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Pontificia Universidad Javeriana

Facultad de Filosofía
Profesora: Luciana Cadahia
Cesar Felipe Vargas Villabona
Seminario: Políticas de la estética en la modernidad alemana
04/09/2018

Los Bandidos: El drama y el problema moral


¿Cuál puede llegar a ser el propósito del teatro? ¿Podría ser tan sólo entretener, o hay algo
más de fondo? Ciertamente no creo que pueda quedarse en el puro entretenimiento, de alguna
manera en las historias que se representan, en los personajes que se conocen o las situaciones
que se describen, se juegan muchos asuntos que pueden llegar a algo más que la sensibilidad
de los espectadores, pues describen situaciones que podrían llegarse a juzgar desde otros ojos
que no sean los de un crítico de arte. A la vez, la finalidad del arte tampoco se puede ver
sesgada por creer que debe educar a las personas, esto sería reducirlo y dejar de lado su
dimensión estética que busca mover las pasiones. A partir de esto haremos un acercamiento
al problema por medio de un análisis de la obra Los bandidos de Friedrich Schiller, ya que
en ella comienzan a dilucidarse las primeras reflexiones del autor sobre cuál es la naturaleza
humana, algo que se percibe por medio de los personajes de la obra, más que todo en la
imagen de Karl Moor, pero no sólo esto, pues también en la obra se problematiza la moral y
la libertad, algo que en conjunto con el funcionamiento del humano deja entrever un cierto
pensamiento político que después se llegará a configurar con más claridad.

Pensemos un poco el contexto de la obra: Maximilian Von Moor es un conde rico que tiene
dos hijos, Karl y Franz. Karl es el mayor, es talentoso y se le describe como una persona con
un gran fuego dentro de sí, que decide viajar a Leipzig donde vive una vida en la cual el
exceso lo controla, tanto así que llega a endeudarse y por esto decide escapar con ciertos
compañeros. Franz es el hijo menor, es traicionero y exagera las noticias de su hermano
tergiversando los comunicados que Karl envía por medio de cartas para buscar el perdón de
su padre, quiere quedarse con la fortuna de su familia y además con la amada de su hermano,
Amalia, sin importarle cómo llegar a conseguirlo con tal de hacerlo realidad; miente sobre
su hermano sin importar las reacciones de su padre ni el deterioro de su salud. Entre las
mentiras que Franz inventa de su hermano, su padre decide olvidarlo y dejarlo atrás, lo
deshereda y espera que su hijo prodigo vuelva pidiendo perdón para así recibirle de nuevo.
Pero Karl no recibe esta noticia, su hermano menor le envía una carta aún más fuerte y
contundente y en este momento llega el cambio decisivo en la obra. Por el gran dolor de
haber perdido a su padre, hermano y amada, Karl decide empezar una nueva vida dejando
ciertos principios que tenía atrás, quiere buscar la justicia por cuenta propia, así es como se
hace el cabecilla de un grupo de bandidos con los cuales viaja al bosque de Bohemia para
comenzar con su nueva búsqueda de la justicia por cuenta propia.

1
Lo importante del momento decisivo en el cual Karl decide cambiar y transgredir las normas
por un deseo de libertad, es el momento en el cual la tragedia comienza a configurarse. El
hijo pródigo deja su antigua vida atrás y una gran nostalgia lo acompaña, no como el anhelo
de recuperar el pasado sino como un nuevo presente que trae muchas posibilidades. A la vez
en este momento también se puede dilucidar la naturaleza dual del ser humano, aquella
descrita en las Cartas sobre la educación estética del hombre a partir de dos impulsos (formal
y sensible) que no se contraponen sino que coexisten en nosotros. En el gran dolor que siente
Karl por todas sus pérdidas es donde se podría llegar a verse este funcionamiento dual, pues
“el dolor […] nos hace conscientes de nuestra naturaleza racional, en la medida en que
despierta en nosotros una necesidad, por primera vez, de «controlar» e incluso «suprimir»
los efectos de la sensibilidad” (2008, p.22). En ese dolor se busca otra alternativa que no
dependa de la sensibilidad, el impulso formal se abre paso para poder regular esa sensación
incomoda, y tal vez esto se traduce en la consiguiente búsqueda de emancipación por parte
de Karl en compañía de sus bandidos. Ahora bien, sacando esto de la obra y extendiéndolo
hacia los espectadores, el sentimiento trágico en nosotros funciona de la misma manera;
escenas fuertes como lo puede ser el asesinato de sus propios hijos por parte de Medea; o el
momento en el que Edipo se percata de que mató a su propio padre y se acostó con su madre;
el desmembramiento de Dionisio; o el asesinato de Amalia por parte de Karl; todas estas
escenas crean una reacción sensible en la cual damos cuenta de nuestra naturaleza racional
para poder explicarlas de alguna manera, aquí se abre el paso a la libertad, como la imagen
de nuestro antiguo héroe ahora con nuevos ideales.

“Sólo a partir de la profundización en el mal puede Moor darse cuenta de su destino, y


aceptar, al final del drama, la prioridad de la razón humana, de la moral, sobre sus propios
deseos de emancipación” (2008, p.23). Por el sufrimiento hay un desvío hacia el mal, pero
dentro de él a la vez hay un descubrimiento de la racionalidad, y por eso al final Karl se dio
cuenta de que aquello que buscaba lo hacía de una mala manera, se entregó y esto fue el
triunfo de la ley moral. La esencia de la tragedia se ve representada en el momento en el que
se abandonan los antiguos ideales y la nostalgia es tan fuerte como para hacer mover al
protagonista, en este movimiento hay un cambio y primero se pasa por un camino de
decadencia para al final encontrar el verdadero camino, “Lo que interesa aquí, sobre todo, es
cómo la conciencia de la pérdida se transforma en un reconocimiento de la necesidad de ésta;
de la necesidad del proceso, del paso por el abismo, para la redención” (2008, p.24). Nace la
pregunta de ¿por qué el eje de la trama gira en torno a un espacio inmoral? Ciertamente
hacerlo de esta manera tiene un gran impacto en el espectador, si el personaje es vicioso tiene
más impacto el triunfo de la virtud pues ella termina siendo la gran vencedora en la escena.
Karl es un personaje con una gran fuerza de voluntad, tiene carácter, compasión, ánimo, sus
impulsos son sublimes aunque estén encaminados al mal, llama la atención la manera en la
que los sigue, cómo decide sus movimientos, ahí es dónde se encuentra su grandeza y a la
vez la raíz de su caída.

La distinción entre vicio y virtud se rompe en la obra, el espectador no puede juzgar las
2
acciones de los personajes desde lo moral sino desde lo estético, “El contenido no es ya lo
importante, porque lo que es clave aquí no es la calidad moral del personaje, sino la «fuerza
espiritual» que sus acciones comunican” (2008, p.29). Al separar la visión estética de la moral
se le da importancia al efecto artístico que es desde donde se debe analizar la obra para
Schiller. Teniendo esto en cuenta, volvemos a la pregunta del principio ¿cuál podría llegar a
ser el propósito del arte? Aquí pareciera que lo mejor sería tomar una posición intermedia.
Ciertamente sí tiene una labor educadora en cierta medida, pero no se queda en eso, pues el
arte es autónomo y no se separa de la dimensión que busca dar placer y entretenimiento. No
nos podemos quedar con una visión sesgada en la cual el arte no sólo debe divertir sino que
además debe pasarnos contenidos morales claros, o en contraposición con el pensamiento
platónico o agustiniano en el cual el teatro es un peligro pues fomenta las pasiones y esto
puede llevar al vicio. El teatro funciona para educar pero se hizo para entretener. Pero
entonces ¿de qué manera educa? “Es en el placer estético que produce, justamente, y por el
hecho mismo de que divierte, donde se encuentra también el fundamento de su papel
educador” (2008, p.35), de esta manera entonces el teatro no educa a través de los contenidos
que transmite, sino que lo hace a partir de lo que muestra en escena, educa a través de ese
sentimiento que crea el ver una obra. Recordando esa sensación del espectador que nace por
medio de lo que muestra una tragedia, podríamos pensar también que ese sufrimiento que la
obra le muestra le produce empatía, comparte el dolor de los personajes y mientras ocurre
esto, ya está ocurriendo a la vez algo de aprendizaje, está entrenando el ánimo, no se le
instruye ningún tipo de principio ni ley, pero en eso que se le representa se crea entusiasmo
y compasión, algo que puede llegar a ser aún más fuerte que la misma educación moral, se
crea “una disposición psicológica especial, al preparar el ánimo para enfrentar, en la vida,
aquello que en el efecto estético se revive a través de la experiencia del dolor de los demás”
(2018, p.37).

Si de esta manera se puede hablar de cómo el teatro educa, se mantiene además en su


autonomía y no recae sobre sí sólo el trabajo de educar, sino que no pierde su dimensión de
entretenimiento. Si la tragedia además nos muestra situaciones dolorosas y los espectadores
las sienten y tienen compasión, la educación se imparte de una manera muy peculiar, pues es
a partir de la sensibilidad del que observa la obra, sin llegar a imponérsele nada de ninguna
manera. Por otra parte pareciera que la tragedia es a su vez una preparación a la vida política,
pues en ese momento en el cual empatizo con algún personaje, puede ser extensivo a poder
llegar a empatizar con otros, pareciera como si nos estuviese educando para poder llegar a
una vida en comunidad. Aunque esto no es algo que Schiller diga literalmente, se puede ver
el comienzo de la configuración de un pensamiento político que parta de la estética y que
trabaje la sensibilidad del hombre para así comenzar a configurarse.

3
El drama y la disposición estética en acto
Si bien Los bandidos (1781) fue escrita mucho antes de que desarrollara sus propias posturas
filosóficas, inspiradas en la lectura de Kant y Fichte, ya en esta obra dramática Schiller da
muestras de la concepción dual de la naturaleza del hombre. En sus primeros escritos sobre
medicina1, Schiller fue consciente de que la sensibilidad era algo fundamental en la
formación del hombre, afirmando que “«el cuerpo es, pues, el primer paso hacia la actividad:
la sensibilidad, la primera escalera hacia la perfección»” (citado en: Acosta. 2008, p. 20). Sin
embargo, es en su primer “retrato” dramático, el cual toma la forma de una obra de teatro que
estaba imposibilitada en principio para entrar en escena2, que Schiller relaciona su
antropología dual con los problemas morales que la naturaleza humana acarrea. Es el asunto
de la libertad y las leyes lo que atraviesa toda la obra, enmarcado en las figuras contrapuestas
de los hermanos Moor.
Schiller sabe por qué usa las formas dramáticas para representar la naturaleza humana. Su
interés está en llegar a los corazones de los lectores, tal como lo pretendería años después,
escribiendo las Cartas sobre la educación estética del hombre (1795), al “presentar la belleza
ante un corazón que es capaz de sentir todo su poder y de ponerlo en práctica” (1999, p. 111).
Ya hay en la práctica una conciencia sobre el dispositivo artístico para movilizar el
entendimiento, puesto que “la contemplación viva [del drama] es más fuerte que el
conocimiento histórico” (2006, p. 65.Cursivas mías). No obstante el joven Schiller no es tan
benevolente con sus lectores, pues teme que el vulgo o el populacho lo mal interpreten. Su
obra no es para cualquier persona, y se exige del espectador una educación estética para poder
entender el “todo” del autor, so pena de que se le juzgue moralista y superficialmente. Por el
contrario, Schiller espera que se le juzgue estéticamente, a pesar del contenido moral de su
obra. Él espera que el espectador suspenda su juicio moral y vea en sus particulares
personajes el retrato sinceró de la naturaleza humana; espera que su lector se deje envolver
estéticamente por el drama de la obra sin que por ello interprete en esta una apología a la
inmoralidad y a la criminalidad.3
Y es que está mal interpretación puede darse, debido al recurso un tanto sui generis que usa
Schiller para platear el problema de la libertad en su obra. Su personaje principal no es un
héroe completamente virtuoso y arquetípico que carece de cualquier contradicción, sino por
el contrario, es una “gran alma descarriada”, un monstruoso asesino con motivaciones
sublimes, un trágico criminal. Lo que hace Schiller es dibujar “una república en la que se
detiene nuestra atención como en algo extraordinario” (2006, p. 224), puesto que el mundo
de Los bandidos es un lugar donde la inmoralidad transita campante por sobre las leyes del

1
Recuérdese que Schiller estudió medicina y derecho en la Academia Superior Militar, y se graduó con el
Ensayo sobre la conexión entre la naturaleza animal y la naturaleza espiritual del hombre (1780)
2
En el prólogo suprimido a Los Bandidos dice: “Puede llamar la atención, cuando se tiene en las manos por
primera vez, el hecho de que esta obra de teatro jamás gozará de carta de naturaleza en la escena” (Schiller.
2006, p. 65). No obstante, la obra termino siendo adaptada para su presentación en público.
3
Como afirma Acosta “Schiller se da cuenta (…) de que lo fundamental desde el punto de vista dramatúrgico
no es el valor moral de la obra, sino el efecto artístico. La diferencia intrínseca entre el contenido moral de la
virtud y del pecado pierde todo sentido desde el punto de vista estético” (2008, p. 30)

4
Estado. Pero es debido a este panorama oscuro que se hacen más visibles los brillos de la
virtud humana, esa marca ideal de la divinidad a la que tendera el hombre en el juego
reciproco de sus impulsos aparentemente contrapuestos, que Schiller expondrá en sus Cartas.
“Tendemos más a deducir la marca de la divinidad a partir de la mueca del vicio que a
admirarla en un pintura ordenada” (2006, p. 224), y es por este recurso que los personajes de
Schiller son seres complejos, pues en su héroe siempre está la tensión trágica entre los
impulsos salvajes y libres, y los principios morales, lo cual hace que los espectadores sientan
simpatía por él aun cuando este sea un criminal. Este efecto de contraste pone el énfasis en
el constante movimiento de la naturaleza dual del hombre, tanto en la relación interior que
tiene el protagonista consigo mismo, como externamente, demostrado en la contraposición
de ideales frente a su hermano, “el demonio taimado” de este drama.
Dos impulsos: Franz y Karl
Parece que los dos personajes principales de la obra, los hermanos Karl y Franz von Moor,
son la prefiguración de los abusos de las pulsiones sensible y formal respectivamente, que
Schiller desarrollara en las Cartas (XIII). Los dos representan las dos caras de la situación
del hombre moderno, en tanto que Karl es la personalidad impulsada por la fuerza y la
fogosidad de la naturaleza que se subleva contra la sociedad para afirmar su completa
libertad. Mientras que, por el contrario, Franz representa a un hombre frio, suspicaz y
analítico, que piensa estratagemas más o menos estructuradas para conseguir el puesto de su
padre, el Conde Moor. Los dos buscan afirmar de alguna forma su dominio sobre su mundo
en detrimento del otro.
Franz reniega de la arbitrariedad de la naturaleza que “nos puso desnudos y pobres a la orilla
de este gran océano del mundo” (2008, p. 86), al lamentarse por la poca belleza y prestigio
que tiene en comparación con su hermano, a ojos de su padre. Schiller muestra en este
personaje al hombre bárbaro de su época, un sujeto que “se burla de la naturaleza y la difama,
pero es más despreciable que el salvaje, porque sigue siendo en muchos casos el esclavo de
su esclavo” (1999, p. 135). Este hombre “culto” tiene una moral materialista que lo hace
desear el poder y la riqueza de su padre, volcándose soterrada e inconscientemente hacia el
impuso material del que reniega, en una afirmación egoísta que vuelve extensiva a la pulsión
formal de lo invariable del sujeto, sometiendo a la naturaleza a su personalidad tiránica,
reduciéndola a su soberanía4. Para Franz ya nada hay sagrado, ni siquiera la vida de su padre,
y esto es producto de que ha refinado tanto su “entendimiento a costa de su corazón [que] la
humanidad, la divinidad ya no significan nada para él… ambos mundos son nada ante sus
ojos” (2006, p. 70).
Franz sabe que debe enfrentar la arbitraria fuerza de la naturaleza con la fuerza del
entendimiento, para poder subyugarla. Pero a lo largo de la obra vemos que él nunca

4
Schiller, en su quinta carta sobre la educación estética afirma al respecto que “la ilustración de la que se
vanaglorian, no del todo sin razón, las clases más refinadas, tiene en general un influjo tan poco beneficioso
para el carácter, que no hace sino asegurar la corrupción valiéndose de preceptos. Negamos la naturaleza en su
propio dominio para acabar experimentado su tiranía en el terreno moral, y aunque nos oponemos a sus
impresiones, tomamos de ella nuestros principios” (1990, p. 139)

5
enfrentara de forma directa a su contrapartida, a su hermano, sino que usara la estrategia del
artista caracterizado en las primeras Cartas de Schiller: ejercerá violencia sobre sus súbditos,
pero de tal forma que ellos crean que están velando por sus propios intereses, como es el caso
de Herman, o del mismo Viejo Moor al rechazar al Karl tras dejarse llevar por la noticia falsa.
Solo cuando logra destronar a su padre y estar en el poder, Franz muestra su verdadero y
tiránico rostro, teñido por la “palidez de la pobreza y el miedo servil” (2006, p. 123), bajo el
que se tendrá que amoldar violentamente la naturaleza.
Al contrario de su hermano, que es más monolítico en su personalidad, Karl es un personaje
a todas luces más complejo. Si bien se puede interpretar como la figura de la pulsión sensible,
su tragedia interna, como ya se ha dicho, lo vuelve un personaje más humano frente a los
espectadores de la obra, y por tanto el efecto estético produce empatía. Schiller describe al
bandido Moor como un sujeto que es “todo acción, todo vida palpable” (2006, p. 214), lo
cual recuerda el objeto del impulso sensible explicitado en las Cartas: la vida. Si bien Karl
es el jefe de los bandidos, vemos que este personaje se deja llevar por la variabilidad de las
circunstancias que se le presentan en el momento, y es así como deviene por todo el drama,
hasta llegar al reencuentro con su padre y con su amada. Es el salvaje que es dominado por
sus sentimientos, el que se contrapone al bárbaro de la cultura ilustrada, el que “desprecia
toda cultura y considera a la naturaleza su señor absoluto” (1990, 135). Karl hace una crítica
mordaz a la sociedad en la que vive, pues la considera débil y demasiado frágil, pero que no
duda en buscar dominar a otros por medio de la hipocresía de las buenas maneras.
Las leyes son las que soportan esta débil cultura de la que se queja el bandido Moor, quien
dice: “tengo que embutir mi cuerpo en un corsé y ceñir mi voluntad con leyes. La ley ha
convertido en paso de tortuga lo que podría haber sido vuelo de águila. Todavía la ley no ha
hecho ningún gran hombre, sin embargo, la libertad incuba colosos y seres extraordinarios”
(2006, p. 90). Es aquí donde se plantea la dicotomía central de la obra dramática de Schiller,
pues en la figura de Karl no parece haber conciliación entre la acción coercitiva y limitante
de las leyes, y la expresión de la libertad. Así, lo bandidos vuelven determinante la fuerza de
lo sensible por sobre la formal, haciendo de la naturaleza un poder intensivo que hace a los
hombres fuertes dentro de la necesidad y el peligro de la aventura, lejos del quietismo de la
sociedad. Este sentimiento “ilegalista” toma una fuerza más dramática cuando Karl recibe la
respuesta falsa de su hermano, anunciándole el desprecio de su padre, pues ahora el rechazo
ante las leyes se convierte en el odio a la clase social que engendro a Karl, y es por ello que
solo asesina a personajes con fortuna.
No obstante, en el fuero interno de Karl se enfrenta el anhelo de libertad y la nostalgia de la
patria perdida, del pasado unitario donde su fogosidad natural compaginaba con los nobles
principios morales de su familia. “La moderna situación del hombre separado de toda
placenta se hace explicita aquí” en la figura del bandido Moor (Villacañas en Acosta. 2008,
p. 25). Lo que Karl añora es la armónica relación entre los dos impulsos constitutivos del
hombre que expone Schiller en las Cartas; impulsos que en un principio no se encuentran en
una relación antagónica de dominación sino que simplemente tienden a objetos distintos: la
forma y la vida. A diferencia de Franz, quien pierde el vínculo con la humanidad por la
imposición de su personalidad al mundo, Karl se desliga trágicamente de la humanidad por
6
una suerte de mal entendido; un mal entendido similar al que Schiller apunta cuando se
presenta la violencia de una pulsión sobre otra, que a su vez produce una violencia entre el
Estado y los individuos.
La unión imposible
Como se sabe, el final tanto de uno como de otro hermano queda en aporía. El suicidio de
Franz es la autoanulación del impulso formal que, al no tener la posibilidad de determinar
alguna materia pasiva e inercialmente variable que lo contraste, pierde todo su sentido.
Mientras que Karl, al no poder resolver sus contradicciones internas y dejarse de nuevo llevar
por las pasiones que la revelación de la verdad le suscitaron, decide matar a su amada como
símbolo de la imposibilidad de reconciliación con su pasado y entregarse por completo a la
justicia abandonando su anhelo de libertad. La obra de Schiller parece terminar de forma
pesimista, pues no hay una reconciliación entre los hermanos, ni siquiera un contacto directo
entre ellos, y la inmersión profunda en el abismo trágico de los personajes solo puede
aleccionar al espectador sobre la fuerza de las leyes, pero nunca redimir la grandeza del
bandido de nobles motivaciones. “Pobre de mí – dice el bandido Moor – que creí
erróneamente embellecer el mundo por medio de la atrocidad y mantener las leyes con la
anarquía. (…) aquí estoy al borde de una vida terrible y descubro ahora con llanto y crujir de
dientes que dos personas como yo arruinarían todo el edificio del mundo moral” (2006, p.
208). Esas dos personas son él y su hermano, quienes de forma egoísta trataron de imponer
sus principios de manera unilateral. Fue necesario que Karl se adentrara tanto en la
inmoralidad para que se diera cuenta de su falta y pudiera ofrecer a los espectadores la
enseñanza final.
Schiller no plantea aquí, como sí lo hará en las Cartas, una posible armonía entre los dos
impulsos por medio del impulso de juego, sino que muestra por el contrario su absoluta
irreconciliación. Es la fuerza casi impersonal de la ley moral, como un espectro fatal que
recorre todo el drama, la que pone punto final a los excesos de los dos personajes. En efecto,
esto no implica que para Schiller el ser humano se incline “originariamente hacia la perdición
(…) más bien creo estar convencido de que el estado del mal moral en el alma de un hombre
es un estado simplemente violento y para alcanzarlo hay que suspender el equilibrio de toda
organización intelectual (si puedo decirlo así), así como todo el sistema de economía animal”
(2006, p. 226). Lo que se presenta como la imposibilidad de una unidad perdida en la obra,
debe ser efectuada por el espectador, quien tiene la tarea de realizar una nueva unidad que
tenga en cuenta esta escisión fundamental que ilustra el drama. Lo que hace Schiller en Los
bandidos es presentarle al espectador una forma viva por medio del método dramático, donde
se muestra el movimiento de cada impulso en su particularidad. Sin embargo, esta dualidad
no se presenta de forma pura, al modo de una vía trascendental de exposición, sino que en
todos los personajes se demuestra que cada pulsión de la naturaleza humana nunca se da sola,
sino que hay una contaminación, si bien no recíproca, sí compartida.
Como objeto bello, Schiller no quería que su obra fuera una simple cartilla pedagógica sobre
moral, sino un espacio de potencial indeterminado que generara una disposición estética en
el espectador; un espacio ambiguo donde la empatía con el bandido y el mandato de la ley

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moral entren en contacto y hagan que la voluntad del espectador sea el que juegue con estos
elementos para determinarlos por su propia voluntad libre. Es por eso que, si bien Franz acaba
muriendo por sus propios excesos, la crítica a la tiranía del impulso formal aún se mantiene
después de que Karl se entrega a las justicia, pues uno se pregunta ¿a qué tipo de ley se
someterá? ¿A la misma ley que permite que un Franz no sea juzgado mientras lleve el manto
de las buenas costumbres? En dicha irresolución de las críticas planteadas en la obra es donde
reside el carácter político de la obra de arte o del dispositivo estético, pues crea el ambiente
para que el espectador tenga la posibilidad de tomar una postura desde su corazón y
entendimiento, presentando la totalidad un panorama que termina siendo el reflejo, tanto
interior como exterior, de la naturaleza escindida del individuo y la sociedad moderna.
Bibliografía:
 Schiller, F (1990). Cartas sobre la educación estética del hombre (1795). Barcelona:
Anthropos.
 Schiller, F. (2006) Los bandidos, Cátedra: Madrid,.
 Acosta, M. del R. (2008) “El paso por el abismo: Los bandidos y la tragedia como
fenómeno estético” en Friedrich Schiller: Estética y libertad. Bogotá: Universidad
Nacional

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