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Tema: ¿Por qué Jesús no dejaba que los demonios le confesaran

como Hijo de Dios?

Lectura: Marcos 3:11-12

Introducción: Este versículo me asaltó recientemente mientras leía el


Evangelio de Marcos. Espíritus inmundos, de esos que arrojaban a los
hombres al fuego (cp. 9:14-29), y que podían estremecer a toda una
familia (Hch. 19:11-20), estaban cayendo delante de este Dios-hombre,
gritando (¡¿te imaginas los gritos de un demonio?!): ¡Eres el hijo de
Dios! Pero lo más sorprendente es la reacción de Jesús: insistirles que
hagan silencio.

¿Por qué mandarlos a callar? Después de todo, Él se encarnó para dar


testimonio de la verdad (cp. Jn. 18:38). Y es la verdad de que Jesús es
el Señor la que trae salvación (Ro.10:9-10). ¿Por qué esconder su
identidad? Esta es una pregunta que yo mismo me he hecho muchas
veces, y creo que hay tres cosas que debemos saber para poder
responderla:

Los demonios conocían la identidad de Jesús, pero no buscaban


someterse a Él.

La afirmación de parte de los demonios no venía de un corazón que


quería honrar a Dios y su hijo.

Satanás y sus demonios no tienen un problema de Teología. Las


tinieblas conocen del poder y el carácter de Dios. Satanás conocía lo
valioso de la santidad y justicia de Dios, por lo que acusa a Job de amar
más las bendiciones que el dador de las bendiciones. En nuestro plano
terrenal, hay un velo (formado por el mismo Satanás, 2 Cor. 4) que
engaña a los hombres y no les permite ver a Dios como Él es. Pero en el
plano espiritual, aun a lo lejos resultaba evidente para los demonios
quién era este Jesús que caminaba la tierra.

Ahora, la buena teología no es suficiente. Santiago usa el ejemplo de la


ortodoxia teológica de los demonios (Stg. 2:18-19) para decirnos que
“la fe sin obras está muerta”. Estos demonios no estaban buscando
someterse a Jesús como el hijo de Dios. Ellos estaban imitando el
ejemplo del mismo diablo, que estaba ahí mismo en Edén, pero con sus
propios planes; quien sabía que Jesús era el hijo de Dios, sobre quien la
muerte no podía permanecer, y de todas maneras buscó asesinarlo. No
hay nada en los evangelios que nos diga que estos demonios querían
seguir a Jesús. Ellos gritaban quién Él era, y a la vez huían de Él (Mt.
8:31). Anunciaban “¡LUZ!”, mientras corrían a las tinieblas. ¿Por qué
habría Jesús de querer reconocer este anuncio? Poco más hizo Pilato al
reconocerlo como inocente, y luego azotarlo y crucificarlo (Mt. 27:23-
26)

El testimonio inmundo de los demonios no avanzaba la causa de


Jesús

Quienes estaban anunciando a Jesús no eran amigos del cielo, ni


querían el avance del reino de Dios.

La Biblia de estudios ESV comenta este pasaje de Marcos 3 en este


sentido diciendo que “aun cuando los demonios dijeran la verdad… su
intención es maligna”. ¿Cómo le serviría a la causa de Jesús que
mentirosos inmundos le confesaran como el hijo de Dios? Más bien, el
que las tinieblas hablaran bien de Él colaboraría a la acusación de que Él
venía de parte del reino de las tinieblas. Marcos mismo deja ver algo de
esto cuando un par de versículos después que Jesús ordena a los
demonios hacer silencio, vemos a los fariseos acusando a Jesús de tener
un espíritu inmundo, seguro en parte influenciados por los rumores de
aquel delante de quien los demonios se postraban (Mr. 3:22-30).

Cabe decir que cualquier alabanza que los demonios expresaran acerca
de Jesús solo podía dañarle, por venir de parte de seres impuros. Pero si
ellos le hubieran acusado o dicho que Él era un hombre común y
corriente, tampoco hubiera servido de mucho para el Mesías, puesto que
hubiera sido una mentira obvia. Entonces, ¿qué hacía Jesús? Les
ordenaba que estuvieran silentes. El silencio de las tinieblas era lo más
conveniente para el Reino de la Luz.

No era aún el momento de revelar Su identidad.

En esos momentos, revelar su identidad como el Hijo de Dios hubiera


estorbado su misión en la Tierra.

Este último punto involucra y explica no solo la orden de silencio de los


demonios, sino también a los hombres y mujeres a quienes Jesús
sanaba (cp. Mr. 1:44; Mt. 8:4, 9:30, 12:17). Marcos 1 nos ayuda a
entenderlo. Vemos una ocasión donde Él “sanó a muchos que estaban
enfermos de diversas enfermedades, y expulsó muchos demonios; y no
dejaba hablar a los demonios, porque ellos sabían quién era El” (Mr.
1:35). ¿El resultado? Versículo 37: “Lo encontraron y Le dijeron: “Todos
Te buscan”. ¡¿Quién no quería conocer más de este sanador exorcista?!
Entonces Jesús dice, “Vamos a otro lugar, a los pueblos vecinos, para
que Yo predique también allí, porque para eso he venido” (Mr.1:38).
¿Notas el problema? Si los demonios y los sanados por Él continuaban
declarando su Deidad, la multitud que le seguiría no vendría detrás de
predicación, sino detrás de milagros y poder.

El Evangelio de Juan, que muestra la Divinidad de Jesús más claramente


que ningún otro, nos dice de manera diáfana: “La gente, entonces, al
ver la señal que Jesús había hecho, decían: “Verdaderamente Este es el
Profeta que había de venir al mundo.” Por lo que Jesús, dándose cuenta
de que iban a venir y por la fuerza hacerle rey, se retiró El solo otra vez
al monte”, Juan 6:14-15.

El Señor estaba perfectamente consciente de que los judíos esperaban a


un Mesías que los libertara del imperio Romano, pero Jesús había venido
a libertar al pueblo del imperio de la muerte por el pecado. Una
coronación temprana como Mesías y Rey hubiera impedido que Él
caminara junto a los humildes en su predicación del reino de los cielos,
un reino al revés donde los pobres en espíritu y los que padecen hambre
y sed de justicia son los bienaventurados. Su propósito no era que los
demonios o los hombres lo confesaran y coronaran Mesías Rey: Él vino a
cumplir con toda justicia, lo que incluía su muerte como criminal en el
madero maldito. Y debido a esa cruz, en su segunda venida, toda lengua
confesará y toda rodilla se doblará ante Jesús el Señor, para gloria de
Dios Padre.

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