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EL CASO DE GENIE
Genie (cuyo nombre de pila, raramente usado, es Susan M. Wiley) es el nombre que las
autoridades del estado de California le dieron a una adolescente de tan solo 13 años descubierta en el
suburbio angelino de Arcadia de manera fortuita el 4 de noviembre de 1970 en estado semisalvaje, una
criatura incapaz de hablar después de haber pasado su vida encerrada en una habitación a oscuras y en
condiciones infrahumanas.
Fue maltratada, y literalmente abandonada en un cuarto de su casa, por parte de sus padres. Sus
progenitores, al creerla deficiente mental, se deshicieron de ella de la forma más terrible que existe,
aislándola totalmente del mundo exterior. En su confinamiento aprendió, a base de palizas, que no debía
hacer ruido, ni chillar ni jugar, debiendo guardar silencio total.
Cuando la policía descubrió el caso, la niña solo arañaba, olía y escupía, andaba de una forma muy
particular, con las rodillas flexionadas hacia delante y los hombros caídos, parecía que nunca la hubieran
enseñado a andar correctamente y hubiera tenido que aprender sola.
Cuando los psicólogos evaluaron a la niña, presentaba los siguientes síntomas: subdesarrollo en
todas las áreas, ausencia de lenguaje, malnutrición, evidentes síntomas de maltrato y abandono.
Descubrieron que se comportaba como una criatura salvaje. No sabía hablar y apenas si razonaba como
una persona. La niña tenía un vocabulario de veinte palabras, en su mayoría órdenes como “¡para!”, “no” o
“¡ya no más!”.
Estaban ante un claro ejemplo de lo que en psicología se denomina niños ferales o salvajes, es decir,
niños aislados, confinados o criados por animales que suelen tener un desarrollo cerebral diferente al de
las demás personas. Su historia es terriblemente dramática y conmovedora.
El Encierro
A partir de ese momento, Genie comenzó a experimentar los efectos del aislamiento. Hasta los 13
años de edad, Genie no tuvo contacto con el mundo, ni con persona alguna, salvo su padre (según la
reconstrucción de hechos). Se especula que pasaba los días encerrada en una habitación, ataviada
únicamente con un pañal y atada a una silla-orinal (potty chair, silla entrenadora en inglés) con una especie
de aparato doméstico para atar gente (Frank Linley, Sargento de Temple City y una de las primeras
personas en conocer a Genie). Cuando era de noche, su padre la colocaba en una especie de bolsa de
dormir, la ataba y la dejaba dentro de una jaula parecida a la de los pollos, hecha de alambre y madera. A
veces se le olvidaba desatarla y la niña pasaba la noche en la silla, sin abrigo (de acuerdo al testimonio de
su madre). Tenía prohibido emitir sonidos o hacer ruido. Si llegaba a hacerlo, su padre la golpeaba o le
ladraba como un perro feroz para asustarla. Ni siquiera la enseñó a comer o a ir al baño por sí sola. Su
alimentación, hasta los 13 años, consistió en comida de bebé, cereales y huevos cocidos, todos los cuales
le eran proporcionados de mano, sin entrenamiento.
Su habitación era un cuarto sellado sin ningún adorno en las paredes. No tenía acceso a radio,
televisión, ni a material didáctico. Lo único de lo que disponía (cuando no estaba atada) era de algunos
envases de queso cottage, un par de impermeables de plástico, estambre y revistas viejas de TV Guide. Si
acaso llegaba a oír palabras, éstas eran primitivas y agresivas. A la edad de 13 años, la niña sólo entendía
20 palabras, la mayor parte de las cuales eran cortas y negativas, como “stop it” (para ya), “no more” (ya
no más) y “no”.
Los demás habitantes de la casa no vivían de manera muy diferente, pues debían permanecer
cautivos (aunque a ellos se les permitía salir de vez en cuando). Cuando se les permitía salir, el padre se
sentaba con una pistola cargada a observarlos. También les estaba terminantemente prohibido dirigir
palabra alguna a Genie.
La casa estaba completamente a oscuras. Todas las ventanas estaban tapadas y no habían
juguetes o indumentaria, nada que hiciera pensar que un niño de cualquier edad hubiese vivido ahí.
La habitación de Genie, a pesar de estar sellada y con las ventanas tapadas, había un pequeño
hueco en la parte superior del cristal de éstas, con lo que Genie posiblemente haya escuchado la música
de piano que un vecino solía poner y los aviones que pasaban por el lugar. Su vista del mundo se reducía
a 5 centímetros de cielo y parte de la casa de dicho vecino.
Descubrimiento
En algún punto a mediados de 1970, cansada de los abusos y las palizas, Irene Oglesby logró
escapar, llevándose a sus hijos y huyendo con su madre. Debido a que la situación económica era
precaria, por decir lo menos, no disponía de dinero para operarse y recuperar la vista. Por tal motivo, el 4
de noviembre de 1970 acudió a una oficina de beneficencia en Temple City a buscar apoyo del Estado de
California. La trabajadora social que la atendió notó de inmediato que la niña que iba con ella usaba
pañales, miraba puntos indefinidos en el espacio y sostenía sus manos como si estuviera apoyada en una
barandilla imaginaria, mientras hacía ruidos infantiles. Pensó que era autista, y que no tendría más de siete
años de edad. Al descubrir que en realidad tenía trece, llamó a su supervisor, quien dio aviso a la Policía.
Inmediatamente la niña fue puesta en custodia y los padres acusados de negligencia y maltrato infantil.
Quedó claro, sin embargo, que Irene tendría más posibilidades de defensa considerando además el hecho
de que era una víctima de violencia doméstica. Con esto en mente, poco antes de comenzar el juicio, Clark
se suicidó, dejando una nota que decía que “el mundo nunca lo entendería”.
Tratamiento
La niña fue llevada al Children’s Hospital de Los Ángeles. Se entrevistó a la madre, y lo que vieron
y oyeron hizo que llamasen a la policía. Los informes de las entrevistas no eran fiables, ya que se
descubrió que la madre a menudo contestaba en función de lo que ella pensaba que el entrevistador
quería oír. Además, se contradecía a menudo de una entrevista para otra. Sólo a través de la observación
del comportamiento de Genie podrían descubrir algunos detalles de su terrible pasado, motivo por el cual
tomaron a Genie bajo su custodia.
Genie sería admitida en el hospital por su extrema malnutrición. Genie daba pena. Como casi
nunca había llevado ropa, no reaccionaba a la temperatura, fuese frío o calor. Nunca había comido nada
sólido, por lo que no sabía masticar y le costaba mucho tragar. Por haber estado tanto tiempo atada a la
«silla-orinal», Genie no tenía fuerza en las piernas, por lo que no podía correr, subir escaleras,
agacharse…, de hecho, sólo podía andar y con mucha dificultad. Como nunca había mirado a una
distancia mayor de tres metros, tenía gran dificultad para enfocar a mayores distancias. Como le pegaban
por hacer ruido, había aprendido a suprimir cualquier tipo de vocalización. Padecía enuresis y encopresis,
tenía el pelo descuidado y estropeado, salivaba copiosamente y escupía sobre cualquier cosa que tuviese
a mano. Genie utilizaba su cuerpo y objetos para hacer ruido y ayudarse a expresar su frenesí: arañaba el
suelo con una silla, sus dedos rascaban los globos, volcaba los muebles, lanzaba objetos y los golpeaba,
arrastraba los pies. Casi no emitía sonidos y se dedicaba a buscar objetos con los que intentaba
masturbarse regularmente, sin importar el lugar donde se hallase o las personas que estuviesen a su
alrededor.
Los especialistas que la estudiaban no estaban de acuerdo sobre los avances que se lograrían en
el comportamiento y en el lenguaje de Genie. Unos médicos opinaban que el lenguaje no es producto de la
civilización sino que es innato en el ser humano y que, por tanto, podría aprenderlo. Otros, sostenían que
hay cierto umbral del desarrollo en que el cerebro puede aprender tareas como el lenguaje. Cuando se
supera ese tiempo, no es posible enseñarlo. Carecía de socialización alguna, era primitiva y casi
inhumana. Genie se vio enfrentada a la tarea de aprender a hablar. Aunque fuesen verdad las
declaraciones de su madre de que había aprendido vocabulario siendo un bebé, era evidente que su
entorno no le proporcionó suficientes signos lingüísticos. Sin embargo, era necesario determinar si su
cerebro estaba dañado y tenía el necesario desarrollo cognitivo como para adquirir el lenguaje.
Dada su dificultad para hablar, al principio de su aprendizaje, usaba más a menudo expresiones
faciales o corporales para comunicarse, inventando su propio repertorio de vocabulario gestual. En octubre
de 1971, se evidenciaba que Genie empezaba a ser receptiva a las diversas situaciones lingüísticas de su
entorno. En enero de 1972, Genie comenzó a utilizar el lenguaje por primera vez para referirse a un
acontecimiento pasado. No obstante, no lograba vocalizar correctamente por haber estado tantos años
reprimida de hacerlo. Genie progresaba física y mentalmente, sin embargo, su dominio del lenguaje nunca
progresó más allá del de un niño de tres o cuatro años.
Sin embargo, cuando los médicos del hospital lograron enseñarle a vestirse por sí misma y a
responder algunas preguntas comenzaron a tener mayor confianza en que la niña podría tener un nivel de
desarrollo aceptable.
Los médicos, se dice, vieron la película L’Enfant Sauvage de François Truffaut, curiosamente
estrenada ese mismo año de 1970, en la que se contaba el caso de Víctor de Aveyron, un niño hallado en
estado salvaje a finales del siglo XVIII en Francia. En opinión de los primeros terapeutas, James Kent y
Susan Curtiss, jamás se había dado un caso de abuso infantil de semejantes proporciones.
Genie en la actualidad
Debido a la orden judicial, se sabe poco de Genie en la actualidad de manera pública. Lo único que
se sabe es que su madre falleció alrededor del año 2002, que su hermano John asistió a la preparatoria
por lo menos un año, que sigue vivo y que ella, después de una vida miserable y sin haber superado
ninguno de sus problemas, está en una institución de cuidados para adultos ubicada cerca de California
llamada San Gabriel/Pomona Valleys Foundation, que se dedica al cuidado de adultos con retraso mental,
autismo, parálisis cerebral o epilepsia. Jamás se sabrá el grado de desarrollo que hubiese podido alcanzar
de haber seguido con su terapia cognitiva.