Gabriel Solano Iglesias Economía política marxista
Reacción 4: Semana 4: Capítulo IV de El Capital
El secreto de la determinabilidad de las relaciones socioeconómicas, esto es, el
proceso en virtud del cual se constituyen como una realidad devenida y en devenir, es la fuerza de la contradicción, o la negación. La circulación del dinero, así, nos ofrece dos efigies que parecen no ser antinómicas: La circulación como dinero y la circulación como capital. Es en esta contradicción que quedan desplegadas, en cada polo, la doble naturaleza de la mercancía (y por tanto del dinero en tanto que tal), el momento en el cual el dinero es mercancía, y aquél en que ha, siempre-ya, excedido la forma de la mercancía. Nos mantenemos, aquí, en un análisis puramente formal. EL proceso, el encadenamiento de relaciones sociales, M-D-M es un proceso que – asevera Marx- reproduce la circulación de mercancías, en virtud de aquel “desajuste” social en el sistema de las mercancías, una vez el valor de una es reemplazado por el valor en dinero, donde comienza el ciclo para alguien más (no así en el mero trueque de valores de uso M-M, donde no hay mediación del valor); esto es, el ciclo de transacciones que, a la postre, se condensan en la realidad de la mercancía como valor de uso. Delicioso détour hegeliano donde una relación que se resuelve en los valores de uso, tal como el trueque, precise de la mediación de la sustancia-valor para dejar un proceso socialmente abierto, al nivel del mercado. En el dinero como dinero, el ciclo queda socialmente abierto a nivel del mercado (ese campo de relaciones sociales fetichizadas, o determinadas, en mercancías y valores), pero individualmente cerrado. El capitalista, empero, ve en el dinero un fin en sí mismo, y aquí queda, en el ciclo D-M- D’, la mercancía realizada esta vez como valor. Es un proceso que queda socialmente cerrado, en tanto termina siendo una permutación mediada de dinero por dinero, pero individualmente abierto. EL capitalista queda penando en este ciclo de repetición en torno al dinero como capital; un “judío interiormente circunciso”. La cuestión es aún más fascinante en tanto, fenomenológicamente, las relaciones particulares en que se determinan estos procesos antagónicos de circulación, son idénticos. Los actores involucrados, lo están en tanto un puro intercambio de valores; una transacción concreta donde A vende y B compra. Una relación social (o proceso de relaciones sociales) puede diferir totalmente de otra, integrada por las mismas partes individuales. Los procesos no son para-sí, distintos; lo son sólo en un plano social.
EL motor de la circulación, lo hemos dicho antes, es la diferencia. Una diferencia en el
plano cualitativo, como worth. La realización y permutación de la diferencia son el proceso fundamental que toma lugar en el mercado. Este silogismo entre dos sustancias distintas cualitativamente y cuantitativamente como valores de uso, pero a la vez cualitativamente idénticas en tanto materializaciones del trabajo abstracto, es una relación dialéctica de mediación y unidad en la diferencia. La esencia que permite el silogismo, y la realización de la mercancía como valor, es justamente su diferencia cualitativa como objeto. Ésta es la que mueve la circulación como dinero. Empero, el “reflujo de dinero”, o la doble permutación de la mercancía, es un proceso que la incorpora sólo como valor, e incluso forcluye el valor de uso del dinero (i.e., ser equivalente general), y lo aborda como mero valor. En este intercambio, lo que distingue el inicio y el final del proceso, es la diferencia. SI antes lo era entre cualidades de objetos, aquí lo es entre puras cantidades de valor. Sin esta diferencia cuantitativa entre principio y final, D-M-D’ no tomaría lugar. Es este proceso especulativo en torno a la naturaleza de la diferencia que Marx establece el “desajuste interno” del Capital, o la acumulación de valores. Y con él, de toda una serie de relaciones societales (jurídicas, laborales, de clase, estatales).
Lo crucial de este proceso es, empero, el movimiento que describe el dinero en su
permutación, o el puro proceso del retornar-a-sí, y encontrarse cabe-sí (beisich) en sí mismo, en la diferencia cuantitativa. El valor, que tiene una existencia dividida entre la mercancía y el dinero, en el plano de la circulación de bienes, debe retornar a su identidad cualitativa como dinero para comprobar su “valorización”; una suerte de autointeligibilidad, de proceso para-sí, donde la diferencia cuantitativa es sólo pensable en virtud de la pura identidad cualitativa del valor bajo la forma de dinero. Pero para, en efecto, valorizarse, producir más de sí por gracia de sí, el valor debe adoptar la forma de mercancía. Marx expone, con singular perspicacia, que el valor se hace sujeto de todo un proceso de transformación. Hemos hablado antes de cómo la mercancía lleva un exceso de sujeto en virtud de la necesidad ontológica del proceso de fetichización. En efecto, este proceso “Objetivo” de circulación no es sino la reificación, o sustantivación bajo forma de relación material, de un fin subjetivo. Hablamos aquí, de un deseo, en virtud del cual el valor emerge como “última tensión”, o como objeto del deseo que, desde Lacan, sabemos que es significante del deseo de deseo; o el valor como significante del deseo de deseo de valor. O, en Marx: “EL valor de uso no puede, por tanto, considerarse como fin inmediato del capitalista, y tampoco la ganancia concreta, sino solamente el movimiento incansable de ganar.” (p.141); esto es, D-M-D es un proceso que encadena al sujeto a la repetición, y cuya realidad, o consistencia ontológica, queda relegada a este puro moverse. Esta pulsión. Este judío interiormente circunciso es, vemos, el castrado lacaniano. Este capítulo, en particular, es singularmente afín a la teoría psicoanalítica del deseo y la pulsión de muerte.
Notemos, igualmente, que la plusvalía, no obstante manifestarse y cobrar realidad en
el proceso de la circulación de valores, no tiene su principio, su génesis, en éste. Sino en un proceso externo a la circulación en el cual esta simiente de valorización se encarna, se hace cuerpo, en el mercado, en el movimiento del dinero como capital. Es allí donde el verbo, cuyo comienzo está a la diestra del Padre, en la producción, se hace carne y realidad concreta en la circulación.