretende que sea una fuerza material. Y esto era algo a lo que no se le asignaba importancia en los
tiempos del marxismo un poco mecánico, cuando uno creía que la producción eran los obreros y nada
más. Pues bien, no es así, la organización del trabajo, del pensamiento según el cual se organiza el
trabajo, es también un factor de la producción. Debieron haberle enseñado eso a los alumnos de
Althusser –y fue precisamente la realidad quien se los enseñó.
El pensamiento corresponde al registro simbólico y es la razón por la cual los reenvío al comienzo del
texto de Lacan titulado “Televisión”, donde encontrarán aquella indicación según la cual es preciso no
confundir el pensamiento y el alma.
La definición que Lacan da del alma es aristotélica; la sitúa como el doble del cuerpo, la forma del
cuerpo y francamente, no hay una sola palabra en el último libre de Jean–Didier Vincent que supere
esto.
Lo que encuentra con su viaje extraordinario al centro del cerebro es, entre comillas, “el alma como
forma del cuerpo”, planteo que pasa por secuencias y circuitos, hipotálamo y otros elementos de los
que no disponía Aristóteles, pero que se ubican en el mismo marco conceptual. Es la razón por la
cual, además, le resulta tan dificultoso situar el sexo, precisamente porque el sexo es un asunto de
alma y de cuerpo, en el sentido aristotélico.
Entonces J.-D. Vincent dice: pero en fin, así y todo Freud exagera, no existe sólo el deseo sexual,
también está el de comer... encuentra todo eso en su depósito. ¿Por qué habría de ser cuestión sólo
del deseo sexual? Y en efecto, a nivel del cerebro, hay otros puntos donde algo se enciende. Como al
mismo tiempo reconoce que el sistema del deseo sexual se mantiene aparte, le hice notar que él
mismo lo situaba así y entonces él especificó: un poco aparte, de acuerdo, es él quien sabe, no yo.
Pero si bien por un lado J.-D. Vincent señala que no existe únicamente el deseo sexual, él mismo se
pregunta en su libro cómo puede ser entonces que sólo pensemos en eso (risas). No tuve tiempo de
retomar esto con él, pero voy a decirle que la gente no piensa en absoluto en eso, que es él quien no
hace más que pensar en eso, pero la gente ¡piensa en un montón de otras cosas!
Habría intentado de esa manera explicarle que, justamente, el sexo no está conectado sólo con el
alma, con el aloma-cuerpo, sino además con el pensamiento. Esto es lo que encontramos en el
psicoanálisis, su conexión con el registro simbólico. Y por consiguiente esto no produce sino un cierto
tipo de perturbaciones especiales; son ellas las que determinan que, en efecto, cuando él va a Viena
en amorosa compañía, como se complace en hacernos saber, pues bien, hace determinado tipo de
sueños. Por lo demás, él lo sabe. En el sueño aparece el nombre de su compañera, que él designa
con una A mayúscula. Y me dice que designarla así, con esa inicial, no es un guiño dirigido a los

31
analistas. Le respondí que sí lo era y entonces lo admitió. Agregó que además, hay una buena
cantidad de esos guiños en su libro. ¡Qué simpático! ¡Ya no podíamos separarnos!
Ese “Viaje extraordinario al centro del cerebro” es por supuesto extraordinario, desde ya que
encontramos en él cosas maravillosas; pero es especialmente extraordinario en función de todo lo
que no encontramos a lo largo de su recorrido. ¿Cómo podríamos encontrar la relación sexual, si no
existe? ¡De modo que no es posible hacer un viaje extraordinario al centro de la relación sexual!
La frase de“Televisión” que resultará capital para aportarles claridad al respecto es aquélla que
afirma: el pensamiento es disarmónico respecto del alma. Esa es la otra función que desorganiza las
funciones del alma-cuerpo.
Es la razón por la cual, pese a todo, J.-D. Vincent no consigue verdaderamente, ni siquiera en su
sistema, inscribir bien el deseo sexual al lado de los circuitos hipotalámicos del deseo de comer; se
trata de algo que no funciona en ese mismo nivel del hipotálamo, podemos orientarnos en ese
sentido, se trata de algo que no funciona de la misma manera.
Si consideramos ahora lo referido al pensamiento, en Lacan el pensamiento se inscribe en el registro
del significante. En este punto, tomemos en serio el término del que se sirve Lacan para dar cuenta
del significante, incluso para dar cuenta del signo como tal, a saber, la cifra. Término que tiene tantas
más razones de retenernos cuando hemos partido en campaña contra la cifra.
Como se hace la hora en que voy a tener que interrumpir este Curso por hoy, en pleno vuelo –al
menos cuando a uno lo entrevistan, uno puede hablar durante dos horas y media, eso era lo que por
mi parte prefería–, los reenvío a ese texto de Lacan titulado “Introducción a la edición alemana de los
Escritos”. Fíjense un poco cómo lo designa Lacan, según figura en la pág. 553 de los “Otros Escritos”.
No es un detalle. J.-D. Vincent, que no sabe cómo hacer para vender su libro, lo titula “Viaje
extraordinario al centro del cerebro”; Lacan, por su parte, habla de “Introducción a la edición alemana
de los Escritos”, fíjense la diferencia de estilo.
Los títulos de Lacan, a partir de cierta época, son incomprensibles. En fin, ¿son tan incomprensibles?;
son áridos, verdaderamente no son para nada seductores. Va a la radio y da por título a su trabajo:
“Radiofonía”; va a la televisión y lo llama “Televisión”. Como fui yo quien lo entrevistó en esa ocasión,
ya había obtenido que ese texto no fuese enterrado en su revista Scilicet, que sólo compraban los
integrantes de un medio restringido; logré hacer de él un libro por separado, ubiqué una linda imagen
en la tapa y le pregunté por el título. Lo primero que surgió fue “Televisión”. ¿Cómo quiere que se
llame? –insistí.
No abogo por lo que encontré en aquel momento, ahora debe ser una fábrica de muebles la que lleva
ese nombre: “El arte de vivir” (risas). Por entonces no existía y era algo que me tenía muy ocupado,
esta cuestión de encontrar el arte de vivir. Lacan me dijo que estaba de acuerdo y después, a la
mañana del día siguiente me llama por teléfono: «No, quedémonos con “Televisión”».
La cuestión me hace pensar en esas lindas chicas que se afean, en la medida en que se trata de
textos muy atrayentes y Lacan, de un modo por cierto antipático, les asignaba títulos que no tenían
nada de sexy. Ustedes recordarán quizás el personaje de Lamiel, en Stendhal, el modo en que los
muchachos le corren detrás y ella se pone en la mejilla, no sé, algo así como un espantoso tumor
artificial para que la dejen tranquila. Hay algo así en Lacan y los títulos que elige.

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En esa “Introducción...”, Lacan subraya –algo también hecho para desanimar, es suficiente
pronunciarlo, referirse al término– la ambigüedad de la palabra “cifra”, ya que en un comienzo designa
la confusión, el desorden del significante; se trata, en efecto, de una ambigüedad fecunda.
Un mensaje cifrado no es exactamente aquél cuyo sentido no puede entenderse, puesto que existen
frases en el lenguaje corriente –o frases de un idioma extranjero– de las que tampoco se entiende el
sentido; mensaje cifrado es aquél del que uno no sabe siquiera el modo según el cual fue construido,
cuya sintaxis y vocabulario no aparecen, donde el significante es opaco.
Ahora bien, Lacan formula un principio y me doy cuenta que nunca insistí lo suficiente en él, a lo largo
de este Curso que dura sin embargo desde hace un buen tiempo. Según ese principio, la cifra funda
el orden del signo. ¡Ah! No se trata de aquella cifra contra la cual se convoca a la revolución, a la
revuelta; la cifra de la que se trata, es la cifra en su condición de cifrado (cryptage).
Entonces, ¿en qué sentido la cifra funda el orden del signo?
Esto es así en la medida en que el principio del cifrado es la sustitución. Por allí pasan los más
simples métodos de cifrado. Por ejemplo, ustedes escriben el alfabeto, ya que gracias a las letras que
lo componen se llega a decir todo, y después proceden a una determinada sustitución. No les
aconsejo hacerlo de este modo si tienen la intención de enviar mensajes secretos, porque es muy
fácil descifrarlo. Hoy por hoy estamos por cierto muy por encima de esto, pero sirve de ejemplo:

A B C D

E F G H

De esta manera, allí donde normalmente había una A, ustedes escriben una E; donde tenían una B,
escriben una F, etc. Obtienen como resultado un mensaje cifrado y una vez que conocen la clave,
pueden descifrarlo.
De modo que cuando Lacan afirma que la cifra funda el orden del signo, está diciendo que el signo se
funda en la sustitución. El signo es aquello sustituible; por lo demás, una página antes Lacan lo dice a
su manera: el signo del signo, aquello que determina a un signo en su condición de tal, es que
cualquier signo puede igualmente cumplir la función de cualquier otro, precisamente por el hecho que
puede venir a sustituirlo. Es decir, en el mensaje, tanto si ustedes encuentran A como si encuentran E,
viene a resultar lo mismo, “E” puede tomar el lugar de “A”. Lacan ve en esta sustitución la esencia del
signo.
Esto es lo más sencillo y claro que dijo Lacan a propósito del significante. Lo dice muchos años
después, ya que antes se situaba mucho más cerca de Jakobson y de Lévi–Strauss. En este pasaje
tenemos un abordaje del significante que es incluso más específicamente analítico, porque Lacan
está ocupado en fundar su afirmación según la cual el inconsciente es una máquina de cifrar.
Oigo decir que los analistas lacanianos ya no interpretan los sueños. Puede ocurrir entonces que sus
pacientes, al saberlo, no sueñen más, no sé; pero yo adoro interpretar los sueños. Me parece algo
especialmente divertido, un oasis en medio de un oficio así y todo árido. Ese oasis es para mí un
sueñito bien constituido que uno puede descifrar; uno lo comunica o no, pero no veo por qué no se
haría beneficiar de esta lectura al analisante más a menudo.

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Así, cuando Lacan formula que el alcance del signo reside en tener que ser descifrado, reformula con
ese principio todo cuanto pudo decir de la lingüística desde la perspectiva más próxima a la
experiencia analítica. Uno se imagina que hay un signo natural, un signo de primera intención y
después el signo que viene a sustituirlo y ese signo del cifrado sería artificial. Pero Lacan afirma que
todo signo es una cifra, desde un primer momento, todo signo supone una opacidad. Y según
entiendo, esa es la manera de captar el significante cuando uno es analista.
La semana pasada hablé de mi primer anhelo infantil, el de llegar a ser periodista; hice muy bien en
decirlo, porque a raíz de eso alguien me contó que su camino había sido a la inversa, había
comenzado por ser periodista y en la actualidad era analista. Le planteé entonces la pregunta acerca
del diario, en qué rubro había sido periodista. Y descubrí en la Escuela de la Causa Freudiana o en
sus alrededores inmediatos, la perla que buscaba desde hace años, esto es, alguien que cuenta con
una competencia profesional muy superior a la mía en materia de rewriting y de preparación del texto
para la imprenta, alguien en quien puedo delegar una buena parte de lo que antes hacía yo mismo.
Ese mismo día encontré otra persona más; en efecto, el jueves último, día bendecido por los dioses
para mí, encontré además la fotógrafa que andaba buscando, lacaniana también ella.
Así como dije eso la semana pasada y no lo lamento, puedo incluso decir, reflexionando en estos
temas, que mi profesión de psicoanalista se anunciaba en mi infancia por el hecho de que siempre
me encantaron los mensajes secretos, no tanto con el fin de enviárselos a alguien, sino la
construcción como tal del mensaje secreto. Un gusto que siguió vigente más tarde, puesto que tengo
muchas obras que versan sobre criptografía. Actualmente, la criptografía alcanzó, por Internet u otras
vías, una complejidad extraordinaria y ya no es posible seguirle los pasos –como lo hice yo, hasta los
años `60, `70, no más de ahí–; es una ciencia que se desarrolla de manera autónoma, con funciones
azarosas.
Pero si mal no recuerdo –no verifiqué nada al respecto–, hay un mensaje secreto en el libro de Julio
Verne “Viaje al centro de la tierra”. ¿No es así? Creo incluso que hay uno escrito.
A mí me encantó “El escarabajo de oro” de Edgar Poe. El mensaje secreto está en “El misterio de la
habitación amarilla”; es tanto más secreto en la medida en que se trata de una frase banal y no se
entiende qué trae consigo. No sé si ustedes la recuerdan, la cito de memoria: el presbiterio no ha
perdido nada de su encanto ni el jardín de su esplendor. Es Frédéric Larson quien lo dice. O bien el
otro desciframiento, en ABC contra Poirot, donde se trata de descifrar mensajes para anticipar quién
será la víctima del próximo crimen.
Evidentemente, tratándose del mensaje secreto, estamos en relación con el Otro del significante, del
que es preciso que no pueda saberlo todo, donde se sustrae algo a la vigilancia de ese Otro, como
quiera que sea, y se lucha con ese Otro. Por mi parte, estoy siempre ahí, luchando con ese Otro.
Claro está, la obra de mayor porte que sólo descubrí más tarde, gracias a Lacan, gracias al “Discurso
de Roma”, es la de Léo Strauss, “La persecución y el arte de escribir”, donde él amenaza todo el
edificio filosófico mostrándoles que un buen número de filósofos se consagró a escribir ante la
amenaza de la reclusión, de ser condenados a la hoguera o arrestados y que por consiguiente,
debieron deslizar sentidos secretos, que debían ser descifrados. Lo demuestra de manera brillante
con los ejemplos de Maimónides, de Spinoza y de algunos otros autores. Se sirve de esta referencia
para indicar que es necesario aprender a leer entre líneas.

34
Por lo demás, es algo siempre de actualidad. Nosotros somos lo que se da en llamar espíritus libres –
siempre los hubo. No me gusta mucho esta expresión, porque uno no es tan libre. No voy a hablar
como el pobre Nietszche de los hombres superiores, algo en lo que no creo; pero en fin, siempre
hubo un cierto tipo de hombres en revuelta y ese tipo, en tanto necesariamente perseguido, aprende
a no decirlo todo. Como analistas, al mismo tiempo que vociferamos y vociferaremos, susurraremos al
oído de nuestras entrevistadoras y evidentemente dejaremos propalar también algunos mensajes
secretos, que no son otra cosa que a buen entendedor, pocas palabras, porque del psicoanálisis, de
la locura que es el psicoanálisis no podemos decirlo todo.
Hasta la semana próxima.

Fin de la Segunda Sesión del Curso JAM 2007-2008 - 21.11.07

Tercera sesión del Curso 2007-2008


Miércoles 28 de noviembre de 2007
35
III

Constato –voy a tener que tomar un vaso de agua– que he ganado una libertad más amplia en este
Curso, un grado más importante de libertad.
Deben ser varios los factores que se juegan para que sea así, pero seguramente interviene el hecho
de abordar al fin aquello que iba dejando desde hace años para más adelante, esto es, la última de
las últimas enseñanzas de Lacan. Como lo había indicado el año pasado, ese tramo final de su
enseñanza produce un extraordinario alivio, los reconduce a la experiencia analítica como tal, la
experiencia –entre comillas– “desnuda”.
La experiencia no está “desnuda”, sino vestida de estructura, vestida de los dichos de Freud y de
Lacan, estructurada por ellos; la experiencia analítica no se encuentra en estado de naturaleza. Ahora
bien, como el psicoanálisis silvestre (wilde psychoanalyse / psychanalyse sauvage) existe, es preciso
que module esta afirmación. En todo caso, el psicoanálisis que nosotros practicamos, se sitúa en el
plano de lo doméstico, está domesticado. Hay un cierto número de nosotros que lo practica en su
casa, a domicilio, es decir, bajo la forma de un animal doméstico.
Sí, hay algo del psicoanálisis que existe en estado silvestre, en la medida en que se funda en la
estructura del lenguaje, estructura que es de por sí un producto elaborado. En fin, como quiera que
sea el psicoanálisis está fundado en la lengua, en el hecho que existe un animal que produce ruidos
con su boca y esos ruidos –¿cómo decirlo sencillamente?– se distinguen de los pedos. Lo digo así
como me viene. También pasa por aquí la libertad ganada, una cierta libertad de asociación.
Volví a leer la trascripción del último Curso, respondiendo a la insistencia de mi amigo Luis Solano en
cuanto a enviarlo al mundo virtual; él me explicaba que cuento con un público mucho más allá de
estos muros y que se está generando impaciencia, en particular en Buenos Aires, Argentina, de
donde él es originario. Por esa razón recibe grupos de compatriotas que quieren participar también
ellos de la fiesta, en la medida en que ya se transmitió que estoy en buena salud (risas), como
también ocurre cuando me enfermo. De modo que más me vale poner toda mi atención en
mantenerme sano.
Por mi parte, no me convencía del todo que mi primer Curso fuese difundido, temiendo que la mujer
de los cuatro amantes viniese a ser reconocida en alguna parte del mundo. Si bien a ella no le
hubiese molestado, a mí sí. Por eso, en la medida en que al releerlo encontré más decente mi Curso
del miércoles pasado, se lo remití esta mañana y me dijo, cuando me traía para aquí, que ya estaba
en circulación por el mundo.
La versión que releí daba cuenta detalladamente de mis desplazamientos, mis gestos y toda mi
escenografía. Me quedé estupefacto. No me había dado cuenta que gesticulaba tanto. En este
momento, podrán señalar (risas) que me mantengo bien derecho, con las manos cruzadas, en la
actitud que corresponde a un profesor. Y conservo una pequeña sonrisa.
Este Curso es un verdadero espectáculo en vivo. ¿Se trata de una comedia?
Sí, por lo demás, es así como titula uno de sus libros mi amigo BHL, “Comedia”, libro que no había
leído. En un correo electrónico que me había remitido, como respuesta a uno de los míos donde le
decía: “Escribo a propósito de Ud., pero en particular sobre su libro, ya que Ud., a diferencia de
Sollers, no redactó sus memorias. BHL me dijo entonces que sí las había redactado, pese a todo,

36
pero lo había hecho a medida que iba componiendo otras de sus obras, entre ellas la que lleva por
título “Comedia”. Como le aclaré que no la había leído, me afirmó que me la hacía llegar al día
siguiente –él estaba en ese momento en los Estados Unidos. Y eso fue lo que ocurrió, en efecto, las
Éditions Grasset depositaron en mi domicilio esa obra, incluso con la indicación de la página que BHL
me aconsejaba leer.
Tengo que decir que eso me encantó. Por el momento sólo leí la mitad; se trata de un monólogo con
el cual me sentí de inmediato en simpatía y despertó mi admiración.
Entonces, en lo que a mí respecta, digo Comedia.
¿De dónde procede esto? ¿Cómo llega hasta mí este legado? Esta es la pregunta que no pude dejar
de plantearme. Algo que me orientó, en el momento de reunir mis notas, en una dirección por
completo imprevista para mí.
No me faltaban cosas para decirles, ya que en primer lugar tenía que revisar mis recuerdos a
propósito de Deleuze; como pese a mis esfuerzos no podía encontrar en mis bibliotecas “Diferencia y
repetición”, lo mandé comprar de nuevo; me disponía así a cotejar el texto y lo que por mi parte había
podido decirles respecto de él, donde hay justamente un capítulo llamado “La imagen del
pensamiento”, etc.
Por lo demás, había ido sembrando en el transcurrir de este Curso una cantidad considerable de
alusiones, que no reclamaban otra cosa que ser desarrolladas, entre otras aquélla que se refiere a la
criptografía. Me faltó decirles en esa ocasión que ese método, señalado entonces como el más simple
y que procede, como recordarán, apelando sencillamente a la sustitución del orden de las letras del
abecedario, es conocido bajo el nombre de código de Julio César, quien al parecer lo practicaba. Esa
sustitución queda planteada como el método más antiguo de la criptografía; supone la sustitución
mono–alfabética, de modo que sólo admite veintiséis combinaciones posibles, tantas como letras del
alfabeto. Les desaconsejo entonces servirse de él, ya que si manualmente no es demasiado difícil
llegar a ese número, valiéndonos de la computadora, basta con un clic.
Entonces, si tienen que enviar mensajes secretos a potencias extranjeras, por ejemplo, con los
secretos del significante de la transferencia o bien librarles nuestros últimos métodos psicoanalíticos
respecto de la psicosis ordinaria, no se valgan del código de Julio César.
Tenía, por otra parte, una montaña de verificaciones que hacer, sobre todo en cuanto a lo que había
evocado como chic. Hay por cierto un mensaje secreto en el “Viaje al centro de la tierra” de Julio
Verne, incluso se ubica allí al comienzo: el Profesor Lidenbrock, eminente geólogo, compra la obra de
un autor islandés del s. XII, algo que no ocurre todos los días; Borges lo hacía porque adoraba las
sagas islandesas, de las que se ha editado un volumen importante en la Pléiade. El Prof. Lidenbrock
le muestra a su sobrino Axel la obra y descubre adentro un pergamino donde se encuentran dibujados
signos rúnicos –esto es, caracteres de la lengua islandesa–; ambos intentan descifrar el misterio de
ese pergamino y consiguen hacerlo. El mensaje así descifrado en un precario latín podría volcarse,
también precariamente, en estos términos: “Desciende el cráter del Yocul de Sneffets que la sombra
del Scartaris viene a acariciar antes de las calendas de julio, viajero audaz, y llegarás al centreo de la
Tierra. Fue lo que hice”. El mensaje lleva la firma de un supuesto alquimista brujo del s. XVI, Ame
Saknussemm. Así comienza el “Viaje al centro de la Tierra” y es siguiendo las huellas de este
islandés, Jérôme Cardan, que el Profesor y su sobrino se encaminan hacia el centro de la Tierra.

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Se trata de un texto que creo no haber releído desde la edad de 9 o 10 años y del que sin embargo
conservé el recuerdo, por lo menos el de la importancia que en él tenía un mensaje secreto. Pero hay
también otra razón para esa presencia en la memoria.
Entonces, la cuestión de saber cuál era la procedencia de esta comedia, del hecho de poner en
escena una comedia respecto de las ideas, me hizo diferir lo que había preparado para continuar,
donde era posible encontrar a Nietzsche, Heidegger, Baudelaire, además de las aclaraciones
respecto de aquello a lo que aludí la última vez, para echar anclas –así fue como surgió en mí– en la
vía de la confidencia.
Será preciso que me resigne a eso (j´en passe par là). Después de todo, comprometí en esa dirección
a mucha gente; la comprometí a hacer el pase en un determinado estilo. Por supuesto –y dado que a
partir del momento en que aparecí en escena una buena parte del medio analítico me reprocha que
respire–, se me reprocha el estilo espectacular que acordé al pase, en la medida en que el pasante,
consagrado Analista de la Escuela, expone ante un vasto público los elementos básicos de su caso.
Seis, siete, ocho personas lo hicieron hace ya mucho tiempo bajo mi dirección, en un Congreso de la
Asociación Mundial de Psicoanálisis que tuvo lugar en la ciudad de Buenos Aires.
Por mi parte, sin ser yo mismo Analista de la Escuela, mantengo una responsabilidad en lo que hace
al intento de sostener la experiencia del pase y darle continuidad; así, una vez disuelta la Escuela
Freudiana de París, ofrecí tres conferencias tituladas “Por el pase” –y lo hice en un momento en el
que todavía no practicaba el análisis. Concluida una de ellas, quien era entonces mi analista le
comentó a uno de sus buenos amigos: “¡Hay que pararlo a este tipo!” –¡y yo era su analizante!–, algo
que esa persona me hizo llegar en aquel momento, cuando era más amiga mía que de él, antes de
dejarme de lado también a mí. Al día siguiente, en su consultorio mi analista me felicitó.
De modo que muy tempranamente me comprometí a favor del pase y fui en efecto responsable de su
espectacularización. No hay entonces razón, después de todo, para que no pase también yo por allí (j
´y passe).
Vayamos así a mi propio caso clínico.
No me di cuenta de inmediato que la cuestión adoptaba este giro, pero la lógica me fue conduciendo
en esa dirección. En un primer momento, sólo entendí que hacía la confidencia de mi gusto por el
teatro, algo que me saltó a la vista leyendo la trascripción de mi Curso.
Siempre hubo autores que me inspiraron pasiones y el primero de ellos ha sido Molière. Debe ser
cuestión de mis 63 años: yo esperaba que ocurriese algo a partir del momento en el que me había
dado cuenta que los tenía. La última vez que me había detenido a pensar en mi edad, tenía 51; por
entonces me decía que me sentía tan joven como si tuviese 41; después, no pensé más en el tema.
Hizo falta que Charlie Hebdo me llame al orden para que considere la edad que tenía Lacan cuando
lo conocí.
Como ya lo había anunciado la última vez, se trata de algo que no dejaría de arrastrar consecuencias,
dije que iba a continuar andando... Y aquí estamos. En efecto, si paso al registro de las confesiones
es porque eso sigue andando y es preciso que lo deje atrás. ¿Qué cosa? ¡Mi juventud!
Me enternecen mi juventud, mi infancia; es quizás el comienzo de la demencia senil y sería necesario
que consulte al respecto a mis colegas psiquiatras, con más experiencia que yo en el tema. ¿No es
así como empieza la demencia senil? Bueno, entonces, todo está bien.

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Tuve ocasión de traer aquí mis dos volúmenes de las obras de Molière editadas por la Pléiade, que
son los dos primeros libros de esa casa de edición que tuve. Uno de ellos tiene una página rasgada y
muestra así una cicatriz que aprecio mucho.
Recuerdo muy bien la ocasión en que a la edad de 9 años, leyendo “El avaro” –creo que se trataba de
esa obra, no lo verifiqué, quizá se trataba de “El burgués gentilhombre”– tirado panza abajo dejaba
escapar pequeñas risas de placer. Debí cambiar de posición para tomar un vaso de agua –o tal vez
escuché que me llamaban– y estaba tan impaciente por retomar mi lectura que hice un movimiento
brusco sobre la cama... y rasgué la página.
El incidente queda como testimonio de la pasión, de la avidez, el deleite goloso, el goce que me
proporcionaba leer ese texto. Y se trataba de un dato surgido en la inmediatez: desde que aprendí a
leer, siempre me gustó hacerlo y fue algo que los demás no dejaron de registrar: “A este chico le
gusta leer...”
Recuerdo incluso haber sido fotografiado, también por entonces, cuando tenía algo más de 9 años, ya
que soy de febrero; había querido tener un libro entre las manos y hasta recuerdo de qué libro se
trataba. En realidad, nunca llegué a leerlo... Pero no, en realidad debía tener algo más de 10 años
porque ya había visto en la escuela –en el Malet et Isaac, como era el caso por entonces– el Antiguo
Egipto, Grecia y Roma. Había quedado fascinado por un personaje fantástico, el de Pericles, guía de
los griegos, y pedí que me regalen un libro sobre el tema. Es preciso aclarar que yo era un pequeño
privilegiado a quien le compraban todos los libros que pedía para leer y en esa foto, que por algún
lado debe andar, es el que tengo entre las manos: “Pericles”, por León Homo.
En la tapa figuraba el hermoso rostro de Pericles, con ese casco alto propio de los sabios; lo sostengo
abierto en las manos, a la manera en que François Mitterrand, en la foto donde figura como
Presidente de la República, tiene en las suyas los “Ensayos” de Montaigne. Simplemente, creo que
nunca logré leer ese libro; quizá fuese demasiado difícil para mí a esa edad, pero sobre todo estaba
muy mal escrito –y la escritura de calidad tenía mucha importancia para mí. Pero como quiera que
sea, se trataba de Pericles.
Sencillamente, diré que hay muchas cosas en ese gusto de un niño por la lectura. Es un refugio, algo
que como quiera que sea uno ubica delante de los ojos para no ver el resto y está indicando una
preferencia por la soledad; se trata de un placer solitario, al punto de haber sido calificado de “vicio
impune”.
Hay por cierto algo vicioso en la lectura, por cuanto favorece que uno se encierre en una burbuja y se
aísle de sus contemporáneos. Pero al mismo tiempo, se sitúa en el registro de lo intersubjetivo, ya
que los conduce a la sociedad de los espíritus, de los hablaser, algo que a mí me tocaba muy de
cerca, un territorio donde todavía habito.. Esos hablaser están desencarnados; se trata de muertos,
de jueces que siguen el curso de las cosas de la vida y aun cuando estén muertos, su pensamiento
está presente, sus significantes están allí y en efecto, ustedes mismos al leerlos se desencarnan y
viven en el mundo del significante.
En el fondo, me introduje muy temprano en ese mundo, ése fue el entorno al que fui conducido en mi
soledad. Se trata de algo que, evidentemente, conduce o es correlativo de un cierto desprecio
respecto de los contemporáneos, incluso los allegados, como así también de un cierto desprecio por
la vida tal como ella se despliega. Quedé marcado por esa vertiente de profesor Nimbus, la cabeza en

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las nubes. No sé hacer nada, ni siquiera reparar un enchufe; puedo llegar a cocinar un huevo cuando
me indican cuánto tiempo debe hervir y para la ocasión siguiente ya lo olvidé.
Continúo, en efecto, de paseo por la vida. Necesito que hagan muchas cosas para mí, porque me
dejé corromper por la sociedad de los espíritus y así fue como siempre consideré que los seres
vivientes estaban ocupados en futilidades; hablaban de lo que habían comido la víspera o habrían de
comer al día siguiente. Esto no ocurría en mi familia, donde comer no tenía importancia. Hay otros
que hablan de su automóvil. Cuando ustedes salen de Molière y más tarde de Kant y de Platón,
encuentran en ese panorama una humanidad absolutamente envilecida.
Todo esto alimentó en mí, desde muy joven, una actitud ante el adulto en el estilo de “Seguí hablando,
no más, qué me importa...” Quiero decir, una aptitud siempre dispuesta en lo inmediato a no dejarse
impresionar, sin llegar por eso a la provocación. Seguí hablando, no más, total no valés lo que valen
Molière, Platón o Pericles, ¡entonces, qué!
A menudo suscitó inquietud el hecho que yo no produjese más libros a partir de todos los Cursos que
hacía, algo que resultaría fácil; pero teniendo en cuenta las condiciones establecidas por mí, esto es,
las que apuntan a situarlos en un alto nivel, me da exactamente lo mismo hacer o no hacer un libro a
partir de uno de ellos. Me acuerdo de este pesado que me decía “¡Mi obra!” ¿Acaso podía
responderle que no valía nada?
Se trata de algo que también volví a encontrar mucho más tarde en la posición del analista, esto es,
una puesta a distancia. Eso que me decís es cuestión tuya, no es mi asunto. Un rechazo a dejarse
sugestionar, contrariado por un movimiento opuesto que por mi parte evito.
Claro está, se generaba así un contraste tanto más grande respecto de mis colegas. Son conocidas
mis cóleras; al día de hoy, a veces se las teme, otras veces no importan un comino, pero en todo caso
esas cóleras no duran; esto sorprende, porque me disparo como una flecha y después, al minuto, me
burlo de mí mismo.
Mis cóleras estuvieron siempre presentes, diré que en otros tiempos más que ahora. Al día de hoy,
con la edad que avanza, la experiencia y la tolerancia de las que me puedo servir respecto de
quienes tienen un pensamiento diferente del mío, determinan que mis cóleras sean pocas. Pero
cuando era joven, más exactamente un muchachito, me encolerizaba fácilmente.
Y es preciso decir que en el marco familiar, esas cóleras eran contra mi padre. Fue así hasta los 13
años y después esto, en un momento dado dejó de manifestarse. El incidente ocurrió en una fecha
precisa; estábamos sentados a la mesa, mi padre arrojó su servilleta de un modo especial y se
levantó; yo me retiré también a mi habitación –por entonces ya tenía una para mí, primero la había
compartido– y lloré de rabia, humillado.
Momentos antes, cuando estábamos todavía sentados a la mesa, mi padre, mi hermano y yo mismo –
pero especialmente mi padre y yo– manteníamos una conversación animada y mi padre intervenía
con un tono que no era malvado, malintencionado, sino burlón, muy burlón. Y por mi parte, no
soportaba la burla, la superioridad de quien asume ese tono socarrón. De modo que cuando mi padre
se burlaba de mí, yo hacía abandono del juego, vencido; no sabía qué responder, cómo señalar una
contradicción. Él no hacía nada especialmente malintencionado y es de esta manera que resulta
situada en mí la cólera, en esa circunstancia, como un efecto de significante del Otro. Y por cierto, el
significante siempre tuvo un gran efecto en mí. Como ven, mientras les hablo escribo mis memorias,
por lo menos las enuncio.

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¿Por qué hago esto? Quizá porque leí las de Sollers que me gustaron mucho, las leí de un tirón. Y
además, todo el mundo se consagra a escribir sus memorias: BHL, quien prácticamente ya las había
escrito, en tanto Catherine Clément me comentó que estaba en vías de hacerlo y que reservaba en
ellas un cierto lugar para mí. Quizá se trate de algo que me empuje en ese sentido.
Ya me ocurrió en una ocasión sentir que hacía un pase en público –y fue así como lo formulé. Fue en
Buenos Aires, después de una de mis cóleras públicas; la cuestión no había sido registrada, nadie me
habló al respecto después, todo pasó como si nada (comme une lettre à la poste), en todo caso no
como algo dirigido a una persona en particular (comme une lettre à la part), porque no había ocurrido
verdaderamente.
Presidía en la ocasión la lectura del trabajo de un colega que aprecio mucho, creo que se trataba de
Germán García, escritor cuyo estilo en español, la manera de construir sus frases me gusta; tres
señoras hablaban en el fondo del salón y la resonancia hacía que su murmullo se dejase oír; aun
cuando estaban presentes allí cerca de quinientas personas, la charla de esas señoras se escuchaba.
Por mi parte, me iba sintiendo particularmente agitado en el panel del que participaba, por el hecho
que mi amigo no llegase a ser bien escuchado, mientras las señoras seguían hablando. Según
recuerdo, debo haberme retirado discretamente para ir a su encuentro, colérico, para decirles que se
callen la boca.
No las toqué ni las brutalicé, pero al parecer, cuando aprieto los dientes inspiro miedo. En todo caso
una de estas señoras, pasmada, cayó por el piso… (risas). Y casi de inmediato comenzó a difundirse
el rumor según el cual “Miller asesina una mujer”.
Se trataba de una persona que yo apreciaba mucho, de modo que ya no recuerdo bien qué hice; creo
que salí a comprar un ramo de flores muy bonito, precipitándome a expresar no diré siquiera excusas,
sino diciendo que era inexcusable de mi parte y que todo cuanto podía hacer era pedir perdón. Y
como todo esto me había turbado, poco antes de presentar un trabajo en una sala múltiple, expliqué
precisamente cuáles eran mis relaciones apasionadas, mi vida apasionada con el significante.
Esto es, por consiguiente, lo que retomo aquí. En fin, si entonces lo expliqué en unos escasos quince
minutos, en esta ocasión me extiendo más.
Es preciso que constate que en mi infancia e incluso durante mi juventud, mi adolescencia, no fue el
otro sexo el que ocupó un lugar central. ¡Qué grande es la diferencia con Sollers al respecto! En él,
desde el vamos, se trata del amor. Suspira por su madre, por su tía, mira a escondidas a sus
hermanas, a las domésticas, a las cocineras, en fin, mantiene un comercio íntimo y precoz con el
objeto femenino.
Para dar un ejemplo de algo equivalente en una mujer, puedo reportarme a mi práctica reciente. Se
trata de una mujer de 23 años, una actriz en plena actividad, quien deja sin aliento a los hombres con
quienes forma pareja, ya que necesita hacer el amor varias veces por día o al menos diariamente –a
veces ellos aguantan, otras no–; se trata de casos verdaderamente apropiados para el análisis. En los
comienzos de lo que fue el suyo, esta mujer sueña que está con su amigo y es preciso que en ese
mismo momento a él se le pare porque van a ofrecerse en espectáculo, etc.
Allí reside el núcleo de su discurso en el sueño, donde el centro es el falo como semblante. En cada
sesión, ella me trae uno, dos o tres sueños, una serie eminentemente descifrable, destinada a ser
descifrada. Su inconsciente y yo conversamos, en fin, ella está de acuerdo y se trata, en el fondo, de

41
sueños que son apenas mensajes cifrados, porque la clave de la criptografía queda clara, no hay más
que una, es la clave fálica –y esto fue así desde los primeros sueños.
En el primero de ellos se trataba de una gran torre a la que era preciso subir; en el segundo, eran
jirafas las que corrían un poco por todas partes, en fin, en cada uno había siempre lo alto y lo bajo, es
así como está estructurado su inconsciente que habla del falo. Y cuanto más hablan del falo los
sueños, tanto más llegamos a descifrarlos. Esto es así al punto que llegamos bastante rápido a situar
cuál es el resorte de la vocación de esta mujer: es actriz en la medida en que ella misma es un falo
que debe mostrarse en escena.
Entonces, volviendo a Sollers, podemos decir que se trata del objeto femenino, cualquiera sea, sin
entrar en los detalles; no hay en él una selección; en cierto modo, es suficiente que lleve polleras para
que le interese. En el caso de esta mujer a la que me refería, no se trata del hombre como objeto
masculino, sino del falo. Y también en ella es algo que aparece muy precozmente, hacia los 4 o 5
años. Por entonces, había persuadido a un chiquito de su edad de acostarse al lado de ella –y así
permanecieron los dos chiquilines, uno al lado del otro.
Tenemos así, con Sollers y el ejemplo de esta joven actriz, el perfil de la decidida orientación hacia el
otro sexo.
Si por mi parte me pregunto qué era lo que me hacía vibrar en mi infancia, si bien puedo ubicar sin
dificultad una imagen femenina, digamos que se trata de una cierta cualidad muy precisa, imaginaria,
una cierta calidad de sinuoso.
Es por esta razón que tanto aprecié la referencia hecha por Hogarth a lo que designaba como la línea
de belleza y que se reporta a esta calidad de lo sinuoso, tan investida por mí. Lacan también la
conocía y por mi parte la mencioné en la nota final que redacté para el Seminario del Sinthoma.

Sólo amé mujeres sinuosas –o que al menos lo eran a mis ojos, no era algo de evidencia forzosa para
todo el mundo. Estoy indicando así una calidad de sinuoso en el objeto, pero lo que de mi lado
responde a esa calidad no es lo sinuoso, sino lo recto. Lo sinuoso corresponderá a lo femenino, en
tanto a lo masculino lo recto y la consiguiente investidura libidinal de ser recto, de mantenerse erguido
y poder sentirse orgulloso.
De ahí mi gusto, desde muy joven además, por la España romántica, el más altivo entre los
orgullosos, el pundonor a la española. Y mi preferencia inmediata por Corneille cuando en el liceo
comenzamos a estudiar “El Cid” en clase –y esa réplica, “¡A mí, Conde, dos palabras!” Como fue
grande el placer de verlo puesto en escena recientemente –si fuese por mí, iría a verlo todas las
semanas...
Tenemos ahí el perfil de lo recto, que determina un cierto estilo de vida, claro está, un cierto tipo de
obligación –la de rectitud– a la que son sensibles quienes me aprecian.
Será preciso que llegue a deducir cómo aquellos que no me aprecian, me diabolizan –para emplear el
término acertado del que se sirvió alguien muy gentil, con quien cenaré esta noche. También me
aclaró que sin bien soy diabolizado, esto también me sirve.

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Yo sé por qué me diabolizan. La causa son las buenas relaciones que mantengo con el significante y
el hecho de no saber cuál va a surgir un momento después. Se trata de algo que atemoriza a una
cierta cantidad de gente y que no aprecian quienes prefieren que nada se mueva.
Entonces, la investidura libidinal de lo recto también está ligada, es el correlato de algo muy preciso.
Ocurre que a la edad de 6 años, esto es, justo en el momento que corresponde a la declinación del
Edipo según la cronología freudiana, el momento en el que toma forma el superyo interdictor, fui
operado de la columna vertebral. Parece ser que hubo lo que se da en llamar una apófisis espinosa –
en esto me remito a los médicos–, esto es, el extremo de una vértebra astillado, quizá porque un día
me caí de una hamaca; me encantaba hamacarme muy fuerte, me caí y puede que esa haya sido la
causa de la fisura; en todo caso, se produjo entonces un coágulo de sangre que ejercía presión sobre
la columna vertebral, me hacía arrastrar la pierna y amenazaba con paralizar los miembros inferiores.
Si bien pese al análisis no tengo un recuerdo directo de esta cuestión, reponerme del accidente,
recobrar la posición erecta y mantenerla como tal fue evidentemente por entonces algo muy
valorizado.
Se agregó además otro factor, como fue el hecho que no se sabía, no se terminaba de entender de
qué se trataba. Por esa razón mi padre, que era médico, me condujo a la consulta de otros médicos y
así fui con él, de uno a otro, presenciando cómo se daban por vencidos.
Así fue como llegamos a ver al Prof. Robert Debré, quien era el especialista de mayor renombre entre
todos ellos –un hospital de la ciudad lleva su nombre–; cuando él me examinó no encontró nada y con
toda su cordura dedujo que yo era un simulador, de modo que incitó a mi padre a tratar con un poco
de rigor al chiquilín. No es algo de lo que por mi parte haya guardado memoria, pero mi padre sí, ya
que siempre me dijo que era el gran remordimiento de su vida haberme tratado con rigor a la salida
del consultorio del Prof. Debré.
Las cosas evolucionaron de manera tal que me encontré paralizado o casi, obligado a permanecer en
una cama durante seis meses, todo esto a la edad de 6 años. De esto sí guardo un excelente
recuerdo, porque mi madre me leía todo lo que yo pidiese. En cuanto a mi hermano, no sé dónde
estaba… (risas). Pero ella estaba conmigo y me leía tanto libros de biblioteca como las aventuras de
Charlot, con dibujos, las historietas. Tenía derecho a todo, incluso a la historia a la que me referí, la
del ruiseñor del Emperador de China que se va y vuelve. Todo data de esa época.
Se trata de algo que aislé bien, porque siempre puse atención en que el resentimiento que así y todo
me inspiraron por entonces los médicos, no tiñe hoy exageradamente mi relación con ellos... En fin,
bueno... Como quiera que sea, si tengo reproches para hacer a los médicos que se ubican en la
cúspide de la Escuela de la Causa freudiana, estoy rodeado de amigos médicos en las Secciones
Clínicas. De modo que no es el médico como tal el que me repugna, pero hay en todo caso uno de
los elementos que los integra que me hizo decir, cuando al fin salí a flote: “¡Qué manga de boludos!”.
No tenía la menor idea acerca de lo que haría más tarde, como no sea la alternativa del periodismo,
pero había una profesión que estaba convencido de no adoptar en ningún caso, la de médico. Y para
más, era la de mi padre y lo que era de él, era de él, jamás me opuse a él al respecto. Siempre me
atuve a esto, de una manera general: dejarle a cada cual su patrimonio.
Hay entonces, de toda evidencia, una cierta conjugación respecto de Molière; se entiende mejor que
a la edad de 7 u 8 años me haya gustado tanto ese autor, así como me gustaron los médicos de
Molière.

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Al mismo tiempo, yo sabía que era eso lo que me había salvado la vida. Una vez que se llegó al
diagnóstico apropiado, me hicieron una operación –muy complicada en esa época– para liberar mi
columna vertebral; duró unas seis o siete horas y tuve una convalescencia muy larga. A lo largo de
esas horas, fue necesario ubicarme boca abajo y entubarme; esto provocó una irritación en la
garganta, que derivó en un bloqueo de la respiración y debieron entonces pasarme a cuchillo para
introducir una pequeña cánula que me permitiese respirar, ustedes podrán imaginarse el esquema de
la cuestión. Por cierto nada agradable, pero origen quizá de mi gusto por Robespierre… (risas)
Una vez superadas las etapas de arrastrar la pierna, recibir los sopapos de mi padre, pasar seis
meses en cama, ser operado durante seis horas, llevar inserta una cánula durante no sé cuánto
tiempo, ¡me fracturé una pierna!
Ocurrió en una circunstancia que recuerdo muy bien y en la que ocupa un lugar el complejo paterno.
Aunque estaba debilitado por todos esos episodios, conservaba pese a todo el ánimo. Estaba en mi
habitación, con mi hermano; él tenía un camión rojo y yo otro más grande, un poco verdoso, con la
estrella del ejército de los Estados Unidos. En un momento dado, decidí que mi hermano no tenía por
qué jugar con mi camión; pretendí entonces recuperarlo y sostenerlo sobre mis rodillas, en el sillón
donde estaba sentado. Como todavía estaba debilitado, me caí y mi pierna de una manera u otra
quedó enrollada –ese es mi recuerdo– en el pie del sillón y ¡crack! Se quebró y vuelta a empezar,
durante un año y medio.
¿Experiencia formadora, no es cierto? Cuando al fin salí de esto, resultó ser que no había asistido a
clase durante una buena parte de los años de estudio que corresponden a la escuela elemental y me
consideraba un sobreviviente. Viví como si lo fuese y en efecto, quedé apartado a lo largo de toda mi
escolaridad, dispensado de integrarme a las clases de gimnasia y deportes, ya que se consideraba
que los golpes que pudiese recibir en mi espalda frágil pondrían en peligro mi motricidad.
Y así fue como, por esa misma razón, fui eyectado del lado del saber, en la medida en que no podía
resultar operativo en el deporte, etc. Si bien aprendí a nadar y siempre me gustó correr, siempre
consideré el deporte como una actividad para débiles –discúlpenme, hablo de mi inconsciente–, para
débiles mentales.
Pero en mi condición de superviviente, entonces, viví por separado (à part) las actividades deportivas
y mi padre, en su loca ambición por su hijo mayor, para hacerse perdonar ese rigor que había sido no
obstante transitorio, fugitivo, hizo en todo caso de manera tal que...
Esperen...10 Empecé a cursar la clase del octavo año, no, primero del noveno, no, del décimo; salté
del décimo al octavo, sin hacer el noveno y a continuación, una vez terminado el octavo, presenté el
examen para comenzar el sexto, de modo que entré al sexto sin hacer el séptimo y así fue como
cursé toda mi escolaridad, hasta la École Normale, siendo el más joven de la clase, algo que sin duda
me marcó. Lo hizo al punto que el adjetivo “viejo” me parece absolutamente desplazado en lo que
hace a mi persona (risas). Siempre fui el más joven, no veo por qué dejaría de serlo.
Es lo que ocurre con un personaje de Courteline, en la pieza titulada “El comisario es un buen chico”.
Ya lo comenté alguna vez. Cuando le preguntan su edad, él responde “Veinte años”. El comisario le

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– JAM retoma aquí su accidentado recorrido escolar, en lo que hace a los años de estudio que corresponden
en Francia a la escuela obligatoria. Como el esquema se diferencia por su estructura y duración de nuestra
escuela primaria, pero tiene en común con ella precisamente el carácter obligatorio y el hecho de ser condición
indispensable para continuar otros estudios, optamos por conservar el modo según el cual se identifican en
francés los sucesivos niveles, precisando que en ese esquema se sitúan según una escala invertida: a la cifra
más alta, corresponde el grado de escolaridad más básico. (N. de la T.).
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dice: “Ud. se burla de mí, ¡ya los tuvo!” Y él responde: “Los tuve, es una linda edad, los tuve y los
guardé.” (risas)
Así las cosas, me daba pena sentirme un desperdicio, de modo que mi concepción del mundo fue, de
entrada, aquélla que Lacan define cuando dice: sólo hay analista en la medida en que el deseo de
saber surja en él, aunque sea ya por eso mismo el desperdicio de la susodicha humanidad –
humanidad que no tiene deseo de saber. La gente no se interesa en el saber, ¡yo sí! Y, al mismo
tiempo, esa posición viene acompañada por la de desperdicio.
Así, cuando leí la “Nota italiana”, en 1973, si bien estaba todavía muy lejos de ser analista –recién
entraba en análisis, más o menos– y la afirmación de Lacan según la cual el analista se aparta (se
vanne) de ese rechazo del que hablé, yo me dije: bueno, esta es una posibilidad para mí. Como
ustedes saben, ese verbo, se vanner, se refiere al modo en que los granos se separan de los
desperdicios, justamente de los desechos. Cuando Lacan lo utiliza, está indicando así que los
analistas se seleccionan a partir de los desechos de la humanidad. Se trata de algo que años atrás
desarrollé y es sobre esta base que nunca me costó sentirme hermanado a los desechos.
Mi preferencia se inclina por los excluidos; no me gusta excluirlos, pese a la reputación espantosa
que me han hecho. Nada que ver conmigo, yo me siento en comunidad con los abatidos, los pobres,
los miserables. En mayo del `68, con el lumpenproletariado –conviene saber que no son niños de
pecho, de toda evidencia hay que andar con cuidado, pero es gente muy interesante–; siempre apoyé
a los homosexuales y, en mi condición de judío, también me encontré muy cómodo en la posición de
paria, que a lo largo de mi existencia unos y otros, incluso en el medio analítico, buscaron renovar de
diferentes maneras.
De modo que nunca hubo en mí una identificación, digamos, con los poderosos o, al menos, con los
instalados. Con la potencia sí, pero no con la instalación. Digamos que se trata de una identificación
con el sublevado, motivada por lo que vengo de evocar.
Ahora bien, todo esto determina que como quiera que sea, si me pongo a pensar acerca de cuál era
mi objeto, el que me importaba, aun reconociendo el interés precoz que fue el mío por lo sinuoso en
la mujer –algo que puedo decir se remonta a mis 6 años de edad–, pese al interés por esa línea de
belleza, mi objeto de interés ha sido el significante. Por lo demás, mis cóleras se desatan, siempre fue
así y continúa siéndolo, a propósito de algo dicho, algo dicho por el Otro.
Puedo, en primer lugar, describir los hechos.
¿Qué es la cólera? Se trata de un fenómeno humano capital. ¿Cada uno tiene su versión, se apropia
de ella de una manera determinada? Asunto a tratar.
Parece ser que en Italia, una mujer joven dijo a otra, también joven, quien me lo contó, que mis
cóleras en su opinión eran simuladas. Esa opinión cae en el mismo error del Prof. Debré. No sólo no
son simuladas, sino que se trata en ellas de una transmisión directa de lo simbólico al cuerpo, a su
motricidad, algo que yo expresaba cuando era chico diciendo: siento una corriente eléctrica. Y sabía
lo que era sentir una corriente eléctrica, puesto que una vez había metido mis dedos en un enchufe y
había sentido la descarga, de modo que había hecho la experiencia, aunque más no sea fugitiva, de
baja intensidad; esa era la experiencia de la electricidad que podía comunicarme la palabra del Otro,
la de volverme frenético; mis cóleras eran frenéticas.
Si aporto precisiones al respecto, diré que mis cóleras eran frenéticas con ciertos invitados de mis
padres. Por ejemplo, en el momento en el que nos disponemos a comer –siempre ocurría en esos

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momentos–, uno de esos personajes suelta una frase algo racista, se burla de un inválido. Y el
pequeño mentón en alto le digo: “¡Le prohíbo decir eso!”. Todo el mundo queda estupefacto… (risas).
Un pequeño representante del Otro, algo que podemos desarrollar.
¿Estoy diciendo acaso lo que había registrado? En fin, está en el límite, hay prescripción allí.
Puedo decir que en cuanto a la relación sexual ocurre otro tanto: para mí pasa mucho, como quiera
que sea, por lo simbólico. Recuerdo todavía el deseo febril que había conseguido despertar en mí una
pequeña astuta –y eso es algo que me admira. No era vieja, debía tener 20, 18 años; le había
planteado con candor, procurando abreviar los preliminares, si me quería, si quería algo en mí. Y ella
me respondió de un modo que me excitó al extremo: “¡Hasta la última gota!” (risas). Pues bien, se
trata de palabras que todavía hoy guardan vigencia (risas). En el fondo, procuraba decir que ella era
una mujer. Otra, me trastornó, me dejó trastornado escribiéndome: “Estimado varón”.
Eso, hay algunas que verdaderamente saben hacerlo.
Entonces, es cierto que no me esfuerzo para nada cuando pongo pasión en la palabra. De ahí vengo,
logré sobrevivir a eso, gracias al análisis, porque ya no podía más. En mi caso, no se trata en
absoluto de un discurso que sería propio del semblante, por el contrario. Es, en mí, lo que hay de más
real.
La última vez evocaba la cuestión del pensamiento según Lacan, algo del registro simbólico que
desordena las funciones del alma–cuerpo; es exactamente de lo que se trata con mi corriente
eléctrica: lo simbólico desarreglando el equilibrio en mí, el equilibrio del alma–cuerpo y ejerciendo al
respecto un dominio extraordinario. Digamos que lo real en mí es este enganche susceptible de
ponerse en movimiento, algo que siempre está ahí, evidentemente, pero con lo que aprendí a darme
maña, aprendí mucho incluso, sin lo cual no podría practicar el análisis.
Y entré en análisis. Hay montones de circunstancias que pueden explicarlo, entre ellas el
izquierdismo, el hecho que a pesar de haber sido expulsado de allí, no por eso largué, aun en mi
condición de paria y con una cierta desorientación –y la desorientación cierta– que de allí se
desprendió y se instaló durante dos años. Hubo todo eso, pero fundamentalmente entré en análisis
porque ya no podía vivir así, conectado a lo simbólico, recibiendo las descargas eléctricas como un
ratón de laboratorio, a merced de lo que el Otro pudiese decirme.
De ahí las cóleras, indignaciones, sublevaciones, en fin, me ahogaba. Se produjo un efecto de asfixia,
tanto más en la medida en que, cuando era izquierdista, podía acordarme cierto movimiento, un golpe
y otro, pero después, cuando ya no hubo nadie más a quien distribuir los golpes ni a quien levantarle
la voz, todo eso me ahogaba.
Claro está, cuando actualmente organizo Foros, cuando parto al asalto de las fortalezas y demás y
obtengo cierto éxito –y hasta un éxito cierto, bendecido en algún aspecto por el Ministerio de Salud–,
hago al mismo tiempo un meeting en la Mutualidad para protestar. Bendecido por el Ministerio de
Salud, hago un meeting en la Mutualidad para protestar contra las medidas dispuestas para la
enseñanza superior. Pienso que si la cosa marcha es porque estoy en mi elemento, en mi elemento
inconsciente, se trata de algo que está en sintonía.
Entonces, tal como lo evoqué rápidamente, era el esclavo del bien–decir –es preciso que llegue hasta
el final, porque no continuaré la próxima vez– y esto tenía que ver con una madre, como quiera que
sea, algo fóbica, es lo que me digo retrospectivamente. En este momento, tengo diez años más de los
que ella tenía en el momento de su muerte. Una madre fóbica para quien hablar mal de alguien

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estaba proscrito, lo cual imponía la obligación de no ver el defecto del Otro. Si alguien rengueaba, no
había que decir: “Renguea”, porque no había que señalar nada de menos en el Otro, una suerte de
fobia a la castración del Otro. Ese menos es posible verlo, pero no debe pasar al significante.
Evidentemente, fue algo que no generó en mí la menor expresión de racismo, de desvalorización del
proletariado, todo eso estaba absolutamente desterrado, no debía siquiera figurar. Pero claro está, mi
madre no se encolerizaba cuando se encontraba sentada a la mesa con gente que se consagraba a
ese género de ejercicios. Yo era así, en cierto modo, el caballero de la madre, dedicado a perseguir a
todos esos tipos y mandarlos al diablo, caballero por consiguiente en estado de insurrección. Pero al
mismo tiempo, siempre amenazado por... Digamos, sin ningún margen de autonomía respecto de la
palabra del Otro.
Claro está, esto imponía siempre, era algo que volvía muy presente en ese lugar de tercero al Otro,
una presencia agobiante en todo tipo de interlocución en el que yo viniese a mezclarme. El principio
que me animaba era, al fin de cuentas, aquél según el cual eso había sido dicho ante mí y no habría
de decirse jamás que yo había permitido que fuese dicho, de otro modo me convertiría en cómplice;
era necesario entonces que responda enseguida, ¡de inmediato! Todo lo cual obligaba a vivir en
alerta.
Por eso considero que se trataba de algo que instalaba al Otro a mi lado, el lugar donde todo se
inscribe, donde todo se sabe; el Otro me vigilaba para ver si yo había permitido que ocurriera eso.
Se trataba de algo que ejercía una opresión tanto más fuerte, en la medida en que yo no tenía la
menor educación religiosa. Del judaísmo no tuve más que el significante: “Sos judío”, algo que jamás
cuestioné, pero resultaba un poco pobre del lado del imaginario.
Por otra parte, el resultado fue que cuando supe leer, muy tempranamente, me apasioné por los
dioses de la mitología griega y romana. Tenía entonces presentes las filiaciones de esos dioses, sabía
todo de memoria, al punto que en la escuela el profesor no entendía de dónde procedía todo eso.
Pues bien, sencillamente venía del hecho que mi familia por entonces había quedado circunscripta a
mi padre, mi madre y mi hermano. Mi madre tenía doce hermanos y hermanas, mi padre dos o tres...
Imagínense los miembros de toda esa familia desparecidos, exterminados en el ghetto de Varsovia.
No recibí –como venía diciendo– educación religiosa; por lo demás, si tengo que señalar algo como lo
más importante en mi vida, no se trata de algo que haya hecho yo, sino algo que hizo mi padre, a
saber, no mencionar prácticamente ese pasado. No hubo llantos, sino el índice señalando el porvenir,
en una actitud según la cual todo comenzaba con nosotros y que por mi parte he conservado, un
cierto optimismo respecto del tiempo por venir, sin identificación con una historia de víctimas. Esto no
supone falta de solidaridad, pero es la razón por la cual, además, yo era maoísta y no trotskista. El
trotskismo explicando con lágrimas en los ojos la desdicha de Trotsky jamás me conmovió. Soy
rápido, mis mejores amigos son trotskistas.
¡Adelante! ¡Sin tener en cuenta los obstáculos! ¡Hay una vía, una salida! Y esto es familiar, es
paterno, algo presente, por lo demás, también en mi hermano.
Dejemos esto. Decía que no hubo educación religiosa, educación que tempera en mucho las
relaciones con el Otro, en la medida en que hace de ese Otro un semblante, lo viste con fórmulas, le
adjudica destrezas, indica el modo según el cual dirigirle plegarias; prescribe plegarias rituales,
ceremonias. Cumplida la ceremonia, uno se queda tranquilo, reza su plegaria nocturna y después

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puede ir a hacer nono. Pero cuando no hay nada de todo esto, tienen la potencia desnuda del Otro,
feroz.
Es así como por mi parte lo viví, bajo la forma de un enfrentamiento directo con el Otro, ese Otro
feroz, de allí mi tendencia a ser yo mismo feroz llegada la ocasión y, dada la presencia de este Otro,
la obligación de decir la verdad. Es decir que todas esas formas de facilitación que Lacan pudo
exponer y suponen un decir a medias (mi–dire), por debajo, decir sin decir, etc., todo eso estaba
cerrado para mí, obligado como estaba a decir la verdad y sostenerla.
Es el ejemplo de Kant, su pregunta: ¿uno tiene la obligación de decir la verdad al tirano? No es la
respuesta lo que cuenta, sino el hecho que a partir del momento en que uno habla de decir la verdad,
hay un tirano en juego; para mí, ese tirano cobraba la forma de decir la verdad. De allí –es preciso
decirlo– la extrema fatiga que me condujo al análisis. Decir la verdad siempre hace surgir al tirano. Y
para mí, no se puede ir contra la verdad. Una de las formas en las que ella se encarna es la del corte;
implica que dos y dos son cuatro, esto es, la transparencia, el carácter de lo estrictamente necesario.
Esto fue lo que condicionó la elección de mi analista, porque de inmediato percibí que para él dos
más dos daba cinco; de inmediato percibí que él se acordaba todo el confort con la verdad, como
también percibí que buscaba desembarazarse de un cierto número de gente en la Escuela Freudiana
de París. La verdad no constituía un obstáculo para él, no lo inhibía y eso fue lo que elegí. En una
ocasión le conté esto a Safouan y ambos coincidimos en que yo había sido castigado allí mismo
donde había pecado, puesto que fui yo quien había elegido esa basura.
¿Quién se encoleriza aquí? De ahí, entonces, mi gusto por la lógica.
Por los tiempos en que ingresé a la Escuela Normal Superior, hacerlo no era algo que estuviese
verdaderamente de moda. Entré para aprender lógica. Durante el verano de 1962, antes de ingresar
en la Escuela, recuerdo muy bien haber pasado esas vacaciones leyendo dos libros –algo raro,
porque habitualmente leía mucho más–; en realidad, debo haber leído otros, pero para distraerme–:
“El pensamiento salvaje”, que venía de ser editado, y para laburar de verdad y aprender algo, ese
libro amarillo que todavía tengo, “Abstract Set Theory”, de Abraham Fraenkel, la teoría axiomática de
conjuntos, un admirable manual. Al comenzar, yo no conocía nada al respecto; lo leí hasta la última
página, haciendo todo cuanto podía y capté la teoría de conjuntos.
Así, entonces, dos más dos es cuatro, esa es la transparencia; uno no oculta nada, ese es el carácter
necesario, uno no se deja detener y allí reside también la omnitemporalidad. En el fondo, tomé
contacto con la eternidad por la vía de esa investidura libidinal de la fórmula matemática.
Esto hizo que la pena de mi vida, digámoslo así, fuese no avanzar más allá de ese registro en las
matemáticas; determinó también que le confíe a mi hijo que si bien la mitad de mi biblioteca estaba
compuesta por libros de matemáticas, no podía por mi parte ir más allá de la página 20. Él
comprendió entonces, por su parte, dónde podía alojarse en la existencia y se convirtió en
matemático. Fíjense cómo circula esto a través de las generaciones.
Evidentemente, mi preferencia por Spinoza proviene de aquí. Una preferencia marcada, ya que en un
momento dado pensé que sería lo último que podría leer y después moriría.
Poco tiempo después de haber conocido a Judith Lacan, quien conducía muy bien pero a gran
velocidad, la noche de un 14 de julio –por entonces recién nos conocíamos–, tuvimos un accidente
automovilístico. Judith iba al volante y mi cabeza dio contra el parabrisas, en fin, fue una mala
pasada.

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Ella salió indemne, mientras que el golpe que recibí produjo una hinchazón ostensible; me llevaron
entonces a la sala de urgencias del hospital de Mantes, al servicio donde se encontraban personas
con importantes traumatismos, es un estado espantoso. En ese momento, me dije que con esa
hinchazón había llegado quizá mi fin y le pedí a Judith que tomase de mi bolso “La Ética” de Spinoza
y me la alcance. Me puse a leer el primer capítulo, el Libro “De Deo” y en el correr de esa mañana,
como estábamos cerca de Guitrancourt, llegó el Dr. Lacan. Me hicieron pasar por exámenes y
radiografías, todo lo que se podía hacer. Lacan me preguntó qué era lo que estaba leyendo y cuando
le respondí dijo: “Háganlo salir”. Su autoridad natural determinó que poco después me encuentre en
su jardín. Eso fue todo.
Evidentemente, esa relación con la verdad absoluta suponía una cierta exclusión del tiempo y por
consiguiente, una tensión. De ahí la alegría suscitada en mí cuando los italianos, en el Campo
Freudiano en Italia, me hicieron comprender algo. Si los domingos por la noche llegábamos allí a un
acuerdo total, el lunes nadie lo respetaba (risas). Yo les señalaba: pero ayer por la tarde ustedes me
dijeron tal cosa... Y ellos me respondían: pero eso fue ayer por la tarde (risas). Es así de evidente, es
imparable. Esto que me respondieron en una ocasión, me acordó una libertad que ustedes no pueden
imaginarse; ocurrió mucho tiempo después de mi análisis, que había abierto el camino.
Venía señalando entonces la tensión que supone enunciar verdades para siempre, ante ese Otro que
de no ser así los anonada; en una oportunidad me referí en un escrito a cuál era para mí esa figura
del Otro y que ustedes pueden ubicar a un costado de la Plaza de la Bastilla; se trata de la estatua de
Beaumarchais, tanto más visible que se sitúa allí sobre una pequeña explanada. Precisamente a la
edad de seis años, yo no quería pasar por allí, con la idea que esa estatua podía saltarme encima.
Tal como tuve ocasión de ponerlo por escrito, para mí el mundo estaba estructurado por la estatua de
Beaumarchais situada en la Rue Saint–Antoine, cerca de la Place de la Bastille, magníficamente
elevada en su terraplén. Ese es el primer dibujo que hubiese querido hacer cuando estaba cursando
mi sixième, el de una de las vertientes del mundo conocido, mundo que encontraba su límite después
de la Tour Saint–Jacques, en la estatua de Jeanne d´Arc, en la Rue de Rivoli. Para mí, que vivía por
entonces en la Rue des Franc–bourgeois, cerca del Musée Carnavalet, esos eran los límites del
mundo. De modo que, en todo caso, ustedes saben que el Otro tiene el perfil de Beaumarchais (JAM
hace la mímica).
Entonces, por un lado, se trata de enunciar verdades para siempre y por otro, de experimentar la
precipitación, la urgencia por decir y testimoniar ante el Otro. La cólera expresaba esto mismo: es
preciso que la réplica sea enunciada de inmediato, toda demora es culpable.
La solución era devenir periodista –no sé si ustedes entienden cómo se inscribe esto–, pero no de
cualquier publicación; tenía que ser el Paris–Match de la época, donde quedaban incluidas fotos
suntuosas. Esencialmente, ese deseo de ser periodista venía a ser inspirado en mí por la doble
página que firmaba Raymond Cartier, todas las semanas en el mismo lugar, y decía la verdad acerca
de todo.
¿Entienden entonces cómo llego a darle continuidad a este Curso, semana a semana, desde hace
más de veinte años? La razón es esa doble página de Raymond Cartier en Paris–Match. Quizá
responda también a muchos otros motivos. Si puedo sostenerme (à pexer) (en el intento de aportar
sorpresas) así, indefinidamente, sin llegar a la publicación y encontrar mi interés en esa modalidad –
aunque no todos los días sean favorables–, es porque hay para ella un fundamento “inconsciente”,

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así, entre comillas; un fundamento que se reporta a la infancia: se trata de la solución que había
encontrado cuando tenía seis, siete años, la de volver al mismo lugar a decir la verdad.
Por lo demás, no podría hacer este Curso cada quince días, caería enfermo. Si bien hay de todos
modos interrupciones, el ritmo quincenal no lo soporto; un Seminario, para mí, supone una frecuencia
semanal, esta periodicidad se impone. Por ejemplo, Paul Valéry se despertaba cada mañana a las 5
hs., se fumaba un pucho y le era necesario registrar por escrito las ideas que se le habían ocurrido,
de otro modo se sentía molesto todo el día. Pues bien, en lo que a mí respecta, si no puedo arrojar
cada semana aquí mis pensamientos diversos, me siento molesto. Cuando llegan las vacaciones me
adapto a ellas, pero está en juego mi propia satisfacción, por eso decía que mi objeto es el
significante, es lo que me ha acordado los más grandes goces. Y sin duda incluso el otro sexo es –
¿puedo decirlo?– un conductor de significantes.
En el fondo, los grandes escritores siempre me aportaron cierta embriaguez, algo que todavía ocurre,
esa distensión, esa dicha que suscita la lectura de ciertas páginas de Baudelaire, de Mallarmé. Nunca
me gustaron las traducciones, nunca pude leer la obra traducida de los escritores; por esa causa
tengo enormes blancos, no logro consagrarme a las obras escritas en lenguas que no conozco o no
puedo leer por mi cuenta. Por ejemplo, las “Grandes esperanzas”, de Dickens, cuando comencé a
leerlo en francés lo encontré completamente aburrido; cuando accedí a la obra en inglés, resultó ser
espléndida, todavía estoy fascinado con el descubrimiento de la sustancia del inglés en las tres
primeras páginas de “Grandes esperanzas”. Y además los poetas, sin forzarme y sin ver en absoluto
la menor contradicción entre la fórmula matemática y la fórmula poética.
Entonces, así y todo entré en análisis porque resultaba invivible. Es decir, era preciso, de una manera
u otra, que esté un poco desconectado del significante, de otro modo me iba a hacer estallar; era
preciso hacer intervenir un cierto vaciamiento, porque se me estaba volviendo imposible escuchar al
otro, en ese alerta permanente que era el mío... No exageremos, no estaba chiflado, pero en fin,
había esta amenaza y esta presencia del Otro que resultaba asfixiante.
¿Qué quiere también decir ahora para mí la experiencia analítica? Muchas cosas. Por supuesto, el
hecho que me guste interpretar. Pero ocurre que la posición básica supone que la palabra del otro
debe deslizarse en ustedes como el agua por las plumas del pato. Si el otro les dice que Molière está
sobrevalorado, no corresponderá que se detengan a responderle “¡Pero cómo! ¡Es el más grande de
los autores...!”
Tuve ocasión, por mi parte, de analizar a una alemana para quien la mayor desdicha de la guerra era
la suerte corrida por los alemanes deportados o que habían sido bombardeados en algún momento,
víctimas del Ejército Rojo, que los había obligado al exilio. Pues bien, ¡le expresé mi acuerdo! Pude
escuchar tranquilamente lo que me decía, los encontré muy simpáticos. Ahí me dije que
verdaderamente, se había dado un progreso en mí (risas).
Cada cual tiene sus desgracias. Ella contaba, en efecto, la historia de una chiquita hija de un nazi, su
papá era un nazi. Problemática que no me era de inmediato familiar, pero un analista comprende
esto, comprende también que un nazi sea padre, que tenga una hija. No sólo en la insurrección,
justamente.
Pude reencontrar entonces allí algo de lo que había hecho la experiencia, aquélla, como decía, de
poner a distancia valiéndome de la relación con la sociedad de los espíritus, pero que era combatida

50
por la conexión estrecha de mi cuerpo con el significante. Allí, en el fondo, volví a encontrar ese
distanciamiento que le viene bien a la búsqueda intelectual.
Diría así que en mi análisis sentí, incluso físicamente, cavarse en mí el lugar donde era posible que
aloje a un Otro que habla, sentí instalarse en mí la escena donde alguien iba a poder ubicarse para
hablarme y que era –como dice Lacan– un terraplén despejado de goce. Pues bien, yo que estaba
estorbado por ese goce, sentí que ese lugar calaba en mí.
Hablé al respecto a partir de un momento dado y recuerdo que lo comparé con la bolsa en el vientre
de los canguros. Cuento con un bolsillo donde alguien podrá meterse; también lo comparé –y ustedes
me disculparán la expresión, es la que por entonces se empleaba en las historietas de Charlot que
me leía mi madre–, la negra jetona; como ustedes saben, se trata de la deformación de los labios que
produce una enorme protuberancia. Me decía que también yo, a partir de ese momento, tenía un
lugar allí donde alguien podía ubicarse.
Y algunas otras cosas más. Empecé a poder hablar mal de la gente, a hacerlo sin problemas (risas).
En fin, había empezado un poco antes, es preciso decirlo; como izquierdista, uno critica forzosamente
a los malvados, es normal. Por mi parte, comencé a poder hacerlo, a burlarme con mala intención,
etc., a liberarme del discurso fóbico de la madre que como quiera que sea me había encerrado.
No renegué ese discurso, pero pude tomar mis distancias respecto de él. En cuanto al padre,
evidentemente hay muchos padres en mi cielo, en tanto en el de Sollers no hay nada. En mi caso los
padres son muchos y ninguno humillado, como ya les dije. En todo caso se trata, por momentos, de
un padre humillante. Por lo demás, sé muy bien que cuando tenía 13 años, un día, cuando se burlaba
de mí, logré burlarme de él. Se quedó con la boca abierta y en ese momento, por mi parte había
ganado algo.
En mi parecer, esto queda ligado a una imagen muy precisa –quizás algunos de ustedes recuerden
esto–, que viene del film Scaramouche. En un primer momento, el pobre muchacho no sabe allí
combatir con la espada y entonces Mel Ferrer manda de paseo así, sin más, a Stewart Grange.
Metódicamente, Stewart Grange aprende a manejar la espada y viene el gran duelo del final, donde
cabalgan a través del teatro y demás, hasta que Stewart Grange logra hacer caer la espada de Mel
Ferrer. Eso fue lo que viví fantasmáticamente (risas).
Esto es lo que viví y lo que funda mi confianza en que también podamos hacerles caer la espada de
las manos a esos esbirros del Estado y de sus institutos, a los cognitivistas.
Cuento entonces no con un padre humillado, sino con un padre radiante. Tiene en mí una imagen
indeleble, que pude situar bien en análisis: es la de mi padre, médico radiólogo, conduciéndome por
primera vez a su consultorio de radiólogo –había sido antes generalista; vivíamos allí donde él había
tenido su consultorio como generalista, cerca del Museo Carnavalet–; cuando se dedicó a la
radiología, pasó a tener un gran consultorio cerca del Parque Monceau. El lugar tenía algo de
cavernoso, con largos corredores, dimensiones de las que no teníamos idea en el pequeño
departamento donde habitábamos.
En aquella ocasión, una vez que mi padre abrió la puerta, quedaban a la vista las pantallas de
radiólogo, las radiografías adheridas y allí estaba mi padre, dictando a dos o tres secretarias los
informes, las evaluaciones de las radiografías, para los médicos que habían enviado a los pacientes.
Ellas tomaban nota también de las direcciones que les indicaba para enviarlos, todo lo que me
evocaba a mí al dios Shiva, de la tradición hindú, el de los múltiples brazos.

51
Es claramente una imagen apotropaïque 11, una imagen anti–castración, pero justamente lo contrario
de la medusa. Si la imagen de la medusa encarna la multiplicidad, la amenaza múltiple de la
castración, aquí, por el contrario, se trata de una imagen donde la castración es superada en el
esplendor de la potencia y haciendo mil cosas a la vez.
Y cuando por mi parte me encuentro haciendo mil cosas a la vez, allí donde satisfago además mi
patronímico –algo que también aislé en análisis–, cuando estoy en sintonía con esa imagen, estoy
como se dice “en forma”. Queda claro que ahora, cuando sólo hay una o dos cosas para hacer,
cuando no hay un brazo armado que toque desarmar, ¡me aburro!
Así, tengo 63 años y creo que estaré en guerra hasta el fin de mis días.
Hasta la próxima.

Fin de la Tercera Sesión del Curso JAM 2007-2008 - 28.11.07

Cuarta sesión del Curso 2007-2008


Miércoles 5 de diciembre de 2007
IV

11
– No encontramos el término equivalente en español con esta ortografía. Por el contexto podría reenviar al
término apostrophe, en el sentido de invocación o interpelación directa a cosas personificadas. (N. de la T.).
52
Entiendo por qué están aquí: esperan que continúe amándome delante de ustedes.
Es de ese modo que sitúo el límite del ejercicio, tal como se me mostró la última vez, después de
haberlo hecho. Ocurre que haga lo que haga, me describo como amable.
Resulta en extremo singular que incluso un análisis, después de todo, sólo es impulsado hasta un
cierto punto. Y es aun lo que ocurre con el cortejo de injurias y calumnias que me acompaña desde
siempre, algo que ya es para mí una suerte de animal familiar; siento que algo me falta cuando no
tengo la jauría ladrándome detrás y buscando morderme los talones. Este último tiempo, por ejemplo,
¿dónde está?
Pues bien, pese a esto y a toda la ironía que puedo consagrarle, hay en mí algo que debe pertenecer
al registro de la certeza psicótica o en todo caso, de la certeza –y quizá podría decirse que toda
certeza es psicótica, sobre todo en los tiempos que corren. Tengo la certeza, incluso sin saberlo, pero
me doy cuenta cuando me releo, tengo visiblemente, ridículamente la certeza –cómo decirlo, voy a
recurrir a la distancia que me permite un vocabulario un poco anticuado–, la convicción de tener un
alma adorable.
No creo en el alma, como no sea reportándome al modo según el cual la consideran Aristóteles y
Lacan, en tanto designa la unidad del cuerpo, cuya imagen en el espejo sería el analogon más
próximo, más presente. Como dije al pasar, no me miro en el espejo, al punto tal que ignoro tener los
cabellos grises, según parece.
No creo en el alma, ni siquiera soy coqueto –quizás ustedes se hayan dado cuenta–; me visto a las
apuradas, soy capaz de ponerme lo mismo durante una semana. Admiraba mucho lo que se decía de
Jean–Jacques Servan–Scheiber, en otros tiempos: se vestía siempre con un traje azul, del que tenía
varios ejemplares del mismo corte, una camisa blanca y una corbata negra, siempre la misma, de
modo tal que no hubiese tiempo que perder por las mañanas. Esto me parecía la prudencia misma.
La apariencia es así algo de lo que no me ocupo; jamás me creí irresistible para las damas y de
haberlo creído, hubiese sido desmentido en los hechos. Sin embargo, todo indica que en cierto modo,
como decía el Dr. Lacan, creo ser adorable.
Tal es el fundamento de lo que evocaba como mi erotomanía, por lo menos en lo que hace al binario
según el cual Lacan da a elegir entre la erotomanía y otra cosa en la relación con el amor. Ustedes
encontrarán esto en sus “Propósitos introductorios para un Congreso acerca de la sexualidad
femenina”. Es respecto de ese binomio que venía a situarme más exactamente del lado
erotomaníaco.
Esto determina que, evidentemente, una convicción así resista a los hechos. Hay un número
absolutamente increíble de gente que me odia y esto no mella para nada mi convicción.
En el fondo, ¿qué me digo, qué debo decirme? Algo así como: me odian porque no me conocen bien
(risas); de no ser así, verían que soy del todo gentil –bueno, no, totalmente gentil es decir demasiado.
Es demasiado decir, pero sin duda se trata de una posición, la mía, que habría podido conducirme a
la paranoia.
En el fondo, siempre sentí que tenía más afinidades primarias, inmediatas, con aquel modo de
concebir el corazón del hombre que se da en Jean–Jacques Rousseau, es decir, aquél que sostiene
su bondad esencial, que con el pesimismo cínico de Freud y de Lacan. Si desde lo intelectual puedo
adherir a este último –y de hecho adhiero, la práctica psicoanalítica por lo demás me impulsa en esa
dirección–, como diría el otro, el niño en mí, hijo de madre, se inclina hacia la otra perspectiva.

53
Incluso si corrijo esta concepción, es así y todo ella la que modela mi política institucional. Siempre
estoy a favor. Uno se da bien cuenta que Lacan, siguiendo la concepción que él desarrolló, expuesta
en sus Seminarios y en sus Escritos, mantenía las riendas de su Escuela, los puños apretados;
cuando la asamblea general duraba más de un cuarto de hora, se impacientaba, uno comprendía que
era preciso partir y partíamos. En lo que a mí respecta, debo decir que no seguí para nada su
ejemplo, no sólo porque debí consagrarme al asunto un poquito joven, muy lejos de su autoridad, sino
porque lo hice de un modo por completo distinto.
Lo hice, en efecto, por la vía de la conversación, hasta diré fatigando a la gente al dejarles libre todo
el horizonte para hablar, apostando a la dialéctica de las opiniones, al hecho que ella encontraría
finalmente un punto de equilibrio, preconizando la transparencia, término que por excelencia se ubica
en la perspectiva de Rousseau. Es preciso decir que así y todo hubo quienes se rehusaron a entrar
en el juego; fue cuestión a menudo de personalidades muy crispadas, en fin, grandes pesimistas en
cuanto al ser humano, desconfiados. Pero aquellos que sí se prestaron al juego, después de todo
ahora suman millares de gente en todo el mundo, como también se generaron instituciones muy
sólidas, que en el presente viven su propia vida, donde no tengo en absoluto que girar la manivela. Lo
hice al comienzo, un poco por todos lados, pero después de todo se trata de algo que generó también
en ellos confianza en lo que a mí respecta, como pude verificarlo recientemente. Confianza en mi
lealtad, por lo menos en cuanto a un esfuerzo de justicia y de promoción de las personas –y en cada
generación, de los más jóvenes.
Llegó a ocurrir que los fatigue; no hice todo cuanto podía al respecto, según creo, en este país
mismo, en Francia, porque me dejé absorber desde hace ya varios años y de manera muy exclusiva
por la redacción de los Seminarios de Lacan. Me retrasé un poco en Francia a causa de esto, pero
estoy recuperando ese retraso ahora y lo voy a hacer a marcha forzada.
Así, esta doctrina respecto del mal o de lo malo, que en mi caso relaciono con el hecho de ser hijo de
una madre fóbica, es algo que continuó en acción. Es allí donde se funda la mucha simpatía que
tengo, en primer lugar, por los hijos de madre, como Sollers, por ejemplo. Es algo que yo reconozco,
pero que es en él muy exclusivo, evidentemente.
Pero en el fondo, incluso en el momento más fuerte del machismo intelectual de la Escuela Normal
Superior (ENS), que era por cierto notable, resulté captado por ese machismo antes de adoptarlo. Por
ej., cuando Spinoza dice: el hombre piensa, la convicción que modelaba nuestros actos era: la mujer
no piensa. Nuestra experiencia era bastante limitada desde ese punto de vista. Era entonces
considerable ese machismo intelectual; alguien que lo padeció –y por lo demás conservó la marca al
respecto– es Catherine Clément. Ella se interesaba en nosotros y nosotros encontrábamos que tenía
lindas piernas, pero en cuanto a lo demás, no la estimábamos como ella merecía. Es lo que ocurre
cuando uno entra en un cuerpo constituido y prestigioso como ése, incluso teniendo un espíritu
independiente, toma la tintura de ese medio.
Por ejemplo, en la Escuela Normal, aprendí muy rápido que el toque chic, en fin, aquello que
constituía la elegancia misma cuando los filósofos nos hablábamos entre nosotros, cuando
estábamos presentes dos o tres, era la actitud de mirarse los pies. Y así era como los alumnos de
Althusser se hablaban entre sí (JAM hace la mímica); por consiguiente yo también empecé a hablar
así (risas).

54
Sin embargo, si ustedes quieren, tengo un recuerdo muy preciso de mi independencia, justamente. Es
decir, de la primera cena de la que participé en el refectorio de la ENS, sentado a una mesa donde
había otros normalistas. Cuando la conversación estaba animada, en un determinado momento dije –
lo recuerdo por el silencio helado que siguió a mi intervención–: como quiera que sea, resulta
divertido pensar que hay aquí la misma cantidad de boludos que en cualquier otro sitio… (risas).
Visiblemente, la idea no era compartida por mis camaradas.
Entonces, según creo, se trata de un efecto que responde al medio. A mi entender, como hijo de
madre que soy, siempre tuve simpatía, vibración empática por –cómo decirlo–, como ellas dicen, el
discurso femenino.
El hecho de amar la lógica, y la lógica seca, no me impidió nunca escuchar los discursos húmedos, si
puedo decirlo así. Es una oposición un poco rudimentaria, ya que hay sin duda mujeres secas y
hombres muy húmedos.
Bueno, sí, veo que nos divertimos. Así y todo, es necesario que les aporte precisión respecto de algo.
Ocurre que habitualmente, cuando vengo a hablar aquí, he pensado en la cuestión durante la semana
y después, el miércoles por la mañana, me concentro durante dos, tres, cuatro horas, leo, escribo,
tomo notas, elijo a último momento el camino a seguir –camino que me sorprende a veces a mí
mismo, es lo que ocurre más a menudo– y así es como se acumulan notas que no utilizo y que
podrán volver en el transcurso del año.
Esta vez no hice eso, no pude hacerlo, digamos que no dejé de estar en la acción ni siquiera un
segundo.
Para mí es entonces un recuerdo muy alejado el del momento aquél –la semana pasada– en el que
había tenido tiempo de darme tono y tomar distancia, ese momento en el que se me ocurrió hacer un
love fest conmigo mismo.
Esto se me presenta como muy lejano ahora que tengo delante de mí las notas para continuar,
cuando todavía no les he dicho nada. Todo cuanto les digo lo traigo así, ex tempore. Qué quieren
ustedes, evidentemente opongo lo seco y lo húmedo como lo masculino y lo femenino; se trata de la
inercia imaginaria, no salimos de ahí. En fin, salimos cuando tenemos un pequeño momento para
reflexionar.
Entonces, mi diferencia con Sollers se hace manifiesta respecto de muchos puntos y planos, pero en
definitiva, clínicamente se sitúa en lo siguiente: en cuanto a él, puedo escribir en términos astrológicos
desviados hacia el psicoanálisis, pocos o ningún padre en su cielo. En cuanto a mi cielo, hay muchos,
muchos padres. Allí se fundamenta, por lo demás, lo bien que me entiendo, en general, con las hijas
del padre –¿ven ustedes a qué me refiero? Pero con las hijas de la madre también.
Evidentemente, no me relaciono con la idea de lo nacional a la manera en que lo hace Sollers. Para
él, a todas luces, la idea de la patria se ubica del lado del padre. Mientras él no le asigna ninguna
importancia, para mí cuenta, y por mucho. Sin duda, esto responde al hecho que, por mi parte, tuve
que inventar yo mismo esas raíces, de ahí que me sienta tan enraizado en la cultura francesa y en la
Historia de Francia.
Como quiera que se lo considere, esto es un logro de la República Francesa, el de transformar al hijo
de judíos polacos, nacidos en el ghetto de Varsovia, de manera tal que llegue a sentirse como me

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siento yo, un francés pur sucre. 12 Claro está, deseo que esta máquina de transformar continúe, que
no desfallezca.
De modo que para mí, la patria cuenta; siempre me hicieron vibrar los grandes episodios de la
Historia de Francia y así como conté la última vez, si recuerdo bien –y tengo buena memoria–, el rol
que había podido jugar la imagen gloriosa de mi padre radiólogo dominando el mundo, su mundo de
fotos y de secretarias que tomaban múltiples discursos siguiendo su dictado, de esa manera yo me
sentía bien cuando estaba en sintonía con esa imagen, como aquí mismo.
Mis momentos de elación, mis períodos que podrían ser calificados clínicamente de hipomaníacos,
son consecuencia de la identificación con esta imagen. Yo debía tener por entonces seis o siete años,
no más; puedo situar la fecha, puesto que él abrió su consultorio de radiólogo en 1950, 1951, resulta
fácil de ubicar.
Se trata así de una imagen radiosa, por entero positiva, que incluye claramente mujeres en una
posición subordinada. Son mujeres que trabajan para él, que toman nota y sostienen su palabra, en
tanto él se ubica en una posición evidentemente de dominio y de saber total.
Conocemos las consecuencias clínicas, a menudo enojosas –es en todo caso lo que por mi parte
pude ver–, del hecho que un niño sea en clase alumno de su propio hermano o de su propia madre.
Claro está, ustedes podrán aportarme muchos ejemplos donde todo transcurre muy bien; por mi
parte, he verificado que ciertas dificultades de ser, contemporáneas respecto de este incidente o más
alejadas en el tiempo, son consecuencia de él.
Esto no es un equivalente de la familia Schreber, hijo de un padre educador, pero si el familiar del que
se trata no maneja la cuestión con tacto –y es todo cuanto se pueda decir al respecto, porque no
existe un buen método, pero aun así–, si carece de tacto tenemos consecuencias enojosas.
Es algo así como ser hijo de médico. Puede que decida a su vez ser médico; hay dinastías brillantes
fundadas sobre esa base, por ejemplo, el profesor Debré. Se mostró tan brillante respecto de mí que
un magnífico hospital lleva hoy su nombre en signo de reconocimiento a su agudeza. En fin,
ciertamente hizo muy bien otras cosas... El Prof. Debré engendró un primer ministro, quien a su vez
engendró un médico y un juez de instrucción, devenido ministro y presidente actual del Consejo
Constitucional.
¡Ah, sí! También tuve una disputa con Bernard Debré, nieto de aquel otro Debré. Era un día en que
comenzaba a desplegarse nuestra ofensiva contra la reforma Accoyer; había por entonces aceptado
presentarme en un panel televisivo, conducido por Franz–Olivier Giesbert. Por otra parte, como no me
habían transmitido con exactitud la fecha, yo creía que la grabación iba a darse al día siguiente y
llegué cuando la emisión ya estaba por la mitad. Por consiguiente, estaba un poco lejos del centro del
asunto cuando en un momento dado, un periodista del Nouvel Observateur comentó, de un modo si
no malintencionado al menos muy grosero, que los analistas querían escapar a la escrutación del
dominio público.
Por lo demás, Pierre Bénichou se entendía bien con mi hermano y vino a decirme, después de la
emisión, hasta qué punto su familia guardaba un recuerdo de nosotros. Su tío Paul Bénichou, gran
crítico ante el eterno, había mantenido un vínculo muy próximo con Sylvia Bataille y Lacan, etc. Pero
en fin, durante la emisión, puso voz de trueno para preguntar qué eran todas esas historias con esos

12
– Entendemos que JAM juega aquí con dos expresiones: pure souche (pura cepa, aludiendo al origen) y pur
sucre (todo azúcar, toda miel –con referencia a la amabilidad, a la condición de amable). (N. de la T.).
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análisis, etc. Por mi parte, veía correr la hora; me iba quedando poco tiempo, estaba al fondo, en el
segundo rango, sometido a una filípica que afectaba, a través de mi persona, a todo el discurso
analítico. Entonces se me ocurrió hacer algo que me pareció lo más razonable, esto es, dar un
puñetazo sobre la mesa que casi la desfonda. Tuve así el placer de ver todo ese pequeño mundo
pegar un salto en su silla y fue mi turno de increparlos.
En ese preciso momento, el Dr. Bernard Debré, nieto del otro, el genio de la medicina infantil, se
volvió hacia mí tomando aires de emperador –él, que es a diferencia de mí, tan coqueto– y me dijo:
“¡Qué imagen da Ud. de su profesión!”.
Porque para estos imbéciles, la imagen que el analista debe dar es la de quien se traga todo, la del
flemático.
Volví a encontrar esto después de esta semana y era de lo que quería hablarles, pero en fin... Por lo
demás, en ese momento fue lo que permitió a Jean–Didier Vincent, que formaba parte del panel,
acudir en mi auxilio. Por cierto, no era lo que me esperaba de parte de un biologista. Acudió en mi
auxilio con una gentileza, una premura que ahora me explico por el hecho que hay entre nosotros
verdaderamente una relación afectuosa. En todo caso, él llora de alegría ante la idea que podremos
al fin darle una zurra a los cognitivistas, algo que él espera desde hace mucho. Yo le dije: ahora
estamos listos, me consagro a hacerlo, ya lo verá. Pues bien, se trata de algo que empezó en ese
panel.
Había comenzado a decir que hay dinastías de médicos, donde la manera de arreglárselas es llegar a
médico uno mismo. Como lo indiqué, se trata de algo que me quedó vedado desde un comienzo.
Siempre pensé que podía desempeñar no todos los oficios pero en fin, me mantenía abierto, aunque
no lo supiese. Pero sabía algo y era que había al menos una profesión que no ejercería nunca, por lo
menos una, la de médico. Y no podía porque era la suya.
Ustedes ven hasta dónde llevaba yo el respeto del edipismo: puesto que es la tuya, la conservás, es
para vos. Pero el resto es asunto mío –en particular, los libros. No había en casa una gran biblioteca;
estaban las obras de Shakespeare, de Voltaire, de Verlaine, con ilustraciones, sobre todo recuerdo las
ilustraciones de las cartas de Voltaire, ¡quizá sea por eso que me gusta tanto ese autor! Había allí, en
El Ingenuo, pequeñas figuras un poco desvestidas de Mademoiselle de Saint–Yves que eran un
deleite. En todo caso, fue algo que le dio mucha fuerza a mi gusto por la lectura.
En fin, lo que había en aquella biblioteca era ese tipo de grandes clásicos y fui yo quien tuvo que
llenar la casa de libros; animado por la familia, tuve incluso mesa franca –es mi costado de señorito,
no puedo negarlo– en la librería que se llamaba por entonces El 73, ocupada más tarde por alguien
que venía de las Ediciones Maspero, una gran librería que ya no existe, donde hay un quiosco y
demás. Por entonces era propiedad de la mujer de un médico que conocía a mi padre; yo cursaba en
el Liceo Louis le Grand el tercero, el cuarto año y cuando salía iba allí, tomaba los libros que quería,
los anotaban y estaba pago. Era el cielo.
Disfruté de eso durante cuatro o cinco años; no sé si se dan cuenta lo que significa, pero en todo caso
representaba por cierto mucho dinero. La idea era que no hay que obstaculizar el saber –algo muy
propio de los judíos–; se trata del bien más preciado, el saber, no el dinero, al contrario de lo que se
imaginan los medios poco gratos. Y como se trataba de algo que a mí me gustaba, pues bien, todos
los días tenía tres, cuatro libros nuevos.

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Decía entonces que todas las profesiones parecían posibles, pero no la de médico; tal era mi versión
extrema del edipismo, ante un padre –es preciso decirlo– que gozaba del dominio que le era
acordado por ese saber acerca de los cuerpos, incluidos los de sus hijos.
En casa no consultábamos al médico. Mi padre no era de los que dicen “No, no, en la familia no”, de
modo que tanto los pequeños percances como las cosas graves, molestas, eran tratados en casa.
Todo esto era muy coherente con esa posición paterna según la cual “Todo comienza conmigo”,
donde no había referencia a un pasado, puesto que “El año cero soy yo”.
Esto representaba un cierto peso del que el hijo mayor, yo mismo, intentó durante al menos toda su
infancia, sino toda su adolescencia, descargar sus espaldas; sus repetidas cóleras, sus arranques, su
sensibilidad a la burla, eran eso.
Se trataba a un tiempo de constituir y de aceptar el todopoderío del padre, conteniéndolo en ese al–
menos–una, pero sintiendo el peso y, por consiguiente, la incomodidad. Es sin duda ese todopoderío
el que venía a representar la estatua de Beaumarchais enfurecido; si mi memoria es buena, está de
brazos cruzados, en una actitud de cólera, provisto de un largo bastón.
Querría así y todo llegar a decirles lo que hice esta semana; hasta el momento les he dicho
simplemente lo que venía a continuación en mi papel, para formularlo después de hablar de la imagen
radiosa del radiólogo.
Por lo demás, puedo decirlo, Melman tenía como analista el mérito, ubicándose allí, de un cierto peso.
Lo veía como un pequeño ovillo, denso –algo que representa bastante bien el objeto a, en tanto yo,
justamente, siempre me había vivido en mi adolescencia, durante todos los años de mi juventud hasta
mi análisis, como algo liviano, que resultaba afín al aire –mil aires / Mill–airs–, liviano como el aire. El
dios que había elegido como reparo desde mi infancia era Hermes, el que tiene las alitas en los pies,
ésas que le permiten salir de todas las situaciones. Ligero y liviano, por consiguiente, pero con la
idea, con un deseo contenido de hacer peso. En ese punto estaba satisfecho, engordé –incluso
demasiado, según me dijeron. Pero por entonces era tan delgado como es hoy mi hermano, quien se
mantuvo en esa línea; en la cena de anoche, no comió más que un steak tártaro, hasta me burlé de
él: “¡Otra vez steak tártaro!”. “¿Y por qué no? ¡Es bueno!”. ¡Steak tártaro!
Así, la idea es la de hacer peso, como también la de adentrarse y dejar una marca, como quiero
hacerlo con el pensamiento de Lacan, ya lo dije. No quiero que sea sólo una vaguedad, no quiero que
sea sólo para los eruditos que van a compulsarla y a presentar ponencias. También quiero al respecto
que no por esa razón resulte algo ligero, liviano, sino que entre en el mundo, que en efecto
reestructure lo que pueda reestructurar del mundo. Porque en lo que se refiere a nosotros, nuestro
mundo interior lo hemos constituido y no va a crecer, si puedo decir así; en fin, si crece vemos bien
cuál es el principio: nos hablamos entre nosotros, nos apreciamos, hacemos venir a los colegas de
América Latina o de Europa del Este, pero se trata de nuestra conversación.
La pregunta era: ¿cuándo será algo que concierna a todo el mundo? Pues bien, en eso estamos. Se
trata de algo que sin nosotros ha hecho tantas imbecilidades que ahora –cómo decirlo, es un tono de
predicador–, ese mundo nos necesita... (Se escucha el timbre de un teléfono) ¿Qué es eso? Acaso
una comunicación directa, para decirnos: “No, el mundo no los necesita” (risas).
Pues bien, qué había además de esta cuestión de hacer peso, lo cual tiene ya un gran mérito cuando
se trata de alguien tan inquieto. Son dos las interpretaciones de Melman que yo recuerde, no más. La
más brillante de ellas, de esa escuela, se refería a este punto, a esta imagen de radiólogo. Con una

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voz de trueno pronunció: ra–(dió / dios)–logo (ra–dieu–logue). ¡Ah! Como pueden apreciar, ese ra–
(dió / dios)–logo me quedó resonando.
Ahora que tengo experiencia como analista, puedo decir que Melman estaba utilizando diferentes
matices de un mismo color, quiero decir, no apuntaba a cambiar algo, por lo demás no fue algo que
cambiase nada; no tenía por qué ser modificado, ya que, por el contrario, era el principio en el que
podía apoyarme en la existencia. No es lo que por mi parte ahora habría interpretado. Lo que habría
interpretado es aquello que Melman dejó pasar sin interpretación, quizá porque en ese momento me
di cuenta de algo, como se debe –y esto es lo que me impulsa ahora a avanzar en mí y en mi
recuerdo.
En el curso de esa misma visita, aquélla al nuevo gabinete de radiólogo donde se instalaba mi padre,
cerca del Parc Monceau, Rue de Lisbonne, en planta baja, vasto laberinto de largos corredores, a
diferencia del lugar donde habíamos vivido hasta entonces que era más exactamente, como dije, una
pequeña caja cuadrada, con pocas piezas, donde incluso su consultorio era pequeño; en un momento
dado, hasta llegó a coincidir nuestro lugar de vivienda y su consultorio, un poco a la manera de los
Lacan después de la guerra, cuando era toda la familia la que habitaba la Rue de Lille. Quienes
conocieron el lugar –5, Rue de Lille– saben que no es grande; pues bien, toda la familia se alojaba
allí, incluida la abuela rumana de Silvia. Lacan admitía todo eso, aceptaba la partida: amaba a la
mujer, tomaba a la abuela también; siempre era muy respetuoso con ella, mucho más que con los
demás y ella misma tenía para con él muchas reverencias, según lo que escuché.
Aquella visita tuvo lugar en momentos en que mi padre dejaba de ser generalista y pasaba a ser
especialista; su consultorio cambiaba de barrio y por lo tanto, cambiaba el paseo; me llevó a mí con él
y no a mi hermano, que por entonces debía tener seis meses o un año. Vi entonces lo que había
realizado, el mundo nuevo en el que se disponía a vivir, la potencia increíble que de allí se
desprendía; todo esto debió ocurrir en la misma visita, porque no hice muchas más; era su lugar de
trabajo y yo no tenía nada que hacer allí, aunque más tarde volví. Pero fue en el transcurso de esta
misma visita que me mostró sus aparatos, más numerosos que en el pequeño gabinete de la Rue des
Francs–Bourgeois.
Y esto fue lo que hizo cuando lo volví a encontrar. Algo que me aclaró mucho respecto de mí mismo,
incluso de cosas que suelen decirme con frecuencia y que tienen su fundamento. A menudo me han
sorprendido mucho –y a veces herido– cosas que me dice gente muy allegada, familiares o amigos
míos, quienes han llegado a decirme que mi manera de hablar, de mirar, de apretar los dientes, daba
miedo. Algo que no le resulta fácil de integrar a quien tiene la convicción psicótica de ser adorable, si
bien hay un principio muy preciso para que así sea.
En el transcurso de esa visita, decía, después del gabinete donde mi padre dictaba sus informes a
sus secretarias, se situaba la sala de máquinas, en cierto modo. Mi padre me mostró entonces sus
aparatos nuevos y me dijo: con esto, uno ve el interior del cuerpo, el esqueleto, se ve lo que ves en
las fotos –así como lo decían los radiólogos. Y no encontró nada mejor que ubicarme detrás de uno
de esos aparatos, a mí, a su hijo, y durante un momento las luces se encendieron; mientras por mi
parte no veía nada, sabía que era visto hasta lo más recóndito de mí.
Era cuestión de que se vean mis huesos, que en el fondo me vean ya muerto, que vean mi interior, ya
sin guardar secretos; el Otro de la vigilancia ganó allí, mientras yo no lo veía y él me veía por
completo, como jamás llegaría a verme por mi cuenta o habría podido verme. Esa mirada era el

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colmo de la inquisición y quedé transido por ella; se puede decir que ese momento se fijó en mi carne.
No sé si ustedes sienten escalofríos, no se trata de algo que uno pueda inventar; si yo me quedé tieso
es porque sé que ese momento me dejó transido, esa visión, la de saber que mi padre me había en
cierto modo abierto, leía en mí como en un libro abierto.
No me desmayé, no lloré, debió ser algo imperceptible, pero quedó en mí como una referencia, algo
que comprendí antes de entrar en análisis, leyendo textos psicoanalíticos; era esto lo que podía
darme esa mirada que una de mis mujeres, justamente en el momento en el que yo ingresaba a la
ENS, calificó así: tenés la mirada de un juez.
Fue algo que me sorprendió, porque precisamente yo no estaba identificado con el Otro de la
vigilancia; llegado el caso, estoy identificado con su objeto, por eso me debato tanto cuando siento
que se presenta. Tratándose de los cognitivistas, por ejemplo, me identifico ya sea a su objeto o bien
al objeto atacado con elocuencia por el Otro que vigila.
Así, otra ocasión que recuerdo data de mis trece años, cuando estábamos en pensión con mi
hermano durante el invierno –me veo obligado a hacer sus confidencias al mismo tiempo que las
mías, en fin, al menos algunas–, ya no recuerdo dónde, durante quince días. Se forma allí toda una
pequeña sociedad, las chicas, los muchachos, conversan entre sí y por mi parte me enamoré
perdidamente de una chiquita rubia, belga, que volví a ver años más tarde, próxima del Campo
Freudiano. Pero habían pasado cincuenta años, más o menos. Por entonces teníamos
sobrenombres; el mío era el de abogado; no tengo el recuerdo preciso, pero sí guardo memoria de
ese sobrenombre; supongo que hablaba y pleiteaba, de modo que la identificación a un juez, es decir,
aquélla que me situaba del otro lado, del lado del Otro de la vigilancia, siempre me sorprendió, pero
evidentemente es algo que se instaló en mí con ese episodio, tanto como con el otro.
En fin, no es algo sintónico respecto de mi intención, pero es evidente que ya cuando se combate al
Otro de la vigilancia, se lo vigila, no se le quitan los ojos de encima. Es por eso que puedo de
inmediato, a partir del momento en que sé que vendrán a visitarnos los expertos del Departamento de
Psicoanálisis, en el mes de enero, mi primera reacción es la de decir que somos nosotros quienes
vamos a investigarlos –los pobres no saben dónde meten los pies–, que voy a saber todo acerca de
cada uno. No me van a venir con la historia del experto designado, nombrado por una comisión.
¿Quién es Ud., señor experto? ¡Presénteme sus papeles!
Algo que por lo demás ya hice. Hablé por teléfono con el jefe, después de haberlo contactado por
correo electrónico. No sabía aún quién era cuando ya había comenzado con aquello de “Envíemelo
con toda rapidez...”, en fin, ése era el tono del primer contacto más amable. Dos días después,
cuando insistió sobre la cuestión, le respondí: “Sírvase mandarme a vuelta de correo los documentos
oficiales atestando quién es Ud.”. Fíjense que ese tipo me llama por teléfono, me manda un mail y yo
tendría que... ¡Pero vamos!
Esa respuesta mía le hizo efecto. Me llamó para decirme cómo podía poner en duda su buena fe. Le
dije que no se trataba en absoluto de eso. Si Ud. me pide presentar una pieza oficial, por mi parte le
pido una pieza oficial para presentarla (risas). Todo esto por mail. Y puedo publicarlo mañana, sin el
nombre del desdichado.
Pero evidentemente, con esa ocurrencia que tuve de inmediato, la de sacarme ese tipo de encima,
dar vuelta la mesa y dejarlo a él en esa situación –ya ven los gestos que hago para decirlo–, nada
más que pensándolo uno se vuelve un poco parecido a él. No recuerdo quién lo dijo –creo que fue

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Nietzsche–, pero es una frase que había tenido un gran impacto en mí: se transformó en aquello que
combatía. Había también otra frase, la de esa historieta americana que se llamaba Pogo, que es para
morirse: We´ve seen the enemy and it is us.
Se le agregan todavía otras cosas, sobre todo la doctrina misma de Lenin, según la cual el Estado es
la burguesía organizada con sus fuerzas armadas, sus finanzas, etc., de modo que para luchar contra
ese Estado hay que hacer otro tanto. Y concibió al Partido Comunista así y todo como un contra–
Estado, dotado de los mismos defectos o de otros aun peores. Lenin se dio cuenta que había parido
una suerte de monstruo.
Ustedes ven bien que es un asunto difícil; para combatir el lobby cognitivista que opera en Francia
extracciones abusivas desde hace treinta años, para hacer caer esta fortaleza –ya lo
conseguiremos–, no son planos en el aire los que hacen falta, sino que es preciso convertirnos en
lobby a toda velocidad, es decir, hablar con los hombres políticos. Claro está no es esto lo que hice
durante treinta años, no quería siquiera tocarlos con pincitas. Era indiferente a tal punto respecto de
estas cosas, que Roland Dumas era amigo de la familia desde siempre y yo no quise nunca tocar la
mano de Mitterrand, por quien había votado. Había votado, sí, pero no sabía nada al fin de cuentas
acerca de quién era ese tipo. Tenía una pequeña idea, pero no buscaba aproximarme, no me
interesaba tener que formular algunos agradecimientos.
Y lo más sencillo es que Roland Dumas se situó muy bien, debo decirlo, comprendió esto
intuitivamente, quedó entendido sin que jamás hablásemos al respecto, eran sus asuntos. Pero esto
se terminó gracias al señor Accoyer.
De modo que nosotros hablamos con los hombres políticos, procuramos incluso hacerlo con las
mujeres políticas, ya que ahora las mujeres ocupan un lugar en ese terreno.
Lilia, presidente de la Escuela de la Causa Freudiana, reconocida de utilidad pública –es la
prosperidad de la virtud–, habló con Roselyne Bachelot en su oficina, como había sido invitada a
hacerlo. En un momento dado, tuvieron una controversia porque, al parecer, Roselyne cantó el pasaje
de una ópera; creía que era algo de Verdi, pero era de Mozart, en fin... Así van las cosas, así somos.
Se podrá notar que no se llega tocando la mandolina, sino con una caja importante, se llega con el
Nouvel Âne, que no es en especial complaciente, pero sabe hacer la diferencia entre los hombres
políticos apartados por su administración, por un lado, y por otro los verdaderos de verdad, que están
allí, persiguiéndonos encarnizadamente desde hace años.
Los ministros pasan, los ministros cansan, los ministros no son especialistas del terreno del que se
trata. Por el contrario, los otros sí, los pequeños hombres grises están allí, desde hace años, para
intentar ajustarnos las cuentas y estiman que ahora les llegó el momento.
Hablaba ayer por la noche con Robert Hue, ex–secretario general del Partido Comunista. Quienes
asistieron al Foro extraordinario saben que en un momento dado evoqué la Fundación para la
Innovación Política, de derecha, diciendo: pero entonces, ¿qué hay a la izquierda? Y mi hermano
indicó: la Fundación Gabriel Péri, dirigida por Robert Hue.
A esa Fundación por la Innovación Política fui en el momento en que se suscitó el asunto Accoyer.
Conozco al director, un egresado de la ENS, en tanto el presidente del Consejo Científico es un ex–
alumno mío, François Ewal. Mi amigo Jean–Didier Vincent también la integra ahora y, según me
enteré en el Foro Extraordinario, la misma Catherine Clément se ha sumado. Por consiguiente, no

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hay dificultades por ese lado, pero fue preciso el Foro Extraordinario para que mi hermano me
recuerde que existía esta fundación Gabriel Péri, dirigida por Robert Hue.
Así fue que después lo llamé por teléfono a mi hermano y le dije qué esperaba para que nos
encontremos con R. Hue, para que cenemos juntos. La cena de los tres ocurrió ayer y puesto que se
nos recibe con honores en el Palacio de la República ocupado por el equipo de Sarkozy, también
estamos contentos de cenar con un viejo comunista que nos tiene simpatía. Por lo demás, dijo que si
Jospin hubiese ganado, él habría sido ministro de salud, al parecer ya se habían puesto de acuerdo al
respecto. Pues bien, nos recibe Roselyne Bachelot, pero si se hubiese tratado de Robert Hue, nos
hubiese recibido él. Esto no quiere decir que la izquierda y la derecha sean lo mismo, pero el
psicoanálisis es el psicoanálisis, esto es lo que defendemos, defendemos el psicoanálisis de interés
público. Me sorprendió encontrarme esta mañana con un texto mío de 1992, donde ya hablaba del
interés público al respecto.
¿Dónde había dejado? Estaba hablando de la cena con Robert Hue, ¿pero antes de eso? Es preciso
hablarles ahora, de manera gentil, sin injuriarlos. Me refiero a los ministros de salud, de la enseñanza
superior, de la investigación –también se trata de una dama, una señora joven, pero desembarca en
un territorio donde los odios existen desde hace décadas. Tampoco se la puede considerar
responsable de todo.
Cierro este pasaje para decirles –es la única razón por la cual considero el episodio–, que de chico no
me llamaban Jacques–Alain, aunque esos fuesen mis nombres. Fui yo quien a los 16 años decidió
ponerlos a circular, inscribiendo un guión entre uno y otro; decidí llamarme Jacques–Alain, hijo de sus
propias obras. Hasta entonces, me llamaban Jacky, algo de lo que ya empezaba a estar harto.
Estoy llegando a donde quería llegar y a la razón por la cual estoy llegando justo. Es por eso mismo
que no me acordé la tregua de algunas horas esta mañana.
El miércoles ceno entonces con un buen conocedor del aparato universitario y le pregunto: ¿Qué
ocurre con este asunto que me llega un poco de todas partes, según el cual el Departamento de
Psicoanálisis como tal queda sometido a una visita de evaluación, un nuevo aparato universitario del
que nadie había oído hablar? Se trata de la Agencia de Evaluación de la Investigación y de la
Enseñanza Superior (AERES). Se pone en marcha y todos los departamentos de Paris VIII están
patas arriba, no saben cómo responder a esto.
Se trata de algo que ya me había conducido, diez días antes, a solicitar al director del gabinete de
Salud, a quien conozco, que me ponga en contacto con el director del gabinete de Enseñanza
Superior e Investigación, para defender la causa del Departamento.
Nada nuevo bajo el sol, por lo demás. Ahora lo decimos. Hasta 1981, la presencia del Dr. Lacan
protegía el Departamento; era su amigo personal, Edgar Faure, quien había creado Vincennes,
transformada en Paris VIII. Como ustedes saben, Lacan murió en 1981, pero también teníamos otros
protectores. Foucault aportó su firma cuando fue necesario, Barthes otro tanto y a continuación, hasta
1991, estuvimos tranquilos como reyes.
A partir de 1991, cada vez que queríamos crear un diploma o se hacía preciso renovar su habilitación,
cada vez que nos enviaban expertos, por mi parte no los encontré nunca; felizmente estaba mi
hermano menor para apoyar esta cuestión y en cada oportunidad los expertos –dos psicólogos–
elevaban un informe desfavorable. En cada ocasión, Gérard Miller, apoyándose en su notoriedad,
pedía una entrevista en el gabinete del Ministro de Educación. Era recibido, explicaba que habíamos

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sido degollados por los expertos psicólogos y en cada ocasión, el gabinete y por consiguiente el
propio ministro, pese a la estimación desfavorable, prorrogaba la vigencia de nuestros diplomas.
Así fue como funcionaron las cosas desde 1991. Felizmente, Gérard Miller, que era conocido, seguía
estando allí. Incluso Robert Hue llegó a decir: ahora, Gérard, sos más conocido que yo. Y es cierto,
cuando uno camina con él por la calle, la gente se da vuelta. Él puso esta notoriedad al servicio del
Departamento de Psicoanálisis.
De modo que el trámite al que me refería no dejaba de ser algo habitual, sólo que este año la
cuestión iba a ser diferente.
Redacté una nota de una página, como se hace en los ministerios y la entregué al director del de
Salud para que la transmita al del gabinete de la Enseñanza Superior, buscando tomar contacto. Una
semana después, recibí un mail del director del gabinete de Salud diciéndome: puede llamar al
director adjunto del gabinete de la señora Pécresse.
Me pregunté por qué tenía que tratarse del director adjunto. Miré cómo estaba constituido el gabinete.
El director es un profesor universitario, en tanto de los dos directores adjuntos, porque hay dos, éste
es un inspector de finanzas; por consiguiente, es un egresado de la Escuela Nacional de
Administración (ENA), como el director del gabinete de Salud, por lo tanto supongo que eran esos
vínculos los que prevalecían.
Tenía así, por un lado, esta cuestión en el fuego; como no me dieron el teléfono, fue necesario
todavía que llame a la secretaria; ella me dijo que me lo hacía llegar en quince minutos, pero hacia el
fin de la tarde aún no había llegado nada. Me llamó al día siguiente, lamentándose al explicarme que
fue cuando estaba a punto de dormirse que se dio cuenta de su olvido, por el cual yo seguía sin el
código del mail; me reporté entoncese a una tercera persona en el gabinete de Salud y por fin lo
conseguí.
Así, mientras hacía esos llamados, por otro lado le pedí a Jean–Claude Maleval una nota acerca de la
psicología clínica en la universidad; por esa vía empecé a tener noticias del hecho que estaban
demoliendo los programas de formación en el Departamento de Psicoanálisis, pero no solamente allí,
sino que estaban haciendo intervenir restricciones abusivas en el conjunto de las formaciones en
psicología clínica y psicopatología, como se las designa oficialmente en las universidades.
¿Qué puedo decir yo? En efecto, él representa una cierta presencia del psicoanálisis en la
universidad. Crearon una suerte de sindicato, con nombre impronunciable, SIEURPP –o algo por el
estilo–, dirigido por mi viejo amigo Roland Gon. Pero en fin, así como definieron su SIEURPP, dieron
verdaderamente a pensar a todo el mundo que se trataba de algo almibarado –y en efecto lo es, hay
que reconocerlo.
Recuerdo cuando lo crearon hace siete, ocho años. Por entonces, habían decidido con cuidado que
sólo los psicólogos podrían adherir a ese sindicato, lo cual excluía –era una desdichada casualidad– a
la mayor parte de quienes ejercían la enseñanza en el Departamento de Psicoanálisis de París VIII.
¿Se trataba por completo de un azar?
Mi amigo, Philippe Grauer, que representa a los psicoterapeutas orientados en la perspectiva
relacional, me comentó haber asistido a la gran reunión que se hizo en mayo o junio, donde había
pronunciado mi nombre. Le señalé que hacía falta una buena medida de coraje para hacerlo y me
respondió: “¡Oh! No podés imaginarte los movimientos que eso provoca...”.

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Un poco antes, por lo demás, yo había hablado con Gori, a quien le pregunté si era de verdad
prudente para él, que me conoce desde hace tanto tiempo –e incluso para Elizabeth–, no oponerse a
las calumnias de Melman y empujar la rueda. Me respondió que sí, o en fin, quizás, agregando:
“Sabés que a vos también te beneficia, porque tenés reputación de ser el diablo”. Muy bien.
En definitiva, quiero decir que hicieron todo lo posible para que no sigamos juntos. Eso por detrás de
nosotros, porque ante nosotros, al contrario, se desplegaba algo que por mi parte califiqué como la
noche o el año de los cuchillos largos.
Así, el miércoles por la noche llegué a hacerme de algunos nombres que me proporcionó un
conocedor de la institución universitaria. Me dio a conocer el nombre de alguien que yo desconocía
por completo; se trata de Jean–Marc Monteil, el mandamás; les doy el nombre completo, con la
ortografía exacta, porque hoy pueden contar con el Google y no duden en recurrir a él; hoy mismo lo
hice yo, entre un paciente y otro.
El jueves llamé al director adjunto del gabinete de la Enseñanza Superior y la Investigación, a quien
su colega había omitido de transmitir mi nota, pero son cosas que pasan. Le expliqué los comienzos
del Departamento de Psicoanálisis, el hecho que siempre nos habían restablecido, agregando que ya
era suficiente ahora.
Reconocí que, por mi parte, ni siquiera había seguido de cerca esos episodios, ya que mi hermano se
ocupaba de todo. A mi entender, resultar admitidos a último momento después de quince años ya iba
demasiado lejos y señalé que había una presión creciente de evaluaciones en la universidad. Solicité
que se constituyese ahora una sección especial del Comité de las Universidades para el
psicoanálisis, de tal manera que si la moda de ellos así lo dictaba, los psicoanalistas pasen por un
peritaje, pero a cargo de otros psicoanalistas y no de verdugos de ratas… (risas) –no fue esta la
expresión que empleé.
Me respondió que crear una sub–sección era difícil y le dije que ese problema era de ellos. La
demanda es de ustedes, retrucó. Sí, admití. Pero hace un tiempo supe que esto forma parte de un
paisaje mucho más vasto y que estaba en marcha una liquidación del psicoanálisis en la universidad.
Dijo que no estaba al tanto. Le pregunté si no conocía al Sr. Monteil, durante largo tiempo director de
la Enseñanza Superior y la Investigación y en la actualidad consejero del Sr. Filon, así como al Sr.
Roger Lécuyer, presidente de la Federación Francesa de Psicología, también director en el gabinete
de Enseñanza Superior, y al profesor Fayol, de Clermont–Ferrand, supervisor de todos los equipos
encargados de ir a degollar tanto a psicoanalistas como a clínicos.
Agregué mi contento por el hecho que él fuese inspector de finanzas, porque al menos así no
quedaba atrapado en esos odios añejados y compactos. Pero sepa –precisé– que desde hace años
los psicólogos clínicos son el blanco de los psicólogos experimentalistas, como se los llamaba antes,
en tanto ahora lo son de los cognitivistas; eran los clínicos quienes drenaban el mayor flujo de
estudiantes, en tanto el poder universitario lo tienen los cognitivistas, quienes decidieron ahora
liquidar a sus rivales. ¿Ud. lo entiende? –le pregunté. Me respondió que ese no era su ámbito. Ya lo
sé, le dije, y agregué: yo mismo podría haber hecho mis estudios en la ENA, pero soy egresado de la
ENS y me gustaba demasiado la filosofía para hacer la ENA.
Como no le daba cabida a mi demanda, decidí decirle lo siguiente para que comprendiese: Sus
expertos, los voy a considerar uno por uno y los voy a bajar a tiros en mi diario. No sirven para nada y
todo el mundo lo va a saber. ¿Conoce mi diario, Nouvel Âne? ¡Ah, no lo conoce! Deme su dirección y

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se lo hago llegar de inmediato. Cuando me indicó el 21, Rue Descartes, continué: ¡Ah! Es allí donde
antes estaba la Escuela Politécnica; mi hijo cursó allí (risas) –tiene su utilidad mostrar que uno es del
mismo mundo. Me doy bien cuenta, respondió. Y agregué: Le hago llegar el diario y Ud. hace llegar la
nota que hasta ahora no transmitió a su colega del gabinete de Salud.
Mi tono era vehemente –por lo demás, me disculpé por eso hacia el final–, en tanto él se mostraba
flemático y persuadido, tal como uno aprende en esas escuelas: ser flemático es el colmo de todo
cuanto hay en el mundo. No le enseñaron que la posición flemática es la del esclavo; quizá lo haya
aprendido en esta ocasión, porque le dije: Querría que tome nota de un mensaje (risas), dirigido a la
Sra. Pécresse. Y comencé a dictárselo: “Estimada señora, nuestra común amiga, Catherine Clément,
me informa que Ud. no se muestra del todo contraria a nuestro combate contra la reforma Accoyer, en
la medida en que Ud. no quiere que sus hijos morfen Ritaline. Pues bien, me importa en estas
circunstancias darle a conocer mi simpatía personal. Jacques–Alain Miller, director del Departamento
de Psicoanálisis”, etc. Ud. se lo entregará. Sí, por supuesto –respondió– y agregó: Voy a llamar de
inmediato al presidente de la AERES y retomo contacto con Ud.
Ya estábamos saliendo allí de los bajos fondos del equipo de expertos que se nos destina,
pasábamos a un nivel superior.
El jueves al mediodía llamé un correo para despachar el periódico; vino a buscarlo hacia las 14 hs. –
esto me disculpa ante quienes tuvieron que ejercitar la paciencia un cierto tiempo en mi sala de
espera– y con ese ejemplar de L´Âne envié una nota. Pensé que de otro modo me iba a extrañar.
Tenía conmigo la nota de Maleval, con las informaciones que me había proporcionado la víspera,
hacia el fin de la tarde, gracias a las cuales yo estaba muy al tanto de la circulación de estudiantes y
demás, ya van a ver un poco.
Le envié esa nota y llamé por teléfono. Le pedí a la secretaria el mail de ese señor y le hice llegar el
documento de Maleval más una nota donde había cifras: más de 40.000 estudiantes de psicología en
Francia considerando el lapso de un año; 12.000 cursando la maestría I; 5.000 en la maestría II –no
conozco nada al respecto, estrictamente nada–; de esos estudiantes, entre las dos terceras y las tres
cuartas partes se orientan hacia la psicopatología clínica –algo significativo–, polo fuerte de la
enseñanza, etc.
Además de la oposición entre clínicos y cognitivistas, la política de Claude Allègre, a comienzos de
1990, era la de reorganizar las ciencias humanas y sociales, de manera tal que viniesen a coincidir
con el modelo cognitivista propio de las ciencias duras. Para lograr ese objetivo, se pusieron en ruta
dispositivos de peritajes; esos peritos favorecieron sistemáticamente lo (¿?) * y lo experimental.
Nosotros cosechamos hoy los frutos de la normalización socialista; sus efectos son catastróficos para
la orientación clínica, etc.
Lo divertido es esto, el hecho que el partido socialista está en la oposición, pero son sus ideas las que
tienen el poder en el aparato administrativo. Pues bien, será preciso decir esto y pedirles cuentas, por
cierto. Para el Foro busqué un socialista y encontré uno, el senador Sueur, pero debía permanecer en
Orléans, donde se presenta como intendente.
Pues bien, hay uno pero no hay dos. Le pedí a alguien que conoce bien al partido socialista que me
encuentre a uno para el foro extraordinario y al día siguiente, esta persona me dijo: no hay nadie; o
están contra nosotros, o tienen miedo decirlo. Por lo que hace a la izquierda, como dice BHL, se trata

*
– Así figura en el original francés, pág. 13, 1er. párr., línea 29 (N. de la T.).
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de un gran cadáver dado vuelta. A mí me parecía que exageraba un poco, pero podría ser que tuviese
razón.
Les contaba todo esto que pasó; a las 16,30 hs. le mandé esta cuestión por mail y me dije que
posiblemente, una vez más, no iba a conseguir que me entendiese bien, que el destinatario no iba a
darse cuenta hasta dónde estoy dispuesto a llegar. Y es preciso que lo comprenda. Ya me debe tener
clasificado entre los medio locos, lo cual es bueno, pero mejor si me ubica entre los completamente
locos.
Esa fue la estrategia de Nixon respecto de los vietnamitas; la única ocasión en la que se anotó un
punto, fue aquélla en la que los persuadió que él era capaz de todo, que podía lanzarles una bomba
atómica. Ahí, ellos dudaron. Fue el único momento en el que un americano llegó a dar vuelta a los
vietnamitas. Y esto lleva un nombre en materia de estrategia, es la estrategia del loco.
Ustedes saben, para jugar el contrapoder la pregunta es: ¿qué tengo entre manos? Esta gente tiene
todas las radios, todos los diarios, nuestra campaña anti–depresión no llega a abrirse camino; llegará
a conseguirlo, pero ya ven el tiempo que requiere.
Elkabbach, cuando fue puesto al corriente de la reforma Accoyer, dos días después, sin haber fijado
previamente el encuentro, me tocaba el timbre, entraba en mi salón; a la mañana siguiente me
llevaba a la radio y al otro día por la tarde, con Accoyer, a su televisión, Público Senado. Allí, la misma
mano, la misma voz lo previno. Preguntó de inmediato el asunto y desapareció de pantalla. Quince
días después volvieron a la carga y él desapareció otra vez de la pantalla.
Es mi amigo Jean–Pierre; hice de él por entonces una presentación en Atenas, explicando que era el
Sócrates moderno –incluso se lo dije y le gustó. Pero aparentemente, como Europe 1 pasa la
publicidad del INPES sobre la depresión, eso debe atarle las manos –quizá sea así y es
comprensible. Pero será necesario secar las cajas del INPES para volver a encontrar a nuestro amigo
Jean–Pierre.
Decía que le resulta difícil a esta campaña anti–depresión abrirse paso en la opinión de la multitud, y
sin embargo llega. Charlie Hebdo, Elle, en fin, Favereau en Libération, ayer, se despertó. Me llamó
por teléfono y me dijo que se proponía publicar algunas cosas.
Entonces, hasta el presente ¿qué me queda en las manos? El mejor equipo de redacción que hay en
Francia respecto de temas como esos; de toda evidencia, no es algo insignificante. Y además, una
prensa poderosa, que llega a un tiraje de hasta 10.000 ejemplares. Con esto es necesario que se los
haga entender.
No quería dejarle terminar su jornada sin que de verdad tenga en mano lo necesario para comprender
de qué se trataba. Entonces, por teléfono, le expliqué al maquetista del Nouvel Âne, en ese momento
consagrado a otra cosa por completo distinta, pero en fin, trabaja para varias cuestiones a la vez, es
un taller, le pedí si podía distraer un momentito para hacer un trabajo encomendado con urgencia,
que podía tener los mejores efectos del mundo.
Érik –ese es su nombre, Érik, con “k”–, dijo que sí. Le hice llegar entonces ciertos documentos y
demás y él consiguió hacerme lo que podía ser la tapa del Nouvel Âne de enero; no el que debe salir
en diciembre, que está un poquito atrasado, pero que esperamos salga para mediados de diciembre;
ése ya está concluido, pero hay otro que esperamos para fines de enero.
Por cortesía, quería dárselo a conocer rápidamente a mi interlocutor y pude enviárselo a las 19,45 hs.
Sólo media hora antes de venir aquí, pensé que en el fondo nada me impedía hacer un tiraje para

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mostrárselo a ustedes, para que ustedes vean lo que vio ese director de gabinete y que quizá mostró
a su entorno –había sido hecho para eso. Así fue como, a toda velocidad, lograron hacerme un tiraje
de esa tapa. Antes de mostrársela, les voy a contar cómo siguió la historia.
Tenía la impresión de ocupar el ministerio de la Enseñanza Superior durante el día jueves. Después,
fue necesario que vuelva para fabricar el Nouvel Âne Nº 8, algo que así y todo resulta preocupante. El
lunes, a pedido de los colegas de la Escuela de la Causa Freudiana que publican “La letra en línea”
(La lettre en ligne) –quizás algunos de ustedes la reciban–, redacté un texto donde yo mismo me
daba cuenta que comenzaba a dominar el tema.
Ya se hizo bastante tarde, pero es necesario que se los diga, sí. Empleaba por otra parte un
lenguaje... En el momento en que me dedicaba a corregir ese texto, me decía que no había recibido
el llamado telefónico de quien había quedado en recontactarme después de haber hablado con el
presidente de la AERES.
Por lo demás, yo había dicho: a partir de ahora está en marcha el metrónomo, cada hora que pasa
tiene un sentido, es decir, él se pregunta qué hacer conmigo, se pregunta si van a hacer con
Jacques–Alain Miller lo que hicieron con Roland Gori, quien representa la mitad de la psicología
clínica universitaria, unos doscientos universitarios, el único sindicato de la psicología clínica
universitaria. Gori hizo un manifiesto que firmaron 8.000 personas; yo dije no, le dije que me parecía
inútil y contraproducente; él protestó, señaló la cantidad que había firmado ya, etc. Pidió una
entrevista a la Sra. Pécresse, le envió una carta muy gentil, fortalecido como estaba por su
representatividad. Ella hizo esperar la respuesta durante un mes y cuando llegó decía: mi agenda no
me permite fijar la fecha de un encuentro en un plazo adecuadamente próximo. Razón por la cual no
le proponía absolutamente nada, ni siquiera encontrar a quien barre la puerta.
Hacía veinticinco años que por mi parte no había visto a Gori, cosa que además lamento, pero no es
algo que dependiese de mí; no era alguien conocido como ahora; habíamos comenzado a hacer
juntos una pequeña revista, Cliniques, así, en plural, pero en ese momento él divorciaba y hubo que
interrumpir. Tres o cuatro años más tarde, vi salir una revista, dirigida por él, Cliniques –en plural–
mediterranéennes –en plural–; me dije: visiblemente no quiere continuar conmigo. Dejémoslo ahí. Es
una revista que ocupa su sitio.
Después creó su SIEURPP, que no estaba armado para que trabajemos juntos, en tanto yo sabía
bien que había allí, en ese desdichado SIEURPP, equilibrios difíciles entre gente de la IPA, gente de
la Escuela de la Causa, etc.; Gori se consagraba, allí, a mantener ese equilibrio, algo que le gusta y
requiere, justamente, algún toque almibarado. Cuando volví a verlo le dije: “Como sabés, no podría
vivir así, pero es cuestión de maneras de ser, un asunto personal. Vos te encontrás a gusto en eso,
en tanto yo necesito otro tipo de cosas, es como los gustos y los colores”. Todo lo cual no quita que
me sienta también yo herido cuando lo tratan de esa manera.
Pero yo ya había escrito que no consideraba a la Sra. Pécresse como responsable de esto; se trataba
verdaderamente –y podía reconstituirlo– de algo que respondía a Monteil, es decir, que ellos habían
pasado a la etapa de liquidación activa.
Cuando ustedes se encuentran en esa etapa, no discuten más. Se terminó el discurso. Es un
momento terrible, muy hermoso también, que pueden encontrar en los frescos; vuelvo a ver un
pequeño símbolo de Fra Angélico, en Florencia, en La masacre de los inocentes. Se pueden ver en

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ese cuadro hombres armados de puñales y en el deslinde, a la vista, cascos derribados; uno entiende
que allí se trata de una suerte de mecánica que no se detiene.
La carta de la Sra. Pécresse quería decir esto. Ahora no hablamos más con ustedes, los matamos. Ya
están muertos, ya son cadáveres en la universidad. Habrá sobresaltos, etc., pero son patos sin
cabeza.
No estoy dramatizando; el lenguaje es ese: rehúsan hablar, rehúsan recibir. Algo así como lo que
ocurre en Bazajet, ustedes saben, cuando ella dice salgan, todo el mundo sabe al salir que se trata de
la muerte. Barthes y Julien Gracq lo analizaron: ese “salgan” equivale a “los matamos”. Pues bien, en
esta ocasión, el hecho de no recibir era esto mismo, algo que ya había sido escrito, aunque no por la
Sra. Pécresse.
Me pregunto cuál sería la razón para que esta mujer joven, nieta de un médico a quien Chirac estaba
muy ligado –razón por la cual el retoño fue promovido–, alguien conocido por Catherine Clément,
capaz de decirle que se da cuenta del hecho que no estamos forzosamente errados cuando nos
oponemos a Accoyer y no quiere, por su parte, que sus hijos morfen Ritaline –le pregunté a C.
Clément si era esa exactamente la expresión empleada, morfar Ritaline, de modo que Valérie
Pécresse habla francés–, por qué esta señora querría sin más matar a Gori. No hay razón.
De modo que Valérie Pécresse hace de biombo, detrás del cual están quienes planifican esto,
quienes ya montaron esta cosa horrible que se llama AERES, destinada a pasar como el azote de
Atila por las universidades francesas; están quienes planificaron, quienes hicieron la lista del
Departamento de Psicología Clínica y Psicopatología y después la del Departamento de
Psicoanálisis. Ellos no se ocupan de decir rápidamente si uno es o no psicólogo; le confiaron todo eso
al profesor Fayol de Clermont–Ferrand, sucesor del Sr. Monteil en el mismo laboratorio, secundado
por la Federación Francesa de Psicología, organismo inútil y vacío, distinguido con el privilegio de ser
el único organismo de psicología en Francia que puede acordar títulos europeos.
Porque en la inter–burocracia es así como se elige. Será Lecuyer y ninguna otra persona. ¡Por allí
pasará la psicología francesa, señores jurados!
Esta mañana –es lo que contribuyó todavía más a mi retraso– recibí una carta formidable. Ayer fue
conocida mi diatriba anti–cognitivista, que allí está. Y antes de venir no pude resistir el placer de
redactar un comunicado suplementario, con el documento que me envió mi amigo Jean–Robert
Rabanel de Clermont–Ferrand, esta mañana, a las 10.37 hs. Lo redacté y partió unos treinta minutos
antes que yo llegue aquí; como quiera que sea, no habría tenido la suficiente tranquilidad de espíritu
como para pensar en mí mismo, aunque haya podido hablar al respecto.
El comunicado en cuestión es el siguiente:
“Comunicado Nº 11”
“″La Letra en línea″ (″La Lettre en ligne″) de la ECF difundía ayer mi primera diatriba anti–cognitivista. Recibo
esta mañana un mail de nuestro colega Rabanel, que le hago conocer de inmediato (Cf. más adelante). Por lo
demás, mi amigo Saint–Clair Dujon me señala el coloquio de los Laboratorios de Ciencias Humanas y Sociales
de la Escuela Normal Superior (ENS), que tuvo lugar el 30 de noviembre ppdo., de 9 hs. a 18 hs., acerca de
“Evaluar, devaluar, reevaluar la evaluación” (esto indica que hay todo un movimiento en curso). “En particular,
pone de relieve la interesante intervención de Barbara Cassin (a quien en ese mismo momento invitamos a la
Mutualidad, acompañada por Badiou), a propósito de ″¿La calidad es una propiedad emergente de la cantidad?″
(tema que viene a coincidir en todo con lo que por mi parte difundí ayer, destinado a la organización internacional
de matemáticos), donde Cassin desarrolla aquello que constituye lo ideológico del Google: una cita es un voto;

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un click en un sitio, es un voto. El modo según el cual es evaluada la investigación, conduce al investigador a
considerar el instrumento evaluador como el fin mismo de su investigación (es luminoso) (publicar para ser
citado, no para avanzar). En lo que hace a la lengua de la evaluación, reportarse a Klemperer (Victor), ″Lingua
Tertii Imperii″ (será preciso que hablemos al respecto). La grabación hecha de este Coloquio tendría que estar
disponible en el lapso de una semana, en principio, en el sitio ″difusión de saberes″ de la ENS. Muy atentamente.
Jacques–Alain Miller, 5 de diciembre 2007”.

Les doy a conocer ahora el mail de Jean–Robert Rabanel de esta mañana, a las 10.37 hs. Lo
encuentro especialmente regocijante, porque es evidente que acaba de comenzar la gran vigilancia.
Ahora son ellos quienes van a estar en la mira, es acerca de ellos que nos vamos a enterar de
algunas cosas.
“Estimado J.–A. Miller,
Después de haber procedido a la lectura de sus respuestas a ″La letra en línea″, querría decirle unas palabras
respecto de Jean–Marc Monteil. En primer término, se trata de un recuerdo.
En el momento en que fue creada la Sección Clínica del Instituto del Campo Freudiano en Clermont–Ferrand, le
había solicitado a Ud. que redactase una carta al decano de la Facultad de Letras, para que él acepte alquilarnos
salas. Éste aceptó nuestra demanda, al mismo tiempo que nos rogaba dar cuenta de ella al Presidente de la
Universidad; por entonces se trataba, justamente, del Sr. Monteil.
Telefónicamente, el Sr. Monteil no me hizo objeción alguna, precisando que éramos a tal punto diferentes, que no
nos perjudicaríamos. Agregó con amabilidad que había podido apreciar favorablemente la ayuda que por mi
parte había prestado, como analista, a alguien de su entorno cercano.
Ese fue el único contacto que tuve con J.–M. Monteil y como Ud. puede apreciar, estuvo impregnado de cortesía.
Conocí a continuación el desarrollo de su carrera, primero en Bordeaux, después en París. En la Universidad
Blaise–Pascal, en Clermont, había creado a partir de las ruinas del Instituto de Psicología Aplicada, su
Laboratorio de Psicología de la Cognición. Fue Presidente de la Universidad de 1992 a 1997; después vino a
desempeñarse como rector de Bordeaux. Escribió entonces un importante informe titulado ″Propuetas para un
nuevo abordaje de la evaluación de los docentes″, que le hizo llegar a François Bayrou, Ministro de la Educación
Nacional. Supongo que ese informe tiene algún tipo de incidencia en su designación, en julio 2002, como
Director de la Enseñanza Superior. El ministro que lo nombró era Claude Allègre. El 21 de marzo ppdo., asumió
como Presidente del Consejo de la Agencia de Evaluación de la Investigación y de la Enseñanza Superior
(AERES), cargo que debió abandonar el 22 de mayo, cuando fue nombrado Encargado de Misión ante François
Fillon. Es, sin duda alguna, el experto en evaluación de la universidad francesa. El Prof. Fayol, quien lo sucedió
en el laboratorio de Clermont, lo eligió para supervisar los numerosos equipos de la AERES que van a
consagrarse a lo largo del año a los peritajes de todos los clínicos y psicoanalistas universitarios. Ese es el
triunfo de ellos.
Uno puede preguntarse cómo la Facultad de Psicología de Clermont, donde enseñó Foucault, que resultó
marcada por su enseñanza (Por entonces yo veía a Foucault a su regreso de Clermont; venía a ver a Barthes, a
la salida del seminario al que por mi parte asistía en 1964 y yo le caía simpático; así, con frecuencia, iba a cenar
con ellos en el momento de esos retornos), pudo transformarse en un bastión del cognitivismo. Ocurrió como lo
voy a consignar.
(En este punto, empiezan a abrirse los archivos del Sr. Monteil).
Para asistirlo en Clermont–Ferrand, Foucault había elegido a la Sra. Pariente, quien se convirtió en Directora del
Instituto de Psicología Aplicada. Era una clínica y como Simone y yo lo hemos sostenido siempre (Se trata de
Simone Rabanel), una egresada de la Escuela Normal, como su marido, el filósofo Jean–Claude Pariente, de
quien ustedes conocen la reputación y quien vino incluso, en marzo último, a dar en la Asociación Causa
Freudiana una hermosa conferencia acerca de la noción de nombre propio, conferencia que vamos a publicar. La

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Sra. Pariente tendría mucho para decir respecto de su combate en Clermont, su evicción y la supresión del
Instituto de Psicología Aplicada, en beneficio del laboratorio del Sr. J.–M. Monteil.
René Haby, primer Ministro de la Educación Nacional durante la presidencia de Giscard, promotor de un “colegio
único”, fue rector de la Universidad de Clermont. Alice Saunier–Seité, quien le sucedió en las universidades en
1978, rehizo la carta de las facultades de psicología y erradicó de Clermont la clínica, a favor del cognitivismo.
Algo que por entonces causó sorpresa, tanto más cuanto que la Sra. Pariente era partidaria de Giscard, en tanto
el Sr. Monteil era conocido por su inclinación hacia el Partido Socialista. Como quiera que sea, así fue como la
“Fac de Psico” de Clermont terminó convirtiéndose en lo que se convirtió.
Es ahora el Prof. Fayol quien reina como amo absoluto en el terreno de la psicología en Clermont. De Monteil a
Fayol, en treinta años, no hubo siquiera un profesor, ni siquiera un encargado de conferencias, ni un asistente, ni
un responsable de cursos que haya provenido de la clínica. El desierto. Esto es así al punto que no existe en
Clermont un doctorado de 3er. ciclo (DESS) en psicopatología, lo cual constituye, según Jean–François Cottes,
un caso único.

¡Estos son los candidatos propuestos para evaluarnos objetivamente!


Después de guardar esto, Jean–Robert Rabanel recuperó en la computadora la carta que yo había
escrito el 30.03.92 al Decano de la Facultad de Letras de Clermont Ferrand, impresa en papel con
membrete del Departamento de Psicoanálisis de la Universidad Paris VIII. Me causó placer releerla.
Dice así:
“Señor Decano y estimado colega,
Me permito dirigirme a Ud. a propósito de una ″Sección Clínica″ de Clermont–Ferrand, que hace valer la
recomendación del Departamento dirigido por mí en la Universidad París VIII.
Conozco personalmente desde hace años al Dr. Jean–Robert Rabanel, quien es apreciado por mí y la mayor
parte de los miembros del equipo doctoral “Psicoanálisis y campo freudiano”, que animo en el Departamento. En
particular, el Dr. Rabanel fue invitado a colaborar en la “Sección Clínica” de París, creada por nosotros en el
marco del servicio de Formación Permanente de la Universidad.
Son numerosos los psicoanalistas que, por su parte, han querido crear en el extranjero otras Secciones Clínicas
como ésta. Por esa razón acepté acordar los auspicios del Departamento a las “Secciones” abiertas en Bruselas,
Madrid, Roma y Barcelona. Se trata de establecimientos cuya gestión queda cargo, en forma autónoma, de sus
responsables locales, en general a través de asociaciones sin fines lucrativos. Por el contrario, los programas,
los contenidos y los métodos de enseñanza se acuerdan con nosotros.
Una “Sección Clínica” fue abierta con todo éxito el año pasado en Bordeaux. El Dr. Rabanel quiso crear una en
Clermont y le aporté mi apoyo.
Si la Universidad de Clermont–Ferrand tuviese la posibilidad de acordarle locales a ese proyecto, desearía
vivamente que lo hiciese. Según entiendo, hay un verdadero interés público ligado a la divulgación de una
enseñanza metódica y racional del psicoanálisis (era hace quince años): el deseo de “realizar su personalidad”
permite explotaciones desvergonzadas; no es posible suprimir ese deseo, nutrido por el “desencanto” moderno,
pero se lo puede orientar hacia una disciplina que busca la verdad, que no es incompatible con una perspectiva
científica y que tiene su lugar en la universidad: la disciplina analítica.
Multiplicar “Departamentos universitarios de psicoanálisis” sería deseable; a falta de hacerlo, en la medida en
que la universidad ayude a las “Secciones clínicas”, puede jugar un rol salubre.
Sírvase aceptar, señor Decano y estimado colega, la expresión de mi distinguida consideración”.
Jacques–Alain Miller

Como podrán apreciar, no he cambiado en absoluto en todos estos años.

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A quienes permanecieron aquí, les voy a hacer ahora dos regalos. No sé por cuál comenzar. Por un
lado, está el documento que envié el jueves por la tarde y por el otro, el llamado que recibí el lunes.
Pues bien, comencemos por este último.
El lunes, a las 16 hs., me dicen: el secretario particular de la Sra. Pécresse quiere hablarle. Tomé el
aparato –como lo hago siempre– y me puse en comunicación con la secretaria particular de la Sra.
Valérie Pécresse, quien me dio a conocer que la Sra. Pécresse deseaba verme. Me propuso un
horario un tanto incómodo para la entrevista, un jueves; le dije que no desplazaba a mis pacientes y
negociamos entonces un horario que todavía está por confirmar –lo digo para quienes vienen a verme
a veces–: el lunes 17 de diciembre a las 19 hs.
Algo pasó por consiguiente en el corazón, no del faraón, sino de la Sra. Pécresse. Supongo que la
Sra. Bachelot o su director de gabinete le hablaron positivamente de mí. Por lo demás, yo le había
explicitado por escrito a su director que jugaba sobre seguro, pero jugaba limpio.
Les voy a mostrar ahora el documento que envié, diciendo que se trataba de un proyecto (risas) y que
era confidencial. Ya no lo será ahora, como ya no es tampoco un proyecto. Puedo entonces
mostrárselos.
¿No ven nada? Arriba de todo, hay tres líneas:
Valérie Pécresse,
asesinar al psicoanálisis,
¿está bien?

Aquí, una figura tricéfala, la Sra. Pécresse, provista de tres rostros. Y después: Resistir al
cognitivismo, como slogan. Y abajo, la nota de Jean–Claude Maleval: “La unidad de la psicología ya
pasó”.
Tal el documento que pudo circular por el Ministerio de la Enseñanza Superior y la Investigación. Es lo
que Charlie Hebdo designaba como “la tapa a la cual Ud. escapó”.
Bien, la próxima vez nos reencontramos en el gran anfiteatro y espero poder continuar, en el fondo,
sobre el fondo del cognitivismo.

Fin de la Cuarta Sesión del Curso JAM 2007-2008 - 05.12.07


N. de la T., respecto del término “pexer” (Cf. Sesión III, pág. 15, lí. 4 de la trad.), aclaramos lo siguiente: proviene
del vocabulario de los videojuegos; indica la operación por la cual se llega a matar los monstruos, a fin de
acumular puntos de experiencia y pasar al nivel superior.
De modo que la versión correcta del comienzo de ese párrafo sería:
“Si puedo sostenerme en el intento de matar los monstruos y seguir acumulando puntos así, indefinidamente, sin
llegar a la publicación y encontrar mi interés en esa modalidad (...)”.

Quinta sesión del Curso 2007-2008


Miércoles 12 de diciembre de 2007
V

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Este año veo el Curso como una suerte de refugio de paz. Y mi deseo sería consagrarme, silenciadas
las pasiones, a algunos trabajos sabios, minuciosos, incluso quizá algo inútiles... Y una y otra vez
llego cubierto de polvo. Tengo la impresión que acabo de bajar del caballo.
No puedo decir que soy un guerrero aplicado, según la expresión de Jean Paulhan que se hizo
canónica, retomada una vez por Lacan y de la que hicimos un estereotipo; no serlo supone una
distancia, la que tomo aquí, sin duda; pero en fin, el resto de la semana soy un guerrero apasionado y
prudente –no son condiciones incompatibles entre sí.
Estoy visiblemente atrapado por un imaginario heroico, proveniente de las malas lecturas que hice en
mi infancia –o de las buenas, según se considere–; es así como vivo esto y estoy bien instalado en
esa perspectiva, demasiado bien sin duda.
Yo que nunca fui un gran lector de René Char, así y todo aprecio su imperativo: ¡Avanza hacia tu
riesgo! Y avanzo hacia el mío con prudencia, con cálculo, razón y logro. El logro es esencial en el
asunto.
El acto es necesario, explica Lacan. Allí donde hay acto, es preciso que el inconsciente esté cerrado.
Un verdadero acto es correlativo del cierre del inconsciente, es en ese sentido que Lacan puede
hablar de acto analítico. Algo que vale para todo acto. Si ustedes tienen un lapsus, un fallido, un error
de cálculo, es porque el inconsciente volvió a abrirse.
En lo que a mí respecta, no se vuelve a abrir. Pondré mucha atención en eso.
Me di cuenta de esto a propósito de una cierta hinchazón. Se trata de algo que se conjuga bien con el
rol. Pero como quiera que sea, puedo yo mismo tomar distancia respecto de la postura heroica que
me asedia desde siempre.
Pero ustedes lo pudieron apreciar bien hace cuatro años, hacia fines del año 2003, yo vi
perfectamente cómo los psicoanalistas se escondían en una madriguera cuando se descolgó, en la
Cámara de Diputados, una reforma aberrante que definía las psicoterapias.
Para que llegue a ser anulada, fue preciso que un grupo le diga no a la unanimidad de la Cámara de
Diputados. Era el grupo de la Escuela de la Causa Freudiana. Por entonces, dije que el voto que
había faltado entre nosotros para hacer la unanimidad, no era el mío.
Yo sé quién votó no. Lo hizo por espíritu de contradicción, en fin, era para prestar servicio, para que
no se diga que todos... Fue una mujer quien votó no y tuvo razón de hacerlo Pero en fin, la tarde en
que confrontamos nuestra unanimidad a la otra, dije bromeando que ese sería nuestro 18 de junio.
Pues bien, lo fue. Y además, fuimos recompensados con un reconocimiento de utilidad pública,
altamente merecido, que inspira la esperanza en la república, como diría el otro.
Cuatro años más tarde, veo que son los universitarios quienes se esconden. Es más impresionante.
Entre los psicoanalistas, es algo profesional.
Ya Lacan echaba pestes contra la doctrina según la cual, en toda circunstancia, tanto mejor cuanto
uno menos dice y hace. Es abusivo hacer extensivo así, a todos los contextos, aquello que según
creemos constituye la posición analítica. Pero en fin, es la pendiente de la profesión y, por
consiguiente, no me produjo sorpresa.
Los universitarios, aquellos que pude conocer, tenían más recursos. Pero se trata de una generación
que ya pasó. De mi generación de los Canguilhem, también de los Foucault, de Derrida, no queda
nadie, lo cual terminará por dar la razón al Times Magazine y su consideración acerca de The dead of
french caution. Es impresionante ese silencio, especialmente entre los filósofos.

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Ocurre que en un momento dado, la filosofía analítica les dio vuelta la cabeza, cuando esa filosofía ya
había empezado a declinar en los Estados Unidos e Inglaterra, en el mundo de habla inglesa. Fue
entonces cuando muchos se pasaron, con armas y bagajes, al campo de quienes tomaron por
vencedores, los cognitivistas. Y quienes no lo hicieron, bajan la cabeza y no piensan que forma parte
de la posición del filósofo hablar a la ciudadanía. Todavía mucho tiempo después, deben comentar la
muerte de Sócrates, pero sacando de allí la conclusión que es preciso guardar la calma.
En todo caso, por el momento el silencio es ensordecedor, en tanto viene a quedar emplazada la gran
máquina de descerebrar, como decía Jarry, mientras se monta –es el Año I– esta institución llamada
AERES, Agencia de Evaluación de la Investigación y de la Enseñanza Superior. Pensamos que les
falla ahí su intelección. No comprendieron todavía que se trataba de su Némesis.
Ser boludo no es una excusa. Por mi parte me inclinaría, en función de ese hecho, a rendir homenaje
al hombre que concibió esta máquina; ya pronuncié su nombre, lo escribo ahora en el pizarrón: Jean–
Marc Monteil.
Su único defecto es el de ser demasiado discreto. Algo que no resulta coherente con las cosas que
dice. Mientras tuvo a su cargo la Dirección de la Enseñanza Superior, y en especial entre 2002 y
2007, pronunció una buena cantidad de discursos dirigidos a los universitarios. En uno de ellos, que
leí rápidamente y quizá pueda encontrar, celebra las virtudes de la mediatización. Aquí está; no figura
la fecha, pero faltaban pocos meses para la elección presidencial de 2006. Dice allí:
“La investigación entró, desde hace mucho tiempo, en una lógica de competición internacional. Desde
hace algunos años, los resultados de esta competición son objeto de una mediatización más
importante, siguiendo modalidades que por lo demás, no siempre son extremadamente rigurosas.
Como quiera que sea, lo que es preciso remarcar es que esa mediatización acrecentada de los
resultados de la investigación internacional, tiene sin duda efectos positivos”.
Se trata de la famosa clasificación de Shangai, según la cual la universidad francesa y el conjunto de
sus instituciones universitarias quedaban ubicados a la cola del pelotón. Son las virtudes de la
mediatización.
Es una pena que el propio Sr. Monteil rehúse aparecer. Pero le rindo homenaje. Es un hombre
habitado por un deseo, el de transformar el mundo, el de transformar la universidad francesa.
Concibió esta AERES, por cierto, tan bien como pudo. Es él quien debió inventar la sigla, combinando
un día las letras en un papel.
Hasta hace quince días, yo no conocía siquiera su nombre, no sospechaba su existencia. Ahora ya es
una suerte de amigo para mí, como yo lo soy para él. La semana pasada tomó contacto conmigo. Tan
discreto como es, llamó por teléfono a uno de mis amigos, que resultó formar parte de su entorno
conocido. Francia es un pequeño país.
Llamó por teléfono al Prof. Roland Gori, el lunes por la tarde. Él tenía mi número telefónico. El Sr.
Monteil tenía mi número, porque yo me había dado el trabajo de hacerle llegar mi diatriba anti–
cognitivista a uno de sus allegados, diciéndole que le acordaba todo derecho de respuesta, tanto a él
como al Sr. Monteil, y que tenga la gentileza de hacérselo saber.
Me dije: vamos a ver cómo lo toma. No podía fallar, fue algo que lo tocó de cerca. Se procuró
entonces, por vía de un amigo común del Prof. Gori y de él mismo, el número del celular del Sr. Gori;
lo llamó hacia la media tarde para decirle que yo había sostenido respecto de él propósitos indignos,

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insultantes e injustos. Esos son los tres adjetivos que empleó, en ese orden, como lo pude verificar
con el propio Gori.
En consecuencia, rogó a mi amigo Gori me transmita su número de teléfono, para que yo lo llame y le
diga eso mismo a él, a Monteil, en la propia cara. Por supuesto, pregunté si esa era exactamente la
expresión de la que se había servido. Me lo confirmaron y me dije: ¡Ah! ¡No es un purista!
Debo decir que me bailaron los ojos de contento. Encontré muy divertido el asunto, el hecho que no
me haya llamado directamente y que su respuesta a la indignidad, el insulto y la injusticia fuese
ofrecerme que hable con él. Es sin duda algo que anunciaban esos términos que utilizó, propósitos
indignos.
Quiere justificarse –me dije. Y tampoco quería dejar huellas, puesto que todo se iba a dar por
teléfono.
Redacté entonces una carta para él, se la hice llegar al Hôtel Matignon, donde se desempeña como
Encargado de Misión ante el Primer Ministro; se trata de una función alineada a continuación de
aquélla de Director de Gabinete; sólo hay cuatro o cinco encargados de misión. La nota es un poco
larga, pero en fin, voy a leerles tan siquiera el comienzo.
Señor y estimado colega,
El Prof. Roland Gori se comunicó por teléfono ayer por la tarde, para decirme que Ud. se había procurado mi
número de celular por intermedio del Prof. Jean–Paul Caverni y que Ud. lo había llamado promediando la tarde.
Ud. le dijo que consideraba mis propósitos –lo cito citándolo a Ud.– indignos, insultantes e injustos, en ese orden.
Por consiguiente, le pidió me comunique su número de teléfono –allí consigno el número en cuestión– y le confió
la misión de hacerme llegar el mensaje, aquél según el cual se trataba de decirle a usted eso mismo en su propia
cara.
Pues bien, lo haré con gusto. Deseaba conocerlo y el montón de epítetos con el que usted recubrió mis
propósitos, apelando a la aliteración, no me hace cambiar de idea.
Me permito, por lo demás, hacerle notar que el texto que corrió el azar de disgustarlo, así como la carta del Dr.
Rabanel de Clermont–Ferrand que él suscitó, Ud. no los hubiese conocido si yo mismo no los hubiese enviado al
Prof. “X” por correo electrónico, indicándole que le dejaba abiertas así, tanto a él como a Ud., las mismas
columnas y la misma difusión para toda réplica, corrección, complemento de información u otra interpretación
que ustedes pudiesen considerar necesarios para mantener al público informado.
Le hago notar que él puede tomar contacto conmigo, le reitero mi oferta y agrego lo siguiente –es un poco largo,
no les leo los detalles–:
Deseo entrevistarlo para mi diario LNA, Le Nouvel Âne; puede ser cuando Ud. quiera, durante la jornada o en
horario nocturno, sábado y domingo incluidos, ya sea en mi domicilio o en su despacho del Hôtel Matignon.
Le anuncio que llamaré por teléfono el martes, promediando la tarde y me despido: Esperando que Ud. tendrá a
bien recibir el testimonio de mi decidido interés, le ruego acepte, señor y estimado colega, la expresión de mi
distinguida consideración.

Llegué entonces, sin dificultad, a ponerme telefónicamente en contacto con el Sr. Monteil; bastó que
una simple secretaria fuese a ver si estaba en su despacho. Él me dijo: “¡Ah! ¡Justamente, lo estaba
leyendo!”.
Le hice llegar entonces esta carta por un correo puerta a puerta, así como los documentos que había
enviado a su amigo, además del último número publicado del Nouvel Âne.
Un hombre encantador. ¿Quién dijo el lunes por la tarde que mis propósitos eran indignos e
insultantes? Debe ser alguna otra persona. Encantador, disponible, me explicó que se mantenía en

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una posición de reserva, que no podía acordar una entrevista, no podía ser fotografiado ni grabado,
pero deseaba que discutiésemos. Le pregunté entonces si yo podría transmitir sus propósitos y me
respondió que me acordaba su confianza.
Le precisé que le entregaría el texto de lo que por mi parte habría comprendido. Cuando le dije que
podríamos fijar la fecha para el miércoles próximo, porque ese día no dictaba mi Curso, estuvo de
acuerdo. Quedamos entonces para las 15 hs. del miércoles próximo, en su despacho del Hôtel
Matignon. Me dijo que tenía una reunión a las 16 hs.; le pregunté si podía en ese caso tener previsto
que me espere un taxi para esa hora. “En absoluto –me respondió–; mi chofer lo acompañará”.
Por consiguiente, estamos en una República y me doy el trabajo de aportarles los detalles de todo
esto, en el comienzo de este Curso, porque lanzo al mismo tiempo un llamado. Si entendí bien, el Sr.
Monteil tiene la reputación de ser muy difícil de contactar. Para quienes quieran hacerle preguntas,
incluso algún reproche para hacerle, es el momento. Es el momento de transmitirme las
informaciones, para que yo pueda cuestionar a esta potencia. Les dejo entonces el código de mi
correo electrónico: JAM@lacanian.net
No meto mi bandera en un bolsillo, ¿no es cierto?
Muy felizmente, ya hubo alguien que hizo uso de esta vía. Recibí este mail hoy, a la una menos diez.
Me lo envió alguien de quien no les daré el nombre, porque no sé si el remitente puede temer
medidas de represalia y no quiero correr riesgos, pero me dije que se los leería, a modo de ejemplo
de lo que se me puede dirigir en estas circunstancias.
Estimado señor,
En ocasión de su último Curso, Ud. citó el rol jugado por el Sr. Jean–Marc Monteil en el plan destinado a
desmantelar los departamentos de Psicología Clínica y de Psicoanálisis en la universidad.
Quien me hizo llegar este correo (no doy su nombre, aunque esté fuera de todo alcance; se trata de una
psicoanalista que estaba aquí, yo la vi, alguien que quizá pueda estar presente también hoy) me comunicó su
mail, ya puedo agregar algunos matices impresionistas al cuadro que Ud. presentó del Sr. Monteil.
En efecto, Ud. relató su guerra contra la psicología clínica en la universidad de Clermont–Ferrand (se trata de
alguien que no es de Clermont–Ferrand). Diría por mi parte que fue algo percibido como una verdadera cruzada,
que parecía desmesurada incluso para la comunidad cognitivista, que no llegaba a comprender del todo ese
encarnizamiento.
Se hablaba por entonces del “triángulo de oro” (la remitente lo hace figurar así, entre comillas) que el Sr. Monteil
había construido entre las universidades de Clermont–Ferrand, Rennes y Aix, en la perspectiva de su política de
hacer tabla rasa.
En fin, el término pronunciado casi en voz baja a propósito de él (es extraordinario, ¿no es cierto? Casi en voz
baja, ¿qué quiere decir esto?) es el de “destructor” (así lo hace figurar, entre comillas).
Preciso que en los comandos de la Dirección de la Enseñanza Superior –la DES, entonces– fue él quien piloteó
la reforma LMD.
Su misión consistía, como lo subraya en una entrevista acordada el 07.02.07 a la publicación mensual de la
universidad, Magazine Universitaire, en –lo cito– salir de la lógica de los espacios cerrados y transformados
incluso en santuarios. (Esto coincide muy bien con otros textos que por mi parte leí acerca de él, donde en efecto
queda consignado que se trata de obtener una movilidad general de los aprendizajes propuestos, de retirar todo
aquello que funcione como obstáculo para comunicación entre las disciplinas, para llegar a contar sólo con un
espacio uniforme. Y el Sr. Monteil es un progresista, es decir, desea la igualdad de todos para el ingreso a la
universidad, como así también que ésta sea en sí misma, claramente, un conjunto sin particularismos. Su
conclusión es: continuemos el trabajo).

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Cito un ejemplo entre muchos otros: una formación destinada específicamente a profesionalizar la escritura de
escenarios, no fue sin embargo habilitada; se la juzgó demasiado lujosa, casi insultante respecto de otros
departamentos que carecían cruelmente de recursos.
En efecto, todos los argumentos son buenos cuando se trata de hacer desaparecer los santuarios. Es por cierto
el conjunto de la universidad el que peligra –es quien remite el correo que lo afirma–, amenazado por esta
voluntad de hacer desaparecer las disciplinas juzgadas menores y sin un resultado óptimo y cifrable bien
establecido.

Pues bien, le preguntaré al Sr. Monteil si escuchó hablar del “triángulo de oro”. Quizá lo ponga al tanto
del hecho que ese era el nombre asignado a lo construido por él entre Clermont–Ferrand, Rennes y
Aix. También le preguntaré si sabe que hay quienes se refieren a él como “el destructor”. Y tomaré
nota de cuanto se diga.
Por consiguiente, hay aquí personas que vienen de diferentes puntos de Francia. En esta ocasión,
siento que estoy en esa asamblea como en una cámara de resonancia. Diría que ha llegado el
momento sino de levantar la cerviz –no puedo forzar a nadie a hacerlo– de continuar hablando; lo
haré por mi parte en voz baja, voy a continuar murmurando, pero ayúdenme, ayúdense ustedes
mismos.
A propósito de la calma, hay unos versos que periódicamente recuerdo –yo, que conozco pocos
versos–, que dicen así: “¡Oh, recompensa después de un pensamiento / una mirada penetrante / en la
calma de los dioses!”.
Y en el fondo, la calma de los dioses siempre se asocia –así son las cosas– a la figura de Gœthe.
Tampoco queda del todo sumida en la figura de Gœthe, pero como ella tiene cierto encanto para mí,
no veo por qué intentaría agrietarla.
Esta figura de Gœthe estaba más viva, resultaba más vivaz para los franceses, en la cultura francesa,
antes de la Segunda Guerra Mundial que después; era la figura de referencia del joven Gide, tan
apasionado, en cuanto a atravesar el deseo culpable. Según la biografía de Jean Delay, fue hacia los
25 años que se estabilizó en él una referencia imaginaria esencial centrada en la figura de Gœthe.
No releí para hoy esas páginas, de modo que voy a reinventar el asunto. Digamos que se trata de
algo que se relaciona sin duda con la imitación, con el hecho de imitar lo antiguo.
Se ha perdido el sentido de lo que es imitar, de la dimensión del ejercicio que consiste en seleccionar,
para decirlo con un término de la informática, seleccionar en el catálogo de las grandes figuras,
aquélla que resulta afín con la sensibilidad, con el inconsciente de ustedes. Y modelar una manera de
ser acorde con ella, la propia manera de sentir y de escribir.
Somos más plásticos de lo que creemos, pero nadie, durante siglos, se consideró disminuido por el
hecho de inventarse imitando. ¿Cuándo desapareció ese sentimiento, esa pendiente, esa práctica de
la imitación?
De toda evidencia, es algo que empezó a palidecer cuando apareció, con la revolución industrial, el
culto de lo nuevo. Ya Baudelaire quiere ir al fondo de lo desconocido para encontrar lo nuevo.
Y el culto de lo nuevo se volvió frenético entre nosotros. Es una resistencia a esa incitación lo que me
conduce a apreciar la imitación de los Antiguos, a cultivar en ustedes una pequeña experiencia al
respecto, con el aporte de Gœthe.
En su artículo integrado en los Escritos, “Juventud de Gide”, hay un pasaje donde Lacan comenta,
pongan atención, la biografía de Jean Delay. Considera que en cuanto a la validez del concepto, la

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personalidad del joven Gide encuentra su punto culminante, su punto de capitón, recién cuando
adopta la imitación de Gœthe, el momento en cual Gide introyecta Gœthe –utilicemos ese verbo que
no es francés y que quizá no está siquiera en su lugar, clínicamente hablando, es algo a discutir. Es
posible que se pueda introyectar hasta los 25 años. La pregunta queda planteada. En fin, como nadie
sabe exactamente en qué consiste la introyección, se trata de algo acerca de lo cual uno puede
seguir preguntándose durante largo tiempo, es un asunto que toca definir.
A decir verdad, pensé en aportar alguna lectura de Gœthe, sobre todo con motivo de ese poema que
tanto me gusta y que lleva por título “Cifra”, según la traducción del Prof. Lichtenberg; en la traducción
más reciente de Claude David –que es la más fácil de encontrar, forma parte de la colección
Gallimard en libro de bolsillo consagrada a los poetas–, figura como “Lenguaje cifrado”. Y como por
mi parte había evocado los mensajes secretos, es una pieza a integrar al expediente.
Y también es para hacer, por mi parte, una retractación pública respecto de la lengua alemana. Hablé
de las dificultades claramente inconscientes que tenía con ella. Las dificultades son conscientes, pero
las raíces, el cómo, el por qué, en fin, el modus operandi, es opaco. Hacer retractación pública
respecto de la lengua alemana, decía, porque los poemas de la antología de Gœthe titulada “El diván
oriental–occidental” –¡ah, sí! Así es como se llama–, pese a mi precario conocimiento del alemán, mi
ignorancia de su pronunciación correcta, me parecieron encantadores. Por ese motivo traje esta
edición donde figura el texto alemán y no la otra.
Así, integro al expediente de mensajes secretos, este poema cuyo título en alemán es Geheimschrift,
Lenguaje cifrado o Cifra. Pertenece a esa antología del “Diván” (1819) y entre los diversos libros allí
integrados, lo encontramos en el que se titula Souleika. Y esto suma una razón más, ya que el
personaje de Souleika también está presente en el poema de Nietzsche donde figura la frase “el
desierto crece”.
Es, según creo, por los comienzos del s. XIX, que comenzó la moda del lirismo persa, descubierto
particularmente en Physe y que después de Gœthe, siguieron Nietzsche, Gide y más tarde Aragón.
Todo esto forma parte de las pequeñas referencias que no tengo tiempo de desarrollar y que ya tenía
un poco dispuestas.
Souleika, además del nombre que ya en sí hace soñar, decepciona un poco cuando uno se entera
que su nombre corresponde, en la leyenda persa, al personaje que en nuestra cultura conocemos
como la mujer de Putiphar, aquélla que seduce al joven Joseph y de quien se nos dio a conocer, por
otra parte, un personaje un poco escabroso. En nuestro imaginario no es alguien recomendable, pero
a partir de ella fue elaborada Souleika –y Souleika encanta.
Como el conjunto de los poemas incluidos en el Diván, éste data de los años 1814, 1815; respecto de
la mayor parte de ellos se conoce con bastante exactitud el día en que Gœthe los compuso; la fecha
que corresponde a Souleika es la del 21 de septiembre de 1815, en Heidelberg, durante el congreso
de Viena.
Por mi parte, lo leí hace unos diez, quince años y por entonces no era algo que me tocase de cerca;
en ese momento no contaba con la edición reciente y se me presentó en términos de: son las poesías
de un hombre viejo, de 65 años.
Como pueden apreciar, continúo interrogándome acerca de si soy un hombre viejo.
Gœthe había atravesado años de morosidad y a continuación descubría el lirismo de los poetas
persas; según creo, seleccionó siete y se consagró con entusiasmo a intentar una forma literaria, una

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forma de expresión que no había sido nunca hasta entonces la suya, sin renegar de su referencia a la
literatura clásica, griega y latina, que seguía ubicando en un primer plano. Como quiera que sea, su
creación pasó, durante esos años, por las poesías que escribió y que a mi gusto se ubican entre las
más encantadoras que se hayan escrito nunca.
Gœthe se dedicó a imitar la poesía persa en alemán y tenemos allí otro motivo para reflexionar
acerca de las virtudes de la imitación.
Por ejemplo yo, que arrastro mucha gente conmigo en la aventura de este LNA, del que espero
mucho, los invito a imitar a Voltaire, a escribir imitando a Voltaire antes que a Lacan.
Cuando uno hace periodismo intelectual, es lo que resulta más convincente. En fin, se pueden elegir
otros modelos, pero no está mal tener alguno. No se llegará a producir como el modelo, pero al
menos uno se cultivará, corregirá ciertas modalidades familiares. Y para mí, Gœthe es también algo
de lo que estoy de toda evidencia muy lejos, esto es, la sabiduría. Ésa que le hace decir: conviene
saber gozar de todos los momentos de vida. Incluso aquellos del hombre viejo.
Lo que resulta muy hermoso en el Diván es que se trata, así y todo, del libro de un amor; no hubiese
sido escrito sin un amor acerca del cual uno se interrogó mucho. Algo respecto de lo cual no
corresponde que avance mi opinión, porque verdaderamente, no conozco eso sino de segunda o
tercera mano.
En fin, en 1814, Gœthe encuentra a un banquero de Francfort, llamado Willemer, un hombre
agradable y, poco después, conoce a la esposa de Willemer, su tercera esposa. Willemer tiene por
entonces 55 años y su esposa, Marianne, 30. La diferencia de edad entre los dos es de treinta años.
Al parecer, ella es algo así como la hija adoptiva de Willemer. Hay unos 35 años de diferencia entre
ambos, la diferencia de edad que Lacan consideraba óptima entre un hombre y una mujer. Lo dijo al
pasar un día y no cayó en oreja de sordos. Aunque no en el mismo sentido de Gœthe y Marianne,
consideraba que 40 años de diferencia era verdaderamente lo mejor. Hay que reconocer que en la
actualidad, es algo que vemos en los dos sentidos. Me refiero a Marguerite Duras respecto de Yann
Andréa.
Gœthe es entonces su huésped en Francfort, se instala allí durante cinco semanas; según se dice,
parte en el momento en que la amistad intelectual y literaria con Marianne hubiese podido dejar lugar
a otra cosa. No lo sabemos. En todo caso, Marianne no sólo es bella, sino que es inteligente,
contribuye a la producción del Diván; hay cientos de poesías que, según se dice, fueron hechas por
ella; un sobrino de ella pretende incluso que esa contribución intervino en el poema así titulado,
Diván, de modo que los especialistas discuten al respecto.
Este sobrino, justamente, los recibe en Heidelberg algunos días después de ese 21 de septiembre,
fecha en que fue escrito ese Geheimschrift; debió recibirlos el 22 o 23 de septiembre; después de dos
o tres días, Marianne se va y Gœthe no volverá a verla nunca más; se diría que no quiso volver a
verla, pero seguirán escribiéndose hasta la muerte de Gœthe.
Quizá esto responda a mi corazón de costurerita, pero esta historia me parece hermosa, muy oscura
también, pero en fin...
Y entonces, al parecer, Gœthe fue conducido por Marianne justamente a la práctica que él evoca en
ese Lenguaje cifrado, a saber, la de escribirse mensajes a partir de la referencia en común a un
escrito –tengo que volver a encontrarlo, no puse el señalador. Se cita de ese texto la frase importante
y se llega a un acuerdo acerca del libro del que se trata; así, la correspondencia se intercambia

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valiéndose de las palabras de un poeta o de un escritor. Todo esto lo explica aquí, en las Notas del
Diván, pág. 388, notas preciosas en sí y por lo que hace al uso del texto.
“En Oriente –dice Gœthe– el Corán se aprendía de memoria; de ese modo, la menor alusión a las suratas o
los versículos permitía a las personas ejercidas comprenderse sin dificultad. Conocimos lo mismo en
Alemania cuando, hace cincuenta años, la educación buscaba volver a la juventud “fuerte en Biblia”; no sólo
se aprendían de memoria los versículos importantes, sino que se adquiría también un conocimiento
suficiente acerca de otros; había así muchas personas que se destacaban en el arte de aplicar las
sentencias bíblicas a todo cuanto ocurría y de valerse de las Santas Escrituras en la conversación habitual.
No correspondería negar que esto daba lugar a los intercambios más espirituales y felices; todavía hoy,
algunos pasajes eternamente aplicables vuelven de manera dispersa en la conversación.”

A mí me encanta leer esto, el sembrado abundante del texto, del escrito, en la palabra; el escrito que
vuelve y se aplica allí como eternamente, en las diferentes circunstancias y contingencias de la vida.
Nosotros nos servimos de Lacan un poco de este modo, en fin, para quienes están dopados con
Lacan, es algo que les resulta por completo natural citarlo cuando algo se presenta como similar. ¿Y
por qué no? Es el mejor uso que se puede hacer. Uno necesita de ese soporte, del soporte del
escrito, para poner un poco de orden en el caos de lo que se vive.
Así, Gœthe se refiere a la práctica por él evocada, la del Geheimschrift:
“(...) Recordaremos una manera muy conocida, pero siempre misteriosa de comunicarse simultáneamente
valiéndose de una cifra: es el caso de dos personas que llegan a un acuerdo respecto de un libro y que,
componiendo una carta con la ayuda de números que designan páginas y líneas, tienen la garantía de que
el destinatario sabrá descubrir fácilmente el sentido.
La poesía que designamos bajo el título de Cifra (se trata de Geheimschrift), alude a una convención de ese
tipo. Los amantes llegan a un acuerdo para tomar los poemas de Hafis como instrumento de su comercio
amoroso; designan la página y la línea que expresa su sentimiento presente y así nacen cantos combinados
que suscitan los más bellos efectos. Pasajes dispersos del incomparable poeta se articulan unos a otros por
la pasión y el sentimiento; la inclinación y la libre opción acuerdan al conjunto una vida interior y los amantes
separados encuentran un consuelo resignado, engalanando su duelo con las perlas de su palabra.”

Encontramos a continuación uno de estos poemas así combinados, acerca del cual la bibliografía de
referencia de Gœthe nos dice está “compuesto a partir de los pasajes de Hafis indicados en una carta
cifrada, escrita por Marianne”. Sin duda, entonces, ella jugaba a esto con Gœthe y se supone incluso
que es ella quien le habría enseñado a hacerlo.
Es necesario que lo lea un poquito, como quiera que sea, y después pasaremos a otra cosa:
¡Oh, diplomáticos! (Lasst euch, o Diplomaten!) (*)

¡Oh, diplomáticos,
Tomaos a pecho esta empresa
Y aconsejad a vuestros potentados
Fina y sabiamente!
Que el envío de cifras secretas
Ocupe el mundo,
Hasta que por fin todo este asunto
Encuentre por sí mismo su equilibrio.

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Esta es la apertura. Se trata de los mensajes cifrados de la diplomacia. Después se aborda la
diplomacia íntima.
De mi dulce amante
La cifra me resulta familiar.
Ya me resulta placentero el hecho
Que haya sido ella quien encontró este arte;
Es la plenitud del amor
En el más amable de los dominios
(Est ist die Liebesfülle
Im lieblichsten Revier)
La dulce y fiel voluntad
Que nos une a ella y a mí.
(Der holde, treue Wille,
Wie zwischen mir und ihr).

Es un ramillete de vivos colores matizados


De millares de flores,
Una casa poblada por entero
De angélicas almas;
Un cielo sembrado
De pájaros de variado plumaje,
Un mar rumoroso de canciones
(Ein Klingend Meer von Liedem)
donde circulan soplos perfumados.

Viene ahora el final, que no está traducido de la misma manera en ambas versiones. En ésta figura
así:
La expresión secreta y ambigua / De una pasión absoluta.

Y en la otra, de este modo:


Es un amor absoluto / Lenguaje secreto y ambiguo.

Esta última conserva la inversión que figura en el original alemán:


Ist unbedingten Strebens / Geheime Doppelsschrift.

Y es ese Doppelsschrift el que resulta traducido como lenguaje ambiguo, el lenguaje ambiguo cifrado.
Allí, evidentemente, es hermosa la unión de lo absoluto, de la pasión y de la ambigüedad del lenguaje
que ese absoluto expresa:
Que penetra en la médula de la vida / Como una flecha después de otra flecha.
(Die in das Mark des Lebens / Wie Pfeil um Pfeile trifft)

Como ven, no tenemos necesidad aquí de conocer el alemán, es algo sonoro.


La revelación que os he aportado / Ha sido desde hace tiempo un disfrute piadoso.

Me gustan mucho los dos últimos versos:

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Y si lo habéis adivinado, / Callaos y servios de él también.
(Und wenn ihr es gewahre, / So schweigt und nutzt es auch).
Cállense y hagan lo mismo, en cierto modo.

En esto consiste la lección de Gœthe, donde se mezclan el amor prohibido, el amor en infracción y el
lenguaje secreto que se combina con él, el absoluto y la recomendación de hacer sin decir.
Por mi parte, quiero decir en las acciones; en torno al Sr. Monteil digo mucho, pero esto forma parte
de la estrategia de decir mucho. Procuro que se levante un rumor, por supuesto, para que alguien que
vive, que nunca estableció comunicación como no sea por medio del Geheimschrift, del lenguaje
cifrado, pero en el sentido de (¿?)13, de toda evidencia, vea crecer en la universidad quizás un rumor.
Esto determina que yo hable. Claro está, no digo todo.
Agregaría tal vez algo para concluir mi confesión. Hablo de mi confesión y se trata, evidentemente, de
un ejercicio, por excelencia dudoso –me doy cuenta de ello–, incluso si tiene por referente un análisis.
Esto explica, así y todo, porqué me consagro de este modo a señores como Monteil. Antes era
Accoyer, después era Basset; visiblemente los amo, de lo contrario no serían objeto de todos mis
cuidados. Es por eso que no iría a su encuentro así.
¿Por qué tengo que vérmelas con esa gente, finalmente, por qué me movilizan, por qué mi libido se
dirige hacia...? Como quiera que sea, es más encantador lo que hay en Gœthe, ¿por qué mi libido se
dirige hacia el Sr. Monteil, con la mejor intención?

S  A

Evidentemente, doy la clave de lo que está en juego. Ocurre que si me inscribo como sujeto barrado,
tengo visiblemente una relación esencial, al mismo tiempo carnal e intelectual, con el gran Otro –lo
llamé Otro de la vigilancia–; es también cuestión del ojo del padre, radiólogo, atravesando los
cuerpos.

S  A

De toda evidencia estoy aquí y me defiendo de esta causa, con toda mi pasión, cabe decirlo; tuve
verdaderamente un momento de pasión, existe una pasión de Jacques–Alain Miller, en fin, de Jacky,
la pasión de haber padecido la intrusión de esa mirada. Por consiguiente, soy eso y me defiendo de
serlo, continúo defendiéndome, todavía hoy, queda claro.
Pero al mismo tiempo no puedo defenderme como no sea ocupando en cierto modo este lugar, es
decir, siendo al mismo tiempo –no se trata en verdad de una oscilación–, seamos duros conmigo
mismo, es lo que quiere esta lógica, el Otro implacable.
Se llega a curiosos resultados, ¿no es cierto? Hablábamos de la espera, del hijo de la madre fóbica y
llegamos al Otro implacable.
Y de construir esto así, puedo deducir que a la edad de 13 años, porque esa era la edad que tenía,
seleccioné a Robespierre entre las figuras imaginarias que podía conocer. Conocía muchas, puesto
que era, como ya dije, un gran lector; me gustó Pericles, esta claro, e hice la prueba con esa figura;

13
– Así figura en el orig. francés, pág. 9, 2ª col., 3er. párr. (N. de la T.).
81
ocurrió otro tanto con otras que podría recordar, Bruto, por ejemplo, pero así y todo seleccioné a
Maximilien Robespierre.
Comprendo por qué construyo esto así. Ocurre que Robespierre encarna el Otro implacable, pero lo
hace bajo la figura más desinteresada; es implacable pero al servicio de una causa, al servicio del
interés, del beneficio público. Entonces, por un lado, es inflexible –y en ese término es preciso
entender también su valor fálico– y, por otro, termina siendo víctima. No logra sostenerse, lo
guillotinan14. Y es así como pasa a la historia, en tanto crucificado en nombre de la causa que él
sostiene.
Tiene, por consiguiente, una imagen doble. No es la del triunfo, ni tampoco la de ese retiro del mundo,
lento y espantoso, como el de Napoleón en Santa Helena. Es el disparo que le quiebra la mandíbula y
lo conduce a la guillotina, ésa de la que él mismo se había servido, había hecho un uso de terror.
Entiendo que hay así, puntualmente, una lógica que da cuenta del golpe inflexible que debía
conducirme, como hacia una forma de solución, a exaltar esta figura; aunque no había contado nunca
con imágenes piadosas en mi infancia, al punto que no sabía siquiera cuál era el uso que se hacía de
ellas, cuando tenía 13 años fui así y todo a comprar, en los bordes del Sena, un retrato de
Robespierre; encontré una reproducción del que está en el Museo Carnavalet; lo ubiqué en la
cabecera de mi cama y allí lo conservé durante años, hasta que se perdió en el curso de una
mudanza. Me ocurrió eso.
Por lo demás, Robespierre ha sido víctima de una injusticia, ya que ese gran hombre, que había
movilizado la energía nacional contra los invasores y se había opuesto a la guerra extranjera que
buscaban los girondinos, no es una figura a la cual se le rindan honores en el panteón francés, no se
le asigna allí un lugar. Quizá sí en Arras, donde no fui nunca; en París creo que todo cuanto lleva su
nombre es una callecita, una calle cualquiera.
Algo muy diferente ocurre con Adolphe Thiers, quien despertó en mí una cólera permanente a lo largo
de todos mis estudios. Fue así hasta el punto que llegué a elaborar todo un desarrollo contra Thiers
en el examen de ingreso a la Escuela Normal, cuando fui interrogado acerca de los Derechos del
Hombre en el ´89. Logré insertar un párrafo contra Thiers, quien era para mí la figura opuesta a
Robespierre. El informe del concurso lo relevó, indicando que hay candidatos que por cierto van a
buscar asuntos que no tienen nada que ver con el tema. En fin, como quiera que sea, yo conocía bien
la cuestión de los Derechos del Hombre en el ´89.
Lo que emergió allí era la vieja cólera que alimentaba por el hecho que Robespierre contase sólo con
una callecita, en tanto el nombre de Thiers –ahora se lo reemplazó mucho por de Gaulle, en muchos
lugares– siempre era asignado a un gran boulevard, a una plaza central.
Claro está, el nombre mismo de Robespierre no es indiferente, puesto que está allí presente “pierre”,
piedra. Ya dije cuál era el papel que había jugado para mí “el hombre de piedra”, esto es, la estatua
de Beaumarchais. Ese hombre de piedra representó en un momento dado a ese Otro en vías de
constituirse, cuando yo tenía entre seis y siete años y consideraba imprudente pasar a los pies de esa
estatua. No puedo decir que fuese porque imaginaba que iba a saltarme encima. En el fondo, estaba
racionalmente persuadido de que eso no era posible, pero esa idea de que podía “saltarme encima”
persistía.

14
– Juego de palabras: Il ne tient pas le coup, on lui coupe le cou. (N. de la T.).
82
Por consiguiente, Robespierre, el inflexible Robespierre, con su nombre de “piedra” me atrajo. Esto
fue, si considero el razonamiento de Lacan a propósito del Gœthe de Gide, un punto de capitón. No el
último, pero un punto de capitón.
Por lo demás, ¿cuál fue el último? Según creo, como quiera que sea el último fue Lacan. Encontré a
Lacan cuando tenía 20 años y si consideramos la cronología que él mismo propone, a esa edad uno
puede todavía introyectar algo. Pues bien, de toda evidencia fue algo que me hizo mucho bien. Es
mucho más fácil, uno vive más fácilmente introyectando a Lacan que introyectando a Robespierre
(risas).
Pero sí, en este momento improviso porque no me había preguntado qué era lo que había
introyectado en último término. En el fondo, esto explicaría el fenómeno tan curioso del que fui víctima
después de la muerte de Lacan. Era preciso continuar, la vida seguía su curso; yo tenía que dictar
cursos, debe haber todavía gente que me escuchó por entonces. Durante un año o dos, en mi cabeza
–hubo quienes lo registraron– imité al Dr. Lacan, su elocución, su manera de hablar, no podía dictar
curso de otra manera.
Esto fue así al punto que más tarde, quienes podían reconocer este fenómeno incluso a partir de
pequeños detalles, a saber mi esposa y mi hija, abandonaron una de mis exhibiciones absolutamente
fuera de sí, reprochándome luego esa payasada, que por cierto lo era, pero que resultaba irreprimible
y más tarde se extinguió. Ahora me costaría dar con ese fenómeno de nuevo, ya no está... Pero hay
algo que surgió del duelo, algo surgido sin duda de ese trozo, quizá psíquicamente introyectado.
Hablaba entonces de las contradicciones entre el verdugo y la víctima. No hay contradicción, por el
contrario, sino conciliación, un mixto entre uno y otra que finalmente aprendí a conocer. Cuando al
comienzo veían en mí a la vez a quien no cambia de posición y al juez, pensaba que había error en
cuanto a la persona. Más tarde comprendí, así y todo, cómo funcionaba esto y aprendí a jugar en
cierto modo con esta cuestión; es así como puedo presentar en alternancia una vertiente o la otra.
Siento que hay algo así también en Monteil, a distancia, ¿no es cierto? El lunes por la noche lo
insulté, lo injurié y al día siguiente se mostró conmigo absolutamente encantador; cuando terminó
nuestra comunicación telefónica casi éramos buenos camaradas. Por eso siento esa suerte de
vertiente peligrosa.
El peligro reside en que uno sabe cuál es la faz que va a ser presentada. De toda evidencia, la gente
que es monofásica tienen la desventaja de dar a conocer con mayor precisión dónde se van a
encontrar, en tanto los otros cuentan con una gama más extensa.
Hay otra conciliación que llevo en mí y que hace también a una contradicción, aquélla referida al aire
y a la piedra.
Por un lado, la inmovilidad y, por el otro, al contrario, la extrema movilidad. Como diría el otro, allí
reside la lógica de mi vida. Encontré a Lacan, su enseñanza, cuando tenía 20 años y me sentí bien.
Allí estoy todavía, a los 60. Y esa fue verdaderamente mi sinecura, no puedo decirlo de otro modo.
Por otra parte, en el marco de esto mismo, he sido de todos modos alguien muy revoltoso.
En el fondo, ahí están las dos figuras. Más joven, había seleccionado a Hermes como el dios que me
correspondía entre los doce dioses del Olimpo y a los 13 años, elegí a Robespierre. Allí están las dos
figuras: por un lado las pequeñas alas en los pies; del otro, la inmovilidad, incorruptible y glacial.
Podemos agregar la guillotina; dado que, como quiera que sea, el pensamiento debía representar un
cierto peso para mí, la idea de poder encontrarme aliviado de él de golpe, con uno solo que bastase,

83
¡clack!, era algo que debía complacerme de algún modo. En todo caso, tenía claro lo que eso podía
garantizar.
De allí proviene, sin duda, mi gusto por dar un corte definitivo, decidir por sí o por no, situándome por
entero en esa decisión, sin el glogló de mi amigo Gori con su SIEURPP. ¡Hay que inventarlo, un
nombre así! ¡Es para sacarse el sombrero! En el fondo, ahí está, él no debió quedar identificado con
la guillotina, sino más exactamente con la mare aux canards 15. Claro está, como representación de la
castración, es algo que difícilmente pueda ser superado; uno va derecho por allí a una representación
mayor de lo cortado.
Puedo decir incluso que existe todavía una conciliación, contradicción–conciliación que está presente;
en función de ella, tenemos por un lado el significante al servicio de lo verdadero, donde se fundaba
la intolerancia de mis tiempos infantiles a todo uso dañino o mentiroso del significante y, por el otro, la
práctica misma del significante, alimentando el sentido de la combinatoria. Aquélla por la cual uno
puede decir esto, pero también puede decir aquello. Por consiguiente, de un lado el significante al
servicio de lo verdadero y por el otro, el significante–semblante.
Y por ese motivo me gustó mucho –y transmití ese gusto a mi hermano menor– la pieza de Courteline
“Un cliente serio”. En ella, Barbemolle comienza por ser el abogado de Lagoupille y después, una vez
que el sustituto del procurador ha sido evacuado y Barbemolle es nombrado procurador; esto es, en
el mismo proceso viene a ocupar el lugar del procurador y dice lo contrario de lo que había dicho
como abogado, a partir de los mismos hechos. Lo que está en juego es saber si Lagoupille bebe siete
consumiciones o sólo una; el asunto aparece desde ángulos distintos y los mismos hechos son
evaluados de una manera diferente.
Tenemos así, por un lado, el significante al servicio de lo verdadero y, por el otro, el significante como
semblante. Llevé esta cuestión bastante lejos, porque siempre aprecié profundamente y sigo
apreciando la tipografía, la compaginación, la maqueta, todo lo cual explica que pueda consagrarme
con placer a fabricar Le Nouvel Âne.
En cierto modo, fue una sorpresa para mí volverme analista, porque no era ésa en absoluto mi
ambición en la vida. Llegué a analista porque tropecé en el análisis, en la vida; en cierto modo todo
me conducía hacia allí, por lo menos, esa relación con el significante. En un sentido, se trataba de
algo que no me convenía en absoluto, ya que siempre aprecié el movimiento, siempre me gustó
correr, me gustó la urgencia –la urgencia en el psicoanálisis, ya sabemos de qué se trata–; la
paciencia, la inmovilidad, el hecho de volver a empezar, no eran cosas por las que tuviese una
afinidad.
Concluiré este capítulo de las confesiones evocando mi complejo paterno, que es lo que me precipitó
al análisis.
Ocurre que mi complejo paterno siempre me condujo a respetar el número uno. Mi imaginario siempre
era el de ubicarme como el joven que secunda. Siempre pensé que era eso y sin duda es lo que hago
todavía ahora, respecto de Lacan; no es para nada seguro que se trate de algo concluido.

15
– No encontramos en español el equivalente de esta expresión. De considerarla término a término, remite al
charco cenagoso de los patos salvajes. En sentido figurado, sería el lugar donde uno chapotea, farfulla, se
enreda con la diversidad de cosas que allí puede encontrar. Es, por otra parte, el nombre asignado a una sección
del diario “Le canard enchaîné”, periódico de gran tiraje, consagrado a investigar y revelar ante la opinión pública
escándalos políticos, guardando siempre una distancia irónica respecto de aquello mismo que denuncia. (N. de
la T.).
84
Como lo dije aquí y como, por otra parte, se lo dije a Elizabeth Roudinesco –es una de las pocas
cosas que le dije–, cuando conocí a Lacan yo me identificaba con Henriot ubicado en el entorno de
Carlomagno.
¡Lacan! En lo que a él respecta, no era necesario ponerme en su presencia. ¿Quién es la primera vez
que lo veo? Está perseguido, es así como se muestra, el perseguido, la víctima de una potencia
impersonal llamada IPA. Allí está, él mismo se presenta como Spinoza, disfrazado de Spinoza y con
un “Necesito de Uds.” gritado entre líneas y que era a tal punto cierto, que reclutó a muchachitos de
veinte años, recién salidos del cascarón, los recogió de la calle para incluirlos en su escuela, quiero
decir la Escuela Normal; una vez dictados sus seminarios, esos seminarios que se siguen leyendo
medio siglo después, llegó a unas cien personas. Llegamos a ser cien hacia fines del año
universitario, cuando fundó la Escuela Freudiana de París, esto es, a comienzos del verano `64, el 21
de junio. Sin duda tenía necesidad de nosotros.
Además le gusté, me queda claro que le gusté, cuando vuelvo a pensar en el asunto y puedo decirlo,
como quiera que sea, puesto que allí reside sin duda el principio del odio eterno que les inspiro a
quienes gravitaban a su alrededor.
Encontré por primera vez a Lacan el 15.01.64. Fui a su casa por primera vez –5, Rue de Lille–,
respondiendo a su invitación, en febrero; lo hice en compañía de Milner. Me invitó a pasar en
Guitrancourt las vacaciones de verano del ´64, el mes de agosto, con él y con Sylvia. Habían pasado
seis meses y era como si nunca me hubiese conocido. Pude leer allí seminarios de cuya existencia no
tenía la menor idea, no sabía que Lacan había dictado seminarios antes. Cabe decir que fue él quien
me orientó en ese sentido. Recuerdo muy bien que no sabía cómo agradecerle. Su biblioteca
inmensa estaba completamente desordenada y entonces le propuse ponerla en orden. Fue lo que
hice y claro está, mientras la ordenaba, leía algunas cosas. Pero en el fondo, me tuvo simpatía.
En este número que está por salir de Le Nouvel Âne, Milner hizo un artículo donde es cuestión del
ser; estábamos un poco apurados para encontrar una ilustración y dije: tengo enmarcado en casa el
sobre de una carta que me había enviado Lacan; la podemos fotografiar. Milner estaba muy contento.
A propósito de esto, miré con más atención la carta de la que se trata; lleva la fecha del 21 o el 22 de
diciembre de 1964 y recuerdo, en efecto –en fin, creo que es así– haber recibido por entonces la
invitación de Lacan para pasar las fiestas de Navidad con él, allá.
Se trata de algo que, de toda evidencia, funcionó un poco en los dos sentidos. Es decir, yo encontré a
alguien, pero Lacan encontró algo en mí, que sin duda, en el fondo, incluso si por mi parte olvidé de
qué se trataba y no debí percibirlo con tanta nitidez, fue algo que no debió pasar desapercibido para
quienes giraban a su alrededor. Supongo que esta es la razón por la cual todavía hoy, cuarenta años
después, cargo con ellos.
Resulta entonces muy simple saber en qué momento entré en análisis. Es pan comido. Entré en
análisis en el momento en que llegué a ser el número uno del Departamento de Psicoanálisis, es
decir, cuando me convertí en el Director de ese Departamento; fue algo que llegó a alterarme, puedo
decirlo.
Llegó a alterarme porque tenía que distribuir cosas; veía gente que se acercaba a mí para pedirme
cargos o bien horas y por lo visto, yo quedaba identificado con el caballero errante, con el joven que
no tiene, pero en todo caso no con el señor.

85
Esto era profundo al punto que, cómo decirlo, dicté cursos pero –lo recuerdo muy bien–, en los
primeros que di en calidad de Director del Departamento de Psicoanálisis, en el ´74 –no data de
ayer–, me sofocaba la angustia. Ya había dictado cursos antes sin dificultad, nunca encontré
obstáculos para hablar en público, pero allí la cuestión no era evitar de hablar en público, era
inexplicable para decirlo todo. No era algo ligado al hecho de dictar curso, sino al de ser el número
uno y situarme del lado de los que tienen. Por consiguiente, entré en esa posición porque
verdaderamente no era simplemente (¿?)16.
Todo lo cual determina que, como queda claro, yo haya adoptado y adopte valores clásicamente
viriles: me importa la valentía, la rectitud, asuntos que tienen que ver con la lealtad... Todo eso se
mantiene presente para mí. Me interrogaba acerca de lo que ocurría cuando uno se había situado
como jacobino y ese mundo desaparecía. ¿Uno se volvía bonapartista o seguía siendo jacobino? Algo
que no resulta muy tentador cuando se ve la suerte que corren en Balzac, etc. Historia de Francia, fin
del s. XVIII y comienzos del s. XIX; los regímenes cambian cada quince años, algo que no deja de
plantear preguntas. ¿En qué consiste la lealtad? ¿Uno es leal a qué?
Por un lado estaba, entonces, toda esta problemática viril un poco molesta, que la identificación con
Lacan ayudó a pasar. Y del otro, con toda evidencia, aquello que cala muy hondo en mí, ya que fue lo
que me condujo al análisis, ese “have not”, es decir, una afinidad con la posición femenina.
Es bastante barroco. Tienen por un lado al caballero que guerrea, montado en su cabalgadura de
batalla, feliz; si es un caballero no es un señor, tampoco es una bonita muchacha. Y al mismo tiempo,
es un tierno. Claro está, es un personaje equívoco, ambiguo, doppel; es quizá por eso que traje a
Gœthe en esta ocasión: yo mismo soy una Doppelschrift, una cifra doble.
Bien, espero que el año 2008 los encuentre en buena salud y que por mi parte pueda continuar en “el
desierto crece”, dejando por detrás de mí al viejo Jacques–Alain Miller.

Fin de la Quinta Sesión del Curso JAM 2007-2008 - 12.12.07

Sexta sesión del Curso 2007-2008


Miércoles 16 de enero de 2008
VI

El curso de JAM reinició este miércoles, luego de la interrupción de las vacaciones y de las fiestas de fin de año.
JAM, fiel a su “estilo de vida”, no tomó vacaciones. Ha trabajado mucho y tenemos solamente algunos ecos,
esparcidos, en las consideraciones de este Curso, sobre sus realizaciones y sus proyectos. Elegante y de muy
buen humor, JAM nos divierte con su “momento spinozista”que nos comparte generosamente. Ustedes leerán la

16
– Así figura en el orig. francés, pág. 13, 2ª col., penúltimo párrafo. (N. de la T.).
86
definición que él ha dado, al inicio, y a modo de introducción. No obstante, si TLN debiera elegir un pasaje, sobre
el conjunto de las luces ofrecidas por este Curso, subrayaríamos aquellas que conciernen una consideración
“enigmática” de Lacan, en su TDE (Seminario XXIV, L’Unbewuste, Lección X, del 19/IV 1977, de pronta
aparición) “El psicoanálisis debe ser una práctica sin valor”. Hemos encontrado su inédita argumentación
perfectamente convincente. (Por TLN).

Voy a iniciar con otro tono diferente al del trimestre precedente. Ha llegado para mí, lo espero, el
momento spinozista. Llamo el momento spinozista el momento que sobrepasa la perspectiva
polémica, a la cual he sacrificado tanto, hay que decirlo, en los cinco encuentros precedentes.
La polémica y la sátira, es de todos modos, cuando se está, cuando se quiere estar en el momento
spinozista, una revuelta contra lo real. La debilidad de la polémica es que ella está animada por un
espíritu de indignación, que no puede estar fundado más que sobre un prejuicio. Dialécticamente, si
puedo decirlo, esto debe ser seguido por la elucidación, lo cual supone la aceptación de lo que es, a
título de hecho. No digo que sea preciso rebuznar el Si que evoca Nietzsche, en su Zaratustra, en el
hocico del asno. El asno no sabe decir más que si, es incapaz del no. Después de todo, admitamos
que se comienza por un no, pero luego, se trata de comprender: intelligere como lo recomendaba
Spinoza. Eso no es la última palabra, pero, en fin es una escansión necesaria y es a eso a lo que
sacrificar durante esas cinco próximas sesiones (...)
Entonces, esta mañana, pensaba en La Boéte, el amigo de Montaigne, su alter ego, aquel del famoso
por era él porque era yo y en su obra El contraUno. Está animada por una indignación. Me decía, he
ahí a alguien que tenía el sentimiento de que el hombre estaba dominado, sujetado, y que consintiera
su sujetamiento, es de otra parte el título de la obra, De la servidumbre voluntaria. Y La Boétie
llamaba, a ese hombre, de cierta manera, a la insurrección, a la revuelta. En su tiempo, el opresor, el
dominante, el amo, lo designaba como el Uno: monos. Porque esa dominación se encarnaba, según
toda apariencia, en la figura del monarca. El monarca era, ¿cómo decir? El operador del poder.
Cuando es considerado del otro lado, no del lado de los oprimidos, sino del lado del amo, esa figura
toma el nombre del Príncipe. Es en la figura del Príncipe que se reúnen un cierto número de hilos
entre los que Maquiavelo deshace la madeja, enseña cual conviene halar para obtener primero la
conservación del poder y luego su aumento. La percepción de la dominación es concentrada en una
persona, distinguida.
Pensaba en eso en relación a hoy donde El contraUno me parece terminado. El sentimiento de la
dominación, de ser dominado, de que hay un amo, perdura, uno se sacude, se agita, con relación a lo
que uno se imagina de esa dominación, pero el amo no es más el Uno.
Se puede decir que eso se ha cumplido, que se ha consagrado con la revuelta que se ha bautizado
Revolución, esta revuelta del pueblo francés que ha dado al mundo el ejemplo de llevar el ContraUno
de La Boétie hasta sus últimas consecuencias, un cierto 21 de Enero, que ha marcado los espíritus
más que la ejecución de Carlos Primero de Inglaterra. Y luego, en efecto, que otros se pusieron en su
lugar, esto no fue la misma cosa.
Entonces, el Uno tiene bellos restos, aún hoy. Hay siempre la función del Uno que es representada.
Es frecuentemente lo se llama los presidentes, que son elegidos, más que los monarcas. Por
supuesto que hay monarcas que subsisten, pero generalmente subsisten sin poder, y eso vuelve

87
evidente que allí se trata de una sobrevivencia debida al arraigo de una tradición, que eso no está
animado por un dinamismo portador de futuro, en mi opinión.
Deseo tener reservas sobre este punto de vista, porque no vamos a negar la incidencia del Uno, del
individuo, en un cierto número de acciones colectivas. Si se piensa –voy a tomar un ejemplo reciente
y actual– en la guerra norteamericana en Irak, se puede decir que el presidente del país tuvo una
incidencia particular en el desencadenamiento de ese acontecimiento, un coeficiente personal que
tuvo consecuencias, una voluntad, una concepción, un forzamiento, todo esto le corresponde a él.
Pero, ¿debemos tomar esto como paradigmático? Tengo más bien la tendencia a clasificar eso como
un paréntesis, una aberración, más que una regularidad.
Todo eso para decir que estamos más bien tentados en encarnar la dominación hoy en un discurso
más que en un Uno.
Lo que se presenta bajo los aspectos polémicos, es la noción de discurso dominante sería el de la
cuantificación.
Es una palabra que me parece todo el mundo comprende, que es de todos modos rebuscada, es una
palabra inglesa, importada recientemente, a mediados del siglo XIX, esa fecha ciertamente da
sentido, y origina la palabra en la lengua inglesa. Mientras que la palabra cantidad, es, claro está,
más antiguo, testimonia del siglo XII. Cuantificar es atribuir una cantidad determinada y determinar
esa cantidad. Es entonces cuestión, allí, de números, de medidas, en consecuencia, de unidades
homogéneas unas con otras. Se cuantifica lo que es susceptible de medidas.
Bergson, cuyo discurso, cuya enseñanza, es a la vez un síntoma y una elaboración de la elevación
del universo cuantificado, distribuía cantidad y calidad entre ciencia y filosofía.
El dominio de la ciencia es aquel de la cantidad, es decir, decía él, de lo que es común a cosas
diferentes. Y en el fondo esto pone en valor en efecto lo que la óptica cuantitativa borra las
diferencias, por la cual se ve lo que ella tiene, si puedo decirlo, de progresista: la ciencia está
habitada por un cierto: todos parecidos, especialmente manifiesto en la práctica de la elección
política, un hombre, una voz. En ciertos aspectos, el aumento de la potencia de la organización
democrática de la sociedad se inscribe en el discurso de la cuantificación. Lo que, por otra parte,
conduce al presidente Bush a forzar las cosas en la dirección de esa guerra en el Medio Oriente: eso
se justifica en un discurso de extensión de la democracia, pero del cual se puede hacer un vástago
del discurso de la cuantificación. Entonces, hay una vertiente progresista de la óptica cuantitativa, y
luego, está la vertiente en que es, como se dice, reduccionista, porque desprecia, sólo puede
prevalecer que a condición de desdeñar, borrar las diferencias. Bergson pensaba en cambio que, el
dominio propio de la filosofía, era aquel de la calidad donde todo es heterogéneo.
Esta oposición de lo homogéneo a lo heterogéneo, por elemental que sea, estructura bien los debates
de hoy, y también la confusión de nuestros sentimientos, si puedo decirlo así.
Entonces, ese discurso de la cuantificación, del cual imagino nombrar el análogo, el homólogo de lo
que La Boétie llamaba el Uno, ese discurso de la cuantificación no ha podido alcanzar ese lugar y
ejercer su potencia sino en razón del extraordinario desarrollo del discurso de la ciencia. Es una
consecuencia – lo que me apresuraré de aberrante–, es una consecuencia, es una fase de la
dominación creciente del discurso de la ciencia.
Elevación formidable, si se piensa en los pequeños comienzos del discurso de la ciencia, en los
pequeños rincones, voy a decirlo, desperdigados en Europa, en algunos pequeños salones de sabios,

88
los comienzos muy humildes, en que fue necesario todo el juicio y la agudeza de gentes de la Iglesia
para discernir rápidamente el potencial de ese discurso de la ciencia. En todo caso es el sentido que
me divertiré al darle al hecho de haber puesto a nuestro amigo Galileo bajo las rejas. Ensayar de
todos modos de taponar eso. Y ese discurso de la ciencia es puesto por tipos que debían tomar
enormes precauciones para predicar este asunto, sus valores, su proyecto, para alabar lo que
Heidegger llama el proyecto matemático. Spinoza que busca hacerse olvidar, Descartes que se
eclipsa en Holanda, aquellos que eran los portadores de ese discurso deberían tomar garantías.
Entonces, más astutos, como Leibniz, eran al mismo tiempo hombres de la corte, se hacían ver bien
de las autoridades y podían continuar sus asuntos tranquilamente. Pero, en fin, eso comienza así, hay
sobre el mapa cierto número de puntos que se alumbran, de correspondencias que se establecen,
pero es algo muy sigiloso. Si se compara al lugar que eso tiene hoy, en relación al momento en que
eso comienza es un succes story extraordinario.
Entonces, digo discurso de la ciencia, como Lacan lo dice, pensando en la física matemática.
Las matemáticas son más antiguas que eso, pero, ¿qué vamos a decir? Ellas no tenían realmente
consecuencias, era la exploración de un dominio sui generis –simplifico–, pero en fin, los matemáticos
eran, al inicio, una secta. De eso conservan algo.
Acontece que, para ese diario polémico, que con un cierto número, una centena de personas, trabajo
para producir, y que va a venir bastante grueso, 64 páginas, que va a venir al final de este mes, pasa
que para esa publicación, he entrevistado, en un momento dado, a un matemático que tenía a la
mano, que tenía en mi familia (risas). No tenía el tiempo de pescar otro, he tomado a mi hijo. Era
alguien que yo no conocía (risas), que subrayaba que los matemáticos se sientes de todos modos
parte de la sociedad. Lo que no les impide ocasionalmente de tener como hobby dirigir orquestas o
hacerse sindicalitas. Pero hay algo que los pone a parte. Es sensible que él mismo considerara las
matemáticas como la excelencia del género humano (risas), la forma de vida superior de la
inteligencia, comparándose, de manera muy aventajada, con las formas de vida inferiores de las
ciencias humanas y sociales, donde no se tiene el sentimiento de la dignidad de la disciplina, y donde
hay una multiplicidad de capillas que se disputan. Está bien visto, y reconozco allí las consecuencias
de la estima trascendental que siempre he tenido por las matemáticas, pero, digamos, sentía como un
pequeño reflejo de esos comienzos sectáreos de las matemáticas. Una sombra que pasaba así.
Pero es verdad que no se fecha el discurso de la ciencia en el comienzo de la secta de los
matemáticos. Se la fecha a partir del momento en que las matemáticas tuvieron una incidencia en la
naturaleza, es decir, se fecha el discurso de la ciencia a partir de la física matemática, de la
conjunción entre matemática y naturaleza.
Es sin duda la influencia de Koyré que se hace sentir tanto en Lacan como en nosotros. El lugar dado
al dicho de Galileo: La naturaleza está escrita en lengua matemática. Lo que tiene como
consecuencia, si puedo decirlo, de transformar la naturaleza en real, y de transformarla en un real que
contiene un saber. Es así que Lacan ubica el saber científico como saber en lo real.
Evidentemente ese no es el real, si puedo decirlo, del más allá. Desde que hay saber en lo real, lo
real de lo que se trata pasa enteramente a lo simbólico, si puedo decirlo así. Y entonces eso no es lo
real in–inscribible en lo simbólico, que Lacan desprenderá de paso, después.
A partir del momento en que se realiza esta conjunción de las matemáticas y de la naturaleza
tenemos el arranque del discurso de la ciencia, la producción de objetos. La producción más rápida

89
de objetos, y luego, la producción de objetos inéditos, y después la sobreproducción, si puedo decirlo
así, de objetos cada vez más inéditos y cuya utilidad se vuelve cada vez más misteriosa.
Todos estamos allí. Evocaba, creo, hace algunos meses, el momento de la producción del iPhone,
que ha hecho un poco la sensación, y ayer en Internet miraba la nueva producción Apple, el
computador portátil no más espeso que una hoja, dos centímetros (risas), sostenido en su sobre. Me
preguntaba: ¿tengo verdaderamente necesidad? (risas) Es más liviano que el otro, evidentemente
(risas). Y, en ese momento de mirar ese objeto, me sentía yo mismo dominado. Dominado por un
discurso. ¿Cómo determinar, medirla utilidad? ¿El placer?
EN todo caso el discurso de la ciencia ha recubierto el mundo de objetos. Y allí donde esos objetos
faltan se ha constatado en todo lugar que son deseados, que son esperados, y que entonces allí, la
humanidad, en tanto exista esa unidad, la humanidad tiene que ver con los objetos de la ciencia. Es
un objeto amable del que hablo, un objeto de consumo corriente, hay evidentemente los famosos, los
grandes objetos amenazantes, los objetos mortíferos, que no están en venta libre evidentemente –
aunque en los Estados Unidos no han logrado hasta el presente prohibir la producción.
Entonces, la incidencia de las matemáticas sobre la naturaleza, pasemos. Pero hay, evidentemente
las incidencias sobre la sociedad.
Parece que se vuelve cada vez más perceptible que las reorganizaciones de la sociedad se atribuyen
al desarrollo y a la aceleración del discurso de la ciencia. Se puede decir que después del final del
siglo XX, y ahora que estamos en el siglo XXI, las cuestiones de la sociedad obedecen al ritmo, todos
los días, del desarrollo del discurso de la ciencia.
Es decir que se interroga sobre: ¿qué hacer con?
¿Qué hacer con el animal clonado? Del que incluso hemos, con Eric Laurent, celebrado el
nacimiento. El divino clonado ha nacido, los Americanos, ayer, han encontrado ya un primer uso del
animal clonado, que es el de comerlo (risas). La Agencia sanitaria americana autoriza desde ahora
comer el cerco clonado. Y entonces, poco a poco, con la fuerza del discurso y debates, eso penetra
[la sociedad].
Se sabe el planteamiento de interrogaciones, de cuestiones, que suscita en particular todo lo que en
adelante concierne a la incidencia directa del discurso de la ciencia sobre la vida, no solamente del
orden del medicamento, sino de la tecnología que opera en las raíces mismas del organismo vivo. Al
punto que tal investigador americano podía alardear de que entramos en adelante en la era en que
vamos a poder escribir el código genético.
Y entonces, yo hubiera ya asistido a eso en mi vida. La presencia, la insistencia del discurso de la
ciencia en la vida cotidiana, en la sociedad es incomparablemente más acentuada hoy que lo que era
hace diez, veinte o treinta años. Y eso no va sino acelerándose.
Eso toma forma de dominación, me parece, bajo los aspectos de la demanda de cuantificación
universal.
Esa demanda de cuantificación universal toca por ejemplo –eso consterna eso nos indigna–, toca por
ejemplo, muy profundamente, la enseñanza superior y la investigación. He dedicado tiempo, en esa
publicación de 64 páginas, para pasar en quince días, de 4 páginas a 28, para ensayar de
encasquillar esta nueva máquina de la evaluación que fue instalada en Marzo último en Francia, que
se llama la A.E.R.E.S., Agencia de Evaluación de la Investigación y de la Enseñanza Superior, que es

90
en todo caso una aberración. He pasado tiempo a tratar de encasquillar eso sabiendo en efecto de
qué orden de fatalidad es la avanzada de esa demanda de cuantificación universal.
Entonces es un combate. Es un combate que nos instala en una posición de lo que Carl Schmitt, que
tiene tan mala reputación –justificada–, de lo que Carl Schmitt llamaba el retardador, aquel que trata
de encasquillar las evoluciones inevitables esperando que se cruce, en un momento, otro
acontecimiento y que, ganando tiempo, finalmente se abra otra vía posible.
Entonces, no reniego de toda esta agitación que me ha conducido a los ministerios, que me ha
conducido a los peores lugares. No lo lamento que esa A.E.R:E:S. ha visitado el Departamento de
Psicoanálisis ayer en la tarde. Sé sólo lo que me han dicho, porque no he querido estar presente (...)
Me he abstenido. Pero, en fin, toda esta agitación, que sobrepaso en mi momento spinozista, no
impide que piense que esta agitación, la mía, fue positiva, porque, según los relatos convergentes
que me han hecho, es ese equipo de visitantes y de expertos que se encontró sobre el banquillo.
Tienen la costumbre, piden al jefe que se quede, y a los otros de salir, durante un momento, luego de
volver: los profesores del Departamento se negaron a prestarse a esa comedia –y ellos no insistieron.
Según me ha dicho Gerard Miller era el quien estaba interrogándolos (risas) sobre lo que él pensaba
era el conflicto de intereses que hubiera debido impedirles venir a evaluarnos, y diciendo que él
mismo no se hubiera permitido ir a evaluar los trabajos de tal persona de ese equipo, que si hubiera
debido hacerlo los hubiera encontrado nulos (risas). Las dos horas parece que pasaron sobre ese
tono. Lo cual es muy satisfactorio de un lado porque no lograron producir el efecto de pérdida de la
estima de sí, si puedo decirlo, que es el primer efecto buscado, en el evaluado, en la evaluación. Es
decir, el evaluado es radicalmente y de entrada un devaluado. Eso es satisfactorio. Lo que no impide
que, evidentemente, ellos pueden llenar la casilla: “visita del Departamento de psicoanálisis ha sido
hecha, tal día, de tal hora a tal hora”, y, en un cierto nivel, es homogéneo con el resto. Es un
paréntesis, ustedes ven con qué tranquilidad evoco este episodio.
En el fondo –este episodio muestra–, en efecto, que el punto de vista homogéneo, en ciertos
aspectos, aporta la paz. El lenguaje matemático aporta la paz. La demostración se supone aporta la
paz. Porque, cuando ella es impecable, no tenemos más que inclinarnos frente a ella. Es una forma
de la dominación pacífica que la demostración, que supone evidentemente que se acepta los
principios y las coordenadas de base en el interior de lo cual se cumple la demostración, pero una vez
que es aceptada, es la paz.
Hay que decirlo, los presupuestos del discurso de la ciencia han estado muy ampliamente aceptados,
han hecho unanimidad, y desde allí, las disciplinas que tratan de exceptuarse a las reglas del discurso
de la ciencia se han encontrado apoyadas en lo falso.
Entonces, evidentemente, no hay que olvidar que Freud mismo ha querido inscribir el psicoanálisis en
las formas del discurso de la ciencia. Lo que hacía obstáculo, digamos, es una disciplina, si es una,
tenía que ver con un cierto real oponiendo una cierta resistencia a conformarse con el régimen de lo
homogéneo. Y, al mismo tiempo que vemos esa postulación de Freud, se ve también por qué vías
descompleta su propia empresa.
Eso, no detuvo la psicología. Porque la psicología, digámoslo rápidamente, no tiene que ver con un
real. Es extraordinariamente plástica, y, constatando el desprecio en el cual era tenida como disciplina
–en fin, es un verdadero camaleón–, ha decidido adoptar los alrededores del discurso de la ciencia.
Eso pasó durante los años 1960 –por lo que se ha percibido–, y entonces se volvió cognitiva, en el

91
fondo por simulacro con el discurso de la ciencia. Y hay que decirlo bien que ella ha tendido por allí, la
psicología cognitiva, a tomar una extensión extraordinaria de la cual se trata de comprender la
pertinencia.
Entonces, en todo caso, el régimen de la homogeneidad pone entre paréntesis la cualidad, o intenta
de cuantificar la calidad. Se trata y se logra.
El señor Falissard, que es un investigador, un profesor francés, tiene la idea de medir la subjetividad.
Él comienza por decir: no vemos bien como hacer entrar la tristeza en nuestras variables, y luego, la
hace entrar, la cuantifica, sobre el modelo incomparable del un poco, medianamente, mucho,
apasionadamente, considerando que los intervalos entre esas diferentes marcadores son iguales –lo
que es un puro y simple postulado–, y después se lanza la estadística sobre el asunto. Evidentemente
es aquí que se juzga: llegar a cuantificar las cualidades.
El amor. El amor es cuantificable. La demostración fue hecha. Se encuentra eso ahora en las revistas
femeninas (risas), pero en fin esto estuvo, en un comienzo, en obras sabias. Hay una dama
antropóloga, que era cognitiva y ha escrito una obra sobre la química del amor romántico. Ella define
lo que es estar enamorado: estar enamorado es ver bajar su taza de serotonina a menos del 40%
(risas). Eso fue constatado, medido en conejillos de Indias, quienes lo demandaron –entonces,
evidentemente, hay que demandarle–, se ha retenido, entre los conejillos del estado amoroso,
aquellos que aseguraban pensar al menos cuatro horas en el día en el ser amado (risas), y bien, en
ellos, se ha constatado que había al menos 40% de serotonina al menos.
El amor loco. Ustedes creen que el amor loco es un término poético, surrealista, etc. El amor loco
hace subir la dopamina. Entonces si usted tiene una propensión al amor loco es que usted tiene sin
duda una falta de dopamina. Y etc.
Y eso, hoy, decía que llegó en las revistas femeninas: está en el discurso corriente. Si ustedes siguen
la producción de las revistas femeninas semanales o mensuales que ustedes encuentran en los
kioscos, hay, desde hace un año, dos años, una enorme producción de ese género de revistas, que
retranscriben su vida emocional, sus hábitos alimenticios, etc., en términos cuantitativos. Y si hay
esas revistas –es el mercado– es porque eso se compra.
En el fondo, el hombre contemporáneo le gusta imaginarse ser una máquina. A fuerza de producir
máquinas, de manejar máquinas, de ser interlocutor de máquinas, algo se ha producido que es
tomarse por una máquina, o de querer ser tratado como una máquina.
He anticipado eso hace algunos años, recuerdo, que se me hablaba del porvenir del psicoanálisis en
relación a otras modas –en la época se trataba del medicamento, etc.–, y yo decía: Y bien eso
dependerá, si las personas se piensan como un automóvil que se va a hacer reparar en el garaje,
evidentemente eso será difícil para el psicoanálisis. Hoy, se puede decir, que algo se ha cumplido de
ese lado.
Entonces, es gracioso, se encuentra eso en Moliere, el hombre de calidad –eso significa el noble, o
alguien que manifiesta nobleza de espíritu y de comportamiento–, evidentemente estamos en la era
del hombre de cantidad. Y eso va hasta la masa, que es un concepto moderno –en fin, será necesario
ver cuando emerge verdaderamente pero es de todos modos moderno–, es el momento donde se
cesa de contar y se estima simplemente el gran número.
Entonces, en nuestros términos, se ve bien que eso pone en cuestión lo que llamamos con Lacan el
significante Uno: S1.

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No puedo escribir el significante Uno, en ese contexto, sin evocar el significante mismo, si puedo
decirlo así, el concepto de significante. El concepto de significante es ya el significante como unidad
cortada de continuum de la lengua. El significante eso procede del discurso científico. Ciertamente,
los estoicos habían ya puesto el dedo en la llaga, pero eso toma otro valor, otro sentido, en Saussure,
y luego se sabe que Chomsky ha aplicado el discurso de la ciencia, de otra manera aún, con otros
paradigmas de la lengua. Entonces, cuando hablamos de significante, estamos ya, sin saberlo, sobre
el camino que conduce a la cognición. Luego volveré sobre esto.
El S1, que es la forma inicial que Lacan ha elegido como indicando, indexando el amo, es la insignia,
la insignia única, que se puede representar por los atributos del poder –el cetro, la corona, el trono–,
pero también por las palabras que se piensan como absolutas y que se imponen, si así puedo decirlo,
en una especie de aniquilamiento. Es la frase que me gusta mucho y que he frecuentemente citado
de la página 808 de los Escritos: El dicho primero decreta, legisla, vuelve aforismo, es oráculo,
confiere al otro real su oscura autoridad. Y si se toma, dice Lacan, un significante como insignia de
esa omnipotencia, es el rasgo unario, que él ha bautizado así, y que es el núcleo del ideal del yo.
¿Qué es ese adjetivo unario que Lacan ha forjado, a partir de Freud, rodeando a Freud? Unario es
una variación de único, pero que, en el fondo, toma su sentido en relación a binario, que da, a binario,
su antónimo, su contrario, si puedo decirlo así. Unario quiere decir: no dos; no hay dos parecidos. El
significante del amo comporta esa exclusión del dos. La exclusión del dos quiere decir que él no es
comparable, que no es homogéneo, que es absoluto, es decir, separado.
En la fórmula que Lacan da de la sexuación masculina, es representada por ese existe un x tal que fi

de x,

acoplado con para todo x fí de x: .

Aparece aquí que al menos uno no se sostiene sino a partir de todos los otros, como no–homogéneo
precisamente– lo homogéneo está del lado del para todo x–, y entonces se ubica como lo
incomparable:

Se ve bien la insurrección que produce el avance de la práctica de la evaluación en la Universidad. Es


que el sólo hecho de aceptar la evaluación dice: Ustedes no son incomparables, ustedes son
comparables, ustedes son contrastables. Y entonces de entrada, hay una destitución, digamos la
palabra, una destitución del sujeto como incomparable.
El sujeto, que está aferrado al S1, del cual el S1 viene a colmar la marca invisible que tiene el
significante como dice Lacan,
S1
__
$
el sujeto es in–homogéneo, el sujeto no es una categoría, el sujeto no es susceptible de reducirse a
una categoría.

93
Es la promesa del psicoanálisis. No se ha verdaderamente hablado jamás de psicoanálisis de grupo,
porque la promesa del discurso analítico es lo contrario del discurso de la evaluación, es: Tú no serás
comparado.
Es por lo cual, cuando operamos con la noción de diagnóstico, hay un ajuste que no se hace con el
discurso analítico propiamente dicho: el diagnóstico, si hay uno, pertenece a los preliminares de la
instalación del discurso analítico –y es por eso que es preciso más bien llegar a hacerlo
rápidamente–, el diagnóstico es preliminar, porque quiere decir clasificar en categorías.
Tanto, una vez que el discurso analítico está instalado, el sujeto es incomparable. Tanto hay una
destitución inmediatamente por el discurso, por la cultura de la evaluación, el discurso analítico
comporta en sí mismo, una institución del sujeto, y, hay que decirlo, una valorización. Tanto la
evaluación devalúa, tanto el discurso analítico, de manera natural, estructuralmente, valoriza el sujeto.
Cuando Bion podía decir que el analista debía olvidar al momento de recibir su paciente, indicaba
algo de este orden: Tú no compararás incluso el paciente a sí mismo de una sesión a otra. Estamos
allí en un orden que proscribe la comparación.
Me he ilustrado por ejemplo a propósito de la obra del señor Monteil, del que hablé hace algún
tiempo, leyendo un trabajo de decriptage, de desciframiento de mi amigo y colega Hervé Castanet
que va a aparecer pronto. La categoría esencial del señor Monteil, quien ha concebido las A.E.R.E.S.,
quien es un psicólogo social cognitivo, y bien para él la categoría esencial del orden social es la
comparación: el hombre comienza con la comparación y entonces la humanidad llega de manera
natural a la evaluación, La evaluación es la forma superior de la humanidad, el superhombre es el
evaluado –en fin, eso ha asistido al parto de la humanidad de lo que en ella había antes.
El psicoanálisis se inscribe eminentemente en falso con relación al discurso de la cuantificación –eso
no es simplemente una anécdota que encontramos así una cierto apunte, el psicoanálisis se inscribe
de modo muy natural en falso con relación al discurso de la cuantificación para el cual todo puede ser
comparable y entonces todo es comparable.
El discurso de la cuantificación busca encarnarse, volverse moneda –es el caso de decirlo, en el
mercado, donde todo tiene un precio, todo tiene un valor, pero no un valor absoluto, un valor sobre la
escala de valores establecidos. La constitución de las escalas de valor es una práctica condicionada
por el discurso de la cuantificación. Por ejemplo, en la clínica, el discurso de la cuantificación procede
por el establecimiento de las escalas de valor, que en general llevan el nombre de su inventor –por
ejemplo para la depresión, en señor Widlöcher ha aportado una importante contribución estableciendo
la escala de la depresión, ha habido en ese sentido una incidencia sobre la práctica.
Entonces, es en ese contexto que se comprende el dicho enigmático de Lacan en su última
enseñanza: el psicoanálisis debe ser una práctica sin valor. Eso no dice que sea sin valor en el
sentido del mercado, eso dice que es una práctica que debe escapar a la escala de valores y al
discurso de la cuantificación.
Hoy, entonces, se constata de todos modos un muy extendido eclipse, e incluso una desaparición
total del amo como encarnado en el significante amo.
Si se toma a Francia, la evaluación de los ministros es folclórica (risas), pero eso traduce que el amo
no es de otra esencia. Quiero decir que eso traduce la voluntad de demostrar que estamos en un
mundo homogéneo, y el presidente mismo, heredero del monarca. Hasta hace poco, se podía decir
que los semblantes de la heterogeneidad presidencial eran multiplicados, cultivados. Ahora, al

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contrario, ocupa ese lugar un personaje, que comunica: Yo no soy más que lo que ustedes son, que
muestra todos los semblantes de la homogeneidad con los gobernados: Como ustedes yo quiero la
Star Academy. Como ustedes, como ustedes, como ustedes.
Y entonces, ese término es verdaderamente negado:, y asumido como tal, es decir, como eso no
existe. Eso, eso no existe (JAM muestra: ). Y entonces, en efecto, se adoptado el estilo de la serie.
Todo el mundo ha notado de otra parte que, en el estilo presidencial actual, se voltea la página muy
rápido como se dice, se pasa a la secuencia siguiente –término que es debido, pienso, a los
escenarios de las telenovelas, o a la información–, se cambia de secuencia y se está en el régimen
del más uno: ¿cuál es el próximo episodio? Y entonces, en la desaparición de lo in–homogéneo, se
adopta el estilo de la serie.
Desde entonces, el amo no es más el Uno, eso sería más bien lo múltiple. Y hay que decirlo, esta
multiplicidad, nos es representada gustosamente bajo la forma de la experticia, que toma el lugar de
lo que Lacan llamaba el decreto, o el oráculo. Se confía en la experticia, y ésta se hace siempre en
comité. Hay expertos distinguidos, es lo que tenemos, lo que llamamos en la época, subrayados
como los comités de ética. Estamos en el régimen de las comisiones, y la verdad es supuesta como
saliente de una comisión.
En adelante, lo Verdadero, lo Bueno, no solamente ya no son los significantes amos, sino que son los
significantes esclavos, que son subordinados al acuerdo de los expertos. Entonces, hay un
deslizamiento, y evidentemente todo esto reposa sobre el mundo homogéneo.
De tal suerte que, sean los que sean, los sarcasmos que podamos tener, las indignaciones, y todo
eso, hay un nivel en el cual eso no está operando: es operante en el nivel del retardo de la puesta en
marcha de los aparatos, pero hay un nivel donde tenemos que ver con una mutación ontológica, con
una transformación en la relación del sujeto al ser. En adelante, la cifra– la cifra de cuantificación– es
la garantía del ser. En el fondo, es la incidencia de la ciencia sobre la ontología.
Entonces, eso tiene una incidencia sobre la debilidad mental de aquellos que son los gobernantes o
los expertos. El discurso de la ciencia, sobre esta debilidad mental, produce utopías autoritarias, que,
desde hace una decena de años, y sobre todo los últimos años, quiere multiplicarse, de manera
asombrosa, comprendido el país de buen sentido encarnado, a saber, Inglaterra, al cual hemos de
dedicar investigaciones en las próximas publicaciones. Se constata que la utopía autoritaria se ha
vuelto la producción normal del comité de expertos. Pero todo esto reposa sobre el hecho de que hoy
estamos seguros de que algo existe si es reductible a la cifra.
Entonces, la ideología de eso, la forma ideológica de eso, e incluso la epistemología de eso, está
dada por el cognitivismo.
El cognitivismo, en fin, la cognición, es a poner en la serie con lo que se llamaba el conocimiento, y lo
que Lacan y nosotros mismos llamamos el saber.
Se sabe bien cómo se distinguen conocimiento y saber. Lacan producía el saber en relación al
conocimiento donde acentuaba, después de Claudel, el valor de co–naître, [co–nacer y conocer]
nacer al mismo tiempo. El conocimiento supone una afinidad del conocimiento y de lo conocido. Se
puede decir que la filosofía antigua no cesa de de comentar esta afinidad, lo que debe haber de
común entre lo que conoce y lo que es conocido. Tenemos un eco lejano –o próximo después de
todo–, en Heidegger, cuando evoca el entendimiento con el ser.

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Hablando del saber Lacan pone al contrario el acento sobre lo que comporta de artificio. Es un
sistema de elementos discretos, que no supone ninguna afinidad porque, al contrario, se trata
también de poder dar su lugar al saber inconsciente.
Lo que se llama la cognición, no está tan lejos de lo que Lacan llamaba el saber, en fin, bajo una
forma reservada, ¿No?–, es también supuesto constituido o representable bajo la forma de elementos
discretos. Solamente, se añade la suposición de que el hombre es todo saber, es decir, que todo lo
que es en el hombre, si es el término de referencia, pasa bajo esta forma. Es decir, el punto de vista
cognitivo es aquel del hombre computacional. El cognitivismo, es la ideología, es la creencia –porque
hay que decirlo, que a ese nivel es una orientación fundamental, eso no es una demostración–, es la
creencia de que el hombre es una máquina que trata la información. Es una máquina que recibe la
información, y que esa máquina misma trata y escupe información.
Es un punto de vista que tiene su fuerza, pero digamos que se añade a esta definición la
exhaustividad del humano.
Considerando fríamente las cosas, el estructuralismo ha preparado la vía al cognitivismo, o mejor, el
estructuralismo era una primera forma de cientismo que ahora a florecido con el cognitivismo.
El cognitivismo, puede decirse, es un exclusivismo del S2. No conoce más que el S2 y el sistema de
significantes. Lo que es del orden del sujeto, del objeto pequeño a y se puede incluso decir del
significante unario, es términos que no pueden inscribirse en su mundo.
S2
$ / a / S1
El resultado es la identificación del hombre a la máquina, a la máquina informática, a la máquina de
información, una identificación de la que debemos constatar que es aparentemente agradable para
las poblaciones– como dicen los ministros–, que es agradable a la población, que es una
identificación que no repugna.
Poder ser cifrado, ser una realidad susceptible de cifra, eso está anclado en el ser.
Si el amor, verdaderamente, es correlativo al 40 % de la serotonina en menos, y bien, es que ¡el amor
existe realmente! Hoy es la serotonina, mañana eso será cuantificado por activación eléctrica de las
neuronas, poco importa. Es una referencia cuantificada.
Hay una cierta eclosión de la personalidad en tanto que personalidad no cualificada sino cuantificada:
Yo soy una personalidad cuantificada. Hay allí, un tipo de esplendor, que es de un modelo bastante
diferente de lo que se consideraba antes. Todo esto se ha cruzado, todo eso no ha conocido ese
desarrollo extraordinario y construido de nuestro amo actual, más que por ese materialismo mecánico
que el cognitivismo ha encontrado en su objeto mayor: el cerebro, y entonces, en efecto, concluye
que: Es allí donde eso pasa. Ese es el lugar. El lugar que es en efecto un callejón sin salida –Lacan
hablaba del callejón sin salida cerebral–, el cerebro es un callejón sin salida. Y gracias a lo que se ha
desarrollado después de quince años, la imaginería por resonancia magnética, que permite
representar la actividad neuronal, estamos dotados hoy de un muy potente imaginario del simbólico.
Hay que constatarlo. A tal punto que ahora sabemos que el significante amo, en fin, el sufijo amo, es:
neuro–. Ayer o anteayer, teníamos en Le monde, la neuro–economía. Con curvas bibliométricas.
Cada vez más universitarios hablan de neuro–economía, es un hecho. Y entonces ustedes saben
cuatrocientos personas en el mundo que se dedican a la neuro–economía, la fundación Carnegie que

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da diez millones de dólares, y ha partido. Entonces, ¿en qué consiste esto? Eso consiste observar la
actividad eléctrica del cerebro mientras usted toma decisiones de inversiones (risas).
Y entonces, evidentemente, todos los aspectos de la vida humana son susceptibles de ser así
neurologizados: todo eso activa el cerebro, entonces...comentaré esto en otra ocasión, el neuro–
psicoanálisis ya ha nacido, si ustedes lo ignoraban. Había antes un conflicto entre cognitivos y
clínicos, pero la neuropsicología clínica ha nacido, se los anuncio. Y entonces, todas las actividades
humanas son susceptibles de tener neuro–delante de ellas. No hablamos de la neuro–política, que
debe ciertamente practicarse clandestinamente para saber porqué se ha elegido a un candidato más
que a otro. La neuro–religión que ya ha comenzado, porque se observa el cerebro durante la oración
y se constata que eso hace un bien loco a las neuronas; hubo esa encuesta; la creencia en dios es
igualmente susceptible de ser vuelta imagen.
Ahora, hay que constatarlo, y eso parece irresistible, lo real se volvió neuro–real.
Es el neuro–real que es llamado a dominar los años que vienen. ¡Y bien! Es a nosotros de saber
cómo hacer con ese neuro–real. Les hablaré de esto la próxima vez. (Aplausos).
(recapitulación de los esquemas del tablero)
(esquema 4)
neuro–réel
(esquema 1)
S1 _______ $
(esquema 3)
S2 $ / a / S1
(esquema 2)

La barra de negación sobre la función Φ, JAM la ha dibujado en el tablero cortada por la barra de la
negación que pesa sobre la variable X

Fin de la Sexta Sesión del Curso JAM 2007-2008 - 16.01.08

Séptima sesión del Curso 2007-2008


Miércoles 23 de enero de 2008
VII

¡Que magnífica lección! JAM, serio, ligero y muy concentrado (ni el poco confort del anfiteatro T, ni los
numerosos sonidos de los teléfonos portátiles parecieron perturbarlo), nos da un curso notable por su rigor. Su
introducción, a partir del “último de los hombres” de la introducción al Zaratustra (y su “caída” risible sobre lo que
el LNA no es) anudada a su anticipación de una “neuro–psicología clínica” por venir, es a subrayar como uno de
los rasgos mayores de su estilo de enunciación. En efecto, diremos que JAM se ha dedicado a tomar muy en

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serio las “tesis” del cognitivismo, para proceder, luego a “deshacer su retórica”, señalando aquí y allá ños
matices, la impostura, el alcance y su operación “de explotación y de sujetamiento”, notablemente JAM define el
modo de operación del cognitivismo, designándolo bajo el nombre de indiferencia (“Operación lógica por la cual
se admite una proposición en virtud de su lazo con otras proposiciones que ya son tenidas por verdaderas”). (Por
TLN).

Entonces, la cifra. La cifra como garantía del ser. La cifra hoy vale como garantía del ser, el cual
siempre ha tenido necesidad de una garantía. Es hoy la cifra que hace la diferencia entre la
apariencia, los semblantes, y lo real. Es vano, lo he subrayado, de sublevarse contra, eso sería erigir
una barrera contra el Pacifico, mientras que esta concepción es hoy común, hace parte del sentido
común del ser, que compartimos tengamos lo que tengamos. El ciframiento es, ciertamente,
necesariamente, llamado a recubrir todos los aspectos de la existencia. Eso no es ni siquiera una
profecía, es una constatación, que se verifica incesantemente, y con relación a lo cual tenemos que
saber tratar su lugar en el psicoanálisis. Podemos comprender que colegas, colegas practicantes,
hayan sido conducidos a buscar las condiciones de introducir la cifra en el psicoanálisis; ellos la
introducen bajo la forma propia de lo que se llama el cognitivismo, es decir, bajo la forma del sufijo
neuro–, que es la forma que toma la cifra cuando viene a apoderarse, cuando viene a capturar lo
psíquico.
Entonces, he dicho la cifra. Como lo he subrayado después de Lacan, la palabra es en sí misma
ambigua, porque conlleva a la vez el sentido que tiene la palabra cuando se habla del mensaje cifrado
y el sentido del número. El psicoanálisis tiene parte ligada con la cifra en el primer sentido, y lo que
evoco, es la dominación del número, la misteriosa dominación del número sobre los espíritus.
El viejo problema, el problema antiguo de la relación del pensamiento con el ser fue renovado, en la
problemática cognitiva, de la siguiente manera, me parece.
Hubo, en el siglo XVII, la emergencia y afirmación de la ciencia matemática de la naturaleza; la
matemática se apoderó del concepto, del pre–concepto de naturaleza, y eso nos ha dado la física
matemática. Después, digamos que en el siglo XX, tuvimos la emergencia de la ciencia matemática
de la vida, si se puede así decorar la biología molecular. Y se nos explica que el siglo XXI, verá la
afirmación de una ciencia, de la ciencia matemática del pensamiento, y esto, a partir del estudio de un
órgano del viviente, que es el cerebro.
Es por lo cual, eso que el cognitivismo llama, curiosamente —es el plural que es curioso, dudoso—,
las ciencias cognitivas, se nos explica que ellas hacen parte de la ciencia matemática de la vida, que
es un sector determinado de las ciencias de la vida.
Eso traduce el movimiento que hemos podido observar, en el último tercio del siglo pasado, a saber,
la psicología se adueñó de la biología. Ella se ha deslizado precisamente en la neurobiología, ha
considerado que el garante de la psyché —al que se refiere la palabra misma de psicología—, que el
garante real de la psyché, era el cerebro. Y apoyándose sobre esto podíamos tener, parece, un
acceso directo a la actividad cerebral por la vía de la imaginería de la resonancia magnética, ha
considerado que se podía retomar remozada la observación psicológica.
Entonces, el primer postulado, el primer axioma, es que el psiquismo es cerebral.
A partir de aquí, el cognitivismo se desarrolla como una filosofía de la neurobiología, abriendo
perspectivas, haciendo promesas, promesas de exhaustividad, que están ciertamente cualificadas, es

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decir, moderadas, por la consideración de la complejidad de la arquitectura cerebral, pero que en el
fondo prolongan los resultados en anticipaciones maravillosas
Entonces, de un lado, es una filosofía, por no decir una ideología.
Y de otra parte, el cognitivismo aporta, a la neurobiología y a la observación de imágenes, cuestiones
psicológicas. A saber: ¿qué pasa en el cerebro? ¿Qué es observable en la imaginería cuando hay
transmisión de informaciones? ¿Cuándo hay conocimiento? ¿Cuándo hay emoción? ¿Qué se ve
cuando hay tristeza? ¿Qué se ve cuando hay alegría? ¿Qué se ve cuando hay decisión? ¿Qué se ve
cuando hay palabra y escucha, escritura y lectura? Y, por observación, se puede, en efecto, recolectar
cantidad de hechos de observación.
A partir de lo cual, la operación cognitiva esencial es, en el fondo, la indiferencia: a partir de esos
hechos de observación se infierne procesos mentales que estarían en causa y que darían cuenta de
las observaciones.
Dicho de otro modo, la psicología ha pasado, aquí, de la observación de comportamientos a la
observación de las neuronas. Ella no reniega su origen behaviorista, o pragmatista, al contrario,
piensa continuar el mismo programa con un instrumento nuevo, que es el que procura el IRM, la
imaginería de la resonancia magnética. Que es la herramienta esencial de sus investigaciones.
Entonces, se trata de una voluntad. Una voluntad animada por el cognitivismo, la de demostrar que es
legítima la reducción de la realidad humana al cerebro, que el hombre es esencialmente un cerebro, y
que el cerebro es una máquina para tratar la información.
Esta semana tuve la ocasión de oponer, un poco rápidamente, el cognitivismo a la clínica,
respondiendo a un periodista, que el cognitivismo no juraba sino sobre la estadística, y entonces que
su punto de vista era radicalmente el opuesto al de la clínica, que toma los sujetos un por uno. Sí. Es
demasiado rápido, porque no se ve que la potencia del sufijo neuro– esté limitado por el dominio de la
estadística, nada impide de descender al uno por uno. De la misma manera que hay en adelante una
neuro–economía, no se ve porque los cognitivos no han aun puesto sobre el mercado una
neuropsicología clínica. ¿Por qué no haría yo, a mi vez, una anticipación? Veremos próximamente
una neuropsicología clínica. EN lugar de simplemente tener recurso al gran número, se hará la
descripción de la actividad cerebral de un sujeto. No se ve muy bien que conclusiones se sacarán,
pero podemos tener confianza de la inventa de la inferencia.
Dicho de otro modo, la neuroclínica individual es para mañana. No se le puede poner a priori una
barrera. Y entonces, estamos sobre el camino de persuadirnos de la extensión progresiva y sin duda
ineluctable de esta concepción en todas las prácticas. Todas las prácticas tendrán muy pronto una
alternativa cognitiva, que reduce sus maneras de hacer, sus perspectivas, a la observación cerebral.
Eso es un mundo, se puede decir, que fue anunciado, y para la ocasión verdaderamente profetizado,
por alguien a quien me he referido al comienzo —he retardado el momento de decir el pasaje pero lo
hará ahora—, Hemos ahora entrado en el mundo anunciado por Nietszche, en su Zaratustra, es decir,
el mundo del último hombre.
Quería este año hacer un comentario de ese pasaje que figura en el quinto parágrafo del “Prólogo de
Zaratustra”. Zaratustra sale de su gruta, viene de hablar al pueblo, y le habla, dice él, de lo que es
más despreciable. Es decir, que viene hablarle al pueblo en nombre de valores, que se pueden llamar
aristocráticos, valores que son clasificados en una escala, valores que son absolutos, y que oponen lo
que es honorable a lo que es despreciable. Lo que él considera como lo más despreciable, es el

99
hombre, quien, de una vez por todas, ha cesado de referirse a ese absoluto de los valores, y ese es el
que llama el último hombre.
No es el último de los hombres —en fin, lo es también—, pero es tal vez la última figura de
humanidad que nos ofrece su historia, al menos de la emergencia, bien problemática, de lo que él
llama, de otra parte, el superhombre, aquel que se desprende de ese estatuto del último hombre.
Describe ese mundo como —lo traduciré así— el tiempo del no deseo, en tanto que el deseo es
siempre dependiente de un elemento que no es homogéneo, mientras que la demanda tiene
esencialmente una parte ligada a la cantidad. Es dicho en términos poéticos. ¡Hay! ¡Llega el tiempo
en que el hombre dejará de lanzar la flecha de su anhelo más allá del hombre, y en que la cuerda de
su arco no sabrá ya vibrar! ¡Hay! Llega el tiempo en que el hombre no dará ya a luz ninguna estrella.
¡Ay! Llega el tiempo del hombre más despreciable, el incapaz ya de despreciarse a sí mismo. ¡Mirad!
Yo os muestro el último hombre. ¿Qué es amor? ¿Qué es creación? ¿Qué es anhelo? ¿Qué es
estrella? —así pregunta el último hombre, y parpadea. Heidegger ha comentado el parpadeo del
último hombre. Nosotros, diremos que ese movimiento del ojo traduce su posición de no engañado.
Por excelencia, se puede decir que, con relación a todo lo que es del orden de la creación, el
cognitivismo, que reduce todos esos fenómenos a lo neuro–real, encarna bastante bien ese último
hombre.
La tierra se ha vuelto pequeña entonces, y sobre ella da saltos el último hombre, que todo lo
empequeñece. Entonces, Maurice de Gandillac traduce: “De la dicha hemos hecho el
descubrimiento”, es más claro cuando se traduce: “Nosotros hemos inventado la felicidad”. Nosotros
hemos inventado la felicidad —dicen los últimos hombres, y parpadean. Enfermar y desconfiar son a
sus ojos pecado. Se observa esto. La transformación de la enfermedad en pecado en nombre del
valor salud. Y nos explicaban hace poco que uno de las dificultades de los franceses en la
competición internacional es que eran desconfiados y que hoy para triunfar, el porvenir es de los
pueblos confiantes. Entonces eso me parece completamente verificar la profecía de Nietszche en la
materia. ¡Sin pastor, un solo rebaño! Cada uno quiere la misma cosa, ¡todos iguales! “En otro tiempo
todo el mundo desvariaba”— dicen los más sutiles, y parpadean.
He aquí lo que ha servido desde entonces de referencia a innumerables ensayos filosóficos. En el
neo–conservador de Fukuyama, en la época en que podíamos creer en el final de la historia, se
encontraba, si recuerdo bien, la retoma de ese último hombre como esencia misma del ciudadano
democrático. En cambio, pasé tal vez muy rápido sobre el hecho que los últimos hombres, cuando
Nietszche habla de nuevo al final del Zaratustra, los hace adoradores del asno. Pero en fin, es porque
sin duda la revista ilustrada de la que hablé fue llamada Nuevo Asno [Nouvel Âne]: para explicar que
no es el mismo (risas), que no es el asno de los últimos hombres.
Ahora, volvamos a este asunto del número, porque —eso, no es explicitado por Nietszche, pero
podemos añadirlo— ellos no juran sino sobre el número. Esta adoración del número está prescrita por
su pre–comprensión del mundo como una realidad homogénea, una realidad donde todo es cantidad,
incluso la cualidad.
Cuando ellos se ven enfrentados con realidades cualitativas, entre comillas —que no llaman tales
desde el punto de vista de la cantidad, de las realidades que no se prestan inmediatamente a la
cantidad—, cuando se encuentran enfrentados con realidades cualitativas como ellos las llaman y que
clasifican como emociones —decía la tristeza, la alegría, el amor—, la operación cognitivista consiste

100
en ligarlas a realidades cuantitativas. Por ejemplo para el amor, lo decía la última vez, se le anuda a
cantidades de neurotransmisores. Se homologa las realidades cualitativas a las realidades
cuantitativas, y, entonces, se demuestra que su cuantificación es posible. Aquí es sobre los
neurotransmisores, mañana será sobre la actividad cerebral del cerebro. Poco importa la realidad
cuantitativa a la que se les amarre, lo que cuenta es el anudamiento, esta homologación cuantitativa,
que verifica el axioma según el cual, todo es cantidad.
La noción según la cual todo es cantidad, decía, es del orden de la voluntad, es del orden del deseo.
En todo caso, no está determinado por el dominio mismo que eso abre, es una pre–concepción que
abre un cierto dominio de investigación. Entonces, hay, en principio, una enunciación, hay, en
principio, un deseo de que sea así.
Ese deseo, sin duda, es, él mismo, susceptible de ser interrogado.
Es un deseo de dominio, porque hay la idea que se puede actuar sobre las cantidades: se puede
aumentar los porcentajes de dopamina, bajar el de serotonina, se puede, por medio de electrodos,
actuar sobre la actividad eléctrica del cerebro. Es un deseo de dominio y, se puede decir, un deseo de
igualdad. Eso abre sobre un mundo donde las diferencias no son más que cuantitativas, por allí eso
se presta, eso se ofrece a la gestión de poblaciones como se dice. Eso parece especialmente
adecuado a la edad democrática, con relación a aquel que viene a recordar los valores absolutos
como el pobre Zaratustra hablando al pueblo que evocaba hace un momento.
Entonces, ¿cómo hemos llegado allí? Estamos obligados a imputar a lo que Kant, antes de Lacan,
llamaba la ciencia, por lo cual, tanto Kant como Lacan, entendían la física matemática.
Es allí que se hizo el corte esencial, que no ha alcanzado sus efectos, los efectos que vemos
desarrollarse hoy, más que en el momento en que la matemática ha podido capturar la vida. Mientras
que permaneció aún ciencia de la naturaleza, ciencia matemática de la naturaleza, en tanto que
permaneció física, perduró a distancia de la realidad humana, se quedó, muy distante de capturar el
pensamiento, la sociedad, el arte. A partir del momento en que la biología se volvió molecular y
matemática, si puedo decirlo así, en ese momento, algo fue franqueado en la lógica del viviente, que,
hoy, se impone por sus consecuencias mayores en la organización del mundo.
Tuve que responder esta semana, porque lo he querido, a un cuestionario que distribuía una revista
que tiene la ambición de publicar grandes textos que hayan cambiado la historia del mundo y que
ofrecía a cierto número de personas de dar su opinión sobre el asunto. Hasta diez títulos. Eso me ha
divertido bastante para que tratara de responder y he pensado en diez textos que continúan
determinando los cambios por venir del mundo.
Esto me ha permitido inscribir, en buen lugar, La interpretación de los sueños. Me he dicho que no
deberían interrogar de esa manera a los psicoanalistas y que era legítimo introducir La interpretación
de los sueños e igualmente, los Escritos de Lacan (risas), que han tenido hasta ahora una incidencia
mayor sobre la historia del mundo, pero se puede esperar que será el caso en el porvenir. En todo
caso me he dicho que si, cuando me interrogan, no digo esto (risas), falto a todos mis deberes.
Bueno. Entonces, el descubrimiento del inconsciente y la reformulación de este descubrimiento
merecen su lugar.
En cuanto al lazo social, ¿Qué es lo que es tan determinante para el porvenir? He creído que no
podía despreciar El Decálogo. Es de todos modos una gran formulación de la neurosis de la
humanidad. Lacan decía hace tiempo que ese era el decálogo de las leyes de la palabra. Esa es la

101
formulación de la neurosis edípica de una manera que ha tenido un éxito sensacional —sin duda en
razón de la arquitectura neuronal del cerebro (risas). Oh! Pero se demostrará sin dificultad en que el
Edipo está especialmente adaptado a una fisura neuronal. Y después La Declaración de los derechos
del hombre y del ciudadano, es decir, un fundamento del individualismo contemporáneo y del futuro.
Esta Declaración, se podrá notar, no es una declaración de derechos y de deberes del hombre y del
ciudadano, eso escapa a la ideología del donante–donante del que nos quieren hacer hoy el alpha y
el omega del lazo social, y si eso ha marcado la historia del mundo, es bien porque es la afirmación
de los derechos, y que los derechos tienen aquí avanzada sobre los deberes. En el fundamento de la
democracia, hay, de todos modos, un absoluto, que no es susceptible de relativizar por el intercambio.
El psicoanálisis, el lazo social entendido como el cimiento de la sociedad, ¿qué hay después de eso?
Después de eso, es el discurso de la ciencia: yo no veo nada, en importancia decisiva, que pueda
compararse.
Entonces, las matemáticas, eso se prestará para una enumeración considerable, lo más simple es de
tomar lo que está en el origen, y entonces, he dado entre los diez grandes textos, Los elementos de
Euclides. Es el testimonio, el testamento de la emergencia del discurso de la matemática.
Y luego, de las ciencias, ¿qué hay? Las ciencias de la vida y las ciencias de la naturaleza.
Con relación a las ciencias de la vida, pienso que hay que hacer un lugar al concepto de evolución y
entonces a Darwin y al Origen de las especies. Y luego está la biología molecular de donde puede
tomarse la orientación en la obra tan divertida de Crick y Watson La doble hélice. No se puede decir
que el libro mismo haya cambiado la historia del mundo, pero digamos que está ahí como la prueba
del testimonio de la afirmación de la biología molecular en el último tercio o la mitad de la última mitad
del siglo XX.
Y después está la física matemática. Y allí no veía como, sobre diez textos, en efecto, no nombrar a
Galileo por su Saggiatore, donde él formula que la naturaleza está escrita en lenguaje matemático, los
Principia de Newton, es siempre la mecánica válida aquí abajo, y Einstein por los cuatro grandes
artículos del año 1905, que se llama su agnus mirabilis, donde ha refundado la física matemática, y
especialmente por su cuarto artículo, aquel donde figura la fórmula que da la equivalencia entre la
masa y la energía.
He aquí, No he hecho figurar aquí nada literario o artístico, porque, si se interroga sobre los resortes
de las transformaciones en el mundo, lo que más pesa, para hoy y para mañana es el discurso de la
ciencia. Se puede decir que nosotros estamos en la época donde todo está al desnudo. Los
progresos del discurso de la ciencia y las nuevas tecnologías, es el dominio de la realidad que pone el
ritmo a las transformaciones que se transmites, con una rapidez notable, a la vida cotidiana y a los
debates de las sociedades. Es aquello que hemos percibido, hace algunos años, cuando hicimos una
especie de curso periodístico conectado sobre las noticias de la semana: lo que hemos sentido, hoy,
es que debemos hacer la teoría.
Debemos constatar que nosotros, que somos practicantes de una tecnología ya antigua, la tecnología
psicoanalítica, hemos sido transferidos, querámoslo o no, a una posición de conservación —salvo
cuando nosotros mismos anunciamos las innovaciones, lo que visiblemente estamos tentados a hacer
cuando tocamos nuestro dispositivo.
Nosotros tocamos nuestro dispositivo, por ejemplo, en los establecimientos que hemos abierto y que
practican las curas de duración limitada. Es una innovación, para nosotros al menos y objetivamente,

102
ya que no se parece a la manera en la que esto ha sido practicado en el pasado en las otras
orientaciones analíticas.
Cuando nos dedicamos a esta innovación, lo que es más sorprendente, no es que vinieran las
críticas, es que no se escuche la crítica de desviacionismo. Ya que, el siglo XX estuvo lleno de
murmuraciones, en todos los órdenes del discurso, de las acusaciones de desviacionismo. Es lo que,
aún en el siglo pasado, la idea de respetar una orientación inicial, o de desviarla, y bien, eso
preocupaba. Eso preocupaba las personas. Hoy, se puede decir que la innovación es de alguna
manera —es como el verum de Spinoza—, es el index sui, la innovación se beneficia de un privilegio
en tanto tal. No hay más la idea de una emergencia absoluta, que será necesario respetar, sino, al
contrario, hay una inclinación, que es completamente lo opuesto, y que consiste en valorizar el
ensayo innovador.
Diría que Lacan lo ha sentido.
Entonces, es aún más sorprendente que, cuando Lacan ha comenzado su enseñanza en medio del
siglo XX, lo hizo sobre la égida del retorno a Freud, entonces, explícitamente como anti–
desviacionista. Es incluso bajo ese pabellón que hizo pasar las verdaderas innovaciones que él
aportaba tanto a la teoría como a la práctica del psicoanálisis con sus sesiones cortas de las que se
guardó de hacerle propaganda: en su Informe de Roma, hay algunas consideraciones sobre la
duración de la sesión, sobre el tiempo y la cura, hay algunas indicaciones fugitivas pero no hay nada
que se parezca a la sesión corta. En él la teoría, está dada por la práctica de la sesión corta. Se
puede decir que él la ha enmascarado, que tuvo su innovación, y que es ciertamente a informar lo
que es del orden de la Persecución del arte de escribir, es decir, que él ha pensado que eso no era
necesariamente algo que pudiera recibirse en la época. Y entonces eso permaneció en una especie
de penumbra.
Sin embargo, en sus últimos dichos, ha formulado cosas que aparecieron como sorprendentes en la
época y que nosotros comprendemos tal vez mejor en el contexto de hoy como: A cada uno de
reinventar el psicoanálisis. Eso, es una dirección que es completamente opuesta al retorno a, es más
bien la invitación a eso que se llama hoy la innovación. Bueno, reinventar cualquier cosa: el
psicoanálisis. Sin duda. Pero el acento está puesto sobre una cierta liberación con relación al
estándar. Y de la misma manera, el acento que Lacan pudo poner sobre la invención de saber, que es
también consonante con el tiempo presente. De la misma manera, su desprecio declarado hacia todo
lo que era del orden de la tradición. Como él lo pudo decir: Una tradición es siempre estúpida [conne].
Entre la bandera primera de la enseñanza de Lacan y estos enunciados, hay una inflexión que va casi
hasta el giro brusco.
Y entonces, me parece que esa es la dirección en la que, querámoslo o no, la práctica del
psicoanálisis será conducida a comprometerse cada vez más. Es lo que hará ley, es, como lo quiere
el discurso de la época, el resultado. No hay, no hay más nobleza en la intención, el valor está
concentrado en el resultado. Y eso supone ciertamente, de nuestra parte, una cierta conversión de
nuestra posición.
Decía, entonces, que hay que remitirse a la emergencia de la ciencia matemática de la naturaleza
para aprehender las raíces de la empresa contemporánea del número.
La elaboración de esta ciencia matemática no fue el hecho, el punto de partida, de los físicos, fue el
hecho de los pensadores. Es lo que observa Heidegger: En la época todos los investigadores eran

103
filósofos. Él lo observa en su libro llamado ¿Qué es una cosa?, que fue traducido al francés en 1971 y
que comporta una elucidación del concepto matemático. Él puede decir, en los Griegos, las
consecuencias que luego conllevó la física matemática. Es aquí que Heidegger examina las cosas
matemáticas, en griego ta mathemata, y considero que es muy probable que sea a partir de ese curso
de Heidegger que Lacan inventa su palabra matema. No tengo ningún testimonio directo de su parte,
pero la coincidencia me parece hablar por sí misma.
Entonces, es allí que no hay que ser positivista. El positivismo es la concepción según la cual, si
resumo, un hecho es un hecho, el positivismo es la creencia en lo absoluto del hecho, y entonces, los
conceptos aparecen, dice Heidegger, como simples expedientes. En cambio, aquello de lo que
testimonia la elaboración misma de la ciencia matemática de la naturaleza, es de la relatividad de
hecho al concepto. Como lo dice Heidegger: Un hecho no es lo que es más que a la luz del concepto
que lo funda. Este enunciado, ¿cómo decirlo? Podría ser de Canguilhem. Es un enunciado, un
principio de epistemología, que es necesario, claro está, aplicar, poner en obra también cuando
nosotros nos interrogamos sobre la emergencia y la afirmación de la perspectiva cognitivista y de la
voluntas que la anima.
Entonces, ¿qué es lo que hace la diferencia entre el discurso de la ciencia tal como emerge en el
siglo XVII y eso que era la ciencia en la Antigüedad o en la Edad Media? Es sorprendente que, sobre
este aspecto, osaría decir que Heidegger no está lejos de Koyré. A saber que, en lo concerniente a la
observación, lo que atañe la experimentación, de la medida e incluso de la medida cifrada, no es allí
que está la diferencia. Todo eso está presente en el saber antiguo y medieval. Verdaderamente, la
diferencia está en otra actitud respecto del saber, cuyo carácter fundamental es lo que Heidegger
llama su pretensión matemática. Él se apoya, hay que decirlo, sobre una afirmación de Kant en sus
Primeros principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza: Afirmo que en cada teoría particular de
la naturaleza no puede encontrarse ciencia propiamente dicha sino en la medida en que se encuentre
en ella la Matemática.
Entonces, es aquí que Heidegger nos presenta una lectura, que puede ser una ficción sin duda, pero
una lectura del ta mathemata de los Griegos.
¿Qué es ta mathemata? Es lo que puede ser aprendido y por allí, eso que se enseña. Observemos
que Lacan ha dado ese sentido a lo que él ha llamado matema. La palabra no figura en la traducción
que ha sido hecha de Heidegger, es Lacan que ha afrancesado ta mathemata, diciendo el matema y
definiéndolo, a la manera griega, como lo que puede ser enseñado.
Lacan fue conducido a decir que lo que puede ser enseñado, por excelencia, del psicoanálisis, es
cierto número de fórmulas de apariencia matemática. Él ha inventado y popularizado el término
matema en el momento en que ponía en el tablero sus esquemas de los discursos, esquemas
permutativos de símbolos de apariencia matemática. De los cuales, él mismo ha elaborado una
seudo–matemática, una seudo–lógica matemática del psicoanálisis, para conformarse, en el fondo, al
requisito kantiano. Como si el psicoanálisis pudiera ser científico en la medida en que pudiera
comportar matemática, pero, en fin, alojando el psicoanálisis sobre la margen de la ciencia.
Pero, si he llegado a censurar el cognitivismo como siendo una monería de las ciencias duras, ese
elemento de imitación, de semblante de ciencia, hay que reconocer que Lacan ha jugado con el, para
el psicoanálisis, que eso haga parte de la misma irresistible atracción hacia el discurso de la ciencia.
El estructuralismo completo se impuso un ideal de cientificidad. Hemos pensado, de todos modos, en

104
los años 1960, salir de la retórica de las humanidades para pasar a un abordaje cuyo ideal fue la
cientificidad, pero evidentemente, utilizando, en las matemáticas, las zonas que parecían prestarse al
tratamiento que queríamos hacer. Por ejemplo, Lacan se inspiró en la teoría de los grafos, en su gran
grafo, se inspiró en la teoría de la comunicación y de la información, en la que el cognitivismo
encuentra también un apoyo, se piensa en los trabajos de Warren sobre la teoría de la información, él
se apoya en la cibernética, como se decía en la época, la cibernética de Norbert Wiener. Él ha
explotado —como dice el cognitivismo—, ha explotado los recursos de la elaboración matemática
hasta conducir, el psicoanálisis, a los nudos, que producían mayores dificultades en esa época que
ahora, cuando se han elaborado instrumentos más finos para aprehenderlos en el discurso
matemático.
Entonces, ta mathemata: lo que puede ser aprendido y enseñado, bien más allá de los límites de la
escuela o de la erudición.
Heidegger inventa alojar ta mathemata en relación a cuatro términos griegos. A mi conocer es una
verdadera creación de su parte. No tengo el recuerdo de que haya habido en ningún filósofo, en lo
que he podido leer, que haya podido serme enseñado, que yo haya podido aprender, no tengo el
recuerdo que haya habido esa colocación, que es sugestiva y que se apoye sobre el lenguaje
filosófico griego.
Él opone entonces ta mathemata en principio a lo que es del orden de la Physis, o de la poiesis, es
decir, lo que es del orden de la naturaleza, o del arte, de la fabricación, del artificio. Ta mahemata es
distinto de ta physiké, las cosas naturales, en fin en el lenguaje de Heidegger las cosas en tanto que
ellas surgen de sí mismas, por oposición a ta poioumena, aquellas que surgen de la mano del
hombre. Las cosas naturales, o las obras de arte. Hay en tercer lugar, ta kremata, las cosas que son
en el uso, de las que nos servimos, que en ese sentido son constantes. Y en cuarto lugar —he
llegado a hablar de esto en otro contexto— ta pragmata, aquellas que vienen de la praxis, de la
acción, las cosas con las cuales nos las tenemos que ver, sean las cosas materiales y que sea
también la acción, lo que hay para hacer.
Esos cuatro términos son para Heidegger distintos de lo que aísla como ta mathemata, que son las
cosas en tanto que las aprendemos, las cosas en tanto que ellas tienen que ver con el conocimiento,
pero en una acepción muy particular en la que no se trata de aprender el ahora de las cosas, su uso,
sino que se trata —inventa él—, se trata, en la matemática de llevar al conocimiento lo que, desde
siempre, sabemos, y entonces lo que de una cierta manera llevamos en nosotros mismos.
Para ilustrarlo, él tiene esta consideración sobre el número tres. Yo cuento: Uno, dos, tres (JAM
muestra tres libros). Según él: Podemos contar que esas cosas son tres, sólo ya si conocemos el
“tres”. Las cosas mismas no nos ayudan en nada a acceder al tres. Esto dice de una manera que es
hecha para dejar presagiar lo que más tarde será la noción de que número es innato, y el debate de
los platónicos y de los empiristas para saber si el número es innato o viene de la experiencia. Esa
cuestión continúa siendo completamente de actualidad para la psicología cognitiva, a la que le
gustaría mostrar, demostrar los fundamentos de la aritmética en la vida mental: es el objeto de las
investigaciones que están en curso y que en mi opinión permanecerán durante largo tiempo.
Entonces, se trata para Heidegger en principio, en la matemática, de lo que podemos aprender en
contacto con las cosas, pero sin que ese saber lo hayamos extraído de las cosas. Por allí, la
matemática será el presupuesto de todo saber. El número vendrá a representar por excelencia la

105
matemática en este sentido. El hilo del cual él da aquí el punto de partida, lo reencuentra en Galileo
—Citaré el pasaje en otra ocasión—, él lo reencuentra también en Newton.
La versión Lacaniana concerniente al número es hacer de los números una excepción de lo simbólico,
es de enunciar: Los números son de lo real.
Cuando Lacan dice que los números son de lo real quiere decir que no son de lo imaginario, pero que
tampoco de lo simbólico. No son significantes, en tanto que los significantes son hechos para llevar
significación, en tanto que los significantes son soportes de lo imaginario. Y si se quiere hacer de ellos
significantes, entonces son, por excelencia, significantes sin significado.
Lacan llegó a llamar desesperadamente sus deseos de un significante nuevo, que no tuviera
significación y que, no obstante, operara, y bien se puede decir que el número fue antes un
significante nuevo operando sin significado.
Es esa vacuidad de la significación del número que sin duda anima a la ideología de la objetividad del
hecho cifrado. Y es, así mismo que el número, que un cifrage es acreditado como siendo en sí mismo
sin significación. He incluso cuando es salido de la vía extremadamente marcada como la de las
encuestas políticas donde las preguntas, el momento de las preguntas, la formulación de la pregunta,
la dirección de la pregunta, están marcados, están infectados por tendencias completamente
patentes, y luego ustedes tienen el 10%, el 15%, etc., y cuando la cifra llega, hay un efecto de
estupefacción, un efecto de acreditación de deflagración, que es siempre interesante de observar. Allí,
después de tres días, las cifras estás malas para el presidente de la República, e inmediatamente,
sobre la base de cifras y de comparaciones de cifras, ustedes tienen una mutación general del
discurso articulado: la semana pasada aún era genial y después de tres días se les explica, sobre la
base de cifras, hasta que punto él se había equivocado, que no había que hacer eso, que no podrá
salir del asunto, que está muerto, etc. Aquí, la incidencia de los significantes sin significado, que son
las cifras, son de tal naturaleza que hacen virar las significaciones del discurso de una manera
inmediata.
Lacan corrige, si se quiere, esta acepción diciendo —eso no es completamente claro— que los
primeros números tienen de todos modos un sentido. Se debe entender aquí los sentidos mitológicos
que afectan el número. Él dice: Los primeros hasta cuatro, hasta cinco puede ser, vamos hasta seis.
No he identificado aquí la referencia que él tenía en la cabeza, pero digamos eso no tiene nada que
ver con la función real de los números.
Ustedes saben que Lacan entiende esta ausencia de sentido en la ciencia misma, llega hasta
enunciar que la ciencia no tiene ninguna especie de sentido, como el número. En esto Lacan es fiel al
enunciado de Bertrand Russel quien encantaba a Kojève y que Lacan cita varias veces: El
matemático no sabe de que habla. Traduzcamos eso aquí: El maneja los números como siendo del
real.
Sobre esta perspectiva, que me permitirá diversos desarrollos, quería, antes de terminar, hacer un
lugar, al menos señalar lo que se puede sacarse de un texto cognitivista eminente, la lección
inaugural, en el Colegio de Francia, de la primera carga académica de ciencia cognitiva que jamás fue
creada, la carga de Psicología cognitiva experimental.
Stanislas Dehaene comienza por recordar la definición, por Wiliam James, de la psicología como la
ciencia de la vida mental. Se hace su deudor, y eso vuelve tanto más impactante el título de su
lección inaugural: Hacia una ciencia de la vida mental, digamos que hemos pasado, de William James

106
a Stanislas Dehaene, de la ciencia de la vida mental a una. Es un movimiento que se observa de otra
parte a lo largo de toda esa lección inaugural. No dice que va a encontrar las leyes del pensamiento,
dice de las leyes del pensamiento. Y así continúa. En el fondo, tenemos esa curiosa bajada de
tonalidad, al mismo tiempo que tenemos la afirmación de la pretensión de las ciencias cognitivas de
hacer parte de las Ciencias de la Vida, ¿pero esto se apoya sobre qué en definitiva? Como él lo
explica —esa es su frase— explotando toda la panoplia de los métodos de la biología.
Creo que el verbo es muy justo: el cognitivismo es un explotador. Es un explotador de la biología, y no
pretende incluso ser un explotador de los resultados de la biología, sino un explotador de sus
métodos. Prácticamente, ¿a qué conducen los métodos de la biología que son así explotados? Llevan
a la imaginería magnética. Y es dicho claramente que la neuro–imaginería, la imaginería cerebral,
juega un papel central. Por ello, cuando el Señor Dehaene da el ejemplo de las investigaciones
sensacionales que se apresta a llevar en el hilo de las investigaciones que ya han comenzado, es la
observación de la imaginería magnética que aquí viene como ejemplo. Es esencialmente por esa vía
que se amarra a la biología, es decir, que él le toma ese instrumento.
Entonces, al mismo tiempo, las ambiciones no se detienen en el cerebro, porque él piensa igualmente
trabajar en la intersección de la biología del cerebro y del entorno, incluso, la cultura. Y se ve que el
pasaje problemático, es aquel que va de la observación cerebral, de un lado, a las realizaciones de la
cultura, del otro. Se tienen muy pocos elementos que hacen verdaderamente la articulación, es decir,
que se está constantemente reenviado a los datos de la imaginería, y simplemente es por la vía de
indiferencias extremadamente tenues y problemáticas que se llegaría a lo que es del orden de la
cultura.
Esto no impide que el Sr. Dehaene prometa que aquello de lo que se trata en su carga académica
tiene por ambición enunciar las leyes generales del pensamiento. Él no dice las leyes, sino de las
leyes generales del pensamiento. Esa es la promesa del poder pasar de lo que él observa de la vida
mental, es decir, de la actividad neuronal, de poder pasar de esa observación a las determinaciones
universales concernientes al pensamiento en todos sus aspectos: de la percepción a la motricidad; de
la memoria; la percepción de la palabra; el concepto; la emoción; la intención; la decisión; la
introspección. Todo esto se observa, y todo eso responde a una sintaxis de operaciones que las que
podríamos formular las reglas. Cereza sobre el pastel, él podría igualmente —o él lo desea—
determinar la diferencia, para el cerebro, entre una información conciente y una información
inconsciente.
Él mismo percibe un cierto exceso de amplitud en su programa y reconoce que para muchas
personas la psicología no es más que una ciencia blanda y no una ciencia dura. Hay que decir que
todo lo que él enuncia —es lo que es impactante— es prestado, es una explotación de la biología,
incluso la química, etc. Y es lo que le sirve de prueba, o de ánimo, eso sería el reconocimiento con el
cual se beneficia la psicología de la comunidad científica.
Hay que confesar que Jean Pierre Changeux, que me divertía tanto en el tiempo de El Hombre
neuronal — que yo había bautizado así en mi inconsciente—, que Jean Pierre Changeux ha logrado
en efecto introducir ese programa en el Colegio de Francia, y entonces permite al Sr. Dehaene hacer
espejear, lo cito, la posibilidad que las leyes que la psicología es susceptible de descubrir sean tan
sólidas y universales que las leyes de la física. Encuentro esto grandioso. Él no dice: las leyes que la
psicología ha descubierto —de las que se podría discutir su estatuto—, es; las leyes que la psicología

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es susceptible de descubrir, ¡y bien!, no es imposible que sean tan sólidas y universales como las
leyes de la física. Y él cita a Galileo, Newton y Einstein. Mientras que, prácticamente, vamos de la
observación del cerebro a la imaginería magnética y de las comparaciones con la computadora: el
cerebro como máquina para tratar información, dice él, de donde podrán inferirse los algoritmos del
pensamiento.
Y lo que ustedes encontrarán aquí no es nada! Con el apoyo de sus proposiciones grandiosas,
ustedes tienen —enumeraré esto tal vez la próxima vez—, ustedes tienen algunas pobrezas sobre el
disminución del ritmo del pensamiento en ciertas condiciones, ustedes no tienen nada que parezca ni
siquiera de lejos a una ley universal sea cual sea. Pero tenemos aquí la formulación de una ambición,
que es moderada por el hecho que, en efecto hay una arquitectura extremadamente compleja del
cerebro. La convicción esencial del psicólogo es que, aquí, él tiene un acceso más directo a lo que
llama los mecanismos del pensamiento —porque, eso, hace parte del deseo inicial: el pensamiento
tiene mecanismos—, un acceso directo a los mecanismos del pensamiento gracias a la imaginería
magnética más que a la sola observación de los comportamientos. Dicho de otro modo, simplemente,
la ambición que antes se realizaba por el análisis de los comportamientos, a saber inferir el
pensamiento que está detrás, se ha transferido. Él cree que, porque él va a ver la neurona y la
actividad de la neurona, entonces estará más cerca, más directamente ligado a los mecanismos del
pensamiento.
Entonces el conejillo de indias en observación, se le anima a tomar decisiones y se mira cuales son
las neuronas, las zonas cerebrales, que están activas en el momento de la toma de decisión. Y,
porque se constata que hay esa correlación, entonces se dice: la decisión, eso no es más que una
cierta actividad neuronal. Y entonces se concluye con la ilusión del libre arbitrio de las decisiones
humanas. Y sobre todo se concluye que lo que antes se consideraba como datos subjetivos es
susceptible en delante de un tratamiento objetivo. Y en el fondo, es esa la gran ambición del
cognitivismo a través de esos diferentes métodos: En la psicología de hoy, concluye, los datos
subjetivos de la conciencia son objetos de estudio legítimos, que la modelización y la imaginería
ponen en relación directa con los datos objetivos de la arquitectura cerebral.
He aquí sobre lo que concluye su lección inaugural, es decir, sobre la ambición, digamos, de dar un
estatuto objetivo a la subjetividad por la modelización matemática y por imaginería cerebral. Esta
ambición, hay que decirlo, a través de sus diferentes modalidades y a través de la multiplicidad de las
investigaciones en curso, anima el cognitivismo, que resulta se de una pobreza esencial: la pobreza
de un método de indiferencia que trata de hacer el salto, de hacer la unión entre los datos de
observación y procesos, lo que bautizan procesos, de los que hay que decir, la realidad, al leerlos,
aparecen absolutamente fantasmáticos.
Bueno. Continúo la próxima vez.

Fin de la Séptima Sesión del Curso JAM 2007-2008 - 23.01.08

108
Octava sesión del Curso 2007-2008
Miércoles 30 de enero de 2008
VIII

JAM continúa con la interrogación de las "tésis" del cognitivismo. Trata de examinar en este Curso, en la
enseñanza de Lacan, las fuentes que le permitieron situar el lugar de "vástago" del estructuralismo confrontado a
la fenomenología. JAM recorre esta enseñanza a partir de la crítica de Lacan a la neuropsiquiatría (1946) hasta
su TDE, marcando las escansiones más importantes. La perspectiva es totalmente inédita. Su construcción sigue
siendo tan esclarecedora y precisa, ofreciendo un nuevo punto de capitón a su Curso del año anterior, "El muy
último Lacan (TDE)". En efecto, preparando este número de TLN – y a riesgo de confundir anticipación y
precipitación –, nos hemos planteado una cuestión: ¿no se trataría en esta formulación, de una presentación de
lo que sería el séptimo paradigma del goce? Paradigma que podría enunciarse siguiendo de cerca las
propuestas de JAM, a partir de la definición del inconsciente que Lacan promueve en su texto "L'esp d'un laps"
(1976). JAM produce la extracción de una definición de lo real propio al psicoanálisis. Es el "real de la
contingencia", consecuencia de la no relación sexual (paradigma VI). Esto es precisamente lo que él considera
que es el punto sobre el cual Lacan nos ha dejado. Momento en definitiva "optimista", pues se trata "de una
invitación a hacer con la contingencia de lo real, es decir, también con la invención y la reinvención, sin ningún
fatalismo". Alegrémosnos de la oportunidad que este curso nos ofrece. (From TLN)

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¿Qué fuentes encontramos en la enseñanza de Lacan para situar en su lugar lo que llamamos en
este momento el cognitivismo?
No creo equivocarme diciendo que no encontramos nunca esa palabra en el texto que subsiste de los
Seminarios de Lacan y tampoco en sus Escritos. Cuando Lacan deja de hablar y de escribir, el
cognitivismo ya había nacido, tenía ya partidarios y es una referencia importante para un cierto
número de disciplinas. Tomemos esto como una indicación fechada, cronológica, con respecto a la
influencia de esta ideología. En un tiempo en el que Lacan recorría sin problemas las disciplinas
punteras, podía dejar de lado la existencia y el nombre mismo de cognitivismo.
La última vez dije que renunciaba aquí a la polémica a cambio de la elucidación, del intelligere de
Spinoza, y voy a matenerme en esta orientación buscando en Lacan lo que indicaría una vía de
abordaje. Entonces, utilizo nuestro momento cognitivista para volver a la enseñanza de Lacan y a lo
que hace a nuestra posición en la práctica y en la teoría con el fin de aclararnos al respecto.
Lo evoqué la ultima vez, lo que surge primero es que con el estructuralismo hay una postulación hacia
la ciencia que ha incidido en el pensamiento.
Se puede decir que el estructuralismo, al menos en Francia, y Lacan tiene ahí un papel de suma
importancia, el estructuralismo se planteó por medio de una crítica a la fenomenología, tal como había
sido manejada y tal como aparecía en la ideología dominante, a través de la obra de Merleau–Ponty,
La Fenomenología de la percepción, o en el existencialismo de alguien como Sartre. Y Michel
Foucault había insistido, en el momento de la publicación de su obra, Las palabras y las cosas, en
mantenerse en una postura crítica frente a la inspiración fenomenológica.
En el curso de los años 60 existió un binario, fenomenología versus estructuralismo, y la idea de que
uno sobrepasaba al otro. Y desde donde nosotros estamos ahora, lo que aparece es que el
estructuralismo sólo ha sido una transición para volver ahí donde la filosofía fenomenológica se
constituía en la crítica aparentemente triunfante, a saber, lo que yo llamaré el cientificismo que
domina hoy bajo el modo de cognitivismo. Al mismo tiempo, lo que del estructuralismo rechazó al
cientificismo se inscribe bajo el dominio no de una disciplina, sino de un campo de exploración que
lleva un nombre que no hemos practicado aquí pero que se impuso sobre todo a partir del eco que
recibió en los Estados Unidos, el postestructuralismo, que a su vez promovió el nacimiento en las
universidades americanas y luego a través del mundo, de un campo múltiple, equívoco, que yo
llamaría por su nombre inglés, the cultural studies. Y, entonces, me parece que, de alguna manera,
ahora se ve mejor, el residuo del estructuralismo, una vez que este se desprendió del cientificismo y
que a la vez el cientificismo se impuso.

Este esquema sitúa, en efecto, nuestro estructuralismo como un momento de transición y, también,
un momento equívoco, e invita cuando se relee a Lacan, a distinguir ahí proposiciones que son
compatibles o afines con el cientificismo, al mismo tiempo que, ciertamente, esta enseñanza no se
reduce a esto. Pero se puede decir que la postulación científica del lacanismo abrió la vía al

110
cientificismo contemporáneo y, en cualquier caso, sin duda nos ha dejado desatentos frente a sus
progresos.
Si vuelvo a la enseñanza de Lacan, ¿de qué nos encantábamos en la época?
Y bien, se consideraba como un progreso del pensamiento, un progreso de elucidación –tomo este
ejemplo–, poder transcribir lo que Freud llama fantasma en una fórmula de apariencia matemática
como es S tachado, losange, pequeño a, entre paréntesis. Es decir, una secuencia de tres símbolos,
incluso de cinco si se le añade los parentesis. Esto ha formado parte de la seducción del discurso de
Lacan, esta retranscripción sistemática de los términos freudianos en escrituras de alcance científico.

Fantasma: ($ ◊ a)

Comentó él mismo esta escritura en la pag. 816 de los Escritos en los términos siguientes. Lo llama
sigla, el término antiguo. Utiliza este término antiguo, pero es para decir que lo introduce a título de
algoritmo, es decir, de una fórmula que prescribe un cierto desarrollo normativizado. Entonces, ahí se
reintroduce el equívoco que le hace subrayar que en esta sigla volvemos a encontrar, escindidos, los
términos de la abreviatura del signiticante: Sa. Es lo que enuncia diciendo: rompe el elemento
fonemático que constituye la unidad significante hasta su átomo literal. Hay que entender que es Sa,
la abreviatura del significante, la que se rompe aquí en dos letras. Y lo abre a la multiplicidad
diciendo: está hecho para permitir cientos de lecturas diferentes –entonces, una multiplicidad de la
cual no enumera las posibilidades–, multiplicidad, dice, admisible hasta que lo hablado quede tomado
en su álgebra –bueno, lo que se autoriza verdaderamente de los usos que no encuentran aquí ningún
límite. Y, en ese momento, caracteriza el conjunto de las siglas algorítmicas que utiliza en su grafo: no
constituye un metalenguaje, dice, no son significantes trascendentes, son los index de una
significación absoluta. Una significación absoluta, la fórmula es fuerte, la dice especialmente
adaptada a aquello de lo que se trata en el fantasma (JAM subraya la palabra fantasma en la pizarra).
Podemos admitirlo. El fantasma es en absoluto en efecto, en el sentido de separado del resto del
sistema de las significaciones. Freud mismo acentúa esto. El fantasma, de alguna manera, viene
como un plus, sin que sus lazos sean manifiestos con lo que la palabra del paciente ha podido
revelar; respecto a esto, el análisis puede desarrollarse dejando recubierto el fantasma, dejándolo no
confesado, como una significación aparte, un escenario significativo fuera de todo. Pero, y es sin
duda por esto que Lacan distingue entre sus siglas la sigla del fantasma, al mismo tiempo hace del
carácter de index de significación absoluta, la marca de todas las siglas que ha colocado en su grafo.
Hubo un tiempo donde se intentaba penetrar en el valor propio de los términos de Lacan. Si los
consideramos retroactivamente, se percibe que tenemos ahí términos equívocos, que toman prestado
la experiencia analítica y decoran los términos que provienen de ella con una matematización de la
cual no es excesivo decir que es de semblante, que es, de alguna manera, atraída por el cientificismo
por venir y que, al mismo tiempo, Lacan multiplica las reservas que le impiden caer ahí.
Este equívoco, podemos decir, está destinado a marcar el conjunto de su enseñanza. Esta
enseñanza está a la vez habitada por un ideal de matematización, que es incesantemente denegado,
y por razones fundamentales.
He evocado la última vez la fuente que Lacan había provablemente encontrado en el curso de
Heidegger sobre ¿Qué es una cosa? y, en particular, en las páginas que conciernen al matema.

111
Tuvimos ecos de ello –mucho más tarde en su enseñanza, mucho más tarde que esta página 816
tomada de "Subversión del sujeto y dialéctica del deseo"–, tenemos un testimonio de ello en su
escrito que se llama "´L'Etourdit", que figura en la recopilación de los Otros Escritos, en la pág. 481.
Esto viene, me parece, directamente de Heidegger: "El matema, dice Lacan, se profiere desde el
único real reconocido primeramente en el lenguaje: a saber, el número. El término de real es sin duda
de Lacan, pero la noción de que la primera realización del matema es el número, esta noción la
encontramos en Heidegger.
Lacan señala el atractivo que presenta el matema, o que presenta el número, o que presenta el
campo matemático, para el pensamiento, y acentúa esta atracción diciendo que el pensamiento
encuentra ahí el nonsense propio del ser. El pensamiento encuentra en la matemática el nonsense
propio del ser. Creo que aquí hay que dar a la palabra inglesa nonsense no el valor humorístico que
puede tener, sino más bien su valor que se trascribe en francés: ausencia de sentido, no tener
sentido. Como lo recordé la última vez, esto vuelve varias veces bajo la pluma de Lacan. Es el
término de Bertrand Russell el mismo que seducía a Kojève, a saber: que el discurso matemático, la
matemática, no se sabe de qué estamos hablando. Y aquí veo un eco de esto. No se sabe de qué
estamos hablando, es decir, es un discurso sin más allá, es un discurso que precisamente no sirve de
index para lo que Lacan llamaba más arriba, una significación absoluta.
Lo que hay –digámoslo así–, lo que hay, está enteramente contenido en el discurso mismo.
Y ahí Lacan formula lo que sería la esencia de la matemática de esta manera, a saber, un uso
nonsense del lenguaje, precisamente en el momento en que toma un poco de distancia con la
matematización, esta matematización para la cual, en su enseñanza, ha dado mucho, y también en
"L'Etourdit" puesto que utiliza ahí términos, elementos, relaciones, que pertenecen a la lógica
matemática.
Entonces, este equívoco, este uso equívoco de la referencia a la ciencia y a las matemáticas en la
ciencia, Lacan intentó romperlo, ir más allá –y en el fondo es sin duda la indicación, el index más
prometedor que dejó–, invitando a definir para el psicoanálisis un real que solo tendría que ver con él.
Lo dijo en los términos siguientes: el inconsciente testimonia de un real que le sea propio. Esta
fórmula, por sí misma, marca una prudencia y al mismo tiempo una dificultad, que se concentra en el
uso del verbo testimoniar. No dice que el inconsciente muestra un real, no dice que el inconsciente
nos fuerza a definir un real, no pone como sujeto de la frase el psicoanálisis es su real. Pero digamos
que esta es la orientación: apremiado por el discurso de la ciencia que constituye a lo largo de su
enseñanza su referencia, diría, de la misma manera que para Freud, Lacan fue en la dirección de
elaborar un real que sería propio de lo que sólo se impone por el discuso analítico, a saber, el
inconsciente. El condicional con el cual afectó un discurso que no sería semblante se encuentra aquí
en el subjuntivo de un real que le sea propio.
Este real propio, este real identificante, si se puede decir, este real particularizado, él lo sitúa en el
campo de la sexualidad.
Por ello, su elaboración de la relación sexual ha sido lo que respondió de la manera más ajustada a lo
que yo llamaba la presión del discurso de la ciencia sobre lo que él podía desarrollar. Es decir, retomó
el fallo sensible de la teoría analítica, en función del discurso de la ciencia, con esta carta que trajo de
la relación sexual, con los rasgos singulares con los que dotó a esta relación sexual.

112
Entonces, precisamente esto debería ponernos en la vía de elucidar por qué caminos la cantidad, la
medida, la cifra, el número, han advenido al hombre.
Lacan mismo lo evoca. Es la configuración especial de la relación sexual en la especie hablante, en
los seres hablantes, la que podría explicar el acceso que estos encontraron al número. Para anticipar
un poco, sería lo inaccesible de la relación sexual lo que explicaría el acceso al número. Esta
cuestíón, en los tiempos de Lacan, podría parecer especulativa, aunque ya no lo es hoy, puesto que
la cantidad, la medida y el número, es ahí donde nuestra época, lo que es ahora nuestra época –esto
no era tan evidente para nosotros al final del siglo pasado–, es ahí donde la época va a buscar sus
significantes amos.
Entonces, ya he puesto en oposición el número y la insignia. La insignia, lo que Lacan llamaba así, es
el significante como absoluto, o, más precisamente, un significante como absoluto, es el significante
de lo incomparable, del sin igual y, por lo tanto, lo que se sustrae a toda multiplicidad. Mientras que el
número, al contrario, es la vía por la cual viene a imponerse a nosotros la comparación. Es la vía por
donde, cuando se puede numerizar, colocar un número, contar, todo deviene comparable, no
equivalente, sino homogéneo, y homogéneo en una escala, en una escala de valores.Se percibe
sensiblemente que lo que ha prestado credibilidad, como se dice, a la evaluación universitaria, contra
la cual, por otro lado, llevamos a cabo una cierta polémica –y esto no acaba aquí–, lo que ha dado
credibilidad a la evaluación universitaria, es el momento en el que hemos visto aparecer una
clasificación mundial de las universidades, es decir, donde, a través de los países y a través de las
lenguas, hemos afirmado que todo era comparable. Se puede decir aquí que el fenómeno, la realidad
llamada mundialización, ha validado, valida, todos los dias, el significante amo del número, el
significante amo de la cantidad. Respecto a esto, el hecho de que haya un sistema mundial de
intercambios, de comercio, de la producción, es contemporáneo de la subida al cénit de los
significantes que yo decía: la medida, la cantidad, el número.
Entonces, hay ahí una realidad que no parece dispuesta a desaparecer en lo inmediato. La alegría de
la polémica, la alegría de criticar y de bromear con los agentes de la cuantificación, no debe hacernos
desconocer que hay ahí lo que podemos sin duda llamar un real. Hay ahí algo de lo cual siempre
podemos decir que es ilusorio por muchos lados, podemos decir que la evaluación es imposible, que
sólo es una ficción, esto no le quita nada a lo que aparece aquí fundado de una manera
extremadamente potente y a lo cual se opone ¿qué? ¿el culto del sin igual?
He hablado del fetichismo de la cifra, yo mismo he presentado a los evaluadores como una secta. En
efecto, aquellos que ponen en marcha, que se hacen los guardianes y los propagandistas de la
evaluación, pueden presentarse así actualmente, una falange de primera línea, de vanguardia. Pero
correlativamente aparecen los sectarios del sin igual. Y tampoco da mucha confianza pensar que
Sartre era uno de ellos, un sin igual.
Recientemente, me interesé por el valor, diserté sobre el sentido que habría que dar a su famoso no
al Premio Nobel de literatura, que quedó en la memoria de todos y que es uno de sus grandes
azañas. Y bien, si rechazó el Premio Nobel – se lo explicó muy bien a Simone de Bouvoir–, si rechazó
el Premio Nobel es porque rechazaba ser comparado. Él podía decir: me gusta Heminway, he ido a
verle a Cuba, pero yo no quiero ser lo mismo, no quiero ser clasificado al mismo nivel, rechazando la
clasificación, la comparación, que le parecía –no puedo reprochárselo–, que le parecía lo opuesto a lo
que es la literatura.

113
En definitiva, este rechazo se fundaba en la noción de un cierto absoluto de la conciencia. Y aquí
encontramos de nuevo este término de absoluto.
A través de las teorías, están los sectarios de lo absoluto y, del otro lado, están los de lo relativo. Lo
relativo toma hoy la forma de la cantidad, de la cuantificación, y esto es tan potente que echa del lado
del orden de los valores aristocráticos al culto del sin igual y que podríamos burlarnos de él –
ciertamente no voy a ser yo el que voy a encargarme de esto–, como nos burlamos de la evaluación.
Es decir, los dos hacen par, hay como una solidaridad entre los dos.
Esto hace que habrá que encontrar otra cosa –y, por otro lado, va a haber que encontrar otra cosa de
muchas cosas– (risas). La última vez evocaba el nacimiento inevitable de la neuropsicología clínica:
es porque yo estaba atrasado. Quizás dije que ya debía existir en algún lugar. En cualquier caso, eso
existe. Nada más llegar a mi casa me vi invadido de e–mails (risas), haciéndome conocer la
existencia de laboratorios de neuropsicología clínica. No hay ninguna razón, en efecto, que la clínica
resista en el nivel de lo neuro.
A propósito de esto, encontramos sin embargo en Lacan una fuente que hay que volver a poner en
circulación, una fuente que concierte a su posición y a la nuestra con respecto a la perspectiva
cognitivista. La encontramos en su "A propósito de la causalidad psíquica" que está en el volumen de
los Escritos.
A la salida de la Segunda Guerra Mundial y en los albores de su enseñanza, tenemos el manifiesto de
Lacan contra la neuropsiquiatría. Fue elaborado a partir de una polémica con su camarada Henry Ey
cuya teoría, llamada organodinamismo, encontraba sus fundamentos en la aplicación de los principios
de Jackson a la neuropsiquiatría. En esa fecha, se habla a voluntad de trastorno mental, el lenguaje
del disfuncionamiento está ya en curso y la crítica fundamental de Lacan con respecto a la
neuropsiquiatría es que ésta busca la génesis del trastorno mental en el espacio, más precisamente,
en la extensión, que es la que explora la física matemática, que él llama la física clásica. Lo que funda
la neuropsiquiatría es el recurso que encuentra en la evidencia de la realidad física, una realidad
física fundamentalmente estructurada como la extensión cartesiana, llamada partes extra partes,
partes en el exterior de las partes, sin superposición, sin encabalgamiento, una extensión que es,
como decia en otra época Merleau–Ponty, sin escondites, y en cuyo interior tendrán lugar todas las
interacciones que ustedes quieran. Lacan habla de interacciones moleculares, pero si pasamos a lo
neuronal, nos quedamos en el régimen de la extensión partes extra partes.
Es esta perspectiva la que se ha asentado como cognitivismo, del cual en el inicio de su enseñanza
Lacan se desprende y desprende al psicoanálisis.
Entonces, no retomaré en detalle el ejemplo, célebre en otros tiempos, del enfermo neurológico de
Gelb y Goldstein, que estaba afectado por una lesión en el occipital y que presentaba trastornos
considerables de la conducta, trastornos agnósticos, un déficit de la aprehensión significativo, una
ceguera para la intuición del número, etc., con la posibilidad no afectada de ciertos movimientos
llamados automáticos. Se describe la catástrofe cognitiva y motora de un paciente afectado de un
déficit neurológico. La pregunta de Lacan al respecto es: ¿Qué es lo que permite hacer la diferencia
entre un enfermo que sufre de esta afección neurológica y una psicosis? Es con este escalpelo con el
cual pasa a los datos que aporta la teoría organicista: Ustedes nos demuestran lesiones y déficits,
pero estas lesiones y estos déficits no implican la locura. La diferencia es, en los términos que se

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empleaban en ese momento, la reacción de la personalidad, cuya caracterización no va más allá de
eso pero que, esta personalidad tiene, diría yo, un valor de totalidad significativa.
Esto conduce a Lacan a burlarse del concepto mismo, que ha quedado expandido y operativo en el
cognitivismo, el concepto de actividad psíquica. La actividad psíquica, dice, es un sueño –en el
sentido de que eso no existe–, es un sueño de sabio o de fabricante de autómatas.
Lo que llaman la actividad psíquica sería lo que responde a las interacciones moleculares en la
extensión partes extra partes, eso es sólo –estoy glosando– la sombra de las interacciones que tienen
lugar en la realidad física. A esto Lacan opone, en la página 159, una descripción que le dejó bastante
satisfecho como para citarla muchos años después en su Seminario y en sus Escritos. Eso es un
sueño, dice, este sueño ¿puede ser el de un médico –ahí la palabra médico viene en oposición a
fabricante de autómatas, o de sabio–, el sueño de un médico que miles de veces –esto es como los
cientos de veces de antes, es decir, que no se cuentan–, que mil y diez mil veces ha podido oir
desarrollarse en su oído esa cadena bastarda de destino y de inercia, de dados lanzados y de
estupor, de falsos éxitos y de encuentros desconocidos, que hacen al texto corriente de una vida
humana? Dicho de otra forma, ahí tenemos, a modo de carta forzada, la oposición entre la actividad
psíquica ideal, calcada de las interacciones en la extensión física y, luego, lo que se trata realmente
en lo concreto de la existencia, a lo cual se accede por la cadena de palabras y, en particular, la que
se despliega en el análisis, donde tenemos un paisaje muy diferente al de la actividad psíquica, otra
cosa que los paquetes de neuronas que se iluminan en diferentes lugares como se puede observar
hoy en la imaginería cerebral.Esta leyenda, esta referencia, es un cortacircuito que implica siempre
que en algún lugar hay una vigilancia, en algún lugar hay una vigilancia de un espíritu de la máquina,
que la hace responder, "el pequeño hombre que está en el hombre", como lo expresa Lacan, y
precisa que antaño se reía con Ey de las teorías que finalmente reconducen al pequeño hombre que
está en el hombre. Debo decir que cuando leo a nuestros cognitivistas modernos –sin caer en la
polémica (risas)–, cuando leo a nuestros cognitivistas modernos sobre la complejidad extaordinaria de
la arquitectura cerebral, se nos describe de nuevo al pequeño hombre que está en el hombre.
Simplemente hoy lo centran en lo que nos da acceso la imagineria cerebral, nos dan un doble
fantasmático donde se integraría todo lo que sólo nos presentan en trozos disjuntos.
Si hoy buscáramos los fundamentos de un anticognitivismo me parece que podríamos encontrarlos
en esta crítica de Lacan a la neuropsiquiatría.
Entonces, esta crítica, hay que decirlo, está muy marcada por la fenomenología, y no es aún de la
época del estructuralismo. A la realidad física o, digamos, a lo real aparejado a la física matemática,
ella opone la consistencia de otro registro, que es como la anticipación de lo real propio al
inconsciente, que es del registro del sentido.
Podemos decir que, en efecto, la fenomenología ha sido en algunos aspectos una exploración del
registro del sentido, hasta que esta exploración fuera transformada, fuera como cientificizada en el
estructuralismo, en particular con lo que Lacan hizo de las figuras de la retórica, de la metáfora y de la
metonimia, que podrían o que iban a poder con el estructuralismo, darnos los mecanismos del
sentido, los mecanismos significantes del sentido.
Esos son los instrumentos de los cuales Lacan no dispone todavía en su crítica de la neuropsiquiatría.
Entonces, él opone de una manera más masiva, el registro del sentido a la realidad física.
Pero eso no lo invalida. No tiene la precisión que encontrará con el estructuralismo, con la idea de

115
mecanismos significantes de la producción de sentido, del goce y del sujeto. Pero, evidentemente,
cuando eso sea estructuralista, será al mismo tiempo, equívoco, porque será ya –yo decía en todo
caso– será atraído por lo que será llamado a devenir el cientificismo contemporáneo.
Entonces, manejando el sentido como una categoría masiva y vaga –no tiene la precisión que
podemos encontrar en el estructuralismo–, Lacan puede decir que la cuestión no son los fenómenos
brutos, como el de la alucinación, sino que esos fenómenos sólo entran en la psicosis como dotados
de sentido. Le cito: Un caracter mucho más decisivo que la sensorialidad que experimenta en esos
fenómenos, es que todos, cualquiera que sean, alucinaciones, interpretaciones, intuiciones, y
cualquiera que sea la extrañeza con la que sean vividos, estos fenómenos conciernen al sujeto
personalmente: le desdoblan, le responden, le hacen eco, perplejidad, etc. Es decir, que la locura es
vivida toda ella en el registro del sentido. Y, entonces, Lacan opone, a la neuropsiquiatría, la vivencia
de la psicosis, su vivencia que es asunto de significacion y de lenguaje y amplifica su consideración
hasta decir: Puesto que hay lenguaje se plantea el problema de la verdad.
Digamos que su crítica de la neuropsiquiatría descansa sobre la diferencia –se puede conceptualizar
así– entre déficit y falla. El déficit se puede localizar en la realidad física, y esto sigue siendo así: para
ocuparse de un cierto número de disfuncionamientos se intenta localizar en la imaginería una
actividad insuficiente de tal o cual zona. Entonces, estos son los déficits fundamentalmente físicos.
Por otra parte, la falla de la que se trata es una falla significante, que Lacan trata aquí como la falla
entre el yo (moi) y el ser del sujeto, pero sobre la cual encontrará la manera de construir más adelante
oposiciones mucho más refinadas, yendo hasta escribir un sujeto que es él mismo falla: S tachado. El
sujeto tachado es el sujeto falla.

De repente, puesto que este sujeto es falla, todo se juega a nivel de las identificaciones que llenan
esa falla. Y, en el fondo, es ahí donde Lacan ve el dinamismo de la locura: el dinamismo de la locura
se sostiene por el atractivo de un cierto número de identificaciones donde el sujeto compromete su
verdad y su ser.
Eso le conduce, al contrario que la psicología cognitivista –en ese momento desconocida para el
personal, hay que decirlo–, eso le conduce a considerar que el objeto propio de la psicología es la
imago, es decir, la forma identificatoria que permite la resolución de una fase psíquica, dice, que
escande una transformación de las relaciones de lo que él llama en ese momento el individuo con su
semblante. Y, en el fondo, ahí tenemos como el esbozo de un programa de la psicología que deviene,
yo diría, una psicología semántica, en oposición a la psicología cognitivista.
Encontramos en este texto de Lacan una vez el adjetivo incuantificable, que se asigna a la distancia
incuantificable con la imago. La imago no es el ser del sujeto, pero no podemos pensar en cuantificar
aquí la separación y decir que está más lejos o más cerca: estamos en el orden de lo incuantificable.
El término que empleo de semántico, apunta a esta imposibilidad de cuantificar.
Hay que decir que la identificación quedará para Lacan como vector totalmente decisivo en toda su
enseñanza, en la medida en que el sujeto, tal como lo define, desprovisto de la realidad física,
haciendo agujero, el sujeto llama a identificaciones (JAM señala el S tachado en la pizarra: S tachado
guión).

116
Y, precisamente, cuando Lacan querrá mostrar, en el campo de la sexualidad, lo real que sería propio
del inconsciente, procederá también por la vía de la identificación.
En efecto, las fórmulas de la sexuación, son fórmulas de la identificación sexual primordial. Y digamos
que si hay dos identificaciones sexuales primordiales, es en la medida en que no hay relación sexual.
Identificación sexual viene al lugar de relación sexual. La relación sexual vendrá al lugar de la falla
que está marcada por la sigla S tachado (JAM señana de nuevo S tachado en la pizarra).
Entonces, esta relación sexual, Lacan la ha planteado, la ha construído de tal manera, que como
sabemos sería imposible de escribir. ¿Por qué camino llegó a caracterizarla así? Digamos que es en
la perspectiva de hacer salir lo real a partir del lenguaje: ¿Mientras que la función de la palabra y el
campo del lenguaje son la función y el campo propios del psicoanalisis, en qué medida hay ahí un
real?
Y es esta noción de hacer salir lo real a partir del lenguaje, la que le conduce a privilegiar la disciplina
de la lógica matemática y, precisamente, en la lógica matemática, a privilegiar las demostraciones de
imposibilidad. Hay a la vez, con la lógica, producción de una necesidad propia al discurso, y podemos
hacer de la lógica, decía Lacan, un arte de producir una necesidad de discurso, pero que es
correlativo al tropiezo con imposibles, que permiten entonces asignar lo real.
La tentativa de Lacan se inscribe en la perspectiva del pasaje de lo simbólico a lo real, un pasaje que
ya en la lógica matemática, señalémoslo, no tiene que ver con la medida, con la cantidad, ni con el
número, sino que es de otro orden. Y también, si Lacan ha dado esa importancia a la topología, lo
vemos mejor ahora, es en la medida en que es una geometría sin la medida: ella demuestra que
podemos hacer ciencia en un espacio que no es métrico.
Entonces, cuando Lacan recurrió a la lógica, le hizo falta justificar ampliamente el recurso a la
escritura, que es otro modo de lenguaje que la palabra. Dió un rodeo por el japonés e incluso por el
chino, para introducir en el campo del lenguaje una función que no era la de la palabra, sino la de la
escritura, porque lo real que puede ofrecer la lógica matemática es un real que está aparejado con la
escritura.
Por lo tanto, armado del privilegio acordado a lo real, que sale del lenguaje vía la escritura, Lacan
podría decir por ejemplo: Lo biológico no es real –nos podríamos servir hoy de esto como un golpe de
gracia para las pretensiones de las ciencias de la vida psíquica fundadas en lo neurobiológico–. Es un
uso del término de real que le permite decir que lo biológico no es real, lo biológico –es lo que dice en
el Seminario XIX que va a aparecer muy pronto–, lo biológico es el fruto de la ciencia que se llama
biología. Lo real es otra cosa: es lo que está en relación con la función de la significancia, es lo que
está en relación con, decía antes, el campo del lenguaje.
Por consiguiente, es en esta vía que Lacan emprendió la escritura –cito sus palabras– escribir, como
en matemáticas, la función que se constituye porque existe el goce sexual.
El forzamiento inicial de Lacan para introducir la función de la escritura en el campo del lenguaje, su
forzamiento esencial, es la escritura del goce sexual bajo esta sigla Phi que vale como función de una

variable marcada x minúscula: Porque, luego, va a utilizar los medios existentes en la lógica, los

cuantificadores, el para todo: , el existe: . Y, ciertamente, va a modificarlos invirtiéndolos, del lado


mujer de esta manera: – eso hace A.E. (risas) –, pero enfin, utiliza los cuantificadores, los transforma,
pero el forzamiento esencial es el de hacer pasar a la escritura el goce sexual: .

117
Entonces, aquí hay sin duda una relación con la biología, pero no con la neurobiología. La relación
que hay con la biología, es con lo bio de la biología, es con lo que concierne a la vida, y no
supuestamente a la cognición: es, digamos, la relación entre el ser hablante y lo que le soporta como
viviente.
Lo que aisla bajo el nombre de goce –no es por nada que no retomó el término freudiano de libido, al
cual, por momentos, lo podemos hacer equivaler–, si dijo goce es porque entiende por goce algo que
no es del orden de lo que habíamos encontrado como actividad armoniosa, cuando la llamábamos
actividad psíquica. Si sacó y aisló el nombre de goce es porque es en sí mismo un término que es, yo
diría, el index de un disfuncionamiento absoluto, es porque el goce del cual habla es, por sí mismo,
una relación molestada del ser hablante con su propio cuerpo.
Lo escribe, hace pasar este goce al escrito, lo hace pasar al escrito como goce sexual, pero en el
sentido en que el sujeto tiene relación más con este goce que con su partenaire. Es un goce sexual,
podemos por momentos calificarlo de sexual, pero es en el sentido de hacer barrera a la relación que
habría entre los dos sexos. Como lo expresa Lacan: la relación es con F más que con el partenaire.
Por esto, en el fondo, el goce sexual está siempre marcado por Lacan con comillas.
Porque, precisamente, entiende que no hay goce que esté específicado por el binario sexual. No hay
actividad de goce. El goce sólo lo conocemos en psicoanálisis bajo la forma de S tachado, si se
puede decir, sólo se le conoce bajo la forma de la falla, del tropiezo, del fracaso. Y, en el fondo, S
tachado es lo que está inscrito en el lugar de este símbolo que Lacan nunca escribió –en fin, lo
escribió una vez en el Seminario XX y me he servido alguna vez de él– S tachado es lo que viene al
lugar de lo que sería el goce de la actividad de goce.

$
__
J

Sólo lo conocemos bajo la forma de tropiezo, bajo la forma de lo fallido, y bajo la forma de lo críptado.
Es ahí, en ese extremo de la enseñanza de Lacan, donde volvemos a encontrar el valor dado al
sentido.
Lo que trabaja la última enseñanza de Lacan –que desemboca en su muy última enseñanza– lo que
trabaja es la relación de este goce intrísicamente disfuncional (JAM muestra Fx en la pizarra).
En el fondo, el no hay relación sexual de Lacan, es corelativo al hay sentido sexual
Hay sentido sexual: porque en ningún lado la relación sexual se escribe, el sexo resulta del sentido. Y
es así que el cifrado inconsciente es, en sí mismo, ejercicio experimentado de goce.
El No existe relación sexual –si lo puedo escribir así: R – es correlativo, por un lado, del sentido
sexual, y la no relación es correlativa también del encuentro.

118
Si Lacan pone en evidencia y valoriza el término de encuentro en la relación amorosa, es en la
medida exacta en que no existe relación sexual en ninguna parte. Y, por lo tanto, la oposición es aquí
entre la relación que sería necesaria y que no existe en tanto tal y el encuentro que es contingente.
Entonces, es en esos términos donde reposa la idea de Lacan de conceder al psicoanálisis un real
que le sería propio.
Es un real del cual puede decir, a la vez, que es el de la no relación o es el real de la modalidad del
encuentro, es decir, es el real de la contingencia. Y ahí estamos en el lado opuesto del determinismo
físico, en lo opuesto de todo lo que ha intentado, de todo lo que ha calculado la fisica matemática de
la cual la neuropsiquiatría –para expresarme como en "A propósito de la causalidad psíquica"– sólo
es el vástago.
El real que Lacan ha cernido para el psicoanálisis, es un real que corresponde a la contingencia.
Su muy última enseñanza, podemos decir que se mantiene a este nivel, al nivel de lo real
contingente. Este es sin duda el motor, que en su enseñanza derrumba todas las categorías
establecidas. Ninguna fundación resiste a este ácido de la contingencia, surgida, consecuencia de la
no relación sexual, y que es al mismo tiempo la vía del conocimiento, la vía del saber de la no relación
sexual. Es porque sólo podemos constatar contingencia en la relación entre los sexos por lo que
podemos inferir que no hay necesidad en la relación entre los sexos. Nada no cesa de escribirse
entre los sexos. Y es por ahí por donde estamos en el regimen del encuentro.La muy última
enseñanza de Lacan, que explota esta contingencia, al mismo tiempo, podemos decir, dice adiós al
ideal científico y, en el fondo, se deshace de los mismos medios a través de los cuales había sido
cernido, y ello en favor de un nuevo comienzo. Esto no puede sino evocarnos lo que Lacan dice
después de todo de las matemáticas, que su desarrollo no procede de generalización, sino de
remodelación topológica. Procede de una retroacción sobre el comienzo, de tal manera que borra con
ello la historia.
Y bien, es sobre esto donde Lacan nos ha dejado. Nos ha dejado en una retroacción, que fue hasta
borrar –hay que decirlo– en amplia medida, la historia del psicoanálisis y es lo que nos ha dejado para
tratar, para hacer con la contingencia de lo real, es decir, también con la invención y la reinvención,
sin ningún fatalismo.
Y, por ello, a pesar del peso que tiene hoy en día la cantidad, la medida y el número, todo esto queda
a expensas de la contingencia. Nos toca a nosotros saber explotarlo.
Hasta la semana próxima.

(Se recapitula lo que está escrito en la pizarra)

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Fin de la Octava Sesión del Curso JAM 2007-2008 - 30.01.08

Novena sesión del Curso 2007-2008


Miércoles 6 de febrero de 2008
IX

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Este Curso, se ubica a 3 D del Grand Meeting de la Mutualité y hay que leerlo con lápiz y papel. Es su misma
construcción la que nos inspira esta sugerencia. El recorrido que JAM realiza del Primerísimo Freud al Muy
último Lacan corta el aliento. Tal es el ángulo que tomó esta vez para continuar su lectura de las tesis
cognitivistas. De este modo, con un gran rigor, procede paso a paso en el desciframiento de este sistema de
pensamiento, conduciéndolo a poner los reflectores sobre el punto que caracteriza este estilo cognitivista. Es
decir “el abismo que hay entre multiplicidad y síntesis.” Pero lo que impactó particularmente leyendo este Curso,
es la nueva vuelta de tuerca a la TDL. JAM sitúa el punto donde Lacan deja el matema, no recurre ya a la lógica
matemática, por lo tanto a la ciencia, para dar una “nueva base material” al psicoanálisis. De manera que los
nudos deben tomarse como “el paradigma de un tratamiento de una materia a la cual el discurso científico es
incapaz – al menos en este momento – de dar sus leyes.”Este Curso, que hará historia en nuestra comunidad y
más allá, concluye recordando la invitación que Lacan hace a los analista y que “debemos sostener para ek–sistir
fuera de las normas” del discurso científico si queremos salvar al psicoanálisis.(From TLN)

“De la neu–rona al nudo”*


Yo me encarnizo, me encarnizo buscando lo que el momento cognitivista pude enseñarnos sobre el
discurso analítico.
Esto me conduce a subrayar que, si quisiéramos resumir la trayectoria de la teoría psicoanalítica de
Freud a Lacan, del primerísimo Freud al muy último Lacan, podríamos decir, sirviéndonos de la
asonancia de las palabras, de la neu–rona al nudo (risas).
En efecto, lo neuroreal que encontramos hoy, ya Freud lo había elaborado, con los medios que
estaban a su disposición, en su borrador–proyecto para Una psicología científica, alrededor de 1895,
y este texto, que permaneció mucho tiempo sin publicar, cuando apareció, inspiró tanto los
comentarios de fisiólogos, de neurofisiólogos, como pidió a los analistas tomar posición frente a esta
primera tentativa de Freud.
El punto de partida de Freud es, de un modo perfectamente explícito, dos teoremas de los que
podemos decir que los encontramos en juego en las neurociencias que se desarrollaron e impusieron
a partir de 1970. Estos dos teoremas, Freud los ubica bajo las especies de la concepción cuantitativa
y bajo el título de la teoría de las neuronas.El punto de vista cuantitativo, vale la pena recordarlo, se
impone para Freud a partir de la psicopatología, a partir de la observación clínica de las patologías
mentales, que ponen en juego, según él, la intensidad excesiva de ciertas ideas. Es en este exceso
que encuentra el resorte que funda su recurso a un principio del cual hace el principio básico de la
actividad neuronal, en relación con lo que él simboliza con la sigla: Q, inicial de cantidad, definida
como lo que diferencia la actividad del reposo.
Por lo tanto, su referencia, el modelo, es este concepto de actividad– de actividad psíquica, de
actividad neural, de actividad neuronal – que hemos visto en acción en las descripciones cognitivistas
del cerebro. Esta cantidad, esta referencia, este símbolo cuantitativo, Freud se cuida de indicar – lo
que es considerable – que designa una cantidad sometida a las leyes generales del movimiento. Es
decir que se trata de una realidad que es de orden psíquico, que es tratable según las exigencias del
programa físico matemático..
Para él, es sin ninguna duda algo material. Y podemos decir que este alcance materialista, habita la
trayectoria de la teoría psicoanalítica de la neurona al nudo.

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Ciertamente, la materia nodal, que Lacan en su muy última enseñanza maneja, no es susceptible de
ser designada con la sigla Q. Sin duda, si los nudos obedecen a leyes, no son las leyes generales del
movimiento prescritas por la física matemática. Pero podríamos decir que los nudos mantienen el
lugar de esta cantidad material, que es planteada por Freud de entrada cuando trata de dar, de
elaborar una psicología que sea científica. Para que sea científica es necesario que trate de algo
material.
Se planteó para nosotros la cuestión de que es lo que hace a la correlación – ¿tiene o no tiene
fundamente? – entre ciencia y materia.
Entonces, este algo material se presenta bajo dos aspectos que fueron muy bien distinguidos pro
Strachey en el comentario que agregó a este texto en la Standard Edition, y hay que recurrir a él
puesto que Freud no explicita esta dicotomía. Por una parte, esta cantidad material está calificada
como flujo, o corriente, que pasa a través de una neurona, o de una neurona a la otra, pero en un
segundo aspecto es igualmente susceptible de permanecer en una neurona. Entonces esta
descripción parece tanto más metafórica cuanto que, si puedo decirlo, esta Q permanece como una X
en el abordaje de Freud. Se pudo querer reconocer allí la electricidad, pero nada en el texto de Freud
viene a validad esta traducción. Su naturaleza permanece desconocida.Podemos a renglón seguido,
reencontrarla bajo las especies de lo que Freud llamará sin tematizar el término, la energía, la energía
nerviosa, incluso la energía psíquica, la cuestión desde ese momento es saber en qué esta energía
psíquica se distingue de una realidad física. Y Freud será conducido, con su invención de la pulsión, a
poner en juego un término que aparece como, cuyo ser mismo aparece como un límite entre psíquico
y físico.
Ya bajo el modo de esta sigla; Q, es una entidad paradojal, puesto que es una cantidad que no
podemos medir – los esfuerzos cuantimétricos de Reich sobre la energía sexual quedarán como una
desviación para el conjunto del discurso analítico –, es una cantidad que no se puede medir y que sin
embargo es válido que digamos que aumenta, que disminuye, que se desplaza, a decir verdad,
misterio y paradoja.Lo que Freud llama la teoría de las neuronas, donde encuentra el segundo
principio básico de su Psicología científica, se apoya en lo que era en ese momento un
descubrimiento reciente de la histología, que enseñaba al mundo que el sistema nervioso consiste en
neuronas diferentes que tienen la misma estructura, que están en contacto y que se ramifican
La Psicología científica de Freud se desarrolla a partir de dos principios: referencia a las neuronas, y
a una cantidad X, que circula o que se estanca entre neuronas o en una neurona o un conjunto de
neuronas.
Retengamos que el descubrimiento propiamente hablando del inconciente fue precedido por esta
asignación de una base material a los fenómenos psíquicos y al conjunto de la psicopatología
Hagamos aquí un corto circuito para darnos cuenta de que Lacan también, buscó una tal base
material, y operó con esta referencia.
Entonces, no es la base material neuronal que Freud había aportado. Digamos, lo digo porque lo he
dicho ya así hace tiempo, que la referencia biológica de Freud fue para Lacan reemplazada por una
base material que es lingüística, que es precisamente el significante. El materialismo del significante,
con el cual Lacan podía vanagloriarse a fines de los años 50 y en los años 60, era muy apropiado
para satisfacer las elucubraciones de aquellos que se reconocían como materialistas dialécticos, o
para los que la dialéctica no les hacía olvidar el materialismo.Por lo tanto, no se puede pretender que

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la búsqueda de una base material a lo mental sea extraña al psicoanálisis, por el contrario está allí
desde el comienzo, está allí en el final, y atraviesa tanto la obra de Freud como la de Lacan.
La última vez señalé a propósito de la causalidad psíquica, que Lacan oponía a la causalidad
psíquica, orgánica, que promovía entonces Henry Ey, una causalidad semántica, que debía buscarse
en el registro del sentido. Ciertamente, no es equivocado decirlo. Pero, allí también, estaba la idea,
sin embargo, de un análogo de esta base material, puesto que Lacan consideraba entonces que lo
imaginario, el registro imaginario como tal, era susceptible de tener efectos reales sobre el psiquismo
y sobre el organismo. Y es en la etología animal donde buscaba sus testimonios, es decir, los
buscaba en un registro donde el lenguaje no estaba en función.
Había por lo tanto una cierta postulación de una base material, que no encontró y desarrollo hasta
que pasó, como resorte de transformaciones psíquicas, del modo imaginario al orden simbólico, un
orden simbólico al que cerró sobre una realidad material, a saber el significante. Incluso si no hizo de
esto el decorado principal de su enseñanza, la palabra era como la base material de sus
construcciones, y si queremos, vayamos hasta allí, la base material del inconciente.Entonces, hablé la
última vez de este concepto de actividad, que está en función en la concepción cognitivista, y que en
efecto, me parece crucial. Yo diría, porque ya esta concepción marca, podría marcar, la distancia en
que se encuentra con el acto. Podemos decir que todo lo que se refiere a la actividad implica, va con
el desarrollo, pero sutura, o forcluye todo lo que corresponde al registro del acto. Y la actividad, la
referencia a la actividad psíquica, cerebral, mental, obedece a un postulado: que el psiquismo, si
puedo decirlo, duplica al cerebro, que el psiquismo es el doble del cerebro, y que, lo que se observa
como actividad cerebral vale ipso facto para el psiquismo.
Allí debemos constatar, me parece – me digo me parece porque descifré la literatura de nuestros
cognitivistas, no me conduce a ello el gusto, debo confesarlo (risas) sino el sentimiento del deber y
estoy lejos de haber hecho todo el recorrido de esta literatura –, debemos constatar una problemática,
que es permanente, que está presente a través de los autores, una problemática con dos polos, la
multiplicidad y la síntesis.
Tomo como ejemplo dos frases seguidas de mi amigo Jean–Pierre Changueux en el último texto suyo
que llegó a mi conocimiento, su introducción a la obra de su alumno Dehaene sobre Las Neuronas de
la lectura.Changeux escribe allí: El desarrollo fulgurante de los métodos de imágenes cerebrales ha
vuelto accesible la identificación de las bases neuronales de nuestro psiquismo. Primer punto,
subraya la dependencia de esta investigación respecto de la tecnología. No oculta que lo que está
desarrollado tiene que ver con la aparición de un instrumento de investigación, las imágenes
cerebrales, las imágenes magnéticas, que dieron acceso ¿a qué?, a nuevas percepciones, ante que
todo testeadas – si quiero emplear su lenguaje – en el sistema visual. Y señala en efecto lo que
sabemos, que las promesas del cognitivismo se hicieron más insistentes y más gloriosas desde hace
una quincena de años. Entonces, este desarrollo, dice, ha vuelto accesible la identificación de bases.
En efecto, estamos, hay que subrayarlo, en el nivel de las bases, a nivel básico. Los autores refieren
un cierto número de observaciones que, salvo contra prueba, no hay razón para poner en duda,
observaciones sobre la activación de zonas neuronales en el cerebro, que son bases nerviosas,
bases neurales. Lo subrayo en la medida en que hay lo que me parece a mí un abismo entre lo que él
llama la identificación de las bases neuronales – allí no se puede decir la identificación, no se trata de
identificación, si digo los sueños de entrada es algo peyorativo – e hipótesis que se refieren a las

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cimas de la actividad psíquica. Por lo tanto podemos validar la frase de Changueux a condición de
señalar este término de base y explicar que allí el término de identificación debe ser tomado en el
sentido exacto del término localización, que Changueux evita cuidadosamente, me parece, porque se
le opondría que no se trata allí sino de retomar, con una tecnología superior, la ambición de Broca –
por lo tanto dice identificación..Por lo tanto, estoy de acuerdo con esta frase muy simple en esto: El
desarrollo de la tecnología fue fulgurante, permitió percibir y localizar las bases neurales del
psiquismo. ¿Por qué no?
Esto se refuerza con la segunda frase. No las reúno de manera arbitraria, están juntas en el texto,
testimonian del razonamiento, del modo de razonamiento y abren, a mi juicio, un abismo. Lo cito.
Queda sin embargo aún –este es un agregado: no hemos hecho todo – ligar entre ellos a los múltiples
niveles de organización que se encastran – son los niveles los que están encastrados – los múltiples
niveles de organización que se encastran en nuestro cerebro – dicho de otro modo lo que hay son
módulos, módulos localizados separadamente, el pequeño detalle que todavía hay que ordenar es
que hay que ligarlos entre ellos – y hacer una síntesis pertinente – allí hay un equívoco puesto que de
lo que se trata es cómo estos módulos, que están localizados separadamente, nos dan una actividad
de síntesis, que está aquí de algún modo confundida con la síntesis pertinente que nosotros, sabios,
tendremos que hacer de estos niveles múltiples – y hacer una síntesis pertinente de ellos que nos
permitirá comprender los fundamentos neuronales del pensamiento conciente o de la creación. Y de
golpe, bajo pretexto de que esto, todavía resta por hacerse, saltamos de las bases neuronales del
psiquismo a los fundamentos neuronales del pensamiento. .Este abismo entre multiplicidad y síntesis
me parece que caracteriza al conjunto del estilo cognitivista, y digamos la promesa cognitivista que es
englobar, en su investigación, el pensamiento, la creación y lo que ellos llaman de ahora en más la
cultura.
Piensan, a partir de los módulos donde localizan las bases neuronales, lograr desarrollarse hasta
abrazar el conjunto de la cultura, caracterizando como cultura lo esencial del medio ambiente de la
especie humana. Se prometen por lo tanto, estudiar la interacción del cerebro y del mundo exterior.
La cultura entra en el programa cognitivista, y en el fondo no tan mal, puesto que ella está
caracterizada como un conjunto de signos, de signos materiales, con astutas referencias a Ignace
Meyerson: “No hay signo sin materia” y me parece, que en la línea de Changueux, aislaron un
conjunto particular de signos, que es la escritura. La investigación va en el sentido del reconocimiento
de la escritura y del porqué de la estandarización relativa de los signos escritos a través de las
culturas, referidos a las propiedades, lo más a menudo supuestas, de los módulos neurales.Tenemos
por lo tanto una apertura. No tenemos la idea de estudiar el cerebro separado de la vida del individuo,
por el contrario, el cerebro está situado en un Unwelt caracterizado ante todo como cultura, y como
conjunto de signos.
Entonces, encontramos allí, hay que decirlo, en este espacio abisal, un extraordinario florecimiento de
hipótesis epigenéticas. Ustedes saben lo que es la epigénesis, es la aparición, en un ser vivo, de una
forma nueva, que no estaba contenida en germen en este ser, es decir que no se pretende que haya
estado preformada.
Y por lo tanto, prometen estudiar las interacciones del cerebro y de la cultura, digamos, las
interacciones del cerebro y del significante – para emplear nuestro término, que no ignora

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Changueux, lo menciona – las interacciones del cerebro y del significante, que expliquen el desarrollo
extraordinario de las capacidades de pensar del ser humano.
Veo la misma lógica multiplicidad síntesis en un pasaje de Stanislas Dehaene, donde recuerda la
modularidad de la corteza, que se subdivide en múltiples territorios especializados, dice, antes de
apelar a una síntesis, que sería lo propio de la especie humana en relación con las especies animales
– dice, en alguna parte, una síntesis de los contenidos – hay que decir que la postula, a esta síntesis
puesto que la marca él mismo con el condicional.: la especie humana dispondría, prosigue, de un
sistema evolucionado de conexiones transversales que aumenta la comunicación y – por lo tanto, al
nivel superior, por ahora hipotético –quiebra –es su término– la modularidad cerebral. Aunque esté
planteada en condicional, esta zona de síntesis es celebrado, podríamos decir, casi con poesía, es
decir que se le confieren todas las capacidades superiores del pensamiento: allí es donde se
realizaría la reunión entre la percepción y los recuerdos, es allí donde estas capacidades se reunirían,
confrontadas las unas con las otras, recombinadas y al fin sintetizadas, de manera, dice Dehaene de
evitar los fraccionamientos de los conocimientos.Hay repetidamente en estas obras, un canto que se
eleva a las extraordinarias capacidades de las conexiones transversales, que son planteadas como
hipotéticas y condicionales pero evidentemente necesarias, puesto que son, entre comillas, facultades
que tenemos, y por lo tanto es necesario que existan en alguna parte.
Pudieron identificar la zona, allí donde por otra parte se la identificó más o menos desde siempre –
salvo que ahora tenemos el ojo encima (risas) –, el lóbulo frontal, la corteza frontal. Sería él quien nos
daría lo que Dehane llama de modo muy lindo un espacio de deliberación interna (risas): sería el lugar
del foro interior. Esta maravillosa corteza frontal recoge a la vez el conjunto de los datos sensorio
motores y las huellas de memoria – hace entonces al todo de este conjunto –, y estaría al mismo
tiempo, maravillosamente desprendido de las contingencias del presente, para, cito, volverse hacia el
porvenir (risas). Tenemos allí la descripción de una corteza frontal, que hace de algún modo todo lo
que nosotros hacemos, y donde,– en condicional porque no somos sabios – decimos: estaría la
conciencia. La conciencia reflexiva.
Esto no es francamente nuevo, puesto que, en el siglo 19 ya se buscaba el órgano de las síntesis
mentales, se buscaba identificar lo que Aristóteles llamaba el sentido común, y Dehaene cita a
Avicenne quien, desde el año mil, localizaba el sentido común no muy lejos de la corteza frontal –
pero sin nuestros medio de investigación. Corteza frontal o prefrontal según los autores o los
momentos.Esto permite a Dehaene enunciar la hipótesis que la competencia a la cultura, la
conciencia reflexiva, y la existencia de una poderosa red de conexiones en la corteza frontal o
prefrontal, ¡y bien! son fenómenos ligados – no va más allá de la ligadura, se detiene en los bordes de
la causalidad.
Y por lo tanto tenemos aquí – es lo que voy a verificar en los tiempos venideros ampliando mis
lecturas –, tenemos de todos modos un abismo, un abismo entre la identificación de las bases y luego
las hipótesis epigenéticas sobre las cimas. Y no hay, para colmar este abismo mas que hipótesis, no
hay observaciones, más que las de la densidad de la red de conexiones en ciertas partes de la
corteza.
Por lo tanto, estamos allí suponiendo que se puede hacer la conexión entre el ser y el cerebro, que es
fundamentalmente una computadora elemental – la palabra está allí: una máquina de Turing –, la
conexión entre una máquina de Turing y las creaciones más elaboradas de la cultura. Y lo que,

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ciertamente, permite hacer la conexión, según este autor, es que el cerebro puede beneficiarse de la
acumulación y de la transmisión cultural que se extendió durante milenios.
A decir verdad, para un filósofo, no vemos que estemos aquí muy lejos de este atomismo que
criticaba, hace mucho tiempo, Maurice Merlau–Ponty, en su libro al que hice referencia una vez en
este Curso, La Estructura del comportamiento, donde señalaba ya que, con una mano, se
descompone en unidades, o en módulos, se aíslan procesos, se los yuxtapone,, y luego se escucha
corregir este atomismo con nociones, de la época – era en 1943 –, él decía nociones de integración y
de coordinación. La palabra clave que usa Dehaene es la recombinación, la recombinación de las
percepciones, de lo sensorio motor y de los recuerdos. Por lo tanto, se agrega un acento de
combinatoria, pero esto se inscribe, podemos decir, en el mismo lugar.Entonces, esta referencia a la
cultura es de todos modos extremadamente masiva. Está precisada por la idea de conjunto de signos,
y puede ser que el estructuralismo tenga algo que ver en esta precisión, por otra parte se apropian de
algunos pasajes de Levi–Strauss para ir en esa dirección, pero la cultura es de todos modos aquí una
referencia masiva. Estos autores notan bien la insuficiencia, lo flou de esta implicación, y por lo tanto
elevan una hipótesis más precisa sobre la puerta de entrada del niño al pequeño cerebro, si puedo
decirlo – evidentemente, su desarrollo va a extenderse varios años –, hacen una hipótesis sobre la
entrada del pequeño cerebro en la cultura. Dije que había numerosas hipótesis epigenéticas, que no
les menciono, pero esta vale la pena señalarla. Los niños humanos, cito, comienzan a comprender
que las otras personas son agentes intencionales como ellos – este es un factor cerebral capital
(risas). Es esta comprensión que les da acceso al aprendizaje cultural. Esta es muy precisamente la
hipótesis más precisa que debe complementar y de algún modo colmar este abismo: el niño
comprende que los otros tienen intenciones como él, y es esta comprensión del otro lo que le da
acceso al aprendizaje cultural.Es por lo tanto una hipótesis sobre el otro. Es una hipótesis sobre la
lectura, el desciframiento de la intensión del otro, el desciframiento del otro como sujeto intencional.
Tenemos aquí, por lo tanto en un desarrollo cognitivista, la irrupción del otro como sujeto intencional
que el sujeto comprende.
Esto se acompaña de la hipótesis complementaria de que debe haber, cito, un módulo cerebral
especializado en la representación de las intenciones y de las creencias del otro, quien, por el
momento, no es el objeto de una identificación a la Changueux, pero, puesto que todo tiene su lugar
en el cerebro, debemos suponer que hay un módulo cerebral especializado para ello. Lo que hace
que, y bien, comprendamos cómo funciona esto: ustedes ponen de relieve tal o cual rasgo del
pensamiento o del comportamiento o de la creación y la respuesta es la hipótesis que debe haber allí
un módulo especializado para ello que terminaremos por ver con las imágenes del cerebro.
No podemos evitar la idea de que tenemos que vérnosla con un balbuceo, que la fenomenología del
estadio del espejo es mucho mas rica en los que respecta a la relación con el otro, y que el concepto
de orden simbólico es evidentemente mucho más preciso que el de cultura del que hace uso la
psicología cognitivista.Por otra parte, nos damos cuenta de la función que tenía el estadio del espejo
para Lacan cuando lo propuso: proponía en efecto el estadio del espejo como una solución de la
problemática multiplicidad síntesis. La multiplicidad en cuestión era entonces la del cuerpo
fragmentado, y es por el espejo que la forma total del cuerpo venía a ser percibida y, de este modo
podía simbolizar la permanencia mental – son los términos de Lacan –, la permanencia mental de lo
que él llamaba el yo (je). Y daba a este fenómeno un lugar eminente en el desarrollo mental, puesto

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que caracterizaba este desarrollo como necesario en vista de lo prematuro del nacimiento en la
especie humana.
Tan rudimentaria como sea esta hipótesis cognitivista, designa, me parece, lo que hace agujero en su
construcción, que es necesaria una puerta de entrada del cerebro en la cultura, en el aprendizaje
cultural – como se expresan puesto que no tienen la idea de saber más que a través del aprendizaje.
Y en el fondo, este abismo, lo colman designando una relación de comprensión global con la instancia
del otro. Por lo tanto, en su lenguaje, esto supone que recurran a una hipótesis suplementaria, la de
un módulo especializado para realizarla..Pero finalmente sentimos que todo el discurso sobre la
conexión con el registro de la cultura supone ya identificar el momento inaugural de una entrada, que
está presentada en los términos de la psicología mas elemental, la psicología digamos positivista, el
desciframiento de la intención del otro. Con la suposición, sea dicho al pasar, de que el sujeto sería,
ya, para sí mismo un sujeto intencional – cito exactamente: Los niños humanos comienzan a
comprender que las otras personas son agentes intencionales, como ellos. Por lo tanto este
encuentro, que parece indispensable para el aprendizaje cultural, supone que, ya para sí mismo el
niño humano sea un agente intencional.
Estamos allí, hay que decirlo en una fantasmagoría extraordinaria. Salvo recurriendo, no digo que es
la respuesta más desarrollada –, a la noción lacaniana de orden simbólico, que da consistencia al
medio donde el desciframiento y el querer decir son concebibles.
Pero eso supone una estructura más desarrollada que la de la imitación – que está allí subyacente –,
supone una estructura cuyo punto de partida está, ya, hecho de una retroacción, y que localiza, en el
Otro: A, el lugar previo, como se expresaba Lacan, del sujeto del significante..

Para Lacan, para el Lacan más clásico, antes de que la deshaga, la base material era la estructura
del lenguaje, aquella que él pensaba que podía demostrar que sostenía el síntoma al sentido
psicoanalítico, donde en el fondo el síntoma se demuestra en relación con una estructura significante
que lo determina.
Vemos bien como Lacan pensó ganarse al discurso científico, o conseguirle al psicoanálisis un lugar
en el discurso de la ciencia, con un recurso, que es hoy mucho menos probatorio que a mediados del
siglo 20, por el sesgo de la lingüística estructural, que se encontró progresivamente reprimido por
otros abordajes de la lingüística. Apoyándose en la lingüística estructural, en la de Saussure y
Jakobson, Lacan podía pensar y decir que el lenguaje conquistó su estatuto de objeto científico.
Permaneció como el soporte intocado de su enseñanza hasta que en su muy última enseñanza,
quiebra esta base con una frase lapidaria que mencioné el año pasado.
Les gustaba en esa época, reproducir su escritura de la diferencia del signifícate y significado, bajo la
forma de algoritmo, decía.

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Este algoritmo tenía por objeto marcar que las ligaduras internas al significante tenían las funciones
más amplias en la génesis del significado. Es lo que dio a su escrito de “La instancia de la letra” su
valor de punto de capitón, y es lo que endureció, a continuación, haciendo del significante la causa,
no solo del significado sino del sujeto. Dicho de otro modo, pudo darle a la verdadera causalidad
psíquica la forma de la causalidad significante, y basado en esto su enseñanza, la parte mas clásica
de su enseñanza pudo desarrollarse.
Entonces, el término mismo de sujeto, que Lacan aportó al psicoanálisis, si se lo considera por
reflexión a partir del cognitivismo, digamos que tiene este valor de romper la relación de doble entre lo
que es psíquico y lo que es orgánico.
Por ello Lacan podía decir que admitía la definición aristotélica del alma como forma del cuerpo, y de
cierto modo el estadio del espejo, es una génesis del alma en el sentido aristotélico, es el paradigma
que ilustra la emergencia del alma.Lo que nos desarrollan bajo las especies de la actividad neuronal,
y en sus formas supuestamente más elevadas, sus formas integrativas y recombinantes, incluso
reflexivas, son génesis del alma aristotélica las que nos proponen. Y Dehaene cree validar su
esquema diciendo; es lo mismo que el esquema aristotélico del sentido común. Hace falta un lugar
donde eso se reúna.
En relación con esto, es sensible que el sujeto está en posición descompletada. El sujeto del que se
trata en Lacan no es el sujeto psíquico.
De la misma manera que el saber del que se trata en el inconciente no tiene nada que ver con el
saber tal como está puesto en función en el cognitivismo, como información, que constituye el objeto
de un almacenamiento de memoria, que constituye el objeto de un aprendizaje, o que constituye el
objeto de una pedagogía. El saber figura en el cognitivismo bajo la forma del aprendizaje y de la
pedagogía, mientras que el saber del que se trata en el inconciente como diría Lacan, se ubica en
otra parte: se ubica en el discurso, y en un discurso donde se interroga el inconciente bajo el modo,
decía Lacan – que diga porqué, es decir interrogamos con el modo del desciframiento.Y, por lo tanto,
el sujeto de Lacan, es un sujeto del que podemos decir que está pura y simplemente abolido en la
neurociencia, puesto que para ella el postulado es aristotélico: lo que es psíquico se desprende, es el
doble de lo orgánico.
Vemos bien que, incluso si Freud tomó prestado de la biología, por supuesto no es a partir de la
biología como podemos aislar la pulsión de muerte; no podemos hacerlo mas que como una función
del discurso, es decir, precisamente bajo el modo de la función de la repetición.
Esto no implica, ni por asomo, una negación – ¿Cómo decirlo? – de lo real del cuerpo, no implica una
negación de lo real del esquema mental, incluso si es imaginario. Esto implica, diría generalizando
una proposición de Lacan, esto implica que las integraciones son siempre parcelarias.
Lacan lo dice a propósito de la imagen del cuerpo: incluso el acceso a la forma total del cuerpo no
anula la fragmentación inicial de la relación con el cuerpo, y por lo tanto la integración especular
nunca es total, es contradictoria. Y bien, podemos decir que, de la misma manera, la integración, lejos
de ser una función de síntesis, lejos de que haya una función de síntesis mental total, la integración
mental es siempre parcelaria, y lo que nosotros llamamos sujeto es justamente lo que es parcelario
en esa integración.Cuando Lacan se ocupa, trata el moi, es en la línea freudiana que ve allí un
revoltijo de identificaciones, separadas, que está a mil leguas del lugar de deliberación interna y
reflexiva que constituye el objeto de la hipótesis cognitivista.

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Este sujeto que Lacan recomendaba no encarnar jamás – e incluso cuando lo representaba bajo las
especies del conjunto vacío podemos decir que era todavía demasiado –, este sujeto, es inútil decirlo,
no es ciertamente susceptible de encarnarse en el cerebro. Hay allí otra función, una función
disjunta., que no puede ser abordada – no digo conocida, sino que no puede ser abordada –más que
en la referencia al discurso.
Después de todo, a partir del momento en que admitimos que no podemos cerrar el conocimiento
científico del cerebro sin apelar a la cultura, y bien me parece que es muy difícil negar que el discurso,
la relación al otro por el discurso, constituye un orden de realidad que es propio. E incluso la hipótesis
de la que no podemos prescindir del desciframiento de la intención del otro es ya un testimonio de
que no podemos negar la densidad de real que hay en el hecho del discurso, puesto que, después de
todo, incluso en este ejemplo sumario que nos dan, en esta apelación sumaria que se hace al otro, es
cuestión de desciframiento.
Por lo tanto, pretendemos que el sujeto, es una función que se desprende de este orden de realidad
sui generis, que es el discurso.Es esto, entonces lo que Lacan, en su enseñanza mas clásica
desarrollo hasta este punto, que he señalado la última vez, donde encuentra un corte de la
causalidad.
Podemos decir que, a todo lo largo de su enseñanza, adoptó con su valor de provocación, el lenguaje
causalista, listo para enfrentar, en su terreno al discurso de la ciencia, si puedo decirlo, y hasta aislar
un corte de la causalidad, un corte de la determinación, encontrando, sintetizando – ¿por qué no
decirlo? – un cierto número de resultados bajo la forma de: no hay causalidad sexual. Dijo relación.
Dijo relación para decir: no hay allí causalidad y no hay ley de la relación entre los sexos.
Pensó con esto oponer a lo real de la ciencia, que es un real que contiene un saber, el real propio del
psicoanálisis bajo la forma de un real que no contendría un saber, y que vehiculizaría el saber del
inconciente. Pero justamente vehiculizando especialmente la ausencia de ley, vehiculizaría
precisamente el agujero de ese saber.No hay relación sexual, es la noción de una ausencia de ley. La
ley sexual no puede escribirse.
Esta contingencia está ubicada para Lacan en el nivel de la constatación, que es validada por el
discurso analizante, por la experiencia analítica, y digamos, por la multiplicidad de la que testimonian
los modos bajo los cuales los dos sexos entran en relación. Hay allí una multiplicidad clínica, y
digamos que, bajo su forma sintética, permite, por el hecho de que esta contingencia no se
desmiente, permitiría enunciar, ser tomada como demostrando la imposibilidad de escribir una ley en
ese lugar.
Y entonces que, podemos decir, que el termino contingencia se torna en efecto una palabra clave en
el lugar de la causa.Lo que podría ser considerado aquí como una impotencia del discurso analítico
para formular la relación sexual es, para Lacan, tratado como una imposibilidad. Y el análisis deviene
el lugar propio donde el inconciente testimonia de este real, que es un real, si queremos, sin saber.
Entonces, ¿En qué medida hay un matema de lo real?
Estamos obligados a decir que es un real sin matema. Lacan, finalmente, si seguimos todas las
etapas – lo que no he hecho, lo veríamos retroceder el lugar del psicoanálisis: del de la ciencia al de
la ciencia conjetural, luego al de la ciencia al borde de la ciencia, y luego al de la formación discursiva
en el borde exterior de la ciencia. Y allí, en el fondo, inventa un real sin matema, o: hace de la relación
sexual un real sin matema, donde la cuestión es saber en qué medida es transmisible. Lacan da

129
como respuesta: solo es transmisible por la fuga a la cual responde todo discurso. Es esencialmente
transmisible por la experiencia analítica misma, me parece, es decir por la experiencia misma de la
fuga.
Entonces, cuando Lacan pudo formular, como lo he subrayado, en su último texto escrito, que el
inconciente es real, entiendo con ello que el inconciente no es imaginario, que era si queremos, la
tesis a la que conducían sus “Propos pour la causalité psychique”, que el inconciente no es simbólico,
al menos en su fase más profunda, que el inconciente esta a nivel del sin ley, y que no representa
incluso el retorno de la verdad en el campo de la ciencia, porque la verdad, comparada con este real,
no es más que un espejismo.De allí, entonces, el soporte que creyó poder tomar en el nudo, del que
podemos decir que hizo una materia del inconciente, la base material del psicoanálisis, pero digamos
a condición de que precisamente no se desarrolle en las normas del discurso de la ciencia. No es
falta de saber que le hizo evitar el simbolismo matemático de los nudos, me parece que es ante todo
para dar el paradigma de un tratamiento de una materia a la cual el discurso científico era, en ese
momento, incapaz de darle sus leyes.
Y por lo tanto, es sin duda la invitación que hace a los analista, y que debemos sostener ante las
avanzadas, por una parte de observaciones, pero por otra parte, hay que decirlo de las hipótesis para
los creyentes – no podemos decirlo de otro modo –, que ante estas avanzadas de observaciones o de
ficciones, su invitación a los analistas es esforzarse por ek–sistir, es decir existir fuera de esas normas
– no estando prohibido, por operaciones de comando, si puedo decirlo, minar un cierto número de
fundamentos. Es lo que, con mis medios, trato de hacer hoy, y trataré de hacerlo la vez próxima.

(Recapitulación de lo que está escrito en el pizarrón)

*NdT: juego de palabras entre neu (homófónico con noeud: nudo)

Fin de la Novena Sesión del Curso JAM 2007-2008 - 6.02.08

Décima sesión del Curso 2007-2008


Miércoles 13 de febrero de 2008
X

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En este Curso, JAM prosigue su “ascesis de los escritos cognitivistas”. Su modo de hacer merece que nos
inspiremos de él. Con él nos indica, a nuestro parecer, la buena manera de proceder cuando se trata de “cernir”
lo que es más propio al psicoanálisis. Podremos así, con argumentos sólidos, distinguirle radicalmente de otros
discursos. Querríamos señalar un simple hecho, y es que tanto más JAM diseca los meandros del cognitivismo,
tanto más el psicoanálisis aparece bajo una nueva luz, es decir, tanto más el psicoanálisis sale ganando.
Uds. podrán leer la inédita y admirable lectura de la “Instancia de la letra”, la puesta en evidencia de la noción “de
la ausencia” y después la del “agujero”, puestas en correlación con la teoría del sujeto lacaniano, que más tarde
será sobrepasado por el parlêtre. El final del Curso es también un precioso “instrumento” que nos permite captar
mejor el alcance del DE y del TDE de Lacan y, concretamente en lo que concierne al final de análisis y al pase
(from TLN)

He asistido este fin de semana a una especie de coloquio donde se trataba, entre otras cosas, del
cognitivismo, y he podido constatar el rechazo del que es objeto el estudio del cognitivismo.
A mi parecer, y según lo que yo puedo apreciar, tres días después de haber animado estos debates,
es decir, de haber jugado a Monsieur Loyale introduciendo, presentando y felicitando a los oradores,
sólo se tocó al cognitivismo de lejos. La antipatía con respecto al cognitivismo de aquellos que han
estado sometidos a la influencia de Lacan es tal que se niegan a mirarlo de cerca y, en el fondo, no se
lo reprocho, dada la ascesis que representa la lectura y la reflexión de estos escritos.
Es verdad que se puede rechazar de entrada la equivalencia planteada por el cognitivismo entre lo
que ellos llaman los estados mentales y los estados físicos.
Se puede de entrada considerar que esta equivalencia postulada, sólo puede apuntar a lo que un
filósofo americano anticognitivista llama una teorización utópica. Con ello apunta muy bien a la falla
que yo evocaba la última vez entre las bases neuronales y las cimas del pensamiento, falla que se
recubre con hipótesis que debemos reconocer que no son, al menos actualmente, susceptibles de ser
testadas. Entonces, ¿qué es, con respecto al discurso científico, una hipótesis que no puede ser
testada? Es una concepción: es una concepción del mundo y del pensamiento.
Pero eso no impide que podamos ir más allá en esta concepción, explicando el sentido de la palabra
estado, en estados mentales y estados físicos, sentido que está tomado directamente de la teoría de
las máquinas de Turinge y que se refiere a un estado de esta máquina.
Esta correspondencia tan esencial a la concepción cognitivista, ha sido particularmente –en el origen
quizás– planteada por un filósofo, por así decirlo, en la línea quineana, aunque tenga su originalidad,
que se llama Hylarie Putnam y que enseñó junto a Quine en Harvard. Es él el que formuló, ya en los
años 60, lo que llamó y que quedó en la historia de las ideas, pero que aún está activo hoy día, el
machine–state–functionalism–el funcionalismo estado–de–la–máquina–. Este teorema, si se quiere, o
este postulado, continúa siendo la base, a veces no explicitada, de las investigaciones a las cuales
hice alusión la última vez.
Vale la pena destacar que Putnam mismo se hizo objeciones y que desmintió su hipótesis de partida
reemplazándola por otra, que quedó inscripta bajo el nombre de la multiple realizability –la
realizabilidad múltiple. Es la tesis, bastante amena hay que decirlo, según la cual el mismo estado
mental puede corresponder a varios estados físicos distintos, sin que podamos escribir las flechas en
el otro sentido.

131
Es con razonamientos de este tipo con los que se piensa que aunque evidentemente el cerebro de un
pájaro, de una serpiente, de un insecto y el del hombre tienen seguramente estructuras diferentes, sin
embargo, el sentido del dolor debe ser el mismo para todas las especies y que se debe entonces
suponer que el dolor tiene un sentido para especies, cuyo cerebro tiene una configuración diferente. Y
entonces, de este razonamiento, sacaba su hipótesis, que ha sido generalizada después, para el
hombre también, es decir, que la misma significación de dolor podía ser puesta en correlación con
estados físicos del cerebro distintos.
Evoco brevemente esto, porque estoy aún trabajando en el desciframiento de estos textos, los
primeros de Putnam, de los años 60, y luego los de la controversia que aún continúa, incluso si lo que
Thomas Nagel llama el stablishment de las ciencias cognitivas, ha elegido de una vez por todas el
machine–state–functionalism y rechazado las objeciones que Putnam mismo hizo de sus ideas de
partida.
Entonces, `prosigo el intento de orientarme en este maquis, dicho esto sin intención peyorativa, y me
doy cuenta que tomé conocimiento de ello en el curso del tiempo, sin precisamente recomponer el
hilo ni ver las consecuencias. Lo menciono porque cuento con llegar hasta el final, pero para esta vez
querría buscar en la enseñanza de Lacan lo que se puede discernir cuando uno se traga esta
literatura. Entonces, inducido por esta concepción cognitivista, percibimos que hay una palabra que
retorna en las objeciones, las críticas, incluso las bromas que nos encontramos dirigiéndo a los
cognitivistas –o algo más, porque este fin de semana no hemos pasado muy lejos del insulto– la
palabra que retorna y que hace objeción es la palabra contingencia. Habría que darse cuenta al
menos, de lo que esa palabra tiene de paradójica en el psicoanálisis, aunque forme parte ahora de
una suerte de doxa muy nuestra.
En efecto, la palabra contingencia es la antitesis exacta de esa llave maestra que Lacan colocaba a la
cabeza de sus escritos, a saber, la de la determinación.
El psicoanálisis, en absoluto avanzó en el mundo en nombre de la contingencia sino, justamente, en
nombre de la determinación, y Lacan tuvo el mérito de destacar, en tanto tales, esta palabra y esta
dirección.
Si La carta robada ha quedado como ejemplo paradigmático del poder interpretativo del psicoanálisis
es, sin duda, porque esta carta demostraba propiedades singulares con respecto al espacio tiempo,
por así decirlo, siendo la función de la policía, en esta historia tomada prestada a Edgard Poe, la de
representar la exhaustación de la realidad física, a la cual escapa la instancia del significante y donde
ya se esbozaba, en efecto, la noción de un real que sería propio al psicoanálisis, sobre el cual el
discurso de la ciencia como físico–matemática no tenía acceso.
Pero, por otro lado, este apólogo estaba hecho para valorizar la potencia de la determinación que el
psicoanálisis podría revelar en, digámoslo rápidamente, los comportamientos individuales.
Desde el inicio, y es por ahí por donde comienzan Los Escritos, si ponemos aparte la pequeña
"apertura" que Lacan redactó in extremis y que se refiere a Buffon, comienzan por una referencia al
automatismo de repetición. El escrito de La carta robada es un intento de ilustrar que lo que da cuenta
del automatismo de repetición freudiano, es lo que Lacan llama la insistencia de la cadena

132
significante. Pero, cuando leemos esto con nuestras gafas cognitivistas, percibimos que al inicio de
esta historia hay un automatismo, que la repetición esta concebida como un automatismo. Y si nos
hemos burlado de ese pequeño hombre que habría en el hombre, y que según la psicología
experimental y cognitivista, se le supone poder dar cuenta de todo lo que pensamos y sentimos, si
nos hemos burlado del homúnculo al cual hacemos referencia y que vive nuestra vida en nuestro
lugar, y bien, cómo no reconocer que esta concepción ha sido quizás acreditada en la concepción
común a partir de Groddeck –puesto que por eso tuvo la idea de inventar el ello– y que Lacan con su
apólogo de La carta robada, nos dice de alguna manera que en el corazón del inconsciente hay un
autómata. Este autómata, con nuestras gafas cognitivistas, podríamos decir que tiene ciertos rasgos,
que está en relación, que es una edición del homúnculo.
Este autómata interno al inconsciente es para Lacan –y es ahí en efecto cuando se separa de Freud o
que lo prolonga o lo desplaza– este autómata inconsciente está concebido por Lacan como una
entidad matemática. Y la demostración, que hizo época, es que el inconsciente obedece a una lógica.
Todo esto está muy bien hasta que nos damos cuenta de los prolegómenos que esta concepción
pudo encontrar en el cienticismo de hoy.
Esta perspectiva, como sabéis, es desarrollada, es ilustrada por Lacan con su esquema de los alfa,
beta, gama, delta, su esquema que se sostiene en conjuntos de símbolos más y menos. El
vocabulario es de dos símbolos y sirve para fijar los trayectos de un gráfico o de una familia de
gráficos, aunque no estén todos trazados.
La demostración es que a la parte de arriba del gráfico, sólo se puede llegar a partir de ciertos puntos,
es decir, no todos; que hay, entonces, exclusión de ciertos vértices, si nos fijamos en uno de ellos.
En el gráfico que traza Lacan, que sólo es el primero de los que pueden ser trazados en su
demostración, constatamos, digamos, una ambigüedad, una doble valencia del mismo símbolo, la
cifra 2, que se encuentra en dos lugares en el esquema. El esquema está atravesado por un recorrido
que conduce, arriba, al 3, y que vuelve a partir del 2 inferior, al 1; el 2 está abajo y también arriba. He
aquí el estadio elemental.

A partir simplemente de este 2, que figura en dos lugares distintos, planteamos lo que se constata, a
saber, que en función del número par o impar de los trayectos entre los dos 2, la salida se hace hacia
el 3 o hacia el 1 (JAM subraya en el esquema las dos salidas, arriba hacia el 3 y abajo hacia el 1). De
esta manera podemos saber cuando sale el 3 o el 1 si el rango de 2 ha sido par o impar.
Lacan nos presenta esta tirada elemental como equivalente a una memoria y donde figura una ley
que puede ser escrita.
He aquí lo que nos da como ejemplo de la determinación simbólica que opera en el inconsciente.
Incluso si no emplea respecto a ello la palabra de la cual hará uso más tarde, la palabra saber,
133
tenemos ahí la figuración de un saber elemental que nos asegura que una memoria está en función, y
que nos permite a partir de una tirada como 1 o 3 (JAM subraya sobre el esquema el 1 o el 3), nos
permite conocer retroactivamente algo de lo que concierne al 2.
Es lo que Lacan llama en esta fecha una determinación simbólica. Y su construcción subsiguiente
tiene por objeto, lo dice él mismo, convertir en opaco lo que esta determinación tiene de evidente o de
transparente.
En efecto, en lo que respecta a lo que sigue, cesa de presentar un gráfico y esto hace que la cosa
sea menos accesible, la complica de probabilidades que tienen por efecto producir un ejemplo que
presenta un cierto carácter oscuro y confuso. Recuerdo bien que antes, cuando descifrábamos este
texto, antes incluso de que fuera incluido en Los Escritos, al principio de los años 60, consistía en un
ejercicio, el de romperse la cabeza sobre el esquema de los alfa, beta, etc., a saber: ¿Cómo
comprender esto? Varios decenios después, esto se borró sin duda, aunque aquellos que hoy
intenten la lectura, ya me dirán. Se obtenía –y hay que pensar que es un efecto que Lacan deseo– se
obtenía una determinación oscura y confusa pero cuya raíz –todo está ahí– era, sin embargo, clara y
concisa. Tenemos aquí, a condición de que las consecuencias sean opacificadas, la ilustración de que
lo confuso y lo oscuro tienen, sin embargo, una raíz perfectamente clara y concisa, y este carácter de
claridad y de concisión sólo pide ser transmitido a lo que antes fue presentado de manera oscura y en
la opacidad. Podemos decir que Lacan juega con las cartas sobre la mesa, puesto que anunciaba él
mismo su empresa de hacer opaca a la determinación, precisamente para mostrar que una
determinación opaca era, sin embargo, en el origen clara y concisa,
Este claro y conciso está valorizado en el ejemplo que Lacan acuerda al Fort–da tomado de Freud.
Uds. conocen esta escansión fónica, silábica que acompaña la aparición y desaparición de un objeto
y que nos da el ejemplo de un automatismo natural y originario. Es como captar en la observación del
niño un enclave de automatismo. Vemos en ese momento el autómata del cual hablaba
anteriormente, el autómata inconsciente que está como presentado y que está como –como dicen los
cognitivistas– naturalizado, si se puede decir. En fin, tan bien naturalizado porque está dado como
natural.
El ejemplo, ya clásico, del Fort–da está ahí para ilustrar otra vez de nuevo la determinación – Lacan lo
da como tal– la determinación que caracteriza de esta manera: como aquella, cito, que el animal
humano recibe del orden simbólico. Animal humano, es totalmente digno de satisfacer en nosotros al
cognitivista. Es el organismo vivo, animal, que vemos acceder, ser tomado, por un automatismo que
señala que está en relación con – vamos a decirlo a la manera cognitivista – con la cultura. Y Lacan
habla, entonces, de la entrada del sujeto en, lo cito, un orden cuya masa le soporta y le acoge bajo la
forma del lenguaje. Tenemos aquí, bien planteada, una relación de exterioridad entre el animal
humano y el orden simbólico, es esta relación de exterioridad entre el animal humano y el orden
simbólico, es esta relación de exterioridad la que es supuesta para que podamos hablar de entrada
del sujeto en este orden.
Entonces, ¿qué es previo a la entrada?
Hay que decir que no está explicitado perfectamente en Lacan. La palabra animal indica en efecto
que hay un organismo vivo. Pero, ¿humano es posterior o anterior a la entrada? Nada se dice sobre
esto.

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Podríamos creer que el significado es previo a esta entrada, puesto que en esas fechas Lacan
escribe que: La masa del orden simbólico impone la determinación del significante a la del significado.
Y entonces esto parecería indicar que, en su concepción de la época, hay una determinación del
significado que es anterior a la determinación del significante del que testimonia esta entrada. Y
podríamos desarrollar en qué sentido podríamos decir que el significado esta ahí anterior y buscar, en
efecto, en el registro de la necesidad, los primeros significados que encuentran sus significantes, pero
que se distinguen aun apenas del estatuto animal– si somos cognitivistas.
Pero, si somos lacanianos, es más bien, o sería más bien del lado de la determinación donde hay que
buscar lo previo. Y, ahí, ¿qué es lo previo? Y bien, lo previo de la construcción misma del gráfico
lacaniano, es lanzar la moneda, si se puede decir, puesto que más y menos pueden ser encarnados
en la cara y la cruz de una moneda –evidentemente esto supone ya todo el orden simbólico, la
moneda, pero en fin digamos el equivalente– la determinación simbólica previa es pura y simplemente
la del lanzamiento de la moneda al azar.
Respecto a esto, la realidad primera, anterior a la construcción de los gráficos que devienen opacos
progresivamente, la realidad primera es la de un estricto reparto al azar.
Y sobre este reparto al azar, se sobreimpone una sintaxis, un reagrupamiento de los elementos –aquí
los más y menos, un reagrupamiento de estos elementos según ciertas combinaciones localizadas,
definidas y reglamentadas.
De hecho, ¿cómo se obtiene la opacidad?
He subrayado ahí una palabra, pagina 48 de los Escritos, la palabra que Lacan emplea, que me ha
llamado la atención a causa de lo que decía la última semana, la palabra recombinar. La ultima vez
dije que la palabra maestra que estaba propuesta para pasar de las bases a las cimas, en la
concepción cognitivista, era, me parece, en la obra de M. Dehaene, la recombinación. Y bien,
tenemos en la pagina 48 de los Escritos este verbo recombinar. La recombinación de los elementos
de la combinatoria. Y en el fondo, el esquema de La carta robada es un esquema de recombinación
que nos da al final propiedades complejas, nos hace asistir por lo tanto a la génesis de una
arquitectura compleja y opaca por recombinación, es decir, realiza, en reducción y de manera
efectiva, el programa cognitivista. ¡Ah!
Salvo algunos elementos, la tentativa de Lacan en esta construcción podría convertirse en una pieza
vertida en el dossier del cognitivismo.
Sin duda, se distingue de él. Se distingue porque las uniones sintácticas que Lacan pone en evidencia
en su construcción no dan cuenta de una actividad, sino de lo que él llama una subjetividad
primordial. Y, evidentemente, esto se distingue del programa cognitivista porque es una subjetividad
que no se refiere para nada a la reflexibilidad, que no pretende poner en evidencia la génesis de una
conciencia o de una conciencia de sí. La palabra sujeto e incluso subjetividad, es utilizada de pleno
por Lacan, completamente a distancia de la intención de significación cognitivista que apunta a la
actividad, a la reflexibilidad y a la conciencia.
Si Lacan reconocía en las trayectorias del grafo lo que él llama un rudimento del recorrido subjetivo,
es por una razón muy precisa y que se hace ya sentir en este estadío elemental, es que hay exclusión
de ciertos elementos, es que no se puede llegar a una cima a partir de cualquier cima, es que hay
exclusión significante.

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Y por ese hecho define el sujeto como una función que esta suspendida a lo que se llama: de la
ausencia
Esta presentación partitiva, de la ausencia, es bastante sorprendente, no dice suspendida a una
ausencia sino de la ausencia.
Hay ausencia
Y por ese hecho, Lacan profiere– sin que veamos conexión evidente de esta propuesta con la
precedente sino que la conexión se refiere a lo que le imanta para saber dar cuenta del automatismo
de repetición– por el hecho de que el sujeto tal como lo define está suspendido a de la ausencia, está,
profiere Lacan, obligado a repetir ese contorno. Está obligado a repetir esta exclusión, la exclusión de
esa zona significante a la cual no tiene acceso.
Dicho de otra forma: hay de lo inaccesible.
Es bastante sorprendente ver, en efecto, lo que para él constituye una subjetividad primordial, de la
cual tenemos aquí de alguna manera el bosquejo: lo que tiene un valor constituyente para una
subjetividad primordial, es la correlación con un hecho de ausencia.
Correlación que tiene como consecuencia, si se puede decir, de la repetición.
Si reflexionamos en ello, es una presentación que parece abstracta, pero en fin procedente de un
dato freudiano de base, a saber, que el sujeto freudiano es susceptible de represión: es el sujeto de la
represión. Es lo que Lacan traduce, me parece, por su ausencia, que traduce en el fondo en términos
significantes. Porque para él es la estructura del lenguaje la que da su estatuto al inconsciente,
traduce la represión por su de la ausencia.
Vemos bien lo que se presenta para la investigación cognitivista como una apuesta: es buscar el lugar
cerebral de la represión donde se encontrarían inscritas las huellas que son inaccesibles a la
conciencia y que pueden con ello, a los ojos de los cognitivistas, justificar la perspectiva, si se puede
decir, fisicalista– puesto que Freud, el primero, separó el pensamiento de la conciencia.
Y entonces la represión aquí es una apuesta esencial tanto de la construcción de Lacan como de la
investigación que puede parecer naíf pero que es también de Freud tomado a la letra por parte del
cognitivismo.
Entonces, es un forzamiento bautizar a eso sujeto, bautizar sujeto un cierto recorrido del grafo. Es
conceder el término sujeto a una función que no se parece en nada a la conciencia de sí.
Y Lacan engaña a su mundo de esta manera, podemos decir, desde hace cincuenta años, gracias al
término de sujeto.
Hay toda una insurrección contra el cognitivismo, que se hace en el nombre del sujeto, y cuya
sustancia no es otra cosa que la conciencia de sí. Se hace en nombre del sujeto y de lo que sería su
libertad, su autonomía, valores todos que están perfectamente ausentes de su definición lacaniana.
Y he señalado ese deslizamiento, si lo puedo decir, en los mejores. Porque el término de sujeto, en sí
mismo, hace deslizar estos valores de autonomía y de libertad que no tienen nada que ver con el
funcionamiento que Lacan bautiza sujeto.
Bautiza sujeto el funcionamiento de una sintaxis –el funcionamiento de una combinatoria– una
sintaxis engendrada por el material significante.
Así, el sujeto para Lacan emerge cuando vemos destacarse de lo que él llama la realidad, pero
también en este texto lo real, lo real bruto de los más y de los menos, sacados al azar, el sujeto
emerge a medida que se destaca de lo real una determinación significante. Entonces define, elige

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definir el sujeto por ese recorrido en exclusión, es decir, por un cierto modo de disparidad aportada
por el significante. Y Uds. saben que pensó utilizar este término de disparidad a propósito de la
transferencia, donde hablaba de disparidades subjetivas. Podemos decir que de entrada el sujeto es
una disparidad y que de entrada su concepto está ligado a la ausencia, está ligado a un contornear, el
contornear de una zona que yo llamaba prohibida, es decir, de un agujero pero que podemos también
tratar como un residuo y que, de hecho, él lo llama en estos términos, el caput mortuum del
significante –el caput mortuum es el residuo de la operación alquímica.
Y bien, tenemos ahí ya los términos en los cuales continuará desplazándose su teoría del sujeto,
hasta el punto donde reconocerá el sentido más profundo de esta ausencia en la ausencia de relación
sexual.
Sin embargo ¿a qué práctica del psicoanálisis abre este apólogo?
Abre a una práctica que clasifica los fenómenos imaginarios como impregnaciones, datos inertes que
hay que distinguir del resorte simbólico de la experiencia. Y en el fondo esto ha sido la gran lección
práctica de Lacan. Lo que localiza la realidad para el sujeto y la vía por la cual el psicoanálisis opera,
es el resorte simbólico. Es del orden de la sintaxis y del significante. Y es como él se expresa, la ley
propia de la cadena significante, es su algoritmo el cual rige lo que llama los efectos psicoanalíticos
determinantes para el sujeto. Y enumera lo que en su seminario ha desanudado metódicamente:
forclusión, represión, denegación; he aquí los efectos psicoanalíticos determinantes: Ververfung,
Verdragung, Verneinnung, efectos que siguen el desplazamiento significante.
La historia de La carta robada tiene como fin, en efecto, mostrar cómo, según los desplazamientos de
la carta, según sus poseedores, modifica su posición. La posición de la carta modifica la posición de
sus poseedores, de los que la tienen. Y ahí tenerla, tener la carta en su posesión, tiene efectos que
son notables. No tenerla, igualmente, correlativamente. Y es así, que la historia de La carta robada
que ha encantado a generaciones enteras, es la historia de un signo que se desplaza, y muestra
cómo el sujeto como tal recibe su determinación de ese significante.
Podemos decir que el término está forcluido o que está excluido de toda esta construcción es
precisamente el termino de contingencia. Al contrario, el forzamiento es mostrar punto por punto una
determinación.
La contingencia sólo existe a nivel de la tirada al azar –primero. Ahí podemos decir que hay
contingencia puesto que no podemos saber si una moneda que ha caído cara, a la vez siguiente será
cara o cruz. Simplemente sabemos que no cesará de escribirse para siempre o que no cesará de no
escribirse en referencia a lo que hemos anotado.
Entonces, a este nivel de la contingencia la demostración de Lacan es: no hay sujeto. Sólo hay sujeto
cuando la sintaxis ha comenzado y, a medida que esta sintaxis define las determinaciones que van
volviéndose opacas hasta que ya no sepamos cuales son las vías de la determinación, –lo que no
impide que ella exista.
En cierto modo, tenemos una reducción pero esta vez se puede probar, esta postulación que
encontramos en el cognitivismo, que incluso si no sabemos aun como pasar de las bases neuronales
a las cimas del pensamiento, sin embargo hay una determinación, hay una vía de determinación.
Es por este motivo que Lacan puede decir que, al final, una carta siempre llega a su destino. Ya lo he
explicado de muchas maneras pero aquí lo explico de manera más sencilla a través de mis gafas
cognitivistas. Una carta siempre llega a su destino precisamente porque viene determinada por una

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sintaxis, esto es, su destino no es un sujeto, su destino es otra carta, o lo que es lo mismo: un
significante representa al sujeto para otro significante. Que una carta llega siempre a su destino
quiere decir que una carta viene determinada por un algoritmo, y, por lo tanto, si patina o parece no
llegar a su destino no es más que una interposición imaginaria o un hecho de inercia. Se podría
incluso decir que siempre ha llegado ya a su destino en función del algoritmo que la determina.
Entonces, lo que Lacan ha llamado el gran Otro, es el lugar de estas combinaciones, es el lugar de la
combinatoria, y es el lugar de la determinación significante, que siempre va estrechándose sobre un
esquematismo elemental del que carece el cognitivismo.
El cognitivismo tiene que mover mucha retórica para hacer prevalecer su punto de vista mientras que,
aquí, Lacan va reduciendo la retórica para ceñirse a fórmulas de tipo matemático hasta llegar al colmo
en De un Otro al otro. En cualquier caso, el lugar de estas combinaciones, de esta combinatoria, de
esta determinación significante, es lo que Lacan ha denominado el Otro, el gran Otro: A, que deja por
fuera a un sujeto vacío, un sujeto que ha recibido esta sigla de la S barrada: $, que lo convierte en un
ser ambiguo y, a la vez, en relación con la cadena significante ya que es el símbolo mismo del
significante que sirve para designarlo pero modificado, modalizado por la barra que al mismo tiempo
lo exceptúa:

$/A

En cualquier caso, el cognitivismo, si quisiéramos traducirlo en estos términos, pone en función a un


gran Otro que se halla en el interior del organismo y al que denomina el cerebro.
El cerebro ocupa el lugar el gran Otro, es el lugar de una combinatoria cuyo desciframiento está
suspendido, donde los elementos son... neuronales – esto está en la versión y aquí también hemos
de ser precisos, está en la versión mainstream del cognitivismo; hay, de hecho, versiones debilitadas
o diferentes.
Por ejemplo, la versión de Roger Penrose. Es un verdadero sabio, pero que, fuera de su ámbito de
estricta competencia, ha realizado obras, digamos, populares que resultan todavía bastante
complejas. Ha realizado, por ejemplo, hace algunos años, un tratado extraordinario sobre las Leyes
del Universo. Él tiene la idea de que el funcionamiento cerebral no obedece a la física matemática
clásica sino a la física quántica, a partir de un cierto número de hechos que él interpreta en este
sentido y esto le lleva a pensar que los elementos fundamentales no son las neuronas sino otros
elementos. Estoy intentando comprender un poco mejor de qué se trata para trasladároslo, no porque
tuviera consecuencias desastrosas sobre las investigaciones que realizáis o que no realizáis en el
cerebro sino porque confiero un cierto valor a la exactitud.
Pero en fin, para abreviar, en la versión mainstream, los elementos son neuronas y, en el fondo, se
está evocando una arquitectura que es del orden de la determinación opaca, opacificada, pero de la
que se nos asegura que existe una vía de determinación elemental que se puede, por aquí o por allá,
hacer resaltar. Por fin, ¡tenemos la determinación! Las correspondencias.
Entonces, si partimos de esta base, vemos de qué manera el cognitivismo es llevado a hablar de
cultura.
Lo que llama cultura es, en el fondo, el mismo Otro: lo ha recuperado del interior del organismo
individual, y lo ha colocado también en el exterior. En otros términos, comienza por convertir al

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cerebro en el Otro desde el interior, por así decirlo, y a continuación postula que también está este
Otro en el exterior que tiene la misma estructura, que es homólogo, pero que se distingue del
organismo individual por la memoria que está depositada en él, la acumulación milenaria que está
entonces ahí como la masa que acoge el organismo individual en su nacimiento.
Aquí vemos bien que no tenemos aún lo real que sería propio del inconsciente y que Lacan investigó
en su última enseñanza.
O bien, no hay ningún real en función, si lo real no es más que él de la contingencia de tirar al azar o
bien, lo que es considerado como real es lo real de la sintaxis, lo real de la estructura del lenguaje.
Pero si es esto lo real, entonces, no es un real propio del inconsciente.
Si bien es la estructura del lenguaje la que confiere un estatus al inconsciente, ella no nos
proporciona, sin embargo, un real que sea propio del inconsciente, ya que la lingüística, la
antropología y las humanidades hacen referencia a él y explotan a su vez este real del lenguaje.
Lo único que esboza lo real propio del inconsciente, es el real que se encuentra en la ausencia, en lo
que produce agujero, en el residuo de toda explicación.
Lo que marca el comienzo de la última enseñanza de Lacan es el abandono de la categoría de la
determinación como brújula de la práctica analítica en beneficio de la categoría de la contingencia.
En su última enseñanza, Lacan no utiliza, no realza la palabra determinación sino la de necesidad.
Esta necesidad cuyo principal mérito es aislar un imposible, es decir, algo que no puede inscribirse en
el interior de una sintaxis.
Pero, ¿dónde se encuentra la sintaxis cuando se trata de los dichos de un analizante, dónde se
encuentra el algoritmo? Nadie dispone de este algoritmo. Y la pregunta con la que se tropieza Lacan
y con la que inicia su última enseñanza, es la siguiente: ¿Cómo se puede demostrar en psicoanálisis
el imposible a partir de los dichos del paciente? Y en el fondo su respuesta es: la contingencia puede
demostrar la imposibilidad.
La contingencia es unas veces sí y otras no, califica un término con eclipse, sin ley. Y es por esto por
lo que, en Lacan la imposibilidad de la relación sexual está estrictamente en relación con la
emergencia del amor, la emergencia contingente del amor. Si da por fin, si es preciso que dé y se
esfuerza por dar una densidad no imaginaria y no simbólica al amor, es para disponer de un término
capaz de poner en función la contingencia en una demostración de imposibilidad.
Lacan ha percibido los límites, en psicoanálisis, de la determinación, de la ley, de la combinatoria, sin
duda a partir del cienticismo de Lévi–Strauss.
Los ha percibido, me parece, a partir del momento en que Lévi–Strauss ha encontrado una armonía
preestablecida del pensamiento y del mundo tal como la expresa en El pensamiento salvaje, a partir
del momento en que aparece en él la idea de una correlación, de una homología entre, para abreviar,
el cerebro y el mundo.
Creo que es lo que, en cualquier caso, ha empujado a Lacan (pongo aquí en función una causalidad
externa, pero, por supuesto, habría que hacer referencia a lo que en el propio movimiento de su
enseñanza lo conducía a ello), lo ha llevado a este cambio brusco que es notable en la primera
lección del Seminario XI, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, cambio que ya he
comentado pero que veo ahora con el prisma del cognitivismo. Lacan percibe los límites de un punto
de vista que objetiviza el inconsciente en una combinatoria. Como lo dice él: El modelo de la
lingüística es el juego combinatorio que opera sólo, de manera presubjetiva– y no podemos evitar

139
pensar en lo que él mismo ha desarrollado con “La carta robada”. Él ve aquí la ventaja de poder
acreditar el inconsciente como algo objetivable – la palabra es recogida de su propia boca– pero
distinto del inconsciente freudiano: el inconsciente freudiano, dice él, es otra cosa.
Es este mismo movimiento el que le llevará más tarde a decir: El inconsciente da testimonio de un
real que le sea propio.
Aparece aquí este esfuerzo por cernir lo que es más propio del psicoanálisis, lo que es único,
vaciando, exterminando a veces, limpiando el psicoanálisis de sus adherencias a los otros discursos,
a las otras disciplinas y a las demás concepciones. Y por este motivo, vale la pena medirnos con la
concepción cognitivista.
Y ahí renuncia, como ya lo he dicho en otras ocasiones, renuncia a la referencia a la ley, que es
central en esta construcción gráfica, a favor de una referencia a la causa pero, todo hay que decirlo,
una causa que ya es el esbozo de lo que denominará más tarde la contingencia.
Lacan formula que, y lo cito, la causa se distingue de lo que hay de determinante en una cadena.
Vuelve a retomar este término de causa que ya aparece en el Seminario X, La Angustia, pero toma la
causa como distinta de la determinación del significante de la cadena porque la determinación
simbólica obedece a una ley e implica, por lo tanto, que no hay solución de continuidad.
Vemos claramente que, de todas las maneras posibles, ha intentado introducir un elemento de
ausencia en la determinación gráfica – lo he señalado anteriormente – pero es una regularidad: en su
demostración de la “Carta robada”, todo se basa en el hecho de que el contorno de la ausencia es
regular y, si hay significantes excluidos, sabemos cuáles son. Pero vincula el término de causa con el
de agujero, y con algo que vacila en el agujero.
Este es un intento de dar cuenta de una manera más cercana de lo que Freud denominó lo reprimido.
Es el mismo término freudiano que polariza la reflexión de Lacan en “La carta robada” y en esa
primera lección del Libro XI. Lo reprimido implica siempre la búsqueda de términos en modo negativo:
lo no realizado, lo no nato; busca términos negativos para calificar lo que podría ser llamado (pero no
sería tan exacto), virtual, realidad virtual. Entonces, tanto más difícil resulta de cernir aquí el estatuto
de lo reprimido tanto más este capítulo quedó en la memoria más bien por aquello que Lacan ha
podido describir de la aparición de lo reprimido bajo la forma de un obstáculo de la continuidad
( escollo, fallo, fisura, tropiezo, descubrimiento) en el que figura la palabra agujero.
Y en este punto, se puede decir que la orientación es doble. Por un lado, el descubrimiento siempre
resulta ser un redescubrimiento, es decir, que hay efectivamente repetición. Claro que hay repetición
por un lado, pero, por el otro, se puede decir que el término descubierto o redescubierto no es estable
y siempre está listo para volver a sustraerse.
Es palpable que, a partir de esta primera lección del Seminario XI, lo que Lacan describe es el
funcionamiento que formalizará en su escrito “Posición del inconsciente” y que traerá tan sólo hacia el
final de su Seminario al impartir las lecciones sobre la alienación y la separación. Pero, de entrada, es
lo que intenta presentar en esta lección número 1, es esta doble postulación que, por un lado,
mantiene la exigencia de la determinación, de la necesidad, de la repetición, pero que, por otro lado,
subraya la orientación hacia la continuidad, lo evasivo y, digamos, hacia la contingencia aunque esta
palabra no aparezca como tal.

140
Al final, lo que Lacan coloca en el lugar mismo donde más tarde reconocerá la ausencia de relación
sexual como principio de la contingencia analítica, de la contingencia del inconsciente, lo que coloca
en ese lugar es al sujeto como indeterminado.
Se puede decir que, a partir del Seminario XI es la indeterminación – aquí la negación queda
afirmada– es la indeterminación del sujeto la que le resultará indispensable para fundamentar el
sujeto del inconsciente.
Es preciso decir que partió de un sujeto de la determinación sintáctica y que tuvo que sustituirlo por el
sujeto como indeterminado para cernir los datos elementales de la experiencia.
Se puede decir que el sujeto permaneció como nombre de lo real durante mucho tiempo para Lacan.
Entonces, como lo expresa Lacan, este sujeto es un sujeto que, a la vez, se incluye en la
combinatoria y al mismo tiempo se sustrae a ella porque sólo hace la función de falta.
Se trata de un sujeto ambiguo y, yendo de acá para allá, Lacan repercute y trata esta ambigüedad
hasta el momento en que, en su última enseñanza, abandona el término de sujeto o, en cualquier
caso, lo subordina al de parlêtre, lo que va en paralelo con una desvalorización de lo simbólico y de la
sintaxis.Se puede decir que coloca en el lugar eminente en el que colocaba la sintaxis, a la
semántica, una semántica muy suya, una semántica en la que el significado no aparece precisamente
determinado.El punto de partida de Lacan era ir hacia: el significado está determinado por el
significante – esta es la demostración de la “Instancia de la letra”. Por el contrario, en su última
enseñanza, lo que cuenta en la experiencia analítica no es que el significado está determinado, es
que el sentido se fuga.
La fuga del sentido – no creo haberlo visto tan claramente cuando lo traté – la fuga del sentido es un
punto de vista que patentiza una superioridad manifiesta sobre la determinación del significado por el
significante. El sentido se fuga lo conecta directamente con el agujero.
Hay una pertenencia esencial no entre el significado y el significante, o en cualquier caso, ésta cuenta
menos que la pertenencia entre el sentido y el agujero.
Es a partir de aquí que el sentido puede ser tomado siempre como atrapado en toneles, como se
expresa Lacan, cada uno más fútil que el otro, a merced del agujero esencial caracterizado como lo
real propio del inconsciente. Y, entonces, con la desvalorización de lo simbólico, está la de la ciencia,
que Lacan califica de fútil porque tapa todos los agujeros. Vemos aquí el valor eminente que concede
a este término, a este agujero de alguna manera absoluto que no es el agujero de tal o cual
contenido, de tal o cual significante. Es porque la ciencia tapa todos los agujeros por lo que no tiene
ningún tipo de sentido. Esto pone en evidencia lo que yo denominaba la pertenencia esencial del
sentido y del agujero.
Entonces, ¿a qué término agarrarse si el significante y la sintaxis aparecen como toneles fútiles, si se
puede decir así, como reclasificaciones fútiles, a los ojos del agujero esencial?
Se puede decir entonces que la materialidad que Lacan ha encontrado es, en primer lugar, la
materialidad del síntoma.
Ha construido, en su última enseñanza, el síntoma como la materialidad propia del inconsciente,
como lo que confiere al inconsciente su estatus.
Se trata menos de la estructura del lenguaje que del síntoma y, precisamente, no el síntoma
articulado, como al principio, a la estructura del lenguaje, sino el síntoma como acontecimiento del
cuerpo. ¿Porqué esta elección? Se podría haber dicho también un acontecimiento de pensamiento.

141
Pero acontecimiento de cuerpo es construir el síntoma coma materialidad verdadera donde el
inconsciente se vuelve manifiesto. Y es así como puede reinventar a Sócrates, prefigurador del
análisis, como el que estaba fascinado por el síntoma, fascinado, dice él, del sólo síntoma.
Entonces, esta orientación hacia lo real, pero un real distinto de todo lo que había podido aislar
anteriormente, esta orientación hacia lo real hace caer la verdad como tal, el estatus de la verdad, en
la mentira, en la medida en que no hay verdad sobre lo real: no se puede decir la verdad de lo real,
sino que no se puede decir nada de verdad.
De repente, el final del análisis se encuentra apartado de toda idea de agotamiento combinatorio, se
encuentra apartado de toda idea de demostración propiamente dicha, a menos que sea posible una
demostración de satisfacción y es preferible decir – y este es el término que ha prevalecido– un
testimonio de satisfacción que el analizante se da después del recorrido en el que ha experimentado
dónde hay de la ausencia.
Bueno, intentaré leer más autores cognitivistas para la semana que viene (aplausos).
Ah, disculpadme, parece que son las vacaciones y retomaré el 12 de Marzo, para entonces, espero
tener el tiempo para leer una pequeña biblioteca.

Fin de la Décima Sesión del Curso JAM 2007-2008 - 13.02.08

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Undécima sesión del Curso 2007-2008
Miércoles 12 de marzo de 2008
XI

En este Curso, JAM nos entrega sus reflexiones en relación con el psicoanálisis, a partir de una posición que
caracteriza como siendo del orden de una “posición de inmanencia”. Ustedes leerán cómo JAM trata de dar
cuenta, a partir de una intuición, bajo la forma de la metáfora líquida, del pasaje en la enseñanza de Lacan de la
concepción estructural de las formaciones del inconciente hacia los efectos de lalengua sobre el cuerpo, a título
de acontecimiento de cuerpo. De este modo, será conducido a proponer en lugar del desciframiento, el corte del
redondel de cuerda surgido de la clínica de los nudos. Es el corte el que debe mantenerse a “nivel del
acontecimiento de goce”. JAM va a situar, de manera totalmente inédita, el lugar del control analítico, y
finalmente reubicará la sesión corta, en la era del “psicoanálisis líquido”. Esta no está ordenada al sentido del
deseo, sino que “esta ordenada a los acontecimientos de cuerpo”(From TLN)

El psicoanálisis líquido
Voy a dedicarme hoy a unas reflexiones sobre el psicoanálisis, aquellas que me surgieron, podemos
decir, en tanto que practicante, un practicante a quien su práctica, su práctica efectiva, suscita
interrogantes. De alguna manera son reflexiones realistas.
Digo reflexiones sobre el psicoanálisis, sería mejor sin duda decir en el psicoanálisis. Pues estas
reflexiones no me surgen de una posición exterior, trascendente, sino de una posición que es de
inclusión en el psicoanálisis, incluso, si puedo decir este término, de inmanencia. Un psicoanalista
reside en el psicoanálisis, está contenido en él. Y puedo decir el término que me surgió, de una
posición de inmanencia, puesto que no diré hoy más que lo que me surgió por vía de la asociación
libre. Quiero decir que estoy inmerso allí. Es una imagen sin duda. Estar inmerso en el psicoanálisis,
sumergido en el psicoanálisis como en un líquido. Como esta imagen me surgió, encontré allí la
ocasión de decirme que en efecto, el psicoanálisis se ha vuelto hoy, líquido, lo que puede hacer
pensar, por asociación libre, que está también li–quid–ado (risas), pero precisamente me detengo allí,
digo líquido. Y veo numerosos testimonios de ello
Es un término, un adjetivo, que fue utilizado por el sociólogo Zygmunt Bauman, si no me equivoco,
para calificar la sociedad de hoy, la civilización de hoy, La calificó de líquida. Imagino que es en rezón
de lo que se manifiesta como una movilidad de los ideales, como transformaciones tecnológicas cada
vez más aceleradas, como una volatilización de los límites, de las fronteras, lo que es un modo de
designar la emergencia y los efectos de lo que llamamos la mundialización – con lo cual se designa
ante todo, en definitiva, un fenómeno de comunicación, que tiende a la unificación de la información, y
que quizás se nos presenta primeramente por su fase, su aspecto de desestructuración.!Y bien! hay
también una desestructuración del psicoanálisis, de un psicoanálisis que había encontrado con Lacan
el resorte del estructuralismo y del que podemos decir, si nos fiamos en la imagen, que tiende a
devenir un psicoanálisis líquido. En todo caso, es lo que me surgió siguiendo como hilo: cómo el
psicoanálisis devino líquido y cómo lo practicamos hoy bajo una forma que no es más, digamos muy
simplemente, el psicoanálisis sólido, de la época de la estructura..Es lo que hace también que los
recursos que encontramos en la historia del psicoanálisis, en los casos princeps de Freud, en sus

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construcciones teóricas, en las épocas de la enseñanza de Lacan, están de algún modo hoy tomados
en una cierta nostalgia.
Es lo que refiero al estado actual del psicoanálisis que sería un estado líquido.Bueno, solo hago una
imagen de ello, pero en fin es así como me surge, por lo tanto voy a hilar la metáfora para intentar ser
auténtico. Hilar la metáfora, es adoptar, concerniendo al psicoanálisis y concerniendo las curas
analítica, la experiencia analítica de aquellos que se dedican a él, que se ligan a él, la imagen del
fluido, de lo que no es sólido, lo que fluye, escapa, como inasible.
Hay que decir por otra parte que las modulaciones, los temperamentos, que fueron aportados a la
noción del final de análisis en tanto que el pase contribuyen a esta fluidificación. Lamentamos que el
final de análisis no tenga, en los que podemos decir hoy, las aristas que tenía aún hace tiempo. De
allí, en ocasiones, la incertidumbre que toma el camino que Lacan había balizado y que aquí, como
en otros lugares, un cierto número había emprendido, siguiéndolo, como dando una seguridad, que
hoy parece sacudida.
Un fluido es también lo que califica un cuerpo que se deforma bajo la acción de fuerzas mínimas. Y
esto no puede no evocarnos aquello a lo que Lacan recurrió en su última y muy última enseñanza, el
nudo, que prometió, ampliamente en vano, como la referencia del psicoanálisis. Algunos trataron,
tratan de desarrollar este esbozo, pero no creo ser excesivo diciendo que estas tentativas no obtienen
la aquiescencia de la comunidad informal de aquellos que practican. Esta referencia no es quizá más
que una metáfora, y el psicoanálisis nodal ganaría quizá siendo resituado a partir de lo que llamaba el
psicoanálisis líquido.El psicoanálisis nodal, si es aquel que Lacan propone al final de su camino,
estudia digamos deformaciones – porqué no–, estudia deformaciones que responden, en efecto, a la
acción de una fuerza mínima, de una fuerza que está totalmente concentrada en, no veo otra manera
de decirlo, en la acción de tirar, tirar de las cuerdas.¿Cómo llegamos a esto, cuando pasamos por
donde pasó Lacan, a centrase en esta acción de tirar de las cuerdas y proponer esta acción como
referencia para el psicoanálisis? Les digo verdaderamente como reflexiono en todo esto, en su
carácter incoativo, emergente, apenas puesto en forma. ¿Cómo es que llegamos a centrarnos, a
partir del psicoanálisis, en la acción de tirar de las cuerdas?Tiramos de las cuerdas para obtener,
sobre ciertas figuras, cambios de aspectos, inmediatamente constatables, es decir visualmente – es a
lo que tienden las demostraciones y las mostraciones de Lacan en el pizarrón.Estos cambios de
aspecto introducen en general un problema que podemos extraer, que es siempre el mismo, y que es
este: esos aspectos nodales diferentes, ¿responden o no al mismo nudo? Y Lacan concluye su
enseñanza interrogando, de manera apasionada, esta reducción posible.
Entonces, en relación con estos aspectos diferentes, ¿qué es el mismo nudo? ¿Por qué su práctica y
su reflexión por el psicoanálisis lo condujeron a ello?
El mismo nudo. Lo que hace a su mismidad, sería el hecho de que puede ser identificable por su
estructura matemática. Esta estructura matemática por otra parte, Lacan la guardó a distancia, no
entró en ella verdaderamente, pero la guardó, me parece, como referencia, y lleva con ella la noción
de este nudo fuera de todo aspecto.Dicho de otro modo, exploró de manera repetitiva, el clivaje entre
estructura y aspectos.
Se empeñó en mostrar en qué sentido una multiplicidad de aspectos: x x x x x, podía ser referida a la
unidad, a la unicidad de un mismo objeto: N. Entonces, esta multiplicidad de aspectos, es una

144
multiplicidad cuyos elementos, tomados visualmente, pasan los unos en los otros: x–x–x–x–x, sin
solución de continuidad.

Tiramos, tironeamos, y eso se presenta de otra manera. Podemos preguntarnos si es siempre el


mismo cuando les presentan estados diversos de lo que se ha manipulado.
En la línea de la imagen, que me conduce aquí, diría que esta multiplicidad testimonia de un modo
líquido, mientras que la estructura nodal, ella, se desprendería del modo sólido..Por este hecho, este
extraño nudo, que Lacan aportó en el psicoanálisis, podría en el contexto donde lo inscribo, ser
definido de este modo. Podríamos decir que el nudo permite pensar lo que subsiste de la estructura
que responde al estado líquido del psicoanálisis, que el nudo nos presenta una articulación – diría
para emplear un tèrmino estructuralista – entre lo que hay de líquido y lo que hay de estructura
subsistente.
Tratemos de encarnar la intuición que me conduce a hablar del psicoanálisis líquido. ¿Qué es lo que
tiene que hacer el líquido aquí?¿Donde se inscribe exactamente,
Hablamos de dinero en efectivo (liquide). Se le supone al psicoanálisis lacaniano tener una
preferencia por el dinero en efectivo (liquide). (risas) Cuando el consumidor de psicoanálisis viene y
propone pagar con cheque, siempre hay un pequeño índice de transferencia negativa (risas). Lo he
constatado. Y a medida que la transferencia se torna positiva, el paciente propone comprar sus
cheques (risas), lo que quiere decir que no hay que encasillarlos inmediatamente. En el fondo queda
el testimonio de una resistencia al efectivo (liquidité). Entonces, el dinero en efectivo (líquide) es
llamado así porque pasa de mano en mano, sin dejar huellas, sin inscribirse en las escrituras, y
escapando a las estructuras que de otro modo lo capturan.
Pero no es en ese sentido que hablamos de psicoanálisis líquido. Es más bien la palabra misma la
que merece esta adjetivación, es la palabra que es líquida.
Freud abrió la puerta simplemente diciendo que invita al paciente a decir lo que quiera. Pero, ¿la
palabra voluntad está aquí en su lugar? Puesto que se trata más bien de sustraer la palabra a la
voluntad, de tener la voluntad de sustraer la palabra a la voluntad, y de decir lo que se les pasa por la
cabeza, sin tener en cuenta lo conveniente, sin tener en cuenta la verdad como exactitud, sin la
aprobación que ustedes podrían dar a lo que dicen, etc.
Es lo que recogemos con el vocablo de la asociación libre y que, de hecho, si consideramos aquello
de lo que se trata en el límite, es una invitación a usar la palabra sin la imposición de comunicar, es
una asociación libre de la comunicación, liberada de la comunicación.
Este modo, este modo tan especial de la palabra, en efecto pone en evidencia lo que llamo su
aspecto líquido.Entonces, tomó mucho tiempo en afirmarse esta liquidez de la palabra. Y esto pone al
tiempo en el análisis mismo. La palabra esta más constreñida al comienzo de la experiencia, cuando
esta experiencia se prolonga más allá de los límites medios que Freud le imponía, cuando la
experiencia dura, podemos decir que este aspecto líquido de la palabra se afirma cada vez más..
Sin duda – es una hipótesis –, es este aspecto líquido el que condujo a Lacan, luego de veinte años

145
de enseñanza, a aportar la noción de lalengua en su diferencia con el lenguajeLa palabra lenguaje
llama a la palabra estructura. Lacan no profirió este término de lenguaje más que apoyándose en el
discurso, que consideraba como científico, de la lingüística sausuriana y jakobsiana. Y hizo derivar de
él, al comienzo, la palabra, la palabra apareciendo de este modo como palabra de estructura, si
puedo decirlo, palabra esencialmente referible a la estructura, que distingue el significante y el
significado y que remite la significación a la sustitución y a la combinación de elementos significantes.
Es el punto de Arquímedes a partir del cual Lacan tomó la obra de Freud y la reordenó.Es en este
punto de Arquímedes, el suyo, que se empeñó introduciendo otra perspectiva, haciendo resaltar el
estatuto de lalengua, de la que puedo decir hoy que responde más bien al estado líquido de la
palabra.
La báscula, que introduce Lacan, de un modo que me parece, de todos modos, sorprendente, en su
última y muy última enseñanza, esta báscula se produce al final del Seminario XX titulado Aún. El
concepto de lalengua está destinado a destruir al psicoanálisis sólido. Es ya un concepto que anuncia
que la palabra es del orden de la secreción, que es un fluido lingüístico. Es lo que anuncia ya que el
significante no es más que el producto del discurso científico sobre lalengua, y pondría científico entre
comillas puesto que ya no estamos en el momento donde podemos decir que la lingüística de
Saussure es la ciencia del lenguaje – la lingüística de Saussure fue un modo de atrapar la palabra
líquida.
Lo que Lacan llamó el lenguaje, en el surco dejado por Saussure, era una estructura que terminó por
descubrir que estaba a distancia de lalengua. Es sin duda porque prefirió el nudo al lenguaje (JAM
subraya el esquema del pizarrón), pues en el nudo, el nudo–estructura es adecuado al nudo–aspecto.
Por el contrario, y es lo que Lacan planteó en el umbral de su última enseñanza, no solo hay lalengua,
sino también hay una distancia, una distancia necesaria, entre lalengua y el lenguaje..Es el valor que
hay que dar a este esbozo de cronología que él podía presentar diciendo que –lo cito– el lenguaje,
primeramente, no existe. No se pone a existir, comento yo, sino una vez que hemos tratado de saber
algo sólido en lo que concierne a lo que es lalengua: entonces, elaboramos la estructura del lenguaje,
que no es –lo cito– más que una elucubración de saber sobre lalengua.Me parece que esta distancia
es verdaderamente la distancia mayor a partir de la cual pivotean no solo la teoría sino la práctica del
psicoanálisis.
Es incluso a partir de lo cual la teoría del psicoanálisis se descarga de su herencia y que Lacan trata
de proveerle un sustituto con su psicoanálisis nodal.
Es a partir de allí que entramos en la práctica contemporánea del psicoanálisis, al mismo tiempo, sin
duda, que podemos hablar más generalmente, de una civilización donde el Otro no existe, donde la
evidencia de la inexistencia del Otro se hace cada vez más presente – lo que pudo traducirse en los
términos de la sociedad líquida. Y esto recae, repercute, muy directamente sobre la práctica del
análisis, si me atrevo a decirlo, su nivel de apercepción de la palabra del analizante.¿A qué nivel se
sitúa el inconciente?¿A nivel del lenguaje o a nivel de lalengua?¿A nivel del lenguaje como
estructurado o a nivel de lalengua que ya esboza, implica más bien su desestructuraación, su
fluidificación?
Lacan dio una respuesta que comenzó por ser ambigua, que comenzó a mezclar las cosas, hasta
bascular del lado de lalengua, es decir de lo que yo llamaba la palabra líquida.

146
Primeramente el inconciente está a nivel del lenguaje.El Inconciente está a nivel del lenguaje en tanto
que estructura, es decir, el inconciente se estructura como un lenguaje, y en particular se estructura
en la oposición del significante y del significado. Es a este nivel que Lacan pudo reformular las
grandes estructuras clínicas que dio la psiquiatría clásica y los primeros tiempos de la elaboración
freudiana. Es a ese nivel que debemos lo que en la clínica continúa orientándonos como
estructura.Pero allí es donde hay que poner de relieve lo que Freud mismo decía del inconciente, que
no es más que una hipótesis. Y es lo que Lacan retoma: el inconciente no es más que hipotético
como estructura, no es más que hipotético en relación con lalengua. Es lo que hace al psicoanálisis
ser no newtoniano: está obligado a forjar hipótesis. Estamos obligados en el psicoanálisis a forjar una
hipótesis sobre la coherencia, la conjunción y la conjugación de lo que, a propósito del nudo, yo
llamaría aspectos.¿Cómo decirlo de la manera más simple y mas cercana a la práctica?
El inconciente es una construcción. Cualquier control está allí para atestiguar de ello. En su práctica,
un analista no tiene que vérselas con el inconciente más que como una construcción, intenta la
edificación, que trata de verificar, que corrige sin que pueda sacar a esta construcción del registro de
la hipótesis. Y cuando este analista entrega su trabajo a un colega en el marco del control, entrega
una hipótesis, que se presta a discusiones, a correcciones. Es decir que el inconciente es una
construcción, del lado de la práctica del analista. No sé cómo ser más realista que esto: es así como
esto ocurre, no lo obtenemos más que como esto.
Entonces, en segundo lugar, el inconciente a nivel de lalenguaPara tratar siempre de ser realista, o
auténtico, diría que esto, es el lado del analizante. En el sentido en que, cito a Lacan, el inconciente
es un saber hacer con lalengua. Esto califica, si puedo decirlo, la práctica del analizante. Y esto la
califica precisamente en tanto que escapa a lo que él enuncia. No le escapa como un mensaje a
descifrar, en cuyo caso, queda incluido en el enunciado. Si tomamos en serio que esto le escapa, hay
que decir que esto califica, y es lo que dice Lacan, califica afectos, lo que el llama afectos, lo que
llamará también más tarde acontecimientos de cuerpo, extiendo ese término hasta allí –, afectos que
restan enigmáticos, y que hay que referir a la presencia de lalengua.Hay allí una distancia entre lo
que el sujeto es capaz de enunciar y esos afectos cerrados sobre su enigma. Es al menos así como
entiendo lo que Lacan pudo formular en los términos siguientes: Los efectos de lalengua –lo cito– van
mucho más allá de todo lo que el ser que habla es susceptible de enunciar.Hay que decir que esa
frase, abre a un campo no balizado por la estructura del lenguaje. No dice que lo que el sujeto es
susceptible de enunciar nos permite alcanzar todos los efectos de lalengua, sino por el contrario que
lo que enuncia no nos permite alcanzar todos esos efectos. Lo que se enuncia, agregaría: incluso
para ser descifrado por el analista, lo que se enuncia incluso para ser descifrado por el analista no
nos permite alcanzar todos los efectos de lalengua.
Y por lo tanto, incluso si se imputa aquí a la palabra el resorte de esos afectos, esos afectos son de
todos modos rechazados fuera del reino del enunciado.Me parece que Lacan dará a esos afectos su
pleno desarrollo, dará su esencia, su Wesen, en el sentido en que Heidegger emplea el término: el
traductor del curso recientemente aparecido subraya que en Heidegger Wesen quiere decir plena
esencia, irradiación de la esencia –, y bien, a estos efectos Lacan dará su plena esencia implicando,
mas tarde, acontecimientos de cuerpo.
Hace tiempo acentué esta expresión, que luego tuvo mucho éxito, y que Lacan, después de todo, no
lanzó más que una vez, pero me parece indicando una dirección esencial. Me veo conducido aquí, a

147
lo más cercano de aquello en que estoy inmerso, a hacer la diferencia de las formaciones del
inconciente y los acontecimientos de cuerpo.
El inconciente, cuando lo limitamos, como concepto, a lo que el ser hablante es susceptible de
enunciar, cuando decimos que el inconciente se refiere a lo que el sujeto enuncia –digamos para ir
rápido–, en esas condiciones el inconciente, permite aislar las formaciones del inconciente. Bajo esta
dirección Lacan reunió lo que Freud descubrió en sus primeras obras: La interpretación de los
sueños, Psicopatología de la vida cotidiana, El chiste y su relación con el inconciente, donde la
función del desciframiento del significante está en evidencia, al menos después que Lacan nos
enseñó a leerlo según la estructura saussuriana.Pero el inconciente cuando lo ampliamos a los
efectos enigmáticos, incluye los acontecimientos de cuerpo, donde nada demuestra que tengan la
misma estructura que lo que llamamos las formaciones del inconciente.
Las formaciones del inconciente es una categoría del psicoanálisis sólido, si puedo decirlo.
El grafo de Lacan está hecho para dar cuenta de las formaciones del inconciente – con el fundamento
de que existe el Otro mayúscula, es decir con el fundamente de que la hipótesis es una tesis. El Otro
mayúscula, es decir el lugar de las estructuras. Las pongo en plural pues ellas pueden extenderse a
todo lo que el Otro llama la sociedad o la historia o la civilización, pero podemos también decir de la
estructura, en singular, si referimos todas estas estructuras a la estructura del lenguaje. Las
formaciones del inconciente es también una categoría que supone que existe la Ley – con
mayúsculas–, en relación con la cual el deseo se presenta como autónomo, entendiendo que puede
demostrarse que la ley misma encuentra sus orígenes en el deseo.¿Cómo opera el desciframiento de
las formaciones del inconciente?
Y bien cuando tenemos que ver con los acontecimientos de cuerpo, se trata –¿qué voy a decir?– de
entidades, que tienen sentido de goce.
A pesar de la correlación de las fórmulas, el sentido de goce es totalmente diferente del sentido de
deseo.Cuando se trata de sentido de deseo, hay comunicación – y podemos captar cómo el
significante que falta a la palabra del analizante puede ser aportado por la del analista bajo las
especies de la interpretación. Hay comunicación cuando hay sentido de deseo, mientras que, cuando
hay sentido de goce, hay satisfacción. No comunicación sino satisfacción.
La distinción aquí de la comunicación y de la satisfacción recubre la distinción del lenguaje y de
lalengua.
Entonces, esto tuvo una traducción teórica a la cual quedamos evidentemente ligados. La traducción
teórica de las formaciones del inconciente y del sentido de deseo, es lo que practicamos, ciertamente,
como psicoanálisis del sujeto, ligados al lenguaje, a su estructura, al inconciente como estructura de
lenguaje. En este orden, el fin de análisis, es la resolución del enigma del deseo, es la emergencia de
lo que quiere decir el deseo, recubierto y al mismo tiempo oculto en las formaciones del inconciente.
El psicoanálisis del sujeto, como lo llamo aquí, está ciertamente en evidencia al comienzo del análisis
y por hipótesis en su fin.Pero está el curso del análisis, donde tenemos que ver con el nivel de
lalangua y de los afectos singulares que engendra en el cuerpo. El final que dibuja, no es un final que
es del orden de la solución, sino más bien del orden de una nueva satisfacción. En el curso del
análisis, lo que impone su presencia, es la conexión del sujeto y del cuerpo, en tanto que el cuerpo es
el lugar del goce.Entonces, evidentemente, los dos se articulan. Los dos se articulan si queremos
admitir con Lacan, en su último texto escrito, que el espejismo de la verdad – lo cito – no tiene otro

148
término que la satisfacción que marca el final de análisis. Es un corto circuito, que promete que el
comienzo, que se ordena al psicoanálisis del sujeto, encuentra como en diagonal su final en el
psicoanálisis del parlêtre, si puedo decirlo, que la cuestión sobre el sentido de deseo y la verdad
encuentra su respuesta en la satisfacción, lo que supone que las ondas de la verdad se han apagado,
que el espejismo se volatilizó. Digo diagonal porque es bajo las especies de una diagonal como
Lacan escribe el final de análisis en uno de sus Seminarios.Y bien, sería necesario sin duda introducir
aquí una tripartición de la experiencia analítica, que comienza por la verdad y el deseo, en la vertiente
de la estructura, que concluye en la satisfacción, y entre las dos, está lo que pasa, y eventualmente lo
que produce acontecimiento.Cuando Lacan dice del síntoma que es un acontecimiento de cuerpo, lo
dice exactamente en la frase siguiente que está en su escrito “Joyce, el Síntoma”: Dejemos el
síntoma en lo que es: un acontecimiento de cuerpo. Relegar el síntoma al acontecimiento de cuerpo,
a mi juicio, quiere decir que no es una formación del inconciente, y se sostiene no en el sujeto del
significante, sino en el cuerpo concebido como un tener cuerpo investido de libido – y es por lo cual
Lacan puede decir que vacía.En este sentido, y creo ser aquí tan realista como puedo serlo en tanto
que practicante inmerso, propongo entender como acontecimiento de cuerpo un acontecimiento de
goce.
¿Hay acontecimientos de deseo? Sin duda hay acontecimiento de deseo, y es lo que llamamos
revelaciones, porque son siempre acontecimientos de verdad, donde estamos acostumbrados a
distinguir un antes y un después de la emergencia.
Acontecimiento de cuerpo. ¿Hay que entender que está fijado de una vez y para siempre? Hay algo
de eso sin duda. El síntoma es una fijación de goce. Pero abre también la cuestión de saber lo que,
en psicoanálisis, puede ser desplazado del goce. Es decir, ¿cuales son los acontecimientos de goce
que ocupan lo que llamaba el curso del análisis y donde la palabra líquida se demuestra capaz de
desplazar el goce?No podemos desconocer sin duda la distancia que separa la clínica estructura y la
clínica acontecimiento.Incluso es en esa distancia que encuentra su lugar la práctica, que evocaba
hace un momento, del control. Es porque hay un hiato entre la clínica estructura y la clínica
acontecimiento que hay lugar para el control. Por que no podemos deducir el acontecimiento a partir
de la estructura.
Y es precisamente esta deducción imposible que ubica el lugar de la interpretación
En el psicoanálisis del sujeto, la interpretación juega en relación con la verdad, pero en el análisis
más largo, no es el caso. Como lo dice Lacan: no es porque el sentido de su interpretación tenga
efectos que los analistas están en lo verdadero. Digamos que la interpretación se juzga por el
acontecimiento de goce que es capaz de engendrar a término.El psicoanálisis juega en relación con
lo que produce como goce.
Entonces, ¿es necesariamente soportado, este psicoanálisis, por la idea de que lo que trabaja para el
goce es un saber? Lacan lo martilló, como él decía, que es un saber inconciente que trabaja para el
goce. Pero ¿hay que mantener este concepto de saber? Hay que mantener el concepto de saber por
el cual se mantienen las nociones de cifrado y de desciframiento? ¿Es allí donde se impone el
ejercicio del psicoanálisis líquido?
Me parece por el contrario que si la estructura que es adecuada al psicoanálisis líquido es el nudo,
como lo indicaba Lacan, entonces hay que relativizar incluso desechar el descifrado en provecho del
corte – el corte del redondel de cuerda. Si, para entregar esos aspectos, el psicoanálisis nodal de

149
Lacan pone en escena la acción de tirar, implica también otra acción, que evoqué el año pasado, una
acción quirúrgica: cortar.Y bien, podría suceder que será, no el descifrado, sino el corte lo que hace
acontecimiento, que sea el corte lo que pueda mantenerse a nivel del acontecimiento de cuerpo.
En cuyo caso, podría ocurrir que lo que llamamos la sesión corte, que Lacan ya había evocado al
comienzo de su enseñanza, en otro contexto, podría ocurrir que la sesión corta sea la sesión de la era
del psicoanálisis líquido, aquel que no está ordenado por las formaciones del inconciente, sino por los
acontecimientos de cuerpo.
De allí, como la experiencia más auténtica lo revela, la contingencia, aquella que califica al amor, es
también la suerte del psicoanálista en su interpretación
Hasta la semana próxima.

(Lo que JAM escribió en el pizarrón)

Fin de la Undécima Sesión del Curso JAM 2007-2008 - 12.03.08

150
Duodécima sesión del Curso 2007-2008
Miércoles 19 de marzo de 2008
XII

JAM retorna en este Curso sobre su intuición en el Curso precedente, referente a la palabra líquida, para
seguidamente interrogarse sobre el discurso del analista que enseña y su responsabilidad. Así, el discurso del
analista que enseña tiene la función de interpretación del psicoanálisis mismo. El psicoanálisis puede ser
interpretado porque es del orden del hecho. JAM aborda los dos momentos de la experiencia psicoanalítica
formalizados por Lacan, el del inicio y el del final. Atribuye al pase el valor de la interpretación mayor que Lacan
le otorgó al psicoanálisis. Leemos, al final de este Curso temas sobre el relato del pase con el que Lacan nos
tentó sin dar las coordenadas, y del que el rasgo más sobresaliente es el de la alusión. Un relato que traduce el
rodeo de lo que, a conveniencia del sentido, aparece como vacío. (De TLN)

Tienen que saber que mientras hablamos del psicoanálisis, hay una pluma que garabatea en el papel
el estatuto de lo que será el psicoanálisis en el futuro. En efecto, el Estado francés al igual que los
otros Estados europeos, se preocupa por nuestro ejercicio que hoy conoce una extensión, una
influencia que ya no permite que los poderes públicos descuiden la reglamentación. Desde hace
aproximadamente cinco años está en el orden del día. En varias oportunidades nos hemos hecho
escuchar sobre ese tema. Dicho proceso parece encontrar un fin cercano y dada la postura, el
compromiso que asumí, me hallo constreñido a responder y a participar en ello. Lo anterior sustrae un
precio de mi tiempo y de mi preocupación que ustedes, desafortunadamente, tienen que padecer.
Dado que se trata de negociaciones no publicitadas, no puedo, pese al deseo que podría tener,
hacerles partícipes; pero va de suyo que el peso que ustedes representan, ustedes a quienes aquí
me dirijo y en otro sitio, cuenta en la balanza. Espero que impida que esta práctica, la nuestra, sea
confinada a un lugar que algunos desean, un lugar lujoso y privado, que continuará estando presente
en las instituciones públicas y que no renegará de la influencia que actualmente tiene en el público.
Pero al final todo ello demanda tiempo y me demanda, a mí en particular, una movilización que me
quita un cierto tiempo que no siempre puedo elegir.
Una vez dicho esto, me remito a la semana pasada cuando veo que asumí el riesgo de expresarme a
partir de una intuición, o más bien, a expresar esta intuición incluso crudamente, con tan poca
elucubración de saber como posible.
El saber se elucubra. Es una designación que le debemos a Lacan y que está hecha para poner a
distancia el saber, para indicar la distancia que hay entre el saber y el hecho. De este modo, sin duda,
eso comporta cierta desvalorización del saber, a lo que Lacan fue conducido. Por tanto,
correlativamente, se le da un cierto valor a la suspensión de la elucubración de saber, o al menos, a
no introducirlo sino paso a paso, tratando de dosificarla, de manera tal que modifique lo menos
posible lo que se ofrece como hechos.
Esta intuición que les confié fue la del psicoanálisis líquido.
Una semana después, me parece que me dejé llevar, al aportarles eso en un impulso que no está
lejos de aquel que conduce a la asociación libre.

151
Acá, evocando al psicoanálisis como líquido, quería decir – lo advierto ahora – considerar con desdén
qué dirán, e incluso, qué harán con eso.
Esto me permite percatarme que la preocupación de qué dirán de eso, qué harán con eso, ¡y bien!
generalmente me refrena. Esto puede ser dicho bajo un cierto ángulo de la siguiente manera: es el
espíritu de responsabilidad que me constriñe.
¿Es eso lo que conviene?
¿Qué es ser responsable de lo que se dice? Es, para decirlo del modo más simple, ser capaz de
responder por lo que se dice. Es decir, ser capaz de afrontar la pregunta del otro acerca de lo que
funda vuestro dicho, acerca de lo que lo autoriza y acerca de las consecuencias que ese dicho
arrastra. En efecto, cuando se trata de los poderes públicos estamos obligados, se nos exige ser
responsables, responder respecto a la práctica del psicoanálisis de aquello que autorizaría a algunos
y no a otros a entregarse a ello. Y ciertamente se nos exige saber exponerlo en términos que sean
aceptables para este otro, que en efecto tiene el poder, un poder de hecho, y también un poder, sin
duda legal para solicitarlo.
Pero en fin, aquí, confinado a esta sala, no es en ese otro en quien debo pensar. No es ese otro quien
está presente. Es un enclave. El otro del que se trata, son ustedes, ustedes a quienes me dirijo como
psicoanalistas, lo que sin duda es una simplificación de la diversidad de aquellos que están presentes
y que, tal vez, sin duda, no son todos psicoanalistas, pero que finalmente representan a esa instancia.
¡Y bien! La semana pasada me parece que, al menos al principio, me liberé de la censura que la
responsabilidad puede hacer pesar frente al cuerpo de los psicoanalistas.
Cuando se habla del modo llamado de la asociación libre, se suspende precisamente la
responsabilidad.
En el enclave psicoanalítico el analizante es invitado a ser irresponsable. Digamos que es como si
obedeciese a la siguiente fórmula: Lo digo y no lo repito más, lo digo y continúo diciéndolo.
Es, en la experiencia analítica, lo que abre a que el otro, el analista, repita vuestro dicho, es decir, lo
cite y se lo devuelva. Repetir, citar el dicho del analizante, es en cierto modo el grado cero de la
interpretación.
Es por cierto aquello de lo que en algún momento se puede hacer una comedia. ¿Cómo jugar al
analista? Ustedes repiten lo que vuestro interlocutor dijo con un punto de interrogación (risas),
ustedes no muestran vuestras cartas y entonces el desdichado concatena. Es una manera de jugar al
analista, no se las aconsejo (risas), puede ser muy mal tomado fuera de la situación analítica.
La cita, que produce lo mismo, introduce también una diferencia. Es constitutiva del enunciado –
hablando con propiedad, sólo hay enunciado a partir de la cita. La cita, diría, cristaliza la palabra
líquida, la solidifica en una unidad significante y cuando es atrapada en el intercambio de palabras,
relanza lo que se llama la enunciación, es decir la palabra líquida.
¿Entonces, el psicoanalista, un psicoanalista, tiene derecho a la irresponsabilidad cuando enseña?
Es seguro que la pregunta pesa sobre aquellos que están en esta posición y los conduce con
frecuencia, nos conduce con frecuencia a protegernos tras los enunciados de psicoanalistas que nos
han precedido: conduce fácilmente a encontrar refugio precisamente en la cita. Pero citar no es
enseñar, no es enseñar en el sentido al que un Lacan llevó este término.
A la pregunta que evoco acerca de la eventual irresponsabilidad del psicoanalista que enseña, Lacan
dio una respuesta – no una, sino una entre otras – que pesco en la página 815 de los Escritos 2, es

152
una cita aproximativa: El discurso de aquel que enseña, dice Lacan, cuando se dirige a los
psicoanalistas, no tiene derecho de ser irresponsable. La palabra tiene su peso. Puedo decir que
desde que comencé a aproximarme a esta posición, esta frase, esta palabra estuvo presente para mí.
¿Cómo llegué a esta posición? No llegué institucionalmente. La institución – la institución en la que
consentí ser inscrito, y aún consiento a ello – me prescribía enseñar acerca del psicoanálisis. Me
encontré enseñando a psicoanalistas, porque los psicoanalistas venían. Recuerdo muy bien mi
sorpresa en aquel momento al notar la presencia de uno, de dos, de tres, de un número mayor, que
venían a entender el desciframiento de Freud y de Lacan, desciframiento al que yo mismo estaba
dedicado.
Esto hizo para mi más importante, presente, apremiante la noción de una responsabilidad, cuya
naturaleza Lacan precisa cuando dice – son los términos que empleó en ese entonces – que el sujeto
del deseo debe saberse efecto de palabra, es decir debe saber que es el deseo del Otro, y que el
discurso del analista que enseña debe ser responsable de este efecto de palabra. Hay un contraste
entre el fuerte acento orientado hacia la palabra irresponsable y la complejidad de aquello a lo que
reenvía.
Ya me tocó comentar y tratar de cernir el punto preciso hacia el que esta responsabilidad conduce.
Hoy lo veo así. Es que normalmente, cuando uno enseña, ocupa el lugar del Otro con mayúscula –
por función.
Uno está supuesto saber y, desde cierto punto de vista, por función, uno no falla.
Uno termina de hecho acostumbrándose a la inverosímil docilidad de aquellos que escuchan,
docilidad que sólo se rompe muy raras veces. Es la nostalgia que ocupa aquellos tiempos, del mayo
68, cuando esta docilidad se invirtió en ataque hasta que descubrimos que el ataque no era sino la
simetría de la docilidad. Sólo había ataque porque la palabra de los profesores, en aquel tiempo, tenía
un peso verdaderamente notable; hoy en día ya no merece eso, no merece la insurrección.
Esencialmente se les pide que enseñen como debe ser.
Está presente en el espacio donde se enseña el psicoanálisis. Hubo un tiempo en el que la pregunta
candente era qué podía fundar el psicoanálisis, cuál podía ser su valor de verdad, su mérito. Mientras
que hoy en día se le pide más bien que responda a la pregunta ¿cómo hacer? pregunta de la que
otrora yo me reía, como la pregunta americana del How to? ¿Cómo se hace?,– simplemente a
constatar en el hecho de que los estantes de las librerías estaban ocupados por las obras cuyos
títulos, en todas las disciplinas, eran manuales de How to…? Los que enseñan el psicoanálisis dan
testimonio de ello. La demanda que les es dirigida hoy es de ese orden. Se enuncia bajo la forma de
una demanda de clínica, pero la clínica de la que se trata, la que se demanda es una clínica del
saber–hacer. No voy a comenzar a burlarme de esa demanda. Es inútil. Es un elemento con el que
hay que jugar, con el que hay que saber hacer, y que puede tomarse bajo un ángulo que no es
despreciativo: es a aquello a lo que de hecho me esfuerzo, sin duda. Es una demanda de saber–
hacer que es intolerante o impaciente con las elucubraciones de saber y que requiere que se vaya a
la cosa misma de la experiencia.
Por tanto aquel que enseña ocupa hipotéticamente el lugar del Otro. No puede hacer que a través de
su discurso no vehicule un deseo y que a través de ese deseo determine el lugar del sujeto que
escucha.

153
Puede decirse que esta responsabilidad también es válida para el analista cuando enseña la regla de
la asociación libre, entre comillas, a su paciente: determina así su lugar. Y a lo largo de la experiencia
analítica tiene la responsabilidad de determinar el lugar desde el cual el analizante va, si puedo
decirlo, a satisfacerlo.
Lo que Lacan propone es que todo discurso puede ser irresponsable de este efecto de palabra que
determina el lugar y, podría decirse, el valor del sujeto, – salvo el psicoanalista que enseña. El
psicoanalista que enseña tiene que tomar en cuenta, debe saber y debe manejar el efecto de palabra,
el efecto de valor subjetivo que su discurso conlleva.
Es una exigencia elevada, difícil de satisfacer, y decía que puedo darme cuenta cómo dicha
exigencia, es el término que me vino, me dominó.
Tal vez podría intentar una mínima elucubración diciendo al respecto – desde la óptica para la cual
coloco esta cita de Lacan – que el discurso del analista que enseña tiene función de interpretación.
¿Qué interpreta? Y bien, interpreta al psicoanálisis mismo.
He allí una frase que es del orden de aquello en lo que hay que pensar.
Si el psicoanálisis es susceptible de ser interpretado, es para nosotros hoy en día algo del orden del
hecho – cuando ya se viene practicando desde hace un siglo.
Hay psicoanálisis: hay la historia del psicoanálisis, hay instituciones psicoanalíticas y psicoanalistas,
hay personas que piensan en entrar en análisis, que entran en análisis – es del orden del hecho. Y
esto aún deja abierto el espacio en el que se trata de interpretar al psicoanálisis como hecho.
Sabemos que se puede interpretar por ejemplo, en el registro de la sociología – lo intentamos –, en el
registro de la psicología colectiva; la cuestión es la interpretación psicoanalítica del psicoanálisis, que
no forzosamente desconoce los otros determinantes del psicoanálisis.
Digo: El psicoanálisis es del orden del hecho ¿Acaso se puede describir ese hecho?
Se haría necesario un método que se pareciera, no se, a aquel que otrora se llamó la Nueva Novela:
intentar cernir al máximo el mundo circundante como constituido por objetos colocados unos al lado
de otros, dando las coordenadas de la manera más precisa, jugando a limpiar la descripción de toda
significación adventicia, como si enunciáramos el procedimiento de un experimento. ¿Cómo
describiríamos al psicoanálisis a la manera de la Nueva Novela? Diría que se trata de abrir la puerta,
de acoger, de instalar sobre un soporte, un asiento, un mueble, a un individuo – suponiendo que
Aristóteles sea congruente con la Nueva Novela (risas) –, y, este individuo, plegarlo a que se reduzca
a ser aquel que hable para otro que escucha y que habla de tanto en tanto. Sin duda, a nivel del
hecho seríamos conducidos a distinguir dos modos de palabra, la palabra líquida, la palabra pura
pérdida, y la interpretación, que es más bien la palabra sólida, la palabra breve, densa. Por supuesto
tendríamos que describir el hecho que hay uno que dirige, recibe al individuo, recibe el pago, pero
finalmente, bueno dejo esta descripción fáctica a vuestro estilo, a vuestra imaginación, apunto a un
cierto grado cero, que no intento producir.
Y, más allá de esto, todo el resto es del orden de la interpretación del psicoanálisis. Lo que tiene lugar
en lo que se conviene en llamar una situación, un dispositivo o una experiencia, todo ello es la
interpretación del psicoanálisis. La obra de Freud, la enseñanza de Lacan, es del orden de la
interpretación del psicoanálisis.
Es notable al referimos tanto a uno como al otro, es un hecho masivo, evidente, que tanto para uno
como para el otro esta interpretación se transforma con el tiempo.

154
Y si acercamos uno al otro, una vez comprometidos con este tema, ya no se detienen. Freud no se
detuvo en concatenar los artículos, los libros, las conferencias, en un continuo movimiento. Y Lacan lo
acentúa, obligándose a interpretar el psicoanálisis semanalmente durante treinta años, sin dejar su
bulto, sin jamás decir Ya llegamos, diciéndolo sólo para enseguida abrir la vía de los complementos,
de las correcciones, de las transformaciones. Es muy singular, si pensamos en ello, si uno se separa
de la costumbre.
Es clásico en Freud distinguir por ejemplo la época de la primera tópica y de la segunda, en la que las
coordenadas de la interpretación del psicoanálisis son modificadas. Igualmente para Lacan, su
enseñanza se presta a ser dividida en períodos. Fui, creo, el primero, en todo caso el más tenaz, en
hacerlo: el primer Lacan, el Lacan clásico, la última enseñanza, el que viene después de todas las
anteriores. Es validado, al menos, por el hecho de que sus lectores lo retoman.
Esto abre por supuesto la pregunta de saber cuál es la interpretación contemporánea que puede
hacerse del psicoanálisis, ya que todo muestra que la interpretación del psicoanálisis está en función
del tiempo que pasa. Para ser más preciso se podría incluso decir que la interpretación del
psicoanálisis está en función de los efectos y de las consecuencias de la práctica del psicoanálisis
sobre el psicoanálisis.
Entonces, autoricémonos a hacer un retorno sobre la historia del psicoanálisis, precisamente sobre lo
que apareció en el curso del siglo XX como un corte, luego de veinte años de práctica del
psicoanálisis, alrededor del año 1920. Todo el mundo está de acuerdo, por haber ubicado en esa
fecha un giro llamado de la técnica psicoanalítica, un giro hacia lo que dio en llamarse el psicoanálisis
de las resistencias.
Lacan relaciona ese giro con lo que los analistas debieron constatar en esa fecha, de lo que llama
una amortización de los resultados del análisis. Los reenvío a los Escritos 1, página 320, página que
figura en el escrito cuyo título es Variantes de la cura tipo en el que Lacan trata de inscribir en su lugar
en el curso histórico del psicoanálisis, la tentativa que viene de inaugurar con su Discurso de Roma,
un año antes, en 1953. Rehace por tanto la historia en función de la tentativa que él inaugura. Y
recuerda, con humor, que Freud recomienda, antes de los años ´20, que se apuren en hacer el
inventario del inconsciente antes que se cierre. Freud tenía la intuición que la operación que él seguía
no dejaría el objeto de investigación inerte, pero que, en caso que el psicoanálisis lo requiriera, su
objeto, llamado el inconsciente, se haría inasible. Se puede decir, al menos por aproximación, que los
analistas practicantes, alrededor del año 1920, experimentaban como un momento de cierre del
inconsciente, que ya no era como antes. No data de hoy ese sentimiento que se limitó al inconsciente
de tal manera que no nos permite interpretar al psicoanálisis como se hacía anteriormente. Es lo que
la comunidad analítica percibió alrededor de esa fecha.
Hasta ese momento, la palabra–amo, si así puedo decirlo, la práctica mayor, era el desciframiento de
las formaciones del inconsciente. Analizar era descifrar: los sueños, los actos fallidos, los lapsus,
Lacan añadió los desórdenes de la rememoración, los caprichos de la asociación, y el dicho etc. –
hay que añadir el síntoma.
De lo que se percataron en ese entonces los analistas fue la distancia entre los éxitos del
desciframiento y el fracaso de la verdad.
El desciframiento no tiene ipso facto, como consecuencia, la curación del enfermo puesto que es aún
en tanto tal que el analizante figuraba en la cura analítica: el hecho que hablemos comúnmente de

155
analizante más que de enfermo es el resultado de una reinterpretación del psicoanálisis por parte de
Lacan y el hecho que hablemos de experiencia analítica más que de cura también es una
reinterpretación. En aquel momento, los analistas percibieron en el dolor que el desciframiento no era
en si mismo lo que transformaba, e intentaron dar cuenta de esta separación con el concepto de
resistencia. El paciente, pensaron, resiste en reconocer el sentido de sus síntomas. Y por ese hecho,
trataron, definieron al psicoanálisis, interpretaron al psicoanálisis más allá del desciframiento del
inconsciente como el análisis de las resistencias. En el inicio de su tentativa, Lacan, en el punto al
que había llegado, consideraba que el análisis de las resistencias, en el que se habían involucrado
todos los analistas salvo Freud, traducía, según él, y lo cito, un movimiento de renuncia al uso de la
palabra. Entre paréntesis, vale sin duda, la pena interrogarse acerca de la relación que hay entre esta
supuesta renuncia al uso de la palabra y la desvalorización explícita que sufre el uso de la palabra al
final de la enseñanza de Lacan: lo que aisló como renuncia, ¿es lo que retorna, en su propia
trayectoria al final, como una desvalorización del uso de la palabra?
Luego, el análisis de las resistencias promueve a un primer plano dos categorías, la del yo que tomó
prestada de la segunda tópica, y que sería el agente de la resistencia – entre paréntesis, en tanto que
Freud en su segunda tópica da un lugar a la resistencia del ello y a la del superyó –, y la categoría de
la defensa. Ambas categorías confluyen en el concepto de los mecanismos de defensa del yo
producido por Anna Freud, que se convertirá en la doctrina mayor de la comunidad analítica hasta la
emergencia de la categoría de la constratransferencia.
¿Mecanismos de defensa del yo contra qué? Contra la pulsión. Y allí todavía podríamos colocar entre
paréntesis que el correlato hallado en la enseñanza de Lacan a esta promoción de la defensa contra
la pulsión, es de hecho su promoción cada vez más insistente de la categoría del goce. Como si
Lacan, en la segunda mitad del siglo XX hubiese, a su manera, vuelto a hacer el camino que había
recorrido la comunidad analítica en la primera mitad. Es una hipótesis que evoqué en el momento en
el que daba aquí el curso sobre la experiencia de lo real en el psicoanálisis.Entonces, la enseñanza
de Lacan se inauguró a partir de la crítica del análisis de las resistencias, es decir con una fe
renovada en los poderes de la palabra y en su eficacia sobre la pulsión. Lo llamó una nueva alianza
con el descubrimiento de Freud. Nueva alianza renovada por el apoyo encontrado en la lingüística,
pero digamos nueva alianza que encontraba si puedo decir, la fe de los orígenes, y que daba a su
Discurso de Roma su lado que entusiasmaba en cuanto ponía al desnudo el resorte eficaz del
psicoanálisis.Esto suponía el borramiento del yo, reenviado a la imagen narcisista y a las
contradicciones, a los desórdenes de las identificaciones imaginarias.También suponía que lo que
Lacan llamó en aquel momento el punto–sujeto de la interpretación sustituía al yo. El punto–sujeto de
la interpretación es su primera definición de sujeto: lo que llamó el sujeto es lo que es dócil a la
interpretación; lo que llamó el sujeto es una variable a lo que una interpretación puede dar su valor.
Esto pone por tanto fuera de su campo lo inerte en relación a la acción de la palabra – considerando
que esta inercia es secundaria. Y por tanto es una interpretación, de alguna manera transparente, del
psicoanálisis.
Borramiento del yo, sustitución del yo por el sujeto, y en tercer lugar eso suponía la supremacía del
deseo. El deseo, al mismo tiempo que se desvía en relación a la demanda, es susceptible a la
interpretación, inclusive idéntico a la interpretación. Es la famosa frase de Lacan: El deseo es su
interpretación. Y la supremacía del deseo es en particular la supremacía del deseo sobre la pulsión.

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Digamos que la tesis esencial por la cual Lacan supera las dificultades que habían dado nacimiento al
análisis de las resistencias, es la tesis: el deseo estructura las pulsiones. Lo que quiere decir: el
resorte es, en todos los casos, un resorte de palabra.
Esta dominancia de la palabra, él la traduce en la constante promoción de lo simbólico, hasta
reemplazar, si puedo decirlo, los mecanismos de defensa de la vieja Anna Freud por los mecanismos
significantes de la metáfora y de la metonimia, puesto que emplea al respecto la palabra de
mecanismo, que en el marco del discurso analítico, no puede dejar de evocar el término
annafreudiano.
Ahora la resistencia. ¿Por qué alrededor de los años ´20 habían interpretado el psicoanálisis en
términos de resistencia? Fue porque creían poder constatar que la palabra líquida, si puedo decirlo,
no tenía efecto, no tenía el suficiente efecto más allá de un cierto punto, sólo tenía efectos limitados.
Y en el fondo la resistencia era el nombre de este límite. De forma tal que, de acuerdo a ciertos
aspectos, la resistencia podría ser lo que Lacan redescubrió bajo las formas del goce.Durante mucho
tiempo, durante más de diez años, doce–trece años, Lacan dejó en cierto suspenso su doctrina del fin
de análisis. Quedó en sus Seminarios, en sus escritos como un horizonte, como si hubiese cierta
dificultad en precisar el final del análisis si se lo piensa, por decirlo de manera muy simple, a partir de
la palabra.
En el momento en el que propuso, en el que interpretó al psicoanálisis por el pase es cuando pensó
en superar este obstáculo.
El pase es sin duda la interpretación mayor que Lacan dio del psicoanálisis. Interpretó el psicoanálisis
en el sentido que debía tener un final, y que este final permitía pasar – para decirlo siempre de
manera muy simple y con la menor elucubración de saber posible – del registro de la palabra al
registro del goce, que este final traducía ese pasaje.
En el texto en el que lo propuso – ya que lo propuso en un escrito antes de dar un curso sobreese
tema – titulado Proposición sobre el psicoanalista de la Escuela, expuesto el 9 de octubre de 1967
cuando recién había comenzado su enseñanza en 1953, es decir 14 años después. Hay que hacer
notar que se centró en efecto en el inicio y en el final del análisis, lo que es bien conocido, salvo que
hay que añadir que de alguna manera reservó su doctrina sobre curso del análisis. El tercer término
es el curso del análisis, lo que hay entre el inicio y el final.¿Qué es entonces lo notable? El hecho que
se articula el inicio y el final en términos totalmente diferentes. Por decirlo de manera muy simple,
articula el inicio en términos de significantes y articula el final en términos de goce – dice
esencialmente fantasma pero sabemos que trabajará el concepto de fantasma orientado para poner
en evidencia el goce y allí es retenido, producido o escondido. Hay entonces una distancia
terminológica entre el inicio y el final, y es esta distancia la que incluso lo motivará, en sus
Seminarios, a buscar la articulación de estos dos momentos. ¿En cuanto al inicio, de qué se trata? Se
trata esencialmente de la instalación de la transferencia, que en ese momento es interpretada por el
sujeto supuesto saber.
Interpretar el inicio del psicoanálisis por el sujeto supuesto saber, comporta la reducción del
inconsciente a significantes supuestos; eso supone que se interpreta el inconsciente en términos de
significantes; y como son significantes que son sólo supuestos, se interpreta el inconsciente en
términos de significaciones de saber.Para Lacan la situación inicial es una situación que llama

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convenida, es decir articulada a un convenio, lo que viene al lugar del término que rechaza, pero que
repercute de cierta manera, el del contrato; eso marca en el fondo un cierto acuerdo.
En esta interpretación, lo que es sobretodo extraordinario es que al reducir al analizante a un
significante y al analista a un otro: S –––> Sq, esta significación de saber: s, no la coloca ligada al
analista (JAM coloca s primero bajo Sq), sino la coloca como ligada al analizante (JAM borra el s bajo
Sq y la coloca bajo S). Pero hay que comprender que es como el efecto de retroacción de la conexión
con el analista, que es la articulación del significante analizante al significante analista que se supone
da nacimiento a la significación del saber inconsciente. Esta asignación del saber inconsciente del
lado del analizante permite en el fondo subrayar que el analista mismo (JAM subraya Sq) no sabe
nada acerca de los significantes supuestos del inconsciente del analizante (JAM circunda s), pone el
acento sobre su ignorancia, y así justifica la recomendación freudiana de abordar cada nuevo caso
como si no se hubiese adquirido nada de los desciframientos de los otros casos. En todo caso,
simplemente el inicio está aquí articulado en términos de significante y significado. Y si hay un deseo
que está implicado, el único aislable es un deseo de saber.
Mientras que si nos reportamos al final del análisis, lo notable es que entonces aparece un nuevo
término, el del objeto pequeño a: (a), que es colocado en función con el término del complejo de
castración, escrito menos phi (–φ), como dos soluciones que pueden contribuir a la cuestión del ser
del psicoanalizante. El objeto, la castración, el ser, son todos términos ausentes en la elaboración
inicial. Digamos incluso que, correlativamente, aparece que en el registro del inicio no nos
encontrábamos en el orden del deser, el deseo de saber no tiene más asidero que en el deser. (JAM
escribe deser (désêtre, en francés) bajo el esquema del inicio), y aquí, al contrario, estamos
supuestos a tener acceso al ser (JAM escribe ser (être en francés) bajo el esquema del final).

Tenemos acá un clivaje, los términos están planteados, pero el pasaje sigue siendo problemático, y es
lo que animó la investigación de Lacan en sus siguientes Seminarios.
Simplemente se dice que la salida del análisis implica que el partenaire analista debe desvanecerse,
que en esta relación sólo se elucubró un saber vano de un ser que se disimula, y que no se descubre,
en los ejemplos que Lacan mismo mostró, que lo que podemos llamar una fijación de goce (JAM
escribe en la pizarra: fijación de g. (fixation de j en francés)), que es totalmente distinto a lo que había
sido aislado como la significación de saber inconsciente. Esta fijación de goce, de la que Lacan da
dos ejemplos a partir de su práctica, lo tacha de ingenuidad. Este término es bueno para oponerlo a la
sofisticación de las relaciones del significante y del significado: la búsqueda laberíntica inaugurada
por el sujeto supuesto saber desemboca en una solución ingenua, que él formula en una frase.
Sus sucesivos esfuerzos fueron inventar una lógica que conduciría del saber supuesto al
descubrimiento del goce fijado.
Este goce fijado lo abordó por el fantasma, luego por un concepto ampliado del síntoma.
Luego evidentemente, existe una diferencia entre abordarlo por el fantasma o abordarlo por el
síntoma o sinthome. La diferencia es la que revela en su escrito sobre Joyce el Síntoma, a saber que

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el goce propio del síntoma es opaco, es decir que excluye el sentido. No es posible decirlo mejor, la
fijación de goce esencial del sujeto, cuando la llamamos síntoma, está fuera de sentido (JAM escribe
en la pizarra: Σ: fuera de sentido (hors sens, en francés), es decir, está fuera de ser asida en la matriz
planteada inicialmente.

Para Lacan, recurrir al sentido para resolver el goce implica un aplanamiento, ofrecer al análisis
solamente un final plano, felicitando, por ejemplo a Joyce por haber podido escapar a él.
El análisis se sirve de la metáfora paterna para resolver la cuestión del goce, se sirve de la metáfora
paterna y digamos de sus chirimbolos conceptuales habituales para taponar el enigma del goce y
hacerlo virar hacia el sentido, pero esto no es – y es con eso con lo que Lacan se compromete al final
de su enseñanza –, es sólo un engaño. Recurrir a la metáfora paterna es sólo un engaño frente al
enigma del goce que excluye el sentido.
Es allí donde Lacan, sobre el final del análisis, sólo pudo decir que esto – bueno, no lo dijo, sigo la vía
que él indica – que el final del análisis es una construcción del analizante.
Es el sentido de su pregunta: ¿Qué empuja a alguien a hystorizarse de si mismo sobre todo después
de un análisis?
¿Qué empuja a un analizante a narrar su análisis, a hacer de ello un relato que tenga sentido, sobre
todo luego de un análisis? Eso quiere decir que el análisis debería haberle enseñado lo que del goce
excluye el sentido ¿Por qué entonces urdir un relato que por el sentido, daría cuenta de la fijación de
goce?
Entonces, él lo indica. Indica, en sus últimas reflexiones el clivaje que hay entre la verdad mentirosa,
que es elaborada en la dimensión inicial (JAM muestra el esquema del inicio), y lo que se obtiene al
final y que de manera auténtica, no es coherente con el sistema. Esto deja abierto un orden de relato
que puede ser concebido a condición de preservar su propia incompletud.
El relato del pase, de la manera en que Lacan lo refleja sin dar las coordenadas, es un relato que
debe comportar esencialmente el carácter de la alusión, de lo que no está dicho en pleno, ni en
directo, sino un relato que traduce el rodeo de lo que a merced del sentido, aparece como vacío.
Debo detenerme aquí, primero porque es la hora (risas), y sobre todo porque no conviene dar las
claves de la alusión.
Hasta la próxima semana.

159
Fin de la Duodécima Sesión del Curso JAM 2007-2008 – 19.03.08

Décimo tercera sesión del Curso 2007-2008


Miércoles 26 de marzo de 2008
XIII

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La intuición de JAM del psicoanálisis líquido, que introduce una desestructuración del psicoanálisis, es una
perspectiva, una mirada que sobre el psicoanálisis de hoy. Subraya que el TDE de Lacan “inaugura ─aunque no
lo desarrolla─ un derrumbamiento de la interpretación lacaniana del psicoanálisis”. El antecedente se apoyaba
sobre la noción de mecanismo, mientras que la perspectiva nodal del psicoanálisis barre el mecanismo e
introduce el psicoanálisis como una experiencia, no de verdad, sino de satisfacción. Leemos una aproximación
inédita de los textos de Lacan, la Instancia de la letra y la Proposición de 1967, considerados por JAM como los
pilares de la interpretación lacaniana del psicoanálisis que culmina en la noción de un algoritmo del psicoanálisis.
El derrumbamiento operado por Lacan en el TDE permite a JAM mostrar que del “nudo no se sale”. En la época
del psicoanálisis líquido, el fin del análisis depende de una decisión del analizante que consistirá en asumir “ese
fin como causa figurada (…) donde no se trata tanto de decirla, sino de aludirla”. Leemos también una notable
definición del pase a partir de la perspectiva nodal del psicoanálisis. (Por TLN).

Aguas abajo
De la defensa al desciframiento
Voy a continuar hoy a la deriva, como lo he hecho las dos últimas semanas, río abajo, aguas abajo.
Porque es el estilo que se me impone, para mi sorpresa, a partir de la imagen que me vino del
psicoanálisis líquido. En mi intención inicial, esta imagen, inspirada, no debía ocupar más que el
pequeño comienzo de mi primer curso en este recomienzo. Esperaba que eso planteara el tono, que
diera el la. Debo decir que fui animado por los ecos positivos que he podido recoger, para mi
sorpresa, sin que me hubiera detenido. En consecuencia, es vuestra falta. Pero en fin, esos ecos me
han indicado que no era el único en sentir la seducción de ese punto de partida y de la perspectiva
que ese inicio es susceptible de introducir en el psicoanálisis.
Es algo muy delgado, es un ángulo, no es de entrada una elaboración, es una mirada sobre la
práctica del psicoanálisis, sobre su historia y sobre las teorías que han podido ser dadas de esa
práctica, que he llamado prácticas de las interpretaciones del psicoanálisis. Incluso si no se pueden
describir ─pero en fin, no lo he ensayado, lo soslayo─, incluso si no se le describe, hay un hecho del
psicoanálisis, en todo caso para nosotros, y ese hecho es susceptible de diversas interpretaciones.
Incluso de Freud puede decirse que ha interpretado el psicoanálisis, que ciertamente lo ha
descubierto, que lo ha inventado ─ lo ha inventado en el marco de una cierta interpretación, que él
mismo ha modificado.
Se ha intentado dar cuenta de dos interpretaciones freudianas del psicoanálisis considerando, por
ejemplo, que la primera estaba superada por la segunda, que la perspectiva emergente de la segunda
tópica debía rebasar la primera. Es a lo que fueron naturalmente conducidos sus alumnos ─aquellos
que lo seguían entonces y que hemos llamado, en fin, es el nombre que han recibido, los post–
freudianos─, ellos han elegido la segunda tópica, han considerado que era la que daba la clave de la
operación analítica, la combinación del yo, del ello y del superyó.
Y luego están aquellos que han, siguiendo a Lacan, privilegiado la primera tópica. Porque Lacan, su
punto de partida, su retorno a Freud, como él lo llamó, fue el retorno, más acá de la segunda tópica, a
la primera, es decir, a la época en que Freud ha descubierto el inconsciente descifrándolo. Es el
desciframiento del inconsciente, es esa posibilidad que para él se abrió, que ha, a sus ojos,
testimoniado del estatuto del inconsciente, estatuto del que se ha esmerado en conservar el carácter

161
hipotético, y sin duda, privilegiando la primera tópica de Freud, Lacan se empeñó en dar cuenta, a
partir de aquella, de la segunda.
Introduzco el término de interpretación del psicoanálisis porque he inspeccionado la cuestión de saber
cómo se interpreta el psicoanálisis hoy y por qué las interpretaciones anteriores del psicoanálisis
aparecen o al menos se me aparecen al lado de lo que nosotros tenemos que tratar ahora. Así sea
sin saberlo, no se interpreta el psicoanálisis hoy según los cánones que prevalecían anteriormente.
Así sea únicamente por ese rasgo, me parece, que el fin del análisis tal y como Lacan lo había
esbozado, lo había estructurado, aparece mucho más huidizo. Me parece que Lacan lo ha registrado
en el primer texto escrito que tenemos de él, que he comentado en otro tiempo, su “Prefacio a la
edición inglesa del Seminario XI”, que he bautizado con una expresión que había pescado “L’Esp d’un
laps”, [El espacio de un lapso, aproximadamente] y que termina el volumen que he compuesto de sus
Otros escritos. Ese texto, que se presenta a sí mismo como escrito en la prisa, entra en el caso de la
urgencia, es suficiente, cuando se le considera de cerca, para quebrantar la estructura del fin del
análisis, y deja adivinar otra interpretación del psicoanálisis, que es aquel que repercute en su última
enseñanza, el que se presenta, que ha sido expuesto, cargado de nudos.
La seducción que decía del punto de partida encontrado en la imagen del psicoanálisis líquido, esa
seducción sin duda se soporta del hecho que introduce lo que yo llamaría una desestructuración del
psicoanálisis. En la moda, se habla de vestidos desestructurados ─son aquellos vestidos que se
vuelven flotantes. La desestructuración del psicoanálisis hacia algo que es del orden de cierta
debilidad ─del mismo modo como se habla de filosofía débil─ es ciertamente lo opuesto de la
interpretación lacaniana del psicoanálisis cuando vamos a presentarlo. Porque esta interpretación ha
avanzado y se ha sostenido en la revisión de las estructuras esenciales, en una invitación a
estructurar la experiencia, los fenómenos. Estructurar los fenómenos es ordenarlos, clasificarlos,
articularlos, es decir, designar las unidades, que se componen, que se combinan y recombinan. De tal
manera que las estructuras colocan fuera de ellas los fenómenos de superficie. Y Lacan permaneció
durante largo tiempo, muy largo tiempo, fiel al nombre lingüístico de esas unidades, el nombre de
significante.
La última enseñanza de Lacan, la que no fue tomada en cuenta, sino porque se apoyaba sobre la
imagen de los nudos ─y entonces matemáticos e investigadores de espíritu matemático, se centraron
sobre esas combinaciones─, esa última enseñanza inaugura ─él no lo desarrolla─ un
derrumbamiento de la interpretación lacaniana del psicoanálisis. La muy última enseñanza de Lacan
desestructura el psicoanálisis, profusamente. Se regula sobre el nudo, es decir, un objeto al cual
puede asignársele una estructura, lo concedo, pero finalmente es una estructura que no es explicitada
como tal por Lacan, que no está articulada en unidades significantes, y que no es rígida, es lo menos
que puede decirse. Si es una estructura precisamente ligera, flota. Ese objeto se presenta bajo
aspectos múltiples, bajo configuraciones en que nos cuesta reconocer lo mismo, y que responde a
algo que yo calificaría de líquido.
Entonces, sea cual sea el partido que pueda tomarse sobre la relación entre el nudo y la estructura,
sobre lo cual no me pronuncio inmediatamente, hay al menos una tesis que me parece segura, es
que la perspectiva nodal, la interpretación nodal del psicoanálisis, pone en causa, e incluso barre, la
noción de mecanismo.

162
La noción de mecanismo, de mecanismo del significante, es central en la interpretación lacaniana del
psicoanálisis.
La noción de mecanismo comporta la noción de automatismo, y, se puede incluso decir, incluye, o es
incluida, en la noción de algoritmo, de regla, de procedimiento, de matriz, que conduce, de manera
invariable, a una conclusión, y, al menos, a un efecto.
Pero, en fin, si abrevio así esa noción de mecanismo es para indicar hasta que punto está distante de
la manera en que se desarrolla, según toda apariencia, la experiencia analítica. Es verdaderamente a
distancia de esa experiencia que puede rectificarse la noción de mecanismo, salvo, sin duda, en su
comienzo. En el comienzo del análisis, en efecto, puede decirse que se llama a la delineación de un
mecanismo. En todo caso, en el punto en que, en mi deriva lo concibo, concibo que el comienzo
tiene, en efecto, una configuración típica. Pero la cuestión es saber si es legítimo extender la noción
de mecanismo al final del análisis, y, ciertamente, al curso del análisis. Un automatismo está habitado
por una necesidad: ¿es que el curso del análisis responde al concepto de necesidad? El síntoma sin
duda. La repetición del síntoma se presta a ser articulada en términos de automatismo, pero la
adecuación del mecanismo al síntoma no implica la adecuación del mecanismo al curso del análisis.
La noción de mecanismo, decía que era central en la interpretación lacaniana del psicoanálisis, y la
última vez, mi deriva me ha hecho aparecer que ese término como se ha impuesto en el psicoanálisis,
a partir de la interpretación annafreudiana del psicoanálisis.
Anna Freud, con su pequeño opúsculo sobre los mecanismos de defensa, ha, de todos modos, dado
un resumen que tuvo consecuencias mayores sobre la historia del psicoanálisis. Esa no es
necesariamente la obra más inspirada de los alumnos de Freud, lejos de allí, pero es de todos modos
un escrito que se muestra endiabladamente eficaz y que ha llevado consigo una adhesión del
conjunto de la comunidad analítica hasta que esa perspectiva fue perturbada, complicada, por la
introducción de la contra–transferencia. Pero se mantuvo como un punto de orientación mayor de la
interpretación del psicoanálisis.
Esa interpretación, su palabra clave es mecanismo, se mantuvo bajo las formas de los mecanismos
de defensa del yo ─defensa contra las pulsiones, incluso contra los afectos.
A partir, como lo decía, de los años 20, distinguir los mecanismos de defensa, intervenir sobre los
mecanismos de defensa, apareció a los analistas como previo, para un eventual desciframiento de las
formaciones del inconsciente, considerando que la defensa contra las pulsiones hacía tapón en cierto
modo al desciframiento del inconsciente ─término, el inconsciente, que es, en definitiva, desechado.
Eso no quiere decir que no se hable absolutamente más de él, sino que, finalmente fue preciso Lacan
para que la categoría del inconsciente reencontrara su brillo.
Esto es tanto más llamativo cuanto que la noción de mecanismo se reencuentra en el corazón de la
interpretación lacaniana del psicoanálisis, entendiendo que se trata de los mecanismos, podríamos
decir, de la formación del sentido.
La interpretación lacaniana del psicoanálisis tiene también un texto mayor, que se puede ubicar en
relación al texto de Anna Freud sobre los mecanismos de defensa, es el escrito titulado: “La instancia
de la letra en el inconsciente” que encuentra su lugar en los Escritos de Lacan.
Esos mecanismos son reducidos a dos. Y en efecto, se nos presenta dos modos de articulación
diferentes de unidades significantes, el modo de la combinación: S…S’, y el modo de sustitución:
S’/S. He ahí, en todo caso, lo que nos representa dos modos de articulación propiamente hablando. Y

163
esos mecanismos comportan, en la presentación que da Lacan, dos efectos, expresados de manera
inversa, dos efectos de sentido. Un efecto retenido: (–) s, que permanece secreto, que permanece
incumplido, que corre, según su metáfora, bajo la cadena significante. E, indicado por el signo
contrario, el signo mas, un efecto de emergencia: (+) s.

Lacan habla, en estos dos casos, de mecanismos significantes. No se puede dudar que el empleo de
la palabra mecanismo en esta ocasión no sea para él perfectamente connotado por la referencia a
Anna Freud. Voy a aportar luego el testimonio que está en los Escritos, pero, en fin, es suficiente que
relea eso aún una vez, una vez más, una innumerable vez más, para que se me aparezca que eso no
era simplemente una construcción de mi parte.
Nótenlo bien que, para Lacan, el sujeto es arrastrado en esos mecanismos, conectado con ellos.
La introducción del sujeto ─del sujeto lacaniano, del primer sujeto lacaniano─ en los mecanismos
está justificado por la idea ─tan contraria al uso que se hace corrientemente hoy de la categoría del
sujeto para indicar un grado de libertad, un inaccesible, un indomable, un indomable en particular de
la cuantificación─, si Lacan introduce el sujeto de tal manera que sea conectado con los mecanismos,
el sujeto con el cual tiene que ver la experiencia analítica, es lo que él tiene por íntegramente
calculable. Y aún más tarde, evoca el cálculo del sujeto.
Su introducción de la categoría de sujeto, en todo caso, a partir del momento en que comienza su
enseñanza propiamente hablando, tiene por referencia la disciplina que ha emergido al final de la
Segunda Guerra Mundial, dicha disciplina es la teoría de los juegos. La teoría de los juegos, The
Theory of Games de Von Neumann y Morgenstern, no he traído mi volumen para verificarlo, pero si
bien lo recuerdo, es de 1944, y es el llamado Guilbaud, un matemático muy próximo a Lacan, citado
por él; su nombre figura en los Escritos, y quien se hizo el propagandista [de esta teoría] en Francia,
en particular a partir de la matemática de la economía. La disciplina de la teoría de los juegos nos
presenta sujetos tomados por la cuestión de la mejor estrategia para sostener frente a otro, y estudia,
calcula, en ese contexto, la mejor.
No permaneceré a la deriva donde estoy, pasaré un poco de tiempo sobre esta teoría de juegos, tal
vez lo he hecho hace tiempo en este Curso, me contentaré aquí con hacer alusión. Aquello a lo que
me limito es únicamente a mostrar que en efecto el sujeto, el primer sujeto lacaniano, es el sujeto de
esta estrategia matemática. Es un sujeto que, evidentemente, no tiene ninguna subjetividad, palabra
que Lacan no utiliza entonces sino entre comillas, es un sujeto sin profundidad, que es reductible a un
factor del cálculo. Y si Lacan lo introduce es diciendo, véanlo en los Escritos en la página 516, lo cito:
La noción de sujeto es indispensable al manejo de una ciencia como la estrategia en el sentido
moderno ─entiéndase: la teoría de los juegos─, cuyos cálculos excluyen toda subjetividad─ entre
comillas. Y de otra parte, incluso en su gran texto “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo”,
Lacan hace figurar, modulándola, modalizándola, una referencia a la teoría de los juegos─ pero, en
fin, allí él se da cuenta que su punto de partida era demasiado rígido precisamente.

164
La interpretación lacaniana del psicoanálisis, se podría decir que es calcada sobre la teoría de juegos.
Reposa sobre el reconocimiento en el inconsciente de un cálculo que reposa sobre los mecanismos
significantes, sobre el reconocimiento de que hay en el inconsciente, mecanismos significantes.
Se puede decir que las formaciones del inconsciente ─título de su quinto Seminario─ están en el
lugar, aquí, de esa pequeña s (JAM subraya la s minúscula en el tablero), es decir, son engendradas
por los mecanismos, determinadas por los mecanismos.
Es un hecho que él ha dicho formaciones del inconsciente, es decir, que aquello de lo que se trata
─los sueños, los lapsus, los actos fallidos, los chistes, el síntoma─, ha preferido designarlos de este
lado (JAM muestra y separa con una barra el lado derecho del tablero, del lado de los efectos), lo ha
designado por la s minúscula. Pero su Seminario las Formaciones del inconsciente podría también
llamarse Los Mecanismos del inconsciente (JAM subraya el lado izquierdo del tablero, el lado de los
mecanismos):

Va ha ser necesario que relea todo el Seminario de las Formaciones del inconsciente, que he
establecido, pero sin pensar en este problema, el uso que sin duda hace Lacan del término de
mecanismo ─es algo por verificar─ para aprehender por qué él ha, de todos modos preferido capturar
eso a la derecha más que a la izquierda (JAM habla mirando el tablero, como para él mismo, dando la
espalda a los asistentes). Evidentemente, designándolos como formaciones del inconsciente designa
lo que había sido aislado por Freud, los mecanismos, es él, Lacan, quien los ha dado bajo esta forma.
Entonces tenemos, la metáfora (JAM marca la fórmula S’/S con un ganchillo), en su escrito de “La
instancia de la letra”, él la califica, explícitamente, de mecanismo ─lo cito: mecanismo de doble
gatillo─ que determina, con la s minúscula, el síntoma analítico. Da cuenta del síntoma a partir de la
semántica; da cuenta del síntoma como lo que fija la significación inaccesible al sujeto conciente. El
síntoma es definido como la fijación de una significación. Cuando el sujeto conciente, aún en esta
fecha─ estamos ya bien avanzados en la construcción de la interpretación lacaniana─, el sujeto
conciente será el lugar donde el síntoma puede resolverse. Es decir, que es el volverse conciente de
una significación lo que aparece para Lacan como el medio de la resolución del síntoma.
Estamos íntegramente, lo vemos bien, en el registro del sentido, estamos aquí en el registro del
desciframiento, completamente distantes de la noción de defensa contra la pulsión, defensa que él
tratará, por ejemplo, de manipular para que ella deje pasar la pulsión. La problemática de Lacan
permanece como aquella del devenir conciente de la significación. Y hay que decirlo, que diciendo
eso podemos apoyarnos sobre una amplia biblioteca de referencias freudianas y que el devenir–
conciente de la significación, en contra de todo, permanece como una dirección de la cura a la que los
analistas, aún hoy, están ligados.
Decía hace un momento que Freud también ha interpretado el psicoanálisis ─era una manera de
decir que evidentemente no es la última palabra. ¿Cómo ha interpretado él el psicoanálisis? Lo ha
interpretado ─estamos obligados a referirnos a lo que hemos entendido, de lo que no puede
exonerarse, no! No puede (JAM hace un gesto como si respondiera a alguien que estuviera a su

165
lado)─, él ha interpretado el psicoanálisis como un método de curación, cuya originalidad es
ciertamente la de proceder por el descubrimiento de verdades, por el descubrimiento de verdades que
están en el corazón del síntoma ─verdades reprimidas, olvidadas, inaccesibles.
La interpretación lacaniana permanece presa en esos términos con una inversión de las proporciones,
Lacan interpreta el psicoanálisis como una experiencia de verdad. Eso no hace desaparecer la
orientación hacia la curación, hacia la resolución del síntoma, sino que la curación aparece como un
efecto colateral de la experiencia de verdad ─la curación es un daño colateral (risas). Y en efecto, si
se le ha reprochado a Lacan hacer de la curación un efecto colateral, por añadidura ─a pesar de que
él a podido apoyarse sobre un enunciado de Freud para formularlo─, si se ha podido reprochársele es
porque se ha sentido que él invertía las proporciones, y que su interpretación del psicoanálisis
cambiaba el estatuto del psicoanálisis haciéndolo una experiencia de verdad. Mientras que la verdad
para Freud, en el fondo, era un medio, para Lacan podía aparecer como un fin.
Lo que desconcierta en la muy última enseñanza de Lacan, es que pone en causa la interpretación
del psicoanálisis como experiencia de verdad, y que parece introducir el psicoanálisis como
experiencia de satisfacción.
La satisfacción no aparece más como un obstáculo del descubrimiento de la verdad. En particular la
satisfacción del síntoma. Sino que es la satisfacción misma la que aparece como un fin. Y el síntoma
lacaniano no es puesto en relación con una verdad reprimida e inaccesible que debe aparecer en la
conciencia.
Es el valor que daré ahora a lo que figura en el comienzo de ese texto último de “L’Esp d’un laps” que
he comentado hace dos o tres años.
El texto comienza con una recusación de la función de la atención: comienza por decir que es
suficiente con poner atención a lo que está en el inconsciente para que salgamos del inconsciente.
Ahora veo ─no envío al olvido lo que pude decir en la época─ con precaución, veo el distanciamiento
de toda la problemática del devenir–conciente. Y aíslo esta máxima que formula Lacan diciendo: No
hay verdad ─coma─ mas que a condición de pasar por la atención, no miente.
Este dicho de Lacan es verdaderamente, de la naturaleza de aquello que obstruye la vía, la tendencia
que conduce siempre al analista a dejar en definitiva su lugar al devenir–conciente, devenir–conciente
es poner atención a. y eso previene que poner–atención–a no nos da la cosa misma. Y entonces
Lacan nos previene de cuidar el acento de la verdad en su lugar, es decir, el lugar en el cual, la
verdad sorprende la atención, lugar donde fue como un lapsus, donde pasa que decir la verdad es
siempre un acto fallido.
Evidentemente eso quiere decir que si eso me sorprende aquí, si se los transmito, es porque yo, yo
que les hablo, eso me ubica exactamente. En fin, es lo que siento. Es que estoy después, estoy a mi
deriva, me he deslizado hasta estar engrapado por Yo la verdad hablo.
Yo la verdad hablo, es lo contrario de una posición de infatuación ─contrariamente a lo que podría
parecer porque se dice yo. Es un enunciado que no comienza por yo sino de modo irrisorio. Yo no
hablo en tanto que la verdad, precisamente, porque no sé completamente lo que digo. No
completamente, o del todo. Yo la verdad hablo, es lo contrario de la posición del sujeto que se hace
supuesto saber. El sujeto que se anuncia como la verdad, anuncia precisamente que él se hace dócil
a la sorpresa.

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Claramente, es después de eso que estoy, que me dejé deslizar. Me he dejado deslizar hacia un
modo de enunciación que comporta una cierta inatención. Precisamente para molestar todo lo que sé
por atención. Bueno, releo, verifico de todos modos ─pero es adyacente al hilo en el que sigo. Y es
por lo cual asumo, ser irresponsable de mi discurso. Es cierto que lo firmo no obstante. Dejo a mi
amigo Luis Solano que lo distribuya por Internet al conjunto del Campo Freudiano. Pero me decía,
estos cursos, no los publicaré. Mis cursos se publican en español. Es una malicia que tengo allí. En
español, ya soy el autor de siete u ocho volúmenes considerables donde sostengo un discurso del
que soy responsable. Allí, no es que piense estar inspirado (risas), pienso que hablo bajo la forma
líquida, es decir, a semejanza del analizante. Lacan no se contentó con decir que el analista no podía
ser irresponsable de lo que decía cuando enseñaba a psicoanalistas, ha dicho que enseñaba sin
poner atención. De allí el valor que acuerdo a las reacciones con el otro, que evidentemente no viene
jamás, sino del uno del otro, uno por uno.
Bien, volvamos a la noción de mecanismo.
Entonces, el mecanismo, la palabra no se me había escapado hace tiempo, pero toma ahora para mí
su valor del hecho que lo comparo, lo pongo en perspectiva del nudo.
Volviendo a la noción de mecanismo, digo que es crucial, y pienso en las dos vertientes de Lacan, en
su Discurso de Roma, distingue en el psicoanálisis ─y en definitiva permaneció, hasta su muy última
enseñanza, fiel a esa bipartición.
En el psicoanálisis, hay, de un lado, el desciframiento del inconsciente. Es decir, lo que fue la primera
práctica de Freud, aquella sobre la cual ha podido asentar el estatuto del inconsciente, volverlo
creíble ─como se dice con un término de hoy. Volvió creíble el inconsciente por la forma en la que él
lo descifró. Lo que está hoy al alcance de todo análisis cuando se esfuerza. Hoy, hay los analistas
que piensan que no vale la pena descifrar los sueños, por ejemplo, porque cuentan que el estatuto del
inconsciente está bien asentado en la cultura y que no vale la pena reestablecerlo, o entonces, no
saben más, tal vez, no creo. En todo caso la práctica de Freud pasaba por allí.
Y luego, la segunda vertiente, la teoría de las pulsiones. Diciendo la teoría de las pulsiones, en los
Escritos, página 261, Lacan quería ciertamente subrayar lo que ella tenía de elucubración. El
desciframiento es una práctica, la pulsión es una elucubración ─de otra parte Freud la trata así, como
un mito.
Entonces, la interpretación lacaniana del psicoanálisis siempre fue la de dar el paso del
desciframiento del inconsciente al de la teoría de las pulsiones, y he podido mostrar en este Curso, al
cabo de los años, cómo él repensaba la pulsión a partir del desciframiento del inconsciente.
En particular, he mostrado como su grafo a dos pisos recuperaba esa bipartición, que el piso inferior
daba cuenta del desciframiento del inconsciente (JAM marca con dos trazos el piso inferior: //) y que
el piso superior era aquel de la pulsión (JAM marca con un punto el piso superior: .), que era
concebido sobre el modelo de los mecanismos del inconsciente, y que venía, de algún modo, si
puedo decirlo así, a llenar, a anclar la satisfacción.
Esta bipartición se encuentra aún en el texto que he citado la última vez de “La Proposición del 9 de
Octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela” donde Lacan lleva a su Escuela la práctica del
pase. Él articula el comienzo del análisis al nivel del desciframiento del inconsciente (JAM muestra el
piso inferior:) y articula el fin del análisis al nivel de la pulsión (JAM muestra el piso superior:).

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Entonces, el desciframiento del inconsciente, práctica freudiana, fue repensada por Lacan a partir de
la lingüística estructural, y de golpe, el inconsciente apareció como un mecanismo de desciframiento.
Se puede decir que Lacan, permaneciendo fiel a la noción de mecanismo, ha desplazado los
mecanismos de la defensa por los del desciframiento
La semana pasada, la he tratado como una construcción, pero he encontrado en los Escritos el
pasaje que testimonia que había perfectamente la noción ─evidentemente la había leído más de una
vez, incluso sino acudió a mi memoria y mi atención la semana pasada─, es un pasaje de “La
instancia de la letra”, página 521, leo. Una exhaustividad de los mecanismos de defensa, tan sensible
como la que nos hace un Fenichel ─Fenichel, es Otto Fenichel, tal vez el más grande de los post–
freudianos en fin, poniendo aparte a Kart Abraham, Fenichel se desplazó a los Estados Unidos y es,
en el fondo, el más grande de los Annafreudianos─ Una exhaustividad de los mecanismos de
defensa, tan sensible como la que nos hace un Fenichel en sus problemas de técnica analítica porque
él es un practicante, se manifiesta, sin que él de cuenta e incluso ni siquiera sin que él se de cuenta,
como el reverso, ─ exhaustividad de los mecanismos de defensa como el reverso─ de los
mecanismos del inconsciente serían el derecho. He ahí un pasaje que, con todas las letras y sin
equívoco, hace la relación entre los mecanismos de defensa annafreudianos y los mecanismos del
inconsciente, tales y como Lacan los articula a partir de la metáfora y la metonimia.
Tuve la curiosidad de ir, no al opúsculo de Fenichel sobre los problemas de técnica que no tenía a la
mano, sino a su manual, que se llama The Psychoanalytic Theory of Neurosis, La Teoría
psicoanalítica de las neurosis, que es una obra de 600 páginas aparecida en inglés en 1945, editado
por Norton, editor americano de Lacan más tarde, y que es verdaderamente una Biblia ─no fue jamás
traducido al francés, creo, a pesar de que es verdaderamente un trabajo impresionante, en efecto, por
su visión completa y su organización intelectual. Fui al capítulo IX, “Los Mecanismos de defensa”,
para ver de que se trata en esa exhaustividad de los mecanismos de defensa que evoca Lacan. Eso
hace unas quince páginas del libro, que en mi juventud, antes incluso de iniciarme en la práctica del
psicoanálisis, había levantado fichas de toda una parte del libro. Evidentemente, procede de la época,
de un psicoanálisis hiper–estructurado, no es lo que ahora evoco del psicoanálisis líquido.
Entonces, Fenichel distingue los mecanismos de defensa que tienen éxito y aquellos que fracasan.
Los mecanismos de defensa que tienen éxito, según él, son aquellos que obtienen la cesación de lo
que está separado, y lo que es separado es, digamos, lo que en inglés se llama impulse o instinctual
drive, es decir, lo que nosotros traducimos por pulsión. Y entonces, los mecanismos que tienen éxito
son aquellos que obtienen, en el fondo, la satisfacción de la pulsión. Mientras que, en aquellos que
fracasan, el proceso de defensa debe continuar ejerciéndose para impedir la emergencia de la
realización de la pulsión separada.
Los mecanismos de defensa que tienen éxito, los pone todos bajo la misma rúbrica, que trata
bastante rápido, de la sublimación. Y define la sublimación de una manera que no es chocante para
aquellos que han leído la Ética del psicoanálisis: pone el acento como Lacan sobre el hecho que las

168
pulsiones sublimadas se satisfacen en la sublimación misma. La sublimación no rechaza la pulsión,
procura una vía artificial a la satisfacción de la pulsión. Es decir, consiste esencialmente en el
investimiento libidinal de un sustituto de un fin natural de la pulsión, y él emplea en inglés la palabra
aim por fin. No se puede dudar que esta referencia de Fenichel está presente en Lacan cuando en su
Seminario XI opondrá, concerniente a la pulsión, aim/goal (JAM escribe en el tablero estas dos
palabras separándolas por una barra oblicua: aim/goal), todo demuestra que Lacan ha meditado
Fenichel. Entonces, para Fenichel, lo que distingue la sublimación de una defensa es que hay el
investimiento de un sustituto y no de una contra–investidura que bloquee la pulsión. Entonces da una
ley general: cuando la represión ha sido levantada la sublimación puede intervenir ─y es la manera
que tiene Fenichel de hacer correlativo el desciframiento y la satisfacción.
Y dice una cosa muy precisa, dice que la sublimación, a diferencia de la defensa, no es una oposición
a la pulsión, es la introducción de un ángulo ─emplea la palabra ángulo─, de un ángulo que dice,
produce una resultante. Es decir, que es un ángulo de desvío, si puedo decirlo así, que permite a la
pulsión realizarse. Ella no se ha detenido. Ciertamente, él añade ese rasgo, con el cual, allí Lacan
evidentemente no estaría de acuerdo, que, por el hecho de estar desviada, una sublimación es
desexualizada, es decir, que su satisfacción no tiene más la evidencia pulsional. Dejemos de lado ese
punto.
Bueno, no voy a enumerarlo todo. Entre los mecanismos de defensa contra las pulsiones, él distingue
ocho, luego retoma un poco los mismos, haciéndolos defensas contra los afectos, y distingue
especialmente la defensa contra el sentimiento de culpabilidad.
¿Cómo Lacan lee esto? De una manera muy sutil. Lee eso como una retórica. Esto es lo que escribe.
La perífrasis, el hipérbaton, la elipsis, la suspensión, la anticipación, la retracción, la denegación, la
discreción, la ironía, esas son figuras de estilo, cuyos términos se imponen a la pluma como los más
propios para etiquetar esos mecanismos. Luego entonces él los retoma, en el fondo, como
mecanismos significantes los que son enumerados por Fenichel. ¿Podemos no tener más que una
simple manera de decir, en cuanto que esas figuras mismas son en acto las de la retórica del discurso
efectivamente pronunciado por el analizado? Y entonces, Lacan traduce, reconoce, en los
mecanismos de defensa que fracasan enumerados por Fenichel, las figuras de la retórica, que se
ordenan en esos dos grandes mecanismos del inconsciente que ha aislado a partir de la metáfora y la
metonimia, es decir, de la elucidación hecha por Jackobson de esas dos figuras.
La estructura ha sido pensada por Lacan como un mecanismo. Su estructuralismo, es un
mecanicismo.
Primero ha pensado la estructura como un mecanismo lingüístico, aquí según dos modalidades, y, por
desplazamiento metonímico, pasó de la lingüística a la lógica.
Si se quiere abreviar la trayectoria de Lacan, se dirá que ha comenzado por concebir los mecanismos
de defensa como mecanismos lingüísticos y que luego los ha trabajado en el sentido de mecanismos
lógicos.
Y, en particular, cuando se aplica a lo que él mismo llamó la lógica del fantasma, y bien, él se apoya
sobre un marco lógico, y relaciona el comienzo del análisis (JAM muestra el piso inferior del grafo)
con el final del análisis (JAM muestra el piso superior del grafo) bajo el modo de la demostración.

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Cuando se refiere a esto en su “Proposición”, sucede que el comienzo es pensado a partir del
desciframiento del inconsciente, es decir, que plantea la condición de posibilidad del desciframiento
por un mecanismo lingüístico.
Se puede decir que él dispone, en el comienzo del análisis, una configuración que es la instauración
de la metáfora inicial del análisis. Una metáfora inicial que se traduce por la emergencia de una
significación particular, que es la significación que se llama el sujeto supuesto saber (JAM retiñe y
prolonga en el tablero la escritura: (+) s…). En el fondo, su doctrina del comienzo del análisis consiste
en situar una metáfora que tiene como efecto la emergencia del sujeto supuesto saber, sobre el
modelo que ha inscrito, y que es la condición de posibilidad de la interpretación y del desciframiento.
Y de la misma manera que en su grafo él estructura el piso superior sobre el modelo del piso inferior,
en la “Proposición” estructura lo que ha llamado el pase como una metáfora final. Una metáfora final
que verá la emergencia de una significación particular que llama el objeto a ─la emergencia y la caída
del objeto a. Él estructura el final sobre el modelo del comienzo, y en el fondo, como una metáfora.

El objeto a, es tan vecino de un efecto de sentido, que Lacan, en un momento dado, en una lección
que permanece aislada, se interroga sobre el objeto a como efecto del sentido real.
Se tendrá entonces, aquí, el sujeto supuesto saber como efecto de sentido, digamos imaginario, (JAM
muestra (+)s), y, aquí, un efecto de sentido real (JAM muestra (+) a). Pero está estructurado de una
manera exactamente simétrica.
La transferencia aparece como un efecto de desciframiento cuando el desciframiento no es aún sino
virtual.
Entonces, ¿cómo es que se pasa de la emergencia del sujeto supuesto saber a aquella del objeto?
¿Cómo es que, al final del análisis, el sujeto supuesto saber está marcado por un des–ser, es decir,
un menos que se inscribe arriba (JAM escribe: (–)a), para permitir la emergencia del objeto a?

Lacan, en su “Proposición”, dice: Es un viraje.


Es un viraje del ser inesencial del sujeto supuesto saber hacia lo real.
Su esfuerzo, el esfuerzo de su enseñanza en adelante, fue el de insertar ese viraje en una lógica ─y
de otra parte: lógica del fantasma─, es decir, de obtener, en el nivel lógico una configuración del
automatismo: si se comienza allí, se debe terminar allá.
De allí, la idea de un algoritmo del psicoanálisis.
Los lacanianos de alguna manera se han atrincherado detrás de la certidumbre de que había un
algoritmo del psicoanálisis. Es por lo cual, aquí, veo converger el texto de “La instancia de la letra”

170
que es del 1957 y el texto de la “Proposición” que es de 1967, diez años más tarde: he aquí los
pilares de la interpretación lacaniana del psicoanálisis.
Y, al mismo tiempo que inserta el viraje en una lógica, su interpretación ha culminado en la inserción
de lo real en una lógica.
Antes del viraje de su muy última enseñanza se puede decir que Lacan formulaba: No hay real más
que por la lógica. No se aísla lo real sino por la imposibilidad, y la imposibilidad no puede ser
determinada más que por la trama de una lógica. Y entonces, la palabra del paciente, incluso si
parece líquida, esa palabra está habitada por un algoritmo invariable, que debe conducir a la
emergencia del objeto a.
Esta convicción se puede decir es la que es puesta en cuestión en la muy última enseñanza de
Lacan. La noción misma de algoritmo es destruida por la noción, puesta en primer plano, de que no
se puede sino mentir sobre lo real, que hay una inadecuación del significante a lo real.
De una cierta manera, la enseñanza de Lacan, al interior mismo de su gran coherencia e incluso de la
coherencia de su evolución, está habitada por una oscilación ─creo que se puede emplear la
palabra─, una oscilación entre dos momentos.
Los momentos en los que esos dos niveles del significante y de la satisfacción son puestos en
correlación por un mecanismo, por un automatismo, por una lógica, por un algoritmo (JAM liga los dos
pisos del grafo con un enlace), de tal manera que, del uno al otro, la consecuencia es buena, que se
vaya del comienzo al final como se va de las premisas a las consecuencias, por una forma de
deducción necesaria ─incluso si se puede decir que ella tropieza con lo imposible, etc., es una
deducción necesaria. Eso es uno de esos momentos.

Y el otro momento de la oscilación, es para subrayar lo contrario, que hay una fractura, un hiato, una
inadecuación. En el fondo, ésta se encontraba ya cuando Lacan hablaba de la dirección de la cura:
justamente cuando construía su grafo, subrayaba, al final, lo que en ese entonces llamaba La
incompatibilidad del deseo con la palabra. Se puede decir que es el mismo hiato, desplazado, que se
encuentra al final de su enseñanza cuando habla de la incompatibilidad del goce con el sentido.

Y entonces, hay una oscilación entre el momento de la deducción y el momento del hiato.
Un hiato que Lacan intenta incesantemente de superar por la deducción, por el algoritmo, por el
mecanismo, y que ve reconstruirse, porque permanece, en efecto, más cerca del fenómeno de la
experiencia.

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Entonces, Lacan formula en su último texto, publicado: Del espejismo de la verdad solo la mentira es
a esperar. Es de allí de donde concluyo la inadecuación del significante con lo real. Pero es
importante ver el nombre que da a eso que es un espejismo de la verdad sólo la mentira es a esperar:
Es lo que se llama la resistencia, dice, en términos corteses. Y entonces se ve aquí retornar el antiguo
término de resistencia, con el cual él prepara el lugar, al nivel de la inadecuación. El análisis es
entonces menos la espera de la emergencia de una verdad que la espera de una satisfacción que
conviene.
Y, de una cierta manera, es después de la obtención de esa satisfacción que da lugar a la elaboración
de una verdad.
Entonces, el resorte del pase. El pase es un concepto lógico, pero cuando el pase se vuelve para
Lacan, si puedo decirlo, un concepto nodal y no más un concepto lógico, su resorte es la obtención de
una satisfacción que puede verse incrementada por una construcción significante donde la correlación
es hecha entre la obtención de satisfacción y el recorrido de la verdad.
Freud entonces ubicaba la construcción del lado del analista, y me parece que Lacan, al contrario,
ubicaba la construcción del lado del analizante. Freud ubicaba la construcción del lado del analista
porque el analista, él decía, no tenía nada vivido, nada reprimido, y que su tarea no podía ser la de
despertar algo de la infancia. Y bien, me parece que el analizante que nos presenta Lacan ─es de
este modo que él ha interpretado el analizante, y especialmente el analizante al final del análisis─
tiene que construir, y no hay final de análisis sino a condición de que el analizante construya.
Creo que es demostrable, o que es mostrable, que el nudo encarna eso: del nudo no se sale, no hay
salida, no hay afuera, sólo hay configuraciones, más o menos satisfactorias, e, incluso se puede decir,
imaginariamente.
Y bien, en la época del psicoanálisis líquido, el final del análisis depende de una decisión del
analizante, es decir, depende de su capacidad de asumir ese fin como una causa figurada feinte
cause ─no digo una santa causa ─, como una causa figurada, en la que se trata, no tanto de decirla o
de no decirla, sino ─volveré sobre esta palabra─ de aludirla.
Hasta la próxima semana

Fin de la Décimo Tercera Sesión del Curso JAM 2007-2008 - 26.03.08

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( *)
– No nos fue posible ubicar una traducción oficial al español de este texto de Gœthe; la que figura aquí toma
como base la consignada por Miller en francés. Transcribimos en alemán los versos que él hace figurar en algunos
tramos de su presentación. (N. de la T.).

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