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TEMA 2 LA CRISIS POLÍTICA Y SOCIAL

1. LA GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS


1. (1618-1648) gran guerra europea; fin de un periodo (última guerra de religión o línea que separa Alta y Baja E.
Moderna)

2. Nace porque casa de Habsburgo, quiere imponer su hegemonía sobre resto del Imperio alemán
a. Los Habsburgo solar en Austria y monopolio Corona del Imperio Romano-Germánico

3. Aquí se suma el conflicto de Monarquía española con las Provincias Unidas:


a. POLÍTICO ( Provincias Unidas buscan libertad frente a soberanía de reyes de España)
b. RELIGIOSO (Provincias Unidas protestantes calvinistas frente a España paladín del catolicismo)

4. EMPIEZA en 1618 con defenestración de Praga


a. Notables protestantes arrojan por ventana a dos consejeros del gobierno checo proabsolutista y
procatólico)
b. Rebeldes coronan rey al protestante del Palatinado

5. Imponer hegemonía del catolicismo sobre estados protestantes


a. En ayuda de protestantes acuden; Príncipes protestantes alemanes; Cristián IV rey Dinamarca, , y
Gustavo II Adolfo, rey Suecia, que con su muerte fuerza a intervenir a Francia, país católico pero que
subordina sus inclinaciones religiosas a sus intereses políticos, evitar el triunfo de la casa de Habsburgo

6. Victorias católicas obligan a rey de Dinamarca a abandonar guerra y firmar paz (Lübeck, 1629)
a. La conmoción lleva a intervenir en Alemania al rey de Suecia
i. consigue dos victorias en Breitenfeld (1631) y Lützen (1632), pero en esta última encuentra la
muerte al frente de sus tropas
b. Consecuencia es avance de tropas españolas
i. con victoria en Nördlingen 1634, consolida posiciones católicas en Alemania

7. En Países Bajos, guerra entre España y Holanda se reanuda en 1621 tras fin de Tregua de Doce Años de 1609
a. Toma de Breda por españoles 1625
b. La paz de Münster 1648, (da independencia a república de Provincias Unidas)

8. Última parte de la guerra, entra Francia al lado de potencias protestantes y en contra de Austria y España
a. España se enfrenta a secesionistas: revueltas de Cataluña (1640), Portugal (1640) y Nápoles (1647)
b. Francia derrota a España en Rocroi (1643) y Lens (1648), y a católicos alemanes

9. Agotados casi todos los contendientes, llega el momento de firmar la PAZ DE WESTFALIA

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2. LA CRISIS DE LA MONARQUÍA HISPÁNICA
Esta crisis tiene los siguientes apartados que resultan complicados
1. En últimos años de Felipe II aparecen primeros síntomas de inflexión en la tendencia expansiva del 500

2. El XVII será un proceso de PROGRESIVA DECADENCIA en


a. CRISIS ECONÓMICA ESPAÑOLA inscrita en crisis general del SXVII
i. Descenso de población
ii. Contracción de todos sectores (agricultura, industria, comercio interior como exterior)
iii. Efectos nocivos de revolución de precios, en consumo, y en producción industrial
iv. Caída de remesas de plata

b. CONVIVENCIA SOCIAL Y RELACIONES INTERNACIONALES . La crisis interior y exterior confluyen en


el declive del Imperio, enfrentado, además, a fines de siglo con crisis sucesoria por falta de descendencia
del último rey de la dinastía de los Austrias.
i. En CONVIVENCIA INTERIOR:
1. Persistencia de problemas políticos sin resolver:
a. expulsión moriscos con negativas consecuencias demográficas (pérdida de
300.000 individuos), económicas y morales
b. guerras de separación de Portugal y Cataluña
c. rebeldía nobiliaria
2. Contestación popular:
a. endémica (bandolerismo)
b. esporádica (motines andaluces, alzamientos campesinos catalanes y
valencianos)
ii. En POLÍTICA IMPERIAL:
1. Falta de recursos materiales:
a. por caída de remesas de plata
b. por insuficiencias creadas por presión fiscal, manipulaciones monetarias,
suspensiones de pagos
2. Grave retroceso:
a. derrota militar
b. desmembramiento territorial
c. menor peso en escenario internacional
c. CRISIS SOCIAL y POLITICA :
i. POR AMPLITUD DEL PROCESO DE REFEUDALIZACIÓN:
1. Aumento del nº de privilegiados (numerosos títulos nuevos, ventas de señoríos y otras
concesiones menores, como hidalguías)
2. Revitalizar presencia de nobleza en gobierno del país en altos puestos de administración
ii. LA NOBLEZA NO SE LIBRA DE RECESIÓN, aumentar sus ingresos no siempre alcanzados
iii. INTENSIFICACIÓN, DE UNA SOCIEDAD IMBUIDA DE UNA PROFUNDA RELIGIOSIDAD
1. Presencia de clero regular, órdenes mendicantes y de los jesuitas
iv. LA DISMINUCIÓN DE LAS OPORTUNIDADES
1. Extensión del fenómeno del pauperismo, que afecta a mucha población y que es
combatido con iniciativas asistenciales.
2. Pauperismo extendido y escasez de oportunidades da mayor conflictividad social
v. CRISIS POLÍTICA
1. Consolidación del gobierno por medio de validos, espaciamiento de sesiones de Cortes,
estancamiento de ingresos estatales, y el déficit hacendístico permanente que impedía
atender a los grandes capítulos del gasto público como la presencia militar española en
medida de reinados anteriores
a. el reclutamiento voluntario trató de sustituirse parcialmente por levas forzosas,
con consiguientes resistencias y previsible disminución de eficacia de las tropas,
b. fue descendiendo el número de los soldados disponibles en todos los frentes, y
los efectivos navales en todos los mares, tanto en Europa como en América.

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3. LAS REVOLUCIONES INGLESAS
En un mundo presidido por ascenso y robustecimiento del absolutismo, y coincidiendo con años decisivos de guerra de 30 Años,
se produce en Inglaterra un grave conflicto entre rey y representantes del reino que desembocará en un proceso revolucionario
que durante veinte años sostendrá un estado de guerra permanente que, tras la sucesión de un régimen republicano y una
dictadura, propiciará la aparición de un régimen parlamentario único en Europa que, pese a la restauración monárquica de
1660, acabará imponiéndose tras otro proceso, también revolucionario, pero menos traumático, la «Revolución Gloriosa» de
1688-1689.
Lawrence Stone, en un estudio ya clásico, quiso analizar primero las causas de la primera revolución inglesa, señalando una serie
de precondiciones y de precipitantes de los acontecimientos
Entre las precondiciones, hay que contar con la inestabilidad de la política inglesa y con el desarrollo de las disfunciones,
siempre antes de 1629, momento en que se produce el divorcio entre el rey y el reino
La inestabilidad política se manifiesta en debilidad financiera (el bloqueo económico de la Corona inglesa producido por
enajenación de propiedades eclesiásticas secularizadas durante la Reforma, la inexistencia de monopolios reales sobre materias
primas metálicas, la exigüidad de los subsidios concedidos por el Parlamento, una administración poco desarrollada y un
incontrolado fraude fiscal), en la debilidad militar (milicia mal armada, guardia personal reducida y huestes aristocráticas), en la
insuficiencia de los instrumentos judiciales, en el fracaso en el control de la administración local, en la debilidad religiosa (un
anglicanismo que no colma las aspiraciones espirituales del reino
enfrentado a otras confesiones más activas y más radicales), en la fragilidad de la estructura social (nobleza de servicio
enfrentada a las expectativas de una gentry en ascenso) y deficiente control ideológico sobre la producción oral y escrita.
Este sistema desarrolla sus disfunciones a lo largo del reinado de la última Tudor (Isabel I) y, sobre todo, de primeros Estuardos
(Jacobo I y Carlos I). Por una parte, aunque no deba hablarse de una «primera revolución industrial» se produce un notable
crecimiento de las fuerzas productivas, que lleva consigo una serie de relevantes transformaciones y tensiones sociales: una
transferencia de la propiedad agraria desde la Iglesia y la aristocracia a la gentry y a la burguesía mercantil, una tensión entre las
clases dominantes tradicionales (nobleza, alto clero) y las nuevas clases en ascenso (gentlemen, yeomen, mercaderes). Por otra
parte, la Corona pierde parte de sus funciones justificativas, una vez alejados los riesgos de una guerra dinástica, de una
jacquerie campesina o de una invasión extranjera después de 1588, a la vez que se produce una crisis
de confianza (credibility gap) a causa de la política frente a las minorías religiosas (católicos y puritanos), la disminución de
influencia de los apoyos aristocráticos (que pierden capacidad militar, solvencia económica e influencia electoral), la caída del
prestigio de la corte (por su alejamiento ideológico, la exhibición de su opulencia, su imprudente favoritismo), la caída del
prestigio de la administración (por su corrupción y sus privilegios y monopolios económicos) y el fin del prestigio personal del rey
Carlos I, sospechoso de inclinaciones papistas y criticado por su frialdad y arrogancia.
Nace así una oposición a la corte que se canaliza a través de la institución parlamentaria, que progresivamente va quedando en
manos de la gentry, dotada pronto de notables armas ideológicas: el puritanismo (que aporta certeza en la justicia de su causa),
la Common Law (que aporta los fundamentos legales), las construcciones mentales que permiten las contraposiciones simples
de país contra corte, reino contra rey, virtud contra vicio. La hábil utilización del Parlamento y el convencimiento ideológico
fueron bazas fundamentales en el momento de la colisión entre el rey y sus rivales.
Varios fueron los precipitantes que actuaron reforzándose unos a otros.
Primero, la reacción religiosa del arzobispo William Laud, arzobispo de Canterbury desde 1633, promotor de un anglicanismo
teñido de hechuras católicas (formas externas ostentosas, relaciones amistosas con Roma) y de una política exterior pro-hispana
y anti-protestante. Segundo, la reacción política, que permite el «gobierno sin Parlamento» (tras la disolución de las Cámaras en
1629), el cual impone una serie de gravámenes arbitrarios y anticonstitucionales y eleva al poder a Thomas Wentworth,
designado conde de Strafford, para la implantación del nuevo gobierno autoritario. Tercero, la reacción económica, a través de
la injerencia de la burocracia real. Cuarto, la reacción social, que encumbra a la aristocracia tradicional, mientras expulsa a la
gentry de Londres, induciéndola a regresar a sus medios rurales. Sólo era necesaria la unión a los dos grandes grupos de la
oposición: los puritanos y los parlamentarios.
La revolución se dispara a partir de 1639, cuando William Laud trata de introducir en la Escocia puritana (presbiteriana) el
episcopalismo de la Iglesia anglicana y el Prayer Book inglés. Los afectados reaccionan mediante el rechazo violento y la firma
del Covenant para la defensa de las libertades religiosas escocesas. En 1641, la revuelta católica de Irlanda doblará la

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contestación a la política religiosa del arzobispo de Canterbury. Al mismo tiempo, el rey, que ha disuelto el Parlamento
convocado de urgencia en 1640 («Parlamento Corto»), se ve incapaz de salvar del cadalso al conde de Strafford en 1641,
mientras un golpe de estado fallido contra el nuevo Parlamento («Parlamento Largo», 1640-1653) obliga al rey a abandonar
Londres para instalarse en Oxford (1642).
Es el comienzo de la guerra civil, que va a enfrentar, de un lado, al rey más los católicos y la mayor parte de los anglicanos, y, de
otro, a los parlamentarios más los puritanos (presbiterianos e independientes): los primeros incluyen a la nobleza, los últimos a
la gentry y a la mayor parte de las demás clases sociales.
La guerra se saldó con la victoria de los parlamentarios, que contaron con la new model army, con el nuevo ejército diseñado
según el patrón de la hueste puritana de los ironsides dirigidos por Oliver Cromwell en las dos batallas decisivas de Marston
Moor (1644) y Naseby (1645). El nuevo jefe militar pronto se encaminó hacia una dictadura, a la que se llegó tras apurar una
serie de etapas: depuración del Parlamento de todos aquellos que no se consideraran absolutamente fieles a la nueva política
(1649), ejecución de Carlos II (mismo año), neutralización de los movimientos a favor de la igualdad política (los levellers o
niveladores de John Lilburne) o de la igualdad social (los diggers o cavadores de Gerrard Winstanley), sumisión de Irlanda (con la
terrible matanza de Drogheda, 1649), sumisión de Escocia (1651) y, finalmente, promulgación del Instrument of Government
(1653) y elección de Cromwell a la cabeza de la naciente república inglesa (como Lord Protector of the Commonwealth). La
muerte de Cromwell (1658) permitió la restauración monárquica y el regreso de los Estuardos dos años más tarde (1660).
Tras la política moderada llevada a cabo por Carlos II, su sucesor, su hermano Jacobo II, creyó posible una nueva reacción
religiosa, esta vez de corte católico (restablecimiento del culto católico en palacio, intercambio de embajadores con el papa,
autorización a la instalación de los jesuitas en Londres), unida a una reacción fiscal (ventas de monopolios comerciales,
imposición de nuevos gravámenes), lo que motivó el renacimiento de la oposición política otra vez encauzada por el Parlamento.
El trono fue ofrecido a María, casada con Guillermo III de Orange, estatúder de Holanda, quienes se pusieron a la cabeza de una
revolución incruenta, la «Gloriosa Revolución» de 1688-1689.
El nuevo régimen, que pronto se ganaría el respeto y la admiración de Europa, se basó en una declaración de derechos (Bill of
Rights), que asentaba a la ley por encima del rey, la libre elección del Parlamento (que votaba las leyes y los impuestos y fijaba
los efectivos del ejército) y la garantía de los derechos esenciales del individuo. Esta constitución fundamental (inspirada por
John Locke) se completaba con una ley de tolerancia (Toleration Act), que la concedía a los disidentes, aunque no a los católicos.
Así quedan establecidas las bases políticas de la supremacía que habría de alcanzar Inglaterra en la Europa del siglo XVIII.
4. LA CONFLICTIVIDAD SOCIAL
En el plano político, el siglo XVII se distinguió por la crisis del Estado absolutista, que se reprodujo tan universalmente en Europa
que la historiografía pudo plantearse la cuestión de la existencia de una revolución general, paralela a la crisis general en el
terreno de la economía. Las causas aducidas a lo largo de un debate aún no cerrado se refirieron a la falta de resolución de los
problemas de integración de viejos territorios independientes dentro de unidades políticas superiores, a la incapacidad de los
Estados para acompasarse a la evolución económica y social, a la presión fiscal derivada de la hipertrofia de la maquinaria
burocrática o del abrumador peso de la guerra. Reducidas a un mínimo común denominador, puede decirse que el Estado
moderno y sus bases sociales no fueron capaces de resistir la enorme carga de sus compromisos militares en un momento en
que la expansión económica del siglo XVI había tocado techo e iniciaba un movimiento de reflujo. La quiebra subsiguiente puso
en marcha los
factores de resistencia que habían estado siempre latentes, bajo la forma del asalto al poder de los privilegiados, de la rebelión
de las provincias incómodas en el marco constitucional de las Monarquías o de la desafección de los súbditos que ya no sentían
sus intereses salvaguardados por la Corona.
Así, aunque los ingredientes estuvieron siempre combinados en diferentes dosis, la Fronda en Francia durante la minoría de
edad de Luis XIV (1648-1653: revuelta de los parlamentarios seguida de la revuelta de los príncipes, derrotada finalmente ante
los muros de París en la acción militar del faubourg SaintAntoine) respondió más bien al primer modelo, mientras los sucesivos
levantamientos secesionistas en el seno de la Monarquía española encajarían mejor en el segundo caso y la revolución
parlamentaria inglesa se ajustaría al último supuesto pese al carácter de guerra civil que adoptaría en una de sus etapas.
Por otra parte, la mayoría de los Estados lograrían sofocar la contestación y revigorizarían su absolutismo de acuerdo con los
nuevos datos de la recesión económica y la reacción social, mientras que sólo Inglaterra conseguiría imponer al precio de dos
revoluciones un régimen constitucional más avanzado respecto a los del continente, y sólo las Provincias Unidas lograrían
sortear, aun con dificultades, las diversas tentativas absolutistas que amenazaron la constitución republicana de la que se habían
dotado en el transcurso de su larga guerra de independencia.
Del mismo modo, la reacción feudal como consecuencia de la recesión económica y la quiebra de las expectativas de promoción
social entre las nuevas clases ascendentes generaron un clima de frustración y descontento que convierten al siglo XVII, dentro
del marco de una Edad Moderna siempre afectada por un alto índice de contestación, en una época de especial conflictividad
social.
En el ámbito urbano, la reivindicación social desembocó en algunas ocasiones en propuestas políticas alternativas, con lo que la
revuelta se convirtió en revolución, aunque otros movimientos de protesta no rebasaron los límites del
motín de subsistencias, el motín fiscal o el estallido violento pero puntual contra las autoridades constituidas.
Por el contrario, en mundo rural, la contestación fue más permanente bajo forma de magmáticos levantamientos campesinos,
según el modelo típico de la jacquerie, que fueron ferozmente reprimidos por las fuerzas aliadas de la monarquía y los señores,
cuando no se desvió hacia la respuesta más individual del bandolerismo rural (a veces con proyección política, como en el caso

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del popular Joan Sala, conocido como Serrallonga en la agitada Cataluña de la época) o hacia movimientos colectivos pero que
se expresaban bajo formas legales (como el de los diggers o «cavadores», que durante la primera revolución inglesa fundaron
pequeñas explotaciones comunitarias, arruinadas rápidamente por la acción combinada del gobierno y los propietarios vecinos),
o cuando no se refugió en el rechazo testimonial de la marginación o la práctica de la magia.
En cualquier caso, el SXVII pareció conocer un estado de agitación social permanente que le otorga esta imagen de siglo revuelto
o de «siglo de hierro» con que lo ha caracterizado la moderna historiografía.
Las revueltas campesinas (fureurs paysannes, según la fórmula de Roland Mousnier), producidas como resultado de una
situación social insostenible agravada por la crisis económica y el aumento de la presión fiscal, se sucedieron
en Francia a todo lo largo del SXVII
Bajo Luis XIII se dieron algunas de las que tuvieron más amplia participación y más extensa geografía; los croquants de
Saintonge, el Angoumois, el Poitou y el Périgord (1636) y los va-nu-pieds de Normandía (1639), que llegaron a crear un
verdadero ejército de miserables (l’armée de souffrance).
En reinado siguiente, la rebelión más grave por su radicalismo social y su eficiente organización fue la llamada de los Torrében,
que tuvo como escenario una región muy feudalizada como era Bretaña y que se manifestó bajo la forma de ataques contra
castillos y mansiones señoriales y de negociaciones de unas cargas señoriales menos gravosas
Todas siguieron el modelo de las rebeldías primitivas (según la conocida caracterización de Eric Hobsbawm), fueron incapaces de
imponer sus reivindicaciones y terminaron con la sangrienta represión ejecutada por las fuerzas armadas de los poderosos y con
la vuelta al punto de partida.
Otro ámbito geográfico donde los movimientos de contestación social fueron más continuados fue la Rusia de los primeros
Romanov. Los esfuerzos de centralización estatal, el aumento de la imposición y, sobre todo, el severo agravamiento de las
condiciones de la servidumbre provocaron revueltas en torno a las principales ciudades, como Moscú (en 1648 y después en
1662) o Novgorod en 1650).
Pero el levantamiento de más largo alcance fue protagonizado por cosacos del Don mandados por Stenka Razin, que al frente de
un ejército dirigió sus acciones especialmente contra los propietarios de la tierra y de los siervos
Desde su solar de origen, la revuelta se puso en movimiento en la primavera de 1667 hasta llegar al Volga, donde se le unieron
numerosos contingentes de campesinos que huían de la servidumbre
Tras apoderarse primero de varias naves (la llamada gran caravana del río Volga), Razin pasó después al mar Caspio, saqueando
la orilla persa desde Derbent a Bakú, antes de dirigirse contra Astraján en orilla septentrional y remontar de nuevo el Volga y
apoderarse de las ciudades de Tsaritsin (la actual Volgogrado) y Sarátov
Derrotado ante la ciudad de Simbirsk, hubo de retroceder hacia sus tierras del Don, donde fue entregado por las fuerzas de la
aristocracia para ser ejecutado en Moscú en 1671
Su figura gozó de una popularidad tal que sólo sería igualada por la del también dirigente campesino Iemelián Pugachev un siglo
más tarde.

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