El presente informe tiene el propósito de identificar normas y principios de derechos humanos
vinculados a la seguridad ciudadana, con la finalidad de contribuir a la construcción y el
fortalecimiento de la capacidad de los Estados Miembros para prevenir y responder a la delincuencia y la violencia. Lo importante es lograr la vinculación de los derechos humanos con la seguridad ciudadana, avanzando en la interpretación de las obligaciones de los Estados Miembros con todas las personas bajo su jurisdicción, atendiendo a los derechos de las víctimas de delitos, e incluyendo el análisis de programas de prevención, así como las medidas legítimas de disuasión y represión bajo la competencia de las instituciones públicas. Además, en el informe se formulan recomendaciones a los Estados Miembros y a las organizaciones civiles sobre la implementación efectiva de las normas y principios internacionales de derechos humanos, con el fin de mejorar la seguridad ciudadana y la democracia en las Américas. El informe comienza con la definición de un concepto preciso de seguridad ciudadana, pues este constituye un paso esencial para la identificación del objeto de estudio y para la determinación del alcance de las obligaciones de los Estados Miembros, siempre siguiendo las directrices de los Derechos Humanos. La seguridad ciudadana se refiere a la seguridad de todas las personas y grupos, tanto en las zonas urbanas como rurales. Se enfoca en la construcción de mayores niveles de ciudadanía democrática, con la persona humana como objetivo central de las políticas públicas, lo que la diferencia de la seguridad del Estado, que se enfoca en la seguridad de la Nación o de determinado orden político. Se pretende que todas las personas puedan gozar libremente de sus derechos fundamentales, logrando que las instituciones públicas tengan la capacidad suficiente para garantizar el ejercicio de estos derechos y para responder con eficacia cuando estos sean vulnerados. Ahora bien, se verifican algunos de los índices más altos de criminalidad y violencia. Esto se debe, entre otras cosas, a los gobiernos autoritarios y a las dictaduras militares que actuaron en las últimas décadas; al desconocer las obligaciones internacionales de los Estados en materia de derechos humanos, crearon una situación permanente de reproducción de la violencia. Además, el incremento de la pobreza ha elevado los niveles de desigualdad y la exclusión social, lo que ha favorecido el aumento de la violencia y la criminalidad. De la misma manera, preocupa a la Comisión de Derechos Humanos el hecho de que entre las víctimas y los victimarios de la violencia y el delito se destacan niñas, niños y jóvenes de entre 15 y 29 años de edad. Frente a la situación de violencia, la CIDH observa que los Estados Miembros presentan serias dificultades a la hora de atacar este problema. Por primera vez en décadas, en los países de América Latina la delincuencia aparece como la principal preocupación de la población, superando al desempleo. Por supuesto, esta situación de inseguridad atenta contra la gobernabilidad democrática y la vigencia del Estado de Derecho, lo que se traduce en los bajos niveles de confianza que tiene la población en el gobierno, el parlamento, la policía y el sistema judicial. Con respecto a esto, el informe señala que las políticas de seguridad ciudadana históricamente implementadas en numerosos estados se han caracterizado, en líneas generales, por estar desvinculadas de los estándares internacionales en materia de derechos humanos y en muchos casos, en nombre de la prevención y control del crimen y la violencia, se ha apelado al uso de la fuerza en forma ilegal y arbitraria, cosa que contribuye a aumentar la inseguridad de la población. Los sistemas de control estatales y judiciales aún presentan características autoritarias, y los mecanismos de control destinados a asegurar la transparencia y la rendición de cuentas presentan muchas debilidades, lo que trae como consecuencia que las instituciones vinculadas al poder judicial, el ministerio público, la policía y el sistema penitenciario no hayan desarrollado las capacidades para responder eficazmente, mediante acciones de prevención y represión legítimas, al crimen y la violencia. La inseguridad generada por la criminalidad y la violencia constituye una violación a los Derechos Humanos, por esta razón, las políticas sobre seguridad ciudadana deben ser evaluadas desde la perspectiva del respeto y garantía de estos derechos. Uno de los aspectos más importantes es la caracterización de las políticas públicas de seguridad ciudadana. En este sentido, se destaca que la seguridad ciudadana debe ser concebida como una política pública, entendiendo ésta como los lineamientos que definen las autoridades o los Estados para alcanzar un objetivo determinado, y que contribuyen a crear o transformar las condiciones en las que se desarrollan las actividades de los individuos o grupos que conforman la sociedad. Las políticas públicas deben ser integrales, intersectoriales, participativas, universales e intergubernamentales; además, deben ser sustentables, es decir, deben requerir tiempos de ejecución en el mediano y largo plazo, de modo que no pueden medirse en función de un periodo de gobierno. En el caso particular de las políticas públicas enfocadas en la seguridad ciudadana no se debe perder de vista. En definitiva, una política pública sobre seguridad ciudadana con enfoque en los Derechos Humanos es aquella que incorpora el desarrollo de acciones simultáneas en tres áreas estratégicas: el área institucional, o capacidad operativa del Estado para cumplir con sus obligaciones en materia de derechos humanos; el área normativa, o adecuación del marco jurídico tanto a las necesidades para la prevención o represión del delito como a las necesidades para el desarrollo del procedimiento penal o la gestión penitenciaria; y el área preventiva, o medidas de prevención social, comunitaria y situacional que tienen como objetivo intervenir en los factores de riesgo social, cultural, económico, ambiental o urbanístico, entre otros, que incidan negativamente en los niveles de violencia y criminalidad. Ya se ha mencionado que los Estados deben garantizar las condiciones para que las políticas públicas de seguridad ciudadana funcionen en una estructura institucional eficiente, que garantice a la población el efectivo goce de los derechos humanos relacionados con la prevención y control de la violencia y el delito.