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Habermas argumenta que la filosofía debe centrarse en las condiciones formales de la racionalidad del conocimiento, el lenguaje y la acción. Propone que la teoría de la acción comunicativa es importante para abordar la problemática de la racionalización social. La racionalidad instrumental trata sólo parte del saber, mientras que la racionalidad comunicativa permite la interacción entre sujetos a través del lenguaje. Las ciencias sociales como la sociología son más adecuadas para estudiar la racionalidad debido a su enfoque en la acción social y
Habermas argumenta que la filosofía debe centrarse en las condiciones formales de la racionalidad del conocimiento, el lenguaje y la acción. Propone que la teoría de la acción comunicativa es importante para abordar la problemática de la racionalización social. La racionalidad instrumental trata sólo parte del saber, mientras que la racionalidad comunicativa permite la interacción entre sujetos a través del lenguaje. Las ciencias sociales como la sociología son más adecuadas para estudiar la racionalidad debido a su enfoque en la acción social y
Habermas argumenta que la filosofía debe centrarse en las condiciones formales de la racionalidad del conocimiento, el lenguaje y la acción. Propone que la teoría de la acción comunicativa es importante para abordar la problemática de la racionalización social. La racionalidad instrumental trata sólo parte del saber, mientras que la racionalidad comunicativa permite la interacción entre sujetos a través del lenguaje. Las ciencias sociales como la sociología son más adecuadas para estudiar la racionalidad debido a su enfoque en la acción social y
Teoría de la acción comunicativa: Accesos a la problemática de la
racionalidad – J. Habermas
Antes, la filosofía se centraba en un conocimiento unificado del mundo; un saber
totalizante. Los sucedáneos teóricos de las imágenes del mundo han quedado devaluados no solamente por el progreso fáctico de las ciencias empíricas, sino también, y más aun, por la conciencia reflexiva que ha acompañado ese progreso. De este modo, el pensamiento filosófico retrocede autocríticamente por detrás de sí mismo. Con la cuestión de qué es lo que puede proporcionar con sus competencias reflexivas en el marco de las convenciones científicas se transforma en metafilosofía. Ahora, el interés de la filosofía yace en las condiciones formales de la racionalidad del conocimiento, el entendimiento lingüístico y de la acción, ya sea en la vida cotidiana o en el plano de las experiencias organizadas metódicamente o de los discursos organizados sistemáticamente. La teoría de la argumentación cobra aquí una significación especial, puesto que es a ella quien compete la tarea de reconstruir las presuposiciones y condiciones pragmático-formales del comportamiento explícitamente racional. Aquí, la filosofía pierde su autarquía y abandona su objetivo de conseguir teorías substantivas de la naturaleza, la historia, la sociedad, etc. Todos los intentos de fundamentación última en que perviven las intenciones de la filosofía primera han fracasado. En esta situación, se pone en marcha una nueva constelación en las relaciones entre filosofía y ciencia. La explicación formal de las condiciones de racionalidad y lo análisis empíricos de la materialización y evolución histórica de las estructuras de racionalidad, se entrelazan entre sí de forma peculiar, como nos demuestran la filosofía de la ciencia y la historia de la ciencia. En vez de tratarse de fundamentaciones de tipo ontológico o transcendental, las teorías acerca de las ciencias experimentales modernas deben contrastarse con la evidencia de contraejemplos y, en última instancia, el único respaldo con que pueden contar es que la teoría reconstructiva resulte capaz de destacar aspectos internos de la historia de la ciencia y de explicar sistemáticamente, en colaboración con análisis de tipo empírico, la historia efectiva de la ciencia, narrativamente documentada, en el contexto de las evoluciones sociales. Dentro de las ciencias sociales, la Sociología es la ciencia que mejor conecta en sus conceptos básicos con la problemática de la racionalidad. La Economía Política y la Ciencia Política dejaban de lado el tema de la racionalidad; la primera por excluir de la consideración científica las cuestiones práctico-morales referentes a la legitimidad o tratarlas como cuestiones empíricas relativas a una fe en la legitimidad que hay que abordar en cada sazón en términos descriptivos y la segunda, al convertirse en una ciencia especializada se ocupa nada más de la economía como un subsistema de la sociedad y prescinde de las cuestiones de legitimidad reduciendo la racionalidad al equilibrio económico y a cuestiones de elección racional. En cambio, la Sociología, surge como una disciplina que se hace cargo de los problemas que la Política y la Economía dejaban de lado a medida se convertían en ciencias especializadas. “Su tema son las transformaciones de la integración social provocadas en el armazón de las sociedades viejo-europeas por el nacimiento del sistema de los Estados modernos y por la diferenciación de un sistema económico que se autorregula por medio del mercado. La Sociología se convierte par excellence en una ciencia de la crisis, que se ocupa ante todo de los aspectos anómicos de la disolución de los sistemas sociales tradicionales y de la formación de los modernos.” En otras palabras, pese a que ha habido intentos de convertir a la Sociología en una ciencia especializada, ha sido la única ciencia social que ha mantenido su relación con los problemas de la sociedad global. Hay dos motivos para esto. El primero es que en lo que refiere a los ámbitos que son de importancia bajo los aspectos de reproducción cultural, integración social, y socialización, las interacciones no están tan especializadas como en los ámbitos de acción que representan la economía y la política. La Sociología, entonces, se ve confrontada con el espectro completo de los fenómenos de la acción social y no con tipos de acción relativamente bien delimitados que puedan interpretarse como variantes de la acción ‘racional con arreglo a fines’, relativas a los problemas de maximización de lucro o de la adquisición y utilización del poder político. Se toman en cuenta todas las formas de orientación simbólica de la acción. En este sentido, y yendo al segundo motivo, es la Sociología y no la Antropología cultural la que muestra una particular propensión a abordar el problema de la racionalidad debido a que surge como ciencia de la sociedad burguesa y le compete explicar el discurso y las formas de manifestación anómicas de la modernización capitalista en las sociedad pre burguesas. En el plano meta teórico elige categorías tendentes a aprehender el incremento de racionalidad de los mundos de la vida modernos. Los teóricos de la sociología tratan todos de plantear su teoría de la acción en términos tales que sus categorías capten el tránsito desde la ‘comunidad’ a la ‘sociedad.’ Y en el plano metodológico, la comprensión de las orientaciones racionales de acción se convierte en punto de referencia para la comprensión de todas las orientaciones de la acción. Con ello, se lleva a la relación con la cuestión empírica de si, y en qué sentido, la modernización de una sociedad puede ser descrita bajo el punto de vista de una racionalización cultural y social. De acuerdo a Habermas, estas tres temáticas de la racionalidad vienen impuestas por razones sistemáticas.
*Teórico: la racionalidad instrumental es ideológica porque hace que una
parte sea entendida como el todo. En realidad, se relaciona con la racionalidad comunicativa que permite la interacción. Estas racionalidades se relacionan con distintos tipos de saberes.
Habermas va a pretender demostrar que se necesita una teoría de la acción
comunicativa si se desea abordar hoy de forma adecuada la problemática de la racionalización social.
1. ‘Racionalidad’: una determinación preliminar del concepto
Se supondrá el concepto de saber donde hay una estrecha relación entre racionalidad y saber. El saber tiene una estructura proposicional: las opiniones pueden exponerse explícitamente en forma de enunciados. En este sentido, el saber tiene más que ver con la forma en que los sujetos capaces de lenguaje y de acción hacen uso del conocimiento. En las emisiones o manifestaciones lingüísticas se expresa explícitamente un saber, en las acciones teleológicas se expresa una capacidad, un saber implícito. El saber puede ser criticado pero no fiable. La estrecha relación que existe entre saber y racionalidad permite sospechar que la racionalidad de una emisión o de una manifestación depende de la fiabilidad del saber que encarnan. Tanto la acción comunicativa como la acción teleológica encarnan un saber fiable, son intentos que pueden resultar fallidos y son susceptibles de crítica. Un oyente puede poner en tela de juicio que la afirmación hecha por A sea verdadera; un observador puede poner en duda que la acción ejecutada por B vaya a tener éxito. La crítica se refiere, en ambos casos, a una pretensión que los sujetos agentes necesariamente han de vincular a sus acciones. Esta necesidad es de naturaleza conceptual, pues A no está haciendo ninguna afirmación si no presenta una pretensión de verdad en relación con el enunciado p afirmado, dando con ello a conocer su convicción de que en caso necesario ese enunciado puede fundamentarse. Y B no está realizando ninguna acción teleológica en absoluto si no considera que la acción planeada tiene alguna perspectiva de éxito, dando con ello a entender que si fuera preciso podría justificar la elección de fines que ha hecho en las circunstancias dadas. Es decir, ambos plantean pretensiones de validez que pueden ser criticadas o defendidas, esto es, que pueden fundamentarse. Estas consideraciones tienen por objeto el reducir la racionalidad de una emisión o manifestación a su susceptibilidad de crítica o de fundamentación. Una manifestación cumple con los presupuestos de la racionalidad si y solo si encarna un saber falible guardando así una relación con el mundo objetivo, es decir, con los hechos y resultando accesible a un enjuiciamiento objetivo. Dicho enjuiciamiento solo puede ser objetivo si se hace por la vía de una pretensión transubjetiva de validez que para cualquier observador o destinatario tenga el mismo significado que para el sujeto agente. La verdad o la eficacia son pretensiones de este tipo. De ahí que las afirmaciones y de las acciones teleológicas pueda decirse que son tanto más racionales cuanto mejor puedan fundamentarse las pretensiones de verdad proposicional o de eficiencia vinculadas a ellas. Habermas dice que esta propuesta tiene dos debilidades: la primera es que es demasiado abstracta, pues deja sin explicitar aspectos importantes; y la segunda s que es demasiado estricta, pues el término ‘racional’ no solamente se utiliza en conexión con emisiones o manifestaciones que puedan ser verdaderas o falsas, eficaces o ineficaces. La racionalidad inmanente a la práctica comunicativa abarca un espectro más amplio. Limitándose a la versión cognitiva en sentido estricto del concepto de racionalidad, que está definido exclusivamente por referencia a la utilización de un saber descriptivo, se puede ir en dos direcciones distintas. Al tomarse la utilización no comunicativa de un saber proposicional en acciones teleológicas, se está tomando una predecisión a favor de ese concepto de racionalidad cognitivo-instrumental que a través del empirismo ha dejado una profunda impronta en la autocomprensión de la modernidad. Si por el contrario, se parte de la utilización comunicativa de saber proposicional en actos de habla, se está tomando una predecisión a favor de un concepto de racionalidad más amplio que enlaza con la vieja idea de logos. Este concepto de racionalidad comunicativa posee connotaciones que en última instancia se remontan a la experiencia central que tiene un habla argumentativa en que diversos participantes superan la subjetividad inicial de sus respectivos puntos de vista y merced a una comunidad de convicciones racionalmente motivada se aseguran a la vez de la unidad del mundo objetivo y de la intersubjetividad del contexto en que desarrollan sus vidas. La pretensión de validez no es lo único que caracteriza a una acción racional, pues esto es dar por sentada la existencia de un mundo objetivo como es en el caso del realista. En el caso del fenomenólogo, este presupuesto se convierte en problema y se pregunta cuáles son las condiciones bajo las que se constituye para todos los miembros de una comunidad de comunicación la unidad de un mundo objetivo. Y un mundo solo cobra objetividad por el hecho de ser reconocido y considerado como uno y el mismo por una comunidad de sujetos capaces de lenguaje y de acción. Este concepto abstracto de mundo es condición necesaria para que los sujetos que actúan comunicativamente puedan entenderse entre sí sobre lo que sucede en el mundo o lo que hay que producir en el mundo. Con esta práctica comunicativa se aseguran a la vez del contexto común de sus vidas, del mundo de la vida, que intersubjetivamente comparten. Este mundo viene delimitado por la totalidad de las interpretaciones que son presupuestas por los participantes como un saber de fondo. De modo que la pretensión de validez no puede ser un disenso sobre el mundo objetivo ya que este es considerado experiencia compartida y no es falsable ni cumple una función descriptiva. En otras palabras, es. Cualquier disenso es un desafío, pero se cuestionan las circunstancias de aquél que expresó el disenso y no el mundo objetivo que se comparte. Según este modelo, las manifestaciones racionales tienen el carácter de acciones plenas de sentido e inteligibles en su contexto, con las que el actor se refiere a algo en el mundo objetivo. Con ello, las pretensiones de validez de las expresiones simbólicas remiten a un saber de fondo, compartido intersubjetivamente por la comunidad de comunicación. Este concepto más amplio de racionalidad comunicativa desarrollado a partir del enfoque fenomenológico puede articularse con el concepto de racionalidad cognitivo-instrumental desarrollado a partir del enfoque realista de modo que la acción no solo es racional en tanto y en cuanto sea susceptible de crítica y fundamentación, sino que también, la pretensión de validez debe ser congruente con el mundo de la vida donde se despliega la acción. Los sujetos coordinan sus intervenciones en el mundo por medio de la acción comunicativa (que supone la interacción entre el sujeto y los demás sujetos). Si solo las personas capaces de responder de sus actos pudieran comportarse racionalmente y su racionalidad se midiera por el éxito de las intervenciones dirigidas a la consecución de un propósito, basta con exigir que puedan elegir entre alternativas y controlar (algunas) condiciones del entorno y por lo tanto, bastaría con la racionalidad cognitivo-instrumental. Pero si su racionalidad se mide por el buen suceso de los procesos de entendimiento entonces no basta con recurrir a tales capacidades. En los contextos de acción comunicativa solo puede ser considerado capaz de responder de sus actos aquel que sea capaz, como miembro de una comunidad de comunicación, de orientar su acción por pretensiones de validez intersubjetivamente reconocidas. Sin embargo, es evidente que existen otros tipos de emisiones y manifestaciones que, aunque no vayan vinculadas a pretensiones de verdad o eficacia, no por ello dejan de contar con el respaldo de buenas razones por el mismo hecho de que en los contextos de comunicación, no solamente llamamos racional a quien hace una afirmación y es capaz de defenderla frete a un crítico, aduciendo las evidencias pertinentes, sino que también llamamos racional a aquel que sigo una norma vigente y es capaz de justificar su acción frente a un crítico interpretando una situación dada a la luz de expectativas legítimas de comportamiento. De este modo, podemos llamar racional a quien exprese un deseo, un sentimiento, un estado de ánimo, a quién revela un secreto, que confiesa un hecho, etc., y que después convence a un crítico de la autenticidad de la vivencia así desvelada sacando las consecuencias prácticas y comportándose de forma consistente con lo dicho. También se puede decir que las acciones reguladas por normas y las autorrepresentaciones expresivas son de carácter racional, pero en vez de hacer referencia a los hechos, hacen referencia a normas y vivencias. El agente plantea la pretensión de que su comportamiento es correcto en relación con un contexto normativo reconocido como legítimo o de que su manifestación expresiva de una vivencia a la que él tiene un acceso privilegiado es veraz. También estas emisiones pueden resultar fallidas y sus pretensiones de validez son susceptibles de crítica. Sin embargo, el saber encarnado en las acciones reguladas por normas o en las manifestaciones expresivas no remite a la existencia de estados de cosas, sino a la validez de normas o a la mostración de vivencias subjetivas. El hablante no se refiere a algo en el mundo objetivo, sino solo a algo en el mundo social común o a algo en el mundo subjetivo que es en cada caso el propio de cada uno. Con ello, Habermas señala que existen actos comunicativos que se caracterizan por otras referencias al mundo y que van vinculados a pretensiones de validez que no son las mismas que las de las emisiones o manifestaciones constatativas (veracidad, eficacia). Lo mismo sucede con las emisiones evaluativas, que no se limitan a expresar un sentimiento o una necesidad meramente privados, ni tampoco apelan a una vinculación de tipo normativo. Ellas se fundamentan mediante el uso de juicios de valor. Los actores se comportan racionalmente mientras utilicen predicados tales de modo que los otros miembros de su mundo de la vida puedan reconocer bajo esas descripciones sus propias reacciones ante situaciones parecidas. Cuando, por el contrario, utilizan estándares de valor de forma tan caprichosa que ya no pueden contar con la comprensión dimanante de la comunidad de cultura, se están comportando idiosincráticamente. Entre esas evaluaciones privadas puede haber algunas que tengan carácter innovador, pero eso no quita que sean valoraciones de carácter privatista que no pueden remitirse a la experiencia compartida del mundo de la vida. Y quien en sus actitudes y valoraciones se comporta en términos tan privatistas que no puede explicar sus reacciones ni hacerlas plausibles apelando a estándares de valor, no se está comportando racionalmente. Hasta ahora, tenemos entonces, que la racionalidad inmanente a la práctica comunicativa se pone de manifiesto en que el acuerdo alcanzado comunicativamente ha de apoyarse en última instancia en razones. Y la racionalidad de aquellos que participan en esta práctica comunicativa se mide por su capacidad de fundamentar sus manifestaciones o emisiones en las circunstancias apropiadas. La racionalidad inmanente a la práctica comunicativa cotidiana remite, pues, a la práctica de la argumentación como instancia de apelación que permite proseguir la acción comunicativa con otros medios cuando se produce un desacuerdo que ya no puede ser absorbido por las rutinas cotidianas y que, sin embargo, tampoco puede ser decidido por el empleo directo, o por el uso estratégico del poder. Por ello, Habermas piensa que el concepto de racionalidad comunicativa, que hace referencia a una conexión sistemática de pretensiones universales de validez, tiene que se adecuadamente desarrollado por medio de una teoría de la argumentación. Se llama argumentación al tipo de habla en que los participantes tematizan las pretensiones de validez que se han vuelto dudosas y tratan de desempeñarlas o de recusarlas por medio de argumentos. Una argumentación contiene razones que están conectadas de forma sistemática con una pretensión de validez de la manifestación o emisión problematizadas. La fuerza de una argumentación se mide en un contexto dado por la pertinencia de las razones. Esta fuerza argumentativa se pone de manifiesto si es capaz de convencer a los participantes en un discurso, esto es, en si es capaz de motivarlos a la aceptación de la pretensión de validez en litigio. Mediante esto también se puede juzgar la racionalidad de una persona por la forma en la que actúa y responde al ser partícipe de la argumentación; si se muestra abierto a los argumentos, o bien reconocerá la fuerza de esas razones o tratará de replicarlas, y en ambos casos, se estará enfrentando a ellas de forma racional. Pero si se muestra sordo a los argumentos, o ignora las razones en contra o las replicará con aserciones dogmáticas, no se está enfrentando racionalmente a las cuestiones. Las personas en su comportamiento también deben ser susceptibles de crítica y fundamentación; para ser racionales deben también estar dispuestos a exponerse a la crítica, y en caso necesario, a participar formalmente en argumentaciones. En virtud de esa susceptibilidad de crítica, las manifestaciones o emisiones racionales son también susceptibles de corrección. Podemos corregir las tentativas fallidas si logramos identificar los errores que hemos cometido, de modo que el concepto de fundamentación va íntimamente unido al concepto de aprendizaje. También en los procesos de aprendizaje juega la argumentación un papel importante. La forma de argumentación en que se convierten en tema las pretensiones de verdad que se han vuelto problemáticas es el discurso teórico. En el ámbito práctico-moral ocurre algo parejo. Se le llama racional a una persona que puede justificar sus acciones recurriendo a las ordenaciones normativas vigentes. Pero sobre todo, se le llama racional a aquel que en un conflicto normativo actúa con lucidez, es decir, no se deja llevar por sus pasiones ni entregándose a sus intereses inmediatos, sino esforzándose por juzgar imparcialmente la cuestión desde un punto de vista moral y por resolverla consensualmente, El medio en que puede examinarse hipotéticamente si una norma de acción esté o no reconocida de hecho, puede justificarse parcialmente, es el discurso práctico. Es decir, la forma de argumentación en que se convierten en tema las pretensiones de rectitud normativa. Las normas de acción se presentan en su ámbito de validez con la pretensión de expresar, en relación con la materia necesitada de regulación, un interés común a todos los afectados y de merecer por ello un reconocimiento general. De ahí que las normas válidas, en condiciones que neutralicen cualquier otro motivo que no sea el de la búsqueda cooperativa de la verdad, tienen en principio que poder encontrar también el asentamiento racionalmente motivado de todos los afectados. En este saber intuitivo nos estamos apoyando siempre que argumentamos moralmente. Pero esto no quiere decir que esa intuición también pueda en efecto justificarse reconstructivamente; pues esta posición solo podrá ser defendida con alguna perspectiva de éxito si no asimilamos precipitadamente los discursos prácticos, que se caracterizan por su referencia a las necesidades interpretadas de los afectados en cada caso, a los discursos teóricos, que se refieren a las experiencias interpretadas de un observador. Las argumentaciones que sirven a la justificación de estándares de valor no cumplen con la condición de discurso El halo de reconocimiento intersubjetivo que se forma en torno a valores culturales no implica todavía en modo alguno una pretensión de aceptabilidad culturalmente general o incluso universal. Debe señalarse que las manifestaciones expresivas solo pueden enjuiciarse por su veracidad en el contexto de una comunicación enderezada al entendimiento. Podemos resumir diciendo que la racionalidad puede entenderse como una disposición de los sujetos capaces de lenguaje y de acción. Se manifiesta en formas de comportamiento para las que existen en cada caso buenas razones. Esto significa que las emisiones o manifestaciones racionales son accesibles a un enjuiciamiento objetivo. Lo cual es válido para todas las manifestaciones simbólicas que, a lo menos, implícitamente, vayan vinculadas a pretensiones de validez. Todo examen explícito de pretensiones de validez controvertidas requiere una forma más exigente de comunicación que satisfaga los presupuestos propios de la argumentación. Las argumentaciones hacen posible un comportamiento que puede considerarse racional en un sentido especial, a saber: el aprender de los errores una vez que se los ha identificado. Mientras que la susceptibilidad de crítica y de fundamentación de las manifestaciones se limita a remitir a la posibilidad de la argumentación, los procesos de aprendizaje por los que adquirimos conocimientos teóricos y visión moral, ampliamos y renovamos nuestro lenguaje evaluativo y superamos autoengaños y dificultades de comprensión, precisan de la argumentación.