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El escarabajo K.

(Cien años de La metamorfosis)1

Por Paúl Llaque

Con La metamorfosis, Kafka logró el relato perfecto. También coronó el


relato perfectamente kafkiano, aquel que desarrolla hasta las últimas
consecuencias la visión de una condición humana que es, por principio y
en esencia, injusta.

En muchos de sus relatos, parábolas y alegorías, Kafka se preocupó de

identificar su vida con su obra. Y de generalizar su identidad con la de todos los

hombres. Como la mayoría de escritores, Kafka es sus personajes. Algunos de

ellos, los más significativos, potencian aristas de su personalidad o agudizan sus

obsesiones en situaciones extremas. Kafka se esmera en evidenciar el vínculo:

sus diarios y manuscritos son firmados con una K.; el bancario de El proceso y

el agrimensor de El castillo se apellidan K.; el cadáver viviente de «El cazador

Gracchus» se llama Gracchus, es decir, Grajo (kafka en checo significa ‘grajo’,

ave similar al cuervo). En la onomástica de esos personajes emblemáticos de lo

kafkiano, Kafka ha gritado a voz en cuello que está hablando de él.

En sus escritos de no ficción, Kafka también reveló su conciencia

onomástica. En el «Aforismo 32», deja bien sentada una premisa que recorre su

narrativa: «Los cuervos afirman que un solo cuervo podría destruir el cielo. Eso

es indudable, pero no es ninguna prueba contra el cielo porque cielo significa,

justamente, imposibilidad de cuervos» (Kafka 1999a). En otras palabras, el

cuervo, o sea Kafka, y con Kafka nosotros, estamos imposibilitados de acceder

al sentido de lo trascendental.

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Este ensayo se publicó originalmente el 15 de septiembre de 2015. En:
https://pllaque.lamula.pe/2015/09/15/el-escarabajo-k/pllaque/.

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En La metamorfosis 2, Kafka borró la filiación onomástica. Y si bien en ese

relato no encontramos ningún personaje K. —el protagonista se llama Gregor—

ni ningún grajo o cuervo —Gregor es un escarabajo3—, Gregor Samsa, el

viajante de comercio que despierta «una mañana de un sueño inquieto […]

convertido en un monstruoso insecto» (Kafka 2000), es Kafka. El Kafka esencial.

Para pasar desapercibido, Kafka imagina un lector ideal que reproduce su

talante frente al mundo: pasmado, interrogante, incapaz de acceder al cogollo de

la existencia. Y esa posición narrativa implica una decisión de escritura: los

hechos se presentan de forma neutra; el narrador es objetivo y preciso, sin opinar

ni trasuntar emoción alguna, ni ocultar sus ideas en las palabras del personaje.

Ni siquiera se permite especular, a diferencia del inicio de El proceso: «Alguien

debía de haber calumniado a Josef K., porque, sin haber hecho nada malo, fue

detenido una mañana» (Kafka 1999b). En ese sentido, si en otros relatos, por las

características del género (alegoría o fábula) o por una decisión estilística, no

logra abstraerse de la moraleja o el comentario, en La metamorfosis Kafka

consigue fusionar alegoría, fábula y paradoja como elementos inmanentes de la

historia, no como mensaje intelectual del narrador.

Además de ser la mejor historia de Kafka, La metamorfosis es su relato

más personal e íntimo, porque, para decirlo con una metáfora, está escrito con

sangre. Kafka lo escribió entre el 17 de noviembre y el 6 de diciembre de 1912,

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En español, el título fue traducido erróneamente. Borges señala: «Yo traduje el libro de cuentos
cuyo primer título es La trasformación y nunca supe por qué a todos les dio por ponerle La
metamorfosis. Es un disparate, yo no sé a quién se le ocurrió traducir así esa palabra del más
sencillo alemán. Cuando trabajé con la obra el editor insistió en dejarla así porque ya se había
hecho famosa y se la vinculaba a Kafka» (Borges 1983).
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Vladimir Nabokov, que además de novelista era entomólogo, estableció con exactitud que
Gregor era un escarabajo. Añadió: «En el texto original alemán la vieja asistenta le llama
Mistkäfer, «escarabajo pelotero». Es evidente que la buena mujer añade el epíteto con
intenciones amistosas. Técnicamente, no es un escarabajo pelotero. Es solo un escarabajo
grande (debo añadir que ni Gregor ni Kafka lo ven con excesiva claridad)» (Nabokov 1983).

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en las pausas que le dejaban la escritura de la novela que después habría de

titularse América o El desaparecido y la redacción de encendidas cartas de amor

a Felice Bauer, que iba a convertirse en su siempre postergada novia. En un

período de especial fertilidad creativa (recién conocía a Felice), Kafka escribió

una correspondencia cuya intensidad reveló a un grafómano singular: los dos

tomos de esas cartas testimonian una fecundidad cuya fortaleza se

incrementaba mientras más escribía (Kafka 1977). Dotado de una creatividad

lógica asombrosa para pincelar una historia en principio imposible, Kafka delinea

un extremo diferente en sus cartas. Estas se desbordan sentimentalmente. Son

líricas hasta el ridículo. Contrastar La metamorfosis y las cartas que Kafka

redactó mientras escribía su relato permite asomarnos a uno de los agujeros

negros de la creación artística: la contradicción de base que el inconsciente

asume para forjar una trama y un estilo frutos de la metonimia existencial.

Con La metamorfosis, Kafka logró el relato perfecto. También coronó el

relato perfectamente kafkiano, aquel que desarrolla hasta las últimas

consecuencias la visión de una condición humana que es, por principio y en

esencia, injusta. La metamorfosis es relato perfecto por su extensión: se puede

leer de una sola sentada y el tratamiento de la anécdota y los personajes

satisface tanto al lector de relatos breves como al de novelas extensas. Es relato

perfecto por la perspectiva y voz: el narrador adopta el punto de vista neutral e

impotente del lector frente a la historia, y la voz, sin renunciar a la omnisciencia,

es exacta hasta la escrupulosidad. Es relato perfecto por la poética de su

escritura: cuenta una anécdota con un inicio imposible (o fantástico) que se

resuelve y trivializa con un despliegue minuciosamente realista. La voz y el foco

narrativo son justos y simétricos con los personajes y los eventos. Y si bien

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contrasta caracteres disímiles entrampados en problemas sociales, los

aprovisiona de suficiente humanidad para dar margen al matiz, a la contradicción

y al cambio. La metamorfosis es la alegoría perfecta: el más ruin de los bichos

es el más empático de los humanos.

A cien años de su publicación (se editó en octubre de 1915, en la revista

Die Weißen Blätter), el magisterio de Kafka en La metamorfosis adviene

meridiano. La gran narrativa no es producto de la representación realista o

fantástica; contrasta, fusiona o unimisma dominios opuestos; es extraña por ser

profundamente nuestra. La historia debe importar, pero solo en la medida que

permita acceder a la esencia de lo humano. Para orbitar alrededor de lo humano,

se comienza con la biografía inmediata pero desterrando el egotismo.

Finalmente, lo increíble debe ser verosímil. Y perfecto. Y esto último solo es

posible con la relojería de la escritura.

Referencias bibliográficas

BORGE, Jorge Luis


1983 «Un sueño eterno». El País. Madrid, 3 de julio. Versión en línea:
http://cultura.elpais.com/cultura/2015/04/09/actualidad/1428570964_294
931.html.

KAFKA, Franz
1977 Cartas a Felice y otra correspondencia de la época del noviazgo. Vol. 1:
1912. Vol. 2: 1913. Madrid: Alianza. 2 vol.
1999a Cuadernos en octava. Madrid: Alianza.
1999b El proceso. En: KAFKA, Franz. Obras completas I. Barcelona: Galaxia
Gutenberg y Círculo de Lectores.
2000 La metamorfosis. En: KAFKA, Franz. Cuentos completos (Textos
originales). Madrid: Valdemar.

NABOKOV, Vladimir
1983 Curso de literatura europea. Barcelona: Bruguera.

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